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Dana Jano

A Dana Jano la conocí en la Primaria Pública, era en verdad una chica particular
como su nombre.
Cuando la maestra la nombró en la lista: Jano, Dana.
—¡Jano! ¡Jano! Ano... Ano… ¡Ojo de culo, ojo de culo! —dijo el pecoso, hijo del
carnicero que le fiaba a mi mamá cuando no alcanzaba a la quincena, como casi siempre
ocurría.
Todos nos echamos a reír, ella nos miró con esos ojos oscuros y profundos que aún
dicen tanto a mis recuerdos. Entonces la maestra Sanz con su voz de fumadora nos mandó a
callar.
Decía que había nacido entre libros y discos, un día en que Dios había dejado un
suplente; nosotros no entendíamos eso porque solo conocíamos a las suplentes de las
maestras; esas que no sabían nada y que lo que hacían era gritar amenazando con llamar a
la directora, pero nosotros les hacíamos burla.
Era condenadamente desordenada, como el pedacito de cuarto que yo compartía
con mis hermanos. Nunca tenía cuadernos al día, todos borroneados con las puntas
dobladas, pero siempre se las arreglaba para salir bien.
—A ver, Dana, tu tarea —decía la maestra.
Y ella, veloz, con esa voz femeninamente ronca y suave que usaba cuando le
convenía:
—Está bien, pero mejor se la leo y luego se la explico con ejemplos y todo para que
vea cuánto sé.
La maestra mordía el anzuelo facilito.
Una vez nos contó que la habían enseñado a leer las arpías que acosaron a Fineo.
Nosotros no conocíamos al señor Fineo, pero pensamos que era bien pendejo
dejándose de esas pájaras bravas como llamaba mi abuela a unas mujeres que vivían en la
avenida 4.
Luego nos decía que una señora llamada Hathor, la había tomado como su pupila y
de ella le quedaron algunas vivencias que la ayudaron a contener el miedo que le producían
esos monstruos y otros más peligrosos y antiguos.
A veces era extrovertida, inocente, dulce, luminosa, transparente como las caritas de
los ángeles de caramelo que vendían en la esquina; otras, silenciosa, oscura, extraña, con
una seducción que nos atraía; transmitía una atracción algo animal.
El catire, pobre chico que se sentaba a su lado en la tercera fila, cayó bajo ese
embrujo. Una vez se le ocurrió dibujar en una hoja del cuaderno de Ciencias cómo soñaba
con el sexo de Dana y se lo deslizó a escondidas en un descuido.
El llanto y los gritos de ella no fueron normales; hoy me pregunto si fue el ángel o
la seductora que habitaban en ella, o ambos, los que lanzaron ese vendaval que cayó en el
patio de recreo, adonde nos mandaron a salir en esa ocasión. Aunque nos paramos debajo
de los árboles, nos dimos una tremenda mojada que nos valió un castigo de nuestras
madres, porque ese día no había llovido en toda nuestra pequeña ciudad.
Al pobre chico, la maestra lo torturó hasta el cansancio para que confesara el delito,
pero mantuvo su boca cerrada. De todas maneras lo expulsaron. Alguien dijo que al otro día
Dana siguió como si nada hubiese ocurrido, más contenta que nunca.
Mientras las demás del grupo soñaban con casarse con un hombre rico, Dana quería
ser cantante de melodías extrañas, de esas que la gente comúnmente no escucha pero que
son especialmente bellas. También dijo que sería viajera como Marco Polo para llegar a
lugares que muy pocos hubiesen visitado.
Años después, he sabido por una amiga en común, que asumió cada sueño como un
viaje, por eso ha recorrido lugares que casi nadie conoce. Tristemente, cuando los describe,
la mayoría de la gente, voltea hacia otro lado. Eso la desconcierta.
Yo, aún hoy, cuando los años, las cuatro esposas y las innumerables amantes,
apenas si me dejan algo de mi amarilla cabellera de antaño, al pasar por esa escuela sueño
con esos ojos oscuros, profundos, y el sexo delicado e infantil de Dana Jano.

SQ
Mayo 2023

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