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Tema IV:

Los sacramentos de la iniciación cristiana

INTRODUCCIÓN

En muchos pueblos, culturas, religiones y sociedades han existido y existen


procesos de iniciación. Tienen como finalidad o llevar a un individuo al conocimiento
de ciertas realidades ocultas o introducirlo en un grupo particular donde vivir una
existencia nueva. La iniciación requiere un tiempo de pruebas ascéticas con diversa
gradación, para progresar en el autodominio y en la adquisición de conocimientos. Se
incluyen en ella ritos simbólicos y enseñanzas ético-prácticas, que conceden al iniciado
una cierta sabiduría y modifican su estatuto social o religioso.
En el Nuevo Testamento nunca se habla de iniciación cristiana. Este lenguaje era
propio de otras religiones. Cuando las religiones mistéricas dejaron de ser un peligro de
contaminación para el cristianismo, los Padres de la Iglesia no tuvieron reparo en asumir
ese lenguaje y en ir configurando progresivamente el acceso a la fe como un auténtico
proceso de iniciación. Fue así como surgió y se consolidó un ritual de iniciaciones que
se refieren a los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía y que vamos a
estudiar en este tema.
El bautismo y la eucaristía aparecen cuando surge la Iglesia. Con ella nacen y
con ella concluirán. Describir la praxis y la teología bautismal y eucarística es situarse
ante un panorama de veinte siglos de fe, ante millones de creyentes que han sido y son,
ante miles de comunidades que, a través de estos sacramentos de han ido constituyendo
y consolidando. Esa historia ha quedado memorizada en nuestras celebraciones
sacramentales de la iniciación. Esa historia tiene, además, perspectivas capaces de
estimular la comprensión que la Iglesia de hoy tiene de los sacramentos, pero, sobre
todo, tiene impulsos para configurar de modo nuevo nuestro ser cristiano.
El sacramento del bautismo-confirmación tiene una larga historia. Presenta
semejanzas con ritos de no pocas religiones. Es más, da la impresión de ser la
adaptación cristiana de un gran símbolo religioso, patrimonio de la humanidad. Antes
de que Jesús enviase a sus discípulos a predicar el evangelio y a bautizar, Jesús mismo
se había sometido al bautismo de Juan. Pero, el mismo Juan, al bautizar al pueblo, no
hacía sino dar una especial impronta profética a ritos bautismales presentes en Israel y
en otros pueblos circundantes.

I. BAUTISMO

1. Introducción
El bautismo es el sacramento del que más habla el Nuevo Testamento. Esto
indica la importancia que tiene este sacramento en la Iglesia y en la vida de los fieles.
De tal manera que se puede afirmar que el bautismo es el sacramento fundamental que
configura y determina toda la vida cristiana. Sin embargo, es un hecho que el bautismo
ha llegado a ser un rito insignificante para la vida de muchos cristianos. Muchas
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personas se preocupan de que los niños sean bautizados, por una serie de motivaciones
de tipo sociológico, cultural y religioso. Pero luego, casi nadie se vuelve a acordar de su
bautismo y de las consecuencias que entraña.
Por otra parte, durante mucho tiempo se ha destacado sólo un aspecto del
sacramento del bautismo: su relación con el pecado original. Esto ha provocado una
imagen reducida de este sacramento.
Por ello, resulta muy difícil comprender y vivir a fondo lo que significa el
bautismo cristiano. Nosotros nos vamos a fijar, sobre todo, en el análisis de los
principales textos bautismales del Nuevo Testamento.

2. Tradiciones bautismales en Israel antes de Jesús

a. Purificación a través del agua


En las religiones arcaicas y en la religión de Israel, el bautismo es un elemento
purificador. Hay bautismo porque hay impurezas en el hombre que no le permiten
situarse dignamente ante Dios. Para acercarse a las realidades sagradas se exigían
ciertas disposiciones. La pureza era la disposición imprescindible. Ésta se conseguía no
a base de buenos actos o de esfuerzo moral, sino mediante ritos de purificación.
En la mentalidad teológica del Antiguo Testamento una gran distancia separaba
al hombre de Dios. La relación con él no era posible sin una transformación radical del
hombre. Y es que, porque Dios es “santo”, sólo se puede entrar en relación con él
después de ser santificado, consagrado. Como el pueblo no tenía la santidad requerida
para ello, Dios se apartó la tribu de Leví y la consagró a su servicio. De esa tribu se
elegía una familia y de dicha familia se escogía un sacerdote, encargado de las buenas
relaciones entre el pueblo y Dios. El sacerdote quedaba separado del mundo terreno por
medio de una consagración. Así se le comunicaba la santidad, que después había de
mantener cuidadosamente. Esta consagración consistía en:
▪ Un baño ritual para purificarse de los contactos profanos.
▪ Una unción que lo impregnaba de santidad.
▪ Vestiduras especiales que expresaban su pertenencia al mundo sagrado.
▪ Sacrificios de consagración.
El sacerdote sólo podía encontrar a Dios en el lugar santo del templo, en el
sancta sanctorum, donde sólo podía entrar una vez al año, después de someterse a un
ritual cuyo elemento central era el sacrificio, el cual se convertía en la mediación que le
permitía acceder a Dios. Por parte de Dios se esperaba, como respuesta, su bendición
sobre todo el pueblo, el perdón de los pecados y la santificación.
También el pueblo debía purificarse para entrar en la tierra de Dios. La impureza
acosaba al hombre de manera particular en la sexualidad. También la lepra era
considerada como una grave impureza. Pero el grado supremo de impureza era el
cadáver.
La purificación ritual se realizaba ordinariamente con agua. Los esenios y los
monjes de Qumrán celebraban numerosos bautismos rituales al día para prepararse
interiormente al inminente momento del encuentro escatológico con Dios. Es más, en
los siglos I y II después de Cristo, todo pagano que ingresaba en el pueblo de Dios debía
someterse al bautismo como medio para purificarse de la impureza de ser pagano.

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b. Juan Bautista: el profeta del agua


La actividad de Juan Bautista se enmarcó en los movimientos de conversión ya
existentes en el judaísmo. Esperaban un profeta, predicador de penitencia, conversión y
obediencia a la ley de Dios; sería el “profeta último”.
Juan tenía conciencia de ser ese profeta, a quien ni el presente ni el pasado le
interesaban, tan sólo la conversión de cara al futuro. Por ello, predicaba la penitencia y
anunciaba el inminente juicio de Dios. Sólo su bautismo, orientado hacia el
arrepentimiento ofrecía la posibilidad de evitar el fuego destructor del juicio divino. No
se trataba de un auto-convertirse, sino de un dejarse bautizar por otro, como
representante del Dios que convierte. Era un bautismo que no perdonaba los pecados,
pero preparaba para la metanoia (conversión), en la cual había de ser esperado el futuro
perdón. Es más que probable que la comunidad cristiana primitiva reinterpretara la
figura del Bautista como “precursor” de Jesús.

3. El simbolismo acuático
Decíamos que todo sacramento es la expresión simbólica de una experiencia
humana profunda. El nacimiento es claramente un momento fuerte de la vida. Ha
llegado el niño. Es pura gratuidad. Depende de la buena voluntad de los demás que sea
aceptado en la familia y sobreviva. El bautismo desdobla esa dependencia en cuanto
dependencia de Dios y la sublima como participación de la vida de Cristo.
Esta experiencia va acompañada de un símbolo. En este caso el simbolismo que
se utiliza es el agua. Ahora bien, el agua simboliza cuatro cosas:
a) El agua da la vida: el agua es absolutamente necesaria para la vida. Por eso,
donde hay agua hay vida. Y donde falta el agua, lo único que puede haber es
muerte.
b) El agua lava: cosa que todos sabemos por experiencia y que no necesita
explicación. Por eso, lo mismo en el judaísmo que en otras religiones antiguas y
modernas se utilizan ciertos lavatorios rituales para indicar y simbolizar que, de
la misma manera que el agua lava el cuerpo, igualmente la gracia de Dios lava el
espíritu.
c) El agua satisface la sed: o también se suele decir que apaga la sed. Pero como
la sed expresa una necesidad tan fundamental en la vida, de ahí que, con
frecuencia, se habla de la sed para indicar nuestros deseos más grandes, por
ejemplo, cuando se dice que tenemos sed de justicia o sed de paz, o de felicidad.
d) El agua mata: porque muchas veces es agente de destrucción y de muerte, cosa
que ocurre con frecuencia en riadas, tormentas, inundaciones, etc. Y por eso
también, en muchas religiones, uno de los simbolismos más fundamentales del
agua es la inmersión en las aguas de un río o de una piscina para indicar que el
hombre sepulta su vida pasada en el pecado y renace a una vida nueva en la
gracia y la amistad con Dios.
Ahora bien, acerca de estos cuatro simbolismos hay que preguntarse: ¿Habla la
Biblia de todos ellos al referirse al bautismo? Vamos a intentar dar respuesta a esta
pregunta.

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4. El simbolismo del agua en la Biblia


Para hablar de este tema vamos a servirnos del siguiente texto: Éxodo, 14,5-31.
El libro del Éxodo nos cuenta la salida de los hebreos de Egipto y lo que les
ocurrió en el desierto hasta llegar al país de Canaán. Para comprender bien lo que dice
el texto hay que tener en cuenta lo siguiente:
▪ Los hebreos vivían en Egipto sometidos a servidumbre.
▪ Dios eligió a un hombre, llamado Moisés y lo envió para que pidiera al
faraón que los dejara marchar. Pero el faraón se negó en rotundo.
▪ Entonces sobrevinieron grandes desgracias y calamidades en el país, que
los hebreos interpretaron como castigo de Dios por la negativa del
faraón.
▪ Al final tuvo que ceder y dejarlos marchar. Los hebreos al salir se
toparon con el mar. Estaban entre la espada y la pared: delante el mar, y
detrás el ejército del faraón. Si seguían iban a la muerte. Si retrocedían
volvían a la esclavitud y a la miseria. Entonces es cuando ocurrió lo que
nos narra el texto.
Egipto y el faraón personifican las instituciones y personas que encarnan en cada
época histórica los sistemas injustos que destruyen y amenazan al hombre. Representan
el poder de este mundo que tiene la osadía de enfrentarse a Dios porque se cree Dios.
Los hebreos son los pobres, los humillados, los débiles, los oprimidos. Se trata
de aquellos cuya dignidad es pisoteada por los grandes y poderosos.
Moisés es el hombre a través del cual Dios lleva a cabo la liberación del pueblo.
Es un elegido que cuenta con la fuerza del Todopoderoso.
El mar es el instrumento a través del cual Dios interviene con un juicio justo. Por
medio del agua el malvado es destruido y el oprimido es salvado. Atravesar el mar es
pasar de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.

5. El bautismo de Jesús
La tradición y la liturgia ven en el bautismo de Jesús el prototipo del bautismo
cristiano. Es más, algunos unieron la institución del bautismo al bautismo de Jesús en el
Jordán. Lo que podemos decir al respecto es que hay textos en el Nuevo Testamento que
indican la voluntad de Jesús de instituir el bautismo, pero, y aquí viene la dificultad, no
del Jesús histórico, sino del Señor resucitado. Por eso, muchos teólogos se preguntan si
el bautismo cristiano tiene su origen en el Jesús histórico, o es más bien resultado
únicamente de la experiencia de la Pascua de las primeras comunidades.
Lo que los cuatro evangelios resaltan es que Jesús se sintió tocado por la
predicación de Juan. Probablemente estuvo buscando a Dios en diferentes movimientos.
Tal vez tuviera contacto con las comunidades de Qumrán. Finalmente se decidió a
formar parte del grupo de Juan Bautista y se hizo bautizar por él esta decisión se
convirtió para él en una experiencia de especial importancia, hasta el punto de que
representa el inicio de su ministerio público. ¿En qué consistió aquella experiencia?

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1. Teofanía del bautismo


Jesús se bautiza con el pueblo, como uno más, sin distinguirse de los otros.
Entonces el cielo “se abrió”, es decir, se produjo una situación apocalíptica. Dios
manifestó su voluntad sobre el mundo. Y el Espíritu Santo descendió como una paloma
“en forma corporal” sobre él.

La nostalgia del Espíritu colmada en Jesús


El origen de la paloma es oscuro. La explicación más plausible puede estar en
conexión con la salvación del diluvio universal (Gn 8, 8-12).
El hecho de que Jesús recibiera el Espíritu en su bautismo significa que Jesús es
como el nido, el lugar del Espíritu. Podríamos decir que el Espíritu Santo estaba
nostálgico. En el Antiguo Testamento no había encontrado un lugar donde anidar. En
Jesús sí que encontró su nido definitivo. Jesús calma la nostalgia del Espíritu.
Hay que tener en cuenta que, según el judaísmo antiguo, la persona que recibía
el Espíritu era llamada por Dios para ser su mensajero. Por tanto, en el momento de su
bautismo, Jesús recibió del Padre la vocación y el destino que marcó y orientó su vida.

La voz del cielo que rompió el silencio de Dios


Después de un largo período de silencio, Dios habló de nuevo a los hombres y lo
hizo proclamando a Jesús como su hijo: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi
predilecto”. Estas palabras se refieren a un texto de Isaías (Is.42, 1) que es el comienzo
de los cantos del siervo de Yahvéh, en los que se presenta a este siervo como el hombre
solidario con el pueblo pecador, sufriendo y muriendo por la salvación del pueblo. Jesús
quedó constituido, pues, como profeta, al mismo tiempo que se revela su filiación
divina y su vocación de siervo, que se solidariza con el pueblo y sufre y muere por el
pueblo.

6. El Bautismo en las primeras comunidades


Al principio, los cristianos no solían bautizar a los niños. No es que no se hiciera
nunca, pero no era habitual. Se bautizaba ya a la gente de mayor, cuando lo pedía. Pero
no bastaba con pedirlo, con manifestar el deseo de bautizarse, sino que era necesaria una
larga preparación. Desde que una persona pedía ser bautizada hasta que se le concedía,
podían pasar varios años, mínimo tres. Durante este tiempo se le ponía bajo la tutela de
dos personas: un catequista, cuya misión era explicarle el mensaje cristiano, y un
padrino, que le mostraba cómo se comportaban los cristianos en las diversas
circunstancias de la vida. Cuando el catecúmeno estaba suficientemente preparado, es
decir, cuando consideraban que tenía un conocimiento básico del mensaje cristiano y
había empezado a vivir de acuerdo con él, entonces se bautizaba.
Como la celebración bautismal tenía lugar en la vigilia pascual, el tiempo
inmediato de preparación intensiva era la cuaresma. Durante este tiempo, los
catecúmenos se sometían a un severo ayuno, unido a muchas oraciones, limosnas,
vigilias, no podían bañarse, beber vino, comer viandas y, si estaba casado, tenía que
abstenerse de las relaciones sexuales. Era también cuanto tenían lugar los escrutinios,
hechos de manera pública, uno a uno, donde se examinaba su conducta, sus esfuerzos y
su progreso. Otro de los ritos de este tiempo era la traditio-redittio del credo y del
padrenuestro. Se les pedía que durante el tiempo de cuaresma ocupasen su espíritu en

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las palabras del credo, que previamente habían recibido (traditio) y del que
posteriormente debían dar cuenta (reditio).
El bautismo tenía lugar, como ya hemos dicho, en la noche del Sábado Santo,
durante la Vigilia Pascual, en una ceremonia que duraba hasta el amanecer. El bautismo
significaba el nacer de arriba, pertenecer a la nueva creación, participar en el misterio de
la muerte y resurrección de Cristo. La ceremonia tenía tres partes: comenzaba con el
bautismo de los catecúmenos, luego seguía con la confirmación de los mismos y
terminaba con la eucaristía en la que hacían la primera comunión.
Los ritos más significativos eran el epheta, (el obispo tocaba los oídos y la nariz
del catecúmeno para abrir su espíritu a las realidades superiores); la profesión de fe: los
neófitos aclaraban mediante las renuncias, cómo era el hombre viejo que querían
ahogar. A continuación, esbozaban los rasgos del hombre nuevo que debía salir de las
aguas bautismales; el siguiente rito era la unción de los catecúmenos en todo su cuerpo.
A continuación, seguían el despojamiento de las vestiduras y la inmersión en el agua.
En las iglesias, en un lugar aparte, había una habitación con una piscina a la que se
bajaba por unas escaleras. El que se iba a bautizar, asistido por un diácono o una
diaconisa, según fuera hombre o mujer, entraba en esa sala, se desnudaba, evocando la
desnudez del paraíso, entrando en el agua atravesaba la piscina, evocando la muerte y
resurrección de Cristo, y, al salir por el lado opuesto, se le ponía la túnica blanca, signo
del mundo espiritual de la luz en el que había sido introducido. Con ello querían
significar el hombre nuevo que había nacido en ellos. Despojarse de la ropa era un
modo de decir que abandonaban la vida de pecado que habían llevado hasta entonces.
Era como salir de Egipto. Entrar en el agua era como volver al vientre materno para
nacer de nuevo como hijos de Dios. La túnica blanca significaba su nueva condición. Es
el color de la vida y de la resurrección.

7. Nuestra condición de bautizados

2. La espiritualidad bautismal
Estar bautizado implica un estilo de vida, un camino de espiritualidad. Las
características fundamentales de esta espiritualidad las podríamos resumir en las
siguientes:

Espiritualidad de la muerte-sepultura con Cristo.


El bautizado contempla el mundo desde la cruz de Cristo. Ese es su criterio de
relación con la realidad. Desde la cruz el mundo no se odia. Pero el crucificado es
víctima del mundo. Mantiene con él una cierta distancia. La espiritualidad del bautizado
no implica un rechazo de la creación de Dios, sino un compromiso contra el pecado, es
decir, una espiritualidad de tensión profética.

Espiritualidad mesiánica.
El bautizado está llamado a ser “Cristo”, ungido, mesías. Así lo dice San Pablo:
“todos al bautizaros vinculándoos al Mesías, os revestisteis del Mesías” (Gal.3, 27).
Esto quiere decir que la vida misma de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido
el bautismo. Pero, además, el bautizado adopta una vida que actúa y va en la dirección
de lo que fue la existencia de Jesús: una existencia para los demás. Ser bautizado es ser
testigo, mesías, apóstol.

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Espiritualidad marcada por la experiencia del Espíritu.


Igual que en el bautismo de Jesús, la tradición cristiana celebra el descenso del
Espíritu en el bautismo de los cristianos. Por tanto, el hombre bautizado es un hombre
de espíritu, una persona animada por una fuerza mística. Pero no se trata solamente de
una fuerza íntima, sino que el Espíritu es una fuerza que empuja a los creyentes a dar
testimonio de Jesús hasta el fin del mundo, mirando siempre al futuro de Dios.

8. Bautismo y pecado original. Bautismo de los niños.

¿El bautismo es el sacramento instituido para borrar el pecado original? Así se


ha afirmado en los catecismos. San Agustín en De pecatorum meritis et de baptismo
parvulorum ad Marcellinum afirmaba la universalidad del pecado original, lo cual
significa que afecta a todos los hombres. De ello deduce que la redención universal de
Cristo es necesaria para todos. Esta redención es recibida a través del bautismo. De ahí
la razón de ser del bautismo de los niños, ya que los niños muertos sin bautismo se
condenan, aunque “estarán en una condena, sin duda, la más suave entre todas las
formas posibles”1. Para los niños, pues, según Agustín, no habría otro medio de obtener
la salvación eterna que el bautismo: “Para qué sería necesario configurar al niño con la
muerte de Cristo mediante el Bautismo si no estuviera ya completamente envenenado
por la mordedura de la serpiente”2. No sabemos muy bien por qué S. Agustín no llegó a
descubrir que el hecho de que la salvación esté destinada a todos significa, no que todos
tengan derecho a la gracia, sino que todos son ya agraciados.
Según este argumento, ante la posibilidad de que un niño pudiera morir sin
bautismo, en pecado original, la Iglesia generalizó la práctica del bautismo de los niños
para borrar en ellos el pecado original.
Esta cuestión en los últimos años ha sido objeto de una profunda controversia.
Muchos afirman que no tiene sentido bautizar a los niños pequeños puesto que un niño
pequeño no se entera ni puede entender nada. Por otra parte, afirman que no vale decir
que el niño se bautiza por la fe de los padres o padrinos, porque nadie puede tener fe por
otro como no puede pecar por otro.
Ante estos planteamientos hemos de decir, en primer lugar, que tal vez el
problema no sea bautismo de niños sí o no, sino bautismo de niños como hecho aislado
o dentro del proceso integral de iniciación cristiana. Puesto que el bautismo de niños es
el principio, no el fin, es la apertura del proceso, no el término, debe considerarse como
principio desencadenante. Su verdad plena dependerá más de lo que sigue que de lo que
precede. Por otra parte, cabe afirmar que el niño es capaz de asimilar e integrar en su
propia experiencia los símbolos en general: como asimila el amor de sus padres puede ir
también asimilando su fe, su experiencia de vida, su lenguaje, etc...
Por otra parte, existen una serie de argumentos que nos ayudan a justificar
teológicamente el bautismo de los niños. En primer lugar, el bautismo de los niños
resalta la incondicionalidad de la gracia. Precede a la fe consciente y desarrollada. Se
expresa simbólicamente la iniciativa de Dios. En segundo lugar, la fe personal-
individual nunca acontece sola, sino siempre dentro de una familia y una comunidad
que es la Iglesia. El niño es llevado a la madurez de su libertad por sus padres, su

1
AGUSTÍN, De pecatorum meritis et de baptismo parvulorum ad Marcellinum, I, 16,21
2
AGUSTÍN, o.c. I, 36,61

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familia, sus educadores, la sociedad. También el bautizado es llevado al bautismo por


sus padres, que se responsabilizan de esta decisión de expresar públicamente el símbolo
bautismal que es un hijo de Dios, que está adherido a Cristo y a su Espíritu y que forma
parte de una comunidad de salvación, la Iglesia. En la celebración del bautismo de un
niño, por tanto, está presente la fe de sus padres, de la familia y de la comunidad. Ella
ejerce una función “vicaria”, hasta que el niño llegue a adquirir su propia madurez.
Ahora bien, esto no significa que el bautismo de niños deba ser celebrado
indiscriminadamente. Lo suyo sería que tal celebración resultara significativa para las
familias, de manera que este sacramento fuera el comienzo, no el término de un
proceso.

II. LA CONFIRMACIÓN

1. Introducción
El sacramento de la confirmación es seguramente el sacramento en el que menos
clara está la identidad. Porque decimos que es sacramento, pero su sacramentalidad es
negada (protestantes), discutida (anglicanos), o diversamente explicada (ortodoxos,
católicos).
Es cierto que durante los últimos cuarenta y cincuenta años se han producido
algunas clarificaciones y avances y que el Vaticano II constituye un punto de referencia
clara a la identidad de este sacramento. Con todo, todavía es preciso seguir avanzando.

2. La Confirmación en el Nuevo Testamento


La primera dificultad que encontramos al tratar sobre el sacramento de la
Confirmación es que el Nuevo Testamento no dice en ninguna parte que Jesús
instituyera directa e inmediatamente este sacramento. Por otra parte, los testimonios
indirectos que hay en el Nuevo Testamento sobre este asunto necesitan algunas
puntualizaciones.
Muchas veces se ha dicho que el sacramento de la confirmación está claramente
atestiguado en el libro de Hechos de los Apóstoles cuando se cuenta que fueron Pedro y
Juan a imponer las manos a los recién bautizados de Samaria, para que así recibieran el
Espíritu Santo (He 8,14-17). Y también cuando se dice que san Pablo llegó a la ciudad
de Éfeso y allí bautizó e impuso las manos a unas cuantas personas, que así recibieron el
Espíritu Santo (he 19,5-7). Pero hoy está demostrado que lo que en esos textos se quiere
enseñar es simplemente que los nuevos cristianos se iban incorporando a la unidad y a
la comunión con la Iglesia. Porque, para el libro de los Hechos, la incorporación a la
Iglesia se expresa mediante la efusión y la intervención del Espíritu.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la comunicación del Espíritu a los
creyentes, tal como aparece en el libro de los Hechos no está necesariamente vinculada
a la imposición de las manos de los apóstoles. Porque hay casos en los que el Espíritu se
comunica con ocasión del bautismo (He.1, 5) pero hay otros en los que se comunica
antes del bautismo (He.10, 44-47). O sea que no se puede decir que existe un rito
religioso (la imposición de manos) mediante el cual se comunica el Espíritu Santo a los
cristianos.

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3. Desarrollo histórico
La confirmación comenzó a configurarse como sacramento separado del
bautismo a partir del siglo V. Fue en occidente, y sólo a partir de este siglo, cuando se
introdujo la costumbre de administrar el bautismo sólo con agua. Y entonces la
imposición de manos y la unción se empezaron a administrar separadamente, en otro
momento después del bautismo. El término confirmación está testificado por primera
vez en la Galia meridional, a mediados del siglo V. Fausto, obispo de Riez, habló sobre
ella en una famosa homilía de Pentecostés (año 485):
Hemos dicho que la imposición de la mano y la confirmación pueden dar algo
nuevo a quien ha sido regenerado en Cristo; pero alguno de vosotros puede
preguntarse: ¿de qué modo puede servirme después del misterio del bautismo el
ministerio del que me confirma? Piensa de hecho: por lo que parece, en el bautismo no
hemos recibido todo, si después necesitamos un nuevo don3.
Fausto de Riez piensa que después del bautismo es necesario un nuevo rito. La
razón es la siguiente: hay dos momentos diferentes en la vida humana, el del don de la
vida en el nacimiento y el momento del esfuerzo que constituye la vida del adulto. La
situación de los creyentes, a los que Fausto se dirigía, estaba caracterizada por luchas y
persecuciones. El obispo de Riez invitaba a los bautizados a no diferir la confirmación
para recibirla como un don de adiestramiento y un equipamiento, a semejanza de un
soldado, para las luchas de la vida.
¿Por qué se produjo la separación de estos ritos? El motivo fundamental de esta
separación fue que desde finales del siglo IV se impuso la costumbre de bautizar
masivamente a todos los niños recién nacidos. En consecuencia, los bautismos eran muy
abundantes. De ahí que el obispo no podía estar en todos los bautizos. Por eso desde
este tiempo eran los sacerdotes o los diáconos quienes administraban el bautismo con
agua, mientras que la imposición de manos y la unción quedaron reservadas para
cuando el obispo podía administrar esos ritos.
Por tanto, la confirmación nació históricamente como una desmembración del
rito bautismal antiguo.
En la Iglesia oriental, aunque al principio los únicos ministros eran los obispos,
paulatinamente lo fueron los presbíteros. De todos modos, aun siendo el presbítero el
ministro ordinario de la confirmación, el óleo de la unción debía ser consagrado por el
obispo. De este modo, en las Iglesias de Oriente la praxis del bautismo de los niños
quedaba estrechamente vinculada a la celebración de la confirmación. En Occidente era
imposible, al quedar reservada la confirmación al obispo y, por lo tanto, a su visita
pastoral.

4. Justificación teológica de la confirmación como sacramento


separado
Para encontrar una teología un poco elaborada de este sacramento tenemos que
esperar varios siglos, hasta Pedro Lombardo, primero, y luego a Tomás de Aquino
(siglo XII). Con la teología del septenario sacramental la confirmación apareció como el

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AAVV., La confermazione e l´iniziazione cristiana, LDC, Turín 1967, 273-278

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segundo sacramento en orden cronológico, sin resaltar su relación con el bautismo y la


eucaristía.
Tomás de Aquino justifica la confirmación sirviéndose de la analogía con la vida
corporal: al nacimiento y a la maduración del hombre tienen que corresponder, en la
vida espiritual, dos sacramentos, el bautismo y la confirmación. La clave para entender
la confirmación es para Tomás de Aquino el hecho de que da un oficio en la Iglesia que
está al servicio de la fe. Es el oficio de confesar públicamente la fe, de proclamarla. Este
oficio es el que especifica el don del Espíritu Santo concedido por el sacramento, pero
de modo que quien lo recibe es confirmado. El objetivo final es la plenitud el Espíritu
Santo: “Este sacramento es dado para obtener la plenitud del Espíritu Santo, cuya
actuación es pluriforme según Sab 7,22 y 1Cor 12,4”4.

5. La confirmación en el Vaticano II
Aunque hay quien defiende que el Vaticano II no ha aportado nada a la Teología
de la Confirmación, la mayoría de los autores están de acuerdo en que los acentos
clarificadores del Concilio han contribuido a un enriquecimiento de dicha Teología.
Podemos destacar los aspectos siguientes:
▪ La confirmación es, ante todo, un sacramento de y para la iniciación.
▪ La confirmación comunica con fuerza especial y de forma singular el don
mismo del Espíritu Santo, por el que somos capacitados para cumplir
nuestra función profética, sacerdotal y real.
▪ Es con este don y fuerza del Espíritu con el que el bautizado y
confirmado puede cumplir su compromiso de ser testigo en medio del
mundo.
▪ La confirmación une más perfectamente a la Iglesia y su misión, y es, al
mismo tiempo, acontecimiento comunitario y social.
▪ La confirmación es el sacramento de la comunión con la estructura
apostólica de la Iglesia y en el acontecimiento de Pentecostés.

6. Significado fundamental
La Confirmación se tiene que entender en relación con el Bautismo, aunque no
como complemento o perfeccionamiento de éste. Afirmar esto sería inexacto, porque al
bautismo no le falta nada, no es un sacramento incompleto. Quien ha sido bautizado ha
sido aceptado definitiva e irrevocablemente por Dios y acogido de la misma manera en
la Iglesia. El bautismo “hace perfecto” al bautizado y no hay razones para atribuir a la
confirmación una cualidad nueva que plenifique el bautismo.
Según el Concilio Vaticano II, la espiritualidad de este sacramento consiste en
un compromiso por difundir y testimoniar la fe, cuyo centro es Jesucristo. Este
testimonio ha de llevarse a cabo, en primer lugar, con la palabra. La Iglesia, dejando sus
miedos en Pentecostés, tomó la palabra y se lanzó a la evangelización del mundo. Los
confirmados, alcanzados también por el Espíritu, han de tomar la palabra que anuncie la
Buena Noticia de Jesús. Pero también es necesario que esta palabra vaya acompañada
de las obras. La vida cristiana es traducción de una experiencia viva en una conducta
práctica.

4
TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, III, q.72, a. 1c.

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7. Rito del Sacramento de la Confirmación


Lo que caracteriza al símbolo de la Confirmación es la imposición de manos y la
unción con el crisma. Por lo tanto, recurriendo a lo que significan estos gestos
simbólicos es como podremos saber su sentido.

3. La imposición de manos
Imponer las manos a alguien deseándole cosas buenas es bendecirlo. En el
Antiguo Testamento también aparece este gesto para expresar la transmisión de un
oficio o una tarea. En los evangelios se nos dice que Jesús imponía las manos para curar
a los enfermos o bendecir a las personas.
En este sentido, se puede decir, pues, que es propio de la Confirmación que el
obispo, en nombre de la Iglesia, bendice a los bautizados y les impone una tarea
determinada.

4. La unción con aceite


En el Antiguo Testamento tiene una significación importante el gesto de ungir.
El gesto de ungir con óleo a una persona significa dedicarla a Dios, consagrarla a él,
santificarla.
Con la unción querían significar que la persona era elegida para desempeñar una
función, un cargo en nombre de Dios y al servicio del pueblo. Se trata de una persona
escogida. Dios lo elige para encomendarle una misión para la que era necesaria su
gracia, su fuerza y su Espíritu.

III. LA ECUARISTÍA

Introducción
El sacramento de la Eucaristía es el símbolo por excelencia del Jesús que nos
prometió: “Estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Por otra parte, hay que decir, en primer lugar, que la Eucaristía es el sacramento
conclusivo de la iniciación cristiana: en ella culmina el camino de fe, identificación con
Cristo e incorporación a la Iglesia sellado por el Bautismo y la Confirmación.
Es necesario igualmente, tener en cuenta que es reductivo explicar el origen de
la Eucaristía solamente a partir de la última cena de Jesús con sus discípulos. Es
necesario situarla en el contexto y dinamismo del Reino.
Tampoco podemos entender la Eucaristía sin una referencia a la Iglesia. La
presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía es la presencia del cuerpo espiritual, un
cuerpo capaz de comunión total.
Finalmente conviene recordar que la Eucaristía es misterio de comunión. En
realidad, ninguna comunidad puede edificarse si no tiene su raíz y quicio en la
celebración de la eucaristía.

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Iglesia, Sacramentos y Moral

1. ¿Qué nombre le damos?


Han sido muchos los nombres que este sacramento ha recibido y recibe:
✓ Eucaristía: significa acción de gracias porque en ella damos gracias a Dios por
todos sus beneficios.
✓ Banquete del Señor: porque es memorial de la cena que el Señor celebró con sus
discípulos la víspera de su muerte.
✓ Fracción del pan: ya que en ella se parte el pan y se reparte a los que comulgan.
✓ Asamblea eucarística: porque es la reunión del pueblo de Dios.
✓ Misa o santa Misa: esta palabra viene del latín “missio” que significa “envío”.
Se ha utilizado este término porque al terminar el sacerdote envía al pueblo para
que cumpla en la vida diaria lo que ha celebrado en la asamblea.

2. Origen de la Eucaristía
Se ha aceptado, como lo más obvio, que la Eucaristía fue instituida en la última
cena de Jesús con sus discípulos. Sin embargo, escribió Joaquín Jeremías hace algunos
años que “en realidad la cena de la institución no es más que un eslabón en la larga
cadena de las cenas de Jesús con los suyos, cadena que sus seguidores continuaron
también después de la pascua”. La última cena de Jesús no fue un hecho aislado en la
vida de Jesús, sino un momento en que su vida y su mensaje consiguieron una peculiar
densidad.

3. El contexto en el que surge la eucaristía


La Eucaristía no fue una genialidad de Jesús, desconectada del proyecto
fundamental de su vida. Jesús no dijo “tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y
bebed, esto es la copa de la alianza en mi sangre” por una ocurrencia del momento.
Cuando lo dijo y lo realizó, había llegado a madurez en él su oblación, su entrega sin
reservas. Y esa entrega no era sino el sacramento del amor que el Padre nos tiene.

4. Los primeros signos eucarísticos


▪ Las comidas de Jesús

Los sinópticos nos presentan a Jesús asistiendo frecuentemente a comidas y


banquetes. Jesús hacía de estos encuentros momentos privilegiados de su enseñanza, de
sus signos del Reino.
La comida era para los israelitas un momento en el que se actuaban las
relaciones entre el hombre y Dios. Comer era para ellos algo sagrado. La comida
requería por tanto pureza tanto en los comensales como en los alimentos, como en los
utensilios. Antes de las comidas santas había incluso que bañarse. Jesús sometió a sus
discípulos a este rito cuando les lavó los pies en la última cena. Al mismo tiempo se
hacía memoria de la alianza.
La comida ordinaria era también para los israelitas el momento en el que se
anudan y reanudan las relaciones humanas. Era especialmente signo de solidaridad con
los otros comensales y de compartir la vida y la amistad.
Por otra parte, los profetas habían presentado el futuro mesiánico bajo la imagen
del banquete: Is.55, 1-3; Is.25, 6-8... Este banquete mesiánico se anticipa en las comidas

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Iglesia, Sacramentos y Moral

de Jesús con los hombres. Como mensajero de Dios, Jesús expresaba en estas comidas
que el tiempo de la salvación estaba cerca, que el esposo estaba con ellos.
Se anticipa también la Eucaristía en las comidas de Jesús con los pecadores.
Haciéndose amigo de los alejados de Dios, Jesús conquistaba para el Padre sus
corazones. Por otra parte, demostraba que en su mesa no hay nadie excluido. Jesús se
sentaba también a la mesa de cualquiera desde una actitud de gratuidad y de entrega.
Hubo momentos en los que Jesús invitó a otros a comidas presididas por él: al
pueblo en la multiplicación de los panes, a los doce en la última cena. En esos casos él
ejerció la función del sirviente de la mesa. Jesús preside la mesa en cuanto servidor. Él
es el alimento y al mismo tiempo el sirviente.

▪ Las bodas de Caná o el vino de la alianza (Jn 2, 1-12)

En el relato tres personas relevantes: la madre de Jesús, situada entre quienes


estaban en la boda; Jesús, que llega después como “invitado” con sus discípulos y el
esposo, a quien se dirige el maestresala y al que le atribuye el vino bueno.
¿Qué significa el esposo? ¿Quién es aquel que ha guardado el vino nuevo hasta
ahora? ¿Quién es el vino nuevo? En primer lugar, el vino nuevo es Jesús. Jesús aparece
como vino, como alegría, como fiesta, copa de alianza nupcial. El que ha guardado el
vino nuevo hasta ahora es Dios Padre. Él es el esposo. La boda acontece “el día
tercero”, con la referencia al día tercero de la creación y al tercer día, como evocación
de la resurrección de Cristo y que significa el día en que Dios se manifiesta. La esposa
de Dios es su pueblo. Pero en el relato el pueblo está simbolizado, no en María, (no se
menciona su nombre), sino en la “madre de Jesús”, a la que éste llama “mujer”, misma
expresión que utilizará en el momento supremo de la “hora”, la cruz. Los contrayentes
son, pues, Dios y el pueblo. Los servidores son símbolo del Israel deseoso de obedecer a
Dios: hacen todo lo que pueden hacer, llenar las jarras hasta arriba. El maestresala es un
testigo.
El autor del cuarto evangelio, al ubicar la escena de la boda en los comienzos de
la vida pública de Jesús, muestra la intención de enmarcar todo su ministerio en un
ofrecimiento esponsal que se consuma en la entrega total y por amor en la cruz. Los
desposorios de Dios con la humanidad, gracias a la encarnación del Verbo, nacido de
mujer, se consuman en la cruz.

▪ La multiplicación de los panes: una comida para el pueblo (Jn 6)

Para entender el significado del gesto de Jesús multiplicando los panes y después
partiendo el pan en la última cena, es interesante que entendamos el significado del pan
en el Antiguo Testamento.
En primer lugar, el pan simboliza el alimento. Era, también, símbolo de
hospitalidad. En tercer lugar, tiene una referencia a la esclavitud. En Egipto el pueblo
comía pan hasta hartarse, pero era el pan de la esclavitud. La ruptura con el régimen
faraónico suponía empezar a amasar un pan nuevo, el pan de la liberación. Ese pan era
ázimo. En el desierto Dios alimentó a su pueblo con el pan del cielo. El pan era también,
el signo de la providencia de Dios sobre su pueblo: Dios bendice con el pan a quienes
ama, nunca un justo mendigará el pan. Por el contrario, cuando el pueblo se aparta de
Dios, le falta el pan. Por último, está el misterioso pan de la presencia, pan que había

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que poner sobre la mesa de la Tienda, para que estuviera permanentemente bajo la
mirada de Yahvé. Tenían que ser doce panes, sustituidos cada semana y que sólo podían
ser comidos por los sacerdotes.
Según el evangelio de Juan, después del milagro, en el discurso de Jesús, el
verdadero pan del cielo es el Padre. Ese pan es dado ahora y a este pueblo. Ese es el
verdadero pan del cielo, el pan de Dios y que da vida al mundo. Ese pan es Jesús. Jesús
se identifica a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo: viene de manos del
Padre, es enviado por él, ha descendido del cielo y da la vida al mundo. El pan de vida
es la carne que Jesús dará y entregará para la vida del mundo, un pan que será necesario
comer.

▪ La última cena o cena de despedida

Antes de pensar en una cena de institución, habría que contemplarla como un


momento denso de encuentro entre Jesús y sus doce un poco antes de morir. Lo
importante de la cena de despedida fue el encuentro que adquirió, por parte de Jesús, su
máxima intimidad. Encontró en el pan y en la copa de vino los símbolos de sí mismo
entregándose y derramándose en su pueblo.
La aparente restricción de la cena de despedida a los doce no es tal. No hay que
olvidar el carácter simbólico del grupo. Los doce no eran un grupo de selectos, de
separados. Incluso la ausencia de mujeres no es un dato en el que haya que insistir. Los
doce no estaban a título personal. Estaban allí como símbolo del nuevo Israel, de las
doce tribus. Jesús celebra la cena del adiós con el nuevo pueblo de Dios.

3. La experiencia de la primera comunidad


El libro de los Hechos de los Apóstoles resume perfectamente lo que era la vida
de la Iglesia primitiva de Jerusalén (He. 2,42-47). El texto nos dice que los miembros de
la comunidad a diario frecuentaban el templo en grupo, partían el pan en las casas y
comían juntos alabando a Dios. Pues bien, lo significativo está en que la celebración
específicamente cristiana, la Eucaristía, no está vinculada al espacio sagrado, sino a las
casas. Desde este punto de vista, por lo tanto, la celebración eucarística es símbolo de
comunión. Los cristianos sacaron hasta las últimas consecuencias lo que representaba el
símbolo de la comida compartida: la experiencia de comunión que los llevó a poner en
común todo lo que cada uno poseía.

4. Significación fundamental
De todo lo dicho se desprende que la significación fundamental de la eucaristía
está en relación y se ha de interpretar a partir del símbolo de la comida compartida.
Compartir la misma comida es compartir la misma vida. Y como en la eucaristía la
comida es Jesús mismo, de ahí se sigue que la eucaristía es el sacramento en que los
creyentes se comprometen a compartir la misma vida que llevó Jesús; y a compartir
también la misma vida entre ellos, el amor y la solidaridad.
La eucaristía es la identificación de vida con Jesús: hacer lo que él hizo y vivir
como él vivió. En el fondo, todo esto quiere decir, que lo fundamental no es el rito, sino
la experiencia que se expresa en el símbolo. Y esta experiencia es el amor a los demás,
exactamente como Jesús se entregó por todos hasta la muerte. Por tanto, se puede decir
con todo derecho, que donde no hay amor y vida compartida, no hay eucaristía.

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Iglesia, Sacramentos y Moral

Es importante resaltar, igualmente, que al realizar Jesús el gesto provocador de


acercarse a todos los hombres y mujeres de su pueblo, fariseos piadosos y pecadores
rechazados estaba realizando el gran símbolo del reino. Dios reina acercándose al
hombre, aproximándose a él. En Jesús se hace realidad el banquete mesiánico, liberador,
prometido por los profetas. Sus comidas proponían un nuevo modelo de humanidad.
Eran una parábola del reino en acción.
La eucaristía no es un acontecimiento desligado de la historia. Es el sacramento
de la presencia de Dios, que reina en nuestra historia.
Por último, es importante recalcar que Jesús no rechazó a nadie de su mesa, sino
que comió con los pecadores. Es cierto que el cuarto evangelio puso de relieve cómo
Jesús lavó los pies a los discípulos para prepararlos para la cena. Pero esta necesidad de
purificación no ha de extremarse hasta cambiar el tabú de la pureza legal judía en el
tabú de las confesiones previas a la comunión eucarística. Quienes participamos en la
mesa de Jesús somos pecadores, personas que reconocemos nuestra impureza, aunque
creemos en él, lo buscamos, tenemos hambre de su pan y sed de su vino. Somos sus
discípulos en búsqueda. La eucaristía es, ante todo, el pan de los hombres.
“En realidad la eucaristía ha sido instituida para el pecador, para la multitud de gente
que tiene hambre de Dios y de pan. No hemos de hacer de ella un encuentro para gente
satisfecha… Algunas actitudes, con la excusa de salvar la verdad, pueden vaciar el
gesto eucarístico de su carga de amor y alterar su auténtica verdad, que consiste
justamente en ser un gesto de amor desconcertante... Misión de la Iglesia es
manifestarnos la mirada amorosa de Cristo. Es la eucaristía esa mirada de amor. ¿Por
qué impedírsela a la persona humana cuando está más necesitada de amor?5.

5. La presencia de Cristo en la eucaristía


A la hora de hablar de este tema, hemos de distinguir entre el hecho de la
presencia y la explicación que nosotros podemos o debemos dar de ese hecho.
El hecho está bastante claro. Cuando Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”, está
utilizando una frase llena de realismo. Jesús identifica el sujeto “esto” (el pan) con el
predicado “mi cuerpo” (la persona de Jesús). Por tanto, estas palabras de Jesús no se
pueden entender como una mera comparación (esto es como mi cuerpo), sino como una
afirmación real. La fe de la Iglesia en este tema ha sido unánime y constante. Es decir,
los creyentes de todos los tiempos han pensado, han sabido y han creído que en la
Eucaristía está presente el propio Jesús.
Los problemas se han planteado cuando se ha querido dar una explicación
satisfactoria acerca de cómo está Cristo presente en el pan y el vino consagrados. La
Iglesia ha interpretado la identificación real entre los dones eucarísticos y el cuerpo y la
sangre del Señor en términos de conversión total del pan y del vino, es lo que, Santo
Tomás denominará “transustanciación” (cambio de sustancia, permaneciendo los
accidentes).

5
JOHANY, R. L´eucaristia, camino di risurrezione, Elle di Ci, Turín 1976, 170-171

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