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Anna Chernalinka, Refugiada Ucraniana - 'No Es Posible Vivir Siempre Esperando'
Anna Chernalinka, Refugiada Ucraniana - 'No Es Posible Vivir Siempre Esperando'
Anna Chernalinka huyó con su familia de la guerra de Ucrania y lleva más de un año
viviendo en Sevilla. RTVE
Aquella mañana del 24 de febrero de 2022, como todos los días, Anna Chernalinka se
asomó por la ventana de la cocina en su casa de Dnipro, la ciudad más importante del
centro-este de Ucrania, a unos doscientos kilómetros del Donbás. Desde la altura del
quinto piso, el último del edificio de viviendas en el que residía, la fábrica Yuzhmash,
parecía todavía más grande y decadente que a ras de suelo. Se fundó en 1944 y era de
las pocas instalaciones industriales estratégicas que seguía activa tras el fin de la
Unión Soviética.
Este enorme complejo aeroespacial que llegó a emplear a unos cien mil trabajadores,
había perdido todo su esplendor y relevancia pero, la mañana que empezó la guerra,
Anna y su marido comprendieron que la fábrica sería uno de los objetivos que
primero caerían bajo las bombas rusas y que, por tanto, constituía una seria amenaza
para sus vidas y las de sus dos hijos pequeños. Guardaron lo imprescindible en tres o
cuatro bolsas, para tener las manos libres durante el trayecto, pensó Anna, e iniciaron
un incierto viaje hacia la frontera polaca.
Como no hay cole por la Feria de Abril, la acompañan sus dos hijos, Danilo de nueve
años y Yaroslav, de seis que se entretienen dibujando y, pese a su corta edad, apenas
han molestado a su madre durante la hora y media que ha durado la entrevista. El
marido de Anna finalmente no ha podido acudir porque tiene una entrevista de
trabajo en una empresa de placas fotovoltaicas, un empleo para el que ha recibido un
curso de formación profesional en Sevilla. No es ucraniano y por eso consiguió salir
del país y acompañar a su familia hasta España.
“La guerra sigue y la vida también, no es posible vivir siempre esperando. Tú puedes
esperar una semana, un mes, pero ya pasó un año y no sabemos cuándo va a acabar
todo. Por eso tenemos que seguir…” reflexiona Anna en perfecto castellano. Empezó a
estudiarlo con una aplicación para el móvil durante las interminables horas en el
autobús de camino a España: “Cuando llegué sólo sabía decir una palabra, gracias”.
El trauma de la huida
“La gente grita y nosotros intentamos ir hasta lo más profundo del coche del tren y
cubrirnos con abrigos“
“Muchísimas”, dice Anna, “tantas que no se veía el tren” y con el temor de que a su
marido le impidieran acceder al vagón porque los hombres de entre 18 y 60 años
tienen prohibido salir de Ucrania. “Me coloco detrás de mi marido mientras él ayuda
a los dos niños a subir. Entonces yo le empujo hacia dentro y corremos. Yo estoy
llorando. La gente grita y nosotros intentamos ir hasta lo más profundo del coche del
tren y cubrirnos con abrigos, con todo. Estábamos en el suelo porque había muchísima
gente y no había sitio para sentarse.”
De los más de 170.000 refugiados de Ucrania a los que ha acogido España desde que
empezó la guerra, unos 90.000 han elegido quedarse y reiniciar sus vidas en un país
totalmente ajeno a su lengua y a su cultura y en el que, probablemente, jamás pensaron
que acabarían viviendo.
El problema de la vivienda
“Los perfiles de estas personas son altos, podrían trabajar en empleos distintos a los de
baja cualificación en los que están“
Este también es el caso de los colaboradores afganos y sus familias, que fueron
evacuados por España con la vuelta al poder de los talibanes en agosto de 2021. “Las
afganas y afganos que colaboraron con nosotros, explica Ignacio
Álvaro, excoordinador de la Agencia Española de Cooperación, eran de una clase
media o media alta en el contexto de Afganistán. Gente que había trabajado, hablaba
idiomas gran parte de ellos, tenían estudios superiores…, o sea, eran gente que tenía
una buena vida y obviamente la situación aquí ha sido complicada”.
Según este experto, en la actualidad el noventa por ciento de los expatriados afganos
no tiene trabajo, principalmente por las dificultades en el aprendizaje del idioma. “Las
clases de español han sido un problema más de los que ha habido”, asegura Ignacio
Álvaro.
Ahmed Baloch tiene estudios superiores y trabajó algunos años en la embajada española
en Kabul. RTVE
Lo mismo que Saboor y Wajilah, un matrimonio afgano también con tres hijos, que
reside en Toledo, en un apartamento de Cruz Roja, a los que está costando aprender
castellano, lo que lastra su acceso al mercado laboral. En Afganistán, Saboor trabajó
durante años para la Agencia Española de Cooperación y Wajirah, además de excelente
cocinera, es la vicepresidenta de la primera Asociación de Mujeres Afganas en
España.
“Se mantienen con las pocas ayudas que reciben, aunque el horizonte de integración es
muy complicado“
“De momento, se mantienen con las pocas ayudas que reciben, aunque el horizonte de
integración es muy complicado”, concluye Ignacio Álvaro. Según las estimaciones de
este experto, de los cuatro mil refugiados afganos que ha acogido España, entre el 40
y el 50 por ciento, ponen rumbo a otros países europeos, principalmente Alemania,
porque tienen allí familiares y amigos, o porque disponen mejores ayudas económicas y
sociales. Historias de integración cuyo éxito también depende de las expectativas y los
baches emocionales que experimentan los refugiados durante el proceso de adaptación.
Cuando nos despedimos de Anna y de sus dos hijos el calor sevillano aprieta en pleno
mes de abril, algo desconcertante para esta familia. “En Ucrania, 35 grados es calor.
Aquí 35 grados es fresco. A las cuatro de la tarde no hay ni un alma viva por la calle.
Parece el Apocalipsis”, concluye Anna entre divertida y sorprendida.
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