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Leonor Acosta
Universidad de Cádiz
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All content following this page was uploaded by Leonor Acosta on 27 March 2017.
1
La escasez de estudios historiográficos sobre esta época tan crucial de la historia de occidente apunta
claramente a las dificultades de emplazarla en un lugar coherente dentro del mítico ‘destino manifiesto’ de la
nación norteamericana. En estos momentos la mayoría de las contribuciones que se concentran en el estudio de
las últimas décadas del siglo pasado proviene de investigadores y estudiosos que trabajan en campos de
conocimientos alejados de la tradición más ortodoxa. Son normalmente áreas caracterizadas por su crítica a los
cánones convencionales como los departamentos universitarios dedicados a los estudios de los medios de
comunicación de masas, la cultura popular, en una palabra los que se emplean con ahínco en las teorías de la
cultura desde la pluralidad y la descentralización del conocimiento.
2
La década de los 50 asistió a las propuestas artísticas contraculturales de la Generación Beat, uno de cuyos
objetivos fue el desmantelamiento del proyecto cultural estadounidense, fenómeno que debe considerarse
como premisa desde la cual nació más tarde el movimiento hippie. Como señala Jennie Skerl, “[The Beats]
sought to create a new alternative culture that served as a bohemian retreat from the dominant culture, as a
critique of mainstream values and social structures, as a force for social change, and a s a crucible for art.”
(Skerl 2004, 2)
3
La creación de la identidad juvenil y la figura del adolescente cargadas de connotaciones que las separan de
las otras edades del ser humano se produjo también durante los 50. Este icono que ha pasado a formar parte
ineludible de la cultura en la segunda mitad del siglo XX puede interpretarse como una revisión
marcado por la tradición de generaciones pasadas buscando nuevas formas de vida lejos de
la sociedad capitalista y puritana tradicional.
En este contexto de contracultura y de búsqueda de alternativas, las drogas4 y el sexo fueron
dos factores claves en cuanto que se conformaban como agentes fundamentales de la
liberación de la subjetividad, en una nueva celebración del individualismo más idealista. La
sociedad se caracteriza entonces como un sistema represor cuyas instituciones y códigos no
hacen otra cosa que domesticar al individuo, separándolo de su ser auténtico. En este
sentido, el consumo de drogas junto con el sexo libre se vincula a la necesaria búsqueda del
yo (inalienable, intimista) así como a una respuesta lúdica de rebeldía hacia la política bélica
del gobierno estadounidense.5
El mundo de la cultura se hace eco dando paso a una época de efervescencia en la que
cualquier manifestación cultural se convierte en acción política, y consecuentemente es ésta
también una época de cuestionamiento de actitudes restrictivas, como la censura impuesta
sobre la representación de la sexualidad en cualquier medio de comunicación.
Fundamentalmente el cine de Hollywood, donde la censura había ejercido una presión muy
fuerte desde su época dorada, cobra vida nueva con la disolución de los códigos de
producción relacionada directamente con la desaparición de la ‘era de los estudios’, tal como
se denomina a la era del cine clásico en la que los estudios tenían el control total sobre la
producción, la distribución y la explotación de las películas.
La floreciente libertad de movimiento dentro de la industria cinematográfica produjo la
introducción de imágenes de violencia y de sexo cada vez más explícitas e impensables en
épocas anteriores, que abonaron el camino para la emergencia de la pornografía como
fenómeno de masas. Desde esta perspectiva, esta apertura puede considerarse como la
democratización de toda una cultura anteriormente asociada a un público masculino
contemporánea del antihéroe romántico alienado y rebelde, en el que interaccionan numerosos discursos
relevantes del momento. (Campbell and Kean 1997: 215-141)
4
La cultura de la droga fue ganando terreno desde principios de los 60 en conexión con los diferentes estilos
de la música y el arte popular. Los Mods habían consumido anfetaminas desde su emergencia como ‘tribu
urbana’ en la década, la marihuana se extendía a una mayoría de adolescentes, y el LSD, con sus efectos
alucinógenos, arrancó un poco más tarde con la emergencia de la psicodelia. “Durante estos años , alrededor
de la mitad de los 60, la experiencia de la droga ya no es el rito existencial de los círculos beat sino que se
convierte en una experiencia colectiva, comunitaria, que amalgama misticismo, utopismo, idealismo, religión
oriental, no-violencia,… en un abandono casi total del plano concreto de la realidad.” (Maffi 1972: 59)
5
En este sentido se puede ver esta respuesta como una repetición de fenómenos culturales ocurridos
anteriormente, en los que las actitudes conservadoras de la política (nacional o internacional) producen
reacciones radicales contra el sistema social y cultural, como por ejemplo, el Romanticismo y su heredero el
Surrealismo.
especialmente marcado por su perversión y a un tipo de distribución clandestina. Esta
expansión de la industria pornográfica, dado el carácter del momento histórico, influyó de
tal manera en la sociedad que muy pronto dio el salto hacia la cultura más elitista cuando
escritores y escritoras, cineastas de culto, y artistas de alto rango se decidieron por utilizar
imágenes sexuales en sus obras sin ningún tipo de complejo.
El auge de la pornografía no sólo acabó con un moralismo que parecía, a tenor de los
tiempos, una instancia más bien ridícula, sino que además cabe asignarle una función social
importante: al convertirse en parte fundamental de los cambios culturales del momento,
contribuyó a la modificación y el desmantelamiento de ciertos conceptos tradicionalmente
ligados a las prácticas sexuales como la procreación, el matrimonio o el amor romántico. En
la pornografía el sexo se presentaba como un caleidoscopio de posibilidades, cuya única
finalidad era el placer de los cuerpos sin las ataduras convencionales que provocaban el
descreimiento de las teorías que tradicionalmente lo sustentaban. Esta nueva visión de lo
pornográfico se erigía como un factor que interactuaba con otros en la batalla contra
instituciones como la familia y la religión, imprescindibles dentro de la teoría social
convencional.
7
El ginecólogo William Howell Masters y la psicóloga Virginia Eshelman Johnson fueron pioneros en la
investigación sobre el comportamiento sexual durante las décadas de los 50 y los 60. Por medio de la
recopilación de datos extraídos de experimentos en laboratorio sobre respuesta sexual, consiguieron desmontar
algunos malentendidos sobre la cuestión de la sexualidad humana. Uno de los aspectos más importantes de su
trabajo conjunto fue el modelo en cuatro fases de la respuesta sexual, descubriendo el papel central del clítoris
en la consecución del placer en las mujeres. (Masters and Jonson 1966)
8
En el artículo “Sexuality in the Consciousness-Raising Novel of the 1970s” Lisa Maria Hogeland estudia con
detalle la inclusión del feminismo y, más concretamente, de las cuestiones sobre sexualidad femenina, en los
medios de comunicación de masas al mismo tiempo que dichas cuestiones se exploran dentro de discursos más
academicistas como la crítica literaria. (Hogeland 1995)
El pistoletazo de salida de esta nueva forma de acción revolucionaria, por el que el
movimiento además pasó a ser conocido públicamente a todos los niveles de la sociedad, fue
la famosa manifestación de protesta ante las puertas del auditorio donde se celebraba la
elección de Miss América, unos meses más tardes del conocido ‘mayo del 68’:
A year of cataclysm for so many, 1968 was the year that women’s liberation burst
into public consciousness with a demonstration at the Miss America Pageant in
Atlantic City. A small group managed to get inside the auditorium and unfurl a huge
“Women’s Liberation” banner from the balcony, while their cohorts outside crowned
a live sheep, auctioned off and effigy of Miss America (“the 1968 model: she walks,
she talks, AND she does housework”), and tossed objects of female torture (bras,
girdles, curles, and issues of the Ladies Home Journal) into a “freedom trashcan”.
(Evans 2003: 52-53)
While many radicals over the course of the seventies turned to reform and a
reengagement with public policy and the state, a substantial number also moved into
academia. Women’s caucuses formed in most disciplines in the early 1970s, and
women’s studies programs came into being by the hundreds. By the 1980s feminist
scholarship was flowering in virtually every discipline of the humanities and social
sciences. Armed with new knowledge, feminist scholars inaugurated a massive effort
to transform the entire curriculum in the humanities and social sciences. Women’s
studies programs and centers for research on women… became institutionalised at
most universities, complete with journals, majors, minors, and tenure-track faculty.
(Evans 2003: 60)
A través de estos instrumentos ideológicos el feminismo desafió las bases del conocimiento
introduciendo la categoría ‘mujer’ en el campo de la investigación, creando toda una
filosofía general acerca de un nuevo concepto, el género. Desde un novedoso prisma
conceptual, el ‘sexo’, asociado por sentido común al componente biológico de la identidad,
dejó de ser el foco de preocupación desplazándose a este nuevo término que quiere definir el
sexo femenino como un artefacto ideológico construido social y culturalmente para la
opresión de las mujeres.9
Desde la publicación del libro de Kate Millet, Sexual Politics (1970),10 el análisis del género
condicionaba la postura del feminismo en términos de diferencia, apuntando a que
solamente una diferenciación fundamental entre los sexos podría explicar el estado general
de represión en el que se encuentran todas las mujeres. Esta consideración provocó un cisma
en el movimiento entre el feminismo de la diferencia y el feminismo de la igualdad. La
consecuencia más visible de este fenómeno dentro del feminismo más radical fue la
modificación de sus bases ideológicas, construyendo una teoría que consistía en identificar
al patriarcado como un sistema social, económico y político basado en la violencia y abuso
contra el sector femenino, convirtiendo al sujeto masculino como esencialmente agresor. En
esta línea, un panfleto publicado en 1979 identificaba la heterosexualidad como la primera
causa de la explotación de las mujeres:
9
Sobre los diferentes significados del concepto ‘género’ desde su introducción en la crítica feminista de los 70
hasta nuestros días trata el libro Del sexo al género. Los equívocos de un concepto (2003), editado por Silvia
Tubert, una recopilación de ensayos sobre el uso diversificado del término desde disciplinas diferentes, como
la filosofía, la jurisprudencia, la crítica literaria, o la psicolingüística. (Tubert 2003).
10
Este libro pionero en la crítica feminista de la representación localizaba y nombraba por primera vez al
culpable de la opresión femenina: el patriarcado. Millet argüía que si todas las mujeres sufrían y eran víctimas
de la construcción social del ‘género’, entonces todos los hombres se identificarían con una especie de clase
opresora y dominante de forma general. (Millet 1970)
amor y sexo se utilizan para oscurecer las realidades de la opresión, para evitar que
las mujeres ‘identifiquen’ a su hombre como parte del enemigo. Cada mujer que
forma parte de una pareja ayuda a enaltecer la supremacía masculina haciendo sus
cimientos más sólidos.11
Esta teoría que se alinea peligrosamente con un esencialismo fundamentalista inauguró una
época de ‘guerra entre los sexos’ en la que las posiciones estaban cada vez más encontradas
y que derivó en su teorización de la diferencia hacia la difícil identificación entre patriarcado
(todas aquellas agencias de poder marcadamente masculino que reprime y silencia la
identidad femenina) y heterosexualidad. Tomando como punto de partida la teoría del
género como categoría artificial (no natural), se llegaba a la conclusión de que la orientación
sexual no pertenecía a la biología sino a la construcción de la feminidad por parte de los
hombres, por lo que todas las mujeres estaban capacitadas para cambiarla como síntoma y
resultado de la revolución feminista.
Despite evidence that radical feminists concur with other strands that gender
difference is a social construct and therefore subject to change, debates –particularly
around issues of male violence and sexuality- have a tendency to lapse into a
biologism which suggests that men are innately aggressive. In addition, the
commitment to promoting women’s culture can also have a similar effect, since often
this amounted to a celebration of aspects of femininity which had previously been
cast in negative terms… Communal living was the ideal to render male assistance
redundant, and in some cases, lesbianism, ‘political lesbianism’ (the choice of a
lesbian sexual orientation as a political statement, rather than as reflecting one’s
primary sexual choice) or celibacy was seen as the preferred form of sexual
orientation. Many factions held penetration during sexual intercourse to be
intrinsically an act of dominance and aggression by the male. (Whelehan 1995: 74-
75)
La ‘guerra de los sexos’ reclamada por el feminismo radical promovió entre sus militantes la
opción del lesbianismo no sólo como orientación sexual, sino más bien como opción política
11
Traducción de parte del panfleto del grupo Leeds Revolutionary Feminist Group en 1981, con el título Love
your enemy? The Debate Between Heterosexual Feminism and Political Lesbianism (Londres, Only Women
Press). (Evans 1997: 147)
de lucha contra el patriarcado, de manera que a finales de los 70 las feministas más radicales
se habían desgajado del grupo original para liderar un feminismo lesbiano más combativo.
Las primeras feministas liberales, de tendencias más moderadas y de orientación
heterosexual, sentían que el movimiento estaba amenazado por un radicalismo excesivo,
creándose unas barreras que nunca más se destruyeron entre ambas facciones del feminismo.
Por su parte, la sociedad patriarcal respondió a la ‘amenaza violeta’, tal como llamaban al
lesbianismo radical, con el incremento ejemplarizante de informes de violencia doméstica,
de asesinatos sexuales, de violaciones infantiles y juveniles, que colapsaron los medios de
comunicación, dejando entender que esta violencia social no era más que un resultado
directo de la relajación de las costumbres, y de la desestabilización de las instituciones
sociales como el matrimonio, y la maternidad. Además, no sólo los hechos contados
presentaban la rabia de una sociedad inmovilista, también la ficción empezaba a representar
una cierta venganza hacia los agentes de la desestabilización: éste es el tiempo de la
criminalización de cada sector social que promovía algún activismo revolucionario en el
cine de Hollywood, que presentaba cada vez más comúnmente escenas de violencia contra
mujeres, caracterizadas como independientes y liberadas de las trabas patriarcales, o que
traía a la palestra versiones conservadoras acerca de fenómenos tan importantes para el
feminismo como la prostitución o el adulterio.12
A partir de los primeros años de la década de los 80 la pornografía dejó de ser un tema
marginal en los estudios del feminismo a convertirse en materia central de las inquietudes
de un movimiento que estaba perdiendo pie ante el dominio público. Los esfuerzos de las
feministas por ganar la batalla a favor de la igualdad de derechos no habían dado los frutos
deseados, dejando a las protagonistas exhaustas, desilusionadas y traicionadas por el mundo
de la política, que estaba minando incluso algunas de las conquistas del pasado como la ley
del aborto bajo el mandato de Ronald Reagan.
12
La década de los 70 no sólo es la época de la relajación de la censura en Hollywood en cuanto a
representación de escenas de sexo, también dejó abierta la puerta a escenas de violencia cada vez más cruentas.
Sólo hay que ver los estrenos de 1971 para demostrar esta entrada masiva de sexo y violencia en películas
comerciales: A Clockwork Orange (dirigida por Stanley Kubrick), Klute, (dirigida por Alan J. Pakula), Straw
Dogs (dirigida por Sam Peckinpah). Todas ellas salían a la calle con la marca de directores de culto, lo que en
cierta manera, justificaba aún más el uso de dichas escenas, aunque fuera para articular ideas acerca de las
mujeres fuertemente anti-feministas.
Este ambiente de pérdida y de regresión fue utilizado en la época por el feminismo más
radical que pronto encontró un nuevo objetivo en la lucha: la pornografía. Esta batalla se
correspondía con las ideas esencialistas del feminismo de la diferencia, por las cuales el
hombre se considera no sólo el principal agente de la opresión femenina, sino que dado que
el patriarcado es esencialmente violento contra las mujeres-víctimas, es además el hombre
un violador en potencia o en acto. La pornografía sirvió a esta nueva causa como fuente para
localizar la principal arma de la sociedad patriarcal, considerándose como un fenómeno que
debía desaparecer.
Desde esta perspectiva, las representaciones pornográficas que caracterizaban a los
personajes femeninos como objetos del deseo de los hombres en una clara celebración del
falo producían actitudes misóginas en el público masculino, ayudando a consagrar la
inferioridad y el abuso de las mujeres en el mundo real. Todo esto lleva a la discriminación
sexual tanto como a una predisposición a encontrar aceptable la violencia sexual. Si esto es
así, los argumentos sobre libertad de expresión parecen triviales al compararlos con el daño
que la pornografía les produce a las mujeres de carne y hueso.
Esta tendencia del movimiento en los 80 se ha denominado como Feminismo Anti-
Pornografía, liderada por las militantes que comienzan la batalla legal para prohibir toda
instancia pornográfica: Andrea Dworkin y Catherine MacKinnon entraron en el caso contra
la pornografía en 1984, momento en que fueron contratadas por el estado de Minneapolis
para legislar la Anti-Pornography Ordinance. Los gobernantes de este estado habían
intentado algún tiempo atrás cerrar algunos comercios que dispensaban pornografía pero
habían fracasado, por lo que asegurarse un análisis sesudo sobre el daño provocado por estas
imágenes a las mujeres les serviría para sus fines dentro de lo ‘políticamente correcto’:
13
Este argumento es bastante difícil de cimentar, y de hecho, a finales de los 90 incluso feministas
convencidas de la necesidad de censurar lo pornográfico han comenzado a ver el fallo de esta distinción,
llegando a la conclusión de que es algo más estético que otra cosa. En este sentido el artículo de Susan Gubar
titulado “Representing Pornography: Feminism, Criticism, and Depictions of Female Violation” es un ejemplo
claro de esta nueva concienciación en cuanto que analiza cómo toda la historia pictórica de las vanguardias del
siglo XX está llena de imágenes que se han vuelto icónicas de la representación pornográfica como la
fragmentación del cuerpo en la pintura surrealista. (Gubar 1987)
achacan podrían entenderse como resultado de la exposición a otro tipo de representaciones
menos atacados socialmente:
[I]t should be clear that just like debates about television violence or the effect of the
mass media in general, there are no clear answers. As such, it would seem that the
best conclusion one can reach about the effect of pornography is that it does not
serve as a necessary and sufficient cause of audience effects, but rather functions
among and through a nexus of mediating factors and influences. (Hunter 2000: 12)
Sin embargo, el rechazo a las tesis del movimiento anti-pornográfico no sólo provienen de
las ciencias sociales, sino que incluso en el transcurso de los 80 y, sobre todo, durante la
última década del siglo pasado, se encuentran numerosos sectores dentro del feminismo
extremadamente críticos con esta forma de censura.14 Uno de ellos es la rama del feminismo
que se denomina a sí misma como anti-censura y que se proclama como activista, cuyas
acciones comenzaron el mismo año en que Dworkin y MacKinnon redactaron su ordenanza
(1984). Éstas son las FACT (Feminist Anti-Censorhip Task Force), que utilizaron una serie
de argumentos contra la ordenanza anti-pornografía explicando que esta censura se colocaba
justamente contra las ideas básicas del feminismo y se aliaba de forma sospechosa con las
instancias conservadoras del poder político y religioso. A ellas se unieron en los últimos
años de la década otras secciones feministas británicas como la FAC (Feminists Against
Censorship), en uno de cuyos panfletos se señala que las mujeres necesitan información
sobre cuestiones sexuales que incluyan las relaciones de poder inherentes a la sexualidad.
Desde su punto de vista, la censura sólo produce un sentimiento de culpa y retribución que
se carga sobre el concepto de sexualidad, siendo este resultado mucho más temible para la
liberación de las mujeres. También solicitan infraestructuras sociales y legales para asegurar
la situación de las trabajadoras del sexo, y además reclaman material pornográfico escrito,
dirigido, producido e interpretado por mujeres, libres del control de directores, escritores y
productores misóginos:
14
No obstante la polémica sigue estando en la cresta de la ola, Dworkin mantiene en la web una página en la
que cuelga documentos y ensayos que avalan su postura (http://www.nostatusquo.com/ACLU/dworkin/) y
desde algunos sectores más conservadores se continúa aportando datos y evidencias para que sirvan de
documentos para la prohibición de la pornografía. Un ejemplo de esto es el artículo de Lila Lee “FACT’s
Fantasies and Feminism’s Future: An Análisis of the FACT Brief’s Treatment of Pornography Victims”. (Lee
2000)
We need an analysis of violence that empowers women and protects them at the
same time. We need a feminism willing to tackle issues of class and race and to deal
with the variety of oppressions in the world, not to reduce all oppression to
pornography. (Rodgerson and Semple 1990: 22)
15
Un sentimiento de crisis es la impresión que tienen las feministas más opuestas a reconocer la
heterogeneidad de un movimiento como éste. La desestabilización producida por la ramificación del
feminismo en consonancia con la entrada de las feministas negras, las marxistas, las lesbianas, y las feministas
del tercer mundo hace cada vez más difícil una teoría general, una epistemología que limite, defina y deje
intacto el concepto de género.
16
En el libro Postfeminisms. Feminism, cultural Theory and Cultural Forms (1997) Ann Brooks da un repaso
de las metodologías, los temas y las batallas que deben librar las feministas en estos tiempos, que no pueden
dejar a un lado los análisis de otras ciencias cercanas a las humanidades. A finales del siglo XX es imposible
hablar de feminismo sin tener en cuenta teorías tan relevantes y recurrentes como el psicoanálisis, el
posmodernismo, el poscolonialismo; y teóricos como Foucault o Derrida.
no volver los ojos a conclusiones que pueden ayudar a un entendimiento mayor sobre el
tema:
Foucault’s work has premised the idea of the textual body, thereby pronouncing a
death sentence on the biological body. His disquisition on sexuality (or sexualities)
upset those notions according to which the body itself is the repository of unbridled
passions, meanings and sexual desires –heretofore “repressed”- and that the body
always signifies in the same way. The Foucauldian body is no transcendental
signifier. To talk of the discursive body, however, suggests that there are shifting
associations attached to social and local bodies and that our sexual desires are
formed for us in discourse, in economies of regulation, confession, technique.
(Berkeley 1995: 3-4)
Tomando esta idea como punto de partida, los cuerpos representados en la pantalla no llegan
a la misma de forma inocente sin connotaciones llenas de significados impuestos
culturalmente, sino que muy al contrario cada cuerpo se inserta en un tejido de discursos
pre-existentes que el receptor tiene asimilados desde antes de entrar en la sala. Es, por tanto,
una cuestión a estudiar y a analizar en profundidad la forma en que se establece esa
interacción entre el texto y el agente que lo interpreta, proceso en el que las variaciones
deberán ser tan imposibles de encorsetar que no será fácil entresacar una teoría general sobre
los efectos de la pornografía. Tal como ya apuntaba Deborah Cameron en su análisis sobre
la ‘política de la pornografía’ en los80:
It is often (and accurately) observed that many serial sexual killers are also avid
porn-consumers; the possible implications of this became a matter of renewed public
concern in America with Ted Bundy’s sensational confession just before he was
executed in 1989. Bundy blamed pornography (thus demonstrating that the influence
of feminism extends even to death row). Commentators responded either by
indicting pornography as the ‘cause’ of Bundy’s actions or by dismissing Bundy as
an inveterate liar clutching at straws.
I would argue, again, that this is not the right way to pose the question. Bundy’s
crimes were not directly ‘caused’ by pornography, but that does not let pornography
off the hook entirely; the desires which informed the crimes must have been
influenced by pornography, among other things… To say that Bundy’s desires were
partly constructed through representation is not necessarily to identify a particular
representation as pernicious, nor to reduce Bundy himself to a cultural dupe. Other
examples show that murderers, like everyone else, derive meanings from texts in
active, creative, and often unpredictable ways. (Cameron 1990: 787-788)
CONCLUSIONES
[Recent feminism have confronted] challenges [that] come from women’s varied
experiences of cultural differences, social divisions and power relations. For
example, claims that patriarchal power, sexuality or reproduction are key
mechanisms in the oppression of women ignore other factors (such as racism,
systems of production, nationalism, heterosexism, ablebodiedism, and the complex
relations between them) that shape women’s lives in differing ways, and complicate
relations between women. Western feminists have been extensively criticized for
relying on an undifferentiated category of ‘women’, in … the pathetic pretence that
differences between women do not exists. (Ramazanoglu and Holland 2002: 4)
Queda, pues, todo un camino nuevo a recorrer desde posturas más flexibles que consideren
el feminismo no como un movimiento que deba censurar representaciones para proteger a
las mujeres. Ellas son las que, individualmente, deben aprender con el apoyo del resto a
articular experiencias que quedan fuera de los espacios defendidos por las feministas más
esencialistas, a reconocer el valor de las fantasías, y a estar totalmente convencidas de las
opciones elegidas, sin temor al arrepentimiento. En la línea de lo que proponen Kate Ellis,
Barbara O’Dair y Abby Tallmer en su artículo “Feminism and Pornography”:
BIBLIOGRAFÍA
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New York: Routledge,1997.
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“Feminism and the Political Crisis of the Eighties”. Feminist Review 12 (1982): 3-7.
Freixas, Ramón. y Bassa, Joan. El sexo en el cine y el cine de sexo. Barcelona: Paidós. 2000.
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London: Sage. 2002.
Rodgerson, Gillian and Semple, Linda. “Who Watches the Watchwomen? Feminists
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