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¿Qué hay después de la muerte?

En los últimos tiempos, se habla mucho de las experiencias cercanas a la muerte,


un tipo de vivencias bastante extendidas. Son muchas también las personas que
se salvan de un estado de coma o, como antes se decía, “clínicamente muerto”.
Pero también la reencarnación está muy en boga.
Hoy día, la reencarnación gana adeptos incluso en los países conocidos
como “cristianos”: el 34% de los católicos del mundo, el 29% de los protestantes, y
el 20% de los no creyentes, dicen creer en ella. Una encuesta realizada en
Argentina por la empresa Gallup reveló que el 33% de los encuestados se
adhieren a esa creencia, mientras que en Brasil, nada menos que el 70% de sus
habitantes se declaran reencarnacionistas. En Europa, el 40% de la población
también ha adoptado esta creencia.
Oficialmente, y como es sabido, la iglesia católica niega la reencarnación, aún a
pesar de postular la “vida después de la muerte”, a la que se denomina
“resurrección”. La teología cristiana habla de un cielo a donde van “las buenas
personas” y un infierno, a donde van “las pecadoras” (el limbo, adoptado en el
siglo XV parece que va a ser erradicado del dogma oficial, señal de la evolución
de la doctrina). Para la religión cristiana, heredera de los preceptos de la religión
judía, sólo existe una vida en un cuerpo físico. El concepto “resurrección” está
asociado a “la vida eterna” en otra “dimensión” llamada “la eternidad”, es decir,
más allá de la materia. Sin embargo, y a pesar de lo que podamos pensar, no
siempre existió esa creencia en el judaísmo. Su aparición está bien datada:
concretamente, en el libro de Daniel, fechado en el 200 antes de Cristo. Allí, un
ángel le revela al profeta este gran secreto: “La multitud de los que duermen en la
tumba se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la vergüenza y el
horror eterno” (12,2).
Anteriormente, los judíos no creían más que en una sola vida, como demuestra el
Salmo 39, una meditación sobre la brevedad de la vida: “Señor, no me mires con
enojo, para que pueda alegrarme, antes de que me vaya y ya no exista más”.
También el paciente Job, en medio de su sufrimiento, le habla a Dios con el
convencimiento de que sólo hay una vida: “Apártate de mí. Así podré sonreír un
poco, antes de que me vaya para no volver, a la región de las tinieblas y de las
sombras” (10, 21-22). O del propio Rey David, en dos ocasiones. La primera, (2
Sm 14,14) : “Todos tenemos que morir, y seremos como agua derramada que ya
no puede recogerse”. La segunda, cuando al morir el hijo del monarca, exclama:
“Mientras el niño vivía, yo ayunaba y lloraba. Pero ahora que está muerto ¿para
qué voy a ayunar? ¿Acaso podré hacerlo volver? Yo iré hacia él, pero él no
volverá hacia mí” (2 Sm 12, 22-23).
Herejías cristianas
La apologética cristiana se esfuerza en afirmar que Jesucristo niega expresamente
la reencarnación, por ejemplo, cuando relata la parábola del rico Epulón, en la que
un mendigo, llamado Lázaro, es llevado con los ángeles mientras que a un rico e
insensible le mandan al infierno. Para los cristianos ortodoxos, cuando Jesús
añade que “ahora debe pagar sus culpas”, se habla de un “más allá” que no tiene
que ver con la reencarnación. Para los cristianos más modernos, esa expresión
admitiría fácilmente una encarnación en otra dimensión espiritual. Sin embargo,
parece que esta negación no fue siempre fue así.
La doctrina herética habla de que las comunidades gnósticas de los comienzos del
cristianismo creían en la reencarnación y que fue borrada de la teología oficial en
el siglo VI, con ocasión del segundo Concilio de Constantinopla. Esta doctrina se
oponía así, a una amplia corriente, encabezada por el sabio Orígenes, quienes
afirmaban que en sus orígenes esenios, sí se creía en ella. En la antigua Grecia,
también Pitágoras y Platón habían afirmado la existencia de la reencarnación,
llegando a afirmar que “el alma nace muchas veces, incluso durante diez mil años,
y, después, parte para la bienaventuranza celestial”. Después de esa época, y a lo
largo de muchos siglos, en Occidente tan sólo las logias masónicas y rosacruces
continuaron creyendo en ella.
Con pocas variaciones, el islam mantiene la misma oposición que el judaísmo y el
cristianismo “oficial” respecto a la reencarnación, porque ello pondría en duda, a
su parecer, la existencia de un Juicio por Allah y acercaría la naturaleza humana a
la divina, en el sentido de que un ser humano podría aspirar a convertirse en un
dios (en minúscula). Sin embargo, el sufismo musulmán, al igual que algunas
sectas cabalistas judías y grupos cristianos como los espiritistas, sí cree en la
reencarnación.
Orígenes de la reencarnación
Los orígenes actuales de la creencia en la reencarnación proceden de Oriente,
concretamente del hinduísmo, y se sitúan en el siglo VIII antes de Cristo. En el
Bhavagad Gita, el libro sagrado del hinduísmo, encontramos estos párrafos, en los
que Krishna le habla al guerrero Arjuna de lo que hay después de la muerte.
”Estos cuerpos finitos que envuelven las Almas que los habitan, se dice que
pertenecen a aquel Espíritu Eterno, imperecedero e incognoscible que está en el
cuerpo…Están igualmente engañados los que piensan que el Espíritu es el que
mata y los que piensan que el Espíritu puede ser destruido; pues ni mata ni puede
ser destruido. No es una cosa de la que un hombre pueda decir: ha sido, va a ser
o será en adelante; pues ni ha nacido ni parará en la muerte; es antiguo,
permanente y eterno y no perece cuando éste cuerpo mortal se destruye”. Hasta
aquí, no hay muchas diferencias con el cristianismo.
Éstas llegan cuando agrega: “así como el hombre arroja sus vestidos viejos y se
pone otros nuevos, así el morador del cuerpo (el Espíritu), después de abandonar
sus antiguas envolturas mortales, entra en otras nuevas”. El budismo y el taoísmo
recogieron estas enseñanzas del hinduísmo, introduciendo conceptos hoy en boga
en todo el mundo. El bagaje con el que llegamos a la Tierra es el “karma”; es
decir, la consecuencia de nuestros actos pasados, fundados en el apego o en el
egoísmo, y que nos atan a la rueda de la reencarnaciones, o “samsara”. Ello es el
origen del carácter con el que nace cada persona, continuación de la mente de
vidas pasadas; siguiendo el camino del “Dharma” o del correcto obrar, uno puede
liberarse de esas consecuencias y llegar a la liberación de la cadena de la materia,
convirtiéndose en un “sanyasin”. Vista así, la vida, cada vida, sería una
oportunidad de liberarnos del karma procedente de anteriores reencarnaciones.
Karma y Dharma serían los equivalentes de los conceptos de causa-consecuencia
y acción-reacción del método científico.
Tanto el cristianismo como las filosofías orientales afirman la existencia de un
alma o espíritu (aunque, para algunos, la primera tendría que ver con la
“conciencia del ser” y la segunda con la “mente”). Ese espíritu sería lo que da vida
al cuerpo y lo que se “va” en un estado de coma a la otra vida y vuelve cuando se
recupera, lo que explicaría los episodios cercanos a la muerte con las clásicas
visiones de una luz al final de un túnel.
Hoy día, las creencias reencarnacionistas se apoyan en los propios estudios
neurofisiológicos, que no han encontrado todavía “la conciencia” en el cerebro,
únicamente, los mecanismos por los que opera la mente, pero no el “observador”,
es decir, la conciencia. Todo ello abundaría en las tesis espiritualistas que hablan
de un alma inaprensible para la materia.
Reencarnacionistas modernos
Más modernamente, han sido los espiritistas de Allen Kardec y los teósofos de
Madame Blavatzky quienes más han tenido que ver con la extensión de la
creencia en la reencarnación. Según ellos, la propia Biblia contendría pasajes que
avalarían la creencia en la reencarnación, concretamente, en la figura de San
Juan el Bautista. Los evangelistas Mateo y Marcos repiten la particular historia de
Elías y San Juan. “Cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No contéis a
nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre
los muertos’. Sus discípulos le preguntaron entonces: ‘¿Por qué, pues, dicen los
escribas que Elías debe venir primero?’ Pero Jesús les respondió: ‘Ciertamente,
Elías ha de venir a restaurarlo todo. Pero yo os digo, sin embargo, que Elías ya
vino, aunque no le reconocieron, sino que le hicieron sufrir cuanto quisieron’. Así
también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos. Entonces los
discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista”(San Marcos, 9, 9-13.
“Os aseguro que Elías ha venido ya en la persona del Bautista y han hecho con él
cuanto les plugo, según estaba escrito”, San Mateo, 17, 9-13.).
Allan Kardec, quien elaboró toda una teoría acerca de los estados del
espíritu, afirma: «Puesto que Juan el Bautista era Elías, hubo entonces
reencarnación del espíritu o del alma de Elías en el cuerpo de Juan el Bautista».
Otro investigador del siglo pasado, Papus, afirma igualmente: “En principio, los
Evangelios afirman sin ambages que Juan el Bautista es Elías reencarnado. Esto
era un misterio. Interrogado sobre ello, Juan el Bautista calla, pero los demás lo
saben. También está la parábola del ciego de nacimiento castigado por sus
pecados anteriores, la cual invita a la reflexión”.
Hoy día, la creenia en la reencarnación está relacionada con el libre albedrío y un
cierto sentido de la “justicia”, en el sentido de que es el ser humano quien tiene la
última palabra en su camino evolutivo, eligiendo entre las buenas y las malas
acciones. El aprendizaje sería el origen de las sucesivas reencarnaciones, que
pueden acontecer, para los espiritistas y los seguidores de la Nueva Era, en
mundos con diferente desarrollo evolutivo: esto sería el equivalente a los cielos e
infiernos de la doctrina tradicional. Aquellos mundos más evolucionados serían los
“paraísos” y aquellos donde abunda más el sufrimiento serían “los infiernos”. “En
la casa de mi Padre, hay muchas moradas”, dejó dicho Jesucristo. El porqué no
nos acordamos de las vidas pasadas se explicaría, según estas tesis, porque a
veces nos toca relacionarnos con gentes a las que hicimos el mal (o el bien) en
vidas pasadas siendo el juego de esta “vida” congraciarnos, perdonar o aprender a
entender a aquellas personas que no supimos entender. Ese sería el “trabajo” a
realizar en esta vida.
Las cualidades o desgracias con las que a cada uno le toca lidiar en su vida
estarían relacionadas con el karma acumulado en vidas pasadas.
Divergencias reencarnacionistas
Sin embargo, entre los defensores de las tesis reencarnacionistas tampoco existe
una única doctrina. Las religiones orientales, como el budismo o el jainismo,
sostienen que una persona se puede reencarnar en un animal, de ahí el mimo con
que tratan hasta el último insecto y su negativa a comer carne animal, pues
consideran que puede ser el alma de un familiar. Según ellos, una persona que
haya acumulado mucho “karma” en una vida, puede “descender” a un nivel de
conciencia inferior, por ejemplo, el de un animal. Esta creencia es, sin duda, la
más atacada por las religiones seguidoras del Libro (judaísmo, islam y
cristianismo), porque, a su juicio, “degrada al ser humano”.
En general, los defensores de la reencarnación en Occidente niegan que el alma
de un ser humano pueda pasar a un animal, pero sí admiten que pueda
encarnarse en diferentes sexos. Para los espiritistas, un espíritu puede encarnar
como hombre o mujer a lo largo de sus encarnaciones, lo que, de paso, explicaría
el origen de la homosexualidad como un recuerdo de una vida pasada. Tampoco
existe coincidencia sobre el plazo que ha de transcurrir para una nueva
encarnación. Según algunos, un mismo espíritu sólo se vuelve a encarnar
después de miles de años, mientras que otros afirman que se puede reencarnar
después de poco tiempo.
Para los tibetanos, que tienen su particular “Libro de los muertos”, al morir el
cuerpo pasa por un periodo de 49 días en el que el ser tiene la oportunidad de
separarse de la rueda de las encarnaciones y alcanzar la paz total. Si no lo
consigue, si queda apegado a las cuestiones terrenales que ha dejado, se
reencarnará, también aquí, de acuerdo al nivel de conciencia con el que haya
finalizado su existencia.
En el fondo, lo que se defiende con estas teorías es que existe una justicia en las
vidas y uno tiende a volver en un “equipaje” de acuerdo a lo que haya hecho en
esa vida pasada. Ello añadiría un toque de “justicia” para la evidente disparidad de
condiciones (económicas, físicas, intelectuales) con las que nace cada persona.
Por ejemplo, los superdotados como Beethoven, Mozart o el ajedrecista Bobby
Fischer se definirían como unas personas que ya vienen “equipados” con unos
conocimientos procedentes de otra vida. Curiosamente, tanto la religión cristiana
como la musulmana recurren a la ciencia para explicar este hecho, remitiéndose a
la genética y “los dones de Dios con los que nacen determinadas personas”.
Cuadro 1. ¿Qué buscan las regresiones como terapia?
De acuerdo a la extendida creencia en la reencarnación, en las vidas pasadas
podemos encontrar la explicación a gran parte de lo que nos ocurre. Hoy día se ha
puesto de moda acceder a las personas que realizan regresiones con el objeto de
obtener información acerca de alguna vida pasada que explicara lo que le sucede
en la actualidad.
A través de una hipnosis, supuestamente el paciente entra en un trance que le
lleva a conectar con vidas pasadas, en las que hallaría una explicación a los males
que hoy le acaece.
Cuadro 2: La reencarnación para los egipcios
Según Akhenaton (1362 a.C.), cuando se acaba la vida de alguien en este mundo,
comienza una vida diferente en el cielo. Tan pronto como uno muere, el alma viaja
hasta alcanzar “el Tribunal Mayor” en el Cielo. Asciende tanto que al final alcanza
la presencia de Osiris y espera rendir cuentas con palabras así: “He venido a Tu
presencia siendo libre de los errores. A lo largo de mi vida hice todo lo que podía
para satisfacer a la gente devota. No derramé sangre ni robé. Tampoco sembré
cizaña ni hice diabluras. No cometí adulterio o fornicación”. Los que pueden hablar
así participan en la congregación de Osiris mientras los que no pueden y cuyas
malas acciones pesan más que las buenas, se arrojan al fuego y los demonios los
torturan allí.
Cuadro 3: Una explicación para las almas gemelas
La teoría de la reencarnación explicaría la familiaridad que encontramos en
algunas personas desconocidas, que rápidamente pasan a ser nuestras amigas o
parejas… Se trata de una sensación potente e inexplicable desde el punto de vista
racional, y tiene que ver con una empatía y una conexión entre ambos inexplicable
desde el punto de vista material, pues no se conocen.
Entre las gentes de la Era de Acuario, se piensa que la mayoría de las personas
pueden tener varias almas gemelas, y mientras mayor es su tiempo de existencia,
mayor es el número de almas gemelas. Las almas gemelas pueden estar
encarnadas en esta dimensión con nosotros o estar como guías nuestros en la
otra dimensión, dándonos valor y ayudándonos. Nuestras almas gemelas nos
conocen bien y comparten con nosotros muchas experiencias intensas y/o que
nos acercan sentimental y emocionalmente.
El amor a primera vista, o flechazo, se explicaría porque esas dos personas
habrían compartido momentos gratos en otra vida, siendo esto vivenciado como
un reencuentro, aunque, por culpa del trato de la desmemorización, no lo
sabríamos.

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