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PORNOGRAFÍA Y FEMINISMO: HISTORIA DE UN DEBATE INACABADO

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Leonor Acosta
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PORNOGRAFÍA Y FEMINISMO: HISTORIA DE UN DEBATE INACABADO
Leonor Acosta.

LA LIBERACIÓN SEXUAL EN EL CONTEXTO DE LOS 60

En la historia de Estados Unidos, las décadas que siguen a la revolución de los 60


constituyen una época fuertemente crítica que colocó en el punto de mira el proyecto
milenarista americano, aquella utopía que sentó las bases de la nación con la llegada de los
padres puritanos provenientes de la corrupta Europa para fundar la ciudad de Dios en tierras
norteamericanas.1
Los años 60, alimentados en cierta manera por la década anterior, con sus desasosiegos, sus
miedos y sus mensajes contraculturales,2 proclamaron como eslogan el mensaje
revolucionario de la liberación (no sólo sexual, sino también liberación de las trabas del
capitalismo, del etnocentrismo, etc.). Este mensaje se convirtió en una respuesta política
radicalizada frente al conservadurismo impuesto por la Guerra Fría, cuyo punto álgido
fueron las protestas generadas en diversos sectores sociales contra la guerra del Vietnam. En
este clima contestatario los argumentos apuntaban hacia el desmantelamiento de todo lo
establecido haciendo que toda una generación comenzara a cuestionar las ventajas del
mundo que les ofrecían unos padres burgueses adaptados a un sistema político, social y
económico imperialista y absolutamente agresivo. Las generaciones más jóvenes, que se
habían constituido como identidad claramente separada del mundo de los adultos unos años
atrás,3 comenzaron a construirse una nueva visión del mundo, se apartaron del camino

1
La escasez de estudios historiográficos sobre esta época tan crucial de la historia de occidente apunta
claramente a las dificultades de emplazarla en un lugar coherente dentro del mítico ‘destino manifiesto’ de la
nación norteamericana. En estos momentos la mayoría de las contribuciones que se concentran en el estudio de
las últimas décadas del siglo pasado proviene de investigadores y estudiosos que trabajan en campos de
conocimientos alejados de la tradición más ortodoxa. Son normalmente áreas caracterizadas por su crítica a los
cánones convencionales como los departamentos universitarios dedicados a los estudios de los medios de
comunicación de masas, la cultura popular, en una palabra los que se emplean con ahínco en las teorías de la
cultura desde la pluralidad y la descentralización del conocimiento.
2
La década de los 50 asistió a las propuestas artísticas contraculturales de la Generación Beat, uno de cuyos
objetivos fue el desmantelamiento del proyecto cultural estadounidense, fenómeno que debe considerarse
como premisa desde la cual nació más tarde el movimiento hippie. Como señala Jennie Skerl, “[The Beats]
sought to create a new alternative culture that served as a bohemian retreat from the dominant culture, as a
critique of mainstream values and social structures, as a force for social change, and a s a crucible for art.”
(Skerl 2004, 2)
3
La creación de la identidad juvenil y la figura del adolescente cargadas de connotaciones que las separan de
las otras edades del ser humano se produjo también durante los 50. Este icono que ha pasado a formar parte
ineludible de la cultura en la segunda mitad del siglo XX puede interpretarse como una revisión
marcado por la tradición de generaciones pasadas buscando nuevas formas de vida lejos de
la sociedad capitalista y puritana tradicional.
En este contexto de contracultura y de búsqueda de alternativas, las drogas4 y el sexo fueron
dos factores claves en cuanto que se conformaban como agentes fundamentales de la
liberación de la subjetividad, en una nueva celebración del individualismo más idealista. La
sociedad se caracteriza entonces como un sistema represor cuyas instituciones y códigos no
hacen otra cosa que domesticar al individuo, separándolo de su ser auténtico. En este
sentido, el consumo de drogas junto con el sexo libre se vincula a la necesaria búsqueda del
yo (inalienable, intimista) así como a una respuesta lúdica de rebeldía hacia la política bélica
del gobierno estadounidense.5
El mundo de la cultura se hace eco dando paso a una época de efervescencia en la que
cualquier manifestación cultural se convierte en acción política, y consecuentemente es ésta
también una época de cuestionamiento de actitudes restrictivas, como la censura impuesta
sobre la representación de la sexualidad en cualquier medio de comunicación.
Fundamentalmente el cine de Hollywood, donde la censura había ejercido una presión muy
fuerte desde su época dorada, cobra vida nueva con la disolución de los códigos de
producción relacionada directamente con la desaparición de la ‘era de los estudios’, tal como
se denomina a la era del cine clásico en la que los estudios tenían el control total sobre la
producción, la distribución y la explotación de las películas.
La floreciente libertad de movimiento dentro de la industria cinematográfica produjo la
introducción de imágenes de violencia y de sexo cada vez más explícitas e impensables en
épocas anteriores, que abonaron el camino para la emergencia de la pornografía como
fenómeno de masas. Desde esta perspectiva, esta apertura puede considerarse como la
democratización de toda una cultura anteriormente asociada a un público masculino

contemporánea del antihéroe romántico alienado y rebelde, en el que interaccionan numerosos discursos
relevantes del momento. (Campbell and Kean 1997: 215-141)
4
La cultura de la droga fue ganando terreno desde principios de los 60 en conexión con los diferentes estilos
de la música y el arte popular. Los Mods habían consumido anfetaminas desde su emergencia como ‘tribu
urbana’ en la década, la marihuana se extendía a una mayoría de adolescentes, y el LSD, con sus efectos
alucinógenos, arrancó un poco más tarde con la emergencia de la psicodelia. “Durante estos años , alrededor
de la mitad de los 60, la experiencia de la droga ya no es el rito existencial de los círculos beat sino que se
convierte en una experiencia colectiva, comunitaria, que amalgama misticismo, utopismo, idealismo, religión
oriental, no-violencia,… en un abandono casi total del plano concreto de la realidad.” (Maffi 1972: 59)
5
En este sentido se puede ver esta respuesta como una repetición de fenómenos culturales ocurridos
anteriormente, en los que las actitudes conservadoras de la política (nacional o internacional) producen
reacciones radicales contra el sistema social y cultural, como por ejemplo, el Romanticismo y su heredero el
Surrealismo.
especialmente marcado por su perversión y a un tipo de distribución clandestina. Esta
expansión de la industria pornográfica, dado el carácter del momento histórico, influyó de
tal manera en la sociedad que muy pronto dio el salto hacia la cultura más elitista cuando
escritores y escritoras, cineastas de culto, y artistas de alto rango se decidieron por utilizar
imágenes sexuales en sus obras sin ningún tipo de complejo.
El auge de la pornografía no sólo acabó con un moralismo que parecía, a tenor de los
tiempos, una instancia más bien ridícula, sino que además cabe asignarle una función social
importante: al convertirse en parte fundamental de los cambios culturales del momento,
contribuyó a la modificación y el desmantelamiento de ciertos conceptos tradicionalmente
ligados a las prácticas sexuales como la procreación, el matrimonio o el amor romántico. En
la pornografía el sexo se presentaba como un caleidoscopio de posibilidades, cuya única
finalidad era el placer de los cuerpos sin las ataduras convencionales que provocaban el
descreimiento de las teorías que tradicionalmente lo sustentaban. Esta nueva visión de lo
pornográfico se erigía como un factor que interactuaba con otros en la batalla contra
instituciones como la familia y la religión, imprescindibles dentro de la teoría social
convencional.

LA ‘SEGUNDA OLA’ DEL FEMINISMO

El espíritu revolucionario de los tiempos sirvió de vehículo para la entrada en escena de


movimientos de emancipación y autodeterminación de sectores dejados tradicionalmente al
margen por razones de raza, sexo u orientación sexual. Entre ellos se encuentra el germen
del movimiento de liberación de las mujeres, que más tarde se consolidaría como la segunda
ola del feminismo, proveniente de las distintas ramificaciones del movimiento por los
derechos civiles, que dio lugar a la fundación en 1966 de la National Organization for
6
Women (NOW). Este grupo de mujeres fue uno entre los muchos que empezaban a
organizarse para luchar contra la discriminación social y a favor de la igualdad de derechos.
Guiadas por una ideología creada en siglos pasados –el término ‘segunda ola’ supone
forzosamente una ‘primera ola’, una continuación de un movimiento que comenzó a finales
6
La Organización Nacional para las mujeres (NOW) nació a partir de ciertas comisiones presidenciales que
trabajaban sobre el estatus de las mujeres. Su fundación en 1966 en el seno de la política de derechos civiles
demandaba más activismo y presión social para su desarrollo. Como respuesta a tales demandas de acción
feminista se produjeron multitud de campañas en contra de la discriminación por cuestiones de sexo y a favor
de la inserción de voces de mujeres en el dominio de la política. Las mujeres que trabajaban en esta línea
aprovechaban fundamentalmente el discurso del socialismo tal como se había utilizado tradicionalmente a
partir de conceptos como la lucha de clases y la alienación del individuo.
del siglo XIX-, las nuevas feministas habían leído con interés las reflexiones sobre el estado
de las mujeres incluidas en el ensayo seminal de Betty Friedan The Feminine Mystique
(1963). En él la autora exponía y buscaba razones para la angustia de las amas de casa
norteamericanas que, después de haber sido capital de trabajo público en los años bélicos,
habían sido devueltas al mundo del hogar, la familia y la maternidad, convertidas en
prisioneras dentro de sus propias casas.
Dada la embestida contra la institución familiar desde otras áreas de la contracultura de
aquellos años, el movimiento de liberación no hacía más que reforzar las debilidades de
dicha estructura social, y demandaba nuevas formas de vida en las que las mujeres pudieran
iniciar la búsqueda de su propia identidad. Condicionadas quizás por la expansión del sexo
libre entre los sectores más críticos, la sexualidad femenina resultó ser entonces un terreno a
descubrir para luego utilizarla como instrumento de liberación del yo reprimido. Es ésta una
búsqueda que pretende acabar con los mitos de la feminidad, disociando las prácticas
sexuales de las ataduras inherentes al sentimiento amoroso y, más importante aún, a la
procreación.
En este sentido, la emergencia de la industria pornográfica (softcore) como fruto de una
lucha ganada a la censura restrictiva entra a formar parte del debate en estos comienzos de
autodeterminación feminista. Desde una perspectiva histórica, el feminismo más combativo
socialmente hablando se benefició de esta apertura cultural acerca de las prácticas sexuales,
fundamentalmente con respecto al reconocimiento del placer femenino o el controvertido
tema de las violaciones. En cuanto a esto último, la disociación de la sexualidad y la
maternidad, las feministas podían argüir razones contra las imágenes negativas que el
patriarcado ofrecía acerca de las mujeres violadas (siempre se aducía un comportamiento
pervertido de estas mujeres, que, en un sentido u otro, provocaban su propia violación), y
también podían demandar la legalización del aborto como derecho civil. Además, las
convenciones de la pornografía, ahora dirigidas a un público mixto y muy diversificado,
dejaban mostrar aspectos del placer obtenido por las mujeres en relaciones sexuales
marcadas a través de estas narrativas por su espontaneidad y su reciprocidad, lejos del
moralismo que las habría pintado como víctimas del sexo.
Para llegar a esta respuesta positiva con respecto a las representaciones de la sexualidad
femenina dentro de la pornografía, las mujeres habían encontrado justificación teórica en
algunos ensayos científicos que jugaron un papel fundamental en la desmitificación de
algunos tópicos falocentristas. Esto fue lo ocurrido con la publicación del libro Human
Sexual Response (1966) de William H. Masters y Virginia E. Johnson,7 donde se ponía en
tela de juicio el concepto de orgasmo vaginal y se celebraba el descubrimiento del clítoris
como productor del orgasmo femenino. Las consecuencias fueron sustanciales en el proceso
de concienciación femenina, haciendo que el descubrimiento del propio cuerpo y del placer
disociado de todos los condicionamientos sociales se colocase en un lugar prominente en
todos los discursos del feminismo de la época.8 El desplazamiento de la fuente del placer
femenino trajo consecuencias de peso para la feminidad construida por la sociedad
patriarcal: de la autonomía de la mujer para encontrar su propio placer a la desestabilización
de la heterosexualidad como norma sólo mediaba un paso, ya que se empezaba a pensar en
el orgasmo vaginal como un mito más de los que la sociedad había inventado para la
represión femenina.

En el terreno de la política el movimiento de liberación de las mujeres, que en un principio


se pensó como parte del socialismo al uso, fue desarrollando un escepticismo cada vez más
evidente, en el sentido de que se empezaba a reconocer la necesidad de una serie de acciones
más revolucionarias para hacerse visibles ante unos sectores masculinos inmovilistas y
reacios a cualquier cambio. El malestar derivado de la inserción de las mujeres en partidos
políticos de izquierdas que resultaron ser instituciones sexistas provocó la necesidad de crear
grupos separados de dichas estructuras cuyo objetivo fuera analizar de forma crítica las
condiciones sociales y materiales inherentes a la existencia de las mujeres. De esta manera
empezaron a reflexionar sobre el pasado del feminismo y a revisar el potencial del
movimiento fuera de los parámetros de la política, poniendo énfasis en la idea de que la
discriminación y la opresión de las mujeres debían radicar en algo más extenso que las
fuerzas políticas dominantes. Una de las primeras y más importantes conclusiones de este
análisis fue el reconocimiento de que el punto de mira para una revolución feminista debía
colocarse en las representaciones de la feminidad en la cultura occidental.

7
El ginecólogo William Howell Masters y la psicóloga Virginia Eshelman Johnson fueron pioneros en la
investigación sobre el comportamiento sexual durante las décadas de los 50 y los 60. Por medio de la
recopilación de datos extraídos de experimentos en laboratorio sobre respuesta sexual, consiguieron desmontar
algunos malentendidos sobre la cuestión de la sexualidad humana. Uno de los aspectos más importantes de su
trabajo conjunto fue el modelo en cuatro fases de la respuesta sexual, descubriendo el papel central del clítoris
en la consecución del placer en las mujeres. (Masters and Jonson 1966)
8
En el artículo “Sexuality in the Consciousness-Raising Novel of the 1970s” Lisa Maria Hogeland estudia con
detalle la inclusión del feminismo y, más concretamente, de las cuestiones sobre sexualidad femenina, en los
medios de comunicación de masas al mismo tiempo que dichas cuestiones se exploran dentro de discursos más
academicistas como la crítica literaria. (Hogeland 1995)
El pistoletazo de salida de esta nueva forma de acción revolucionaria, por el que el
movimiento además pasó a ser conocido públicamente a todos los niveles de la sociedad, fue
la famosa manifestación de protesta ante las puertas del auditorio donde se celebraba la
elección de Miss América, unos meses más tardes del conocido ‘mayo del 68’:

A year of cataclysm for so many, 1968 was the year that women’s liberation burst
into public consciousness with a demonstration at the Miss America Pageant in
Atlantic City. A small group managed to get inside the auditorium and unfurl a huge
“Women’s Liberation” banner from the balcony, while their cohorts outside crowned
a live sheep, auctioned off and effigy of Miss America (“the 1968 model: she walks,
she talks, AND she does housework”), and tossed objects of female torture (bras,
girdles, curles, and issues of the Ladies Home Journal) into a “freedom trashcan”.
(Evans 2003: 52-53)

El componente lúdico de estas primeras demandas transformó el movimiento en un


fenómeno de masas que luego dio lugar a un serio compromiso por intentar identificar los
mecanismos por los cuales se han perpetuado y naturalizado la opresión de las mujeres en
todos los aspectos de la vida, objetivo de las teóricas del movimiento. Es así como el
feminismo llevó a las mujeres a la esfera pública por medio de sus demandas sociales, y
desde allí comenzó a construir una extensa teoría crítica para el objetivo que se habían
marcado desde un principio: el análisis de los agentes culturales que las condenaba a la
opresión y al nivel de ciudadanos de segunda.
Siguiendo este espíritu una gran parte de la energía de estas feministas se concentró en la
creación de centros y grupos que podrían ayudar a las mujeres a concienciarse de su estatus
en la sociedad patriarcal, y otra importante sección del feminismo accedió al mundo
académico de las universidades, los centros de investigación, las editoriales y los consejos
de dirección de revistas y otras publicaciones.

While many radicals over the course of the seventies turned to reform and a
reengagement with public policy and the state, a substantial number also moved into
academia. Women’s caucuses formed in most disciplines in the early 1970s, and
women’s studies programs came into being by the hundreds. By the 1980s feminist
scholarship was flowering in virtually every discipline of the humanities and social
sciences. Armed with new knowledge, feminist scholars inaugurated a massive effort
to transform the entire curriculum in the humanities and social sciences. Women’s
studies programs and centers for research on women… became institutionalised at
most universities, complete with journals, majors, minors, and tenure-track faculty.
(Evans 2003: 60)

A través de estos instrumentos ideológicos el feminismo desafió las bases del conocimiento
introduciendo la categoría ‘mujer’ en el campo de la investigación, creando toda una
filosofía general acerca de un nuevo concepto, el género. Desde un novedoso prisma
conceptual, el ‘sexo’, asociado por sentido común al componente biológico de la identidad,
dejó de ser el foco de preocupación desplazándose a este nuevo término que quiere definir el
sexo femenino como un artefacto ideológico construido social y culturalmente para la
opresión de las mujeres.9
Desde la publicación del libro de Kate Millet, Sexual Politics (1970),10 el análisis del género
condicionaba la postura del feminismo en términos de diferencia, apuntando a que
solamente una diferenciación fundamental entre los sexos podría explicar el estado general
de represión en el que se encuentran todas las mujeres. Esta consideración provocó un cisma
en el movimiento entre el feminismo de la diferencia y el feminismo de la igualdad. La
consecuencia más visible de este fenómeno dentro del feminismo más radical fue la
modificación de sus bases ideológicas, construyendo una teoría que consistía en identificar
al patriarcado como un sistema social, económico y político basado en la violencia y abuso
contra el sector femenino, convirtiendo al sujeto masculino como esencialmente agresor. En
esta línea, un panfleto publicado en 1979 identificaba la heterosexualidad como la primera
causa de la explotación de las mujeres:

La pareja heterosexual es la unidad básica de la estructura política de la supremacía


masculina. En ella, cada mujer individualmente, queda bajo el control de un
individuo masculino. Un sistema mucho más eficiente que tener a las mujeres en
guetos, campos de concentración o arrinconadas en el fondo del jardín. En la pareja,

9
Sobre los diferentes significados del concepto ‘género’ desde su introducción en la crítica feminista de los 70
hasta nuestros días trata el libro Del sexo al género. Los equívocos de un concepto (2003), editado por Silvia
Tubert, una recopilación de ensayos sobre el uso diversificado del término desde disciplinas diferentes, como
la filosofía, la jurisprudencia, la crítica literaria, o la psicolingüística. (Tubert 2003).
10
Este libro pionero en la crítica feminista de la representación localizaba y nombraba por primera vez al
culpable de la opresión femenina: el patriarcado. Millet argüía que si todas las mujeres sufrían y eran víctimas
de la construcción social del ‘género’, entonces todos los hombres se identificarían con una especie de clase
opresora y dominante de forma general. (Millet 1970)
amor y sexo se utilizan para oscurecer las realidades de la opresión, para evitar que
las mujeres ‘identifiquen’ a su hombre como parte del enemigo. Cada mujer que
forma parte de una pareja ayuda a enaltecer la supremacía masculina haciendo sus
cimientos más sólidos.11

Esta teoría que se alinea peligrosamente con un esencialismo fundamentalista inauguró una
época de ‘guerra entre los sexos’ en la que las posiciones estaban cada vez más encontradas
y que derivó en su teorización de la diferencia hacia la difícil identificación entre patriarcado
(todas aquellas agencias de poder marcadamente masculino que reprime y silencia la
identidad femenina) y heterosexualidad. Tomando como punto de partida la teoría del
género como categoría artificial (no natural), se llegaba a la conclusión de que la orientación
sexual no pertenecía a la biología sino a la construcción de la feminidad por parte de los
hombres, por lo que todas las mujeres estaban capacitadas para cambiarla como síntoma y
resultado de la revolución feminista.

Despite evidence that radical feminists concur with other strands that gender
difference is a social construct and therefore subject to change, debates –particularly
around issues of male violence and sexuality- have a tendency to lapse into a
biologism which suggests that men are innately aggressive. In addition, the
commitment to promoting women’s culture can also have a similar effect, since often
this amounted to a celebration of aspects of femininity which had previously been
cast in negative terms… Communal living was the ideal to render male assistance
redundant, and in some cases, lesbianism, ‘political lesbianism’ (the choice of a
lesbian sexual orientation as a political statement, rather than as reflecting one’s
primary sexual choice) or celibacy was seen as the preferred form of sexual
orientation. Many factions held penetration during sexual intercourse to be
intrinsically an act of dominance and aggression by the male. (Whelehan 1995: 74-
75)

La ‘guerra de los sexos’ reclamada por el feminismo radical promovió entre sus militantes la
opción del lesbianismo no sólo como orientación sexual, sino más bien como opción política

11
Traducción de parte del panfleto del grupo Leeds Revolutionary Feminist Group en 1981, con el título Love
your enemy? The Debate Between Heterosexual Feminism and Political Lesbianism (Londres, Only Women
Press). (Evans 1997: 147)
de lucha contra el patriarcado, de manera que a finales de los 70 las feministas más radicales
se habían desgajado del grupo original para liderar un feminismo lesbiano más combativo.
Las primeras feministas liberales, de tendencias más moderadas y de orientación
heterosexual, sentían que el movimiento estaba amenazado por un radicalismo excesivo,
creándose unas barreras que nunca más se destruyeron entre ambas facciones del feminismo.
Por su parte, la sociedad patriarcal respondió a la ‘amenaza violeta’, tal como llamaban al
lesbianismo radical, con el incremento ejemplarizante de informes de violencia doméstica,
de asesinatos sexuales, de violaciones infantiles y juveniles, que colapsaron los medios de
comunicación, dejando entender que esta violencia social no era más que un resultado
directo de la relajación de las costumbres, y de la desestabilización de las instituciones
sociales como el matrimonio, y la maternidad. Además, no sólo los hechos contados
presentaban la rabia de una sociedad inmovilista, también la ficción empezaba a representar
una cierta venganza hacia los agentes de la desestabilización: éste es el tiempo de la
criminalización de cada sector social que promovía algún activismo revolucionario en el
cine de Hollywood, que presentaba cada vez más comúnmente escenas de violencia contra
mujeres, caracterizadas como independientes y liberadas de las trabas patriarcales, o que
traía a la palestra versiones conservadoras acerca de fenómenos tan importantes para el
feminismo como la prostitución o el adulterio.12

LAS POSTURAS FEMINISTAS ANTE LA PORNOGRAFÍA A PARTIR DE LOS 80

A partir de los primeros años de la década de los 80 la pornografía dejó de ser un tema
marginal en los estudios del feminismo a convertirse en materia central de las inquietudes
de un movimiento que estaba perdiendo pie ante el dominio público. Los esfuerzos de las
feministas por ganar la batalla a favor de la igualdad de derechos no habían dado los frutos
deseados, dejando a las protagonistas exhaustas, desilusionadas y traicionadas por el mundo
de la política, que estaba minando incluso algunas de las conquistas del pasado como la ley
del aborto bajo el mandato de Ronald Reagan.

12
La década de los 70 no sólo es la época de la relajación de la censura en Hollywood en cuanto a
representación de escenas de sexo, también dejó abierta la puerta a escenas de violencia cada vez más cruentas.
Sólo hay que ver los estrenos de 1971 para demostrar esta entrada masiva de sexo y violencia en películas
comerciales: A Clockwork Orange (dirigida por Stanley Kubrick), Klute, (dirigida por Alan J. Pakula), Straw
Dogs (dirigida por Sam Peckinpah). Todas ellas salían a la calle con la marca de directores de culto, lo que en
cierta manera, justificaba aún más el uso de dichas escenas, aunque fuera para articular ideas acerca de las
mujeres fuertemente anti-feministas.
Este ambiente de pérdida y de regresión fue utilizado en la época por el feminismo más
radical que pronto encontró un nuevo objetivo en la lucha: la pornografía. Esta batalla se
correspondía con las ideas esencialistas del feminismo de la diferencia, por las cuales el
hombre se considera no sólo el principal agente de la opresión femenina, sino que dado que
el patriarcado es esencialmente violento contra las mujeres-víctimas, es además el hombre
un violador en potencia o en acto. La pornografía sirvió a esta nueva causa como fuente para
localizar la principal arma de la sociedad patriarcal, considerándose como un fenómeno que
debía desaparecer.
Desde esta perspectiva, las representaciones pornográficas que caracterizaban a los
personajes femeninos como objetos del deseo de los hombres en una clara celebración del
falo producían actitudes misóginas en el público masculino, ayudando a consagrar la
inferioridad y el abuso de las mujeres en el mundo real. Todo esto lleva a la discriminación
sexual tanto como a una predisposición a encontrar aceptable la violencia sexual. Si esto es
así, los argumentos sobre libertad de expresión parecen triviales al compararlos con el daño
que la pornografía les produce a las mujeres de carne y hueso.
Esta tendencia del movimiento en los 80 se ha denominado como Feminismo Anti-
Pornografía, liderada por las militantes que comienzan la batalla legal para prohibir toda
instancia pornográfica: Andrea Dworkin y Catherine MacKinnon entraron en el caso contra
la pornografía en 1984, momento en que fueron contratadas por el estado de Minneapolis
para legislar la Anti-Pornography Ordinance. Los gobernantes de este estado habían
intentado algún tiempo atrás cerrar algunos comercios que dispensaban pornografía pero
habían fracasado, por lo que asegurarse un análisis sesudo sobre el daño provocado por estas
imágenes a las mujeres les serviría para sus fines dentro de lo ‘políticamente correcto’:

[The Dworkin-MacKinnon ordinance] defined porn as a violation of women’s civil


rights for which they could sue. Adopted first in liberal Minneapolis (where it was
vetoed) and then in conservative Indianapolis (where it was struck down on First
Ammedment grounds), the ordinance both exacerbated existing tensions between
feminists on this issue and brought feminist views –pro and con- to the attention of a
wider constituency. (Cameron 1990: 785)

La cruzada contra la pornografía, originada en los Estados Unidos y expandida a Gran


Bretaña más tarde, limitaba las consideraciones acerca del fenómeno a los efectos, evitando
definiciones y articulaciones más profundas y plurales sobre este modo de representación.
Generalmente las mujeres que apoyaban esta política creían saber distinguir entre ‘lo
pornográfico’ y ‘lo erótico’, que no es dañino porque el erotismo es una forma de
representación sexual basada en la igualdad como premisa.13 Aparte de esta distinción, esta
cruzada posee otras fisuras como el ataque moralista contra aquellas mujeres que promueven
de alguna manera, creen beneficiosa, o trabajan dentro del campo de la pornografía. Para el
movimiento anti-pornografía estas mujeres no pueden sino estar seriamente dañadas
mentalmente por el sistema patriarcal, tanto que no pueden ser dueñas de sí mismas y actúan
como meros títeres del patriarcado. Y, por supuesto, ha sido y es imposible localizar de
forma exacta la conexión directa entre el consumo de pornografía y las actitudes violentas
contra las mujeres. En un trabajo reciente titulado The Dangers of Pornography? A Review
of the Effects Literature (2000), su autor Chrsistopher D. Hunter, un especialista del estudio
de comunicación de masas, recuerda la falta de empirismo de esta postura feminista, a la que
él llama ‘ideológica’, porque puede ser probada sin necesidad de estudio, análisis ni
evidencias contundentes:

Concurrent with experimentalists attempts to find powerful effects for pornography


anti porn feminist scholars (Dworkin and MacKinnon) developed their own answer
to the limited effects of the Williams Committee findings. They developed what is
often referred to as the ‘ideological’ view of pornography’s effects, which argues
that pornography is the main weapon by which a patriarchal society maintains
dominance over women. As such, the ideological view of pornography can operate
without causal findings of harm. (Hunter 2000: 2)

Después de analizados científicamente los datos acerca de los efectos de la pornografía


como el grado de excitación mental y física, el proceso de insensibilización ante escenas
violentas, la degeneración en cuanto a creencias tradicionales acerca de la familia, los roles
de género, etc., este autor concluye que es imposible localizar estas actitudes como resultado
directo de la exposición a la pornografía, sino que algunos de esos mismos efectos que se le

13
Este argumento es bastante difícil de cimentar, y de hecho, a finales de los 90 incluso feministas
convencidas de la necesidad de censurar lo pornográfico han comenzado a ver el fallo de esta distinción,
llegando a la conclusión de que es algo más estético que otra cosa. En este sentido el artículo de Susan Gubar
titulado “Representing Pornography: Feminism, Criticism, and Depictions of Female Violation” es un ejemplo
claro de esta nueva concienciación en cuanto que analiza cómo toda la historia pictórica de las vanguardias del
siglo XX está llena de imágenes que se han vuelto icónicas de la representación pornográfica como la
fragmentación del cuerpo en la pintura surrealista. (Gubar 1987)
achacan podrían entenderse como resultado de la exposición a otro tipo de representaciones
menos atacados socialmente:

[I]t should be clear that just like debates about television violence or the effect of the
mass media in general, there are no clear answers. As such, it would seem that the
best conclusion one can reach about the effect of pornography is that it does not
serve as a necessary and sufficient cause of audience effects, but rather functions
among and through a nexus of mediating factors and influences. (Hunter 2000: 12)

Sin embargo, el rechazo a las tesis del movimiento anti-pornográfico no sólo provienen de
las ciencias sociales, sino que incluso en el transcurso de los 80 y, sobre todo, durante la
última década del siglo pasado, se encuentran numerosos sectores dentro del feminismo
extremadamente críticos con esta forma de censura.14 Uno de ellos es la rama del feminismo
que se denomina a sí misma como anti-censura y que se proclama como activista, cuyas
acciones comenzaron el mismo año en que Dworkin y MacKinnon redactaron su ordenanza
(1984). Éstas son las FACT (Feminist Anti-Censorhip Task Force), que utilizaron una serie
de argumentos contra la ordenanza anti-pornografía explicando que esta censura se colocaba
justamente contra las ideas básicas del feminismo y se aliaba de forma sospechosa con las
instancias conservadoras del poder político y religioso. A ellas se unieron en los últimos
años de la década otras secciones feministas británicas como la FAC (Feminists Against
Censorship), en uno de cuyos panfletos se señala que las mujeres necesitan información
sobre cuestiones sexuales que incluyan las relaciones de poder inherentes a la sexualidad.
Desde su punto de vista, la censura sólo produce un sentimiento de culpa y retribución que
se carga sobre el concepto de sexualidad, siendo este resultado mucho más temible para la
liberación de las mujeres. También solicitan infraestructuras sociales y legales para asegurar
la situación de las trabajadoras del sexo, y además reclaman material pornográfico escrito,
dirigido, producido e interpretado por mujeres, libres del control de directores, escritores y
productores misóginos:

14
No obstante la polémica sigue estando en la cresta de la ola, Dworkin mantiene en la web una página en la
que cuelga documentos y ensayos que avalan su postura (http://www.nostatusquo.com/ACLU/dworkin/) y
desde algunos sectores más conservadores se continúa aportando datos y evidencias para que sirvan de
documentos para la prohibición de la pornografía. Un ejemplo de esto es el artículo de Lila Lee “FACT’s
Fantasies and Feminism’s Future: An Análisis of the FACT Brief’s Treatment of Pornography Victims”. (Lee
2000)
We need an analysis of violence that empowers women and protects them at the
same time. We need a feminism willing to tackle issues of class and race and to deal
with the variety of oppressions in the world, not to reduce all oppression to
pornography. (Rodgerson and Semple 1990: 22)

Incluso en el caso de feministas ya asentadas en el dominio de la investigación o dentro del


mundo académico hay una cierta duda acerca de si se debe centrar el movimiento en el tema
de la pornografía y la censura, ya que, como temen, puede ser ésta una forma de evitar
problemas mucho más importantes para este nuevo siglo, como la situación de la mujer en
países de fuerte tradición patriarcal que quedan muy lejos de occidente, o el análisis de la
categoría del género en interacción con otras que también ejercen una función relevante en
la creación de la identidad. En este sentido, el feminismo no puede quedarse anclado en el
sentimiento de crisis o de fracaso,15 o en la insistencia en la bipolaridad entre
‘masculino’/’femenino’, sin prestar atención a la pluralidad y al multiculturalismo. 16 Aquí
han sido de ayuda ejemplar las teorías del poscolonialismo y el posmodernismo, que tienden
a desplazar la atención de las ciencias sociales hacia los márgenes, con la consiguiente
renuncia a encontrar un centro desde el que se expliquen de forma trascendente todos los
conceptos inalienables. La idea generalizada es que la identidad viene creada a través de
innumerables manifestaciones culturales que se erigen como agentes de naturalización del
poder, dejando abierta la posibilidad de la transformación de dichos agentes para posibilitar
la entrada de los sectores al margen.
Otra nueva forma de profundizar sobre el tema de la pornografía, que rebatiría los
argumentos en su contra, es la que toma como punto de partida las teorías de Foucault
acerca de la sexualidad. Habiendo sido su estudio sobre la sexualidad, que la analiza como
un compendio de discursos que interactúan de forma dinámica, tan utilizado, citado y
criticado por gran parte del feminismo desde su traducción al inglés en 1980, es imposible

15
Un sentimiento de crisis es la impresión que tienen las feministas más opuestas a reconocer la
heterogeneidad de un movimiento como éste. La desestabilización producida por la ramificación del
feminismo en consonancia con la entrada de las feministas negras, las marxistas, las lesbianas, y las feministas
del tercer mundo hace cada vez más difícil una teoría general, una epistemología que limite, defina y deje
intacto el concepto de género.
16
En el libro Postfeminisms. Feminism, cultural Theory and Cultural Forms (1997) Ann Brooks da un repaso
de las metodologías, los temas y las batallas que deben librar las feministas en estos tiempos, que no pueden
dejar a un lado los análisis de otras ciencias cercanas a las humanidades. A finales del siglo XX es imposible
hablar de feminismo sin tener en cuenta teorías tan relevantes y recurrentes como el psicoanálisis, el
posmodernismo, el poscolonialismo; y teóricos como Foucault o Derrida.
no volver los ojos a conclusiones que pueden ayudar a un entendimiento mayor sobre el
tema:

Foucault’s work has premised the idea of the textual body, thereby pronouncing a
death sentence on the biological body. His disquisition on sexuality (or sexualities)
upset those notions according to which the body itself is the repository of unbridled
passions, meanings and sexual desires –heretofore “repressed”- and that the body
always signifies in the same way. The Foucauldian body is no transcendental
signifier. To talk of the discursive body, however, suggests that there are shifting
associations attached to social and local bodies and that our sexual desires are
formed for us in discourse, in economies of regulation, confession, technique.
(Berkeley 1995: 3-4)

Tomando esta idea como punto de partida, los cuerpos representados en la pantalla no llegan
a la misma de forma inocente sin connotaciones llenas de significados impuestos
culturalmente, sino que muy al contrario cada cuerpo se inserta en un tejido de discursos
pre-existentes que el receptor tiene asimilados desde antes de entrar en la sala. Es, por tanto,
una cuestión a estudiar y a analizar en profundidad la forma en que se establece esa
interacción entre el texto y el agente que lo interpreta, proceso en el que las variaciones
deberán ser tan imposibles de encorsetar que no será fácil entresacar una teoría general sobre
los efectos de la pornografía. Tal como ya apuntaba Deborah Cameron en su análisis sobre
la ‘política de la pornografía’ en los80:

It is often (and accurately) observed that many serial sexual killers are also avid
porn-consumers; the possible implications of this became a matter of renewed public
concern in America with Ted Bundy’s sensational confession just before he was
executed in 1989. Bundy blamed pornography (thus demonstrating that the influence
of feminism extends even to death row). Commentators responded either by
indicting pornography as the ‘cause’ of Bundy’s actions or by dismissing Bundy as
an inveterate liar clutching at straws.
I would argue, again, that this is not the right way to pose the question. Bundy’s
crimes were not directly ‘caused’ by pornography, but that does not let pornography
off the hook entirely; the desires which informed the crimes must have been
influenced by pornography, among other things… To say that Bundy’s desires were
partly constructed through representation is not necessarily to identify a particular
representation as pernicious, nor to reduce Bundy himself to a cultural dupe. Other
examples show that murderers, like everyone else, derive meanings from texts in
active, creative, and often unpredictable ways. (Cameron 1990: 787-788)

CONCLUSIONES

La representación del sexo explícito ha generado una serie de respuestas en torno a la


cuestión de la sexualidad femenina, que, aunque parecen contradictorias, deben considerarse
como reflejo de los momentos históricos específicos en los que se producen. Con la
liberación sexual propuesta por la década de los 60 como instrumento de la
autodeterminación femenina, se produjeron resultados sorprendentes con respecto a la
desestabilización de la familia como vehículo de represión, del matrimonio como paso
ineludible en la vida de las mujeres, y de la maternidad como esencia de la feminidad. Desde
esta perspectiva, las mujeres que participaban en el movimiento de liberación no veían la
pornografía con malos ojos, sino más bien se aprovechaban de ella como representación del
deseo de mujeres independizadas de los códigos sociales que la ataban al hogar. Durante los
años 70 la pornografía floreció bajo el paraguas de la tolerancia legal, sin que las feministas
se opusieran abiertamente ya que en esos momentos el interés del movimiento se centraba
en la inserción de las mujeres en el dominio de la esfera pública y en la concepción de la
igualdad de derechos.
Era una creencia general en aquellos tiempos primeros que la revolución sexual, por medio
de la liberación de la energía sexual, haría libres a todas las mujeres. Era fácil entonces
proclamar la pornografía como instrumento de tal liberación, cuando todavía este impulso
no se había topado con la interacción del análisis de la representación femenina propuesta
por el patriarcado y el problema de la violencia sexual contra las mujeres en el terreno de lo
real.
Con la entrada del feminismo en una época más crítica, que arranca en mitad de los 70, esta
percepción positiva de lo pornográfico cambió de forma radical, cuando la sexualidad
femenina pasó de ser motivo de celebración y búsqueda personal a agente sospechoso de la
opresión. Significativamente unida esta visión de la representación del sexo a una
modificación total de la política gubernamental en Estados Unidos con respecto a la década
anterior, es posible entender este giro ideológico como resultado y efecto de un creciente
neoconservadurismo que va a dominar las décadas siguientes. Sin embargo, es un
neoconservadurismo que permite la disensión dentro de sus territorios, y es así como, junto
con el feminismo esencialista en guerra contra los hombres y, por ende, contra la
heterosexualidad, existiera un feminismo contra la censura, más permisivo en cuanto a la
representación de la feminidad en relación con ‘lo masculino’. Si la ‘guerra entre los sexos’
y el cisma dentro del feminismo centró la atención durante toda una década, la de los 80,
también es posible ver en esa época la colisión e interacción de parte de las feministas con
otras teorías, otras posiciones críticas, que han servido para avivar el activismo político y
académico tan positivos para un movimiento que nació con el signo de la liberación.
Siguiendo una de las razones expuestas por Carolina Ramazanoglu y Janet Holland en su
estudio sobre cuáles deben ser los retos que una metodología feminista debe afrontar, ellas
apuntan a uno de los fallos principales del feminismo anterior:

[Recent feminism have confronted] challenges [that] come from women’s varied
experiences of cultural differences, social divisions and power relations. For
example, claims that patriarchal power, sexuality or reproduction are key
mechanisms in the oppression of women ignore other factors (such as racism,
systems of production, nationalism, heterosexism, ablebodiedism, and the complex
relations between them) that shape women’s lives in differing ways, and complicate
relations between women. Western feminists have been extensively criticized for
relying on an undifferentiated category of ‘women’, in … the pathetic pretence that
differences between women do not exists. (Ramazanoglu and Holland 2002: 4)

Queda, pues, todo un camino nuevo a recorrer desde posturas más flexibles que consideren
el feminismo no como un movimiento que deba censurar representaciones para proteger a
las mujeres. Ellas son las que, individualmente, deben aprender con el apoyo del resto a
articular experiencias que quedan fuera de los espacios defendidos por las feministas más
esencialistas, a reconocer el valor de las fantasías, y a estar totalmente convencidas de las
opciones elegidas, sin temor al arrepentimiento. En la línea de lo que proponen Kate Ellis,
Barbara O’Dair y Abby Tallmer en su artículo “Feminism and Pornography”:

Looking historically and cross-culturally, we see that when sexual expression is


confined to the private sphere, women become more vulnerable to sexist practices,
and women’s concerns have a harder time claiming space in the realm of public
discussion. Such silencing too easily serves, and has served in the past, to impose
restrictions on women’s behaviour when it does not conform to standards of a
‘community’ hostile to the development of women’s autonomy and self-expression.
We are not all in agreement upon each tactic and every issue in our movement, but
are committed to the belief that sexual speech for women should not only be
protected but encouraged, that free discussion of sexuality and of its representation is
essential to our feminist vision. (Ellis, O’Dair and Tallmer 1990: 17)

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