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UNIVERSIDAD TÉCNICA DE ORURO GESTIÓN 2022

LIC. RONALD CAMA CRISPÍN

1. Caso
Lucia; Una estudiante de economía de poco más de 20 años fue de vacaciones a La Paz en compañía
de un joven que, durante el viaje en flota, le hizo intimas confidencias sobre su vida y sus problemas.
Llegados al lugar de descanso, se les sumó una amiga de ella. Días después, le sobrevino a la
estudiante un ataque de depresión acompañado por un sentimiento de odio a sí misma; según sus
palabras, era “como bajar a un pozo”. Pasadas unas horas, empezó a sentir intensos celos hacia su
amiga, a quien el joven prestaba más atención que a ella; se recluyó en su habitación y tuvo un ataque
incontrolable de llanto. Los otros dos la oyeron y acudieron, y ella atinó a declararles sus
sentimientos. Su ataque de depresión desapareció y desde ese momento no sólo pasó bien el resto de
las vacaciones, sino que a largo plazo adquirió la capacidad de relacionarse con grupos de una manera
nueva: no como extraña, sino como participante.

El hijo malcriado; Un joven abogado, hijo único, que en años recientes había empezado a dar
inequívocas muestras de sentirse desdichado, refirió que su madre decía siempre que el padre lo
había malcriado. Más bien, la verdad parecía que ella siempre había sido posesiva y sobreprotectora
en grado sofocante; y el padre, hombre competente en su trabajo, en casa era dominado por su mujer y
la dejaba hacer, en actitud incompetente y pasiva.

La antropóloga y el gato; Una joven graduada en antropología pasaba por una de sus habituales crisis
con su amigo Erick, que solía decepcionarla en lo que parecía una conducta crónica y compulsiva.
Estaba de visita en casa de una amiga, adonde Erick le había hecho la promesa, que desde luego no
cumplió, de llamarla por teléfono. Tenía sobre sus rodillas el gato de su amiga, cuando ésta le dijo:
"Bien sabes que Erick no te conviene". La joven antropóloga arrojó con fuerza el gato lejos de si (que
cayó sobre sus patas sin daño alguno, como es propio de estos animales) y se marchó de la casa.
Cuando regresó, la amiga desde luego estaba furiosa y durante mucho tiempo no pudo olvidar el
incidente.

El azúcar echada; Cierta noche, una madre entró en el dormitorio de su hijita y halló el piso
embarrado con heces. Asqueada, no la regañó sin embargo y se limitó a limpiarlo todo. Al día
siguiente, la niña por accidente volcó el azúcar; la madre perdió por completo el control y le dio una
paliza.

2. Caso
Camila en el hospital; Cierto médico se internó en un hospital para una operación. Trabó amistad con
una niñita de cuatro años, Camila, quien en la habitación contigua esperaba turno para ser operada de
amígdalas. Al día siguiente de la operación su madre la visitó, pero Camila se negaba a responder. El
médico fue testigo del incidente y después vio a Camila acostada, inmóvil, como si estuviera
paralizada, los ojos fijos en el cielo raso, en tanto la madre en otro lugar de la habitación la ignoraba y
conversaba con algunos familiares.
Él se acercó a la cama de Camila y le dijo con ternura, por dos veces, mientras le acariciaba el pelo:
"Sí, es terrible quedarse en el hospital sin mamá". Camila dejó escapar un desconsolado sollozo,
mientras la madre acudía enojada, diciendo: "Mire lo que ha hecho, ahora tendrá dolor de garganta
durante días". El médico le respondió a media voz: "He sufrido treinta años de tartamudez a causa de
un episodio parecido”, y se marchó.
¿Cuál fue el resultado? Al comienzo, Camila se refugió llorando en brazos de su madre; luego, durante
veinte minutos caminó con ella de un extremo al otro del corredor; por fin, en la habitación, tomó la
mano de su madre, y las dos parecían felices. Innecesario es decir que nadie agradeció al médico lo
que había hecho.

El examen oral de Anatomía; Un estudiante de medicina llegó a la sala de disección y se encontró


con que sus dos compañeros querían que los tres se presentaran esa misma tarde a rendir examen
sobre el muslo. No creía estar todavía suficientemente preparado, y protestó; pero los otros
insistieron. “Muy bien
-dijo-, rindamos el examen esta misma mañana".
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3. Caso
Carlos; Un joven Ingeniero Químico trabajaba en un instituto militar. Cierto día lavaba una ampolleta
de plástico transparente que contenía yodo. Cuando puso la ampolleta bajo el grifo y la solución
marrón empezó a correr hacia el sumidero, le acudió repentinamente un recuerdo de su infancia; tenía
entonces siete años, él con su padre y su madre habían salido de excursión y pasaron el día al pie de
una cascada.

Bella y los cachorros; Un estudiante universitario de arquitectura consiguió por fin superar su intensa
timidez e invitó a salir a una chica. Era verano y tras comer juntos fuera de casa salieron a caminar por
el campo. A medida que avanzaba la tarde fue cediendo poco a poco la tensión que les provocaba la
timidez, y en el momento de atravesar un prado él pudo mirarla y aventurar la apreciación: "Se está
muy bien aquí". Ella ratificó con calor: "Sí, se está muy bien"; siguió un breve silencio. De manera
repentina, y sin que al parecer viniera al caso, ella dijo: “Tenemos una perrita llamada Bella; un día
hizo una larga escapada, y semanas después descubrimos que iba a tener cachorros"; la conversación
prosiguió entonces, de manera natural y espontánea, sobre los cachorros, y cómo eran, y los hogares
que habían encontrado para ellos.

El paciente neurológico; Un hombre de más de cuarenta y cinco años se internó en un hospital para
someterse a una investigación de sus dolores de cabeza, con certidumbre casi total se determinó que
eran psicógenos. Durante su internación, el terapeuta (varón) que le habían asignado lo alentó a hablar
sobre su vida y los problemas actuales que pudieran estar en la raíz de su síntoma. El paciente atinó a
expresarlos, lo que le procuró gran alivio. El día anterior a que lo dieran de alta -pues no se había
descubierto causa física-, conversó de nuevo con el terapeuta, y repentinamente narró: "Hace unos
meses mi mujer y yo fuimos a comer a un restaurante. Pasamos una velada deliciosa, y en el momento
de retirarnos llamé a la jefa de servicio y le pregunté cómo podía agradecerle la maravillosa
atención que nos había brindado. Respondió que, si deseaba agradecerle, quizá podía decírselo al
gerente".

Andrea; Citas tomadas del informe escrito preparado por un psicólogo sobre la tercera entrevista de
investigación con una muchacha de 25 años:
"Entonces le dije que le podíamos ofrecer tratamiento de grupo, pero eso significaba anotarse en una
lista de candidatos y yo no podía garantizarle el momento en que se produciría una vacante. Bien se
advertía que no le gustaba mucho la idea, pero cuando le pregunté si prefería tratamiento individual,
dijo no saberlo en realidad y que quizás un grupo sería bueno para ella. Que todo dependía de cómo
fueran las otras personas”.
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"Deliberadamente dejé que sobreviniera un silencio para obtener una comunicación más espontánea,
que en efecto se produjo. Sin que viniera al caso, me preguntó si me había dicho que su compañera de
departamento había sufrido un colapso psíquico poco tiempo antes. Resultó que esta compañera
asistía a un grupo terapéutico. Parece que el trabajo de introspección la había perturbado. Y esto era
muy inquietante porque la paciente, la primera vez que se encontró con esa compañera, la juzgó
como una persona notablemente normal y estable".
Veamos, con las palabras del entrevistador, cómo se desarrolló de hecho la situación:
Aunque en esta muchacha se habían advertido algunos indicios de manifestaciones psicóticas tanto en
las entrevistas como en los tests proyectivos, se llegó a la conclusión de que tenía suficiente fortaleza
para enfrentar una psicoterapia y se la anotó en la lista de candidatos para un grupo; no obstante,
sus declarados recelos. Tres meses después, y antes de que se le ofreciera una vacante, sufrió un
colapso psicótico agudo con abundantes delusiones y alucinaciones.

El policía militar; El paciente era un oficial de la Policía Militar, casado, de 38 años, que siempre
había considerado una flaqueza toda manifestación de sentimientos intensos -como el amor o la ira- y
se enorgullecía de su aptitud para enfrentar cualquier situación. Acudió con la queja de que lo
asediaba un estado de angustia grave, aguda, que lo ponía al borde de las lágrimas, temía estar en
vísperas de un colapso. Se lo trató en un total de cuatro sesiones terapéuticas, lapso en el cual
consiguió encontrarse con un camarada, otro oficial que, según llegó a saber, había sufrido en cierta
época de síntomas semejantes a los suyos. Parece haber sido un factor terapéutico importante: desde
ese momento empezó a sentirse mejor y sus síntomas cedieron. En consecuencia, el terapeuta le
propuso interrumpir el tratamiento en ese punto, pero le dijo que podía regresar en cualquier momento
si sentía la necesidad de hacerlo. El paciente aceptó este parecer y el terapeuta deliberadamente adoptó
una actitud pasiva a fin de esperar las comunicaciones que pudieran brotar sobre su propuesta.
"Entonces se creó entre nosotros un clima muy cómodo, de total intimidad; el paciente guardó
silencio por unos quince segundos más o menos, y de repente empezó a comunicar lo que le pasaba
por la mente". Dijo, entre otras cosas: “Había un sargento en la unidad que siempre andaba 'a las
corridas'. Cuando surgían dificultades siempre acudía a un superior para preguntarle que debía
hacer. No obstante, tenía muchos años de servicio, y él, el paciente, solía zanjar la situación
diciéndole que era totalmente capaz de resolver las cosas por sí mismo".
En el curso de la sesión, esa interpretación se confirmó; en efecto, el paciente hizo las siguientes
observaciones:
- Que al llegar a cada sesión siempre había tenido la impresión de que el terapeuta pensaba: "Cristo,
otra vez ese tipo".
- Que el terapeuta sin duda creía que a su edad no debía permitirse caer en un estado así.
- Cuando el terapeuta insistió en que a su juicio el problema no estaba resuelto el paciente dijo: “Espero
demostrarle que está equivocado".
- Al término de la sesión, aunque el terapeuta le había dicho que él mismo se pondría en contacto con
el paciente si éste no lo hacía, respondió: "En cierto sentido espero no verlo nunca más”.
4. Caso

Iván; El paciente era un joven de 26 años, Ingeniero Petrolero aspirante a doctorado, que demandó
consejo por un problema concreto referido a su madre.
Tiene cinco años menos que el otro hijo de la familia, una hermana casada que vive en Argentina. El
padre murió hace tres años. Desde entonces la madre permaneció en un estado de depresión crónica,
sigue internada, porque es incapaz de desempeñarse sola. A causa de esta incapacidad de la madre,
debieron vender su casa, que tenían en Cochabamba, y ella ahora está en un asilo, en esa misma
ciudad, mientras el paciente prosigue sus estudios de doctorado en una universidad de Santa Cruz.
En su exposición ante el psicólogo a quien consultó, el paciente afirmó que sin duda su madre
necesitaba más atención, más apoyo, cobrar más interés en la vida. Manifestó considerable rencor
hacia el asilo, ya que no le proporcionaba esas cosas. El psicólogo llevó entonces al paciente a admitir
que, muerto su padre y con su hermana en Argentina, era la única persona a quien tocaba la
responsabilidad de la situación. Dijo el paciente saberlo, y haber pensado que, considerándolo bien, lo
mejor sería hacer que su madre fuera trasladada a Santa Cruz a la casa donde él estaba viviendo. Y
dijo que justamente había solicitado la entrevista para que lo aconsejaran sobre si ese era la mejor
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decisión.

5. Caso
Andrea

Antecedentes y quejas; Era la menor de tres hermanas. Siempre fue apegada a su madre y pudo
compartir con ella todos sus sentimientos. El problema se situaba en su padre, hombre por demás
afable, pero que parecía siempre confundido cuando se trataba de sentimientos delicados; en
consecuencia, tenía escasa idea de las necesidades afectivas de su hija y nunca se había permitido
tomar contacto con ellas.
La paciente demandó psicoterapia a la edad de 30 años, con la queja de diversos síntomas
gastrointestinales, miedo a comer en restaurantes y una incapacidad para establecer relaciones íntimas
y estables con hombres. Padecía además de depresión leve, había considerado la idea del suicidio y en
ese momento vivía en su hogar con sus padres, incapaz de trabajar. Fue atendida por un terapeuta
varón; al comienzo, tuvo tres sesiones por semana, y después una sola, durante algunos años.
El enojo con los hombres y el origen de los síntomas; De sus síntomas, el primero que cedió al
proceso terapéutico fue su incapacidad para el trabajo. Tiempo después de iniciada la terapia, por fin
se sintió capaz de volver a trabajar; le concedieron una entrevista y la aceptaron en un empleo. Llamó
a su terapeuta para contárselo…
Siete meses después de iniciada la terapia, conoció a un hombre llamado Cesar, a todas luces muy
enamorado de ella. Cierto día dijo haber caído en la cuenta de que tan pronto como un hombre le decía
que la amaba, perdía todo interés por él; era lo que le estaba sucediendo con Cesar. Dijo saberse
atractiva para los hombres y advertir que se veía llevada a cautivarlos deliberadamente hasta tenerlos
en su poder; debía tratarse de una suerte de venganza. Ahora se percataba de haber hecho eso con
todos sus novios en el pasado.
"Días pasados, cuando Cesar me dijo '¿No puedes ser agradable conmigo? Pasamos muy poco
tiempo juntos', por un momento lo intenté y enseguida me sentí enferma; entonces le dije '¡No!', y el
malestar pasó enseguida".
Ella y Cesar comentaban las noticias aparecidas en los periódicos sobre una serie de prostitutas
encontradas muertas en el río. Mientras hablaban sobre eso, ella empezó a sentirse mal, y Cesar dijo:
"Sí, es un poco malicioso". Con energía le replicó: "No, no es eso. Si yo fuera prostituta, habrían
encontrado muertos en el río un montón de hombres desnudos". Y en el acto le desapareció la náusea.
Sentimientos edípicos; Después de iniciada la terapia, dijo haber estado preocupada poco tiempo
antes por sentimientos de culpa y remordimiento. Tras algunas interpretaciones sobre sentimientos
edípicos, dijo haber tenido, entre éstos, la idea irracional de que, si su madre moría, ella podría tener a
su terapeuta para sí.
En el curso de la terapia, repetidas veces informó que se despertaba por la noche con un sentimiento
angustiante, que con el paso de los meses poco a poco fue pudiendo identificar. Al comienzo era que
no tenía que pensar en algo; después, que no tenía que pensar en algo sobre su madre; luego, que no
tenía que pensar en su madre de una manera particular; más tarde, que no tenía que pensar en su madre
con celos; más recientemente había tenido un sentimiento similar con respecto a Cesar, pero no era un
sentimiento adulto; ella quería que el viniera y la consolara, pero ella no tenía que pensar que lo
necesitaba.
Mucho tiempo después fue capaz de continuar esta serie: la fantasía parecía consistir en tener a uno
de sus padres para ella; luego había en eso algo sobre tener un bebé; y después, era el sentimiento de
que ella se iba con un hombre y dejaba a su madre sola, lo cual se asociaba con culpa y
remordimiento.
"Es como si mi madre me estuviera interrumpiendo siempre en alguna fantasía que yo me estaba por
encaminar. Y desde luego, no puedo expresar nada de mi sexualidad en su presencia, y parece que la
vida con ella sólo consistiera en limpiar la casa y hacer dulces".
Síntomas primitivos; Narró un episodio en que sus padres habían sido invitados a una comida por
una mujer, y su padre no quiso asistir. La paciente lo consideró terrible por la desilusión de esa mujer:
"Supongo que en ese caso yo me sentiría así y creo que a otras personas ha de pasarles lo mismo".
En cierta sesión, la paciente informó sobre un sueño: “Estaba con un hombre anciano y tuve el
impulso de arrancarle el pene”; acompañado esto por el sentimiento de estar poseída por algo malo.
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Un día que Cesar le había hecho el amor y después declaró que debía irse, ella le replicó en el acto:
"Si te vas, te muerdo”, agregando para si "y lo escupo".
6. Caso
Gustavo y los conciertos; Un hombre de 24 años demandó tratamiento; se quejaba de:
- Dificultad para tratar con hombres, sobre todo en presencia de mujeres.
- Sentimientos de hostilidad en presencia de una autoridad masculina.
Tiempo antes de la terapia le había sobrevenido una exacerbación de sus problemas. He aquí las
circunstancias: Había asistido a un concierto en compañía de su amiga y de un conocido de ambos, a
quien definió como bien parecido y de imponente personalidad. Aunque lo consideraba un individuo
interesantísimo, enseguida le cobró aversión porque le pareció que a su amiga le atraía y sintió que los
dos estaban en competencia por la atención de ella. A medida que avanzaba el concierto se puso más y
más agitado hasta que se vio obligado a regresar a su casa. Dijo que su angustia fue tan grave que
durante tres días quedó ofuscado.
Durante la terapia, su situación actual reveló que el paciente vivía con esta amiga, en realidad una
mujer casada que por su edad podía ser su madre y tenía un hijo más o menos de la misma edad que
él. Por añadidura, el marido de ella, aquejado de esclerosis múltiple, vivía en la misma casa, no
obstante, lo cual ella y el paciente llevaban adelante una relación sexual.

Oscar y el dentista; Un hombre de 35 años acude a terapia para el tratamiento de neurosis a causa de
una angustia muy grave y de ataques de pánico que le habían sobrevenido a raíz de la extracción de un
diente. En parte, la angustia se manifestaba como miedo a morir de un ataque cardíaco.
Su vida actual y su pasado reciente reveló que pocos años antes su mejor amigo se había casado con
una muchacha por quien él (Oscar) se sentía en extremo atraído. Su lealtad hacia el amigo no le
permitía declararse a la muchacha, y los tres mantenían una relación estrecha y cálida. Ahora bien,
habrían pasado unos tres años, cuando este amigo murió de manera repentina e inesperada a causa de
una trombosis coronaria; para resumir el caso, el paciente terminó por casarse con la viuda de su
amigo.
Durante la terapia se pudo saber que, en el momento de disponerse a practicar la extracción, el dentista
había dicho: "Algunas personas tienen el corazón malo; otras, tienen dientes malos”.
Wilson, el acusado; Joven de 22 años, que con anterioridad apenas si había tomado noticia de apetitos
sexuales, repentinamente empezó a experimentar un irrefrenable deseo de presenciar contactos
homosexuales. En una de estas ocasiones, él mismo fue excitado por un joven y experimentó una gran
sensación de alivio cuando éste le tocó los genitales. Lo arrestaron por conducta indecente en público.
En la entrevista se averiguó que una muchacha de la oficina donde trabajaba le demostraba interés
últimamente, a raíz de lo cual observó que: "los sentimientos homosexuales en cierto modo parecen
más fáciles”. Ante lo cual se le señaló que acaso se había sentido un poco atemorizado por sus
sentimientos hacia la muchacha; como respuesta, el paciente refirió que:
- El jefe de la oficina tenía una desagradable actitud disciplinaria.
- Durante algunas semanas asedió al paciente el miedo de cometer pequeños errores que el jefe pudiera
descubrir y, como dijo después, experimentaba un constante "mal presentimiento".
- En la oficina había también una mujer de cierta edad y temía que "hablara" (parece que al jefe) si él
cortejaba a la muchacha.

Santos, el transportista; Este joven de 26 años fue derivado a consulta por una grave angustia fóbica
a los sitios con mucha gente, que le había sobrevenido de manera repentina un año antes. Aunque la
secuencia temporal exacta no quedó clara, asociaba el estallido de su angustia con las dos situaciones
siguientes:
1. Había establecido una relación muy buena con un jefe, que le hizo diversas promesas de ascenso. Pero
el propio jefe fue promovido y trasladado, se olvidaron de las promesas y el paciente se sintió
traicionado.
2. Por la misma época en que ocurría lo anterior, se le presentó una situación más espinosa: cierta tarde,
cuando intentaba poner en marcha su automóvil para regresar a su casa, se encontró con que la batería
estaba descargada y la cambió por la de uno de los vehículos de la empresa. No se propuso hurtarla y
en todo momento tuvo la intención de reemplazar después la batería defectuosa. No obstante, se
descubrió el cambio y tuvo que confesar. A pesar de que la empresa trató el asunto con total
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benevolencia, dijo que nunca en su vida se había sentido culpable y avergonzado. A las pocas semanas
renunciaba al empleo.
De sus antecedentes, mencionó estos problemas:
- Una pauta repetitiva de renunciar a sus empleos por incapacidad de contener la ira frente a sus jefes.
- La incapacidad de entregarse en la relación con mujeres.

Rafael; Hombre de 29 años trajo a la terapia una queja: una tendencia a la eyaculación prematura, que
le causaba angustia.
a) "Quizá soy demasiado sensible. Suelo decir cosas ásperas a la gente, y después me quedo mucho
tiempo afligido".
b) Siguió diciendo que en una época solía salirse de casillas con la gente, pero ya no le sucede.
c) Una de las formas que esto cobraba era meterse en peleas callejeras, pero un día se topó con uno que
lo volteó de un puñetazo; desde entonces dejó totalmente de buscar pelea. Fue a la edad de 17 años.
… Acto seguido el paciente agregó el tema del logro, que desde luego se relaciona con la
competencia, diciendo que si bien había obtenido muy malas calificaciones en sus exámenes finales
(punto que ya había aflorado), en un examen intermedio había ganado el primer puesto.
… El paciente lo confirmó enseguida en grado sorprendente, revelando que su padre había obtenido
diversas medallas por su trabajo, era un buen artista, había estado en la selección de básquet de
Cochabamba y, además, era un hombre muy combativo, se había trabado en innumerables peleas y
nunca le pegaron. En un pasaje posterior de esa misma sesión, el paciente introdujo otro aspecto,
diciendo que a menudo deseaba rebelarse contra autoridades masculinas y aun darles un puñetazo.
Agregó que su padre con mucha frecuencia se salía de casillas y le pegaba, y cada vez él se resolvía a
no protestar.
En una sesión posterior dijo:
- Que lo asediaba un constante sentimiento de culpa.
- Que a la edad de 17 años empezó a interesarse por una prima, cosa que está absolutamente prohibido
en nuestra sociedad, por lo cual su padre le reprendió severamente.
De una posterior sesión que siguió se seleccionó los siguientes puntos:
1. Dijo haber pensado a veces que su padre podía morir, pero le daba miedo asumir la responsabilidad
de jefe de la familia.
2. Por primera vez mencionó haber sufrido de ataques de angustia con el sentimiento de que debía
haber hecho o no algo, por ejemplo, llamar a su padre a casa.
… Frente a esto, el paciente repentinamente declaró: "Sí, sabe usted, una vez leí las cartas de amor
que envió a mi madre”. Siguió refiriéndose al gran amor que siempre había tenido por su madre, y que
últimamente parecía haberse debilitado un poco.
Tras esta sesión, el paciente experimentó el más extraordinario sentimiento de alivio: "Quería dar
brincos de alegría por la calle”.
7. caso
Ramón
Joven, de 25 años, el mayor de tres hijos, acudió con la queja de su miedo a salir y a encontrarse con
gente, en particular en compañía de una joven. Le sobrevino cinco años antes de demandar asistencia,
cuando creyó haber dejado embarazada a una muchacha y tuvo un serio ataque de angustia y náuseas
pensando la reacción de su padre, "él se habría puesto furioso". Tres años atrás su padre había muerto
de un repentino ataque al corazón; desde entonces el paciente se volvió cada vez más hipocondriaco,
con la angustia de morir, como su padre, "en la flor de la vida". Y cuatro meses antes se le había
exacerbado la angustia cuando debió dar a su hermana menor en matrimonio en reemplazo de su
padre.
Por lo que sigue se advertirá cuán extrañamente contradictorios fueron los sentimientos aflorados: por
un lado, presentó al padre como a un hombre fuerte que imponía una rígida disciplina en el hogar, no
permitía que nadie le contestase; era, en suma, el "tirano de la casa". Y por el otro lado, como a un
hombre débil aquejado de síntomas de angustia semejantes a los del propio paciente: recordó un
episodio en que su padre no había sido capaz de entrar en un restaurant y él, el paciente, debió traerle
los sandwichs para que los comiera en el automóvil.
Durante la terapia, la manera de vestirse y el aspecto del paciente variaban llamativamente: en una
sesión aparecía vestido por completo de negro y se dejaba crecer la barba; la vez siguiente, vestía a la
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moda y estaba bien rasurado; otra vez, llevaba un ambo y una camisa realmente chillones. Se averiguo
que:
- Su padre era calvo y desaprobaba fuertemente el cabello largo, los bigotes y la barba.
- Él mismo debía vestirse a la moda a causa de su empleo, pero le disgustaba mucho la ropa de color
chillón.
El padre tenía hacia los automóviles una actitud semejante a la que mostraba el paciente con respecto
a la ropa. Había conducido vehículos costosos, pero le disgustaban mucho los pintados de colores
vivos. El siguiente sueño contiene una referencia a esto y además un claro simbolismo edípico:
“Su padre llega a casa tras larga ausencia. El paciente está en el piso alto y ha estacionado afuera su
Brasilia pintado de color amarillo brillante. No obstante ser un automóvil pequeño, le ha
incorporado un poderoso motor de carrera, Su padre está muy enojado, no sabe bien la razón, pero
quizás es porque estaciono en el lugar que aquél tenía reservado".
No obstante los manifiestos sentimientos "negativos" de hostilidad, miedo y rebelión que se disciernen
en casi todo lo expuesto, el amor y la añoranza del paciente tenían igual, si no mayor, intensidad: dijo,
por ejemplo, que su padre prestaba más atención a su hermana que a él y en la misma sesión mencionó
el deseo de “ser una mujer”; en otras sesiones le acudían con frecuencia lágrimas a los ojos cuando
hablaba de su padre, lo que culminó en la más sincera y directa declaración: "¡Cómo desearía que
estuviera vivo!".
8. caso
Ana (dos tipos diferentes de transferencia); Muchacha soltera de 27 años acudió a la terapia con la
queja de una fobia bastante severa a desmayarse cuando enfrentaba situaciones públicas como por
ejemplo reuniones. Había sido tratada anteriormente mediante psicoterapia por un varón, quien en
cierto momento ensayó con ella una abreacción, que, si tuvo algún efecto, fue dañino.
El segundo terapeuta (también varón), en la entrevista inicial, le dio la interpretación de que intentaba
hablarle sobre sus partes buena y mala y estaba ansiosa por ver cómo reaccionaría el frente a éstas.
Con gran dificultad la paciente empezó a confesar algunos de sus impulsos sexuales que no se había
atrevido a revelar a su terapeuta anterior, aunque ese tratamiento había durado más de un año.
En la tercera sesión, tras referirse un poco más a impulsos sexuales, dijo que se sentía muy aliviada y
como para irse a dormir en presencia del terapeuta.
Esta posibilidad se confirmó ampliamente cuando en la quinta sesión la paciente informó con gran
culpa que ese fin de semana había despertado por la noche sintiéndose sola, y entonces tuvo una
vivida fantasía sexual sobre el terapeuta. A raíz de ello se averiguó que algo muy semejante -acaso sin
que tuviera plena conciencia- le había sucedido con el terapeuta anterior; y que, en la sesión de
abreacción, ambos habían terminado en una animada plática en que ella describía el tipo de hombre
con quien deseaba casarse, justamente parecido al terapeuta, en tanto él le decía que ése era el tipo de
persona con quien en modo alguno le convenía hacerlo.
En el curso de su nueva terapia, tanto antes como después de la mencionada sesión, se averiguó que
sufría de una grave escisión en sus relaciones con hombres, que hasta ese momento le había impedido
por completo hallar eventualmente marido. Consistía en que sólo podía consentir actividad sexual con
hombres “no respetables” -lo que para ella era muy excitante, pero se acompañaba de un fuerte
sentimiento de culpa-, mientras que se veía llevada a mantener relaciones puras y platónicas con los
hombres a quienes podría desposar. Además, por influjo de la terapia, ahora experimentaba la
irrupción de poderosas y culpables fantasías sexuales hacia sus terapeutas, con quienes las relaciones
sexuales estaban desde luego prohibidas y (se espera) eran inalcanzables.
Una vez más el problema residía en una relación demasiado íntima con el padre; parecía casi seguro
que éste había intimado excesivamente con su hija, era muy posesivo y en extremo celoso de los
amigos de ella. Todo indicaba que el flirteo y la estimulación sexual que se escondían en esa relación
habían intensificado enormemente la culpa de la paciente por los sentimientos sexuales, a punto tal
que no atinaba a integrar amor y sexo.
La paciente debió internarse en un hospital a causa de una breve afección febril, lo que supuso una
interrupción en su terapia. Al regreso tenía la impresión de que el terapeuta le mostraba indiferencia,
por lo que experimentó un considerable resentimiento; no obstante, se podía afirmar casi ciertamente
que el terapeuta no había modificado su conducta hacia ella. He ahí un
sentimiento nuevo en la relación con el terapeuta. ¿Cómo debía el tratarlo? Desde luego, de la misma
manera: debía aceptarlo incondicionalmente, no responder con ninguna de las reacciones humanas
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normales, por ejemplo, una actitud defensiva o de tranquilizamiento, ni resintiéndose él a su vez; y


debía reconducirlo a su origen.
Entonces se averiguó muy pronto que durante mucho tiempo ella había estado enojada por lo que
consideraba la indiferencia de su madre.

Rosa: un problema de confianza; “La paciente mostró un libro de Jacques Lacan y me preguntó a
qué escuela pertenecía. Se lo interpreté como angustia que ella sentía por mi idoneidad, lo cual la
movió a decirme que me pensaba contar algo que no había comunicado a nadie. Después se supo
que había preguntado a su hermana si yo era confiable, contándole a ella lo que yo había dicho en la
primera entrevista". Confió entonces a la terapeuta ciertos acontecimientos sexuales que le ocurrieron
de niña, por los cuales se sentía en extremo culpable y avergonzada y que en su vida había revelado a
nadie.
9. caso
La madre de cuatro hijos; Mujer casada de 29 años que se quejaba de depresión. La situación se
presentó del siguiente modo: ella parecía esperar que el terapeuta hiciera todo el trabajo, con la idea de
que al terapeuta le competía arrancarle información. Un diagnóstico anterior indicó que se trataba de
una depresión posparto. Pero había tenido su último hijo (el cuarto) dieciocho meses antes, y negaba
que se relacionara con su depresión. El principal sentimiento de la paciente era el autorreproche de no
ser bastante competente como esposa y madre. Se le preguntó si había estado deprimida antes.
Respondió que "nunca se había sentido bien". Preguntada que quería significar, dijo que nunca se
había llevado bien con su madre y había abandonado su casa a los 19 años. Siguió narrando que no
mucho después tuvo un “ataque" en que hizo añicos muchos objetos de su departamento. Fue después
de una discusión con su novio, quien deseaba tener relación sexual con ella sin comprometerse a
amarla ni a casarse.
Si bien la paciente iba proporcionando importantes testimonios, al mismo tiempo creaba un clima de
desconfianza y renuencia cada vez mayores. Esto salió finalmente a la luz en un momento en que ella
guardó silencio, y a la pregunta de qué ocurría, dijo creer que el terapeuta escenificaba algún juego
con ella y esperaba que dijera algo.
Considerado todo ello, se le dice, en primer lugar, que era muy difícil dar a los propios hijos el amor
que no se había recibido; y en segundo lugar, que como el hombre que deseaba sexo sin dar amor, ella
no podía menos que sentir que el entrevistador le pedía mucho sin darle nada a cambio.
Luego, la paciente, suspirando dijo: “No puedo soportarlo”, y se echó a llorar; y cuando se recuperó,
la entrevista pudo continuar sin dificultad. Uno de los principales rasgos que afloraron fue una madre
dominadora que empleaba las cosas materiales como sustituto del amor y esperaba por esto
agradecimiento de quienes la rodeaban.

Ramón (transferencia homosexual); El paciente había padecido de síntomas agorafóbicos durante


ocho años; además, produjo síntomas hipocondríacos tres años antes de la demanda de asistencia, tras
la muerte repentina de su padre por ataque cardíaco. Durante la terapia afloraron con mucha claridad
sus encontrados sentimientos hacia el padre. Como ya se mencionó, dijo que su hermana había
recibido de éste mucha más atención que él, y en la misma sesión mencionó su deseo de “ser mujer”.
La siguiente secuencia pertenece a la tercera sesión: Uno de los temas de la primera parte de esta
sesión fue la necesidad que experimentaba de demostrar a otros hombres su superioridad, por ejemplo,
en la ropa que usaba y los automóviles que conducía; se le proporcionó entonces una excelente
interpretación de sus sentimientos en conflicto dentro de la transferencia: que el paciente lo necesitaba
y no obstante se sentía en competencia con él. El paciente respondió diciendo que era inconcebible
competir con el terapeuta que "podía tener un Mercedes estacionado afuera". Se conectó esto con el
sentimiento del paciente de no haber podido prevalecer nunca sobre su padre. Casi enseguida dijo el
paciente: "Dígame si mis dolores de cabeza son psicológicos. No querría consultar a mi médico por
esto porque el piensa que soy un caso difícil. Aunque me le presentara con un grano en el trasero me
diría que es psicológico".
…"Creo que usted tenía un ansia grande de ternura de su padre y sintió que él lo rechazaba; y ahora
sigue usted buscándolo en otros hombres como su médico y yo; y tiene miedo de que lo rechacemos”,
dicha con tono muy afable, quizás habría satisfecho la necesidad del momento.
… "Bueno, se lo diré y haga usted lo que quiera con ello. He pasado una semana infernal y no podía
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pensar en otra cosa, y la razón es que al final de la pasada sesión usted me rechazó. Su tono de voz
cuando me dijo que había terminado el tiempo me dio a entender que no quería saber nada más
conmigo; y como no me dijo 'Lo veo la semana próxima', entendí que deseaba deshacerse de mi".
El grado de intensidad que pueden alcanzar los sentimientos transferenciales en un hombre necesitado
de ternura paterna se puede apreciar por los acontecimientos que siguieron. En la séptima sesión, el
terapeuta empezó con la novedad de que abandonaría la ciudad por motivos de salud, por lo cual la
terapia debería terminar mucho antes de lo previsto. Después, en la octava sesión, antes que el
terapeuta declarara su retractación, el paciente dijo: "Para mí es imposible terminar ahora. Me siento
como si estallara, y la noche pasada apenas pude pegar un ojo, todo el tiempo soñaba que hablaba
con alguien en esta sala y era terrible porque esa persona era usted, pero se veía diferente, de
aspecto horrible".
Por fin el terapeuta le dijo que podía proseguir con la terapia hasta la fecha de terminación fijada
originariamente. El paciente se puso contentísimo y a poco admitió su ira: “Estaba realmente muy
enojado con usted por su alejamiento, pero no podía determinarme a hablarle de ello”. Y a
continuación retiró lo dicho señalando que en realidad no era "él” quien se enojaba, sino su
“inconsciente". El terapeuta interpretó la defensa y la angustia, así como el impulso: que no se atrevía
a experimentar su ira por miedo a que aquella no tuviera límites y él explotara. El paciente dijo: “Es
muy cierto; ¡cuántas veces me he sentido así!" y prosiguió evocando una ocasión en que arreglaban el
motor de un automóvil con su padre y éste "se obstinaba y se obstinaba" y "recuerdo que le estreché
la mano enojado y mi padre me regaño a causa de ello".
El terapeuta le dijo: "su padre nunca entendió que él (paciente) podía arreglar el motor del
automóvil, pero él (paciente) necesitaba que su padre supiera más que eso, necesitaba que lo elogiara
por hacerlo". Después el paciente habló de sus sentimientos sobre la muerte de su padre y prosiguió:
"Y hay mucho de ese sentimiento aquí, conmigo, que yo no me doy cuenta de cuánto usted me
necesita, porque si lo advirtiera no le habría hablado de poner fin a la terapia". En este punto
acudieron lágrimas a los ojos del paciente, y dijo: "No me importa que vea mis lágrimas; lo que me
importa es que no puedo lamentarme como es debido y sé que necesito hacerlo"; y tras una pausa: "Es
bueno que usted esté ahí". Parecía el eco de uno de los momentos más conmovedores de las sesiones
cuando, refiriéndose a su padre, el paciente exclamó: “¡Cómo querría que estuviera vivo!”
El terapeuta exclamó: “Este amor hacia mí es muy valioso para usted...”.
10. caso
Mabel; Muchacha de 22 años demandó tratamiento con la queja de síntomas depresivos leves. Tras
esto, se descubrió una pauta profundamente arraigada: el empeño de seguir siempre una conducta
ideal y ser escrupulosa en todo. De hecho, había graves tensiones en su hogar, que ella admitía, pero
sin expresar enojo hacia ninguno de sus progenitores; y en su test proyectivo, cada vez que surgía
alguna posibilidad de agresión o resentimiento, modificaba todo de manera de eliminarla.
Uno de los principales focos de atención de la terapia fueron sus sentimientos agresivos ocultos hacia
sus padres, cuyo nexo con la transferencia sobre el terapeuta varón se estableció siempre que fue
posible. Esto dio sus frutos; en la terapia, adquirió muy pronto la capacidad de censurar a sus padres
con violencia. La culminación se produjo cierto fin de semana que los visitó, tuvo con ellos el primer
altercado desde la adolescencia, y se marchó. No mucho después terminaba la terapia.
Cuatro meses después, se recibió una carta del padre de la paciente; se cita de manera resumida:
"Quiero agradecerle de todo corazón la asistencia que ha brindado a mi hija (...) Mi mujer y yo la
hemos visto casi todos los fines de semana. Está mucho más distendida y alegre y es capaz de
enfrentar su vida mucho mejor que en el momento de acudir por primera vez a usted".
En un seguimiento realizado, se conoció que no sólo se llevaba mucho mejor con sus padres, sino que
ellos se llevaban mucho mejor entre sí. Parece entonces que su acto de afirmación de si despejó la
atmósfera a su alrededor.
Es cierto que en el seguimiento realizado al año de la terapia parecía conservar los restos de una
dificultad para afirmar sus derechos, pero en lo demás llevaba una vida esencialmente feliz y normal
como esposa y madre.

Abraham; Hombre casado, de 39 años, con escasa instrucción, pero una considerable capacidad de
comprensión; acudió al tratamiento a causa de estallidos de pánico agudo, que había sufrido cinco
semanas antes. El factor precipitante inmediato parecía ser éste: poseía una motocicleta con sidecar, de
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la que estaba orgulloso, y su mujer lo obligó a venderla porque temía viajar en ella.
Las razones que lo llevaron a casarse con esa mujer eran muy enigmáticas para el sentido común.
Antes de aceptarlo por esposo, le hizo prometer que no le haría muchas demandas sexuales; y ahora le
permitía mantener relación sexual una vez por mes o menos. Era una mujer dominadora y tomaba
todas las decisiones.
Acaso hubiera alguna relación entre ella y la madre del paciente, pues también ésta era dominante y le
disgustaba la sexualidad. El padre del paciente mantenía relaciones promiscuas y había abandonado a
su madre cuando él tenía 13 años.
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En la tercera sesión afloró un segundo acontecimiento que parecía haber contribuido al estallido de sus
síntomas. En su trabajo, su esposa trataba con hombres acaudalados que poseían automóvil. El paciente
siempre ambicionó uno, pero creía no poder permitírselo. Dos días antes del ataque, su esposa había invitado
a la casa a dos de estos hombres, supuestamente con el fin de demostrarle que no tenía motivos para estar
celoso.
En la cuarta sesión, se le interpretó parte de esos sentimientos señalándole que se veía precisado a sofocar la
ira que su madre le causaba por no permitirle ser un hombre sexuado; también se le mostró el paralelismo
entre esa situación y la que mantenía con su esposa y, sin suavizar las palabras, por aplicación del saber
teórico sobre los sentimientos edípicos, se interpretó la motocicleta como sustituto del falo. El paciente
respondió revelando que desde niño experimentaba dificultades para viajar a causa del miedo a que lo
arremetiera la necesidad de orinar.
De esta compleja terapia extraje el material y las interpretaciones que guardan relación con aquellos temas.
Se le hizo esta interpretación al paciente: era muy posible que su angustia ante el acto de orinar simbolizara
el miedo a la pérdida de control, que probablemente incluía la pérdida de control sobre sentimientos sexuales
En la quinta sesión, el paciente dijo sentirse enfermo y para ello empleó las expresiones "retener cosas" o
"dejarlas salir". Esas expresiones se conectaron con las angustias urinarias del paciente.
En la sexta sesión informó que su esposa le había negado el tener relaciones y él se había quedado silencioso
sin atinar a nada.
En la séptima sesión, el paciente presentó por primera vez impulsos a desafiar la autoridad, por ejemplo, que
durante su juventud iba a prostíbulos y nunca se lo dijo a su esposa, y una antigua fantasía de mantener
relación sexual con una mujer de color.
En la octava sesión, el paciente señaló que hacía las cosas cuando le parecía y no cuando se lo indicaba su
mujer. Esto se conectó esto, en primer lugar, con la rebelión del paciente contra el gobierno que ejercía su
esposa sobre la situación sexual y; en segundo lugar, con su impulso a orinar cuando no se debía,
conjeturando que esto era una suerte de desafío. El paciente dijo enseguida haberle sorprendido tener ahora
este síntoma casi siempre estando con su mujer (lo mismo que de niño, se puede conjeturar, le sobrevenía
sobre todo cuando estaba con su madre).
En la novena sesión se averiguó que en tres ocasiones recientes había tenido poluciones nocturnas cuando
habían puesto sábanas limpias en la cama. Esto es, que inconscientemente acaso empleaba su función sexual
para ensuciar algo y obligar a su mujer a limpiárselo.
En la décima sesión, informó que solía tener un sueño recurrente en que sentía pánico por no poder orinar;
ahora bien, después de la sesión anterior había tenido un sueño en que "orinaba
alegremente”, y tanto, que no podía parar, por lo que había despertado con miedo de estar mojando la cama.
En la undécima sesión, el propio paciente pareció confirmar el paralelismo entre eliminación y "dejar ir”; en
efecto, dijo que antes de acudir nunca sabía que diría, pero luego "nacía de él”.
En la duodécima sesión, brindó confirmación de que la eyaculación era un modo de ensuciar algo: narró
haberse despertado dos veces en los últimos días con su mujer y eyaculando, y que por la mañana debió
disculparse. Se le preguntó por qué debía disculparse, a lo cual dijo sentía que así la ensuciaba. Prosiguió
señalando que a su juicio en el fondo ella deseaba mantener relaciones sexuales tanto como él mismo, y que
la privaba no brindándoselas.
El punto culminante de la terapia se produjo en la décimo cuarta sesiones. En ella, el paciente informó con
mucho enojo que su mujer iniciaba el acto sexual con frases como “Ven y acabemos con ello, creo que
deseas hacerlo ahora" y cosas parecidas. Se le indicó que quizás tras ello había un deseo oculto de que él la
dominara.
Al final, el paciente informó que para su gran sorpresa realmente se había salido de casillas con su esposa la
noche pasada. Ella lo había regañado por tomar algún dinero del destinado al gasto diario, que él de
todos modos estaba por devolver; entonces dio un puñetazo en la mesa y le gritó que dejara de tratarlo como
a un niño. Dijo haber pensado, mientras esto ocurría, que podría ir y discutir lo sucedido con el terapeuta al
día siguiente. Entonces se le dijo que había buscado el altercado para hacer lo que se esperaba de él. En ese
momento el paciente tomó su periódico y lo sacudió y dijo que no lo había hecho por mi sino por él mismo.
De este modo, su episodio de autoafirmación constructiva con su esposa fue seguido por un episodio
semejante con el terapeuta.
La terminación se produjo sin tropiezos luego de varias sesiones.
En el seguimiento realizado se presentó una situación compleja. Los graves ataques de pánico habían
desaparecido, pero el paciente conservaba algunos síntomas urinarios. Durante algún tiempo se habían
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traducido en postergación, pero ésta había sido reemplazada por cierto grado de urgencia (le habían hecho
una cistoscopía y le dijeron que no tenía nada físico). Él y su mujer parecían haber llegado a un compromiso
práctico: cuando la cuestión estaba bajo control de él, adoptaba sus propias decisiones, contra los deseos de
ella si era necesario. Cuando estaba bajo el control de ella, sostenía su propia opinión con firmeza y quedaba
satisfecho aún en los casos en que no se imponía. La situación sexual había cambiado: poco después de
terminada la terapia, se produjo un cambio importante en su mujer; las relaciones sexuales se volvieron
excitantes, vigorosas y frecuentes. El paciente dijo haber decidido no ofenderse si era rechazado
sexualmente, pero que en cambio se daba cuenta de cuándo ella deseaba hacerlo, y entonces era placentero.
Adquirió un automóvil contra los deseos de su esposa y la llevaba de paseo a todas partes, para gran
contento de ella. Estaba muy orgulloso de esa situación.
11. caso
Vicky, la profesora en duelo; Mujer soltera de 34 años, profesora especializada que trabaja como directora
de un kínder.
Entrevista inicial de evaluación; Se le instó a comenzar por donde gustara, la paciente declaró sufrir de
depresión desde hacía unos dieciocho meses, agregando empero que "quizá las nuevas tabletas que su
médico le había prescripto le harían bien".
Ya un cuestionario llenado por la paciente antes de la consulta había permitido averiguar que su historial
contenía sobradas causas para una eventual depresión psicógena; por lo tanto, el hecho de cifrar su esperanza
en los antidepresivos era casi seguramente un recurso defensivo destinado a evitar enfrentarse con
sentimientos penosos.
En consecuencia, se trató primero de averiguar minuciosamente la índole y la gravedad de la depresión. En
lo esencial consistía en el sentimiento de que la vida no merecía ser vivida; en cierta ocasión fue tan aguda
que la paciente pasó cinco semanas sin asistir a su trabajo. En cambio, no existían rasgos "endógenos” como
despertarse temprano; además, negó tener ideas suicidas. No había indicios para un diagnóstico que no fuera
de depresión; al parecer la paciente se había sentido bien hasta hacia dieciocho meses, se entendió en
consecuencia que no había riesgos en internarse de lleno en el historial.
La paciente prosiguió con una declaración directa de su resistencia a examinar sus sentimientos, diciendo
que cuatro años antes su prometido había muerto, pero que "de todas maneras ya era algo muy lejano".
Desde entonces había llenado su vida con muchas actividades y "no podía estar siempre pendiente del
pasado".
Poco a poco se la indujo a narrar el caso en detalle. Había conocido a su prometido en Oruro. Él sufrió
graves heridas a raíz de una explosión de garrafa. Y pocos días después murió en el hospital en presencia de
ella. Le causó una impresión terrible, pero no había llorado y muy pronto se lanzó a una actividad frenética:
asistía a fiestas, bebía mucho y trabajaba horas extras.
Por lo dicho, si bien se trataba de una reacción anormal, es enteramente comprensible que necesitara
defenderse de esa manera, alguien podría juzgar entonces que no hace falta buscar más causas para su
depresión. Se le preguntó por qué se vio obligada a escapar de su pena tan rápido; la respuesta fue que a su
juicio ese proceder era el mejor modo de sobrellevarla.
Ahora bien, por el material escrito de la paciente, se sabía que la historia era mucho más complicada; se
limitó a señalarle que "ya eran muchas muertes, y no podía soportar otra". Esta observación movió a la
paciente a relatar dos episodios traumáticos anteriores. Cuando tenía 16 años, su madre había muerto
atropellada. Después, teniendo la paciente 28 años, su padre sufrió de dolores de cabeza, fue tratado por el
médico de ella con aspirinas hasta que luego de una exacerbación aguda lo internaron en un hospital, donde
falleció a causa de un tumor intracraneano. Es importante señalar que su reacción a estos dos
acontecimientos anteriores había sido muy diversa de su reacción reciente. Tras enterarse de la muerte de su
madre, por ejemplo, había permanecido en casa sentada toda la tarde no queriéndolo creer, y luego lloró
muchísimo.
La propia paciente mostró comprenderlo cabalmente diciendo: "Cuando ocurrió por segunda vez, ya no
pude soportarlo". Entonces se le hizo una interpretación que establecía el nexo entre esta serie de
acontecimientos y la depresión; se le dijo que la muerte de su prometido debió de despertarle no sólo
sentimientos relacionados con ese hecho en sí mismo, sino los que habían quedado pendientes de las dos
muertes anteriores, y que con seguridad todos esos sentimientos estaban allí, pero en lugar de tomar noticia
de ellos, se deprimió.
En este punto la paciente manifestó el comienzo de su alianza terapéutica poniendo el dedo en uno de los
enigmas de su historial, que no había hallado respuesta: su prometido había muerto cuatro años antes, pero
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ella sólo estaba deprimida desde hacía dieciocho meses; y entonces ella misma preguntó: “¿Por qué tan
tarde?" A esto se le respondió proponiéndole que pasara revista a lo que le había sucedido desde que regresó
a Cochabamba dos años atrás. Se averiguó que, en primer lugar, había iniciado relación con un hombre, pero
ella misma la había roto, con plena conciencia de que era una defensa frente a la angustia de que pudiera otra
vez sufrir si intimaba demasiado; y de nuevo llenó su vida con actividades, trabajando incluso en sus
vacaciones.
Por último, la depresión le sobrevino en el momento de retomar su trabajo en la escuela, "quizá por el hecho
de que acababan de darle una responsabilidad suplementaria". Se le dijo que ésa no parecía una razón
suficiente, y entonces afloró la circunstancia de que poco después de comenzadas las actividades, una de las
niñas había acudido a ella deprimida porque acababa de perder a su madre.
El papel del terapeuta en la pena aguda; Imaginemos en este punto que la paciente consultara a un
psicoterapeuta inmediatamente después de la muerte de su prometido. ¿Cómo se habría debido tratar el caso?
La profesora en duelo, motivación; Son idénticos los principios aplicables al tratamiento de esta paciente,
aunque en su caso hubieran transcurrido cuatro años desde el acontecimiento precipitante. Pero antes de
ponerlo en práctica era preciso asegurarse de que la paciente tenía la motivación de enfrentar sus
sentimientos penosos, lo que en modo alguno se podía dar por supuesto: de hecho, la paciente mostraba
considerable renuencia, todavía se empeñaba en cifrar sus esperanzas en la medicación. Pero abreviemos: en
definitiva, se dio cuenta de que eso no conducía a nada e inició una terapia con una terapeuta mujer; se fijó
un plazo de terminación de 15 sesiones, una por semana.
La profesora en duelo, terapia; En la primera sesión siguió presentando con extrema claridad su
motivación ambivalente. Al comienzo adoptó una postura de extrema pasividad y resistencia, con muchos
silencios y repitiendo una y otra vez que tenía la mente en blanco. Hacia el final, empero, hizo estas
declaraciones:
1) las cosas que le pasaban por la mente no merecían ser comunicadas
2) concentrándose en trivialidades, solía distraerse de los pensamientos penosos
3) esto ya no le servía y por eso se sentía deprimida.
De esta manera demostraba comprensión espontánea de una de sus defensas y de su fracaso. Esta mezcla de
resistencia pasiva y de alianza terapéutica caracterizó a toda su terapia.
Al comienzo de la segunda sesión, dijo haber estado a punto de no asistir ese día porque se había sentido
muy mal toda la semana: en el momento de retirarse de la sesión anterior se había anegado en llanto y no
pudo dejar de llorar en toda la tarde. Así, aunque en esa sesión se había hablado muy poco de la causa de su
depresión, ya había empezado el proceso de ayudarla a hacer duelo.
En respuesta a una pregunta que se le hizo, dijo haber "llorado por nada" y aun en la sesión siguiente, en que
informó que el proceso había continuado, dijo que había estado llorando "sin motivo aparente".
En la tercera sesión, la paciente informó sobre una importante coincidencia: que el prometido de una amiga
de ella había sufrido graves heridas en un accidente y en ese momento estaba internado en terapia intensiva.
Esto le traía recuerdos de su propia espera en el hospital en la época en que su novio sufrió las heridas que le
provocaron la muerte.
El tercer tema apareció en la segunda sesión cuando la paciente declaró estar deprimida porque ya no podía
entregarse a una relación con un hombre a causa del miedo a perderlo.
La ambivalencia en la depresión
En la terapia que estamos exponiendo, el problema de la ambivalencia ocupó un lugar central. Desde luego,
todo lleva a pensar que esta paciente, que en su biografía había experimentado por dos veces la muerte
repentina de personas queridas, tenía sobradas causas para no poder enfrentar sus sentimientos frente a una
tercera muerte. También en este caso, por el principio de la economía de la hipótesis, sería innecesario
buscar más. No obstante, a medida que este tratamiento se desarrollaba nos preguntamos si la pena de la
paciente podía haberse complicado a causa de anteriores discordias con alguna de las tres personas muertas.
De hecho, en la segunda sesión se le insistió sobre este punto. Ningún rastro de un problema semejante se
averiguó en relación con su prometido, pero la paciente admitió haber tenido en la adolescencia
discrepancias con su madre, quien no la dejaba salir de noche los días de semana.
En toda la terapia se obtuvieron muy pocos testimonios directos más sobre este problema; los indirectos,
empero, abundaron. Por lo menos en tres ocasiones la paciente informó haber experimentado mejoría tras un
trabajo terapéutico referido, de manera directa o indirecta, a la ira. Uno de los puntos culminantes de la
terapia se produjo en la quinta sesión, en que la paciente contó dos pesadillas. En una de ellas, su actual
amigo (platónico), Arnold, la traicionaba y después le prohibía que llorase; en la otra, ella buscaba a su gato,
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y se encontró con muchos gatos que estaban sentados y la miraban fijamente, al mismo tiempo aparecía
Arnold, pero no era él y tenía un rostro horrible, desfigurado. Él bajó por la escalera y después empezó a
subir de nuevo, y ella despertó aterrorizada cuando los pasos se aproximaban a su puerta.
¿Cómo proceder con estos sueños perturbados, un poco persecutorios, que, en esta mujer, se dirían surgidos
de un estrato más profundo de su psique?
El significado de los sentimientos paranoides; ¿De qué fuente puede brotar estos sentimientos paranoides?
Con ayuda de ese concepto básico podemos considerar el sueño de la paciente. En él, Arnold primero la
traiciona, luego se pone antipático y después se convierte en alguien terrorífico, lo mismo que el gato de ella,
amada criatura, que se convierte en muchos gatos también de apariencia siniestra. Además, el fragmento
sobre los gatos se puede entender mejor recurriendo a una asociación revelada por la paciente en una sesión
posterior, a saber, que cierta vez regresó a su casa de la universidad y se encontró con que sus padres habían
llevado a dormir a su gato.
Ella ansiosamente preguntó ¿qué es ello? Se le repitió la observación sobre la índole persecutoria,
aterrorizadora, de lo que fuera, y la sesión terminó.
A pesar de que sólo a la distancia se apuntó a los sentimientos soterrados, en la sexta sesión la paciente
informó haberse sentido mejor desde la sesión en que contó sus pesadillas. Pero al mismo tiempo había
recaído en una actitud de extrema resistencia, y en la séptima sesión se le hizo interpretaciones sobre
sentimientos transferenciales de enojo, fundamentándolas en la sensación que se tenía de que la paciente
deliberadamente trataba de irritar a la terapeuta estorbando el trabajo. Esta lo negó de plano; no obstante, en
la sesión siguiente (7) dijo haber estado tratando de recordar ocasiones en que se hubiera enojado, y recordó
tres episodios en que había sido menospreciada por la gente; uno de estos casos fue el de un amigo anterior
que, según descubrió, salía simultáneamente con otras jóvenes. No se averiguó un sentimiento semejante
acerca de su prometido. A pesar de esto, tras hablar sobre esos casos de ira, una vez más informó que
últimamente se sentía mejor.
En la octava sesión, se le volvió a pesquisar una eventual hostilidad hacia la madre de la paciente y sacó a la
luz algunos detalles más sobre su conflicto con ella en la adolescencia. Esto determinó que en la novena
sesión se produjera otro de los puntos culminantes de la terapia. La paciente permitió que su alianza
terapéutica derrotara a su resistencia, poniendo por escrito sus sueños de manera espontánea y trayéndolos a
la sesión. En uno de ellos, una mujer llamada Ana había sido asesinada (Ana es el segundo nombre de la
paciente, y también el de su abuela), y un hombre perseguía a la paciente y a su abuela, acaso con la
intención de matarlas. A esto siguió la asociación de que a veces se irritaba tanto con su abuela -mujer muy
anciana, a quien visita regularmente- que deseaba que muriera y después se sentía terriblemente culpable,
asaltándola la idea de que no hacia lo suficiente por ella.
La paciente cuyo caso exponemos lo ejemplificó cuando, en la misma sesión en que contó sus pesadillas,
informó también sobre un "sueño de curación" en que el hielo de un paisaje polar se volvía verde y se
transformaba en hierba.
En la décima sesión, narró un episodio: temblando de ira, había increpado a una vendedora que había tratado
con extrema descortesía a una anciana. Había entonces en ella dos mitades en recíproco conflicto. No hay
casi duda de que la paciente haría de todo antes de permitir que alguien le haga daño a su abuela o de
mostrarse desagradable con ella. ¿Qué siente, entonces, cuando otra persona (vendedora) se comporta
descortésmente con una anciana?
En la décimo primera sesión, la paciente se refirió a un episodio en que su amigo Arnold había faltado a una
cita que tenían concertada y ella tuvo miedo de que algo terrible le hubiera ocurrido. "Es siempre lo mismo:
temo que le ocurra alguna desgracia a la gente que quiero". En ese momento se le agregó de manera textual:
"y a la gente con quien has tenido alguna desavenencia, discrepancia, has manifestado alguna irritación,
molestia". Enseguida se confirmó: la paciente señaló que el día anterior estuvo a punto de pelearse con
Arnold.
Una vez más, en la sesión siguiente se mantuvo en una actitud de extrema reserva y resistencia. Pero en la
posterior admitió que en los últimos tiempos había tenido una conducta mucho más agresiva. En el ejemplo
que se cita, de una niña de la escuela que le había contestado, la ira parecía simple y directa, esto a diferencia
del episodio con la vendedora.
Empezó la décimo segunda sesión diciendo que no le creeríamos lo que iba a decir, pero había pasado la
mañana tratando de convencer a una amiga deprimida de que debía consultar a un psicólogo, puesto que ella
misma había recibido gran ayuda. Siguió narrando que tuvo un ataque de llanto porque otra amiga la desairó:
le había hecho una invitación que después canceló. Lo consideraba una recaída temporaria, pero desde el
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punto de vista de la terapia señalaba un progreso de extrema importancia; en efecto, en este caso el llanto
guardaba relación con su causa, condición que antes no cumplía su llanto depresivo. Se estableció el nexo
con el pasado y entonces la paciente refirió otras dos pesadillas, ambas sobre fantasmas. Se le hizo algunas
interpretaciones, explicándole que a menudo la creencia en que las personas muertas retornan como visiones
es, en realidad, que no han tramitado todos sus recuerdos y sentimientos sobre esas personas.
La paciente siguió hasta el final con su mezcla de alianza terapéutica y resistencia extrema. Parece evidente
que avanzaba inexorablemente a su propio ritmo, sin dejar que la terapeuta la llevara más lejos de lo que ella
podía tolerar. Así, las últimas sesiones contuvieron prolongados silencios y escasa comunicación. En
particular, las interpretaciones de eventuales sentimientos de pérdida por la terminación de la terapia no
obtuvieron respuesta alguna.
En la última sesión, no obstante, enumeró una serie de cambios que parecían ir más allá del mero alivio de su
depresión: declaró sentirse diferente; ahora podía decir cuándo estaba perturbada, mientras que antes nunca
tomaba conciencia de su tristeza o su infelicidad. Poco tiempo antes, una muchacha muy triste acudió a ella y
las dos lloraron juntas; sintió que lloraba por sí misma tanto como por la amiga. Los demás miembros de su
trabajo pudieron darse cuenta de que había estado llorando, pero ya no le importaba.

12. caso
LA HIJA APOPLÉTICA; Paciente, soltera, de 27 años, fue atendida en consulta por un profesional de
formación psicoanalítica. Sólo sabía que la paciente se quejaba de depresión, y de angustia cuando debía
salir de su casa, y que el médico no atinaba a resolver su problema.
Se le preguntó desde cuándo sufría esos trastornos. Empezó su respuesta diciendo que solía tener dolor de
estómago cuando debía ir a la escuela, pero era tanta su angustia que abandonó ese tema y refirió haber
preguntado a su médico si no estaría físicamente enferma; no obstante asegurarle él que no lo estaba, en
lugar de tranquilizarse, sintió todavía más pánico. Dijo desear sólo quedarse en su casa y acurrucarse ahí. Se
le preguntó como era su hogar, a lo cual respondió que compartía un departamento con una amiga; su madre
había muerto de un ataque de apoplejía dos años antes y su padre vivía fuera de Bolivia.
Pudo advertirse que la angustia de la paciente era muy grave y la depresión estaba lo bastante a flor de
superficie para tenerla llorosa durante casi toda la entrevista. Dijo desear asistencia antes que pasara del
punto en que ya no se podría comunicar con nadie: tenía miedo de volverse “loca”. Se le preguntó si tenía
ideas locas. Dijo sufrir ataques de "enrojecimiento" en que lo veía todo rojo; cuando le sobrevenían, se sentía
totalmente incomunicada por lapsos hasta de un cuarto de hora.
En el curso de la entrevista se averiguó que la madre había sido una mujer en extremo posesiva, adhesiva,
reprochadora, y la paciente hubo de luchar por su independencia.
Merece ser señalado que la angustia y la confusión de la paciente eran tan grandes que hasta ese momento no
se averiguó con exactitud el hecho decisivo de su historial, o sea, cuándo habían comenzado sus síntomas. Al
mismo tiempo se han buscado indicios de factores precipitantes en fuentes de conflicto que pudiera haberle
deparado la vida; en este sentido, indudable candidato a desempeñar ese papel habría sido la muerte dos años
antes, de una madre amada y odiada.
Se le preguntó si había llorado la muerte de su madre. La paciente confirmó enseguida la formulación
hipotética que antes se había hecho, declarando haber tenido los "habituales sueños de culpa", por ejemplo,
que su madre estaba aún con vida y la paciente le decía que no podía estar ahí porque había muerto. Si existe
un sueño que diga en voz alta las cosas que uno no podría expresar en la vida despierta, éste era el caso.
Siguió la paciente diciendo que se sentía en precaria situación, vacilando, al borde de algo, y añadió que su
psicólogo era quien la salvaba de "caer en algo". La imagen era recurrente, y cuando la exponía señalaba el
suelo frente a su silla.
En este punto, con la seguridad que procura una larga experiencia, se entró con fuerza en el mundo de la
paciente y a expresar un pensamiento cuya concepción pudiera parecer fantasiosa a primera vista: ¿no tenía
miedo de caer en la tumba de su madre? Esto es, ¿no temía seguir tan unida a ella en la muerte como lo
estuvo cuando vivía? La observación no tuvo un efecto fulminante, pero la paciente pareció aliviada e
interesada. Alentados por esto, se agregó una segunda asociación empática, se le preguntó si el
"enrojecimiento" era como ella se imaginaba la experiencia de tener un ataque de apoplejía. Para sorpresa, la
paciente dijo entonces que el primer ataque le había sobrevenido en el segundo aniversario de la muerte de
su madre. No obstante, manifestó incredulidad sobre la ayuda que podría procurarle establecer esos nexos, si
bien dijo también que la conversación le producía una sensación de alivio físico.
Se siguió adentrándose en la historia personal de la paciente y en su relación con sus padres. Dijo ésta que su
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LIC. RONALD CAMA CRISPÍN

madre ejercía total dominio sobre el hogar, incluido el padre; se refirió a su abierta rebelión contra esto y a
unos intentos de alinearse con el padre contra la madre. En cierto momento narró que el domingo anterior a
la muerte de su madre había desoído un ruego de ella de que la visitara; y con aire tranquilo sostuvo que
quizás ese disgusto provocó el ataque de apoplejía de la madre. Además, posteriormente en esa misma
entrevista contó que luego de su primer ataque de "enrojecimiento" se había sentado en un rincón del cuarto
y había advertido con horror cómo era posible que uno se viera llevado a suicidarse. A raíz de esto, se le
señaló que con seguridad ella de hecho creía (por su sentimiento de culpa) que debía estar junto con su
madre en la tumba. En este momento, por primera vez, la paciente se echó a llorar sin poder contenerse.
En resumen, la paciente fue entrevistada cinco veces más y se continuó el proceso de reelaboración de sus
sentimientos sobre la muerte de su madre en particular la ira que sentía hacia ella y la culpa consiguiente. Se
sintió muy aliviada y pudo retomar su trabajo. Como en tantos otros casos, sin embargo, no había duda de
que tenía graves problemas de personalidad muy anteriores al factor precipitante de su afección reciente,
pero -quizá con tino- entendió haber recibido suficiente asistencia y no quiso proseguir.
Ojeada retrospectiva sobre los pacientes depresivos
Depresión edípica en las mujeres
Casos
La depresión edípica en los hombres
Si bien es cierto que el principal síntoma de los problemas edípicos es en ambos sexos la angustia, las dos
pacientes anteriores son ejemplos muy claros del síndrome que se puede llamar "depresión edípica". En los
hombres hallamos un síndrome que es su correspondiente exacto. El elemento depresivo nace en particular
cuando además de la rivalidad edípica existe un fuerte elemento de amor al padre.
El sastre deprimido; Paciente, casado, de 33 años, se quejaba de haber sufrido ataques de depresión más o
menos una vez por año en los últimos cinco; le acometían intensos sentimientos de inferioridad, no podía
trabar conversación con la gente y perdía la capacidad de recordar cosas. Su padre había ejercido total
dominación en el hogar, solía estar ausente por las noches, y el paciente recordaba de su infancia escasos
contactos con él.
Los sucesos precipitantes de los ataques incluían:
1) un conflicto con su padre mientras trabajaba para él en el negocio familiar 2) haber obtenido éxito: a los
25 años, y como consecuencia de aquel conflicto con el padre, inició su propio negocio, que resultó óptimo y
le permitió devolver una suma considerable que había tomado en préstamo; fue en ese momento cuando le
sobrevino la depresión; y por último, 3) ser desairado por hombres:
a) un joven que trabajaba para él y dejó de hacerlo, prometió regresar, pero en definitiva lo desairó; y b) un
hombre mayor, que antes había trabajado con él, y de quien se había hecho muy amigo, le prometió
reemplazarlo durante un período de vacaciones, pero a último momento le falló y a poco murió (éste fue el
suceso precipitante del ataque que lo movió a demandar asistencia).
Un tema de recurrencia constante en la terapia fue que el paciente demandaba una “guía” y “enseñanza”
hacia su terapeuta. Casi seguramente era el ruego de que el terapeuta le compensara lo que el sentía que su
padre no le había dado. Sólo reelaborando así la ira en la transferencia, y estableciendo el nexo con el
pasado, era posible armarlo para quebrantos depresivos que pudieran sobrevenirle en el futuro. Esta línea de
terapia obtuvo un éxito completo, como lo demostró el seguimiento realizado tiempo después.

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