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La estación ferroviaria se encuentra abarrotada de gente que desea abandonar Alemania, ante
la invasión de las tropas aliadas y el natural ajuste de cuentas previsto tras largos años de
guerra. El oficial de las SS, Hans Richter, de paisano, espera paciente la salida del tren que le
llevará a España con destino a un lugar de Sudamérica. No ha podido despedirse de su familia;
la persecución de que es objeto le ha prohibido inclusive entrar en la casa de sus padres para
recoger sus pertenencias de valor que se hallan escondidas allí y de cuyo conocimiento no
tiene nadie.
Han transcurrido treinta años sin tener noticias de su hijo Máx, cuando acaba de recibir un
telegrama en respuesta a su solicitud de que venga a visitarlo con urgencia por un asunto
grave. La casa de estilo campestre se encuentra a las afueras, con plantaciones agrícolas
extensas que muestran al visitante que se encuentra ante una hacienda próspera y cuidada.
Padre e hijo se encuentran después de tanto tiempo. No pueden hablar de la emoción
fundiéndose en un tierno abrazo. Pasados los primeros momentos, Hans, pone al tanto a su
hijo del tema principal de la reunión.
- Te he hecho venir porque tengo que hacerte un encargo. Como sabes, por la
obediencia debida, durante la contienda, me vi obligado a realizar acciones de las que
no me siento orgulloso, y que ahora, cuando veo pronta mi muerte, deseo remediar en
lo posible.
Máximo se mantiene en respetuoso silencio dejando excusarse a su padre.
- Lo que no sabes, y es por lo que estás aquí, es que logré amasar una considerable
fortuna que no pude traerme pero que se encuentra escondida, aunque en realidad no
me pertenece y deseo devolver a sus legítimos herederos.
¡Después de todas las penurias que habíamos pasado mi madre y yo para salir adelante!. Le
informé de la muerte de su mujer, no dijo nada; nos despedimos cordialmente y le prometí
informarle de todo.
El encuentro.
Me llamo Sara, soy judía, pertenezco al Mossad y mi nombre en clave es " Gardenia". Estoy
siguiendo a mi compañero de asiento, de regreso a su país, por orden de mis superiores. Él,
por supuesto, ignora mis intenciones y como es natural no pienso decirle nada. He advertido
que con disimulo me ha echado una ojeada de admiración. Como veo que el viaje va a ser
largo, me presento:
- Hola, mi nombre es Sara.
- El mío es Máx, responde cortés.
Advierto que lleva un libro en la mano, de espías, cuyo autor es uno de mis favoritos.
- Veo que tenemos los mismos gustos, prosigo con la conversación.
- ¡Ah, no, es un regalo de mi padre!. Lo abre comprobando que entre sus páginas se
encuentra un papel doblado a modo de señal.
- Hacía mucho que no nos veíamos. Me lo ha dado al despedirnos.
Parece que todo va bien, hemos sintonizado a la primera. Le cuento una película sobre mi vida,
que parece gustarle, poniendo un punto aquí y allá, mezclando verdades con mentiras de modo
que me voy aproximando a él, percibiendo su mirada extasiada. Me paro un momento para
dejarle respirar. Exploto mi encanto natural; no puede más y se abre pidiéndome ayuda,
todavía sin desvelar el secreto más importante.
Llegamos al aeropuerto, intercambiamos teléfonos de contacto con la promesa de que le
apoyaré; nos decimos hasta pronto.
Cojo el móvil, tecleo un número. Al otro lado oigo:
- Dígame.
- Un recado para Ben. Ya he establecido contacto. Espero resolverlo rápido. Corto.
- Encontré lo que buscaba, debo despedirme de mi padre, falleció ayer. Te quiero, amor.
- Y ahora,¿ qué vas a hacer?.
- La verdad es que nos hubiera venido muy bien ese tesoro.
- Pero está manchado de sangre.
Por toda respuesta la atraigo hacia mí propiciando que dos mundos opuestos sellen la paz
definitiva con un beso apasionado.