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tema

54 FILOSOFÍA

La revolución científica.
Galileo y Newton
28-14665-13

Temario 1993
tema 54

filosofía

1. La revolución científica
1.1. Sentidos de «Revolución Científica»

1.2. El nacimiento de la ciencia moderna

2. Galileo
2.1. La astronomía de Kepler

2.2. El método de Galileo: matemáticas y experimentos mentales

2.3. Mecánica celeste

3. Newton
3.1. La síntesis newtoniana

3.2. Leyes generales de la Naturaleza

3.3. Triunfo de Newton frente al mecanicismo cartesiano

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filosofía

INTRODUCCIÓN

La Revolución Científica es el conjunto de transformaciones experimentadas en


el ámbito de la investigación científica durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Abarca
desde el llamado «giro copernicano», donde se introduce el modelo heliocentrista
del universo, hasta la plena aceptación de las teorías de Newton por parte de la co-
munidad intelectual. Estos descubrimientos en el ámbito de la mecánica terrestre
y celeste vienen acompañados de cambios metodológicos, lo que incluye nuevos
instrumentos que permiten no sólo observaciones más precisas, sino el desarrollo
mismo de la experimentación. Así, la ciencia moderna que surge de esta revo-
lución estará marcada por este nuevo método científico que aúna la inducción
empírica y la tradicional matemática deductiva.
Abordaremos la Revolución Científica en sus aspectos históricos y teóricos. El pri-
mer apartado está dedicado al concepto de «revolución científica». Los siguientes
capítulos se centran en su desarrollo histórico, comenzando con un breve resu-
men de la escolástica medieval, los primeros avances renacentistas y las aportacio-
nes de Bacon y Copérnico. Posteriormente, el apartado dedicado a Galileo estudia
en primer lugar la astronomía de Kepler, centrándose posteriormente en la figura
de Galileo y en sus innovaciones en el campo de la mecánica. En el capítulo de
Newton se estudiará la síntesis realizada por él entre la mecánica terrestre y la ce-
leste. El tema finaliza con un análisis general de las razones científicas y culturales
que motivaron la adopción del newtonianismo y su triunfo frente a la mecánica
cartesiana.

Conviene estudiar este tema tras el 51 sobre la ciencia en el periodo


helenístico, y el 53, sobre nominalismo y ciencia al final de la Edad Me-
dia; también conviene estudiarlo antes de pasar al 66 sobre positivismo
y ciencia en el siglo XIX. Guarda además relación con los temas 9 y 10
sobre filosofía de la ciencia, y con los temas 36 y 43 sobre desarrollo
tecnológico.

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1 La revolución científica

1.1. Sentidos de «Revolución Científica»

A pesar de la hoy reconocida ambigüedad del término, se puede afirmar que la Revolución Científica
por antonomasia es la acontecida en Europa entre los siglos XVI y XVIII, cuya principal consecuencia
es el nacimiento de la ciencia moderna en el seno de profundos cambios económicos, sociales,
culturales y políticos. Limitada en el tiempo por los logros fudamentales llevados a cabo desde Co-
pérnico a mitad del XVI hasta Newton a finales del XVII, dicha revolución alcanzó madurez y difusión
entre los ilustrados del XVIII, y era percibida como tal por sus contemporáneos. La ciencia que pro-
tagoniza esta revolución es la física, si bien puede decirse que las transformaciones en astronomía,
química y fisiología, entre otras disciplinas, están inspiradas en buena medida por el espectacular
avance de la física.
Ha sido en el siglo XX cuando más se ha reflexionado sobre el sentido de aquella revolución. En con-
traposición a las tesis positivistas del siglo XIX, como la de Ernst Mach (1838-1916), quien encuentra
en la mecánica galileana el mejor ejemplo de método empirista y una prueba del progreso de la
ciencia, o la de Pierre Duhem (1861-1916), que apuesta por una visión continuista y acumulativa
del conocimiento, remontando los orígenes de la ciencia moderna al siglo XIII, la historiografía de la
ciencia en el siglo XX empieza a tener en cuenta el contexto propiamente histórico, social y cultural
del progreso científico. Por un lado, Herbert Butterfield (1900-1979) populariza en los años cuarenta
el término entre el público no especializado y, por otro lado, filósofos como Alexandre Koyré (1892-
1964) comienzan a inscribir la revolución en una historia discontinuista de la ciencia, representándo-
se como una «mutación intelectual» que cambia la visión del mundo. Otros, como el sociólogo de
la ciencia Robert K. Merton (1910-2003), subrayan además la relevancia de los factores «externos»,
sociológicos, como la situación religiosa, política y económica de la Inglaterra del siglo XVII.
Los estudios sobre el significado y alcance de la Revolución Científica llegan a su máximo apogeo en
los años sesenta con la obra La estructura de las revoluciones científicas (1962) del filósofo e historia-
dor Thomas S. Kuhn (1922-1996) . Mediante la noción clave de «paradigma», la historia de la ciencia
queda dividida en dos grandes grupos alternos: periodos de «ciencia normal», en los que la actividad
científica desarrolla un programa de investigación determinado, y periodos de «revolución», en los
que éste es puesto en cuestión por nuevas teorías que permiten solucionar aquellos problemas
que, engendrados por el anterior paradigma, es incapaz de resolver por sí mismo. Sin embargo, no
toda resolución de anomalías conlleva una revolución, pues ésta comprende todos los planos de la
investigación científica.
Mediante una explicación a la vez externalista e internalista, Kuhn considera que se produce una revo-
lución cuando una crisis en la ciencia normal desemboca no sólo en un cambio de contenido (princi-
pios, teorías, conceptos...), sino también de los métodos empleados por los científicos, los problemas
que resultan pertinentes, las normas adecuadas para su resolución y la organización institucional de la
comunidad científica. Así, una revolución es una transformación global, una ruptura en las tradiciones
que suele desembocar en una redefinición de las disciplinas científicas al alterar sus objetos de estu-
dio. Frente a la visión acumulativa del saber científico, Kuhn postula la inconmensurabilidad de los pa-
radigmas, pues cada uno supone una visión del mundo distinta al responder a problemas diferentes,

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de modo que sus resultados no pueden ser comparados en un mismo plano. De esta forma, se limita
el progreso científico a los periodos de ciencia normal, entendiéndose entonces como el desarrollo
de un cierto programa de investigación y no como un acercamiento a la verdad.

¿Cuáles son los dos sentidos fundamentales de «Revolución Científica»? Determina cuál de
los dos es importante en este tema y explica dónde y cuándo tiene lugar su referente.

1.2. El nacimiento de la ciencia moderna

XX La ciencia aristotélica y la Escolástica


Lejos de constituirse como una ampliación, la ciencia moderna surge al negar supuestos funda-
mentales que están en la base de la ciencia que se había realizado hasta entonces. Sin embargo, no
debe entenderse esta negación como un rechazo frontal, pues la ciencia abarca muchas disciplinas,
no afectando esta crítica a todas por igual; por otro lado, el rechazo de los contenidos y de algunos
procedimientos no implica que todo fuera inservible.
Normalmente se presenta la Revolución Científica como una «reacción contra Aristóteles». Ahora
bien, esta expresión hay que entenderla de una manera más figurada que literal, pues era la autori-
dad que la Escolástica había hecho de Aristóteles aquello que comienza a rebatirse. En cuanto a los
principios metafísicos que constituyen el mundo y al hombre, la Escolástica retoma la teoría aristo-
télica de la forma sustancial y la adapta al dogma cristiano, defendiendo que la materia creada por
Dios es inerte, pasiva y sin propiedades, mientras que la forma es su principio organizador gracias
al cual lo que antes era pura materialidad ahora pertenecía a una cierta clase de cosa. Estas formas,
además, conectan directamente con nuestros sentidos, de modo que hay perfecta correspondencia
entre cómo es el mundo y cómo lo percibimos. Así, una vez justificado ontológicamente el mundo
tal y como es, la Escolástica emplea la silogística aristotélica para deducir las conclusiones ulteriores.
Una de ellas es la división cosmológica postulada por Aristóteles, recogida por Ptolomeo (fl. 140) y
descrita en su Almagesto basada en tres principios:
1. Geocentrismo: la Tierra se concibe como el centro fijo del Cosmos, alrededor del cual giran el
resto de cuerpos.
2. Movimiento circular y uniforme de los astros: el Cosmos se compone de esferas giratorias con-
céntricas, limitadas por una esfera de estrellas fijas.
3. División entre mundo supralunar y mundo sublunar: el mundo que va de la Tierra a la Luna, es el
mundo del cambio, mientras que más allá de la Luna los cuerpos permanecen inmutables.
La observación cumplía, por tanto, un papel secundario, pues en caso de conflicto con la teoría, sería
esta última la que finalmente se aceptaba. Uno de los mayores problemas a los que se enfrentaba
este cosmos era la explicación del movimiento, pues reducido al mundo sublunar obligaba, por
ejemplo, a situar los cometas en esta esfera (a pesar de que los indicios observados hicieran pensar
que se encontraban más allá de aquella esfera). El movimiento se entendía además en términos de
naturalidad (el movimiento al que tiende cada cosa por su propia Naturaleza) o de violencia (el for-
zamiento de ese movimiento natural). La caída de una piedra se explicaba por la tendencia natural
de los cuerpos sólidos a ir hacia abajo, y el humo subía porque los gases tienden a ir hacia arriba; que
en ciertos momentos pudiera rebotar una piedra durante su caída por la montaña era, en cambio,
un ejemplo de movimiento forzado.

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En realidad, Aristóteles nunca menospreció la observación. Y ya en el siglo XVI eran conscientes de


ello, de manera que en sus escritos sobre fisiología animal, por ejemplo, encuentran la fuente del
nuevo método empírico inductivo. Por otra parte, algunos como Galileo compartían la concepción
aristotélica de la ciencia como episteme, es decir, como el conocimiento de verdades necesarias y
eternas cuyo modelo es la geometría: un conjunto de axiomas autoevidentes de los que se derivan
teoremas y conclusiones. De ahí que sus críticas fueran contra el nominalismo y escuelas como la de
Padua, contemporánea suya, y no contra las obras de Aristóteles.
Que los científicos de los siglos XVI y XVII no renegaran por completo de Aristóteles no quiere decir
que no lo contradijesen. Así, no sólo demostraron que muchas de sus conclusiones eran erróneas
(lo más claro, su geocentrismo), sino que sustituyeron incluso su manera de entender el mundo,
pues la nueva ciencia no tomará como modelo el organismo, sino la máquina. Eso implica rechazar
el teleologismo aristotélico, piedra angular de su sistema físico y metafísico. Como concepción ge-
nérica, eliminar toda clase de fines en la naturaleza suponía despojarla de fuerzas oscuras, espíritus y
designios que no encontraban explicación en lo material. El mecanicismo se ocupará precisamente
de reducir las explicaciones físicas a materia y movimiento. Así, además de dar un nuevo sentido
a la materia (que ya no era ordenada por ninguna forma sustancial), se daba un nuevo sentido al
movimiento y se constituía toda una ciencia alrededor del mismo: la mecánica, que comprendía la
cinemática (descripción geométrica del movimiento) y la dinámica (explicación de ese mismo mo-
vimiento mediante fuerzas). Una vez eliminada la distinción entre movimiento natural y movimiento
violento, pues los elementos ya no tienden naturalmente a ningún sitio en especial determinado
por su naturaleza, es decir, por su forma, surgieron problemas de orden práctico como el cálculo de
trayectorias o incluso la consideración de movimientos antes insospechados, como el elíptico de las
órbitas celestes.
El teleologismo aristotélico-escolástico permitía considerar la naturaleza como la obra de un arqui-
tecto (divino) que lleva a cabo un plan. Sin embargo, arte y naturaleza no estaban en el mismo plano,
pues el arte no hace sino imitar a la naturaleza en su quehacer, aunque de una manera imperfecta
(pues nada de lo que haga el hombre puede compararse con la Divinidad). Sería ilegítimo, por tanto,
cuestionar ingenios artificiales para conocer mejor la Naturaleza. Eso es, sin embargo, lo que la cien-
cia moderna hará mediante la metáfora del reloj y la experimentación.

XX Renacimiento
El movimiento renacentista de los siglos XIV, XV y XVI puede considerarse como un precedente di-
recto de la ciencia moderna. A fin de cuentas, el espíritu que lo animaba era romper con la tradición
medieval y volver a los clásicos griegos y romanos. Sin embargo, en ese periodo conviven muchas
tendencias y se mantienen todavía muchos de los dogmas religiosos que impedían un acercamien-
to científico moderno a la realidad. Así, no fueron tanto los contenidos y métodos renacentistas
como su nueva actitud ante el hombre y la naturaleza lo que posibilitó la Revolución Científica.
Un ejemplo de ello es Nicolás de Cusa (1401-1464). Aun siendo cardenal de la Iglesia, renegó de
Aristóteles y recuperó el pensamiento platónico (derivando hacia el pitagorismo) en su convicción
de que el Universo podía ser matematizado. En este sentido, empleó las matemáticas para elaborar
complicados argumentos místicos, cuyas conclusiones podrían parecer revolucionarias (la Tierra no
es el centro de universo porque, si sólo Dios es absoluto en el Universo, entonces toda posición es
relativa; los astros no se mueven en circunferencias perfectas porque sólo a Dios corresponde la per-
fección; el universo no es ni finito ni infinito, pues sólo Dios es infinito y, si fuera finito, estaría limitado
por algo, pero no lo está, etcétera). No fueron revolucionarias porque, a pesar de defender el uso de
las matemáticas y la experimentación, sus conclusiones tenían una base teológica y no científica.
Aunque su método seguía siendo en el fondo medieval, estas nuevas conclusiones abrieron el ca-
mino a las novedades científicas.

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Donde más se hizo notar este cambio de actitud fue en la llamada «filosofía de la naturaleza». Pen-
sadores de influencia neoplatónica, rechazaron la Escolástica y la metafísica aristotélica para volver
su atención a la naturaleza. Concebida como la physis griega, pensaban que por debajo de la expe-
riencia sensible la naturaleza estaba llena de fuerzas ocultas que la animaban y que, por tanto, era
preciso conocerlas para poder controlarla. Eso implica que las fuerzas naturales ya no son trascen-
dentes (designios divinos) sino inmanentes; que, aunque criatura de Dios, la naturaleza posee su
propia dinámica que es preciso conocer. Supone además una nueva confianza en las capacidades
del hombre, que se propondrá como tarea el desvelar los misterios de la naturaleza. Así, el hombre
puede conocerla si la estudia directamente, sin necesidad de recurrir a argumentos teológicos. Esta
nueva autonomía de la naturaleza permitirá romper con la cosmología aristotélico-ptolemaica, pues
comenzará a calar la idea de la similitud entre el macrocosmos y el microcosmos. En una naturaleza
autónoma y unificada, se buscarán las mismas leyes, rigiendo tanto para lo más grande como para
lo más pequeño.
A pesar de todo, esta concepción de la naturaleza todavía no es científica, pues en ella aparecen ele-
mentos típicos de la magia y la alquimia. Paracelso (1493-1541), por ejemplo, hace uso de una proto-
química basada en principios alquímicos (mercurio, sal y azufre) para elaborar una medicina distinta
a la galénica. Frente a la teoría de los humores, propone la búsqueda de la quintaesencia, principio
(en el sentido del arché presocrático) de la vida. Dejaba de considerar así las enfermedades como
desequilibrios para dotarlas de entidad propia, localizándolas en determinadas partes del cuerpo y
teniendo sus propias características. Defendía además que la medicina no debía estudiarse en los
libros sino mediante la experiencia, desvelando los secretos de la naturaleza mediante la práctica. Se
lo conoce por sus esfuerzos por introducir productos químicos en medicina, en la convicción de que
un veneno, en pequeñas dosis, era capaz de curar.
Todos estos cambios tuvieron como fondo el desarrollo de la técnica, que se produjo a partir del siglo
XIV con el nacimiento de las ciudades. No sólo aumentaron los problemas técnicos (suministro de
agua y alimentos, desagües, armamento y defensa en la guerra) sino que, sobre todo, se incrementó
el comercio, y con él los medios de comunicación. Junto a ellos nace la burguesía, nueva clase social
que comienza a mirar la naturaleza como un medio, sobre todo, en el sentido de medio útil. Eso
incide en el deseo de conocerla para dominarla, controlarla y, en última instancia, sacar beneficio.
Por otra parte, maestros artesanos y experimentadores emplean las lenguas vernáculas en lugar del
latín, que desconocen, lo que da lugar a un doble movimiento cuya consecuencia es la extensión
del conocimiento científico. Por un lado, la ciencia empieza a hacerse en lengua vernácula (el Gres-
ham College será la primera institución que en 1598 imparta todas sus clases en inglés) de manera
que los artesanos comienzan a aprender geometría, etc. A su vez, al carecer éstas del vocabulario
adecuado para expresar ciertos conceptos y relaciones científicas, comienzan a emplearse las mate-
máticas como lengua universal. El manejo de estas matemáticas convertía a los meros artesanos en
ingenieros y artistas, dándoles el estatus de artes liberales que antes se les negaba. Se reconoce así,
por primera vez, que en el trabajo manual participa también lo mental, lo que supone un uso de las
matemáticas, que ya no es simplemente teórico, sino eminentemente práctico.
Mientras tanto, quienes aún se aferraban a Aristóteles (averroístas y alejandrinos principalmente), se
alejaban de la ortodoxia para, a través de los comentarios de Averroes (1126-1198) y Alejandro de
Afrodisia (fl. 200), volver al Aristóteles físico y observador, defendiendo la teoría de la doble verdad
(científica y religiosa) y la posibilidad de una ciencia única y universal.

XX Bacon y el método experimental


El programa científico de Francis Bacon (1561-1626) se configura frente a los métodos escolásticos
medievales, pues sostiene que todo progreso científico ha de basarse en la unión de la observación
empírica y de los experimentos, expresando matemáticamente los resultados. Filósofo y hombre po-

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lítico, conocedor de las aportaciones astronómicas de sus contemporáneos, su mayor contribución


científica es metodológica, ya que propone en su Novum organum (1620) una revisión del método
aristotélico basada en un empirismo inductivo que se desarrolla en tres fases:
1. Realización de una «historia natural». Recolección de datos del fenómeno que estudiar y su clasi-
ficación en tablas que permitan indicar los casos en que la cualidad está presente y ausente, con
el fin de establecer una correlación.
2. Inducción. Apoyándose en los resultados anteriores, «inventar» la regla general a partir de lo par-
ticular, de manera que se llegue a las causas a partir de los efectos y a la necesidad a través de la
contingencia.
3. Experimentación. Una vez establecidas las leyes, se pueden incrementar los resultados de la pri-
mera fase al aplicar la ley general a nuevos fenómenos.
Así, aunque admite la validez y legitimidad del silogismo aristotélico, sostiene que éste sólo sirve
para explicar y demostrar lo que ya se sabe, no para la adquisición de nuevos conocimientos. Es por
tanto inútil para el progreso científico, cuya finalidad es la aplicación práctica. La inducción a partir
de una observación exhaustiva de la naturaleza aparece como el verdadero método para alcanzar
dicho progreso. A este método de adquisición de conocimientos lo denominó via et ratio, un mé-
todo de descubrimiento, no demostrativo. Frente a la especulación racionalista, postula un método
que establece axiomas no mediante la simple enumeración, sino separando y excluyendo propie-
dades siempre a partir de las observaciones. Ahora bien, dicho objetivo requiere una disciplina tanto
de los sentidos, mediante la experimentación y el recurso a los instrumentos científicos, como del
entendimiento, mediante la expurgación de los «ídolos» o prejuicios que habían hecho cojear al
saber científico hasta la fecha.
Para Bacon, el investigador científico ha perdido esa especie de aura mística que todavía poseía
el «mago» renacentista, que pretendía reproducir los poderes divinos, y pasa a concebirse como
humilde observador y experimentador. Una parte fundamental de la investigación será la comunica-
ción de los resultados, idea que expone en la Nueva Atlántida (1627) y que muchos vieron plasmada
en la creación de la Royal Society londinense en 1660.

XX La primera reformulación del universo: Copérnico y el heliocentrismo


La obra de Nicolás Copérnico (1473-1543) se inscribe en esta nueva actitud epistemológica, repre-
sentando el punto de partida de una serie de cambios irreversibles, cuya influencia abarca mucho
más que el ámbito de una mera reforma astronómica. Tomando como objetivo la construcción de
una astronomía tan físicamente satisfactoria como matemáticamente potente, se plantea la reforma
del precedente sistema ptolemaico para adaptarlo a una perspectiva heliocéntrica.
El famoso giro copernicano, por el que el Sol desplaza a la Tierra como centro del universo y que
expone por vez primera en su manuscrito no publicado Commentariolus y más tarde en De revolu-
tionibus orbium caelestium (1531, impresa en 1542), significó, entre otras muchas cosas, el abandono
de la concepción tradicional del cosmos como totalidad cerrada.
Esta cosmología se componía de dos elementos: la geometría que permitía explicar los movimientos
de los cuerpos, y la física que establecía los principios de dichos movimientos. Copérnico se propone
emplear la misma geometría ptolemaica y las aportaciones matemáticas de astrónomos árabes para
elaborar una astronomía diferente, cuya mayor ventaja respecto a la anterior consistía en una armo-
nización del cosmos. Así, busca solucionar problemas de orden práctico, como la determinación de
la longitud de un año, pues el universo ptolemaico no conseguía explicar la posición y el tiempo de
revolución de los planetas y estrellas (mientras que la Luna lo hacía en un mes, Mercurio, Venus y el
Sol en un año, luego Marte en dos, Júpiter en doce, Saturno en treinta y la esfera de estrellas fijas en

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un día, lo que obligaba a continuas precisiones). Postular el Sol como centro del cosmos permitía
relacionar el tiempo empleado por los planetas en realizar una revolución con su distancia respecto
al Sol, lo que simplificaba los cálculos. Todos los planetas adquirían además el mismo estatus y se
evitaba el recurso a los conceptos de estación y retrogradación que tanto complicaban el sistema.
Sin embargo, aunque este heliocentrismo significó la gran innovación del desplazamiento del cen-
tro de la Tierra al Sol, se mantuvieron antiguos postulados, como el movimiento circular y uniforme
de los astros. Así, la aparente inmovilidad de la Tierra se integra en este movimiento astral provocado
por su «inercia» al girar en torno al Sol. Del mismo modo, la caída de los cuerpos se explica según
su tendencia intrínseca a alcanzar el centro de la Tierra, y no como un sistema de atracciones entre
distintos cuerpos.
De esta forma, a pesar de que este nuevo sistema heliocéntrico no supuso un progreso en las predic-
ciones ni en las observaciones, ni siquiera en las matemáticas empleadas, y no se pronunciaba sobre
la finitud del universo cerrado por la esfera de estrellas fijas ni acerca de la dicotomía entre mundo
lunar y mundo sublunar, sentó las bases para la germinación de una nueva astronomía.

Resume los principales cambios que se dan en el pensamiento científico desde finales
de la Edad Media hasta la instauración del heliocentrismo.

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2 Galileo

2.1. La astronomía de Kepler

Puede afirmarse que Johannes Kepler (1571-1630) es el auténtico instaurador de la astronomía mo-
derna, pues no sólo elaboró un potente sistema heliocéntrico, sino que se interrogó por primera
vez sobre la causa del movimiento de los planetas. Preguntarse por esa razón que impulsa a unos
cuerpos naturalmente estáticos a girar alrededor del Sol abrió la puerta a las investigaciones sobre el
papel que podía jugar el Sol en las revoluciones astrales y, por tanto, a la formulación de la atracción
de los graves.
Recogiendo las observaciones de su maestro Tycho Brahe (1546-1601), sus mayores aportaciones en
astronomía fueron estas tres leyes:
1. Ley de las órbitas. Se abandona definitivamente el movimiento circular de los cuerpos celestes,
estableciendo las órbitas elípticas.
2. Ley de áreas. Los planetas barren áreas iguales en tiempos iguales, lo que favorece una armoniza-
ción del Universo.
3. Ley de los periodos. Los cuadrados de los periodos de revolución de dos planetas cualesquiera son
proporcionales al cubo de sus distancias medias al Sol.
La astronomía kepleriana expuesta en Mysterium cosmographicum (1596), Astronomia nova (1609)
y Harmonice mundi (1619) se presenta por tanto como una superación del sistema heliocéntrico
copernicano, pues el principal problema al que se enfrentaba en su obra, y por el que llega a estas
tres leyes, era la demostración del porqué del movimiento planetario, es decir, la postulación del Sol
como fuerza motriz opuesta a la tendencia natural de los planetas al reposo, o «inercia» en términos
de la dinámica aristotélica. Recurriendo a un modelo magnético, que explicaría la atracción de los
planetas y el Sol, la gran novedad era la construcción de una astronomía basada en causas físicas y
no en sistemas geométricos. Kepler despeja finalmente la configuración espacial del sistema solar,
abriendo el camino para la interpretación del patrón celeste en términos de un equilibrio dinámico
de las fuerzas y la unificación de la mecánica celeste y terrestre.
A pesar de este realismo astronómico y de la importancia de los cálculos matemáticos y de las ob-
servaciones, Kepler mantiene elementos de la mentalidad metafísica de su época. Por ejemplo, para
explicar la rotación de los planetas sobre sí mismos, los dota de un alma motriz que, en el caso de la
Tierra, manifestaría sus sentimientos en forma de fenómenos meteorológicos. Del mismo modo, su
aceptación del modelo heliocéntrico se basaba también en razones metafísicas: el Sol, gobernador
del universo y dispensador de luz, debía estar en el centro. De ahí que llegara a comparar el universo
con la Trinidad: el Padre sería el Sol, el Hijo la esfera de estrellas fijas y el Espíritu Santo, el espacio
intermedio.
Por otro lado, también fueron revolucionarios sus avances en óptica, a los que llegó a través de sus
estudios astronómicos. Generalizando el problema de la refracción y la reflexión, concluyó que la
retina era el verdadero receptor sensitivo y estudió las causas de la miopía y la hipermetropía.

2.2. El método de Galileo: matemáticas y experimentos mentales

La obra de Galileo Galilei (1564-1642), contemporánea de la de Kepler, supone claramente la cons-


trucción de una nueva ciencia del movimiento, la dinámica, base a partir de la cual Newton unifica
en unas mismas leyes mecánicas todas las clases de cuerpos, tanto los terrestres como los celestes.

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Como constataba René Descartes (1596-1650), las matemáticas pasaban a formar parte de la lógica
científica más como una herramienta neutral de investigación que como un determinante a priori
de la naturaleza de las cosas. El cambio en la condición de las matemáticas no tuvo lugar en la astro-
nomía, sino en la mecánica, en la que surge el método científico experimental-matemático. Así, la
gran preocupación metodológica de Galileo pasaba por determinar la función de las matemáticas
en el método científico y por la resolución del problema del grado de correspondencia entre los
objetos físicos y las figuras geométricas, es decir, entre la naturaleza y las matemáticas, para lo que
propone concebir la materia de todo cuerpo como si de una magnitud matemática se tratase. La
nueva ciencia es exclusivamente cuantitativa y elimina toda teleología, sin considerar ninguna clase
de fin en relación con los fenómenos observados. Materia y movimiento son ahora los dos concep-
tos explicativos clave. Este mecanicismo concibe ahora al universo, frente a la concepción orgánica
del mismo, como una especie de máquina compuesta por piezas extensas en movimiento. Esta
reducción mecanicista de la realidad a elementos cuantificables (cantidad, extensión, movimiento)
permite la matematización de todo fenómeno.
Con Galileo, el método matemático-experimental alcanza su plena madurez mediante esa aplica-
ción de las matemáticas a los fenómenos físicos: frente a Bacon, el campo de investigación debe ser
restringido a la observación de las cualidades medibles de los objetos, esto es, hay que ignorar sus
cualidades no medibles y desestimar algunos fenómenos medibles menos pertinentes para permitir
la simplificación del estudio y poder centrarse en lo fundamental. Así, la intención de Galileo radica-
ba en generar unas condiciones experimentales lo más perfectas y matemáticas posibles para poder
obtener de ese modo una información que trascienda las condiciones particulares del experimento
concreto. De ahí viene, por tanto, la posibilidad de aplicación de las matemáticas: se propone como
estructura una teoría abstracta a partir de la cual se predicen unas consecuencias que serían contras-
tadas mediante ulteriores experimentos.
Ahora bien, esto implica también un límite para el método galileano, ya que no es capaz de abordar
fenómenos no medibles, para los que el método baconiano, cualitativo e inductivo, era mucho más
apto. Sin embargo, la aportación de Galileo indicó el valor de la demostración matemática en la
ciencia gracias a este tipo de experimentos mentales: el conocimiento de un solo hecho adquirido
mediante el descubrimiento de sus causas prepara la mente para entender y conocer otros hechos
sin necesidad de recurrir a nuevos experimentos empíricos. Esto supuso un enorme avance para
la ciencia, puesto que se abría ahora la posibilidad de demostrar algo que posiblemente no había
sido nunca observado a partir de otros fenómenos ya conocidos, suministrando a esa demostración
una explicación de esos fenómenos, que queda a su vez verificada mediante el descubrimiento
experimental de los hechos predichos. Ello, por otro lado, suministra por fin un criterio de elección
para dirimir entre hipótesis rivales, pues no deja únicamente al azar el descubrimiento de nuevos
fenómenos que corroboren una u otra teoría.
A partir de aquí, Galileo inaugura el nuevo método hipotético-deductivo, cuyas bases expone en el
Diálogo sobre los dos sistemas máximos del mundo (1632). Mediante la interacción de tres personajes,
Sagredo (observador neutral), Simplicio (posición aristotélica) y Salviati (posición galileana), Galileo
expone cómo es posible explicar un fenómeno sin necesidad de llevar a cabo un experimento real
sobre el asunto, esto es, simplemente considerando una hipótesis: realizando un experimento men-
tal. Así, por ejemplo, Simplicio comienza argumentando aristotélicamente contra la idea del movi-
miento terrestre: si la Tierra girase, todo proyectil lanzado al aire necesariamente debería caer al Este
del lugar de lanzamiento en virtud del movimiento de la Tierra. Seguidamente, Salviati replica que si
se diera tal caso, cualquier proyectil lanzado desde el mástil de un barco debería caer lejos del mástil
según el movimiento del barco. Esto, afirma, no puede ocurrir; sin embargo, no ha realizado nunca
realmente tal experimento: simplemente realizando un experimento mental, es decir, un artificio in-
telectual, Galileo prueba que las teorías de sus oponentes conducen a contradicciones irresolubles,
desacreditando tanto la mecánica como la cosmología aristotélica.

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Según la mecánica aristotélica, si un cuerpo no es impulsado, ha de detenerse necesariamente, lo


cual parece venir confirmado por la experiencia cotidiana. Sin embargo, ¿cómo puede ser, entonces,
que una flecha no se detenga una vez que ya no está en contacto con la cuerda del arco que la im-
pulsa? Partiendo del postulado aristotélico de que un movimiento no natural requiere siempre una
fuerza para mantenerse, Galileo sienta el principio de la inercia: al imprimir fuerza a un cuerpo, éste
mantendrá un movimiento rectilíneo y uniforme si otra fuerza no altera su velocidad o dirección.
Del mismo modo, lleva a cabo una descripción del movimiento de los proyectiles. Si se lanzase un
móvil en un plano horizontal y no hubiese rozamiento, si el plano fuese infinito, el móvil mantendría
indefinidamente un movimiento uniforme. En el caso de que el plano sea finito, una vez que el móvil
traspasase el límite del plano y debido a su peso, se añadiría a su movimiento uniforme e indefinido
un movimiento de propensión hacia abajo en virtud de la gravedad. Así, resulta que el proyectil
describe una trayectoria compuesta de un movimiento horizontal uniforme y de uno vertical ace-
lerado de descenso. De esta manera, se demuestra que el movimiento de los proyectiles describe
una parábola.
Para acabar, Galileo refuta la teoría aristotélica de que los cuerpos graves adquieren una mayor ve-
locidad de caída que los cuerpos más ligeros. Para ello, intentó medir el tiempo que unas esferas
metálicas de distinto peso empleaban en rodar por una determinada longitud de un plano inclinado
graduado. Si bien la caída era demasiado rápida como para poder realizar las mediciones, Galileo
descubrió que, independientemente del peso, todas las esferas caían por la misma longitud en la
misma cantidad de tiempo, de manera que la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo de
caída: las velocidades de los cuerpos graves aumentan uniformemente con el tiempo.

2.3. Mecánica celeste

Galileo intentó organizar todos sus descubrimientos en un corpus doctrinal al modo arquimediano,
esto es, desarrollado geométrica y deductivamente a partir de supuestos y principios indudables,
para así construir una mecánica unificada que sintetizase la estática y la dinámica. Aunque no pudo
resolver todos los problemas de fundamentación y consistencia de esta ciencia, el desarrollo del mé-
todo matemático-experimental implicó la elaboración de instrumentos de medida que permitiesen
el apoyo de las matemáticas en los fenómenos. Así, con el desarrollo del telescopio, hay un giro en el
objetivo de Galileo: ahora se trata de defender la teoría copernicana. Mediante el telescopio descu-
brió numerosos hechos nuevos en los cielos, recogidos en su obra Sidereus nuncius (1610), aunque
curiosamente la mayoría de sus observaciones astronómicas fueron de carácter cualitativo. Galileo
construyó varios telescopios para observar la Luna, gracias a lo cual descubrió que:
1. La Luna es una tierra yerma con montañas y valles.
2. La Vía Láctea consta de innumerables estrellas.
3. Existen en torno a Saturno dos cuerpos extraños.
4. Júpiter posee cuatro satélites, lo que significaba la constatación de la existencia de astros que no
giran en torno al Sol.
5. La superficie solar tiene manchas, lo que lleva al descubrimiento de la rotación del Sol.
Toda esta serie de descubrimientos lleva a Galileo a la confirmación de la mutabilidad celeste, conci-
biendo el cambio como mera transposición de las partes. Ello supone un gran golpe para la ortodo-
xia aristotélica, que concebía el cielo como no sujeto a generación o corrupción en contraposición
a la caducidad de los cuerpos terrestres. Galileo llegó a publicar la mayoría de sus descubrimientos
en torno a 1620, pero esa aparición de nuevos elementos de juicio a favor de una nueva astronomía
provocó la radicalización de la oposición a la misma, pues ya no se podía concebir como meramen-

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tema 54

filosofía

te hipotética y sin pretensión de verdad alguna. Si ya no hay diferenciación entre cuerpos celestes
y terrestres, tampoco hay dos tipos de conocimiento, sino un único conocimiento universal para
todo dominio físico, por lo que el estudio de los cuerpos terrestres podía llegar a proporcionar un
conocimiento universal de la naturaleza. Así, Galileo manifestó tanto el valor objetivo del copernica-
nismo, como su inclinación al heliocentrismo, de lo que fue obligado a abjurar por la Inquisición en
1615, aunque había redactado una serie de cartas defendiendo la necesidad de la autonomía de la
investigación científica.

Resume las principales propuestas metodológicas de Galileo y expón sus avances en mecá-
nica y astronomía. ¿Cómo consigue aunar experimentación y razonamiento matemático?

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tema 54

filosofía

3 Newton

3.1. La síntesis newtoniana

Isaac Newton (1642-1727) es seguramente el símbolo de la Revolución Científica, pues con él culmi-
na y se asienta definitivamente la ciencia moderna. Su obra fundamental son los Philosophiae natu-
ralis principia mathematica (1687), referidos habitualmente como los Principia, donde se establecen
las bases de la mecánica clásica a partir de las tres leyes del movimiento y de la ley de gravitación
universal.
Considerado el padre de la entonces llamada «mecánica racional» (la ciencia del movimiento, a ni-
vel macroscópico, de cosas tales como proyectiles, planetas, partes de una máquina...), el valor de
la figura de Newton se basa en que supo sintetizar los trabajos de sus predecesores, asumiendo y
ampliando los contenidos y relaciones científicas que en ellos aparecían. Proporcionó además un
método universal, una manera de hacer ciencia que se convertiría en la manera de hacer ciencia,
unificando por tanto las prácticas científicas en un mismo ideal. Newton representa al científico
positivista, pero es a su vez una figura ambigua, pues nunca se reconoció a sí mismo como tal. Él se
consideraba un filósofo, y sus preocupaciones iban mucho más allá de la física. Partiendo siempre
de la experimentación y la observación, sus conclusiones debían demostrar, además, la necesidad
de Dios y de su actuación en el universo. Caben por tanto en su pensamiento exigencias empiristas
pero también inquietudes teológicas e incluso alquímicas, pues se interesó por la tradición del Cor-
pus hermeticum.
En cuanto a su labor de síntesis, él mismo lo reconoce cuando afirma que su sistema ha sido po-
sible porque se encontraba «a hombros de gigantes». Newton asume la cinemática de Galileo, la
astronomía de Kepler, el atomismo de Piere Gassendi (15921655) y las ideas de Descartes sobre el
movimiento, dotándolas de coherencia y creando un nuevo sistema que unificó la física de los astros
y la de la naturaleza, empleando tanto las matemáticas como la experimentación con artefactos
técnicos. Se sitúa en los albores de la física como disciplina, y ello gracias a su síntesis metódica, que
combina el método experimental (inductivo) con el matemático (deductivo) en aras de una explica-
ción de los fenómenos naturales.
Una de las novedades más importante que introduce a nivel metódico es la noción de experimen-
tum crucis. Siguiendo la tradición baconiana, Newton quiere llegar, basándose en experimentos (y
si éste es lo bastante fuerte, incluso en uno sólo) a una estricta demostración que conduzca a las
verdaderas causas, y no a meras hipótesis. En este sentido afirma hypotheses non fingo, declaración
de intenciones que implica que no admitirá ninguna proposición que no haya sido deducida en la
experimentación. Rechaza así tanto los principios metafísicos cartesianos (la identificación de mate-
ria y extensión) como las proposiciones dogmáticas de la teología o las hipótesis ad hoc. En el libro
II de sus Principia establece las cuatro reglas del método científico:
1. No hay que admitir más causas de las que son necesarias y suficientes para explicar un fenómeno.
2. Deben asignarse, siempre que sea posible, las mismas causas a los efectos naturales del mismo
género.
3. Las propiedades que, tras repetidos ensayos, encontramos en todos los cuerpos, deben ser con-
sideradas como cualidades de los cuerpos en general. Éstas serán la extensión, la impenetrabili-
dad, el movimiento inercial y el peso.
4. Las hipótesis que han sido inducidas de los experimentos y no contrariadas por ningún hecho,
deben ser consideradas verdaderas.

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filosofía

3.2. Leyes generales de la Naturaleza

Newton comenzó su carrera de científico con publicaciones matemáticas, y nunca abandonará este
interés en el método matemático. En este ámbito destacan el desarrollo del binomio (a+b)², que
permitía evaluar áreas formadas por curvas, y sobre todo el cálculo de fluxiones, un antecedente de
lo que hoy conocemos como análisis matemático. Éste se basaba en la postulación del movimiento
como capaz de generar medidas geométricas. Así, las matemáticas pasan a ser descritas por un
movimiento continuo y no por la yuxtaposición de pequeñas partes. Fue objeto de discusión con
Leibniz, quien había elaborado su cálculo infinitesimal por la misma época.
Por otro lado, sus estudios de Robert Boyle (1627-1691) y Walter Charleton (1619-1707) sobre óptica
lo llevan a enunciar la tesis de la heterogeneidad de la luz blanca, compuesta por rayos de diferentes
grados de refracción y reflexión que dan lugar a los distintos colores. Revoluciona así las concep-
ciones anteriores, que postulaban la formación de los colores a partir de la luz del Sol, uniforme y
homogénea, por los procesos de reflexión y refracción. Para ello, realiza en 1672 lo que denominó el
experimentum crucis: proyectar un haz de luz refractado por dos prismas y dos tableros con un orifi-
cio en el centro situados entre ellos, que aseguraban que todos los rayos convergían con el mismo
ángulo en el segundo prisma. El resultado fue una diferente refracción entre los rayos rojos y azules,
lo que confirmaba la hipótesis de la composición heterogénea de la luz.
Los Principia constan de tres libros. En el primero trata del movimiento, determinado por fuerzas
que son independientes del medio. En el segundo desarrolla la mecánica de fluidos, donde estudia
el movimiento en medios que oponen resistencia. El tercero lo dedica a los movimientos celestes.
Su proceder es similar al modo geométrico desarrollado por Euclides: partiendo de definiciones y
axiomas, llega a conclusiones por deducción. En esta obra aparece su Ley de la Gravitación Universal,
que determina que dos partículas de materia se atraen con una fuerza cuyo valor es directamente
proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia.
Esta ley permitía dar cuenta no sólo de la caída de los graves en la Tierra determinada por la cinemá-
tica de Galileo, sino que ponía este hecho en conexión con el movimiento de los astros.
Tras las definiciones preliminares de la «cantidad de materia» como la medida de su densidad por
su volumen, de la «cantidad de movimiento» de un cuerpo como el producto de la velocidad por
su materia, de la «fuerza infligida» como la fuerza ejercida sobre un cuerpo para modificar su estado
de reposo o movimiento rectilíneo uniforme, y la «fuerza centrípeta» como la fuerza que atrae los
cuerpos de todas partes, los empuja y confiere una tendencia hacia un punto o hacia un centro,
establece las tres leyes o axiomas del movimiento:
1. Ley de inercia: «Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento rectilíneo unifor-
me, a no ser en tanto que sea obligado por otras fuerzas impresas a cambiar su estado».
2. Ley de fuerza: «El cambio de movimiento de un cuerpo es proporcional a la fuerza motriz impresa
y ocurre según la línea recta a lo largo de la cual aquella fuerza se imprime». En términos actuales,
se podría transcribir como F = ∆ (mv), donde F representa la fuerza, m la masa, v la velocidad y ∆
el cambio de movimiento.
3. Ley de acción y reacción: «Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria, o sea,
las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en direcciones opuestas».
Mediante estas tres leyes del movimiento, primero estudiadas en las relaciones que establecen entre
dos cuerpos para, seguidamente, introducir un tercero, Newton posibilita la unificación de la dinámi-
ca terrestre y celeste y por tanto la aparición de una nueva ciencia. Tratando la Luna, el Sol y la Tierra
como tres cuerpos cualesquiera, Newton llega en el libro III a la formulación de la Ley de Gravedad
Universal antes mencionada, estableciendo definitivamente la relación entre la caída de los graves
y la atracción de los cuerpos.

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filosofía

Newton también introduce en los Principia la distinción entre tiempo y espacio absolutos y rela-
tivos. Así, mientras que el tiempo absoluto es el tiempo matemático, sin relación a nada externo
(duración), el tiempo relativo es la «medida vulgar, sensible y externa» en horas, días, meses, años,
etcétera, de aquel tiempo. Del mismo modo, al espacio absoluto, matemático e inmóvil, se opone
un espacio relativo y sensible en el que situamos los cuerpos que sirven para medirlo.

3.3. Triunfo de Newton frente al mecanicismo cartesiano

La tesis básica del mecanicismo es que la naturaleza se compone de materia y movimiento. La ma-
teria es pasiva, la acción causal se produce por el contacto o choque entre partículas. Se construye
así una filosofía de la naturaleza basada en el atomismo (bajo la forma de átomos o corpúsculos),
la inercia de la materia y el uso sistemático de las matemáticas. Aunque estos puntos mínimos los
comparten Galileo, Gassendi, Descartes, Newton, etcétera, el mecanicismo newtoniano se distancia
progresivamente del mecanicismo cartesiano dominante hasta el momento.
Descartes formula su sistema completo de filosofía de la naturaleza y su fundamentación metafísica
en los Principios de filosofía natural (1644). Partiendo del dualismo metafísico entre res cogitans y res
extensa, concibe el mundo como una máquina. La materia está formada por corpúsculos, que no
se diferencian cualitativamente entre ellos, de modo que las cualidades secundarias de la materia
derivan de sus diferentes tamaños y configuraciones y de la velocidad a la que se desplazan. Una
vez creada la materia y dotada de movimiento, éste se transmite y conserva según las leyes de la
naturaleza creadas por Dios. Presenta su filosofía natural como un sistema basado en la razón en el
que no tiene cabida el recurso a fuerzas o entidades que no sean estrictamente materiales. Partien-
do del principio metafísico que identifica la materia con la extensión, Descartes construirá la física
siguiendo un modelo deductivo: proponiendo hipótesis o conjeturas compatibles con aquel primer
principio para luego demostrarlas mediante la experimentación o la observación. Para Descartes,
todas las verdades se pueden obtener mediante la razón siguiendo una cadena deductiva.
Newton está, sin embargo, en desacuerdo con esta manera de proceder, pues en el sistema car-
tesiano la experiencia por sí misma no dice nada: un hecho no puede establecerse simplemente
porque se haya observado. Hay que deducirlo de los principios, aunque haya sido descubierto por
la experiencia. Eso significa para Newton que hay que introducir principios metafísicos en la expli-
cación de los fenómenos físicos, o sea, hipótesis. Y las hipótesis, según Newton, son proposiciones
dogmáticas y no leyes de la experiencia. Ésta es la primera diferencia entre el sistema cartesiano y el
newtoniano, que puede caracterizarse someramente como la diferencia entre el racionalismo y el
empirismo. Sin embargo, esta clasificación (que además no es del todo exacta, pues encontramos
elementos de ambas tendencias en los dos pensadores) no explica por qué terminó imponiéndose
el newtonianismo.
Aunque el debate sigue abierto, se consideran más factores además de que, simplemente, Newton
«acertó» más. El sistema newtoniano era muy satisfactorio en muchos puntos, más que el cartesiano;
sin embargo eso se descubrió más tarde. Lo que hay que explicar es por qué en Inglaterra el newto-
nianismo se aceptó tan rápidamente, mientras que en Francia no lo hizo hasta bien entrado el siglo
XVIII. Hubo probablemente más razones institucionales y religiosas detrás de la adhesión nacionalis-
ta a una u otra filosofía que propiamente físicas.
A lo largo del siglo XVII se produce un movimiento inédito hasta entonces: la institucionalización
de la ciencia. Sin la creación de estas instituciones nacionales, dedicadas a la investigación y la edu-
cación científica, no hubiera sido posible ni la creación y difusión del conocimiento científico ni su
disciplinarización. En 1660 se crea la Royal Society de Londres, interesada en la filosofía experimental.
A partir de 1665 se crea la revista Philosophical Transactions, en la que publican todos los descubri-

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filosofía

mientos que realizan y que alcanza una gran difusión, siendo traducida a varias lenguas. En 1666 se
crea la Académie Royale des Sciences de Paris, concebida como brazo del Estado absolutista. Tiene
también su publicación: Journal des Sçavants. Con mayor o menos dependencia del Estado, tanto
una como otra apoyarán de manera oficial la filosofía creada en su nación.
Newton además contaba con el apoyo de la Iglesia, pues en su sistema Dios tenía una participación
activa: no sólo dotaba de movimiento a la materia, sino que era necesaria su constante intervención
para que el universo no se colapsara. El universo cartesiano era, sin embargo, demasiado determi-
nista y materialista, con lo que le era más fácil a los ateos y librepensadores de la época suprimir a
Dios del sistema.
En Francia, aunque se aceptaban las conclusiones newtonianas, se rechazaban sus principios, pues
el mecanicismo reduccionista cartesiano no podía admitir conceptos como la acción a distancia.
Hubo que esperar a la traducción que Mme. de Châtelet hizo de los Principia en 1756 y a los co-
mentarios de Voltaire (1694-1778) y Pierre Louis Maupertuis (1698-1759) para que el newtonianismo
entrara definitivamente en Francia, mientras que en otros países ya lo había hecho. Tal era el presti-
gio de Newton y su filosofía, que Adam Smith (1723-1790) en Escocia tomó su enfoque para darle
una nueva orientación a su teoría económica, mientras que Immanuel Kant (1724-1804) en Prusia lo
tomó como guía y principio renovador de la metafísica.

Resume las principales propuestas metodológicas de Newton y expón sus avances en


mecánica y astronomía. ¿En qué sentido realizó un avance con respecto a Galileo y en
qué sentido puede decirse que unifica la mecánica? Las fuerzas a distancia de Newton
fueron criticadas, ¿por qué?

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filosofía

CONCLUSIÓN

En este tema se ha expuesto a grandes rasgos el surgimiento, desarrollo y conso-


lidación de la Revolución Científica acaecida en Europa entre los siglos XVI y XVIII.
En primer lugar se ha discutido la noción de Revolución Científica a partir de los
trabajos de Kuhn y su concepto de «paradigma».
La Revolución Científica supone una ruptura con la ciencia aristotélico-escolástica.
Desde que el pensamiento cristiano adoptó el aristotelismo (en especial, su me-
tafísica, lógica y cosmología), todo lo que el hombre podía conocer se encontra-
ba bien en la Biblia, bien en las obras aristotélicas comentadas por las diferentes
escuelas. Su razonamiento era apriorístico. El Renacimiento en los siglos XIV y XV
inaugura una nueva mentalidad: confiando en las capacidades de conocer del
hombre, se revaloriza la naturaleza, considerada ahora como autónoma. Ella se
rige por sus propias leyes, inmanentes, y observándola el hombre puede llegar a
descifrarlas. Renacen así las tradiciones hermética y alquímica y sus concepciones
sobre las fuerzas.
Se ha señalado a Bacon como el iniciador metodológico de la Revolución Cien-
tífica, gracias al método experimental basado en la observación empírica y la ex-
presión matemática de los resultados experimentales, dando siempre prioridad
a lo observable, y a Copérnico con su giro heliocéntrico como su precursor con-
ceptual. Kepler asumió sus conclusiones, centrándose en explicar el porqué del
movimiento planetario. Tratando los planetas no ya como puntos matemáticos
sino como entidades materiales sometidas a leyes físicas, elaboró la ley del movi-
miento elíptico.
Con ellos, el paradigma cosmológico aristotélico-ptolemaico estaba llegando a su
fin, y Galileo supuso un paso más. En astronomía aceptó el universo heliocéntrico
y los movimientos elípticos, corroborados por sus observaciones hechas a través
del telescopio. Defendió además la corruptibilidad de los astros, con lo que rompía
la distinción aristotélica entre mundo sublunar y mundo supralunar. En mecánica
introdujo el método científico experimental-matemático, en el que priorizaba los
cálculos matemáticos con los que podía elaborar experimentos mentales.
Newton supone la culminación y consolidación de esta nueva manera de hacer
ciencia. Sintetizó las aportaciones de sus predecesores y aportó conceptos nue-
vos. Mecanicista, filósofo de la naturaleza experimental, se impuso finalmente a la
mecánica cartesiana. Trabajó en mecánica celeste y terrestre, teoría de la luz y el
color, matemáticas, dinámica, pero también en alquimia y teología.

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filosofía

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes primarias (por orden cronológico)

GALILEI, G. (1981): Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias. Madrid: Edito-
ra Nacional. Original: Discorsi e dimostrazioni matematiche, in torno a due nuove scienze, 1638.
NEWTON, I. (1987): Principios matemáticos de filosofía natural. Madrid: Tecnos. Original: Philosophiae natu-
ralis principia mathematica, 1687.

Fuentes secundarias: introducciones a la física para filósofos

FERNÁNDEZ-RAÑADA, A. (2005): Física básica. 2 vols. Madrid: Alianza.


Introducción a la física con énfasis en la historia de sus conceptos. No requiere cálculo, sólo matemáticas ele-
mentales.
HOLTON, G. (2004): Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas. Barcelona: Reverté.
Introducción a la física con 3 capítulos sobre filosofía de la ciencia. No requiere cálculo, sólo matemáticas ele-
mentales.

Fuentes secundarias: historia de las ciencias físicas

BIAGIOLI, M. (2008): Galileo cortesano. La práctica de la ciencia en la cultura del absolutismo. Madrid: Katz.
Monográfico clásico de Galileo, donde se discuten las implicaciones políticas y religiosas de sus conclusiones
científicas. Interesante no sólo por la lectura que realiza de las aportaciones de Galileo, sino también por la
manera histórica y cultural de encarar el estudio de la ciencia.
BLAY, M. y HALLEUX, R. (1998): La science classique. XVI-XVIII siècle. Dictionnaire critique. Paris: Flammarion.
Enciclopedia muy útil organizada en torno a cuatro ejes: instituciones y redes del saber, personajes, conceptos,
territorios del saber. Incluye numerosas láminas ilustrativas.
COHEN, B. (1989): El nacimiento de una nueva física. Madrid: Alianza.
Obra monográfica dedicada al surgimiento de la física.
ELENA, A. (1983): Nicolás Copérnico, Thomas Digges, Galileo Galilei. Opúsculos sobre el movimiento de la
Tierra. Madrid: Alianza.
Interesante recopilación de textos, especialmente porque incluye el Commentariolus de Copérnico, de difícil
acceso en castellano
ELENA, A. (1989): A hombros de gigantes. Estudios sobre la primera Revolución Científica. Madrid: Alianza.
Colección de ensayos que suponen una nueva lectura de la Revolución Científica, pues le da importancia a
otras disciplinas y tradiciones y a la influencia de las instituciones científicas.
FLORIS, H. (1994): The scientific revolution. A historiographical inquiry. Chicago & London: The University of
Chicago Press.
Interesante en la medida en que recorre la historia de la noción de «revolución científica», exponiendo las di-
versas interpretaciones teóricas que se han dado de ella.

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filosofía

GILLESPIE, Ch. (1970): Dictionary of scientific biography. Nueva York: Scribners.


Se trata de 18 volúmenes escritos por especialistas de todo el mundo organizados según científicos; muy útil
para acceder a las contribuciones particulares de éstos.
KUHN, T. S. (2001): Las revoluciones científicas. México: FCE.
Obra clave, donde se expone el concepto de «revolución científica» a partir de los conceptos de «paradigma»
y «ciencia normal».
MASON, S. (1985): Historia de las ciencias. Volumen II: La Revolución Científica de los siglos XVI y XVII. Madrid:
Alianza.
Colección que recorre la historia de la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días, en el segundo volumen
se recogen los hechos y teorías más significativos desde una perspectiva historiográfica.
MINDÁN, M. (1964): Historia de la filosofía y de las ciencias. Manual: Anaya.
Manual claro y útil.
MÍNGUEZ, C. (1986): De Ockham a Newton: la formación de la ciencia moderna. Madrid: Cincel.
Texto útil para comprender el surgimiento de la ciencia moderna, pues desarrolla sobre todo los siglos XIV y XV,
explicando de manera clara y precisa la amalgama de corrientes que se pueden encontrar en dicho periodo.
ORDÓÑEZ, J.; NAVARRO, V. y SÁNCHEZ RON, J. M. (2007): Historia de la ciencia. Madrid: Espasa-Calpe.
Manual de referencia para el estudio de la historia de la ciencia. Riguroso, claro y ameno, en lo que se refiere a la
ciencia moderna, da cabida tanto a los protagonistas básicos (Newton, etc.) como a corrientes minoritarias.
PÉREZ, J. (2001): Historia de la filosofia moderna. Madrid: Akal.
Manual de historia de la filosofía, es interesante para contextualizar a estos autores que se siguen viendo más
filósofos que científicos.
RIOJA, A. y ORDÓÑEZ, J. (1999): Teorías del universo. Volumen II: de Galileo a Newton. Madrid: Síntesis.
Manual ameno, claro y especialmente útil para estudiar este periodo, ya que se centra en el desarrollo de las
teorías astronómicas, en sus aspectos científicos y culturales.
SHAPIN, S. (2000): La Revolución Científica. Una interpretación alternativa. Barcelona: Paidós.
Lectura no canónica de la Revolución Científica, es muy útil para ver las interrelaciones entre los distintos sabe-
res que se producen. Muy buen (y extenso) ensayo bibliográfico.
TATON, R. (ed.) (1975): Historia general de las ciencias. Barcelona: Destino.
Obra canónica en el estudio de la historia de la ciencia, recoge en cinco volúmenes las aportaciones de exper-
tos, sobre todo del ámbito francés.

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filosofía

RESUMEN

La revolución científica.
Galileo y Newton

1. La revolución científica XX Bacon y el método experimental


„„ Con Bacon se inicia claramente el método inductivista, que
pone en primer término la observación y el razonamien-
1.1. Sentidos de «Revolución Científica» to inductivo. Hacer ciencia es acumular observaciones y a
continuación formular leyes generales que se inducen a
„„ Con «Revolución Científica» nos referimos al nacimiento de
partir de aquéllas.
la ciencia moderna en la Europa de los siglos XV a XVIII, junto
a todas sus repercusiones sociales, políticas y económicas. XX Laprimera reformulación del universo: Copérnico
„„ La expresión es de H. Butterfield y significa cambio brusco y el heliocentrismo
e irreversible.
„„ Copérnico, que por limitaciones técnicas debía usar más el
„„ T.S. Kuhn utiliza el concepto de «Revolución Científica» para
razonamiento matemático que la observación, expone en
referirse a cualquier cambio de paradigma científico, preci-
1531 su teoría heliocéntrica: postulando que el Sol se man-
sando así la propuesta de Butterfield y ofreciendo un con-
tiene inmóvil y que a su alrededor gravitan los planetas, los
cepto que puede aplicarse a diferentes periodos históricos.
cálculos son más sencillos, lo cual es evidencia indirecta a
favor de su hipótesis
1.2. El nacimiento de la ciencia moderna

XX La ciencia aristotélica y la Escolástica 2. Galileo


„„ La ciencia moderna no se limita a aceptar la ciencia es-
colástica, ampliándola, sino que niega muchos de sus su-
puestos fundamentales, algunos de los cuales venían de 2.1. La astronomía de Kepler
la interpretación de la Biblia, mientras que otros venían de
Aristóteles. „„ Kepler, que contaba con más datos observacionales que
Copérnico, asume el heliocentrismo y formula sus tres le-
„„ De Aristóteles abandonan su esquema metafísico de ma-
yes acerca del movimiento elíptico de los planetas en torno
teria-forma y adoptan un modelo mecanicista de materia-
al Sol. Para él el heliocentrismo es más que una hipótesis.
movimiento.
„„ De la Biblia niegan su narración teleológica sobre el origen
del mundo y del hombre. 2.2. El método de Galileo: matemáticas y
experimentos mentales
XX El Renacimiento
„„ Los estudios de mecánica de Galileo dan lugar al método
„„ El espíritu renacentista rompe con la tradición escolástica
experimental-matemático, donde razonamiento exacto y
y promueve una vuelta, directa pero crítica, a la sabiduría
experimentación se conjugan en la formulación y verifica-
de los griegos.
ción de teorías.
„„ En muchos casos se iniciaron corrientes de pensamiento
„„ Frente a Bacon, la observación debe restringirse a cualida-
que poco tienen que ver con la ciencia moderna, como por
des mensurables. De ahí viene la posiblidad de aplicar lue-
ejemplo la filosofía de la naturaleza.
go el razonamiento matemático a los datos obtenidos.
„„ La vuelta al platonismo y al pitagorismo, aunque de pre-
„„ Para los fenómenos no observables, Galileo introduce el ex-
supuestos poco científicos, permitió en autores como Ni-
perimento mental, que es un razonamiento donde se asu-
colás de Cusa una vuelta hacia las matemáticas en tanto
men condiciones cualitativas del fenómeno bajo estudio.
que ciencia capaz de proporcionar conocimiento sobre el
mundo empírico.
„„ En otros casos se iniciaron métodos experimentales que 2.3. Mecánica celeste
poco a poco ayudaron a revalorizar el valor del experimen-
„„ Con sus observaciones astronómicas, Galileo echa por
to; de la alquimia de Paracelso se pasaría a la química.
tierra la inmutabilidad y perfección de la esfera celeste de
Aristóteles.

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„„ Con sus experimentos sobre caída de los graves, demostró 3.3. Triunfo de Newton sobre el
que los cuerpos pesados no caen más deprisa que los lige-
ros, lo cual le suministró además pistas para la formulación
mecanicismo cartesiano
de su ley de caída. „„ El mecanicismo de Descartes es geométrico: asume que
la naturaleza se compone en último término de cuerpos
materiales en movimiento, de modo que toda explicación
científica debería recurrir tan sólo a esas dos nociones.
3. Newton
3
„„ El mecanicismo de Newton añade las fuerzas como causa
de los movimientos y subraya la importancia de la observa-
3.1. La síntesis newtoniana ción en el método científico.

„„ Newton acepta el método experimenal-matemático de


Galileo y consigue unificar la mecánica terrestre de Galileo
con la mecánica celeste de Kepler.
„„ Completa la cinemática de sus predecesores (descripción
del movimiento) con una cinemática (explicación del mo-
vimiento mediante masa y fuerza).

3.2. Leyes generales de la Naturaleza


„„ El núcleo de su dinámica lo componen tres leyes: (1) la ley
de inercia, (2) la introducción del concepto de fuerza, (3) el
principio de acción-reacción.
„„ También asume conceptos novedosos de masa, espacio y
tiempo.

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AUTOEVALUACIÓN

1. ¿Quién entiende la Revolución Científica como un cambio de paradigma?


a. Pierre Duhem.
b. Alexander Koyré.
c. Robert K. Merton.
d. Thomas S. Kuhn.

2. ¿Qué tres características principales posee el cosmos descrito en el Almagesto de Ptolomeo?


a. Geocentrismo, movimiento circular y uniforme de los astros, división entre mundo subsolar y mun-
do suprasolar.
b. Geocentrismo, estaticidad de los astros, división entre mundo sublunar y mundo supralunar.
c. Geocentrismo, movimiento circular y uniforme de los astros, división entre mundo sublunar y mun-
do supralunar.
d. Geocentrismo, movimiento uniformemente acelerado de los astros, división entre mundo sublu-
nar y mundo supralunar.

3. ¿Quién es el llamado «padre» de la iatroquímica?


a. Nicolás de Cusa.
b. Giordano Bruno.
c. Paracelso.
d. Boyle.

4. ¿Cuáles son las tres fases que definen el método de Bacon descrito en su Novum organum?
a. Realización de una «historia natural», deducción y experimentación.
b. Realización de una «historia natural», inducción y observación.
c. Realización de una «historia natural», inducción y experimentación.
d. Realización de una «historia natural», deducción y observación.

5. ¿Cuál es la obra más importante en la que Copérnico postula el heliocentrismo?


a. Astronomia nova.
b. De revolutionibus orbium caelestium.
c. Sidereus nuncius.
d. Nueva Atlantida.

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6. ¿Quién postula, por primera vez, el movimiento elíptico de las órbitas astrales?
a. Galileo.
b. Kepler.
c. Copérnico.
d. Newton.

7. ¿Cuáles son los dos conceptos clave de las explicaciones mecanicistas?


a. Materia y espacio.
b. Res cogitans y res estensa.
c. Tiempo y espacio.
d. Materia y movimiento.

8. ¿Qué nuevo método propugna Galileo mediante sus experimentos mentales?


a. Hipotético-deductivo.
b. Matemático-inductivo.
c. Experimental-deductivo.
d. Observacional-deductivo.

9. ¿Qué determina la Ley de la Gravitación Universal de Newton?


a. Dos cuerpos se atraen con una fuerza inversamente proporcional al producto de sus masas y direc-
tamente proporcional al cuadrado de su distancia.
b. Dos cuerpos se repelen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e
inversamente proporcional al cuadrado de su distancia.
c. Dos cuerpos se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inver-
samente proporcional al cuadrado de su distancia.
d. Dos cuerpos se atraen con una fuerza igual al producto de sus masas e inversamente proporcional
al producto de sus distancia.

10. ¿Qué descubrimiento acerca de la luz determinó el experimentum crucis de Newton?


a. La refracción de la luz blanca.
b. La heterogeneidad de la luz blanca.
c. La homogeneidad de la luz blanca.
d. La reflexión de la luz blanca.

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