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de Dios; también les dijo que debían pedir que se


hiciera la voluntad de Dios aquí en la Tierra
como en el Cielo, donde está Dios, con los ángeles
fieles que siempre han hecho la voluntad divina.

No hay constancia de que mientras Jesús


estuvo en esta Tierra el Espíritu Santo se
encontrara en ninguna otra persona. Toda la
totalidad del Espíritu Santo estaba en Jesús. Él
estaba lleno del Espíritu Santo. Ninguna otra
porción del Espíritu Santo estaba en otro sitio. El
poder de Dios residía en una sola persona: Jesús.

El pago de nuestros pecados


Llegó el horrible momento en que Él tendría que
pagar por nuestras culpas. Jesús nunca había
pecado, su vida entera había estado dedicada a
hacer el bien y a traer sanidad a aquellos que la
necesitaban. Era injusto que fuese condenado a
morir en una cruz. Pero sabiendo que Él se
encontraba haciendo la voluntad del Padre y cuál

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era la importancia de su obediencia al plan, Jesús


entregó su vida en las manos de Dios para
cumplir las demandas de la justicia. De la misma
manera que Adán escogió desobedecer a Dios y,
como consecuencia, toda la raza humana
experimentó la separación de Dios, ahora Jesús
escogió obedecer a Dios para devolvernos la
relación perdida sin importarle el terrible precio
que tenía que pagar.

El poste donde iba a ser azotado estaba


preparado y era necesario que Él recibiera estos
horribles azotes para sanar nuestros cuerpos. El
cuerpo herido de Cristo era el pago que
demandaba la justicia de Dios para sanar
nuestros cuerpos. Le esperaba el camino hacia la
cruz y horas de un gran sufrimiento y dolor
profetizado en Isaías 53:5.

Cuando Jesús estaba colgado en la cruz, su


última declaración fue: “Está consumado”. La
obra redentora había llegado a su fin. Todas las
profecías y las demandas de la ley se habían

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llevado a cabo. Él proclamó que nuestra deuda


con el pecado había sido cancelada por Él y había
terminado su misión.

La palabra “consumado” en griego es “telestai”


y significa “se ha completado” o “se ha cumplido”.
Era una palabra común que utilizaban los
comerciantes en el sentido de que la deuda o el
precio que debían, había sido pagado en su
totalidad. También la utilizaban los sirvientes
cuando informaban a sus amos que sus trabajos
habían sido terminados. Esta palabra era muy
común en la cultura hebrea y era una expresión
que entendía la mayoría de los presentes. ¡Sus
últimas palabras declararon que Él ya había
pagado la deuda!

Cristo anuló el acta de los decretos (sentencia


de los pecados que merecían ser castigados) que
había contra nosotros, quitándola de en medio y
clavándola en la cruz. Y despojando a los
principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz

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(estos eran Satanás y sus ángeles). Como


conquistador, hizo alarde de esos cautivos y los
avergonzó.

La cruz fue el instrumento glorioso del


triunfo de Cristo (Co losenses 2:15). Jesús
comparó su sacrificio por la humanidad con un
pastor que da su vida por sus ovejas. Su muerte
fue una demostración del gran amor que Él tiene
por cada uno de nosotros. Jesús murió
voluntariamente en lugar nuestro.

Cuando Cristo murió en la cruz, Él satisfizo el


juicio de Dios con su Sangre divina, para que
nuestra relación con Dios pudiese ser restaurada
nuevamente.

“Porque la paga del pecado es muerte, más la


dádiva (el regalo) de Dios es vida eterna en
Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Ahora que el pago se había realizado, la


segunda parte del plan tenía que llevarse a cabo.

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El Espíritu Santo podía volver y residir en el


hombre. Pero, ¿cómo iba a regresar?

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CAPÍTULO SEIS

El Regreso del
Espíritu Santo

En el huerto, Adán y Eva utilizaron su libre


albedrío para escoger a Satanás y, de la misma
manera, nosotros podemos escoger libremente a
quién servir: Jesús o Satanás.

Cuando Jesús fue arrestado y crucificado,


Satanás pensó que había ganado la batalla. Creyó
que la muerte aniquilaría a Jesús para siempre,
pero la muerte no lo pudo retener porque Él no
tenía pecado.

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Si Jesús no hubiese ido a la cruz y no hubiese


sido obediente al plan de Dios, todavía
estaríamos atrapados en la rebelión y en el reino
de las tinieblas. Jesús se ofreció a sí mismo por
amor y devoción a los hijos caídos de Dios. Él
hizo posible la reconciliación y la restauración de
todos los habitantes del mundo. El plan de Dios
era perfecto: Jesús resucitaría, regresaría al cielo
y enviaría al Espíritu Santo para llenarnos y así
poder restaurar la relación perdida con el
hombre.

Después de la resurrección, Jesús se apareció


a los discípulos. La primera aparición sucedió en
la noche del mismo día de la resurrección. Los
discípulos se encontraban con las puertas
cerradas por temor a los judíos cuando Él se
presentó y les enseñó sus manos y su costado,
prueba de su muerte y al mismo tiempo de su
resurrección. Podemos leer el relato en Juan 20.

Cuando los discípulos vieron a Jesús


resucitado, supieron que Él era el Señor. Cuando

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aceptaron su resurrección y señorío, Jesús sopló


sobre ellos y dijo:

“Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).

En ese momento los discípulos


experimentaron el nuevo nacimiento. La Biblia
nos dice que cuando nacemos de nuevo el
Espíritu Santo viene a vivir dentro de nosotros.
Esta acción de Jesús —cuando sopló sobre los
discípulos— nos hace recordar un evento similar
en la historia de la creación, cuando Dios formó
al hombre del polvo de la Tierra y sopló en su
nariz aliento de vida. Pero Jesús no dijo “Recibe
el aliento de la vida”; Él dijo: “Recibe el Espíritu
Santo”.

Cuando Adán se rebeló, perdió el Espíritu de


Dios. Cuando Jesús sopló sobre sus discípulos
después de la resurrección, lo que les estaba
diciendo era: “Toma el Espíritu otra vez, como lo
había tenido Adán”. Devolvió a todos los seres
humanos lo que habían perdido. La conexión

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entre el hombre y Dios se había restaurado. El


Espíritu de Dios había venido nuevamente a
morar en los hombres. Por la fe en la muerte de
Cristo podemos recibir perdón de nuestros
pecados y vida eterna. La residencia del Espíritu
Santo ocurre en cada creyente, en el momento en
que hace a Jesús su Señor. Esta experiencia de
salvación viene antes del bautismo en el Espíritu
Santo mencionado en Hechos, capítulo 2.

Muchos creyentes han establecido una


relación con el Señor Jesucristo, pero han
experimentado muy poco del poder del Espíritu
Santo, el cual es necesario para que nuestras vidas
sean victoriosas en esta Tierra. Jesús dijo que
recibirías poder cuando el Espíritu Santo viniese
sobre ti. Recibimos la persona del Espíritu Santo
en el nuevo nacimiento y recibimos el poder del
Espíritu Santo en el bautismo del Espíritu Santo.

Cuando Jesús sopló sobre los discípulos, el


Espíritu Santo pasó a morar en ellos. Sin
embargo, el Espíritu Santo aún no había caído

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sobre ellos con ese poder de fuego para ser


testigos de este gran Evangelio. Cuando una
persona es regenerada, el Espíritu Santo mora en
ella como un depósito inicial, llenando el interior
de esa persona. Es la experiencia inicial en
nuestra relación con Dios.

Jesús insistió a sus discípulos en que


esperasen por el bautismo del Espíritu Santo,
porque sabía que debían ir más allá de la
regeneración personal para llevar a cabo la
encomienda de evangelizar: para esta misión,
necesitarían ser empoderados, investidos,
sobrenaturalmente. Él se refirió a ello como “la
promesa del Padre” en Hechos 1. Mientras que la
experiencia inicial hace que la persona reciba y se
llene del Espíritu, el bautismo con el Espíritu
Santo derrama una unción acompañada de
poderosos dones para servicio y ministerio.

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Colaborando con el Espíritu Santo


El mismo Espíritu Santo que estaba trabajando
en Jesús para sanar, salvar y liberar a los hombres
está en cada creyente.

El ministerio de Jesús en esta Tierra fue dirigido,


guiado y energizado por el Espíritu Santo. De
hecho, Jesús llevó esto un paso más allá cuando
dijo:

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí


cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aún mayores hará, porque yo voy
al Padre” (Juan 14:12)

La voluntad de Dios es que sus hijos hagan


obras mayores por medio de Su Espíritu.

Jesús les dijo que iban a recibir poder desde


“lo alto”. Este punto es vital. Debemos recibir
nuestro poder procedente del reino celestial, de

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un lugar fuera de este mundo, porque este mundo


está controlado por el reino de la oscuridad.

Cuando llegó el día de Pentecostés, los


discípulos estaban reunidos en oración y se
encontraba entre ellos la madre de Jesús

Un bautismo poderoso
La llegada del Espíritu comenzó con un
estruendo impresionante, una señal del Cielo
acompañada con un viento impetuoso que los
estremeció no solo a ellos si no a toda la ciudad.
Lenguas de fuego aparecieron y estaban posadas
sobre cada uno de ellos —la evidencia del poder
del fuego sobrenatural— y comenzaron a hablar
en idiomas desconocidos para ellos.

Los discípulos y los que estaban con ellos


recibieron de Dios, por medio del Espíritu Santo,
la capacidad de hablar en un lenguaje que no
conocían hasta ese momento. Hablaban en
idiomas reales que ellos no habían aprendido por

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medio de sus estudios sino recibieron esa


capacidad por medio del Espíritu Santo. Las
personas que vinieron a ver lo sucedido
procedían de otros países y entendían claramente
lo que ellos decían.

En este momento, Pedro experimentó un


gran cambio. Ahora estaba lleno de audacia y sin
temor, predicando a la multitud. Bajo la unción
del Espíritu Santo, predicó con tanta fuerza y
poder acerca de la muerte y resurrección de
Jesucristo que el pueblo se estremeció con sus
palabras y, contristados, le preguntaron: “¿Qué
hacemos?”. La respuesta fue:

“Arrepiéntanse, sean bautizados y reciban el


Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Sabemos que tres mil almas vinieron a los pies


de Cristo después de que oyeron sus palabras, y
este fue el comienzo de la demostración de que el
Espíritu Santo había descendido con poder sobre
los creyentes.

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Pedro reconoció públicamente que la


experiencia en que estaban participando fue el
derramamiento del Espíritu Santo predicho por
el profeta en Joel 2:28,29.

“Y después de esto derramaré mi Espíritu


sobre toda carne, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos
soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán
visiones. Y también sobre los siervos y sobre
las siervas derramaré mi Espíritu en
aquellos días”.

Esta profecía te incluye a ti y a mí. Nosotros


podemos recibir este glorioso bautismo del
Espíritu Santo para llevar a cabo los propósitos
de Dios aquí en esta Tierra. Cuando somos llenos
del Espíritu Santo, Él no viene con sus manos
vacías; pero trae consigo dones espirituales para
sus hijos que son dados para equiparlos en el
servicio de Dios. Sin embargo, existe un requisito
para recibir este maravilloso regalo del Espíritu

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Santo y es que la persona se haya arrepentido de


sus pecados y crea en el sacrificio y resurrección
de Jesús.

A través de los años que he ministrado, he


visto a miles de personas recibir el bautismo del
Espíritu Santo. Muchos lo han recibido al
momento de su bautismo en agua (Hecho s 2:
38,39), otros después de la imposición de manos
(Primera de Timo teo 4:14), por revelación divina
(Gálatas 1:17,18) y otros simplemente al
pedírselo al Señor (1ra de Co rintio s 14 :12). En
mi vida personal, yo lo recibí por revelación
divina, ya que yo no sabía que podía ser bautizada
con el Espíritu Santo y con la evidencia de hablar
en lenguas.

Jesús te ha comisionado para su servicio, y el


Espíritu Santo suministrará el poder necesario
para que realices su encomienda.

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CAPÍTULO SIETE

Los Dones Del


Espíritu Santo

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero


el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de
ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay
diversidad de operaciones, sin embargo
Dios, que hace todas las cosas en todos, es el
mismo, pero a cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho.
Porque a uno es dada por el Espíritu palabra
de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según
el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo
Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el

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mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a


otro, profecía; a otro, discernimiento de
espíritus; a otro, diversos géneros de
lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
Pero todas estas cosas las hace uno y el
mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en
particular como él quiere” (1 Corintios 12:4
al 11)

El Espíritu Santo nos ha brindado la oportunidad


de colaborar con Él para rescatar a los perdidos,
sanar a los enfermos y libertar a los cautivos.
Jesús ha puesto sus planes de anunciar su Reino y
de sanar en nuestras manos. Dios nos ha
equipado con poderosos dones espirituales para
servir a los demás.

Esos dones son el regalo del Espíritu Santo


para los creyentes y son esenciales para llevar a
cabo el plan de Dios, no son algo opcional. Todos
esos dones operan independientemente de la
persona, son un regalo de Dios y deben
considerarse como armas espirituales utilizadas

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en la demostración del reino de Dios. Pero, aquí,


te ofrezco una palabra de cautela: Satanás no es
un creador, lo único que él sabe hacer es copiar y
ha imitado estos dones para utilizarlos en una
forma maligna contra los hijos de Dios, ya que
sabemos que él se disfraza como ángel de luz para
engañarnos. Detallaré la forma en que él imita
estos dones para que puedas diferenciarlos.

Para hacer más fácil la comprensión de los


dones espirituales, los vamos a clasificar en tres
categorías: los dones de revelación, los dones de
poder y los dones de inspiración.

Los dones de revelación son la palabra de


sabiduría, la palabra de ciencia (o conocimiento)
y el discernimiento de espíritus. Los dones de
poder incluyen la fe, los dones de sanidades y los
milagros. Por último, los dones de inspiración
son: profecía, diversos géneros de lenguas y la
interpretación de lenguas.

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Palabra de Sabiduría.
Cuando Dios da una palabra de su sabiduría, está
revelando algo que todavía no ha sucedido. Este
don revela los propósitos de Dios. Es la
revelación del futuro profético bajo la unción;
una información que el hombre no podría saber
utilizando sus capacidades naturales.

El don de la palabra de sabiduría


demostrado en la vida de Jesús: en Mateo 24,
Lucas 21 y Marco s 13, Cristo predijo la
destrucción del templo de Jerusalén, lo cual se
cumplió unos años más tarde y también predijo
las señales que acompañarían su regreso a la
Tierra.

Manifestado a través de los discípulos. En


Hechos, capítulo 23, cuando Pablo casi muere a
manos de los judíos, el Señor le habló por medio
de la palabra de sabiduría y dijo: Ten ánimo,
Pablo, pues como has testificado de mí en

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