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Recorridos*

semiológicos
Signos, eaunclacióa y argomenlaciúa

Roberto Marafioti (comp.)1


Elena Pérez ríe Medina - Emito? 8almayor
1. El ám bito de estudio de la sem iolo gía

Las ciudades y los signos

El hombre camina días entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo
se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra
una huella en la arena Indica el paso del tigre, un pantano anuncia una veta
de agua, la flor del hiblsco el fin del invierno. Todo el resto es mudo e Ínter
cambiable; árboles y piedras son solamente lo que son.
Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en
ella por calles llenas de enseñas que sobresalen de las paredes. El ojo no ve
cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican
la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guar­
dia, la ba!anza la verdulería. Estatuas-y escudos representan leones, delfi­
nes, torres, estrellas: signo de que algo -quién sabe qué- tiene por signo un
león o delfín o torre o estrella. Otras señales advierten sobre aquello que en
un lugar está prohibido -entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás
del quiosco, pescar con caña desde el puente- y lo que es licito -dar do
beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los padres
Desde la puerta de los templos se ven las estatuas de los dioses represont.i
dos cada uno con sus atributos: la cornucopia, la clepsidra, la medusa, por
los cuales el fiel puede reconocerlos y dirigirles las plegarias justas. Si un
edificio no tiene ninguna enseña o figura, su forma misma y el lugar qun
ocupa en el orden de la ciudad bastan para indicar su función: el palacio
real, la prisión, la casa de la moneda, la escuela pitagórica, el burdel, I (asta
las mercancías que los comerciantes exhiben en los mostradores valuó im
por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda bordada fiara la
frente quiere decir elegancia, el palaquín dorado poder, los volúmenes de
Averroes sapiencia, la ajorca para el tobillo voluptuosidad. La mirada recorre
las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes pensar, te
hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino
registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sus partes.
Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de sig­
nos, qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido.
Afuera se extiende la tierra vacía hasta el horizonte, se abre el cieio donde
corren las nubes. En las formas que el azar y el viento dan a las nubes el hombre
ya está entregado a reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante...

De I. Calvino, Las ciudades invisibles, Buenos Aires, Minotauro, 1988.

¿ S em iolo g ía o S e m ió tica ?

Como tan claramente lo muestra el fragmento de Italo Calvino, vivimos


inmersos en un universo de signos. Registramos (con los sentidos, especialmen­
te con la vista), reconocem os (establecem os analogías, recordamos experien­
cias). interpretamos, asignamos sentidos, etc., desde que nos levantamos hasta
que nos acostamos. Solos o acompañados. Desde que nacemos hasta que
morimos. No obstante, del mismo modo que no somos conscientes de nuestra
respiración, ignoramos que somos animales semiológicos. ¿O semióticos?
El primer problema que presenta nuestra disciplina reside en el término
que la designa. La palabra Semiología aparece en 1916 en el Coins... de Ferdinand
de Saussure como propuesta de una hipotética ciencia que debería estudiar el
funcionamiento de los sistemas de signos en la vida social, y por lo tanto, se
inscribe en el marco de la lingüística. Delimitar claramente su objeto y su méto­
do era el interés de Saussure. Semiótica, nombre que en los últimos años termi­
nó por imponerse, proviene del ámbito de la filosofía y tiene al lógico norte­
americano Charles Sanders Peirce como referente fundamental.
Durante los años sesenta un texto clásico de Roland Banhes, Elementos de
semiología, retomaba las parejas de conceptos saussureanos (Lengua/habla; sin-
cronía/diacronía; paradigma/sintagma; significante/significado (signo); etc.) como
instrumentos modélicos. Los textos literarios, la publicidad, la moda, la fotogra­
fía, el cine, etc., eran focalizados desde esos conceptos.
Entile Benveniste, en la misma década, volvía a interrogar la propuesta de
Saussure con el propósito de descubrir la especificidad de la lengua entre los
sistemas de signos. Semiología es, por lo tanto, la designación propia de la

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orientación lingüística en el ámbito europeo de influencia francesa, mientras
que el término semiótica, que se remonta hasta John Locke quien, recuperando
preocupaciones de los filósofos estoicos, es el primero que lo utiliza ya en el
siglo XVIII, es propio del ámbito anglosajón.
Esta diferencia de universos teóricos tiene consecuencias tanto en la deli­
mitación del objeto de estudio como en la metodología. En el eterno problema
de la relación entre el lenguaje y el mundo (sobreentendido en las ciencias huma­
nas), mientras la semiología no deja de enfocar prioritariamente el lenguaje al que
toma como modelo, la semiótica afirma la prioridad de! mundo. Dado que el
concepto de signo es fundante en ambas orientaciones, en la definición de dicho
concepto pueden focalizarse no sólo las diferencias sino los conflictos teóricos. En
1994, en su texto Semiótica y pragmática Hermán Parret sintetiza algunos.

El m od e lo lin g ü ístico

Ferdinand de Saussure (1857-1913): las oposiciones operativas

En 1916 aparece el texto fundante de la lingüística estructural. Se trata de una


reconstrucción de tres cursos dictados por el lingüista suizo en la Universidad de
Ginebra (1906-07, 1908-09 y 1909-10). La problemática fundamental de los cursos
era la delimitación de un objeto homogéneo para fundar a la lingüística como cien
cia positiva y establecer la metodología pertinente. Es en el deslinde entre la lengua
y el habla, la sincronía y la diacronía, la forma de la sustancia, etc., donde se presenta
una definición de signo inmanente al funcionamiento de la lengua como sistema. Li
lingüística saussureana establece los conceptos como diferenciales y relaciónales.

Signo, valor, relaciones

El signo lingüístico es una entidad psíquica que une dos términos: un


concepto y una imagen acústica. Estos dos elementos están intimamente
unidos y se reclaman recíprocamente. Para marcar esa relación y esa opo­
sición proponemos reemplazar “concepto'' e "imagen acústica" por signifi­
cado y significante, respectivamente.
Los signos lingüísticos Integran un sistema, que es la lengua, donde
todos los términos son solidarios y donde el valor de cada uno no resulta
más que de la presencia simultánea de los otros. Ya se considere el signifi­
cante, ya el significado, ¡a lengua no comporta ni ideas, ni sonidos pre­
existentes al sistema lingüístico, sino solamente diferencias conceptuales
y diferencias fónicas resultantes de ese sistema.

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No pudiendo captar directamente las unidades de la lengua, operamos
sobre las palabras. Estas dan una aproximación de aquéllas, que tiene la
ventaja de ser concreta.

El valor lingüístico considerado en su aspecto conceptual

Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas veci­
nas se limitan recíprocamente: recelar, temer, tener miedo, no tienen valor propio
más que por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus
concurrentes. Con las entidades gramaticales ocurre lo mismo. Así, el valor de un
plural español o francés no coincide del todo con el de un plural sánscrito ya que
éste posee tres números en lugar de dos: mis ojos, mis orejas, estarían en dual.
En todos estos casos, pues, sorprendemos, en lugar de ideas dadas de
antemano, valores que emanan del sistema. Cuando se dice que los valores
corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferen­
ciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por
sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más exacta caracterís­
tica es la de ser lo que los otros no son.

El valor lingüístico considerado en el plano del significante

Lo que Importa en la palabra no es el sonido en sí mismo, sino las


diferencias que permiten distinguir esas palabras de todas las demás, pues
ellas son las que llevan la significación.
Cada idioma compone sus palabras sobre la base de un conjunto de
elementos cuyo número está perfectamente determinado. Pero lo que los
caracteriza no es su cualidad propia y positiva sino simplemente el hecho
de que no se confunden unos con otros. Los fonemas son ante todo entida­
des opositivas, relativas y negativas.
Las letras también son entidades diferenciadas, pero de otro sistema
de signos, la escritura:
- el valor de las letras es puramente negativo y diferencial; asi una
persona puede escribir la t con variantes tales como To t; lo único esencial
es que ese signo no se confunda con el de la /, la d, etc.
- los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición
recíproca en el seno de un sistema definido, compuesto de un número deter­
minado de letras.
- el medio de producción del signo es totalmente indiferente, porque
no interesa al sistema. Escribamos las letras en blanco o en negro, en hueco
o en relieve, eso carece de importancia.

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Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que
diferencias. Siempre se encuentra este mismo equilibrio complejo de térmi­
nos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo, la lengua es
una forma y no una sustancia.

Relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas

En el discurso las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadena­


miento, relaciones fundadas en el carácter lineal del significante que exclu­
ye la posibilidad de pronunciar dos elementos a la vez. Los elementos se
alinean uno tras otro en la cadena del habla. Estas combinaciones que se
apoyan en la extensión se pueden llamar sintagmas. El sintagma se compo­
ne siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas: re-leer; contra to­
dos; la vida humana; si hace buen tiempo, saldremos.
Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo en
común se asocian en la memoria, y asi se forman los grupos en el seno de
los cuales reinan relaciones muy diversas. Así la palabra enseñanza hará
surgir inconscientemente en el espíritu un montón de otras palabras: o ense­
ñar o aprendizaje, educación o templanza, esperanza, etc. Llamaremos a
estas relaciones asociativas.
La conexión sintagmática es in presentía; se apoya en dos o más térmi­
nos igualmente presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión
asociativa une términos in absentia en una serie mnemónica virtual.
Mientras que un sintagma evoca en seguida la ¡dea de un orden de
sucesión y de un número determinado de elementos, los términos de una
familia asociativa no se presentan ni en número definido ni en un orden
determinado (salvo en el caso de algunas series asociativas, como los para­
digmas de la flexión, que tienen un número definido de elementos).

Adaptado de F. de Saussure, Curso de lingüistica general,


Buenos Aires, Losada, 1945 , 25 parte, cap. IV y V.

Desde este primer planteo de Saussure las dos relaciones sígnicas: en pre­
sencia o sintagmáticas y virtuales o paradigmáticas resultaron de una gran pro­
ductividad teórica. Así son explicadas en el Diccionario enciclopédico de las
ciencias del lenguaje, de Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov, que, en 1972,
presenta una puesta al día de las múltiples teorizaciones sobre los signos y el
lenguaje.

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Sintagma y paradigma

Sintagma. Casi no hay enunciado, en una lengua, que no se presente


como la asociación de varias unidades (sucesivas o simultáneas), suscepti­
bles de aparecer también en otros enunciados. En el sentido amplio de la
palabra sintagma, el enunciado E contiene el sintagma uv, sólo si uy vson dos
unidades, no necesariamente, mínimas, que aparecen una y otra en E. Ade­
más se dirá que hay una relación sintagmática entre u y v(o entre las clases
de unidades X e >0 sí se puede formular una regla general que determine las
condiciones de aparición, en los enunciados de la lengua, de sintagmas uv (o
de sintagmas constituidos por un elemento de X y un elemento de Y). De allí un
segundo sentido, más estrecho, de la palabra sintagma (es el sentido más
utilizado y el que se empleará aqui) u y v forman un sintagma en E no sólo si
ambos están presentes en E, sino también cuando se conoce o se cree poder
descubrir una relación sintagmática condicionante de esta copresencia Saus­
sure, sob'e todo, insistió en la dependencia del sintagma con respecto a la
relación sintagmática. Para él puede describirse el verbo "deshacer" como un
sintagma que comprende los dos elementos “des" y "hacer" porque en espa­
ñol existe un “tipo sintagmático" latente, manifestado también por los verbos
des-cubrir , “des-colgar", "des-tapar", etc. De no ser así, no habría ningún
motivo para analizar "des-hacer" en dos unidades (Curso..., 2Sparte, cap. VI,
?). El habla se desarrolla en el tiempo. Ahora bien, el tiempo puede represen­
tarse como un espacio unidimensional, como una línea: a cada instante se
hace corresponder un punto y al orden de aparición de los instantes, el orden
de yuxtaposición de los puntos. De allí la idea de que el orden de aparición de
los elementos del discurso (que es el objeto del estudio sintagmático) puede
también representarse mediante una línea (o, dado el carácter discontinuo
del discurso, por una línea de puntos). Saussure formula el principio (1s parte,
cap. I, 3) de que esta representación no sólo es posible (al menos en lo que
concierne a los significantes), sino que también debe ser la base de la des­
cripción lingüística. Dos consecuencias resultan de esto:
a) El lingüista no reconce otro orden que el de sucesión; los elementos
que serían simultáneos (los diversos constituyentes fonéticos de un mismo
fonema, o los rasgos semánticos de una palabra) se funden en un solo punto
de la representación lineal. Por consiguiente, carece de interés la búsqueda
de regularidades en su aparición (o de las condiciones en que un rasgo
determinado se combina con otro) y no se considerará la coexistencia de
dos rasgos simultáneos como la constitución de un sintagma. (Así, Martinet
rechaza el estudio sintagmático de los rasgos distintivos de los fonemas,
estudio que, por el contrario, preconiza Jakobson.)

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b) Describir la manera en que diferentes elementos se combinan, es
decir únicamente qué lugares respectivos pueden ocupar en el encadena­
miento lineal del discurso. Asi, para un distribucionalista el estudio sintag­
mático de un elemento es la indicación de los diferentes entornos de que es
susceptible, es decir, de los elementos que pueden seguirlo y precederlo.
Por lo tanto, describir un sintagma es decir no sólo qué unidades lo constitu­
yen, sino también en qué orden de sucesión y -si no son contiguas- a qué
distancia se encuentran unas de otras. Para la glosemática, en cambio, que
no ve en el orden lineal más que una manifestación sustancial y contingen­
te, independiente de la forma lingüística misma, la sintagmática será mucho
más abstracta: sólo se interesará en las condiciones de co-ocurrenc¡a de
las unidades -independientemente de su disposición lineal. Lo cual impone
una nueva formulación de la relación sintagmática. Como casi toda unidad
puede coexistir con toda unidad en el interior de un enunciado, habrá que
especificar de modo más preciso el marco de la coexistencia y enunciar
reglas como u puede (o no puede) coexistir con v en una unidad más vasta
del tipo X. De donde resulta que para describir un sintagma particular deberá
decirse no sólo qué unidades lo constituyen, sino también en el interior de
qué unidad se encuentra.

Paradigma. En sentido amplio, se llama paradigma toda clase de ele­


mentos lingüísticos, sea cual fuere el principio que lleva a reunir esas unida­
des. En este sentido se considerarán como paradigm as los grupos
asociativos de que habla Saussure (23 parte, cap. V, 3), cuyos elementos no
están ligados sino por asociaciones de ideas. Asimismo, Jakobson parece
basar a veces la relación paradigmática en la simple similaridad, en esa
"asociación por semejanza" de que hablaba la psicología asociacionista
(que, como Jakobson, incluía en eila la asociación por contraste). Frente a
la multitud de criterios divergentes sobre los cuales podría basarse la noción
de tales paradigmas, muchos lingüistas modernos procuraron definir un prin­
cipio de clasificación que esté ligado únicamente a la función de las unida­
des en el interior de la lengua. Puesto que las relaciones sintagmáticas
parecen, en gran medida, especificas de cada lengua particular, se propuso
fundamentar sobre ellas los paradigmas lingüísticos: en este sentido, estre­
cho, dos unidades u y u ' pertenecen a un mismo paradigma si -y únicamente
si- son susceptibles de reemplazarse mutuamente en un mismo sintagma.
En otros términos, si existen dos sintagmas vuwy vu'w. De allí la imagen
de dos líneas secantes: la horizontal representa el orden sintagmático de las
unidades; la vertical, el paradigma de u, es decir, el conjunto de las unida­
des que habrían podido aparecer en su lugar.

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Para Jakobson, la interpretación de toda unidad lingüistica pone en
marcha en cada instante dos mecanismos intelectuales independientes:
comparación con las unidades semejantes (= que podrían por consiguiente
reemplazarla, que pertenecen al mismo paradigma), relación con las unida­
des coexistentes (= que pertenecen al mismo sintagma). De este modo, el
sentido de una palabra está determinado a la vez por la influencia de las que
la rodean en el discurso, y por el recuerdo de las que podrían haber ocurrido
en su lugar. Jakobson ve la prueba de que los dos mecanismos son indepen­
dientes en las perturbaciones del lenguaje, que podrían repartirse en dos
categorías: imposibilidad de relacionar los elementos entre sí, de constituir
sintagmas (el enunciado es una serie discontinua), imposibilidad de relacio­
nar los elementos utilizados con otros elementos de su paradigma (los enun­
ciados ya no se refieren a un código). Esta dualidad es para Jakobson de
una gran generalidad. Constituiría la base de las figuras retóricas más em­
pleadas por el “lenguaje literario’’; la metáfora (un objeto es designado por el
nombre de un objeto semejante) y la metonimia (un objeto es designado por
el nombre de un objeto que está asociado en él en la experiencia) proven­
drían respectivamente de la Interpretación paradigmática y de la sintagmática,
a tal punto que a veces Jakobson considera sinónimos sintagmática y
metonímica, paradigmática y metafórica.
Los textos esenciales están en el Curso de lingüística general, de F. de
Saussure, Buenos Aires, Losada, 1945, especialmente en los capítulos V y VI.
N.B.: Saussure no emplea el término "paradigma"; habla de relaciones
y de grupos “asociativos".'

La semiología

No.es del todo seguro que en la vida social de nuestro tiempo existan,
además del lenguaje humano, otros sistemas de signos de relativa amplitud.
Hasta ahora la semiología no trató más que códigos de un interés irrisorio,
como el código de tránsito; en cuanto pasamos a conjuntos dotados de una
verdadera profundidad sociológica volvemos a encontrar el lenguaje. Es
cierto que objetos, imágenes, conductas, pueden significar, y de hecho sig­
nifican abundantemente, pero nunca en forma autónoma: todo sistema se-
miológico se mezcla con el lenguaje. La sustancia visual, por ejemplo, con-

1 O. Ducrot y T. Todorov, Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje, México,


Siglo XXI, 1974.

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firma sus significaciones reforzándose mediante un mensaje lingüístico (es
el caso del cine, de la publicidad, de las historietas, de la fotografía periodís­
tica, etc.), de modo que por lo menos una parte del mensaje ¡cónico se
encuentra en una relación estructural de redundancia o de relevo respecto
del sistema de la lengua. En cuanto a los conjuntos de objetos (vestidos,
alimentación, etc.) sólo adquieren la categoría de sistemas al pasar por el
relevo de la lengua, que deslinda significantes (bajo la forma de nomencla­
turas) y nombra sus significados (bajo la forma de usos y razones): somos,
más que antes y pese a la invasión de imágenes una civilización de la
escritura. Finalmente, de un modo más general, parece cada vez más difícil
concebir un sistema de imágenes u objetos cuyos significados puedan exis­
tir fuera del lenguaje; percibir lo que una sustancia significa es, necesaria­
mente, recurrir a la segmentación de la lengua: el sentido no puede ser más
que nombrado, y el mundo de los significados no es más que el del lenguaje.
De esta forma, y aunque trabaje al comienzo con sustancias no lingüis­
ticas, tarde o temprano, el semiólogo de las sociedades contemporáneas
(para atenernos al campo de las comunicaciones de masa) está destinado a
encontrar en su camino al lenguaje (al verdadero), no sólo a título de mode­
lo, sino también a título de componente, de relevo o de significado. Sin em­
bargo, este lenguaje no es del todo el de los lingüistas: es un lenguaje
secundario cuyas unidades no son más los monemas o los fonemas, sino
fragmentos más extensos del discurso que remiten al objeto o episodios que
significan por debajo del lenguaje, pero nunca sin él. De este modo, la
semiología está quizás destinada a absorberse en una trans-lingüistica, cuya
materia será ora el mito, el relato, el artículo periodístico, en una palabra,
todos los conjuntos significantes cuya materia prima es el lenguaje articula­
do; ora los objetos de nuestra civilización, en la medida en que son hablados
(a través de la prensa, el catálogo, el reportaje, la conversación y quizás el
lenguaje interior mismo, de orden fantasmático). En suma, es necesario ad­
mitir desde ahora la posibilidad de invertir algún día la proposición de Saus-
sure: la lingüística no es una parte, ni siquiera privilegiada, de la ciencia
general de los signos, es la semiología la que constituye una parte de la
lingüistica: precisamente esa parte que se haría cargo de las grandes unida­
des significantes del discurso. De este modo podría volverse aparente la
unidad de las investigaciones que se realizan actualmente en antropología,
en sociología, en psicoanálisis y en estilística alrededor del concepto de
significación.
Aunque cada investigador se encuentre frente a dificultades particula­
res, este porvenir de la semiología se dibuja ya a través de dos líneas de
investigación que sólo pueden encontrar su unidad en el seno de esta lingüís-

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tica secundaria que acabamos de mencionar. Una, de orden sintagmático, es
el análisis estructural del mensaje narrativo; la otra, de orden paradigmático,
es la clasificación de las unidades de connotación: el mensaje (obra u obje­
to) se encuentra siempre en el punto de intersección de esos dos grandes
ejes, ya señalados por Saussure.

Adaptado de R. Barthes, “Presentación" a La semiología, Buenos


Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970.

Emile Benveniste, conocedor de las propuestas de Peirce pero considerán­


dolas insuficientes para ubicar a la lengua en un lugar privilegiado entre los
sistemas de signos, a partir de las propuestas del Cours..., explica las razones
para tomarla com o modelo. Benveniste considera a la lengua en su dimensión
scmiológica com o englobante de la sociedad. Acá puede notarse una de las
tantas disputas entre disciplinas. En esos años la sociología polemizaba, desde el
modelo murxista, con el estructuralismo antropológico de orientación lingüística.
Eran los años en que también a la historia se le hacía inevitable considerar su
propia discursividad. Al mismo tiempo se estaban desarrollando las teorizaciones
de los lilósofos del lenguaje ordinario. Vista en perspectiva esa conciencia de la
mediación ineludible de la lengua y la discursividad como dimensión constituti­
va en el ámbito de las ciencias hum anas se sintetizó como “el giro lingüístico”.

Semiología de la lengua

La semiología tendrá mucho que hacer sólo


para ver dónde acaba su dominio.

F. de Saussure

Desde que aquellos dos genios antitéticos que fueron Peirce y Saussu­
re concibieron, desconociéndose por completo y más o menos al mismo
tiempo, la posibilidad de una ciencia de los signos, y laboraron para
instaurarla, surgió un gran problema, que aún no ha recibido forma precisa
y ni siquiera ha sido planteado con claridad en la confusión que impera en
este campo: ¿cuál es el puesto de la lengua entre los sistemas de signos?
Peirce, volviendo con la forma semeiotlcs a la denominación que John

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Locke aplicaba a una ciencia de los signos y de las significaciones a partir
de la lógica concebida, por su parte, como ciencia del lenguaje, se dedicó
toda la vida a la elaboración de este concepto. Una masa enorme de notas
atestigua su esfuerzo obstinado de analizar en el marco semiótico las nocio­
nes lógicas, matemáticas, físicas, y hasta psicológicas y religiosas. Llevada
adelante durante una vida entera, esta reflexión se construyó un aparato
cada vez más complejo de definiciones destinadas a distribuir la totalidad
de lo real, de lo concebido y de lo vivido en los diferentes órdenes de signos.
Para construir este “álgebra universal de las relaciones".
En lo que concierne a la lengua, Peirce no formula nada preciso ni
especifico. Para él la lengua está en todas partes y en ninguna. Jamás se
interesó por el funcionamiento de la lengua, si es que llegó a prestarle aten­
ción. Para él la lengua se reduce a las palabras, que son por cierto signos,
pero no participan de una categoría distinta o siquiera de una especie cons­
tante. Las palabras pertenecen, en su mayoría, a los "símbolos"; algunas
son ‘'indicios'', por ejemplo los pronombres demostrativos, y a este título son
clasificadas con los gestos correspondientes, así el gesto de señalar. Así
que Peirce no tiene para nada en cuenta el hecho de que semejante gesto sea
universalmente comprendido, en tanto que el demostrativo forma parte de un
sistema particular de signos orales, la lengua, y de un sistema particular do
lengua, el idioma. Además, la misma palabra puede aparecer en distintas
variedades de “signo": como qualisign, como sinsign, como /egisign. No se
ve. pues, cuál sería la utilidad operativa de semejantes distinciones ni en qué
ayudarían al lingüista a construir la semiología de la lengua como sistema.
Es aquí donde Saussure se presenta, de plano, tanto en la metodología
como en la práctica, en el polo opuesto de Peirce. En Saussure la reflexión
procede a partir de la lengua y la toma como objeto exclusivo La lengua es
considerada en sí misma, a la lingüistica se le asigna una triple tarea
1) Describir en sincronía y diacronía todas las lenguas conocidas. 2)
deslindar las leyes generales que actúan en las lenguas; 3) delimitarse y
definirse a sí misma.
Programa en el cual no se ha observado que, bajo sus aires racionales,
trasunta algo raro, que constituye precisamente su fuerza y su audacia La
lingüística tendrá pues por objeto, en terce' lugar, definirse a si misma. Esta
tarea, si se acepta comprenderla plenamente, absorbe a las otras dos, y en
un sentido, las destruye. ¿Como puede la lingüística delimitarse y definirse a
sí misma, si no es delimitando y definiendo su objeto propio, la lengua? Pero,
¿puede entonces desempeñar sus otras dos tareas, designadas como las
dos primeras que le incumbe ejecutar, la descripción y la historia de las
lenguas? ¿Cómo podría la lingüística buscar las fuerzas que intervienen de
manera permanente y universal en todas las lenguas y deslindar las leyes
generales a las que pueden reducirse todos los fenómenos particulares de
la historia, si no se ha empezado por definir los poderes y los recursos de la
lingüistica, es decir, cómo capta el lenguaje, y asi la naturaleza y los carac­
teres propios de esta entidad que es la lengua? Todo se interrelac'ona en
esta exigencia y el lingüista no puede mantener una de sus tareas aparte de
las demás ni asumir ninguna hasta el fin si no tiene por principio de cuentas
conciencia de la singularidad de la lengua entre todos los objetos de la cien­
cia. En esta toma de conciencia reside la condición previa a todo otro itinera­
rio activo y cognitivo de la lingüística, y lejos de estar en el mismo plano que
las otras dos y de suponerlas cumplidas, esta tercera tarea -"delimitarse y
definirse a sí misma"-, da a la lingüística la misión de trascenderlas hasta el
punto de suspender su consumación por mor de su consumación propia.
Ahí está la gran novedad del programa saussuriano. La lectura del Cours...
confirma fácilmente que para Saussure una lingüística sólo es posible con
esta condición: conocerse al fin descubriendo su objeto.
Todo procede entonces de esta pregunta: "¿Cuál es el objeto a la vez
íntegro y concreto de la lingüística?", y la primera misión aspira a echar por
tierra todas las respuestas anteriores: "de cualquier lado que se mire la
cuestión, en ninguna parte se nos ofrece entero el objeto de la lingüística".
Desbrozado así el terreno, Saussure plantea la primera exigencia metódica:
hay que separar la lengua del lenguaje. ¿Por qué? Meditemos las pocas
lineas en donde se deslizan, furtivos, los conceptos esenciales:
Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a
caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíqui­
co, pertenece además al dominio individual y al dominio social, no
se deja clasificar en ninguna de las categorías de los hechos
humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.
La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de
clasificación. En cuanto le damos el primer lugar entre los hechos
de lenguaje, introducimos un orden natural en un conjunto que no
se presta a ninguna otra clasificación".
La preocupación de Saussure es descubrir el principio de unidad que
domina la multiplicidad de los aspectos con que nos aparece el lenguaje. Sólo
este principio permitirá clasificar los hechos de lenguaje entre los hechos hu­
manos, La reducción del lenguaje a la lengua satisface esta doble condición:
permite plantear la lengua como principio de unidad, y a la vez, encontrar el
lugar de la lengua entre los hechos humanos. Principio de la unidad, principio
de clasificación -aquí están introducidos los dos conceptos que por su parte
introducirán la semiología. No es cosa de decidir si la lingüística está más cerca

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de la psicología o de la sociología, ni de hallarle un lugar en el seno de las
disciplinas existentes. El problema es planteado en otro nivel, y en términos que
crean sus propios conceptos. La lingüística forma parte de una ciencia que no
existe todavía, que se ocupará de los demás sistemas del mismo orden en el
otro nivel y en términos que crean sus propios conceptos. La lingüística forma
parte de una ciencia que no existe todavía, que se ocupará de los demás
sistemas del mismo orden en el conjunto de los hechos humanos, la semiolo­
gía. Hay que citar la página que enuncia y sitúa esta relación:
“La lengua es un sistema de signos que expresan ¡deas, y por
eso comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomundos, a
los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales milita­
res, etc. Sólo que es el más importante de todos esos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los
signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la
psicología social, y por consiguiente de la psicología general.
Nosotros la llamaremos semiología (del griego semeion 'signo').
Ella nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las
leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se
puede decir qué es lo que ella sería: pero tiene derecho a la
existencia, y su lugar está determinado de antemano. La lingüís­
tica no es más que una parte de esta ciencia general. Las leyes
que la semiología descubra serán aplicables a la lingüística, y
así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien
definido en el conjunto de los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología:
tarea del lingüista es definir qué es lo que hace de la lengua un
sistema especial en el conjunto de los hechos semiológicos. Más
adelante volveremos sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos en
esto: si por vez primera hemos podido asignar a la lingüística un
puesto entre las ciencias es por haberla incluido en la semiología".

Los fundamentos de la semiología: sistemas de signos, relaciones, significancia

¿Dónde halla la lengua su unidad y el principio de su funcionamiento?


En su carácter semiótico. Por él se define su naturaleza, por él también se
integra a un conjunto de sistemas del mismo carácter.

2. Los títulos que, a partir del que sigue, segmentan el texto de Emile Benveniste, no lo
corresponden sino que se agregan para subrayar la lectura.

23
Para Saussure, a diferencia de Peirce, el signo es ante iodo una noción
lingüistica, que más ampliamente se extiende a ciertos órdenes de hechos
humanos y sociales. A eso se circunscribe su dominio. Pero este dominio
comprende, a más de la lengua, sistemas homólogos al de ella. Saussure
cita algunos. Todos tienen las características de ser sistemas de signos. La
lengua es sólo el más importante de esos sistemas. ¿El más importante vistas
las cosas desde dónde? ¿Sencillamente por ocupar más lugar en la vida
social que no importa cual otro sistema? Nada permite decidir.
El pensamiento de Saussjre, muy afirmativo a propósito de la relación
entre la lengua y los sistemas de signos, es menos claro acerca de la rela­
ción entre la lingüística y la semiología, ciencia de los sistemas de signos.
Volviendo a este gran problema en el punto en que Saussure lo dejó,
desearíamos insistir ante todo en la necesidad de un esfuerzo previo de
clasificación, si se quiere promover el análisis y afianzar los fundamentos
de la semiología.
Nada diremos aquí de la escritura, reservamos para un examen particular
ese problema difícil. Los ritos simpolicos, las formas de cortesía, ¿son sistemas
autónomos? ¿De veras es posible ponerlos en el mismo plano que la lengua?
Sólo mantienen una relación semiológíca por mediación de un discurso: el
''mito" que acompaña al “rito"; el “protocolo" que rige las formas de cortesía.
Estos signos, para nacer y establecerse como sistema, suponen la lengua,
que los produce e interpreta. De modo que son de un orden distinto, en una
jerarquía por definir. Se entrevé ya que, no menos que los sistemas de signos,
las relaciones entre dichos sistemas constituirán el objeto de la semiología
Es tiempo de abandonar las generalidades y de abordar por fin el pro­
blema central de la semiología, el estatuto de la lengua entre los sistemas de
signos. Nada podrá ser asegurado en teoría m ientas no se haya aclarado la
noción y el valor del signo en los conjuntos donde ya se lo puede estudiar
Opinamos que este examen debe comenzar por los sistemas no lingüísticos.

El papel del signo es representar, ocupar el puesto de otra cosa, evo­


cándola a título de sustituto. Toda definición más precisa, que distinguiría en
particular diversas variedades de signos, supone una reflexión sobre el princi­
pio de una ciencia de los signos, de una semiología, y un esfuerzo para elabo­
rarla. La más mínima atención a nuestro comportamiento, a las condiciones
de la vida intelectual y social, de la vida de relación, de los nexos de produc­
ción y de intercambio, nos muestra que utilizamos a la vez y a cada instante
varios sistemas de signos: primero los signos del lenguaje, que son aquéllos
cuya adquisición empieza antes, al iniciarse la vida consciente; los signos de
la escritura; los "signos de cortesía”, de reconocimiento, de adhesión, en

24
todas sus variedades y jerarquías, los signos reguladores de los movimientos
de vehículos; los “signos exteriores" que indican condiciones sociales; los
“signos monetarios", valores e índices de la vida económica; los signos de los
cultos, ritos, creencias; los signos del arte en sus variedades (música, imáge­
nes; reproducciones plásticas) -en una palabra, y sin ir más allá de la verifica­
ción empírica, está claro que nuestra vida entera está presa en redes de signos
que nos condicionan al punto de que no podría suprimirse una sola sin poner en
peligro el equilibrio de la sociedad y del individuo. Estos signos parecen
engendrarse y multiplicarse en virtud de una necesidad interna, que en apa­
riencia responde también a una necesidad de nuestra organización mental.
Entre tantas y tan diversas maneras que tienen de configurarse los signos,
¿qué principio introducir que ordene las relaciones y delimite los conjuntos?
El carácter común a todos los sistemas y el criterio de su pertenencia a
la semiología es su propiedad de significar o significancia y su com posi­
ción en unidades de significancia o signos. Es cosa ahora de escribir sus
caracteres distintivos.
Un sistema semiológico se caracteriza:
1) por su modo de operación,
2) por su dominio de validez,
3) por la naturaleza y el número de sus signos,
4) por su tipo de funcionamiento.
Cada uno de estos rasgos comprende cierto número de variedades
El modo de operación es la manera como el sistema actúa, especial­
mente el sentido (vista, oido, etc.) al que se dirige.
El dominio de validez es aquél donde se impone el sistema y debe ser
reconocido u obedecido.
La naturaleza y el número de los signos son función de las condiciones
mencionadas.
El tipo de funcionamiento es la relación que une los signos y les otorga
función distintiva.
Ensayemos esta definición en un sistema de nivel elemental: el sistema
de luces del tráfico:
Su modo de operación es visual, generalmente diurno y a cielo abierto.
Su dominio de validez es el desplazamiento de vehículos por caminos.
Sus signos están constituidos por la oposición cromática verde-rojo (a
veces con una fase intermedia, amarilla, de simple transición), por tanto un
sistema binario.
Su tipo de funcionamiento es una relación de alternancia (jamás de
simultaneidad) verde/rojo, que significa camino abierto/camino cerrado, o
en forma prescriptiva “goTstop".

25
Este sistema es susceptible de extensión o de transferencia, pero solo
en una, nada más, de estas cuatro condiciones: el dominio de validez. Pue­
de ser aplicado a la navegación fluvial, el balizamiento de los canales, de
las pistas de aviación, etc., a condición de conservar la misma oposición
cromática, con la misma significación. La naturaleza de los signos no puede
ser modificada sino temporalmente y por razones de oportunidad.
Los caracteres reunidos en esta definición constituyen dos grupos: los
dos primeros, relativos al modo de operación y al dominio de validez, sumi­
nistran las condiciones externas, empíricas, del sistema: los últimos, relati­
vos a los signos y a su tipo de funcionamiento, indican las condiciones
internas, sem ióticas. Las dos primeras admiten ciertas variaciones o
acomodaciones, los otros dos no. Esta forma estructural dibuja un modelo
canónico de sistema binario que reaparece, por ejemplo, en los modos de
votación, con bolas blancas o negras, levantándose o sentándose, etc., y en
todas las circunstancias en que la alternativa pudiera ser (pero no es) enun­
ciada en términos lingüísticos como sí/no.
Los sistemas de signos ¿son entonces otros tantos mundos cerrados,
sin que haya entre ellos más que un nexo de coexistencia acaso fortuito?
Formularemos una exigencia metódica más. Es preciso que ¡a relación plan­
teada entre sistemas semióticos sea por su parte de naturaleza semiótica
Será determinada ante todo por la acción de un mismo medio cultural, que
de una manera o de otra produce y nutre todos los sistemas que le son
propios. He aquí otro nexo externo, que no implica necesariamente una
relación de coherencia entre los sistemas particulares. Hay otra condición:
se trata de determinar si un sistema semiótico dado puede ser interpretado
por sí mismo o si necesita recibir su interpretación de otro sistema. La rela­
ción semiótica entre sistemas se enunciará entonces como un nexo entre
sistema interpretante y sistema interpretado. Es la que poseemos en gran
escala entre los signos de la lengua y los de la sociedad: los signos de la
sociedad pueden ser íntegramente interpretados por los de la lengua, no a la
inversa. De suerte que la lengua será el interpretante de la sociedad.

La lengua: interpretante de la sociedad

Podemos ya inferir de esto que los subsistemas semióticos interiores a


la sociedad serán lógicamente los interpretados de la lengua, puesto que la
sociedad los contiene y que la sociedad es el interpretado de la lengua. Se
advierte ya en esta relación una disimetría fundamental, y puede uno remon­
tarse a la causa primera de esta no reversibilidad: es que la lengua ocupa

26
una situación particular en el universo de los sistemas de signos. Si conve­
nimos en designar por S el conjunto de estos sistemas y por L la lengua, la
conversión siempre sigue el sentido S - L, nunca el inverso. Aquí tenemos un
principio general de jerarquía, propio para ser introducido en la clasifica­
ción de los sistemas semióticos y que servirá para construir una teoría
semiológica. Todo sistema semiótico que descanse en signos tiene por fuer­
za que incluir: 1) un repertorio finito de signos-, 2) reglas de disposición que
gobiernan sus figuras; 3) independientemente de la naturaleza y del número
de los discursos que el sistema permita producir. Ninguna de las artes plásti­
cas consideradas en su conjunto parece reproducir semejante modelo. Cuan­
do mucho pudiera encontrarse alguna aproximación en la obra de tal o cual
artista; entonces no se trataría de condiciones generales y constantes, sino de
una característica individual, lo cual una vez más nos alejaría de la lengua.
Se diría que la noción de unidad reside en el centro de la problemática
que nos ocupa y que ninguna teoría seria pudiera constituirse olvidando o
esquivando la cuestión de la unidad, pues todo sistema significante debe
definirse por su modo de significación. De modo que un sistema así debe
designar las unidades que hace intervenir para producir el “sentido" y espe­
cificar la naturaleza del “sentido" producido.
Se plantean entonces dos cuestiones:
1) ¿Pueden reducirse a unidades todos los sistemas semióticos?
2) Estas unidades, en los sistemas donde existen, ¿son signos?
La unidad y el signo deben ser tenidos por características distintas. El
signo es necesariamente una unidad, pero la unidad puede no ser un signo.
Cuando menos de esto estamos seguros: la lengua está hecha de unidades y
esas unidades son signos. ¿Qué pasa con los demás sistemas semiológicos?
Consideramos primero el funcionamiento de los sistemas llamados
artísticos, los de la imagen y del sonido, prescindiendo deliberadamente
de su función estética. La “lengua" musical consiste en combinaciones y
sucesiones de sonidos, diversamente articulados; la unidad elemental, el
sonido, no es un signo; cada sonido es identificable en la estructura esca­
lar de la que depende, ninguno está provisto de significancia. He aquí el
ejemplo típico de unidades que no son signos, que no designan, por ser
solamente los grados de una escala cuya extensión es fijada arbitraria­
mente. Estamos ante un principio discriminador: los sistemas fundados en
unidades se reparten entre sistemas de unidades significantes y sistemas
de unidades no significantes. En la primera categoría pondremos la lengua;
en la segunda, la música.
En las artes de la figuración (pintura, dibujo, escultura) de imágenes
fijas o móviles, es la existencia misma de unidades lo que se toma tema de

27
discusión. ¿De qué naturaleza serían? Si se trata de colores, se reconoce
que componen también una escala cuyos peldaños principales están Iden­
tificados por sus nombres. Son designados, no designan; no remiten a nada,
no sugieren nada de manera unívoca. El artista los escoge, los amalgama,
los dispone a su gusto en el lienzo, y es sólo en la composición donde se
organizan y adquieren, técnicamente hablando, una "significación", por la
selección y ¡a disposición. El artista crea asi su propia semiótica: instituye
sus oposiciones en rasgos que él mismo hace significantes en su orden. De
suerte que no recibe un repertorio de signos, reconocidos tales, y tampoco
establece ninguno. El color, un material, trae consigo una variedad ilimitada
de matices que pasan uno a otro y ninguno de los cuales hallará equivalen­
cia con el “signo" lingüístico.
En cuanto a las artes de la figura, ya participan de otro nivel, el de la
representación, donde rasgo, color, movimientos, se combinan y entran en
conjuntos gobernados por necesidades propias. Son sistemas distintos de
gran complejidad, donde las definición, del signo no se precisará sino con el
desenvolvimiento de una semiología todavía indecisa.
Las relaciones significantes del "lenguaje" artístico hay que descubrir­
ás dentro de una composición. El arte no es nunca aquí más que una obra
ae arte particular, donde el artista instaura libremente oposiciones y valores
con los que juega con plena soberanía, sin tener “respuesta" que esperar,
no contradicción que eliminar, sino solamente una visión que expresar, se­
gún criterios, conscientes o no, de los que la composición entera da testimo­
nio y convierte en manifestación.
O sea que se pueden distinguir los sistemas en que la significancia
está impresa por el autor en la obra y los sistemas donde la significancia es
expresada por los elementos primeros en estado aislado, independiente­
mente de los enlaces que puedan contraer. En los primeros, la significancia
se desprende de las relaciones que organizan un mundo cerrado, en los
segundos, es inherente a los signos mismos. La significancia del arte no
remite nunca, pues, a una convención idénticamente heredada entre copar­
tícipes. Cada vez hay que descubrir sus términos, que son ilimitados en núme­
ro, imprevisibles en naturaleza, y así por reinventar en caca obra-en una
palabra, ineptos para fijarse en una institución. La significancia de la len­
gua, por el contrario, es la significancia misma, que funda la posibilidad de
todo intercambio y de toda comunicación, y desde ahí de toda cultura.
Toda semiología de un sistema lingüístico tiene que recurrir a la media­
ción de la lengua, y así no puede existir más que por la semiología de la
lengua y en ella. El que la lengua sea aquí instrumento y no objeto de análi­
sis, no altera nada de la situación, que gobierna todas las relaciones

28
semióticas; la lengua es el interpretante de todos los demás sistemas, lin­
güísticos y no lingüísticos.

R elaciones entre sistem as sem ióticos; engendram iento, hom ología,


¡nterpretancia

Debemos precisar aquí la naturaleza y las posibilidades de las relacio­


nes entre sistemas semióticos. Establecemos tres tipos de relaciones
1) Un sistema puede engendrar otro. La lengua usual engendra la for-
malización lógica-matemática; la escritura ordinaria engendra la escritura
estenográfica, el alfabeto normal engendra el alfabeto Braille. Esta relación
de engendramiento vale entre dos sistemas distintos y contemporáneos,
pero de igual naturaleza, el segundo de los cuales está construido a partir
del primero y desempeña una función específica. Hay que distinguir cuida­
dosamente esta relación de engendramiento de la relación de derivación,
que supone evolución y transición histórica. Entre la escritura jeroglifica y la
escritura demótica hay derivación, no engendramiento. La historia de los
sistemas de escritura proporciona más de un ejemplo de derivación.
2) El segundo tipo de relación es la relación de homología, que estable­
ce una correlación entre las partes de dos sistemas semióticos. A diferencia
de la precedente, esta relación no es verificada, sino instaurada en virtud de
conexiones que se descubren o establecen entre dos sistemas distintos. La
naturaleza de la homología puede variar, intuitiva o razonada, sustancial o
estructural, conceptual o poética. "Los perfumes, los colores y los sonidos
se responden." Estas “correspondencias" sólo son de Baudelaire, organizan
su universo poético y la imaginería que lo refleja. De naturaleza más intelec­
tual es la homología que ve Panofsky entre la arquitectura gótica y el pensa­
miento escolástico. También se ha señalado la homología entre la escritura y
el gesto ritual en China. Dos estructuras lingüísticas de índole diferente pue­
den revelar homologías parciales o dilatadas. Todo depende del modo como
se planteen los dos sistemas, de los parámetros que se empleen, de los cam­
pos donde se opere. Según el caso, la homología instaurada servirá de princi­
pio unificador entre dos dominios y se limitará a ese papel funcional, o crea­
rá una nueva especie de valores semióticos. Nada garantiza por adelantado
la validez de esta relación, nada limita su extensión.
3) La tercera relación entre sistemas semióticos será denomidada rela­
ción de interpretancia. Designamos así la que instituimos entre un sistema
interpretante y un sistema interpretado. Desde el punto de vista de la lengua,
es la relación fundamental, la que reparte los sistemas en sistemas que se

29
articulan, porque manifiestan su propia semiótica, y sistemas que son articu­
lados y cuya semiótica no aparece sino a través de la reja de otro modo de
expresión. Se puede así introducir y justificar el principio de que la lengua es
el interpretante de todos los sistemas semióticos. Ningún sistema dispone
de una “lengua" en la que pueda categorizarse e interpretarse según sus
distinciones sem ióticas, mientras que la lengua puede, en principio,
categorizar e interpretar todo, incluso ella misma.
Se ve aquí cómo la relación semiológica se distingue de toda otra, y
en particular de la relación sociológica. Si se interroga, por ejemplo, a
propósito de la situación respectiva de la lengua y de la sociedad -tema de
debates incesantes- y acerca de su modo de dependencia mutua, el so­
ciólogo, y probablemente quienquiera enfoque la cuestión en términos
dimensionales, observará que la lengua funciona dentro de la sociedad,
que la engloba; decidirá pues que la sociedad es el todo, y la lengua es la
parte. Pero la consideración semiológica invierte la relación, ya que sólo la
lengua permite la sociedad. La lengua constituye lo que mantiene juntos a
los hombres, el fundamento de todas las relaciones que a su vez fundan la
sociedad. Podrá decirse entonces que es la lengua la que contiene la
sociedad. Así la relación de interpretancia, que es semiótica, va al revés
que la relación de encajonamiento, que es sociológica. Esta, objetivando
la dependencia externa, rectifica parejamente lengua y sociedad, en tanto
que aquélla las pone en dependencia mutua según su capacidad de
semiotización.

¿Por qué la lengua se constituye en modelo de la semiología? Doble


significancia: semiótica y semántica

La lengua nos ofrece el único modelo de un sistema que sea semiótico


a la vez en su estructura formal y en su funcionamiento:
1) Se manifiesta por la enunciación, que alude a una situación dada;
hablar es simpre hablar de.
2) Consiste formalmente en unidades distintas, cada una de las cuales
es un signo.
3) Es producida y recibida en los mismos valores de referencia entre
todos los miembros de una comunidad.
4) Es la única actualización de la comunicación intersubjetiva.
Por estas razones, la lengua es la organización semiótica por excelen­
cia. Da la idea de lo que es una función de signo, y es la única que ofrece la
fórmula ejemplar de ello. De ahi procede que ella sola puede conferir -y lo

30
hace en efecto- a otros conjuntos la calidad de sistemas significantes infor­
mándolos de la relación de signo.
Hay pues un modelado semiótico que la lengua ejerce y del que no se
concibe que su principio resida en otra parte que no sea la lengua. La natura­
leza de la lengua, su función representativa, su poder dinámico, su papel en la
vida de relación, hace de ella la gran matriz semiótica, la estructura modeladora
de la que las otras estructuras reproducen los rasgos y el modo de acción.
¿A qué se debe esta propiedad? ¿Puede discernirse por qué la lengua
es el interpretante de todo sistema significante? ¿Es sencillamente por ser
el sistema más común, el que tiene el campo más vasto, la mayor frecuen­
cia de empleo y'-en la práctica- la mayor eficacia? Muy a la inversa: esta
situación privilegiada de la lengua en el orden pragmático es una conse­
cuencia, no una causa, de su preeminencia como sistema significante, y
de esta preeminencia puede dar razón un principio semiológico solo. Lo
descubriremos adquiriendo conciencia del hecho de que la lengua s ig n i­
fica de una manera específica y que no es sino suya, de una manera que
no reproduce ningún otro sistema. Está investida de una doble significancia
He aquí propiamente un modelo sin análogo. La lengua combina dos mo­
dos distintos de significancia, que llamamos el modo semiótico por una
parte, el modo semántico por otra.
Lo semiótico designa el modo de significancia que es propio del sig
no lingüístico y que lo constituye como unidad. Por mor del análisis pueden
ser consideradas por separado las dos caras del signo, pero por lo que
hace a la significancia, unidad es y unidad queda. La única cuestión que
suscita un signo para ser reconocido es la de su existencia, y ésta se
decide con un sí o un no: árbol - canción - lavar - nervio - amarillo - sobre,
y no ’ármot - ’panción - ‘bavar - ’nertio - "amaíillo - ’sibre. Más allá, es
comparado para delimitarlo, sea con significantes parcialmente pareci­
dos: casa: masa, o casa: cosa o casa: cara, sea con significados vecinos
casa: choza, o casa: vivienda. Todo el estudio semiótico, en sentido estric­
to, consistirá en identificar las unidades, en describir las marcas distintivas
y en descubir criterios cada vez más sutiles de la distintividad. De esta
suerte cada signo afirmará con creciente claridad su significancia propia
en el seno de una constelación o entre el conjunto de los signos. Tomado
en sí mismo, el signo es pura identidad para si, pura alteridad para todo lo
demás, base significante de la lengua, material necesario de la enuncia­
ción. Existe cuando es reconocido como significante por el conjunto de los
miembros de la comunidad lingüística, y evoca para cada quien, a grandes
rasgos, las misma asociaciones y las mismas oposiciones. Tal es el dom i­
nio y el criterio de la semiótica.

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Con lo semántico entramos en el modo especifico de significancia que
es engendrado por el discurso. Los problemas que se plantean aquí son
función de la lengua como productora de mensajes. Ahora, el mensaje no se
reduce a una sucesión de unidades por identificar separadamente; no es
una suma de signos la que produce el sentido, es, por el contrario, el sentido,
concebido globalmente, el que realiza y se divide en signos particulares,
que son las palabras. En segundo lugar, lo semántico carga por necesidad
con el conjunto de los referentes, en tanto que lo semiótico está, por princi­
pio, separado y es Independiente de toda referencia. El orden semántico se
identifica con el mundo de la enunciación y el universo del discurso.
El hecho de que se trata, por cierto, de dos órdenes distintos de nocio­
nes y de dos universos conceptuales, es algo que se puede mostrar también
mediante la diferencia en el criterio de validez que requieren el uno y el otro.
Lo semiótico (el signo) debe ser reconocido, lo semántico (el discurso) debe
ser comprendido. La diferencia entre reconocer y comprender remite a dos
facultades mentales distintas: la de percibir la identidad entre lo anterior y lo
actual, por una parte, y la de percibir la significación de un enunciado nue­
vo, por otra. En las formas patológicas de lenguaje, es frecuente la disocia­
ción de las dos facultades.
La lengua es el único sistema cuya significancia se articula, así, en dos
dimensiones. Los demás sistemas tienen una significancia unidimensional;
o semiótica (gestos de cortesía; mudras), sin semántica: o semántica (expre­
siones artísticas) sin semiótica. El privilegio de la lengua es portar al mismo
tiempo la significancia de los signos y la significancia de la enunciación. De
ahí proviene su poder mayor, el de crear un nuevo nivel de enunciación,
donde se vuelve posible decir cosas significantes acerca de la significancia.
Es en esta facultad metalingüistica donde encontramos el origen de la rela­
ción de interpretancia merced a la cual la lengua engloba los otros sistemas.
Cuando Saussure definió la lengua como sistema de signos, echó el
fundamento de la semiología lingüística. Pero vemos ahora que si el signo
corresponde en efecto a las unidades significantes de la lengua, no puede
erigirselo en principio único de la lengua en su funcionamiento discursivo.
Saussure no ignoró la frase, pero es patente que le creaba una grave dificul­
tad y la remitió al "habla", lo cual no resuelve nada; es cosa precisa de saber
si es posible pasar del signo al “habla", y cómo.
En realidad el mundo del signo es cerrado. Del signo a la frase no hay
transición ni por sintagmación ni de otra manera. Los separa un hiato. Hay
pues que admitir que la lengua comprende dos dominios distintos, cada
uno de los cuales requiere su propio aparato conceptual. Para el que lla­
mamos semiótico, la teoría sausssuriana del signo lingüístico servirá de

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base para la investigación. El dominio semántico, en cambio debo sor
reconocido como separado Tendrá necesidad de un aparato nuevo do
conceptos y definiciones.
La semiología de la lengua ha sido atascada, paradójicamente, por ol
instrumento mismo que la creó: el signo. No podía apartarse la idea del signe>
lingüístico sin suprimir el carácter más importante de la lengua; tampoco se
podía extenderla al discurso entero sin contradecir su definición como uni­
dad mínima.
En conclusión, hay que superar la noción saussuriana del signo como
principio único, del que dependería a la vez la estructura y el funcionamien­
to de la lengua. Dicha superación se logrará por dos caminos.
En el análisis intralingüístico, abriendo una nueva dim ensión de
significancia, la del discurso, que llamamos semántica, en adelante distinta
de la que está ligada al signo, y que será semiótica.
En el análisis translingüistico de los textos, de las obras, merced a la
elaboración de una metasemántica que será construida sobre la semántica
de la enunciación.
Será una semiología de “segunda generación", cuyos instrumentos y
método podrán concurrir asimismo al desenvolvimiento de las otras rama';
de la semiología general.

Adaptado de E. Benveniste, Problemas de lingüística general II,


Buenos Aires, Siglo XXI, 1977 (orig. 1969).

Como puede verse el límite de la frase, la unidad mayor que se planteó la


lingüística estructural al constituirse, pertinente al priorizar la lengua como códi
go frente al uso, resulta insuficiente cuando se plantea a la lengua como modelo
de la semiología que, como se vio en el texto de Barthes, opera sobre grandes
unidades significantes. Por eso, sin abandonar a la lengua natural como modelo,
al tener en cuenta la enunciación y el nivel más amplio del discurso, mientras
Barthes se refería a una ‘■translingüística", Benveniste plantea una “semiología
de segunda generación".

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