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Culler 1999 Sobre La Deconstrucc
Culler 1999 Sobre La Deconstrucc
Sobre la deconstrucción
Teoría y crítica después del estructuralismo
Traducción de Luis Cremades en Cátedra, Salamanca, 1984. Edición
digital de Derrida en Castellano
https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/comentarios/
culler.htm
CAPÍTULO II, 1.
«Deconstrucción»
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deconstrucción opera dentro de los límites del sistema, pero para
resquebrajarlo.
Aquí tenemos otra formulación: «deconstruir» filosofía es, por tanto, operar a
través de la genealogía estructurada de sus conceptos dentro del estilo más
escrupuloso e inmanente, pero al mismo tiempo determinar, desde una cierta
perspectiva externa que no puede nombrar o describir, lo que esta historia
puede haber ocultado o excluido, constituyéndose como historia a través de
esta represión en la que encuentra un reto» (Positions, pág. 15).
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por una metonimia o metalepsis (sustitución de la causa por el efecto); no
constituye una base indudable sino el producto de una operación tropológica.
Seamos tan explícitos como sea posible sobre lo que implica este sencillo
ejemplo. Primero, no conduce a la conclusión de que el principio de causalidad
sea ilegítimo o se debiera descartar. Al contrario, la misma deconstrucción se
basa en el concepto de causa: la experiencia del dolor se afirma, nos ofrece
una causa para el descubrimiento del alfiler y con ello causa la producción de
una causa. Para deconstruir la causalidad se debe operar con el concepto de
causa y aplicarlo a la propia causalidad. La deconstrucción no busca un
principio lógico más elevado o una razón superior, sino que utiliza el mismo
principio que deconstruye. El concepto de causalidad no es un error que la
filosofía podría o debería haber evitado, sino que es indispensable tanto para
los argumentos de la deconstrucción como para otros argumentos.
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scription, ... cette contradiction n'est pas contingente (La dissémination, pág.
182.)
¿Por qué no ha de ser esto así? Como punto de partida para el comentario
de Derrida, esta pretensión plantea varias preguntas. ¿Por qué debería la
filosofía resistirse a la idea de ser un tipo de escritura? ¿Por qué es importante
esta cuestión de la categoría de la escritura? Para contestar a estas preguntas
debemos avanzar bastante.
l. ESCRITURA Y LOGOCENTRISMO
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Los filósofos escriben, pero no piensan que la filosofía deba ser escrita. La
filosofía que escriben trata a la escritura en calidad de medio de expresión lo
que es en el mejor de los casos irrelevante para el pensamiento que expresa y
en el peor una barrera a ese pensamiento. Para la filosofía continúa Rorty,
«escribir es una desgraciada necesidad; lo que realmente se desea es mostrar,
demostrar, señalar, exhibir, hacer que el interlocutor se encuentre maravillado
ante el mundo... En una ciencia madura, las palabras con que el investigador
“escribe finalmente” sus resultados debían ser tan pocas y transparentes como
fuese posible... La escritura filosófica, para Heidegger del mismo modo que
para los kantianos, está en realidad dirigida a poner fin a la escritura. Para
Derrida, escribir siempre conduce a escribir más, y más y todavía más» (pág.
145).
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Sea cual sea el desagrado de los críticos, esta es una situación
especialmente difícil para los filósofos. Si pretenden resolver los problemas
sobre las condiciones de la verdad, la posibilidad de conocimiento y la relación
entre el lenguaje y el mundo, entonces la relación de su propio lenguaje con la
verdad y con el mundo es una parte del problema. Tratar la filosofía como una
especie de escritura crearía dificultades. Si la Filosofía ha de definir la relación
entre la escritura y la razón, no puede ser ella misma la escritura, porque quiere
definir la relación no desde la perspectiva de la escritura, sino desde la
perspectiva de la razón. Si ha de determinar la verdad sobre la relación entre la
escritura y la verdad, debe estar del lado de la verdad, no del de la escritura.
Por volver a la observación de Derrida antes citada referente al dictum que se
pronuncia contra sí mismo tan pronto como se escribe a sí mismo o es escrito,
es precisamente porque está escrita por lo que la filosofía debe condenar a la
escritura, se debe definir a sí misma por oposición a la escritura.
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más allá de las contingencias del lenguaje y la expresión, puede verse afectado
por las formas de los significantes de un lenguaje, que sugieren, por ejemplo,
una conexión entre el derecho de escribir y el de llegar a la verdad. ¿Podemos
estar seguros de que nuestro pensamiento filosófico sobre la relación entre
sujeto y objeto no se ha visto influido por la simetría visual o morfológica de
estos términos y por el hecho de que tienen una pronunciación muy similar? El
caso extremo, un pecado contra la misma razón, lo constituye el juego de
palabras, en el que una relación «accidental» o externa entre significantes se
trata como si fuera una relación conceptual, identificando «suponer» con «su
poner»* o relacionando significado (sens) y ausencia (sans). Tratamos el
juego de palabras como si fuera un chiste, no vaya a ser que los significantes
infecten al pensamiento.
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referidos a fundamentos, a principios o al centro han designado siempre el
constante de una presencia» (L'Écriture et la différence, pág. 411). El
fonocentrismo, privilegio de la voz, se confunde con la determinación historial
del sentido del ser en general como presencia, con todas las sub-
determinaciones que dependen de esta forma general y que organizan en ella
su sistema y su encadenamiento historial (presencia de la cosa para la mirada
como eidos, presencia como substancia / esencia / existencia (ousia)
presencia temporal como punta (stigme) del ahora o del instante (nun),
presencia en sí del cogito, conciencia, subjetividad, co-presencia del otro y de
sí mismo, ínter-subjetividad como fenómeno intencional del ego, etc.). El
logocentrismo sería, por lo tanto, solidario de la determinación del ser del ente
como presencia. (De la Grammatologie, pág. 23/19.)
Cada uno de estos conceptos, todos los cuales implican una noción de
presencia, ha figurado entre los intentos filosóficos de describir lo que es
fundamental y se ha tratado como centro, fuerza, base o principio. En
oposiciones tales como significado / forma, alma / cuerpo, intuición / expresión,
literal / metafórico, naturaleza / cultura, inteligible / perceptible, positivo /
negativo, trascendente / empírico, serio / no serio, el término superior
pertenece al logos y supone una presencia superior; el término inferior señala
la caída. El logocentrismo asume así la prioridad del primer término y concibe
el segundo en relación a éste, como complicación, negación, manifestación o
desbordamiento del primero. La descripción o el análisis se convierte así en la
tarea de volver «estratégicamente», en la idealización, a un origen o a una
«prioridad» concebida como simple, intacta, normal, pura, prototípica, idéntica
a sí misma, para luego formarse un concepto de [pour penser en suite] la
derivación, complicación, deteriorización, accidente, etc. Todos los metafísicos
han procedido así, desde Platón a Rousseau, desde Descartes a Husserl: el
bien previo al mal, lo positivo previo a lo negativo, lo puro previo a lo impuro, lo
simple previo a lo complejo, lo esencial previo a lo accidental, lo imitado previo
a la imitación, etc. Esta no es sólo una demostración metafísica entre otras; es
la exigencia metafísica, el procedimiento más constante, profundo y potente
(Limited Inc., pág. 66).
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Ciertamente solemos admitir que este es el procedimiento a seguir en
cualquier análisis «serio»: describir, por ejemplo, el caso simple, normal y
prototípico de la deconstrucción, ilustrando su naturaleza «esencial», y
procediendo desde ahí a comentar otros casos que cabría comentar como
complicaciones, derivaciones y degeneraciones. La dificultad de ingeniar y
practicar diferentes procedimientos es una indicación de la ubicuidad del
logocentrismo.
Entre los conceptos familiares que dependen del valor de la presencia están:
la inmediatez de la sensación, la presencia de las verdades últimas a una
consciencia divina, la presencia efectiva de un origen en un desarrollo histórico,
una intuición espontánea o no mediatizada, la trasunción de la tesis y la
antítesis en una síntesis dialéctica, la presencia en el habla de las estructuras
lógicas y gramaticales, la verdad como lo que subsiste tras las apariencias, y la
presencia efectiva de un objetivo en los pasos que a ella conducen. La
autoridad de la presencia, su poder de revalorización, estructura de todo
nuestro pensamiento. Las nociones de «hacer claro», «captar», «demostrar»,
«revelar» y «mostrar cuál es la Cuestión» se acogen todas a la presencia.
Afirmar como en el cogito cartesiano que el «Yo» resiste a la duda radical
porque se encuentra presente a sí mismo en el acto de pensar o dudar es un
modo de basarse en la presencia. Otra es la noción de que el significado de
una expresión es lo que está presente en la consciencia del hablante, lo que él
o ella «tiene en mente» en el momento de la expresión.
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Consideremos, por ejemplo, el vuelo de una flecha. Si la realidad es lo que
está presente en cualquier instante dado, la flecha da lugar a una paradoja. En
cualquier momento dado está en un punto concreto; está siempre en un punto
concreto y nunca en movimiento. Queremos insistir con bastante justificación
en que la flecha está en movimiento en todos los instantes desde el principio
hasta el final de su vuelo, y sin embargo su movimiento no está presente en
ningún momento de la presencia. La presencia del movimiento es concebible,
aparece sólo en tanto que cada instante esté ya marcado por las huellas del
pasado y del futuro. El movimiento puede ser presente sólo si el momento
presente no es algo dado sino un producto de la relación entre el pasado y el
futuro. Algo puede estar sucediendo en un momento dado sólo si el instante
está dividido desde dentro, habitado por el «no presente».
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presencia, como su negación, podemos tratar la presencia como efecto de una
ausencia generalizada o, como veremos en breves instantes,
de différance. Quizá quede más clara esta operación si consideramos otro
ejemplo de las diferencias que surgen dentro de la metafísica de la presencia.
Este incide en la significación y podría denominarse la paradoja de la estructura
y el hecho.
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expresan, y puede operar como significante sólo en tanto que consiste en esas
huellas. Al igual que en el caso del movimiento, lo que se supone presente es
siempre complejo y diferencial, marcado por una diferencia, no producto de
diferencias.
Una explicación del lenguaje que busque una base sólida deseará sin lugar
a dudas tratar el significado como algo presente en algún lugar -digamos,
presente para la consciencia en el transcurso de un hecho significativo; pero
cualquier presencia a la que se acoja resulta estar ocupada ya por la diferencia.
Sin embargo, si intentamos por el contrario basar una explicación del
significado en la diferencia, no obtenemos mejores resultados, porque las
diferencias nunca vienen dadas siendo siempre productos. Una teoría rigurosa
debe ir de una a otra de estas perspectivas, del hecho y la estructura,
o parole y langue, las cuales nunca conducen a una síntesis. Cada
perspectiva muestra el error de la otra en una alternancia insoluble o aporía.
Como escribe Derrida, podemos extender al sistema de signos en general lo
que Saussure dice sobre la lengua: «El sistema lingüístico, langue, es
necesario para que aquellos actos de habla, parole, sean inteligibles y
produzcan su efecto, pero estos son necesarios para que se constituya el
sistema...». Hay un círculo aquí, puesto que, si se distingue con
rigor langue y parole, código y mensaje, esquema y uso, etc. y si se ha de
hacer justicia a estos dos principios aquí enunciados, no se sabe dónde
comenzar y cómo puede algo comenzar en general, sea «largue» o «parole».
Se debe por tanto aceptar, previa a cualquier disociación de «largue» y
«parole», código y mensaje y lo que lo acompaña, una producción sistemática
de diferencias, la producción de un sistema de diferencias -
una différance entre cuyos efectos se puede, luego, por abstracción y por
razones específicas, distinguir una lingüística de la «largue» de una lingüística
de la «parole» (Positions, págs. 39-40/37-38).
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Saussure comienza definiendo la lengua como sistema de signos. Los
sonidos cuentan como lengua sólo cuando sirven para expresar o comunicar
ideas, y así la pregunta central para él será la naturaleza del signo: lo que le
confiere su identidad y lo capacita para funcionar como signo. Afirma que, los
signos son arbitrarios y convencionales y que cada uno se define no por
propiedades esenciales sino por la diferencia que los distingue de los otros
signos. Una lengua se concibe así como un sistema de diferencias, y esto
conduce al desarrollo de las distinciones en que se han basado el
estructuralismo y la semiótica: entre una lengua como sistema de diferencias
(langue) y los actos del habla que posibilita el sistema (parole), entre el
estudio de la lengua como sistema en cualquier momento dado (sincrónico) y el
estudio de las correlaciones entre elementos de periodos históricos distintos
(diacrónico), entre dos tipos de diferencias dentro del sistema, las relaciones
sintagmáticas y paradigmáticas, y entre los dos constituyentes del signo:
significado y significante. Estas distinciones básicas constituyen en conjunto el
proyecto lingüístico y semiótico de explicar los hechos lingüísticos haciendo
explícito el sistema de relaciones que las hace posible.
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diferencias, señala Derrida, el juego de las diferencias implica síntesis y
referencias que evitan que en cualquier momento o de cualquier manera haya
un sólo elemento presente en y de sí mismo y se refiera sólo a sí mismo. Ya
sea en el discurso escrito o hablado, ningún elemento puede funcionar como
signo sin remitirse a otro elemento que no esté presente por sí solo. Esta
vinculación significa que cada «elemento» -fonema o grafema- está constituido
por la referencia de la huella que tiene de los otros elementos de la secuencia o
sistema. Esta vinculación, esta interconexión, es el texto, que se produce sólo
por medio de la transformación de otro texto. Nada, ni en los elementos ni en el
sistema, está nunca sólo presente o sólo ausente. Hay únicamente, siempre,
diferencias y huellas de huellas (Positions, págs. 37-38/35-36).
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incluso a veces «usurpa» el papel del habla. La «tiranía de la escritura» es
potente e insidiosa, conduciendo, por ejemplo, a errores de pronunciación que
son «patológicos», una corrupción o infección de las formas habladas
naturales. Los lingüistas que prestan atención a las formas escritas están
«cayendo en la trampa». La escritura, supuestamente una representación del
habla, «amenaza a la pureza del sistema al que sirve» (De la
Grammatologie, págs. 51-63/47-56).
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suplemento es un extra no esencial, añadido a algo completo por sí mismo,
pero el suplemento se añade para completar, para compensar de una falta con
la que se supone se completa a sí mismo. Estos dos significados diferentes de
suplemento están unidos en una lógica poderosa, y en ambos significados el
suplemento se presenta como exterior, extraño a la naturaleza «esencial» de lo
que recibe la adición o en lo que se sustituye.
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precisamente porque siempre hay una carencia en lo que se suplementa, una
carencia originaria.
Los textos de Rousseau, como muchos otros, nos enseñan que la presencia
está siempre aplazada, que la suplementación es posible sólo a causa de una
carencia original, y así proponen que concibamos lo que llamamos «vida»
sobre el modelo del texto, de la suplementación elaborada por procesos
significativos. Lo que mantienen estos escritos no es que no haya nada fuera
de los textos empíricos -los escritos- de una cultura, sino que lo que queda
fuera son más suplementos, cadenas de suplementos, cuestionando así la
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diferencia entre lo interior y lo exterior. La matriz de lo que llamamos la vida
real de Rousseau, con sus condiciones socioeconómicas y sucesos públicos,
sus experiencias sexuales personales y sus actos de escritura, resultaría
investigándolos que están constituidos por la lógica de la suplementación,
como lo hacen los objetos físicos que evoca en el pasaje sobre Maman en
las Confessions. Derrida escribe lo que hemos intentado demostrar siguiendo
el hilo conductor del «suplemento peligro», es que dentro de lo que se llama la
vida real de esas existencias «de carne y hueso», más allá de lo que se cree
poder circunscribir como la obra de Rousseau, y detrás de ella, nunca ha
habido otra cosa que escritura; nunca ha habido otra cosa que suplementos,
significaciones sustitutivas que no han podido surgir dentro de una cadena de
referencias diferenciales, mientras que lo «real» no sobreviene, no se añade
sino cobrando sentido a partir de una huella y de un reclamo de suplemento,
etc. Y así hasta el infinito, pues hemos leído, en el texto, que el presente
absoluto, la naturaleza, lo que nombran las palabras «madre real», etc., se han
sustraído desde el comienzo, jamás han existido; que lo que abre sentido y el
lenguaje es esa escritura como desaparición de la presencia natural. (De la
grammatologie, pág. 228/203).
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plantear todas las distinciones esenciales. Segundo, esta referencia al
momento del habla individual nos capacita para tratar las distinciones
resultantes como posiciones jerárquicas, en las que un término pertenece a la
presencia y al logos y el otro denota una caída de la presencia. Descomponer
el privilegio del habla sería amenazar a todo el edificio.
El habla puede jugar este papel porque en el momento en que uno habla
parece que se presentan el significante material y el significado espiritual en
unidad indisoluble, controlando lo inteligible a lo perceptible. Las palabras
escritas pueden parecer marcas físicas que el lector debe interpretar y animar;
se pueden ver sin entenderlas y esta posibilidad de distanciamiento es parte de
su estructura. Pero cuando hablo, mi voz no parece ser algo externo que
primero oigo y luego entiendo. Oír y entender mi discurso cuando hablo es una
y la misma cosa. Esto es lo que Derrida llama el sistema de s'entendre
parler fundiendo la eficiencia verbal francesa en los actos de entenderse y
escucharse. En el habla parezco tener acceso directo a mis pensamientos. Los
significados no me separan del pensamiento, sino que quedan relegados ante
él. Tampoco me parece que los significantes sean instrumentos externos
tomados del mundo y aplicados. Surgen espontáneamente de dentro y son
trasparentes al pensamiento. El momento de escucharse/oírse hablar ofrece
«la experiencia única del significado produciéndose espontáneamente, desde
el interior del Yo, y a pesar de todo como concepto significado en el elemento
de idealidad o universalidad. El carácter no mundano de esta substancia de
expresión es constitutivo de su idealidad. Esta experiencia de la desaparición
del significante en la voz no es una ilusión más, puesto que es la condición de
la misma idea de verdad...» (De la grammatologie, pág. 33/28).
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de interpretación. Aunque el habla y la escritura pueden producir diferentes
tipos de efectos de significación, no hay bases para afirmar que la voz produce
pensamientos directamente, como puede parecer cuando nos oímos hablar en
el momento de hacerlo. Una grabación de la propia habla deja claro que opera
también a través del juego diferencial de significantes, aunque es precisamente
esta operación de la diferencia la que pretende suprimir el privilegio del habla.
«La voz y la conciencia de la voz -esto es, la conciencia sencilla de la propia
presencia- son los fenómenos de un afecto hacia uno mismo que se
experimenta como supresión de la différance. Este fenómeno, esta supuesta
supresión de la différance, esta reducción sentida de la opacidad del
significante, son el origen de lo que llamamos presencia» (De la
grammatologie, pág. 236/210).
La pregunta que surge ahora, especialmente para los críticos literarios que
están más preocupados por las implicaciones de las teorías filosóficas que por
su consistencia o afiliaciones, es qué tiene esto que ver con la teoría del
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significado y la interpretación de textos. Los ejemplos que hemos examinado
hasta ahora permiten al menos una respuesta preliminar: la deconstrucción no
aclara los textos en el sentido tradicional de intentar captar un contenido o tema
unitario; investiga el funcionamiento de las oposiciones metafísicas en sus
argumentos y los modos en que las figuras y las relaciones textuales, como el
juego del suplemento en Rousseau, producen una lógica doble y aporética. Los
ejemplos que hemos considerado no ofrecen ninguna razón para creer, como
se ha insinuado a veces, que la deconstrucción hace de la labor interpretativa
un proceso de libre asociación en el que todo vale, aunque sí se concentra en
las implicaciones de los conceptos y las figuras y no en las intenciones del
autor. Sin embargo, la deconstrucción de la oposición entre el habla y la
escritura haciendo centrales en la lengua los predicados que se asocian a
menudo sólo con el carácter escrito, puede tener implicaciones que no hemos
estudiado aún. Si, por ejemplo, el significado se piensa como producto del
lenguaje más que como su fuente, ¿cómo afectaría eso a la interpretación?
Una buena forma de tratar las implicaciones de la deconstrucción para modelos
de significación es por medio de la lectura que hace Derrida de J. L. Austin en
«Signature évenement contexte» (Marges) y la disputa consiguiente con el
teórico americano de los actos del habla, John Searle.
JONATHAN CULLER
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confianza en el efecto nos capacita para identificar el fenómeno en cuestión
como (posible) causa; pero de cualquier manera, la posibilidad de una
relación temporal invertida es suficiente para combatir el esquema causal
poniendo en duda la inferencia de relaciones causales a partir de relaciones
temporales. Para un más amplio comentario sobre esta deconstrucción
nietzscheana, ver Paul De Man, Allegories of reading, págs. 107-110. Para
un extenso comentario del otro principio, la deconstrucción de Nietzsche del
principio de identidad, ver De Man, págs. 119-131, y Sarah Kofman, Nietzsche
et la scéne philosophique, págs. 137-163.
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