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ETAPA 5 RELATOS Y LEYENDAS EN EL BICENTENARIO

LA LOCURA DE CARLOTA
Marco A. Almazán
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-Carlota, cherie –dijo Maximiliano mientras se quitaba los calcetines-: esa noche volví a
advertir que le hiciste ascos a los tacos de carnitas en casa de los Almonte…

La emperatriz continuó dándose crema frente a su tocador, sin dignarse responder


al discreto reproche de su marido, El emperador, sentado en el borde de la cama, abrió
y cerró los dedos de los pies y se frotó suavemente la espinilla.

-Bien sabes –continuó el archiduque- que debemos adaptarnos a las costumbres


mexicanas si queremos lograr el afecto y la simpatía de nuestros súbditos. Aunque sea
a costa de sacrificios. Tu sabes cómo me revuelve el estómago el pulque, y sin embargo
me aticé sin parpadear cuatro litros de curado de tuna. Gracias a ello creo haberme
ganado la lealtad del general Mejía.

Carlota, siempre en silencio, tomó un kleenex y se limpió los parpados. Maximiliano


se metió en la cama.

-Cuándo íbamos en la quinta “cacariza” -sonrió-, don Tomás me dio un abrazo y me


dijo: “¡Ah, qué güero tan simpático! Verdá de Dios que por usté sería capaz de ir hasta
el patíbulo”…Bravo tipo este general Mejía.

La emperatriz empezó a darse masaje en las sienes, para evitar la prematura


aparición de las patas de gallo. El emperador, ya recostado, se hizo ricitos en la barba
con los dedos.

-Y hace un mes, en Puebla ya viste cómo le entré al mole de guajolote. Es cierto que
estuve quince días en cama, pero me eché a los poblanos en el bolsillo. En cambio el

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idiota de Bazaine se negó a comer chalupas en el Paseo Viejo de San Francisco, y al


pasar frente a la casa de Alfeñique lo descalabraron de una pedrada…

Maximiliano se oprimió discretamente el vientre y ocultó un gesto de dolor. “Estos


últimos tacos de nenepile” pensó para sus adentros, “me van a tener en vela toda la
noche. A ver cómo puedo tomarme una cucharada de bicarbonato sin que se dé cuenta
Carlota…”

La emperatriz comenzó a cepillarse el pelo.

-A la tierra que fueres, haz lo que vieres –dijo sentenciosamente el Habsburgo-. Y al


chipotle que te dieren, éntrale como pudieres. El otro día me contaba Forey que en
Guadalajara sofocó un levantamiento comiéndose cinco platos de birria. Y en cambio el
general Castagny perdió Sonora por rehusar un plato de menudo. Es cierto que el pobre
llevaba siete meses de no comer otra cosa.

Maximiliano acomodó los brazos sobre la almohada y entrelazó las manos tras la
nuca.

-¡Si tan sólo pudiera yo entrevistarme con Juárez! Estoy seguro de que alrededor de
un buen plato de chilaquiles podríamos llegar a un acuerdo…A mí me revienta el
mezcal con sal de gusanos de maguey, pero estaría dispuesto a consumir toda la
producción de Oaxaca con la de ganarme a don Benito. Dicen que a él le encantan los
tamales de olla…

Carlota se incorporó de su taburete y pasó al cuarto de baño para lavarse los dientes.
Maximiliano aprovechó la ocasión para tomarse rápidamente un alka-seltzer.
Decididamente era el chicharrón lo que se le había parado de manos. ¿O serían las
garnachas que sirvieron de botana con los primeros tequilas?

-Mañana mismo –continuó en voz alta, apretándose la tripa bajo las sábanas-
mañana mismo expido un decreto obligando a los zuavos a desayunarse con
enchiladas. Jamás podremos dominar a este país mientras no nos habituemos a sus
costumbres. Cortés, que se las sabía de todas, hizo la conquista gracias a que la
Malinche le echaba sus gordas y le daba nopalitos de postre…

La emperatriz volvió a la alcoba y al través del ventanal contempló, siempre en


silencio, la negra masa de los ahuehuetes que bajaban hasta el lago. A lo lejos brillaban
las luces de los últimos carruajes que transitaban por el Paseo de la Reforma. Sin saber
por qué, le chocaba el nombrecito.

-Lo primero que hacían los virreyes al desembarcar en Veracruz –siguió Maximiliano-
era coger una indigestión en público a base de mondongo. Pero gracias a ello los
aclamaban en todo el trayecto hasta llegar a México. En Jalapa se atiborraban de
chiles en conserva. En Perote cenaban rabo de mestiza con hartas rajas. En Tlaxcala se
empulcaban. Y al llegar a San Cristóbal Ecatepec usaban pergaminos para hacer

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mixiote de barbacoa. Así pudieron dominar este explosivo país durante trescientos
años.

-Por eso insisto, cherie –continuó Maximiliano con su exasperante sonsonete-, en que
deberías entrarle a las flautas de maciza sin remilgos y sin hacer tanto dengue…

La emperatriz estrelló el tarro de desodorante contra el espejo y le arreó una patada


al taburete.

-¡Max, Max! –gritó histérica- ¡entre tú, Napoleón III y los dichosos antojitos, me van
a volver loca! ¡Loca, loca loca, lo…!

Después se tiró al suelo, crispó los puños y mordió la alfombra.

Texto tomado con fines didácticos de: Episodios Nacionales en Salsa Verde, (México, 1980) Marco A.
Almazán.

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