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Homilía III Domingo de Pascua (Ciclo A)

Lecturas:
Hch 2,14.22-28.
Sal 15.
1P 1,17-21.
Lc 24,13-35.

¿NO ARDÍA NUESTRO CORAZÓN?

Queridos hermanos, nos adentramos en el camino Pascual y nuevamente nos es presentado este
hermoso texto de los discípulos de Emaús. Es realmente rica la palabra del Señor, no tiene medida,
“es viva y eficaz” (Heb 4,12). En ella siempre podemos descubrir cosas realmente nuevas para dar
los frutos que el Señor quiere, en la Palabra Dios nos habla y bien que sabe cómo hacerlo, pues nos
conoce. El Pasaje del Evangelio nos recuerda como leer, e interpretar nuestra vida desde la Sagrada
Escritura, reconociendo la Historia de la salvación como algo que no es ajeno a nosotros, por el
contrario, cada pasaje del Evangelio, cada salmo, cada lectura del Antiguo Testamento recuerda un
poco de nuestra historia, algún aspecto y no en sentido abstracto, realmente vivir la Palabra nos
hace encontrarnos con nosotros, nos enseña a leer nuestra realidad desde la perspectiva de Dios,
nos revela lo que el Señor realmente quiere de nosotros, lo que espera, pues Él conoce lo que ha
hecho. En los rostros llenos de decepción y angustia Jesús ve una oportunidad para sembrar
esperanza, ellos conversaban y discutían referente a lo acontecido ¿Cuál es nuestra actitud ante los
momentos difíciles? El papa Benedicto XVI hace referencia a una expresión de estos discípulos
bastante llamativa “nosotros esperábamos”, interpretando que para ellos Jesús se había convertido
en un acontecimiento pasado, habían dejado de esperar, habían perdido la confianza. Esta puede
ser una clara actitud nuestra ante los momentos difíciles, muchos de nosotros solemos dejar de
esperar, al vernos decepcionados, para ya no sentirnos heridos, dejamos de esperar pues no hay
lugar en nuestro corazón para las nuevas oportunidades, porque olvidamos lo que significa
realmente la misericordia, tener un corazón dispuesto a perdonar a otros, a perdonarnos a nosotros
mismos así como el Señor lo hace siempre. El pasaje del Evangelio de este día nos enseña que el
pasado se asume, no se reprocha, que nada sucedido podemos cambiar pero que iluminados por la
luz de la Palabra, podemos ver la presencia de Dios en cada acontecimiento ocurrido, no nos ha
dejado solos, por ello comienza Jesús a explicarles las Escrituras. La Palabra del Señor es
comparada con tantas cosas, luz, lámpara, fuego, martillo, espada, lluvia, semilla ¿Qué representa
realmente para ti en este momento de tu vida? ¿Sientes como el Señor te habla de forma muy
personal? Por esta razón es inevitable que el corazón se encienda, que arda en llamas, porque
efectivamente transforma la vida de quien la acepta, de aquél que la recibe, que se esfuerza por
comprenderla, y que lucha por vivirla. Es la Palabra de Dios fuente de vida, de esperanza, de valor.
La Palabra del Señor realmente nos prepara para recibir a Jesús por ello es explicada en el camino,
pues su culmen y su fin es justamente querer convertirnos a nosotros en sagrarios al recibirlo, ¿qué
somos en realidad sepulcros o sagrarios? En el sepulcro reposan los cuerpos sin vida de los que han
partido, y en eso nos convertimos cuando no creemos que realmente está vivo, en los sagrarios por
su parte se manifiesta vivo y presente el resucitado. No dudemos en descubrir lo que somos, Jesús
resucitado es el único capaz de convertir un sepulcro en sagrario, de cambiar un corazón al
explicarle las Escrituras, al Partir el pan. Jesús está vivo, camina contigo y entra en tu casa, sigue
esperando, confía, deposita en él tu esperanza. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor!

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