Está en la página 1de 386

Lee McIntyre

Cómo hablarle a un negacionista


de la ciencia
Conversaciones con terraplanistas,
negacionistas del cambio climático y otros
interlocutores en contra de la razón

Traducción de Rodrigo Neira


Índice

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO PRIMERO. Lo que aprendí en la Conferencia


internacional de la Tierra plana

CAPÍTULO 2. ¿Qué es el negacionismo de la ciencia?


Los elementos del negacionismo de la ciencia
Cherry-picking
Teorías de la conspiración
Confianza en falsos expertos (y denigración de los
reales)
Razonamiento ilógico
La insistencia en que la ciencia debe ser perfecta
Las raíces motivacionales y psicológicas del
negacionismo de la ciencia

CAPÍTULO 3. ¿Cómo podemos hacer que alguien cambie su


forma de pensar?
Cambio de mentalidad en un marco experimental
Descubrimiento
Cambiar convicciones en el mundo real

CAPÍTULO 4. Encuentros cercanos con el cambio climático


Los orígenes y causas del negacionismo del cambio
climático
Las Maldivas: zona cero del cambio climático

CAPÍTULO 5. El canario en la mina


La situación actual

CAPÍTULO 6. Organismos genéticamente modificados.


¿Existe algo así como un negacionismo progresista de la
ciencia?
Los organismos genéticamente modificados

CAPÍTULO 7. Hablar con confianza


Amigos en los tiempos del covid
La conversación de Mi Vida
¿Es la resistencia a los transgénicos un ejemplo de
negacionismo de la ciencia de izquierdas?

CAPÍTULO 8. El coronavirus y lo que tenemos por delante


Interferencias del exterior
Lecciones del coronavirus: unificar y conquistar
La cura para la posverdad

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

CRÉDITOS
Para Mohamed Ezzeddine Allaf, MD,
un curador

Un hombre con una creencia es difícil de cambiar.


Dile que no estás de acuerdo y se irá. Muéstrale hechos
y cifras y cuestionará tus fuentes. Apela a la lógica y no
entenderá tu punto de vista.
LEON FESTINGER,
Cuando las profecías fallan

Es más fácil engañar a la gente que convencerla de


que ha sido engañada.
MARK TWAIN (atribución)
Introducción

Admito que vacilé cuando me puse por primera vez la


credencial que recibí de la sonriente joven con una bata
blanca de laboratorio que atendía la mesa de registro de la
Conferencia internacional de la Tierra plana, celebrada en
2018. Me preguntaba si alguien me reconocería, y en ese
caso: ¿me sacaría una foto? Aunque, por otra parte, ¿por
qué iba a hacerlo? Llevo los últimos quince años sentado en
mi escritorio estudiando el negacionismo de la ciencia. Con
mi camisa de franela y mi tarjeta, tenía el mismo aspecto
que los demás. Era la «capa de invisibilidad» que
necesitaba un filósofo de la ciencia para infiltrarse allí, al
menos durante las primeras veinticuatro horas.
Después de aquello estaba listo para hacer mis
movimientos…
Súbitamente, sentí una mano en la espalda, me di la
vuelta y me encontré con un hombre con una camiseta
negra que sonreía con la mano extendida hacia mí. En su
camiseta podía leerse: «LA NASA MIENTE».
—Hola, Lee, bienvenido —me dijo—. Cuéntame, ¿cómo te
has metido en esto de la Tierra plana?
Desde hace bastantes años está bastante claro —por lo
menos en Estados Unidos— que la verdad está bajo asedio.
Nuestros conciudadanos parecen no tener en cuenta ya los
hechos. Los sentimientos se imponen a los argumentos
racionales y la ideología se encuentra en ascenso. En un
libro anterior me planteé la cuestión de si estamos viviendo
en la era de la «posverdad», en la que los hechos e incluso
la propia realidad están en juego… y cuáles podrían ser las
consecuencias 1 . Lo que descubrí fue que la raíz de la actual
«negación de la realidad» remite directamente al problema
de la «negación de la ciencia», que lleva supurando en este
país desde la década de 1950, cuando las grandes
compañías tabaqueras contrataron a un experto en
relaciones públicas para que les ayudara a desmentir los
estudios científicos que establecían una relación entre el
consumo de tabaco y el cáncer de pulmón 2 . Esta estrategia
proporciona un ejemplo de cómo organizar una exitosa
campaña de desinformación en contra de lo que uno quiera
—la teoría de la evolución, las vacunas, el cambio
climático…— con el resultado de que en nuestra sociedad
actual dos personas pueden tener delante la misma
fotografía de una inauguración y llegar a conclusiones
opuestas en torno al número de asistentes 3 .
Los líos políticos de Washington nos acompañarán
durante un tiempo. Pero los daños colaterales para la
ciencia son ya una emergencia. Un reciente informe del
Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el
cambio climático (IPCC) nos alerta de que hemos llegado a
un peligroso punto de inflexión 4 . Los efectos del
calentamiento global se están produciendo mucho más
rápido de lo que se esperaba y muchos países ya no están
en condiciones de cumplir los objetivos fijados por los
acuerdos del clima de París. El casquete polar podría
desaparecer en 2030; los arrecifes de coral, en 2040. El
nivel del mar en Nueva York y Boston podría aumentar
hasta metro y medio antes de que acabe el siglo 5 . Hace
unos años, el secretario general de las Naciones Unidas,
António Guterres, advirtió de que «si no cambiamos el
rumbo en 2020 corremos el riesgo de traspasar el punto a
partir del cual el cambio climático se hará incontrolable» 6 .
Mientras tanto, en el momento de redactar estas líneas, el
negacionista en jefe que ocupa la Casa Blanca sigue
promoviendo la fantasía de que los científicos del clima
tienen una «agenda política» y de que, aun en el caso de
que el cambio climático estuviera ocurriendo,
probablemente no tenga «causas humanas» y sea
«fácilmente reversible» 7 . Por desgracia, millones de
personas están de acuerdo con él.
¿Cómo podemos acercarnos a ellos? ¿Cómo hacer que
cambien de opinión sobre la base de los hechos? Se dice a
veces que de ninguna manera. De hecho, hay quien ha
dicho que intentarlo es contraproducente porque hará que
los devotos se atrincheren en sus convicciones
equivocadas 8 . Esto ha dado lugar a titulares exagerados,
tales como «Este artículo no cambiará tu forma de pensar»
(Atlantic) y «¿Por qué los hechos no nos hacen pensar de
otra manera?» (New Yorker) 9 . Pero esta mentalidad tiene
un problema, porque en los últimos años nuevas
investigaciones han puesto de manifiesto que el efecto
contraproducente inicial podría no reproducirse 10 . Sí, la
gente es obstinada y se resiste a modificar sus convicciones
en función de los hechos, pero para la mayoría el cambio es
posible. Y si no lo intentamos las cosas solo irán a peor.
En junio de 2019 se produjo un avance muy interesante
en este sentido: la revista Nature Human Behaviour publicó
un trascendental estudio que proporcionaba los primeros
datos empíricos que sugieren que es posible contrarrestar
a los negacionistas de la ciencia 11 . En un elegante
experimento en línea, dos investigadores alemanes —
Philipp Schmid y Cornelia Betsch— mostraron que lo peor
que se puede hacer es no contraatacar, porque entonces la
desinformación se vuelve infecciosa. El estudio plantea dos
posibles estrategias. En primer lugar, está la refutación del
contenido, que es cuando un experto pone ante los
negacionistas los hechos de la ciencia. Esto, llevado a cabo
de manera correcta, puede ser muy eficaz. Pero existe una
segunda estrategia menos conocida llamada técnica de
refutación, que se basa en la idea de que todos los
negacionistas de la ciencia cometen cinco errores comunes
en sus razonamientos. Y aquí está lo asombroso: ambas
estrategias son igual de eficaces y no hay ningún efecto
aditivo, ¡lo que significa que cualquiera puede luchar
contra los negacionistas de la ciencia! No hace falta ser
científico para hacerlo. Una vez que se han estudiado los
errores característicos de su manera de argumentar —el
recurso a teorías conspirativas, la selección interesada de
datos [cherry-picking evidence], la apelación a falsos
expertos, la atribución de expectativas irreales con
respecto a la ciencia y el uso de razonamientos
desprovistos de lógica—, disponemos del anillo
decodificador que nos proporciona una estrategia universal
para combatir toda forma de negacionismo de la ciencia 12 .
Por desgracia, hay un aspecto crucial que Schmid y
Betsch pasaron por alto. En esencia, hay tres grados de
compromiso con los negacionistas de la ciencia: la
inoculación, la intervención y la anulación de la creencia.
Schmid y Betsch solo se ocuparon de los dos primeros 13 .
En un compasivo comentario que se publicó en el mismo
número de Nature Human Behaviour, Sander van der
Linden explica que la metodología de Schmid y Betsch
puede servir para identificar con antelación las lógicas
erróneas de los negacionistas de la ciencia en un intento de
«desenmascararlos preventivamente» [pre-bunk] para
mitigar su impacto en el público al que puedan dirigirse. En
segundo lugar, Schmid y Betsch demuestran que una
intervención inmediata señalando los defectos de un
razonamiento también es eficaz cuando los participantes
han estado recientemente expuestos a informaciones
científicas erróneas, antes de que las falsas convicciones
tengan tiempo de consolidarse. El desenmascaramiento,
preventivo o no, puede ser una poderosa herramienta a
juzgar por sus resultados. Lo que los investigadores no
hicieron, sin embargo, fue comprobar si era posible anular
las convicciones de los negacionistas de la ciencia más
contumaces, especialmente de aquellos que llevaban años
expuestos a la desinformación científica. Schmid y Betsch
(y Van der Linden) abordaron de manera brillante el
público de los negacionistas de la ciencia… Pero ¿qué hay
de aquellos que ya estaban comprometidos con el
negacionismo de la ciencia antes de participar en el
estudio?
Aquí, desafortunadamente, la literatura científica nos
deja a la deriva. Algunos relatos anecdóticos sugieren que
la mejor manera de convencer a alguien de que cambie sus
convicciones es mediante la apelación personal directa —
pero el estudio de Schmid y Betsch se hizo en línea—.
Ahora bien, ¿no es razonable suponer que crear primero un
vínculo de confianza con una persona nos ayudará a
convencerla de que cambie de opinión? Muchas creencias
se adquieren en contextos sociales (y no solo a partir de los
hechos), ¿no deberíamos entonces tener en cuenta el
contexto social para cambiarlas?
En su importante ensayo «Cómo convencer a alguien
cuando los hechos fallan», el escéptico profesional e
historiador de la ciencia Michael Shermer recomienda la
siguiente estrategia:
Desde mi propia experiencia: (1) mantener las emociones al margen
del intercambio, (2) discutir, no atacar (nada de ad hominem ni ad
Hitlerum), (3) escuchar cuidadosamente y tratar de comprender la
posición del otro adecuadamente, (4) mostrar respeto, (5) reconocer que
se comprende por qué la otra persona ha llegado a pensar así, (6)
intentar mostrar cómo que cambien los hechos no significa
necesariamente que cambie la visión del mundo 14 .

Si atendemos a los relatos que cuentan, comprobaremos


que los negacionistas de la ciencia que han cambiado de
opinión aluden siempre a la influencia positiva de alguien
en quien confiaban. Alguien estableció con ellos una
relación personal y se tomó sus dudas en serio antes de
confrontarles con la evidencia. Los hechos por sí solos no
bastan. En dos informes recientes sobre personas que
superan su rechazo a las vacunas (o que al menos les
ponían reparos), los antiguos antivacunas reconocen que
cambiaron de actitud porque alguien se sentó con ellos,
tomó nota de todas sus preguntas y les explicó las
respuestas con mucha paciencia y respeto. En 2019,
durante la epidemia de sarampión del condado de Clark, el
gobierno estatal envió funcionarios de salud pública «a
reunirse con padres en pequeños grupos o de uno en uno, a
veces durante horas, para atender sus consultas». Como
consecuencia de ello, una mujer afirmó «haber cambiado
de opinión, decidiéndose a vacunar a sus hijos después de
que un médico se pasara más de dos horas respondiendo a
sus preguntas, llegando a dibujar diagramas en una pizarra
para explicarle la interacción celular. Fue detallado, fiel a
los hechos y también “muy educado”» 15 .
Otro testimonio es el de una residente en Carolina del
Sur, que explica su cambio de opinión con respecto al tema
de las vacunas en un artículo de opinión publicado en el
Washington Post, y titulado «Antes me oponía a las
vacunas: así fue como cambié de opinión»:
Mis razones para estar en contra de las vacunas enraizaban sobre todo
en una deficiente comprensión de sus componentes y de cómo actúan. La
gente que intentaba convencerme de que no me vacunara me hablaba de
los componentes de las vacunas, como las sales de aluminio, el
polisorbato 80 y el formaldehído, pero no me explicaba para qué servían
[…]. ¿Qué cambió mi manera de pensar? Encontré un grupo de personas
enérgicamente a favor de las vacunas que estaba deseando discutir el
asunto conmigo. Estaban en condiciones de corregir la desinformación
que había llagado hasta mí y responder a mis temores con
investigaciones rigurosas y datos útiles 16 .
En relación con el cambio climático encontramos
historias similares, incluida la de un político republicano de
firmes convicciones, Jim Bridenstine, a quien el presidente
Trump nombró jefe de administración de la NASA y que
cambió de parecer en torno al cambio climático a las pocas
semanas de ocupar su nuevo puesto. En 2013, Bridenstine
había dado un discurso en la Cámara de Representantes en
el que hizo la falsa aseveración de que «la temperatura
global dejó de aumentar hace diez años». Ahora dice:
Ahora estoy convencido y sé que el clima está cambiando. Sé también
que los seres humanos están contribuyendo a ello de una manera notable.
El dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero. Lo estamos
mandando a la atmósfera en cantidades nunca vistas, y ese gas de efecto
invernadero calienta a su vez el planeta. Está ocurriendo sin lugar a
dudas y somos los responsables.

¿Qué le hizo cambiar de parecer? Por un lado, dice que


«leyó mucho». Pero lo hizo en un contexto en el que estaba
rodeado de sus colegas de la NASA —donde pudo
«escuchar a un montón de expertos» y llegar pronto a la
conclusión de que «no había razones para dudar de la
ciencia» en lo relativo al cambio climático 17 —.
Respeto, confianza, implicación, compromiso: he ahí el
hilo conductor de estos testimonios en primera persona.
Schmid y Betsch nos ofrecen un importante apoyo
experimental acerca de cuáles son las mejores estrategias
para hablar con los negacionistas de la ciencia. Pero ¿para
quién y en qué contexto social? El trabajo de Schmid y
Betsch es un punto de referencia, pero deja pendiente la
cuestión quizá más intrigante del debate en torno al
negacionismo de la ciencia: ¿podemos cambiar la forma de
pensar incluso de los negacionistas más acérrimos?, y si es
así, ¿de qué manera?
Llevo años estudiando este negacionismo y
preguntándome cuál es la mejor manera de contrarrestarlo.
He utilizado la refutación del contenido y la técnica de
refutación mucho antes de que Schmid y Betsch las
defendieran. Pero el problema es que —en el mundo real,
cara a cara— lo habitual no es estar tratando con un
auditorio de negacionistas de la ciencia sino con los
individuos más contumaces. Aquí el problema no es
inmunizar a nadie contra la desinformación ni intervenir
antes de que eche raíces. Las convicciones de esas
personas han estado consolidándose durante años de
maceración en una ideología basada en la desinformación,
y con frecuencia su propia identidad está en juego. ¿Es
demasiado tarde para cambiar sus ideas?
En mi obra más reciente, The Scientific Attitude:
Defending Science from Denial, Fraud, and Pseudoscience
(MIT Press, 2019) 18 , desarrollé una teoría en torno a lo
especial de la ciencia, y esbocé una estrategia para
defenderla de sus críticos. En mi opinión, los aspectos más
valiosos de la ciencia no son su lógica ni su método sino sus
valores y prácticas —que son también los más relevantes
en su contexto social—. En resumen, los científicos se
mantienen leales los unos a los otros al juzgar
incesantemente el trabajo de sus colegas a la luz de la
evidencia y cambiando de opinión según vayan apareciendo
nuevos datos. Pero ¿lo entiende el público en general?
Incluso si es así, ¿cómo llevamos este argument a la
práctica?
Durante la gira de promoción de un libro anterior,
Posverdad —y en anticipación de La actitud científica (que
en aquel momento estaba en fase de corrección)—, no
paraba de recibir preguntas del público en torno a cómo se
podía contraatacar. ¿Qué podían decir ellos para que los
negacionistas de la ciencia renunciaran a sus creencias? Mi
consejo era que se implicasen: hablarle a la gente de tú a
tú acerca de la actitud científica y la importancia de la
razón, no permitir que nadie se escabulla después de haber
puesto en jaque la importancia de los argumentos
racionales como consecuencia de su visión profundamente
deformada de la ciencia.
Entonces me pregunté por qué no estaba haciendo eso
yo mismo.
Valía la pena intentarlo. Aunque no pueda convencer a
ningún negacionista de línea dura de que renuncie a sus
convicciones, quizá pueda producir algún efecto en sus
seguidores. Y si fuera capaz de aplicar las técnicas de
persuasión racional que aprendí como filósofo quizá
también podría abrir una grieta en la pretensión de los
negacionistas de la ciencia de ser los únicos que actúan de
manera verdaderamente científica, de que son, más que
negacionistas, escépticos. Aunque no pudiera convencerles
con argumentos racionales, podría demostrarles que su
razonamiento no va bien encaminado. Fue entonces cuando
me imaginé escribiendo el libro que ahora tienes entre las
manos.
Fue así como, en noviembre de 2018, me encontré en el
salón de baile del Hotel Crowne Plaza de Denver, Colorado,
con seiscientos verdaderos devotos, ruidosos y entusiastas,
en la Conferencia internacional de la Tierra plana. Me
resultaba extraño sentirme tan solo en mi creencia de que
Aristarco y Copérnico habían zanjado hacía tiempo la
cuestión de la esfericidad de la Tierra, pero, al fin, después
de tantos años estudiando el negacionismo de la ciencia
desde mi escritorio, estaba allí, en el vientre de la bestia,
con quienes quizá sean los más vilipendiados del planeta
(perdón… del mundo). ¿Por qué decidí empezar por la
Tierra plana? Porque quise elegir lo peor de lo peor,
enfrentarme a los negacionistas de la ciencia de los que
incluso otros negacionistas hacen mofa.
Pensé que si lograba estudiar la forma más primaria de
negación de la ciencia podría aprender a discurtir con otros
—como los escépticos en torno al cambio climático— cuyos
puntos de vista pueden parecer más moderados y
matizados. En el fondo también pensaba que las mismas
estrategias de razonamiento podrían ser válidas para todos
los negacionistas de la ciencia, y que cualquier argucia
argumentativa que usara con los terraplanistas funcionaría
de la misma manera con los negacionistas del cambio
climático.
Qué poco sabía encontes de lo que me esperaba…

1
Lee McIntyre, Post-Truth, Cambridge, MA, MIT Press, 2018. Edición
española: Posverdad, traducción de Lucas Álvarez Canga, Madrid, Cátedra,
2018. (N. del T.)
2
Esta historia se encuentra bien descrita en Naomi Oreskes y Erik Conway,
Merchants of Doubt: How a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues
from Tobacco Smoke to Global Warming, Nueva York, Bloomsbury, 2010.
3
Tara Palmeri, «Trump Fumes over Inaugural Crowd Size», Politico, 22 de
enero de 2017; disponible en: https://www.politico.com/story/2017/01/donald-
trump-protesters-inauguration-233986.
4
IPCC, «Special Report: Global Warming of 1.5 degree C» (2018); disponible
en: https://www.ipcc.ch/sr15/.
5
Chris Mooney and Brady Dennis, «The World Has Just over a Decade to Get
Climate Change under Control, UN Scientist Says», Washington Post, 7 de
octubre de 2018; disponible en: https://www.washingtonpost.com/energy-
environment/2018/10/08/world-has-only-years-get-climate-change-under-
control-un-scientists-say/; «Arctic Ice Could Be Gone by 2030», Telegraph, 16
de septiembre de 2010; disponible en:
https://www.telegraph.co.uk/news/earth/earthnews/8005620/Arctic-ice-could-
be-gone-by-2030.html; Coral Davenport, «Major Climate Report Describes a
Strong Risk of Crisis as Early as 2040», New York Times, 7 de octubre de 2018;
disponible en: https://www.nytimes.com/2018/10/07/climate/ipcc-climate-
report-2040.html; Mark Fischetti, «Sea Level Could Rise 5 Feet in New York
City by 2100», Scientific American, 1 de junio de 2013; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/fischetti-sea-level-could-rise-five-
feet-new-york-city-nyc-2100/; Mary Caperton Morton, «With Nowhere to Hide
from Rising Seas, Boston Prepares for a Wetter Future», Science News, 6 de
agosto de 2019; disponible en: https://www.sciencenews.org/article/boston-
adapting-rising-sea-level-coastal-flooding.
6
Somini Sengupta, «U.N. Chief Warns of a Dangerous Tipping Point on Climate
Change», New York Times, 10 de septiembre de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/09/10/climate/united-nations-climate-
change.html.
7
Lisa Friedman, «“I Don’t Know That It’s Man-Made”, Trump Says of Climate
Change. It Is», New York Times, 15 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/10/15/climate/trump-climate-change-fact-
check.html.
8
Joe Keohane, «How Facts Backfire», Boston.com 11 de julio de 2010;
disponible en:
ttp://archive.boston.com/news/science/articles/2010/07/11/how_facts_backfire/.
9
Julie Beck, «This Article Won’t Change Your Mind», Atlantic, 11 de diciembre
de 2019; disponible en:
https://www.theatlantic.com/science/archive/2017/03/this-article-wont-change-
your-mind/519093/; Elizabeth Kolbert, «Why Facts Don’t Change Our Mind»,
New Yorker, 27 de febrero de 2017; disponible en:
https://www.newyorker.com/magazine/2017/02/27/why-facts-dont-change-our-
minds.
10
Alexios Mantzarlis, «Fact-Checking Doesn’t “Backfire”, New Study
Suggests», Poynter, 2 de noviembre de 2016; disponible en:
https://www.poynter.org/fact-checking/2016/fact-checking-doesnt-backfire-new-
study-suggests/.
11
Philipp Schmid y Cornelia Betsch, «Effective Strategies for Rebutting
Science Denialism in Public Discussions», Nature Human Behaviour, 3
(septiembre de 2019), 931-939; disponible en:
https://www.nature.com/articles/s41562-019-0632-4.epdf.
12
El experimento de Schmid y Betsch recibirá un tratamiento más detallado en
el capítulo 3. Por ahora he aquí algunos enlaces a medios de comunicación que
informaron de sus resultados. Diana Kwon, «How to Debate a Science Denier»,
Scientific American, 25 de junio de 2019; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/how-to-debate-a-science-denier/;
Laura Hazard Owen, «Yes, It’s Worth Arguing with Science Deniers —and here
Are Some Techniques You Can Use», Nieman Lab, 28 de junio de 2019;
disponible en: https://www.niemanlab.org/2019/06/yes-its-worth-arguing-with-
science-deniers-and-here-are-some-techniques-you-can-use/; Cathleen O’Grady,
«Two Tactics Effectively Limit the Spread of Science Denialism», Ars Technica,
27 de junio de 2019; disponible en:
https://arstechnica.com/science/2019/06/debunking-science-denialism-does-
work-but-not-perfectly/; Susan Perry, «Science Deniers Can Be Effectively
Rebutted, Study Finds», MinnPost, 26 de junio de 2019; disponible en:
https://www.minnpost.com/second-opinion/2019/07/science-deniers-can-be-
effectively-rebutted-study-finds/.
13
En realidad puede decirse que solo del segundo. Para más detalles, véase
Sander van der Linden, «Countering Science Denial», Nature Human
Behaviour, 3 (24 de junio de 2019), 889-890; disponible en:
https://www.nature.com/articles/s41562-019-0631-5.
14
Michael Shermer, «How to Convince Someone When Facts Fail», Scientific
American, 1 de enero de 2017; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/how-to-convince-someone-when-
facts-fail/.
15
Lena H. Sun y Maureen O’Hagen, «“It Will Take Off Like Wildfire”: The
Unique Dangers of the Washington State Measles Outbreak», Washington Post,
6 de febrero de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/national/health-science/it-will-take-off-like-a-
wildfire-the-unique-dangers-of-the-washington-state-measles-
outbreak/2019/02/06/cfd5088a-28fa-11e9-b011-d8500644dc98_story.html.
16
Rose Branigin, «I Used to Be Opposed to Vaccines. This Is How I Changed
My Mind», Washington Post, 11 de febrero de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/opinions/i-used-to-be-opposed-to-vaccines-
this-is-how-i-changed-my-mind/2019/02/11/20fca654-2e24-11e9-86ab-
5d02109aeb01_story.html.
17
Aris Folley, «NASA Chief Says He Changed Mind about Climate Change
because He “Read a Lot”», The Hill, 6 de junio de 2018; disponible en:
https://thehill.com/blogs/blog-briefing-room/news/391050-nasa-chief-on-
changing-view-of-climate-change-i-heard-a-lot-of.
18
Edición española: La actitud científica. Una defensa de la ciencia frente a la
negación, el fraude y la pseudociencia, Madrid, Cátedra, 2020. (N. del T.).
CAPÍTULO PRIMERO

Lo que aprendí en la Conferencia


internacional de la Tierra plana

Es increíble pero cierto que la teoría de la Tierra plana


esté haciendo una reaparición. Aunque la demostración
científica de la curvatura de la Tierra tenga más de dos mil
años —y esté a disposición de cualquiera que haya
estudiado física en el instituto—, están proliferando grupos
de reunión del movimiento de la Tierra plana en varias
ciudades y es posible escuchar sus opiniones en boca de
famosos como el rapero B.o.B. 19 o los jugadores de la NBA
Kyrie Irving 20 y Wilson Chandler, e incluso asistir a
convenciones como la que yo visité —la Conferencia
internacional de la Tierra plana (FEIC 2018)—, que tuvo
lugar en Denver.
Una pregunta antes de entrar en materia: ¿esta gente va
en serio? Sí, completamente. A creer en la Tierra plana no
se llega así como así, puesto que los terraplanistas son
continuamente acosados por sus opiniones. Muchos
aseguran que han perdido su trabajo, que les han
expulsado de la iglesia o que sus familias les han sumido en
el ostracismo. ¿No sería lo normal que muchos de ellos
prefiriesen guardarse sus convicciones para sí? Sí, y el
hecho de que sea casi imposible determinar cuál es el
número de terraplanistas se debe a esta circunstancia 21 . Y
tal vez esto explique también el ambiente festivo que
presencié en la FEIC 2018, donde perfectos extraños se
saludaban entre ellos como si se conocieran de toda la vida.
En una de las primeras intervenciones de la Conferencia,
un orador hizo una memorable invocación del viejo mantra
«No me avergüenzo», que fue recibido con un estruendoso
aplauso. A algunos asistentes se les saltaban las lágrimas
mientras repetían la frase para sí mismos: al parecer,
tampoco ellos se avergonzaban. Recibir insultos, mofas y
rechazos por aquello en lo que se cree no debe de ser una
experiencia agradable. Me acuerdo de esto cada vez que
escucho a alguien despreciar a los terraplanistas como
provocadores o bromistas que solo quieren pasárselo bien.
¿Quién soportaría eso solo por diversión? Quizá
simplemente soy un crédulo, pero durante todo el tiempo
que pasé en la FEIC 2018 no conocí a ninguna persona que
no pareciera plenamente convencida de sus opiniones. De
hecho, probablemente esto sea en parte lo que hizo que la
reunión significara tanto para los participantes. Salvo yo
mismo y algunos periodistas que estaban allí para cubrir el
acto, la FEIC parecía una reunión de apoyo mutuo para
inadaptados sociales que por fin habían encontrado su
comunidad.
Lo que más me llamó la atención mientras recorría con
la mirada el salón de baile fue que uno no habría sido capaz
de decir de qué iba el acto si no lo sabía con antelación.
Todo el mundo parecía «normal». Nadie llevaba un forro de
papel de aluminio. Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de
diferentes razas, de diferentes extracciones sociales 22 .
Observé un montón de camisetas negras (con eslóganes a
veces divertidos), pero nada que indicara que se trataba de
un sector marginal. Si se apartaba la mirada de las tres
gigantescas pantallas multimedia que presidían el salón de
baile, aquello podía parecer el momento previo a la
actuación de los teloneros de un concierto de Metallica. Por
mi parte, con mi camisa informal y mis pantalones
vaqueros, encajaba a la perfección.
Me senté en la parte de delante, al lado de una pareja
más o menos de mi edad que decía ser de Paradise,
California. Esto fue solo unos meses después de una oleada
de incendios forestales, así que les pregunté si estaban
bien. Intervino el hombre: «Bueno, nuestra casa ardió; no
podemos volver a ella. Y todavía no sabemos nada de la
madre de mi mujer. Era mayor y tenía demencia, así que
puede que se haya perdido». Esto me dejó helado. Miré
discretamente a la mujer, pero no manifestó ninguna
reacción. En medio de aquella situación, ¿habían metido los
bártulos en la furgoneta y se habían puesto camino de
Denver para asistir a una convención de terraplanistas? Les
expresé mi solidaridad y seguimos hablando de los
incendios forestales, a los que, según me dijo el hombre, el
Gobierno había contribuido poniendo acelerante; había
visto chemtrails surcando el cielo antes de que se
produjeran. La mujer habló: «Lo que a mí me parece es que
hay cosas que no cuadran en estos incendios: cómo los
aislaron y cercaron». Detrás de nosotros estaban sentados
una madre y su hijo de seis o siete años con un cuaderno en
el que se leía: «Investigación bíblica». Entonces dio
comienzo la función.
Después de una actuación musical, Robbie Davidson, el
organizador de la cita, pronunció el discurso de apertura,
en el que habló de su pasado como «esferista» antes de
adherirse al terraplanismo precisamete a raíz de haberlo
intentado refutar. No estaba en contra de la ciencia,
explicó, sino solo del «cientificismo». Pero «la verdad os
hará libres». En ese momento, la pareja de Paradise se
puso en pie y exclamó: «¡Alabado sea Jesús!», mientras el
resto de los asistentes prorrumpía en aplausos. Yo no me
moví de mi sitio y seguí tomando notas. Al sentarse, la
pareja me miró. Robbie continuó puntualizando —
dirigiéndose seguramente a los medios de comunicación—
que el acto no estaba vinculado con la Sociedad de la
Tierra plana. Se puso a ridiculizar a ese grupo por creer
que la Tierra es un «disco volador» en el espacio 23 . Imploró
a cualquier escéptico que hubiera entre el público que, en
caso de que fuera a hacer mofa de su grupo, tuviera en
cuenta lo que realmente pensaba. «Quédense durante toda
la Conferencia; hagan su investigación. La ciencia ha
dominado nuestras creencias cosmológicas durante siglos»,
afirmó, «pero los cimientos se están resquebrajando». Y la
gente enloqueció de nuevo.
No solo hubo charlas. Además del rapero que había
hecho entrar en calor al público, hubo un vídeo de Flat
Earth Man, un aspirante a estrella del rock a quien todos
parecían conocer. Su vídeo, «Space is Fake», fue bien
recibido (y estaba bien hecho): se trataba de una sucesión
de imágenes toscamente manipuladas con Photoshop que al
parecer pretendían dar fuerza al mensaje de que si él podía
hacer aquello el gobierno también. La NASA era el blanco
de la mayoría de las mofas. Así aprendí que en general los
terraplanistas piensan que todas las imágenes de la Tierra
tomadas desde el espacio son falsas, que nunca llegamos a
la Luna y que todos los empleados de la NASA —junto con
millones de personas— «participan de una conspiración»
para ocultar la verdad de Dios de que la Tierra es plana.
Quienes no se hubieran hecho ya terraplanistas estaban
metidos en el ajo o formaban parte del rebaño. Por si había
alguna duda, el vídeo remataba diciendo que si se suma el
lugar que ocupan en el alfabeto las letras de
«Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio» 24
el resultado es 666.
Después de ver el vídeo le pedí al hombre de Paradise
que me dijera quién estaba detrás de todo aquello. Me veía
como un principiante, así que quizá mi falsa identidad no se
había desvanecido todavía completamente 25 . Me dijo: «El
enemigo». Le presioné: «El Diablo». Prosiguió
explicándome que el Diablo ayuda a quienes ostentan el
poder, y que eso incluye a todos los dirigentes mundiales:
jefes de Estado, astronautas, científicos, pilotos de aviación
y muchos otros que son recompensados por el Maligno por
mantener el secreto de la Tierra plana 26 . Luego explicó:
«Todo esto se remonta a la Biblia». No pudo haber una
gran inundación en tiempos de Noé si la Tierra fuera
redonda, aseguró 27 .
Durante las siguientes cuarenta y ocho horas, escuché
cosas parecidas de boca de muchas otras personas: en gran
parte combinaciones de absurdos físicos y
fundamentalismo cristiano 28 . Lo que más me impresionó
fue que muchos de los participantes, aunque parecían
profesar una honda religiosidad, no basaban en la fe su
creencia en la Tierra plana. Por el contrario, aseguraban
que sus convicciones se basaban en argumentos racionales,
tanto a favor de la Tierra plana como en contra de la
hipótesis «esferista». Animaban a los participantes a hacer
sus propios experimentos 29 . De hecho, el objetivo principal
de la Conferencia, en palabras de Robbie, era proporcionar
materiales con fines «educativos». «No creas que las cosas
se basan solo en la autoridad» era un estribillo que se
escuchaba bastante. De hecho, muchos ponentes pidieron
al público que no creyeran lo que ellos estaban diciendo
solo porque lo hubieran dicho, sino que lo utilizasen como
trampolín para investigar por su cuenta.
Aparentemente, así es como se han convertido muchos
terraplanistas. Más de una vez he escuchado a alguien
decir que antes creía en la Tierra esférica —a cuyos
partidarios se destinaba una palabra poco amable (y que se
nos instó a no utilizar): «esferitrasado» [globetard]— y que,
tras dedicar algunos esfuerzos infructuosos a refutar el
terraplanismo, llegó a la conclusión de que este debía de
ser cierto. «Tengan cuidado, antes éramos como ustedes»,
advirtió un ponente. En el proceso de intentar demostrar
que la Tierra plana era un fraude —con frecuencia después
de ver unos cuantos vídeos en YouTube— muchos se han
convencido de lo contrario. En la medida en la que pueda
decirse que tienen uno, he aquí el método de los
terraplanistas: si no puedes demostrar que la Tierra es
redonda, entonces deberías creer que es plana 30 . Y no
parecía molestarles lo más mínimo que la mayor parte de
su «investigación» proviniese de vídeos de Internet. De
acuerdo con Asheley Landrum, una psicóloga de la
universidad de Texas Tech que ha estudiado a los
terraplanistas, YouTube es la puerta de entrada de
prácticamente todos los nuevos adeptos del
terraplanismo 31 .
Los terraplanistas tienen una arraigada desconfianza en
la autoridad —y siguen sobre todo la experiencia sensorial
directa—. Y su norma para creer algo es la prueba. Según
su epistemología, poner en duda una creencia basta para
concluir que es falsa. Pero ¿qué hay de sus propias
convicciones? En un colectivo tan tendente al escepticismo
como el de los terraplanistas llama la atención que no
sometan a un escrutinio riguroso el fundamento de sus
propias creencias. Si se les pide que demuestren que la
Tierra es plana, suelen responder que la carga de la prueba
corresponde a los esferistas. La elección es binaria. Si no
es posible demostrar que la Tierra es redonda —con sus
paranoicas sospechas de sesgos o fraudes en cualquier
evidencia que se les pueda ofrecer—, entonces tiene que
ser plana.
También llama la atención que con un sistema de
creencias que pretende basarse en la evidencia y la
experimentación muchos terraplanistas describan su
conversión como una revelación. Un día se levantaron y se
dieron cuenta de que había una conspiración mundial
urdida por personas que les habían estado mintiendo. Una
vez que estaban dispuestos a aceptar la posibilidad del
encubrimiento, la Tierra plana aguardaba en el fondo de la
madriguera. «Confía en tus ojos» se convirtió en su lema.
«El agua se nivela». «El espacio es falso». «Un gobierno
que te mintió con el 11S y la llegada a la Luna también te
mentirá sobre la forma de la Tierra». Los terraplanistas
describen su conversión como casi una experiencia mística:
un día «se tomaron la píldora» (sí, les encanta Matrix) y
tuvieron acceso a una verdad a la que los demás hemos
estado ciegos toda la vida por culpa del sistema educativo y
el adoctrinamiento: la Tierra es plana.
¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que realmente creen? No
solo que la Tierra sea plana, sino también que la Antártida
no es un verdadero continente sino un muro de hielo que
rodea el perímetro de la Tierra (lo que impide que el agua
se precipite), y que todo está cubierto por una cúpula
transparente que deja pasar la luz del Sol, la Luna, los
planetas y las estrellas (que se encuentran muy cerca).
Obviamente, esto quiere decir que los viajes espaciales son
un engaño (¿cómo habrían podido si no cruzar la cúpula?) y
que la Tierra no rota ni se traslada (si así fuera, ¿no lo
sentiríamos?).
Esto sugiere inmediatamente una serie de preguntas.
¿Qué pasa con la gravitación, las constelaciones, los
husos horarios, los eclipses…? ¿Y qué demonios hay debajo
de la Tierra plana? A los terraplanistas les encanta este
tipo de preguntas y tienen una respuesta para cada una de
ellas —aunque a veces varían de una persona a otra, que es
de lo que trataba la Conferencia— 32 .
¿Quién guarda el secreto? El gobierno, la NASA, los
pilotos de líneas aéreas y otros.
¿Quién ha llevado las cosas a esta situación? «El
enemigo» (el Diablo), que les da abundantes recompensas
por encubrir la verdad de Dios.
¿Por qué los demás se niegan a reconocer la verdad?
Porque han sido engañados.
¿Qué ventajas tiene creer en la Tierra plana? ¡Es la
verdad! Y es coherente con la Biblia.
¿Qué hay de las pruebas científicas de que la Tierra es
redonda? Son erróneas, que es de lo que trataba el resto de
la Conferencia.
Pasarse dos días asistiendo a seminarios con nombres
como «Globebusters», «La Tierra plana con el método
científico», «Activismo de la Tierra plana», «La NASA y
otras mentiras del espacio», «14 y + maneras en las que la
Biblia dice que la Tierra es plana» y «Cómo hablar con
familiares y amigos acerca de la Tierra plana» es como
estar en un sanatorio mental. Los argumentos eran
absurdos, pero intrincados y nada fáciles de echar por
tierra, especialmente teniendo en cuenta la insistencia de
los terraplanistas en la prueba basada en la experiencia
sensorial en primera persona. Y el refuerzo social que los
participantes parecían recibir en compañía de los suyos era
palpable. Los psicólogos saben desde hace mucho tiempo
que la creencia tiene un aspecto social; la FEIC 2018 era
como un laboratorio experimental para estudiar el
razonamiento tribal.
La siguiente charla corrió a cargo de una de las
superestrellas del terraplanismo —Rob Skiba—, cuya
intervención se había anunciado como una de las más
«científicas». Al principio, Skiba señaló que no tenía títulos
académicos, pero sí una bata blanca de laboratorio que le
daba toda la credibilidad que según decía era necesaria.
Empezó entonces una ponencia que incluía la presentación
de diez diapositivas con «evidencia» a favor de la Tierra
plana (que se dirigían en su mayor parte contra la Tierra
esférica). ¿El péndulo de Foucault? ¡Mentira! Si fuera real,
¿por qué necesitamos un motor que mantenga el péndulo
en movimiento? (la física lo atribuye a la fricción). ¿Fotos
desde el espacio? Todas han sido ilustradas o pintadas por
la NASA (antes de que existiera Photoshop). Durante la
charla también me enteré de que Skiba tenía su propia
teoría de la gravedad (que no logro reproducir aquí por
más que lo intente), de que pensaba que la Tierra está
sostenida sobre unos pilares que han sido fijados por Dios
(y que se apoyan en no se sabe qué) y de que era incapaz
de entender cómo el agua podía adherirse a una «bola que
gira». Intenta hacer girar un balón de playa y lánzale un
vaso de agua, ¡a ver qué sucede! Caramba. Lo que sí se
creía era un vídeo que mostró de una mujer mayor que
empujaba una roca de nueve toneladas con una sola mano.
Si aquello era posible, aseguró, ya se debería haber
descubierto la antigravedad. Y si eso era cierto, bien
pudieron haber urdido un alunizaje falso en una nave
industrial.
A estas alturas me daba vueltas la cabeza: nada tenía el
menor sentido. Pero entonces habló de algo que tenía una
vaga conexión con la física: el efecto Coriolis. Skiba quería
saber por qué, si se dispara una bala de este a oeste, había
que hacer un ajuste, pero no cuando la dirección es de
norte a sur. ¿No entraría en juego el supuesto movimiento
«angular» de la Tierra? Y si no es así, ¿es que la Tierra no
gira? Nada de esto tenía que ver con lo que recordaba del
efecto Coriolis (y tengo que confesar que no guardo en la
memoria los detalles técnicos con la suficiente claridad
como para precisar en qué se apartaba su descripción del
fenómeno de la realidad), pero de lo que sí me di cuenta
fue de que Skiba no parecía entender bien los marcos de
referencia inerciales. Aparentemente pensaba que, si
lanzas una pelota de béisbol desde un tren que va a una
velocidad constante, esta caerá detrás de ti en vez de en el
guante. ¿Era eso lo que quería decir al hablar de la bala?
Estaba todavía examinando este problema (y deseando
traer a la memoria un poco más de física) cuando el
ponente empezó a ocuparse de algo que sí recordaba
nítidamente de mis clases universitarias de astronomía.
Skiba enseñó una fotografía del skyline de Chicago tomada
a sesenta millas, desde el lago Michigan 33 . Esto atrajo mi
atención porque recordé una ponencia en la que se había
hablado de un fenómeno llamado hull down, que se
produce cuando el casco de un barco va desapareciendo
bajo la línea del horizonte debido a la curvatura de la
Tierra. Ha pasado mucho tiempo desde mi primer año en la
universidad, pero comprobé el cálculo que aparecía en la
pantalla y era correcto: a sesenta millas la parte más alta
de la Torre Sears ya debería haber desaparecido debajo del
horizonte. De hecho, tampoco hace falta ir tan lejos…
¡Bastan cuarenta y cinco millas! Pero ahí había una imagen
de todo el reluciente skyline de Chicago a sesenta millas.
¿Una prueba? Bueno, en un grupo de escépticos, ¿a nadie
se le ocurrió pensar que la foto podría ser falsa? Acababan
de decirnos que prácticamente todas las imágenes de la
NASA son falsas, así que ¿por qué esta no?
Más tarde, después de la charla, me encontré con Skiba
en una de las casetas que vendían mercancías de la Tierra
plana en el salón adyacente 34 . Había mapas de la Tierra
plana, camisetas, gorras y bisutería. Me compré un CD de
música terraplanista —que era sorprendentemente
pegadiza y estaba grabada con profesionalidad—, algunas
pegatinas y un collar para mi esposa. Al principio, cuando
me acerqué, Skiba debió de tomarme por un seguidor. Le
dije que había asistido a su charla y que tenía algunas
preguntas.
Resultó que la foto no estaba manipulada. Era una
imagen real que necesitaba una aclaración. Durante su
charla, Skiba había rechazado la explicación científica
correcta de la fotografía, que se basaba en algo llamado
espejismo superior. Esto ocurre cuando hay una capa de
aire frío (por ejemplo, en la superficie del agua) por debajo
de una capa de aire más caliente. Conforme la luz va
viajando a través de estas capas, se dobla como si se
tratara de una lente, así que el observador percibe una
imagen flotando en el aire donde no debería estar 35 . No
hay nada misterioso en ello. Aquellos que hayan conducido
sobre asfalto caliente y visto «charcos» en la superficie de
la carretera (que se desvanecen al acercarse) han podido
presenciar el efecto del espejismo inferior, que se produce
cuando el suelo está más caliente que el aire que tiene
alrededor. En ese caso, la imagen aparece por debajo de
donde cabría esperarla; con el efecto del espejismo
superior, la imagen aparece por encima de su posición real.
Es una ilusión, pero no un «engaño». Y por supuesto se
trata de una imagen real que se puede fotografiar. En las
condiciones apropiadas se pueden incluso grabar en vídeo
las luces parpadeantes de una ciudad sobre la curvatura
del horizonte terrestre. Es un efecto muy curioso.
Cuando le pregunté a Skiba por el efecto del espejismo
superior, lo descartó.
—Me ocupé de él en mi charla —dijo—. Es un invento.
—No, no te ocupaste de él en tu charla —respondí—.
Solo dijiste que no te lo creías.
—Así es, no lo creo.
Seguimos hablando un poco acerca de la foto y me
explicó que simplemente no necesitaba las fuentes
consideradas de autoridad. Él mismo había ido al lago
Michigan y el efecto se le había presentado a cuarenta y
seis millas de distancia. Lo había visto con sus propios ojos.
En aquel momento, un grupo de admiradores se había
congregado alrededor de Skiba para hacerle más
preguntas y el «científico» se estaba poniendo nervioso.
Probablemente, ya se había dado cuenta de que yo no era
terraplanista, pero ahora no podía irse sin quedar
empequeñecido ante sus seguidores.
Pero yo todavía tenía otra pregunta.
—¿Por qué no recorriste cien millas?
—¿Qué?
—Cien millas. A esa distancia no solo la ciudad habría
desaparecido, sino también la imagen superior. Si hubiera
sucedido lo contrario, tendrías tu prueba.
Agitó la cabeza.
—El capitán del barco no quiso ir tan lejos.
Había llegado el momento de reírme de él.
—¿Cómo? ¿Después de dedicarle toda tu vida a este
trabajo no fuiste más lejos? ¿Tenías a tu alcance el
experimento definitivo y no pudiste ir cincuenta y cinco
millas más allá?
Se volvió y empezó a hablar con otra persona.
Visto con perspectiva, quizá no tenga nada que
reprocharle. Yo estaba demasiado tenso. Con demasiadas
ganas de pelear. Para una persona es difícil mantener la
compostura cuando sus creencias reciben un ataque
directo. Quizá yo mismo sea la prueba de ello.
Durante las siguientes cuarenta y ocho horas mantuve
otras conversaciones menos acaloradas en torno a los
«argumentos» que esgrimen los terraplanistas. Dado que
creen que la Tierra es plana y no se mueve, que el
continente de la Antártida no existe al menos tal como lo
conocemos y que existe una gran cúpula celeste, no
deberían haberme faltado ocasiones para poner a prueba
sus hipótesis. Sin embargo, después de dos días hablando
del péndulo de Foucault, de las sombras que proyectan los
eclipses, de la Estación Espacial Internacional, del hecho
de que el agua está sometida a la gravedad y de otras
cuestiones de la astronomía académica, ni una sola vez me
parecía haber hecho tambalearse la convicción de los
terraplanistas de estar en lo cierto.
En un acto como este la tentación de presentar un
experimento definitivo o algún hallazgo científico que haga
saltar por los aires la teoría de la Tierra plana es
abrumadora. Casi podía saborear el ansia de echarles abajo
el tinglado. Pero si lo que se pretende es que un
terraplanista admita que está equivocado el objetivo, al
menos de esa manera, probablemente sea irrealizable. Los
argumentos a favor de la esfericidad de la Tierra llevan
rondando por ahí desde Pitágoras (quien afirmó que si la
Luna es redonda también debe serlo la Tierra), Aristóteles
(quien observó que al desplazarnos de norte a sur aparecen
nuevas estrellas) y Eratóstenes (quien calculó la
circunferencia de la Tierra midiendo la sombra de dos
palos hincados en la tierra situados muy lejos el uno del
otro) 36 . Estas evidencias llevan ahí desde hace 2300 años y
los terraplanistas ya las conocen, pero no bastan para
persuadirles. Tienen un pretexto para todo 37 . Si dos
milenios de física no son suficientes, ¿qué puedo hacer yo?
Necesitaba desconectar.
Yo no era físico, y no había ido a la FEIC 2018 para
hablar de la evidencia científica a favor o en contra de la
Tierra plana. Yo era filósofo, y estaba allí para examinar
razonamientos. Lo frustrante de los terraplanistas es que
aunque se les haga notar un fallo en cualquiera de sus
argumentos o experimentos simplemente miran y
responden: «Sí, pero ¿qué ocurre con esto o lo otro?», y
pasan a otro tema. Tienen cientos de «puntos», y salvo que
se esté dispuesto a jugar a «Aplasta el topo» e ir
echándolos abajo uno por uno no admitirán la derrota. Para
ellos, no existe algo así como el «experimento definitivo».
Si dicen que saben que la Tierra es plana porque X, y se les
pone de manifiesto que X no es verdad, sencillamente
pasan a otra cosa.
Esto, desde luego, no es lo que debe hacer un científico.
En mi anterior libro, La actitud científica, argumenté que el
elemento principal que separa la ciencia de lo que no es
ciencia es la disposición de los científicos favorable a
modificar sus hipótesis si no se ajusta a la evidencia 38 . A
esto contribuyen no solo los científicos con su compromiso
personal, sino también las normas que fija la comunidad
investigadora en su conjunto, cuyos integrantes ponen a
prueba el trabajo de sus pares y lo someten a un exhaustivo
escrutinio. ¿Se parece a esto lo que hacen los
terraplanistas?
Para ser justo, hay que decir que algunos terraplanistas
han arrojado el guante y afirman estar dispuestos a
cambiar de opinión si se ponen ante sus ojos las evidencias
adecuadas. En la FEIC 2018 tuve el placer de reunirme con
Mike «Mad» Hughes, que se hizo famoso por fabricar un
cohete casero para tratar de comprobar la curvatura de la
Tierra. No fue muy lejos. En su primer intento solo
ascendió hasta los 1875 pies, cantidad inferior a los 2720
pies del rascacielos Burj Khalifa de Dubai. En vez de
construir un cohete, podía haber cogido el ascensor. Y, sin
un campo de visión de al menos sesenta grados, la
curvatura de la Tierra no es visible salvo que se ascienda a
más de 40 000 pies. Por debajo de esa altura, no hay
observación posible que permita resolver la cuestión de la
curvatura de la Tierra. Si Hughes hubiera subido a 30 000
pies, habría tenido que conformarse con las vistas que
habría podido obtener desde la mayoría de los aviones
comerciales 39 .
Cuando me encontré con Hughes, de pie al lado de su
cohete en la FEIC 2018, admiré su mentalidad
experimental. Sus ideas no iban por buen camino, pero no
le faltó valentía para aceptar el desafío de ponerlas a
prueba. En torno a un año después de la Conferencia, en
diciembre de 2019, Hughes anunció que iba a hacer un
nuevo lanzamiento hasta la línea de Kármán, a sesenta y
dos millas (328 000) pies de altura. Desde allí es posible
apreciar la curvatura, y lo cierto es que me entusiasmó
tener noticia del experimento. Justo antes de su
lanzamiento anterior (en 2018), Hughes había dicho:
«Espero ver un disco plano allí arriba […] No tengo
agenda: si la Tierra es esférica y como un balón, volveré y
diré: “chicos, estaba equivocado; es redonda, ¿de
acuerdo?”» 40 . Desafortunadamente, al final no tuvo la
oportunidad: el 22 de febrero de 2020, el cohete de Hughes
tuvo un fallo justo después de despegar, se precipitó al
suelo y su ocupante murió. Uno puede pensar lo que quiera
de Hughes, pero no seré yo quien le critique. Encarnó un
espíritu aventurero y el férreo compromiso de poner a
prueba sus convicciones, a las que prometió renunciar si el
resultado no era el que esperaba, que es la base de la
actitud científica. Pero ¿podemos decir lo mismo de sus
correligionarios terraplanistas?
En un estupendo documental titulado Behind the Curve,
un equipo de rodaje sigue a un grupo de terraplanistas
(que en su mayoría parecen estar afiliados a la FEIC) que
se dedican a pontificar sus creencias y de vez en cuando a
ponerlas a prueba. A primera vista, la cinta podría parecer
una celebración del terraplanismo, pero una vez definidos
los personajes empieza la diversión. Hay una escena en la
que una pareja de terraplanistas se gasta 20 000 dólares en
un giroscopio láser con la idea de demostrar una de sus
creencias fundamentales: que la Tierra no se mueve, pero
cuando encendieron el equipo se encontraron con un giro a
la deriva de 15 grados por hora. Uno de los investigadores
dijo: «¡Vaya! Esto era un problema. Obviamente, no lo
queríamos aceptar, así que empezamos a buscar formas de
refutar que aquello estaba registrando el movimiento real
de la Tierra». No pudieron. Más tarde —en la Conferencia a
la que asistí en Denver— fueron grabados en el documental
diciendo: «No queremos desperdiciar esto, ¿comprendes?,
cuando nos hemos gastado 20 000 dólares en este maldito
artefacto. Si nos deshacemos de lo que acabamos de
descubrir, irá mal. Irá mal. Lo que te acabo de decir es
confidencial» 41 . ¿Podemos imaginar a un verdadero
científico hablando así? 42 .
Por malo que sea esto, al final de la cinta aparece otro
experimento peor si cabe. Un grupo de terraplanistas sale
al exterior y trata de comprobar si un rayo de luz toca a la
misma altura tres postes iguales pero situados a mucha
distancia los unos de los otros. Según su teoría, si un rayo
de luz toca cada uno de los postes a la misma altura,
habremos demostrado que la superficie de la Tierra no es
curva. En realidad, este experimento no está mal, puesto
que está en consonancia con el experimento del nivel de
Bedford del siglo XIX, que Alfred Russell Wallace (famoso
como teórico evolucionista) concibió para cobrar el dinero
de un premio por «demostrar» la curvatura de la Tierra 43 .
Así, pues, ¿qué fue lo que descubrieron los terraplanistas?
En los últimos planos del documental se les ve
desconcertados porque no son capaces de hacer que el
rayo de luz atraviese el agujero «correcto» de su aparato.
Entonces levantan el poste. Títulos de crédito.
¿Cuál fue el resultado de este experimento fallido? La
FEIC 2019 se celebró como estaba previsto. Como dije
antes, para un terraplanista no hay algo así como un
experimento definitivo. A pesar de toda su cháchara en
torno a la importancia que dan a la evidencia y de
presentarse a sí mismos como más científicos que los
científicos, lo cierto es que en realidad no entienden las
bases del razonamiento científico. No solo desconocen los
hechos, sino también cómo piensan los científicos. Así,
pues, ¿cómo piensan los terraplanistas? ¿Cuáles son las
bases (y debilidades) de su estrategia de razonamiento?
Para empezar, su insistencia en las demostraciones
obedece a una idea completamente errada de cómo
funciona la ciencia. Cualquier hipótesis de carácter
empírico es susceptible de ser refutada algún día por datos
u observaciones. Esta es la razón por la que las
afirmaciones científicas suelen ir acompañadas por barras
de error; siempre persiste algo de incertidumbre en los
razonamientos científicos. Esto no significa, sin embargo,
que las teorías científicas sean débiles —ni que, mientras
no estén todos los datos disponibles, cualquier otra
hipótesis es tan buena como la científica: en ciencia nunca
están disponibles todos los datos—. Pero esto no quiere
decir que una teoría o hipótesis científica bien corroborada
no sea digna de ser creída. En ciencia es ridículo reclamar
pruebas como criterio necesario 44 .
Lo que los científicos hacen más bien es refutar. Si una
hipótesis dice que X y X no es verdad, entonces la hipótesis
es errónea 45 . Por ejemplo —como en Behind the Curve—, si
un terraplanista predice que no habrá ninguna deriva y, sin
embargo, se encuentra alguna, la hipótesis queda refutada.
Ahora bien, por supuesto, también los científicos pueden
volver atrás y cerciorarse de que sus instrumentos no
estaban fallando y de que no se les ha escapado ninguna
otra explicación posible para el fenómeno que han
descubierto experimentalmente. Pero más allá de cierto
punto parece absurdo seguir poniendo excusas. Teniendo
en cuenta la adhesión de los terraplanistas al poder de la
prueba, me sorprende su actitud displicente hacia aquellos
experimentos que han refutado sus hipótesis.
Otro punto débil de la manera en la que razonan los
terraplanistas tiene que ver con la falsa idea de cómo la
evidencia sustenta una hipótesis. Que una creencia esté
garantizada significa que está justificada sobre la base de
la evidencia. Cuanto mayor sea la evidencia, más crédito
merecerá la hipótesis. Es innegable que esto está lejos de
ser una demostración. Pero ¿significa esto que ninguna
acumulación de argumentos racionales puede bastar para
que una creencia merezca ser creída? Si así fuera, solo
estarían justificadas aquellas creencias que tengan por
objeto las verdades de las matemáticas y la lógica
deductiva: habría que tirar a la basura tanto la física como
el terraplanismo. Sin embargo, hablar con un terraplanista
implica verle exclamar «¡ajá!» con la mirada alegre cada
vez que siente que la imposibilidad de ofrecerle una prueba
de alguna manera refuerza su hipótesis. Pero no es así
como funciona la ciencia. Que mi hipótesis no esté
demostrada no hace que la tuya sea más probable —¿por
qué no entonces una Tierra triangular, trapezoidal o en
forma de dónut? 46 —. Y, por supuesto, el retroceso y la
revisión basadas en ataques ad-hoc y sospechas carentes
de fundamento simplemente para salvar las propias
hipótesis de la refutación solo sirve para debilitar su
credibilidad. No es así como razonan los científicos. Uno no
puede estar cambiando a todas horas lo que entiende por
evidencia solo para proteger su hipótesis preferida. Los
terraplanistas, sin embargo, usan constantemente un doble
estándar de evidencia. Sin apenas examen transigen con
prácticamente todo lo que están deseando creer, mientras
que cuando no quieren creer algo exigen que se
demuestre 47 . Pero ¿por qué?
Me resulta imposible exagerar hasta qué punto la Tierra
plana se nutre de la manera de razonar de las teorías de la
conspiración. De hecho, algunos han descrito la Tierra
plana como la mayor de todas las teorías de la
conspiración 48 . En la FEIC 2018 no dejé de escuchar una y
otra vez a la gente referirse a otras teorías de la
conspiración: chemtrails, control gubernamental de la
meteorología, agua fluorada como medio de apoderarse de
las mentes, que las masacres de Sandy Hook y Parkland
fueron un fraude y que el 11S fue organizado desde
dentro… Y la lista continúa 49 . De hecho, un ponente dijo:
«Aquí cualquiera te puede dar su lista de las veinte mejores
teorías de la conspiración». Y hubo incluso quien confesó
que, como eran propensos a las teorías de la conspiración,
eso fue seguramente lo que les llevó a investigar sobre la
Tierra plana. Pero lo asombroso es que no parecían
avergonzarse de ello. Un colega me lo explicó diciendo:
«Los terraplanistas son más “permeables” a las teorías de
la conspiración que otras personas». Pero de ahí a creer
que todos los dirigentes mundiales comparten el secreto de
que el mundo es plano… ¿De verdad alguien se cree que
Donald Trump y Boris Johnson son capaces de guardar un
secreto así? Al parecer, sí. Una vez tras otra, los
terraplanistas se destapan y me cuentan que su manera de
razonar bebe de su creencia en las teorías de la
conspiración 50 . (De hecho, en uno de sus seminarios en
torno a cómo reclutar nuevos adeptos, uno de los asistentes
advirtió: «Si alguien te dice que no cree en las teorías de la
conspiración, huye».)
El papel concreto que desempeñan las teorías de la
conspiración en el razonamiento del negacionismo será
abordado en detalle en el capítulo 2. Por ahora, diré
simplemente que el razonamiento basado en
conspiraciones es —o debería ser— anatema para la
práctica científica. ¿Por qué? Porque permite que tanto la
confirmación como la refutación cuenten como garantía de
una teoría. Si nuestra teoría tiene la evidencia a su favor,
entonces no hay problema; pero, si no fuera así, significaría
que hay un agente malicioso que está ocultando la verdad.
Y el hecho de que no haya ni un solo indicio de ello
simplemente testimonia lo bien que hacen su trabajo los
conspiradores, lo que confirma la hipótesis.
Otro papel igualmente relevante en relación con el
pensamiento terraplanista lo desempeña el sesgo de
confirmación. La Tierra plana es el ejemplo definitivo de
razonamiento motivado. Sus partidarios seleccionarán
datos interesadamente [cherry-picking] o interpretarán mal
cualquier dato que respalde sus creencias y rechazarán con
un enorme sesgo aquello que las contradiga. Como uno de
los cinco tropos comunes a todo razonamiento que niegue
la ciencia, el problema de la pesca de datos será abordado
en el capítulo 2. Permítaseme apuntar que lo característico
de prácticamente cualquiera de los terraplanistas a los que
conocí en la FEIC 2018 era ir activamente detrás de todo
aquello que pareciera reforzar sus puntos de vista y
apartarse de lo que no. ¿Habrá que recordar la reacción a
los experimentos de falsación en Behind the Curve? La idea
de crear un experimento definitivo y luego vivir según el
resultado es un anatema para ellos. Ni siquiera se acercan
a ser científicos. Son verdaderos creyentes —evangélicos
de la Tierra plana—.
Naturalmente, ya albergaba mis sospechas en torno a
cómo razonan los terraplanistas (y todos los negacionistas
de la ciencia), pero aún no sabía por qué. Si esperaba ser
capaz de abrirme paso entre los terraplanistas y hacerles
ver que no solo se equivocaban en cuanto a los hechos sino
que también su estrategia de razonamiento era errónea,
tenía que pensar un poco más en torno a lo que pudo
llevarles a adoptar ese conjunto de creencias en particular.
Una vez más me sentí rebasado. No soy físico ni psicólogo.
Sin embargo, basándome en las conversaciones que había
mantenido hasta entonces, percibí un patrón en los
testimonios que quizá pudiera arrojar algo de luz en las
motivaciones y mentalidades que los originaban.
Además de acorralar a los ponentes y a algunas
superestrellas de la Tierra plana, mantuve conversaciones
con otros asistentes a la Conferencia. Descubrí que si
llegaba temprano, cuando aún había muchas sillas vacías,
era fácil entablar una conversación. Una de las más
interesantes que tuve fue con una mujer mayor de Europa
que me dijo que grababa documentales. Al principio me
sentí decepcionado porque imaginé que no era una
seguidora de la Tierra plana y que, al igual que yo, estaba
allí para presenciar el acto, así que bajé la guardia.
—Entonces en realidad no crees en todo esto.
—No es que lo crea, es que lo sé —me dijo.
Uf, la había juzgado mal. Entonces, de la manera más
educada, empezó a relatarme la historia de su vida. Me dijo
que se había formado como científica y que había estudiado
física, química y psicología. Pero después atravesó una
crisis personal (de la que no me dijo gran cosa pero que me
dio la impresión de que estaba relacionada con un
problema de salud) y su marido se divorció de ella. Eso la
había hecho entrar en una espiral que le había llevado a
cuestionárselo todo. ¿Qué significaba su vida? ¿En quién
iba a poder confiar? En aquel tiempo empezó a ver vídeos
sobre la Tierra plana y trató de refutarlos, pero en lugar de
eso la hicieron cambiar de perspectiva. Se sintió
avergonzada por no haberse cuestionado hasta entonces su
«esferismo», pero lo achacó al hecho de haber tenido una
educación demasiado rígida.
En aquel momento le pregunté: «¿Crees que podrías
volver a cambiar de opinión?». Al fin y al cabo, ya había
cambiado de opinión una vez, así que tenía curiosidad por
saber si había algo que la pudiera hacer cambiar de nuevo.
Me respondió que no había nada. Indagué un poco más en
el porqué de aquella situación y me dio la impresión de que
podía ser algo de alguna manera relacionado con sus
creencias religiosas. Finalmente, me atreví a hacerle otra
pregunta.
—¿Es usted entonces una de esas personas que creen
que Dios ha creado la Tierra plana?
—No —respondió—. No lo creo.
Pensé que quizá me hubiera encontrado con mi primera
terraplanista sin creencias religiosas.
—¿Entonces tu creencia en la Tierra plana es secular?
—No —afirmó—. No creo ni en lo uno ni en lo otro
porque el Creador soy yo.
Si al conversar no estuviera siendo tan cordial y
agradable, habría pensado que estaba bromeando. Pero
solo necesité unos segundos para convencerme de que iba
totalmente en serio. Sonrió y continuó. Dijo que si Dios
estuviera separado de ella sería una víctima. Pero eso no
era posible, porque ella ya no era una víctima. Por tanto,
debía ser Dios. Me aseguraba que había creado el universo
incluyendo la Tierra plana. Los demás terraplanistas, que
hablaban de Jesús y el cristianismo, no le convencían: ¡Dios
era ella!
Después de aquello pasó a desgranar detalles de su vida
actual y me contó que había vuelto a vivir con su marido —
ahora en Estados Unidos— y que estaba haciendo películas.
Me pidió que le contara algo de mí y le dije que era
escéptico, que no creía en la Tierra plana. Me dijo que no
tenía ningún problema con ello. Le confesé que había ido a
la convención para conocer lo que pensaban otras
personas, y eso le gustó mucho. No obstante, me sugirió
que tuviera cuidado, que había estudiado el
adoctrinamiento y que tenía la impresión ¡de que todos los
esferistas tenían el cerebro lavado! En lugar de enfadarse o
sentirse insultada por mis preguntas, parecía
compadecerme. Durante la presentación que siguió —
estábamos sentados en asientos próximos— me miraba
sonriendo cada vez que el ponente hacía alguna
observación atinada.
Me costaba mantener la mente centrada mientras
trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Lo fácil
habría sido tachar a esa mujer de loca, pero lo que llamaba
la atención era que en muchas de las cosas que decía
resonaba el eco de lo que yo había escuchado de otros. No
quiero decir que los terraplanistas estén delirando, pero
había un denominador común que había que investigar.
Aquella mujer me estaba hablando de un trauma que había
sacudido su vida. Y ahora me daba cuenta de que muchos
de aquellos a los que había oído hablar aquel día se habían
referido también a experiencias traumáticas que habían
padecido coincidiendo con el momento en el que habían
empezado a interesarse por la Tierra plana. Para muchos
fue el 11S. Para otros, una tragedia personal. Algún
acontecimiento terrible se había producido, y eso les había
llevado a hacer lo mismo que aquella mujer: cuestionárselo
todo. La conclusión a la que había llegado —que ella misma
era Dios— tenía que ser un caso excepcional. Pero la idea
de que los terraplanistas se sentían atraídos hacia la teoría
de la conspiración definitiva justo en el momento en el que
estaban tratando de curarse de alguna herida psíquica
importante era algo en lo que no podía dejar de pensar.
Me había dado cuenta de que muchos terraplanistas
parecían alienados o marginados de la sociedad. Pero eso
era fácil de atribuir a su misma condición de terraplanistas.
Como ya dije antes, los terraplanistas suelen ser
perseguidos por sus opiniones y pagan un alto precio que
afecta a su relación con la familia, los amigos, la
comunidad y los compañeros de trabajo. Pero ahora se me
ocurrió: ¿qué pasa si ya estaban antes alienados y
marginados? Tal vez fuera eso lo que les llevó a la Tierra
plana. De nuevo: no soy psicólogo, pero algo tuvo que
suceder. Imaginemos que alguien ha estado siempre en la
periferia de la vida, nunca demasiado integrado y sin
demasiadas oportunidades, sin la posibilidad quizá de
desarrollar la carrera profesional y la vida personal a las
que aspiraba, y con la sospecha de que al menos en parte
todo ello era porque otras personas han estado en su
contra, le han mentido y socavan su derecho desde el
principio: ¿no puede resultar tentador invocar como
explicación algún tipo de conspiración gigantesca? De
repente, en vez de un marginado, es parte de una élite. Es
uno de los salvadores de la humanidad, alguien que ha
tenido acceso a una verdad que miles de millones de
personas ignoran. Y el hecho de que sus correligionarios
sean tan pocos solo demuestra lo hondamente enraizado de
la conspiración. Matrix.
Allí sentado llegué a la conclusión de que quizá la Tierra
plana no era tanto una creencia que alguien pudiera
aceptar o rechazar sobre la base de la evidencia
experimental como una identidad 51 . Podía darle un sentido
a la vida. Al instante creaba una comunidad fortalecida por
la persecución compartida. Y quizá pudiera explicar
algunos de los traumas y otras dificultades por las que una
persona hubiera atravesado a lo largo de su vida, dado que
las élites en el poder son corruptas y se dedican a
conspirar.
Dejo a otros la paciente investigación científica
encaminada a comprobar lo atinado de estas
especulaciones 52 . Pero como hipótesis de trabajo para mí
mismo, en aquel momento y en aquella sala, cambiaron mi
manera de abordar el resto de la Conferencia. Si estaba en
lo cierto, entonces la Tierra plana no tenía que ver con la
evidencia en absoluto. La «evidencia» era solo una gran
racionalización de la propia identidad social. Esto explica
por qué los terraplanistas se tomaban como un ataque
personal que yo cuestionara sus convicciones. No eran
simplemente creencias que tuvieran, sino aquello que les
hacía ser quienes eran, por lo que yo no podía pretender
que cambiaran de forma de pensar sin dejar de pedirles
que renunciaran a su identidad, lo cual no prometía sino un
rotundo fracaso. ¿Qué podía hacer que entendieran que su
sistema de creencias era erróneo sin que pareciera que les
estaba atacando como personas?
Quizá una manera de proceder fuera empezar
tomándomelos en serio como seres humanos, aunque me
negara a participar en su juego de «pruebas». Podía dejar
de esforzarme por ofrecerles mis propios argumentos a
favor de la esfericidad de la Tierra a la vez que me abstenía
de pedirles (o criticar) los suyos. En lugar de eso podía
hablar con ellos… sobre ellos mismos. Pensé que de esa
manera cabía la posibilidad de que los terraplanistas me
hicieran el trabajo gratis. Para empezar, les dejaría
desarmados. Pero también sabía que mi enfoque tenía que
buscar las razones que tenían para creer en la Tierra plana.
Sus creencias iban a ser mi entrée, pero mi objetivo era
hacerles hablar de por qué las habían adoptado.
Quizá pudiera hacerles una pregunta que nadie les
hubiera hecho antes, una que ningún científico habría
tenido problemas en responder. Y entonces —en vez de
tratar de hacerles cambiar de opinión directamente—
podría bastarme con permanecer sentado y observar cómo
la disonancia cognitiva se iba apoderando de ellos mientras
su incomodidad iba aumentando al no poder darme una
respuesta 53 .
En su Lógica de la investigación científica de 1959, Karl
Popper propone su teoría de la «falsación», que se resume
en que un científico siempre tratará de falsar su teoría en
lugar de confirmarla 54 . A partir de ahí desarrollé en mi
libro La actitud científica una idea clave, que es que —para
ser científico— uno debe estar dispuesto a cambiar de
opinión sobre la base de la evidencia. Así, pues, ¿qué tal
esta pregunta?: ¿qué evidencia, si hubiera alguna, podría
convencerte de estar equivocado?
Me gusta esta pregunta porque es al mismo tiempo
filosóficamente relevante y personal. No eran solo sus
creencias, sino ellos mismos. Hasta el momento mi actitud
había sido respetuosa y mi intención era que siguiese
siendo así. Pero ahora necesitaba introducir pequeños
ajustes en mi estrategia. En vez de desafiarles apelando a
la evidencia, les preguntaría cómo han llegado a adoptar
sus creencias sobre la base de la evidencia.
La siguiente sesión trataba acerca del «activismo
terraplanista» (en ella se habló de cómo reclutar nuevos
miembros mediante consultorios a pie de calle para «hacer
despertar a la gente») y corrió a cargo de una de las
mayores celebridades de la Tierra plana. Era joven y
delgado, y tenía una mirada que sugería a la vez intensidad
y vulnerabilidad. Era de voz suave y paciente, y, por
supuesto, bastante inteligente. No solo parecía un
verdadero creyente, sino que me pareció que muchas de las
personas que asistían a la Conferencia también creían en lo
que decía. Era un líder natural y eso le venía bien al
terraplanismo, porque su tarea era una de las más difíciles:
persuadir a la gente (a veces en conversaciones cara a
cara) de abandonar el esferismo 55 .
Enseguida me sentí fascinado. Curiosamente, aquel
hombre se proponía precisamente lo mismo que yo estaba
intentando hacer. Estaba asistiendo a la sesión para
aprender más acerca de cómo los terraplanistas se
organizan para atraer nuevos miembros. Quizá podría
adquirir algunas habilidades prácticas. Comenzó
mostrando el vídeo de uno de sus consultorios para enseñar
algunas de las técnicas con las que trataba de captar a la
gente. Su principal consejo era que los activistas debían
mantener la calma y controlar sus emociones. No era
buena idea suponer que quienes creían en el esferismo
eran idiotas o enfermos mentales. Hay que respetarles.
Debemos ser francos con ellos y no ocultarles nuestra
creencia en la Tierra plana, pero sin dejar de tener en
cuenta que algunas personas «aún no están preparadas».
Ahí afuera hay mucha gente perdida, dijo. No se puede
esperar ganar siempre. «Os encontraréis con gente que
niega la realidad aunque la tenga delante» (en serio, lo
dijo).
Tuve que sonreír. Las tácticas que estaba describiendo
no eran un mal guion para lo que yo pensaba hacer. Si se
sustituye «terraplanista» por «esferista», estaba repitiendo
casi todos los relatos anecdóticos que yo había leído acerca
de cómo la gente cambia de parecer y abandonan sus
resistencias a las vacunas o al cambio climático.
Después de aquello, el orador se puso a comentar
algunos temas recurrentes en torno a la Tierra plana: el
agua busca su propio nivel, los empleados de la NASA
están obligados a firmar acuerdos de confidencialidad y las
fotos trucadas de la agencia espacial están tomadas desde
debajo del agua…, en fin. Pero entonces percibí en él un
destello de rabia cuando empezaba a describir los «pilares
púrpura», personas que creían en otras teorías de la
conspiración pero que llamaban locos a los partidarios de
la Tierra plana. ¿Eran herejes? Creo que eso era lo que le
disgustaba. Reconocía el papel que desempeñan las teorías
de la conspiración en la manera de razonar de los
terraplanistas, y aparentemente consideraba que si alguien
estaba dispuesto a creer que el 11S había sido organizado
desde dentro o que el tiroteo de Parkland había sido un
montaje debería aceptar la Tierra plana. Pero luego nos
recomendó, por el bien de nuestra propia salud mental, no
llegar al punto de interpretarlo todo como una conspiración
en nuestra contra. Prosiguió con algunos comentarios
acerca de su vida personal y sus problemas médicos —que
no compartiré aquí—.
Cuando terminó la presentación, me sentí renacer. Ahí
estaba la razón por la que me había interesado por la
Tierra plana. Más tarde, aquella misma noche, había
programado un «debate» sobre la Tierra plana entre Skiba
y alguien que al parecer era un escéptico. Olvidémoslo. Yo
quería un debate sobre la Tierra plana en aquel mismo
momento. Necesitaba hablar con ese tipo.
Esperé pacientemente en el pasillo a que todo terminara,
pero cuando apareció el orador —él solo— le llamé y le
pregunté si podía invitarle a cenar con la condición de
pasar toda la velada hablando de la Tierra plana. ¿Cómo
iba a negarse? En realidad, mucha gente habría rechazado
la invitación, pero su charla me había impresionado tanto
que tenía la esperanza de que aceptara si sabía cómo
acercarme a él. Fue sincero: le dije que me consideraba
escéptico, que tenía ante sí a un filósofo académico
interesado por el negacionismo de la ciencia y que estaba
escribiendo un libro sobre el tema, pero que me encantaría
hablar con él. Me dio la alegría de aceptar con solo una
condición: que mientras yo trataba de reclutarle para mi
causa ¡él trataría de reclutarme a mí para la suya!
No hizo falta ir muy lejos, porque decidimos cenar en el
restaurante del hotel, en una mesa pequeña sentados los
dos el uno frente al otro. Le pregunté si me dejaba tomar
notas y me dijo que sí, e incluso me permitió grabar la
sesión si lo consideraba necesario. Yo decliné la oferta
temiendo que afectara a nuestra conversación: no quería
que ninguno de los dos tuviera que «actuar» para nadie,
sino solo mantener una conversación directa cara a cara. A
él le pareció bien. Pedimos la cena y nos pusimos a ello.
Empecé pidiéndole que me contara algo más de su vida.
No había sido fácil: padecía una enfermedad que
amenazaba su vida y no tenía otro hogar que una caravana,
pero le habían echado de la propiedad en la que estaba y se
había mudado junto a la casa de su madre. El dueño de la
caravana quería venderla y también le echó, lo que fue
doloroso porque la comunidad terraplanista había
organizado una colecta para comprársela. No estaba claro
dónde vivía ahora y preferí no preguntar.
Ahora era su turno. Parecía intrigado por el hecho de
que una persona como yo se hubiera interesado por asistir
a un congreso de terraplanistas. Recelaba (por supuesto),
pero depuso las armas y se mostró franco y directo, y dijo
que quería hacerme una pregunta: «Como profano que
quiere saber algo más de nosotros, ¿crees que el
terraplanismo está adelantado a su tiempo?». Si le
respondía lo que pensaba, temía que se quebrara la
confianza, así que le dije: «Hablemos de eso al final… Estoy
aquí para aprender de ti». No volvimos a tratar el asunto,
lo que probablemente fue bueno, puesto que mi respuesta
habría sido: «No, en realidad lleváis un retraso de
quinientos años».
Entonces nos pusimos manos a la obra. Sabía que lo más
seguro era que nunca más se me volviera a presentar una
oportunidad así. Estaba hablando con un terraplanista
inteligente, auténtico y bregado en el arte del debate.
Incluso me caía bien. No quería tirar a la basura la buena
disposición y la confianza que habíamos construido hasta el
momento, pero tampoco quería apostar a que se
mantendrían a lo largo de la conversación, así que decidí
empezar con la pregunta más importante: «Entiendo que tu
punto de vista es compatible con la existencia de un
creador; sin embargo, no parece basarse en la fe: buscáis
la evidencia, lo que significa que la evidencia debe de ser
importante para vosotros. Así, pues, ¿qué evidencia
concreta bastaría para convencerte de que tu creencia en
la Tierra plana es errónea?».
Adoptó un gesto de incomodidad. No creo que le
hubieran hecho nunca esa pregunta. Pero a la vez que
fruncía el ceño intuí que su mente se planteaba la cuestión
cuidadosamente. «Bien, en primer lugar, yo mismo tendría
que formar parte del experimento; de lo contrario, no me
fiaría». Le dije que me parecía bien. Prosiguió especulando
que quizá un cohete financiado que le permitiera elevarse a
sesenta y dos millas (hasta el punto imaginario en el que
comienza el espacio) le permitiría hacer la comprobación
por sí mismo. Le expliqué que hay cazabombarderos que
lograron ascender hasta los ochenta mil pies y que desde
allí fue posible apreciar la curvatura de la Tierra, pero me
respondió que cabía la posibilidad de que la ventana
estuviera curvada, así que ¿quién podía estar seguro?
Los dos nos detuvimos un minuto pensando en lo que
significaría acercarse al borde donde comienza el espacio y
mirar por la ventana. Me dijo que la gente del movimiento
terraplanista le tenía adoración y que, si volviera de un
viaje en cohete y les anunciara que ya no creía en la Tierra
plana, les dejaría devastados. Mucha gente no podría
seguir creyendo. Y, por supuesto, la idea de poder ir algún
día no es realista 56 .
Le propuse entonces el experimento del que había oído
hablar en el seminario de Skiba, el que consistía en tomar
un barco y adentrarse en el lago Michigan más allá del
punto en el que es posible apreciar el efecto del espejismo
superior y desde allí mirar hacia la orilla 57 . Tal vez un
centenar de millas. Si todavía podemos observar el skyline
de Chicago, entonces la Tierra es plana; de lo contrario, es
esférica. Sería un experimento definitivo. No estuvo de
acuerdo: me hizo notar que había muchas variables
basadas en la meteorología y el vapor de agua en el aire. Le
respondí que podía esperar a que se dieran las condiciones
que definía como «perfectas», pero insistió: demasiadas
variables.
Su rostro reflejaba la lucha. De la misma manera que yo
quería desmontar la Tierra plana, él ansiaba poder decirme
qué le serviría como prueba definitiva. Era lo bastante
inteligente como para darse cuenta del atolladero en el que
le estaba metiendo mi pregunta: si seguía negándose a
aceptar toda evidencia, entonces quizá sus creencias se
basaran, al fin y al cabo, en la fe.
Durante un momento no dijo nada. Entonces le propuse
tomar juntos un vuelo sobre la Antártida. Aquel día otros
hablantes habían asegurado que la Antártida no es un
continente y utilizaban como argumento a favor de la
existencia de una conspiración para encubrirlo el hecho de
que no haya vuelos directos sobre ella. Al instante me dijo:
«Pero no hay vuelos sobre la Antártida». Yo dije: «¿De
verdad?»; y busqué en mi bolsillo trasero, donde guardaba
el itinerario, con el que había venido preparado, de un
vuelo directo de Santiago de Chile a Auckland, Nueva
Zelanda. Si la Tierra fuera plana, ese vuelo no debería
existir 58 .
—¿Has tomado ese vuelo? —preguntó.
—No, pero existe 59 .
Dijo que para creerlo tendría que subirse él mismo al
avión. Si pudiera llevar su propio equipo y hacer los
experimentos que quisiera a bordo, entonces empezaría a
creer en la esfericidad de la Tierra.
¡Bien! Estaba impresionado. Por primera vez en la
Conferencia, había recibido una respuesta a la cuestión
crucial. En cierto sentido, Mike Hughes había respondido
también diciendo que si podía llegar a la línea Kármán y
observar la esfericidad de la Tierra desde allí abandonaría
sus opiniones. Pero la posibilidad de que eso ocurriera en
un cohete nada menos que de fabricación casera no parece
muy viable. Sin embargo, ahora estaba sentado enfrente de
un terraplanista que estaba dispuesto a embarcarse
conmigo en un vuelo comercial que existía de verdad, y
podíamos tomarlo juntos.
El vuelo costaba ochocientos dólares por persona. Me
dijo que no tenía tanto dinero. Pero ¿qué dificultad podía
haber en volver a casa, conectarme a Facebook o a
GoFundMe y organizar una colecta entre todos mis colegas
filósofos y científicos para financiar un viaje como este?
¿Me dejáis cincuenta dólares para ver a un terraplanista
tomar un vuelo que según él no existe y obligarle a lidiar
con las consecuencias cuando pase sobre la Antártida? Le
dije que podía pagárselo yo mismo, probablemente cuando
estuviera de vuelta en Boston.
Ahora mi compañero de cena estaba empezando a
mostrarse algo inquieto —y, para ser sincero, diré que yo
también estaba un poco preocupado—. Las cosas se
estaban poniendo serias. Si realmente íbamos a hacer
aquello, debía asegurarme de que cuando llegáramos allí
arriba no iba a decir: «Bueno, es que las ventanas están
curvadas» o algo por el estilo. ¿Y cuáles eran aquellos
experimentos que quería hacer? Yo no estaba dispuesto a
reunir y gastar mil seiscientos dólares de otras personas
solo para que en el último momento se echara atrás.
Necesitábamos un criterio.
Amablemente le sugerí que lo mejor, si seguíamos
adelante, era acordar con antelación qué íbamos a
entender como confirmación o refutación «exitosa» de la
Tierra plana. Le hice notar que una buena manera podía
basarse en si teníamos que parar a repostar. Si quien
estaba en lo cierto era yo y la Antártida era un continente
de solo unos mil kilómetros de anchura, deberíamos poder
hacer viaje sin pararnos a repostar. Si se piensa bien, el
hecho de subirse al avión suponía un tremendo ejercicio de
fe, puesto que, si uno no cree que pueda hacerse, ¿dónde
íbamos a poder parar a repostar en la Antártida? Si, por el
contrario, fuera él quien tuviera razón y la Antártida fuera
una cadena montañosa —de unas veinticuatro mil millas de
longitud—, entonces sería imposible completar el viaje con
solo un depósito. Ni siquiera los vuelos más largos sin
escalas pueden cubrir más de diez mil millas sin parar a
repostar 60 . No hay vuelos que den la vuelta al mundo (ni
siquiera volando de este a oeste) capaces de completar el
viaje sin parar. Así, pues, ¿estábamos de acuerdo?
Para mi alegría y sorpresa, estuvo de acuerdo. Y nos
dimos un apretón de manos. Yo estaba henchido de
emoción, puesto que en aquel momento tenía claro que
había caído en mis redes. En algún momento, él también
debió de darse cuenta porque lentamente empezó a sacudir
la cabeza. «No, no puedo», me dijo. «Me retracto». «¿Por
qué?», le pregunté. Me dijo que quizá las escalas para
repostar fueran una ilusión, que quizá, por culpa de otros
vuelos, estuviéramos condicionados al pensar que los
aviones tienen que repostar, de tal manera que cuando
llegara el momento de cruzar la Antártida por aire
dijéramos que el terraplanista tuvo que hacer una escala
para echar combustible. Pero ¿y si no fuera así?, ¿qué
pasaría si se pudiera dar la vuelta al mundo con un solo
depósito de combustible y todos esos vuelos fueran solo un
engaño para no hacernos sospechar?
No me lo podía creer.
—Voy a ser franco —le dije—. ¿Me estás diciendo que
crees que toda la historia de los viajes en avión, tanto en
este país como en los demás, ha sido un montaje desde
antes de que tú y yo naciéramos, en previsión del día en el
que los dos decidiéramos sentarnos el uno frente al otro
para tratar de dar con una forma de comprobar si la Tierra
es plana?
Dijo que sí.
En ese momento —a todos los efectos y propósitos—
nuestra cena había terminado 61 . Su posición había sido
demolida y ni siquiera habíamos terminado los entrantes.
Sin embargo, en lugar de levantarme e irme, cogí una
página de su seminario y mantuve la calma. Haberme
marchado habría sido una grosería. Además, habría
renunciado a cualquier posibilidad de avanzar en el
diálogo. No es posible hacer cambiar de opinión a alguien
volviéndote a casa «a tener la razón». Pero también percibí
el peso de la admonición de Thomas Henry Huxley de que
«la vida es demasiado corta como para dedicarse a matar a
los muertos más de una vez». ¿Qué debía hacer? 62 .
Me di cuenta de que él estaba triste, así que llevé la
conversación a un terreno más familiar y le dejé hablar un
rato. Me preguntó si tenía inquietudes espirituales; le
respondí que no. Entonces empezó a explicarme la relación
entre Dios y el Diablo y me impartió un pequeño seminario
sobre la Tierra plana a nivel esencial. Aquello ya me
pareció suficiente. Indagué un poco preguntándole: «Pero
si el Diablo es tan hábil como para poder ocultar una
verdad tan grande ¿cómo es que dejó tantas pistas que tú
pareces haber detectado?». Me explicó que la verdad suele
estar oculta a la vista de todos y que los poderosos
determinan el relato, como había ocurrido en la masacre de
Parkland.
La presión sanguínea se me estaba disparando. Mi mujer
y yo tenemos una buena amiga cuya hermana perdió un
hijo en la masacre de Sandy Hook. Si me enfadara, la cena
habría acabado de verdad. Pero ¿cómo iba a dejar que se
saliera con la suya diciendo sandeces? Empezó a decir que
los niños de Parkland eran «actores de crisis», que la
madre de una de las «víctimas» había dicho: «No quiero
recuerdos ni oraciones, quiero control de armas», lo que le
hizo sospechar. Me preguntó: «¿No es eso exactamente lo
que el grupo de presión a favor de prohibir las armas
habría querido que dijera?». A partir de ese momento
nuestra conversación devino en un ir y venir de teorías de
la conspiración y cargas de la prueba, navajas de Ockham y
de por qué me costaba tanto aceptar especulaciones y
sospechas como si fueran evidencia sólida. Tomé la
decisión calculada de no compartir que conocía a una
familia a la que estos absurdos habían dejado traumatizada.
Luego lo lamenté. Quizá debí haberme descarado. Él no era
la única víctima del mundo. Tal vez lo que necesitara era
escuchar que el tipo de lógica que estaba usando tenía
consecuencias tangibles para personas de carne y hueso.
Cuando habíamos dado cuenta del contenido de nuestros
platos —pasadas ya dos horas—, volvimos al tema del
negacionismo de la ciencia. Me comentó que no le gustaba
la manera en la que los negacionistas del cambio climático
y los antivacunas despreciaban a los terraplanistas.
Lamentaba también la «superioridad moral» de los
científicos y observó que si verdaderamente lo eran
deberían estar dispuestos a investigar la Tierra plana. Le
respondí que en ciencia había que hacerse con un lugar en
la mesa; los científicos no van por ahí buscando
conspiraciones e investigándolas todas. «Bueno, yo no
desconfío de la ciencia», me dijo. «Yo desconfío de la
pseudociencia». «Yo también», repuse. Al final hubo algo
en lo que sí estábamos de acuerdo.
Cuando nos levantamos para irnos, yo pagué la cuenta y
él dejó en la mesa un pequeño folleto sobre la Tierra plana
para la camarera. Nos dimos un apretón de manos y nos
despedimos de la manera más amistosa que pudimos. Era
un polemista habilidoso e implacable que nunca cedía una
pulgada. Me parecía increíble que tuviera tantas creencias
sin fundamento y me pregunté cómo una persona
inteligente podía llegar a eso. La gente muchas veces se
mofa de los terraplanistas tachándolos de locos o
estúpidos, pero no creo que vayan a encontrar así la razón
de lo que está ocurriendo. Cierto, la gente no sabe de física
básica y hay mucha ignorancia voluntaria y resistencias
que pueden parecer patológicas, pero la disposición se
refiere a otra cosa. Ahí había un muchacho tan versado en
retórica que podía contrarrestar (al menos para su propia
satisfacción) cualquier cosa que se le dijera. Obviamente,
estaba equivocado. Pero ¿acaso lo sabía? Y, si así fuera, ¿lo
admitiría alguna vez? Probablemente no, pero eso tampoco
le convertía necesariamente en un loco, porque había
demasiados otros como él allá afuera.
El argumento que me había expuesto durante la cena
tenía la misma forma que prácticamente cualquier otra
creencia de los negacionistas de la ciencia. Aunque tanto
los negacionistas del cambio climático como los
antivacunas parecen menos extremistas que los
terraplanistas, usan el mismo manual de estrategia. Hasta
sus mismos seguidores admiten que el terraplanismo es
extremista; algunos lo llevan incluso como emblema
honorífico. Pero me quedé pensando que no era el
contenido concreto de la creencia en la Tierra plana lo que
la hacía ridícula, sino la manera de razonar de sus
partidarios. Y eso no era exclusivo de la Tierra plana.
El debate real en el escenario principal de la Conferencia
esa noche resultó un fracaso. Habían traído un cómplice y
yo me fui al cabo de diez minutos. Empezó declarándose
católico y asegurando que llevaba cuarenta y cinco años
interpretando la Biblia y la aceptaba como autoridad «hasta
donde pudiera ser». Quizás a la Biblia no le correspondiera
hacer pronunciamientos sobre física, aseveró, pero eso él
no lo sabía. Me fui de allí cuando dijo: «Cada uno de
nosotros debe humillarse ante la palabra de Dios».
Así acabó el primer día.
Durante la mañana siguiente mantuve una breve
conversación con Robbie Davidson, el organizador de la
Conferencia, cuando me lo crucé por el pasillo. No sabía
que yo no era terraplanista, así que le pregunté: «He oído
decir a muchos investigadores que no tienen dinero
suficiente para sus experimentos. Debes de estar haciendo
un montón de dinero con la Conferencia. ¿Les harías una
donación?». Me respondió: «No hago mucho dinero con
esto; organizarlo es muy costoso. La primera vez mi mujer
y yo perdimos dinero». Le hice notar que podía aprovechar
las siguientes conferencias que organizara para pedir
donaciones y recaudar fondos dedicados a la investigación.
Me dijo que lo tendría en cuenta.
Después de lo que había visto el día anterior, la mayoría
de las sesiones parecían un repaso. Una tras otra volvían
sobre los mismos materiales. La única que me interesaba
de verdad era la que se titulaba «Hablar con la familia y los
amigos acerca de la Tierra plana». Una vez más, llegué con
antelación. La sesión estaba dirigida por dos
«investigadores» de la Tierra plana, ambos en apariencia
bastante engreídos pero con la pretensión de expresar
diferentes puntos de vista: uno de ellos se había acercado a
la Tierra plana desde su cristianismo mientras que el otro
se presentaba como secular 63 . Este último aseguraba que
el 11 de septiembre de 2001 vivía en las proximidades del
World Trade Center y que había tenido la ocasión de verlo
todo desde la ventana de su casa. Lo que había ocurrido en
la realidad no era lo mismo que aparecía en las noticias.
Eso le hizo empezar a dudar de las cosas. Su creencia en la
Tierra plana al parecer había empezado a desarrollarse
poco después de aquello, mientras empezaba a revisar unos
vídeos de Internet y trataba de desmontarlos de manera
infructuosa (aparentemente, si una persona tan inteligente
como él no podía hacerlo, debían ser ciertos). Aseguraba
que su punto de vista no estaba basado en la Biblia; se
basaba en la «evidencia». (Percibí una lógica que ya me era
familiar: el único criterio son las pruebas. Por tanto, si no
es posible demostrar que la Tierra es esférica, entonces
tiene que ser plana, QED.)
El siguiente orador decía que su punto de vista se basaba
en la Biblia y que se había sentido atraído por la Tierra
plana porque encajaba muy bien con sus creencias
religiosas. Nunca había recelado del 11S antes de empezar
a poner en cuestión la forma de la Tierra. Supuse que para
él, como para muchos otros asistentes a la Conferencia, la
Tierra plana había servido como puerta de entrada a
muchas otras teorías de la conspiración. Continuó diciendo
que poner en cuestión la Tierra esférica le había llevado a
poner en cuestión la NASA. «No se nos enseña a pensar, se
nos enseña qué pensar». Intuía que nos habían lavado el
cerebro y que la fluoración del agua hacía que nos costara
más aprender a pensar. Los dos ponentes elogiaron la
escena de la «píldora roja» en Matrix, lo que generó un
murmullo de aprobación en la concurrencia. Todo el mundo
parecía adorar aquella película. Había gente que conocía la
verdad y que iban a «despertar a los otros», que era el
tema de la sesión de hoy.
Empezaron con una referencia filosófica interesante: no
es lo mismo causación que correlación. ¡Contar con
evidencia a favor de una tesis no es lo mismo que disponer
de una prueba estricta! La evidencia a favor de la Tierra
esférica no demuestra que la Tierra sea esférica: solo se
correlaciona con ello, pero también (según decía) con la
Tierra plana. Así, pues, el trabajo al hablar a la gente de
esto es hacerles dar el primer paso y cuestionarse las
cosas. De hecho, una de las tácticas más efectivas es dejar
que la persona a la que se intenta convencer te haga una
pregunta.
Después de algunos «argumentos» ridículos a favor de la
Tierra plana basados en una supuesta confabulación entre
Walt Disney y Werner von Braun, (que diseñó un cohete que
fue precursor de la misión espacial Apolo), se me hizo
saber que si se mira de cerca la firma de Walt Disney ¡es
posible apreciar en ella los bucles de tres seises! Por
supuesto, esto no prueba nada, supongo, pero ahí estaba:
la evidencia. Había que explicarlo, y así sucesivamente.
Cuando la presentación volvió al tema de cómo
convencer a los demás de que la Tierra es plana,
advirtieron de que no todo el mundo podía ser convertido.
Por ejemplo, el orador del «debate» del día anterior era una
causa perdida. «Tiene demasiado que perder», aseveró uno
de los ponentes. «Nunca le cogeremos». De la misma
manera, observaron que los profesores y los científicos
eran más difíciles de convencer ¡porque estaban más
adoctrinados! Un consejo práctico era alejarse de
cualquiera que dijera que no creía en las teorías de la
conspiración. Con ese no valía la pena perder el tiempo.
Era esencial, sin embargo, conocer los detalles del sistema
esferista, saber a qué velocidad (supuestamente) rota y
gira la Tierra. Decían que muchos esferistas ni siquiera
conocían su propio sistema (lo cual es probablemente
cierto), así que podía ser eficaz llevarlos a terrenos en los
que uno «conociera los hechos». Esto podía ser
especialmente útil al hablar con extraños, porque era
probable que nunca más se les volviese a ver. Pero lo más
difícil era hablar con amigos y familiares.
El objetivo de un activista de la Tierra plana debía ser
«plantar la semilla» de la duda, decían. No hay que
abrumar a la gente, en especial a la familia y los amigos.
Con los desconocidos, hay que procurar que comprometan
parte de su tiempo para discutirlo. No hay que atropellarles
y darse a la fuga. Conviene establecer unas reglas básicas,
como «puedes hacerme una pregunta, pero luego tienes
que esperar a que termine de responder». La carga de la
prueba no era aquí esencialmente un problema. La
estrategia era hacer que alguien se cuestionara sus propias
creencias —o que admitiera que había algo que no sabía—
y ver adónde llevaba eso.
El terraplanista «secularizado» dijo: «Si alguien se cree
la versión del 11S que aparece en las noticias, tenemos un
duro trabajo por delante». Lo que podía funcionar, sin
embargo, era reconocer que aunque no se logre convencer
a alguien en el momento se puede dejar plantada una
semilla de duda que germine más adelante. Quizá se le
pudiera pedir a la gente que investigue personalmente la
Tierra plana durante dos semanas sin decírselo a nadie.
Después, si están convencidos, pueden compartirlo 64 .
Luego escuché uno de los consejos más alucinantes de toda
la Conferencia: que era más fácil tener relaciones con
alguien a quien se hubiera conocido por medio de la Tierra
plana. «¡Mirad a vuestro alrededor a todas las personas de
esta comunidad!». Esto mereció un gran aplauso del
público que llenaba el salón de baile. Era como si
estuvieran intentando aislarse de todo aquel que pudiera
hacerles cuestionarse sus creencias.
Llegaba el turno de preguntas y respuestas.
La primera pregunta versó acerca de cómo defender la
Tierra plana en la iglesia. Un compañero percibía hostilidad
en su pastor. Temía ser expulsado. Los ponentes le
aconsejaron buscar a otros de su misma congregación; y
quizá dejar información sobre la Tierra plana en las Biblias
de los bancos.
Segunda pregunta: «¿Qué debería hacer si soy cristiano
por encima de todas las cosas y me pregunto si mi enfoque
de la Tierra plana entra en conflicto con mi idea de enseñar
el Evangelio? Nos acercamos al final de los tiempos.
Debería estar en la calle salvando almas». Respuesta: trata
de infiltrarte en tu congregación.
Tercera pregunta: «¿Qué debo hacer si ando por ahí
como activista de la Tierra plana y me encuentro con un
grupo hostil a mis planteamientos?». Respuesta: sé tú el
que fije las reglas; que solo puedan hacerte una pregunta a
la vez y luego tú la contestas. No quieres que te acribillen a
preguntas y que al final alguien se frustre y diga: «Ya da
igual», y se vaya.
En este punto uno de los ponentes reveló que una de las
conversaciones más frustrantes de su vida había sido con
un hombre muy educado que no hacía más que repetir: «De
acuerdo, la Tierra es plana, pero ¿por qué es un círculo
perfecto?». Lo volvía a explicar, y entonces el hombre decía
de nuevo: «Sí, pero ¿por qué es un círculo perfecto?». Ahí
yo casi estallo en carcajadas. Si algún día me para un
terraplanista en Harvard Square, ya sé exactamente qué
decirle. El ponente agitó la cabeza y añadió: «Hay personas
que simplemente no quieren aprender».
Llega el momento de la pregunta que casi me parte en
dos. En serio. Hasta entonces, durante la mayor parte del
tiempo, había conseguido mantener la compostura —
incluso durante la cena de la noche anterior—, pero ahora
empecé a temer perderla. La pregunta fue formulada por
un hombre que estaba sentado al lado de una niña de unos
cinco o seis años. Dijo: «¿qué puedo hacer para evitar que
se metan con mi hija en la escuela? Nosotros ya somos
mayores y podemos soportarlo, pero a ella la insultan por
las creencias de sus padres». Se me rompió el corazón.
Aunque había visto a un par de niños en la Conferencia, en
aquel momento me di cuenta de la magnitud del problema.
Prácticamente todos los adultos —ellos mismos lo decían—
dejaron de ser esferistas y adoptaron el terraplanismo
viendo vídeos de YouTube. Y quizá su conversión fuera
reversible. Pero ¿qué posibilidades tiene quien se haya
criado en una secta, quien crece en una familia de la que lo
único que recibe día tras día son teorías de la conspiración
y admoniciones contra la ciencia? 65 . Aquella pobre niña
nunca iba a tener una oportunidad.
Me temblaban las manos mientras esperaba la
respuesta.
Primero el auditorio aplaudió a la niña por mantenerse
firme en sus creencias. El orador esbozó entonces una
sonrisa malévola. «Los niños nos marcan el camino»,
afirmó. Como el maestro reconvenía a la niña por sacar el
tema de la Tierra plana, le sugirió que al salir al patio
hablara con sus compañeros, cuando el maestro no estaba
escuchando. «Algunos niños están deseando aprender».
Miré a mi alrededor; las probabilidades estaban cien a
uno en mi contra.
¿Qué ocurriría si levantara la voz y exclamara:
«¡Basura!»?
En vez de eso me levanté y me fui de allí.
Aquella noche no cené con ningún terraplanista y juré
salir del hotel. De todas maneras, era la última noche de la
Conferencia y no quería quedarme para el banquete de
entrega de premios, así que me fui y comí en un
restaurante local.
Mientras cenaba, los pensamientos se me agolpaban
copiosamente.
A quien crea que los terraplanistas son inofensivos —y
que la mejor manera de tratar con ellos es no hacerles caso
o reírse— le preguntaría si es consciente de lo que viene.
Teniendo en cuenta lo que había presenciado, los
terraplanistas no solo están equivocados, sino que son
peligrosos. Están organizados y comprometidos. Y todos los
días suman más adeptos. El mero hecho de que tuvieran
dos sesiones para reclutar nuevos miembros —por no
mencionar la propia convención— significa que están en
expansión. Hacen colectas para comprar espacios en vallas
publicitarias. Montan consultorios a pie de calle para
«despertar a la gente». Como tales, son al menos una
amenaza para la ciencia y la enseñanza; pero también
contribuyen a la cultura del negacionismo que ha hecho
presa en este país durante los últimos años, haciendo que
cientos de miles de personas se nieguen a vacunar a sus
hijos, que los políticos eviten adoptar medidas contra el
cambio climático y que manifestantes armados hagan
desfiles durante la pandemia.
Y no solo eso, sino que creo que los terraplanistas
también son peligrosos por derecho propio. Ahora mismo la
mayor parte de la gente se ríe de ellos. Pero desafío a
cualquiera a ir a cualquiera de sus reuniones y reírse allí.
También nos reíamos de los antievolucionistas. ¿Cuánto
tiempo falta para que un terraplanista se postule para
ocupar un puesto en el consejo escolar local con la
exigencia de que se «exponga la controversia» en clase de
física? Si pensamos que eso no va a pasar —que las cosas
no pueden llegar a tanto—, echemos un vistazo a esto: en
Brasil once millones de personas creen que la Tierra es
plana, el 7% de la población 66 .
Me llevé dos cosas de mi estancia en la FEIC 2018. En
primer lugar, hallé la confirmación de que la manera de
razonar de los terraplanistas era la misma que la de los
negacionistas del cambio climático, los antievolucionistas,
los antivacunas y otros. No solo el contenido de sus
creencias estaba corrompido, sino también el proceso de
razonamiento que les había llevado a ellas. Irónicamente,
también aprendí algo de los propios terraplanistas acerca
de la que puede ser la mejor manera de hacerles
retroceder: no perder la calma, ser respetuoso,
involucrarles en la conversación. Digas lo que digas acerca
de sus creencias y razonamientos, sus tácticas durante la
conversación son perfectas. Para cambiar las creencias de
alguien, tienes que hacerle cambiar de identidad.
Mientras me preparaba para coger el avión al día
siguiente, tuve más tiempo para reflexionar. Sí, algo había
aprendido acerca de cómo hablar con un negacionistas de
la ciencia, pero ¿había logrado hacer mella en las creencias
de algún terraplanista? Bueno, ¿cómo podía saberlo? No,
no convertí a nadie. Nadie se quitó la identificación y me
siguió hasta el aparcamiento. Pero ¿debía ser ese el
criterio? ¿Y era de eso de lo que se trataba? No asistí a la
FEIC 2018 para hacer cambiar de opinión a nadie sino para
entender mejor cómo funcionan esas cabezas. Me habría
encantado ejercer una influencia mayor, pero no hay
palabras mágicas que uno pueda pronunciar para convertir
a alguien en el acto, especialmente cuando se encuentra
rodeado de los suyos, cuando ha asistido a una reunión
justamente para reforzar sus creencias.
¿No había plantado al menos la semilla de la duda en
algunas ocasiones? Cuando acorralé a Skiba al salir del
escenario, algo de público se congregó a nuestro alrededor.
Cuando cené con el otro orador, le di muchas razones para
dudar, aunque no me escuchara. Rescatar a alguien de
creencias como aquellas requiere una estrategia a largo
plazo. Se necesita tiempo para labrar confianza. No puedo
simplemente llegar allí, decirle la verdad y esperar un
milagro. Pero al menos me había presentado. Eso tenía que
servir para algo. ¿Qué pasará si, dentro de unos años, otras
personas, conscientes de la magnitud del problema,
intentan hacer lo mismo que yo?
Sentado en la sala de embarque del aeropuerto de
Denver, observé al piloto de una importante aerolínea
comercial pasar por delante de mí. Súbitamente, estaba en
Matrix. ¿Lo sabía? ¿Estaba metido en la conspiración? Era
raro. Me había pasado las últimas cuarenta y ocho horas
rodeado de gente que creía que existe una inmensa
conspiración para ocultar que la Tierra es plana. Y ahora
estaba rodeado de gente que casi con toda seguridad no
pensaba lo mismo. Pero ¿quién podía decirlo?
Curiosamente, incluso de vuelta en la civilización me sentía
aislado; me sentía infectado. Quizá haya más de un
Matrix…
Me apresuré un poco y me situé frente al piloto, que
estaba apoyado en una columna mientras enviaba mensajes
de texto desde su teléfono móvil.
—¿Le importaría que le hiciera una pregunta? —Él
asintió, pero seguramente no supiera lo que se le venía
encima—. Acabo de volver de pasar dos días en una
convención de terraplanistas; no se preocupe, no soy uno
de ellos. Soy académico y fui allí para estudiar cómo
termina la gente creyendo esos disparates. Pero algunos
ponentes hicieron comentarios acerca de los viajes en avión
y la curvatura de la Tierra que sé erróneos, así que ¿puedo
preguntarle una cosa?
No tengo claro que de verdad me creyera. Aunque le
estaba diciendo la verdad, aquello era demasiado para
soltárselo de golpe. Pero él asintió y dijo: «Adelante». Los
dos disponíamos de poco tiempo antes de nuestros vuelos.
Dijo que era cierto que la brújula hacía cosas raras al
volar sobre el Polo Sur. Había algo de bibliografía sobre el
tema que prometió hacerme llegar (cosa que hizo). Pero
estaban equivocados en lo concerniente a los vuelos sobre
la Antártida. Había oído hablar de alguno, pero no había
muchos. El problema era que, según las regulaciones de la
aviación, solo estaba permitido hacer esa ruta en un 777 o
superior, porque había que estar a pocas horas de algún
lugar de «zanja» en el que fuera posible hacer un aterrizaje
de emergencia. Esto significa que aunque la ruta más
rápida entre América del Sur y Australia pase sobre la
Antártida los vuelos comerciales probablemente tomen
otra 67 .
Cuando le pregunté si era posible apreciar la curvatura
de la Tierra desde el aire, esbozó una sonrisa. «No a treinta
mil pies. He oído que algunos bombarderos pueden subir a
sesenta mil pies. A esa altura se puede ver la curvatura.
Pero yo nunca la he visto».
—Entonces no estás metido en la teoría de la
conspiración, ¿me equivoco?
—No —respondió sonriendo—. Me temo que no.
Nos intercambiamos las tarjetas y más tarde algunos
correos electrónicos. Le pedí disculpas por las preguntas
extrañas que le hice y me apresuré a tomar mi vuelo. Pero
tengo la impresión de que le alegré el día: ahora tenía una
historia que contar.
Cuando aterricé en Boston, me sentía mucho mejor:
estaba en casa. Los dos últimos días me habían parecido un
mes, pero ya estaba volviendo a la vida. Había merecido la
pena ir, pero la experiencia había sido extrañamente
estresante. Había tenido momentos irreales en los que me
preguntaba: ¿soy yo o son ellos? Entré en el baño de
hombres antes de recoger mi equipaje. Al cerrar la puerta
detrás de mí, puse la mirada en la pared y se me apareció
este graffiti (no bromeo): la Tierra es plana.

Lo más inteligente sería terminar el capítulo aquí, pero


no es aquí donde la historia termina. Cuando volví a casa,
me había convertido en una pequeña celebridad, con todas
mis historias y vivencias. En las fiestas la gente se me
agolpaba alrededor y me pedía detalles de mi estancia en la
Tierra plana. Ya sabía que iba a escribir sobre ello en este
libro, pero había tanto interés inmediato que decidí que no
podía esperar. Siete meses más tarde —el 14 de junio de
2019— tenía el artículo de portada de Newsweek, con el
asombroso título de «La Tierra es redonda» 68 .
Después de aquello intervine en algunos programas de
radio e hice algunas otras apariciones públicas, lo que me
llevó a almorzar con un físico local que me escuchó hablar
en la NPR [National Public Radio]. Me ofreció escribir una
pieza titulada «Llamamiento a todos los físicos» para el
American Journal of Physics 69 . En ella contaba (una vez
más) mi historia, pero al mismo tiempo pedía que los
científicos se tomaran más en serio el asunto de la Tierra
plana. Me pasé dos días hablando de estrategias de
razonamiento, pero supliqué que alguien que supiera más
física que yo viniera conmigo a la próxima conferencia
sobre la Tierra plana e hiciera algo de «refutación de
contenidos».
Asombrosamente, recibí una oferta. Bruce Sherwood es
un físico retirado que vive en Texas. En colaboración con su
esposa, Ruth Chabay, ha escrito uno de los principales
libros de texto acerca de cómo enseñar física según un
modelo computacional. Bruce era paciente, tenaz y se
quedó fascinado con las historias que le conté. Mejor aún:
se las tomó lo suficientemente en serio como para exclamar
en varios momentos: «¡Eso es interesante!» y prometerme
investigar algo cuando se fuera. Después de varias rondas
de preguntas —en las que también participó,
acompañándome, uno de sus colaboradores, Derek Roff—,
¡un día anunció que había construido un modelo
computacional de la Tierra plana en tres dimensiones!
No lo podía creer. Mientras examinaba el modelo, me
explicó que permitiría a los terraplanistas explorar su
propio sistema y comprobar si las predicciones que
efectuaban eran consistentes con su propia teoría. Por
supuesto, no lo iban a ser. Por ejemplo, si tenían razón en
que la Antártida era una cadena montañosa que
conformaba el perímetro de la Tierra, ¿qué repercusiones
habría para su visión de diferentes estrellas?
«Camina por dentro del modelo y mira hacia arriba», me
dijo Bruce. «Si estás en el Polo Norte, deberías tener la
estrella polar justo sobre tu cabeza. Está claro. Pero si
estás en el “borde de la Tierra” —y la estrella polar se
encuentra solo a unos pocos miles de millas por encima—,
¿no deberías a lo sumo verla en diagonal? Pero si realmente
estás en la Antártida no serás capaz de verla en absoluto.
Su modelo es inconsistente con la observación física. Y
pueden verlo por ellos mismos».
Este es un enlace al modelo 70 . Compruébalo por ti
mismo.
¡Qué genialidad diseñar algo que se toma en serio la
Tierra plana y se adapta a la demanda de sus seguidores de
una evidencia basada en la observación de primera mano!
El modelo puede no demostrar que la Tierra es esférica,
pero refuta que sea plana, o al menos la concepción que
defendían los asistentes a la FEIC. ¿Cómo explican sus
inconsistencias? Ahora la carga de la prueba vuelve a estar
donde debe.
Y aquí viene la mejor parte. En cuanto tengamos la
oportunidad, Bruce y yo asistiremos juntos a una futura
convención de la FEIC, alquilaremos una caseta en la feria
e invitaremos a la gente a poner a prueba su modelo 71 . Los
dos estaremos allí —un físico y un filósofo codo con codo—
para refutar tanto el contenido como la técnica
argumentativa. Como ya reconocieron los propios activistas
de la Tierra plana, no se trata solo de una conversación,
sino de mantener la calma y generar confianza. Y para eso
hay que insistir. ¿Quién sabe? Quizás acabemos
convenciendo a alguien… Pero ¿no sería un puntazo que mi
compañero de cena apareciera de nuevo?

19
Meghan Bartels, «Is the Earth Flat? Why Rapper B.o.B. and Other
Celebrities Are So Wrong», Newsweek, 26 de septiembre de 2017; disponible
en: https://www.newsweek.com/bob-rapper-flat-earth-earth-round-nasa-671140.
20
Irving, no obstante, se ha desdicho. Des Bieler, «Kyrie Irving Sorry for
Saying Earth Is Flat, Blames It on a YouTube “Rabbit Hole”», Washington Post,
1 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/sports/2018/10/02/kyrie-irving-sorry-saying-
earth-is-flat-blames-it-youtube-rabbit-hole/.
21
De acuerdo con una encuesta de YouGov de 2018, el 5% de los
estadounidenses confiesan tener dudas acerca de la forma de la Tierra y un 2%
afirma creer firmemente que es plana: Hoang Nguyen, «Most Flat Earthers
Consider Themselves Very Religious», YouGov, 2 de abril de 2018; disponible
en: https://today.yougov.com/topics/philosophy/articles-
reports/2018/04/02/most-flat-earthers-consider-themselves-religious.
22
No obstante, los ponentes eran en su mayoría blancos.
23
Más adelante me enteré de que muchos en la FEIC creían que la Sociedad
de la Tierra plana es un grupo-señuelo urdido por aquellos que quieren que la
idea de la Tierra plana parezca ridícula. Recordemos la película de los Monty
Python La vida de Brian, en la que se parodia una reyerta política entre el
«Frente Popular de Judea» y el «Frente Judaico Popular» para hacernos una
idea de lo absurdo de esta rivalidad.
24
National Aeronautics and Space Administration. (N. del T.).
25
Luego me enteré de que no había engañado a nadie. Cuando nos
encontramos después en el pasillo, aquel mismo hombre me preguntó: «Lee,
¿por qué estás aquí?». A pesar de la promesa de mantener mi tapadera durante
las primeras veinticuatro horas, no quería mentir, así que decidí sincerarme y
le confesé que no pensaba que la Tierra fuera plana, pero que estaba allí como
filósofo deseoso de saber más acerca de sus creencias. No pareció sentarle mal
y simplemente empezó a explicarme que no era posible rastrear los vuelos al
sur del ecuador.
26
Para mi sorpresa, esto incluía al presidente Trump. Todos los terraplanistas
a los que les pregunté me dijeron que no les agradaba y pensaban que
participaba en la conspiración meramente porque era un «dirigente mundial».
Por otro lado, en una de las charlas alguien mostró una fotografía de Trump
cogiendo una «esfera de cristal», lo que demostraba que era un «esferista».
«What Was That Glowing Orb Trump Touched in Saudi Arabia?», New York
Times, 22 de mayo de 2017; disponible en:
https://www.nytimes.com/2017/05/22/world/middleeast/trump-glowing-orb-
saudi.html.
27
Preferí no mencionar el hecho de que el agua también está sujeta a la
atracción gravitacional. Lo que me pareció más curioso, sin embargo, fue que a
él no pareciera habérsele pasado nunca por la cabeza la posibilidad de que el
diluvio universal no ocurriera nunca. Eso no lo cuestionaba, y yo conjeturé que
se había hecho terraplanista al menos en parte porque estaba tratando de
conciliar sus creencias cosmológicas con las religiosas. Por supuesto, la física
de Newton es enteramente consistente con la existencia de un planeta cuya
superficie esté totalmente cubierta de agua, pero no creo que él lo supiera.
28
Es decir, aunque muy pocos cristianos creen que la Tierra sea plana, casi
todos los terraplanistas a los que conocí (con alguna notable excepción) eran
fundamentalistas cristianos. Si bien no parecían considerar su fe como una
prueba científica, buscaban datos empíricos que dieran consistencia a todas
sus creencias —tanto espirituales como mundanas—. Y hay que decir que la
mayoría de los terraplanistas abraza sus creencias con el mismo fervor que si
fueran religiosas.
29
Mi favorito fue el del chico que durante aquel mismo vuelo a Denver había
puesto un nivel de carpintero en la bandeja del asiento y tomado el hecho de
que la burbuja no se moviera como prueba de que la Tierra es plana.
30
Parece que también interpretan como una prueba de estar en lo cierto el
hecho de que nadie se preocupe de demostrar que se equivocan. En la
Conferencia circulaba el rumor de que, al mismo tiempo y también en Denver,
se estaba celebrando un congreso de físicos: ¿por qué ninguno de ellos se
decidió entonces a dejarse ver por el FEIC para refutarles? Si tan fácil era,
¿dónde estaban? ¡Debían de tener miedo porque sabían que los terraplanistas
están en lo cierto!
31
David Gee, «Almost All Flat Earthers Say YouTube Videos Convinced Them,
Study Says», Friendly Atheist, 20 de febrero de 2019; disponible en:
https://friendlyatheist.patheos.com/2019/02/20/almost-all-flat-earthers-say-
youtube-videos-convinced-them-study-
says/https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/15213269.2019.1669461.
32
Para un primer contacto rápido con la doctrina terraplanista, véase Mark
Sargent, «Flat Earth Clues Introduction», YouTube, 10 de febrero de 2015;
disponible en: https://youtu.be/T8-YdgU-CF4 .
33
Tom Coomes, «Mirage of Chicago Skyline Seen from Michigan Shoreline»,
ABC 57, 29 de abril de 2015; disponible en:
https://www.abc57.com/news/mirage-of-chicago-skyline-seen-from-michigan-
shoreline.
34
Por si hay interés, encontré la presentación de Skiba aquí:
hhttps://www.youtube.com/watch?v=oz35aaxJTik.
35
De hecho, a veces la imagen puede aparecer incluso invertida: Allison Eck,
«The Perfectly Scientific Explanation for Why Chicago Appeared Upside Down
in Michigan», PBS, mayo de 2015; disponible en:
https://www.pbs.org/wgbh/nova/article/the-perfectly-scientific-explanation-for-
why-chicago-appeared-upside-down-in-michigan/.
36
Alan Burdick, «Looking for Life on a Flat Earth», New Yorker, 30 de mayo de
2018; disponible en: https://www.newyorker.com/science/elements/looking-for-
life-on-a-flat-earth. No obstante, nótese que los terraplanistas tienen una
explicación de por qué el experimento de Eratóstenes les favorece a ellos.
37
Algunos de los fenómenos que los terraplanistas interpretan como pruebas a
favor de su teoría pueden ser fácilmente explicados por la física elemental, que
aun así cuestionan. Si la Tierra es redonda, ¿cómo es posible que veamos a
veces la Luna y el Sol en el cielo al mismo tiempo? Si un eclipse de Luna es
causado por la sombra de la Tierra, ¿no debe estar la Tierra justamente entre
el Sol y la Luna? La ignorancia no es un fundamento válido para la duda. ¿Por
qué no se informan primero?
38
Lee McIntyre, The Scientific Attitude: Defending Science from Denial,
Fraud, and Pseudoscience, Cambridge, MA, MIT Press, 2019.
39
¿Por qué hay que subir tan alto? Porque la Tierra es muy grande.
40
Alex Horton, «“Mad” Mike Hughes, Who Wanted to Prove the Flat-Earth
Theory, Dies in Homemade-Rocket Disaster», Washington Post, 23 de febrero
de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/science/2020/02/23/mad-mike-hughes-dead/.
41
Andrew Whalen, «“Behind the Curve” Ending: Flat Earthers Disprove
Themselves with Own Experiments in Netflix Documentary», Newsweek, 25 de
febrero de 2019; disponible en: https://www.newsweek.com/behind-curve-
netflix-ending-light-experiment-mark-sargent-documentary-movie-1343362.
42
Si fuera así, daría pie a una sólida acusación de fraude. Véase el capítulo VII
de mi libro The Scientific Attitude.
43
Esta historia, por desgracia, tuvo un final triste, puesto que el terraplanista
no solo no se dio por vencido, sino que se pasó los siguientes veinte años
acosando a Wallace. Esther Inglis-Arkell, «A Historic Experiment Shows Why
We Might Not Want to Debate Fanatics», Gizmodo, 27 de agosto de 2014;
disponible en: https://io9.gizmodo.com/a-historic-experiment-shows-why-we-
might-not-want-to-de-1627339811. Para una historia contemporánea
semejante, véase Jim Underdown, «The Salton Sea Flat Earth Test: When
Skeptics Meet Deniers», Skeptical Inquirer, 42, núm. 6, noviembre-diciembre
de 2018; disponible en: https://skepticalinquirer.org/2018/11/the-salton-sea-flat-
earth-test-when-skeptics-meet-deniers/.
44
Para más información en torno a las concepciones erradas de la
investigación científica, véase el capítulo 2 de mi libro The Scientific Attitude.
45
Esta idea aparece elegantemente expuesta por el físico ganador del Premio
Nobel Richard Feynman en una de sus ponencias: «The Essence of Science»;
disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=LIxvQMhttq4.
46
En realidad hay quien defiende la última, alguien que se opone al
terraplanismo de manera si cabe más ridícula. Beckett Mufson, «Apparently,
Some People Think the Earth Is Shaped Like a Donut», Vice, 13 de noviembre
de 2018; disponible en: https://www.vice.com/en_us/article/mbyak8/apparently-
some-people-believe-the-earth-is-shaped-like-a-donut-1.
47
Lee McIntyre, «The Price of Denialism», New York Times, 7 de noviembre de
2015; disponible en: https://opinionator.blogs.nytimes.com/2015/11/07/the-
rules-of-denialism/. Véase también The Scientific Attitude, 41-46.
48
Mick West, Escaping the Rabbit Hole, Nueva York, Skyhorse Publishing,
2018.
49
A primera vista podría parecer que comparten todas las demás formas de
negación de la ciencia, pero en lo que concierne a los terraplanistas esto no es
cierto. Aunque entre ellos abundan los antivacunas, no conocí a ninguno que
negara el cambio climático. Dado que pensaban que vivimos en un recinto
abovedado (como una especie de terrario), estaban convencidos de que el
cambio climático es un problema grave, aunque tienden a creer que está
causado por el gobierno, que manipula el clima, en vez de por las emisiones de
carbono.
50
Esta conclusión ha sido avalada también por la investigación de carácter
empírico. En su estudio de 2019, Asheley Landrum concluyó que los
terraplanistas se distinguen por dos cosas: la escasez de conocimientos
científicos y la propensión a creer en teorías de la conspiración. Asheley
Landrum, Alex Olshansky y Othello Richards, «Differential Susceptibility to
Misleading Flat Earth Arguments on YouTube», Media Psychology, 29 de
septiembre de 2019; disponible en:
https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/15213269.2019.1669461.
51
John Ingold, «We Went to a Flat-Earth Convention and Found a Lesson about
the Future of Post-Truth Life», Colorado Sun, 20 de noviembre de 2018;
disponible en: https://coloradosun.com/2018/11/20/flat-earth-convention-
denver-post-truth/.
52
Un excelente estudio psicológico de algunas de las motivaciones e
influencias causales en el debate en torno al terraplanismo puede encontrarse
en Alex Olshansky, Robert M. Peaslee y Asheley Landrum, «Flat-Smacked!
Converting to Flat-Eartherism», Journal of Media and Religion, 2 de julio de
2020; disponible en:
https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/15348423.2020.1774257?
scroll=top&needAccess=true.
53
Una de las mejores introducciones al concepto de disonancia cognitiva
puede encontrarse en el clásico de Leon Festinger Cuando las profecías fallan,
que trata del culto OVNI de los años cincuenta que creía que el fin del mundo
iba a llegar en una fecha determinada, así que los adeptos esperaron en lo alto
de una montaña a que una nave espacial los recogiera. Cuando el momento
pasó sin que ocurriera nada, en vez de renunciar a sus creencias, adoptaron la
idea de que la fe de su pequeño grupo había sido tan grande que había salvado
a la humanidad.
54
Karl Popper, The Logic of Scientific Discovery, Nueva York, Basic Books,
1959. Edición española: La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos,
1962.
55
Dado que su nombre no aparecía en la lista de intervinientes del programa
oficial, prefiero no mencionarlo.
56
En realidad, la idea no es tan descabellada como pudiera parecer. Según un
artículo del New York Times publicado en 2019, la NASA tiene la intención de
abrir la Estación Espacial Internacional a vuelos comerciales, incluido el
turismo, durante los próximos años. Kenneth Chang, «Want to Buy a Ticket to
the Space Station? NASA Says Soon You Can», New York Times, 7 de junio de
2019; disponible en: https://www.nytimes.com/2019/06/07/science/space-
station-nasa.html. Hay también compañías privadas, como Virgin Galactic, que
tienen proyectos para ofrecer vuelos «de turismo espacial». Michael Sheetz,
«Virgin Galactic Flies Its First Astronauts to the Edge of Space, Taking One
Step Closer to Space Tourism», CNBC, 13 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.cnbc.com/2018/12/13/virgin-galactic-flight-could-send-first-
astronauts-to-edge-of-space.html. El vuelo de prueba se elevó a 54,1 millas.
57
Mi idea con esto es que si se avanzan cuarenta y cinco millas y la Torre
Sears desaparece pero todavía queda un espejismo en el horizonte,
presumiblemente, si nos alejamos lo suficiente, entonces la Torre Sears en el
espejismo desaparecería también. Si eso ocurre, el terraplanismo es erróneo.
58
Hugh Morris, «The Trouble with Flying to Antarctica —and the Airline That’s
Planning to Start», Telegraph, 17 de abril de 2019; disponible en:
https://www.telegraph.co.uk/travel/travel-truths/do-planes-fly-over-antarctica/.
59
Ya no tengo el folleto, pero creo que era el vuelo 801 de la aerolínea LATAM.
Sin embargo, rememorando ahora la situación, no estoy tan seguro de que la
ruta nos hubiera llevado realmente por encima de la Antártida. Pero no
importa. Desde que empezó la pandemia del covid-19, mientras que los
australianos tienen prohibido volar a cualquier lugar del mundo, Qantas
Airlines ofrece vuelos chárter en clase turista sobre la Antártida, que pasan
directamente por encima del polo sur magnético. Allie Godfrey, «Antarctica
Flights and Qantas Plan to Fly Travellers over the Frozen Continent from
November», 7news Australia, 7 de agosto de 2020; disponible en:
https://7news.com.au/news/travel/antarctica-flights-and-qantas-plan-to-fly-
travellers-over-the-frozen-continent-from-november—c-1224156; véase
también: disponible en: https://www.antarcticaflights.com.au/the-worlds-most-
unique-scenic-flight.
60
Véanse Nick Marshall, «The Longest Flight Time for a Commercial Airline»,
USA Today, última actualización del 21 de marzo de 2018; disponible en:
https://traveltips.usatoday.com/longest-flight-time-commercial-airline-
109284.html; David Slotnick, «I Flew on Qantas’ “Project Sunrise”, a Nonstop
Flight from New York to Sydney, Australia, That Took Almost 20 Hours and
Covered Nearly 10,000 Miles —Here’s What It Was Like», Business Insider, 21
de octubre de 2019; disponible en: https://www.businessinsider.com/qantas-
longest-flight-new-york-sydney-project-sunrise-review-pictures-2019-10#-and-a-
light-monitor-23.
61
Si ocurriera hoy, habría algo más que decir. Un mes después de la FEIC
2018, un aventurero llamado Colin O’Brady recorrió a pie sin recibir asistencia
novecientas veintiuna millas a través de la Antártida por primera vez en la
historia de la humanidad. Adam Skolnick, «Colin O’Brady Completes Crossing
of Antarctica with Final 32-Hour Push», New York Times, 26 de diciembre de
2018; disponible en: https://www.nytimes.com/2018/12/26/sports/antarctica-
race-colin-obrady.html. Presumiblemente, si tenía una manera de asegurarse de
ir siguiendo una trayectoria en línea recta, ¿no debería servir como prueba
ante los terraplanistas? Karen Gilchrist, «This 33-Year- Old Just Completed an
Incredible World First. Here’s How He Stayed Motivated along the Way»,
CNBC, 14 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.cnbc.com/2018/12/14/how-to-stay-motivated-advice-from-colin-
obrady-antarctic-crossing.html.
62
Retrospectivamente, debería haberle dicho: «Pues esto es todo. No hay
ningún indicio de que vaya a poder hacerte ver que estás equivocado, así que
supongo que tus creencias se basan en la fe después de todo».
63
Dado que sus nombres solo aparecían en el programa oficial, no los diré
aquí.
64
Esto es una clara señal de alarma porque se trata de la táctica típica de un
culto.
65
No obstante, se puede hacer. Véase Cara Westover, Educated, Nueva York,
Random House, 2018.
66
Sam Cowie, «Brazil’s Flat Earthers to Get Their Day in the Sun», Guardian,
6 de noviembre de 2019; disponible en:
https://www.theguardian.com/world/2019/nov/06/brazil-flat-earth-conference-
terra-plana.
67
En un correo electrónico posterior me aclaró que esto se debía
probablemente al hecho de que si se mira un globo terráqueo no tiene mucho
sentido volar directamente sobre la Antártida, salvo por una única ruta que
puede no ser comercialmente viable.
68
Lee McIntyre, «The Earth Is Round», Newsweek, 14 de junio de 2019;
disponible en: https://pocketmags.com/us/newsweek-europe-magazine/14th-
june-2019/articles/590932/the-earth-is-round.
69
Lee McIntyre, «Call All Physicists», American Journal of Physics, 87, núm. 9
(septiembre de 2019); disponible en:
https://aapt.scitation.org/doi/pdf/10.1119/1.5117828.
70
Artículo disponible en: https://brucesherwood.net/?
p=420.Model:tinyurl.com/FEmodel.
71
¿Lo permitirán los terraplanistas? Deberían. En su discurso, Robbie
Davidson aseguró que le encantaría que hubiera más físicos en las
convenciones de la Tierra plana. Sin embargo, en un artículo de la CNN
aparecen citadas unas palabras suyas diciendo que prefiere que no sea así
porque lo único que hacen es decir: «Sois tontos». Robert Pichetta, «The Flat-
Earth Conspiracy Is Spreading Around the Globe. Does It Hide a Darker
Core?», CNN, 18 de noviembre de 2019; disponible en:
https://www.cnn.com/2019/11/16/us/flat-earth-conference-conspiracy-theories-
scli-intl/index.html.
CAPÍTULO 2

¿Qué es el negacionismo de la
ciencia?

Después de pasar un tiempo frecuentando terraplanistas,


antivacunas, partidarios del diseño inteligente y
negacionistas del cambio climático, se empieza a percibir
un patrón. Sus estrategias siempre son las mismas 72 .
Aunque el contenido de los sistemas de creencias varíe,
todo negacionismo de la ciencia parece fundamentarse en
un reducido conjunto de errores del razonamiento humano.
Esta cuestión ha sido estudiada por otros investigadores,
como Mark y Chris Hoofnagle, Pascal Diethelm y Martin
McKee, John Cook y Stephan Lewandowsky, que se han
puesto de acuerdo en torno a cinco factores comunes 73 :

1) Evidencia basada en una selección interesada de


datos [cherry-picking evidence].
2) Adhesión a teorías de la conspiración.
3) Confianza en falsos expertos (y denigración de los
verdaderos expertos).
4) Comisión de errores lógicos.
5) Establecimiento de expectativas irreales en torno a lo
que puede lograr la ciencia.

En conjunto estos factores le proporcionan al


negacionista de la ciencia una pauta común sobre cuya
base erigir una contranarrativa en cualquier cuestión en la
que quieran desafiar el consenso científico. Los hermanos
Hoofnagle definen el negacionismo de la ciencia como «el
recurso a tácticas retóricas para dar una apariencia de
argumento o debate legítimo donde en realidad no hay
ninguno» 74 . ¿Por qué iba alguien a querer hacer algo así?
Quizá por interés personal. O por ideología. O por
conformarse a un conjunto de expectativas políticas. Hay
múltiples razones por las que alguien podría querer crear
—o dejarse engañar por— una falsa realidad cuando el
consenso científico se pronuncia en contra de lo que le
gustaría creer. Ya llegaremos a eso. En primer lugar, me
gustaría examinar cada uno de los cinco errores de
razonamiento de manera más detenida, de tal manera que
podamos obtener una perspectiva más ajustada de en qué
sentido la negación constituye un problema para el juicio
empírico. Más adelante diré algo más sobre por qué puede
ser que haya detrás un guion común… y lo que podemos
hacer al respecto.
Por supuesto, la confianza en falsos expertos, el
razonamiento ilógico y la insistencia en que la ciencia debe
ser perfecta parecen bastante claros, ¿no es así? Es fácil
ver en qué fallan. Pero ¿cuál es el problema de la evidencia
seleccionada a conveniencia? ¿Y de la adhesión a teorías de
la conspiración? Esto se dirige al corazón del juicio
científico, que se supone enraizado en un esfuerzo de
buena fe para contrastar las propias teorías con la realidad
en lugar de tratar de confirmar lo que ya se cree o saltar a
una conclusión sin evidencia alguna que la apoye. Los
científicos aspiran a encontrar la verdad, no a negarla
cuando no encaja con sus expectativas. Si un ideólogo se
compromete por entero con una teoría —haciendo caso
omiso de cualquier dato que la contradiga y sin pedir
mucho a su favor—, ¿cómo aprenderá de la experiencia
futura?
Quizá no nos resulte sorprendente comprobar que la
estrategia basada en razonamientos erróneos que llevan a
cabo los negacionistas de la ciencia está firmemente
arraigada en una interpretación deficiente de cómo
funciona la ciencia. En mi libro La actitud científica, repasé
en detalle algunas de esas falsas concepciones. No las
repetiré aquí salvo para decir que uno de los rasgos
distintivos de la ciencia es cómo responde a la evidencia.
Los científicos se preocupan por la evidencia y están
dispuestos a cambiar de parecer según vayan
presentándose nuevos datos. He aquí la razón por la que la
ciencia no puede ofrecer pruebas, sino que debe basarse en
la idea de que una creencia está justificada cuando una
teoría cuenta con la suficiente evidencia sólida a su favor y
ha pasado por un riguroso proceso de comprobaciones 75 .
Con ideologías o dogmas de por medio, la historia cambia.

LOS ELEMENTOS DEL NEGACIONISMO DE LA CIENCIA

Como pudimos ver en el capítulo 1, los cinco tropos del


negacionismo de la ciencia se refuerzan los unos a los
otros. Ningún negacionista se detiene a usar las tácticas
una por una, sino que se mueve continuamente entre las
teorías de la conspiración, las pistas falsas y el
cuestionamiento de los expertos y la evidencia a medida
que va tejiendo una prolija red de dudas. Aun así, vale la
pena considerar cada uno de los cinco tropos por separado.
Esto no solo nos servirá para poner de manifiesto que estos
errores pueden encontrarse en el único caso de
negacionismo de la ciencia que hemos explorado hasta
ahora —la Tierra plana— sino también para sentar una
pauta que nos permita reconocerlos en otros ejemplos que
abordaremos más adelante: el cambio climático, los
organismos modificados genéticamente y el coronavirus.
Como ya hemos dicho, nuestro objetivo aquí es demostrar
que existe un patrón subyacente a todo negacionismo de la
ciencia. Luego indagaremos en el porqué.

«Cherry-picking»

Si alguien se propone dar apariencia científica a su


teoría pseudocientífica, la selección parcial de la evidencia
puede ser una buena estrategia. Proclamar la adhesión a
una hipótesis marginal únicamente sobre la base de la fe no
suena muy científico. Decir que se dispone de verdadera
evidencia a su favor suena mejor. Para quien practica la
recogida selectiva de datos, sin embargo, es muy
importante la evidencia que se elige: se debe tener en
cuenta solo aquello que dé soporte a la hipótesis y olvidar o
poner en cuestión lo demás, ya que de lo contrario la teoría
podría quedar refutada.
Podemos apreciar cómo los terraplanistas usan esta
táctica cuando arguyen que a veces es posible observar la
ciudad de Chicago desde una distancia de cuarenta y cinco
millas en el interior del lago Michigan. Lo que omiten es
que hay muchos días en los que no ocurre así.
Seguramente, lo primero requiera una explicación, pero
también lo segundo. Cuando se intenta indagar en ello, sin
embargo, el terraplanista deja claro que solo le interesa el
hecho de que Chicago sea a veces visible (lo que es
consistente con su teoría de que la Tierra es plana) y que
no experimenta curiosidad alguna acerca de por qué otras
veces no lo es (que es lo que su teoría no explica). De
hecho, como vimos, rechazan como falsa cualquier teoría
científica sólida que explique tanto por qué la ciudad unas
veces puede verse como por qué otras no, a favor de la
suya propia, que, sin embargo, no puede decir nada acerca
de por qué la ciudad no siempre es visible.
Este es un ejemplo perfecto de la selección parcial de
datos que yace en el corazón del cherry-picking
hondamente enraizada en un fallo cognitivo habitual que se
denomina «sesgo de confirmación» 76 . Al incurrir en el
sesgo de confirmación, tenemos una motivación por
encontrar hechos que sean consistentes con nuestras
preferencias a la hora de adoptar una creencia, y estamos
dispuestos a pasar por alto aquello que no lo sea. Los
negacionistas del cambio climático, por ejemplo, insisten a
veces en que la temperatura mundial no se ha
incrementado durante los diecisiete años transcurridos
entre 1998 y 2015 exclusivamente porque de manera
sesgada deciden tomar como base el primero de esos dos
años (que tuvo una temperatura anormalmente alta debido
a El Niño) 77 .
El problema aquí es la mala fe: no buscar evidencias
para poner a prueba las propias teorías sino solo para
confirmarlas. Pero está claro que no es así como funciona
la ciencia. Los científicos no se limitan a buscar apoyo para
lo que esperan que sea verdadero; diseñan pruebas que
permiten poner de manifiesto si una hipótesis puede ser
falsa 78 . Aunque los experimentos cruciales pueden ser
escasos y distantes entre ellos, es la actitud deshonesta de
tratar de confirmar las propias hipótesis en lugar de
ponerlas a prueba rigurosamente lo que da lugar al
problema de la evidencia parcial obtenida mediante cherry-
picking. De esta manera lo más probable es que
apuntalemos una hipótesis incompleta que debió ser
refutada tiempo atrás por no haber tomado en
consideración toda la evidencia disponible.
Sin embargo, esto no impide que la mayoría de los
negacionistas de la ciencia, que insisten en que los
científicos son parciales porque no se detienen a tomar en
consideración todos los hechos que los no científicos han
seleccionado según su conveniencia. En la FEIC 2018 me
encontré con muchas personas que se creían con el
derecho a derribar la puerta de la ciencia de una patada y
decir: «¡Mirad estos cien puntos que la ciencia no puede
explicar!». Sin embargo, aunque tuviera la paciencia de
intentarlo y fuera punto por punto extrayendo la
explicación científica de noventa y nueve de ellos, el típico
terraplanista me diría: «Ya, pero ¿qué pasa con la última?»,
que es tanto como decir que su tendenciosidad no tiene
escrúpulos, y que la refutación le es indiferente 79 .

Teorías de la conspiración

La creencia en teorías de la conspiración es una de las


formas más tóxicas que puede adoptar el razonamiento
humano 80 . Esto no quiere decir que las conspiraciones
reales no existan: el Watergate, la connivencia entre
compañías tabaqueras para ocultar el vínculo entre el
consumo de cigarrillos y el cáncer o el programa de la
Agencia de Seguridad Nacional durante la presidencia de
George W. Bush para espiar en secreto a los usuarios
civiles de Internet son ejemplos de conspiraciones reales
que fueros descubiertas con pruebas de su existencia y
denunciadas al público tras una exhaustiva investigación 81 .
En contraste, lo que hace tan odioso el razonamiento
basado en teorías de la conspiración es que, haya o no
evidencia, la teoría se considera verdadera, lo que la sitúa
más allá de poder ser verificada o refutada por científicos y
otros expertos en desacreditar. La distinción, por tanto,
debería hacerse entre conspiraciones reales (que cuentan
con algo de evidencia a su favor) y teorías de la
conspiración (que por lo general no tienen evidencia a su
favor) 82 .
Podemos definir las teorías de la conspiración como
«explicaciones que apelan a fuerzas ocultas y malévolas
que promueven un objetivo perverso» 83 . Es fundamental
añadir que tienen «un alto componente especulativo y que
no cuentan con ninguna evidencia: son meras conjeturas
sin base real alguna» 84 . Cuando hablamos del peligro de
las teorías de la conspiración para el razonamiento
científico, debemos, por tanto, poner el foco en su
naturaleza no empírica, lo que implica que desde el
principio ni siquiera son susceptibles de ser puestas a
prueba. Lo peor de las teorías de la conspiración no suele
ser que hayan sido refutadas (aunque muchas lo han sido),
sino que mucha gente ingenua siga dándoles crédito
aunque hayan sido echadas por tierra 85 .
Si se escarba un poco en un negacionista de la ciencia,
es probable que aflore un teórico de la conspiración. Por
desgracia, las teorías de la conspiración parecen estar
bastante extendidas en la población en general. En un
estudio reciente a cargo de Eric Oliver y Thomas Wood se
comprobó que el 50% de los estadounidenses creía al
menos en una teoría de la conspiración 86 . Esto incluye a los
escépticos del 11S y las conspiraciones relativas al
nacimiento de Obama, pero también que la Administración
de Alimentos y Medicamentos (FDA) está retrasando
deliberadamente la cura del cáncer y que la Reserva
Federal orquestó la recesión de 2008. (Notablemente, la
teoría de la conspiración en torno al magnicidio de JFK fue
excluida del estudio por lo extendida que está.) 87 Otras
teorías clásicas de la conspiración —extravagantes y con un
amplio rango de popularidad— son la de los chemtrails que
dejan los aviones como parte de un plan secreto de control
mental organizado por el gobierno, que los tiroteos de
Sandy Hook y Parkland fueron operaciones de «falsa
bandera», que las autoridades ocultan la verdad en torno a
los OVNI y, por supuesto, las más «científicas» de que la
Tierra es plana y el cambio climático, un fraude; que
algunas corporaciones están creando intencionadamente
organismos genéticamente modificados y que el covid-19
está causado por las torres de telefonía móvil 5G 88 .
En su forma más elemental, una teoría de la conspiración
es una opinión desprovista de evidencia que la justifique
según la cual algo tremendamente improbable es no
obstante verdadero, pero no nos damos cuenta de ello
porque hay una campaña organizada por personas
poderosas que pretenden encubrirlo. Algunos han dicho
que las teorías de la conspiración tienen una mayor
prevalencia en épocas de fuerte agitación social. Y esto, por
supuesto, explica por qué las teorías de la conspiración no
son exclusivas de nuestra época.
Encontramos ya teorías de la conspiración a raíz del
gran incendio de Roma del año 64 a. C., cuando los
habitantes de la ciudad empezaron a sospechar de la
conveniente ausencia del emperador Nerón durante la
semana en la que el fuego consumió casi toda la ciudad.
Empezó a propagarse el rumor de que había ordenado
quemar la ciudad para reconstruirla según su propio
diseño. Aunque no había pruebas de que esto fuera cierto
(ni de la leyenda de que Nerón se puso a cantar mientras la
ciudad ardía), el emperador se sintió tan ultrajado por la
acusación que al parecer empezó a propagar su propia
teoría de la conspiración atribuyendo la responsabilidad a
los cristianos, lo que supuso que en muchas ocasiones
fueran quemados vivos 89 .
Aquí se entiende inmediatamente por qué las teorías de
la conspiración son un anatema para el razonamiento
científico. En ciencia ponemos a prueba nuestras creencias
en contraste con la realidad con el fin de encontrar
evidencia discordante. Si solo encontramos evidencia que
concuerde con nuestra teoría, entonces esta puede ser
verdadera. Si encontramos evidencia que contradiga
nuestra teoría, entonces debemos desecharla. Con las
teorías de la conspiración, sin embargo, las adhesiones no
cambian aun teniendo delante la evidencia en contra (ni
parece ser necesario más allá de un instinto primario que
sean verdaderas de antemano). Por el contrario, los
teóricos de la conspiración tienden a usar la propia
conspiración como una manera de explicar la falta de
evidencia (porque los astutos conspiradores deben estar
ocultándola) o la presencia de evidencia adversa (porque
hay cómplices que la falsean). Así, la falta de evidencia que
apoye una teoría de la conspiración se explica en parte por
la propia conspiración, lo que implica que sus partidarios
pueden interpretar tanto que haya evidencia como que no
la haya.
Prácticamente todos los teóricos de la conspiración son
lo que yo llamo «escépticos de café». Aunque pretendan
defender los criterios de razonamiento más exigentes, lo
hacen de manera inconsistente. Son típicos de los teóricos
de la conspiración los dobles estándares de evidencia:
insisten en un criterio absurdo cuando lo que se dirime es
algo que no quieren creer mientras que aceptan sin
evidencia o con una evidencia muy escasa lo que sí quieren
creer. Ya hemos visto la endeblez de este empleo selectivo
de la evidencia (cherry-picking). Sumemos a esto la
predilección por el tipo de sospecha paranoica que subyace
a la mentalidad característica del pensamiento de la
conspiración y nos encontraremos con un muro de dudas
casi impenetrable. Cuando un teórico de la conspiración
alimenta sus sospechas acerca del peligro de las vacunas,
los chemtrails o el fluoruro —pero a continuación toma
cualquier información contraria o dañina como la prueba
de un encubrimiento— se encierra en una caja de dudas
herméticamente cerrada de la que ninguna acumulación de
hechos puede sacarle nunca. A pesar del escepticismo que
se arrogan, la mayoría de los teóricos de la conspiración
son en realidad bastante crédulos.
La creencia en la Tierra plana es un gran ejemplo. En la
FEIC 2018 una y otra vez escuché decir a los presentes que
cualquier evidencia científica a favor de la curvatura de la
Tierra debía ser considerada un montaje. «No hubo
alunizaje; ocurrió en un plató de Hollywood». «Todos los
pilotos de líneas aéreas y astronautas están metidos en la
conspiración». «Las fotografías desde el espacio están
hechas con Photoshop». La evidencia en contra de estas
afirmaciones no solo no hace que los terraplanistas
abandonen sus creencias, ¡sino que se usan a favor de la
conspiración! Y, por supuesto, pensar que el Diablo está
detrás de la operación de encubrimiento de la verdadera
forma de la Tierra… ¿Puede haber una teoría de la
conspiración más formidable? De hecho, la mayoría de los
terraplanistas lo admitirían.
Una cadena similar de razonamiento se usa con
frecuencia en la negación del cambio climático. El
presidente Trump lleva mucho tiempo asegurando que el
cambio climático es un «montaje chino» urdido para
debilitar la competitividad de la industria
estadounidense 90 . Otros arguyen que los científicos están
falseando los datos o que no son imparciales por los
beneficios que obtienen de los fondos y la atención que
reciben por su trabajo. Algunos afirman que el complot es
aún más grave —que el cambio climático se usa como
artimaña para justificar mayores regulaciones y controles
de la economía mundial—. Cualquier evidencia que se
presente en contra de esas afirmaciones se explica como
parte de la conspiración: es un montaje, está sesgada o al
menos incompleta y la verdadera se oculta. No hay
evidencia suficiente para convencer a un negacionista
acérrimo de la ciencia porque desconfía de las personas
encargadas de reunirla 91 .
¿Cuál es entonces la explicación? ¿Por qué algunas
personas (como los negacionistas de la ciencia) se adhieren
a teorías de la conspiración mientras que otras no lo
hacen? 92 . Se han propuesto múltiples teorías psicológicas
que involucran factores como la confianza en uno mismo, el
narcisismo o la baja autoestima 93 . Un consenso popular
parece sugerir que las teorías de la conspiración son un
mecanismo de afrontamiento que algunas personas usan
para lidiar con sentimientos de ansiedad y pérdida de
control ante sucesos perturbadores de gran magnitud. Al
cerebro humano no le gustan los sucesos aleatorios, puesto
que no podemos aprender de ellos ni por tanto elaborar un
plan para dominarlos. Cuando nos vemos impotentes (por
la falta de comprensión, la dimensión de un suceso, el
impacto que produce en nosotros o nuestra posición social),
podemos sentirnos inclinados a explicaciones que
identifican como enemigo algo a lo que podemos
enfrentarnos. Este no es un proceso racional, y los
investigadores que han estudiado las teorías de la
conspiración observan que aquellos que «se dejan llevar
por sus instintos» tienden en mayor medida a dejarse llevar
por un pensamiento basado en teorías de la conspiración.
Esta es la razón por la que la ignorancia se correlaciona
tanto con las teorías de la conspiración. Cuando somos
menos capaces de entender algo sobre la base de nuestras
facultades analíticas, podemos sentirnos más amenazados
por ellas 94 .
También está el hecho de que muchas personas se
sienten atraídas por la idea de un «conocimiento oculto»,
que alimenta su ego y les hace creer que han tenido acceso
a algo cuyo conocimiento está vedado para los demás 95 . En
uno de los estudios más fascinantes acerca del
pensamiento basado en conspiraciones, Roland Imhoff
inventa una teoría de la conspiración ficticia y calcula
cuántas personas la adoptarían como creencia en función
del contexto epistemológico en el que se les presenta. La
conspiración de Imhoff era extraordinaria: una empresa
alemana fabrica unos detectores de humo que emiten unos
sonidos agudos que hacen que la gente sienta náuseas y se
deprima; el fabricante es consciente del problema pero se
niega a arreglarlo. Si el público está convencido de que es
un conocimiento secreto, es más probable que se lo crea.
Cuando Imhoff presentaba la historia como ampliamente
difundida, la probabilidad era menor 96 . Uno no puede dejar
de pensar en los seiscientos cognoscentes de aquel salón
de baile de Denver. De seis mil millones de personas que
hay en el planeta, se autoproclamaban la élite de la élite:
los pocos que sabían la «verdad» de que la Tierra es plana
y estaban llamados a la misión de despertar a los demás.
¿Qué daño hacen las teorías de la conspiración? Algunas
pueden parecer benignas, pero nótese que el factor
principal que nos permite adelantar la creencia en una
teoría de la conspiración es que previamente ya se crea
otra. Y no todas son inocuas. ¿Qué hay de los antivacunas
que creen que el gobierno oculta los datos sobre el
timesoral y cuyos hijos se contagian de sarampión? ¿Qué
hay de la creencia de que el cambio climático
antropogénico (por causas humanas) es un fraude, de tal
manera que sus partidarios en el gobierno justifican la
demora? A medida que el tiempo avanza, más graves
pueden ser las consecuencias humanas de la catástrofe.

Confianza en falsos expertos (y denigración de los reales)


Una de las características del negacionismo de la ciencia
es la idea de que mientras una teoría no haya sido
«demostrada» al cien por cien (que es algo que no puede
hacerse) todo está abierto a debate. Esto quiere decir que,
en ausencia de un consenso total, está justificado preferir
la opinión de unos expertos en lugar de la de otros.
Adivinemos cuál van a elegir los negacionistas de la
ciencia.
Como hemos visto, el objetivo del negacionismo de la
ciencia es crear una contranarrativa capaz de desafiar el
consenso científico en aquellos asuntos que pongan en
peligro su ideología predilecta. Incluso si todos (o la
mayoría de los científicos) están de acuerdo en que fumar
cigarrillos produce cáncer o en que el cambio climático es
real, ¿no cabe sembrar una mínima duda? 97 . Que esto
pueda hacerse maquinando teorías (o teóricos) delirantes o
encontrándolas en la naturaleza no tiene importancia. La
cuestión no es hacer que los científicos reales cambien de
opinión, sino ejercer presión para atraer al público
consumidor de información científica, que muchas veces no
puede distinguir a un experto de otro. Se trata de hacer
que parezca que hay debate aunque no lo haya. Cuando la
ciencia se muestra equívoca u ofrece resultados
controvertidos, los negacionistas ganan.
En su libro The Death of Expertise, Tom Nichols aborda
los problemas involucrados en tratar cuestiones fácticas y
empíricas como si fueran permeables al tipo de presiones y
disputas sectarias que caracterizan nuestras discusiones
políticas, que «hunden sus raíces en conflictos conducidos
a veces como desacuerdos respetuosos pero más
frecuentemente como un partido de hockey sin árbitros y
con una invitación permanente a que los espectadores
bajen a la pista» 98 . Esto es precisamente lo que los
negacionistas de la ciencia quieren hacer con las
cuestiones científicas: convertirlas en ideológicas 99 .
Esto se logra más eficazmente si se ponen de manifiesto
los «sesgos» de los expertos. Si los científicos que afirman
que el cambio climático es real (por ejemplo) se encuentran
en sectores izquierdistas, han recibido formación
universitaria y financiación pública, ¿no sería lo lógico
desconfiar de sus motivaciones primero y más tarde de sus
conclusiones? La populista desconfianza hacia los expertos
que Nichols analiza abre la puerta a que los negacionistas
de la ciencia y otros ideólogos promuevan su propia
cohorte de expertos, que —incluso si se quiere afirmar que
ellos también pueden tener sesgos— al menos hacen visible
la otra cara de una controversia científica en desarrollo, lo
que instaura la apariencia de un equilibrio que les parece
justo a los profanos desinformados que quieren que la
ciencia sea «objetiva». Pero esto, por supuesto, lleva a una
especie de falsa equivalencia gracias a la cual los
negacionistas de la ciencia se sienten justificados al creer
en sus propios «expertos» —aunque carezcan de la mínima
formación— frente a aquellos a los que consideran
tendenciosos en su contra.
Como ya se ha dicho, esta manera de razonar se puso
claramente de manifiesto en la FEIC 2018. Cuando Robert
Skiba salió al escenario y dijo que no tenía formación
científica pero sí una bata blanca de laboratorio, ¿qué otra
cosa pudo querer hacer más que mostrar su preferencia
por un cierto tipo de «expertos» a la vez que denigra otros
cuya pretendida autoridad se basa en cómo van vestidos?
¿Qué se consigue con esto? La razón declarada es que el
«otro bando» está formado por expertos que o bien son
parciales o bien se han «adherido» a una determinada
posición; no podemos fiarnos de ellos porque son corruptos
o reciben dinero para ocultar la verdad. Existe un profundo
victimismo detrás de la mayor parte del negacionismo de la
ciencia, lo que lleva a muchos de sus partidarios a quejarse
de que los llamados científicos «reales» no los tomen en
serio ni tengan en cuenta los datos de sus propios
«expertos».
Las teorías de la conspiración, evidentemente,
desempeñan aquí un papel, al igual que la táctica del
cherry-picking. Los cinco tropos de la negación de la
ciencia colaboran los unos con los otros de tal manera que
ni la confianza en falsos expertos ni el desprecio a los
verdaderos son características meramente definitorias de
la negación de la ciencia, sino el resultado inevitable de la
creencia en teorías de la conspiración, las expectativas
irrealizables con respecto a la ciencia y todo lo demás. Es
la pescadilla que se muerde la cola. Los falsos expertos
proporcionan «evidencia» parcial (o simplemente
inventada) que se usa para poner en cuestión el consenso
del razonamiento científico. Cuando esta evidencia no se
toma en serio, las sospechas aumentan y el razonamiento
tribal se abre paso. Las discusiones científicas empiezan a
parecerse a las políticas. Una vez que el otro bando ha sido
lo suficientemente demonizado, es fácil encontrar pistas
que —para algunas mentes— sugieran una conspiración, lo
que posteriormente justifica la confianza en los expertos
del propio bando frente a los demás.
Todo se construye en torno a la confianza —o la falta de
confianza—, lo que hace imposible la valoración objetiva y
desapasionada de la evidencia para resolver disputas
científicas.
O al menos arroja una sombra de duda que planea sobre
todo el proceso. Y la duda es lo único que necesita un
negacionista de la ciencia.

Razonamiento ilógico
Existe una miríada de maneras de ser ilógico. Entre las
principales desviaciones y falacias identificadas por los
hermanos Hoofnagle y otros como las más características
del tipo de razonamiento que lleva al negacionismo de la
ciencia se incluyen las siguientes: el hombre de paja, la
pista falsa, la falsa analogía, la falsa dicotomía y la
conclusión precipitada 100 .
Me resultaría extraño que la mayor parte de los
negacionistas de la ciencia hubiera hecho un curso de
lógica informal. Probablemente carezcan de la formación
que les permitiría comprender esas falacias e incluso saber
sus nombres. Sin embargo, son especialistas en su uso
práctico. Cuando un negacionista del cambio climático dice
que «el dióxido de carbono no es el único causante del
cambio climático», tenemos ante nosotros un ejemplo
perfecto de falacia del hombre de paja, que consiste en
imaginar una versión más débil del argumento de un
oponente para hacerlo más fácil de derribar. Prácticamente
ningún científico responsable especializado en el cambio
climático negaría que los causantes del cambio climático
son múltiples, incluidos los naturales. Pero esa no es la
cuestión. Ahora mismo las emisiones de dióxido de carbono
causadas por el ser humano son de largo las mayores y de
más rápido crecimiento de cuantas inciden en el
calentamiento global. Pero el negacionista del cambio
climático no quiere hablar de ello 101 . En lugar de eso
inventa un hombre de paja, aunque nadie haya dicho que la
actividad humana sea la única causa del calentamiento
global.
De manera parecida, cuando los terraplanistas
preguntan: «¿Te habías dado cuenta de que en la firma de
Walt Disney hay tres seises?», ¿qué podemos tener delante
si no es una pista falsa? Sí, los seises están ahí para que los
vea cualquiera. (De hecho, una vez que los ves, es irritante
no poder dejar de verlos.) Pero ¿qué se supone que
demuestra eso? ¿Qué Walt Disney estaba metido en una
conspiración para ocultar la verdad acerca de la forma de
la Tierra? Si así fuera, haría falta algo más para conectar
los puntos. La firma por sí misma no tiene ninguna relación
con la forma de la Tierra.
Al confiar en estos argumentos engañosos, los
negacionistas de la ciencia incurren en una serie de errores
de razonamiento que han sido identificados, examinados y
refutados por lógicos y filósofos a lo largo de los últimos
2300 años. No es este el momento ni el lugar para impartir
curso de lógica largo (ni tampoco corto) 102 . Tampoco es
aquí donde debemos hacer un prolijo listado de ejemplos de
los razonamientos lógicamente erróneos de los
negacionistas de la ciencia. Si alguien quiere más material
relacionado con cómo y por qué estas y otras falacias
lógicas están en el corazón del razonamiento de los
terraplanistas, los antivacunas, los antievolución y los
negacionistas del cambio climático, existen múltiples
fuentes de la mayor calidad 103 . En capítulos posteriores
daré más ejemplos.

La insistencia en que la ciencia debe ser perfecta

Los únicos que exigen que la ciencia sea perfecta son los
mismos que nunca se han dedicado a la ciencia. Sin
embargo, en no pocas ocasiones escuchamos a los
negacionistas de la ciencia exigir criterios imposibles de
cumplir diciendo cosas como: «¿Puedes demostrar que las
vacunas son seguras al cien por cien?», «¿Por qué no
esperamos a tener toda la evidencia antes de actuar contra
el cambio climático?» o «El vínculo entre el consumo de
cigarrillos y el cáncer de pulmón nunca ha sido demostrado
de manera concluyente». Como dijimos anteriormente, esto
no es escepticismo, sino el tipo de negacionismo
ideológicamente motivado al que alguien recurre cuando
no quiere creer lo que la abrumadora mayoría de las
pruebas empíricas señala. Por la misma naturaleza del
razonamiento inductivo, siempre persistirá una
incertidumbre residual en torno a cualquier hipótesis
científica. Sin abandonar la idea fundamental de que
siempre pueden aparecer nuevas pruebas que nos inciten a
modificar o incluso echar por tierra una teoría científica, no
tiene sentido exigir que la investigación empírica se ajuste
a los mismos criterios de prueba y certeza que las
matemáticas y la lógica deductiva. Sin embargo, en manos
de un negacionista de la ciencia, una mínima duda puede
exagerarse para sugerir que existe un debate abierto en
torno a temas que ni siquiera lo admiten.
Los negacionistas acostumbran a explotar a su favor la
incertidumbre de la ciencia. Como hemos visto, son
lamentablemente famosos por su doble estándar de
evidencia. Por muchas pruebas que se le ofrezcan, ningún
negacionista de la ciencia creerá aquello que no quiera
creer: seguirá insistiendo en que son necesarias más
pruebas. Sin embargo, no hace falta mucha evidencia para
convencerle de que su propia hipótesis merece crédito,
puesto que siempre creerá lo que le digan sus propias
fuentes. He aquí una perversión total de la base racional
sobre la que se asienta la ciencia. No hay necesidad de
demostrar que algo es cierto para que sea digno de ser
creído. En ciencia existe algo llamado «fundamentación»
[warrant], que alude a que, si existe evidencia suficiente a
favor de una teoría —y ha sido rigurosamente puesta a
prueba de refutación—, existe una base racional para creer
en su verdad incluso aunque no pueda asegurarse que, en
el futuro, no aparezcan nuevos hechos que nos lleven a
descartarla 104 .
Negar esto equivale efectivamente a reconocer que no
podemos saber nada acerca del mundo real mientras no
tengamos a nuestra disposición toda la evidencia, es decir,
nunca. Quizás, para un negacionista de la ciencia
ciertamente arrogante, esto pueda estar bien, pero ¿estaría
de verdad dispuesto a prescindir de todas sus creencias
científicas y no solo de las que menosprecia? Sí, de repente
no tendríamos base alguna para creer la teoría de la
evolución por selección natural de Darwin. Pero tampoco
tendría fundamento la otra opción, el diseño inteligente. Lo
mismo habría que decir de los antibióticos, los trasplantes
o la edición genética. Cierto, las bases del cambio climático
antropogénico quedarían socavadas, lo mismo que los
pronósticos del tiempo, las predicciones de las mareas y
toda la ciencia que hay detrás de la agricultura.
El problema del escepticismo de café es que lleva las
cosas a una inconsistencia insostenible. ¿Cómo podrían
justificar los terraplanistas el uso de teléfonos móviles para
tuitear en directo desde la FEIC 2018 cuando parte de su
tráfico celular rebota en satélites? 105 . ¿Y qué decir del
entusiasta de la homeopatía que ve la luz en el lecho de
muerte y pide quimioterapia? Estas personas en realidad
creen en la ciencia, solo que hay partes de la ciencia en las
que prefieren no creer. ¿Puede ser esto más ridículo?
Otro absurdo al que conduce la insistencia de los
negacionistas de la ciencia en los estándares ideales para
la ciencia es que mientras no llegue el día en el que
tengamos pruebas de la evolución por selección natural
propuesta por Darwin o del calentamiento global cualquier
teoría es tan válida como cualquier otra. Todos hemos oído
a algún creacionista decir que la evolución es «solo una
teoría». Pero el diseño inteligente también es solo una
teoría. Pero entonces ¿por qué quieren saber? ¿No
deberíamos investigar las dos y quizás «enseñar la
controversia» en clase de biología?
Aquí su deficiente comprensión no tiene que ver solo con
la certeza, sino también con la probabilidad. Recordemos
que el concepto de fundamentación hunde sus raíces en la
idea de que la creencia científica va en proporción a la
evidencia que la respalde. La corroboración de la teoría de
la evolución por selección natural de Darwin a lo largo de
los últimos ciento cincuenta años de experiencia científica
ha sido tal que en ella se basa prácticamente toda nuestra
comprensión de la biología. La evolución por selección
natural es la columna vertebral de la genética, la
microbiología y la biología molecular. En un ensayo de
1973 el eminente biólogo Theodosius Dobzhansky afirma
que «nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la
evolución» 106 .
Pero aun así el negacionista podría objetar: ¿no sería
mejor para la ciencia que nos aferráramos a la certeza? Al
fin y al cabo, el iconoclasta a veces tiene razón. Se rieron
de Galileo, ¿no es así? 107 .
¿De verdad? ¿Jugamos a eso?
En un artículo de febrero de 2019, Reuters publicó que
la evidencia a favor del calentamiento global antropogénico
había alcanzado el «estándar de oro» de confianza, el nivel
«cinco sigmas». Esto significa que solo hay una
probabilidad entre un millón de que los negacionistas del
cambio climático están en lo cierto. Por supuesto, esto no
llega a certeza, pero está en el mismo nivel de confianza
que se alcanzó en 2012 cuando se anunció el
descubrimiento de la partícula subatómica del bosón de
Higgs, que es la piedra angular del universo 108 .
Obviamente, esto no quita que alguien pueda empeñarse en
cuestionar la evidencia y pretender que se debe abrazar la
opción que niega la ciencia porque «podría» ser la
correcta, pero querer hacer de esto un criterio estándar es
sencillamente absurdo 109 .
¿Cómo se puede hacer pasar vergüenza a alguien que
carece de ella? Ante una creencia ridícula, quizá el ridículo
funcione mejor. ¿Recuerdan la famosa escena del final de la
película de 1994 Dos tontos muy tontos, cuando el
personaje de Jim Carrey intenta convencer
desesperadamente a una mujer de que salga con él? Lo
intenta todo y ella sigue rechazándole. Al final le pide que
calcule la probabilidad de que llegue a convencerla. «Una
entre un millón», le responde. En ese momento él sonríe y
le dice: «Así que después de todo es posible».
No queremos ser ese hombre.

LAS RAÍCES MOTIVACIONALES Y PSICOLÓGICAS DEL NEGACIONISMO DE


LA CIENCIA

Ahora que entendemos las tácticas detrás de la negación


de la ciencia, otras importantes preguntas nos asaltan.
¿Cómo ha podido ocurrir todo esto? ¿Cuáles son sus
orígenes? ¿Y puede explicarse de alguna manera que el
guion de los negacionistas de la ciencia parezca ser el
mismo en todos los casos? En suma, el desafío es este: si
los cinco rasgos esbozados más arriba constituyen maneras
tan defectuosas de razonar, ¿por qué están tan extendidos?
Aquí es importante trazar una distinción entre dos
posibles métodos de aproximación. Uno consiste en
centrarse en cómo se crea el negacionismo de la ciencia; el
otro, en tomar en consideración por qué la gente se adhiere
a él. Este segundo ha merecido tradicionalmente la mayor
parte de la atención y ha llevado a la idea, muy difundida —
pero demasiado simplista— de que el negacionismo de la
ciencia no tiene más causa que la ignorancia. Pero eso no
puede ser todo, ni siquiera para explicar por qué la gente
da credibilidad a sus relatos. (De hecho, la investigación ha
puesto de manifiesto que entre los negacionistas de la
ciencia más acérrimos no faltan algunos que han recibido
una esmerada educación.) 110 Y, ciertamente, eso no basta
para explicar cómo se produce el negacionismo de la
ciencia. El guion es demasiado intrincado como para que se
haya producido por accidente. Parece más probable que la
explicación tenga que ver con una mala práctica.
Los cinco tropos constituyen una estrategia
deliberadamente creada por aquellos con intereses en que
la gente rechazara determinados hallazgos científicos que
amenazaban sus creencias. Esto apareció en campañas
posteriores y se usó en contra de diferentes hallazgos
científicos hasta convertirse hoy en día en un plan de
batalla que puede usarse para «combatir la ciencia» o
simplemente en relación con cualquier tema. El
negacionismo de la ciencia no es un error; es una mentira.
La desinformación ha sido promovida
intencionadamente 111 .
En su importante libro Mercaderes de la duda, Naomi
Oreskes y Erik Conway relatan la historia de cómo en la
década de 1950 a las compañías tabacaleras se les
pusieron los pelos de punta por culpa de un estudio
científico a punto de publicarse que establecía una relación
causal entre el consumo de cigarrillos y el cáncer de
pulmón 112 . En lugar de entablar disputas entre ellos por
qué cigarrillos eran más «sanos», los ejecutivos de las
principales compañías tabacaleras unieron fuerzas y
contrataron a un publicista para diseñar una estrategia.
Había que luchar contra la ciencia: ese era su consejo.
Fabricar la duda, crear tantas razones como fuera posible
para que pareciera que los científicos tenían intereses
espurios y que solo contaban una parte de la historia;
luego, publicar la otra versión, contratar expertos,
presentar conclusiones «científicas», publicar anuncios a
toda página en los periódicos más leídos poniendo en
cuestión los hallazgos científicos, insistir en que cualquier
supuesto vínculo entre fumar y desarrollar cáncer de
pulmón estaba todavía por demostrar 113 .
¿Suena familiar?
Oreskes y Conway hacen un trabajo soberbio al exponer
cómo las compañías tabacaleras siguieron adelante
creando una campaña de desinformación en la que —según
un memorándum tristemente célebre escrito en 1969 por
un ejecutivo tabacalero— «la duda es nuestro producto
puesto que nos proporciona la mejor manera de competir
con “el cuerpo de hechos” instalado en la mente del público
en general. También nos proporciona una manera de crear
controversia» 114 . Esto les permitió a las compañías
tabacaleras confundir al público americano a lo largo de las
décadas siguientes alegando que seguían a la espera de
«pruebas» a la vez que obtenían beneficios por la venta de
cigarrillos. Por desgracia, esta campaña resultó tan exitosa
que estableció el patrón de todo el negacionismo de la
ciencia que vino después —los autores lo llaman
«estrategia del tabaco»— y que se aplicó a la lluvia ácida,
el agujero en la capa de ozono, el cambio climático, etc 115 .
Con el tabaco y el cáncer, el negacionismo fue urdido con
evidentes intereses empresariales 116 . Lo mismo parece
haber ocurrido con el cambio climático 117 . A este respecto
recomiendo encarecidamente el libro de Oreskes y Conway.
Mi objetivo no es ofrecer una historia completa del
negacionismo de la ciencia, sino averiguar si es posible
convencer a un negacionista para que cambie su manera de
pensar. Es evidente que esto no funcione con aquel que
haya inventado intencionadamente una mentira (la crea o
no). Propongo, por tanto, que nos dirijamos a los demás —
el público del negacionismo de la ciencia— para examinar
las razones por las que creen en algo que ellos no han
inventado sin recibir ningún beneficio directo 118 .
Aquí es importante darse cuenta de que el negacionismo
de la ciencia puede obedecer a diferentes motivaciones.
Una de ellas, obviamente, es el interés económico. Pero
también hay razones políticas, ideológicas y religiosas por
las que alguien podría querer hacer caso omiso a un
hallazgo científico determinado que le afecte
personalmente. Los creadores de las campañas
negacionistas saben explotar estos intereses, lo que atrae a
millones de seguidores sometidos a su voluntad. La
ignorancia y la credulidad pueden influir, pero tiene que
haber algo más. Independientemente o no de que el
negacionismo del cambio climático se haya creado para
favorecer los intereses económicos de alguien concreto la
cuestión sigue abierta: ¿por qué hay gente que se la cree?
A veces puede haber intereses personales en juego.
Aunque no sean económicos, también son poderosos. Un
fumador puede haber desarrollado razones para dar la
bienvenida a la noticia de que los hallazgos científicos de
los años cincuenta en relación con el consumo de tabaco
tienen «otra cara». El razonamiento motivado es una fuerza
psicológica poderosa por la que somos más propensos a
buscar información que apoye las cosas en las que
queremos creer en oposición a los hechos que pueden
causarnos incomodidad anímica. Por ejemplo, si una
persona no quiere dejar de fumar, ¿no sería mejor para ella
creer que el tabaco es inocuo? La gente puede confabular
todo tipo de información o mentirse a sí misma cuando le
conviene. La investigación ha demostrado que, en su mayor
parte, esto ni siquiera se hace de manera consciente 119 .
Quizá sea esta la razón por la que hay en nuestras mentes
un estrecho parentesco entre estar «en negación» y ser un
«negacionista» 120 . Nos mentimos a nosotros mismos como
medio de mentir más eficazmente a los demás.
Setenta años de psicología social han puesto de
manifiesto que una parte importante de nuestro
comportamiento se orienta a satisfacer el ego. Y una parte
integral de esto es mantener una visión positiva de
nosotros mismos. Esto puede servir como explicación de
aquellas ocasiones en las que resolvemos la disonancia
cognitiva contándonos a nosotros mismos una historia en la
que nos gustaría creer en lugar de la que es verdadera
siempre que eso nos haga quedar como héroes. También
implica asegurarse de que presentamos una imagen
favorable de nosotros mismos en nuestro círculo social,
conformado por personas cuyas opiniones nos importan.
Así, nuestras opiniones y comportamiento se fraguan en el
semillero de las opiniones que tenemos acerca de nosotros
mismos, que es reflejo que nos llega de la opinión de los
demás. ¿Puede resultar entonces sorprendente que
nuestras creencias en torno a cuestiones de carácter
empírico se basen no solo en meros hechos sino también en
las fuerzas psicológicas y motivacionales que dan forma a
todo comportamiento y creencia? Como tales, nuestras
creencias empíricas son susceptibles de ser manipuladas,
ya sea en función de nuestros propios intereses o de los
cualesquiera otros.
Uno tampoco debería subestimar el papel que
desempeña el simple miedo. La neurociencia más
vanguardista, usando escáneres de resonancia magnética
funcional, ha detectado que, cuando se ven expuestas a
ideas que amenazan sus creencias, las personas de
tendencias más conservadoras experimentan una mayor
actividad en la amígdala cerebral (basada en el miedo) que
los izquierdistas 121 . ¿Puede probarse esto mismo con
respecto a los negacionistas de la ciencia? 122 . Cuando a un
padre le dicen que las vacunas pueden ser peligrosas para
su bebé, ¿cómo no va a asaltarle la ansiedad? Cuando entra
en Google y se tropieza con algo de desinformación
alarmante, su cerebro se inunda de cortisol. Cuando
acuden a su médico de cabecera y este les rechaza —«No
me explico que puedas dar crédito a semejantes
patrañas»—, pueden sentir que se les está faltando al
respeto e ir a la conferencia de algún antivacunas en busca
de más información. Entonces ya es demasiado tarde.
Como señaló un periodista que había sido expulsado de una
convención de antivacunas:
Autism-One —y en general todo el mundo antivacunas— funciona
increíblemente bien como motor de radicalización. Los padres llegan con
una preocupación genuina por la salud de sus hijos y desesperados por
encontrar respuestas, y se encuentran con una avalancha novedosa y
cada vez mayor de disparates acerca del sistema médico, el gobierno y,
en último término, los amos secretos del mundo 123 .

Otra fuerza psicológica subyacente al negacionismo de la


ciencia puede radicar en un sentimiento de alienación y
privación de derechos. Por supuesto, ser tachados de
idiotas, insultados y tratados con desprecio por parte de
quienes afirman luchar contra el negacionismo de la
ciencia puede producir en ellos un sentimiento de
alienación 124 . Pero me estoy refiriendo a algo más
profundo que eso. Cuando estuve en la FEIC 2018, noté
que había una cantidad desproporcionada de personas que
habían padecido algún tipo de experiencia traumática en su
vida, unas veces relacionada con su salud y otras veces
interpersonal. Con frecuencia no se concretaba. Pero en
todos los casos el terraplanista en cuestión admitía que
aquello de alguna manera había contribuido a
«despertarle» y a hacerle darse cuenta de que le habían
estado engañando. Muchos de ellos se habían resignado a
un papel de víctimas incluso antes de convertirse en
terraplanistas. Apenas he encontrado nada acerca de esto
en la bibliografía psicológica, pero sigo convencido de que
algo podremos aprender de esta hipótesis 125 . Abandoné la
Conferencia con la impresión de que muchos terraplanistas
eran personas devastadas. ¿Podría decirse lo mismo de
otros negacionistas de la ciencia?
Esté o no en lo cierto, me parece que está claro,
basándome tanto en mi experiencia personal como en mis
estudios académicos, que la mayoría de los negacionistas
de la ciencia se unen a una corriente embriagadora de
resentimiento e ira contra las «élites» y los «expertos» que
pretenden hacer de portavoces de la verdad. En parte esto
tiene que ver con el trabajo de Tom Nichols citado
anteriormente, The Death of Expertise, en el que aborda el
tipo de reivindicación populista que ha llevado a mucha de
nuestra cultura de la posverdad. Esto es más amplio que el
negacionismo de la ciencia. De hecho, aunque soy de la
opinión de que este tipo de negacionismo reprensenta una
de las raíces de la posverdad 126 , esta se ha duplicado en
apoyo de una cultura del negacionismo más amplia que
abarca desde el cambio climático hasta las vacunas y el uso
de mascarillas durante la pandemia: la situación ha ido a
peor. A medida que se redibujan los frentes tradicionales de
batalla —a veces siguiendo líneas partidistas— se hace más
fácil sentirse alienado. Con fuentes separadas de
información, fragmentación, polarización y surgimiento de
una mentalidad de «nosotros contra ellos», no debería ser
sorprendente que la ciencia haya quedado atrapada en el
torbellino de la posverdad.
¿Quiere decir esto que el negacionismo de la ciencia es
simple y llanamente política? En parte, puede ser así. Un
ejemplo claro a este respecto es el negacionismo del
cambio climático, en torno al cual el desajuste en función
de las tendencias políticas oscila entre el 96 y el 53% 127 .
En su trabajo sobre el negacionismo de la ciencia, el
científico cognitivo Stephan Lewandowsky observa que hoy
en día prácticamente todo el negacionismo de la ciencia es
de tendencia conservadora.
Entre los conservadores —no así en sectores progresistas— la
confianza en la comunidad científica se ha ido erosionando gradualmente
a lo largo de las últimas décadas, aproximadamente desde los años
setenta […] Esta erosión ha coincidido con la aparición de múltiples
hallazgos científicos que ponen en cuestión aspectos clave del ideario
conservador, como la creencia en lo importante y beneficioso de los
mercados libres no regulados […] En resumen, el rechazo a datos
científicos concretos dentro de un marco más amplio, así como la
desconfianza generalizada en la ciencia, parecen concentrarse
principalmente en la derecha política 128 .

Lewandowsky admite, sin embargo, que las fuerzas


cognitivas subyacentes que llevan, por ejemplo, a creer en
teorías de la conspiración o al sesgo de confirmación no se
presentan solo en los conservadores. Todos tenemos los
mismos cerebros y sesgos cognitivos resultado de los
mismos agentes evolutivos 129 . Por tanto, sigue pendiente
de respuesta la pregunta de si puede haber casos de
negacionismo «progresista» de la ciencia, de lo que me
ocuparé en los capítulos 6 y 7.
Dejando de lado la dimensión política, nos hallamos a
punto de adentrarnos en el problema de por qué los
negacionistas de la ciencia creen en lo que creen, incluso
en contra de la evidencia que apunta en sentido contrario.
La respuesta se encuentra en comprender que la cuestión
central que rige la formación de creencias —incluso en
relación con asuntos de carácter empírico— puede no ser la
evidencia sino la identidad.
La identidad puede darse en un contexto político, pero lo
más seguro es que no sea ese el único lugar en el que
puede aparecer. La gente puede encontrar un sentido de
identidad en la iglesia, la escuela, la familia, el trabajo, el
vecindario… y también en su grupo de colegas
negacionistas de la ciencia. En su brillante libro Know-It-
AllSociety, Michael Lynch da una explicación de cómo
nuestras creencias se convierten en nuestras convicciones,
y la relación que esto tiene con la identidad:
Una convicción es una creencia que adquiere carácter de compromiso
—una llamada a la acción— porque refleja nuestra propia identidad.
Refleja el tipo de persona que aspiramos a ser y la clase de grupos y
tribus a la que deseamos pertenecer. Por eso los ataques a nuestras
convicciones parecen ataques a nuestra identidad —porque lo son—. Pero
es esta la razón por la que solemos omitir la evidencia que atenta contra
nuestras convicciones: renunciar a ellas sería tanto como cambiar lo que
imaginamos que somos 130 .

Las raíces psicológicas de esto pueden encontrarse en lo


que el académico de Yale Dan Kahan llama «cognición
protectora de la identidad» [identity-protective
cognition] 131 . Podríamos pensar que tomar una posición
con respecto a una cuestión consiste solo en acudir a los
datos; y, de hecho, cuando estamos preocupados por un
tema en el que los resultados no afectan a ninguna de
nuestras sagradas convicciones, eso es justamente lo que
suele ocurrir. ¿Recordamos la idea de que los negacionistas
de la ciencia son escépticos de café? Incluso un
negacionista puede en condiciones normales dar la
respuesta correcta a una pregunta científica sobre la base
de los datos disponibles siempre y cuando no entre en
juego ninguna creencia fundamental para su identidad.
Pero cuando empezamos a tocar asuntos «controvertidos»
como la evolución o el cambio climático (o, para algunos, la
forma de la Tierra) nuestras habilidades de razonamiento
salen por la ventana. No solo no cambiamos de parecer,
sino que tampoco podemos hacer un juicio equilibrado de
la evidencia.
La tensión aquí tiene lugar entre lo que Kahan llama
«tesis de comprensión de la ciencia» [TCC] y la cognición
protectora de la identidad. El modelo TCC se basa en la
idea de que la mejor manera de convencer a alguien de que
una hipótesis de carácter empírico es correcta consiste en
proporcionarle información suficiente para tomar una
decisión racional con respecto a la misma. Tratémosle
como un científico. Si uno es racional y entiende cómo la
razón se basa en la evidencia, debería serle sencillo
pronunciarse en torno a si una conclusión tiene buen
fundamento. Aquí estamos suponiendo que la única razón
por la que alguien podría rechazar una teoría científica
bien fundamentada es que sea irracional (o estúpido o
inexperto) o que le falte información. Un nombre mejor
para esto es, a mi modo de ver, «modelo de déficit
informativo» [information deficit model] 132 , puesto que
estamos suponiendo que cualquier caso de negacionismo
de la ciencia puede ser remediado mediante más
información. ¡Cuántas veces hemos visto a los científicos
embarcados en esta tarea! Cuando el negacionista del
cambio climático afirma que la Tierra no se ha calentado
desde 1998, le damos más datos acerca de las
temperaturas. Cuando los pone en duda, podemos pasar a
la pérdida de hielo marino. Cuando duden de esto también,
pasamos a otra cosa. Al final podemos rendirnos a su
irracionalidad y simplemente abandonar la conversación. Si
no es posible convencer a alguien con la evidencia, ¿por
qué deberíamos seguir hablando con él? Ahora bien, ¿qué
ocurre si el problema no es que la evidencia sea
insuficiente? ¿Y si el obstáculo es la cognición protectora
de la identidad?
Para poner esto en práctica, Kahan llevó a cabo un
experimento acerca de la eficacia de una nueva (y ficticia)
crema para la piel. Hasta donde yo sé, no existe ni ha
existido nunca ningún tipo de negacionismo de la ciencia
(ni razonamiento identitario) que tenga que ver con la
crema de piel. Kahan preparó el experimento con un millar
de sujetos, a los que primero se les hizo una encuesta para
conocer sus creencias políticas y luego se les proporcionó
una serie de datos inventados (véase la tabla 2.1) 133 .

TABLA 2.1

RESULTADOS

EL SARPULLIDO EL SARPULLIDO
MEJORÓ EMPEORÓ

Usuarios de la nueva crema de 223 75


piel

No usuarios de la nueva crema de 107 21


piel

Datos falsos proporcionados como estímulo en un experimento realizado por


Kahan et al., «Motivated Numeracy and Enlightened Self-Government» (2013).

Después de hacer algunos cálculos, tenemos toda la


información que necesitamos para ver si la crema de piel es
efectiva con una erupción. A primera vista, puede parecer
que lo es. Al fin y al cabo, doscientas veintitrés de las
personas que la probaron vieron mejorar su sarpullido
mientras que solo ciento siete de las que no la utilizaron
notaron alguna mejora. Pero los números deben ser
leudados tomando en consideración aquellos cuyo
sarpullido fue a peor. En contra de la impresión inicial, la
conclusión apropiada que hay que sacar es que la crema
para la piel no es eficaz. Después de todo, el 25% de las
personas que la usaron comprobaron que su sarpullido
empeoró, mientras que solo el 16% de los que no la usaron
afirmó lo mismo 134 .
Kahan descubrió que la mayoría de la gente tenía
muchas dificultades para llegar a la conclusión correcta.
¡Pero los resultados no se desglosaron por partes! En vez
de eso, quizá de manera predecible, la única diferencia en
las respuestas se dio entre quienes eran buenos en
matemáticas y los que no, lo cual resultaba perfectamente
consistente con la tesis de comprensión de la ciencia.
Pero entonces Kahan preparó otra versión de la prueba
usando exactamente los mismos datos pero aplicándolos a
una cuestión ideológicamente sensible: si el control de
armas… hace que los crímenes aumenten (véase la tabla
2.2) o disminuyan 135 . En la primera iteración (izquierda),
los datos indicaban que el control de armas está
correlacionado con una disminución de la criminalidad; en
la segunda (derecha), con un aumento.

TABLA 2.2

RESULTADOS

AUMENTO DE LA DISMINUCIÓN DE LA
CRIMINALIDAD CRIMINALIDAD

Ciudades que han prohibido 223 75


las armas

Ciudades que no han 107 21


prohibido las armas

Datos falsos proporcionados como estímulo en un experimento realizado por


Kahan et al., «Motivated Numeracy and Enlightened Self-Government» (2013).

Esta vez los resultados fueron diferentes. Como explica


el escritor político Ezra Klein en su narración del
experimento:
Ante este problema ocurrió algo gracioso: las habilidades matemáticas
de los sujetos dejaron de influir en lo bien que les iba en el test. Ahora
era la ideología la que proporcionaba las respuestas. Los progresistas
hacían gala de una gran facilidad a la hora de resolver el problema
cuando hacerlo demostraba que la legislación sobre control de armas
reducía la criminalidad. Pero cuando se les ponía delante la versión del
problema que sugería que el control de armas había sido inútil sus
habilidades matemáticas dejaban de tener relevancia. Tendían a
equivocarse independientemente de sus conocimientos. Entre los
conservadores se observaba el mismo patrón —en sentido inverso—. Ser
buenos en matemáticas simplemente no ayudaba a que los alineados
convergieran hacia la respuesta correcta. De hecho, los alejaba aún más
de ella. Los alineados de escasos conocimientos matemáticos tenían
probabilidad veinticinco puntos porcentuales mayor de acertar la
respuesta cuando esta concordaba con su ideología. En el caso de los
alineados de amplios conocimientos matemáticos, la probabilidad de
acertar la respuesta cuando esta concordaba con su ideología era
cuarenta y cinco puntos mayor […] La gente no razonaba para averiguar
la respuesta correcta; razonaba para obtener la respuesta que deseaba
que fuera correcta 136 .

Cabría concluir de esto que la adhesión política exacerba


un defecto del razonamiento humano sobre cuestiones de
carácter empírico. Pero quizás esta sea una afirmación
demasiado suave acerca del negacionismo de la ciencia. Sí,
los razonamientos y creencias que pone en juego el
experimento de Kahan se enmarcan en un contexto político,
pero la política es solo una de tantas maneras de formar
una identidad. ¿Y si la cuestión subyacente aquí no es
meramente que la política puede interferir en nuestra
capacidad de razonamiento, sino que toda identidad puede
hacerlo? De hecho, es posible que la identidad sea más
importante que cualquier ideología concreta. De hecho, tal
vez la identidad sea más importante que cualquier
ideología específica. Al fin y al cabo, se llama «cognición
protectora de la identidad».
En un importante artículo, «Ideologues without Issues:
The Polarizing Consequences of Ideological Identities»,
Lilliana Mason sostiene que el factor que articula la
polarización política no es ninguna de las «cuestiones» que
podemos considerar típicamente progresistas o
conservadoras, sino el mero hecho de tener una inclinación
partidista que proporciona identidad 137 . Lo importante es
elegir un bando para tener claro en qué lado se está del
nosotros-contra-ellos.
En su investigación, basada en datos de encuestas,
Mason descubrió que la fuerza del alineamiento de una
persona con una identidad política era un indicador muy
superior de cómo se sentía con respecto al «otro bando»
que el contenido ideológico que pueda subyacer a la
identidad. Los sujetos respondieron a las preguntas de una
encuesta sobre seis temas: inmigración, control de armas,
matrimonio entre personas del mismo sexo, aborto,
Obamacare y déficit. Luego se les preguntó qué opinaban
sobre casarse, mantener una amistad o pasar tiempo con
alguien de tendencias políticas opuestas. Mason descubrió
que la etiqueta basada en la identidad tenía el doble de
valor predictivo de los sentimientos de los sujetos con
respecto al «otro bando» que su opinión acerca de
cualquiera de los seis temas mencionados 138 . Los
conservadores eran en realidad mucho más moderados en
cuanto a sus opiniones políticas que los progresistas, pero
no menos fervientes en su identidad. Mason señaló esta
diferencia general como relativa a «la ideología basada en
la identidad» y la «ideología basada en el tema» 139 .
Pero si es la identidad más que el contenido lo que
importa a quienes manifiestan inclinaciones políticas
debemos preguntarnos en qué sentido es «ideológico» el
razonamiento basado en la identidad. En su ensayo «People
Don’t Vote for What They Want. They Vote for Who They
Are» [«La gente no vota por lo que quiere; vota por quiénes
son»], el filósofo Kwame Anthony Appiah señala que,
durante la presidencia de Trump, los republicanos han
experimentado un giro de casi 180º en cuanto a su posición
hacia Rusia. En la foto que acompaña al artículo de Appiah
aparecen dos partidarios de Trump con camisetas en las
que puede leerse «prefiero ser ruso antes que demócrata».
Según el razonamiento de Mason, Appiah concluye que «la
identidad es anterior a la ideología» 140 .
¿Cabe la posibilidad de que el contenido de las creencias
negacionistas de la ciencia sea igualmente superfluo o al
menos maleable? ¿Y si la motivación que había llevado a los
terraplanistas con los que hablé en la FEIC a adoptar sus
creencias no era que tuvieran sentido para ellos sino que
así tapaban algún agujero de su psique? Les dio un bando
al que apoyar y alimentó su sentimiento de agravio. Tal vez
también les hizo sentirse reconfortados, dado su estado de
alienación con respecto a la sociedad y las creencias
«normales», puesto que ahora estaban conectados a un
grupo de personas con las que estaban de acuerdo y que
les daban la razón. Si alguien quiere encajar, el contenido
de su creencia le acompaña 141 . ¿Será esa la razón por la
que es tan difícil cambiar la mentalidad de la gente? Quizá
sea tan difícil que un negacionista de la ciencia cambie de
opinión a base de evidencia porque, en cierto sentido, la
evidencia no es realmente lo que fundamenta sus
creencias. Puede que el contenido de la creencia no sea tan
importante como la identidad social que proporciona.
Hay poderosas fuerzas cognitivas que nos seducen
haciéndonos creer lo que queremos creer, lo que la gente
que está a nuestro alrededor —aquellos a quienes
conocemos y en quienes confiamos— quiere que
creamos 142 . Y hoy en día, cuando podemos encontrar una
comunidad entera de personas que nos dan la razón, es
mucho más fácil mantener creencias marginales. Ya sea en
línea o en persona, cuando se está en una multitud es fácil
elegir un bando y demonizar a los que no están de acuerdo
contigo. Una vez que decides a quién creer, quizás sepas en
qué creer. Pero esto nos hace propensos a la manipulación
y la explotación por parte de otros. Ya sea por Internet o en
persona, en medio de una multitud es fácil elegir un bando
y demonizar a quien no esté de acuerdo con uno mismo.
Una vez que se decide a quién creer, es posible que
también se sepa qué creer. Pero esto nos hace propensos a
ser manipulados y explotados por otros.
Tal vez aquí resida el vínculo entre quienes crean la
desinformación que conduce al negacionismo de la ciencia
y quienes le dan credibilidad. Si alguna persona u
organización con una agenda poderosa tiene intereses en
conflicto con un hallazgo científico, no es difícil agitar la
olla del partidismo o la polarización según fronteras
«identitarias» para promover el acercamiento a su forma
de pensar. Esto parece ser exactamente lo que ocurrió con
el negacionismo corporativo del vínculo entre el
tabaquismo y el cáncer de pulmón que tuvo su origen en la
década de 1950. Y ocurrió más tarde, con la confluencia
entre los intereses políticos y corporativos en torno al
cambio climático. Así, los intereses especiales fueron
capaces de crear un sentimiento de identidad a propósito
de cuestiones de las que los seguidores no obtenían
beneficio material alguno. ¿Significa esto que todo
negacionismo de la ciencia es el resultado de intereses
extrínsecos? Esto es algo mucho más difícil de demostrar.
Mientras que a la oposición creacionista y del diseño
inteligente al evolucionismo de Darwin parece subyacer
una férrea ideología religiosa, ¿qué intereses están detrás
de la Tierra plana? ¿Y del rechazo a las vacunas? ¿Y a los
OGM? A falta de inventar una teoría de la conspiración, no
veo que haya nada.
A veces, las creencias erróneas se producen de manera
orgánica, debido a factores demasiado heterogéneos como
para categorizarlos, y pueden acabar creando una
identidad o un grupo de interés novedoso. Cuando esto
ocurre, por la razón que sea otros se suben a bordo. Al fin y
al cabo, quizás esta sea una cuestión de bandos, no de
ideologías. Queremos estar del lado de alguien. Y es
importante recordar que, independientemente de cómo se
origine, debemos luchar contra el negacionismo de la
ciencia hablando con quienes lo profesan sinceramente, no
con los cínicos que puedan haberlo ideado. Aunque pueda
resultar útil poner al descubierto una campaña de
desinformación, no es esa la manera principal de superar el
negacionismo de la ciencia. Una vez que las mentiras se
han difundido, aunque queden desenmascaradas, ya han
hecho daño. Debemos hablar con quienes se las creen.
Siempre será bueno exponer a la luz pública la corrupción
y la deshonestidad. Pero aunque no hubiera tales cosas, o a
pesar de ello, seguimos necesitando un medio para
contraatacar.
Tanto si se trata de mentiras manufacturadas por
intereses espurios como si hunden sus raíces en nuestras
heridas psíquicas o nuestro ego, el punto de llegada es el
mismo. El negacionismo de la ciencia no se basa en la falta
de evidencia. Esto significa que no se puede remediar
simplemente aportando más datos. Quienes quieran hacer
cambiar de opinión a los negacionistas de la ciencia tienen
que dejar de tratarlos como si fueran simples compañeros
desinformados que ya saben razonar sobre la base de la
evidencia pero que carecen de datos. No hay evidencia por
numerosa que sea que pueda hacer cambiar de opinión a
un negacionista de la ciencia si no atendemos al papel que
desempeñan sus creencias en el refuerzo de su identidad
social.
En su libro tremendamente útil How to Have Impossible
Conversations, el filósofo Peter Boghossian y el matemático
James Lindsay nos proporcionan un sorprendente consejo
para tratar de convencer a alguien de algo en lo que no
esté de acuerdo con nosotros: ¡evitar los hechos!
Lo más difícil de aceptar para aquellas personas que se esfuerzan por
formar sus creencias a partir de la evidencia es que no todo el mundo
forma sus creencias de esa manera. El error que cometen las personas
que forman sus creencias a partir de la evidencia es pensar que si la
persona con la que hablan tuviera una determinada evidencia entonces
no creería lo que cree 143 .

En vez de eso, los autores nos sugieren que hagamos


preguntas de desconfirmación, como, por ejemplo, «¿qué
hechos o datos te harían cambiar de opinión?» 144 . Esto es
precisamente lo que hice en la FEIC 2018, aunque no había
leído todavía el libro de Boghossian y Lindsay.
(Probablemente porque —como colegas filósofos— los dos
adoptamos la estrategia de Karl Popper.) 145
En este punto vuelven a entrar en juego los cinco tropos
del negacionismo de la ciencia. Ya hemos visto que existe
un guion común que subyace a toda forma de negacionismo
de la ciencia. ¿Por qué es importante? Porque una vez que
conoces el guion puede combatirlo. Los cinco tropos le
permiten al negacionista de la ciencia sentir que realmente
está razonando en vez de limitarse a reforzar lo que están
motivados a creer sobre la base de su identidad. No digo
que se aprendan este guion al pie de la letra, ni siquiera
que se den cuenta de su existencia, pero sí que interiorizan
sus elementos y pueden llegar a manejarlos con soltura.
Pero si podemos interrumpir el guion existe la posibilidad
de convencerles. Hagamos que cuestionen los temas de
conversación que les ha proporcionado su grupo, que, por
un momento, piensen por sí mismos. El objetivo de hablar
con un negacionista de la ciencia es abrir un resquicio para
la duda que les permita hacer ver las cosas desde una
perspectiva diferente.
Por supuesto, es casi imposible conseguir que alguien
cambie su manera de pensar en contra de su voluntad. No
importa lo buena que sea nuestra retórica (o nuestra
filosofía), no vamos a atrapar a ningún negacionista de la
ciencia en una contradicción lógica y hacer que cambie de
opinión. ¡Recordemos que cuando desafiamos las creencias
de una persona estamos atacando su identidad! 146 . Esto no
quiere decir que no se puedan utilizar las evidencias
empíricas para convencer a alguien, pero cabe recordar
que la evidencia es solo una herramienta más en el
contexto de una conversación más amplia, cuyo objetivo es
conseguir que el negacionista de la ciencia se pruebe una
nueva identidad, que vea cómo se siente al tomar en
consideración la evidencia, que dé más valor a lo que
significa pensar como un científico.
Cuando uno desafíe su guion y trabaje con su propia
evidencia, debe tener siempre presente la verdadera razón
por la que los negacionistas de la ciencia adoptan sus
creencias, es decir: por cómo les hacen sentir. Esto
significa que hay que tener en cuenta no solo las creencias
de los negacionistas de la ciencia, sino también cómo las
justifican. El guion es la forma en la que defienden sus
creencias, pero no la razón por la que las adoptan. Por el
contrario, las adoptan para protegerse del miedo, sentirse
menos alienados o abrazar una anhelada identidad social.
Lo que creen es un reflejo de lo que son 147 .
En su sentido más general, el negacionismo de la ciencia
es un ataque no solo al contenido de ciertas teorías
científicas, sino ante todo a los valores y métodos que los
científicos utilizan para llegar a esas teorías. En cierto
modo, los negacionistas de la ciencia ¡desafían la identidad
del científico! No son solo ignorantes de los hechos, sino
también de la lógica científica. Para remediar esta
situación, debemos hacer algo más que ofrecerles
evidencias: hay que hacer que se replanteen su manera de
razonar a partir de la evidencia; debemos invitarles a
probarse una nueva identidad basada en un conjunto
diferente de valores 148 .
Me temo que esto significa que hay que abandonar el
modelo de déficit informativo de una vez para siempre. No
podemos convertir a un negacionista de la ciencia
simplemente completando el conocimiento que le falta. Una
vez más, esto no quiere decir que los hechos no sean
relevantes —ni que la evidencia no desempeñe ningún
papel— sino que lo importante es cómo se presenten. Y
quién lo haga. Y el contexto epistemológico dentro del cual
se reciban los hechos. Una vez tras otra, en la FEIC 2018,
los terraplanistas rechazaron la evidencia que les
proporcionaba porque no se fiaban de los científicos que la
habían obtenido. El déficit no era de información sino de
confianza. No vamos a cambiar las creencias
profundamente arraigadas de una persona —lo que Michael
Lynch llama convicciones— simplemente proporcionándole
nuevos hechos o incluso una nueva forma de pensar.
Debemos ayudarla a afrontar la amenaza que supone la
nueva información para su identidad.

72
En su libro Reality Check: How Science Deniers Threaten Our Future,
Bloomington, Indiana University Press, 2013, Donald Prothero va un paso más
allá y asegura que hay «hilos comunes» entre las tácticas de los negacionistas
de la ciencia, pero que los pioneros de esto fueron los negacionistas del
Holocausto (xv).
73
Los hermanos Hoofnagle crearon una lista de cinco tropos comunes del
negacionismo científico en una entrada de blog de 2007, que ha sido estudiada
y ampliada por otros investigadores (puede consultarse en:
hhttps://scienceblogs.com/denialism/about); Pascal Diethelm y Martin McKee,
«Denialism: What Is It and How Should Scientists Respond?», European
Journal of Public Health, 19, núm. 1 (enero de 2009); disponible en:
https://academic.oup.com/eurpub/article/19/1/2/463780; John Cook, «5
Characteristics of Scientific Denialism», Skeptical Science, 17 de marzo de
2010; disponible en: https://skepticalscience.com/5-characteristics-of-scientific-
denialism.html; «A History of FLICC: The 5 Techniques of Science Denial»,
Skeptical Science, 31 de marzo de 2010; disponible en:
https://skepticalscience.com/history-FLICC-5-techniques-science-denial.html;
Stephan Lewandowsky, Michael E. Mann, Nicholas J. L. Brown y Harris
Friedman, «Science and the Public: Debate, Denial, and Skepticism», Journal of
Social and Political Psychology, 4, núm. 2 (2016); disponible en:
https://jspp.psychopen.eu/article/view/604/html.
74
Tomado de Diethelm y McKee, «Denialism».
75
Para más información acerca del complicado concepto de «fundamentación»
del razonamiento científico, véase las páginas 41-46 de La actitud científica,
donde expongo las razones técnicas por las que la ciencia no puede confiar en
la certeza dado el problema de la inducción de Hume. También discuto la
importante doctrina del falibilismo. [A partir de la página 71 en la edición
española. (N. del T.)
76
Daniel Kahneman, Thinking Fast and Slow, Nueva York, Farrar, Straus and
Giroux, 2011.
77
Naveena Sadasivam, «New Data Proves Cruz Wrong on Climate Change,
Again», Texas Observer, 22 de enero de 2016; disponible en:
https://www.texasobserver.org/new-temperature-data-proves-ted-cruz-is-still-
wrong-about-climate-change/.
78
La teoría clásica de que la ciencia depende de estos esfuerzos de falsación
se debe a Karl Popper. Me ocupo del trabajo de Popper y de varios de los
desafíos a los que se enfrenta en las páginas 30-35 de La actitud científica. [A
partir de la página 29 de la edición española].
79
Basándome en mi propia experiencia puedo decir que no sería posible pasar
de los primeros puntos, puesto que rechazarían como sesgada, falsa o parte de
una conspiración toda explicación o evidencia científica que estuviera en
contradicción con sus creencias.
80
Hay muchas obras destacadas sobre los problemas de las teorías de la
conspiración. Una buena para empezar es Conspiracy Theories, de Quassim
Cassam (Cambridge, Polity Press, 2019). Para una exposición breve y accesible
de la obra de Cassam, véase Quassim Cassam, «Why Conspiracy Theories Are
Deeply Dangerous», New Statesman, 7 de octubre de 2019; disponible en:
https://www.newstatesman.com/world/north-america/2019/10/why-conspiracy-
theories-are-deeply-dangerous. Otras fuentes destacadas son Brian Keeley, «Of
Conspiracy Theories», Journal of Philosophy, 96, núm. 3 (marzo de 1999), 109-
126, y los siguientes libros: Mick West, Escaping the Rabbit Hole, Nueva York,
Skyhorse, 2018; Michael Shermer, The Believing Brain, Nueva York, Holt, 2011;
Donald Prothero, Reality Check, Bloomington, Indiana University Press, 2013; y
Sara y Jack Gorman, Denying to the Grave, Nueva York, Oxford University
Press, 2017.
81
Para un debate de la distinción entre conspiraciones «reales» y teorías de la
conspiración, véase West, Escaping the Rabbit Hole, xii. Véase también
Stephan Lewandowsky y John Cook, The Conspiracy Theory Handbook (2020);
disponible en: https://www.climatechangecommunication.org/conspiracy-
theory-handbook/.
82
West se ocupa del problema de las «falsas» teorías de la conspiración a lo
largo de todo su libro.
83
Eric Oliver y Thomas Wood dan esta definición en una entrevista en el
Washington Post: John Sides, «Fifty Percent of Americans Believe in Some
Conspiracy Theory. Here’s Why», Washington Post, 19 de febrero de 2015;
disponible en: https://www.washingtonpost.com/news/monkey-
cage/wp/2015/02/19/fifty-percent-of-americans-believe-in-some-conspiracy-
theory-heres-why/.
84
Cassam, «Why Conspiracy Theories Are Deeply Dangerous».
85
¡Pero pueden ser verdaderas!, remarcan los teóricos de la conspiración. Pero
la cuestión no es esa: sin evidencia, ¿cómo podemos juzgar la probabilidad de
que una creencia cualquiera sea más probable que otra o entre la credulidad y
la sátira? Sí, quizá sea cierto que todos los pájaros murieron hace cincuenta
años y han sido reemplazados por drones de vigilancia hábilmente disimulados
que fueron creados por el gobierno para espiarnos, pero ¿qué pruebas hay de
ello? Fernando Alfonso III, «Are Birds Actually Government-Issued Drones? So
Says a New Conspiracy Theory Making Waves (and Money)», Audubon, 16 de
noviembre de 2018; disponible en: https://www.audubon.org/news/are-birds-
actually-government-issued-drones-so-says-new-conspiracy-theory-making.
Aquí vemos cómo los teóricos de la conspiración aprovechan la incertidumbre
inherente a la ciencia para hacer más creíbles sus propias afirmaciones. (Véase
más adelante el tropo 5.)
86
J. Eric Oliver y Thomas J. Wood, «Conspiracy Theories and the Paranoid
Style(s) of Mass Opinion», American Journal of Political Science, 5 de marzo de
2014; disponible en: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/ajps.12084.
87
Una exposición sencilla de los hallazgos de Oliver y Wood puede consultarse
en see Sides, «Fifty-Percent of Americans Believe in Some Conspiracy
Theories».
88
Kim Komando, «The Great 5G Coronavirus Conspiracy», USA Today, 20 de
abril de 2020; disponible en:
https://www.usatoday.com/story/tech/columnist/2020/04/20/dispelling-belief-5-
g-networks-spreading-coronavirus/5148961002/.

Si esta historia parece inconcebible, atención a la que dice que la familia real
británica son reptiles: «The Reptilian Elite», Time; disponible en:
http://content.time.com/time/specials/packages/article/0,28804,1860871_18608
76_1861029,00.html.
89
Jan-Willem van Prooijen y Karen M. Douglas, «Conspiracy Theories as Part
of History: The Role of Societal Crisis Situations», Memory Studies, 29 de junio
de 2017; disponible en:
https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/1750698017701615.
90
Jeremy Schulman, «Every Insane Thing Donald Trump Has Said about
Global Warming», Mother Jones, 12 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.motherjones.com/environment/2016/12/trump-climate-timeline/.
91
¿Significa esto que existe una relación causal entre las teorías de la
conspiración y el negacionismo de la ciencia? De acuerdo con al menos un
investigador, así es. Según informó la BBC en 2018, Stephan Lewandowsky
descubrió que «cuanto más fuerte es la creencia de una persona en una
conspiración, menos probable es que confíe en los hechos científicos. Es más
probable que piense que quien intenta razonar con ella es un agente de la
conspiración». Melissa Hoogenboom, «The Enduring Appeal of Conspiracy
Theories», BBC, 24 de enero de 2018; disponible en:
https://www.bbc.com/future/article/20180124-the-enduring-appeal-of-
conspiracy-theories.
92
Un problema importante relacionado con esto es por qué alguien querría
inventar o propagar una teoría de la conspiración, tanto si la cree como si no.
Quassim Cassam argumenta que «las teorías de la conspiración son sobre todo
formas de propaganda política». Véase Cassam, «Why Conspiracy Theories Are
Deeply Dangerous». Más información en su fascinante libro Conspiracy
Theories, Cambridge, Polity, 2019.
93
Aleksandra Cichocka, Marta Marchlewska y Golec de Zavala, «Does Self-
Love or Self-Hate Predict Conspiracy Beliefs? Narcissism, Self-Esteem, and the
Endorsement of Conspiracy Theories», Social Psychological and Personality
Science, 13 de noviembre de 2015; disponible en:
https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/1948550615616170; Joseph
Vitriol y Jessecae K. Marsh, «The Illusion of Explanatory Depth and
Endorsement of Conspiracy Beliefs», European Journal of Social Psychology, 12
de mayo de 2018; disponible en:
https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1002/ejsp.2504; Christopher M.
Federico, Allison L. Williams y Joseph A. Vitriol, «The Role of System Identity
Threat in Conspiracy Theory Endorsement», European Journal of Social
Psychology, 18 de abril de 2018; disponible en:
https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1002/ejsp.2495.
94
Un buen recurso práctico para entender las causas de las teorías de la
conspiración y cómo lidiar con ellas es Conspiracy Theory Handbook, de
Lewandowsky y Cook.
95
Anthony Lantian, Dominique Muller, Cecile Nurra, and Karen M. Douglas,
«“I Know Things They Don’t Know”: The Role of Need for Uniqueness in Belief
in Conspiracy Theories», Social Psychology, 10 de julio de 2017; disponible en:
https://econtent.hogrefe.com/doi/10.1027/1864-9335/a000306.
96
Roland Imhoff y Pia Karoline Lamberty, «Too Special to Be Duped: Need for
Uniqueness Motivates Conspiracy Beliefs», European Journal of Social
Psychology, 23 de mayo de 2017; disponible en:
https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1002/ejsp.2265; Roland Imhoff, «How
to Think Like a Conspiracy Theorist», Aeon, 5 de mayo de 2018; disponible en:
https://theweek.com/articles/769349/how-think-like-conspiracy-theorist; Jon
Stock, «Why We Can Believe in Almost Anything in This Age of Paranoia»,
Telegraph, 4 de junio de 2018; disponible en:
https://www.telegraph.co.uk/property/smart-living/age-of-paranoia/.
97
Véase Oreskes y Conway, Merchants of Doubt.
98
Tom Nichols, The Death of Expertise: The Campaign Against Established
Knowledge and Why It Matters, Oxford, Oxford University Press, 2017.
99
Esta es la razón por la que el negacionismo de la ciencia es selectivo.
Cuando una cuestión de carácter empírico no afecta al terreno de la ideología,
¿qué importancia tiene? Los terraplanistas viajan en avión y usan teléfonos
móviles porque esas tecnologías no entran en colisión con sus creencias. Pero
cuando sí entran entonces súbitamente los científicos se vuelven malvados.
100
D. Piepgrass, «Climate Science Denial Explained: Tactics of Denial»,
Skeptical Science, 17 de abril de 2018; disponible en:
https://skepticalscience.com/agw-denial-explained-2.html;
hhttps://skepticalscience.com/graphics.php?g=227.
101
John Cook, «The 5 Characteristics of Science Denialism», Skeptical
Science, 17 de marzo de 2010; disponible en: https://skepticalscience.com/5-
characteristics-of-scientific-denialism.html.
102
Podemos encontrar una excelente exposición de las falacias de la lógica
informal en Douglas Walton, Informal Logic, Cambridge, Cambridge University
Press, 1989.
103
Un recurso excelente en cuanto al cambio climático puede encontrarse en
Piepgrass, «Climate Science Denial Explained»; disponible en:
https://skepticalscience.com/agw-denial-explained.html.
104
Para una exposición rigurosa y accesible de estas ideas, véase la destacada
conferencia de Hugh Mellor «The Warrant of Induction»; disponible en:
https://www.repository.cam.ac.uk/bitstream/handle/1810/3475/InauguralText.ht
ml?sequence=5&isAllowed=y.
105
Por otro lado, ¿por qué confiaron en los aviones a los que se habían subido
teniendo en cuenta que los pilotos forman parte de una conspiración
orquestada por el Diablo?
106
Theodosius Dobzhansky, «Nothing in Biology Makes Sense Except in Light
of Evolution», American Biology Teacher, marzo de 1973; disponible en:
https://www.pbs.org/wgbh/evolution/library/10/2/text_pop/l_102_01.html.
107
Sí, así fue, pero les convenció aportando evidencia. Véase McIntyre, The
Scientific Attitude, 65.
108
Alister Doyle, «Evidence for Man-Made Global Warming Hits “Gold
Standard”: Scientists», Reuters, 25 de febrero de 2019; disponible en:
https://www.reuters.com/article/us-climatechange-temperatures/evidence-for-
man-made-global-warming-hits-gold-standard-scientists-idUSKCN1QE1ZU.
109
Nótese aquí de nuevo la presencia del doble estándar. En relación con una
creencia que no le guste, el teórico de la conspiración podría decir: «No se
puede demostrar que sea cierta», pero en relación con una que le guste dirá:
«No es posible demostrar que no sea cierta».
110
Véanse Stephan Lewandowsky y Karl Oberauer, «Motivated Rejection of
Science», Current Directions in Psychological Science, 25, núm. 4 (2016), 217-
222; y Brendan Nyhan y Jason Reifler, «When Corrections Fail», Political
Behavior, 32 (2010), 303-330.
111
Uno podría preguntar, no obstante, si esto quiere decir que todo
negacionismo de la ciencia es necesariamente el producto de un engaño
interesado. Si es así, ¿cuál es el grupo especial que se beneficia de la Tierra
plana?
112
Una historia detallada de estos acontecimientos puede encontrarse en
Oreskes y Conway, Merchants of Doubt. Véase también Mike Stobbe, «Historic
Smoking Report Marks 50th Anniversary», USA Today, 5 de enero de 2014;
disponible en:
https://www.usatoday.com/story/money/business/2014/01/05/historic-smoking-
report-marks-50th-anniversary/4318233/.
113
Oreskes y Conway, Merchants of Doubt.
114
Graham Readfern, «Doubt over Climate Science Is a Product with an
Industry Behind It», Guardian, 5 de marzo de 2015; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/planet-oz/2015/mar/05/doubt-over-
climate-science-is-a-product-with-an-industry-behind-it.
115
Oreskes y Conway, Merchants of Doubt, 34-35.
116
Salió a la luz más tarde, durante los procesos judiciales de los años
noventa, que las compañías tabacaleras eran conocedoras de hasta qué punto
los productos que vendían eran dañinos. Increíblemente, lo mismo les ocurrió a
las grandes empresas petroleras cuarenta años después, cuando recurrieron a
la misma estrategia—y, en algunos casos, a los mismos investigadores— para
fomentar las dudas en torno al cambio climático. Benjamin Hulac, «Tobacco
and Oil Industries Used Same Researchers to Sway Public», Scientific
American, 20 de julio de 2016; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/tobacco-and-oil-industries-used-
same-researchers-to-sway-public1/.
117
Shannon Hall, «Exxon Knew about Climate Change Almost 40 Years Ago»,
Scientific American, 26 de octubre de 2015; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/exxon-knew-about-climate-change-
almost-40-years-ago/.
118
Recordemos que a veces un mentiroso puede llegar a creer sus propias
mentiras. En The Folly of Fools, Nueva York, Basic Books, 2011, Robert Trivers
entra en detalles acerca de los procesos cognitivos y psicológicos que pueden
llevar al delirio. La repetición de una mentira es uno de ellos. Todos hemos
conocido a personas que mienten tanto que empiezan a creerse sus mentiras. Y
esto puede llevar a una pendiente resbaladiza de tal manera que incluso
alguien que empiece en la ignorancia (o como un mentiroso) puede convertirse
en un ignorante voluntario y terminar en un estado de negacionismo avanzado.
Véase mi discusión en torno a este fenómeno en Respecting Truth, 79-80.
119
Richard Nisbett y Timothy Wilson, «Telling More Than We Can Know»,
Psychological Review, 84, núm. 3 (1977); disponible en:
ttp://people.virginia.edu/~tdw/nisbett&wilson.pdf.
120
Véase Trivers, The Folly of Fools. Véase también Keith Kahn-Harris, Denial:
The Unspeakable Truth, Londres, Notting Hill Editions, 2018.
121
Darren Schrieber et al., «Red Brain, Blue Brain: Evaluative Processes Differ
in Democrats and Republicans», PLoS One, 13 de febrero de 2013; disponible
en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3572122/. Véase también el
trabajo de Jonas Kaplan, que conectó a creyentes acérrimos a una máquina
iMRf [imagen por resonancia magnética funcional] y les hizo leer opiniones que
desafiaban sus creencias. Pudo comprobar un mayor flujo sanguíneo en la
parte del cerebro asociada con las creencias básicas y la identidad personal.
«The Partisan Brain», Economist, 8 de diciembre de 2018,
https://www.economist.com/united-states/2018/12/08/what-psychology-
experiments-tell-you-about-why-people-deny-facts; Jonas T. Kaplan, Sarah I.
Gimbel y Sam Harris, «Neural Correlates of Maintaining One’s Political Beliefs
in the Face of Counterevidence», Scientific Reports, 23 de diciembre de 2016;
disponible en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5180221/.
122
John Ridgway, «The Neurobiology of Climate Denial», The Global Warming
Policy Forum, 6 de agosto de 2018; disponible en:
https://www.thegwpf.com/the-neurobiology-of-climate-change-denial/.
123
Anna Merlan, «Everything I Learned While Getting Kicked Out of America’s
Biggest Anti-Vaccine Conference», Jezebel, 20 de junio de 2019; disponible en:
https://jezebel.com/everything-i-learned-while-getting-kicked-out-of-americ-
1834992879.
124
Por esta razón hay quien recomienda no usar la expresión «negacionista de
la ciencia» sino cualquier otra, «antivacunas», «renuentes a la vacuna», etc. Yo
defiendo mi uso de términos más fuertes en mis discusiones con colegas
académicos, pero quizá no delante de un negacionista.
125
Un análisis psicológico interesante del proceso de conversión al
terraplanismo —que incluye algunas consideraciones acerca de la identidad—
puede encontrarse en Alex Olshansky, Robert M. Peaslee y Asheley R. Landrum,
«Flat-Smacked! Converting to Flat Eartherism», Journal of Media and Religion,
19, núm. 2 (en prensa), 46-59, doi:10.1080/15348423.2020.1774257.
126
Véase McIntyre, Post-Truth, cap. 2.
127
En una encuesta del Pew Research Center el 96% de los demócratas de
tendencia más izquierdista dijo que la actividad humana tenía algún tipo de
influencia en el cambio climático, en oposición a solo el 53% de los
republicanos conservadores. Cary Funk y Meg Hefferson, «U.S. Public Views on
Climate and Energy», Pew Research Center, 25 de noviembre de 2019;
disponible en: https://www.pewresearch.org/science/2019/11/25/u-s-public-
views-on-climate-and-energy/.
128
Lewandowsky y Oberauer, «Motivated Rejection of Science», 2016.
129
Véase Kahneman, Thinking Fast and Slow.
130
Michael Lynch, Know-It-All Society: Truth and Arrogance in Political
Culture, Nueva York, Liveright, 2019, 6.
131
Dan Kahan et al., «Motivated Numeracy and Enlightened Self-
Government», Behavioural Public Policy (prepublicación, 2013); disponible en:
https://pdfs.semanticscholar.org/2125/a9ade77f4d1143c4f5b15a534386e72e3a
ea.pdf.
132
«The Case for a “Deficit Model” of Science Communication», Sci Dev Net,
27 de junio de 2005; disponible en: https://bit.ly/2AQ7mT1.
133
Kahan et al., «Motivated Numeracy and Enlightened Self-Government».
134
Ezra Klein, «How Politics Makes Us Stupid», Vox, 6 de abril de 2014;
disponible en: https://www.vox.com/2014/4/6/5556462/brain-dead-how-politics-
makes-us-stupid.
135
Kahan et al., «Motivated Numeracy».
136
Klein, «How Politics Makes Us Stupid».
137
Lilliana Mason, «Ideologues without Issues: The Polarizing Consequences
of Ideological Identities», Public Opinion Quarterly, 21 de marzo de 2018;
disponible en: https://academic.oup.com/poq/article/82/S1/866/4951269.
138
Cuando se les preguntó: «¿Qué le parecería vivir al lado de un
progresista?», la reacción fue mucho peor para los conservadores que cuando
la pregunta fue: «¿Qué le parecería vivir al lado de alguien que apoyara el
derecho al aborto de las mujeres?». Lo mismo ocurre con la opinión de los
progresistas sobre los conservadores.
139
Tom Jacobs, «Ideology Isn’t Really about Issues», Pacific Standard, 30 de
abril de 2018; disponible en: https://psmag.com/news/turns-out-its-all-identity-
politics; Zaid Jilani, «A New Study Shows How American Polarization Is Driven
by Team Sports Mentality, Not by Disagreement on Issues», Intercept, 3 de
abril de 2018; disponible en: https://theintercept.com/2018/04/03/politics-
liberal-democrat-conservative-republican/; Cameron Brick y Sander van der
Linden; «How Identity, Not Issues, Explains the Partisan Divide», Scientific
American, 19 de junio de 2018; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/how-identity-not-issues-explains-the-
partisan-divide/.
140
Kwame Anthony Appiah, «People Don’t Vote for What They Want. They Vote
for Who They Are», Washington Post, 30 de agosto de 2018,
https://www.washingtonpost.com/outlook/people-dont-vote-for-want-they-want-
they-vote-for-who-they-are/2018/08/30/fb5b7e44-abd7-11e8-8a0c-
70b618c98d3c_story .html.
141
¿Y cuán difícil es hacer que vuelvan a cambiar —solo sobre la base de la
evidencia científica— sin tener en cuenta el efecto que esto podría tener en su
identidad?
142
Solomon Asch, «Opinions and Social Pressure», Scientific American,
noviembre de 1955; disponible en: https://www.lucs.lu.se/wp-
content/uploads/2015/02/Asch-1955-Opinions-and-Social-Pressure.pdf.
143
Peter Boghossian y James Lindsay, How to Have Impossible Conversations,
Nueva York, Lifelong Books, 2019, 99-100.
144
Boghossian y Lindsay, How to Have Impossible Conversations, 103.
145
Véase Karl Popper, Conjectures and Refutations, Nueva York, Harper
Torchbooks, 1965, cap. 1.
146
Como observa Lynch, «los ataques a nuestras convicciones parecen ataques
a nuestra identidad porque lo son» (Know-It-All Society, 6).
147
Dan Kahan, «What People “Believe” About Global Warming Doesn’t Reflect
What They Know; It Expresses Who They Are», The Cultural Cognition Project
at Yale Law School, 23 de abril de 2014; disponible en:
ttp://www.culturalcognition.net/blog/2014/4/23/what-you-believe-about-climate-
change-doesnt-reflect-what-yo.html.
148
Esta es la razón por la que el negacionismo de la ciencia es algo más que la
mera negación de hechos o consensos científicos. Es, más fundamentalmente,
el rechazo del credo de los científicos, es decir, que las cuestiones científicas
deberían dirimirse sobre la base de la evidencia. La ideología, así como el
deseo personal de que una teoría sea cierta, no debería tener nada que ver con
ello, puesto que el consenso científico se construye no sobre la base de lo que
los científicos quieran creer sino de lo que se ven obligados a pensar tras un
proceso de rigurosa comprobación y análisis que les lleva a una determinada
conclusión. Véase McIntyre, The Scientific Attitude, 47-52.
CAPÍTULO 3

¿Cómo podemos hacer que


alguien cambie su forma de
pensar?

Ahora que vamos comprendiendo un poco mejor los


fundamentos del negacionismo de la ciencia —y algunas de
las causas y motivaciones que subyacen a él— surge de
manera natural la pregunta de cómo debemos actuar al
respecto. En este momento sería una grave omisión no
revisar la bibliografía científica, que sugiere que, en
algunas circunstancias, se puede convencer a la gente de
algo sobre la base de la evidencia. Como veremos, sin
embargo, las respuestas no son del todo definitivas, lo que
quiere decir que tendremos que recurrir de nuevo al
anecdotario, que resulta maravillosamente iluminador.

CAMBIO DE MENTALIDAD EN UN MARCO EXPERIMENTAL

En agosto de 2000 James Kuklinski y un grupo de


colegas publicaron un artículo que llevaba por título
«Misinformation and the Currency of Democratic
Citizenship» [«Desinformación y popularidad de la
ciudadanía democrática»], en el que estudiaban de qué
formas las personas devotas de una causa política podían
hacernos cambiar de pareceres. Aunque abordaban un
tema más político que científico, la cuestión sigue siendo
relevante para nuestros propósitos, puesto que un aspecto
clave que puede llevar a hacer que un sujeto modifique sus
creencias tiene que ver con la evidencia empírica. El objeto
del estudio eran las prestaciones sociales. Los
investigadores querían poner a prueba el conocimiento de
los sujetos sobre las prestaciones sociales y ver si era
posible hacerles cambiar de opinión cuando se les
presentaba la información correcta 149 . Como era de
esperar, el conocimiento de los sujetos sobre la asistencia
social era atroz: solo el 3% de la muestra encuestada era
capaz de relatar la mitad de los hechos correctos en torno
al pago medio de prestaciones sociales en Estados Unidos,
el porcentaje de afroamericanos que recibían asistencia y
qué porcentaje representaban las prestaciones en relación
con el presupuesto federal total. Estaba claro que los
sujetos no solo carecían de información, sino que estaban
mal informados. Los investigadores observaron, además, un
efecto perverso (que desde entonces ha sido confirmado en
otras investigaciones): aquellos sujetos que estaban menos
informados tendían a mostrarse más seguros de que sus
opiniones eran acertadas 150 .
Mediante una encuesta telefónica a 1160 residentes en
el Estado de Illinois, Kuklinski y sus colegas recopilaron
datos para medir el alcance de las creencias erróneas de
los sujetos en torno a las prestaciones sociales 151 . En una
encuesta de seguimiento, se centraron en la única pregunta
relacionada con el porcentaje del presupuesto federal que
se dedica a sufragar los gastos de asistencia social, pero
luego añadieron una pregunta acerca de cuánto
consideraban los encuestados que debería ocupar. Esto se
hizo como una manera de preparar a los sujetos para
pensar en sus actitudes en torno a las prestaciones sociales
como yuxtapuestas a sus creencias (erróneas). También les
proporcionó a los investigadores una forma de medir el
apoyo tácito de los sujetos a las prestaciones sociales
(según la teoría de que cuanto mayor fuera la diferencia
entre el grado que consideraban real y el que veían como
ideal indicaba un apoyo menor). Entonces los
investigadores probaron algo más audaz: después de pedir
a los sujetos que respondieran a las dos preguntas previas,
le dieron a la mitad de ellos la información correcta
(dejando a la otra mitad como grupo de control), y luego
preguntaron abiertamente a los dos grupos si apoyaban el
gasto en prestaciones sociales.
Los resultados fueron notables. Dado que todos los
sujetos estaban desinformados, era habitual que
sobreestimaran el gasto federal en prestaciones sociales.
Una respuesta habitual consistía en decir, por ejemplo, que
el 22% del presupuesto federal iba dedicado a gasto social
seguido de la observación de que no debía ser más del 5%.
Sin embargo, entre de sujetos a los que se les puso delante
el dato correcto de que el 1% del presupuesto federal se
destinaba realmente a la asistencia social, un número
estadísticamente significativo indicó entonces un grado de
apoyo a las prestaciones sociales que distaba mucho de la
actitud que se habría esperado teniendo en cuenta lo que
habían respondido anteriormente. Las opiniones se
matizaron tras recibir información exacta. En el grupo de
control, no se observó ninguna diferencia entre el apoyo
previsto y el real 152 .
Kuklinski et al. afirman:
Los encuestados toman nota cuando reciben la información de que el
porcentaje que realmente se destina a sufragar prestaciones sociales es
incluso inferior a la cantidad que les gustaría. Así, pues, los ciudadanos
desinformados no siempre permanecen inmunes a la información
correcta. Si se les presenta de una manera que les «golpee entre los
ojos» —llamando la atención sobre su relevancia política y corrigiendo
explícitamente las percepciones erróneas— dicha información puede
tener un efecto sustancial 153 .

En un estudio de 2010 titulado «The Affective Tipping


Point: Do Motivated Reasoners Ever “Get It?”» [«El punto
de inflexión afectivo: ¿“lo captan” alguna vez los
razonadores motivados?»], David Redlawsk y sus colegas
plantan la hipótesis de que —salvo que nadie cambie nunca
de opinión sobre nada— también los razonadores
motivados deben alcanzar un «punto de inflexión» en el
que empiezan a dejarse influir por informaciones que no
concuerdan con sus creencias 154 . Una vez más, este
experimento se realizó con creencias políticas (en vez de
científicas) —en este caso midiendo el grado de adhesión a
su candidato político favorito—. Esta vez, sin embargo, el
experimento se realizó en persona en vez de por teléfono
con una muestra constituida por doscientas siete personas
no estudiantes del este de Iowa en un simulacro de
campaña política.
Antes de empezar, los investigadores tomaron nota de
hallazgos previos que sugerían que todas las creencias se
forman sobre la base no solo de factores informativos sino
también afectivos. Se trata de observar que, cuando se nos
pone delante una información que no encaja con nuestras
creencias, reaccionaremos no solo a su contenido sino
también a cómo nos sentimos al respecto 155 . En el caso de
la adhesión a un candidato político (que es lo que mide el
estudio), Redlawsk et al. comprobaron que si los sujetos ya
estaban a favor de un candidato una cantidad pequeña de
información negativa hacía que aumentara su grado de
apoyo. Esto puede parecer irracional (y puede que lo sea),
pero forma parte y viene incluido en una idea a la que ya
nos hemos referido que lleva el nombre de razonamiento
motivado, la cual sugiere que no nos limitamos a recopilar
información de manera pasiva, sino que tenemos en cuenta
nuestros sentimientos, sobre todo a la hora de decidir si
modificar nuestras creencias.
¿Recordamos a los adscritos a tendencias políticas que
participaron en el estudio de Kahan, que estaban ansiosos
por encontrar hechos que apoyaran sus compromisos
ideológicos en torno al acceso a las armas y los índices de
criminalidad? La preservación de la propia identidad, así
como la reducción de cualquier disonancia cognitiva que la
amenace, son dos de las ideas fundamentales de la
psicología social. No debería resultar sorprendente, por
tanto, que cómo nos sentimos en relación con una creencia
afecte a si estamos dispuestos a mantenerla. Como hemos
visto, si nos proponemos estudiar si los hechos son capaces
de hacernos cambiar de opinión, es mejor que estemos
preparados para tomar en consideración el contexto social
y emocional en el que se nos presentan 156 . Por lo general
las personas defienden incluso creencias falsas que son
coherentes con la imagen que quieren transmitir de sí
mismas.
Sin embargo, descartando que estemos dispuestos a
proseguir de esta manera hasta el infinito, Redlawsk y sus
colegas se preguntan en qué momento nos decidimos a
actualizar nuestras creencias a la luz de información
negativa. La información que no encaja con nuestras
creencias predilectas puede hacernos sostener esas
creencias con más convicción durante un tiempo, pero la
ansiedad termina incrementándose hasta un punto que
hace necesario ceder. Si la información es lo
suficientemente negativa —y se repite lo suficiente— los
investigadores lanzan la hipótesis de que llegaremos a un
punto de inflexión en el que la acomodamos y actualizamos
nuestras creencias.
En este experimento concreto, los investigadores idearon
un simulacro de elecciones primarias con candidatos
inventados y controlaron el flujo de información positiva y
negativa en torno a ellos intercalándola con encuestas en
las que se les preguntaba a los participantes qué
sentimientos tenían en torno a su elección. Descubrieron
que no importaba lo comprometido que estuviera un sujeto
con un candidato determinado; si había la suficiente
información negativa, llegaba un momento en el que
abandonaba su elección. Este punto podía variar según el
sujeto, pero siempre existía. Los investigadores escriben:
«En algún momento nuestros votantes parecen entrar en
razón, reconocen que es posible que estén equivocados y
empiezan a hacer ajustes. En resumen, empiezan a actuar
como exigen los procesos racionales de actualización» 157 .
Por supuesto, aunque este estudio se basó en entrevistas
cara a cara, seguía desarrollándose en un entorno
experimental y simulado. Esto plantea la cuestión de si
cabe esperar que todo el mundo reaccione de la misma
manera en el mundo real con candidatos de verdad.
Es fácil imaginar a un seguidor veterano de un candidato a la
presidencia rechazando prácticamente toda nueva información negativa y
aferrándose a su valoración inicial. Sin embargo, también ese seguidor, a
la vista de una información abrumadora en contra de sus expectativas,
también ese seguidor podría despertar a la nueva realidad y a partir de
ahí someter a revisión sus creencias 158 .

La analogía entre los candidatos políticos y las creencias


empíricas es sugerente, ya que podríamos imaginar que los
sujetos previamente adheridos a una creencia particular —
pongamos por caso que la Tierra es plana— la
abandonarían en las circunstancias apropiadas. ¿Sugiere
esto que —a la vista de una avalancha de información
negativa que se repite— incluso los negacionistas de la
ciencia podrían cambiar de parecer? Si les golpeamos entre
ojo y ojo una y otra vez con hechos negativos o que refuten
sus creencias, ¿empezarán al fin a actualizarlas de manera
racional?
Tal vez sea así, pero aún no lo sabemos. El problema es
que ni el estudio de Kuklinski ni el de Redlawsk abordan
creencias abiertamente científicas. Sus resultados son
sugerentes, pero no proporcionan un respaldo empírico
directo a la idea de que los hechos y las pruebas pueden
utilizarse para superar el negacionismo de la ciencia. De
todas maneras, resulta alentador observar la siguiente
conclusión: ¡claro que los hechos importan! De lo contrario,
¿por qué alguien cambiaría de opinión sobre cualquier
cosa?
Pero todo este optimismo fue puesto en cuestión en un
relevante estudio de 2010 publicado por Brendan Nyhan y
Jason Reifler con el título de «When Corrections Fail: The
Persistence of Political Misperceptions» [«Cuando las
correcciones fracasan: la persistencia de las percepciones
erróneas en política»], que proponía algo impopular
conocido como «efecto contraproducente» [backfire
effect] 159 . Aquí el diseño experimental implica exponer a
los seguidores de una opción política a información
correctora que desafíe sus creencias falsas. Para los
conservadores fue la idea de que Irak tenía armas de
destrucción masiva (WMD por sus siglas en inglés); para
los progresistas, que el presidente George W. Bush había
impuesto una prohibición total a la investigación con
células madre. Ambas afirmaciones son objetivamente
falsas.
A todos los participantes se les preparó inicialmente con
falsos artículos de periódico que parecían corroborar sus
creencias erróneas. Esto se hizo para proveer tanto a los
conservadores como a los progresistas de razones que les
llevaran a pensar que sus opiniones eran ciertas. Pero más
adelante, cuando se les proporcionó información correctora
creíble —por ejemplo, un extracto de un discurso de
George W. Bush en el que admitía que no había armas de
destrucción masiva en Irak—, los resultados se
distribuyeron en líneas partidistas. De manera quizá poco
sorprendente, los progresistas y los moderados aceptaron
la información correctora y modificaron sus creencias, no
así los conservadores. De hecho, los investigadores
observaron que algunos conservadores estaban más
convencidos de que su creencia original (errónea) era
verdadera después de recibir la información correctora.
Ese fenómeno perverso se denominó «efecto
contraproducente», por el que algunas personas no solo se
negaban a abandonar sus creencias originales sino que se
aferraban a ellas con tanta mayor fuerza cuanto más se las
cuestionaba.
Cuando llegó el momento de dar información correctora
a la creencia «progresista» —que Bush había impuesto una
prohibición total a la investigación con células madre
(cuando lo que había ocurrido realmente era que había
impuesto una prohibición limitada únicamente a la
investigación con fondos federales sobre líneas de células
madre creadas antes de agosto de 2001, sin tocar la
investigación privada)—, la corrección funcionó con los
conservadores y los moderados, no con los progresistas. Es
notable que en este caso, sin embargo, los investigadores
no apreciaran el efecto contraproducente. Aunque la
información correctora no convencía a los progresistas de
que abandonaran sus creencias erróneas, tampoco hacía
que las mantuvieran más firmemente. Es decir, tanto en el
caso de los conservadores como en el de los progresistas,
la información correctora no llegó a convencer a los
partidarios de una y otra opción, pero en el caso de los
conservadores les hizo aferrarse con más fuerza a sus
creencias erróneas.
Estos resultados pusieron en jaque a la comunidad de los
verificadores de la información. Después de las elecciones
presidenciales de 2016, la situación evolucionó hasta un
pánico total, con múltiples titulares llamativos como el ya
mencionado «Este artículo no te hará cambiar de opinión»
(Atlantic) o «Por qué los hechos no nos hacen cambiar de
opinión» (New Yorker) que llevaron a la gente a la
conclusión no solo de que probablemente sea imposible que
las personas cambien su forma de pensar en función de los
hechos sino que al tratar de convencerles de que lo hagan
la situación puede empeorar 160 . A la luz de esto,
¿podríamos cometer un error al pensar que podemos (o
debemos) tratar de desafiar las creencias de los
negacionistas de la ciencia?
Más adelante, ya en 2017, todo el asunto se sometió de
nuevo a revisión, cuando Ethan Porter y Thomas Wood
descubrieron que el efecto contraproducente no podía ser
replicado 161 . Es importante dejar claro que Porter y Wood
no socavaron la principal conclusión del estudio de Nyhan y
Reifler. Los sujetos con inclinaciones políticas seguían
resistiéndose a la información objetiva y les resultaba difícil
cambiar de opinión a partir de ella. Pero el efecto
contraproducente había desaparecido. Los investigadores
aventuraron que esto quería decir que el efecto
contraproducente era un unicornio que no aparecía con
mucha frecuencia. Nyhan y Reifler intervinieron haciendo
notar que en su estudio original el hallazgo del efecto
contraproducente no era más que una pequeña parte de
sus resultados generales y que solo existía en
circunstancias limitadas para un reducido grupo de
seguidores especialmente acérrimos. Los cuatro
investigadores estuvieron de acuerdo en que la mayoría de
los sujetos seguía sin cambiar de opinión sobre la base de
la información correctora. Como dijo un comentarista,
«somos resistentes a los hechos, pero no inmunes a
ellos» 162 .
En un guiño a la apertura e integridad científicas, Nyhan
y Reifler se unieron a Porter y Wood para compartir y dar a
conocer este resultado. Cuando su hallazgo original fue
discutido, cooperaron plenamente en su revisión 163 . Por
supuesto, la voz no se corrió de inmediato al público en
general y aún perdura la percepción de que podríamos
estar haciendo más mal que bien al intentar cambiar la
opinión de la gente mediante hechos. Pero para la
comunidad científica la nube se ha disipado. Era posible
seguir trabajando en la mejor manera de hacer cambiar a
la gente de opinión.
De hecho, uno de los estudios novedosos más intrigantes
corrió a cargo de los propios Nyhan y Reifler. En un
artículo de 2017 titulado «The Roles of Information Deficits
and Identity Threat in the Prevalence of Misperceptions»
[«El papel de los déficits de información y la amenaza de
identidad en la prevalencia de las percepciones erróneas»],
Nyhan y Reifler retomaron dos de las cuestiones más
espinosas que hemos encontrado hasta ahora: si las
creencias erróneas en torno a cuestiones de carácter
empírico pueden corregirse compensando el déficit de
información de la persona que las alberga, y si esto
depende en absoluto de consideraciones en torno a
amenazas potenciales a la «identidad» (la autoestima, el
concepto de uno mismo) de la persona que mantiene las
creencias 164 .
Este nuevo estudio trataba de responder a dos preguntas
concretas. Una era si la forma de presentar la información
correcta tenía relevancia para superar el déficit de
información que presumiblemente está detrás de las
creencias erróneas del sujeto. La otra era si la resistencia
de los sujetos a la información correctora puede ser
mitigada en el caso de que alguien pueda mejorar la
opinión que tiene de sí mismo. Aquí una vez más la cuestión
tratada era el cambio de creencias políticas, pero en uno de
los tres experimentos la creencia «política» elegida se
refería a si los sujetos estaban dispuestos a aceptar
información correctora acerca de la realidad del cambio
climático. ¡Por fin, una conexión con el negacionismo de la
ciencia! En esta prueba experimental, los sujetos ya habían
sido seleccionados por su predilección a encontrar
amenazante esa información correctora: todos eran
republicanos. La información acerca de la verdad sobre el
cambio climático entraría así en conflicto directo con su
identidad.
Nyhan y Reifler descubrieron que la forma en la que la
información correctora era presentada tenía un efecto
estadísticamente significativo. Los gráficos funcionan mejor
que el texto. De hecho, los gráficos por sí solos eran tan
eficaces que no eran reforzados por el apoyo textual.
Desgraciadamente, no se hizo ningún esfuerzo por indagar
en la cuestión de por qué los gráficos eran tan eficaces.
¿Quizás parecían más objetivos? ¿Quizá se prestaban
menos al tipo de retórica o lenguaje divisivo que puede
amenazar el propio ego?
Los investigadores también midieron si había alguna
diferencia entre cómo se sentían los sujetos cuando
recibían información correctora, gráfica o de otro tipo.
Basándose en su hipótesis acerca de la amenaza a la
identidad, los investigadores conjeturaron que si los sujetos
se enfrentaban a una creencia que amenazara la opinión
que tenían de sí mismos serían más propensos a
rechazarla; por tanto, si de alguna manera se les pudiera
hacer sentir menos amenazados, quizás estarían más
dispuestos a aceptar la información correctora. Para
reducir la probabilidad de amenaza a la identidad, Nyhan y
Reifler les dieron a los sujetos un ejercicio de
autoafirmación justo antes de presentarles la información
correctora. En resumen, trataban de hacer que los sujetos
se sintieran bien consigo mismos. Los resultados fueron un
tanto equívocos. Aunque en algunas circunstancias se
apreciaba un cierto efecto (dependiendo de con cuánta
fuerza se identificaran los sujetos con los valores del
Partido Republicano), los resultados quedaban eclipsados
por la forma en la que eran presentados. Los gráficos
mandaban. Aunque Nyhan y Reifler hallaron un efecto
positivo para la autoafirmación, era débil.
Una tentación aquí es tratar de encontrar fallos en la
metodología de los investigadores. Incluso si su hipótesis
de la amenaza al ego o la identidad fuera correcta, ¿por
qué debemos suponer que podría ser mitigada por la
autoafirmación? Citando estudios anteriores precisamente
acerca de esta misma cuestión, los investigadores
señalaron que estaban «decepcionados» por sus resultados.
Otros, sin embargo, podían entender que sus hallazgos
fueran completamente predecibles.
¿De verdad vamos a pensar que los republicanos
acérrimos —que pueden haber sido alimentados con
información errónea y a los que se les ha dicho una y otra
vez que rechazar el cambio climático forma parte de la
identidad de su partido— deben cambiar sus creencias por
haber realizado un simple ejercicio para sentirse mejor con
ellos mismos? Esto es una muestra de credulidad; de
hecho, quizá la mejor evidencia de la hipótesis en torno a la
importancia de la amenaza a la identidad estaba justo
delante de las narices de los investigadores —al fin y al
cabo, ¿qué puede haber más neutral y menos beligerante
que las líneas y barras de una gráfica?—. Quizás el modo
de presentación fuera el contexto social. Al final, Nyhan y
Reifler observan que «estos resultados sugieren que las
percepciones erróneas están causadas por una falta de
información, así como por una amenaza psicológica, pero…
estos factores pueden interactuar de formas que aún no se
comprenden bien» 165 .
Aquí se nos presenta una gran oportunidad para seguir
investigando empíricamente. Es probable que Nyhan y
Reifler estén en lo correcto cuando afirman que la
formación y el cambio de creencias no dependen solo de la
posesión de información fáctica correcta, sino también del
contexto emocional, social y psicológico en el que se
producen. Como vimos en los experimentos anteriores de
Kahan y Mason, la identidad puede suponer una diferencia
crucial. El mero hecho de que una cuestión científica de
otra manera tan árida como la de si la Tierra se está
calentando se haya prestado al desacuerdo partidista
expresa el poder de la política para moldear las creencias
acerca de cuestiones de carácter empírico. Como ya
sabemos, con la motivación adecuada (y la desinformación),
incluso las cuestiones de hecho pueden polarizarse. Como
consecuencia de ello, algunas verdades pueden amenazar
nuestra identidad o nuestra pertenencia a un grupo
determinado 166 . Importa mucho, por tanto, no solo cuáles
son los hechos, sino cómo se presentan y quién los
presenta. ¿Puedo fiarme de la fuente? ¿Hay algún interés
político en demostrar que estoy equivocado? Como hemos
visto, incluso las creencias científicas pueden convertirse
en un asunto de identidad. Si somos republicanos,
¿constituye para nosotros una amenaza la verdad sobre el
cambio climático? Probablemente, sí. Pero si tratamos de
hacer que alguien cambie de opinión sobre una cuestión
fáctica imbricada con esa identidad partidista o ideológica
¿cuál es la mejor manera de proceder?
Es importante recordar nuestro sentido común. Si
intentamos hacer que alguien modifique su manera de
pensar sobre un tema determinado, un toque personal
puede hacer maravillas. Y en esto la forma de presentación
seguramente importe. ¿Debemos gritarles o insultarles?
¿Debemos dudar de su inteligencia? Probablemente, no. Es
mucho más eficaz abordar esas conversaciones de una
manera no amenazante. Debemos tratar de construir lazos
de confianza, mostrar respeto, escuchar y mantener la
calma. Es lógico que la hostilidad hacia alguien de quien
disentimos haga que se enfade. Como se ha demostrado
que la formación de creencias es una amalgama de
información y afecto, ¿por qué su modificación iba a ser
diferente? La eficacia de estas tácticas de sentido común,
sin embargo, está poco estudiada en la literatura
experimental, particularmente en cuanto concierne al
negacionismo de la ciencia.
En su ensayo anteriormente citado «How to Convince
Someone When Facts Fail», Michael Shermer ofrece el
sentido común para compensar el vacío experimental.
Empieza en el mismo lugar que Nyhan y Reifler: «la gente
parece reafirmarse en sus creencias a pesar de la
abrumadora evidencia que las contradice; la razón tiene
que ver con una visión del mundo amenazada por datos que
se le oponen» 167 . La base probatoria de esto en la
literatura no se pone en cuestión y, de hecho, se remonta al
hallazgo clásico de Leon Festinger sobre la disonancia
cognitiva 168 . Cuando los sujetos están lo suficientemente
motivados —y su ego o identidad se encuentran
amenazados— se resisten a todos los esfuerzos
encaminados a hacerles aceptar su error. Tras reconocer el
clásico efecto contraproducente, Shermer ofrece un
importante consejo —ya citado en la introducción de este
libro— sobre cómo convencer a la gente: mantener las
emociones al margen, no lanzar ataques, escuchar con
atención y mostrar siempre respeto 169 .
Dado que Shermer es un escéptico profesional con
décadas de experiencia —que se encuentra con
negacionistas de la ciencia en su medio natural como parte
de su rutina—, sería prudente seguir su consejo. Aunque la
literatura experimental puede no corroborar todavía la
eficacia práctica de estas tácticas, quedan ratificadas al
observar de qué manera la gente cambia de opinión en el
mundo real. Así, ahora que hemos superado el efecto
contraproducente, ¿cuánto tiempo más debemos esperar?
La temperatura global sigue incrementándose. Los
antivacunas aseguran que, aunque haya una vacuna contra
el covid-19, no aceptarán inyectársela. ¿Por qué no salimos
entonces y tratamos de cambiar algunas mentes?
Fue entonces cuando me puse en marcha y traté de
seguir los consejos de Shermer en una serie de entrevistas
cara a cara con negacionistas de la ciencia. Si es cierto que
una parte importante del cambio de creencias implicar
tratar con cuestiones de identidad, quizá sea mejor salir del
laboratorio y hablar con las personas. Podemos
proporcionar información correctora online, por teléfono o
en un entorno experimental simulado, pero la mejor
manera de generar confianza es cara a cara. Tal vez en las
circunstancias adecuadas podamos hacer que cambie de
opinión como parte de un experimento, como así han
demostrado Kuklinski y Redlawsk. Ahora bien, ¿podría
hacerse lo mismo en la naturaleza y, más específicamente,
en relación con el negacionismo de la ciencia? Eso traté de
averiguar en la FEIC 2018.

DESCUBRIMIENTO

En el verano de 2019 —siete meses después de que


volviera de hablar con los terraplanistas— apareció en
Nature Human Behaviour un estudio verdaderamente
rompedor a cargo de Cornelia Betsch y Philipp Schmid que
proporcionaba la primera evidencia empírica directa de
que era posible hacer cambiar de opinión a los
negacionistas de la ciencia 170 . Proporcionaban incluso un
guion con lo que había que decir. Apenas exagero cuando
digo que podría haber leído este trabajo incluso con el pelo
ardiendo. Ya lo he mencionado en la introducción, pero
merece la pena revisar sus resultados con algo más de
detalle ahora que estamos en condiciones de empezar a
utilizarlos. Schmid y Betsch llevaron a cabo seis
experimentos online a partir de una muestra de 1773
personas en Estados Unidos y Alemania en torno a
cuestiones como el cambio climático y el rechazo a las
vacunas. Y encontraron algo sorprendente: la lucha contra
el negacionismo de la ciencia no solo incidió positivamente
en el cambio de convicciones de los sujetos, sino que el
efecto fue mayor para los subgrupos que tenían ideologías
más conservadoras. Al igual que Porter y Wood, no
encontraron efecto contraproducente. A lo largo de su
trabajo, Schmid y Betsch pusieron a prueba cuatro formas
posibles de responder a sujetos que habían sido expuestos
a desinformación científica: ausencia de respuesta,
refutación del tema, refutación de la técnica y ambos tipos
de refutación. La refutación del tema consistía en
proporcionar a los sujetos información suficiente para
corregir el contenido falso de un mensaje que acababan de
escuchar. Por ejemplo, si los sujetos se habían encontrado
con que las vacunas no son seguras, se les podía rebatir
resaltando el excelente índice de seguridad de las
vacunas 171 . Una segunda estrategia consistía en volver
atrás y tomar una página del descubrimiento anterior —ya
discutido en el capítulo 2—de que, virtualmente, existe un
guion común para todos de la ciencia. Schmid y Betsch
llamaron a esto refutación de la técnica, y consiste en
señalar las cinco peligrosas técnicas —cherry-picking,
adhesión a teorías de la conspiración, confianza en falsos
expertos (y denigración de los verdaderos expertos),
comisión de errores lógicos y establecimiento de
expectativas irreales en torno a lo que puede lograr la
ciencia— para mitigar su impacto en las creencias de los
potenciales negacionistas de la ciencia. Por ejemplo, en
respuesta al mismo mensaje sobre la inseguridad de las
vacunas, los investigadores podrían responder señalando
que no es razonable pretender que las vacunas sean
seguras al cien por cien, puesto que ningún medicamento,
ni siquiera la aspirina, puede cumplir ese criterio 172 .
El resultado evidente al que condujo este estudio fue que
no dar ninguna respuesta a la desinformación era lo peor
que se podía hacer. Sin un mensaje de refutación, era más
probable que los sujetos se dejaran llevar por creencias
falsas. Más alentador fue el descubrimiento de que era
posible mitigar los efectos de la desinformación científica
mediante la refutación del contenido y la refutación de la
técnica, y que ambas eran igualmente eficaces. Además no
hubo ninguna ventaja aditiva: utilizadas a la vez la
refutación del contenido y de la técnica, el resultado era el
mismo. Esto quiere decir que los defensores de la ciencia
pueden elegir la estrategia que prefieran. No hace falta ser
experto en el contenido de la ciencia para hacer retroceder
al negacionismo. Como ha señalado Cornelia Betsch en una
entrevista, «el problema con la refutación del tema es que
hace necesario un buen conocimiento de la ciencia —y esa
puede ser una exigencia difícil de cumplir, puesto que hay
muchísimos campos de investigación y a veces es difícil
estar al tanto de todo—» 173 . En contraste, una vez que se
conocen las cinco técnicas de los negacionistas —y se
prepara con cuidado la forma de contrarrestarlas—, pueden
utilizarse como una «estrategia universal» para combatir la
desinformación científica allá donde se encuentre 174 .
He aquí una excelente noticia para quienes deseen
luchar contra el negacionismo de la ciencia. Me sentí
personalmente apelado por este estudio, puesto que ya
llevaba más de un año haciendo refutación de la técnica
por mi cuenta sin haber llegado todavía a ponerle
nombre 175 . Pero Schmid y Betsch también esbozan una
clara labor que corresponde a los propios científicos a la
hora de contrarrestar el negacionismo de la ciencia.
¿Cuántas veces hemos oído a un científico decir: «No vale
la pena hablar con esta gente» o simplemente exponer sus
argumentos e irse a la primera señal de rechazo? Según
Schmid y Betsch, eso es lo peor que se puede hacer. Los
resultados de su estudio ponen de manifiesto que el diálogo
puede ser muy eficaz, pero primero hay que mantenerlo.
¿Qué deben hacer entonces los científicos? 176 . ¿Rechazar
la evidencia que les proporcionan Schmid y Betsch y
convertirse ellos mismos en negacionistas de la ciencia?
Desafortunadamente, Schmid y Betsch descubrieron que
aunque la refutación del contenido y la técnica podía ser
útil para mitigar los efectos corrosivos de la desinformación
científica no bastaba para contrarrestarla por completo.
Una vez que la gente había estado expuesta a la
desinformación científica, el efecto es persistente. Lo mejor
es que la gente no quede expuesta a la desinformación
científica en ningún momento. Lo peor es que la
desinformación se difunda sin recibir respuesta. Esto deja
una solución de compromiso: si uno sabe que hay
desinformación científica en circulación, es preferible
intentar contrarrestarla a no hacer nada. Schmid y Betsch
cuentan aquí una divertida anécdota sobre lo que hay que
hacer si se sabe que en un debate es probable que se
difunda desinformación científica: «abstenerse de
participar en la discusión parece tener el peor efecto;
puede haber, no obstante, una excepción: si el rechazo de
una de las partes a asistir a un debate sobre hechos
científicos supone su cancelación, es preferible esta opción
para evitar un impacto negativo en la audiencia» 177 . Sin
embargo, también esto merece una reflexión. Aunque
posible, conseguir que la gente cambie de opinión a
posteriori es difícil. El método ideado por Schmid y Betsch
puede ser útil, pero no es una panacea 178 .
Como vivimos en un mundo en el que la desinformación
científica está por todas partes, no resulta sorprendente
que siga habiendo trabajo. Para empezar, la cuestión
abierta de cómo aprovechar los resultados de Schmid y
Betsch sigue abierta; y su estudio tiene múltiples
limitaciones potenciales. Todo lo que lograron demostrar es
que es posible mitigar los efectos de la desinformación
científica en un público que acababa de ser expuesto a esos
mensajes 179 . Pero es presumible que algunas personas se
hayan formado ya opiniones propias con mucha antelación
tras décadas empapándose de desinformación. Un factor no
medido de su estudio era si la refutación del contenido o la
de la técnica habían ejercido algún efecto en los
negacionistas de la ciencia más acérrimos, que habrían ido
formando sus puntos de vista sobre la base de una
exposición constante a la desinformación científica durante
un prolongado período de tiempo antes de cualquier
experimento. Una cosa es intervenir de manera inmediata
tratando de evitar que la desinformación afecte a la
creencia de alguien; otra completamente distinta es
conseguir que alguien cambie de opinión en torno a una
creencia nuclear que puede llevar tiempo fortaleciéndose.
Por supuesto, incluso si estudios posteriores demostraran
que lograr esto es imposible —mediante cualquier táctica
de refutación—, sería bueno saber adónde hay que dirigir
los mayores esfuerzos. ¿Debería dirigirse la estrategia de
Schmid y Betsch únicamente al público fácilmente
influenciable por la desinformación científica? ¿Es una
pérdida de tiempo tratar de persuadir mediante el diálogo
a un negacionista de la ciencia comprometido? 180 .
Basándonos en su estudio, todavía no podemos decirlo.
Otra posible preocupación es cómo debería tener lugar
cualquier compromiso. Como ya se ha hecho notar, el
estudio de Schmid y Betsch fue realizado online. ¿Seguirían
funcionando sus estrategias de refutación —o funcionarían
si cabe mejor— si se emplearan en entrevistas cara a cara?
Aquí las cosas se complican debido a la necesidad de tener
en cuenta el contexto social y emocional de las
interacciones personales. Como hemos visto, debemos
tomar en consideración hasta qué punto desafiar en
persona las creencias de alguien puede implicar un cierto
grado de amenaza a su identidad, lo que es un riesgo en
cualesquiera circunstancias pero sobre todo cara a cara.
Persuadir a alguien online también es indudablemente
difícil, pero en una entrevista cara a cara ¿qué factores
cognitivos, sociales e interpersonales hay que tener en
cuenta para configurar una estrategia de refutación eficaz?
Como con Kuklinski y Redlawsk, una cosa es convertir a
alguien en un laboratorio, pero ¿qué pasa en la vida real?
Por muy prometedor que sea el trabajo de Schmid y Betsch,
nos quedamos a la deriva en la cuestión práctica más
apasionante.
Nos enfrentamos una vez más a la necesidad de abordar
la formación de creencias empíricas incorrectas. Si la gente
se radicaliza no solo por la desinformación sino también
por rodearse de colegas y otras personas que se las
transmiten, ¿no podríamos intentar rescatarlas
interviniendo con un grupo diferente en el que puedan
desarrollarse hasta obtener la confianza que les permita
decir la verdad? Esto se cruza precisamente con la idea
absolutamente central de la identidad y los valores para
formar creencias que vimos en el capítulo 2. Si las
creencias que conforman el negacionismo de la ciencia
surgen en un contexto de identidad y valores, ¿no es lógico
que nos planteemos modificarlas de la misma manera? 181 .
Dan Kahan nos dice que «la gente adquiere su
conocimiento científico consultando con aquellos con los
que comparte valores, en quienes confía y a quienes
entiende» 182 . De hecho, es probable que lo mismo sea
cierto para los propios científicos. ¿Quiere esto decir que lo
único que ocurre es que los científicos y los negacionistas
de la ciencia confían en distintas personas? Quizás el
objetivo de hablar con un negacionista de la ciencia no sea
simplemente proporcionarle datos para que tome una
decisión sino hacer que vuelva a confiar en los
científicos 183 . En su discusión en torno a la mejor manera
de contrarrestar a los teóricos de la conspiración, Mick
West se refiere a la importancia de la confianza y el respeto
en la formación de creencias.
Podemos dejar claro desde el primer momento que no compartimos
realmente la creencia en una teoría, pero puedo decir (honestamente)
que si hubiera alguna prueba convincente entonces sí la tomaría en
consideración. Démosles la oportunidad de que nos conviertan. Esto abre
la puerta a que nos expliquen por qué creen y escuchando de verdad lo
que nos dicen obtendremos una visión muy útil, y también aumentarán
las probabilidades de que ellos se avengan a escucharnos de verdad. Si
les respetamos y hacemos el esfuerzo por entender sus argumentos, nos
lo agradecerán y a su vez nos respetarán más. Seguramente hayan vivido
muchas situaciones en las que sus ideas hayan sido rechazadas de plano
u objeto de mofa, por lo que un trato respetuoso contribuirá en gran
medida a obtener su confianza 184 .

Estamos aquí muy lejos del modelo de déficit de


información. Schmid y Betsch le proporcionan un
fundamento sólido a la idea de que podemos cambiar la
opinión del público tendente al negacionismo de la ciencia
justo después de que hayan recibido desinformación
científica. (Sander van der Linden y otros han demostrado
que este razonamiento es igualmente válido para tratar de
predestruir esas mismas creencias justo antes de que
lleguen a la gente.) Pero ¿qué hay de aquellos cuya
identidad ya ha sido constituida por la desinformación?
Ofrecerles la información correcta —o desafiar la
desinformación— probablemente no funcione. En cierto
modo, el modelo de Schmid y Betsch sigue dando por
supuesto que el problema del negacionismo de la ciencia
tiene que ver con un déficit de información. Al refutar el
contenido, es obvio, lo que hacemos es compensar la falta
de información. (Si bien hay que tener en cuenta que al
hacerlo no tenemos por qué privarnos de generar confianza
y respeto.) Pero incluso en el caso de la refutación de la
técnica les estamos dando a los negacionistas información
acerca de cómo reaccionar. Estamos tratando de educarles.
Pero ¿va a cambiar algo de esto su identidad? Tal vez si
lo hacemos de manera correcta: cara a cara, con tiempo,
mediante múltiples conversaciones en las que también
escuchemos —lo que puede generar una relación en la que
nuestros argumentos también sean bienvenidos—. No
parece un trabajo fácil, pero pienso que, sobre todo si
queremos transformar las creencias de un negacionista
acérrimo de la ciencia, no debemos rehuir la tarea de
hacerle cambiar de identidad —probablemente en persona
— tratando de establecer lazos de confianza en una
relación personal. Así, pues, en última instancia Schmid y
Betsch tienen razón en cuanto a qué hacer, aunque la clave
para una verdadera persuasión puede estar en otra parte.
En su libro ya citado, How to Have Impossible
Conversations [Cómo tener conversaciones imposibles],
Peter Boghossian y James Lindsay explican que, como
especie, hemos evolucionado para mantener
conversaciones —y probablemente persuadirnos—
hablando cara a cara. Desde el momento en el que la
información se dispone en un texto u online, se está
tomando lo que ya podría ser una conversación difícil y
poniéndola en «modo difícil» 185 . Y si lo que queremos es
convencer a alguien ¿por qué íbamos a querer hacer eso?
Aunque los autores no abordan directamente la cuestión de
la identidad, dejan implícito que la confianza y el respeto
son fundamentales para conseguir que alguien abandone
sus creencias erróneas, lo que resulta más fácil en el
contexto de una entrevista personal.
La implicación, la confianza, las relaciones y los valores
son las claves del verdadero cambio de creencias. El
compromiso no debe ser únicamente en el laboratorio u
online. Al contactar con alguien en persona, surge la
confianza. Y entonces es posible trabajar con la evidencia
disponible. Como apuntan Boghossian y Lindsay:
La manera de hacer cambiar de opinión, influir en la gente, establecer
relaciones y mantener vínculos de amistad es por medio de la amabilidad,
la compasión, la empatía, tratando a las personas con respeto y sin herir
su dignidad, y en entornos psicológicamente seguros. A cualquiera de
nosotros le es natural responder favorablemente a quien le escucha, se
muestra amable, nos trata bien y parece ser respetuoso. La manera
infalible de hacer que la gente se atrinchere en sus creencias, causar
desunión y sembrar desconfianza es por medio del antagonismo en
entornos amenazadores 186 .

No es raro entonces que no fuera capaz de convertir a


nadie en la convención de la Tierra plana. Ir allí en persona
fue una decisión correcta, pero debí escuchar más. Y hacer
más de una visita. Y seguir investigando. No es de extrañar
el escaso éxito de la literatura psicológica en el uso de
hechos y estrategias de razonamiento para la refutación.
Son reuniones puntuales en entornos experimentales y
normalmente online. Sí, pueden funcionar, pero ¿cuánto
mayor podría ser nuestro éxito si lo hiciéramos en persona
dentro del contexto social apropiado, si intentáramos crear
confianza?
Estoy convencido de que esa es la única manera de
persuadir a un verdadero negacionista de la ciencia. Quizá
nada vaya a funcionar, en cuyo caso nuestra perspectiva de
obtener algún progreso real en torno al cambio climático o
las vacunas se antoja más bien sombría. Pero si algo puede
funcionar este es el método que más lo parece. Puede que
no sea suficiente (como se ha demostrado), pero he llegado
a creer que probablemente sea necesario.

CAMBIAR CONVICCIONES EN EL MUNDO REAL

Se suele decir que no son los argumentos sino las


historias lo que convence a la gente. En esta sección
compartiré el relato de algunas anécdotas positivas de
cómo los negacionistas de las vacunas y el cambio climático
modificaron sus creencias tras recibir información fáctica
de una fuente fiable. Mi objetivo aquí no es simplemente
demostrar que los negacionistas de la ciencia cambian a
veces de opinión —ni afirmar que lo hacen gracias a relatos
— sino hacer cambiar de opinión a mis lectores, que quizás
hayan dudado de que puedan desempeñar un papel
contribuyendo a hacer que los negacionistas de la ciencia
abandonen sus creencias.
El desafío es que esto debe ocurrir en ausencia de
cualquier apoyo empírico, puesto que,
desafortunadamente, vamos más rápido que la literatura.
Hasta donde yo sé, no hay ningún estudio científico que
arroje luz sobre la eficacia de las conversaciones
personales para hacer que los negacionistas de la ciencia
más acérrimos renuncien a sus creencias 187 . Por supuesto,
acabamos de revisar diferentes estudios empíricos que
sugieren que podemos ejercer alguna influencia en el
público al que se dirige el negacionismo de la ciencia, y
esto es algo muy bueno. Pero ¿qué estudios hay que
demuestren que esto puede hacerse con negacionistas de
la ciencia comprometidos, que las técnicas de la refutación
del contenido y de la técnica funcionan más allá del
laboratorio, allí donde tiene lugar el verdadero cambio?
Nos encontramos con negacionistas de la ciencia no solo en
Internet, sino a veces también en lugares públicos, en la
calle o incluso en la mesa de acción de gracias. Pero esos
estudios simplemente no existen 188 .
Hay, sin embargo, una reducida literatura de anécdotas
que registra varios casos de negacionistas de la ciencia
decididos y férreamente devotos que renunciaron a sus
creencias. Todas estas historias son básicamente la misma.
Tienen lugar en el contexto de una relación personal
basada en la confianza. Como ya he dicho insistentemente,
los hechos y la evidencia pueden tener su importancia, pero
debe ser la persona apropiada en el contexto adecuado
quien los exponga. Esto es así, como ahora reconocemos,
porque para cambiar las creencias de alguien no solo
tenemos que cubrir un déficit de información, sino también
reformar su identidad.
Algunos de los relatos en primera persona más
convincentes de los negacionistas de la ciencia tienen que
ver con la cuestión del movimiento antivacunas. Hasta
ahora no he dicho mucho de los antivacunas. Esto se debe
en parte a que contamos ya con una literatura excelente y
robusta en torno a esta cuestión, y animo a mis lectores a
que la consulten 189 . Yo mismo he escrito algo al
respecto 190 . Pero la mayoría de la gente ya conoce el
origen de la historia.
En 1998 un físico en Inglaterra llamado Andrew
Wakefield publicó un pequeño y endeble estudio en el que
afirmaba haber encontrado un vínculo causal entre la
vacuna triple vírica y el autismo. Desde el primer momento,
señalando sus múltiples irregularidades metodológicas y
debilidades, otros investigadores pusieron en duda el
trabajo de Wakefield. Como resultado de ello, todos salvo
uno de los coautores terminaron eliminando su nombre del
estudio, que fue retirado por la prestigiosa publicación
médica en la que había aparecido. De hecho, el artículo era
tan chapucero que Wakefield fue desposeído de su licencia
médica. Más tarde se descubrió que los defectos que
presentaba el estudio no eran accidentales, sino el
resultado de una manipulación deliberada. En aquel
momento, sin embargo, aquello ya no tenía importancia
para miles de padres de niños con autismo que vieron en
Wakefield a un héroe que se había alzado en su defensa. Y
cuando la prensa popular empezó a darle pábulo el
escepticismo infundado en torno a las vacunas empezó a
crecer y el movimiento antivacunas fue tomando fuerza 191 .
A pesar de los numerosos estudios subsiguientes, que no
encontraron ninguna relación entre las vacunas y el
autismo —y que echaron por tierra la conclusión original de
Wakefield—, miles de padres prefirieron no vacunar a sus
hijos. En 2014 una epidemia de sarampión se inició en
Disneylandia y se extendió por catorce Estados. Se
infectaron cientos de niños. Una epidemia similar se
produjo en Brooklyn, Nueva York, y más recientemente, en
2019, en el condado de Clark, Washington 192 . El
movimiento antivacunas sigue activo en todo el mundo.
La buena noticia es que en la actualidad muchos de los
antiguos antivacunas han dejado de serlo. ¿Cómo ocurrió
esto? En todos los casos sobre los que he leído, alguien se
sentó con el antivacunas, atendió a todas sus preguntas y le
explicó las respuestas con paciencia y respeto. Algunas de
estas historias ya fueron expuestas en la introducción.
¿Recordamos a los funcionarios públicos del condado de
Clark, en Washington, que organizaron reuniones con los
padres en grupos pequeños que incluían un médico que se
pasaba dos horas junto a una pizarra explicando la
interacción celular de manera objetiva «pero no obstante
cercana»? 193 . Funcionó. ¿Recordamos a Rose Branigin, que
escribió un artículo de opinión en el Washington Post
acerca de su abandono del movimiento antivacunas tras
encontrarse con un grupo de personas que estaban
deseando hablar del tema de manera atenta y racional? 194 .
Un tercer relato es el de Arnaud Gagneur, médico y
profesor de la universidad de Sherbrooke de Quebec, que
se dedicaba a mantener entrevistas de motivación con las
madres primerizas en el ala de maternidad del hospital.
Bien él mismo o un asistente de investigación realizaban
entrevistas de veinte minutos durante las cuales
escuchaban las preocupaciones de los padres y respondían
a sus preguntas. Al cabo de 3.300 entrevistas de este tipo,
se dieron cuenta de que la propensión de las madres a
vacunar a sus hijos recién nacidos había crecido un 15%.
Gagneur afirma: «Dicen que es la primera vez que se
sienten respetadas en cuanto a mi postura en torno a la
vacunación, la primera vez que alguien les habla así». Se
citan las palabras de una madre que confiesa: «Es la
primera vez que tengo una discusión como esta, me siento
respetada y confío en usted» 195 .
Con el negacionismo del cambio climático la dinámica es
similar. ¿Recordamos a Jim Bridenstine —a quien también
conocimos en la introducción—, cuya opinión en torno al
cambio climático cambió a las pocas semanas de empezar a
trabajar como jefe de administración de la NASA? Cuando
uno empieza a sentarse a almorzar con sus adversarios y
habla con ellos en los pasillos, pueden ocurrir cosas
milagrosas 196 .
Vale la pena señalar aquí —aunque seguramente habrá
quien lo rechace por considerarse irrelevante y hasta
ofensivo— que en mi búsqueda de personas que hayan
cambiado de parecer en cuestiones relacionadas con el
negacionismo de la ciencia también he encontrado casos de
renuncia a convicciones ideológicas en asuntos más dados
a la violencia. En uno de los relatos más destacables que he
leído, un joven llamado Derek Black, estrella emergente en
el movimiento por la supremacía blanca —su padre fundó el
sitio web Stormfront y su padrino es David Duke—, fue a la
universidad y se hizo amigo de un grupo de estudiantes
judíos que todas las semanas le invitaban a la cena de
Shabat. Sorprendentemente, esto dio lugar a una cadena
de acontecimientos que le llevaron a abandonar sus puntos
de vista 197 . Una mujer del grupo con la que había iniciado
una relación personal —y que se había sentido horrorizada
al conocer su ideología— le escuchó y empezó a hacerle
preguntas; luego le proporcionó material para rebatirle
punto por punto. Esto supuso una completa
transformación 198 . En el libro de Eli Saslow que refiere la
historia completa, Black reflexiona sobre su conversión:
Las personas que no estaban de acuerdo conmigo fueron críticas a lo
largo de este proceso […], particularmente aquellos que eran mis amigos
a pesar de todo, pero que me hicieron saber al hablar de ello que
consideraban mis creencias erróneas y se tomaron la molestia de intentar
demostrármelo con evidencias y argumentos civilizados. No siempre
estuve de acuerdo con sus opiniones, pero ellos me escucharon y yo les
escuché 199 .

Por supuesto, no estoy comparando a los negacionistas


de la ciencia con los nacionalistas blancos. Lo que estoy
diciendo es que si alguien puede dirigirse a otro ser
humano que lleva décadas profesando una ideología tan
llena de odio como el nacionalismo/supremacismo blanco
simplemente escuchándole de manera amigable ¿no
debería ser posible usar las mismas tácticas en asuntos
menos conflictivos como el negacionismo de la ciencia? Al
leer el relato de la conversión de otro supremacista blanco,
me pareció interesante la descripción que aquel hombre
hacía de sí mismo antes de modificar sus creencias. Decía
que estaba «perdido en esa ideología» porque se sentía
«marginado y roto». Explicaba que sus creencias
arraigaban profundamente en un sentimiento de identidad
nacido del aislamiento, la demonización y el odio que le
hacía considerarse agraviado por «el otro lado» 200 .
Se han producido conversiones menos dramáticas, pero
también importantes, de un lado a otro de la divisoria
política. Alguien que se describía como un antiguo «troll de
Trump» proporciona una descripción de cómo «salió de su
trance» después de que contactara con él la humorista de
izquierdas Sarah Silverman, a quien había atacado por
Internet. Dijo que había sido amable con él y que no había
intentado discutir sino solo expresar sus valores. Aunque su
conducta había sido espantosa, ella le había mostrado
respeto. Y esto le llevó a modificar sus creencias anteriores
sobre las armas, el aborto y la inmigración dando lugar a
estas palabras: «Reconozco ahora que el privilegio blanco
existe» 201 . Una vez más no estoy intentando establecer un
vínculo entre el negacionismo de la ciencia y otras
ideologías, salvo para poner de manifiesto que en la medida
en la que sus creencias estén basadas en un vacío de
información exacerbado por la identidad que ha elegido
una persona puede ser recuperable por medio de la
escucha, la empatía y el respeto.
Es importante captar el sentido del efecto polarizante
que las fuentes de información pueden ejercer sobre la
perspectiva de una persona. Si la principal fuente de
información de una persona acerca de la investigación en el
campo de las vacunas son vídeos de Internet —o sus
mayores dosis de información acerca del cambio climático
proceden de las noticias de la Fox 202 —, es más fácil no solo
quedar desinformado sino además demonizar o incluso
odiar a quienes estén en «el otro bando». Si uno nunca ha
conocido a un científico, ¿cómo va a tener la oportunidad
de comprobar que pueden ser agradables y persuasivos?
Aunque la manera principal de luchar contra el
negacionismo de la ciencia no consista en proporcionar
más información, es importante ser consciente de que el
efecto silo puede hacer mella no solo en la capacidad de
comprensión de una persona sino también en su tolerancia
hacia las opiniones diferentes que amenacen su identidad.
He aquí una serie de claves que conviene recordar antes
de hablar con un negacionista de la ciencia.

1. El negacionismo de la ciencia abarca un amplio


espectro. Si agrupamos a todos los negacionistas de la
ciencia, la tarea que nos proponemos puede parecer
imposible. Pero hay múltiples grados de conocimiento y
compromiso. En relación con los antivacunas, por ejemplo,
uno de los mejores consejos podría ser dejar de tratarlos a
todos como antivacunas. (Y al hablar con ellos deberíamos
tener en cuenta que la palabra «antivacunas» [anti-vaxxer]
es un insulto.) En un estudio canadiense se concluyó que
los antivacunas de línea dura representan solo entre el 1 y
el 3% de la población, mientras que los «indecisos en
materia de vacunación» constituyen otro 30%. Obviamente,
estos últimos serán más fáciles de convencer 203 .
En el caso de los antivacunas, por ejemplo, uno de los
mejores consejos sería dejar de considerarlos a todos como
antivacunas. (Y, al hablar con ellos, deberíamos recordar
que es un insulto utilizar la palabra «anti vaxxer».) En un
estudio canadiense, se estimó que los antivacunas más
duros representan solo entre el 1 y el 3% de la población,
mientras que los «indecisos en materia de vacunas»
representan otro 30%. Obviamente, estos últimos serían
más fáciles de convencer.
Seguramente lo mismo ocurra con el cambio climático.
Un artículo de la Yale Climate Connections aconseja que el
primer paso para tratar de convertir a un negacionista del
clima debe consistir en diferenciar a los que pueden ser
persuadidos de aquellos otros que no. En el «espectro de
quienes pueden ser persuadidos» aparecen: los informados
pero perezosos, los no informados, los mal informados, los
seguidores del partido, los ideólogos y los trolls 204 .
Obviamente, como ya sabemos gracias al estudio de
Schmid y Betsch, cuanto más tempranamente abordemos a
alguien, más probable será nuestro éxito. ¿Empezamos por
los informados perezosos y nos abrimos paso después entre
los seguidores del partido? Dado que nuestros recursos y
energías no son infinitos, ¿por qué no nos centramos en
quienes nos ofrecen mejores perspectivas?
Ahora bien, ¿no acabamos de ver ejemplos que
atestiguan que también es posible convertir a los más
acérrimos? ¿No vale la pena intentarlo también con los
ideólogos y los trolls? Ciertamente así es, debido a su gran
influencia.
2. La desinformación y la información errónea son
amplificadas por las redes sociales. Aunque hay muy pocos,
los negacionistas de la ciencia son bastante ruidosos. Como
dijo un antiguo antivacunas:
Ha habido antivacunas durante mucho tiempo, pero las redes sociales
hacen que sea más fácil entrar en un bucle. Y una vez que se entra es
difícil atisbar lo que hay fuera. Los algoritmos solo dan más de lo que ya
se está buscando. Si uno empieza a buscar historias de antivacunas, eso
mismo será lo que aparezca en las recomendaciones. Uno empieza a
pensar: «Oh, Dios mío, cuánta gente está en esto y cuántas cosas están
pasando». Pero, si uno tiene la oportunidad de tomar algo de distancia,
comprobará que solo se trata de una parte de la población que es sin
embargo muy ruidosa. El miedo lleva a la ira y al ataque. Una vez que se
entra en este estado, lo más fácil es permanecer en él 205 .

El negacionismo de la ciencia puede parecer más


difundido de lo que está, sobre todo si son los ideólogos del
sector duro quienes impulsan la agenda. En The Conspiracy
Theory Handbook, Stephan Lewandowsky y John Cook dan
algunos sabios consejos acerca de la mejor manera de
entablar una conversación con un negacionista de la
ciencia —mostrándole empatía y no tratando de
ridiculizarle—, y luego nos regalan esta joya:
Los teóricos de la conspiración también ejercen una gran influencia a
pesar de los pocos que son. En análisis de más de dos millones de
comentarios del foro de conspiraciones de Reddit descubrió que a pesar
de constituir solo el 5% de los usuarios aquellos que exhibían
pensamientos conspiratorios eran responsables del 64% de los mensajes.
El usuario más activo había escrito 896.337 palabras, dos veces la
extensión de la trilogía del Señor de los Anillos 206 .

Así, pues, puede llegar a valer la pena intervenir con los


negacionistas de la ciencia más acérrimos, puesto que una
vez que se ha encontrado una fuente (quizá pequeña) de
desinformación es posible neutralizarla. También es
importante recordar que la piscina de la desinformación
tiene poca profundidad. Si participamos en algunas
interacciones simples con los menos radicales y les
presentamos información que no estén recibiendo de los
difusores masivos, podríamos tener la oportunidad de
evitar que muchas personas que han adoptado una actitud
de desconfianza terminen convirtiéndose en negacionistas.
3. Seamos persistentes y sigamos insistiendo. Aunque
creamos haber propiciado una conversión exitosa, no
podemos irnos sin más. Una vez más tenemos algo que
aprender de la investigación realizada en torno a la
modificación de creencias políticas. En un estudio se
descubrió que:
Hubo un gran cambio de creencias según líneas bipartidistas tras la
comprobación de los hechos, lo que sugiere que tanto los conservadores
como los progresistas pueden adoptar otros puntos de vista si se les
presenta información convincente e imparcial. Pero esto tiene trampa: al
cabo de una semana, los sujetos «volvían a creer» en parte las
aseveraciones falsas y hasta cierto punto olvidaban que la información
fáctica era verdadera. […] «Aunque los individuos actualicen
temporalmente sus creencias, las explicaciones en torno a los hechos y la
ficción parecen tener una fecha de caducidad» 207 .
Que una persona actualice sus creencias a partir de la
comprobación de unos hechos puede constituir un
progreso, pero para que la conversión sea total no basta
con superar un déficit de información. El duro trabajo del
cambio de identidad sigue pendiente.
Y sabemos que algunas personas pueden modificar sus
puntos de vista únicamente sobre la base de la evidencia.
¿Recordamos el estudio de Kuklinski, que hablaba de
golpear a la gente «entre los ojos»? En 2016 James Cason
se convirtió en alcalde republicano de Coral Gables, en
Florida… y al cabo de tres años había cambiado de parecer
en torno a la realidad del cambio climático. Dijo: «Ya se
sabe, leí unos artículos aquí y allá, pero no me di cuenta del
impacto que podría tener para la ciudad que ahora estoy
gobernando». Al parecer el problema es el siguiente: Coral
Gables es una próspera ciudad que alberga 302 yates,
muchos de los cuales están anclados en las casas de sus
propietarios. Entre dichas viviendas y el mar abierto existe
un puente, pero, con el cambio climático, el nivel del agua
ha comenzado a subir, así que la gente está empezando a
tener problemas para mantener sus embarcaciones por
debajo de la altura del puente. Tal como apunta Cason, «se
trata de viviendas de cinco millones de dólares cuyo valor
se devalúa de repente porque ya no es posible hacer que
los barcos pasen por debajo del puente, así que aquí
tenemos uno de los primeros indicadores [de la subida del
nivel del mar] y una llamada de atención a la gente». La
ideología es una cosa, pero no ser capaz de sacar el barco
de la bahía parece ser una emergencia 208 . Más adelante,
en colaboración con el alcalde de Miami, Tomás Regalado,
Cason publicó un artículo en el Miami Herald justo antes
de los debates entre los candidatos republicanos a la
presidencia. En él puede leerse: «Tanto para nosotros como
para otros funcionarios públicos del sur de Florida, el
cambio climático no es un tema abierto al debate
partidista; es una crisis urgente a la que debemos hacer
frente —y cuanto antes—» 209 .
Cuando los intereses personales están en juego, la gente
cambia de parecer a toda velocidad. Los agricultores y
pescadores parecen ir aceptando la realidad del cambio
climático 210 . E incluso algunos antivacunas empiezan a
modificar sus puntos de vista por el creciente temor al
coronavirus. Una cosa es ser antivacunas cuando
enfermedades como el sarampión son relativamente
infrecuentes y no hay ningún conocido que la haya
padecido y otra cosa muy distinta es afrontar sin protección
una pandemia en la que la gente muere. Un antiguo
antivacunas reconoce: «Me daban tanto miedo las vacunas
como las enfermedades contra las que protegen. […] Pero
desde que estalló el covid-19 he podido comprobar de
primera mano lo que una enfermedad así puede hacer
cuando no se combate con vacunas» 211 .
Hay que admitir que todas estas son anécdotas, pero no
por ello dejan de tener su importancia. Los relatos acerca
de cómo verdaderos negacionistas de la ciencia llevan a
cabo su conversión se parecen demasiado entre ellos como
para no prestarles atención. En prácticamente todos los
relatos de los que he tenido noticia, los antivacunas,
negacionistas del cambio climático y otros ideólogos han
cambiado de opinión a partir de conversaciones cara a cara
en las que les fue expuesta la evidencia por personas con
las que tenían una relación de confianza. La amabilidad, la
empatía y la atención funcionan. Estas son las claves para
hacer que alguien cambie sus convicciones, puesto que
pasan por ayudarle a reformar su identidad. Y también son
el medio que hace posible mantener la atención de un
negacionista de la ciencia durante el tiempo suficiente
como para trabajar los datos y hacerse cargo de cualquier
déficit de información.

Como filósofo que le profesa un gran respeto a la ciencia,


me apena no ser capaz de señalar ningún trabajo científico
que respalde estas especulaciones. Me anima el hecho de
que otros que han estudiado este debate, como Michael
Shermer y Stephan Lewandowsky, hayan respaldado el
consejo de Peter Boghossian y James Lindsay: una
conversación respetuosa y cara a cara es la mejor manera
de tratar de volver a alguien favorable a cualquier causa.
¿Y qué hay por lo que respecta a los negacionistas de la
ciencia? Hablé por teléfono con Cornelia Betsch y se
interesó por la posibilidad de trabajar conmigo para tratar
de diseñar un futuro experimento.

149
James H. Kuklinski et al., «Misinformation and the Currency of Democratic
Citizenship», Journal of Politics, 62, núm. 3, agosto de 2000; disponible en:
https://www.uvm.edu/~dguber/POLS234/articles/kuklinski.pdf.
150
Esto se denomina efecto Dunning-Kruger. Me ocupo de él en Post-Truth, 51-
58.
151
Una encuesta telefónica seguramente no sea tan personal como una
entrevista cara a cara, pero es más personal que interactuar con los sujetos
solo online. El trabajo de Kuklinski supuso media hora de conversación
telefónica con cada uno de sus participantes. Eso es bastante tiempo al teléfono
con alguien.
152
Aunque no se dirige explícitamente a la cuestión de la identidad partidista,
nótese el cuidado con el que el estudio de Kuklinski aborda el problema de la
disonancia cognitiva y la polarización. Se aseguraron de no tentar el ego de los
sujetos recriminándoles haber cambiado de opinión. En lugar de decir: «Bueno,
hace un momento habría pensado que estabas totalmente en contra de las
prestaciones sociales», reformularon la pregunta de tal manera que pasara del
grado de prestaciones sociales que consideraban ideal a si apoyaban las
prestaciones sociales.
153
Kuklinski et al., «Misinformation and the Currency of Democratic
Citizenship».
154
David Redlawsk et al., «The Affective Tipping Point: Do Motivated
Reasoners Ever “Get It?”», Political Psychology, 12 de julio de 2010; disponible
en: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1467-9221.2010.00772.x.
155
De hecho, los investigadores observaron que primero los sujetos reaccionan
según cómo les hace sentir la información y después según su contenido. Por
supuesto, también reaccionamos emocionalmente cuando una creencia nos
favorece. Recuérdese el conocido problema del «sesgo de confirmación».
156
Véase Michael Lynch, Know-It-All Society, Nueva York, Liveright, 2019.
157
Redlawsk et al., «The Affective Tipping Point», 589. Aquí también puede
haber un factor social vinculado a la vergüenza que podrían experimentar los
sujetos al mantener su elección original. Si factores sociales como la presión de
los compañeros o la identidad pueden influir en la formación de creencias, es
probable que también influyan en su modificación.
158
Redlawsk et al., «The Affective Tipping Point», 590.
159
Brendan Nyhan y Jason Reifler, «When Corrrections Fail: The Persistence of
Political Misperceptions», Political Behavior (preimpresión), 2010; disponible
en: https://www.dartmouth.edu/~nyhan/nyhan-reifler.pdf.
160
Julie Beck, «This Article Won’t Change Your Mind», Atlantic, 13 de marzo
de 2017; disponible en:
https://www.theatlantic.com/science/archive/2017/03/this-article-wont-change-
your-mind/519093/; Elizabeth Kolbert, «Why Facts Don’t Change Our Minds»,
New Yorker, 27 de febrero de 2017; disponible en:
https://www.newyorker.com/magazine/2017/02/27/why-facts-dont-change-our-
minds.
161
Thomas Wood y Ethan Porter, «The Elusive Backfire Effect: Mass Attitudes’
Steadfast Factual Adherence», Political Behavior, 6 de enero de 2018;
disponible en: http://dx.doi.org/10.2139/ssrn.2819073.
162
Eileen Dombrowski, «Facts Matter After All: Rejecting the Backfire Effect»,
Oxford Education Blog, 12 de marzo de 2018,
https://educationblog.oup.com/theory-of-knowledge/facts-matter-after-all-
rejecting-the-backfire-effect.
163
Ethan Porter y Thomas Wood, «No, We’re Not Living in a Post-Fact World»,
Politico, 4 de enero de 2020; disponible en:
https://www.politico.com/news/magazine/2020/01/04/some-good-news-for-2020-
facts-still-matter-092771; Alexios Mantzarlis, «Fact-Checking Doesn’t
“Backfire”», Poynter, 2 de noviembre de 2016; disponible en:
https://www.poynter.org/fact-checking/2016/fact-checking-doesnt-backfire-new-
study-suggests/.
164
Brendan Nyhan y Jason Reifler, «The Roles of Information Deficits and
Identity Threat in the Prevalence of Misperceptions», Journal of Elections,
Public Opinion and Parties, 6 de mayo de 2018; disponible en:
https://www.dartmouth.edu/~nyhan/opening-political-mind.pdf.
165
Tomado del resumen de Nyhan y Reifler, «The Roles of Information Deficits
and Identity Threat».
166
Véase Lynch, Know-It-All Society.
167
Michael Shermer, «How to Convince Someone When Facts Fail», Scientific
American, 1 de enero de 2017; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/how-to-convince-someone-when-
facts-fail/.
168
Recordemos la obra clásica de Leon Festinger When Prophecy Fails, Nueva
York, Harper, 1964 —ya discutida en la nota 34 del capítulo 1—, donde refiere
la historia de los miembros de un culto milenarista llamado Los Buscadores que
renunciaron a todos sus bienes materiales y se sentaron en la cima de una
montaña a la espera de ser rescatados por una nave extraterrestre antes del
inminente Apocalipsis. Cuando no ocurrió nada, no cambiaron de creencias,
sino que consideraron que había sido su fe la que había salvado el mundo.
169
Véase la cita que acompaña a la nota 14 de la introducción. Shermer, «How
to Convince Someone When Facts Fail».
170
Philipp Schmid y Cornelia Betsch, «Effective Strategies for Rebutting
Science Denialism in Public Discussions», Nature Human Behaviour, 24 de
junio de 2019; disponible en: https://www.nature.com/articles/s41562-019-
0632-4.
171
Cathleen O’Grady, «Two Tactics Effectively Limit the Spread of Science
Denialism», Ars Technica, 27 de junio de 2019; disponible en:
https://arstechnica.com/science/2019/06/debunking-science-denialism-does-
work-but-not-perfectly/.
172
O’Grady, «Two Tactics».
173
Diana Kwon, «How to Debate a Science Denier», Scientific American, 25 de
junio de 2019; disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/how-
to-debate-a-science-denier/.
174
Schmid y Betsch, «Effective Strategies», 5.
175
Aparentemente, el sesgo de confirmación es una fuerza poderosa no solo
para los negacionistas de la ciencia sino también para todos aquellos que les
toman como objeto de estudio.
176
Un problema es que muchos científicos nunca han recibido formación sobre
cómo poner sus investigaciones en conocimiento de un público no
especializado. El Centro Alan Alda de Stonybrook intenta ayudar a los
científicos y a otras personas a aprender más sobre la comunicación pública de
la ciencia. Para más información, véase: (https://www.aldacenter.org). Por
supuesto, los científicos a veces protestan y realizan otros actos públicos en
defensa de la ciencia, como la Marcha por la Ciencia de 2017. Pero algunos han
argumentado que esto es una mala idea porque puede polarizar las posiciones
y hace que los científicos parezcan un grupo de interés. En cambio, un
comentarista ha dicho: «En vez de manifestarse en Washington y otros lugares
a lo largo del país, sugiero que mis colegas científicos se manifiesten en grupos
cívicos, iglesias, escuelas, ferias del condado y en privado en las oficinas de
responsables públicos electos. Entrar en contacto con esa parte de América
que no conoce a ningún científico. Dar la cara en el debate. Ayudarles a
entender lo que hacemos y cómo lo hacemos. Démosles nuestro correo
electrónico o, mejor aún, nuestro número de teléfono». Robert S. Young, «A
Scientists’ March on Washington Is a Bad Idea», New York Times, 31 de enero
de 2017; disponible en: https://www.nytimes.com/2017/01/31/opinion/a-
scientists-march-on-washington-is-a-bad-idea.html.
177
Young, «A Scientists’ March on Washington».
178
Schmid y Betsch no comparan la eficacia de la «refutación de la técnica»
(después del hecho) con la «inoculación» (antes del hecho) mediante la
exposición a los escasos recursos retóricos utilizados por los negadores de la
ciencia. En un trabajo anterior, Sander van der Linden analiza la evidencia
adicional de la eficacia de la teoría de la inoculación. Sander van der Linden,
«Inoculating against Misinformation», Science, 1 de diciembre de 2017;
disponible en: https://science.sciencemag.org/content/358/6367/1141.2. En un
trabajo todavía más reciente, ha inventado un «juego de noticias falsas» online
que ha obtenido cierto éxito en el prebunking frente a la desinformación
científica. Sander van der Linden, «Fake News “Vaccine” Works: “Pre-bunking
Game Reduces Susceptibility to Disinformation”», Science Daily, 24 de junio de
2019; disponible en:
https://www.sciencedaily.com/releases/2019/06/190624204800.htm.
179
Esto lleva a una crítica al estudio de Schmid y Betsch que puede ser
importante —y que Sander van der Linden exploró en un análisis del estudio
publicado en el mismo número de Nature Human Behaviour—: el enfoque que
adopta es totalmente reactivo. Van der Linden explora un enfoque llamado
predestrucción [prebunking] con el que trata de «inocular» en el sujeto
anticuerpos contra la desinformación científica antes de que la reciba. ¿Es esto
más eficaz que el tipo de desacreditación [debunking] que realizan Schmid y
Betsch? Nadie lo sabe. El trabajo de Van der Linden es magnífico. Sander van
der Linden, «Countering Science Denial», Nature Human Behaviour, 3 (2019),
889-890; disponible en: https://www.nature.com/articles/s41562-019-0631-5. Su
juego «Malas noticias» ayuda a los sujetos a percibir el error de los cinco
guiones antes de encontrarse con ellos. Sander van der Linden, «Bad News: A
Psychological “Vaccine” against Fake News», Inforrm, 7 de septiembre de
2019; disponible en: https://inforrm.org/2019/09/07/bad-news-a-psychological-
vaccine-against-fake-news-sander-van-der-linden-and-jon-rozenbeek/. Otro
excelente trabajo en torno a la idea de la inoculación puede encontrarse en:
John Cook, Stephan Lewandowsky y Ulrich Ecker, «Neutralizing
Misinformation through Inoculation», PLoS One, 5 de mayo de 2017; disponible
en: https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0175799.
180
Nótese, sin embargo, que incluso si fuera así seguiría siendo importante
intervenir. Toda mentira tiene su público y si no respondemos a los
negacionistas de la ciencia cuando están reclutando nuevos adeptos la
desinformación que propagan se extenderá cada vez más.
181
En The Scientific Attitude, desarrollo la teoría de que lo esencial de la
ciencia son sus valores. ¿Podría ser que la enseñanza de estos valores ayudara
a convertir a los negacionistas de la ciencia?
182
Tomado de Adrian Bardon, The Truth about Denial (Oxford, Oxford
University Press, 2020), 86.
183
En The Truth about Denial [La verdad sobre el negacionismo], Adrian
Bardon analiza la idea de Heather Douglas de que necesitamos educar al
público no solo en los hechos científicos, sino en cómo funciona realmente la
ciencia. Se trata de un proceso riguroso con una cultura y un conjunto de
valores únicos. Si lo compartimos, ¿podríamos hacer que el público se
identificara más con los científicos (véase Bardon, The Truth about Denial,
300)? Sara Gorman y Jack Gorman, en Denying to the Grave, Oxford, Oxford
University Press, 2017, 22, hacen unas consideraciones semejantes en torno a
la educación de los niños.
184
Mick West, Escaping the Rabbit Hole: How to Debunk Conspiracy Theories
Using Facts, Logic, and Respect, Nueva York, Skyhorse, 2018, 60.
185
Peter Boghossian y James Lindsay, How to Have Impossible Conversations,
Nueva York, Lifelong Books, 2019, 50-51.
186
Boghossian y Lindsay, How to Have Impossible Conversations, 12.
187
Lo más parecido que he podido encontrar se encuentra en John Cook y
Stephan Lewandowsky, que ofrecen consejos para tratar con los teóricos de la
conspiración en The Conspiracy Theory Handbook; disponible en:
https://www.climatechangecommunication.org/conspiracy-theory-handbook/.
Recordemos el consejo general de Michael Shermer tomado de su artículo
previamente citado en Scientific American «How to Convince Someone When
Facts Fail»; disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/how-to-
convince-someone-when-facts-fail/.
188
¿Por qué no? Parece un terreno propicio para seguir investigando.
189
Jonathan Berman, Anti-Vaxxers, Cambridge, MA, MIT Press, 2020. Véase
también Seth Mnookin, The Panic Virus, Nueva York, Simon and Schuster,
2011.
190
The Scientific Attitude, 143-147; Respecting Truth, 46-47; «Could a Booster
Shot of Truth Help Scientists Fight the Anti-vaccine Crisis?», The Conversation,
8 de marzo de 2019; disponible en: https://theconversation.com/could-a-
booster-shot-of-truth-help-scientists-fight-the-anti-vaccine-crisis-111154;
«Public Belief Formation and the Politicization of Vaccine Science», The
Critique, 10 de septiembre de 2015; disponible en:
http://www.thecritique.com/articles/public-belief-formation-the-politicization-of-
vaccine-science-a-case-study-in-respecting-truth/.
191
Véase The Scientific Attitude, 143-147. Es importante darse cuenta de que
el fenómeno de los antivacunas se remonta a la primera vacuna, pero tras el
trabajo de Wakefield se extendió notablemente. Para una historia completa,
véase Berman, Anti-vaxxers.
192
Associated Press, «Clark County Keeps 800 Students Out of School Due to
Measles Outbreak», NBC News, 7 de marzo de 2019; disponible en:
https://www.nbcnews.com/storyline/measles-outbreak/clark-county-keeps-800-
students-out-school-due-measles-outbreak-n980491.
193
Lena Sun y Maureen O’Hagen, «“It Will Take Off Like Wildfire”: The Unique
Dangers of the Washington State Measles Outbreak», Washington Post, 6 de
febrero de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/national/health-science/it-will-take-off-like-a-
wildfire-the-unique-dangers-of-the-washington-state-measles-
outbreak/2019/02/06/cfd5088a-28fa-11e9-b011-d8500644dc98_story.html?
utm_term=.5b65964ef193.
194
Rose Branigin, «I Used to Be Opposed to Vaccines», Washington Post, 11 de
febrero de 2019; disponible en: https://www.washingtonpost.com/opinions/i-
used-to-be-opposed-to-vaccines-this-is-how-i-changed-my-
mind/2019/02/11/20fca654-2e24-11e9-86ab-5d02109aeb01_story.html?
utm_term=.089a62aac347.
195
Vanessa Milne et al., «Seven Ways to Talk to Anti-vaxxers (That Actually
Might Change Their Minds)», Healthy Debate, 31 de agosto de 2017; disponible
en: https://healthydebate.ca/2017/08/topic/vaccine-safety-hesitancy. En Anti-
vaxxers, Jonathan Berman refiere la historia de otros siete u ocho antivacunas
que cambiaron de opinión bajo circunstancias parecidas (205-209).
196
Marina Koren, «Trump’s NASA Chief: “I Fully Believe and Know the
Climate Is Changing”», Atlantic, 17 de mayo de 2018; disponible en:
https://www.theatlantic.com/science/archive/2018/05/trump-nasa-climate-
change-bridenstine/560642/.
197
Terry Gross, «How a Rising Star of White Nationalism Broke Free from the
Movement», NPR, 24 de septiembre de 2018; disponible en:
https://www.npr.org/2018/09/24/651052970/how-a-rising-star-of-white-
nationalism-broke-free-from-the-movement.
198
Se ha informado también de otras conversiones parecidas. Es fascinante la
historia de Daryl Davis, un músico de blues afroamericano, que ha convertido
personalmente a más de trescientos antiguos miembros del Ku Klux Klan,
simplemente haciéndose su amigo y hablando con ellos. Mark Segraves, «“How
Can You Hate Me?” Maryland Musician Converts White Supremacists», NBC
Washington, 14 de febrero de 2020; disponible en:
https://www.nbcwashington.com/news/local/musician-fights-racism-by-
speaking-to-white-supremacists/2216483/. Para una entrevista en vídeo con
Davis, véase: hhttp://www.pbs.org/wnet/amanpour-and-company/video/daryl-
davis-on-befriending-members-of-the-kkk/.
199
Eli Saslow, Rising Out of Hatred: The Awakening of a Former White
Nationalist, Nueva York, Anchor, 2018, 225.
200
Charles Monroe-Kane, «Can You Change the Mind of a White
Supremacist?» To the Best of Our Knowledge, 12 de marzo de 2019; disponible
en: https://www.ttbook.org/interview/can-you-change-mind-white-supremacist.
201
David Weissman, «I Used to Be a Trump Troll —Until Sarah Silverman
Engaged with Me», Forward, 5 de junio de 2018,
https://forward.com/scribe/402478/i-was-a-trump-troll/; «Former Twitter Troll
Credits Sarah Silverman with Helping Him to See “How Important Talking Is”»,
CBC Radio, 12 de abril de 2019; disponible en:
https://www.cbc.ca/radio/outintheopen/switching-sides-1.5084481/former-
twitter-troll-credits-sarah-silverman-with-helping-him-see-how-important-
talking-is-1.5094232; Jessica Kwong, «Former Trump Supporter Says MAGA
“Insults” Snapped Him Out of “Trance” of Supporting President», Newsweek, 3
de octubre de 2019; disponible en: https://www.newsweek.com/former-trump-
supporter-snapped-out-maga-1463021.
202
Michael B. Kelley, «STUDY: Watching Only Fox News Makes You Less
Informed Than Watching No News At All», Business Insider 22 de mayo de
2012; disponible en: https://www.businessinsider.com/study-watching-fox-news-
makes-you-less-informed-than-watching-no-news-at-all-2012-5.
203
Vanessa Milne, «Seven Ways to Talk to Anti-vaxxers (That Might Actually
Change Their Minds)», Healthy Debate, 31 de agosto de 2017; disponible en:
https://healthydebate.ca/2017/08/topic/vaccine-safety-hesitancy.
204
Karin Kirk, «How to Identity People Open to Evidence about Climate
Change», Yale Climate Connection, 9 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.yaleclimateconnections.org/2018/11/focus-on-those-with-an-open-
mind/.
205
John M. Glionna, «The Real-Life Conversion of a Former Anti-Vaxxer»,
California Healthline, 2 de agosto de 2019; disponible en:
https://californiahealthline.org/news/the-real-life-conversion-of-a-former-anti-
vaxxer/.
206
Lewandowsky y Cook, The Conspiracy Theory Handbook.
207
Rene Chun, «Scientists Are Trying to Figure Out Why People Are OK With
Trump’s Endless Supply of Lies», Los Angeles Magazine, 14 de noviembre de
2019; disponible en: https://www.lamag.com/citythinkblog/trump-lies-research/.
208
Christopher Joyce, «Rising Seas Made This Republican Mayor a Climate
Change Believer», NPR, 17 de mayo de 2016; disponible en:
https://www.npr.org/2016/05/17/477014145/rising-seas-made-this-republican-
mayor-a-climate-change-believer.
209
Fred Grimm, «Florida’s Mayors Face Reality of Rising Seas and Climate
Change», Miami Herald, 14 de marzo de 2016; disponible en:
https://www.miamiherald.com/news/local/news-columns-blogs/fred-
grimm/article68092452.html.
210
Sarah Ann Wheeler y Celine Nauges, «Farmers’ Climate Denial Begins to
Wane as Reality Bites», The Conversation, 11 de octubre de 2018; disponible
en: https://theconversation.com/farmers-climate-denial-begins-to-wane-as-
reality-bites-103906; Helena Bottemiller Evich, «“I’m Standing Right Here in
the Middle of Climate Change”: How USDA Is Failing Farmers», Politico, 15 de
octubre de 2019; disponible en: https://www.politico.com/news/2019/10/15/im-
standing-here-in-the-middle-of-climate-change-how-usda-fails-farmers-043615;
«Stories from the Sea: Fishermen Confront Climate Change», Washington
Nature; disponible en: https://www.washingtonnature.org/fishermen-climate-
change.
211
Emma Reynolds, «Some Anti-vaxxers Are Changing Their Minds Because of
the Coronavirus Pandemic», CNN, 20 de abril de 2020,
https://www.cnn.com/2020/04/20/health/anti-vaxxers-coronavirus-
intl/index.html; Jon Henley, «Coronavirus Causing Some Anti-vaxxers to Waver,
Experts Say», Guardian, 21 de abril de 2020,
https://www.theguardian.com/world/2020/apr/21/anti-vaccination-community-
divided-how-respond-to-coronavirus-pandemic; Victoria Waldersee, «Could the
New Coronavirus Weaken “Anti-vaxxers?”», Reuters, 11 de abril de 2020;
disponible en: https://www.reuters.com/article/us-health-coronavirus-
antivax/could-the-new-coronavirus-weaken-anti-vaxxers-idUSKCN21T089.
CAPÍTULO 4

Encuentros cercanos con el


cambio climático

El negacionismo del cambio climático representa, con


diferencia, el caso más importante de negación de la
ciencia en la época en la que vivimos. La razón de esto no
es solo que los negacionistas del cambio climático sean
muchos y estén atrincherados (sobre todo en Estados
Unidos) sino que el coste de no hacer nada se prevé
catastrófico.
La conclusión de un reciente informe del IPCC difundido
en 2018 por las Naciones Unidas resulta demoledora. No es
solo que el mundo no esté cumpliendo el objetivo «al-que-
no-nos-podemos-permitir-no-llegar» de un incremento total
de la temperatura de 2 grados centígrados —lo que exigiría
recortar las emisiones por debajo de su nivel actual—, sino
que en 2017 las emisiones de dióxido de carbono se
incrementaron hasta alcanzar su mayor registro 212 ; y
luego, en 2018, volvieron a aumentar 213 . Los datos
completos para 2019 aún no están disponibles, pero los
análisis preliminares adelantan otro máximo histórico 214 .
«Tenemos graves problemas con el cambio climático»,
reconoció el secretario general de la ONU, António
Guterres, en la apertura de la vigésimo cuarta conferencia
anual de las Naciones Unidas sobre esta cuestión, que tuvo
lugar en Polonia en 2018. En China se registró un
crecimiento de las emisiones de casi el 5% en 2018, al que
hay que sumar el 6% de la India. Como segundo mayor
emisor de gases de efecto invernadero (y aún más gracias a
la política favorable al carbón de Trump), tal vez no resulte
sorprendente que en Estados Unidos las emisiones de
dióxido de carbono hayan aumentado el 2,5% en 2018. Por
si fuera poco, los científicos prevén que el objetivo de 2
grados centígrados (según lo establecido en el anterior
Acuerdo de París) no sea lo suficientemente ambicioso.
Para evitar los peores efectos del calentamiento global, el
mundo debería aspirar a un aumento de la temperatura de
no más de 1,5 grados centígrados 215 .
Quizá la conclusión más alarmante, sin embargo, fuera
que al ritmo actual alcanzaremos el objetivo de los 1,5
grados en 2040. (Ya hemos recorrido dos terceras partes
del camino; la temperatura global se ha incrementado 1
grado centígrado desde la Revolución Industrial en la
década de 1850.) 216 Más allá de eso, si no hacemos nada,
se espera que la temperatura global se incremente entre 3
y 5 grados centígrados (entre 5,4 y 9 grados Fahrenheit) a
finales de siglo, lo que traería consigo consecuencias
devastadoras 217 . Para entonces, los costes económicos
mundiales del cambio climático ascenderán a más de
cincuenta y cuatro mil millones de dólares 218 . Pero los
costes humanos y sociales serán aún más trágicos y
difíciles de cuantificar. Se espera que los efectos
ambientales, como el calor extremo, el aumento de los
incendios forestales, las inundaciones, los huracanes, la
escasez de agua y la pérdida de cosechas, causen millones
de muertes relacionadas con el calor, oleadas de refugiados
climáticos y un colapso social a una escala que el mundo
nunca ha presenciado 219 .
La pequeña buena noticia es que si reducimos a la mitad
las emisiones de dióxido de carbono para el año 2030
todavía podemos alcanzar el objetivo de los 1,5 grados 220 .
(Pero para mantenerlo las emisiones deben reducirse a
cero en 2050.) 221 Sin embargo, como dice claramente el
informe del IPCC, «no hay ningún precedente histórico
documentado» de un cambio de la envergadura necesaria
en energía, transportes y otros sistemas para alcanzar los
1,5 grados 222 . ¿Puede ayudar la tecnología? Sin duda. De
hecho, de acuerdo con los científicos de la universidad de
Princeton Robert Socolow y Stephen Pacala, «la humanidad
ya posee los conocimientos fundamentales teóricos y
técnicos, así como el saber-hacer industrial, para resolver
los problemas del carbono y el clima durante el próximo
medio siglo» 223 . ¿Podrían los incentivos económicos ser
útiles? Sí. Una tasa mundial sobre el carbono podría servir
de catalizador para modificar nuestros hábitos de consumo
de tal manera que tomemos mejores decisiones
medioambientales. Y lo que es más importante: tendríamos
que suprimir el uso del carbón 224 . Aunque sería doloroso,
hay múltiples incentivos para asumir estos costes ahora
que son más bajos en vez de dejarlo para más adelante.
Como declaró el secretario general de la ONU, Guterres,
«es difícil exagerar la gravedad de nuestra situación. […]
Hasta cuando presenciamos devastadores impactos
climáticos que causan estragos en todo el mundo, seguimos
sin hacer lo suficiente ni nos movemos con la suficiente
rapidez para evitar consecuencias ambientales
irreversibles y catastróficas» 225 .
Ahora bien, ¿qué probabilidad hay de que algo de esto
ocurra sin la voluntad política de llevarlo a cabo? Vivimos
en un mundo en el que ni siquiera los países gobernados
por políticos que reconocen el cambio climático cumplen
sus objetivos. En 2018 el presidente francés Emmanuel
Macron tuvo que enfrentarse a disturbios masivos en su
país por tratar de gravar los combustibles con un modesto
impuesto, cosa que finalmente no hizo al tiempo que
afirmaba: «Ningún impuesto es digno de poner en peligro
la unidad de la nación» 226 . Anteriormente había dicho: «No
se puede estar el lunes a favor del medio ambiente y el
martes en contra del aumento del precio de los
combustibles» 227 . No obstante, parpadeó.
En Estados Unidos tenemos un dirigente político que ni
siquiera parpadea, porque ya ha cerrado los ojos a la
realidad del cambio climático. Como ya se sabe, el
presidente Trump sacó a Estados Unidos del Acuerdo de
París en cuanto le fue posible (noviembre de 2020) 228 .
Desde entonces, ha hecho todo lo posible para restarle
importancia al cambio climático. Ha restablecido las
subvenciones a la extracción de carbón 229 . Ha eliminado
para los coches nuevos las normas de emisiones aprobadas
por Obama 230 . Ante la oleada de incendios que azotó
California en 2018, descartó cualquier relación con el
cambio climático y sugirió que los bomberos dedicaran más
tiempo «a rastrillar el suelo de los bosques» 231 . En una
entrevista de octubre de 2018 mantuvo delante de las
cámaras el siguiente intercambio relativamente increíble
con un periodista que le había preguntado si seguía
creyendo que el cambio climático es un fraude:

STAHL. ¿Sigue creyendo usted que el cambio climático es


un fraude?
TRUMP. Creo que algo está pasando; algo cambia y
volverá a cambiar. No creo que sea un fraude, creo
que probablemente haya algo, pero no sé si causado
por el hombre. Voy a decirlo: no quiero entregar
trillones y trillones de dólares. No quiero que se
pierdan millones y millones de trabajos. No quiero que
me pongan en desventaja.
STAHL. Me gustaría que pudiera ir usted a Groenlandia y
ver esos enormes bloques de hielo cayendo al mar y
haciendo crecer el nivel de las aguas.
TRUMP. Usted no sabe si eso habría ocurrido o no sin el
hombre. No lo sabe.
STAHL. Bueno, sus científicos…
TRUMP. No, tenemos…
STAHL. En la NOAA [Oficina Nacional de Investigación
Atmosférica] y la NASA…
TRUMP. Tenemos científicos que no están de acuerdo con
eso.
STAHL. ¿Sabe? Yo… yo estaba pensando que si usted me
dijera: «No, he visto huracanes, he cambiado de
opinión. El cambio climático existe», yo pensaría:
«Vaya, es impactante».
TRUMP. Bueno… no lo estoy negando.
STAHL. Qué impactante sería eso.
TRUMP. No estoy negando el cambio climático. Pero
podría desdecirme perfectamente. ¿Sabe usted?
Estamos hablando de muchos millones…
STAHL. Pero eso es negarlo.
TRUMP. …de años. Dicen que hemos tenido huracanes
mucho peores que Michael.
STAHL. ¿Dicen? ¿Quién lo dice?
TRUMP. La gente, la gente dice que…
STAHL. Vale, pero ¿qué hay de los científicos que dicen
que no ha habido uno peor?
TRUMP. Tendría usted que decirme qué científicos,
porque algunos responden a una agenda política,
Lesley 232 .

En este contexto de políticos estadounidenses que hacen


especulaciones descabelladas sobre un supuesto
«enfriamiento global» y comentarios despreciativos acerca
del «alarmismo» de los científicos del clima 233 , también
hay que afrontar la cobarde decisión de Trump de publicar
un informe del Congreso exigido al gobierno sobre el
cambio climático durante el Black Friday de 2018 —al día
siguiente de Acción de Gracias—, de tal manera que los
periodistas pasaran por alto la dura conclusión a la que
llegaban los propios científicos del gobierno: si no se hace
algo pronto, Estados Unidos sufrirá una contracción
económica del 10% de su producto interior bruto a finales
de siglo 234 .
Los terraplanistas pueden parecer inofensivos, pero este
otro tipo de negacionismo de la ciencia puede llegar a
matarnos 235 . Por fortuna, con cada año que pasa las
resistencias al cambio climático parecen ir disminuyendo.
Según una encuesta de la universidad de Monmouth de
2018, el 78% de los estadounidenses cree a día de hoy en la
realidad del cambio climático y está de acuerdo en
calificarlo de «problema muy grave». Sin embargo, estas
cantidades incluyen solo a un 25% de republicanos. Y la
opinión pública general permanece dividida en torno a las
causas del cambio climático, con solo el 29% de los
encuestados reflejando adecuadamente el acuerdo del 97%
de los científicos a escala mundial en torno a que la
actividad humana es casi por completo responsable del
incremento de la temperatura global 236 . Seguramente no
todas esas personas sean negacionistas de la ciencia.
Algunas simplemente pueden desconocer los hechos, que
han sido distorsionados por una campaña de
desinformación orquestada por grupos de presión
industriales e intereses políticos. Pero esta es la razón por
la que es tan importante que quienes comprendemos la
relevancia y consecuencias del cambio climático y tenemos
confianza en los científicos que lo estudian sigamos
hablando de ello.
LOS ORÍGENES Y CAUSAS DEL NEGACIONISMO DEL CAMBIO CLIMÁTICO

Existe un desajuste masivo entre el conocimiento público


y la realidad del cambio climático. Entre los representantes
políticos, este desajuste podría revestir si cabe una
gravedad mayor, dado el desequilibrio de poder entre
demócratas y republicanos durante la presidencia de
Trump y la consolidada tendencia a negar el cambio
climático en el Partido Republicano 237 . Si vamos a hacer
algo para combatir el cambio climático, Estados Unidos
debe asumir un papel preponderante. Pero sin que nuestros
ciudadanos tengan la voluntad política de propiciar estos
cambios ¿qué probabilidad hay de que nuestros dirigentes
elegidos en las urnas tengan en cuenta estas demandas (o
de que lleguemos a tener políticos que se las tomen en
serio)?
Ahora una pregunta inevitable: si la ciencia tiene tan
clara su existencia, ¿por qué hay tanta gente que niega el
cambio climático? Creo que no hace falta que me ponga a
desgranar aquí la evidencia a favor del aumento de la
temperatura global. Hay fuentes de sobra para quien las
necesite 238 . Al igual que en el primer capítulo entendí que
no es mi trabajo demostrarle al lector que la Tierra es
redonda, tampoco ahora debería ser mi objetivo exponer la
evidencia científica a favor del cambio climático. Lo
necesario en este momento, por el contrario, es indagar en
las motivaciones y estrategias de los negacionistas del
cambio climático. ¿Por qué les llamo «negadores» y no
«escépticos»? Porque la evidencia es tan obvia y el
consenso entre los científicos está tan extendido que ni
siquiera se acercan a serlo.
En un estudio de 2004, Naomi Oreskes examinó la
totalidad de los 928 artículos relacionados con el «cambio
climático global» publicados en el período entre 1993 y
2003 y descubrió que exactamente ninguno de ellos se
apartaba del consenso científico en torno al calentamiento
global 239 . En una continuación de 2012, James L. Powell
comprobó que de los 13 930 artículos en torno al cambio
climático sometidos a revisión por pares entre 1991 y 2012
solo veintidós de ellos (el 0,17%) rechazaban la idea del
calentamiento global 240 . En una actualización de 2014 con
2258 artículos más, Powell solo encontró un artículo
adicional que desafiara el consenso científico en torno al
cambio climático 241 .
Hoy en día se oye con frecuencia que el 97% de los
científicos están de acuerdo en que el cambio climático
está teniendo lugar principalmente debido a la actividad
humana. Una fuente a favor de esta aseveración es una
encuesta realizada por Peter Doran y Maggie Zimmerman,
que arrojó como resultados que entre los científicos del
clima el 96,2% está de acuerdo en que la temperatura
global ha aumentado desde 1800, y que el 97,4% considera
que la actividad humana ha contribuido decisivamente al
cambio de la temperatura global 242 . Este hallazgo fue
corroborado en un artículo de 2013 de John Cook et al. que
examinaba los resúmenes [abstracts] de 11 944 textos
científicos en torno al «cambio climático» o «calentamiento
global» publicados entre 1993 y 2011 y que llegó a la
conclusión de que —entre aquellos que expresaban una
opinión— el 97,1% se adhería al consenso científico del
calentamiento global antropogénico 243 . Más tarde, en
2015, en una impresionante continuación, Rasmus
Benestad y sus colaboradores examinaron el trabajo del
notorio 3% de los científicos que rechazaban el cambio
climático —treinta y ocho artículos que habían aparecido
en revistas con revisión por pares durante la década
anterior— y descubrieron que ¡todos ellos adolecían de
defectos metodológicos! 244 .
El resultado es que prácticamente no hay debate
científico en torno a la realidad del cambio climático, o más
bien que el grado de disentimiento es exactamente el que
cabría esperar en relación con cualquier cuestión científica
a propósito de la cual la cantidad de evidencia es
abrumadora pero la posibilidad de prueba es inexistente,
minúscula 245 . Hay, sin embargo, una notable disparidad
entre lo que los científicos creen y lo que el público piensa
que los científicos creen. Es decir, el público está mal
informado no solo acerca de si el cambio climático se está
produciendo (y de a quién corresponde la responsabilidad)
sino también acerca de si los científicos están de acuerdo
en que el cambio climático es real (y que los humanos son
abrumadoramente responsable de él). Este es el resultado
de una campaña de desinformación que ha sido fabricada al
hilo de intereses políticos y corporativos para confundir al
público.
Como ha observado Dana Nuccitelli (una de las
colaboradoras del estudio de Benestad):
Cuando le preguntaron por el último informe del IPCC, los congresistas
republicanos emitieron un mensaje consistente pero falso: los científicos
del clima siguen debatiendo si los humanos son los responsables. El
anterior informe del IPCC era muy claro a ese respecto al atribuir el cien
por cien del calentamiento global desde 1950 a la actividad humana. La
científica atmosférica de la NASA Kate Marvel ha señalado que «tenemos
una mayor seguridad de que los gases de efecto invernadero son la causa
del cambio climático que de que fumar produce cáncer» 246 .

«Sin embargo», prosigue Nuccitelli, «como han puesto


de manifiesto encuestas de las universalidades de Yale y
George Mason, solo aproximadamente el 15% de los
estadounidenses saben que el consenso entre los expertos
supera el 90%».
¿Cómo ha ocurrido esto? Aquí la trama política viene
precedida de otra económica relacionada con intereses
corporativos no muy diferente a la de los años cincuenta en
torno al cáncer de pulmón y el consumo de cigarrillos.
¿Recordamos la reunión de los ejecutivos de las compañías
tabacaleras en los años cincuenta, cuando se pusieron de
acuerdo en un plan en contra de las conclusiones
científicos acerca del consumo de cigarrillos y el cáncer?
Una reunión casi idéntica tuvo lugar cuarenta años
después, en 1998, cuando el Instituto del Petróleo
Americano (con miembros como ExxonMobil, BP, Chevron y
Shell Oil) decidió crear un «plan de comunicación sobre el
cambio climático» para combatir la ciencia del
calentamiento global. Cuando muchas naciones del mundo
se habían congregado alrededor del protocolo de Kyoto de
1997 con el objetivo de reducir las emisiones de carbono,
había llegado el momento de actuar. Esto dio lugar a una
estrategia diseñada para crear confusión acerca de la
ciencia sobre el cambio climático siguiendo el mismo
esquema que los ejecutivos de la industria tabacalera
habían aplicado años antes. Recordemos la tristemente
célebre nota que decía: «La duda es nuestro producto».
Esta vez el plan de acción de la API [siglas en inglés de
«Instituto del Petróleo Americano»] fue filtrado, así que no
tardó décadas en salir a la luz 247 . Decía: «La victoria será
alcanzada cuando el ciudadano medio “entienda”
(reconozca) las incertidumbres de la ciencia del clima» y
«los promotores del tratado de Kyoto sobre la base del
estado actual de la ciencia parezcan haber perdido el
contacto con la realidad» 248 . Pero esta vez en realidad no
importa. Los frentes de batalla están fijados y un
memorando filtrado no tiene la misma pegada. Años
después se supo que ExxonMobil conocía la realidad del
cambio climático ya en 1977 249 . De hecho, poniendo en
práctica la definición misma de hipocresía, ExxonMobil
estaba elaborando proyectos de búsqueda de nuevos
yacimientos petrolíferos en el Ártico una vez que el
casquete polar se hubiera derretido, al mismo tiempo que
redoblaba sus esfuerzos para fomentar el negacionismo del
cambio climático 250 .
Puede ser difícil de recordar, pero no siempre fue así.
Cuando el calentamiento global empezó a atraer la
atención del público a finales de la década de 1980, el
presidente George H. W. Bush prometió librar una batalla
contra el «efecto invernadero» con el «efecto Casa Blanca».
Un resultado fue la creación del Panel Intergubernamental
sobre el Cambio Climático, que ha hecho mucho por
mantener al público informado del calentamiento global 251 .
Incluso tan tardíamente como en 2008, persistía algo
parecido al bipartidismo: ahí tuvimos un anuncio de
servicio público en televisión en el que aparecían el
republicano Newt Gingrich y la demócrata Nancy Pelosi
sentados en un sofá y prometiendo un enfoque unitario
para combatir el cambio climático 252 . Por aquel entonces,
por supuesto, Al Gore era de nuevo el centro de atención
con sus pases de diapositivas, que culminaron en su libro y
película de 2008 Una verdad incómoda. La cuestión del
cambio climático ya iba rumbo a la politización, aunque no
había llegado todavía al grado de fervor partidista que
vemos hoy. Primero los políticos tenían que capitular del
todo ante los intereses corporativos, que estaban muy
pendientes de cómo se desarrollara el «debate» 253 .
En su libro de 2016 Dark Money, Jane Mayer sostiene
que el negacionismo del cambio climático fue iniciado por
ciertos inversores en energías fósiles, como los hermanos
Koch y ExxonMobil 254 . De hecho, la cantidad de dinero
procedente de Charles y David Koch ya era por sí sola
asombrosa: «Entre 2005 y 2008 una única fuente, los Koch,
engrasó con casi veinticinco millones de dólares a
diferentes organizaciones que se oponían a la lucha contra
el cambio climático» 255 . Esto quiere decir que gastaron
tres veces más que ExxonMobil. En otro lugar Mayer
escribe: «Si hay todavía alguna incertidumbre acerca de
que los hermanos Koch son los principales artífices de
propagar la desconfianza en torno al cambio climático en
Estados Unidos, debería desaparecer con la publicación de
Kochland» 256 . Otros han señalado que «pocos seres
humanos tienen una mayor responsabilidad en la presente
crisis climática que David Koch» 257 .
Por supuesto, también había dinero procedente de
compañías de combustibles fósiles. En un artículo de 2019,
Forbes revelaba que
cada año las cinco empresas públicas de gas y petróleo más grandes del
mundo se gastan aproximadamente doscientos millones de dólares en
presionar con vistas a controlar, retrasar o bloquear la adopción de
medidas vinculantes contra el cambio climático. […] BP tiene el gasto
anual más alto con cincuenta y tres millones seguida de Shell con
cuarenta y nueve. Chevron y Total se gastan cada una alrededor de
veintinueve millones al año 258 .

Smithsonian Magazine calcula que en total «casi mil


millones de dólares fluyen anualmente al año hacia el
movimiento organizado contra el cambio climático» 259 .
¿Qué compra todo este dinero? Think tanks 260 ,
conferencias 261 , grupos de presión, investigaciones de
científicos amigos de la industria, cobertura mediática… En
una palabra: dudas. En Dark Money Mayer señala que la
politóloga de Harvard Theda Skocpol sitúa en 2007 el
punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático.
Fue justo después de que Al Gore fuera galardonado con el
Nobel de la Paz y Una verdad incómoda apareciera en las
pantallas de todo el mundo. Las encuestas ponían de
manifiesto que el público estaba cada vez más preocupado
por el cambio climático. En este momento las fuerzas del
negacionismo empezaron a contraatacar con fuerza.
Emisiones de radio, programas de televisión, libros y
testimonios ante el Congreso contribuyeron a una campaña
de relaciones públicas encaminada a promover el
escepticismo en torno al cambio climático. Skocpol calcula
que durante este período el negacionismo del cambio
climático llegó a calar entre el 30 y el 40% de la población
de Estados Unidos 262 . El resultado era predecible: «en
poco tiempo las encuestas de opinión pusieron de
manifiesto que la preocupación en torno al cambio
climático se había derrumbado en todos los sectores salvo
entre los progresistas más comprometidos» 263 .
El efecto en la política estadounidense era de esperar.
Con la cambiante opinión pública, por no hablar de los
millones de dólares en financiación política procedentes a
lo largo de los años de empresas con intereses en el campo
de los combustibles fósiles, «el Partido Republicano,
especialmente en el Congreso, dio enseguida un giro a la
derecha en la cuestión climática. Las diferencias partidistas
siguieron siendo pequeñas entre el público en general pero
se ampliaron hasta hacerse abismales entre políticos
electos» 264 . En una entrevista acerca de su libro Kochland
Christopher Leonard afirma:
La red Koch tuvo un papel fundamental e insustituible en desgastar al
ala moderada del Partido Republicano, que aceptaba la realidad del
cambio climático. Y eso hizo que el discurso político cambiara para
siempre hasta el punto de que ahora cualquier republicano creíble que
quiera recaudar dinero suficiente para ser reelegido no puede ni siquiera
reconocer hechos básicos aceptados por la ciencia 265 .

Hoy nos damos de bruces con todo el legado del


negacionismo y la desinformación. Aunque la opinión
pública haya empezado a moverse de nuevo a favor de la
realidad del cambio climático, los políticos siguen
inoperantes 266 . ¿Por qué? Porque la forma más novedosa
de negacionismo no tiene que ver con la existencia del
cambio climático sino con si sabemos lo suficiente como
para ser capaces (o tener la obligación) de hacer algo al
respecto 267 . Y esto se presta mucho más a respuestas
partidistas.
En la última encuesta de Pew, los investigadores
comprobaron que por primera vez la mayoría de los
estadounidenses (el 52%) afirmaba que tomar medidas
para combatir el cambio climático debería ser una de las
principales prioridades del presidente y el Congreso; sin
embargo, se da una profunda división partidista. Durante
los últimos cuatro años, el apoyo de los demócratas a una
mayor acción política en relación con el cambio climático
se ha incrementado del 46 al 78%, pero los republicanos se
han mantenido básicamente impasibles entre el 19 y el
21% 268 . Más que un problema de conocimiento, parece que
la creencia en el cambio climático se ha convertido en una
cuestión de identidad 269 . De la misma manera que con el
terraplanismo, la evidencia ya da igual; lo importante es el
bando en el que se esté.
Ahora bien, ¿cómo puedo decir todo esto? ¿No hay
fundamentos para el debate en torno al cambio climático
como problema científico? ¿Qué ha sido del añejo y
saludable escepticismo? ¿Es la evidencia a favor del cambio
climático realmente tan clara como a favor de la esfericidad
de la Tierra? Si es así, ¿por qué no pueden demostrarlo?
Aquí nos encontramos de vuelta en un lugar familiar y
hemos visto antes este guion. Como ya sabemos, no hay
nada en la ciencia que no permita disentir. Siempre hay
una hipótesis alternativa que podría ser verdadera, pero
esto no anula la justificación. La suma de toda la evidencia
a favor del cambio climático antropogénico es descomunal.
¿Recordamos la historia de Reuters acerca de cómo la
evidencia a favor del cambio climático ha alcanzado un
nivel de confianza del 99,9999%? 270 . Frente a la
abrumadora evidencia, es irracional no creer algo solo
porque la alternativa tiene alguna posibilidad de ser cierta.
¿Hay unicornios rayados en el Polo Sur? ¿Cómo sabemos
que no si nunca hemos estado allí? Esto es terraplanismo
de nuevo. Rechazar una evidencia tan grande y un
consenso científico tan rotundo no es escepticismo, sino
negación.
Por tanto, ¿por qué hemos permitido que los intereses de
la industria de los combustibles fósiles y los políticos
conservadores hayan explotado de manera tan eficaz el
tema de la duda, como si hubieran descubierto una enorme
debilidad en el razonamiento científico? Es el momento de
volver atrás. El antídoto contra la negación del cambio
climático es exponer su corrupción financiera e ideológica,
así como el parecido de su estrategia argumentativa con la
utilizada por otros movimientos similares en torno a la
evolución, las vacunas y la forma de la Tierra. Pero se nos
plantea aquí una pregunta interesante. Entendemos que la
negación del cambio climático presenta muchas
semejanzas con la campaña para negar el vínculo entre el
consumo de cigarrillos y el cáncer, pero ¿qué tienen en
común con algo como la Tierra plana? No se me ocurre
quién pueda estar beneficiándose del terraplanismo. Cierto,
algunas personas se han unido a la causa porque ven la
posibilidad de embolsarse unos dólares e incluso de
ganarse la vida a base de camisetas, páginas web,
sombreros y libros. Pero ¿es ese el propósito con el que fue
creado el terraplanismo? Lo dudo.
A veces la negación de la ciencia es así. En algunos casos
puede haber un interés evidente, pero en otros es como si
surgiera espontáneamente de la nada. En relación con el
cambio climático caben pocas dudas acerca de cómo fue
creada. Los trabajos de Oreskes, Conway, Leonard, Mayer,
Mooney, Hoggan, Coll y otros dejan pocas dudas sobre el
cinismo y la corrupción que han dado origen a la negación
climática y el papel que a lo largo de los años han
desempeñado avivando el fuego quienes se benefician de
ella o están en deuda con quienes se benefician de ella. Sí,
hay personas que se lo creen. Son los peones de la historia.
Ahora bien, ¿significa esto que sus promotores tampoco lo
creen?
En una entrevista acerca de Kochland, Christopher
Leonard reflexiona sobre la cuestión de si David y Charles
Koch creían realmente que lo que estaban haciendo era
defender la verdad, a pesar de dedicarse a financiar y
difundir información falsa.
No pretendo sonar cursi; es la pura verdad. […] Como periodista de
fuera, no puedo sentarme aquí y dar una respuesta satisfactoria. ¿De
verdad creen que el cambio climático es […] falso o una exageración? ¿De
verdad creen que las fuerzas del mercado van a venir y resolver el
problema por sí solas? […] Charles Koch no quiso hablar conmigo
oficialmente ni responder a ninguna de mis preguntas sobre el tema; la
compañía no lo permitió. Pero sí puedo decir que entrevisté a gente de
las altas instancias de las Industrias Koch que llevaban allí décadas y que
pensaban de corazón que el cambio climático es un engaño. Entonces no
sé cuánto hay aquí de sistema de creencias que se refuerza cuando se
trabaja en el mundo de la industria petrolera y cuánto hay de evitación
deliberada de la evidencia científica. Simplemente lo ignoro 271 .

¿Significa esto que el negacionismo del cambio climático


no sigue el mismo patrón que la Tierra plana? Que el
manual de estrategia sea diferente depende de si este ha
surgido interesada o espontáneamente, de si se está
intentando confundir a otras personas o uno se cree lo que
dice de verdad. Rotundamente, no. El negacionismo del
cambio climático sigue cumpliendo los cinco tropos del
manual de estrategia, al igual que las teorías de la Tierra
plana. A pesar de que lo más probable es que no fueran
diseñados de manera consciente para inducir a la gente a
creer en la Tierra plana, los cinco tropos siguen siendo la
columna vertebral de su razonamiento. De igual manera,
aunque el negacionismo climático sea una creación
diabólica fruto de intereses corporativos e ideológicos,
sigue el mismo manual de estrategia. Este es el esquema
preexistente que dejó como legado la estrategia en torno al
tabaco de la década de 1950, y se adapta perfectamente a
más o menos todas las formas de negacionismo de la
ciencia. Por tanto, no debería resultarnos sorprendente que
el negacionismo climático se ajuste a este patrón clásico:
Cherry-picking: Sí, sin duda. Ya lo vimos con Ted Cruz y otros, que
eligen deliberadamente 1998 como año base para su falsa aseveración de
que las temperaturas globales no se incrementaron durante un período
de dieciocho años. Significativamente, a pesar del descrédito, insisten
con lo mismo 272 .
Teorías de la conspiración: Por supuesto. El presidente Trump ha dicho
en múltiples ocasiones a lo largo de los años que el cambio climático es
un engaño urdido por los chinos para dañar la industria estadounidense,
que los científicos tienen prejuicios políticos, etc 273 . Durante la debacle
del Climagate de 2009, los negacionistas aprovecharon algunos correos
electrónicos inadecuados enviados por científicos de la universidad de
East Anglia y los usaron como prueba de una conspiración científica
mundial en torno al clima 274 .
Confianza en falsos expertos: La cuestión es aquí algo más sutil.
Algunos de los trabajos citados por los escépticos del clima son obra de
verdaderos científicos (algunos con credenciales en el campo de la
ciencia del clima), pero al mismo tiempo han sido seleccionados en un
ejercicio de cherry-picking con gran preferencia por puntos de vista
hostiles al calentamiento global. En algunos casos los negacinistas del
cambio climático no han tenido más remedio que recurrir a gente sin
credenciales sólidas; en otros, se han alineado con aquellos que forman
parte del consenso científico en torno a la realidad del cambio climático
pero que ponen en duda que el calentamiento global sea un gran
problema. Después estos científicos son agasajados en convenciones
contra el cambio climático en las que son tratados como si fueran
estrellas de rock. Por si alguien quiere ir, estas convenciones parecen
celebrarse anualmente; la próxima está prevista en Las Vegas en abril de
2021 275 .
Razonamiento ilógico: Aquí los ejemplos son innumerables y ya
conocemos uno. Recordemos aquella afirmación del capítulo 2, ejemplo
de falacia del hombre de paja, en boca de un negacionista del cambio
climático que decía que la actividad humana no es la única causa de las
emisiones de gases de efecto invernadero. Es posible, pero es el principal
impulsor 276 .
Insistencia en que la ciencia debe ser perfecta: Acabamos de examinar
esto. Los negacionistas del cambio climático acostumbran a decir que las
proyecciones en torno al calentamiento global no son más que modelos, y
que mientras persistan la incertidumbre y el riesgo de error debemos
esperar a tener más evidencia. Obviamente, este criterio es ridículo y
ellos lo saben. Es el ABC del negacionismo: aprovechar cualquier duda,
por mínima que sea, y esgrimirla como una razón legítima para no
pronunciarse 277 ; capitalizar después la demora mientras se obtienen
beneficios.

Así, pues, el escepticismo en relación con el cambio


climático no es verdadero escepticismo. Frente a la
evidencia que llega en avalancha, atrincherarse en un
punto de vista solo porque se espera que sea el correcto es
puro negacionismo. Esta posición puede parecer más
razonable que la de los terraplanistas, pero no lo es. Se
basa en dudas fabricadas que se difunden mediante
campañas de desinformación y distorsión urdidas para
evitar que lleguemos a una conclusión razonable basada en
el consenso científico. Esta estrategia es idéntica a la del
terraplanismo. Todo negacionismo de la ciencia, como
hemos podido comprobar en múltiples ocasiones, es
esencialmente el mismo.

LAS MALDIVAS: ZONA CERO DEL CAMBIO CLIMÁTICO

En marzo de 2019, mi esposa, Josephine, y yo viajamos al


otro lado del planeta, a la pequeña nación insular de las
Maldivas, el país a menor altura y más plano de la Tierra,
ubicado justo en el medio del océano Índico, a unas
seiscientas millas de las costas de Sri Lanka. Su elevación
promedio es de cuatro pies sobre el nivel del mar; su punto
más elevado se encuentra a dos metros y medio sobre el
nivel del mar, lo cual supone que tiene el punto más
elevado más bajo de todos los países del mundo. Hogar de
unas quinientas mil personas repartidas en mil doscientas
islas (doscientas de las cuales están habitadas), Maldivas
es quizás el país más vulnerable del mundo a las
consecuencias del cambio climático. Por tanto, desempeña
un papel destacado a la hora de llamar la atención del
mundo entero sobre la amenaza que representa el
calentamiento global.
El riesgo principal son las inundaciones. Si las
tendencias actuales no se corrigen, la masa de tierra sobre
la que se asientan las Maldivas simplemente desaparecerá,
y sus habitantes tendrán que ser evacuados y trasladados a
otro lugar hacia 2050. Como advirtió Tony deBrum, antiguo
ministro de relaciones exteriores de las Islas Marshall:
«Cualquier aumento superior a 2 grados es una sentencia
de muerte para nuestros países» 278 . Sin embargo, incluso
antes de que desaparezcan, las islas puedes volverse
inhabitables. En las Maldivas la única fuente de agua dulce
es la lluvia, que se almacena en acuíferos subterráneos.
Con el desbordamiento del mar durante las tormentas, los
acuíferos quedan contaminados de sal, y, finalmente,
llegará un punto en el que las lluvias, cada año un poco
más tardías, se basten para eliminarla. Entonces habrá que
tomar una decisión.
Los maldivos son gente ingeniosa, y hace unos pocos
años empezaron a moverse para llamar la atención del
público sobre su difícil situación. Su cuarto presidente
(primero elegido democráticamente), Mohamed Nasheed,
celebró la primera reunión de su gabinete bajo el agua (con
equipo de buceo y camarógrafos). También protagonizó una
película documental titulada The Island President que
narraba los esfuerzos de su país para hacer que el resto del
mundo se fijara el objetivo de los 2 grados centígrados en
la cumbre del clima de París. Al mismo tiempo se
comprometió a que las Maldivas redujeran su huella de
carbono a cero como ejemplo para otros países más ricos (y
contaminantes). Aunque Nasheed fue derrocado por un
golpe de estado en 2012, una de sus principales estrategias
para combatir el cambio climático se ha mantenido, ya que
el país se ha embarcado en un plan para salvar su futuro.
Recelando de la posibilidad de que los demás países del
mundo estén dispuestos a hacer lo suficiente para
rescatarlos, el gobierno de las Maldivas está invirtiendo
una parte significativa de sus dos mil millones de dólares
de ingresos anuales por turismo en un fondo soberano para
costear un nuevo emplazamiento en algún lugar del mundo
en previsión de que toda la nación tenga que ser
reubicada 279 .
Salimos de Boston a las once de la noche rumbo a Dubai,
donde hicimos una escala de siete horas antes de coger el
siguiente vuelo a Malé, capital de las Maldivas. Malé es una
de las ciudades con mayor densidad de población del
mundo, con casi un cuarto de millón de personas hacinadas
en solo dos millas cuadradas. Desde el avión de regreso
pude contemplar toda la isla en la que se encuentra Malé,
achaparrada y rebosante en medio del agua más azul que
hubiera visto en mi vida. Durante el tiempo que pasamos en
las Maldivas pudimos presenciar esto varias veces, pero
con una densidad distinta. Aunque en Malé vive casi el 40%
de la población del país, el resto está disperso en miles de
pequeñas islas que se extienden a lo largo de una
superficie de 35 000 millas cuadradas de las cuales 115 son
de tierra. Maldivas es verdaderamente un país insular en el
que el único medio de transporte es el barco o el avión.
Cada isla habitada es como un mundo aparte; sin
embargo, en todas ellas rigen las mismas leyes estrictas en
torno a la indumentaria, el consumo de alcohol y las
expresiones públicas de afecto; el cien por cien de los
habitantes del país son musulmanes. Además de las 200
islas habitadas hay otras 132 que son «turísticas» (que se
consideran deshabitadas porque ningún maldivo vive en
ellas). Son terrenos administrados por hoteles y suelen
tener normas más laxas —en torno a los bikinis y el
consumo de carne de cerdo y alcohol en público—, pero hay
un funcionario del gobierno en cada isla que garantiza la
conformidad con la legislación local 280 . Este arreglo
significa que hay más o menos una separación estricta
entre los locales y los turistas. En las islas habitadas por
maldivos no hay prácticamente ningún hotel, y ningún
maldivo (que no pertenezca al personal de los hoteles) vive
en las islas turísticas. De hecho, lo más común es que cada
uno de los grandes hoteles disponga de su propia isla
privada. Un hotel, una isla. Así, hay 1200 islas, 200
habitadas por maldivos y 132 regentadas por hoteles.
Uno de los sitios más interesantes de la capital de las
Maldivas, que se puede observar desde el aeropuerto
internacional (que se encuentra en la misma isla, Hulhule),
es una isla gemela que emerge justo al lado de Malé
llamada Hulhumalé o «Nuevo Malé», un terreno artificial
que se está construyendo en respuesta al hacinamiento de
Malé y la creciente amenaza del cambio climático.
Imaginemos vivir en Malé sabiendo que cualquier día una
ola o una simple inundación podría engullir una de las
ciudades con mayor densidad de población del mundo 281 .
¿Adónde iríamos? Hulhumalé ya está habitada y su
economía se está desarrollando, pero la razón principal por
la que se está construyendo es servir como lugar de refugio
para el día en el que Malé se vea amenazada. La altura
promedio de Malé es de tres pies. Hulhumalé se está
construyendo a una altura de seis pies y medio. Entre
tantas preocupaciones por los efectos del cambio climático
en ciudades estadounidenses como Nueva York,
imaginemos que la respuesta fuera construir justo al lado
una isla completamente nueva (algo más alta) llamada
«Nuevo Manhattan».
El gran número de grúas que coronan los edificios de
Hulhumalé sugieren que la construcción se desarrolla a un
ritmo frenético. Los montones de arena a la orilla del agua
me recordaron la historia de Back Bay en Boston (cerca de
donde vivo) y otros esfuerzos de ampliación de tierras.
¿Será este lo bastante duradero? Hulhumalé es un recurso
provisional pensado para proporcionar un alivio de
urgencia a quienes tendrán que abandonar las islas menos
elevadas por culpa del cambio climático a lo largo de los
próximos años. Es una póliza de seguros. ¿Bastará? La
canalización de tantos millones procedentes del turismo al
fondo soberano sugiere que no será así, ya que algún día
incluso Hulhumalé quedará probablemente sumergida bajo
las aguas. Cuando ese momento llegue, los residentes
tendrán que trasladarse a Sri Lanka, la India, Australia,
China y Estados Unidos en calidad de refugiados
climáticos, salvo que encuentren un país dispuesto a
venderles la suficiente tierra como para reconstituir las
Maldivas en otro lugar.
Nuestro segundo vuelo fue a la isla de Kooddoo en un
pequeño avión de hélice. Desde el aire se veían islas por
todas partes, conectadas en anillos conocidos como
atolones, separados los unos de los otros por muchos
kilómetros. Gruesas nubes blancas moteaban el cielo
mientras contemplábamos el agua azul brillante. Cuando
llegamos a Kooddoo, aguardamos brevemente al barco que
iba a llevarnos a nuestra isla de destino, Hadahaa.
Llegamos a Hadahaa unas treinta y seis horas después de
salir de Boston, y aunque no había dormido nunca había
estado tan nervioso por un viaje. ¿No ocurre que después
de muchos años viajando todos los lugares empiezan a
parecer el mismo? No iba a ocurrir en esta ocasión.
El barco se detuvo en el muelle de Hadahaa y no
podíamos dejar de sonreír. No había carreteras. La isla es
tan pequeña que uno la puede recorrer a pie en unos veinte
minutos. No hay más islas en las proximidades, aunque en
el horizonte es posible columbrar algunas del mismo
atolón. Hadahaa está a treinta y cuatro millas del ecuador,
cerca del extremo sur de las Maldivas. Queríamos ir tan
lejos como fuera posible porque las islas más alejadas son
también las más vulnerables al cambio climático, y nos
habíamos citado en un establecimiento con un biólogo
marino que vivía allí y con el que tenía pensado estudiar los
efectos locales del cambio climático.
Ahora, no voy a mentir: Hadahaa es un resort
maravilloso. Es una de esas islas que son propiedad y están
gestionadas por un hotel, donde el visitante recibe un
servicio de primera clase y tiene la oportunidad de
disfrutar de algunas de las vistas más hermosas que verá
en su vida. Éramos una de esas parejas que pagan una
cantidad exorbitante de impuestos como contribución al
fondo soberano y compensamos todo nuestro viaje con
créditos de carbono a nuestro regreso, por lo que todo el
dinero se destinó a una buena causa ambiental. Pero había
ido allí a trabajar. Mi idea era comprender no solo los
efectos físicos sino también los culturales que traía consigo
el cambio climático, por lo que necesitaba viajar allí en
persona. Además de trabajar con un biólogo marino,
también mantuve conversaciones con nativos de las
Maldivas que trabajaban en el hotel, hablé con pescadores
e hice esnórquel para comprobar la agonía del coral en el
Índico. Pero no hizo falta tanto para presenciar los efectos
del cambio climático. Hubo un dragado por culpa de la
erosión en una de las playas de Hadahaa y el hotel trataba
de lidiar con el progresivo encogimiento de la playa. Había
chalecos salvavidas en el armario de nuestra habitación y
sacos de arena tirados justo debajo de la playa. Durante un
recorrido especialmente organizado por las instalaciones,
también pudimos conocer cómo vivía el personal del hotel
en la isla.
En Hadahaa hay doscientos empleados para un centenar
de clientes. El personal vive en dormitorios compartidos,
tres en cada habitación, en el centro de la isla, con
alojamiento y comida gratuitos, atención médica, treinta
días de vacaciones y propinas que se reparten entre todos.
La mayoría son personas jóvenes, están allí un año o dos y
envían dinero a casa. Por ley, la mitad son nativos de las
Maldivas, pero los demás provienen de países cercanos.
Inmediatamente queda claro que, a pesar de los ingresos
anuales relativamente elevados de las Maldivas en
comparación con sus países vecinos, existe una gran
desigualdad en el reparto de la riqueza. El trabajo en los
hoteles es muy codiciado. También tuve que enfrentarme
con el hecho inquietante de que en estas islas, que son las
más amenazadas del mundo por el cambio climático,
proliferan los equipos de aire acondicionado y los
huéspedes consumen muchos recursos, lo que seguramente
contribuya al calentamiento global. Pero esa es ni más ni
menos la realidad en las Maldivas. En realidad no hay más
que dos industrias: el turismo y la pesca. Y el 90% de los
ingresos fiscales de las Maldivas proceden del turismo, sin
el cual no podrían ni siquiera plantearse la posibilidad de
sobrevivir a los efectos del cambio climático. Resulta
irónico que los maldivos se vean obligados a usar tantos
recursos para generar los ingresos que les permitan
salvarse de los efectos del consumo que sus huéspedes
hacen de esos mismos recursos, pero ¿acaso es esto culpa
de los maldivos? Seguramente, no. Si los países más
industrializados del mundo llevan cientos de años
explotando los recursos del carbono, lo que les permitió
acumular una gran riqueza, ¿por qué deberíamos pretender
que las Maldivas y otros países subdesarrollados asuman
una carga especialmente gravosa y nos salven del cambio
climático? Y, sin embargo, lo intentan. Con el objetivo ya
mencionado de reducir a cero nuestra huella de carbono,
en Hadahaa trabajaban sin descanso para desperdiciar lo
menos posible. Durante nuestro recorrido, tuvimos la
oportunidad de ver la instalación de una granja solar y los
esfuerzos de depuración del agua. Es difícil no sentirse
culpable al disfrutar de un resort de lujo en las Maldivas,
especialmente cuando el objetivo del viaje era aprender
sobre el cambio climático. Mientras duró la estancia,
disfrutamos de la playa, dimos propinas generosas y nos
preparamos para la investigación que iba a tener lugar
durante nuestro viaje.
Conocimos a nuestro biólogo marino, Alex Mead, en la
tienda de artículos de buceo, donde habíamos ido a
equiparnos de trajes de neopreno, chalecos salvavidas y
toda la parafernalia necesaria para permanecer bajo el
agua. Alex tenía el título de instructor de buceo y muchos
años de experiencia, además de haber adquirido su
formación como científico en la universidad de Plymouth,
en Inglaterra. Enseguida me llamó la atención su parecido
con Henry Golding, actor principal de la popular película
Crazy Rich Asians, que se había estrenado el verano
anterior. Alto y atlético, habló incluso con acento británico
al explicar sus antecedentes.
Nuestra primera actividad del día fue asistir a una breve
exposición en torno al papel de los arrecifes de coral en la
formación de las islas. Las Maldivas tienen su origen en
unas rocas volcánicas que se hundieron y formaron una
barrera de coral. Finalmente, este también se hundió y
dieron lugar a un anillo de islas que formaron los atolones.
Estos estaban formados por corales vivos (que son
animales, no plantas) que fueron desarrollándose hasta la
línea de flotación. No pueden crecer más que hasta donde
llegue el agua, así que cuanto más alto sea el nivel del mar,
más crecerá el coral. Luego los peces contribuyen a
aumentar el coral con arena de sus excreciones y roen con
sus dientes el material muerto. La arena se va acumulando
y ofrece cierta protección a lo que queda debajo. Con el
paso del tiempo, la flora y la fauna se desarrollan hasta
formar una isla. Todo esto es el resultado de un proceso
que dura unos diez mil años, pero podría desaparecer en
apenas cincuenta (si no antes) por culpa del calentamiento
global.
El cambio climático supone dos amenazas principales 282 .
La primera es que las aguas más cálidas pueden terminar
llevando a la disolución de los arrecifes de coral.
Literalmente, mata el coral (lo torna blanquecino), y como
las islas se quedan desprotegidas las playas se erosionan.
Al final la propia isla se disolverá. Esto se debe al
calentamiento del agua y no tiene nada que ver con el
aumento del nivel del mar. Pero el segundo peligro
proviene del exceso de agua —que sí se debe al aumento
del nivel del mar— cuando las islas queden sumergidas. En
casos extremos puede manifestarse en forma de
inundaciones o tsunamis, que se harán más comunes
conforme vaya aumentando la temperatura global. Cuantas
más tormentas haya, más probables serán las
inundaciones: una ola atraviesa una isla por debajo del
suelo y lo arrasa todo a su paso. Por tanto, no son solo las
inundaciones sino también las tormentas intensas las que
pueden producir erosión. Y a medida que se vuelvan más
habituales más difícil será vivir en las islas 283 .
Había llegado el momento de subirse al barco y ver todo
esto personalmente.
Nuestro equipo estaba formado por tres jóvenes
maldivos muy delgados que iban descalzos y al principio
dijeron que no hablaban ni una palabra de inglés. Parecían
ser adolescentes. Gobernaban el bote mientras Alex decidía
el recorrido. Hicimos nuestra primera parada en la isla de
Nilandhoo. Era el hogar de unas mil personas, todas
nativas de las Maldivas. ¡Qué contraste tan asombroso con
la isla turística! A pesar de la belleza del escenario, la
calidad de vida de los locales dejaba bastante que desear.
Había edificios abandonados llenos de graffiti y un camino
de tierra que cruzaba la isla de un extremo a otro. De pie a
mediodía en medio de la calle, mirando hacia el mar
primero a un lado y luego al otro, enseguida se daba uno
cuenta de por qué el cambio climático era una amenaza tan
grande. Según Alex, una ola que se elevara lo suficiente
podía pasar en un instante de un lado a otro de la isla.
En la calle no había tráfico de ningún tipo, salvo un par
de bicicletas. No había coches. Los hombres iban sin
camisa, pero las mujeres llevaban túnicas largas y oscuras
y hijabs en esta isla no turística. Nos asomamos a una
clínica local que parecía limpia, pero tenía frascos
intravenosos de vidrio que estaban anticuados. No
entramos. Llamamos mucho la atención todo el tiempo que
estuvimos en la isla. Aunque vestíamos con discreción, los
visitantes deben de ser muy raros en Nilandhoo y un
hombre en bicicleta nos estuvo mirando fijamente mientras
nos alejábamos del puerto ya subidos en el barco.
Lo siguiente fue lo más destacado del viaje (y para mí lo
más aterrador): bucear en Doragalla Thila. Era aquí donde
Alex nos dijo que nos iba a llevar a ver el coral muerto. Al
principio era incapaz de entender cómo íbamos a ver coral
en el medio del océano. El coral está cerca de la orilla, ¿no
es así? Pero supongo que el lecho marino varía en altura,
razón por la cual había islas al fin y al cabo. Me puse mi
equipo de buceo y disfruté del viaje. La tripulación parecía
contenta mientras nos alejábamos de Nilandhoo tan rápido
como podíamos en aguas abiertas, pero súbitamente se
detuvieron. No pude ver nada. Estábamos muy lejos de la
costa y el agua estaba de un azul uniforme cuando Alex
anunció: «Este es el sitio».
Alex, por supuesto, fue el primero en zambullirse. Mi
mujer se lanzó a continuación. Yo no soy buen nadador; de
hecho, no aprendí a nadar hasta pasados los treinta. En
aquel momento yo era un padre primerizo y quería
aprender a nadar porque si mi hija se caía de un modo u
otro alguna vez al agua me iba a lanzar a por ella. Mi
instructor en la pequeña universidad de artes liberales en
la que daba clase comprendió mis motivos, así que me puso
con los estudiantes de último año, que tenían que pasar el
examen de natación para poder graduarse. Después de tres
meses de practicar en la parte menos profunda o quedarme
junto al borde de la piscina al acercarme a la parte en la
que más cubría, aprendí a nadar. Pero entonces llegó mi
gran momento. Me prometí a mí mismo convertirme en el
primer profesor de la historia de la facultad que hacía la
prueba de natación con los estudiantes de último curso. La
prueba consistía en saltar al fondo, dar cuatro vueltas a la
piscina, mantenerse a flote durante cinco minutos y nadar
otras cuatro vueltas. Recuerdo que vacilé al borde de la
piscina. El instructor me dijo: «Lee, ya sabes cómo se hace,
ahora recuerda por qué lo haces. Tu hijo está en el agua.
No tienes tiempo para pensar. Salta». Le dije: «¡Bastardo!»,
y salté. Así superé la prueba.
Pero eso había sido hacía veinte años y ahora estaba en
aguas abiertas del océano Índico. No había tierra firme en
las proximidades. Durante un momento vacilé en la
cubierta del barco. De repente, al ver que Alex y mi esposa
se alejaban cada vez más llevados por la corriente, me
asaltó un sentimiento de urgencia. Si esperaba mucho más,
tendría que nadar más lejos para alcanzarlos o correr el
riesgo de no llegar, en cuyo caso mi viaje no habría servido
para nada. Ya fuera por eso, o porque mi mujer de treinta y
dos años estaba en el agua junto a una versión
increíblemente apuesta de James Bond, lo cierto es que
salté.
Súbitamente me vi en problemas. Sentía como si mi
chaleco salvavidas me estuviera inclinando hacia delante.
Josephine gritó: «¡Vamos, Lee; puedes hacerlo!», y me hizo
un gesto. Empecé a nadar. Respirar a través del tubo de
esnórquel se me hacía raro, pero al menos me estaba
moviendo. Trataba de mirar de frente para ver si estaba
progresando. Al final logré alcanzarlos y extendí una mano;
escuché un motor arrancar… ¡y el barco se había ido!
Estaba en medio del océano —con mi mujer y un
instructor acreditado de buceo— y nada más. No podía
volver al barco, ni siquiera aunque me asustara.
—Alex, ¿qué ha pasado?
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—¿Adónde ha ido el barco?
—Ah… Volverá.
—¿Cuándo?
—¿Estás bien?
—Sí, pero me gustaría saber adónde ha ido el barco.
¿Has acordado una hora para que regrese? ¿Algo ha ido
mal? ¿Está todo bajo control?
Alex vaciló un momento y sonrió:
—No, siempre lo hacen. No te preocupes. Tienen que
irse o corren el riesgo de que el barco se les quede varado
en las aguas poco profundas de los arrecifes de coral.
Puedo llamarles cuando quiera. Todo va bien.
Me tranquilicé un poco. Mi mujer ya estaba buceando y
Alex dijo:
—Venga, no estamos lejos del arrecife; tengo mucho que
enseñarte.
Asentí y metí otra vez la cabeza en el agua. Me quedé
hipnotizado. Cuando nos acercamos al arrecife, ¡había
peces en abundancia! Pez payaso, pez loro… La panoplia de
peces más asombrosa que hubiera visto al margen de las
películas de Disney.
Entonces aprecié el gesto de Josephine. Había un
tiburón. Alex nos había hablado de la posibilidad de
tiburones punta negra de arrecife. Nos había dicho que no
eran peligrosos, aunque lo parecieran. Más peligrosas eran
las anguilas negras, que eran raras.
Nadamos por encima del arrecife de coral y comprobé en
primera persona lo que Alex nos había dicho en la tienda de
buceo. Estaba adquiriendo una tonalidad cercana al blanco
puro, lo que significaba la muerte. El agua era transparente
y no dejaba lugar a dudas. La temperatura del agua había
escaldado todo el coral de la zona, como lo haría en el resto
de las Maldivas a medida que fuera incrementándose
durante las próximas décadas.
Por un momento olvidé mi miedo y me quedé
ensimismado. Era una experiencia única en la vida y tuve la
suerte de tenerla. Allí, justo delante de mí, tenía al alcance
de la mano un efecto del cambio climático 284 . Y quería ver
más. Nadamos en torno al arrecife durante unos minutos
más y la mano de Josephine volvió a hacer un gesto. Por el
rabillo del ojo capté el destello de un movimiento en el
agua. Parecía una gran serpiente negra. Por supuesto, era
una anguila.
Tras una sonrisa de Josephine y unos minutos más
moviendo las aletas, dije:
—Está bien, Alex, es hora de volver al barco.
—¿Seguro?
—Sí, me lo he pasado bomba. Pero no quiero abusar de
la suerte. ¿Puedes hacer la llamada?
El barco no se veía desde allí, pero luché contra una
sensación de pánico y seguí buceando unos minutos más.
La anguila se había ido y apareció un arcoíris de peces.
¿Cuántos años más tendrían que pasar para que otra
persona pudiera ver aquello? Si las Maldivas desaparecen,
también lo hará la esperanza de presenciar tanta
generosidad de la naturaleza. La verdad es que no era
capaz de entender cómo podía haber tan poca profundidad
en medio del océano. Pero ¿no nos habían explicado ya el
proceso d formación de las islas, surgiendo del océano
como consecuencia de la acumulación de arena atrapada
en el coral que en una operación de dragado natural había
ido emergiendo a lo largo de miles de años? Pero ahora el
coral se estaba muriendo 285 .
Levanté la cabeza y comprobé que el barco había
llegado.
De regreso a bordo, hicimos una parada en la diminuta
isla deshabitada de Odagalla, donde nos esperaba un
almuerzo campestre. Alex y el equipo nos permitieron
explorar la isla por nuestra cuenta durante un rato, pero
esta vez no me importó. Nos bastaron exactamente cinco
minutos para recorrer toda la isla; luego llegó otro barco
turístico y descubrió que su isla deshabitada ya estaba
habitada por nosotros.
Después del almuerzo volvimos al barco y nos dirigimos
a la isla de Dhaandhoo para seguir buceando. En este
punto ya había buceado y no había más coral. El objetivo
eran ahora las tortugas marinas, en aguas mucho más
profundas cercanas al puerto, lo que iba a ser estupendo,
pero yo tenía mi propio plan. Josephine y Alex se deslizaron
por el borde del barco, pero yo me quedé a bordo y sonreí a
la tripulación.
De repente, sin su jefe, uno de ellos podía hablar inglés.
En ese momento, un altavoz en Dhaandhoo se revolucionó
con la llamada a la oración del mediodía. Como tenían que
mirar el agua, explicó mi colega angloparlante, no podían
arrodillarse. Pero me quedé en silencio mientras un chico
entonaba sus oraciones con la música del altavoz. Después,
hablamos.
Le pregunté a mi nuevo amigo si era originario de las
Maldivas. Me dijo que sí, y los demás también. Me comentó
que habían crecido en una isla vecina y nunca habían salido
de su atolón. Le expliqué que había ido allí para estudiar el
cambio climático y asintió. Luego le pregunté: «Entonces
aquí en las Maldivas, ¿os lo enseñan todo acerca del
cambio climático en la escuela?».
Sacudió la cabeza. «Todo el mundo en las Maldivas ya
sabe lo que es el cambio climático. A lo largo de mi vida el
clima ha cambiado mucho. Antes había dos estaciones,
ahora solo una. Y ahora hay muchas tormentas».
Vi que Josephine y Alex seguían buceando
tranquilamente; a juzgar por su expresión, ella acababa de
ver una tortuga. Esta vez no fue necesario alejarse mucho
del barco, ya que el agua era profunda, así que me quedé
sentado y continué hablando con la tripulación.
—Es terrible —dije—. Sois testigos de primera mano del
cambio climático, pero la gente en Estados Unidos no lo
sabe.
Sacudió la cabeza bruscamente, como si quisiera seguir
siendo educado pero a la vez asegurarse de hacérmelo
comprender:
—Fuera de las Maldivas, no le importa a nadie.
Era desgarrador.
Hablamos durante unos minutos más e intenté hablarle
de las muchas personas de todo el mundo que estaban
pendientes del cambio climático, pero todos me miraban
con tristeza. A lo largo de nuestra conversación, hubo
gestos de apagado afecto y no muchas sonrisas. Quizás
habían entendido lo que ninguna ciencia podía enseñar: no
solo se trataba de creer sino también de que a alguien le
importara un carajo.
Cambié de tema y pregunté:
—¿Cuántos atolones hay en las Maldivas?
Esto le provocó una sonrisa y miró a los otros jóvenes,
luego comenzó a cantar una canción de cuna mientras
contaba con los dedos. Finalmente dijo: «Veintiséis».
En ese momento escuché que Josephine y Alex volvían a
subir al barco. Al parecer habían visto varias tortugas
marinas, que formaban parte de un proyecto de
investigación en el que Alex estaba inmerso, y también otro
tiburón.
Nos sentamos en la popa para quitarnos el equipo de
buceo mientras la tripulación surcaba el agua como si
condujera el Halcón Milenario; nos dirigíamos
directamente de regreso a Hadahaa.
Salimos de la isla dos días después, con otro viaje de
treinta y seis horas por delante. Mientras caminábamos con
el resto de los turistas hacia el muelle para tomar el barco
que nos iba a llevar de regreso a Kooddoo, todo el personal
de la isla se puso en fila para despedirnos. Todo el mundo
se había cogido de la mano y sonreía mientras
avanzábamos por el muelle. Nosotros nos subimos al barco
y nos pusimos nuestros chalecos salvavidas, y observamos
que los demás turistas parecían tan encantados como
nosotros. A medida que el barco se alejaba, todo el mundo
en el muelle nos despedía con la mano. Al cabo de unas
millas, con el barco ya en velocidad de crucero, el personal
seguía saludando desde el muelle. Imagino que se
detuvieron cuando dejamos de poder verles, aunque no
puedo decirlo con seguridad.
Fue alegre y doloroso exactamente en la misma medida,
porque sabía que lo más probable era que nunca volviera
allí. Y que algún día ellos tampoco pudieran hacerlo.

212
Chris Mooney y Brady Dennis, «The World Has Just Over a Decade to Get
Climate Change under Control», Washington Post, 7 de octubre de 2018;
disponible en: https://www.washingtonpost.com/energy-
environment/2018/10/08/world-has-only-years-get-climate-change-under-
control-un-scientists-say/; Nina Chestney, «Global Carbon Emissions Hit Record
High in 2017», Reuters, 22 de marzo de 2018; disponible en:
https://www.reuters.com/article/us-energy-carbon-iea/global-carbon-emissions-
hit-record-high-in-2017-idUSKBN1GY0RB.
213
Brady Dennis y Chris Mooney, «“We Are in Trouble”: Global Carbon
Emissions Reached a Record High in 2018», Washington Post, 5 de diciembre
de 2018, https://www.washingtonpost.com/energy-environment/2018/12/05/we-
are-trouble-global-carbon-emissions-reached-new-record-high/; Damian
Carrington, «“Brutal News”: Global Carbon Emissions Jump to All Time High in
2018», Guardian, 5 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/2018/dec/05/brutal-news-global-
carbon-emissions-jump-to-all-time-high-in-2018; Brad Plumer, «U.S. Carbons
Emissions Surged in 2018, Even as Coal Plants Closed», New York Times, 8 de
enero de 2019; disponible en:
https://www.nytimes.com/2019/01/08/climate/greenhouse-gas-emissions-
increase.html.
214
Chelsea Harvey y Nathanial Gronewold, «CO2 Emissions Will Break
Another Record in 2019», Scientific American, 4 de diciembre de 2019;
disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/co2-emissions-will-
break-another-record-in-2019/. Dos ejemplos de buenas noticias, no obstante:
aunque se espera que las emisiones globales alcancen su mayor nivel en 2019,
su tasa de crecimiento parece estar en declive. Chelsea Harvey y Nathanial
Gronewold, «Greenhouse Gas Emissions to Set New Record This Year, but Rate
of Growth Shrinks», Science, 4 de diciembre de 2019; disponible en:
https://www.sciencemag.org/news/2019/12/greenhouse-gas-emissions-year-set-
new-record-rate-growth-shrinks. En Estados Unidos, las emisiones de gases de
efecto invernadero se redujeron en un 2,1% en 2019 debido en gran medida a
la disminución del consumo de carbón. Lamentablemente, esto todavía nos
sitúa muy lejos de alcanzar nuestro compromiso según el Acuerdo de París.
Steve Mufson, «U.S. Greenhouse Gas Emissions Fell Slightly in 2019»,
Washington Post, 7 de enero de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/climate-environment/us-greenhouse-gas-
emissions-fell-slightly-in-2019/2020/01/06/568f0a82-309e-11ea-a053-
dc6d944ba776_story.html.
215
Dennis y Mooney, «We Are in Trouble».
216
Coral Davenport, «Major Climate Report Describes a Strong Risk of Crisis
as Early as 2040», New York Times, 7 de octubre de 2018; disponible en;
hhttps://www.nytimes.com/2018/10/07/climate/ipcc-climate-report-2040.html;
Dennis y Mooney, «We Are in Trouble»; Emily Holden, «“It’ll Change Back”:
Trump Says Climate Change Not a Hoax, but Denies Lasting Impact»,
Guardian, 15 de octubre de 2018; disponible en;
hhttps://www.theguardian.com/us-news/2018/oct/15/itll-change-back-trump-
says-climate-change-not-a-hoax-but-denies-lasting-impact.
217
Brady Dennis, «In Bleak Report, UN Says Drastic Action Is Only Way to
Avoid Worst Impacts of Climate Change», Washington Post, 26 de noviembre de
2019; disponible en: https://www.washingtonpost.com/climate-
environment/2019/11/26/bleak-report-un-says-drastic-action-is-only-way-avoid-
worst-impacts-climate-change/; Alister Doyle, «Global Warming May Be More
Severe Than Expected by 2100: Study», Reuters, 6 de diciembre de 2017;
disponible en: https://www.reuters.com/article/us-climatechange-
temperatures/global-warming-may-be-more-severe-than-expected-by-2100-
study-idUSKBN1E02J6; Dave Mosher y Aylin Woodward, «What Earth Might
Look Like in 80 Years if We’re Lucky —and if We’re Not», Business Insider, 17
de octubre de 2019; disponible en: https://www.businessinsider.com/paris-
climate-change-limits-100-years-2017-6; Jen Christensen and Michael
Nedelman, «Climate Change Will Shrink U.S. Economy and Kill Thousands,
Government Report Warns», CNN, 26 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.cnn.com/2018/11/23/health/climate-change-report-bn/index.html.
218
Coral Davenport, «Major Climate Report Describes a Strong Risk of Crisis»,
New York Times, 7 de octubre de 2018; disponible en;
hhttps://www.nytimes.com/2018/10/07/climate/ipcc-climate-report-2040.html.
219
Davenport, «Major Climate Report»; Ron Meador, «New Outlook on Global
Warming: Best Prepare for Social Collapse, and Soon», MinnPost, 15 de
octubre de 2018; disponible en: https://www.minnpost.com/earth-
journal/2018/10/new-outlook-on-global-warming-best-prepare-for-social-
collapse-and-soon/.
220
Paul Bledsoe, «Going Nowhere Fast and Climate Change, Year After Year»,
New York Times, 19 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/12/29/opinion/climate-change-global-warming-
history.html; Dennis y Mooney, «We Are in Trouble».
221
Mooney y Dennis, «The World Has Just Over a Decade to Get Climate
Change under Control».
222
Dennis y Mooney, «We Are in Trouble»; Mooney y Dennis, «The World Has
Just Over a Decade to Get Climate Change under Control».
223
Steven Mufson, «“A Kind of Dark Realism”: Why the Climate Change
Problem Is Starting to Look Too Big to Solve», Washington Post, 4 de diciembre
de 2018; disponible en: https://www.washingtonpost.com/national/health-
science/a-kind-of-dark-realism-why-the-climate-change-problem-is-starting-to-
look-too-big-to-solve/2018/12/03/378e49e4-e75d-11e8-a939-
9469f1166f9d_story.html.
224
Doyle Rice, «Coal Is the Main Offender for Global Warming, and Yet the
World Is Using It More Than Ever», USA Today, 26 de marzo de 2019;
disponible en: https://www.usatoday.com/story/news/nation/2019/03/26/climate-
change-coal-still-king-global-carbon-emissions-soar/3276401002/.
225
Dennis y Mooney, «We Are in Trouble».
226
Simon Carraud y Michel Rose, «Macron Makes U-turn on Fuel Tax
Increase, in Face of “Yellow Vest” Protests», Reuters, 4 de diciembre de 2018;
disponible en: https://www.reuters.com/article/us-france-protests/macron-
makes-u-turn-on-fuel-tax-increases-in-face-of-yellow-vest-protests-
idUSKBN1O30MX.
227
Mufson, «A Kind of Dark Realism».
228
Brady Dennis, «Trump Makes It Official: U.S. Will Withdraw from Paris
Climate Accords», Washington Post, 4 de noviembre de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/climate-environment/2019/11/04/trump-
makes-it-official-us-will-withdraw-paris-climate-accord/.
229
David Roberts, «The Trump Administration Just Snuck through Its Most
Devious Coal Subsidy Yet», Vox, 23 de diciembre de 2019; disponible en:
https://www.vox.com/energy-and-environment/2019/12/23/21031112/trump-
coal-ferc-energy-subsidy-mopr.
230
Nathan Rott y Jennifer Ludden, «Trump Administration Weakens Auto
Emissions Standards», NPR, 31 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.npr.org/2020/03/31/824431240/trump-administration-weakens-
auto-emissions-rolling-back-key-climate-policy.
231
Patrick Kingsley, «Trump Says California Can Learn from Finland on Fires.
Is He Right?» New York Times, 18 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/11/18/world/europe/finland-california-wildfires-
trump-raking.html.
232
Jennifer Rubin, «Trump Shows the Rank Dishonesty of Climate-Change
Deniers», Washington Post, 15 de octubre de 2018: disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/opinions/wp/2018/10/15/trump-shows-
the-rank-dishonesty-of-climate-change-deniers/.
233
Josh Dawsey et al., «Trump on Climate Change: “People Like Myself, We
Have Very High Levels of Intelligence but We’re Not Necessarily Such
Believers”», Washington Post, 27 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/politics/trump-on-climate-change-people-like-
myself-we-have-very-high-levels-of-intelligence-but-were-not-necessarily-such-
believers/2018/11/27/722f0184-f27e-11e8-aeea-b85fd44449f5_story.html; Matt
Viser, «“Just a Lot of Alarmism”: Trump’s Skepticism of Climate Science Is
Echoed across GOP», Washington Post, 2 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/politics/just-a-lot-of-alarmism-trumps-
skepticism-of-climate-science-is-echoed-across-gop/2018/12/02/f6ee9ca6-f4de-
11e8-bc79-68604ed88993_story.html.
234
Brady Dennis y Chris Mooney, «Major Trump Administration Climate
Report Says Damage Is “Intensifying across the Country”», Washington Post,
23 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/energy-environment/2018/11/23/major-trump-
administration-climate-report-says-damages-are-intensifying-across-country/;
Jen Christensen y Michael Nedelman, «Climate Change Will Shrink U.S.
Economy and Kill Thousands», CNN, 23 de noviembrede 2018; disponible en:
https://www.cnn.com/2018/11/23/health/climate-change-report-bn/index.html.
235
Hay cierta controversia en torno a las osadas afirmaciones de que el
calentamiento global hará inhabitable el planeta o llevará a la extinción de
nuestra especie. Sin embargo, lo que es indudable es que alteraría
drásticamente la vida humana en este planeta, provocando una miseria sin
precedentes y millones de muertes, eso por no hablar de las extinciones
masivas y la pérdida de biodiversidad. Robert Watson, «Loss of Biodiversity Is
Just as Catastrophic as Climate Change», Guardian, 6 de mayo de 2019;
disponible en:
https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/may/06/biodiversity-climate-
change-mass-extinctions; Michael Shellenberger, «Why Apocalyptic Claims
About Climate Change Are Wrong», Forbes, 25 de noviembre de 2019;
disponible en:
https://www.forbes.com/sites/michaelshellenberger/2019/11/25/why-everything-
they-say-about-climate-change-is-wrong/#5cea81cb12d6; Chris Mooney,
«Scientists Challenge Magazine Story about “Uninhabitable Earth”,
Washington Post, 12 de julio de 2017; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/energy-
environment/wp/2017/07/12/scientists-challenge-magazine-story-about-
uninhabitable-earth/; Jen Christensen, «250,000 Deaths a Year from Climate
Change Is a “Conservative Estimate”, Research Says», CNN, 16 de enero de
2019; disponible en: https://www.cnn.com/2019/01/16/health/climate-change-
health-emergency-study/index.html; «The Impact of Global Warming on Human
Fatality Rates», Scientific American, 7 de junio de 2009; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/global-warming-and-health/.
236
«Climate Concerns Increase: Most Republicans Now Acknowledge
Change», Monmouth, 29 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.monmouth.edu/polling-
institute/reports/monmouthpoll_us_112918/. Otras muchas encuestas recientes
confirman estos resultados: John Schwartz, «Global Warming Concerns Rise
Among Americans in New Poll», New York Times, 22 de enero de 2019;
disponible en: https://www.nytimes.com/2019/01/22/climate/americans-global-
warming-poll.html; Robinson Meyer, «Voters Really Care about Climate
Change», Atlantic, 21 de febrero de 2020; disponible en:
https://www.theatlantic.com/science/archive/2020/02/poll-us-voters-really-do-
care-about-climate-change/606907/; Brady Dennis et al., «Americans
Increasingly See Climate Change as a Crisis, Poll Shows», Washington Post, 13
de septiembre de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/climate-environment/americans-increasingly-
see-climate-change-as-a-crisis-poll-shows/2019/09/12/74234db0-cd2a-11e9-
87fa-8501a456c003_story.html; «Scientific Consensus: Earth’s Climate Is
Warming», NASA; disponible en: https://climate.nasa.gov/scientific-consensus/.
237
Véase el capítulo 7 de Chris Mooney, The Republican War on Science,
Nueva York, Basic Books, 2005.
238
Dos de las mejores son James Hansen, Storms of My Grandchildren, Nueva
York, Bloomsbury, 2009 y James Hoggan, Climate Cover-Up The Crusade to
Deny Global Warming, Vancouver, Greystone, 2009.
239
Mooney, The Republican War on Science, 81.
240
James Lawrence Powell, «Why Climate Deniers Have No Scientific
Credibility —in One Pie Chart», Desmog, 15 de noviembre de 2012; disponible
en: https://www.desmogblog.com/2012/11/15/why-climate-deniers-have-no-
credibility-science-one-pie-chart.
241
James Lawrence Powell, «Why Climate Deniers Have No Scientific
Credibility: Only 1 of 9,136 Recent Peer-Reviewed Authors Rejects Global
Warming», Desmog, 8 de enero de 2014; disponible en:
https://www.desmogblog.com/2014/01/08/why-climate-deniers-have-no-
scientific-credibility-only-1-9136-study-authors-rejects-global-warming.
242
Peter T. Doran y Maggie Kendall Zimmerman, «Examining the Scientific
Consensus on Climate Change», Eos: Transactions of the American Geophysical
Union, 90, núm. 3 (2009), 22-23.
243
John Cook et al., «Quantifying the Consensus on Anthropogenic Global
Warming in the Scientific Literature», Environmental Research Letters, 15 de
mayo de 2013; disponible en: https://iopscience.iop.org/article/10.1088/1748-
9326/8/2/024024/pdf; «The 97% Consensus on Global Warming», Skeptical
Science, https://www.skepticalscience.com/global-warming-scientific-
consensus-intermediate.htm.
244
Katherine Ellen Foley, «Those 3% of Scientific Papers That Deny Climate
Change? A Review Found Them All Flawed», Quartz, 5 de septiembre de 2017;
disponible en: https://qz.com/1069298/the-3-of-scientific-papers-that-deny-
climate-change-are-all-flawed/; Dana Nuccitelli, «Millions of Times Later, 97
Percent Climate Consensus Still Faces Denial», Bulletin of the Atomic
Scientists, 15 de agosto de 2019; disponible en:
https://thebulletin.org/2019/08/millions-of-times-later-97-percent-climate-
consensus-still-faces-denial/; Dana Nuccitelli, «Here’s What Happens When You
Try to Replicate Climate Contrarian Papers», Guardian, 25 de agosto de 2015;
disponible en: https://www.theguardian.com/environment/climate-consensus-
97-per-cent/2015/aug/25/heres-what-happens-when-you-try-to-replicate-
climate-contrarian-papers; Rasmus E. Benestad et al., «Learning from Mistakes
in Climate Research», Theoretical and Applied Climatology, 126 (2016), 699-
703; disponible en: https://link.springer.com/article/10.1007/s00704-015-1597-
5.
245
Asombra darse cuenta de que todavía hoy, ciento cincuenta años después
de los rompedores descubrimientos de Darwin en torno a la evolución por
selección natural (que es la columna vertebral de toda explicación biológica), el
consenso entre los científico es solo del 98%. David Masci, «For Darwin Day, 6
Facts about the Evolution Debate», Pew Research Center’s Fact Tank, 1 de
febrero de 2019; disponible en: https://www.pewresearch.org/fact-
tank/2019/02/11/darwin-day/.
246
Dana Nuccitelli, «Trump Thinks Scientists Are Split on Climate Change. So
Do Most Americans», Guardian, 22 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/climate-consensus-97-per-
cent/2018/oct/22/trump-thinks-scientists-are-split-on-climate-change-so-do-
most-americans.
247
Se creó justo después del protocolo de Kyoto en 1997 y se filtró en abril de
1998. «1998 American Petroleum Institute Global Climate Science
Communications Team Action Plan», Climate Files; disponible en:
http://www.climatefiles.com/trade-group/american-petroleum-institute/1998-
global-climate-science-communications-team-action-plan/.
248
«Climate Science vs. Fossil Fuel Fiction», Union of Concerned Scientists,
marzo de 2015; disponible en:
https://www.ucsusa.org/sites/default/files/attach/2015/03/APIquote1998_1.pdf.
249
Shannon Hall, «Exxon Knew about Climate Change almost 40 Years Ago»,
Scientific American, 26 de octubre de 2015; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/exxon-knew-about-climate-change-
almost-40-years-ago/; Suzanne Goldenberg, «Exxon Knew of Climate Change in
1981, Email Says —But It Funded Deniers for 27 More Years», Guardian, 8 de
julio de 2015; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/2015/jul/08/exxon-climate-change-
1981-climate-denier-funding.
250
Siempre me ha desconcertado que los partidarios de la teoría de la
conspiración no se interesen más por esto… ¡Una verdadera conspiración!
Véase Steve Coll, Private Empire: ExxonMobil and American Power, Nueva
York, Penguin Press, 2012; «ExxonMobil: A “Private Empire” on the World
Stage», NPR, 2 de mayo de 2012; disponible en:
http://www.npr.org/2012/05/02/151842205/exxonmobil-a-private-empire-on-the-
world-stage.
251
Naomi Oreskes y Erik Conway, Merchants of Doubt, Nueva York,
Bloomsbury, 2011, 183.
252
«Nancy Pelosi and Newt Gingrich Commercial on Climate Change»,
YouTube, subido el 17 de abril de 2008; disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=qi6n_-wB154.
253
En Merchants of Doubt, Oreskes y Conway aseguran que «[1989] comenzó
una campaña organizada de negacionismo que pronto atrapó a toda la
comunidad científica climática» (183). Al final esto condujo a que la opinión
pública fuera despreocupándose cada vez más del cambio climático (aunque los
científicos tenían cada vez más pruebas) especialmente a raíz de una campaña
de presión dirigida a los periodistas, a quienes se les pedía que dedicaran la
misma atención al «otro lado» del «debate» en torno al cambio climático (169-
170, 214-215). Cuando esto llegó al Congreso, cualquier esperanza real de
combatir el cambio climático estaba muerta. En 1997 el Senado votó para
bloquear la adopción del protocolo de Kyoto por parte de Estados Unidos (215).
254
Jane Mayer, Dark Money: The Hidden History of the Billionaires Behind the
Rise of the Radical Right, Nueva York, Doubleday, 2016.
255
Mayer, Dark Money, 204.
256
Jane Mayer, «“Kochland” Examines the Koch Brothers’ Early, Crucial Role
in Climate-Change Denial», New Yorker, 13 de agosto de 2019; disponible en:
https://www.newyorker.com/news/daily-comment/kochland-examines-how-the-
koch-brothers-made-their-fortune-and-the-influence-it-bought. Véase también
Christopher Leonard, Kochland: The Secret History of Koch Industries and
Corporate Power in America, Nueva York, Simon and Schuster, 2019.
257
Emily Atkin, «How David Koch Change the World», New Republic, 23 de
agosto de 2019; disponible en: https://newrepublic.com/article/154836/david-
koch-changed-world.
258
Niall McCarthy, «Oil and Gas Giants Spend Millions Lobbying to Block
Climate Change Policies», Forbes, 25 de marzo de 2019; disponible en:
https://www.forbes.com/sites/niallmccarthy/2019/03/25/oil-and-gas-giants-
spend-millions-lobbying-to-block-climate-change-policies-
infographic/#5c28b08c7c4f.
259
Colin Schultz, «Meet the Money Behind the Climate Denial Movement»,
Smithsonian, 23 de diciembre de 2013; disponible en:
https://www.smithsonianmag.com/smart-news/meet-the-money-behind-the-
climate-denial-movement-180948204/.
260
Justin Gillis y Leslie Kaufman, «Leaks Offer Glimpse of Campaign Against
Climate Change», New York Times, 15 de febrero de 2012; disponible en:
https://www.nytimes.com/2012/02/16/science/earth/in-heartland-institute-leak-
a-plan-to-discredit-climate-teaching.html; Gayathri Vaidyanathan, «Think Tank
That Cast Doubt on Climate Change Science Morphs into Smaller One», E&E
News, 10 de diciembre de 2015; disponible en:
https://www.eenews.net/stories/1060029290.
261
Brendan Montague, «I Crashed a Climate Change Denial Conference in Las
Vegas», Vice, 22 de julio de 2014, https://www.vice.com/da/article/7bap4x/las-
vegas-climate-change-denial-brendan-montague-101; Brian Palmer, «What It’s
Like to Attend a Climate Denial Conference», Pacific Standard, 16 de diciembre
de 2015, https://psmag.com/environment/what-its-like-to-attend-a-climate-
denial-conference.
262
Mayer, Dark Money, 213.
263
Dark Money, 214. Véase también Oreskes y Conway, Merchants of Doubt,
169-170. Tras años de lentos avances, los estudios de opinión en torno al
cambio climático comenzaron a arrojar un apoyo cada vez menor.
264
Dark Money, 211.
265
Atkin, «How David Koch Changed the World».
266
Marc Morano, portavoz del senador James Inhofe (republicano por
Oklahoma): «Gridlock es el mejor amigo que tiene un escéptico sobre
calentamiento global, porque no hace falta más. […] No estamos defendiendo
ninguna ley. Somos una fuerza negativa; solo tratamos de detener las cosas»,
Mayer, Dark Money, 224-225.
267
David Roberts, «Why Conservatives Keep Gaslighting the Nation about
Climate Change», Vox, 31 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.vox.com/energy-and-environment/2018/10/22/18007922/climate-
change-republicans-denial-marco-rubio-trump.
268
Nadja Popovich, «Climate Change Rises as a Public Priority, but It’s More
Partisan Than Ever», New York Tiimes, 20 de febrero de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/interactive/2020/02/20/climate/climate-change-
polls.html; Brian Kennedy, «U.S. Concern about Climate Change Is Rising, but
Mainly among Democrats», Pew Research, 16 de abril de 2020; disponible en:
https://www.pewresearch.org/fact-tank/2020/04/16/u-s-concern-about-climate-
change-is-rising-but-mainly-among-democrats/.
269
Otra encuesta de Pew realizada coincidiendo con el día de la Tierra de 2020
arrojó como resultado que «la inclinación partidista influye con más fuerza en
las creencias de una persona sobre el cambio climático que su nivel de
conocimiento y comprensión de la ciencia». Gary Funk y Brian Kennedy, «How
Americans Sees Climate Change and the Environment in 7 Charts», Pew
Research, 21 de abril de 2020; disponible en:
https://www.pewresearch.org/fact-tank/2020/04/21/how-americans-see-climate-
change-and-the-environment-in-7-charts/.
270
Alister Doyle, «Evidence for Man-Made Global Warming Hits Gold
Standard», Reuters, 25 de febrero de 2019; disponible en:
https://www.reuters.com/article/us-climatechange-temperatures/evidence-for-
man-made-global-warming-hits-gold-standard-scientists-idUSKCN1QE1ZU.
271
Atkin, «How David Koch Changed the World».
272
Chris Mooney, «Ted Cruz Keeps Saying That Satellites Don’t Show Global
Warming. Here’s the Problem», Washington Post, 29 de enero de 2016;
disponible en: https://www.washingtonpost.com/news/energy-
environment/wp/2016/01/29/ted-cruz-keeps-saying-that-satellites-dont-show-
warming-heres-the-problem/; Lauren Carroll, «Ted Cruz’s World’s on Fire, but
Not for the Last 17 Years», Politifact, 20 de marzo de 2015; disponible en:
https://www.politifact.com/factchecks/2015/mar/20/ted-cruz/ted-cruzs-worlds-
fire-not-last-17-years/.
273
Jeremy Schulman, «Every Insane Thing Donald Trump Has Said about
Global Warming», Mother Jones, 12 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.motherjones.com/environment/2016/12/trump-climate-timeline/.
274
Kate Sheppard, «Climategate: What Really Happened?» Mother Jones, 21
de abril de 2011, https://www.motherjones.com/environment/2011/04/history-
of-climategate/.
275
«What If You Held a Conference, and No (Real) Scientists Came?»
RealClimate, 30 de enero de 2008; disponible en:
http://www.realclimate.org/index.php/archives/2008/01/what-if-you-held-a-
conference-and-no-real-scientists-came/comment-page-8/; Brendan Montague,
«I Crashed a Climate Change Denial Conference in Last Vegas», Vice, 22 de
julio de 2014; disponible en: https://www.vice.com/en/article/7bap4x/las-vegas-
climate-change-denial-brendan-montague-101; disponible en:
https://climateconference.heartland.org/. Véase mi discusión acerca del cambio
climático en Respecting Truth (72-80).
276
«How Do We Know That Humans Are the Major Cause of Global
Warming?», Union of Concerned Scientists, 14 de julio de 2009 (actualizado a 1
de agosto de 2017); disponible en: https://www.ucsusa.org/resources/are-
humans-major-cause-global-warming; «CO2 Is Main Driver of Climate Change»,
Skeptical Science, 15 de julio de 2015; disponible en:
https://www.skepticalscience.com/CO2-is-not-the-only-driver-of-climate.htm.
277
Chris Mooney y Elise Viebeck, «Trump’s Economic Advisor and Marco
Rubio Question Extent of Human Contribution to Climate Change», Washington
Post, 14 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/powerpost/larry-kudlow-marco-rubio-
question-extent-of-human-contribution-to-climate-change/2018/10/14/c8606ae2-
cfcf-11e8-b2d2-f397227b43f0_story.html; Alan Yuhas, «Republicans Reject
Climate Change Fears Despite Rebukes from Scientists», Guardian, 1 de
febrero de 2016; disponible en: https://www.theguardian.com/us-
news/2016/feb/01/republicans-ted-cruz-marco-rubio-climate-change-scientists.
278
Alister Doyle y Bruce Wallace, «U.N. Climate Deal in Paris May Be
Graveyard for 2C Goal», Reuters, 1 de junio de 2015; disponible en:
https://www.reuters.com/article/us-climatechange-paris-insight/u-n-climate-
deal-in-paris-may-be-graveyard-for-2c-goal-idUSKBN0OH1G820150601.
279
Jon Henley, «The Last Days of Paradise», Guardian, 10 de noviembre de
2008; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/2008/nov/11/climatechange-
endangered-habitats-maldives.
280
Ir desnudo o hacer proselitismo religioso pueden ser causa de arresto en
las Maldivas. La pornografía y la adoración de ídolos están prohibidas.
281
En realidad esto ocurrió en 2004, cuando una ola de un metro de altura
sacudió Malé, mató a ochenta y dos personas y forzó el desplazamiento de
otras doce mil.
282
Existe un tercer peligro ya mencionado, aunque afecta más a la capacidad
humana de prosperar en las islas que a las propias islas. A medida que el
exceso de agua se hace más común, el suministro de agua dulce de la isla
queda contaminado. Si las tormentas se vuelven más frecuentes y su
temporada se adelanta, pronto no habrá suficiente agua dulce para sostener a
la población humana. Josh Gabbatiss, «Rising Sea Levels Could Make
Thousands of Islands from the Maldives to Hawaii “Uninhabitable within
Decades”», Independent, 25 de abril de 2018; disponible en:
https://www.independent.co.uk/environment/islands-sea-level-rise-flooding-
uninhabitable-climate-change-maldives-seychelles-hawaii-a8321876.html.
283
No es un hecho muy conocido, pero Estados Unidos tiene sus propias
Maldivas, la llamada isla de Tánger, en la bahía de Chesapeake. Conforme el
agua sube, su marisma se va hundiendo y terminará convertida en aguas
abiertas. Irónicamente, entre los habitantes de Tánger abundan los
negacionistas del cambio climático y partidarios de Trump. Serán los primeros
refugiados climáticos de Estados Unidos. David J. Unger, «On a Sinking Island,
Climate Science Takes a Back Seat to the Bible», Grist, 3 de septiembre de
2018; disponible en: https://grist.org/article/on-a-sinking-island-climate-science-
takes-a-back-seat-to-the-bible/; Simon Worrall, «Tiny U.S. Island Is Drowning.
Residents Deny the Reason», National Geographic, 7 de septiembre de 2018;
disponible en:
https://www.nationalgeographic.com/environment/2018/09/climate-change-
rising-seas-tangier-island-chesapeake-book-talk/.
284
Este es precisamente el tipo de «verdad básica» de la experiencia que
exigían los terraplanistas: «¿alguna vez has estado en una nave espacial?»,
«¿alguna vez has hecho un vuelo sobre la Antártida?», «¿alguna vez has estado
en un bote a sesenta millas de Chicago?». Ahora les puedo decir: «No he hecho
ninguna de esas cosas, pero estuve en el otro lado del mundo y observé los
efectos del cambio climático… además de algunas estrellas diferentes».
285
Justo después de regresar de las Maldivas, leí que había algunas
esperanzas depositadas en mecanismos artificiales para mantener las islas,
incluso con el coral muerto. Los científicos del MIT están trabajando para
tratar de colocar vejigas submarinas que atrapen la arena y permitan tener
arrecifes artificiales que eviten que las islas colapsen. Courtney Linder, «The
Extraordinary Way We’ll Rebuild Our Shrinking Islands», Popular Mechanics,
25 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.popularmechanics.com/science/green-tech/a32643071/rebuilding-
islands-ocean-waves/.
CAPÍTULO 5

El canario en la mina

La historia del cambio climático en gran medida es la de


los combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el
gas natural. Todo el mundo es consciente de que el tracto
digestivo de las vacas y otras especies ganaderas produce
metano, y los negacionistas del cambio climático se han
aprovechado de ello tanto como han podido 286 . Pero lo
cierto es que las principales fuentes de emisiones de gases
de efecto invernadero (al menos en Estados Unidos) son la
producción de energía, el transporte y la industria, que
obtienen su impulso sobre todo de los combustibles
fósiles 287 .
Gracias a un fascinante artículo publicado en The
Guardian en 2017, descubrí que solo cien compañías fueron
responsables del 71% de las emisiones de gases de efecto
invernadero a escala mundial entre 1988 y 2015. Peor aún:
más de la mitad de las emisiones industriales en todo el
mundo se debe a solo veinticinco entidades corporativas y
estatales (véase tabla 5.1) 288 .

TABLA 5.1

LOS CIEN PRINCIPALES PRODUCTORES Y SUS EMISIONES ACUMULADAS DE GASES DE


EFECTO INVERNADERO DE 1988 A 2015

PORCENTAJE DE LAS EMISIONES INDUSTRIALES


POSICIÓN COMPAÑÍA
DE GASES DE EFECTO INVERNADERO

1. China (carbón) 14,32


2. Saudi Arabian Oil 4,50
Company (Aramco)

3. Gazprom OAO 3,91

4. National Iranaian Oil 2,28


Co.

5. ExxonMobil 1,98

6. Coal India 1,87

7. Petróleos Mexicanos 1,87


(Pemex)

8. Rusia (carbón) 1,86

9. Royal Dutch Shell 1,67


PLC

10. China National 1,56


Petroleum Corp
(CNPC)

11. BP PLC 1,53

12. Chevron 1,31

13. Petróleos de 1,23


Venezuela SA
(PDVSA)

14. Abu Dhabi National 1,20


Oil Co.

15. Poland Coal 1,16

16. Peabody Energy Corp 1,15

17. Sonatrach SPA 1,00

18. Kuwait Petroleum 1,00


Corp

19. Total S. A. 0,95

20. BHP Billiton Ltd. 0,91

21. ConocoPhillips 0,91

22. Petróleo Brasileiro S. 0,77


A. (Petrobras)
23. Lukoil OAO 0,75

24. Rio Tinto 0,75

25. Niegerian National 0,72


Petroleum Corp

Datos del CDP, CDP Carbon Majors Report 2017; véase cdp.net.

Cuando estos datos se me presentaron por primera vez,


hubo cosas que me llamaron la atención. Para empezar,
ExxonMobil, Shell, BP y Chevron estaban entre los doce
primeros de la lista. Aguardemos un minuto: ¿no fueron
estas las mismas empresas que tuvieron un papel
fundamental en ayudar al Instituto del Petróleo Americano
a crear una campaña contra la ciencia del cambio climático
e hicieron anualmente donaciones millonarias para
sufragar los esfuerzos propagandísticos en apoyo del
negacionismo climático? 289 . Así es. Otra cosa que me llamó
la atención fue la enorme influencia del carbón, que
produce alrededor del 20% de las emisiones de gases de
efecto invernadero en todo el mundo. De hecho, el primer
productor de gases de efecto invernadero a escala mundial
es con diferencia el carbón chino, que aporta más que las
siguientes cinco entidades juntas.
Una de las pocas buenas noticias ambientales de los
últimos años es que Estados Unidos ha comenzado a
reducir su dependencia del carbón. El uso de carbón en
Estados Unidos se ha reducido un 18% a lo largo de 2019,
lo cual significa que al acabar la década era de menos de la
mitad que cuando empezó 290 . Aun así, el carbón representa
en torno al 25% de toda la producción de electricidad de
Estados Unidos, incluso mientras se hace la transición a
otros combustibles más limpios 291 . Pero esto debe ser
matizado teniendo en cuenta la mala tendencia al uso del
carbón en otros países.
Asia supone las tres cuartas partes del consumo mundial de carbón en
la actualidad. Es más: representa más de las tres cuartas partes de las
plantas de carbón que están en construcción o en proceso de
planificación. […] Indonesia está incrementando la extracción de carbón.
Vietnam está allanando el terreno para la construcción de nuevas
centrales eléctricas de carbón. Japón, bajo el impacto [del] accidente de
2011 en una planta nuclear, ha vuelto a recurrir al carbón. Sin embargo,
el monstruo es China, que consume la mitad del carbón a escala mundial.
Más de 4,3 millones de chinos trabajan en las minas de carbón del país.
China ha agregado el 40% de la capacidad de carbón del mundo desde
2002, un gran aumento en solo dieciséis años 292 .

Cuando leí esto, comencé a preguntarme por el grado de


negacionismo del cambio climático fuera de los Estados
Unidos. ¿No habría quizás que combatirlo en el extranjero
más que aquí? Después de una pequeña investigación me di
cuenta de que no era así: según una encuesta de 2014,
China es el país con menor cantidad de negacionistas 293 .
¿Podemos adivinar qué país figura en primer lugar? 294 . De
hecho, en su análisis de los resultados de la encuesta, el
escritor científico Chris Mooney anotó no solo que Estados
Unidos encabezaba el negacionismo climático, sino que los
tres mayores infractores eran países de habla inglesa 295 .
Por tanto, no hay necesariamente un vínculo entre el
negacionismo y el estatus de país más contaminador. No
todo, pues, se puede atribuir al razonamiento motivado, la
ideología y la disonancia cognitiva. ¿Entonces qué? 296 .
En todo caso, debemos buscar las llaves donde haya luz.
¿Qué podemos hacer con la renovada afición del gobierno
chino al carbón? ¿Por qué no intentamos eliminar el
pretexto de la falta de responsabilidad internacional que ha
ocasionado la falta de liderazgo de Estados Unidos, que en
gran parte se ha debido al negacionismo del cambio
climático? Que Estados Unidos hiciera algo más para
cumplir su compromiso con el Acuerdo de París ¿serviría
para que China se avergonzara e hiciera más por cumplir
su parte? China no está repleta de negacionistas, pero la
campaña que ha paralizado al gobierno de Estados Unidos
seguramente haya permitido también que China y otros
países contaminantes evadan la fiscalización de sus propios
pecados.
Y hay que tener en cuenta que, a pesar de que China es
el principal emisor de gases de efecto invernadero (de
cualquier fuente), Estados Unidos es el segundo —e
históricamente ha sido el productor más importante del
tipo de contaminación industrial que llevó al mundo por
primera vez a esta crisis—. Sumemos a esto el hecho de
que las emisiones (procedentes de cualquier fuente) en
Estados Unidos todavía representan el 14% de la
contaminación por dióxido de carbono a escala mundial, y
queda mucho por hacer en torno al cambio climático sin
que haga falta volar de nuevo al otro lado del mundo 297 .
Estados Unidos es al mismo tiempo un gran contaminador y
el pretexto de buena parte del retraso internacional en el
momento en el que no hay tiempo que perder. Y uno de los
principales problemas ha sido y sigue siendo el carbón 298 .
Cuando volví de las Maldivas, estaba ansioso por poner
en práctica los conocimientos de primera mano que
acababa de adquirir —y la estrategia basada en las técnicas
de refutación de Schmid y Betsch— para tratar de
convencer a los primeros negacionistas de la ciencia con
los que me encontrara. Después de investigar un poco,
supe que Pensilvania es el tercer Estado con mayor
producción de carbón de Estados Unidos justo por detrás
de Wyoming y Virginia Occidental, así que decidí ir allí y
hablar con algunos mineros de carbón sobre el cambio
climático. Esta vez no tenía previsto alojarme en ningún
hotel exótico; en cambio, me las arreglé para quedarme con
un amigo que vive en Pittsburgh y reunirme con algunas
personas que dirigían una organización sin ánimo de lucro
llamada Hear Yourself Think que trata de promover el
diálogo entre sectores del espectro político con el objetivo
de contribuir a romper el aislamiento informativo e
ideológico que ha exacerbado el partidismo y nos ha
conducido al estancamiento del momento actual. David y
Erin Ninehouser, el equipo de marido y mujer que fundó
Hear Yourself Think, ofrecen seminarios sobre cómo lidiar
con la propaganda conservadora que ha socavado
iniciativas progresistas como el comercio justo y la
atención médica universal. Pero no combaten el partidismo
con más partidismo. Por el contrario, enseñan a conversar
de manera más respetuosa, persuasiva y productiva sobre
temas políticamente sensibles.
Nada podía haber encajado mejor con mi plan para
atraer a los negacionistas del cambio climático. Dave y Erin
no solo habían sido coordinadores políticos afiliados a un
sindicato, sino que estaban en contacto con mineros del
carbón como consecuencia de sus campañas puerta por
puerta a favor de diferentes causas políticas a lo largo de
los años. Como dicen en su página web, han «llamado a
más de cien mil puertas» desde 2004 para mantener
conversaciones difíciles sobre causas progresistas. Además,
desde 2015 han empezado a asistir a los mítines de Trump
y a grabar los resultados para hacer uso de ellos en sus
seminarios de capacitación. Antes de ir a Pittsburgh,
contemplé alguno de esos encuentros, que pueden llegar a
impactar bastante. ¡Y yo que pensaba que los había tenido
con los terraplanistas! 299 . En cualquier caso, Dave y Erin
eran las personas perfectas para ayudarme a organizar una
reunión con mineros del carbón de Pensilvania y conversar
con ellos acerca del cambio climático.
Quería que el entorno y el formato elegidos animaran a
la conversación respetuosa y abierta. No quería aparecer
como el profesor especialista de Boston que había ido allí a
darles a todos una clase. Así, pues, decidimos elegir el
escenario más familiar que se nos ocurriera, como un
restaurante en los condados de Greene o Washington. Es el
corazón de la región carbonífera de Pensilvania y un lugar
donde partir el pan en vez de sentarse en una sala más
formal, como la sede de un sindicato o una biblioteca y
mantener allí un debate. Dave y Erin se ofrecieron a
colaborar generosamente con la publicidad y dijeron que
iban a imprimir cientos de volantes para distribuirlos
durante la campaña. Erin también contactó con algunos
conocidos que ayudaron a organizar mi aparición en un
programa de la NPR [la emisora de radio pública] llamado
The Allegheny Front con el fin de generar cierto interés
local 300 . Prometí pagarle la cena a cualquiera que viniera a
compartir conmigo sus opiniones en torno al cambio
climático. Dave y Erin me sugirieron el Eat’n Park de
Washington, Pensilvania, donde había una sala trasera con
muchas mesas que podían servirnos para un debate
animado pero privado.
Antes de que llegara el día, ya estaba en Pittsburgh para
dar algunas charlas en el Carnegie Mellon, y cruzando los
dedos por lo que me esperaba. Empecé a sentirme un poco
nervioso. Mi suposición inicial, en concordancia con la
sabia observación de Upton Sinclair de que «es difícil hacer
que un hombre entienda algo cuando su salario depende de
que no lo entienda» 301 , era que la mayoría de los mineros
del carbón iba a negar el cambio climático. Pero leí un
artículo del New York Times titulado «La gente de la región
carbonífera también está preocupada por el clima», que me
dio un respiro. ¿Quién era yo para tener esos prejuicios?
Como decía el artículo: «En esta era hiperpolarizada [es]
muy fácil asociar la geografía a la identidad» 302 . Decidí dar
marcha atrás con mis expectativas y limitarme a escuchar
lo que la gente tenía que decir. No eran necesarios más
intentos de conversión inmediata como los que había
intentado con los terraplanistas. Se trataba de escuchar y
generar confianza.
Me alegro de haber procedido de esta manera, porque
mis dos primeras conversaciones fueron con mineros del
carbón que Dave y Erin me presentaron; me dijeron que
querían ir a la cena pero que no estaban seguros de que les
fuera a ser posible. Sin embargo, llamar era una buena
opción que habría sido absurdo no aprovechar. Hice una
lista de siete preguntas, pero me prometí no formulárselas
como si fueran un guion o una entrevista. Solo quería tener
las preguntas en la cabeza y una conversación tranquila
aprovechando la oportunidad de hablar con aquellas
personas una por una. En el acto iba a haber posiciones
encontradas, pero ahora tenía la ocasión de abordar la
cuestión en privado, aunque no en persona, y tener noticia
de lo que la gente realmente pensaba. He aquí mis
preguntas:

1. ¿Cuánto tiempo lleva usted trabajando en la industria


minera? ¿Ha trabajado en alguna mina de carbón?
2. Mucha gente tiene la visión estereotipada de que los
mineros del carbón no creen en el cambio climático.
¿Qué opinión tiene de ello?
3. ¿Qué opina usted del cambio climático?
4. ¿Qué otras opiniones ha oído de quienes trabajan con
usted?
5. ¿Hay personas de su familia que tengan una opinión
en torno al cambio climático diferente de la de usted?
6. ¿Qué le haría cambiar de opinión con respecto al
cambio climático?
7. ¿Qué opina de las políticas en torno al cambio
climático? ¿Cree que hay que hacer algo?
Mi primera conversación fue con un hombre al que
llamaré Steve (no es su nombre real), minero del carbón
durante más de treinta años que además había sido
representante sindical de United Mine Workers durante
más de cuatro décadas. Llevaba jubilado desde 2006.
Empecé con la pregunta de cómo la gente había llegado a
tener la visión estereotipada de que los mineros del carbón
no creían en el cambio climático. Steve se mostró evasivo.
Supe por Dave y Erin que había trabajado para la oficina
local del Partido Demócrata, por lo que sabía cómo actuar
ante una pregunta. Steve explicó que los mineros del
carbón constituían una comunidad diversa. Me dijo que hoy
en día muchos mineros tenían una buena educación, y que
él había trabajado con profesores, enfermeras, etc. Me dijo
que el colectivo estaba dividido al 50% entre demócratas y
republicanos. Le pregunté si esta diversidad se extendía a
sus puntos de vista sobre el cambio climático y me contestó
que sí. Sus opiniones cubrían todo el espectro político. En
primer lugar, había partidarios de Trump que creían que
todo lo que tuviera que ver con el cambio climático no eran
más que fake news. En segundo lugar, estaban quienes
decían: «Soy minero, así que tengo que estar a favor del
carbón». En tercer lugar, había algunos que «se
preocupaban del medio ambiente». Con cuidado le
pregunté en qué lugar del espectro se situaba él. Me
respondió que pensaba que la Tierra estaba en problemas.
Era una respuesta muy medida, pero me dio la impresión
de que probablemente se ubicara en el tercer grupo.
Le hice notar que probablemente no le había resultado
fácil mantener ese punto de vista, ya que le ponía en
desacuerdo con mucha gente que trabajaba en su sector. Le
dije: «¿Cómo encaja usted la conciencia de estar haciendo
algo perjudicial para el planeta como la idea de que de
todos modos hay que hacerlo?». Compartí con él la frase de
Upton Sinclair acerca de lo difícil que es hacer que alguien
entienda algo cuando su salario depende de que no lo
entienda. ¿No sería todo más fácil si no creyera en el
cambio climático?
Entonces Steve dijo algo tan profundo que me hizo
cambiar de perspectiva en relación con todo el asunto.
«Tiene usted que entender que los mineros del carbón son
fatalistas», afirmó. «Su trabajo es como una muerte lenta».
Lamentablemente, acababa de enterarme por Dave y
Erin de que un trabajador minero de veinticinco años había
muerto en el condado de Washington el viernes anterior al
Día del Trabajo, mientras planeaban reunirse con mineros
del carbón y sus familias para sondear su opinión acerca de
la posibilidad de encontrarse conmigo. Mi conversación con
Steve había sido menos de dos horas después de aquello.
Hice una pausa para pensar en las implicaciones de lo que
acababa de oír. Si un minero está dispuesto a ir a trabajar
todos los días y arriesgar su propia vida y salud, ¿por qué
debería detenerse solo porque la Tierra o la salud de otra
persona estén en riesgo? Esto no es ser un desalmado; es la
realidad. No hay otros trabajos y tienen que alimentar a sus
familias. ¿Qué se supone que deben hacer?
Le pregunté a Steve por la idea de que los mineros del
carbón fueran conscientes del riesgo que su trabajo
entrañaba para ellos mismos en contraste con el riesgo que
entrañaba para el clima y me dijo que podría contarme
muchas historias cuando nos reuniéramos en el
restaurante. Me alegró mucho tener la oportunidad de
mantener con él una conversación personal, y lo cierto es
que esperaba ansioso que la reunión tuviera un mayor
seguimiento.
Mi siguiente conversación fue con un hombre al que daré
el nombre de Doug (en realidad no se llama así), que había
trabajado en la industria del carbón durante cuarenta años
y también era miembro activo de United Mine Workers. En
el momento presente trabajaba en el gobierno, así que era
funcionario público. Dave y Erin lo habían conocido en el
desfile del Día del Trabajo y le habían sugerido la
posibilidad de hablar conmigo. El tema le interesaba y dijo
que le encantaría hablar conmigo y que podría incluso
asistir a la reunión. A Dave y Erin les había confesado su
frustración porque Trump no hacía nada para respaldar su
retórica en torno a proteger a los mineros del carbón. Pero
su frustración alcanzaba también a los ecologistas de «línea
dura» que, en su opinión, no eran capaces de entender
hasta qué punto el condado dependía de los empleos
asociados a la industria del carbón.
Cuando llamé a Doug por teléfono, estaba preparándose
para asistir a una reunión local, así que no tuvimos mucho
tiempo para hablar. Me contó que llevaba cuarenta años en
la industria del carbón, que era «afortunado» por haber
tenido un trabajo de superficie en la sala de control y
soldando y procesando. Pero aun así tenía la enfermedad
del pulmón negro. En la industria del carbón, dijo, el polvo
está por todas partes de la extracción al procesamiento. Le
pregunté si, dado el peligro de las minas, todo aquel que
trabajaba en la superficie se sentía afortunado. Me
contestó que no, que trabajando en las galerías se hacía
más dinero… y que todo trabajo en la industria minera era
peligroso.
Volví sobre la cuestión de cómo tantas personas tuvieran
un visión estereotipada de los mineros del carbón. Se
mostró rotundamente de acuerdo: «¡Tienes toda la razón!».
Subrayó el papel de la tecnología y el control remoto en la
minería moderna. Ya no eran un grupo de muchachos con
picos y palas. Le pregunté qué pensaba del cambio
climático. Doug me explicó que el condado dependía del
carbón y el gas; si los trabajos relacionados con el carbón
desaparecían, la base impositiva del sistema escolar
quedaría diezmada. «Me asusta muchísimo», decía. En la
escuela secundaria solo se graduaban treinta niños.
Aquello era pequeño y se iba encogiendo cada vez más.
Pero luego dijo: «Tengo nietos; he vivido aquí toda mi
vida…».
Interpreté esto en el sentido de que se ubicaba en la
categoría de los «concienciados» de los efectos del carbón
en el cambio climático. Pero él todavía no lo había dicho.
Doug prosiguió contándome que había muchas cosas que
podrían mejorar las emisiones de carbón, pero que
costaban dinero. ¿Y quién estaba dispuesto a pagarlo? Los
políticos no ponían mucho de su parte. Al final afirmó: «Sí,
creo en el cambio climático».
Pero inmediatamente añadió: «Pero mira a China». La
industria china del carbón era mucho más sucia que la
estadounidense. Y representaba un porcentaje mucho
mayor de las emisiones a escala mundial, debido a su
fuerte dependencia del carbón. (Y en esto tenía toda la
razón.) No se podía simplemente eliminar de un plumazo el
carbón en Estados Unidos. Habría apagones. Sería
peligroso para la seguridad nacional. Necesitamos un plan.
¿Alguien lo tiene?
Le mencioné que en 2016 Trump había asegurado que
estaba a favor del carbón y que iba a salvar la industria.
Quería saber la opinión de Doug al respecto.
La respuesta fue un rotundo no.
—La de Trump ha cerrado más plantas generadoras
basadas en el carbón que cualquiera de las
Administraciones anteriores 303 .
Doug lo consideraba una traición. El condado era
demócrata, pero el 70% había votado a Trump.
Se acercaba el momento en el que Doug tendría que irse
a su reunión, así que no le hice más preguntas y dejé que
se explayara.
Me comentó que los mineros del carbón eran inteligentes
y querían que las cosas fueran a mejor, pero que la solución
no podía consistir únicamente en eliminar el carbón.
Advirtió que mi evento podría tener alguna
representación del Center for Coalfield Justice, a quienes
caracterizó como ambientalistas radicales que podrían
dificultar tener una conversación imparcial. Me avisó de
que en el acto que estaba organizando podría haber
representantes del Center for Coaldfield Justice, que
caracterizaba como una organización de ecologistas
radicales con los que iba a ser difícil mantener una
conversación razonable. Insistió en que la mayor parte de
la gente ignoraba lo que ocurría entre bambalinas y que los
mineros del carbón no eran estúpidos. Había que encontrar
una solución satisfactoria para todas las partes. Ahora tenía
que irse a su reunión.
Me sentía extasiado después de haber tenido la
oportunidad de hablar con dos personas con tanta
experiencia en la industria y los problemas tan meditados.
Me sorprendió también que tanto el uno como el otro me
dijeran que creían en el cambio climático. Pero ¿a qué
venía eso? La mera idea de que una persona iba a negar
algo solo porque su sustento dependiera de ello había sido
una suposición ingenua por mi parte. Las cosas eran mucho
más complejas. Aunque los mineros eran conscientes del
impacto de su actividad en el planeta, los problemas más
urgentes que tenían que afrontar eran el trabajo y el
dinero. Lo crucial era el sustento de sus familias. Y debían
comparar los riesgos y las realidades con el hecho de que
las comunidades que amaban serían destruidas si la
industria del carbón desaparecía de la noche a la mañana.
A su favor hay que decir que aquellos mineros abordaban la
cuestión de manera infinitamente más honrada que los
titanes de los combustibles fósiles que Jane Mayer
describía en su libro, quienes se habían involucrado en una
campaña de negación durante los últimos años 304 . Los
mineros del carbón con los que acababa de hablar parecían
tener mucho más en común con los chicos a los que había
conocido en aquel barco en las Maldivas que con los
negacionistas de las grandes corporaciones. Tanto los unos
como los otros estaban preocupados por el futuro de sus
hogares.
Hablé con Erin y Dave y me dijeron que sí, que era
posible que asistiera a la reunión una representación del
Center for Coaldfield Justice. Y un reportero local también
tenía la intención de venir. ¡La campaña había funcionado!
Pero ¿cuáles iban a ser los resultados? Me explicaron que
los miembros del CFJ eran activistas aunque no militantes.
No cabía esperar ninguna interrupción. Les resultaba
sorprendente la aversión de los mineros y partidarios
locales de la industria del carbón a la hora de relacionarse
con ellos. Dave y Erin se pusieron en contacto con
miembros del CFJ para explicarles cómo iba a ser el acto:
se trataba de hablar con los vecinos, no de convertir a
nadie; parecían estar de acuerdo con eso, pero querían
estar allí.
Las cosas habían ido bien en mis entrevistas
individuales, así que me dispuse a tratar de plasmar tanto
de ese buen espíritu como me fuera posible en la próxima
cena. Por temor a influir en el tono del acto, decidí, tras
consultarlo con Dave y Erin, tener solo una charla y no
registrar nada en audio y vídeo. Existía el riesgo de que las
posiciones se polarizaran y mi idea era romper con eso. Me
dediqué a preparar mi intervención en el programa de
radio mientras esperaba con ansias que llegara el
momento.
El Eat’n Park es un conocido restaurante local de
Washington, Pensilvania, situado justo al lado de la
autopista a unas veinte millas de la frontera con Virginia
Occidental.
Llegué allí temprano con mi amigo Andy, un filósofo de
Pittsburgh que escribe sobre razón e ideología, y tratamos
de ponernos cómodos 305 . Cuando llegaron Dave y Erin,
revisamos la trastienda, nos sentamos a tomar un té helado
y nos quedamos esperando. Me dijeron que habían
recorrido los condados de Greene y Washington, hasta
Virginia Occidental. La promoción había ido de maravilla, y
habíamos hecho todo lo posible. Ahora solo teníamos que
cruzar los dedos y esperar a que la gente fuera llegando.
Media hora más tarde, cuando la cena debía comenzar,
la asistencia era escasa. Además de Andy, Dave, Erin y yo,
teníamos con nosotros a Mike (que había trabajado
cuarenta años en la industria eléctrica, quince de ellos en
una planta de carbón), Nora (del Center for Coalfield
Justice), Trey (también de CFJ), Nancy (una lugareña que
tenía familiares que habían trabajado en la industria del
acero y del carbón y que dijo que «podía ver el problema
desde ambos lados» a pesar de ser una «amante de los
árboles»), Zef (maestra de una escuela pública local) y
Steve (el minero del carbón con el que ya había hablado
por teléfono) 306 . También había un reportero local que no
participó en la discusión.
Le pedí a Dave que hablara en primer lugar porque tenía
mucha experiencia facilitando conversaciones difíciles, e
hizo un gran trabajo. Expuso en qué sentido la cuestión
principal era saber quién tenía razón. No todos podemos
ser expertos en todo. Y tenemos que encontrar la manera
de superar la fragmentación a la que dan lugar las redes
sociales. Por tanto, ahí estábamos, cara a cara los unos con
los otros, dispuestos a poner en común nuestros puntos de
vista. Pero no importaba cuán alejados estuvieran esos
puntos de vista, la única persona que podía dejar sus
creencias era uno mismo.
Dimos una vuelta por toda la sala para presentarnos y
luego nos reímos mucho. ¡Todos los que estábamos allí
creíamos en el cambio climático! Olvidemos al 97% de los
científicos: nuestro índice de acuerdo en la sala era del cien
por cien. Debo admitir que lo primero que sentí fue
decepción. ¿Era aquello representativo de la industria? Tal
vez debíamos habernos citado en la sede de un sindicato,
un lugar en el que los mineros podían tener la impresión de
jugar en casa. ¿Quién iba a querer ir a un restaurante —
aunque le invitaran a cenar— solo para defender sus
opiniones? Quizá los negacionistas del cambio climático
habían decidido quedarse en casa. Erin y Dave parecían
algo preocupados. Sabían que había estado escribiendo un
libro sobre el cambio climático y no había en la sala nadie
que lo negara. Pero ¿cómo iba yo a quejarme de dos
personas generosas que habían recorrido cientos de millas
solo para hablar con mineros del carbón a los que
convencer de reunirse con un extraño… ¡y lo habían
logrado!? Mi tarea era trabar contacto con mineros del
carbón, no con negacionistas del cambio climático. Estaba
allí para conocer lo que pensaba la gente y quizá lo
acababa de oír. Como había leído en el New York Times,
[la] idea de que todos los mineros o todas las comunidades ligadas a las
industrias extractivas son hostiles al cambio simplemente no es cierta. En
Appalachia los mineros —y sus esposas— han creado una rica historia y
se organizan en nombre de su salud, sus empleos y el medio ambiente; el
sindicato de trabajadores mineros fue fundado para proteger estos
principios 307 .

El tema era complejo, y todavía teníamos mucho que


aprender unos de otros. Me sentía agradecido.
Pregunté si podíamos escuchar primero a los mineros del
carbón y Mike dio comienzo a la conversación. Dijo que
había múltiples técnicas ambientales para hacer más limpia
la minería del carbón, pero no parecían estar recibiendo un
gran impulso. Habría que ir a por los «bolsillos llenos» para
cambiar la situación. Sí, las personas involucradas eran
parte del problema, pero quizá no todo el problema. Si
estábamos de acuerdo es que todavía dependíamos del
carbón, ¿cómo lo íbamos a arreglar?
Steve fue el siguiente en intervenir y volvió a referirse al
«fatalismo» de los mineros. Su trabajo consistía en sacarse
a sí mismos y a sus cuerpos de la mina al acabar el turno.
Con eso era suficiente.
Nora (del CFJ) habló un poco de la «jerarquía de
necesidades». Una vez que mis necesidades básicas están
garantizadas, empiezan a importarme las necesidades de
los demás. Pero en una situación de crisis (en la que
afrontamos la inseguridad económica y una amenaza a la
vida y la salud) tal vez eso venga después. Dijo que tenía un
tío que tenía la impresión de que el cambio climático no era
real —que no obedece a causas humanas—. Pero cuando
ella mencionó el efecto potencial sobre el agua potable se
detuvo y se quedó pensativo.
Steve dijo que todo aquello era político. Nos
familiarizamos con el tema del cambio climático por medio
de extractos de quince segundos emitidos por televisión.
¿Qué hace falta para cambiar el parecer de la gente? ¿Qué
tal algo parecido a la película de 1983 The Day After [El día
después] para crear conciencia sobre los peligros de la
guerra nuclear? ¿Por qué Hollywood no produce películas
acerca del cambio climático? Aparte de esto, es necesario
algo financiero, algo personal, para que la mayoría de la
gente cambie de parecer. Y no solo de opinión sino de
conducta. La pregunta sobre cuestiones como esta es
siempre la misma: «¿Por qué debería importarme?». (¿Qué
fue esto? ¡Le escuché lo mismo a un minero del carbón en
Pensilvania que a un pescador de las Maldivas a trece mil
millas de distancia!).
Zef (que llegó un poco tarde) dijo que enseñaba debate
en las escuelas y que así también era posible hacer que
mucha gente cambiara de opinión.
Mike señaló que las posiciones en torno a este tema se
habían polarizado por culpa de los partidos políticos. Si
pudiéramos mencionar solo una cosa capaz de quedar
grabada en la mente de una persona y acallar el ruido del
partidismo… Eso sería un progreso. Las redes sociales son
una gran parte del problema.
Steve estuvo de acuerdo en que las personas ya no
adoptan creencias sino que son adoctrinadas.
Nancy fue más allá de esto y expuso su impresión de que
aquel era justamente el objetivo de los partidos políticos:
forzarnos a tomar partido, hacernos sentir que «alguien
debería ocuparse de eso» en vez de nosotros mismos.
Hasta el momento estaba bastante satisfecho con la
conversación, y comenzamos una discusión abierta y libre
en la que tratamos de pensar algunas soluciones. La idea
de reunirnos entre nosotros como seres humanos —como
estábamos haciendo en aquel momento— y plantar una
semilla de duda que pudiera terminar haciendo que la
gente cambiara de opinión parecía clave. Las personas se
preocupan primero por sus trabajos y su propio bienestar.
Es más difícil que se preocupen por algo que no pueden ver
o si no conocen a nadie a quien afecte. Por eso es
importante que la gente se conozca. Conté algunas
historias de mi viaje a las Maldivas y la gente parecía
fascinada. Su esfera de intereses se expandió allí mismo,
delante de mí.
Puede que esta no fuera la conversación que me
esperaba cuando planifiqué el viaje, pero fue bastante
edificante. Llegó la comida y seguimos hablando. Como
tuve que dejar de tomar notas, solo recuerdo que tuvimos
una conversación cordial y abierta. Desde entonces mi
visión sobre el cambio climático nunca ha sido la misma.
Había oído lo mismo varias veces en boca de diferentes
personas con intereses diferentes. Había una distinción
entre creencias y valores. Empecé con la siguiente
pregunta: «¿Cómo puedo convencer a alguien para que
crea lo que no cree?». Pero la pregunta a la que me
enfrentaba ahora era: «¿Cómo hago que alguien se
preocupe por algo o por alguien que antes no le
importaba?». Para contribuir a los esfuerzos contra el
cambio climático quizás el problema no fuera solo
modificar los puntos de vista irracionales de los
negacionistas sino tratar de comprender más en
profundidad la relación entre esos puntos de vista y los
valores subyacentes, lo que podría facilitarnos la tarea de
alentarles al compromiso en algo que nos afecta a todos.
Aquel chico del barco en las Maldivas tenía toda la razón.
Quizás la única razón por la que había ido allí era para oírle
decir: «Fuera de las Maldivas, a nadie le importa». Pero
¿por qué no? ¿No sabían que el problema también les
afectaba a ellos? ¿O no conocían a nadie de las Maldivas?
¿Cómo íbamos a superar aquella barrera, que al fin y al
cabo parece parte de la más novedosa estrategia del
negacionismo, que ha evolucionado del «no me lo creo» a
«vamos a destrozar nuestra economía con tal de hacer algo
al respecto»?
¿En qué se beneficia la gente del negacionismo? ¿Cuál es
el papel de la opinión propia y la identidad en la jerarquía
de las necesidades? ¿Son conscientes las personas de que
sus creencias son falsas pero simplemente no tienen la
motivación suficiente como para modificarlas debido a la
disonancia que eso les crearía? Pero ¡qué gran ejemplo! Me
encontré con tres mineros del carbón que comprendían la
gravedad del cambio climático y estaban dispuestos para
admitirlo en público aunque les supusiera entrar en
conflicto con su manera de ganarse la vida.
Si la solución definitiva a la crisis climática no se trata
solo de cambiar las creencias, sino también cambiar el
comportamiento, ¿cómo lo hacemos? Lo que mantenía a
esos mineros del carbón en las minas no era un
compromiso ideológico radical o una creencia motivada.
Era la realidad económica que necesitaban para alimentar
a su familia. No había alternativa práctica. Si la solución
definitiva a la crisis climática no consistiera meramente en
modificar creencias sino también conductas, ¿cómo la
vamos a afrontar? La razón por la que aquellos mineros del
carbón seguían bajando a la mina no era una especie de
compromiso ideológico radical ni una creencia motivada;
era la realidad económica de que tenían que dar de comer
a sus familias. En la práctica no había otra opción para
ellos. La industria del carbón y los políticos de Washington
les habían fallado de la misma manera que a los pescadores
de las Maldivas. La inacción en relación con el cambio
climático puede tener que ver con algo más grande que la
negación y el hecho de que haya negacionistas del cambio
climático no sea más que el síntoma de un problema mucho
mayor.
Cuando me fui de Pittsburgh, pensaba en volver y hacer
más entrevistas de seguimiento —la próxima vez quizás en
la sede de un sindicato—; logré que algunas personas a las
que había conocido en la cena prometieran hacerse
acompañar la próxima vez de algunos de sus amigos
negacionistas. Pero llegó la crisis del covid-19 y no fue
posible. Además, comencé a cuestionarme mis objetivos:
¿qué pretendía? Aunque pudiera granjearme el favor de
algunos negacionistas del cambio climático, ¿de qué
serviría? Como había podido comprobar, hay muchas
personas que ya creen en el cambio climático y que, sin
embargo, siguen trabajando para industrias contaminantes.
¿Sería razonable pretender que se pongan en huelga o
abandonen sus trabajos?
Me pregunto, de hecho, si esto no explica los resultados
de la encuesta sobre el negacionismo del cambio climático
en China. Que alguien que esté informado sobre el
calentamiento global acepte la verdad de las conclusiones
científicas no quiere decir que las emisiones vayan a cesar.
Para contrarrestar el cambio climático hace falta algo más
que convicciones. Pero ¿el qué?

LA SITUACIÓN ACTUAL

En julio de 2019, la ciudad de Anchorage, en Alaska,


alcanzó los 90 grados Fahrenheit 308 por primera vez desde
que hay registros 309 . El 20 de junio de 2020, primer día de
verano, se alcanzó el récord de 100,4 grados de
temperatura 310 en Verkhoyansk, Siberia 311 . El cambio
climático está por todas partes y avanza a toda velocidad.
El próximo panel del IPCC se publicará en 2022 y se espera
que ponga de manifiesto que el problema del cambio
climático apunte a un escenario todavía más apocalíptico
que el descrito en 2018. Aunque la preocupación por el
calentamiento global se haya incrementado en los últimos
años, muchos políticos americanos siguen ferozmente
atrincherados en la negación. Y en ausencia de liderazgos
el problema persiste.
Afrontamos la realidad de que la conciencia no es
suficiente, de que quizá la mejor manera de resolver la
crisis climática no sea hablar con los negacionistas del
cambio climático sino tratar de desencadenar
transformaciones políticas. De alguna manera esto puede
sonar fácil. Teniendo en cuenta lo que tuve enfrente en
aquel congreso de terraplanistas, no deberíamos albergar
muchas esperanzas en torno a la posibilidad de que los
negacionistas del cambio climático cambien de parecer —al
menos mientras estemos a tiempo de actuar contra el
cambio climático—. Pero imaginemos que no tenemos que
convencer a nadie para que abandone el negacionismo…
¡Bastaría con votar para echarlos de su cargo!
Pero esto todavía requiere una estrategia de
comunicación efectiva, lo que significa que tenemos que
lidiar con la propaganda emitida por las corporaciones con
intereses en la extracción de combustibles fósiles. Quienes
se oponen de manera más acérrima al cambio climático —
muchos de ellos desde el Congreso de Estados Unidos—
están rodeados de desinformación. ¿Cómo podemos hacer
que salgan de esa situación? Y si pudiéramos ¿qué garantía
tendríamos de que hacerles cambiar de opinión les llevaría
a actuar? Aquí están en juego valores e intereses
personales que van más allá de los hechos y la verdad. La
identidad desempeña un papel en la urdimbre no solo de
las creencias sino también de los valores. De lo que nos
importa, de las cosas por las que estamos dispuestos a
actuar. ¿Cuesta creerlo? Miremos el ejemplo de muchos
otros países, especialmente de China, donde el
negacionismo del cambio climático está en su punto más
bajo, pero los índices de contaminación están disparados.
Si dejar atrás le bastara para desencadenar acciones
concretas, ¿por qué no ocurre eso en China? Si la clave no
son los argumentos ni los gráficos, las palabras ni los
números, ¿cuál es entonces?
Tras el golpe que supuso la pandemia del covid-19,
empezaron a llamarme la atención las evidentes analogías
con el cambio climático. Se trataba de una crisis a escala
mundial que hacía indispensable la cooperación
internacional y en la que estaban en juego nuestras propias
vidas. De hecho, la única diferencia relevante parecía ser la
línea de tiempo acelerada. Aunque el calentamiento global
está produciéndose en el momento presente y en todo el
mundo, muchas veces es difícil que la gente lo perciba.
Dicen: «bueno, pero todavía falta mucho» o «donde yo vivo
no lo he notado», y siguen adelante. No les importa, porque
a su modo de ver aún no les ha afectado. Pero con el covid-
19 las perspectivas eran tan negativas que parecía que iba
a afectar a todo el mundo. Al menos podríamos aprender de
esto cómo abordar el problema análogo del cambio
climático, ¿no es así?
Pero luego, para mi sorpresa, hasta el covid-19 se
politizó y se convirtió en una nueva forma de negación de la
ciencia. Tendré mucho más que decir al respecto en el
capítulo 8, pero por ahora permítaseme simplemente trazar
algunos paralelismos que parecen relevantes para
comprender el problema del calentamiento global.

1. Si no estamos dispuestos a hacer los sacrificios


económicos y cambios necesarios para salvar nuestras
propias vidas en el presente inmediato, ¿por qué sí
deberíamos estarlo si se tratara de otras personas en
un futuro incierto (aunque este razonamiento sea
falso) por culpa del cambio climático?
2. Si no hay voluntad política para involucrarse en el
esfuerzo global destinado a combatir la pandemia en
el momento presente, cuando personas de todos los
países están sufriendo mucho, ¿qué nos hace pensar
que la habrá contra el cambio climático?
3. Si los intereses particulares pueden politizar tan
rápidamente algo como el coronavirus —con tonterías
partidistas y teorías de conspiración cada vez más
ridículas—, ¿qué esperanza tenemos de despolarizar el
«debate» del cambio climático? 312 .

Esto nos lleva a una conclusión sombría, pero quizá la


desconexión entre la opinión pública y nuestra crisis de
liderazgo en relación con el coronavirus pueda ayudarnos a
ver más allá. Si podemos permitirnos no convencer a la
obstinada minoría de «disidentes» del coronavirus para
resolver el problema, basta con un liderazgo mejor, y tal
vez eso funcione también con el calentamiento global 313 .
Y, en una extraña confluencia de acontecimientos, hay
algunas noticias descaradamente positivas para el clima
que tienen que ver con el coronavirus. Durante las
primeras semanas de la pandemia, a principios de abril de
2020, las emisiones globales experimentaron una reducción
sin precedentes del 17%. De acuerdo con un informe de las
Naciones Unidas publicado antes de la pandemia (en otoño
de 2019), «las emisiones de gases de efecto invernadero a
escala mundial deben empezar cayendo un 7,6% cada año a
partir de 2020 para evitar los efectos más catastróficos del
cambio climático» 314 . Y eso es justamente lo que pasó en
2020. Como consecuencia del teletrabajo, la reducción del
tráfico aéreo y rodado y el confinamiento total de algunos
países, un estudio científico calculó que «las emisiones
totales del año 2020 caerán probablemente entre el 4 y el
7% en comparación con las del año anterior». Otro informe,
este de la Agencia Internacional de la Energía Atómica,
situó el descenso de emisiones durante 2020 en un 8% 315 .
¡Esto supondría cumplir el objetivo de la ONU! Por
supuesto, no es previsible que esto dure una vez que la
pandemia termine. Y para cumplir el objetivo de IPCC de 2
grados Celsius en 2050 debemos mantener este ritmo de
reducción cada año desde ahora y hasta 2030 (con
reducciones posteriores hasta alcanzar los 0 grados en
2050). ¿Y quién piensa que lo podremos conseguir —dada
la enorme resistencia a apretarse el cinturón económico en
Estados Unidos y otros países durante la pandemia—?
En Estados Unidos empezó a haber presiones para
«reabrir la economía» menos de un mes después de la
primera ola del virus. Ahí están las inmortales palabras de
Donald Trump, tuiteadas menos de dos semanas después
de que se dictaran las primeras instrucciones para que la
gente se quedara en casa: «la cura no puede ser peor que
la enfermedad» 316 . Más sombrías aún fueron ciertas
sugerencias de abril de 2020 acerca del deber patriótico de
algunos estadounidenses que debían morir para salvar la
economía 317 . Este, ciertamente, no es un indicador
halagüeño en relación con el cambio climático. Si en el
momento presente hay tan poca voluntad de hacer
sacrificios económicos para salvar vidas durante la
pandemia, ¿por qué deberíamos esperar que el compromiso
sea mayor (ahora o más adelante) cuando se trate del
cambio climático?
Parece obvio: esta crisis no tiene que ver solo con una
enfermedad ni con el negacionismo del cambio climático.
Lo que está en juego es nuestra propia humanidad. En una
situación como esta, tal vez la clave para avanzar no sea
tratar de convencer a los negacionistas de la ciencia de
diverso pelaje que pululan por ahí sino enfrentarse al
propio sistema. Si el cambio climático (y el covid-19) han
quedado tan politizados, ¿por qué no apelar a los políticos?
Parecen los únicos capaces de desencadenar un gran
cambio sistémico. Y con los estudios de opinión pública
poniendo finalmente de manifiesto un gran apoyo a tomar
algún tipo de medidas, ¿por qué no deberían aumentar
nuestro optimismo en torno a que se puede hacer algo? 318 .
No cabe duda de que una de las principales causas de las
resistencias a tomar medidas concretas para frenar el
cambio climático es la política del Partido Republicano. El
trabajo de Mayer nos permitió comprobar de qué manera la
maquinaria de las donaciones de campaña y la influencia
corporativa han llevado a un estancamiento. Pues bien,
¿cómo salir de esta dinámica? Una forma segura es
mediante el voto. Cuando los negacionistas de la evolución
sobrepasaron a la junta escolar de Dover, Pensilvania, y
eligieron un plan de estudios que ponía en pie de igualdad
el diseño inteligente y la teoría de Darwin, un grupo de
padres presentó una demanda de un millón de dólares y los
ocho miembros de la junta fueron apeados de sus cargos en
las siguientes elecciones 319 . En vez de tratar de convencer
de su error a los políticos negacionistas, puede que baste
con votar a los más cualificados para el cargo. Puede que el
movimiento empiece cuando los 130 miembros del actual
Congreso que han negado o puesto en duda el cambio
climático, como James Inhofe, Ted Cruz y Mitch McConnell,
estén fuera de sus cargos 320 . Cuando Trump se haya ido,
quizá podamos unirnos al Acuerdo de París. Sin embargo,
mientras siga Trump, no debemos renunciar a convencer a
los que quedan. Cualquier esfuerzo es bienvenido, ya
consista en modificar sus creencias o la «esfera de sus
preocupaciones». Deben cambiar las mentes para que la
acción se produzca.
Vimos algunos inspiradores ejemplos de republicanos
convertidos en relación con el cambio climático en el
capítulo 3, donde conocimos las historias de Jim
Bridenstine, James Cason y Tomás Regalado, quienes
empezaron a cambiar de parecer cuando el problema llamó
a sus puertas, ya fuera por una experiencia personal o por
haber escuchado a personas en las que confiaban 321 . ¿No
podemos hacer uso de las mismas técnicas que expusimos
en otros capítulos de este libro con las últimas
resistencias? En vez de condenar a los políticos demócratas
que «se comprometen» con el enemigo, ¿no deberíamos
alegrarnos de ver más amistades al otro lado del pasillo? Si
armamos a más representantes y senadores demócratas
con las técnicas que necesitan para la persuasión, y tal vez
con algunos gráficos más, ¿no podrían obtenerse buenos
resultados?
Según un reciente estudio publicado en el Journal of
Experimental Social Psychology, con el título de «Red,
White, and Blue Enough to Be Green» [«Lo bastante rojo,
blanco y azul para ser verde»], la estrategia retórica del
«encuadre moral» puede ser determinante a la hora de
hacer que el cambio climático sea más aceptable para los
ciudadanos conservadores 322 . Al enfatizar la idea de que
proteger el entorno natural es cuestión 1) de obedecer a la
autoridad, 2) de defender la pureza de la naturaleza y 3) de
demostrar el propio patriotismo, hubo un cambio
estadísticamente significativo en la disposición de los
conservadores a aceptar mensajes a favor del medio
ambiente. En otro estudio, citado por Dana Nuccitelli en el
Guardian, puso de manifiesto que subrayar el acuerdo del
97% entre los científicos del clima tuvo un gran influjo en
persuadir a los conservadores. He aquí algunos ejemplos
en los que el problema no es simplemente rechazar hechos;
una comunicación científica eficaz puede influir
notablemente en la actitud de los conservadores 323 .
Persuadir y votar. Cambiar creencias y valores. Poner
hechos en común, pero tratando al mismo tiempo de
ensanchar la esfera de preocupaciones. Este es el desafío
de nuestro tiempo. El problema del cambio climático es de
tal magnitud y urgencia que requiere que todas las manos
se pongan a la obra. Recordemos el informe del IPCC de
2018, que aseguraba que solo disponemos de veinte
escasos años para tratar de revertir los efectos más
destructivos del calentamiento global 324 . Más
recientemente, parece estar fraguándose un nuevo
consenso —así lo asegura la BBC— en torno a la idea de
que «los próximos dieciocho meses serán críticos para
lidiar con la crisis de temperaturas a escala mundial» 325 .
No es solo que el informe del IPCC de 2018 dijera que «las
emisiones globales de dióxido de carbono deben alcanzar
su punto máximo en 2020 para mantener el planeta por
debajo de 1,5 grados centígrados», sino también que si
además no contamos con un plan global que se ponga en
marcha a finales del mismo año —y un liderazgo político
capaz de llevarlo a cabo— probablemente no lo
consigamos. De acuerdo con Hans Joachim Schellnhuber,
fundador del Instituto Climático de Postdam, «las
matemáticas del clima son de una tremenda claridad:
aunque el mundo no pueda curarse durante los próximos
años, sí puede quedar herido de muerte antes de 2020”». Si
de verdad tenemos la intención de reducir las emisiones
globales a la mitad para 2030, no nos sobra tiempo para
empezar.
La mala noticia es que el artículo que cité es de julio de
2019, así que los dieciocho meses han pasado ya. La buena
noticia es que, desde que se publicó el artículo, la súbita
reducción de las emisiones globales como consecuencia del
coronavirus supone que el objetivo de 2020 podría
alcanzarse. Pero ¿más allá de esa fecha? Todos esperamos
que la pandemia termine cuanto antes para que no se
pierdan más vidas. Pero cuando eso ocurra deberemos
devolver inmediatamente nuestra atención a la persistente
crisis del calentamiento global, y será mejor que para
entonces tengamos un plan.
Para abordar el cambio climático —ya sea en relación
con individuos o gobiernos— estoy convencido de una cosa:
tendremos que empezar otra vez a hablar entre
nosotros 326 . En este libro he subrayado la importancia del
contacto personal como el método más eficaz de combatir
el negacionismo de la ciencia. Esto se debe a que la mejor
manera de construir lazos de confianza y respeto —y, por
tanto, de hacer cambiar actitudes— es por medio de las
relaciones personales. En la formación de creencias se
entrelazan nuestras identidades, valores e inclinaciones
afectivas. Pero ¿no puede decirse lo mismo de las cosas que
nos importan? Con el cambio climático hemos visto que la
mejor ruta para alcanzar una solución global podría no ser
por medio del cambio de convicciones a partir de
conversaciones personales con los negacionistas. Por el
contrario, si en vez de eso tratamos de hacer que más
personas se preocuparan por el problema, la receta podría
ser la misma. Si tratamos de cambiar el corazón o los
valores de una persona, la mejor manera de acercarse a
ella es por medio del contacto personal. Las personas se
preocupan por la gente que conocen. Se preocupan por los
lugares que han visto. Si pudiéramos ampliar su esfera de
preocupaciones de tal manera que incluya tanto al minero
de carbón de Pennsylvania como al pescador de las
Maldivas, ¿no se nos abriría una opción más prometedora?
No está mal pensar que, en cierta medida, el proceso de
tratar de modificar las creencias de una persona coincide
con el de tratar de modificar lo que le importa. Puede que
para eso no haya estrategias argumentativas perfectas,
aunque dialogar sigue siendo una buena idea. Si nos damos
la espalda los unos a los otros, el problema solo empeorará.
286
Calvin Woodward y Seth Borenstein, «Unraveling the Mystery of whether
Cows Fart», AP, 28 de abril de 2019; disponible en:
https://apnews.com/9791f1f85808409e93a1abc8b98531d5.
287
«Sources of Greenhouse Gas Emissions», EPA,
hhttps://www.epa.gov/ghgemissions/sources-greenhouse-gas-emissions.
288
Tess Riley, «Just 100 Companies Responsible for 71% of Global Emissions,
Study Says», Guardian, 10 de julio de 2017; disponible en:
https://www.theguardian.com/sustainable-business/2017/jul/10/100-fossil-fuel-
companies-investors-responsible-71-global-emissions-cdp-study-climate-change.
289
Véase la sección «Orígenes y causas del negacionismo del cambio
climático» del capítulo 4.
290
Robinson Meyer, «America’s Coal Consumption Entered Free Fall in 2019»,
Atlantic, 7 de enero de 2020; disponible en:
https://www.theatlantic.com/science/archive/2020/01/americas-coal-
consumption-entered-free-fall-
2019/604543/#:~:text=American%20coal%20use%20fell%2018,is%20remarka
ble%2C%E2%80%9D%20Houser%20said.
291
Desafortunadamente, esto no quiere decir que las emisiones de Estados
Unidos se hayan reducido en proporción. Estados Unidos sigue siendo el
segundo mayor emisor de dióxido de carbono, puesto que el carbón ha sido
sustituido por el gas natural, otro combustible fósil. Aún se prevé que no
alcanzaremos nuestro objetivo de una reducción de las emisiones del 26% en
2025, tal como fija el Acuerdo de París.
292
Somini Sengupta, «The World Needs to Quit Coal. Why Is It So Hard?»,
New York Times, 24 de noviembre de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/11/24/climate/coal-global-warming.html.
293
«The Road to a Paris Climate Deal», New York Times, 11 de diciembre de
2015; disponible en:
https://www.nytimes.com/interactive/projects/cp/climate/2015-paris-climate-
talks/where-in-the-world-is-climate-denial-most-prevalent.
294
En una encuesta posterior se comprobó que de veintitrés países grandes
solo Arabia Saudí e Indonesia tenían una proporción de negacionistas del
cambio climático mayor que la de Estados Unidos. Oliver Milman y Fiona
Harvey, «US Is Hotbed of Climate Change Denial, Major Global Survey Finds»,
Guardian, 8 de mayo de 2019; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/2019/may/07/us-hotbed-climate-
change-denial-international-poll.
295
Chris Mooney, «The Strange Relationship between Global Warming Denial
and… Speaking English», Guardian, 23 de julio de 2014; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/2014/jul/23/the-strange-
relationship-between-global-warming-denial-and-speaking-english. Después de
Estados Unidos, el siguiente país con más negacionistas es Australia.
296
¿Avaricia? ¿Interés egoísta? ¿Indiferencia? Quizás el chico al que conocí en
aquel barco en las Maldivas tuviera razón. No es solo cuestión de creer, sino
también de preocuparse.
297
Brad Plumer, «Carbon Dioxide Emissions Hit a Record in 2019, Even as
Coal Fades», New York Times, 3 de diciembre de 2019; disponible en:
https://www.nytimes.com/2019/12/03/climate/carbon-dioxide-emissions.html.
298
«Energy and the Environment Explained», Administración de Información
Energética de Estados Unidos, última actualización el 11 de agosto de 2020;
disponible en: https://www.eia.gov/energyexplained/energy-and-the-
environment/where-greenhouse-gases-come-from.php.
299
«Salem-Style Mass Hysteria Animates Trump Movement at Moon Twp., PA
Rally —Nov. 6, 2016»; disponible en: https://www.youtube.com/watch?
v=BQNmjpXBanc&t=4s; «Creating Breakthrough Moments»; disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=OOfV4ZkmjlM; «Trump Voter Breakthrough
—May 2017»; disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=7V8JZXx_hUs.
300
Desafortunadamente, debido a un imprevisto de programación, el programa
de NPR no se retransmitió hasta pasada la reunión, pero aun así disfruté
hablando con la presentadora acerca del negacionismo del cambio climático.
Kara Holsopple, «The Philosophy of Climate Denial», The Allegheny Front, 18
de septiembre de 2019; disponible en: https://www.alleghenyfront.org/the-
philosophy-of-climate-denial/.
301
disponible en: https://quoteinvestigator.com/2017/11/30/salary/.
302
Eliza Griswold, «People in Coal Country Worry about the Climate, Too»,
New York Times, 13 de julio de 2019; disponible en:
https://www.nytimes.com/2019/07/13/opinion/sunday/jobs-climate-green-new-
deal.html.
303
Recordemos la caída del 18% en 2019. De eso estamos hablando.
304
Jane Mayer, Dark Money: The Hidden History of the Billionaires Behind the
Rise of the Radical Right, Nueva York, Anchor, 2017.
305
Andrew Norman, Mental Immunity: Infectious Ideas, Mind-Parasites, and
the Search for a Better Way to Think, Nueva York, Harper Wave, 2021.
306
Todos los nombres son pseudónimos.
307
Griswold, «People in Coal Country Worry about the Climate, Too».
308
Unos 32 grados centígrados. (N. del T.)
309
Jake Johnson, «“We Are in a Climate Emergency, America”: Anchorage Hits
90 Degrees for the First Time in Recorded History», Common Dreams, 5 de
julio de 2019; disponible en:
https://www.commondreams.org/news/2019/07/05/we-are-climate-emergency-
america-anchorage-hits-90-degrees-first-time-recorded.
310
Casi 38 grados centígrados. (N. del T.).
311
Alejandra Borunda, «What a 100-Degree Day in Siberia Really Means»,
National Geographic, 23 de junio de 2020; disponible en:
https://www.nationalgeographic.com/science/2020/06/what-100-degree-day-
siberia-means-climate-change/.
312
Por supuesto, yo no soy la primera persona que repara en las obvias
similitudes. De hecho, dado que toda la negación de la ciencia es básicamente
la misma, la que se da en relación con el coronavirus tiene un inquietante
parecido con la del cambio climático y otros temas. Desinformación, whishful
thinking, culpa, negación e invención de hechos seguidos de la afirmación de
que el coste de resolverlo es demasiado alto están fuera del libro de jugadas
del negacionista de la ciencia… Todo está sacado del manual del negacionista
de la ciencia. Katelyn Weisbrod, «6 Ways Trump’s Denial of Science Has
Delayed the Response to covid-19 (and Climate Change)», Inside Climate News,
19 de marzo de 2020; disponible en:
https://insideclimatenews.org/news/19032020/denial-climate-change-
coronavirus-donald-trump?
gclid=EAIaIQobChMIsan_qduf6gIVDo3ICh1XPAIuEAAYASAAEgID0_D_BwE;
Gilad Edelman; «The Analogy between covid-19 and Climate Change Is Eerily
Precise», Wired, 25 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.wired.com/story/the-analogy-between-covid-19-and-climate-
change-is-eerily-precise/.
313
Por desgracia, no hay vacuna para el cambio climático.
314
Chris Mooney, Brady Dennis y John Muyskens, «Global Emissions Plunged
an Unprecedented 17% during the Coronavirus Pandemic», Washington Post,
19 de mayo de 2020; disponible en: https://www.washingtonpost.com/climate-
environment/2020/05/19/greenhouse-emissions-coronavirus.
315
Brad Plumber, «Emissions Declines Will Set Records This Year. But It’s Not
Good News», New York Times, 30 de abril de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/04/30/climate/global-emissions-decline.html.
316
Maggie Haberman y David Sanger, «Trump Says Coronavirus Cure “Cannot
Be Worse Than the Problem Itself”», New York Times, 23 de marzo de 2020;
disponible en: https://www.nytimes.com/2020/03/23/us/politics/trump-
coronavirus-restrictions.html.
317
Lois Beckett, «Older People Would Rather Die Than Let Covid-19 Harm the
US Economy —Texas Official», Guardian, 24 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.theguardian.com/world/2020/mar/24/older-people-would-rather-
die-than-let-covid-19-lockdown-harm-us-economy-texas-official-dan-patrick;
Sally Jenkins, «Some May Have to Die to Save the Economy? How about
Offering Testing and Basic Protections?», Washington Post, 18 de abril de 2020;
disponible en: https://www.washingtonpost.com/sports/2020/04/18/sally-
jenkins-trump-coronavirus-testing-economy/.
318
De hecho, una encuesta realizada justo después de las elecciones
presidenciales de 2016 mostró que el 62% de los votantes de Trump apoyaban
grabar con impuestos las emisiones de carbono. Si los votantes están de
acuerdo, ¿por qué no los políticos? Dana Nuccitelli, «Trump Can Save His
Presidency with a Great Deal to Save the Climate», Guardian, 22 de febrero de
2017; disponible en: https://www.theguardian.com/environment/climate-
consensus-97-per-cent/2017/feb/22/trump-can-save-his-presidency-with-a-great-
deal-to-save-the-climate.
319
Laurie Goodstein, «Evolution Slate Outpolls Rivals», New York Times, 9 de
noviembre de 2005; disponible en:
https://www.nytimes.com/2005/11/09/us/evolution-slate-outpolls-rivals.html.
320
Ellen Cranley, «These Are the 130 Members of Congress Who Have
Doubted or Denied Climate Change», Business Insider, 29 de abril de 2019;
disponible en: https://www.businessinsider.com/climate-change-and-
republicans-congress-global-warming-2019-2#kentucky-14.
321
Otros alcaldes republicanos se les han unido. Liz Enochs, «Spotted at the
Climate Summit: Republican Mayors», Bloomberg News, 19 de septiembre de
2018; disponible en: https://www.bloomberg.com/news/articles/2018-09-19/the-
republican-mayors-who-have-broken-ranks-on-climate.
322
Christopher Wolsko et al., «Red, White, and Blue Enough to Be Green:
Effects of Moral Framing on Climate Change Attitudes and Conservation
Behaviors», Journal of Experimental Social Psychology, 65 (2016); disponible
en: https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0022103116301056.
323
Dana Nuccitelli, «Trump Thinks Scientists Are Split on Climate Change. So
Do Most Americans», Guardian, 22 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/climate-consensus-97-per-
cent/2018/oct/22/trump-thinks-scientists-are-split-on-climate-change-so-do-
most-americans; Dana Nuccitelli, «Research Shows That Facts Can Still Change
Conservatives’ Minds», Guardian, 14 de diciembre de 2017;
hhttps://www.theguardian.com/environment/climate-consensus-97-per-
cent/2017/dec/14/research-shows-that-certain-facts-can-still-change-
conservatives-minds; Sander van der Linden et al., «Scientific Agreement Can
Neutralize Politicization of Facts», Nature Human Behaviour, 2 (enero de
2018); disponible en: https://www.nature.com/articles/s41562-017-0259-2;
Sander van der Linden et al., «Gateway Illusion or Cultural Cognition
Confusion», Journal of Science Communication, 16, núm. 5 (2017); disponible
en: https://jcom.sissa.it/archive/16/05/JCOM_1605_2017_A04.
324
Umair Irfan, «Report: We Have Just 12 Years to Limit Devastating Global
Warming», Vox, 8 de octubre de 2018; disponible en:
https://www.vox.com/2018/10/8/17948832/climate-change-global-warming-un-
ipcc-report.
325
Matt McGrath, «Climate Change: 12 Years to Save the Planet? Make That
18 Months», BBC News, 24 de julio de 2019; disponible en:
https://www.bbc.com/news/science-environment-48964736.
326
Sarah Finnie Robinson, «How Do Americans Think about Global
Warming?», Boston University, Institute for Sustainable Energy, 9 de agosto de
2018; disponible en: https://www.bu.edu/ise/2018/08/09/the-51-percent-a-
climate-communications-project-to-accelerate-the-transition-to-a-zero-carbon-
economy/.
CAPÍTULO 6

Organismos genéticamente
modificados. ¿Existe algo así
como un negacionismo
progresista de la ciencia?

Hay quien ha sugerido que el negacionismo de la ciencia


es un fenómeno fundamentalmente característico del ala
política derechista. Los ejemplos no son difíciles de
encontrar. Acabamos de ver de qué manera el Partido
Republicano ha politizado el cambio climático y lo ha
convertido en una prueba de fuego virtual de la identidad
política 327 . Otro ejemplo destacado es la creencia en la
teoría de la evolución por selección natural de Darwin, en
relación con la cual encontramos no solo una nítida división
partidista en las encuestas de opinión sino también una
campaña de relaciones públicas sutilmente velada a cargo
de algunos cristianos conservadores afines al movimiento
evangélico, que tratan de hacer pasar el creacionismo
como la nueva ciencia del diseño inteligente con el objetivo
de introducirlo en el currículo de ciencias de la enseñanza
pública 328 . Estas ni siquiera son decisiones arriesgadas:
solo el 27% de los republicanos considera que el cambio
climático sea una gran amenaza, en contraste con el 83%
de los demócratas 329 . En torno a la evolución, solo el 43%
de los republicanos (en contraste con el 67% de los
demócratas) cree que los seres humanos han evolucionado
a lo largo del tiempo —y el porcentaje de republicanos que
lo cree se ha ido reduciendo desde la última vez que se
midió 330 —. Pero ¿significa esto que no existen ejemplos de
negacionismo de la ciencia en los que la división política se
manifieste menos claramente 331 o incluso se vea invertida?
332 .

Aquí debemos andarnos con cuidado. Ya hemos visto


gracias al trabajo de Lilliana Mason que hay una distinción
plausible entre ideología política e identidad. En algunos
casos, lo que creemos no es tan importante como quién lo
cree con nosotros. Hasta cierto punto, el negacionismo
conservador del cambio climático y la evolución puede
explicarse atendiendo al hecho de que eso es justamente lo
que se supone que un conservador debe creer en vez de
una convicción hondamente arraigada acerca de los
impuestos al carbón o de la imposibilidad de que órganos
tan complejos como el ojo hayan sido producidos por
selección natural. Así, pues, en la medida en la que el
cambio climático y la evolución ya se han politizado, no
sorprende encontrar una división partidista entre
progresistas y conservadores. Una vez que las personas
reciben el memorando acerca de lo que deben creer,
adoptan los argumentos que les ofrece su bando para
respaldar sus creencias 333 .
Pero ¿es así todo negacionismo de la ciencia? Y, si en
efecto lo es, ¿no existe la posibilidad de que haya casos de
negacionismo no solo políticamente derechistas sino
también izquierdistas? Los candidatos que resaltan aquí a
primera vista —ofrecidos por académicos y comentaristas
por igual— son los movimientos antivacunas y contra los
organismos genéticamente modificados (OGM) 334 . En un
artículo de Scientific American citado con frecuencia,
Michael Shermer defiende la tesis de que la política tiene
la capacidad de distorsionar la ciencia desde ambos lados
del espectro ideológico 335 . Más aún: sugiere la novedosa
idea de que —junto con el bien conocido problema de los
republicanos y el negacionismo de la ciencia— hay también
una «guerra de izquierdas contra la ciencia». En un ensayo
posterior explica:
La gente de izquierdas es igual de escéptica con respecto a los
resultados científicos consolidados que chocan con su ideología política,
ya se trate de los transgénicos, la energía nuclear, la ingeniería genética
o la psicología evolutiva —el escepticismo en relación con esto último es
lo que llamo «creacionismo cognitivo» por su defensa del modelo de la
mente como una pizarra vacía en el que la selección natural opera con los
seres humanos solo de cintura para abajo 336 —.

Esto parece fácil de comprobar, pero sigue siendo


controvertido. Shermer cita positivamente a la psicóloga
Asheley Landrum, quien explica que «las personas con más
conocimiento solo aceptan la ciencia cuando no entra en
conflicto con sus creencias y valores preexistentes. De lo
contrario, utilizan ese conocimiento para reforzar la
justificación de sus propias posiciones» 337 . Ya sabemos por
el trabajo de Daniel Kahneman que todos nosotros —
demócratas y republicanos, progresistas y conservadores—
tenemos sesgos cognitivos que evolucionaron en un
proceso de selección natural a lo largo de cientos de miles
de años. Que alguien sea de izquierdas no significa que sea
inmune a la influencia de cosas como el sesgo de
confirmación o el razonamiento motivado. Recordemos el
experimento de Dan Kahan citado en el capítulo 2, en el
que los progresistas que manifestaban mejores habilidades
matemáticas no fueron capaces de llegar a la conclusión
correcta a partir de un conjunto de datos cuando el tema
en cuestión era el control de armas.
Pero ahora veamos la pregunta esencial: ¿es cierto que
hay sectores del negacionismo de la ciencia
característicamente progresistas? En muchos de sus
diferentes libros sobre teorías de la conspiración, sesgos
cognitivos y la manera de razonar de las personas que
rechazan la ciencia, Stephan Lewandowsky ha defendido
que «la evidencia a favor de un negacionismo de la ciencia
de izquierdas es escasa o inexistente» 338 y que la
desconfianza en la ciencia «parece concentrarse sobre todo
en la derecha política» 339 .
Hay mucho en juego con solo plantear la pregunta, por lo
que es importante aclarar qué podría significar un
negacionismo progresista de la ciencia. ¿Bastaría con
poner de manifiesto que hubo algunos negadores de la
ciencia de izquierdas en relación con algunas cuestiones
científicas? Eso sería demasiado fácil y ya se sabe que así
es. Simplemente con señalar que el 16% de los demócratas
no considera el cambio climático como un problema serio o
que el 33 por 100 alberga dudas en torno a la evolución
queda claro que existe (cierto) negacionismo de la ciencia
progresista 340 . Pero eso no parece lo que Shermer tiene en
mente 341 . En el extremo opuesto, ¿podemos encontrar
algún tema en relación con el cual el rechazo a los hechos y
evidencias científicas sea exclusivamente de izquierdas?
Eso sería demasiado estricto. De la misma manera que el
hecho de que haya progresistas que nieguen la realidad del
calentamiento global no socava nuestra conclusión de que
el negacionismo del cambio climático es un fenómeno de
derechas, tampoco tenemos por qué encontrar un sector en
el que el cien por cien de los negacionistas se identifique
con posiciones de izquierdas para demostrar que existe
algo así como un negacionismo de la ciencia de izquierdas.
¿Qué tenemos que buscar entonces?
¿Qué tal un supuesto en el que la mayoría de los
negacionistas sean de izquierdas o en el que la fuerza
impulsora detrás del argumento en contra del consenso
científico dependa de alguna creencia identificada como
nuclear de la izquierda política? Los peligros de buscar el
supuesto exacto son bien descritos por Chris Mooney a lo
largo de su continua implicación en este tema 342 . La
principal preocupación de Mooney es (con razón) una falsa
equivalencia. Aunque encontráramos un sector del
negacionismo de la ciencia que tienda a la izquierda, no
bastaría para equilibrar las cosas frente a la embestida del
negacionismo de la ciencia procedente de la derecha 343 .
Así, si vamos a afirmar que los antivacunas y el movimiento
contra los organismos genéticamente modificados, por
ejemplo, constituyen ejemplos de negación progresista de
la ciencia, es mejor que estemos preparados para defender
la idea no solo de que la mayoría de sus partidarios se
ubican en la izquierda sino que además están motivados
por cierta ortodoxia ideológica, de la misma manera que el
negacionismo del cambio climático no solo tiende a la
derecha sino que obedece a puntos de vista conservadores,
tales como la desconfianza hacia el control gubernamental
o un compromiso inquebrantable con las soluciones
basadas en el libre mercado 344 . Aun así, como punto de
partida, incluso si el marcador en relación con el
negacionismo de la ciencia se mantuviera claramente a la
derecha, que es justamente lo que sostiene Mooney en sus
libros The Republican War on Science y The Republican
Brain, ¿hay sectores del negacionismo de la ciencia de
filiación izquierdista? 345 .
Un candidato bastante popular es el movimiento
antivacunas. Mooney aborda esta cuestión en su ensayo de
2001 «The Science of Why We Don’t Believe in Science»
[«La ciencia de los que no creemos en la ciencia»]:
Por tanto, ¿hay algún caso de estudio relacionado con el negacionismo
de la ciencia que remita en mayor medida a la izquierda política? Sí: la
afirmación de que las vacunas infantiles están produciendo una epidemia
de autismo. Sus defensores más famosos son un ecologista (Robert F.
Kennedy Jr.) y numerosas celebridades de Hollywood (sobre todo Jenny
McCarthy y Jim Carrey). El Huffington Post regala un megáfono muy
grande a los negacionistas. Y Seth Mnookin, autor del nuevo libro The
Panic Virus, señala que si se quiere encontrar a los que niegan las
vacunas todo lo que se necesita hacer es pasar un rato en Whole
Foods 346 .

Sin embargo, un párrafo más abajo Mooney se pone a


salvo con la afirmación de que la negación de la ciencia «es
considerablemente más visible en el ámbito de la derecha»
y de que «hoy en día las posiciones antivacunas
prácticamente no existen entre los cargos del Partido
Demócrata». ¿Pueden ser políticos nuestros puntos de vista
si los políticos de nuestro lado no hacen uso de ellos? En un
trabajo posterior, Mooney retrocede aún más,
aparentemente escaldado ante la idea de que podría haber
dado ayuda y consuelo a la muchedumbre de la «falsa
equivalencia» al escribir artículos con títulos como
«There’s No Such Thing as the Liberal War on Science»
[«No existe tal cosa como la guerra progresista a la
ciencia»] y «Stop Pretending that Liberals Are Just as Anti-
Science as Conservatives» [«Dejemos de fingir que los
progresistas son tan anticiencia como los
conservadores»] 347 .
¿Qué pasa si Mooney tiene razón? ¿No puede ser cierto
que el movimiento antivacunas es un ejemplo de negación
de la ciencia prominente en la izquierda y que eso no
justifica la conclusión de que los progresistas son tan
anticiencia como los conservadores? ¿Seguiría siendo este
un ejemplo de negacionismo progresista de la ciencia? 348 .
Depende. Según los datos de las últimas encuestas
disponibles, las cosas parecen haber cambiado un poco
desde el artículo de Mooney de 2011. En una encuesta de
Pew de 2014, «el 34% de los republicanos, el 33 de los
independientes y el 22 de los demócratas creen que la
última palabra sobre la vacunación debería corresponder a
los padres» 349 . Pero esta es solo una manera de medir la
resistencia a las vacunas. Otra encuesta de Pew de 2015
arrojó como resultado que el 12% de los progresistas y el
10 de los conservadores consideraban que las vacunas no
son seguras 350 . ¿Cuál es la manera correcta de medir el
sentimiento antivacunas? Y estas diferencias partidistas:
¿son lo bastante pronunciadas, después de todo, como para
armar tanto alboroto? El movimiento antivacunas hoy en
día no es solo bipartidista sino además no partidista 351 .
Quizás el tema no esté politizado. De hecho, estudios
recientes sugieren que, en la medida en la que los
progresistas y los conservadores conforman
aproximadamente las dos mitades del universo
antivacunas, estas acciones provienen del ala más
extremista de cada partido 352 . Como lo expresó un
comentarista, «no importa la inclinación, cuanto más
extremista, más probable es que crea que las vacunas son
dañinas» 353 . Otra investigación apunta que incluso allí
donde tanto los progresistas como los conservadores son
escépticos en relación con las vacunas las razones a las que
ello obedece pueden ser diferentes 354 . ¿Qué nos dice esto
sobre el movimiento antivacunas como ejemplo progresista
de negación de la ciencia?
El movimiento antivacunas es un fenómeno fascinante y
atañe plenamente a cualquier libro sobre el negacionismo
de la ciencia. Pero la política de los antivacunas es
descorazonadoramente equívoca, sobre todo en tiempos del
coronavirus 355 . Como ya se hizo notar más arriba, se trata
de una cuestión bastante abordada en los últimos años y
hay libros excelentes al respecto. The Panic Virus, de Seth
Mnookin, ya citado, es un buen lugar para comenzar, al
igual que Deadly Choices: How the Anti Vaccine Movement
Threatens Us All de Paul Offit. Una exposición todavía más
reciente y perfectamente accesible es la de Jonathan
Berman en Anti-vaxxers: How to Challenge a Misinformed
Movement 356 , que examina los argumentos de base y los
orígenes de la resistencia a las vacunas. Así, pues,
busquemos en otra parte.
Lo que necesitamos es un ejemplo perfecto, algo para lo
cual los hechos sean claros, haya acuerdo entre los
científicos y, sin embargo, el público en general rechace
dichos hechos sobre la base de supuestos ideológicos
progresistas; algo en lo que no solo la mayoría de los
negacionistas sean progresistas, sino en lo que además la
justificación para adoptar una postura de negación
arraigue en una visión izquierdista del mundo. (Como
truco, estaría bien señalar que algunos de los argumentos
tácticos son los mismos que utilizan los conservadores en
relación con el cambio climático y que los progresistas
nunca tolerarían, como «hacen falta más datos» y «todavía
no contamos con el estudio definitivo».)
En vez del movimiento antivacunas, propongo una
alternativa, algo bochornosamente descuidado que parece
una candidatura perfecta: los OGM. Una vez que hayamos
aprendido un poco más sobre la cuestión —y hayamos
hablado con algunas personas—, volveremos a la política al
final del siguiente capítulo.

LOS ORGANISMOS GENÉTICAMENTE MODIFICADOS

La resistencia contra los organismos genéticamente


modificados (OGM) ha recibido poca atención crítica en
relación con el negacionismo de la ciencia. Como con el
terraplanismo, hasta hace poco apenas se hablaba de los
transgénicos. Pero las razones son diferentes. Con la Tierra
plana, el número de seguidores era tan escaso y las
afirmaciones tan delirantes que nadie se lo tomaba en
serio. Con los transgénicos ocurre más bien lo contrario: la
información errónea intuitivamente verosímil está tan
extendida y es tan raramente cuestionada que muchas
personas se la creen. Aunque la mayoría de quienes
rechazan los transgénicos no se han parado a estudiar la
ciencia subyacente, afirman que los resultados son
equívocos, que los expertos no merecen confianza, que
hacen falta más datos. ¿Nos suena familiar?
Hay otra razón por la que dedicarle este capítulo a la
negación de la ciencia relacionada con los transgénicos es
una buena idea: se trata de que representa probablemente
una de las áreas de demostración más fáciles para debatir
con un negacionista de la ciencia, puesto que casi todo el
mundo conoce a alguien que está en contra de los
transgénicos. Yo mismo tengo amigos y parientes que se
ponen rojos de ira ante la idea de que haya gente que se
dedique a «manipular su comida» y que consideran que sin
una protesta pública nunca sabríamos qué alimentos son
seguros y cuáles no. Entiendo las objeciones a los
pesticidas, los herbicidas, los colorantes artificiales, los
antibióticos e incluso las hormonas de crecimiento, pero ha
habido una investigación científica legítima que ha
demostrado que se trata de verdaderos peligros
potenciales 357 . ¿Pero los transgénicos? No hay estudios
creíbles que sugieran que consumirlos sea un riesgo para
la salud 358 .
«Pero esos estudios están pendientes de hacer», se queja
la gente. «Qué pasó con la talidomida. Hay cosas que
escapan a la investigación científica; luego se descubre que
no son seguras». Ya hemos visto esta estrategia antes. Lo
que me preocupa con respecto a esto no es que la
precaución e incluso el escepticismo sean irracionales, sino
que estén llegando lo suficientemente lejos como para
trascender la aversión al riesgo y abrazar abiertamente el
negacionismo de la ciencia 359 . Una cosa es decir: «¿por
qué correr el riesgo cuando hay otra opción?» (aunque los
antivacunas utilizan el mismo argumento); otra muy
distinta es decir: «todo el trabajo para producir
transgénicos ha sido realizado por corporaciones malvadas
que están tratando de envenenarnos para multiplicar sus
ganancias» 360 . Argumentar que no hay ninguna ventaja en
consumir transgénicos (en nuestras opulentas democracias
occidentales) es una cosa, pero argumentar que los
transgénicos fueron creados deliberadamente con algún
propósito malvado es otra muy distinta 361 .
¿Qué son exactamente los transgénicos? Son cultivos en
los que han sido modificados molecularmente su capacidad
de nutrición, vigor, crecimiento y resistencia a una serie de
amenazas 362 . Todo empezó en 1994 con el tomate Flavr
Savr (aunque este en particular dejó de ser cultivado en
1997), que había sido alterado para evitar su deterioro 363 .
Mucha gente no se da cuenta de que la mayor parte de los
alimentos que consume cotidianamente ha sido
genéticamente modificada 364 . El maíz que la gente comía
en el siglo XVIII tenía un aspecto muy diferente al actual. El
85% del maíz actual es el resultado de la selección artificial
y la alteración genética 365 . De hecho, hoy en día hay una
variedad de maíz resistente a los insectos, lo que permite a
los agricultores usar menos insecticida. La alteración
genética prácticamente ha salvado la industria de la
papaya, que de otra manera habría desaparecido 366 . Los
cultivos más comunes sujetos a modificación genética son
la soja, el maíz y el algodón 367 . Pero el que tiene más
potencial de éxito es el arroz.
El «arroz dorado» fue desarrollado por investigadores
académicos en la década de 1990 con el fin de ayudar a
resolver el problema de la carencia de vitaminas y la
inseguridad alimentaria 368 . El arroz es consumido
diariamente por la mitad de la población mundial. Se
calcula que 250 millones de niños de todo el mundo están
aquejados de falta de vitamina A, que puede provocar
ceguera o la muerte 369 . Al cruzar el arroz con un gen
particular que se encuentra en el narciso, los
investigadores descubrieron que el arroz resultante era
muy alto en betacaroteno, que es una excelente fuente de
vitamina A. (El color del arroz también pasó de blanco a
amarillo, lo que le dio su característico aspecto y su
nombre). El arroz dorado presenta también una mayor
resistencia a las sequías que otras variedades, un paso de
gigante en la agricultura sostenible, sobre todo en un
mundo amenazado por sequías cada vez más intensas como
consecuencia del cambio climático.
Se ha suscitado, sin embargo, una resistencia tenaz y
bien organizada ante cualquier alimento genéticamente
modificado, incluido el arroz dorado. Greenpeace, en
particular, se ha manifestado en contra del arroz dorado
(por temor a que su adopción allane el camino para la
aceptación de otros alimentos genéticamente
modificados) 370 . El hecho de que buena parte de la
investigación sobre los transgénicos haya corrido a cargo
de grandes empresas agrícolas, con Monsanto a la cabeza,
también ha contribuido a generar desconfianza.
Es probable que hayamos oído hablar de Monsanto. La
empresa fue absorbida por Bayer en 2018 (y el nombre
original, retirado), pero la marca sigue siendo conocida: el
agente naranja, los PCB y el herbicida Roundup, del que se
sospecha desde hace tiempo que es cancerígeno 371 . A
muchas personas les resultó especialmente inadmisible que
uno de los principales productos transgénicos de Monsanto
fuera un tipo de semilla resistente a los herbicidas y capaz
de sobrevivir al uso agrícola del Roundup para matar las
malas hierbas adyacentes. Esto les permitía a los
agricultores juntar las hileras de cultivo, pero por supuesto
no bastaba para aliviar la preocupación de aquellas
personas que 1) no confiaban en nada de lo que hiciera
Monsanto y 2) no querían herbicidas en el proceso de
producción de su comida. Esto culminó en la marcha contra
Monsanto (y los transgénicos) de 2013. De poco sirvió, sin
embargo, subrayar la importante distinción entre decir que
no es seguro consumir transgénicos y decir que algunos
transgénicos permiten el uso de más pesticidas y
herbicidas y que consumirlos no es seguro.
Dado su historial corporativo, Monsanto merece cierto
grado de desconfianza 372 . Pero pasar de ahí a decir que
todas las diferentes maneras de desarrollar transgénicos
son, por tanto, sospechosas es llevar el argumento
demasiado lejos. (Recordemos, al fin y al cabo, que el arroz
dorado fue descubierto y desarrollado por investigadores
universitarios, no por Monsanto ni por ninguna otra
corporación) 373 . Como ha hecho notar un comentarista,
sería «como estar contra la ingeniería de software por no
estar de acuerdo con la posición dominante de Microsoft
Office» 374 .
Aunque sea cierto que muchas de las empresas que
trabajan con transgénicos son corporaciones agrícolas, no
hay pruebas científicas de que ningún producto
genéticamente modificado —con independencia de dónde
se haya creado— sea inseguro 375 . Como recientemente ha
declarado la Asociación Americana para el Avance de la
Ciencia (AAAS):
La ciencia es bastante clara: la mejora de los cultivos mediante las
modernas técnicas moleculares de la biotecnología es segura… la
Organización Mundial de la Salud, la Asociación Médica Americana, la
Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, la Royal Society y
todas las demás organizaciones respetadas que han examinado las
pruebas han llegado a la misma conclusión: consumir alimentos que
contienen ingredientes derivados de cultivos transgénicos no es más
arriesgado que consumir los mismos alimentos que contienen
ingredientes procedentes de plantas de cultivo modificadas mediante las
técnicas tradicionales de mejora vegetal 376 .
Sin embargo, la reacción contra los transgénicos se ha
mantenido. En Europa los productos transgénicos llevan un
etiquetado propio obligatorio 377 . En Estados Unidos y
Canadá hay en marcha una campaña a favor del etiquetado
voluntario de productos que no contienen transgénicos
(apelando a las preferencias de los consumidores) que roza
el ridículo 378 . En una ocasión vi un paquete de sal que
estaba etiquetada como producto «sin transgénicos» a
pesar de que la sal es un mineral y ni siquiera tiene
ADN 379 . Pero esta mercadotecnia basada en el miedo es
lógica en una población aún tan ignorante en el tema.
En un estudio de opinión de 2018 elaborado por Pew, los
investigadores comprobaron que la mitad de los
encuestados consideraba que los transgénicos eran una
gran amenaza para la salud humana 380 . Aquí es tentador
comparar la de los transgénicos con cuestiones como la del
cambio climático, en las que existe una brecha igual de
amplia entre la percepción pública y el consenso científico.
Una encuesta anterior de Pew, esta de 2015, descubrió que
el 88% de los miembros de la AAAS consideraba que los
transgénicos son seguros para el consumo, mientras que
solo el 37% del público general pensaba lo mismo 381 . Como
se señaló en un comentario, con este «desfase de cincuenta
y un puntos estamos ante la mayor diferencia de opinión
entre los científicos y el público» 382 . Y, sí, eso incluye el
cambio climático 383 .
¿Por qué la gente teme tanto a los transgénicos? En
algunos casos, no saben decirlo con seguridad. ¿No será
que el hecho de que haya algo «no natural» en nuestros
alimentos hace que nuestro cerebro trate de evitarlo? 384 .
Los investigadores han comprobado que un conocimiento
inferior de la ciencia está correlacionado con una mayor
resistencia a los transgénicos, y que la simple ignorancia
de en qué consiste realmente la modificación genética
puede ser lo que produce en primer lugar esa
desconfianza 385 . En un estudio de la universidad estatal de
Oklahoma, los investigadores descubrieron que el 80% de
los estadounidenses estaba a favor del etiquetado
obligatorio de los alimentos que contienen ADN, a pesar del
hecho de que ¡todos los alimentos contienen ADN! 386 . Esta
extendida «quimiofobia» 387 se vio impulsada cuando en
2012 un científico llamado Gilles-Éric Séralini publicó un
estudio en el que pretendía demostrar que las ratas
alimentadas con el maíz Roundup Ready de Monsanto
morían prematuramente y desarrollaban tumores con más
frecuencia 388 . Pero cuando tuvo que retractarse debido a
su metodología defectuosa un conflicto de intereses, un
tamaño de la muestra demasiado reducido y haber
seleccionado unas ratas conocidas por desarrollar tumores
espontáneamente a medida que envejecían, el estudio ya se
había difundido y había hecho todo el daño que podía
hacer 389 .
Como otras formas de negacionismo de la ciencia, el
rechazo a los transgénicos se alimenta de una buena dosis
de pensamiento conspiratorio que tiene poco que ver con
las pruebas científicas. Las afirmaciones más interesantes
aquí son las del historiador Mark Lynas, que se confiesa
antiguo activista contra los transgénicos. Lynas ha
cambiado de bando y da charlas con las que pretende
denunciar la oposición a los transgénicos. Escribe:
Creo que la controversia en torno a los transgénicos representa uno de
los mayores fracasos de la comunicación científica del último medio siglo.
Millones, probablemente miles de millones de personas han llegado a
creer lo que básicamente es una teoría de la conspiración, generando
miedo y desconfianza a una escala mundial sin precedentes acerca de
toda una clase de tecnologías 390 .
De hecho, Lynas escribió un libro, Seeds of Science, en
el que hace un relato pormenorizado de su conversión que
incluye los detalles y las pruebas que la apoyan 391 . Como
explica Lynas, años después de abandonar el activismo
contra los transgénicos, empezó a estudiar la bibliografía
científica sobre el cambio climático, lo que culminó con la
publicación de dos libros muy valorados sobre el
calentamiento global, uno de los cuales obtuvo un
prestigioso premio. Su respeto por la ciencia aumentó,
junto con la frustración que le inspiraban sus
negacionistas. Cuando tuvo la oportunidad de revisar
algunos de sus trabajos anteriores sobre los transgénicos,
se sintió avergonzado al descubrir las escasas pruebas que
los respaldaban. Mientras buscaba frenéticamente algo que
justificara sus opiniones anteriores —y se veía incapaz de
encontrarlo—, la disonancia cognitiva se le terminó
haciendo insoportable. Como el propio Lynas explica:
No hay […] ninguna prueba de que los alimentos genéticamente
modificados que existen en la actualidad supongan un riesgo para la
salud de nadie… [Pero] no podemos criticar a los escépticos del
calentamiento global por negarse a aceptar el consenso científico en
torno al clima cuando ignoramos el mismo consenso sobre la seguridad y
los usos beneficiosos […] de la ingeniería genética 392 .

En su libro y en otros lugares, Lynas ha expresado un


profundo sentimiento de culpa y arrepentimiento por su
contribución a desacreditar y socavar el trabajo de tantos
científicos que solo trataban de resolver el problema de la
escasez de alimentos, lo que puede haber llevado a miles
de muertes evitables por desnutrición. En un discurso de
2013 que se hizo viral en Internet, Lynas entonó un sentido
mea culpa delante de un grupo de agricultores, algunos de
cuyos cultivos, según dijo, probablemente había destruido
durante su etapa como activista contra los transgénicos 393 .
Esta es una de las conversiones más asombrosas de un
negacionista de las que se tiene constancia, pero la manera
en la que se produjo fue igualmente notable. Nadie del
«otro bando» se hizo amigo de Lynas para informarle
pacientemente sobre los transgénicos. En cambio, fue por
medio de su propio trabajo sobre el cambio climático como
se convirtió en una persona diferente y comenzó a
identificarse más con los científicos. En palabras de Lynas,
el principal factor que explica su conversión fue que
«[descubrió] la ciencia». Más reflexivamente, admite que:
Probablemente estuviera en condiciones de cambiar de opinión sobre
los transgénicos solo porque mi lealtad de grupo se estaba trasladando
de los verdes a los científicos. Recibir el premio de libros de ciencia de la
Royal Society en 2002 fue para mí, con razón o sin ella, un respaldo de la
comunidad científica. Si hubiera sido un cazador de cabezas tribal, esto
habría sido para mí como traer la cabellera de un jefe enemigo. Solo
cuando mi reputación se vio amenazada —porque mis escritos sobre los
transgénicos eran peligrosamente anticientíficos para el tipo de gente
con la que ahora me sentía alineado—, empecé a reconsiderar mi
posición. En otras palabras, probablemente en el fondo la verdad no me
preocupaba tanto como mi reputación dentro de mi nueva tribu científica.
[…] No fue tanto cambiar de opinión como de tribu 394 .

Lynas cita aquí en tono elogioso el trabajo de Jonathan


Haidt que ilustra cómo la mayoría de la gente mantiene sus
creencias por motivos «morales» aunque traten de
disfrazarlas con un lenguaje racional. Como vimos en el
capítulo 2, quizá por eso sea tan difícil hacer que la gente
cambie de opinión sobre la base de los hechos: las
creencias no tienen que ver antes que nada con los hechos.
Haidt escribe: «Si se le pide a alguien que crea algo que
violenta sus intuiciones, dedicará sus esfuerzos a encontrar
una vía de escape —una razón para dudar de su argumento
o conclusión—. Casi siempre tendrán éxito» 395 . Lynas
admite que, cuando era un activista antitransgénicos, eso
mismo le ocurrió a él. Relata una anécdota posterior a su
«conversión», cuando un profesor de genética de Oxford le
preguntó «si había algo que podría haber dicho de manera
diferente en ese momento para convencerme. Le dije que
no lo creía. No era que sus argumentos [científicos]
carecieran de fuerza. Su error fue pensar que sus
argumentos tenían mucha importancia» 396 .
En Seeds of Science, Lynas cuenta una historia conocida
sobre los orígenes de la oposición a los transgénicos. Como
podemos imaginar, no empieza con la ciencia sino con la
ideología. Cuando la ingeniería genética —tanto en
animales como en plantas— estaba dando sus primeros
pasos en la década de 1970, hubo algunos científicos que
expresaron sus reservas. Pero no se basaban en pruebas
experimentales, sino en preocupaciones éticas más amplias
relacionadas con la eugenesia y las implicaciones de que
los científicos se metieran donde los ángeles temían poner
el pie. Con el tiempo, a medida que estas preocupaciones
se fueron disipando ante los hallazgos científicos reales, la
oposición a los transgénicos devino en el ámbito de la
ideología 397 . Lynas menciona a un activista de EarthFirst!
que declaró a la BBC:
Cuando oí por primera vez que una empresa de Berkley pretendía
lanzar estos [productos transgénicos] en mi comunidad, sentí como si se
me clavara un cuchillo. […] Aquí, una vez más, por un dólar, la ciencia, la
tecnología y las corporaciones iban a llenar mi cuerpo de bacterias que
jamás habían existido en el planeta. Ya me habían invadido el smog, la
radiación, los productos químicos tóxicos en la comida, y sencillamente
no estaba dispuesto a soportarlo más 398 .

Impulsados por esta certeza moral, los detractores de los


transgénicos no pedían más estudios científicos sino una
prohibición total. Y la manera de lograrla era mediante
demandas, publicidad y acción directa. Esto último
implicaba destruir los cultivos de transgénicos cuando aún
estaban en el campo, que fue en lo que participó Lynas.
Otros activistas organizaron una campaña publicitaria con
anuncios en los principales medios de comunicación en los
que se advertía de los «peligros de la globalización,
criticando la tecnología avanzada y criticando la “ruleta
genética” de la biotecnología aplicada a los cultivos» 399 .
Fue tremendamente eficaz, sobre todo en Europa durante
la década de 1990, donde en un primer momento la gente
estaba a favor de los transgénicos o no se preocupaba (o
sabía) demasiado sobre el tema; pero, cuando la práctica
del miedo se extendió, «el porcentaje de la población que
se oponía a los alimentos transgénicos aumentó 20 puntos.
[…] En total, solo una quinta parte de los europeos
occidentales seguía estando a favor de los alimentos
transgénicos» 400 . Y aquello se logró en ausencia de
pruebas científicas que sugirieran que los transgénicos no
eran seguros para el consumo 401 .
Pero en realidad no se trataba de eso. No se trata de que
los activistas antitransgénicos se apoyaran en algún
hallazgo científico que hiciera sospechar. Por el contrario,
la oposición original a los transgénicos se conformó antes
de que hubiera evidencia empírica y prosigue hoy en día a
pesar de que todavía no hay datos que sugieran que son
perjudiciales. No obstante, observa Lynas, la cuestión de la
seguridad alimentaria fue siempre un caballo de Troya en
el que los hechos científicos se tergiversan al servicio de
una objeción «moral» más amplia contra la ingeniería
genética 402 . En una conversación con un antiguo
correligionario del activismo antitransgénicos, Lynas
cuenta que George Monbiot admitió que «es cierto sin
lugar a dudas que hay consenso científico en torno a la
seguridad de los transgénicos, [pero] que todo tenía que
ver con el poder de las grandes corporaciones, las
patentes, el control, la escala y la desposesión» 403 . Sin
embargo, aunque la oposición a los transgénicos es en gran
medida política, ideológica, moral y teórica —más que
científica—, las consecuencias que ha traído consigo en el
mundo real han sido devastadoras. «Casi veinte años
después […] no se ha aprobado ni un solo cultivo
modificado genéticamente [en Europa] para uso
doméstico» 404 .
Mientras tanto, en Estados Unidos y otras partes del
mundo, los transgénicos que han llegado al mercado han
tenido un efecto sorprendentemente favorable en relación
con las causas que más preocupan a los ecologistas. Un
estudio científico ha puesto de relieve que la tecnología de
los transgénicos ha reducido el uso de pesticidas en un 37
por 100. Otro estudio calcula que la adopción de cultivos
transgénicos ha hecho disminuir las emisiones de gases de
efecto invernadero en veintiséis millones de toneladas 405 .
¿Qué habría ocurrido si Greenpeace hubiera conseguido su
objetivo de que se prohibieran totalmente todos los
productos transgénicos a escala mundial? Las
consecuencias podrían haber sido catastróficas. Por un
lado, habrían hecho falta más tierras de cultivo, lo que
habría supuesto una mayor deforestación y más emisiones
de carbono 406 . De hecho, como señala Lynas, si nos
hubiéramos resistido a todo lo que no fuera tecnología
agrícola natural (hacia 1960), habríamos necesitado una
parcela del tamaño de dos Américas del Sur para alimentar
a todo el planeta 407 . Y las consecuencias humanas también
podrían haber sido terribles. Lynas se centra especialmente
en los efectos nocivos que la campaña de Greenpeace
contra el arroz dorado podría haber tenido ya en los niños
hambrientos. En un pasaje mordaz anota:
La campaña contra los transgénicos […] indudablemente ha producido
muertes innecesarias. El mejor ejemplo […] es la negativa del gobierno
de Zambia a permitir que su población hambrienta comiera maíz
transgénico importado durante una grave hambruna en 2002. Miles de
personas murieron porque el presidente de Zambia se creyó las mentiras
de los grupos ecologistas occidentales acerca de que el maíz modificado
genéticamente proporcionado por el Programa Mundial de Alimentos era
de alguna manera venenoso 408 .

Es posible que la palabra de un fanático arrepentido


como Lynas deba tomarse como una gota de agua en el
océano, pero su argumentación ha sido respaldada por
otros investigadores. La ideología contraria a los
transgénicos está hondamente arraigada en la idea de que
—al margen de la ciencia— son un peligro para la salud
humana 409 . Cuando oímos afirmaciones que flotan
alegremente acerca de que los investigadores de los
transgénicos suprimen datos, de que la creación de los
transgénicos fue deliberada con el fin de producir escasez
de alimentos, de que su objetivo es que nuestros alimentos
sean más vulnerables a las plagas (para que Monsanto
pueda vender más Roundup), empieza a resonar el eco de
las teorías de la conspiración de los terraplanistas y los
«antivacunas» 410 .
Como hemos visto, el negacionismo de la ciencia
prospera bajo las condiciones de 1) escasa información, 2)
propensión a las teorías de la conspiración y 3) falta de
confianza. Todas ellas se dan en quienes insisten en los
peligros de los transgénicos, a pesar del consenso científico
en contra. Y quizá no sea sorprendente que algunos de los
argumentos más comunes contra los transgénicos se
ajusten al guion de la negación de la ciencia.

Cherry-picking: Una de las técnicas predilectas de los


negacionistas de los transgénicos es poner en duda la
existencia misma del consenso científico. Esto se consigue
confeccionando listas de disidentes con experiencia o no en
ese campo. El informe de Los Verdes titulado «Veinte años
de fracasos» califica de «mito» que los alimentos
transgénicos sean seguros y afirma que «no hay consenso
científico en torno a que sean inocuos». No obstante, tal
como observa Lynas:
[Esto] requiere un sesgo de selección extremo. Es el colmo de la pesca
de datos [cherry-picking]. Greenpeace descata la declaración de un
pequeño grupo de disidentes, pero no tiene en cuenta a la Academia
Nacional de Ciencias, la Asociación Americana para el Avance de la
Ciencia, la Royal Society, la Academia Africana de Ciencias, el Consejo
Asesor de las Academias de Ciencias Europeas, la Academia Francesa de
Ciencias, la Asociación Médica Americana, la Unión de Academias
Alemanas de Ciencias y Humanidades y muchas otras 411 .

Creencia en las teorías de la conspiración: Como hemos


visto a raíz del trabajo de Stephan Lewandowsky, la
adhesión a las teorías de la conspiración es una parte
esencial del negacionismo de la ciencia. No debería
sorprender, por tanto, que esto mismo ocurra a propósito
del rechazo de los transgénicos. Como apunta
Lewandowsky, «las teorías de la conspiración relacionadas
con los alimentos modificados genéticamente suelen
suponer que una corporación biotecnológica llamada
Monsanto está involucrada en un complot para dominar la
industria agrícola mediante alimentos venenosos» 412 . Más
aún, el propio Lynas sostiene que todo el movimiento
antitransgénicos no es otra cosa que «una gran teoría de la
conspiración» 413 .
Confianza en falsos expertos o descrédito de la
investigación: Aquí debemos ser cuidadosos. No
pretendemos afirmar que todo científico que se aparte del
consenso acerca de la seguridad del consumo de alimentos
modificados genéticamente sea «estafador» o que su
investigación merezca ser desacreditada. Pero debemos
explicar cómo ha sido posible que un estudio como el de
Gilles-Éric Séralini siga siendo difundido como argumento a
favor de la toxicidad de los transgénicos a pesar de que el
autor haya tenido que retractarse. El paralelismo con el
trabajo de Andrew Wakefield en torno a las vacunas y el
autismo es inevitable. Aunque en el trabajo de Séralini no
se encontraron pruebas de fraude, sí había numerosos
errores 414 . No obstante, algunos activistas
antitransgénicos se han planteado la posibilidad de que la
retractación sea parte de una conspiración para ocultar la
verdad acerca de los alimentos modificados genéticamente.
Razonamiento ilógico: Hay numerosas falacias lógicas en
los argumentos de muchos negacionistas de los
transgénicos. La primera es la idea de que si Monsanto es
una empresa corrupta entonces también deben serlo el
resto de los productores de transgénicos. Esto se denomina
falacia de composición y se les enseña a los estudiantes de
primer curso de lógica informal. Otra falacia informal es la
de la pendiente resbaladiza, que se resume en afirmar que
si a alguien le concedemos una pulgada se apropiará de
una milla. Podemos apreciar su uso en los partidarios de la
segunda enmienda, que se revuelven en contra de
cualquier tipo de restricción del derecho a llevar armas con
argumentos como: «si se les permite ir a por los fusiles de
asalto AR-15, lo siguiente serán las escopetas». Con los
transgénicos, el argumento es: «si les dejamos empezar con
el arroz dorado, muy pronto fabricarán otros tipos de
alimentos modificados genéticamente… ¡Es una
trampa!» 415 .
Insistencia en que la ciencia debe ser perfecta: El
problema aquí es evidente. Tanto de los terraplanistas
como de los negacionistas del cambio climático, una y otra
vez estamos oyendo que «el experimento crucial está
pendiente de hacer» o que «hace falta más evidencia». La
insistencia en «probar» aquello que alguien no quiere creer
es la antesala de la negación de la ciencia. Con los
transgénicos (y con los antivacunas), oímos con frecuencia:
«No me importa lo que hayan dicho los estudios hasta
ahora, algo podría todavía ir mal en el futuro. No hay
pruebas que garanticen la seguridad». Pero esto es una
caricatura de cómo funciona la ciencia.

¿Significa todo esto que cualquiera que plantee


preguntas acerca de la ciencia que subyace a los
transgénicos es automáticamente un negacionista? No, en
absoluto. Para quienes quieran saber más acerca de las
cuestiones científicas implicadas en el debate de los
transgénicos, existe un libro de Sheldon Krimsky que es
excelente (y está escrito de manera accesible) titulado
GMOs Decoded 416 . El autor evita los argumentos políticos,
culturales y basados en estudios de opinión que proliferan
alrededor del problema y se centra únicamente en la
bibliografía científica sometida a revisión por pares.
Krimsky afirma de manera directa que en torno a la
cuestión concreta de si hay consenso científico que
respalde la seguridad de los alimentos modificados
genéticamente la respuesta debe ser afirmativa. Escribe:
En este libro adopto como punto de partida que en Estados Unidos los
científicos apoyan mayoritariamente los transgénicos que se plantan y
consumen actualmente. Según la bibliografía científica y las
declaraciones emitidas por las sociedades profesionales, esta nueva
generación de productos agrícolas no tiene por qué despertar mayores
preocupaciones por sus efectos en la salud humana o el medio ambiente
que los cultivos tradicionales 417 .

Pero como el propio Krimsky señala no es esta la única


cuestión. Hay múltiples aspectos metodológicos,
normativos y regulativos que deben ser tomados en
consideración. Por ejemplo, técnicamente no es cierto que
no haya efectos perjudiciales que puedan asociarse con los
alimentos que son el resultado del cultivo molecular. Pero
la cuestión —al menos en Estados Unidos— es si esos
alimentos son simplemente tan seguros como sus pares
cultivados tradicionalmente 418 . Si la respuesta a esta
cuestión es afirmativa, la presunción es que eso significa
que los transgénicos son seguros. Pero ¿cómo podemos
saberlo de todos y cada uno de los productos transgénicos?
Por supuesto, eso no es posible, porque la ciencia no puede
responder a todas las preguntas con absoluta seguridad.
Pero si los transgénicos como clase son simplemente tan
seguros como los alimentos cultivados de manera natural
¿por qué deberían merecer un escrutinio especialmente
riguroso?
La cuestión es si nos encontramos cómodos previendo
posibles consecuencias no deseadas y evaluando el riesgo
potencial. En Estados Unidos, siguiendo las directrices de
las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud,
a la hora de supervisar los transgénicos se ha tenido en
cuenta especialmente la cuestión de si los alimentos que
recibimos del cultivo molecular son al menos igual de
seguros que los de cultivos tradicionales. Si se determina
que un alimento transgénico es «tan seguro como su par
tradicional», ambos pueden considerarse «sustancialmente
equivalentes» a pesar de las diferencias químicas que
pueda haber entre ellos 419 . Como anota Krimsky:
El punto de partida para la evaluación de riesgos difiere
significativamente entre Estados Unidos y la Unión Europea. La FDA
parte de la base de que los alimentos desarrollados mediante la adición
de genes extraños son considerados como norma general seguros (GRAS)
[…] salvo que se demuestre lo contrario, mientras que en Europa la
designación GRAS tiene que demostrarse una vez que se han completado
las pruebas 420 .

Los alimentos pueden ser los mismos, pero la filosofía en


torno a cómo abordar la incertidumbre subyacente y la
evaluación de riesgos es diferente. En Estados Unidos, un
alimento genéticamente modificado es inocente mientras
no se demuestre su culpabilidad; en Europa, se da por
supuesto que es culpable (casi) hasta que se demuestra que
es inocente. En Estados Unidos no se exigen estudios de
riesgo a escala federal; por el contrario, corresponden a los
productores de alimentos; en Europa, las pruebas con
animales son obligatorias si el análisis composicional da
algún motivo de preocupación. E incluso después de esas
pruebas todos los productos transgénicos deben
comercializarse etiquetados como tales en Europa.
Se aprecia aquí que puede haber fundamento para un
escepticismo legítimo acerca de la forma en la que los
transgénicos se manejan (al menos en Estados Unidos) que
no tiene nada que ver con que se haya demostrado
científicamente que su consumo sea menos seguro que el
de sus pares cultivados de manera tradicional. Pero si es
así ¿por qué no se dice abiertamente en lugar de lanzar
mensajes alarmistas que ponen en cuestión la seguridad
alimentaria? Si el problema son los controles y no la
confirmación de un peligro, no hay necesidad de postular
teorías de la conspiración ni de poner en cuestión los
argumentos científicos. Si lo que queremos son estándares
más exigentes para los controles y regulaciones de los
alimentos transgénicos en Estados Unidos, no hace falta
despreciar la ciencia.
Krimsky plantea la cuestión de qué puede significar que
haya «negacionistas de los transgénicos»:
Es demasiado fácil decir que unos se guían por la ciencia y otros por
una ideología. Eso lleva a algunos observadores a abrazar la idea de los
«negadores de los transgénicos» para referirse a personas que dejan de
lado la ciencia por una oposición irracional (o infundada) a los alimentos
modificados genéticamente. Pero hay estudios científicos serios que
respaldan un escepticismo honesto. Además, los científicos europeos y
estadounidenses valoran los problemas y riesgos de manera diferente, lo
que puede explicar por qué sus respectivos sistemas de regulación son
distintos 421 .

Está bastante claro. El libro de Krimsky es un análisis


imparcial y ecuánime de los dos lados de la cuestión.
Señala en varias ocasiones que no hay pruebas científicas a
favor de la hipótesis de que los transgénicos no son
seguros. Sin embargo, algunos investigadores aceptan
como razones para el escepticismo la preocupación por las
consecuencias no deseadas y los diferentes modos de
análisis de riesgos 422 .
Ahora bien, ¿escepticismo con respecto a qué? ¿A la
seguridad de consumir transgénicos? Aquí es donde el
escepticismo y el negacionismo empiezan a confundirse. Se
puede afirmar que la preocupación motivada por la
incertidumbre a largo plazo, los controles demasiado laxos
y las regulaciones afines a la industria dan razones para la
cautela; pero pensar que esa preocupación justifica una
prohibición terminante de los transgénicos merece una
acusación de negación. Aquí parece pertinente la
comparación con el rechazo a las vacunas. Es habitual
encontrar antivacunas que aseguran que en relación con
las vacunas también hay problemas de índole teórica: la
ciencia no ofrece la suficiente seguridad como para
justificar la administración obligatoria de vacunas porque
sigue habiendo demasiadas consecuencias imprevistas y
riesgos que son imposibles de controlar y de los que aún no
tenemos conocimiento.
Pero el problema es que para que estas preocupaciones
sean científicamente válidas —y, por tanto, puedan
considerarse signos de escepticismo en vez de signos de
negacionismo— deben estar respaldadas por la evidencia.
Y, en cuanto concierne a los transgénicos, ¿dónde está?
Para las vacunas existe el Sistema de Notificación de
Reacciones Adversas a las Vacunas (VAERS por sus siglas
en inglés), que documenta y cataloga el evanescentemente
reducido número de incidencias «adversas» de tal manera
que puedan ser investigadas. Pero como sabe cualquier
estadístico una correlación no implica necesariamente
causación. Que un niño sufra una reacción adversa
coincidiendo aproximadamente con el momento en el que
le fue administrada una vacuna no quiere decir que la
vacuna la haya causado. Esta es la razón por la que los
científicos que tienen acceso al sistema VAERS deben
investigar. Entonces deben decidir qué hacer en los raros
casos en los que una persona manifiesta una reacción
adversa que puede relacionarse con la administración de
una vacuna. Pero incluso entonces sigue sin resolverse la
cuestión de si es parte de un patrón más general o solo un
caso aislado. Con un objetivo tan importante como la
preservación de la salud pública, ¿hay que detener todos
los planes de vacunación solo porque un niño tenga una
reacción adversa (o catastrófica) a una vacuna? Si la
vacunación se suspendiera en todo el país cada vez que
aparece un nuevo informe en el VAERS, ¿cuántos niños
morirían de sarampión o tos ferina? Hay que sopesar los
riesgos con los beneficios.
Con los transgénicos, la norma podría ser parecida.
Sabemos que hay en todo el mundo doscientos cincuenta
millones de niños que corren el riesgo de padecer
deficiencia de vitamina A, lo que puede conllevar la muerte.
Y hay nueve millones de personas que mueren al año de
hambre 423 . Al mismo tiempo el arroz dorado lleva veinte
años en el limbo debido a los teóricos riesgos de los
transgénicos y gracias a las «victorias» de ciertas
organizaciones ecologistas sin ánimo de lucro que han
presionado para que se prohíban todos los productos
modificados genéticamente 424 . ¿Cómo se ve ahora ese
análisis de riesgos y beneficios?
¿Qué pruebas hay de que el consumo de transgénicos
sea dañino? Como observa Krimsky, ninguna. Es cierto que
no existe un sistema VAERS para los transgénicos, pero
contamos con un amplio repertorio de pruebas basadas en
la población de que los transgénicos son seguros.
Cientos de millones de personas han consumido transgénicos durante
más de veinte años sin que se hayan manifestado efectos nocivos ni se
hayan presentado demandas contra los fabricantes, incluido Estados
Unidos, que es una nación aficionada a los litigios. Si los transgénicos
fueran una amenaza para la salud, lo más probable es que ya nos
hubiéramos enterado 425 .

Tras dos décadas de activismo contra los transgénicos


basado solo en riesgos teóricos, sin testimonios de ningún
efecto adverso, es cuando el escepticismo puede bordear el
negacionismo. Aun así, podríamos (y deberíamos) seguir
buscando efectos adversos. Pero la pregunta persiste: ¿qué
hacemos mientras tanto? Los negacionistas de los
transgénicos quieren que prohibamos estos productos
mientras no se haya demostrado «que son seguros». ¿Pero
cómo se puede hacer eso? Los científicos no pueden
«demostrar» que los transgénicos son seguros, como
tampoco que lo son las vacunas o las aspirinas. Y mientras
tanto los niños se mueren de hambre.
En ciencia es imposible tener pruebas o certezas, y este
es un criterio ridículo para distinguir una creencia como
racional en cuestiones de carácter empírico 426 . El consenso
científico se basa no en si un resultado está demostrado,
sino en si cuenta con el respaldo de la evidencia. No
obstante, ¿puede ser verdad que algunos transgénicos no
son seguros? Sí. En ciencia algo así siempre es posible.
Una de las marcas características del razonamiento
científico es que siempre pueden aparecer nuevos datos
que hagan tambalearse incluso las teorías más sólidamente
asentadas. Pero eso no significa que todo negacionista sea
en realidad un escéptico ni que actuemos racionalmente
suspendiendo el juicio «hasta contar con toda la
evidencia». Como hemos visto en relación con el cambio
climático y los antivacunas, llega un punto en el que el
escepticismo degenera en negacionismo.
El consenso científico es el patrón de referencia para
considerar una opinión como racional 427 . Y con los
transgénicos sin duda contamos con él. Como observa
Krimsky, entre 1985 y 2016, la Academia Nacional de
Ciencias, Ingeniería y Medicina (NASEM) emitió nueve
informes sobre biotecnología. Todos llegan a la misma
conclusión:
No hay datos que sugieran que los alimentos derivados de cultivos
diseñados genéticamente traigan consigo riesgos cualitativamente
diferentes de los que traen consigo los alimentos producidos según los
métodos tradicionales. Tampoco hay evidencias de que el consumo de
cultivos transgénicos y de alimentos obtenidos de ellos sea menos
seguro 428 .

Un escéptico podría preguntar, no obstante: ¿no


deberían seguir preocupándonos los riesgos a largo plazo,
como la posible relación entre los transgénicos y el cáncer?
Sí, deberían. Pero el estudio de la NASEM aporta datos que
mitigan esta preocupación. El Reino Unido (donde los
transgénicos no son habituales) y Estados Unidos (donde sí
lo son) tienen tasas de cáncer similares. La NASEM
también informó de que «en Estados Unidos no hubo un
incremento inusual en la incidencia de ningún tipo concreto
de cáncer después de 1996, cuando se introdujeron los
transgénicos» 429 . Está bien que nos preocupemos por la
posibilidad de que haya alguna conexión, pero no hay
evidencias de ello, ni siquiera después de un estudio
exhaustivo. Como comparación, preguntémonos cuántas
veces hubo que desmentir la falsa hipótesis de Andrew
Wakefield sobre la relación entre la vacuna triple vírica y el
autismo para evitar que el «escepticismo» se convirtiera en
ese caso en «negacionismo».
Krimsky puede tener razón en cuanto a que hay motivos
para el escepticismo (¿o deberíamos llamarlo «preferencia
por ser más vigilantes»?) en torno a los controles y la
regulación de los transgénicos. Ahora bien, ¿significa esto
que con los transgénicos solo hay escépticos y no
negacionistas? Si así fuera, he aquí mi pregunta: ¿cuántas
pruebas bastarán? Si con los transgénicos hay que insistir
tanto en las pruebas y la certeza, ¿por qué no también con
las vacunas? ¿Y con la evolución? ¿Y con el cambio
climático? Si quienes insisten en que los transgénicos son
peligrosos e inseguros al margen de lo que diga la
evidencia científica no son negacionistas, ¿existe el
negacionismo?

327
Por culpa de la pandemia y las preocupaciones logísticas, la plataforma
RNC 2020 es idéntica a la de 2016, que se negó a reconocer el calentamiento
global antropogénico. Zoya Teirstein, «The 2020 Republican Platform: Make
America 2016 Again», Grist, 17 de junio de 2020; disponible en:
https://grist.org/politics/the-2020-republican-platform-make-america-2016-
again/.
328
Véase mi discusión al respecto en Respecting Truth (64-71).
329
Matt Keeley, «Only 27% of Republicans Think Climate Change Is a “Major
Threat” to the United States», Newsweek, 2 de agosto de 2019; disponible en:
https://www.newsweek.com/republicans-climate-change-threat-1452157.
330
Cary Funk, «Republicans’ Views on Evolution», Pew Research, 3 de enero
de 2014; disponible en: https://www.pewresearch.org/fact-
tank/2014/01/03/republican-views-on-evolution-tracking-how-its-changed/.
331
Como señala Michael Shermer, a pesar de la brecha por partidos, esos
números no sugieren un respaldo rotundo a la idea de que los progresistas
nunca nieguen la ciencia, ni siquiera en estos temas. Aunque el consenso
científico en relación con el cambio climático sea del 98% y del 97% en el caso
de la evolución, ¿cómo puede ser que el 16% de los demócratas no vean el
cambio climático como una amenaza importante y que el 33% albergue dudas
sobre la evolución? Michael Shermer, «The Liberals’ War on Science»,
Scientific American, 1 de febrero de 2013; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/the-liberals-war-on-science/.
332
Stephan Lewandowsky, Jan K. Woike y Klaus Oberauer, «Genesis or
Evolution of Gender Differences? Worldview-Based Dilemmas in the Processing
of Scientific Information», Journal of Cognition, 31, núm. 1 (2020); disponible
en: https://www.journalofcognition.org/articles/10.5334/joc.99/.
333
Esta hipótesis, sin embargo, debe cuadrar con investigaciones que
muestran que las personas a menudo se acercan a identidades políticas que se
ajustan a los valores que ya poseen e incluso que mejor se adaptan a su
química cerebral. Aunque el contenido concreto de sus creencias científicas
pueda ser fungible, los rasgos cognitivos y de personalidad que les llevan a
adoptar posiciones más conservadoras o liberales pueden no serlo. Véase Chris
Mooney, The Republican Brain: The Science of Why They Deny Science —and
Reality, Hoboken, NJ, Wiley, 2012, 111-126.
334
Véanse Michael Shermer, «The Liberals’ War on Science: How Politics
Distorts Science on Both Ends of the Spectrum», Scientific American, 1 de
febrero de 2013; disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/the-
liberals-war-on-science/; Chris Mooney, «The Science of Why We Don’t Believe
Science», Mother Jones, mayo-junio de 2011; disponible en:
https://www.motherjones.com/politics/2011/04/denial-science-chris-mooney/;
Keith Kloor, «GMO Opponents Are the Climate Skeptics of the Left», Slate, 26
de septiembre de 2012; disponible en:
https://slate.com/technology/2012/09/are-gmo-foods-safe-opponents-are-
skewing-the-science-to-scare-people.html. Véase también Jon Stewart, «An
Outbreak of Liberal Idiocy», The Daily Show, 2 de junio de 2014; disponible en:
ttp://www.cc.com/video-clips/g1lev1/the-daily-show-with-jon-stewart-an-
outbreak-of-liberal-idiocy.
335
Shermer, «The Liberals’ War on Science».
336
Michael Shermer, «Science Denial versus Science Pleasure», Scientific
American, 1 de enero de 2018; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/science-denial-versus-science-
pleasure/.
337
Shermer, «Science Denial versus Science Pleasure».
338
Lewandowsky, Woike y laus Oberauer, «Genesis of Evolution of Gender
Differences».
339
Stephan Lewandowsky y Klaus Oberauer, «Motivated Rejection of Science»,
APS: Current Direction in Psychological Science, 10 de agosto de 2016;
disponible en:
https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/0963721416654436?
journalCode=cdpa.
340
Shermer, «The Liberals’ War on Science». Téngase en cuenta que en su
ensayo de 2013, Shermer usa datos de encuestas algo más antiguas que
muestran que el 19% de los demócratas tienen dudas de que la Tierra se esté
calentando y que el 41% son creacionistas de la Tierra joven.
341
Eso no significa, sin embargo, que la cuestión no tenga interés. Como ha
sugerido Tara Haelle, aunque no hubiera una «guerra progresista contra la
ciencia», la existencia de un negacionismo de la ciencia en el campo político de
la izquierda es igualmente preocupante. Tal como dice, «el problema no es si
los demócratas son lo bastante anticientíficos como para igualar la locura
anticientífica de los republicanos; por el contrario, en la izquierda se dan
también todos los tipos de negacionismo de la ciencia». Tara Haelle,
«Democrats Have a Problem with Science Too», Politico, 1 de junio de 2014;
disponible en: https://www.politico.com/magazine/story/2014/06/democrats-
have-a-problem-with-science-too-107270.
342
Mooney, «The Science of Why We Don’t Believe Science»; Chris Mooney,
«Diagnosing the Republican Brain», Mother Jones, 30 de marzo de 2012;
disponible en: https://www.motherjones.com/politics/2012/03/chris-mooney-
republican-brain-science-denial/; Chris Mooney, «There’s No Such Thing as the
Liberal War on Science», Mother Jones, 4 de marzo de 2013; disponible en:
https://www.motherjones.com/politics/2013/03/theres-no-such-thing-liberal-war-
science/; Chris Mooney, «If You Distrust Vaccines, You’re More Likely to Think
NASA Faked the Moon Landings», Mother Jones, 2 de octubre de 2013;
disponible en: https://www.motherjones.com/environment/2013/10/vaccine-
denial-conspiracy-theories-gmos-climate/; Chris Mooney, «Stop Pretending that
Liberals Are Just as Anti-Science as Conservatives», Mother Jones, 11 de
septiembre de 2014; disponible en:
https://www.motherjones.com/environment/2014/09/left-science-gmo-vaccines/.
343
Aunque sí podría significar que sería prudente repensar la hipótesis de que
la política puede explicar completamente el negacionismo de la ciencia, cf.
Lilliana Mason, «Ideologues without Issues: The Polarizing Consequences of
Ideological Identities», Public Opinion Quarterly, 21 de marzo de 2018;
disponible en: https://academic.oup.com/poq/article/82/S1/866/4951269.
344
Aun así, como señala Mooney, podría haber una diferencia entre hasta qué
punto pueden encontrarse casos del movimientos antivacunas y contrarios a los
organismos genéticamente modificados entre los progresistas, en comparación
con si se ha institucionalizado como parte de la base del Partido Demócrata, de
la misma manera que en el caso del negacionismo climático para los
republicanos.
345
Mooney sugiere que parte de la diferencia partidista concierne a la ciencia
del cerebro. «Los conservadores políticos parecen ser muy diferentes de los
liberales políticos en psicología y personalidad; inevitablemente, esto influye en
la forma de discutir y procesar la información de ambos grupos». Véase
Mooney, «Diagnosing the Republican Brain».
346
Mooney, «The Science of Why We Don’t Believe in Science».
347
Pero véase también Chris Mooney, «Liberals Deny Science Too»
(Washington Post, 28 de octubre de 2014), donde ofrece una respuesta de la
izquierda académica a la psicología evolucionista como buen ejemplo de
negacionismo de la ciencia; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/wonk/wp/2014/10/28/liberals-deny-
science-too/. Mooney, aparentemente, ha abandonado sus opiniones anteriores
en torno a que el movimiento antivacunas es un ejemplo particularmente claro
de negacionismo izquierdista de la ciencia. Véase Mooney, «More Polling Data
on the Politics of Vaccine Resistance», Discover Magazine, 27 de abril de 2011;
disponible en: https://www.discovermagazine.com/the-sciences/more-polling-
data-on-the-politics-of-vaccine-resistance; Mooney, «The Biggest Myth about
Vaccine Deniers: That They’re All a Bunch of Hippie Liberals», Washington
Post, 26 de enero de 2015; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/energy-environment/wp/2015/01/26/the-
biggest-myth-about-vaccine-deniers-that-theyre-all-a-bunch-of-hippie-liberals/.
348
Y si no todavía tendríamos que lidiar con el hecho de que haya tantos
antivacunas de izquierdas.
349
Jamelle Bouie, «Anti-Science Views Are a Bipartisan Problem», Slate, 4 de
febrero de 2015; disponible en: https://slate.com/news-and-
politics/2015/02/conservatives-and-liberals-hold-anti-science-views-anti-
vaxxers-are-a-bipartisan-problem.html.
350
Ross Pomeroy, «Where Conservatives and Liberals Stand on Science», Real
Clear Science, 30 de junio de 2015; disponible en:
https://www.realclearscience.com/journal_club/2015/07/01/where_conservative
s__liberals_stand_on_science.html.
351
Sin embargo, se debe tener en cuenta que Stephan Lewandowsky desafía la
idea de que el movimiento antivacunas es bipartidista y cree, por el contrario,
que proviene principalmente de la derecha política. Esto aún deja abierta la
intrigante pregunta de si los progresistas y los conservadores se hacen
antivacunas por las mismas razones. Lewandowsky, «Genesis or Evolution of
Gender Differences? Worldview-Based Dilemmas in the Processing of Scientific
Information», Journal of Cognition (2020). En cuanto a la cuestión de si el
movimiento antivacunas no es partidista, en la medida en la que no se haya
politizado en absoluto, me pregunto si habrá dejado de ser así desde la
pandemia del covid-19.
352
Joan Conrow, «Anti-vaccine Movement Embraced at Extremes of Political
Spectrum, Study Finds», Cornell Alliance for Science, 14 de junio de 2018;
disponible en: https://allianceforscience.cornell.edu/blog/2018/06/anti-vaccine-
movement-embraced-extremes-political-spectrumstudy-finds/. Hay una
interesante escisión aquí, aunque en torno a la cuestión de si la gente se hace
antivacunas porque desconfían de las vacunas o porque están en contra de los
mandatos del gobierno. Charles McCoy, «Anti-vaccination Beliefs Don’t Follow
the Usual Political Polarization», The Conversation, 23 de agosto de 2017;
disponible en: https://theconversation.com/anti-vaccination-beliefs-dont-follow-
the-usual-political-polarization-81001. Hay aquí otra escisión partidista: «Polls
Show Emerging Ideological Divide over Childhood Vaccinations», The Hill, 14
de marzo de 2019; disponible en: https://thehill.com/hilltv/what-americas-
thinking/434107-polls-show-emerging-ideological-divide-over-childhood. Lo
fascinante es que algo que emergió desde una ideología progresista haya
empezado a ser adoptado por los conservadores, aunque por razones
diferentes. Arthur Allen, «How the Anti-vaccine Movement Crept into the GOP
Mainstream», Politico, 27 de mayo de 2019; disponible en:
https://www.politico.com/story/2019/05/27/anti-vaccine-republican-mainstream-
1344955.
353
Charles McCoy, «Anti-vaccination Beliefs», The Conversation, 23 de agosto
de 2017; disponible en: https://theconversation.com/anti-vaccination-beliefs-
dont-follow-the-usual-political-polarization-81001.
354
Mooney examina el trabajo de Stephan Lewandowsky y aborda la
interesante pregunta de si los progresistas y los conservadores podrían ser
antivacunas por diferentes razones. Quizás la gente de derechas se oponga a la
intrusión del gobierno en sus vidas, mientras que los de izquierda desconfían
de las grandes compañías farmacéuticas. Chris Mooney, «The Biggest Myth
about Vaccine Deniers», Washington Post, 26 de enero de 2015; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/energy-environment/wp/2015/01/26/the-
biggest-myth-about-vaccine-deniers-that-theyre-all-a-bunch-of-hippie-liberals/.
355
Es notable que a las manifestaciones contra el confinamiento hayan ido no
solo los antivacunas sino también los nacionalistas blancos. Adam Bloodworth,
«What Draws the Far Right and Anti-Vaxxers to Lockdown Protests»,
Huffington Post, 17 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.huffingtonpost.co.uk/entry/anti-lockdown-protests-far-right-
extremist-groups_uk_5ebe761ec5b65715386cb20d.
356
Jonathan Berman, Anti-vaxxers: How to Challenge a Misinformed
Movement, Cambridge, MA, MIT Press, 2020.
357
Roni Caryn Rabin, «What Foods Are Banned in Europe But Not Banned in
the US?», New York Times, 28 de diciembre de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/12/28/well/eat/food-additives-banned-europe-
united-states.htm.
358
Keith Kloor, «GMO Opponents Are the Climate Skeptics of the Left», Slate,
26 de septiembre de 2012; disponible en:
https://slate.com/technology/2012/09/are-gmo-foods-safe-opponents-are-
skewing-the-science-to-scare-people.html; Pamela Ronald, «Genetically
Engineer Crops —What, How and Why», Scientific American, 11 de agosto de
2011; disponible en: https://blogs.scientificamerican.com/guest-
blog/genetically-engineered-crops/; Michael Gerson, «Are You Anti-GMO? Then
You’re Anti-science, Too», Washington Post, 3 de mayo de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/opinions/are-you-anti-gmo-then-youre-anti-
science-too/2018/05/03/cb42c3ba-4ef4-11e8-af46-b1d6dc0d9bfe_story.html;
Committee on Genetically Engineered Crops et al., Genetically Engineered
Crops: Experiences and Prospects (2016), Washington DC, The National
Academies Press, 2016; disponible en:
https://www.nap.edu/catalog/23395/genetically-engineered-crops-experiences-
and-prospects; Ross Pomeroy, «Massive Review Reveals Consensus on GMO
Safety», Real Clear Science, 30 de septiembre de 2013; disponible en:
https://www.realclearscience.com/blog/2013/10/massive-review-reveals-
consensus-on-gmo-safety.html; Jane E. Brody, «Are G.M.O. Foods Safe?», New
York Times, 23 de abril de 2018; disponible en:
https://www.nytimes.com/2018/04/23/well/eat/are-gmo-foods-safe.html.
359
El principio de precaución dice que debemos tener cuidado de no sacar
conclusiones precipitadas, sobre todo cuando puedan conducir a riesgos
innecesarios. Podríamos pensar que la decisión de evitar los transgénicos
podría estar basada en buena medida en este principio, pero tal vez ese sea un
lujo al que solo pueden acceder aquellos que viven en países donde los
alimentos son relativamente baratos y están fácilmente disponibles. ¿Es
razonable insistir en que se debe «demostrar que los transgénicos son seguros»
(lo que nunca puede ocurrir) cuando millones de personas en todo el mundo
pasan hambre? Quizá lo más prudente sea equilibrar el riesgo. Si no hay
pruebas de que los transgénicos no sean seguros, y mientras la gente sigue
muriéndose de hambre, ¿no vale la pena asumir el «riesgo»? El paralelismo con
las vacunas es obvio. A lo largo del próximo medio siglo, puede haber hasta
nueve mil millones de personas en este planeta. Sin mejoras en la tecnología de
los alimentos, ¿cómo las alimentaremos? Mitch Daniels, «Avoiding GMOs Isn’t
Just Anti-Science. It’s Immoral», Washington Post, 27 de diciembre de 2017;
disponible en: https://www.washingtonpost.com/opinions/avoiding-gmos-isnt-
just-anti-science-its-immoral/2017/12/27/fc773022-ea83-11e7-b698-
91d4e35920a3_story.html; «The World Population Prospects: 2015 Revision»,
UN Department of Economic and Social Affairs, 29 de julio de 2015; disponible
en: https://www.un.org/en/development/desa/publications/world-population-
prospects-2015-revision.html; Mark Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO
Conspiracy», 29 de abril de 2013; disponible en:
https://www.marklynas.org/2013/04/time-to-call-out-the-anti-gmo-conspiracy-
theory/.
360
En «Climate Change Conspiracy Theories», Joseph E. Uscinski, Karen
Douglas y Stephan Lewandowsky escriben: «Las teorías de la conspiración
acerca de los alimentos genéticamente modificados (OGM) suelen basarse en la
idea de que una corporación biotecnológica llamada Monsanto está metida en
un complot para arruinar el sector de la agricultura con comida venenosa»,
Oxford Research Encyclopedia of Climate Science, 26 de septiembre de 2017;
disponible en:
https://oxfordre.com/climatescience/view/10.1093/acrefore/9780190228620.00
1.0001/acrefore-9780190228620-e-328.
361
Para una estimulante y elocuente discusión en torno al choque entre «el
fetiche orgánico» y las realidades del crecimiento de la población mundial, la
pobreza y el hambre, véase el capítulo 3 del libro de Michael Specter
Denialism, Nueva York, Penguin Press, 2009.
362
Tengamos en cuenta que, técnicamente hablando, los organismos
modificados genéticamente pueden ser plantas o animales. Y el vocabulario de
la modificación genética debe quedar claro. Cada vez que un agricultor decide
usar una planta en vez de otra, está llevando a cabo una selección artificial, lo
que afectará al acervo genético futuro. Se produce una modificación más
práctica con la reproducción, que puede involucrar procedimientos más
tradicionales, como el injerto, o las nuevas técnicas de modificación molecular,
en las que genes extraños se transfieren al genoma previo. Esta última es la
modificación genética directa. Sheldon Krimsky, GMOs Decoded: A Skeptic’s
View of Genetically Modified Foods, Cambridge, MA, MIT Press, 2019, xxi.
363
Shahla Wunderlich y Kelsey A. Gatto, «Consumer Perception of Genetically
Modified Organisms and Sources of Information», Advances in Nutrition, 10 de
noviembre de 2015; disponible en:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4642419/.
364
No obstante, depende de lo que pensemos que resulta genéticamente
modificado. ¿Cuenta la cría selectiva (selección artificial)? ¿Qué decimos del
injerto? ¿La hibridación? ¿La edición de genes? Keith Weller, «What You Need
to Know about Genetically Modified Organisms», IFL Science, acceso 1 de
septiembre de 2020; disponible en:
https://www.iflscience.com/environment/myths-and-controversies-gmos-0/;
Laura Parker, «The GMO Labeling Battle Is Heating Up —Here’s Why»,
National Geographic, 12 de enero de 2014; disponible en:
https://www.nationalgeographic.com/news/2014/1/140111-genetically-modified-
organisms-gmo-food-label-cheerios-nutritionscience/#close; Elizabeth Weise,
«Q&A: What You Need to Know about Genetically Engineered Foods», USA
Today, 19 de noviembre de 2015; disponible en:
https://www.usatoday.com/story/news/2015/11/19/what-you-need-know-
genetically-engineered-foods/76059166/.
365
Weller, «What You Need to Know».
366
Anastasia Bodnar, «The Scary Truth behind Fear of GMOs», Biology
Fortified, 27 de febrero de 2018; disponible en:
https://biofortified.org/2018/02/scary-truth-gmo-fear/.
367
Shahla Wunderlich y Kelsey A. Gatto, «Consumer Perception of Genetically
Modified Organisms and Sources of Information», Advances in Nutrition, 6,
núm. 6 (2015); disponible en:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4642419/.
368
Michael Shermer, «Are Paleo Diets More Natural Than GMOs?», Scientific
American, 1 de abril de 2015; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/are-paleo-diets-more-natural-than-
gmos/.
369
Weller, «What You Need to Know».
370
Weller, «What You Need to Know»; Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO
Conspiracy». Otras organizaciones medioambientales han cuestionado varios
aspectos de los transgénicos, incluidas Friends of the Earth y Union of
Concerned Scientists; disponible en: https://foe.org/news/2015-02-are-gmos-
safe-no-consensus-in-the-science-scientists/; Doug Gurian-Sherman, «Do We
Need GMOs?», Union of Concerned Scientists, 23 de noviembre de 2015;
disponible en: https://blog.ucsusa.org/doug-gurian-sherman/do-we-need-gmos-
322; Keith Kloor, «On Double Standards and the Union of Concerned
Scientists», Discover Magazine, 22 de agosto de 2014; disponible en:
https://www.discovermagazine.com/environment/on-double-standards-and-the-
union-of-concerned-scientists.
371
Patricia Cohen, «Roundup Weedkiller Is Blamed for Cancers, but Farmers
Say It’s Not Going Away», New York Times, 20 de septiembre de 2019;
disponible en: https://www.nytimes.com/2019/09/20/business/bayer-
roundup.html; Hilary Brueck, «The EPA Says a Chemical in Monsanto’s Weed
Killer Doesn’t Cause Cancer —but There’s Compelling Evidence That the
Agency Is Wrong», Business Insider, 17 de junio de 2019; disponible en:
https://www.businessinsider.com/glyphosate-cancer-dangers-roundup-epa-2019-
5.
372
Muchos ecologistas se oponen a algunas de las prácticas comerciales de
Monsanto, como modificar genéticamente sus semillas para que no se
reproduzcan («semillas estériles»), de modo que los agricultores se vean
obligados a volver a comprarlas (junto con más herbicida) cada año. Mark
Lynas, Seeds of Science: Why We Go It So Wrong on GMOs, Londres,
Bloomsbury Sigma, 2018, 110.
373
Weller, «What You Need to Know».
374
Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO Conspiracy».
375
Weller, «What You Need to Know»; Gerson, «Are You Anti-GMO?».
376
«Statement by the AAAS Board of Directors on the Labeling of Genetically
Modified Foods», American Association for the Advancement of Science;
disponible en: https://www.aaas.org/sites/default/files/AAAS_GM_statement.pdf.
377
Aunque lo que cuenta como transgénicos puede variar de un lugar a otro.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos dice que la edición de
genes es similar al cultivo, por lo que no cuenta como modificación genética.
En Europa, sin duda cuenta. Emma Sarappo, «The Less People Understand
Science, The More Afraid of GMOs They Are», Pacific Standard, 19 de
noviembre de 2018; disponible en: https://psmag.com/news/the-less-people-
understand-science-the-more-afraid-of-gmos-they-are; Wunderlich y Gatto,
«Consumer Perception of Genetically Modified Organisms and Sources of
Information».
378
Nótese que el término «libre de transgénicos» está prohibido en el
etiquetado de los alimentos en Estados Unidos porque es imposible comprobar
la escasa presencia de ingredientes transgénicos, y no existe un umbral mínimo
establecido a escala federal. Lo único que se puede afirmar es que un producto
no ha sido elaborado mediante procesos de ingeniería genética. La
omnipresente etiqueta «Non-GMO Project Verified» es gestionada por el Non-
GMO Project —una organización sin ánimo de lucro— para indicar que un
producto no contiene más del 0,9% de ingredientes transgénicos, que es el
umbral europeo. Wunderlich y Gatto, «Consumer Perception of Genetically
Modified Organisms and Sources of Information».
379
Roberto A. Ferdman, «Why We’re So Scared of GMOs, According to
Someone Who Has Studied Them Since the Start», Washington Post, 6 de julio
de 2015; disponi-

ble en: hhttps://www.washingtonpost.com/news/wonk/wp/2015/07/06/why-


people-are-so-scared-of-gmos-according-to-someone-who-has-studied-the-fear-
since-the-start/.
380
Brian Kennedy et al., «Americans Are Narrowly Divided over Health Effects
of Genetically Modified Foods», Pew Research, 19 de noviembre de 2018;
disponible en: https://www.pewresearch.org/fact-tank/2018/11/19/americans-
are-narrowly-divided-over-health-effects-of-genetically-modified-foods/. Esto no
cambió durante los siguientes dos años. Cary Funk, «About Half of U.S. Adults
Are Wary of Health Effects of Genetically Modified Foods, but Many Also See
Advantages», Pew Research, 18 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.pewresearch.org/fact-tank/2020/03/18/about-half-of-u-s-adults-are-
wary-of-health-effects-of-genetically-modified-foods-but-many-also-see-
advantages/.
381
Brad Plumer, «Poll: Scientists Overwhelmingly Think GMOS Are Safe to
Eat. The Public Doesn’t», Vox, 29 de enero de 2015; disponible en:
https://www.vox.com/2015/1/29/7947695/gmos-safety-poll; «Public and
Scientists’ Views on Science and Society», Pew Research Center, 29 de enero
de 2015; disponible en:
https://www.pewresearch.org/science/2015/01/29/public-and-scientists-views-
on-science-and-society/#_Chapter_3:_Attitudes. Los resultados de otras dos
encuestas también son interesantes. En 2013 el 54% decía que sabía poco o
nada de los alimentos genéticamente modificados, mientras que el 25% nunca
había oído hablar de ellos. En 2016 el 79% dijo que los transgénicos son
peligrosos. William K. Hallman et al., «Public Perceptions of Labeling
Genetically Modified Foods», Rutgers Working Paper, 1 de noviembre de 2013;
disponible en:
ttp://humeco.rutgers.edu/documents_PDF/news/GMlabelingperceptions.pdf;
Anastasia Bodnar, «The Scary Truth behind Fear of GMOs», Biology Fortified,
27 de febrero de 2018; disponible en: https://biofortified.org/2018/02/scary-
truth-gmo-fear/.
382
Citado de Shawn Otto, The War on Science: Who’s Waging It, Why It
Matters, What We Can Do about It, Minneapolis, Milkweed, 2016, 135.
383
Donde el salto era de 27 puntos porcentuales. «Public and Scientists’ Views
on Science and Society», Pew Research; disponible en:
https://www.pewresearch.org/science/2015/01/29/public-and-scientists-views-
on-science-and-society/.
384
Hay sectores en los que parece que todo lo «natural» se considera bueno,
así que todo lo no natural debe ser malo. Sin embargo, el formaldehído se
encuentra de forma natural en la leche, la carne y los productos agrícolas, y es
un conocido agente cancerígeno que nuestro cuerpo fabrica y metaboliza.
Otras hipótesis incluyen la idea de que 1) «simplemente tiene sentido» pensar
que los alimentos alterados genéticamente son malos para nosotros, y que 2)
los transgénicos ofenden de alguna manera nuestra sensibilidad «moral» y
provocan sensación de «asco». Sarappo, «The Less People Understand Science
the More Afraid of GMOs They Are»; Roberto Ferdman, «Why We’re So Scared
of GMOs», Washington Post, 6 de julio de 2015; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/wonk/wp/2015/07/06/why-people-are-so-
scared-of-gmos-according-to-someone-who-has-studied-the-fear-since-the-start/;
Shermer, «Are Paleo Diets More Natural Than GMOs?»; Jesse Singal, «Why
Many GMO Opponents Will Never Be Convinced Otherwise», The Cut, 24 de
mayo de 2016; disponible en: https://www.thecut.com/2016/05/why-many-gmo-
opponents-will-never-be-convinced-otherwise.html; Stefaan Blancke, «Why
People Oppose GMOs Even Though Science Says They Are Safe», Scientific
American, 18 de agosto de 2015; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/why-people-oppose-gmos-even-
though-science-says-they-are-safe.
385
Sarappo, «The Less People Understand Science the More Afraid of GMOs
They Are»; John Timmer, «On GMO Safety, the Fiercest Opponents Understand
the Least», Ars Technica, 15 de enero de 2019; disponible en:
https://arstechnica.com/science/2019/01/on-gmo-safety-the-fiercest-opponents-
understand-the-least/.
386
Otro resultado del mismo estudio mostraba que el 33% de los encuestados
pensaba que los tomates no transgénicos no contenían genes en absoluto. Ilya
Somin, «New Study Confirms That 80 Percent of Americans Support Labeling
of Foods Containing DNA», Washington Post, 27 de marzo de 2016; disponible
en: https://www.washingtonpost.com/news/volokh-
conspiracy/wp/2016/05/27/new-study-confirms-that-80-percent-of-americans-
support-mandatory-labeling-of-foods-containing-dna/.
387
Sarappo, «The Less People Understand Science the More Afraid of GMOs
They Are».
388
Gilles-Éric Séralini et al., «RETRACTED: Long-Term Toxicity of a Roundup
Herbicide and Roundup-Tolerant Modified Maize», Food and Chemical
Toxicology, 50, núm. 11 (noviembre de 2012), 4221-4231.
389
Weller, «What You Need To Know». Otro problema con el trabajo de Séralini
es que hizo que los periodistas firmaran acuerdos de no divulgación y les
prohibió consultar a otros científicos antes de escribir sobre sus resultados.
Esto no es habitual en la ciencia. Kloor: «Los activistas antitransgénicos son los
escépticos del clima de la izquierda». Sin embargo, hay que tener en cuenta
que, al igual que el desacreditado estudio de Andrew Wakefield sobre las
vacunas y el autismo, el estudio de Séralini sigue en circulación (después de
haber sido publicado de nuevo en otro lugar) y se cita a menudo como uno de
los estudios que proporciona pruebas científicas contra la seguridad de los
transgénicos. Lynas, Seeds of Science, 236-237.
390
Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO Conspiracy».
391
Lynas, Seeds of Science. Por si sirve de algo, hay que tener en cuenta que
Bill Nye (el chico de la ciencia) también ha dado la vuelta a los OGM en los
últimos años. Ross Pomeroy, «Why Bill Nye Changed His Mind on GMOs», Real
Clear Science, 16 de octubre de 2016; disponible en:
https://www.realclearscience.com/blog/2016/10/why_bill_nye_changed_his_min
d_on_gmos_109763.html.
392
Lynas, Seeds of Science, 4.
393
«Mark Lynas on His Conversion to Supporting GMOs —Oxford Lecture on
Farming», YouTube, 22 de enero de 2013; disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=vf86QYf4Suo.
394
Lynas, Seeds of Science, 251-252.
395
Jonathan Haidt, The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by
Politics and Religion, Nueva York, Vintage, 2012, 59.
396
Lynas, Seeds of Science, 248.
397
«Era irónico que justo cuando la comunidad científica empezaba a darse
cuenta de que los temores iniciales de muchos expertos sobre el ADN
recombinante habían sido probablemente exagerados, el movimiento ecologista
estaba consolidando una oposición implacable», Lynas, Seeds of Science, 172.
398
Cita de un activista de EarthFirst!, Lynas, Seeds of Science, 183.
399
Lynas, Seeds of Science, 191.
400
Lynas, Seeds of Science, 188.
401
Resuena aquí el eco de campañas anteriores de negación de la ciencia,
como las de los cigarrillos y las petroleras, aunque en este caso la campaña
contra los transgénicos era decididamente anticorporativa.
402
Lynas, Seeds of Science, 237.
403
Lynas, Seeds of Science, 211.
404
Lynas, Seeds of Science, 189.
405
Lynas, Seeds of Science, 257.
406
Lynas, Seeds of Science, 266-269.
407
Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO Conspiracy».
408
Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO Conspiracy». Un paralelismo que es
inevitable mencionar aquí es la insistencia del antiguo presidente de Suráfrica
Thabo Mbeki en que los tratamientos contra el SIDA formaban parte de una
conspiración occidental que había causado trescientas mil muertes. Véanse
Michael Specter, Denialism: How Irrational Thinking Hinders Scientific
Progress, Harms the Planet, and Threatens Our Lives, Nueva York, Penguin,
2009, 184, y mi discusión del capítulo 8. Henri E. Cauvin, «Zambian Leader
Defends Ban on Genetically Altered Foods», New York Times, 4 de septiembre
de 2002; disponible en: https://www.nytimes.com/2002/09/04/world/zambian-
leader-defends-ban-on-genetically-altered-foods.html.
409
Hay algunos aspectos legítimos en la desconfianza hacia los transgénicos,
como la evolución de las supermalezas en respuesta a los herbicidas, la
contaminación del polen (que puede hacer que disminuya la biodiversidad), la
posibilidad de que se introduzcan alérgenos de base genética en los nuevos
alimentos, la permanencia de los pesticidas en el suelo mucho tiempo después
de la cosecha, el aumento del potencial de resistencia a los antibióticos, etc.
Los científicos están trabajando en ello. A pesar de estos problemas, ningún
estudio científico ha demostrado que los alimentos transgénicos no sean
seguros para el consumo. Cualquier nueva tecnología conlleva un riesgo
potencial; como hemos visto con las vacunas, el riesgo es bajo pero no nulo. La
cuestión, por tanto, es si estamos dispuestos a sopesar estos riesgos
basándonos en las pruebas científicas o a recurrir a las sospechas de los
negacionistas.
410
Véase el trabajo de Stephan Lewandowsky acerca del vínculo entre las
teorías de la conspiración y el negacionismo de la ciencia, citado en Mark
Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO Conspiracy»; disponible en:
https://en.wikipedia.org/wiki/GMO_conspiracy_theories; Ross Pomeroy, «Why
Bill Nye Changed His Mind».
411
Greenpeace, «Twenty Years of Failure: Why GM Crops Have Failed to
Deliver on Their Promises», noviembre de 2015; disponible en:
https://storage.googleapis.com/planet4-international-
stateless/2015/11/7cc5259f-twenty-years-of-failure.pdf; Lynas, Seeds of
Science, 264.
412
Joseph E. Uscinki et al., «Climate Change Conspiracy Theories», en Climate
Science; disponible en:
https://oxfordre.com/climatescience/view/10.1093/acrefore/9780190228620.00
1.0001/acrefore-9780190228620-e-328.
413
Lynas, «Time to Call Out the Anti-GMO Conspiracy».
414
Ivan Oransky, «Controversial Seralini GMO-Rats Paper to Be Retracted»,
Retraction Watch, 28 de noviembre de 2013; disponible en:
https://retractionwatch.com/2013/11/28/controversial-seralini-gmo-rats-paper-
to-be-retracted/.
415
Steven Novella, «Golden Rice Finally Released in Bangladesh», Neurologica
(blog), 8 de marzo de 2019; disponible en:
https://theness.com/neurologicablog/index.php/golden-rice-finally-released-in-
bangladesh/.
416
Sheldon Krimsky, GMOs Decoded: A Skeptic’s View of Genetically Modified
Foods, Cambridge, MA, MIT Press, 2019.
417
Krimsky, GMOs Decoded, xviii.
418
Por ejemplo, algunas patatas cultivadas de manera tradicional son tóxicas
debido a sus altos niveles de glicoalcaloides. Krimsky, GMOs Decoded, 73, 107.
419
Krimsky, GMOs Decoded, 74-75.
420
Krimsky, GMOs Decoded, 75.
421
Krimsky, GMOs Decoded, 79.
422
Nótese, sin embargo, que el 12% de oposición (en relación con los
transgénicos) no es lo mismo que el 1% (en relación con el cambio climático).
La cuestión del consenso no tiene que ver únicamente con el diferente grado de
conocimiento público. De hecho, se podría preguntar: si el 2% de los científicos
dudan de la seguridad de los transgénicos, ¿cabe hablar de consenso? Sin
embargo, incluso aquí el escepticismo es legítimo en parcelas concretas del
debate, pero no la negación.
423
H. J. Mai, «U.N. Warns Number of People Starving to Death Could Double
Amid Pandemic», NPR, 5 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.npr.org/sections/coronavirus-live-
updates/2020/05/05/850470436/u-n-warns-number-of-people-starving-to-death-
could-double-amid-pandemic.
424
Krimsky, GMOs Decoded, 124, 149.
425
Krimsky, GMOs Decoded, 87.
426
Véase a este respecto mi argumento en The Scientific Attitude, 29-34.
427
Hay que tener en cuenta que el consenso no requiere un acuerdo del cien
por cien. Lynas, Seeds of Science, 260.
428
Krimsky, GMOs Decoded, 104.
429
Krimsky, GMOs Decoded, 115. Obsérvese que estudios comparativos
similares acerca de si el timerosal (en las vacunas) causaba autismo —dado que
el timerosal fue prohibido en Europa antes que en Estados Unidos— se toman
como pruebas definitivas para desacreditar la afirmación de que las vacunas
producen autismo.
CAPÍTULO 7

Hablar con confianza

Siguiendo el mismo patrón que hasta ahora, quiero


relatar algunas de mis conversaciones con personas que
mantienen una actitud escéptica con respecto a los
transgénicos, algunos de los cuales —siempre que me ha
sido posible— son verdaderos negacionistas.
Mi plan original era ir a mi tienda local de Whole Foods
en el suburbio de Boston donde vivo. ¿Por qué allí? Porque
conozco a varias personas que compran en la tienda y
profesan una absoluta devoción por los alimentos
naturales. Mucha gente cree que Whole Foods mantiene
una política de prohibición total de los productos
transgénicos, pero eso simplemente no es cierto. A día de
hoy, ni siquiera exigen el etiquetado obligatorio. En 2013,
Whole Foods anunció que en un plazo de cinco años
exigiría el etiquetado obligatorio de todos los productos
transgénicos, pero en 2018 «dejó en pausa» discretamente
ese requisito, sin que se anunciara una nueva fecha
límite 430 . En este momento, como dice su sitio web,
garantizan que todos los productos de sus tiendas
etiquetados como orgánicos no contengan transgénicos, y
si un producto en su tienda está etiquetado como no
transgénico entonces eso debería ser cierto 431 . Pero eso no
significa que un producto no etiquetado no contenga
transgénicos. No obstante, Whole Foods parece esforzarse
para que el mayor número posible de sus productos lleven
la etiqueta de no transgénicos, aunque lo cierto es que es
posible, sobre todo en el caso de los alimentos envasados,
que haya algunos productos de este tipo 432 .
Sin embargo, aunque Whole Foods no mantenga una
política de prohibición total de los transgénicos, si lo que se
busca es un sector de la población que esté sensibilizado
con el tema, probablemente no haya un lugar mejor al que
acudir. De hecho, algunos han argumentado que el
compromiso de Whole Foods con la filosofía de «lo natural
es mejor» llega tan lejos que roza la pseudociencia 433 . Y,
sobre todo, si quisiera encontrar negacionistas de los
transgénicos políticamente de izquierdas, probablemente
en ningún otro lugar podría tener mejor suerte. Como
escribe Michael Shermer, «tratemos de mantener con un
progresista una conversación sobre los OGM —organismos
genéticamente modificados— en la que aparezcan las
palabras “Monsanto” y “beneficio”, y que no se nos echen
encima como bombas silogísticas» 434 . Por mi parte, lo
cierto era que me moría de impaciencia. Después de
recorrer medio mundo para hablar con la gente de las
Maldivas, a Whole Foods podía llegar andando. Si lograba
que no me echaran, sería la investigación más fácil de
todas las que había hecho para este libro.
Entonces llegó la pandemia del covid-19 y mi plan se
vino abajo. ¿Te imaginas acercarte a alguien en una tienda
de comestibles hoy en día, incluso con una máscara, y
tratar de entablar una conversación sobre cualquier tema,
especialmente sobre seguridad alimentaria? Pero seguía
creyendo en la idea de mantener conversaciones
individuales, preferiblemente con devotos de los alimentos
naturales. Por un lado, quería intentar cambiar mi
orientación con respecto a la FEIC 2018, donde mis logros
e incluso mi enfoque me dejaron insatisfecho. Había ido
demasiado al choque; y mis conversaciones habían sido
demasiado atropelladas. Ahora había leído el libro de
Boghossian y Lindsay How to Have Impossible
Conversations y tenía ganas de probar algunas de sus
técnicas. Había que tener más empatía, escuchar de
verdad, no solo para conocer los argumentos de la otra
persona, sino para asegurarme de que se diera cuenta de
que la estaba escuchando. Esa era la mejor manera de
generar confianza. Y simplemente haciendo alguna
pregunta de vez en cuando podía dejar plantada una
semilla de duda. Quizá pudiera incluso hacer cambiar a
alguien de opinión. Pero ¿con quién?
Entonces me di cuenta de que el confinamiento podía ser
una oportunidad. ¿Por qué hablar con desconocidos e
intentar construir una relación personal cuando podía dar
un paso adelante y mantener una conversación con alguien
con quien ya tenía una relación personal? Si la confianza
era una condición esencial para hacer a alguien cambiar de
opinión, ¿por qué no empezar con alguien que ya tuviera
confiaba en mí y que de hecho había manifestado cierto
interés en mi trabajo anterior sobre el cambio climático y
otros temas relacionados con el negacionismo de la
ciencia?

AMIGOS EN LOS TIEMPOS DEL COVID

Tuve relación con Linda Fox a lo largo de treinta años


gracias a unos amigos comunes en cuya casa de
Connecticut nos reuníamos por el Día de Acción de Gracias.
Aunque no nos veíamos con frecuencia, teníamos una
relación duradera enraizada en una confianza y admiración
mutuas. Conocía a mis hijos desde que nacieron; se llevaba
bien con mi mujer y yo con su marido. Podía parecer que
Linda y yo éramos opuestos en muchos aspectos, pero lo
cierto era que disfrutábamos de la compañía del otro y que
habíamos estado compartiendo opiniones sobre muchas
cosas en años recientes. Linda y unos amigos me
convencieron en una ocasión, cuando un dolor de cabeza
me asaltó la víspera de Acción de Gracias, de que el
problema tenía que ver con un desequilibrio en mi chakras.
Me dijo que lo que realmente necesitaba no era ibuprofeno
sino radiestesia. Linda se identifica como vidente y
radiestesista y se ofreció a ayudarme. Ya me había tomado
un ibuprofeno, pero, en aras de la amistad y de una nueva
experiencia, accedí a intentarlo. No recuerdo los detalles
de lo que vino después, pero pronto empecé a sentirme
mejor. Recuerdo la gran sonrisa de Linda cuando dijo: «¿Lo
ves? Funciona».
—Tal vez —dije.
—¿Ya te sientes mejor?
—Bueno… Sí.
—¿Lo ves? —respondió—. Te lo dije.
—Vale, es verdad; pero también me tomé un ibuprofeno
hace media hora.
Se acercó a mi oreja y me susurró:
—Lo importante es que ahora te sientes mejor… No todo
es una prueba científica.
Como ya dije, me conoce bastante bien.
Puede que yo solo tenga una marcha, pero Linda tiene
dos. A lo largo de los años me ha dado la impresión de que,
movida por un deseo de conectar con otras personas y
hacer lo correcto, se ha dejado guiar tanto por la razón
como por la intuición. No hay nadie más en sintonía con las
necesidades humanas ni más dispuesta a tender la mano y
prestar ayuda.
Cuando decidí llamar a Linda, en el verano de 2020, para
preguntarle qué opinaba sobre los transgénicos, ya conocía
sus creencias en otros temas. Sabía que (al igual que yo)
era progresista, así que estaba en contra de cualquier
forma de negación del cambio climático. Y sabía que
durante la última década había dirigido una empresa de
alimentos artesanales llamada Sumptuous Syrups desde su
casa en la zona rural de Vermont. Es un placer recibir una
vez al año en Acción de Gracias un lote de sus productos,
que mi mujer y yo nos llevamos a casa para disfrutarlos
hasta que nos dé un nuevo lote al año siguiente. Antes de
llamarla abrí la nevera para ver la botella y luego consulté
la página web. Ahí estaba: «De nuestros agricultores para
usted. Cultivo orgánico y natural. Concentrado. GF. Sin
transgénicos. Envío gratuito».
Linda y yo habíamos hablado por teléfono la semana
anterior, no sobre los transgénicos, sino solo para ponernos
al día. Ella sabía que yo estaba escribiendo un nuevo libro,
así que al final de nuestra conversación le pregunté:
«¿Estarías dispuesta a ayudarme si te vuelvo a llamar la
semana que viene, en una investigación para mi nuevo
libro?». Aceptó encantada. Le dije que iba a ser acerca de
los transgénicos y me confesó que no era una experta. Pero
tenía su propia opinión y la tranquilicé diciéndole que era
eso lo que buscaba. Le pedí que no se sintiera obligada a
investigar nada. Solo quería llamarla y preguntarle por sus
propias ideas, como persona normal y como empresaria.
Me dijo que no había problema.
El tiempo pasó volando y llegó el momento de llamarla.
Tan pronto como cogió el teléfono, Linda estaba lista
para hablar de los transgénicos. De hecho, esa misma
mañana me había enviado un artículo que había encontrado
y que «resumía bastante bien sus puntos de vista», así que
lo leí de antemano. No obstante, me aseguré de que
supiera que lo que realmente quería era su opinión. No
tenía que justificar nada, así que nos pusimos a ello.
Linda me contó que llevaba cincuenta años en el sector
de la alimentación natural. Se había informado con interés
del tema de los transgénicos. Me dijo que la reacción de la
mayoría de la gente ante un problema así era intelectual o
emocional. Ella era mitad Géminis, mitad Cáncer, así que la
suya era de ambos tipos. En ese momento no tenía ni idea
de por dónde me iba a salir; olvidé mi lista de preguntas y
decidí simplemente limitarme a escucharla. Sabía que era
una persona reflexiva, inteligente y de las más amables que
haya conocido. Era consciente de lo que quería e iba a
decirme lo que necesitaba saber.
Linda dijo que le preocupaba más el «rasgo» que se
modificaba que la idea de la modificación genética en sí.
¿Por qué se hacía? ¿Cuál era la razón? ¿Y quién ganaba
dinero con ello? La cuestión del medio ambiente parecía
ser su prioridad.
En ese momento me contó una historia sobre ella misma
que nunca había oído antes, para subrayar que era alguien
que no solo tenía creencias, sino que las vivía. Dijo que
estaba tan preocupada por la energía nuclear que ella y su
primer marido estuvieron desconectados de la red durante
ocho años, sin electricidad ni agua corriente, solo para ver
cómo era y si podían aguantarlo. Esto fue en los años
setenta, en pleno auge de los recelos hacia la industria
nuclear en Estados Unidos; y ella quería comprobar si era
posible vivir sin los recursos de la energía nuclear. Me
impresionó. ¿Acaso mis propias creencias eran igual de
fuertes? Soy un fanático en lo concerniente al cambio
climático, pero sigo teniendo coche. Tengo aire
acondicionado. Recordé que no se trata solo de creencias
sino de acciones.
Linda dijo que sus opiniones acerca de los transgénicos
se reducían a dos perspectivas: personal y empresarial.
Como persona, su principal preocupación era cómo podían
afectar al medio ambiente. Si los transgénicos habían sido
creados para que la comida fuera más nutritiva, no había
problema con ellos. Pero una cosa era el beneficio humano
y otra muy distinta el de las corporaciones. No debería ser
solo cuestión de ganar dinero. Se ofreció a decir que no le
gustaban ni Monsanto ni su producto Roundup. Se oponía
firmemente al tipo de transgénicos que Monsanto estaba
creando solo para poder vender más Roundup. Pero no
tenía ningún problema con el arroz dorado.
Le pregunté si creía que los transgénicos son seguros
para el consumo. Dijo que no solía comprarlos porque no
estaba claro si lo eran. Había demasiados interrogantes al
respecto, así que optaba por ser precavida. «Podríamos
comer transgénicos», observó, «pero ¿por qué íbamos a
hacerlo?». Sin embargo, cuando le pregunté si lo había
hecho alguna vez, respondió: «Sí».
La segunda perspectiva era la empresarial. Como
propietaria de un negocio de alimentación situado en
Vermont, quería tener una etiqueta que garantizara que no
vendía transgénicos. La razón era su mercado. ¿Quiénes
eran sus clientes? ¿Qué era lo que querían? «¿Es mi trabajo
educarlos?», se preguntó. Probablemente, no. La gente
tiene diferentes grados de conocimiento y confianza, y ella
quería que el público al que vendiera su sirope fuera lo más
amplio posible, lo que significa que su producto no debía
ser transgénico. Eso no solo era bueno para el negocio,
sino además lo que debía hacer para respetar los deseos de
sus clientes.
Le pregunté si parte de su decisión tenía que ver con la
venta de su sirope en Whole Foods. Me dijo que no, porque
de todas formas no lo vendía allí, no por los transgénicos,
sino por lo que había que hacer para que el producto
recibiera el permiso para ser almacenado en sus tiendas.
Las barreras eran simplemente insuperables. Prefería
vender por Internet. Entonces le pregunté si ella misma
compraba en Whole Foods y me dijo que en raras
ocasiones. Pero eso era sobre todo porque la tienda estaba
a una hora y media de su casa. (¿He mencionado que vive
en una zona rural?). Prefería comprar en comercios locales.
Compra alimentos orgánicos porque quiere, pero depende
del producto. Evita la soja y el maíz porque lo más probable
es que lleven transgénicos. Se considera una compradora
«con conciencia» y una de las cosas por las que está
concienciada son los transgénicos.
Entonces me hizo reír:
—Pero si me comiera un producto transgénico no creo
que me matara.
Prefiere los alimentos locales y me contó una historia
sobre unos productores de leche de su zona que se habían
unido para dejar de usar hormonas de crecimiento en su
leche, y ella quería darles apoyo. Estas son las cosas que le
preocupan, porque son locales y personales. Conocía a esos
ganaderos. Le pregunté:
—¿Pero seguirías bebiendo leche de otras lecherías o
comiendo alimentos transgénicos?
Repitió la misma respuesta:
—Sí, pero ¿por qué iba a querer?
Era una pregunta realmente bien, porque iba al centro
del debate. Tomé nota para preguntarle más tarde si
consideraba que ese tipo de decisión personal podría
desencadenar un efecto dominó más allá de su comunidad
local (como el caso de los niños hambrientos que no
pudieron conseguir arroz dorado en otros países) 435 .
Entonces le pedí que me contara más cosas sobre
Monsanto.
—¿Te refieres a la compañía más diabólica del mundo? —
preguntó.
Prosiguió explicándome cómo querían controlar todos los
alimentos del mundo. Solo les interesan los beneficios. Dijo
que el polen de uno de los campos de Monsanto entraba en
una granja orgánica y demandaban al agricultor orgánico.
También le preocupaba mucho el uso de Roundup. Me
contó que su vecino usaba Roundup en sus campos y que se
había hecho especialmente sensible al tema. ¿Contamina el
suelo? ¿Afecta al agua que llega a su propiedad? ¿Cuáles
son los efectos desconocidos?
Le pregunté si pensaba que consumir transgénicos de
Monsanto era peligroso.
No respondió directamente, pero dijo:
—¿Qué cantidad querrías comer y por qué querrías
comerlos?
Me explicó que tendía a identificarse con posiciones
«centradas» en relación con estas cuestiones y que prefería
tomar precauciones. Cuando iba a un restaurante no se
pasaba de rigorista. No le preguntaba al camarero si había
transgénicos en su menú y no sacaba el tema de Monsanto.
Pero me confesó que pensaba mucho en la frecuencia con
la que consumía alimentos cuyo origen ignoraba.
En ese momento, mencionó algo que nunca había oído
antes, y que es que algunos agricultores ponen Roundup en
el trigo que cultivan la semana anterior a la cosecha. «¿Por
qué lo hacen?», se preguntaba. ¿Han creado un problema
de seguridad alimentaria, dado que ahora esos alimentos
llevan Roundup? Dijo que se había planteado si lo que está
ocurriendo con algunas personas alérgicas al gluten es que
en realidad están reaccionando a algo más. «No es que no
puedan comer gluten… quizá lo que no pueden comer es
Roundup». Y le gustaría saber si Monsanto se está
beneficiando de la comercialización de productos sin
gluten. Dijo que no tenía pruebas de todo esto, pero que
era uno de los «pensamientos perversos» que la llevaban a
cuestionar cómo se cultivaban sus alimentos y cómo se
procesaban 436 .
En aquel momento nos acercábamos ya al final de
nuestra conversación. Hasta entonces Linda no me había
dado ninguna señal de negacionismo. Su enfoque era
prudente y reflexivo. Todavía no habíamos hablado del
consenso científico —y quería conocer su reacción al
respecto—, pero primero tenía que aclarar algunas cosas
sobre sus opiniones en torno a otras cuestiones científicas.
Dijo que estaba absolutamente a favor de las vacunas. Se
atrevió a decir incluso que se consideraba provacunas. Ya
sabía que rechazaba la energía nuclear, pero ahora le
pregunté las razones. Me respondió 1) que no había
manera de tratar los residuos y 2) que no le gustaban los
métodos de extracción, que no solo eran malos para la
Tierra sino que perjudicaban a los pueblos indígenas de los
países de los que procedían las materias primas. En
relación con el cambio climático, dijo que, además de la
ciencia, como psíquica que había pasado algún tiempo en
una reserva de nativos americanos, pudo comprobar que
era malo y que el problema del calentamiento global no iba
a hacer otra cosa que empeorar con el tiempo.
Ya casi estaba, así que me sentí más cómodo hablándole
a Linda algo más de mi libro, sin preocuparme por que
pudiera influir en sus opiniones. Le confesé que quería
utilizar nuestra conversación en un capítulo sobre la
cuestión de si existía un negacionismo científico
políticamente orientado a la izquierda. Le dije que ya que el
negacionismo científico provenía de la derecha (en lo
relativo al cambio climático y la evolución) tenía interés por
saber si también podía provenir de la izquierda. Se rio a
carcajadas. «Por supuesto», aseguró. «Los hippies llevan
así desde los años sesenta». Hablamos un poco del
problema de que hoy en día haya tanta gente que obtiene
sus creencias influida por campañas de desinformación, lo
que la llevó a decir una cosa tan profunda que hice que la
repitiera para poder anotarla palabra por palabra: «Somos
vulnerables a las teorías de la conspiración cuando no
tenemos motivos para confiar».
Hice una breve pausa antes de hacerle la pregunta
obvia:
—Linda, ¿tú confías en los científicos?
—Yo confío en algunos científicos —respondió.
Me dijo que siempre se había preguntado: «¿quién paga
toda esta investigación?». Es una observación legítima. Nos
despedimos con la promesa de hablar de nuevo la semana
siguiente 437 .
Mis esperanzas de encontrar a una negacionista de la
ciencia a la que convertir se estaban desvaneciendo a toda
velocidad. A Linda no le gustaban los transgénicos; ¿era
por ello una negacionista? En realidad, no. Pedí consejo a
uno de mis mejores amigos, un biólogo medioambiental al
que conocía desde que éramos niños. Pero a los pocos
minutos de hablar con Ted (no es su verdadero nombre)
acerca de algunos hechos relacionados con los
transgénicos ¡me pregunté si quizá no debería hacerle una
entrevista a él! Si tuviera superávit de confianza con
algunas personas del planeta, él estaría en mi reducida
lista. Fui sincero y le dije que quería hablar con él para el
libro. Pero nuestra confianza era tal que —como condición
para que me dijera lo que realmente pensaba sobre los
transgénicos y no se autocensurara— no estaba del todo
seguro de querer ser entrevistado. Yo le ofrecí no publicar
su nombre real. Solo disponíamos de unos pocos minutos
antes de empezar —en este punto ni siquiera sabía cuáles
eran sus opiniones—, así que decidí simplemente lanzarme
y ver adónde llegábamos. Del libro ya hablaríamos más
tarde. Hasta ese punto confiaba en mí.
A diferencia de Linda, este encuentro fue acalorado. Ted
dijo que su punto de vista estaba influido por un libro que
había leído de Jeremy Rifkin y que tenía la intención de
enviarme. ¿Había oído hablar de Rifkin? Bueno, sí, era un
hecho que había oído hablar de él. Salía mucho en el libro
de Mark Lynas: prácticamente era el iniciador del
movimiento antitransgénicos y había hecho que
Greenpeace se uniera a la causa. Lynas criticaba
duramente a Rifkin. De momento me guardé ese detalle y
me limité a responder: «Sí».
La principal preocupación de Ted eran las consecuencias
imprevistas. «Así funciona la tecnología», dijo. «Nuclear. El
petróleo. Empiezas pensando que todo va a ir bien, pero
luego, años después, descubres los peligros y a veces ya no
hay marcha atrás». ¡Confesó de hecho que eso le hacía
sentir cierta simpatía por los antivacunas! (¿Qué
significaba aquello? Le conocía desde hacía cuarenta años
y nunca le había oído decir nada semejante).
A continuación Ted me recordó que era científico. Dijo
que comprendía la evolución y la manera en la que el
genoma se desarrolló hasta su estado actual. Fue
consecuencia de la selección natural durante un largo
período de tiempo. Cada paso obedecía a una razón en
respuesta al medio ambiente. Y a eso mismo tratábamos de
jugar con la ingeniería genética. Podríamos hacer
desaparecer efectos ambientales nocivos y también
organismos que pudieran suponer una amenaza.
Estábamos echando Roundup a la tierra, y ¿a qué podría
llevarnos eso más tarde? Prácticamente habíamos
arruinado el algodoncillo, que era el hábitat natural de las
mariposas monarca. También le preocupaban las
consecuencias imprevistas de los propios productos
transgénicos: «¿qué ocurrirá si modificamos los genes de
una bacteria y más adelante termina produciendo una
enfermedad espantosa?». ¿Y qué hacemos con las agencias
reguladoras que han dejado que cientos de pesticidas y
productos químicos peligrosos persistan en el mercado
durante años, sin estudios adecuados que garanticen su
seguridad o incluso a expensas de que más adelante la
ciencia demuestre que no son inocuos? Siguió hablando de
Monsanto y de cómo a lo largo de su historia su único
objetivo ha sido el beneficio a corto plazo, sin pararse a
pensar en las consecuencias a largo plazo. ¿Por qué hay
que correr ese riesgo?
A estas alturas estaba bastante alterado y no quería
interrumpir su discurso, pero yo necesitaba hacerle una
pregunta fundamental. Me dio la impresión de que las
preocupaciones de Ted por el momento se referían sobre
todo a 1) los efectos no deseados y 2) el medio ambiente.
Pero ¿qué pensaba él de los transgénicos, su consumo era
inocuo?
Ted dijo que estaba convencido de que lo más probable
era que la ciencia tuviera mucha información sobre ellos y
que quizá fueran seguros, pero que tampoco estaba
convencido. No podía decirlo con certeza. No le cabía duda
de que el gobierno tenía normas de seguridad alimentaria,
pero que no se fiaba de que el gobierno le dijera que su
comida era segura. Más adelante, ¿qué certeza podía
tener? Al cabo de diez años podría descubrirse algo. Y
aunque los productos que se fabrican hoy en día sean
seguros nada garantiza que en el futuro vayan a seguir
siéndolo. ¿Por qué dejar abierta esa puerta? La tecnología
que se está introduciendo podría tener otros usos en el
futuro. Podría ser peligrosa.
Llevé la conversación de vuelta a la cuestión de si los
alimentos transgénicos son seguros en el presente. Ted
afirmó que no los consume por razones éticas y de
principios, así que ni siquiera importa lo que diga la
ciencia: él no los va a comer de todos modos. Sus razones
son ambientales, pero hay también una objeción filosófica
más elemental: «Hay algo que no veo bien en el hecho de
intervenir en los procesos naturales».
Hizo una analogía con la administración de la hormona
del crecimiento a las vacas (juro que yo no metí eso en la
conversación). «Eso no es ingeniería genética», aclaró,
«pero es una especie de interferencia con los procesos
naturales. Y cuando lo hacen puede tener consecuencias
negativas en el futuro. ¿Tú beberías esa leche?».
No le respondí, pero en este punto decidí hacer mi
primera incursión real en la conversación. Esperaba con
ansia que me dejara usarlo en mi libro.
—Ted, eres un científico. Pero tus puntos de vista aquí
están muy lejos de la opinión científica. Existe un gran
acuerdo en torno a la seguridad de consumir transgénicos.
En esto la diferencia entre la opinión pública y la opinión
científica es aún mayor que con el cambio climático.
Inmediatamente se echó atrás con el tema de la
seguridad alimentaria. Dijo que no iba a decir que sí y ni
que no. Si buscaba a alguien que pensara que los
transgénicos no son seguros, él no era mi hombre. Lo que
él decía era que no lo sabía, y que de todos modos no los
consumiría, así que la afirmación era discutible. Ted dijo
que, en general, no se sentía cómodo con la idea de los
alimentos transgénicos, al menos no de momento, tal vez sí
en diez años; pero hasta entonces no comería ninguno.
Tuve una corazonada y le pregunté si compraba en
Whole Foods.
Hizo una breve pausa: «Sí».
Ya sabía que era de izquierdas. ¡Y científico! Después de
la universidad, Ted había viajado por todo el mundo
haciendo investigaciones ecológicas de primera mano, y
luego volvió y obtuvo un título de posgrado. Ahora, junto
con su mujer, dirigía un instituto de investigación dedicado
a la conservación de especies autóctonas y sus hábitats.
Cuando doné dinero para las compensaciones de carbono
después de mi viaje a las Maldivas, le envié un cheque para
plantar un cuarto de acre de árboles en uno de sus
proyectos 438 . En cuestiones climáticas, sus creencias
estaban sólidamente arraigadas en el consenso científico.
¿Qué pasaba entonces con los transgénicos?
Terminé pidiéndole que le dedicara un día a pensárselo y
que luego me dijera si podía contar con él para mi
proyecto.
—No obstante —le advertí—, si volvemos a hablar voy a
intentar convencerte.
—Bueno —repuso—, al final quizá sea yo quien te
convenza a ti.
Esa noche sonó un mensaje de texto en el que me decía
que estaba de acuerdo. Nos veríamos al día siguiente.

LA CONVERSACIÓN DE MI VIDA

Debo admitir que al principio estaba un poco nervioso


por mi conversación de seguimiento con Ted. Le conozco
desde hace cuarenta años, pero de alguna manera esta
parecía más importante que cualquiera de las
conversaciones que había tenido hasta entonces con
desconocidos. Después de bromear durante un par de
minutos, decidí recurrir a una estrategia del libro de
Boghossian y Lindsay.
—Bien, Ted, convénceme.
Aquel día era diferente. En lugar de una conversación
casual y apresurada con un amigo para preguntarle cómo
se sentía en relación con los transgénicos, necesitaba
cabeza fría. El científico estaba de vuelta.
Ted dijo:
—Bueno, todo depende de lo que me estés preguntando:
si consumiría transgénicos o si creo que son seguros.
Siguió con un tema del día anterior y dijo que no le
gustaban los transgénicos por las implicaciones generales
de alterar la genética de nuestros alimentos. No tenía claro
que a largo plazo eso no pudiera traer complicaciones. Y se
apresuró a hacer una analogía.
—Ocurre como con las especies invasoras —dijo—.
Cuando introducimos una nueva, en ese momento siempre
parece una buena idea porque estamos tratando de
resolver un problema. Pero luego se descontrola. Siempre
surgen consecuencias imprevistas. Mira la mangosta. La
introdujeron en Hawái para acabar con las ratas, pero
luego empezó a comérselo todo. Trastocó por completo el
ecosistema local. Ahora las mangostas han tomado el
control. Siempre hay algo que no se ve venir.
»Por tanto —prosiguió—, ¿qué pasa cuando alteran la
genética de un microbio y luego la lían? Puede que la
investigación sobre seguridad alimentaria digo que por
ahora todo está en orden, pero eso no excluye que pueda
haber problemas en el futuro».
Había que admitir que el argumento era bueno, pero
preferí callarme y dejé que siguiera. Cambió de tema al
Roundup y me habló de los efectos secundarios que tenía
en otras especies, y de cómo aquello beneficiaba a cada vez
menos gente y concentraba la riqueza en cada vez menos
manos. La seguridad alimentaria estaba amenazada de
muchas maneras. Y el sistema que debía garantizarla, en su
opinión, era corrupto. Estaba demasiado alineado con los
intereses de la industria. Si algo iba mal, ¿lo detectarían a
tiempo? Resumió: «Hay buenas razones para que la gente
no rechace consumir transgénicos aunque se pusiera de
manifiesto que son seguros».
Entonces le hice mi primera pregunta real: «¿Has
comido transgénicos alguna vez?».
Ted respondió que probablemente sí. Cuando iba a un
restaurante, ¿cómo podía saberlo? Pero no apoyaba la
industria porque no podía demostrar que sus prácticas son
inocuas.
Inmediatamente pasé a la segunda pregunta: ¿en qué
sentido la posición que adoptas no es idéntica a la de los
antivacunas? Las vacunas son «antinaturales». No está
«absolutamente demostrado» que sean seguras. ¿Y las
rechazas? Estaba esperando que desarrollara lo que me
había dicho el día anterior con respecto a la «cierta
simpatía» que le inspiraban los antivacunas.
Dijo que le parecía una buena pregunta, pero que
siempre hay que tratar de establecer un punto de equilibrio
entre los beneficios y los riesgos. Con las vacunas el riesgo
asumido parece de carácter personal, pues es posible
enfermar si se prescinde de ellas; sin embargo, su rechazo
también implica un riesgo público, ya que además se podría
hacer que otras personas enfermasen. Si no hubiera ningún
beneficio en ello, nadie se vacunaría. Pero el beneficio que
traen consigo las vacunas es superior a sus riesgos. «No
obstante» —ya estaba listo para recalcar el punto—, «no
existe ningún riesgo en yo no consuma un producto
transgénico; tengo dinero suficiente como para permitirme
comprar productos orgánicos; si fuera pobre y tuviera que
comprar transgénicos para sobrevivir, probablemente no
me quedaría más remedio. Pero no hay ningún
inconveniente en que yo no los coma».
—Pero, Ted —intervine—, ¿no ves que esa postura se
basa en un gran privilegio? En el este de Asia hay niños
que se mueren de hambre y algunos se quedan ciegos por
falta de vitamina A al no poder conseguir arroz dorado. Eso
no lo dice Monsanto, sino una investigación universitaria. Y
sin embargo Green Peace sigue oponiéndose. Así que
déjame unir los puntos entre esos niños y tú. No apoyas los
transgénicos y eso está bien para ti, pero si hubiera
bastante gente como tú que solo comprara productos
orgánicos y enviara cheques a Greenpeace esos niños de
Asia se quedarían ciegos y morirían de hambre. Por tanto,
sí hay aspectos negativos en oponerse a los transgénicos,
solo que no para ti. Es algo parecido a lo que acabas de
decir de los antivacunas. Al resistirte a defender los
transgénicos estás produciendo un daño público.
Había llegado el momento de la conversación en el que
uno se alegra de tener confianza con la otra persona.
Pasara lo que pasara, nuestra amistad no estaba
amenazada. No quería faltarle el respeto, pero de una u
otra manera Ted y yo llevábamos décadas discutiendo lo
mismo.
«Supongo que lo mismo se podría decir de cualquier
innovación tecnológica», dijo Ted con tranquilidad. Sacó a
colación el caso de los combustibles fósiles. Si no se apoyan
los combustibles fósiles, alguien va a perder su trabajo.
Ahora bien, ¿quiere decir esto que hay que apoyar la
industria de los combustibles fósiles? Cualquier tecnología
tiene sus ventajas e inconvenientes. Con el arroz dorado,
por supuesto, hay un beneficio claro…
Dejó la cuestión abierta, así que decidí presionarle.
—Entonces estás a favor del arroz dorado…
Enseguida volvió a su propia pregunta: «¿Apoyaría el
carbón si ayudara a los mineros a mantener sus puestos de
trabajo?». Daba a entender que no y añadió que con los
transgénicos pasaba lo mismo. Siempre surgen
consecuencias no deseadas. El aumento de la producción
de alimentos parece algo bueno, pero en última instancia
conduce a la sobrepoblación, que es la fuente de la mayor
parte del daño ambiental a nuestro planeta. Y esto solo
conduce a que haya más hambre después.
—Nadie quiere hablar de ello, pero es cierto —dijo Ted—.
Nos estamos aproximando al límite de capacidad de la
Tierra. Con la tecnología, podríamos ir más allá. Pero ¿es
necesario? La superpoblación es el verdadero peligro
medioambiental. Y tal vez los transgénicos solo nos estén
empujando hacia adelante en ese camino.
—Tranquilo, señor Malthus —le dije—. Entonces esos
niños que no pueden acceder al arroz dorado deben
morirse y ya está…
Dijo que algunos probablemente iban a morir, pero la
verdadera cuestión era cuándo. Si destruimos el planeta y
agotamos sus recursos, a largo plazo morirá más gente. Y
tenía la impresión de que los transgénicos contribuían a
ello.
Terminé diciéndole que para él era fácil decir eso,
porque tenía dinero y no iba a ser una de las personas
afectadas. No quería herirle, solo señalarle lo evidente. Era
alguien a quien había visto poner del revés la cartera para
dar limosna a los sin techo, que una vez echó a correr e
intervino cuando vimos cómo detenían a un ladrón de
tiendas porque pensó que le estaban atacando, que había
dedicado su vida a la agricultura sostenible para ayudar al
mayor número posible de personas. Pero habíamos llegado
a un callejón sin salida.
Decidí reubicar la conversación y establecer una
distinción entre sus preocupaciones medioambientales y las
relativas a la seguridad alimentaria. ¿Diría que sus
objeciones a los transgénicos estaban relacionadas en
primer lugar con el medio ambiente antes que con los
riesgos de consumirlos?
Primero se detuvo en la cuestión medioambiental. Dijo
que los transgénicos estaban produciendo daños a largo
plazo en el medio ambiente. Esto no quería decir
necesariamente que consumirlos planteara riesgos a corto
plazo, sino que al apoyar la industria de los transgénicos
otros problemas —presumiblemente más graves— iban a
manifestarse en el futuro.
Le hice retomar la cuestión de la seguridad alimentaria y
saqué a relucir el consenso científico que le había
mencionado ayer y que parecía haberle cogido por
sorpresa. Le expliqué que el 88% de los miembros de la
AAAS consideraba que los transgénicos son seguros para el
consumo, mientras que solo el 37% del público en general
era de la misma opinión. El desajuste entre el consenso
científico y la opinión pública es en este caso mayor que el
que hay en relación con el cambio climático. Ningún
estudio serio sugería que los transgénicos fueran
perjudiciales para la salud humana. Entonces ¿por qué no
se lo creía?
Según él, era «comprensible que la gente desconfiara de
los transgénicos». Eran «antinaturales». Suponen que los
humanos manipulen el suministro de alimentos. Después
sacó a relucir el «principio de precaución» y cerró el
círculo con lo que había dicho el día antes. Imaginemos que
alguien modifica los genes de una bacteria o un virus.
Podría ser una pesadilla 439 . ¿Y están haciendo ahora algo
antinatural en relación con la forma en la que nuestros
alimentos han evolucionado? «Están haciendo cosas que
nunca se habían hecho antes», dijo. «En términos
evolucionistas hacen falta miles de años para que ocurra,
siempre en respuesta a una necesidad ambiental, pero a
ellos les lleva un día. ¿Cómo saben que es inocuo?». Volvió
a decir que podría serlo, pero que no lo sabía con certeza.
No confiaba en la supervisión gubernamental de las
empresas que realizaban estas investigaciones.
Me fue predisponiendo perfectamente para mi pregunta
más difícil. «Entonces, ¿cómo es que la posición que acabas
de esbozar no es la misma que utilizan los negacionistas del
cambio climático en relación con el calentamiento global?
Siempre dicen: “Hace falta más investigación” o “Todavía
no se ha demostrado”. Pero la ciencia no demuestra nada. Y
sé que tú lo sabes. Todo lo que tenemos es evidencia
científica. Pero los negacionistas siempre dicen: “No
basta”. Entonces, ¿cuántas pruebas hacen falta sobre los
transgénicos?».
A Ted le gustó mucho la pregunta y aceptó el reto.
Dijo que todo se reducía al contexto. Con los
transgénicos, se hace algo que nunca tiene lugar de
manera natural. Y se le pide a la gente que le parezca bien
que se esté haciendo algo nuevo con su comida. Pero con el
cambio climático se les pide que no hagan algo. Se les pide
que se detengan. Eso le parecía una especie de principio de
precaución al revés. No se puede demostrar que el cambio
climático se esté produciendo realmente (aunque según los
modelos hay una probabilidad entre un millón de que no
sea así), pero una precaución obvia es reducir la polución.
En cambio, en relación con los transgénicos el mismo
principio de precaución nos dice que saquen sus manos de
nuestra comida.
No podía ver a Ted, pero percibí la satisfacción que
manifestaba su voz. Era su mejor argumento hasta el
momento. Estábamos llegando al final de nuestra
conversación, así que le hice la misma pregunta con la que
tanta suerte había tenido en la FEIC 2018 y
posteriormente. «¿Qué haría falta para que cambiaras de
opinión?».
—¿Sobre qué? ¿Sobre si comería transgénicos? ¿Sobre si
creo que son seguros?
—Sobre lo que quieras, sobre cualquiera de los temas.
¿Qué evidencia bastaría para persuadirte de abandonar
cualquiera de las creencias que me has estado
describiendo?
Dijo que aquello le recordaba un poco al debate actual
en el movimiento ecologista en torno a la energía nuclear.
Ted me contó que la comunidad verde estaba inmersa en
una gran controversia acerca de si deberían apoyar la
energía nuclear dado que no emite gases de efecto
invernadero. ¿Habría que apoyar la energía nuclear? Una
vez más, el problema se reduce a valorar los riesgos y
consecuencias a corto y largo plazo. «Si propusieran
construir un reactor nuclear en la calle al lado de mi casa
porque eso contribuiría a la lucha contra el cambio
climático, estaría en contra».
Estaba seguro de que era verdad, pero le pregunté por
qué.
Me hizo notar que la industria nuclear siempre intenta
hacer ostentación de lo segura que es, y puede que en
buena medida así sea. Ahora bien, ¿y si algo sale mal?
Aunque el riesgo sea muy pequeño, el resultado podría ser
tan horrible que si se hace un análisis lo racional es no
apoyarlo. Y su actitud en torno a los transgénicos era la
misma. Puede ser que la ciencia diga que son seguros, pero
eso no quita que algo malo pueda ocurrir más tarde. Al
final me advirtió de que por todas aquellas razones iba a
ser difícil convencerle de que apoyara los transgénicos al
margen de las garantías que ofreciera la ciencia.
Me pareció que aquello ya no daba más de sí; le di las
gracias y nos prometimos compartir algunos libros. Dijo
que me enviaría un ejemplar del libro de Rifkin, y yo quise
hacerle llegar otro del de Lynas. Al cabo de unos minutos
hablando de otras cuestiones, Ted volvió al asunto de la
similitud entre su posición y la de los negacionistas del
cambio climático. «Eso estuvo bien», afirmó. «Voy a tener
que pensar en ello un poco más».
Aquello sonó bien —y sonó como si hubiéramos llegado a
una conclusión—.
Pero en realidad no era el caso, y sabía que seguiríamos
tratando este tema durante años, mucho después de la
publicación de mi libro.
Ted quiere hacer del mundo un lugar mejor, y yo
también. Los dos creemos en la ciencia. Pero hemos
mantenido un desacuerdo fundamental entre «confiar en la
razón» y «confiar en la naturaleza» casi desde el principio
de nuestra amistad.
En nuestra conversación sobre los transgénicos, no
llegué a convencerle ni él llegó a convencerme a mí.
Pero creo que logré demostrar una cosa: la empatía, el
respeto y la escucha son las únicas vías que nos darán la
oportunidad de hacer cambiar las creencias de los demás.
Esta conversación funcionó gracias al contexto de
confianza y respeto mutuo. Antes de colgar, le prometí que
también reflexionaría sobre sus argumentos.
Sin embargo, cuanto más lo meditaba, más dudaba de
que Ted fuera un negacionista al fin y al cabo. ¿A qué se
debía nuestro desacuerdo: era por las creencias o por algo
más profundo? ¿Los valores? No quería cambiar su
identidad, pero sí su esfera de preocupaciones. Quería que
se preocupara más por el sufrimiento presente de los niños
que por cuestiones teóricas relacionadas con un daño
potencial mayor en el futuro. Y estoy seguro de que le
gustaría convencerme de que sea más escéptico de lo que
ya soy, y de que tenga más respeto por la arrogancia de la
ingenuidad humana.
Así, pues, la conversación no había acabado.
Y creo que todo esto estaba bien.
Entonces, ¿qué es un negacionista de los transgénicos?
Que se rechace el consenso de la opinión científica, que
dice que todos los alimentos actuales con transgénicos son
seguros para el consumo: ¿es suficiente para ser
considerado un negacionista? A mí me parece que sí. ¿Pero
qué hay de la importante preocupación acerca de si los
alimentos seguirán siendo seguros también en el futuro?
Tiene que llegar un momento en el que la evidencia sea
convincente y esas preocupaciones teóricas —aunque no
puedan refutarse— dejen de ser razonables. Como punto
más general, quizá la conclusión sea la siguiente: poner en
cuestión el consenso (sobre cualquier tema científico) no
convierte a nadie en negacionista. Pero negarse a creer en
el consenso científico y ser incapaz de decir qué evidencia
—no digamos pruebas— sería suficiente para cambiar de
opinión es ser un negacionista 440 . Cuando los antivacunas,
los negacionistas del cambio climático o los partidarios de
la Tierra plana insisten en las pruebas, eso no es razonable.
La investigación empírica no funciona de esa manera.
¿En qué lugar nos deja eso en cuanto concierne a los
transgénicos? La posición de que todos los alimentos
transgénicos actualmente son seguros para el consumo
está respaldada por una abrumadora evidencia científica, y
realmente no hay ningún estudio serio que sugiera lo
contrario. ¿Es posible que en el futuro alguien pueda
fabricar un alimento transgénico que sea peligroso? Sí…
pero también es posible que se fabrique una vacuna mortal,
o un avión que se estrelle automáticamente. Salvo que haya
quien se sienta incómodo con las innovaciones científicas y
técnicas, elegir sobre la base de la sospecha en vez de la
evidencia no parece razonable. Necesitamos vacunas y
viajes en avión, pero ¿no necesitamos también alimentar a
los niños hambrientos? Y, como en el caso del «debate» del
cambio climático, llega un punto en el que la confianza es
merecida, en el que seguir dudando no es razonable. Pero
el escepticismo también hay que ganárselo. Ser escéptico
no es dudar de cualquier cosa simplemente porque haya un
resquicio para ello ni quedarse paralizado por el miedo a lo
desconocido; el escepticismo implica otorgar confianza
cuando la evidencia es intachable, sin excluir (como exige
el falibilismo) que podamos acabar equivocándonos.
Evidencia no equivale a prueba, pero es lo mejor que la
ciencia puede ofrecer. Y si no estamos de acuerdo, por
favor, tomemos en consideración la pregunta de nuevo:
¿qué nos haría falta para renunciar a la creencia de que los
transgénicos son peligrosos, y en qué se diferencia nuestra
postura de la de los antivacunas o los que rechazan el
cambio climático?

¿ES LA RESISTENCIA A LOS TRANSGÉNICOS UN EJEMPLO DE


NEGACIONISMO DE LA CIENCIA DE IZQUIERDAS?

Incluso si nos sentimos cómodos con la idea de que el


rechazo a los actuales alimentos transgénicos por
considerarlos inseguros para el consumo es un ejemplo de
negacionismo de la ciencia, sigue abierta la cuestión de si
se trata de un caso de negacionismo de izquierdas. He
tenido dos conversaciones con personas de izquierdas
emocionalmente involucradas en la cuestión y ninguna de
ellas resultó ser una negacionista abierta de los
transgénicos. Pero aunque lo hubieran sido no habría
bastado con eso para dejar zanjado el problema. Así, pues,
volvamos la mirada a la bibliografía especializada, que
merece una inspección más detenida.
Recordemos las observaciones de Stephan Lewandowsky
acerca de los «escasos o inexistentes datos que apunten a
un negacionismo izquierdista de la ciencia» 441 y de que la
desconfianza en la ciencia «parece concentrarse
principalmente en la derecha política» 442 . Si esto es así,
entonces los transgénicos (y el movimiento antivacunas) no
pueden considerarse ejemplos potenciales de negacionismo
progresista de la ciencia. Aunque puede haber algunos (o
incluso bastantes) negadores de la ciencia adscritos a la
izquierda política en relación con múltiples cuestiones, no
llegan al punto de que quepa hablar de un negacionismo de
la ciencia progresista, puesto que no son lo suficientemente
numerosos y/o la ideología que subyace a sus opiniones no
se identifica principalmente con la izquierda. Así, pues,
¿cómo podemos medir esto?
Una manera es la que propone Lawrence Hamilton en un
estudio titulado «Conservative and Liberal Views of
Science: Does Trust Depend on Topic?», que Lewandowsky
cita en términos favorables a lo largo de su obra 443 .
Hamilton seleccionó tres sectores del negacionismo de la
ciencia supuestamente típicos de los progresistas —la
seguridad de la energía nuclear, las vacunas y los
transgénicos— y otros dos conservadores —el cambio
climático y la evolución—. A continuación preguntó a un
millar de personas qué probabilidad había de que en
relación con estos temas confiaran en información
proveniente de científicos. Como era de esperar, los
izquierdistas se mostraban más propensos que los
conservadores a decir que confiaban en los científicos
como fuente de información sobre el cambio climático y la
evolución. Pero entonces llegó la sorpresa. Hamilton
descubrió que los izquierdistas también eran más
propensos que los conservadores a decir que confiaban en
los científicos en relación con la seguridad nuclear, las
vacunas y los transgénicos. Lo interpretó como evidencia a
favor de que no existen sectores izquierdistas del
negacionismo de la ciencia 444 .
Pero el estudio no demostraba tal cosa.
Para empezar, si lo que se quiere es medir si existe un
sector del negacionismo de izquierdas, ¿por qué no recurrir
a negadores de la ciencia en vez de a progresistas y
conservadores? Lo que hizo Hamilton fue entrevistar a los
partidarios de cada lado, y luego preguntarles hasta qué
punto daban crédito a la información procedente de
científicos en torno a varios temas. Hamilton no seleccionó
un grupo de negacionistas de la ciencia y luego midió el
porcentaje de izquierdistas que había entre ellos sino que
buscó izquierdistas y comprobó su grado de confianza en la
ciencia como indicador de negacionismo. Pero incluso si
tiene razón en que la confianza en la ciencia es un buen
indicador (que no lo es, como veremos en un minuto), ¿qué
demuestra eso? Solo que hay un porcentaje pequeño de
izquierdistas en comparación con el de conservadores que
se manifiesten como negacionistas con respecto a
determinadas cuestiones científicas, no que haya un
porcentaje menor de negacionistas de la ciencia que sean
de izquierdas. En resumen, aunque Hamilton tuviera razón,
podría ser que una pluralidad o incluso la mayoría de los
negadores en torno a un tema determinado (como los
transgénicos) fueran de izquierdas, del mismo modo que la
mayoría de los negacionistas del cambio climático son
conservadores.
Pero hay un problema más grave. Hamilton utiliza la
pregunta «¿Confía en los científicos para informarse sobre
los transgénicos?» como indicador de la creencia de un
negacionista en torno a los transgénicos. Pero esto tiene
fallos. Salvo que la gente conozca de antemano cuál es el
verdadero consenso científico en cuanto a los transgénicos,
¿cómo van a saber sobre qué están confiando en los
científicos? Dado que el público no está muy informado
sobre los transgénicos (como vimos en el último capítulo),
¿cómo podemos concluir que las personas que declaran
«confiar» en la información en torno a los transgénicos
procedente de científicos tienen la menor idea de lo que los
científicos dirían al respecto? De hecho, según una reciente
encuesta de Pew, solo el 14% de la población en general
era consciente de que prácticamente todos los científicos
coinciden en que los transgénicos son seguros 445 .
Una forma más clara de comprobar si los progresistas
son negacionistas de la ciencia habría sido mediante
preguntas como las siguientes: «¿Cree que los transgénicos
son seguros» o «cree que los científicos están de acuerdo
en que los transgénicos son seguros?». En pocas palabras,
el problema es que cuando se le pregunta a un lego en la
materia: «¿Confía en los científicos para informarse sobre
el tema de los transgénicos?» es muy probable que su
respuesta sea «Sí» porque está pensando: «Sí, los
científicos son tan inteligentes que deben de estar al
corriente de toda la evidencia que sugiere que los
transgénicos no son seguros para el consumo humano».
Para comprobar esto, habría estado bien que Hamilton
hubiera hecho una pregunta de seguimiento paralela.
Después de preguntar: «¿Confía en los científicos para
informarse sobre los transgénicos?», se podría haber
añadido inmediatamente: «¿Cree que los transgénicos son
seguros?». Apostaría que en muchos casos las respuestas
no habrían sido las mismas. Sin embargo, Hamilton utiliza
la confianza como indicador de negacionismo tener en
cuenta el grado de conocimiento de los sujetos eso no tiene
sentido.
De hecho, el error aquí es tan grande que anega el
problema anterior. Es decir, que aunque Hamilton hubiera
procedido a entrevistar a los partidarios en relación con
sus puntos de vista científicos —en vez de a los
negacionistas en relación con sus puntos de vista políticos
—, si hubiera interrogado directamente a los sujetos a
cerca de sus creencias con respecto a la seguridad de los
transgénicos en lugar de acerca de si confían en los
científicos, probablemente no habría llegado a la
conclusión de que lo relativo a los transgénicos es un
fenómeno de la derecha. ¿Cómo lo sabemos? Porque hay
datos de encuestas independientes (y más recientes) que
así parecen apuntarlo.
En 2015 una encuesta de Pew reveló que el 56% de los
progresistas y el 57 de los conservadores se inclinaban a
afirmar que los transgénicos no son seguros para el
consumo. La diferencia es de solo un punto porcentual de
diferencia. ¿Basta con esto para adherirse a la afirmación
de que el negacionismo de la ciencia tiende en su totalidad
a la derecha? Téngase en cuenta que se trata de la misma
encuesta que reveló que el 12% de los progresistas y el 10
de los conservadores consideraban que las vacunas no son
seguras. Así, pues, si nuestra respuesta es «sí» a la
pregunta sobre los transgénicos, tendrá que ser «no» a los
antivacunas. En aras de la consistencia, ¡sin duda dos
puntos porcentuales son más que uno! Pero obviamente
esto es absurdo. Los números son demasiado aproximados
como para concluir que hay cualquier tipo de valencia
partidista en estas cuestiones. A mí me parece que los
números sugieren un reparto simétrico tanto en relación
con las vacunas como con los transgénicos. Sí, esto tiene
un aspecto más bipartidista que progresista, pero no se
puede negar el hecho de que más de la mitad de los
progresistas dicen que consumir transgénicos no es seguro.
Pues bien, ¿cómo se vería decir que no hay tal cosa como
un negacionismo progresista de la ciencia? 446 .
Desgraciadamente, Lewandowsky no solo cita el trabajo
de Hamilton en términos elogiosos como un argumento a
favor de su propio escepticismo en torno a la existencia de
un negacionismo propiamente de izquierdas, sino que a
veces también llega a plantear la cuestión de la confianza
en la ciencia como sustitución de algunas de sus propias
conclusiones sobre el negacionismo de la ciencia. Aparte de
esto, el trabajo de Lewandowsky es un modelo de rigor que
ha hecho avanzar mucho la investigación en torno al
negacionismo de la ciencia, sus orígenes y la mejor manera
de combatirlo.
De hecho, para lo que concierne al problema que nos
ocupa en este momento, tenemos la suerte de que (junto
con dos coautores) Lewandowsky haya realizado una
investigación precisamente sobre si el negacionismo del
cambio climático, las vacunas o los transgénicos puede
explicarse atendiendo a la inclinación política de las
personas.
En «The Role of Conspiracist Ideation and Worldviews in
Predicting Rejection of Science», Stephan Lewandowsky,
Giles Gignac y Klaus Oberauer abordan la fascinante
pregunta de si la resistencia a aceptar el consenso
científico —sobre los tres temas mencionados— puede
predecirse teniendo en cuenta la «visión del mundo» de la
persona (que podría consistir en su identificación política
como progresista o conservador o en su compromiso —o
ausencia de compromiso— con la ideología de libre
mercado) 447 . Lewandowsky et al. también examinaron la
atracción de los sujetos por las teorías de la conspiración. Y
lo que descubrieron fue sorprendente: en concreto, la
aceptación o rechazo de los sujetos a las visiones del
mundo conservadoras o de libre mercado permitían
predecir con bastante seguridad cuál sería su posición en
torno al cambio climático y más débilmente en torno al
movimiento antivacunas, pero no servían para predecir en
absoluto el rechazo a los transgénicos 448 . ¿Qué significa
esto? Significa que aunque un buen número de negadores
de los transgénicos se identificara como progresista no
sería realmente adecuado decir que estamos ante un
ejemplo de negacionismo de la ciencia de izquierdas,
porque no es la ideología política lo que les lleva a rechazar
la ciencia 449 .
El artículo de Lewandowsky es un análisis prolijo, y aquí
solo tengo espacio para destacar algunos puntos que son
los más relevantes en cuanto al negacionismo de
izquierdas. En primer lugar, no es de extrañar que exista
una fuerte correlación entre abrazar el conservadurismo y
la ideología del libre mercado y al negacinismo del cambio
climático. En general, los conservadores niegan el
calentamiento global; los progresistas, no; y las políticas
van tal como cabe esperar. Pero entonces, ¿por qué estas
maneras de ver el mundo no permiten predecir si alguien
es un negacionista de las vacunas o de los transgénicos?
Bueno, recordemos que en el caso de los antivacunas sí lo
hicieron, pero solo débilmente. Hubo una asociación
positiva para la aceptación o el rechazo en cuanto al
conservadurismo, pero fue negativa en el caso de la
ideología de libre mercado. ¿A qué se debe esto?
Probablemente, algunos antivacunas eran libertarios (que
podrían identificarse como conservadores) y se oponían a
que el gobierno se inmiscuyera en sus vidas personales
obligándoles a vacunarse; otros negacionistas, sin
embargo, eran progresistas y rechazaban las vacunas por
desconfiar de las compañías farmacéuticas. Como hemos
visto, la gente puede creer lo mismo por razones
diferentes. Teniendo esto en cuenta, Lewandowsky
concluye que los antivacunas no son un buen candidato
para el negacionismo de la ciencia progresista, y con razón.
Pero para los transgénicos las cosas no están tan claras.
La manera de ver el mundo no se asocia de ninguna
manera con la postura de unas personas en torno a los
transgénicos. Esto quiere decir que aunque alguien
aceptara o rechazara la etiqueta de conservador ello no
supondría ninguna diferencia con respecto a los demás en
cuanto a su postura antitransgénicos. Y lo mismo ocurre
con quienes rechazan la ideología de libre mercado. ¡Y lo
mismo con el recelo hacia las compañías farmacéuticas! He
aquí la base de la afirmación anterior de Lewandowsky
acerca de que «no hay mucha evidencia» a favor de la idea
de que el rechazo a los transgénicos está correlacionado
con el progresismo al igual que el negacionismo del cambio
climático se correlaciona con el conservadurismo. En
resumen, ni la identidad política (si se está comprometido o
no con el conservadurismo) ni la ideología política (si se
confía en el libre mercado o no) permiten predecir el
rechazo a los transgénicos.
Caso cerrado, ¿cierto? No tan deprisa.
Los hallazgos de Lewandowsky quizá respalden la
conclusión de que hasta ahora no disponemos de mucha
evidencia a favor de la hipótesis de que existe tal cosa
como un negacionismo de la ciencia de izquierdas —o de
que el rechazo a los transgénicos es un caso concreto de
ella—, pero no muestra que la hipótesis haya sido refutada.
Tampoco muestra que todo el negacionismo de la ciencia
proceda de la izquierda. Recordemos nuestras anteriores
preocupaciones acerca de lo que significa decir que hay tal
cosa como un negacionismo de la ciencia de izquierdas.
¿Significa que existe al menos un ejemplo de negacionismo
de izquierdas (como los hay de derechas) o que la ideología
progresista es dominante en un determinado sector del
negacionismo? Las conclusiones de Lewandowsky
respaldan la idea de que lo segundo es un «caso no
probado», pero esto no quiere decir que no pueda haber un
caso de negacionismo de la ciencia de izquierdas en alguna
parte, ni siquiera —dadas algunas cuestiones
metodológicas— que esto pueda ser cierto con respecto a
los transgénicos.
En primer lugar, podemos preocuparnos de si
Lewandowsky ha elegido la manera correcta de ver el
mundo para correlacionarla con las posiciones
antitransgénicos. En relación con el cambio climático, dado
que el tema se ha estado politizando, una pregunta acerca
del conservadurismo debería ser suficiente. Pero si es
cierto que los transgénicos (o las vacunas, si se prefiere) no
han sido todavía politizados en Estados Unidos por los
partidos demócrata o republicano quizá no debamos
esperar que una pregunta acerca de la identidad política de
una persona como progresista o conservadora provoque un
repique de campanas en una encuesta por Internet. Cuando
a los sujetos se les pregunta si están de acuerdo o en
desacuerdo con enunciados como «La mayor parte de los
medios de comunicación nacionales están demasiado
sesgados a la izquierda para mi gusto» o «El socialismo
tiene muchas ventajas en comparación con el capitalismo»,
¿se activa necesariamente la cognición protectora de la
identidad tomando como base los transgénicos? Con el
libre mercado podemos acercarnos más a la cuestión de si
las creencias ideológicas de una persona son capaces de
predecir sus puntos de vista en torno a la ciencia, ¡pero
entonces debemos asegurarnos de escoger la visión del
mundo correcta! ¿Qué tiene que ver la ideología de libre
mercado con los transgénicos? Cierto, si alguien
desconfiara del libre mercado, podría ser más probable que
fuera escéptico con respecto a las grandes corporaciones
(como Monsanto), así que podemos esperar que esto nos
permita predecir el sentimiento antitransgénicos. Pero hay
mucho camino que recorrer. ¿Qué tiene que ver con los
transgénicos la pregunta formulada a los sujetos acerca de
su grado de acuerdo con enunciados como «Es más
probable que el sistema de libre mercado promueva el
consumo sostenible?». Tal vez en cuanto concierne a los
transgénicos otra pregunta acerca de la visión del mundo
—como «Creo que no debemos confiar en que las grandes
corporaciones miren por nuestra salud y seguridad»—
arroje resultados diferentes.
En segundo lugar, tal como admite Lewandowsky:
Aunque nuestra muestra era representativa, es posible que no
incluyera un número suficiente de participantes situados en los extremos
del espectro ideológico. Por tanto, es posible que pequeños grupos
concretos de la izquierda política rechacen de hecho los hallazgos
científicos —como los alimentos transgénicos o las vacunas—, tal y como
sugiere la retórica pública de portavoces que se identifican como «de
izquierdas» 450 .

Sin embargo, como ya hemos visto, es precisamente de


esos extremos ideológicos de donde procede la mayoría de
los antivacunas 451 . ¿Podría ocurrir lo mismo con los
transgénicos? 452 .
En tercer lugar, tal como Lewandowsky ha hecho notar
en otro lugar, quizás en este caso la cuestión esté afectada
por…
…el contexto histórico y político actual, en el que hallazgos científicos
públicamente impugnados desafían en mayor medida la visión del mundo
de los conservadores que de los progresistas. En este sentido, los
resultados del laboratorio nos llevan a esperar que el patrón inverso
pudiera darse en el caso de que la ciencia aportara evidencia
problemática para una visión progresista del mundo 453 .

En otras palabras, aunque los ejemplos de los


antivacunas y los antitransgénicos no se nos ajusten a la
perfección, tal vez eso no sea más que un accidente
histórico, y quepa esperar que los progresistas tengan la
misma motivación que los conservadores para negar la
ciencia si alguna vez se les presentara un ejemplo contrario
a su propia visión central del mundo 454 .
Por último, independientemente de los hallazgos
experimentales, no se puede negar que concretamente en
relación con los transgénicos la mayor parte de la energía y
las manifestaciones públicas para prohibirlos procede de la
izquierda. Lewandowsky (junto con Joseph Uscinski y
Karen Douglas) escribe:
Los científicos y las organizaciones involucradas en el movimiento
antitransgénicos en Estados Unidos siguen estando asociados en gran
medida con la izquierda… y el movimiento ha tenido sus mayores
victorias en aquellos Estados más tendentes políticamente a la izquierda
(por ejemplo, se han aprobado leyes de etiquetado de transgénicos en
Vermont) 455 .

Dejando estas preocupaciones al margen, no cabe negar


los resultados empíricos. Lewandowsky tiene razón en que
hasta ahora ha habido poco apoyo fundamentado en
evidencia a favor de la idea de que el negacionismo de los
transgénicos proviene sobre todo de la izquierda.
Simplemente, no hay correlaciones 456 .
Entonces, ¿qué es lo que se correlaciona? En el mismo
artículo, Lewandowsky comprobó que, aunque la visión
política del mundo no siempre podía predecir las opiniones
anticientíficas de una persona, había algo que sí podía: la
creencia en las teorías de la conspiración. Como observa
Lewandowsky:
Las dos variables en cuanto a la visión del mundo no permiten predecir
la oposición a los transgénicos; la ideación conspirativa, sin embargo, sí
predice el rechazo a las tres propuestas científicas, aunque en grados
muy diferentes. Un mayor apoyo a un conjunto diverso de teorías
conspirativas predice la oposición a los alimentos transgénicos, las
vacunas y la ciencia del clima 457 .

No importa si se es progresista o conservador, si se es un


teórico de la conspiración, es mucho más probable que se
sea un negacionismo de la ciencia. La ciencia es clara al
respecto.
En cierto modo, aquí se cierra el círculo una vez
abordada la cuestión de si el negacionismo de la ciencia
puede explicarse atendiendo a la ideología política de cada
uno con la estrategia de los cinco tropos. Al margen de por
qué alguien podría resistirse a la ciencia en relación con un
tema determinado, ¿no es la cuestión más apremiante cómo
intenta justificar esas creencias? Sí, hasta cierto punto.
Acordémonos de Schmid y Betsch. Pero recordemos
también el problema de la cognición protectora de la
identidad. Cuando una creencia amenaza la identidad de
alguien, hará todo lo que pueda para contrarrestarla. Y la
única manera de superar esto es hablar con toda la
empatía, calidez y comprensión humana que podamos
reunir.
Aquí es importante que cualquier izquierdista o
progresista que haya leído este capítulo con una sonrisa en
la cara deje de sentirse satisfecho. Recordemos que —
según los resultados de la ciencia cognitiva contemporánea
— a todos nos afectan los mismos sesgos cognitivos que
pueden predisponernos al negacionismo de cualquier
convicción, incluídas las científicas, que podamos encontrar
amenazante 458 . ¿Y qué hay de las teorías de la
conspiración? Las hay de izquierdas (sobre Monsanto) y de
derechas (sobre los científicos del gobierno). Como ya
hemos podido comprobar, todos somos vulnerables a
fuerzas psicológicas que pueden prefigurar una
incredulidad irracional. El negacionismo de la ciencia no
nos es un problema ajeno. Pensémoslo de esta manera: si
las creencias anticientíficas no pudieran explicarse en su
totalidad por las inclinaciones políticas de alguien,
entonces nuestra propia inclinación política no nos hace
inmunes a ellas. Seamos progresistas o conservadores,
todos estamos expuestos al problema de la cognición
protectora de la identidad, tanto si la identidad que
intentamos proteger es política como si no lo es. Y es
importante recordar que la primera interpretación de la
cuestión acerca de si existe algo así como un negacionismo
de la ciencia de izquierdas todavía persiste. Tal como Tara
Haelle ha hecho notar en su ensayo de Politico «Democrats
Have a Problem with Science, Too»: «Los llantos de falsa
equivalencia yerran el blanco. La cuestión no es si los
demócratas son lo bastante anticiencia como para igualar
el delirio anticientífico de los republicanos. La cuestión es
que en la izquierda también hay negacionismo de la
ciencia» 459 .
No me he propuesto discutir si existe un negacionismo
progresista de la ciencia para agitar un avispero y tratar de
politizar las cosas, ni para sugerir una especie de falsa
equivalencia. Lo he hecho porque me quería tomar en serio
(y tratar de disipar) la idea errónea pero común hoy en día
de que todo lo relativo a los hechos y la verdad es político.
Y no lo es. Aunque en estos tiempo de posverdad —en los
que asistimos diariamente en los telediarios a discusiones
serias sobre los hechos, las pruebas, las evidencias y las
mentiras sobre economía, medio ambiente, inmigración,
criminalidad, coronavirus y otros muchos temas— es
tentador concluir que la única explicación de la
incredulidad y el negacionismo es la identidad política, eso
simplemente no es cierto. Además de la política, hay otras
muchas formas de identidad. Aunque es cierto que tener en
cuenta la cognición protectora de la identidad es clave para
crear una estrategia eficaz contra los negacionistas de la
ciencia de la Tierra plana, el cambio climático, las vacunas
y los transgénicos, hay que recordar que solo uno de estos
temas está politizado. Cuando la politización tiene lugar,
puede ser virulenta, pero es importante recordar que el
bando al que uno apoya puede estar determinado por algo
más que la política.
Hay, por supuesto, interesantes preguntas que podrían
formularse aquí en torno a los paralelismos entre el
rechazo a la verdad en general (sobre el número de
personas en la investidura de Trump, si Groenlandia está
en venta o si llegará el día en el que el coronavirus
«desaparezca milagrosamente») y la cuestión más concreta
del negacionismo de la ciencia. En mi libro Post-Truth,
argumenté que una de las raíces más importantes de la
posverdad (que defino como la «subordinación política de
la realidad») fueron sesenta años de negacionismo de la
ciencia en gran medida sin ningún tipo de control. Esto
puede haber proporcionado un modelo para el
negacionismo de los hechos por razones políticas similar al
que hemos visto durante la era Trump; pero esto no
significa que el negacionismo de la ciencia se explique por
la política, ni que podamos deshacernos de él tan
fácilmente como votando en unas elecciones.
Desafortunadamente, el negacionismo de la ciencia seguirá
con nosotros mucho después de que la era de los «hechos
alternativos» en Washington DC haya llegado a su fin. Una
razón de ello es que la mayor parte de la desinformación
que se genera en torno a las «controversias» científicas —
acerca del cambio climático, las vacunas, el covid-19 e
incluso (de manera bastante prominente) los transgénicos
— está extendiéndose gracias a los esfuerzos de la
propaganda rusa dirigidos a incrementar la polarización
entre la gente y a erosionar la confianza en el gobierno de
Estados Unidos y de otras democracias occidentales 460 .
Sin duda las creencias de una persona acerca de
cualquier tema científico pueden politizarse —como
estamos viendo ahora mismo con el coronavirus—. Aunque
al principio no sean inherentemente políticas —o no
desafíen convicciones ideológicas preexistentes acerca del
libre mercado o la libertad individual—, con un poco de
escenificación partidista (o interferencia extranjera),
llegamos a un punto en el que cuestiones tales como llevar
mascarilla en medio de una pandemia pueden interpretarse
como declaraciones políticas. Tan pronto como hayamos
elegido bando, hasta las convicciones fundamentadas en
criterios empíricos valen para crear nuestra identidad. Y
eso, por desgracia, es lo que hemos estado viendo con el
último ejemplo de negacionismo de la ciencia: los bufones
del covid-19.

430
H. Claire Brown y Joe Fassler, «Whole Foods Quietly Pauses Its GMO
Labeling Requirements», The Counter, 21 de mayo de 2018; disponible en:
https://thecounter.org/whole-foods-gmo-labeling-requirements/.
431
«GMO Labeling», Whole Foods Market (último acceso 1 de septiembre de
2020); disponible en: https://www.wholefoodsmarket.com/quality-
standards/gmo-labeling.
432
Adam Campbell-Schmitt, «Whole Foods Pauses GMO Labeling Deadline for
Suppliers», Food and Wine, 22 de mayo de 2018; disponible en:
https://www.foodandwine.com/news/whole-foods-gmo-labeling-policy.
433
Michael Schulson, «Whole Foods: America’s Temple of Pseudoscience»,
Daily Beast, 20 de mayo de 2019; disponible en:
https://www.thedailybeast.com/whole-foods-americas-temple-of-pseudoscience.
434
Michael Shermer, «The Liberals’ War on Science», Scientific American, 1 de
febrero de 2013; disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/the-
liberals-war-on-science/.
435
Una semana después volví a llamar y le hice algunas preguntas de
seguimiento; me dijo que el tema era difícil, pero que por qué no se intentaba
introducir los nutrientes en los alimentos de otra manera, sin tener que dar
apoyo a la industria de los transgénicos.
436
Tengo que admitir que me sentí intrigado, así que investigué un poco y
descubrí que alrededor del 5% de los agricultores que cultivan trigo utilizan
Roundup como desecante para matar los tallos de la planta justo antes de la
cosecha, lo que hace que se sequen y sean más fáciles de cosechar. Sobre el
problema de si esta práctica entraña un riesgo para la seguridad, véase David
Mikkelson y Alex Kasprak, «The Real Reason Wheat Is Toxic», Snopes, 25 de
diciembre de 2014 (actualizado a 26 de julio de 2017); disponible en:
https://www.snopes.com/fact-check/wheat-toxic/.
437
En esa segunda llamada aclaró que sus preocupaciones por la seguridad
alimentaria y el medio ambiente estaban relacionadas. Si envenenamos el
suelo, ¿no estamos dañando también el futuro suministro de alimentos?
También dijo que el consenso científico sobre la seguridad de los alimentos
transgénicos no tenía demasiado en cuenta ese tipo de efectos secundarios.
438
Tenía entendido que plantar árboles era una de las mejores maneras de
mitigar los efectos del cambio climático, y dejé que calculara cuántos. Mark
Tutton, «The Most Effective Way to Tackle Climate Change? Plant 1 Trillion
Trees», CNN, 17 de abril de 2019; disponible en:
https://www.cnn.com/2019/04/17/world/trillion-trees-climate-change-intl-
scn/index.html.
439
Esa es de hecho la trama de la película Soy leyenda, que Ted no había visto.
440
Por supuesto, basar el escepticismo en evidencia falsa o inventada —o no
tener evidencia en absoluto como fundamento de las propias preocupaciones—
también es una forma de negación.
441
Stephan Lewandowsky, Jan K. Woke y Klaus Oberauer, «Genesis or
Evolution of Gender Differences», Journal of Cognition, 31, núm. 1 (2020), 1-
25; disponible en: https://www.journalofcognition.org/articles/10.5334/joc.99/.
442
Stephan Lewandowsky y Klaus Oberauer, «Motivated Rejection of Science»,
Current Directions in Psychological Science, 25, núm. 4 (2016), 217-222.
443
Lawrence Hamilton, «Conservative and Liberal Views of Science», Carsey
Research Regional Issue Brief, 45 (verano de 2015); disponible en:
https://scholars.unh.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1251&context=carsey.
444
Hamilton descubrió que «las diferencias entre progresistas y conservadores
en estas cuestiones oscilaban entre 55 puntos (cambio climático) y 24 puntos
(energía nuclear), pero siempre iban en la misma dirección». Es decir, no hubo
ningún sector en el que los progresistas tuvieran menos confianza en los
científicos que los conservadores.
445
Brian Kennedy y Cary Funk, «Many Americans Are Skeptical about
Scientific Research on Climate and GM Foods», Pew Research, 5 de diciembre
de 2016; disponible en: https://www.pewresearch.org/fact-
tank/2016/12/05/many-americans-are-skeptical-about-scientific-research-on-
climate-and-gm-foods/.
446
Por supuesto, entonces el rechazo a los transgénicos también sería un caso
de negacionismo científico conservadora, así que en realidad todo depende de
cómo se prefiera plantear el problema. Técnicamente, dados los resultados de
las encuestas basadas en la división según tendencias políticas, ni los
antivacunas ni los antitransgénicos parecen buenos supuestos para la etiqueta
de negacionismo progresista de la ciencia. Pero eso no significa que no haya un
problema con las opiniones de muchos progresistas sobre algunos temas
científicos. Una cuestión intrigante es si ambos temas partieron desde
posiciones progresistas y luego se generalizaron a un espectro ideológico más
amplio. Véase Langer (2001) citado en Joseph E. Uscinski, Karen Douglas y
Stephan Lewandowsky, «Climate Change Conspiracy Theories», Climate
Science, 26 de septiembre de 2017; disponible en:
https://oxfordre.com/climatescience/display/10.1093/acrefore/9780190228620.
001.0001/acrefore-9780190228620-e-328.
447
Stephan Lewandowsky, G. E. Gignac y K. Oberauer, «The Role of
Conspiracist Ideation and Worldviews in Predicting Rejection of Science», PLoS
ONE, 10, núm. 8 (2015); disponible en:
https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0075637.
448
Lewandowsky, Gignac y Oberauer, «The Role of Conspiracist Ideation and
Worldviews». Para ser claros, podríamos medir la ideología política de un
sujeto según si está de acuerdo o no con una visión conservadora del mundo.
Lo mismo ocurre con la ideología de libre mercado. Para una explicación del
poder predictivo de las diferentes valencias de estas visiones del mundo en
relación con el rechazo a las vacunas, véase «Conspiracist Ideation» de
Lewandowsky et al. Pero en cuanto a los transgénicos el punto era que no
había ninguna correlación con la visión del mundo ni en un sentido ni en otro.
449
Esta es probablemente una manera de analizar la cuestión mejor que
limitarse a observar cuántos partidarios de cada tendencia política dicen estar
de acuerdo o en desacuerdo con el consenso científico sobre cualquier tema,
que es lo que hace Hamilton. Aunque hubiera más progresistas que
conservadores que negaran los transgénicos, ¿sería suficiente para afirmar que
la oposición a los transgénicos es un caso de negacionismo de la ciencia de
izquierdas? Probablemente no, puesto que, como muestra el trabajo de
Lewandowsky, también hay que tener en cuenta la ideología que hay detrás de
la etiqueta partidista.
450
Lewandowsky, Gignac y Oberauer, «The Role of Conspiracist Ideation and
Worldviews».
451
Charles McCoy, «Anti-vaccination Beliefs Don’t Follow the Usual Political
Polarization», The Conversation, 23 de agosto de 2017; disponible en:
https://theconversation.com/anti-vaccination-beliefs-dont-follow-the-usual-
political-polarization-81001; Joan Conrow, «Anti-vaccine Movement Embraced
at Extremes of Political Spectrum, Study Finds», Cornell Alliance for Science,
14 de junio de 2018; disponible en:
https://allianceforscience.cornell.edu/blog/2018/06/anti-vaccine-movement-
embraced-extremes-political-spectrumstudy-finds/; Matthew Sheffield, «Polls
Show Emerging Ideological Divide Over Childhood Vaccinations», The Hill, 14
de marzo de 2019; disponible en: https://thehill.com/hilltv/what-americas-
thinking/434107-polls-show-emerging-ideological-divide-over-childhood.
452
Recordemos que hay razones para pensar que esto podría ser cierto, dado
que en el movimiento antivacunas hubo una división partidista entre la
ideología antigubernamental y quienes protestaban contra las grandes
farmacéuticas. Con los transgénicos, parece ser antigobierno versus
anticorporaciones. Esto se parece bastante. Pero véase Dan Kahan, «We Aren’t
Polarized on GM Foods —No Matter What the Result in Washington State», The
Cultural Cognition Project, 5 de noviembre de 2013; disponible en:
ttp://www.culturalcognition.net/blog/2013/11/5/we-arent-polarized-on-gm-foods-
no-matter-what-the-result-in.html; y también Dan Kahan, «Trust in Science &
Perceptions of GM Food Risks —Does the GSS Have Something to Say on
This?», The Cultural Cognition Project, 16 de marzo de 2017; disponible en:
ttp://www.culturalcognition.net/blog/2017/3/16/trust-in-science-perceptions-of-
gm-food-risks-does-the-gss-h.html.
453
Lewandowsky y Oberauer, «Motivated Rejection of Science».
454
Véase aquí la discusión de Chris Mooney sobre psicología evolucionista en
«Liberals Deny Science, Too», Washington Post, 28 de octubre de 2014;
disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/wonk/wp/2014/10/28/liberals-deny-
science-too/. Véase también Michael Shermer, «Science Denial versus Science
Pleasure», Scientific American, 1 de enero de 2018; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/science-denial-versus-science-
pleasure/. Y Sherman, «The Liberals’ War on Science».
455
Uscinski et al., «Climate Change Conspiracy Theories».
456
¿Significa esto entonces que todo negacionismo de la ciencia proviene de la
derecha? No. Decir que no se ha encontrado suficiente apoyo basado en la
evidencia como para concluir que el negacionismo de los transgénicos proviene
de la izquierda no significa automáticamente que provenga de la derecha. De
hecho, la misma evidencia que cita Lewandowsky para demostrar que este
negacionismo no proviene de la izquierda puede utilizarse para demostrar que
no proviene de la derecha. La «ausencia de correlación» va en los dos sentidos.
457
Lewandowsky et al., «The Role of Conspiracist Ideation».
458
Un importante estudio de 2017 realizado por Anthony Washburn y Linda
Skitka abordó justamente esta cuestión y confirmó que tanto progresistas como
conservadores son igual de propensos a utilizar el razonamiento motivado
cuando un resultado científico entra en conflicto con sus creencias previas.
Anthony N. Washburn y Linda J. Skitka, «Science Denial Across the Political
Divide: Liberals and Conservatives and Similarly Motivated to Deny Attitude-
Inconsistent Science», Social Psychology and Personality Science, 9, núm. 9
(2018); disponible en:
https://lskitka.people.uic.edu/WashburnSkitka2017_SPPS.pdf.
459
Tara Haelle, «Democrats Have a Problem with Science, Too», Politico, 1 de
junio de 2014; disponible en:
https://www.politico.com/magazine/story/2014/06/democrats-have-a-problem-
with-science-too-107270. Véase también Eric Armstrong, «Are Democrats the
Party of Science? Not Really», New Republic, 10 de enero de 2017; disponible
en: https://newrepublic.com/article/139700/democrats-party-science-not-really.
460
Donnelle Eller, «Anti-GMO Articles Tied to Russian Sites, ISU Research
Shows», Des Moines Register, 25 de febrero de 2018; disponible en:
https://www.desmoinesregister.com/story/money/agriculture/2018/02/25/russia-
seeks-influence-usa-opinion-gmos-iowa-state-research/308338002/; Justin
Cremer, «Russia Uses “Information Warfare” to Portray GMOs Negatively»,
Cornell Alliance for Science, 28 de febrero de 2018; disponible en:
https://allianceforscience.cornell.edu/blog/2018/02/russia-uses-information-
warfare-portray-gmos-negatively/. De hecho, de acuerdo con el New York
Times, el gobierno ruso ha estado difundiendo propaganda favorable al
negacionismo de la ciencia desde la crisis del SIDA en los años ochenta y la del
ébola hasta nuestros días, alentando teorías de la conspiración acerca de las
causas del coronavirus. William J. Broad, «Putin’s Long War Against American
Science», New York Times, 13 de abril de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/04/13/science/putin-russia-disinformation-
health-coronavirus.html; Julian E. Barnes y David E. Sanger, «Russian
Intelligence Agencies Push Disinformation on Pandemic», New York Times, 28
de julio de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/07/28/us/politics/russia-disinformation-
coronavirus.html. Para más información y referencias acerca de los esfuerzos
de la propaganda rusa, véase el capítulo 8.
CAPÍTULO 8

El coronavirus y lo que tenemos


por delante

A principios de los 2000, el presidente Thabo Mbeki de


Sudáfrica celebró una reunión con expertos para hablar del
SIDA/VIH. No era un asunto de poca importancia, puesto
que en aquel momento cerca del 20% de la población de
Sudáfrica estaba infectada —la tasa más elevada del mundo
—. Acabada la conferencia, Mbeki anunció que consideraba
que el SIDA no estaba causado por un virus, sino por una
deficiente salud inmunológica que podía remediarse con
ajo, remolacha y zumo de limón. Cientos de científicos, en
Sudáfrica y otros lugares, le suplicaron que lo
reconsiderara, pero él no les tuvo en cuenta. ¿Por qué?
Porque Mbeki creía en la teoría de la conspiración de que
los medicamentos antirretrovirales como el AZT eran parte
de un complot occidental para envenenar a los ciudadanos
africanos. El resultado fue el que cabía prever. En 2005,
casi 900 personas morían de SIDA al día en Sudáfrica. Un
estudio de la Escuela de Salud Pública de Harvard fija en
365 000 el número de muertes prematuras entre 2000 y
2005 por culpa de las creencias negacionistas de Mbeki 461 .
El negacionismo de la ciencia puede matar. Sobre todo
cuando está en manos de un gobierno nacional, caso en el
que es extraordinariamente peligroso. De hecho,
exactamente a esto mismo estamos asistiendo hoy con el
coronavirus en Estados Unidos 462 . La pandemia de covid-
19 es el último ejemplo de negacionismo de la ciencia. Pasó
de no ser nada a comienzos de 2020 a adquirir un estatus
de negacionismo total en cuestión de pocos meses. Por
tanto, proporciona una prueba en tiempo real de la
hipótesis de que todos los negacionismos de la ciencia son
esencialmente el mismo. Todos los días aparecen en
nuestros periódicos y televisiones los cinco tropos del
negacionismo. El énfasis y el carácter de las afirmaciones
negacionistas pueden cambiar de un día para otro, pero el
efecto general es obvio. El presidente Trump es un
negacionista de la ciencia y ha infectado a millones de sus
seguidores con sus creencias.

Cherry-picking: «Es como una gripe». «La mayoría de la


gente se recupera». «Todo esto no es más que un montón
de alarmismo». Al fomentar la concentración selectiva en
casos relativamente leves, los negacionistas del covid-19
restaron importancia al riesgo de complicaciones graves y
muerte, lo que condujo a un retraso de la creación de un
plan eficaz de lucha contra el virus que resultó fatal.
Creencia en las teorías de la conspiración: Hay muchas
teorías de la conspiración relacionadas con el covid-19 que
van desde cuál es su «causa» o propósito real a la idea de
que simplemente no existe, pasando por a quién
beneficia 463 . He aquí algunos ejemplos: El SARS-CoV-2 (el
virus que causa el covid-19) fue inventado en un
laboratorio del gobierno como parte de una campaña de
guerra biológica contra Estados Unidos; es parte de un
plan del «Estado profundo» hundir la economía justo a
tiempo para impedir la reelección de Trump; es parte del
plan de Bill Gates para despoblar la Tierra e implantarnos
chips con los que rastrear nuestros movimientos; fue
creado por las grandes farmacéuticas para poder sacar
provecho de una vacuna; los médicos y científicos están
exagerando la crisis del covid para atraer más atención a
su trabajo; lo cierto es que se debe a las torres de telefonía
móvil 5G (lo que ha llevado a casos de vandalismo en Gran
Bretaña y otros lugares) 464 ; el CDC está manipulando las
estadísticas de muertes; el asesor científico del gobierno, el
Dr. Anthony Fauci, se está beneficiando de alguna manera
de la pandemia; y, por último, todo el asunto es inventado y
no hay pacientes en los hospitales. Esta última llevó a la
creación del hashtag #FilmYourHospital, lo que dio lugar a
numerosos casos de ciudadanos «investigadores» que
irrumpieron en las salas de espera de los hospitales de sus
ciudades con las cámaras de sus teléfonos móviles y
declararon que todo era un engaño porque no había ningún
enfermo. (Vamos a ver: ¿desde cuándo se trata a los
enfermos en la sala de espera?). Hay toda una plétora de
teorías de la conspiración que tienen que ver con el covid-
19 —algunas contradictorias entre sí— y mucha gente cree
en más de una 465 . Por supuesto, las teorías de la
conspiración tienden a surgir en tiempos de crisis —y no
fueron desconocidas en pandemias anteriores—, lo que
significa que, aunque no son exclusivas de las pandemias,
sí son características de ellas.
Confianza en falsos expertos: El 23 de abril de 2020,
durante una sesión informativa, el presidente Trump
recurrió al falso experto médico por excelencia —él mismo
— para sugerir que tal vez una manera de curar o tratar el
covid podría consistir en introducir luz o calor «dentro del
cuerpo» o en inyectarse lejía u otros desinfectantes 466 .
Antes había dado crédito a la idea de que la
hidroxicloroquina podía servir como cura a pesar de que se
ha demostrado que el fármaco no aporta beneficios
demostrables para la salud 467 . Más recientemente, elogió
el trabajo de la doctora Stella Immanuel como
«verdaderamente impresionante» y «espectacular» debido
a sus afirmaciones de que la hidroxicloroquina es un
tratamiento potencial para el coronavirus y de que las
mascarillas son innecesarias 468 . Investigaciones
posteriores revelaron que otras opiniones médicas de la
doctora Immanuel incluían que «problemas ginecológicos
como los quistes y la endometriosis se debían a que las
personas mantienen relaciones sexuales en sueños con
demonios y brujas», que «actualmente se utiliza ADN
alienígena en tratamientos médicos» y que los «científicos
están maquinando una vacuna para evitar que la gente se
vuelva religiosa» 469 .
Razonamiento ilógico: El 27 de febrero de 2020, el
presidente Trump hizo la trágicamente célebre afirmación
de que el covid-19 «va a desaparecer». «Será como un
milagro, va a desaparecer» 470 . En el verano de 2020,
Trump ya le había cogido gusto a la afirmación de que la
única razón por la que Estados Unidos estaba registrando
más casos era su mayor número de pruebas.
Probablemente esto sea falso, puesto que si fuera cierto la
tasa de positividad no habría estado subiendo también 471 .
Insistencia en que la ciencia debe ser perfecta: «¿Por
qué los científicos cambian de opinión sobre las vacunas?».
«¿Por qué no tienen todavía una vacuna?». «¿Por qué
siguen cambiando las recomendaciones oficiales de salud
pública?». La respuesta, por supuesto, es que los científicos
aprenden con el tiempo y así van adoptando nuevos puntos
de vista. La ciencia hace un meticuloso trabajo de
comprobación de hipótesis a partir de la evidencia con la
esperanza de hacer disminuir la incertidumbre. A medida
que los científicos aprenden, sus creencias cambian. Pero
para un negacionista cualquier vacilación entre los
expertos se considera base suficiente para dar credibilidad
a otras opiniones, estén o no justificadas por la evidencia.

Es deprimente comprobar cuánta desinformación e


información errónea circula por ahí y lo rápido que se
propaga. Pero lo más desconcertante es que buena parte de
ella tiene su origen en nuestros dirigentes políticos y sus
aliados 472 . La respuesta federal frente al covid a cargo de
la Administración Trump consistió en:

— Abandonar la estrategia contra pandemias de la era


Obama y cerrar la oficina de pandemias 473 .
— Minimizar la gravedad del virus cuando fue detectado
por primera vez.
— No tener en cuenta el asesoramiento científico acerca
de la necesidad de pruebas y rastreos a escala
nacional.
— Promover consejos y curas sin fundamento médico.
— Insistir en que la decisión de llevar mascarilla debía
ser personal.
— Fustigar con la idea de que los estados necesitan
«liberarse» de los confinamientos.
— Presionar a los estados para que reabrieran sin haber
cumplido las directrices de los CDC [Centros para el
Control y Prevención de Enfermedades].
— Alentar a que las escuelas reabrieran (reteniendo
fondos federales si no lo hacían).
— Exigir la aprobación inmediata de la vacuna por la
FDA [Administración de Alimentos y Medicamentos]
sin haber completado todos los controles 474 .

¿Conclusión? Al igual que otras formas de negacionismo


de la ciencia, el negacionismo del covid-19 fue fabricado
para satisfacer los intereses de quienes tenían algo que
perder en el caso de que los científicos tuvieran razón. Que
Trump negara el virus era parte del plan republicano para
mantener la economía en funcionamiento aunque ello
supusiera una mayor pérdida de vidas humanas debido a la
pandemia, con el fin de mejorar sus perspectivas de volver
a ganar las elecciones.
En cierto modo, nada de esto resulta sorprendente. El
covid-19 incide en algunas de las líneas de fractura más
destacadas de la política estadounidense, que ya existían
antes de la pandemia. La oposición a los fármacos, al
gobierno y el rechazo populista a las élites entran en juego,
así como la libertad individual frente al control
gubernamental y la supremacía de los intereses financieros
sobre la protección de las personas en una economía
capitalista. La pandemia del covid-19 se prestaba a ser
explotada por agentes con intereses políticos. No obstante,
resulta chocante ver una campaña de negacionismo de la
ciencia más o menos dirigida desde la Casa Blanca. En
casos anteriores, como el del cambio climático, estaban en
juego intereses concretos que luego se politizaron. Con el
covid-19, los intereses concretos han sido políticos desde el
primer momento.
Sin embargo, es importante darse cuenta de que hay
otras partes con intereses que también han estado sacando
provecho de la pandemia a favor de su propia agenda. Con
algunos, como otros negacionistas de la ciencia, ya
contábamos. Pero ha habido también intromisiones
extranjeras.

INTERFERENCIAS DEL EXTERIOR

Desde las primeras manifestaciones contra el


confinamiento, estaba claro que los intereses del
movimiento antivacunas estaban en juego. Las medidas de
salud pública adoptadas por el gobierno iban a producir
inexorablemente situaciones de tensión. Pero también
estaban la desconfianza anticientífica en la opinión de los
expertos, la creencia en teorías de la conspiración y la
defensa de la libertad de decisión individual. Esto ha
llevado a una «polinización cruzada de ideas en tanto que
estas facciones han tenido la oportunidad de conocerse
mutuamente», lo que ha despertado los temores a que el
negacionismo del covid-19 se reforzara 475 . Otra
preocupación es que los antivacunas utilicen estas
protestas como una oportunidad para darle una «nueva
capa de pintura» a su propia forma de negacionismo y
mantenerse así en el candelero 476 .
Sin embargo, no está claro en qué dirección va a soplar
el viento. Se ha especulado acerca de que la pandemia
podría debilitar la posición de los antivacunas, ya que
millones de personas de todo el mundo clamarían por una
vacuna. De hecho, se han registrado casos de antivacunas a
quienes esta crisis ha hecho cambiar de opinión y anunciar
que, en cuanto haya una vacuna contra el SARS-CoV-2, se
la pondrían 477 . Pero cabría preguntar si, con el paso del
tiempo, la posición opuesta no podría obtener algún
rendimiento, puesto que la necesidad de desarrollar una
vacuna a toda prisa lleva a plantear la cuestión de si
cualquier vacuna —especialmente aquella que haya
apurado al máximo los plazos para realizar las pruebas—
será segura. En agosto de 2020, Rusia anunció que iba a
seguir adelante con su programa para tener lista una
vacuna en octubre del mismo año, prácticamente omitiendo
los ensayos de fase III 478 . Trump presionó (sin éxito) para
que hubiera una vacuna antes de las elecciones. Esto ha
causado cierta alarma y puede llegar a hacer que incluso
los reparos hasta entonces desacreditados de los
antivacunas parezcan merecedores de crédito. En la
primavera de 2020, una encuesta de la AP puso de
manifiesto que solo el 50% de los estadounidenses estaba
dispuesto a inyectarse la vacuna contra el coronavirus si
estaba disponible 479 . Los números eran peores en el caso
de los republicanos, ya que solo el 43% de ellos afirmaba
que se vacunaría (frente al 62% de los demócratas). En una
encuesta de cadena ABC y el Washington Post las cifras
eran similares, con un 27% de adultos que aseguraban que
definitivamente no iban a vacunarse y la mitad diciendo
que las vacunas en general no les inspiraban confianza 480 .
Si la cantidad de desertores escala lo suficiente, el covid-19
puede perdurar indefinidamente al no alcanzarse el umbral
necesario para la inmunidad de rebaño 481 .
Pero el negacionismo del covid-19 también ha recibido la
influencia de otras ideologías. Se ha informado de que
sectores vinculados a la extrema derecha se han dejado ver
en las manifestaciones contra el confinamiento 482 . Cuando
la identidad está en juego y la rebelión flota en el ambiente,
se producen conjunciones extrañas. De hecho, en algunos
sentidos el negacionismo del covid-19 es la advertencia
más reciente acerca de lo que puede ocurrir en el futuro si
no somos capaces de frenar la politización de la ciencia.
Todo aquel con motivos para estar descontento
aprovechará para colarlos en cualquier disputa sobre
hechos contrastables. La desconfianza es contagiosa.
¿Vendrá el cambio climático después?
Sin embargo, hasta este momento, el eje político
izquierda-derecha ha sido la fuerza impulsora del
negacionismo del covid-19. Por todo Estados Unidos, la
división entre pro y antimascarillas viene a coincidir de
manera precisa con las trincheras partidistas. Según una
encuesta de la NBC y el Wall Street Journal, la decisión de
llevar mascarilla en público podía considerarse un buen
indicador de las preferencias de cara a las elecciones
presidenciales de 2020. De acuerdo con la encuesta, el 63%
de los votantes registrados aseguraba llevar siempre
mascarillas en público. Dentro de este grupo, Biden
aventajaba a Trump en cuarenta puntos. Dentro del 21%
que decía llevar mascarilla de manera ocasional, Trump
aventajaba a Biden en treinta y dos puntos. Y, quizá como
era de esperar, entre el 15% de los votantes que afirmaba
no llevar nunca mascarillas, Trump aventajaba a Biden en
unos increíbles setenta y seis puntos porcentuales 483 .
¿Debería extrañar que haya habido casos de violencia en
algunos comercios en los que se exige a los clientes que se
pongan mascarilla? 484 . El negacionismo de la ciencia y la
identidad política confluyen pues en un trozo de tela.
Otra forma de politización del covid-19 es debido a
injerencias extranjeras. Ya sabemos por investigaciones
anteriores que Rusia ha estado canalizando un flujo
constante de propaganda negacionista sobre el cambio
climático 485 , las vacunas 486 y los transgénicos 487 . ¿Debería
sorprendernos que lo mismo ocurra con el covid-19? 488 .
Según investigadores de la Universidad Carnegie Mellon,
casi la mitad de las cuentas de Twitter que difunden
información errónea relacionada con el coronavirus son
probablemente bots. Aproximadamente el 82% de los
cincuenta usuarios de Twitter más influyentes con sus
retweets sobre la eliminación de los confinamientos y las
conspiraciones alrededor del covid-19 han sido bots 489 .
Esto encaja perfectamente con los esfuerzos rusos de
desinformación encaminados a explotar las líneas de
fractura existentes en Estados Unidos con el fin de sembrar
discordia y división. Algunos de estos esfuerzos pueden ser
rastreados directamente hasta la inteligencia militar rusa,
que ha estado utilizando tres sitios web en inglés «como
parte de un esfuerzo continuo y persistente para promover
falsas narrativas y generar confusión» a lo largo de la
pandemia 490 . China, al parecer, también ha intervenido y
ha tratado de propagar el pánico en Estados Unidos 491 . Es
importante recordar que el nexo entre el negacionismo de
la ciencia, la desinformación y la política va más allá de las
fronteras de la nación.
Las compañías propietarias de las redes sociales, como
Facebook, Twitter y YouTube, por supuesto, tienen alguna
responsabilidad por la difusión de información acerca del
covid-19. No solo ofrecen una plataforma ideal para la
propaganda extranjera acerca del coronavirus, sino que
han permitido también la difusión de información falsa
relativa a otras cuestiones científicas durante años. De
acuerdo con un estudio de 2020 realizado por la
universidad de Brown, el 25% de todos los tweets que
promovían el negacionismo del cambio climático procedían
de bots 492 . Ya hemos visto cuántos terraplanistas y
antivacunas han abrazado sus creencias gracias a vídeos de
YouTube. Pero ¿qué podemos hacer contra el auge del
negacionismo de la ciencia en las redes sociales?
Durante la pandemia, algunas compañías propietarias de
redes sociales hicieron esfuerzos para combatir la
información falsa y las teorías de la conspiración en torno
al covid-19. Antes de la pandemia, Mark Zuckerberg, el
CEO de Facebook, se rebeló contra la idea de que a su
empresa le correspondiese la tarea de controlar la
información falsa que se compartía en su red social 493 . Son
famosas las palabras que pronunció en 2019, cuando dijo
que aunque temía la erosión a la verdad no creía «que la
gente prefiriera vivir en un mundo donde solo se puede
decir lo que las compañías tecnológicas deciden que es cien
por cien verdadero» 494 . En ese momento la cuestión que
centraba los debates era la propaganda política engañosa
(que él había decidido permitir) 495 . Cuando llegó la
pandemia —al menos en lo concerniente a la información
sobre el coronavirus—, Zuckerberg cambió de idea. Ante
las acusaciones de que la mayor parte de la información
falsa acerca del covid-19 tenía su origen en Facebook, la
compañía respondió haciendo notar que había eliminado
«cientos de miles de piezas con información falsa relativa al
covid-19», incluido el contenido que podía «llevar a efectos
nocivos inmediatos, como publicaciones acerca de falsos
procedimientos de curación y afirmaciones de que las
medidas de distanciamiento social son ineficaces y de que
el 5G es la causa del coronavirus» 496 . El 5 de agosto de
2020 Facebook llegó al punto de borrar una publicación de
la campaña de Trump que incluía un vídeo del presidente
lanzando la falsa afirmación de que los niños son «casi
inmunes» al covid-19 497 . Esto, por supuesto, plantea la
cuestión de por qué Facebook no mantiene una política
similar con respecto a la información desorientadora
acerca del cambio climático o las vacunas, pero al menos es
un paso en la buena dirección 498 .
Otras empresas, como Twitter y YouTube, también han
tomado cartas en el asunto. En mayo de 2020, Twitter
empezó a etiquetar la información engañosa acerca del
covid-19 499 . Twitter también desautorizó la publicación
sobre los niños de la campaña de Trump y puso
advertencias en algunos tweets personales del presidente
que contenían información errónea sobre el covid-19.
YouTube ha empezado a orientar a sus usuarios hacia
fuentes fiables de noticias 500 . Una vez más, para aquellos a
los que les preocupa el papel de las redes sociales en la
exacerbación del negacionismo de la ciencia —eso por no
hablar de la cuestión más general de la verdad en sí misma
—, resulta frustrante que estas empresas no hayan sido
más diligentes a la hora de combatir la desinformación y la
información errónea que inevitablemente resultarán
dañinas. Quizá la pandemia siente un precedente para
otras formas de negacionistas de la ciencia en el futuro.
LECCIONES DEL CORONAVIRUS: UNIFICAR Y CONQUISTAR

Uno de los aspectos más fascinantes de la pandemia del


covid-19 ha sido la oportunidad de presenciar el desarrollo
de una campaña de negacionismo en tiempo real tomando
nota de lo que puede enseñarnos sobre cómo luchar contra
el negacionismo de la ciencia en general. Se han señalado,
por ejemplo, los sorprendentes paralelismos entre el
negacionismo del covid-19 y la del cambio climático 501 . En
la pandemia del coronavirus tenemos una muestra a escala
reducida de la amenaza del calentamiento global. Se trata
de una amenaza existencial que afecta a todo el planeta,
presagia un impacto económico bastante drástico y
reclama la cooperación internacional para hacerle frente.
Observar cómo afronta el mundo la pandemia: ¿podría
servirnos de inspiración sobre cómo debemos afrontar el
cambio climático?
Si es así, la moraleja de la historia no es edificante.
Hemos asistido a las resistencias y a cómo se pone pie en
pared no solo ante la idea de que algo está sucediendo
«realmente», sino de que vale la pena hacer algunos
sacrificios al respecto. Y esto a pesar del hecho de que el
covid-19 es una amenaza inmediata para nuestras vidas. Si
no logramos que la gente se movilice y haga algo en
relación con un problema que les afecta personalmente en
este mismo momento, ¿cómo vamos a conseguir que haga
nada con respecto a una amenaza que (erróneamente)
perciben como algo que solo afectará, quizá dentro de unas
décadas, a personas que viven en lugares lejanos?
La crisis del covid-19 también ha puesto
contundentemente de manifiesto la enorme importancia del
dinero. Las consideraciones económicas han ejercido una
triste influencia en las políticas de salud pública acerca de
lo que constituye probablemente la mayor amenaza a la
vida humana en cientos de años. Hemos escuchado la
proclama de que «la cura no puede ser peor que la
enfermedad», como si una ralentización económica fuera
peor que cientos de miles de muertes evitables. El ansia de
Trump por «reabrir América» puede entenderse como una
respuesta diáfana a la idea de que si la gente se quedaba
en casa demasiado tiempo y eso dañaba la economía se
resentirían sus aspiraciones políticas y los intereses de los
ricos que él representa. Un aliado de Trump, el
vicegobernador de Texas, Dan Patrick, llegó a confesar que
le parecía aceptable dejar morir a los estadounidenses de
edad avanzada con tal de no dañar la economía 502 . Y si
estamos dispuestos a eso —a sacrificar cientos de miles de
vidas de tal manera que no tengamos que afrontar el
empobrecimiento y las dificultades derivadas de la pérdida
de empleos y de un descenso del PIB— no albergo
demasiadas esperanzas de que al menos los
estadounidenses estén dispuestos a soportar las renuncias
en su estilo de vida y hábitos de consumo que harían falta
para reducir las emisiones de carbono hasta el punto
necesario para alcanzar el objetivo del IPCC de 1,5 grados
centígrados 503 .
Existe además un fuerte paralelismo entre la campaña
negacionista del covid-19 y la relativa al negacionismo del
cambio climático, aunque enormemente acelerada en el
tiempo 504 . Tanto para el coronavirus como para el
calentamiento global, el negacionismo ha seguido los
siguientes pasos:

—No está ocurriendo.


—No es culpa nuestra.
—No es tan malo como dice la gente.
—Arreglarlo sería demasiado caro.
—En cualquier caso, no podemos hacer nada al
respecto 505 .

En un tono más positivo, ¿podría la pandemia ofrecernos


alguna lección sobre cómo combatir el negacionismo de la
ciencia de manera más eficaz en el futuro? Según un
artículo de Yale Environment 360, la respuesta es que sí,
aunque la pregunta sigue siendo: ¿estamos en condiciones
de aprender?
El virus ha demostrado que si se espera a ver el impacto se hace
demasiado tarde para detenerlo. […] Hay que actuar
desproporcionadamente en relación con el estado actual de las cosas,
porque hay que tener en cuenta el punto hacia el que nos llevará ese
crecimiento exponencial. […] El covid-19 es el cambio climático a una
velocidad vertiginosa 506 .

Pero a falta de una epifanía sobre las virtudes de la


planificación anticipada o de tener en cuenta el criterio de
los científicos, parece que estamos atascados donde
siempre hemos estado. Necesitamos una estrategia eficaz a
largo plazo para luchar contra los negacionistas de la
ciencia, sea cual sea el tema. ¿Cómo podemos conseguirla?
Es irónico que en medio de la redacción de un libro
sobre los beneficios de mantener conversaciones cara a
cara con los negacionistas de la ciencia este nuevo ejemplo
de negacionismo de la ciencia nos haya obligado a
encerrarnos en nuestras casas, consumiendo noticias de
silos digitales con una cantidad embriagadora de
desinformación y de giros partidistas. Y todo esto está
ocurriendo a gran velocidad. Aun así, en medios de
comunicación, seminarios web, podcasts, reuniones por
Zoom, visitas con distanciamiento social y discusiones
familiares, la gente ha manifestado tener hambre de
información veraz y precisa. A pesar de los desafíos nunca
vistos que trae consigo la pandemia, resulta instructivo
observar algunas cosas que han funcionado en la lucha
contra el covid-19 con la vista puesta en el negacionismo
de la ciencia acerca de este y otros temas en el futuro.
He aquí algunas herramientas que están en consonancia
con nuestros hallazgos que hemos hecho hasta ahora en
este libro.

1. Los gráficos, tablas y cuadros funcionan. Una de las


maneras más eficaces de hacer cumplir el uso de
mascarillas, el distanciamiento social, el lavado de manos y
otras medidas de salud pública ha sido la facilidad de
acceder a las estadísticas de la universidad Johns Hopkins
y de los Centros de Control de Enfermedades (CDC), que
ocupan un lugar destacado en la esquina superior derecha
de prácticamente todos los noticiarios de Estados Unidos
(incluso Fox News). Así queda claro cuánto están costando
nuestras acciones. Los llamamientos a gran escala de
médicos y funcionarios de salud pública para que se
cumplan estas medidas han sido bastante eficaces. Ahora
bien, ¿qué es lo que de verdad hace desequilibrarse la
balanza? Mirar un mapa de Estados Unidos y ver que el
Estado, condado o ciudad está en una de las zonas
calientes.
En un primer momento, los gobernadores de Estados
republicanos como Texas y Florida podían haber
considerado fácil tachar el covid-19 de «gripe azul», ya que
los primeros casos se dieron principalmente en territorios
demócratas o «azules», como Nueva York y Nueva Jersey.
De hecho, incluso hay datos que apuntan a que una de las
razones por las que la Administración de Trump se negó a
poner en marcha un plan inicial de pruebas a escala
nacional fue que los primeros casos se dieron en Estados
demócratas 507 . A medida que fue creciendo la tensión en
los Estados del sur y el medio oeste debido a las
restricciones iniciales —esgrimiendo la «libertad
individual» contra las mascarillas, las aglomeraciones y la
paralización de la economía—, adoptaron el precipitado
«plan de reapertura» de Trump, que no tuvo en cuenta
muchas medidas de salud pública que habían permitido a
Nueva York y otros Estados «doblegar la curva» y frenar la
propagación del virus.
Los resultados fueron los que trágicamente cabía prever.
Unas semanas después de la reapertura, los casos de covid-
19 se dispararon en Florida y Texas. Estos dos Estados se
convirtieron enseguida en los principales focos de la
enfermedad. A pesar de la insistencia de los gobernadores
en negarlo, las cifras que reflejaban los gráficos eran
contundentes. Los ciudadanos empezaron a darse cuenta y
la confianza en los gobernadores se desplomó. Esto terminó
llevando a un mayor cumplimiento de las normas de salud
pública (aunque para muchos fuera ya demasiado tarde).
Una vez que quedó claro que a los Estados «rojos»
(republicanos) también les afectaba el virus, como quedó
claro a la luz de los gráficos y mapas de todos los
noticiarios del país, hasta el presidente Trump y el
vicepresidente Pence tuvieron que ponerse las
mascarillas 508 .
2. Enfatizar el consenso científico funciona. Los trabajos
de Stephan Lewandowsky, John Cook, Sander van der
Linden y otros ponen de manifiesto que apelar al hecho del
consenso científico es una de las formas más eficaces de
conseguir que alguien modifique sus creencias empíricas
erróneas 509 . Sí, por supuesto habrá quien niegue que haya
tal consenso. Pero la investigación muestra que incluso los
negacionistas —y especialmente los negacionistas más
conservadores— pueden ser persuadidos por el consenso
científico 510 . La investigación citada aquí se hizo antes de
la pandemia del coronavirus y en su mayor parte tenía que
ver con la aceptación del consenso en relación con el
cambio climático, pero no hay razón para pensar que no se
aplique también al covid-19 y a otras formas de
negacionismo de la ciencia.
El covid-19 nos ha permitido presenciar este desarrollo
en tiempo real con los cambios de opinión de Trump sobre
el uso de mascarillas, una de las medidas de salud pública
más eficaces para combatir el virus. El 3 de abril de 2020
el CDC recomendó por primera vez llevar mascarilla
cuando se saliera de casa. Durante meses Trump rechazó
ponerse mascarilla. Esto no solo fue un mal ejemplo, sino
que además produjo confusión entre el público acerca de si
funcionarios de salud pública como el Dr. Fauci y la Dra.
Deborah Birx estaban en lo cierto al afirmar que el uso de
mascarilla era una medida necesaria para contener el
virus. El 20 de junio de 2020 Trump insistió en celebrar un
gran mitin político en Tulsa, Oklahoma, en el que el uso de
mascarilla era voluntario. Semanas después, el 11 de julio,
el Departamento de Salud Pública de Oklahoma anunció un
gran aumento masivo de casos de covid-19 511 . El día 12
Trump apareció por primera vez en público con la
mascarilla puesta durante una visita al Hospital Walter
Reed y anunció: «Me encantan las mascarillas en los
lugares adecuados» 512 . Ese mismo mes se conoció la
noticia de que Herman Cain, uno de los principales
partidarios de Trump, que había estado en el mitin de
Oklahoma, había muerto de covid-19 513 . Las fotos de Cain
sentado en el mitin, entre una multitud de personas que
también iban sin mascarilla, circularon masivamente por
Internet. La opinión entre los funcionarios de salud pública
fue unánime: aunque no podían estar seguros acerca de
qué había hecho que una persona concreta se contagiara
de covid-19, las mascarillas eran la mejor defensa a nuestro
alcance. Trump dijo después que llevar mascarilla es
«patriótico».
3. El compromiso personal es poderoso. Los relatos en
primera persona de antiguos negacionistas de la ciencia a
quienes una conversación empática ha hecho prescindir de
sus viejas creencias resultan persuasivos. Hoy en día puede
que esas conversaciones no sean cara a cara, pero el hecho
es que la experiencia personal ayuda a crear confianza, y
tanto más cuanto más personal sea. Dicho sin rodeos: si
alguien conoce a otra persona que ha contraído el covid-19,
es mucho menos probable que niegue el covid-19 514 . Y esto
es infinitamente más poderoso si es él mismo quien ha
enfermado 515 .
En uno de los casos más sorprendentes, un hombre de
Ohio de treinta y siete años llamado Richard Rose publicó
varios mensajes en Facebook proclamando que el
coronavirus era un fraude. El 28 de abril publicó: «Quiero
dejarlo claro: no voy a comprar una maldita mascarilla; he
llegado hasta aquí sin rendirme a esta condenada moda».
El 2 de julio murió dejando una entrada en la que decía:
«Cuando me veáis en el cielo, no os cisquéis, cretinos
moralistas». Durante la semana siguiente, aparecieron
muchas publicaciones de amigos de Rose que expresaban
su incredulidad y tristeza por su muerte. El 10 de julio
apareció otra de un extraño: «¿Piensa todavía que es un
fraude?» 516 .
Otro caso es el de una mujer de Arizona llamada Kristin
Urquiza que escribió un artículo en The Washington Post
titulado «Governor, My Father’s Death Is on Your Hands».
En él contaba que su padre, Mark Anthony Urquiza, un
beligerante republicano seguidor de los noticieros de la
Fox, había hecho caso del gobernador Ducey y del
presidente Trump cuando le dijeron que no tenía por qué
vivir con miedo. Cuando el gobernador levantó las
restricciones y Mark quiso ir a un karaoke con sus amigos
por primera vez en meses, su hija le rogó que no fuera.
Pero él le dijo: «Según el gobernador es seguro. […] ¿Por
qué iba a decirlo si no lo fuera?». Su hija escribió:
«Semanas después, mientras luchaba por respirar y
aterrorizado ante la posibilidad de morir, me confesó que
se sentía traicionado» 517 .
4. La refutación del contenido y la refutación de la
técnica pueden ser herramientas eficaces. Ya sabemos,
basándonos en el trabajo de Schmid y Betsch, que es
posible presentar a los negacionistas de la ciencia
información que podría hacerles cambiar de opinión. En el
caso del negacionismo del covid-19, ¿cuál podría ser esa
información? Desde el punto de vista de la refutación del
contenido, podríamos difundir los estudios que demuestran
la eficacia de las mascarillas. Desde el punto de vista de la
refutación de la técnica, podríamos señalar los problemas
de razonamiento de la teoría de la conspiración, ya sea
justo antes o justo después de la desinformación científica.
Tal vez —si eso no funciona— podamos explotar su
tendencia al pensamiento conspiratorio. Imaginemos una
conversación con un negacionista del covid-19 (que como
tal será una persona predispuesta a creer en teorías de la
conspiración) en la que le hagamos notar el hecho de que
Rusia y China se involucran en campañas masivas de
desinformación en redes sociales a favor de la idea de que
el coronavirus es un «fraude» y de que necesitamos
«liberarnos» de los cierres y restricciones. Eso no es una
teoría de la conspiración: ¡es una conspiración de verdad!
¿No debería atraerles? En este capítulo he citado además
algunas fuentes que podemos imprimir y darles en mano.
En algunas hay hasta gráficos y tablas. Podríamos animar a
nuestro interlocutor a pensar en quién se beneficia de tanto
extremismo y división en Estados Unidos. ¿No hay nada
que les parezca sospechoso, aunque sea un poco? Si todo lo
demás falla, sugirámosles que investiguen por su cuenta.
¡Es perverso, pero podría funcionar!
Ojalá no hicieran falta esas tácticas. Si tuviéramos
mejores dirigentes políticos tanto a escala estatal como
federal, el negacionismo de la ciencia no tendría por qué
ser un problema tan grave. Ahora bien, ¿no tenemos
nosotros también alguna responsabilidad? Qué tentador es
dejar de lado a las personas que no están de acuerdo con
nosotros y tacharlas de estúpidas —o cambiar de canal
porque ni siquiera soportamos ver por dónde se informan
—, ya que solo aceptamos hablar con aquellos que están de
acuerdo con nosotros. Mi mensaje con este libro es
sencillo: tenemos que volver a hablar con los demás,
especialmente con aquellas personas con las que no
estemos de acuerdo. Pero tenemos que hacerlo de manera
inteligente. No basta con el mero hecho de compartir
información. E insultar a la gente y hacerle sentirse
avergonzada por sus creencias definitivamente no funciona.
Si lo que queremos es persuadir a alguien de que abandone
sus convicciones negacionistas de la ciencia, tenemos que
enfocar la conversación con tanta empatía y respeto como
podamos con el objetivo de crear confianza y lograr una
buena relación que haga que la otra persona esté dispuesta
a escucharnos.
Mientras estaba postrado en casa escribiendo este libro
(por culpa de una condición médica subyacente que hace
que sea especialmente peligroso para mí arriesgarme a
cualquier contacto con el SARS-CoV-2), lamentaba no
poder salir y mantener conversaciones con los
antimascarillas y otros negacionistas del covid-19 que me
permitieran hacer una investigación de primera mano.
Entonces, en julio de 2020, apareció un artículo en el New
York Times con el estimulante título de «Cómo hablar
realmente con los antimascarillas» 518 . Fue como si alguien
me estuviera leyendo el pensamiento.
En este artículo, Charlie Warzel lanza la controvertida
afirmación de que el escarnecimiento y la estigmatización
es justamente la peor manera de hacer que los
antimascarillas y otros negacionistas del covid-19 cambien
de creencias y comportamientos, sobre todo en medio de
una atmósfera de desconfianza. Esto es especialmente
cierto en algo como el coronavirus, cuyo conocimiento
evoluciona rápidamente. Warzel comienza con una analogía
tomada de la crisis del virus ébola. Escribe:
Cuando la epidemia de ébola hizo estragos en 2014, algunos africanos
occidentales se resistieron a las orientaciones de la sanidad pública.
Algunos ocultaron sus síntomas o siguieron practicando rituales de
enterramiento —como lavar los cuerpos de sus seres queridos muertos—
a pesar del riesgo de infección. Otros difundieron teorías de la
conspiración afirmando que el virus había sido enviado por agentes
occidentales o sugirieron que todo era un engaño. […] La Organización
Mundial de la Salud tuvo que enviar a Cheikh Niang, un antropólogo
médico senegalés, y a su equipo, para averiguar qué estaba pasando.
Durante seis horas, el Dr. Niang visitó a la gente… dentro de sus casas.
No estaba allí para dar lecciones. Los residentes le pidieron que anotara
lo que le iban contando. Cuando terminaron, el Dr. Niang finalmente
pronunció unas palabras: «Les dije: “Os he oído”», según me contó hace
poco por teléfono desde Senegal. «“Mi deseo es ayudar. Pero todavía
tenemos una epidemia que se extiende y también necesito que me
ayudéis. Tengo que tomaros la temperatura y rastrear el virus”. Y
aceptaron. Confiaron en nosotros» 519 .

Como señala Warzel, aquella gente no tenía por qué ser


egoísta ni anticiencia. Simplemente estaba asustada y le
habían quitado su dignidad. Necesitaba que le mostraran
respeto y la escucharan —lo que al mismo tiempo serviría
para establecer lazos de confianza— para ofrecer una
respuesta positiva.
Esto contrasta con la situación de los antimascarillas y
otros negacinistas de la pandemia del coronavirus en
Estados Unidos. La división política y el contexto partidista
se presentan como inabordables, pero ¿lo son? Warzel
señala que la mayoría de la gente —también los
republicanos— sigue confiando en la ciencia 520 . Pues bien,
¿cuál es entonces el problema? Quizá no radique solo en los
negacionistas del covid-19, sino en la forma en la que nos
hemos comunicado con ellos. Consideremos el hecho de
que este es un coronavirus novedoso. Nunca lo hemos visto
antes, lo que significa que no lo sabemos todo sobre él.
Probablemente esto explique el hecho de que los científicos
estén aprendiendo sobre la marcha, lo que implica que sus
consejos y recomendaciones tengan que cambiar
ocasionalmente y a veces de forma radical. Recordemos
que, hasta mediados de abril de 2020, la Organización
Mundial de la Salud y otros expertos decían que no era
necesario el uso de la mascarilla en público. Más tarde
cambiaron súbitamente su recomendación. ¿Convierte eso
en irracionales a todos los que no querían llevar
mascarilla?
El problema es que este tipo de cambio abre la puerta a
la desconfianza. Salvo que la comunicación sea muy
cuidadosa, la gente empieza a sospechar de los cambios en
el mensaje. Quienes conocen el funcionamiento de la
ciencia entienden que siempre hay cierta incertidumbre
que persiste detrás de cualquier declaración científica y, de
hecho, el rasgo distintivo de la ciencia es que tiene en
cuenta la evidencia y aprende con el tiempo, lo que puede
llevar a la sustitución radical de una teoría por otra. Ahora
bien, ¿el público lo entiende? No necesariamente. Y, en un
ambiente de desconfianza, quizá los científicos y los
responsables de la sanidad pública sean reacios a aceptarlo
y a abordar el tema con la humildad y la transparencia que
requiere.
Aunque pueda parecer ilógico, admitir la incertidumbre
puede contribuir a incrementar la confianza. Decir que no
se sabe algo (y por qué) puede disipar las sospechas y
alimentar la credibilidad futura, para el momento en el que
sí se sepa. Y mentir a alguien —por ejemplo, diciendo que
las mascarillas son eficaces al cien por cien o que cualquier
vacuna es segura— es precisamente la táctica equivocada.
Cuando los científicos hacen eso, cualquier grieta que haya
en su armadura podrá ser explotada más tarde, y los
negacionistas la esgrimirán como pretexto para no creer
nada más.
¿Fue esto lo que pasó con las medidas de salud pública
que se adoptaron al principio de la crisis del covid? Como
adelanta Warzel, es casi seguro que sí. Cita a este respecto
al Dr. Ranu Dhillon, un médico de Harvard que asesoró al
presidente de Guinea durante la crisis del ébola: «Todos los
consejos acaban cayendo en binarismo. O bien se hacen las
cosas de una forma o de lacontraria, cuando debería haber
un espectro de grises». Esto sucedió con la Organización
Mundial de la Salud y la negación de la transmisión
asintomática. Sucedió con las máscaras. Y sucedió cuando
los Estados empezaron a reabrir.
Warzel prosigue explicando:
Dado que se trata de un nuevo coronavirus, estamos aprendiendo
sobre la marcha: lo que un día se da por seguro puede ser descartado al
siguiente. El Dr. Dhillon sugiere que, en su afán de autoridad, los
expertos en salud pública han dañado la confianza por no transmitir con
precisión la incertidumbre y al ser obstinados en cuanto a corregir el
registro a medida que nuestra comprensión iba evolucionando. […] «Mi
percepción es que los funcionarios de salud pública tenían reparos a ser
demasiado tajantes en cuanto a la seguridad del aire libre», dijo el Dr.
Dhillon. Se trata de un ejemplo de cómo los expertos se defienden para
asegurarse de que el público no reaccione de forma exagerada o
insuficiente. Pero intentar controlar cómo reciben los demás tu mensaje
es una apuesta». El Dr. Dhillon argumentó que lo mismo ocurrió con las
mascarillas, cuando al principio los funcionarios y las instituciones no
tenían claro si recomendarlas debido a los problemas de la cadena de
suministro. Es posible que la marcha atrás abriera la puerta a la guerra
cultural que vivimos ahora en torno al recubrimiento de la cara 521 .
Cuando nos retractamos después de haber hecho una
declaración tajante, es demasiado tarde. La confianza se ha
esfumado. El momento de compartir calificativos o
expresar incertidumbre es al principio, aunque nuestras
intenciones sean puras y solo pretendamos garantizar la
seguridad de la gente.
Hace tiempo que sostengo que una de las mejores armas
de las que disponemos para luchar contra el negacionismo
de la ciencia consiste en abrazar la incertidumbre como
una fortaleza y no como una debilidad de la ciencia 522 . Si
los científicos hacen siempre como si conocieran las
respuestas —aunque no las conozcan—, ¿debería
extrañarnos que los negacionistas crezcan con la sospecha
y la falta de confianza? Como dice Warzel en su artículo,
«no se puede forzar la confianza del público; hay que
ganársela con humildad y transparencia, y escuchando».
Y tal vez sea este el resultado final de lo que ha ido mal
hasta ahora en la batalla contra el negacionismo del covid-
19. Sí, una parte fundamental de la culpa la tienen los
medios de comunicación, que exageraron o restaron
importancia a la información científica (y no permitieron
que los científicos hablaran por sí mismos), los políticos
que fomentaron la división y dieron pábulo a la
desinformación e incluso el público, demasiado ingenuo
como para cambiar de canal o contrastar opiniones tras
recibir las órdenes correspondientes de su emisora favorita
con aquello que se «suponía» que debían creer. Pero
también tiene parte de la culpa la comunicación de los
científicos, médicos y funcionarios de salud pública, que
dictaron lo que había que hacer en vez de explicar las
pruebas o procesos de razonamiento que lo sustentaban,
con una expectativa de autoridad e infalibilidad propia de
una época pasada. En estas circunstancias, al modificar las
recomendaciones de salud pública a veces de un día para
otro, no es extraño que algunas personas empiecen a
sospechar… Una vez más, es casi imposible hacerse una
idea de hasta qué punto debe de ser difícil para los
científicos y otras personas poner en conocimiento del
público los datos más recientes y precisos —mientras
matizan sus observaciones con indudables buena fe y
humildad a pesar de que es mucho más fácil limitarse a
decirnos qué hay que hacer para salvar más vidas—. Peor
aún, en un ecosistema en el que los científicos son
asaltados por un bombardeo interminable de calumnias y
giros políticos —inflamados por los medios de
comunicación, que a menudo tratan de acentuar la
controversia partidista—, ¿debería resultarnos extraño que
algunos funcionarios de salud pública aspiren únicamente a
que sigamos sus recomendaciones y les dejemos a ellos la
incertidumbre? Pero ese es el reto de la comunicación
científica eficaz, no solo para los científicos sino para todos
los que nos preocupamos por ella. Debemos librar la batalla
en la que estamos realmente inmersos y no aquella en la
que nos gustaría estar. La ciencia está atravesando hoy día
una crisis de legitimidad. La culpa no es de los científicos,
sino de los medios de comunicación, la política, la
educación y una cultura más amplia de desconfianza. Pero
si los científicos no están preparados para defender la
ciencia —poniendo en común sus resultados y modelando
sus valores fundamentales de apertura, transparencia,
humildad y reticencia a exagerar sus conclusiones— ¿quién
lo está?
La conclusión a la que llegó Warzel en relación con la
pandemia va en consonancia con la que he recomendado a
lo largo de este libro para luchar contra la Tierra plana y el
negacionismo del cambio climático, los transgénicos y las
vacunas. La manera más eficaz de hablar con un
negacionista de la ciencia se basa en tratar de generar
confianza por medio de un compromiso personal directo,
mostrando humildad y respeto, y a la vez transparencia
exponiendo con claridad cómo funciona la ciencia. Si es
posible instruir a la gente en relación con las últimas
medidas de salud pública, ¿por qué no también en relación
con los procesos de la ciencia? Si no lo hacemos, la próxima
crisis puede afectar a la confianza en la vacuna contra el
coronavirus 523 . Warzel cita al Dr. Tom Frieden, experto en
enfermedades infecciosas y exdirector de los CDC:
Lo que ahora mismo más me preocupa es el descrédito de las vacunas.
Hay ya mucha desconfianza en torno a las vacunas. A este respecto
tenemos ya un programa llamado Operación Warp Speed [velocidad
endiablada]. Esta denominación no es la manera de convencer a alguien
de que se ponga una aguja en el brazo. Corremos el riesgo real de que,
independientemente de lo que haga, se perciba que el gobierno ha
reducido los fondos dedicados al desarrollo de la vacuna, a no ser que
nuestra comunicación sea abierta y transparente 524 .

Espero algún día que el SARS-CoV-2 haya desaparecido


(aunque ciertamente no «como un milagro»), y con él el
negacionismo del covid-19. Ojalá pudiéramos decir lo
mismo de las demás formas de negacionismo de la ciencia
—sobre todo del negacionismo del cambio climático—, que
probablemente nos acompañarán durante algún tiempo.
Incluso después de la pandemia, aún nos quedará mucho
por averiguar. Pero espero haber ofrecido un poco más de
conocimiento y experiencia sobre el enfoque y las
herramientas más eficaces para luchar contra los
negacionistas de la ciencia 525 .

LA CURA PARA LA POSVERDAD

En mi libro Posverdad, expuse el argumento de que la


actual «subordinación política de la realidad» enraíza
vigorosamente en sesenta años de negacionismo de la
ciencia en gran medida descontrolado, desde que las
empresas tabacaleras empezaron a propagar la duda en
torno a la relación entre el consumo de cigarrillos y el
cáncer de pulmón, hasta el calentamiento global. Pero algo
increíble ha sucedido en los últimos años, y es que la
polarización política ha agravado aún más el problema del
negacionismo. La posverdad y el negacionismo de la
ciencia aparecen ahora mismo encerrados en un bucle que
se retroalimenta. Los desacuerdos sobre los hechos
probables y las preferencias políticas se han fusionado en
algunos casos.
Esto puede significar que las soluciones para el
negacionismo de la ciencia y para el problema más general
del negacionismo de la realidad por motivos políticos
podrían ser las mismas. Una vez más debemos empezar a
hablar de nuevo entre nosotros. Si quisiéramos persuadir a
alguien de cambiar sus creencias políticas e ideológicas,
¿cómo lo haríamos? Probablemente, no deberíamos tratar
de corregir su déficit de información (ni, desde luego,
gritar e insultar). Sí podríamos mencionar algunos hechos
(si fuéramos capaces de llegar a un acuerdo en torno a
cuáles son), pero en su mayor parte lo más seguro es que
intentáramos invocar un conjunto de valores comunes, a un
sentido de identidad compartida. Y la única manera de
hacer eso es construyendo una relación personal que
permita germinar la confianza.
No hay ninguna razón por la que no podamos hacerlo
con la ciencia. Tenemos que mostrar a la gente no solo los
hechos de la ciencia, sino también sus valores, y cómo esos
valores informan los procesos por los que la ciencia hace
sus descubrimientos. Uno de los principales problemas de
la comunicación científica tiene que ver con la educación
científica. Cuando yo iba a la escuela primaria, nos
enseñaban que los científicos eran genios que nunca se
equivocaban… ¿Y no éramos afortunados por vivir en una
época en la que toda la verdad había sido al fin
descubierta? ¿Y han cambiado mucho las cosas desde
entonces? ¿Qué pasaría si le enseñáramos a la gente no
solo lo que los científicos han encontrado, sino el proceso
de conjeturas, fracasos, incertidumbres y pruebas que ha
llevado a encontrarlo? Los científicos, por supuesto,
cometen errores, pero lo esencial es que adoptan una ética
que defiende el recurso a la evidencia como forma de
aprendizaje. ¿Qué ocurriría si instruyéramos a la gente en
los valores de la ciencia poniéndole de manifiesto la
importancia del credo científico: apertura, humildad,
aceptación de la incertidumbre, honestidad, transparencia
y valor suficiente como para someter el propio trabajo a
exámenes rigurosos? En mi opinión, este tipo de educación
científica contribuiría a derrotar al negacionismo de la
ciencia en mayor medida que cualquier otra cosa que
podamos hacer 526 . Serviría para que los niños pensaran
más como científicos, asimilaran lo que significa no saber
algo, recurrieran a la evidencia empírica para encontrar
una respuesta, hicieran predicciones según un modelo y
luego, si la predicción falla, adoptaran el resultado como
parte de su vida. De esta manera, podríamos hacer que la
gente comprendiera antes el valor de la incertidumbre y se
diera cuenta de lo que el fracaso tiene que enseñarnos. En
este contexto los hechos de la ciencia pueden tener más
sentido, y, como consecuencia de ello, se incrementaría la
confianza en los científicos. Cualquier cosa que haga que
más personas se identifiquen con los valores de la ciencia
será un paso en la buena dirección.
En cuanto al abismo entre nuestras inclinaciones
políticas, ¿descubriremos algún día cómo cruzarlo? ¿Qué
tiene que ver la enseñanza de la ciencia con la política?
Creo que, dado que la posverdad tuvo su origen en el
negacionismo de la ciencia, tal vez una solución al
problema del negacionismo pueda ayudarnos a purgar de
posverdad nuestra política. Si la gente aprende a abrazar
los valores de la ciencia, es posible que sus convicciones
con respecto a otros asuntos también puedan cambiar y se
amplíe así su esfera de preocupaciones; es decir, que se
preocupen más por las vidas de personas que quizá nunca
lleguen a conocer.
Por ahora estamos de lleno metidos en el problema del
negacionismo de la ciencia. Así, ¿por qué no creamos un
ejército de personas que se ocupen del asunto? Hay mucha
gente que cree en la ciencia y está preocupada por el
cambio climático. Y ahora —conociendo los resultados de
Schmid y Betsch— comprendemos que cualquiera de
nosotros puede marcar la diferencia. Alejarse o negarse a
dialogar con quienes niegan la ciencia es lo peor que se
puede hacer. Si nuestro interlocutor está mal informado, la
mejor manera de hacer que cambie de opinión es seguir
hablando con él. ¿Por qué no salimos a la calle y hablamos
con los negacionistas de la ciencia? ¿Por qué no intentamos
que cambien de identidad y piensen más como científicos?
Si yo puedo ir a una convención de la Tierra plana,
cualquiera puede hablar con su sobrina o su cuñado sobre
el rechazo a las vacunas.
Esto requiere un gran trabajo, y, obviamente, sería más
fácil no hacer nada. ¡Qué bien estaría que la gente ya
pensara de manera científica y lo único que tuviéramos que
hacer fuera proporcionarles la evidencia! Pero esa no es la
realidad en la que vivimos. Incluso quienes confían en la
ciencia pueden no entender el proceso de pensamiento
subyacente a ella. Pero esa es la clave de la verdadera
comprensión. Y también es la clave para ayudarles a
cambiar su identidad. Habrá quien se instale plácidamente
en el cinismo y en la idea de que en la mayoría de los casos
este enfoque no funcionará. Pero eso es totalmente
coherente con lo que encontraron Schmid y Betsch. No
dijeron que la refutación del contenido y la refutación de la
técnica funcionaran siempre. En vez de eso, nos dijeron
cómo funcionaría si de alguna manera pudiera funcionar.
Sí, es más fácil tratar con desprecio a los que niegan la
ciencia y no querer dialogar con ellos. Después de todos
mis viajes para relacionarme con los negacionistas de la
ciencia, entiendo esta frustración. Pero si la consentimos
todos saldremos perdiendo.
Mientras tanto, ellos no dejan de difundir información
errónea y de ganar nuevos adeptos. Personas con intereses
egoístas disfrutan desinformando y explotando la mínima
confusión o escepticismo preexistente en cuanto tienen la
oportunidad. Mientras tanto, la verdad empírica está al
alcance de cualquiera que se preocupe por encontrarla, así
que ¿por qué no hay más gente que trate de hacerlo?
Podemos intentar que se preocupen más, pero algunos
simplemente no lo van a hacer. Se conforman con
permanecer en una cámara de eco de partidismo,
propaganda e ignorancia voluntaria que les dice que ya
conocen la respuesta correcta. Esto significa que algunos
de ellos están dispuestos a negar la verdad aun cuando la
tengan delante. Por eso es tan frustrante conversar con un
negacionista de la ciencia. Cuando uno se acerca a ellos, es
frecuente que no sean solo sus creencias sino sus valores
anticientíficos los que han empezado a endurecerse hasta
convertirse en cemento. Ahora bien, por supuesto, ellos no
lo ven así. Nadie se autoidentifica como negacionista de la
ciencia. A menudo se ven a sí mismos como más científicos
que los científicos. Lo que uno de nosotros piense de ellos,
muchos de ellos lo pensarán de nosotros. Cuando se
entabla una conversación con un negacionista de la ciencia,
es bueno recordar la regla que sigue todo novelista: el
villano es el héroe de su propia historia.
En cierto modo, nuestro trabajo es a la vez más difícil y
más fácil de lo que habíamos imaginado. El reto no es solo
conseguir que la gente acepte ciertos hechos o cambie sus
convicciones, sino empezar a entender y apreciar cómo los
científicos han adquirido sus conocimientos, así como la
dificultad que ha supuesto para ellos adquirirlos por medio
de un proceso de examen riguroso, comprobaciones
cooperativas y tolerancia a la incertidumbre, de tal manera
que los negacionistas puedan empezar a identificarse con
los valores (y procesos de razonamiento) de los científicos.
Por supuesto, debemos tratar de educar a la próxima
generación, pero se nos está acabando el tiempo. Nuestros
hijos heredarán el problema del cambio climático, y tal vez
puedan resolverlo, pero aún no están al mando.
Demasiados responsables políticos son negacionistas de la
ciencia y ejercen un poder desmedido sobre nuestro futuro.
Por tanto, el problema de cómo lidiar con los negacionistas
de la ciencia recae ahora mismo en todos nosotros. No
podemos modificar las convicciones de alguien en contra
de su voluntad, ni tampoco hacer que admita que hay cosas
que ignora. Más difícil aún es conseguir que cambie sus
valores o su identidad. Pero cuando se trata con
negacionistas de la ciencia no hay caminos más sencillos.
Tenemos que intentar que lo entiendan. Debemos hacer
que se preocupen. Pero antes de nada hay que salir, dar la
cara y empezar a dialogar.

461
Sarah Boseley, «Mbeki AIDS Denial “Caused 300,000 Deaths”», Guardian,
26 de noviembre de 2008; disponible en:
https://www.theguardian.com/world/2008/nov/26/aids-south-africa.
462
Algunos epidemiólogos han calculado que aproximadamente el 90% de las
muertes de ciudadanos americanos debidas al coronavirus se debió al retraso
de la administración del 2 al 16 de marzo. Eugene Jarecki, «Trump’s Covid-19
Inaction Killed Americans. Here’s a Counter that Shows How Many»,
Washington Post, 6 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/outlook/2020/05/06/trump-covid-death-
counter/.
463
Joseph Uscinski et al., «Why Do People Believe COVID-19 Conspiracy
Theories?», Misinformation Review, 28 de abril de 2020; disponible en:
https://misinforeview.hks.harvard.edu/article/why-do-people-believe-covid-19-
conspiracy-theories/.
464
Stephan Lewandowsky y John Cook, «Coronavirus Conspiracy Theories Are
Dangerous—Here’s How to Stop Them Spreading», The Conversation, 20 de
abril de 2020; disponible en: https://theconversation.com/coronavirus-
conspiracy-theories-are-dangerous-heres-how-to-stop-them-spreading-136564;
Adam Satariano y Davey Alba, «Burning Cell Towers, Out of Baseless Fear They
Spread the Virus», New York Times, 10 de abril de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/04/10/technology/coronavirus-5g-uk.html;
Travis M. Andrews, «Why Dangerous Conspiracy Theories about the Virus
Spread So Fast—and How They Can Be Stopped», Washington Post, 1 de mayo
de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/technology/2020/05/01/5g-conspiracy-theory-
coronavirus-misinformation/.
465
Matthew Rozsa, «We Asked Experts to Respond to the Most Common
COVID-19 Conspiracy Theories and Misinformation», Salon, 18 de julio de
2020; disponible en: https://www.salon.com/2020/07/18/we-asked-experts-to-
respond-to-the-most-common-covid-19-conspiracy-theories/; Quassim Cassam,
«Covid Conspiracies», ABC Saturday Extra, 16 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.abc.net.au/radionational/programs/saturdayextra/covid-
conspiracies/12252406.
466
William J. Broad y Dan Levin, «Trump Muses about Light as Remedy, but
Also Disinfectant, Which Is Dangerous», New York Times, 24 de abril de 2020;
disponible en: https://www.nytimes.com/2020/04/24/health/sunlight-
coronavirus-trump.html.
467
Mayla Gabriela Silva Borba et al., «Chloroquine Diphosphate in Two
Different Dosages As Adjunctive Therapy of Hospitalized Patients with Severe
Respiratory Syndrome in the Context of Coronavirus (SARS-CoV-2) infection:
Preliminary Safety Results of a Randomized, Double-Blinded, Phase IIb Clinical
Trial (CloroCovid-19 Study)», medRxiv (preimpresión), 7 de abril de 2020;
disponible en:
https://www.medrxiv.org/content/10.1101/2020.04.07.20056424v2; Christian
Funke-Brentano et al., «Retraction and Republication: Cardiac Toxicity of
Hydroxychloroquine in COVID-19», Lancet, 9 de julio de 2020; disponible en:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7347305/; Katie Thomas y
Knvul Sheikh, «Small Chloroquine Study Halted over Risk of Fatal Heart
Complications», New York Times, 12 de abril de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/04/12/health/chloroquine-coronavirus-
trump.html; Elyse Samuels y Meg Kelly, «How False Hope Spread about
Hydroxychloroquine to Treat COVID-19—and the Consequences That
Followed», Washington Post, 13 de abril de 2020, disponible en
https://www.washingtonpost.com/politics/2020/04/13/how-false-hope-spread-
about-hydroxychloroquine-its-consequences/; Paul Farhi y Elahe Izadi, «Fox
News Goes Mum on the COVID-19 Drug They Spent Weeks Promoting»,
Washington Post, 23 de abril de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/lifestyle/media/fox-news-hosts-go-mum-on-
hydroxychloroquine-the-covid-19-drug-they-spent-weeks-
promoting/2020/04/22/eeaf90c2-84ac-11ea-ae26-989cfce1c7c7_story.html.
468
Dickens Olewe, «Stella Immanuel—the Doctor behind Unproven
Coronavirus Cure Claim», BBC News, 29 de julio de 2020; disponible en
https://www.bbc.com/news/world-africa-53579773.
469
Margaret Sullivan, «This Was the Week America Lost the War on
Misinformation», Washington Post, 30 de julio de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/lifestyle/media/this-was-the-week-america-
lost-the-war-onmisinformation/ 2020/07/30/d8359e2e-d257-11ea-9038-
af089b63ac21_story.html.
470
Stephen Collinson, «Trump Seeks a “Miracle” as Virus Fears Mount», CNN,
28 de febrero de 2020; disponible en:
https://www.cnn.com/2020/02/28/politics/donald-trump-coronavirus-miracle-
stock-markets/index.html.
471
Consideremos esta analogía: si capturáramos más peces solo porque
colocamos el doble de redes, el número de peces en cada red no aumentaría,
aunque el total de capturas sí lo hiciera. Pero eso no es lo que está ocurriendo.
Cada red tiene más peces y estamos echando más redes.
472
Los medios de comunicación de derechas han desempeñado un papel
fundamental en la difusión de información errónea sobre el coronavirus. Según
un estudio de la Harvard Kennedy School of Government, los espectadores de
Fox News eran mucho más propensos a minimizar la amenaza del coronavirus,
porque los presentadores de los populares programas de Fox News lo hacían.
Margaret Sullivan, «The Data Is In: Fox News May Have Kept Millions from
Taking the Coronavirus Threat Seriously», Washington Post, 28 de junio de
2020; disponible en: https://www.washingtonpost.com/lifestyle/media/the-data-
is-in-fox-news-may-have-kept-millions-from-taking-the-coronavirus-threat-

seriously/2020/06/26/60d88aa2-b7c3-11ea-a8da-693df3d7674a_story.html. Un
análisis aún más detallado ha revelado que existía una correlación entre la
programación específica de Fox News y la prevalencia de casos y muertes por
coronavirus. Zack Beauchamp, «A Disturbing New Study Suggests Sean
Hannity’s Show Helped Spread the Coronavirus», Vox, 22 de abril de 2020;
disponible en: https://www.vox.com/policy-and-
politics/2020/4/22/21229360/coronavirus-covid-19-fox-news-sean-hannity-
misinformation-death.
473
Dan Diamond y Nahal Toosi, «Trump Team Failed to Follow NSC’s
Pandemic Playbook», Politico, 25 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.politico.com/news/2020/03/25/trump-coronavirus-national-security-
council-149285.
474
Sharon LaFraniere et al., «Scientists Worry About Political Influence over
Coronavirus Vaccine Project», New York Times, 2 de agosto de 2020; disponible
en: https://www.nytimes.com/2020/08/02/us/politics/coronavirus-vaccine.html.
475
Nicholas Bogel-Burroughs, «Antivaccination Activists Are Growing Force at
Virus Protests», New York Times, 2 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/05/02/us/anti-vaxxers-coronavirus-protests.html.
476
Liz Szabo, «The Anti-vaccine and Anti-lockdown Movements Are
Converging, Refusing to Be “Enslaved”», Los Angeles Times, 24 de abril de
2020; disponible en: https://www.latimes.com/california/story/2020-04-24/anti-
vaccine-activists-latch-onto-coronavirus-to-bolster-their-movement.
477
Emma Reynolds, «Some Anti-vaxxers Are Changing Their Minds because of
the Coronavirus Pandemic», CNN, 20 de abril de 2020; disponible en:
https://www.cnn.com/2020/04/20/health/anti-vaxxers-coronavirus-
intl/index.html; Jon Henley, «Coronavirus Causing Some Anti-vaxxers to Waver,
Experts Say», Guardian, 21 de abril de 2020; disponible en:
https://www.theguardian.com/world/2020/apr/21/anti-vaccination-community-
divided-how-respond-to-coronavirus-pandemic; Victoria Waldersee, «Could the
New Coronavirus Weaken “Anti-vaxxers?”», Reuters, 11 de abril de 2020;
disponible en: https://www.reuters.com/article/us-health-coronavirus-
antivax/could-the-new-coronavirus-weaken-anti-vaxxers-idUSKCN21T089.
478
Andrew E. Kramer, «Russia Sets Mass Vaccinations for October After
Shortened Trial», New York Times, 2 de agosto de 2020,
https://www.nytimes.com/2020/08/02/world/europe/russia-trials-vaccine-
October.html.
479
Lauren Neergaard y Hannah Fingerhut, «AP-NORC Poll: Half of Americans
Would Get a COVID-19 Vaccine», AP News, 27 de mayo de 2020; disponible en:
https://apnews.com/dacdc8bc428dd4df6511bfa259cfec44.
480
Steven Sparks y Gary Langer, «27% Unlikely to Be Vaccinated against the
Coronavirus; Republicans, Conservatives Especially: POLL», ABC News, 2 de
junio de 2020; disponible en: https://abcnews.go.com/Politics/27-vaccinated-
coronavirus-republicans-conservatives-poll/story?id=70962377.
481
Rebecca Falconer, «Fauci: Coronavirus Vaccine May Not Be Enough to
Achieve Herd Immunity in the U.S.», Axios, 29 de junio de 2020; disponible en:
https://www.axios.com/fauci-coronavirus-vaccine-herd-immunity-unlikely-
023151cc-086d-400b-a416-2f561eb9a7fa.html.
482
Manny Fernandez, «Conservatives Fuel Protests Against Coronavirus
Lockdowns», New York Times, 18 de abril de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/04/18/us/texas-protests-stay-at-home.html;
Jason Wilson y Robert Evans, «Revealed: Major Anti-lockdown Group’s Links to
America’s Far Right», Guardian, 8 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.theguardian.com/world/2020/may/08/lockdown-groups-far-right-
links-coronavirus-protests-american-revolution.
483
Chuck Todd et al., «The Gender Gap between Trump and Biden Has Turned
into a Gender Canyon», NBC News, 8 de junio de 2020; disponible en:
https://www.nbcnews.com/politics/meet-the-press/gender-gap-between-trump-
biden-has-turned-gender-canyon-n1227261.
484
Neil MacFarquhar, «Who’s Enforcing Mask Rules? Often Retail Workers,
and They’re Getting Hurt», New York Times, 15 de mayo de 2020; disponible
en: https://www.nytimes.com/2020/05/15/us/coronavirus-masks-violence.html;
Bill Hutchinson, «“Incomprehensible”: Confrontations over Masks Erupt amid
COVID-19 Crisis», ABC News, 7 de mayo de 2020; disponible en:
https://abcnews.go.com/US/incomprehensible-confrontations-masks-erupt-
amid-covid-19-crisis/story?id=70494577.
485
Kate Yoder, «Russian Trolls Shared Some Truly Terrible Climate Change
Memes», Grist, 1 de mayo de 2018, https://grist.org/article/russian-trolls-
shared-some-truly-terrible-climate-change-memes/; Craig Timberg y Tony
Romm, «These Provocative Images Show Russian Trolls Sought to Inflame
Debate over Climate Change, Fracking and Dakota Pipeline», Washington Post,
1 de marzo de 2018; disponible en: https://www.washingtonpost.com/news/the-
switch/wp/2018/03/01/congress-russians-trolls-sought-to-inflame-u-s-debate-on-
climate-change-fracking-and-dakota-pipeline/; Rebecca Leber y A. J. Vicens, «7
Years Before Russia Hacked the Election, Someone Did the Same Thing to
Climate Scientists», Mother Jones, enero/febrero de 2018; disponible en:
https://www.motherjones.com/politics/2017/12/climategate-wikileaks-russia-
trump-hacking/.
486
Carolyn Y. Johnson, «Russian Trolls and Twitter Bots Exploit Vaccine
Controversy», Washington Post, 23 de agosto de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/science/2018/08/23/russian-trolls-twitter-bots-
exploit-vaccine-controversy/; Jessica Glenza, «Russian Trolls “Spreading
Discord” over Vaccine Safety Online», Guardian, 23 de agosto de 2018;
disponible en: https://www.theguardian.com/society/2018/aug/23/russian-trolls-
spread-vaccine-misinformation-on-twitter.
487
Donnelle Eller, «Anti-GMO Articles Tied to Russian Sites», Des Moines
Register, 25 de febrero de 2018; disponible en:
https://www.desmoinesregister.com/story/money/agriculture/2018/02/25/russia-
seeks-influence-usa-opinion-gmos-iowa-state-research/308338002/; Justin
Cremer, «Russia Uses “Information Warfare” to Portray GMOs Negatively»,
Alliance for Science, febrero de 2018; disponible en:
https://allianceforscience.cornell.edu/blog/2018/02/russia-uses-information-
warfare-portray-gmos-negatively/.
488
Robin Emmott, «Russia Deploying Coronavirus Disinformation to Sow Panic
in West, EU Document Shows», Reuters, 18 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.reuters.com/article/us-health-coronavirus-disinformation/russia-
deploying-coronavirus-disinformation-to-sow-panic-in-west-eu-document-says-
idUSKBN21518F.
489
Allen Kim, «Nearly Half of the Twitter Accounts Discussing “Reopening
America” May Be Bots, Researchers Say», CNN, 22 de mayo de 2020;
disponible en: https://www.cnn.com/2020/05/22/tech/twitter-bots-
trnd/index.html.
490
Eric Tucker, «US Officials: Russia behind Spread of Virus Disinformation»,
AP News, 28 de julio de 2020; disponible en:
https://apnews.com/3acb089e6a333e051dbc4a465cb68ee1.
491
«The Coronavirus Gives Russia and China Another Opportunity to Spread
Their Disinformation», Washington Post, 29 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/opinions/the-coronavirus-gives-russia-and-
china-another-opportunity-to-spread-their-disinformation/2020/03/29/8423a0f8-
6d4c-11ea-a3ec-70d7479d 83f0_story.html; Edward Wong et al., «Chinese
Agents Spread Messages That Sowed Virus Panic in U.S., Officials Say», New
York Times, 22 de abril de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/04/22/us/politics/coronavirus-china-
disinformation.html.
492
Oliver Milman, «Revealed: Quarter of All Tweets about Climate Crisis
Produced by Bots», Guardian, 21 de febrero de 2020; disponible en:
https://www.theguardian.com/technology/2020/feb/21/climate-tweets-twitter-
bots-analysis; Ryan Bort, «Study: Bots Are Fueling Online Climate Denialism»,
Rolling Stone, 21 de febrero de 2020; disponible en:
https://www.rollingstone.com/politics/politics-news/bots-fueling-climate-
science-denialism-twitter-956335/.
493
Quiera o no quiera Zuckerberg que Facebook se convierta en «árbitro de la
verdad», hay tantas personas que usan su red social para informarse que quizá
ya lo sea. Steven Levy, «Mark Zuckerberg Is an Arbiter of Truth—Whether He
Likes It or Not», Wired, 5 de junio de 2020; disponible en:
https://www.wired.com/story/mark-zuckerberg-is-an-arbiter-of-truth-whether-
he-likes-it-or-not/.
494
Tony Romm, «Facebook CEO Mark Zuckerberg Says in Interview He Fears
“Erosion of Truth” but Defends Allowing Politicians to Lie in Ads», Washington
Post, 17 de octubre de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/technology/2019/10/17/facebook-ceo-mark-
zuckerberg-says-interview-he-fears-erosion-truth-defends-allowing-politicians-
lie-ads/.
495
Craig Timberg y Andrew Ba Tran, «Facebook’s Fact-Checkers Have Ruled
Claims in Trump’s Ads Are False —but No One Is Telling Facebook’s Users»,
Washington Post, 5 de agosto de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/technology/2020/08/05/trump-facebook-ads-
false/.
496
Jason Murdock, «Most COVID-19 Misinformation Originates on Facebook,
Research Suggests», Newsweek, 6 de julio de 2020; disponible en:
https://www.newsweek.com/facebook-covid19-coronavirus-misinformation-
twitter-youtube-whatsapp-1515642.
497
Heather Kelly, «Facebook, Twitter Penalize Trump for Posts Containing
Coronavirus Misinformation», Washington Post, 7 de agosto de 2020;
disponible en: https://www.washingtonpost.com/technology/2020/08/05/trump-
post-removed-facebook/.
498
Alex Kantrowitz, «Facebook Is Taking Down Posts That Cause Imminent
Harm—but Not Posts That Cause Inevitable Harm», BuzzFeed News, 3 de mayo
de 2020; disponible en:
https://www.buzzfeednews.com/article/alexkantrowitz/facebook-coronavirus-
misinformation-takedowns.
499
«Twitter to Label Misinformation about Coronavirus amid Flood of False
Claims and Conspiracy Theories», CBS News, 13 de mayo de 2020; disponible
en: https://www.cbsnews.com/news/twitter-misinformation-disputed-tweets-
claims-coronavirus/.
500
Craig Timberg et al., «Tech Firms Take a Hard Line against Coronavirus
Myths. But What about Other Types of Misinformation?» Washington Post, 28
de febrero de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/technology/2020/02/28/facebook-twitter-
amazon-misinformation-coronavirus/.
501
Michael Segalov, «The Parallels between Coronavirus and Climate Crisis
Are Obvious», Guardian, 4 de mayo de 2020; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/2020/may/04/parallels-climate-
coronavirus-obvious-emily-atkin-pandemic; Beth Gardner, «Coronavirus Holds
Key Lessons on How to Fight Climate Change», Yale Environment 360, 23 de
marzo de 2020; disponible en: https://e360.yale.edu/features/coronavirus-holds-
key-lessons-on-how-to-fight-climate-change.
502
Bess Levin, «Texas Lt. Governor: Old People Should Volunteer to Die to
Save the Economy», Washington Post, 24 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/sports/2020/04/18/sally-jenkins-trump-
coronavirus-testing-economy/; disponible en:
https://www.vanityfair.com/news/2020/03/dan-patrick-coronavirus-
grandparents.
503
John Kerry presenta un argumento diferente, que es que la lucha contra el
cambio climático no requiere que cerremos la economía, sino que crearía los
puestos de trabajo y la infraestructura para desarrollar una economía renovada
en torno a las cuestiones de la energía limpia. Rachel Koning Beals, «COVID-19
and Climate Change: “The Parallels Are Screaming at Us”, Says John Kerry»,
Market Watch, 22 de abril de 2020; disponible en:
https://www.marketwatch.com/story/covid-19-and-climate-change-the-parallels-
are-screaming-at-us-says-john-kerry-2020-04-22.
504
Paul Krugman, «COVID-19 Brings Out All the Usual Zombies», New York
Times, 28 de marzo de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/03/28/opinion/coronavirus-trump-response.html.
505
Para un vistazo más detallado a estos paralelismos siguiendo el esquema de
los cinco pasos, Lewandowsky y Cook usan una imagen de Yale Climate
Connections: «Coronavirus Conspiracy Theories Are Dangerous», The
Conversation, 20 de abril de 2020; disponible en:
https://theconversation.com/coronavirus-conspiracy-theories-are-dangerous-
heres-how-to-stop-them-spreading-136564.
506
Beth Gardiner, «Coronavirus Holds Key Lessons», Yale Environment 360, 23
de marzo de 2020; disponible en: https://e360.yale.edu/features/coronavirus-
holds-key-lessons-on-how-to-fight-climate-change.
507
Charlie Sykes, «Did Trump and Kushner Ignore Blue State COVID-19
Testing as Deaths Spiked?», NBC News, 4 de agosto de 2020; disponible en:
https://www.nbcnews.com/think/opinion/did-trump-kushner-ignore-blue-state-
covid-19-testing-deaths-ncna1235707.
508
Bill Barrow et al., «Coronavirus’ Spread in GOP Territory, Explained in Six
Charts», AP News, 30 de junio de 2020; disponible en:
https://apnews.com/7aa2fcf7955333834e01a7f9217c77d2.
509
Lewandowsky y Oberauer, «Motivated Rejection of Science»; Sander van
der Linden, Anthony Leiserorwitz, y Edward Maibach, «Gateway Illusion or
Cultural Cognition Confusion?», Journal of Science Communication, 16, núm. 5
(2017); disponible en:
https://jcom.sissa.it/archive/16/05/JCOM_1605_2017_A04.
510
Dana Nuccitelli, «Research Shows That Certain Facts Can Still Change
Conservatives’ Minds», Guardian, 14 de diciembre de 2017; disponible en:
https://www.theguardian.com/environment/climate-consensus-97-per-
cent/2017/dec/14/research-shows-that-certain-facts-can-still-change-
conservatives-minds.
511
Madeleine Carlisle, «Three Weeks After Trump’s Tulsa Rally, Oklahoma
Reports Record High COVID-19 Numbers», Time, 11 de julio de 2020;
disponible en: https://time.com/5865890/oklahoma-covid-19-trump-tulsa-rally/.
512
«Coronavirus: Donald Trump Wears Face Mask for the First Time», BBC, 12
de julio de 2020; disponible en: https://www.bbc.com/news/world-us-canada-
53378439.
513
John Wagner et al., «Herman Cain, Former Republican Presidential
Hopeful, Has Died of Coronavirus, His Website Says», Washington Post, 30 de
julio de 2020; disponible en: https://www.washingtonpost.com/politics/herman-
cain-former-republican-presidential-hopeful-has-died-of-the-coronavirus-
statement-on-his-website-says/2020/07/30/4ac62a10-d273-11ea-9038-
af089b63ac21_story.html.
514
Ashley Collman, «A Man Who Thought the Coronavirus Was a “Scamdemic”
Wrote a Powerful Essay Warning against Virus Deniers after He Hosted a Party
and Got His Entire Family Sick», Business Insider, 28 de julio de 2020;
disponible en: https://www.businessinsider.com/coronavirus-texas-conservative-
thought-hoax-before-infection-2020-7.
515
Janelle Griffith, «He Thought the Coronavirus Was “a Fake Crisis”. Then He
Contracted It and Changed His Mind», NBC News, 18 de mayo de 2020;
disponible en: https://www.nbcnews.com/news/us-news/he-thought-coronavirus-
was-fake-crisis-then-he-contracted-it-n1209246.
516
Kim LaCapria, «Richard Rose Dies of COVID-19, After Repeated “Covid
Denier” Posts», Truth or Fiction, 10 de julio de 2020; disponible en:
https://www.truthorfiction.com/richard-rose-dies-of-covid-19-after-repeated-
covid-denier-posts/.
517
Kristin Urquiza, «Governor, My Father’s Death Is on Your Hands»,
Washington Post, 27 de julio de 2020; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/outlook/governor-my-fathers-death-is-on-your-
hands/2020/07/26/55a43bec-cd15-11ea-bc6a-6841b28d9093_story.html.
518
Charlie Warzel, «How to Actually Talk to Anti-Maskers», New York Times,
22 de julio de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/07/22/opinion/coronavirus-health-experts.html.
519
Warzel, «How to Actually Talk to Anti-Maskers».
520
Cita una encuesta realizada en junio de 2020 por el New York Times y el
Siena College, según la cual el 90% de los demócratas y el 75% de los
republicanos afirmaron que tenían confianza en que los científicos médicos
proporcionaran información fiable sobre el covid-19.
521
Warzel, «How to Actually Talk to Anti-Maskers».
522
Véase mi libro The Scientific Attitude.
523
También en este caso admitir la incertidumbre y mostrar un poco de
humildad puede ser eficaz. «Anti-vaxxers: Admitting That Vaccinology Is an
Imperfect Science May Be a Better Way to Defeat Sceptics», The Conversation,
15 de febrero de 2019; disponible en: https://theconversation.com/anti-vaxxers-
admitting-that-vaccinology-is-an-imperfect-science-may-be-a-better-way-to-
defeat-sceptics-111794?
utm_medium=Social&utm_source=Twitter#Echobox=1550235443.
524
Charlie Warzel, «How to Actually Talk to Anti-Maskers».
525
Un excelente artículo de escasa extensión que ofrece consejos prácticos
sobre cómo mantener conversaciones constructivas con partidarios de las
teorías de la conspiración puede encontrarse en Tanya Basu, «How to Talk to
Conspiracy Theorists—and Still Be Kind», MIT Technology Review, 15 de julio
de 2020; disponible en:
https://www.technologyreview.com/2020/07/15/1004950/how-to-talk-to-
conspiracy-theorists-and-still-be-kind/.
526
Véase la nota 35 del capítulo 3 para encontrar citas de otros que han
discutido la idea.
Epílogo

Cuando escribí este libro, Donald Trump aún era el


presidente de los Estados Unidos y estábamos en medio de
una pandemia. Mientras se imprimía, Joe Biden accedió a la
presidencia y se desarrollaron y aprobaron dos vacunas
contra el coronavirus.
¿Mejorará la situación ahora?
Eso espero. El presidente Biden nos ha devuelto al
Acuerdo de París y ha prometido revertir algunas de las
decisiones más brutales de la Administración Trump en
torno a la normativa sobre emisiones de automóviles y
otras regulaciones ambientales que tanto han contribuido
al calentamiento global. Además, Biden ha mostrado una
disposición mucho más favorable que Trump a tener en
cuenta el criterio de los científicos en otras cuestiones,
incluido el covid-19.
Pero hay razones para mantener la cautela.
Aún seguimos a la espera de la distribución masiva de la
vacuna contra el coronavirus, y no está nada claro que
llegue a estar disponible y seamos capaces de convencer a
todo el mundo de que se la inyecte. Las teorías de la
conspiración y el escepticismo más arraigado siguen en
plena forma. ¿Son seguras las vacunas contra el covid? Uno
da por supuesto que la FDA y las demás agencias
gubernamentales no las hubieran autorizado en caso
contrario. No solo hay que confiar en la ciencia, sino
también en los guardianes de la política científica, algunos
de los cuales han acusado la presión política a la que han
sido sometidos bajo el mandato de Trump. Ya se sea
progresista o conservador, es indudable que en los últimos
cuatro años gran parte de esa confianza se ha esfumado.
Aunque Trump haya dejado la presidencia, el trumpismo
permanece. El asalto al Capitolio de Estados Unidos del 6
de enero de 2021 puso de manifiesto hasta qué punto ha
penetrado en este país una ideología «ajena a los hechos»,
así como lo terrible de las consecuencias que de esto
pueden derivarse. Los violentos sucesos de Washington DC
tuvieron su origen en el Hotel Plaza de Nueva York, cuando
un grupo de ejecutivos decidió «librar la batalla contra la
ciencia» mediante una campaña de desinformación con el
fin de negar cualquier hecho que pudiera poner en peligro
sus intereses comerciales, creando, quizá de manera
involuntaria, un plan de actuación para el caso de que algo
no se ajustara a un determinado interés. Desde temas
científicos, como el cambio climático, hasta políticos, como
el fraude electoral, el problema del negacionismo parece
haberse reproducido metastásicamente desde el ámbito
empresarial al ideológico, desde la ciencia a nuestra
cultura en general. Dicho esto, sigue habiendo intereses
muy arraigados en torno al carbón, el petróleo y otros
recursos, de tal manera que hay personas que se benefician
de la fabricación de la duda. Y, por supuesto, la ignorancia,
el sesgo cognitivo y la amplificación de ideas falsas en las
redes sociales no van a desaparecer así como así.
La negación de la ciencia no empezó con Trump, aunque
él sin duda la agravó. Lleva rondando por ahí al menos
desde Galileo y probablemente desde antes. Pero si el
negacionismo de la ciencia ya existía antes de Trump lo
más probablemente es que también exista después de
Trump. Por supuesto, eso no significa que las cosas no
puedan ir a mejor. Si empezamos a hablar los unos con los
otros y tratamos de reducir la brecha partidista que tanto
ha contribuido a alejarnos, no solo en nuestra moral y
valores sino también en asuntos de carácter empírico,
tengo la esperanza de que el asunto de la ciencia pueda
incorporarse al debate. Aunque el negacionismo de la
ciencia lleva existiendo mucho tiempo, ciertamente ha ido a
peor bajo una Administración que cuestionaba hechos sin
parar, ya se tratara de la trayectoria de un huracán, de si
los incendios forestales de California podían prevenirse
limpiando los bosques, de si la lejía y la luz podían
considerarse tratamientos válidos contra el coronavirus o
de si las mascarillas eran eficaces durante la pandemia.
Pero también debemos tener en cuenta que, como vimos
en el capítulo 6, el negacionismo de la ciencia no es
patrimonio de ningún partido o tendencia política en
particular. La estrategia de los cinco tropos funciona allí
donde la gente tenga motivación para tener creencias que
se alejen de lo que recomienda el consenso científico. Se
trata de una larga batalla por la ciencia y la razón. Si la
damos por «ganada» y volvemos a olvidarnos de ella, ¿qué
nos deparará el futuro? También de acuerdo con nuestras
normas epistémicas, la vigilancia debe ser incesante.
Recordemos también que el negacionismo de la ciencia
sigue presente en todo el mundo. Incluso aunque Trump
haya tenido que dejar la presidencia, el rechazo ideológico
a la ciencia está arraigado en otros países que tienen sus
propios problemas. El movimiento antivacunas hace
estragos en Italia. Las teorías de la conspiración
relacionadas con el coronavirus estuvieron detrás del
derribo de torres de telefonía móvil 5G en Inglaterra. Los
terraplanistas constituyen un porcentaje no despreciable
de la población de Brasil. Y no olvidemos el papel
determinante de Rusia y China azuzando el negacionismo y
difundiendo desinformación con su maquinaria de
propaganda, con el objetivo de generar más división
ideológica y socavar las democracias occidentales.
Entonces, ¿cómo aprenderemos a hablarnos de nuevo?
El negacionismo de la ciencia es un problema persistente,
tanto en Estados Unidos como en el extranjero. Dar con la
manera de curar las heridas que llevan tanto tiempo
dividiéndonos será todo un reto, y algunas de ellas tienen
que ver con temas científicos. ¿Qué haremos?
Sigo pensando que la solución es hablar. Las estrategias
recomendadas en este libro son las que en general
podemos usar para conseguir que la gente atienda a la
razón, la ciencia y la lógica en muchas áreas en las que las
creencias partidistas van en contra del juicio de los
expertos. Si seguimos demonizándonos entre nosotros —o
simplemente despreciamos lo que otras personas tienen
que decir—, corremos el riesgo de volver a polarizarnos.
Mejor, creo, es intentar que los negacionistas de la ciencia
vuelvan al redil y vean lo útil que esto puede ser para ellos.
¡Y bonito sería que el conocimiento volviera a significar
algo!
Como hemos podido comprobar, una parte considerable
del negacionismo de la ciencia obedece al miedo, la
alienación, la ideología y la identidad. Podemos y debemos
ocuparnos de ello independientemente de quién se hospede
en la Casa Blanca. Nuestro enemigo es la complacencia. Y
el negacionismo no es un problema que nos sea ajeno. En
particular, debemos apresurarnos para tratar de recuperar
todo el tiempo que hemos estado perdiendo con el
calentamiento global. No podemos dar por supuesto que
todo irá bien ahora poque haya habido un cambio de
presidente en Estados Unidos. Como no he dejado de
subrayar, el negacionismo del cambio climático es en estos
momentos el ejemplo más urgente y peligroso del
negacionismo de la ciencia a escala mundial, y hará falta
que todos nos pongamos manos a la obra para abordarlo.
Una vez derrotado el covid-19, la crisis climática seguirá
con nosotros; y el reloj está en marcha.
Recordemos a los pescadores de las Maldivas. Aunque
ahora tengamos más motivos para creer que los hechos
científicos y los argumentos racionales desempeñarán un
papel en las políticas públicas más importante que en el
pasado reciente (por lo que la falta de información podría
finalmente reducirse), hay otro problema que se cierne
sobre nosotros con notable gravedad: ¿hasta qué punto nos
importa?, ¿lo suficiente como para reducir el consumo?, ¿lo
suficiente como para invertir mucho dinero en
combustibles alternativos?, ¿lo suficiente como para
cambiar no solo nuestras convicciones sino también
nuestro comportamiento?
En el proceso de aprender a hablar con un negacionista
de la ciencia, debemos asumir el reto de hacer que la
persona no solo modifique sus creencias, sino que además
amplíe la esfera de sus preocupaciones. Y solo lo
conseguiremos si no perdemos de vista nuestra común
humanidad. Aceptar la idea de que vale la pena hablar con
alguien que no esté de acuerdo con nosotros es invertir en
nuestros semejantes y en nuestro futuro común. Si
queremos que los negacionistas de la ciencia amplíen su
esfera de interés, debemos estar dispuestos, en
consecuencia, a ampliar también la nuestra para incluirlos
a ellos. Tener una conversación difícil con alguien implica
respetarle lo suficiente como para intentar convencerle de
que se equivoca. En vez de eliminar o evitar esos
encuentros, creo que debemos aceptarlos como el mejor
medio del que disponemos para lograr una renovada
confianza y empatía, lo cual puede desencadenar un
cambio epistémico y social.
Y eso es bueno, no solo para intentar convencer a los
antivacunas, los antievolución, los terraplanistas y los
negacionistas del cambio climático de que hay sitio para
ellos en el bando que celebra la ciencia, sino para concluir
al fin que —si queremos hacer del mundo un lugar mejor—
hay que contar con todos: tanto el pescador de las Maldivas
como el minero de carbón de Pensilvania, tanto el padre
que tiene miedo a las vacunas como el trabajador sanitario
en primera línea durante la crisis del covid. «A nadie le
importa», me dijo aquel muchacho en un barco en las
Maldivas. No estoy de acuerdo. Si logramos recuperar la
confianza por medio de un renovado acercamiento, quizá
podamos resolver al mismo tiempo los problemas que
atañen a las creencias, la atención y la acción.
Los retos a los que nos enfrentamos son grandes, pero la
capacidad de la ciencia puede ser nuestra mayor esperanza
de cara al futuro. Pero el otro es el reconocimiento de
nuestra humanidad común. Cuando se trata de las
consecuencias de un planeta que se calienta o de una
pandemia mortal, todos estamos en el mismo equipo.
Agradecimientos

Como siempre, ha sido un privilegio para mí publicar


este libro con MIT Press. Me gustaría agradecer a todo el
personal su enorme esfuerzo a lo largo de los años. Le debo
un especial agradecimiento a mi editor, Phil Laughlin, por
sus consejos y orientación; a mi editora de producción,
Judith Feldmann; y a mi editora de textos, Rachel Fudge,
que me ha rescatado de mí mismo en varias ocasiones.
Por sus contribuciones al contenido de este libro —en
conversaciones estimulantes y con el ejemplo de sus
investigaciones— me gustaría dar las gracias a mis amigos
y colegas profesionales Quassim Cassam, Asheley
Landrum, Stephan Lewandowsky, Michael Patrick Lynch,
Richard Price, Derek Roff, Michael Shermer y Bruce
Sherwood. Aunque solo mantuvimos una breve
conversación, me gustaría expresar un agradecimiento
especial a Cornelia Betsch y a su colega Philipp Schmid por
su trabajo pionero que aporta pruebas empíricas que
demuestran que merece la pena hacer frente a los
negacionistas de la ciencia.
Para preparar este libro, entrevisté a muchas personas a
las que solo puedo nombrar por su pseudónimo. Les doy las
gracias. Me gustaría dar las gracias también a las personas
que puedo nombrar, entre las que se encuentran Linda Fox,
Alex Mead y Dave y Erin Ninehouser. Como apoyo moral en
la realización de este proyecto, nada habría podido venirme
mejor que contar con el ánimo y los consejos de mis amigos
Robyn Rosenfeld y Sam Shapson. Le debo un
agradecimiento especial a Aaron Mertz, del Instituto
Aspen, por su compromiso de arrojar más luz sobre los
peligros del negacionismo de la ciencia. Por haberme dado
un hogar intelectual en el Centro de Filosofía e Historia de
la Ciencia de la universidad de Boston durante estos
últimos veinte años, envío mi más profundo agradecimiento
a Alisa Bokulich.
Como de costumbre, mis amigos filósofos Andy Norman y
Jon Haber me han hecho magníficos comentarios tras
revisar varios borradores de este manuscrito, y me han
dado mucho en que pensar a lo largo de nuestras
conversaciones a medida que este iba tomando forma. Mi
amigo Louis Kuchnir merece un agradecimiento especial
por visitarme en Denver en noviembre de 2018, cuando
asistía a la convención sobre la Tierra plana, y mantenerme
cuerdo. Un agradecimiento especial también a mi amiga
Laurie Prendergast por preparar el índice.
A mi esposa, Josephine, que supuso para mí una isla de
calma y ánimo mientras escribía este libro —durante el que
fue fácilmente el peor año de mi vida—, le doy las gracias
por todo. La filosofía, la lógica, la razón y la ciencia han
delineado el trabajo más importante de mi vida; pero
ninguna de esas cosas es comparable con el amor.
Bibliografía*

APPIAH, Kwame Anthony, «People Don’t Vote for What They


Want: They Vote for Who They Are», Washington Post, 30
de agosto de 2018; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/outlook/people-dont-
vote-for-want-they-want-they-vote-for-who-they-
are/2018/08/30/fb5b7e44-abd7-11e8-8a0c-
70b618c98d3c_story.html>.
ASCH, Solomon, «Opinions and Social Pressure», Scientific
American, 193 (noviembre de 1955), págs. 31-35.
BARDON, Adrian, The Truth about Denial: Bias and Self-
Deception in Science, Politics, and Religion, Oxford,
Oxford University Press, 2020.
BECK, Julie, «This Article Won’t Change Your Mind»,
Atlantic, 13 de marzo de 2017.
BERMAN, Jonathan, Anti-Vaxxers: How to Challenge a
Misinformed Movement, Cambridge, MA, MIT Press,
2020.
BERMAN, Mark, «More Than 100 Confirmed Cases of
Measles in the U.S.», Washington Post, 2 de febrero de
2015; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/news/to-your-
health/wp/2015/02/02/more-than-100-confirmed-cases-of-
measles-in-the-u-s-cdc-says>.
BOGHOSSIAN, Peter y LINDSAY, James, How to Have
Impossible Conversations: A Very Practical Guide, Nueva
York, Lifelong Books, 2019.
BOSELEY, Sarah, «Mbeki Aids Denial “Caused 300,000
Deaths.”», Guardian, 26 de noviembre de 2008.
BRANIGIN, Rose, «I Used to Be Opposed to Vaccines. This Is
How I Changed My Mind», Washington Post, 11 de
febrero de 2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/opinions/i-used-to-be-
opposed-to-vaccines-this-is-how-i-changed-my-
mind/2019/02/11/20fca654-2e24-11e9-86ab-
5d02109aeb01_story.html>.
CASSAM, Quassim, Conspiracy Theories, Cambridge, Polity,
2019.
CLARK, Daniel (dir.), Behind the Curve, 2018; Delta-V
Productions; disponible en:
https://www.behindthecurvefilm.com/>.
COLL, Steve, Private Empire: ExxonMobil and American
Power, Nueva York, Penguin, 2012.
COOK, John, «A History of FLICC: The Five Techniques of
Science Denial», Skeptical Science, 31 de marzo de
2020; disponible en: https://skepticalscience.com/history-
FLICC-5-techniques-science-denial.html>.
CREASE, Robert P., The Workshop and the World: What Ten
Thinkers Can Teach Us about the Authority of Science,
Nueva York, Norton, 2019.
DEAN, Cornelia, Making Sense of Science: Separating
Substance from Spin, Cambridge, MA, Harvard
University Press, 2017.
DEER, Brian, «British Doctor Who Kicked-Off Vaccines-
Autism Scare May Have Lied, Newspaper Says», Los
Angeles Times, 9 de febrero de 2009.
— «How the Case against the MMR Vaccine Was Fixed»,
British Medical Journal, 342 (2011), caso 5347.
DIETHELM, Pascal y MCKEE, Martin, «Denialism: What Is It
and How Should Scientists Respond?», European Journal
of Public Health, 19, núm. 1 (enero de 2009), págs. 2-4;
disponible en:
https://academic.oup.com/eurpub/article/19/1/2/463780>
.
DOYLE, Alister, «Evidence for Man-Made Global Warming
Hits Gold Standard», Reuters, 25 de febrero de 2019;
disponible en: https://www.reuters.com/article/us-
climatechange-temperatures/evidence-for-man-made-
global-warming-hits-gold-standard-scientists-
idUSKCN1QE1ZU>.
FESTINGER, Leon, RICKEN, Henry y SCHACHTER, Stanley, When
Prophecy Fails, Nueva York, Harper and Row, 1964.
FOLLEY, Aris, «NASA Chief Says He Changed Mind about
Climate Change because He ‘Read a Lot.’», The Hill, 6 de
junio de 2018; disponible en:
https://thehill.com/blogs/blog-briefing-
room/news/391050-nasa-chief-on-changing-view-of-
climate-change-i-heard-a-lot-of>.
FORAN, Clare, «Ted Cruz Turns Up the Heat on Climate
Change», Atlantic, 9 de diciembre de 2015.
GEE, David, «Almost All Flat Earthers Say YouTube Videos
Convinced Them, Study Says», Friendly Atheist, 20 de
febrero de 2019; disponible en:
https://friendlyatheist.patheos.com/2019/02/20/almost-
all-flat-earthers-say-youtube-videos-convinced-them-
study-says/>.
GILLIS, Justin, «Scientists Warn of Perilous Climate Shift
within Decades, Not Centuries», New York Times, 22 de
marzo de 2016.
GODLEE, Fiona, «Wakefield Article Linking MMR Vaccine
and Autism Was Fraudulent», British Medical Journal,
342 (2011), caso 7452.
GORMAN, Sara y GORMAN, Jack, Denying to the Grave: Why
We Ignore the Facts That Will Save Us, Oxford, Oxford
University Press, 2017.
GRISWOLD, Eliza, «People in Coal Country Worry about the
Climate, Too», New York Times, 13 de julio de 2019;
disponible en:
https://www.nytimes.com/2019/07/13/opinion/sunday/job
s-climate-green-new-deal.html>.
HAIDT, Jonathan, The Righteous Mind: Why Good People
Are Divided by Politics and Religion, Nueva York,
Vintage, 2012.
HALL, Shannon, «Exxon Knew about Climate Change Almost
40 Years Ago», Scientific American, 26 de octubre de
2015.
HAMILTON, Lawrence, «Conservative and Liberal Views of
Science: Does Trust Depend on Topic?», Carsey
Research. Regional Issue Brief, 45 (verano de 2015);
disponible en: https://scholars.unh.edu/carsey/252/.
HANSEN, James, Storms of My Grandchildren, Nueva York,
Bloomsbury, 2010.
HARRIS, Paul, «Four US States Considering Laws That
Challenge Teaching of Evolution», Guardian, 31 de enero
de 2013.
HOGGAN, James y LITTLEMORE, Richard, Climate Cover-Up:
The Crusade to Deny Global Warming, Vancouver,
Greystone, 2009.
HOOFNAGLE, Mark, «About», ScienceBlogs, 30 de abril de
2007; disponible en:
https://scienceblogs.com/denialism/about>.
HUBER, Rose, «Scientists Seen as Competent but Not
Trusted by Americans», Woodrow Wilson School (22 de
septiembre de 2014); disponible en:
https://publicaffairs.princeton.edu/news/scientists-seen-
competent-not-trusted-americans.
JOYCE, Christopher, «Rising Sea Levels Made This
Republican Mayor a Climate Change Believer», NPR, 17
de mayo de 2016; disponible en:
https://www.npr.org/2016/05/17/477014145/rising-seas-
made-this-republican-mayor-a-climate-change-believer.
KAHAN, Dan, PETERS, E., DAWSON, E. y SLOVIC, P., «Motivated
Numeracy and Enlightened Self-Government»,
Behavioural Public Policy, preimpresión. Acceso: 25 de
octubre de 2020; disponible en:
https://pdfs.semanticscholar.org/2125/a9ade77f4d1143c4
f5b15a534386e72e3aea.pdf.
KAHN, Brian, «No Pause in Global Warming», Scientific
American, 4 de junio de 2015.
KAHNEMAN, Daniel, Thinking Fast and Slow, Nueva York,
Farrar, Straus and Giroux, 2011.
KAHN-HARRIS, Keith, Denial: The Unspeakable Truth,
Londres, Notting Hill Editions, 2018.
KEELEY, Brian, «Of Conspiracy Theories», Journal of
Philosophy, 96, núm. 3 (marzo de 1999), págs. 109-126.
KOLBERT, Elizabeth, «Why Facts Don’t Change Our Minds»,
New Yorker, 27 de febrero de 2017; disponible en:
https://www.newyorker.com/magazine/2017/02/27/why-
facts-dont-change-our-minds.
KRIMSKY, Sheldon, GMOs Decoded: A Skeptic’s View of
Genetically Modified Foods, Cambridge, MA, MIT Press,
2019.
KRUGER, Justin y DUNNING, David, «Unskilled and Unaware
of It: How Difficulties in Recognizing One’s Own
Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments»,
Journal of Personality and Social Psychology, 77, núm. 6
(1999), págs. 1121-1134.
KUKLINSKI, James et al., «Misinformation and the Currency
of Democratic Citizenship», Journal of Politics, 62, núm.
3 (agosto de 2000), págs. 790-816.
LANDRUM, Asheley, OLSHANSKY, Alex y RICHARDS, Othello,
«Differential Susceptibility to Misleading Flat Earth
Arguments on YouTube», Media Psychology, 29 de
septiembre de 2019; disponible en:
https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/15213269.
2019.1669461.
LEONARD, Christopher, Kochland: The Secret History of
Koch Industries and Corporate Power in America, Nueva
York, Simon and Schuster, 2019.
LEWANDOWSKY, Stephan y COOK, John, The Conspiracy
Theory Handbook. 2020; disponible en:
https://www.climatechangecommunication.org/conspirac
y-theory-handbook/.
LEWANDOWSKY, Stephan, GIGNAC, Gilles E. y OBERAUER, Klaus,
«Correction: The Roles of Conspiracist Ideation and
Worldviews in Predicting Rejection of Science», PLoS
ONE, 10, núm. 8 (2015), e0134773.
LEWANDOWSKY, Stephan y OBERAUER, Klaus, «Motivated
Rejection of Science», Current Directions in
Psychological Science, 25, núm. 4 (2016), págs. 217-222.
LINDEN, Sander van der, «Countering Science Denial»,
Nature Human Behaviour, 3 (2019), 889-890; disponible
en: https://www.nature.com/articles/s41562-019-0631-
5>.
LONGINO, Helen, Science as Social Knowledge: Values and
Objectivity in Scientific Inquiry, Princeton, Princeton
University Press, 1990.
LYNAS, Mark, Seeds of Science: Why We Got It So Wrong on
GMOs, Londres, Bloomsbury, 2018.
LYNCH, Michael Patrick, Know-It-All Society: Truth and
Arrogance in Political Culture, Nueva York, Liveright,
2019.
MASON, Lilliana, «Ideologues without Issues: The Polarizing
Consequences of Ideological Identities», Public Opinion
Quarterly, 82, núm. S1 (marzo de 2021, 2018), 866-887.
MAYER, Jane, Dark Money: The Hidden History of the
Billionaires Behind the Rise of the Radical Right, Nueva
York, Anchor, 2017.
MCINTYRE, Lee, «Flat Earthers, and the Rise of Science
Denial in America», Newsweek, 14 de mayo de 2019;
disponible en: https://www.newsweek.com/flat-earth-
science-denial-america-1421936>.
— «How to Talk to COVID-19 Deniers», Newsweek, 18 de
agosto de 2020, https://www.newsweek.com/how-talk-
covid-deniers-1525496.
— Post-Truth, Cambridge, MA, MIT Press, 2018.
— «The Price of Denialism», New York Times, 7 de
noviembre de 2015.
— Respecting Truth: Willful Ignorance in the Internet Age,
Nueva York, Routledge, 2015.
— The Scientific Attitude: Defending Science from Denial,
Fraud, and Pseudoscience, Cambridge, MA, MIT Press,
2019.
MEIKLE, James y BOSELEY, Sarah, «MMR Row Doctor
Andrew Wakefield Struck Off Register», Guardian, 24 de
mayo de 2010.
MELLOR, D. H., «The Warrant of Induction», Matters of
Metaphysics, Cambridge, Cambridge University Press,
1991.
MNOOKIN, Seth, The Panic Virus: The True Story Behind the
Vaccine-Autism Controversy, Nueva York, Simon and
Schuster, 2011.
MOONEY, Chris, The Republican Brain: The Science of Why
They Deny Science-and Reality, Hoboken, NJ, Wiley,
2012.
— The Republican War on Science, Nueva York, Basic
Books, 2005.
MOSER, Laura, «Another Year, Another Anti-Evolution Bill in
Oklahoma», Slate, 25 de enero de 2016; disponible en:
http://www.slate.com/blogs/schooled/2016/01/25/oklaho
ma_evolution_controversy_two_new_bills_present_altern
atives_to_evolution.html>.
NAHIGYAN, Pierce, «Global Warming Never Stopped»,
Huffington Post, 3 de diciembre de 2015; disponible en:
https://www.huffpost.com/entry/global-warming-never-
stopped_b_8704128>.
NICHOLS, Tom, The Death of Expertise: The Campaign
against Established Knowledge and Why It Matters,
Oxford, Oxford University Press, 2017.
NPR NEWS, «Scientific Evidence Doesn’t Support Global
Warming, Sen. Ted Cruz Says», NPR, 9 de diciembre de
2015; disponible en:
http://www.npr.org/2015/12/09/459026242/scientific-
evidence-doesn-t-support-global-warming-sen-ted-cruz-
says>.
NUCCITELLI, Dana, «Here’s What Happens When You Try to
Replicate Climate Contrarian Papers», Guardian, 25 de
agosto de 2015.
NYHAN, Brendan y REIFLER, Jason, «The Roles of Information
Deficits and Identity Threat in the Prevalence of
Misperceptions», Journal of Elections, Public Opinion
and Parties, 29, núm. 2 (2019), págs. 222-244.
— «When Corrections Fail: The Persistence of Political
Misperceptions», Political Behavior, 32 (2010), págs.
303-330.
O’CONNOR, Cailin y WEATHERALL, James, The Misinformation
Age: How False Beliefs Spread, New Haven, Yale
University Press, 2017.
OFFIT, Paul, Deadly Choices: How the Anti-Vaccine
Movement Threatens Us All, Nueva York, Basic Books,
2015.
ORESKES, Naomi y CONWAY, Erik, Merchants of Doubts: How
a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues
from Tobacco Smoke to Global Warming, Nueva York,
Bloomsbury, 2010.
OTTO, Shawn, The War on Science: Who’s Waging It, Why It
Matters, What We Can Do about It, Minneapolis,
Milkweed, 2016.
PAPPAS, Stephanie, «Climate Change Disbelief Rises in
America», LiveScience, 16 de enero de 2014; disponible
en: http://www.livescience.com/42633-climate-change-
disbelief-rises.html>.
PIGLIUCCI, Massimo, Denying Evolution: Creationism,
Scientism and the Nature of Science, Oxford, Sinauer
Associates, 2002.
PINKER, Steven, Enlightenment Now: The Case for Reason,
Science, Humanism, and Progress, Nueva York, Penguin,
2019.
PLAIT, Phil, «Scientists Explain Why Ted Cruz Is Wrong
about the Climate», Mother Jones, 19 de enero de 2016.
PROTHERO, Donald, Reality Check: How Science Deniers
Threaten Our Future, Bloomington, Indiana University
Press, 2013.
REDLAWSK, David et al., «The Affective Tipping Point: Do
Motivated Reasoners Ever “Get It”?», Political
Psychology, 31, núm. 4 (2010), págs. 563-593.
SASLOW, Eli, Rising Out of Hatred: The Awakening of a
Former White Nationalist, Nueva York, Anchor, 2018.
SCHMID, Philipp y BETSCH, Cornelia, «Effective Strategies for
Rebutting Science Denialism in Public Discussions»,
Nature Human Behaviour, 3 (2019), págs. 931-939.
SHEPPHARD, Kate, «Ted Cruz: “Global Warming Alarmists
Are the Equivalent of the Flat-Earthers.”», Huffington
Post, 25 de marzo de 2015; disponible en:
https://www.huffpost.com/entry/ted-cruz-global-
warming_n_6940188>.
SHERMER, Michael, The Believing Brain, Nueva York, Times
Books, 2011.
— «How to Convince Someone When Facts Fail: Why
Worldview Threats Undermine Evidence», Scientific
American, 1 de enero de 2017; disponible en:
https://www.scientificamerican.com/article/how-to-
convince-someone-when-facts-fail/>.
SPECTER, Michael, Denialism: How Irrational Thinking
Hinders Scientific Progress, Harms the Planet, and
Threatens Our Lives, Nueva York, Penguin, 2009.
STEINHAUSER, Jennifer, «Rising Public Health Risk Seen as
More Parents Reject Vaccines», New York Times, 21 de
marzo de 2008.
STORR, Will, The Heretics: Adventures with the Enemies of
Science, Nueva York, Picador, 2013.
SUN, Lena y O’HAGAN, Maureen, «“It Will Take Off Like
Wildfire”: The Unique Dangers of the Washington State
Measles Outbreak», Washington Post, 6 de febrero de
2019; disponible en:
https://www.washingtonpost.com/national/health-
science/it-will-take-off-like-a-wildfire-the-unique-dangers-
of-the-washington-state-measles-
outbreak/2019/02/06/cfd5088a-28fa-11e9-b011-
d8500644dc98_story.html>.
TRIVERS, Robert, The Folly of Fools: The Logic of Deceit and
Self-Deception in Human Life, Nueva York, Basic Books,
2011.
WARZEL, Charlie, «How to Actually Talk to Anti-Maskers»,
New York Times, 22 de julio de 2020; disponible en:
https://www.nytimes.com/2020/07/22/opinion/coronaviru
s-health-experts.html>.
WEST, Mick, Escaping the Rabbit Hole: How to Debunk
Conspiracy Theories Using Facts, Logic, and Respect,
Nueva York, Skyhorse, 2018.
WOOD, Thomas y PORTER, Ethan, «The Elusive Backfire
Effect», 5 de agosto de 2016; disponible en:
https://djflynn.org/wp-content/uploads/2016/08/elusive-
backfire-effect-wood-porter.pdf>.
ZIMRING, James, What Science Is and How It Really Works,
Cambridge, Cambridge University Press, 2019.

* Las fechas de última consulta de los hipervínculos que figuran a lo largo de


este libro se corresponden con los meses de preparación de la edición original,
publicada por The MIT Press en agosto de 2022.
Ilustración de cubierta: Ana Coco
Título original de la obra: How to Talk to a Science Denier: Conversations with
Flat Earthers, Climate Deniers, and Others Who Defy Reason

Edición en formato digital: 2023

Ilustración de cubierta: Ana Coco

© 2021 The Massachusetts Institute of Technology


All rights reserved. No part of this book may be reproduced in any form by any
electronic or mechanical means (including photocopying, recording, or
information storage and retrieval) without permission in writing from the
publisher
© De la traducción: Rodrigo Neira Castaño, 2023
© Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2023
Calle Valentín Beato, 21
28037 Madrid
www.catedra.com

ISBN ebook: 978-84-376-4618-3

Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro electrónico, su


transmisión, su descarga, su descompilación, su tratamiento informático, su
almacenamiento o introducción en cualquier sistema de repositorio y
recuperación, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico,
mecánico, conocido o por inventar, sin el permiso expreso escrito de los
titulares del Copyright.

También podría gustarte