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INTRODUCCIÓN
I. BAUTISMO
1. Introducción
El bautismo es el sacramento del que más habla el Nuevo Testamento. Esto
indica la importancia que tiene este sacramento en la Iglesia y en la vida de los fieles.
De tal manera que se puede afirmar que el bautismo es el sacramento fundamental que
configura y determina toda la vida cristiana. Sin embargo, es un hecho que el bautismo
ha llegado a ser un rito insignificante para la vida de muchos cristianos. Muchas
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personas se preocupan de que los niños sean bautizados, por una serie de motivaciones
de tipo sociológico, cultural y religioso. Pero luego, casi nadie se vuelve a acordar de su
bautismo y de las consecuencias que entraña.
Por otra parte, durante mucho tiempo se ha destacado sólo un aspecto del
sacramento del bautismo: su relación con el pecado original. Esto ha provocado una
imagen reducida de este sacramento.
Por ello, resulta muy difícil comprender y vivir a fondo lo que significa el
bautismo cristiano. Nosotros nos vamos a fijar, sobre todo, en el análisis de los
principales textos bautismales del Nuevo Testamento.
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3. El simbolismo acuático
Decíamos que todo sacramento es la expresión simbólica de una experiencia
humana profunda. El nacimiento es claramente un momento fuerte de la vida. Ha
llegado el niño. Es pura gratuidad. Depende de la buena voluntad de los demás que sea
aceptado en la familia y sobreviva. El bautismo desdobla esa dependencia en cuanto
dependencia de Dios y la sublima como participación de la vida de Cristo.
Esta experiencia va acompañada de un símbolo. En este caso el simbolismo que
se utiliza es el agua. Ahora bien, el agua simboliza cuatro cosas:
a) El agua da la vida: el agua es absolutamente necesaria para la vida. Por eso,
donde hay agua hay vida. Y donde falta el agua, lo único que puede haber es
muerte.
b) El agua lava: cosa que todos sabemos por experiencia y que no necesita
explicación. Por eso, lo mismo en el judaísmo que en otras religiones antiguas y
modernas se utilizan ciertos lavatorios rituales para indicar y simbolizar que, de
la misma manera que el agua lava el cuerpo, igualmente la gracia de Dios lava el
espíritu.
c) El agua satisface la sed: o también se suele decir que apaga la sed. Pero como
la sed expresa una necesidad tan fundamental en la vida, de ahí que, con
frecuencia, se habla de la sed para indicar nuestros deseos más grandes, por
ejemplo, cuando se dice que tenemos sed de justicia o sed de paz, o de felicidad.
d) El agua mata: porque muchas veces es agente de destrucción y de muerte, cosa
que ocurre con frecuencia en riadas, tormentas, inundaciones, etc. Y por eso
también, en muchas religiones, uno de los simbolismos más fundamentales del
agua es la inmersión en las aguas de un río o de una piscina para indicar que el
hombre sepulta su vida pasada en el pecado y renace a una vida nueva en la
gracia y la amistad con Dios.
Ahora bien, acerca de estos cuatro simbolismos hay que preguntarse: ¿Habla la
Biblia de todos ellos al referirse al bautismo? Vamos a intentar dar respuesta a esta
pregunta.
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5. El bautismo de Jesús
La tradición y la liturgia ven en el bautismo de Jesús el prototipo del bautismo
cristiano. Es más, algunos unieron la institución del bautismo al bautismo de Jesús en el
Jordán. Lo que podemos decir al respecto es que hay textos en el Nuevo Testamento que
indican la voluntad de Jesús de instituir el bautismo, pero, y aquí viene la dificultad, no
del Jesús histórico, sino del Señor resucitado. Por eso, muchos teólogos se preguntan si
el bautismo cristiano tiene su origen en el Jesús histórico, o es más bien resultado
únicamente de la experiencia de la Pascua de las primeras comunidades.
Lo que los cuatro evangelios resaltan es que Jesús se sintió tocado por la
predicación de Juan. Probablemente estuvo buscando a Dios en diferentes movimientos.
Tal vez tuviera contacto con las comunidades de Qumrán. Finalmente se decidió a
formar parte del grupo de Juan Bautista y se hizo bautizar por él esta decisión se
convirtió para él en una experiencia de especial importancia, hasta el punto de que
representa el inicio de su ministerio público. ¿En qué consistió aquella experiencia?
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las palabras del credo, que previamente habían recibido (traditio) y del que
posteriormente debían dar cuenta (reditio).
El bautismo tenía lugar, como ya hemos dicho, en la noche del Sábado Santo,
durante la Vigilia Pascual, en una ceremonia que duraba hasta el amanecer. El bautismo
significaba el nacer de arriba, pertenecer a la nueva creación, participar en el misterio de
la muerte y resurrección de Cristo. La ceremonia tenía tres partes: comenzaba con el
bautismo de los catecúmenos, luego seguía con la confirmación de los mismos y
terminaba con la eucaristía en la que hacían la primera comunión.
Los ritos más significativos eran el epheta, (el obispo tocaba los oídos y la nariz
del catecúmeno para abrir su espíritu a las realidades superiores); la profesión de fe: los
neófitos aclaraban mediante las renuncias, cómo era el hombre viejo que querían
ahogar. A continuación, esbozaban los rasgos del hombre nuevo que debía salir de las
aguas bautismales; el siguiente rito era la unción de los catecúmenos en todo su cuerpo.
A continuación, seguían el despojamiento de las vestiduras y la inmersión en el agua.
En las iglesias, en un lugar aparte, había una habitación con una piscina a la que se
bajaba por unas escaleras. El que se iba a bautizar, asistido por un diácono o una
diaconisa, según fuera hombre o mujer, entraba en esa sala, se desnudaba, evocando la
desnudez del paraíso, entrando en el agua atravesaba la piscina, evocando la muerte y
resurrección de Cristo, y, al salir por el lado opuesto, se le ponía la túnica blanca, signo
del mundo espiritual de la luz en el que había sido introducido. Con ello querían
significar el hombre nuevo que había nacido en ellos. Despojarse de la ropa era un
modo de decir que abandonaban la vida de pecado que habían llevado hasta entonces.
Era como salir de Egipto. Entrar en el agua era como volver al vientre materno para
nacer de nuevo como hijos de Dios. La túnica blanca significaba su nueva condición. Es
el color de la vida y de la resurrección.
2. La espiritualidad bautismal
Estar bautizado implica un estilo de vida, un camino de espiritualidad. Las
características fundamentales de esta espiritualidad las podríamos resumir en las
siguientes:
Espiritualidad mesiánica.
El bautizado está llamado a ser “Cristo”, ungido, mesías. Así lo dice San Pablo:
“todos al bautizaros vinculándoos al Mesías, os revestisteis del Mesías” (Gal.3, 27).
Esto quiere decir que la vida misma de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido
el bautismo. Pero, además, el bautizado adopta una vida que actúa y va en la dirección
de lo que fue la existencia de Jesús: una existencia para los demás. Ser bautizado es ser
testigo, mesías, apóstol.
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1
AGUSTÍN, De pecatorum meritis et de baptismo parvulorum ad Marcellinum, I, 16,21
2
AGUSTÍN, o.c. I, 36,61
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II. LA CONFIRMACIÓN
1. Introducción
El sacramento de la confirmación es seguramente el sacramento en el que menos
clara está la identidad. Porque decimos que es sacramento, pero su sacramentalidad es
negada (protestantes), discutida (anglicanos), o diversamente explicada (ortodoxos,
católicos).
Es cierto que durante los últimos cuarenta y cincuenta años se han producido
algunas clarificaciones y avances y que el Vaticano II constituye un punto de referencia
clara a la identidad de este sacramento. Con todo, todavía es preciso seguir avanzando.
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3. Desarrollo histórico
La confirmación comenzó a configurarse como sacramento separado del
bautismo a partir del siglo V. Fue en occidente, y sólo a partir de este siglo, cuando se
introdujo la costumbre de administrar el bautismo sólo con agua. Y entonces la
imposición de manos y la unción se empezaron a administrar separadamente, en otro
momento después del bautismo. El término confirmación está testificado por primera
vez en la Galia meridional, a mediados del siglo V. Fausto, obispo de Riez, habló sobre
ella en una famosa homilía de Pentecostés (año 485):
Hemos dicho que la imposición de la mano y la confirmación pueden dar algo
nuevo a quien ha sido regenerado en Cristo; pero alguno de vosotros puede
preguntarse: ¿de qué modo puede servirme después del misterio del bautismo el
ministerio del que me confirma? Piensa de hecho: por lo que parece, en el bautismo no
hemos recibido todo, si después necesitamos un nuevo don3.
Fausto de Riez piensa que después del bautismo es necesario un nuevo rito. La
razón es la siguiente: hay dos momentos diferentes en la vida humana, el del don de la
vida en el nacimiento y el momento del esfuerzo que constituye la vida del adulto. La
situación de los creyentes, a los que Fausto se dirigía, estaba caracterizada por luchas y
persecuciones. El obispo de Riez invitaba a los bautizados a no diferir la confirmación
para recibirla como un don de adiestramiento y un equipamiento, a semejanza de un
soldado, para las luchas de la vida.
¿Por qué se produjo la separación de estos ritos? El motivo fundamental de esta
separación fue que desde finales del siglo IV se impuso la costumbre de bautizar
masivamente a todos los niños recién nacidos. En consecuencia, los bautismos eran muy
abundantes. De ahí que el obispo no podía estar en todos los bautizos. Por eso desde
este tiempo eran los sacerdotes o los diáconos quienes administraban el bautismo con
agua, mientras que la imposición de manos y la unción quedaron reservadas para
cuando el obispo podía administrar esos ritos.
Por tanto, la confirmación nació históricamente como una desmembración del
rito bautismal antiguo.
En la Iglesia oriental, aunque al principio los únicos ministros eran los obispos,
paulatinamente lo fueron los presbíteros. De todos modos, aun siendo el presbítero el
ministro ordinario de la confirmación, el óleo de la unción debía ser consagrado por el
obispo. De este modo, en las Iglesias de Oriente la praxis del bautismo de los niños
quedaba estrechamente vinculada a la celebración de la confirmación. En Occidente era
imposible, al quedar reservada la confirmación al obispo y, por lo tanto, a su visita
pastoral.
3
AAVV., La confermazione e l´iniziazione cristiana, LDC, Turín 1967, 273-278
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5. La confirmación en el Vaticano II
Aunque hay quien defiende que el Vaticano II no ha aportado nada a la Teología
de la Confirmación, la mayoría de los autores están de acuerdo en que los acentos
clarificadores del Concilio han contribuido a un enriquecimiento de dicha Teología.
Podemos destacar los aspectos siguientes:
▪ La confirmación es, ante todo, un sacramento de y para la iniciación.
▪ La confirmación comunica con fuerza especial y de forma singular el don
mismo del Espíritu Santo, por el que somos capacitados para cumplir
nuestra función profética, sacerdotal y real.
▪ Es con este don y fuerza del Espíritu con el que el bautizado y
confirmado puede cumplir su compromiso de ser testigo en medio del
mundo.
▪ La confirmación une más perfectamente a la Iglesia y su misión, y es, al
mismo tiempo, acontecimiento comunitario y social.
▪ La confirmación es el sacramento de la comunión con la estructura
apostólica de la Iglesia y en el acontecimiento de Pentecostés.
6. Significado fundamental
La Confirmación se tiene que entender en relación con el Bautismo, aunque no
como complemento o perfeccionamiento de éste. Afirmar esto sería inexacto, porque al
bautismo no le falta nada, no es un sacramento incompleto. Quien ha sido bautizado ha
sido aceptado definitiva e irrevocablemente por Dios y acogido de la misma manera en
la Iglesia. El bautismo “hace perfecto” al bautizado y no hay razones para atribuir a la
confirmación una cualidad nueva que plenifique el bautismo.
Según el Concilio Vaticano II, la espiritualidad de este sacramento consiste en
un compromiso por difundir y testimoniar la fe, cuyo centro es Jesucristo. Este
testimonio ha de llevarse a cabo, en primer lugar, con la palabra. La Iglesia, dejando sus
miedos en Pentecostés, tomó la palabra y se lanzó a la evangelización del mundo. Los
confirmados, alcanzados también por el Espíritu, han de tomar la palabra que anuncie la
Buena Noticia de Jesús. Pero también es necesario que esta palabra vaya acompañada
de las obras. La vida cristiana es traducción de una experiencia viva en una conducta
práctica.
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TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, III, q.72, a. 1c.
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3. La imposición de manos
Imponer las manos a alguien deseándole cosas buenas es bendecirlo. En el
Antiguo Testamento también aparece este gesto para expresar la transmisión de un
oficio o una tarea. En los evangelios se nos dice que Jesús imponía las manos para curar
a los enfermos o bendecir a las personas.
En este sentido, se puede decir, pues, que es propio de la Confirmación que el
obispo, en nombre de la Iglesia, bendice a los bautizados y les impone una tarea
determinada.
III. LA ECUARISTÍA
Introducción
El sacramento de la Eucaristía es el símbolo por excelencia del Jesús que nos
prometió: “Estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Por otra parte, hay que decir, en primer lugar, que la Eucaristía es el sacramento
conclusivo de la iniciación cristiana: en ella culmina el camino de fe, identificación con
Cristo e incorporación a la Iglesia sellado por el Bautismo y la Confirmación.
Es necesario igualmente, tener en cuenta que es reductivo explicar el origen de
la Eucaristía solamente a partir de la última cena de Jesús con sus discípulos. Es
necesario situarla en el contexto y dinamismo del Reino.
Tampoco podemos entender la Eucaristía sin una referencia a la Iglesia. La
presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía es la presencia del cuerpo espiritual, un
cuerpo capaz de comunión total.
Finalmente conviene recordar que la Eucaristía es misterio de comunión. En
realidad, ninguna comunidad puede edificarse si no tiene su raíz y quicio en la
celebración de la eucaristía.
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2. Origen de la Eucaristía
Se ha aceptado, como lo más obvio, que la Eucaristía fue instituida en la última
cena de Jesús con sus discípulos. Sin embargo, escribió Joaquín Jeremías hace algunos
años que “en realidad la cena de la institución no es más que un eslabón en la larga
cadena de las cenas de Jesús con los suyos, cadena que sus seguidores continuaron
también después de la pascua”. La última cena de Jesús no fue un hecho aislado en la
vida de Jesús, sino un momento en que su vida y su mensaje consiguieron una peculiar
densidad.
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de Jesús con los hombres. Como mensajero de Dios, Jesús expresaba en estas comidas
que el tiempo de la salvación estaba cerca, que el esposo estaba con ellos.
Se anticipa también la Eucaristía en las comidas de Jesús con los pecadores.
Haciéndose amigo de los alejados de Dios, Jesús conquistaba para el Padre sus
corazones. Por otra parte, demostraba que en su mesa no hay nadie excluido. Jesús se
sentaba también a la mesa de cualquiera desde una actitud de gratuidad y de entrega.
Hubo momentos en los que Jesús invitó a otros a comidas presididas por él: al
pueblo en la multiplicación de los panes, a los doce en la última cena. En esos casos él
ejerció la función del sirviente de la mesa. Jesús preside la mesa en cuanto servidor. Él
es el alimento y al mismo tiempo el sirviente.
Para entender el significado del gesto de Jesús multiplicando los panes y después
partiendo el pan en la última cena, es interesante que entendamos el significado del pan
en el Antiguo Testamento.
En primer lugar, el pan simboliza el alimento. Era, también, símbolo de
hospitalidad. En tercer lugar, tiene una referencia a la esclavitud. En Egipto el pueblo
comía pan hasta hartarse, pero era el pan de la esclavitud. La ruptura con el régimen
faraónico suponía empezar a amasar un pan nuevo, el pan de la liberación. Ese pan era
ázimo. En el desierto Dios alimentó a su pueblo con el pan del cielo. El pan era también,
el signo de la providencia de Dios sobre su pueblo: Dios bendice con el pan a quienes
ama, nunca un justo mendigará el pan. Por el contrario, cuando el pueblo se aparta de
Dios, le falta el pan. Por último, está el misterioso pan de la presencia, pan que había
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que poner sobre la mesa de la Tienda, para que estuviera permanentemente bajo la
mirada de Yahvé. Tenían que ser doce panes, sustituidos cada semana y que sólo podían
ser comidos por los sacerdotes.
Según el evangelio de Juan, después del milagro, en el discurso de Jesús, el
verdadero pan del cielo es el Padre. Ese pan es dado ahora y a este pueblo. Ese es el
verdadero pan del cielo, el pan de Dios y que da vida al mundo. Ese pan es Jesús. Jesús
se identifica a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo: viene de manos del
Padre, es enviado por él, ha descendido del cielo y da la vida al mundo. El pan de vida
es la carne que Jesús dará y entregará para la vida del mundo, un pan que será necesario
comer.
4. Significación fundamental
De todo lo dicho se desprende que la significación fundamental de la eucaristía
está en relación y se ha de interpretar a partir del símbolo de la comida compartida.
Compartir la misma comida es compartir la misma vida. Y como en la eucaristía la
comida es Jesús mismo, de ahí se sigue que la eucaristía es el sacramento en que los
creyentes se comprometen a compartir la misma vida que llevó Jesús; y a compartir
también la misma vida entre ellos, el amor y la solidaridad.
La eucaristía es la identificación de vida con Jesús: hacer lo que él hizo y vivir
como él vivió. En el fondo, todo esto quiere decir, que lo fundamental no es el rito, sino
la experiencia que se expresa en el símbolo. Y esta experiencia es el amor a los demás,
exactamente como Jesús se entregó por todos hasta la muerte. Por tanto, se puede decir
con todo derecho, que donde no hay amor y vida compartida, no hay eucaristía.
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JOHANY, R. L´eucaristia, camino di risurrezione, Elle di Ci, Turín 1976, 170-171
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