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El caso de José Olmeda
se viste" -dijo Olmeda riendo también-, "pero me temo que es la clase de individuo
que no está a gusto si no aparenta ser un genio dos o tres veces al día, y eso
puede ser muy molesto para el grupo".
Aquella noche, Olmeda ya dormía desde hacía varias horas, cuando el teléfono le
sobresaltó. Descolgó murmurando sobre los condenados tontos y los teléfonos.
Era Smartz que, sin dar ninguna excusa y aparentemente olvidado de la hora que
era, se puso a contarle emocionalmente la forma en que podía resolverse el
problema de formas de Germán.
Probablemente no solo era un nuevo enfoque, sino además un análisis que
demostraba la debilidad inherente del desarrollo efectuado hasta entonces y cuán
incompleto había sido. Al día siguiente, Olmeda pasó toda la mañana reunido con
Smartz y Germán, el matemático, y suspendió la acostumbrada reunión matutina
del equipo de trabajo, para poder revisar concienzudamente lo que Smartz le
propuso la noche anterior.
Al día siguiente, como era costumbre en el equipo de Olmeda, los miembros del
grupo, incluyendo las secretarias, se sentaron alrededor de la mesa de la sala de
reuniones. José se jactaba de que el trabajo del equipo estuviera dirigido y
evaluado por el propio grupo en su conjunto. Con frecuencia, lo que empezaba
siendo una rutinaria exposición de suposiciones, acababa por llevar a descubrir
otras formas nuevas de considerar esas suposiciones que, muy probablemente, no
se le habrían ocurrido por sí solo al técnico involucrado, que podía llevar mucho
tiempo aceptándolas como base fundamental de su trabajo.
José, nada más comenzar, y por razones que él mismo no comprendió del todo,
propuso que se discutiera un problema al que anteriormente todos habían dedicado
mucho tiempo, con la conclusión de que era imposible encontrarle una solución
viable. Uno de los miembros del equipo observó que no tenía objeto tratarlo de
nuevo, pues estaba convencido de que no cabía enfocar el problema con el
material y los recursos informáticos de los que podían disponer.
Esta declaración produjo a Smartz el efecto de una inyección de adrenalina. Dijo
que le gustaría saber cual era el problema en detalle, y dirigiéndose al pizarrón que
había en la sala, empezó a anotar los "parámetros", mientras varios miembros del
grupo iban debatiendo el problema. Simultáneamente, hizo una lista de las
razones por las que se había abandonado.
Apenas iniciada la descripción del problema, se puso claramente de manifiesto que
Smartz no iba a estar de acuerdo en la imposibilidad de atacarlo. El grupo así lo
comprendió y, finalmente, tras la intervención de Smartz, los argumentos que había
inducido a abandonarlo se esfumaron.
Lo cierto era que Smartz tenia bastantes cosas que aportar en diversos temas
clave del proyecto, algunas de las cuales produjeron en José Olmeda una mezcla
de sentimientos de ansiedad y de irritación y, al mismo tiempo, una sensación
presuntuosa de superioridad sobre Smartz, al menos en un aspecto: Smartz
opinaba que la forma en que había analizado el problema era típica de una
consideración en grupo. Con un aire tan sofisticado que hacia difícil para un oyente
cualquiera disentir, Smartz procedió a comentar en tono despectivo el énfasis que
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El caso de José Olmeda
La presentación que hizo Smartz, tras la que siguió una larga discusión, tuvo un
gran éxito. En ciertos aspectos, dominó la reunión. Él atrajo el interés y la atención
de muchos de los presentes.
Después de todo lo sucedido, Olmeda, sin consultar a nadie, empezó a considerar
la posibilidad de obtener un empleo en otra parte. Algunas semanas más tarde
supo que se estaba organizando un nuevo equipo informático de grandes sistemas
en Barcelona y que la clase de experiencia que él había adquirido le capacitaba
para obtener allí un puesto de jefe de proyecto equivalente al que ocupaba en
Coinfo, pero ligeramente mejor pagado.
José aceptó inmediatamente el puesto de Barcelona y se lo notificó a Eulogio
Gomila en una carta que envió por mensajeros un viernes por la noche dirigida a su
casa. La carta era muy breve y Gomila se quedó estupefacto. Decía simplemente
que por razones particulares -daba a entender que se trataba de problemas de
salud de sus padres- debía irse a Barcelona, pero estaba dispuesto a volver algún
día para ayudar, si fuera preciso, a aclarar cualquier aspecto sobre su trabajo
anterior o que hubiera quedado pendiente, pero que estaba seguro de que Smartz
podía proporcionar el liderazgo del grupo.
Gomila se sintió muy preocupado, pues ya había decidido colocar a Smartz a cargo
de otro proyecto, y había estado dando vueltas en su cabeza sobre cómo
suplicárselo a Olmeda, dada la evidente ayuda que José estaba obteniendo de
Smartz, y la alta estima en la que aquel le tenía. Gomila no hizo ningún intento por
volver a ver a José Olmeda. En cierto modo, se sintió ofendido por todo el asunto.
Smartz, igualmente, estaba sorprendido por la marcha de Olmeda, y cuando
Gomila le preguntó si quería quedarse en el grupo del Cronos o trabajar en el
nuevo proyecto que se estaba organizando, Smartz eligió este último y empezó a
trabajar en él la semana siguiente. El grupo del Cronos sufrió un rudo golpe y su
dirección se encargó temporalmente Germán, hasta que alguien más capacitado lo
tomara a su cargo. Tras dos meses de trabajo poco fructuosos, los contratos del
Cronos para Coinfo se vieron muy recortados, lo cual dio lugar a que el grupo de
trabajo concluyera sus últimos compromisos en el siguiente mes y medio.
A los 6 meses no quedaba en Coinfo ninguno de los técnicos que habían
intervenido en el proyecto Cronos, pues el propio Smartz se había marchado a
Italia con un magnífico contrato.
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