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Dido y la

Eneida
Dido, o Helena, es un personaje clave en la
"Eneida" de Virgilio. Su padre es el rey de Tiro Matán
I, del cual tenía dos hermanos, Pigmalión, quien
heredó el trono de Tiro, y la pequeña Ana.
Existía en Tiro un sacerdote llamado Siqueo,
que poseía varios tesoros. Pigmalión codiciaba estos
tesoros y obligo a Dido a casarse con Siqueo para que
este le revele donde se encontraban sus tesoros. Dido
averiguó donde estaban escondidos los tesoros, pero a
su hermano le dio una respuesta equivocada sobre el
paradero del mismo (a propósito). A su hermano le dijo
que se encontraban escondidos debajo del altar, pero
en realidad se encontraban enterrados en el jardín del
templo. Así es que Pigmalión mandó a asesinar a
Siqueo; y cuando Dido vio a su esposo muerto, huyó,
con el tesoro, a las costas africanas, donde vivía una
tribu de libios, cuyo rey era Jarbas, a quien le pidió
hospitalidad y algunas tierras, en donde pronto fundaría
la ciudad de “Cartago” (que significa ciudad nueva)
que desemboca en el mar (donde pronto se encontrará
con Eneas).
En la Eneida de Virgilio, los troyanos, huyendo de la ardida ciudad, con intenciones de
dirigirse hacia Italia, llegan a Cartago, producto del desvío provocado por Eolo, que fue conducido
por la diosa Juno. Allí Juno recibe a los troyanos y le proporciona toda cantidad de bienes y
servicios para que estos puedan seguir su viaje a Italia y cometer su propósito (esto producto del
aviso de Venus, madre de Eneas, para que los
troyanos visiten el reino y puedan marcharse
rumbo a “la bota”); sin embargo, Venus, con
intenciones de que Dido le sea fiel a Eneas en
cada una de sus promesas, manda a su hijo
Cupido/Eros/Amor en forma del hijo de
Eneas, Ascanio, para que este, una vez
recostado en el lecho de la reina, la fleche a
favor del héroe.
Dido y la
Eneida
Luego de que Dido empiece a manifestar
en su cuerpo, el fogoso deseo de permanecer con
Eneas; Juno quiere convencer a la madre del
héroe, Venus, de alterar el destino y permitir que
Eneas permanezca en Cartago con Dido
eternamente. Venus hace creer a Juno que acepta
estas condiciones y Juno lleva adelante su plan.
El plan de Juno consistía en realizar en Cartago
una cacería, durante la cual desata una tormenta
feroz, que obliga a los acompañantes del héroe y
la reina huir, y a ellos a cobijarse en la misma
cueva. En esa cueva solazan largamente en los
placeres del amor. Júpiter/Zeus envía a su hijo
Mercurio/Hermes para recordarle que su destino no es permanecer en Cartago como la reina
desea, sino que debe partir a Italia a fundar la Roma. Aunque con dolor, Eneas acepta su destino,
deja a Dido y parte enseguida a Italia.
Al verlo partir, Dido ordena levantar una gigantesca pira, donde hace disponer la espada
del héroe, algunas ropas suyas que habían quedado en palacio y el tronco del árbol que custodiaba
la entrada de la cueva donde se amaron por primera vez. Al amanecer sube a la pira y se hunde en el
pecho la espada de Eneas.
Luego, en el libro VI de la Eneida, Eneas se vuelve a encontrar con Dido. En este punto de
la trama, Eneas va al inframundo, guiado por la sacerdotisa de Cumas, para encontrarse con su
padre fallecido, Anquises, del que desea obtener la bendición y el consejo para llegar a Italia.
Eneas y la sibila de Cumas se aventuran a través de la cueva de Cumas y descienden al
inframundo; para descender tienen que pasar por el rio Estigia y ser tripulantes de Caronte, el
barquero de los muertos. Como en el inframundo, las almas residen, Eneas se encuentra con Dido;
al principio Dido se muestra con frialdad a las conversaciones de Eneas, a ella le sorprende y le
decepciona ver a Eneas allí. Eneas, que todavía siente mucha culpa y remordimiento, trata de
justificarse sobre lo que sucedió en Cartago aquella vez, explica que no abandonó a Dido por
elección propia, sino que es su destino divino. Dido escucha, pero la herida del abandono sigue
latente. Mientras Eneas busca el perdón y la aceptación de la difunta Dido, ella simboliza el
sufrimiento de los amores no correspondidos y la traición. Este episodio sirve para humanizar a
Eneas y resaltar los sacrificios que tuvo que atravesar para fundar Roma.
Este encuentro en el inframundo deja en Eneas un impacto emocional; cuando se enfrenta a
otros desafíos, la culpa de haber dejado a Dido sigue latente. Hace al espectador reflexionar sobre el
amor y el sacrificio.
Sobre todo, en la historia de Dido y Eneas, Virgilio hace un paralelismo con las guerras
púnicas, demostrando que a raíz de este conflicto amoroso se produjo los infortunios y la mala
relación entre Cartago y Roma.
Dido y la
Eneida
Dido y la
Eneida
Dido y Francesca en Virgilio y Dante (ACUÑA Y PEREZ)
En este texto la autora empieza hablando sobre el paralelismo existente entre las historias
de Dante (fiel seguidor de Virgilio) y Virgilio. Su intención es comparar dos historias de amor
profundamente apasionadas y rescatar sus similitudes y diferencias.
En primer lugar, sabemos que, en los primeros escritos, Virgilio joven nunca tuvo
intensiones de aunar en el tema amoroso, pero a medida que crecía, el poeta decide ir adentrándose
de a poco en cuestiones relacionadas a el amor dentro de la literatura, de a poco se va enlistando
para diseñar el drama de Dido.
De todos los personajes que aparecen en el texto épico, Dido es, sin dudas, la única que
alcanzó tal dimensión humana y literaria y fue retratada en numerosas expresiones artísticas más
contemporáneas. Virgilio supo comprender los claroscuros del alma femenina para embellecer su
personaje. Es cierto que Dido, inmensamente humana, también sigue el esquema de conducta de
“mujer abandonada” de la literatura de época, que consiste en enamorarse del héroe, y ayudarlo aún
a costa de traicionar a sus parientes y a su propio pueblo; pero Dido no es otra “mujer abandona”
más del cliché literario, porque ella tiene dimensiones heroicas, similares a la de Eneas (desterrada,
conductora y soberana de un pueblo, perseguida por desgracias hasta llegar a la tierra prometida).
La comparamos con Ariadna (presente en Catulo) y vemos un grito desesperado de amor conforme
a los dolores del abandono, pero los diálogos que presentan el final del libro IV, sobre todo cuando
Dido habla con su hermana menor Ana, demuestran monólogos de venganza y dolor que la hacen
diferente a los demás modelos literarios.
Cuando Virgilio suma a Dido a su obra, tiene en cuenta que es un personaje histórico, pero
con una dimensión legendaria, heroica. Dido, mujer bella, frágil y con un sentimiento de haber
nacido para amar; sin embargo, Venus, en el pasaje 340 nos dice “Dido ejerce el poder” esto nos
presenta la dimensión monárquica y de autoridad de Dido.
Vemos en los adjetivos que utiliza Virgilio en los pasajes de la Eneida en donde Venus
describe a la reina de Cartago que Dido es una mujer que “sabe amar”, ama profundamente,
reflexivamente, un amor fundado en la fidelidad, en la elección; Dido está hecha para amar, también
para ser desgraciada practicándolo.
Reina y gobernante, jefe de empresa: en estos adjetivos vemos con claridad el ingenio que
la figura de Dido propone por y para Virgilio. Sabemos por medio de las narraciones que Dido llegó
a las costas africanas, en donde se le cedería tierras equivalentes a lo que abarque la piel de un buey;
ella, muy ingeniosamente, hizo hilo de la piel del animal, cortándolo en trozos muy finos que le
permitieron hacerse de un perímetro importante de tierra. Así va surgiendo Cartago.
En ese sentido, Dido es similar a Eneas, siempre lista, capaz de solucionar situaciones
adversas y emergencias a pos de su pueblo.
Suficiente son todas estas características para que Eneas despierte curiosidad en semejante
mujer.
Dido y la
Eneida
Dido, aparte de sus cualidades como “falsa heroína”, es una mujer bellísima, imponente
“Eneas admiraba estupefacto, inmóvil, absorto en su contemplación, la reina Dido bellísima”.
Bella, majestuosa, exquisitamente femenina.
Sometida a una fuerte tensión entre ser gobernante y su deseo de formar una nueva familia
con Eneas, se ve obligada a elegir, eso le lleva a descuidar sus labores políticas y cuando cae en
cuenta de cuan perdidamente enamorada se encuentra, Eneas parte hacia Italia, a cumplir su misión,
de la cual Dido nunca fue parte, fundar Roma. Dido, derrotada por amor, decide suicidarse;
condenada por su pueblo y abandonada por su amado. Suicidada por amor y por presión social.
Ya en el inframundo, Eneas reconoce a Dido en las sombras; él le habla suplicante y
arrepentido, ella no responde y se aleja para unirse a su esposo Siqueo, recuperando lo que había
perdido y olvidando el amor desaventurado de Eneas. Virgilio a respetado la dignidad de Dido
durante esta, su última aparición.
Dido y la
Eneida
Dido: Historia de un abandono (ÁLVAREZ, Dulce Nombre Estefanía)
Dido está presente en los libros del I al VI, y Turno está presente en los libros VII al XII. La
historia de Eneas y Dido comienza en el verso 12, cuando se menciona el futuro de Cartago, fijado
por las Parcas.
Todo el episodio de amor y sufrimiento de Dido y Eneas está fijado por el Destino; los dos
son protagonistas, cuyos pueblos tienen que prevalecer, ellos están subordinados por fuerzas divinas
que son mayores a ellos.
Dido, reina víctima de una injusticia familiar, protagonista de varios exabruptos; es además
una heroína que realiza una excelente tarea con su pueblo, llevándolo al progreso, administrando
justicia y repartiendo trabajo equitativamente.
Desde el momento cero del encuentro del héroe con la reina, este se dispuso alterado por las
deidades, lo que se da por medio de que Júpiter envíe a Mercurio para que la reina se encuentre
predispuesta a la hora de conocer a Eneas. Cuando Eneas llega al encuentro de Dido, ella sabía
perfectamente quien era el héroe, había escuchado de él, de sus hazañas, de la victoriosa y ardiente
Troya; esta circunstancia conmueve a Eneas y concibe esperanzas, es decir, Dido aporta esperanzas
a los proyectos divino/personales de Eneas. Existen, además dos características que son factores
decisivos para el surgimiento de este prematuro amor; en primer lugar, la belleza y el atractivo
físico de cada uno de estos personajes. En segundo lugar, las desgracias que ambos comparten,
inmigrantes varados en las costas africanas, exiliados de conflictos en sus naciones nativas piden al
rey/reina de la ciudad un acto de benevolencia y piedad.
A todas estas características, que de por sí ya son suficientes para el surgimiento del interés
amoroso, se suma la intervención divina de Venus, madre de Eneas, que para asegurar la fidelidad
de Dido al troyano, duerme a Ascanio (hijo de Eneas) para que Cupido, tomando su apariencia,
introduzca de un flechazo la locura del amor por el héroe. Dido es víctima de un amor que le fue
impuesto, Dido muere a causa de un amor que es producto de una manipulación divina.
Ya en el Libro I se ha iniciado lo que constituye la tragedia de Dido: un amor del que no es
responsable, que le fue impuesto y que la arrastrará a la infelicidad terrenal y a la muerte.
Aquí, la autora Álvarez, menciona la importancia que el Libro II ocupa en la historia de
amor de Dido y Eneas. El libro II comienza con el silencio de toda la sala y los presentes en el
banquete, Eneas toma la palabra y cuenta su versión de lo sucedido en Troya. La reina no es
mencionada por Virgilio en todo el Libro II, sin embargo, está tan presente que es inevitable no
vincularla protagónicamente; a ella es dirigida la palabra, Eneas habla pues por pedido suyo. Héroe
narra, soberana oye atentamente, más con el corazón empatizado que con los oídos. Eneas relata
reiteradas veces expresiones de afectos familiares en su narración, lo que debió golpear los
sentimientos de una Dido, a quien estaba dirigido el relata y que desafortunada no consiguió formar
una familia con Siqueo. Otro atractivo que realza la belleza del héroe es el ardor guerrero, la
valentía de Eneas durante todo el relato, dispuesto a combatir y entregar su vida por su pueblo.
Dido y la
Eneida
En el Libro III veremos, implícitamente, una reina Dido que empatiza con el troyano,
debido a que en este libro se presenta los infortunios de Eneas, las dificultades, las pérdidas de seres
queridos y el Destino que le precisa un lugar donde establecerse, que, para sorpresa de nadie, pues
ya lo sabíamos, no es Cartago. Dido expresa ternura, pena, compasión por esa versión de Eneas
(dolido, desamparado, etc.).
Ya en el Libro IV se nos presenta a Dido enteramente fascinada con Eneas. La cartesiana
siente la necesidad de confesarse con su hermana menor Ana, a quien le confía todos sus
sentimientos más profundos y su deseo de unirse a Eneas en un vínculo matrimonial. Ana apoya los
impulsos fogosos de Dido, pidiéndole que deje atrás las promesas hechas a Siqueo y se anime a
gozar del amor, no renunciar a la maternidad.
Luego de su apasionado encuentro que tiene lugar en la cueva, luego de la cacería, a Eneas
le basta algunas palabras de Júpiter, dirigidas por Mercurio para recordar su propósito: llegar a
Italia, fundar Roma; en este contexto el héroe le dejará, nuevamente, bien en claro a Dido algo que
ella, dejándose llevar por las pasiones amorosas, decidió ignorar: el Destino. El deber no le permite
al héroe entregarse por amor, sino que debe cumplir con su función moral y nacional (algo que Dido
deja de lado por sus apasionados sentimientos). En estas circunstancias, sería ilegitimo que Dido
mande a perseguir a los troyanos, por eso se entiende que Eneas tiene razones justificadas para
retirarse, su destino, su proyecto de vida.
La idea del suicidio que se plantea Dido en el libro IV es consecuencia de la consciencia de
haber perdido todo lo que tenía y por lo que había apostado: su pueblo, al que descuidó por andar
amorosamente errante y su tragedia amorosa.
El deseo de venganza es un rasgo común en las “mujeres abandonadas”, sin embargo, en
Dido presenta características muy adversas, puesto que ella sentencia el nacimiento de un vengador
y aporta rasgos de un inicio de las guerras entre Cartago y Roma; esto es adverso porque a
diferencia de las heroínas que le preceden (en literatura de la época, por ejemplo, Catulo y Ariadna
con Teseo) ven satisfechos sus deseos de venganza, en cambio Dido no, muere antes de saber
realmente si sus deseos se irán a cumplir.
En el Libro V no se percibe más que un Eneas que hecha a mirar hacia atrás y contempla
los muros de Cartago iluminados por el fuego de la pira en donde yace Dido; esto lo convierte en
presa de tristes pensamientos.
La historia de Dido en “La Eneida” finaliza con el Libro VI, cuando Eneas regresa al
inframundo para reencontrarse con su padre; aquí se encuentra con Dido, en donde sorpresivamente
los roles se invierten y ahora es la reina la que no responde a las palabras del héroe, que les son
indiferentes; desapareció su pasión por Eneas, recuperó la paz y encontró la felicidad con su amado
Siqueo, recuperó al amado que se le había sido quitado.
El silencio y la indiferencia de Dido ante Eneas es la venganza de la cual ella la procura
personalmente.

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