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Los hospedadores responden frente a las invasiones parasitarias

Cuando se produce una infección, el hospedador desencadena una respuesta


de defensa para combatir al parásito. La primera línea de defensa es la
respuesta inflamatoria, que incluye la liberación de histaminas para aumentar el
flujo sanguíneo al sitio de la infección y convocar glóbulos blancos para atacar
al parásito. Se pueden formar costras o quistes para aislar al parásito en
algunos casos.
La segunda línea de defensa es la respuesta inmune (o sistema inmune).
Cuando un objeto extraño como un virus o bacteria, denominado antígeno
(abreviación de «generador de anticuerpos»), entra en el torrente sanguíneo,
induce una respuesta inmune. Los glóbulos blancos llamados linfocitos
(producidos por las glándulas linfáticas) generan anticuerpos, que están
dirigidos a los antígenos presentes en la superficie del parásito o liberados en
el hospedador, ayudando a contrarrestar los efectos. Afortunadamente, la
respuesta inmune no necesariamente debe matar al parásito para ser eficaz,
sino que sólo necesita reducir la alimentación, los movimientos y la
reproducción del parásito a un nivel tolerable. El sistema inmune es
extremadamente específico y cuenta con una «memoria» destacable. Es capaz
de «recordar» los antígenos que combatió anteriormente y reaccionar frente a
éstos con mayor rapidez y fuerza en los encuentros posteriores.
El agotamiento de las reservas energéticas hace que se desmorone el sistema
inmune, lo que permite que los virus u otros parásitos se vuelvan patógenos. El
desmoronamiento más importante del sistema inmune se produce en los
humanos infectados con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), el agente
que causa el SIDA, que se transmite sexualmente o por medio de la utilización
de agujas compartidas o sangre donada infectada. El virus ataca al sistema
inmune mismo, exponiendo al hospedador a una variedad de infecciones que
finalmente son mortales.
Los parásitos afectan a la supervivencia y reproducción del hospedador
Si bien los organismos hospedadores cuentan con diversos mecanismos de
defensa para prevenir, reducir o combatir las infecciones parasitarias, todos los
parásitos comparten la característica común de que necesitan recursos que el
hospedador, en otras circunstancias, emplearía para alguna otra función.
Debido a que los organismos poseen una cantidad limitada de energía, no nos
sorprende que las infecciones parasitarias reduzcan el crecimiento y la
reproducción.
Las infecciones parasitarias también afectan la eficiencia reproductiva de los
machos. Las hembras de muchas especies escogen a sus compañeros
basándose en las características sexuales secundarias, como el brillante y
elaborado plumaje de las aves macho, y la plena expresión de estas
características puede verse restringida por las infecciones parasitarias, lo que
reduce la capacidad del macho de atraer con éxito a una compañera.
Si bien la mayoría de los parásitos no matan a los organismos hospedadores,
es posible que se produzca una mayor mortalidad a causa de diversas
consecuencias indirectas de la infección. Uno de los ejemplos más interesantes
es cuando la infección altera el comportamiento del hospedador,
incrementando su vulnerabilidad a la depredación.
Los parásitos regulan las poblaciones de hospedadores
Con el fin de que el parásito y el hospedador puedan coexistir en una relación
difícilmente benigna, el hospedador debe resistir la invasión mediante la
eliminación de los parásitos o, al menos, la reducción de sus efectos al mínimo.
En la mayoría de los casos, la selección natural ha producido un nivel de
respuesta inmune en el que la asignación de recursos metabólicos por parte de
la especie hospedadora logra minimizar el coste del parasitismo sin perjudicar
el desarrollo y reproducción propios. Desde el punto de vista inverso, el
parásito no gana ventaja alguna si mata a su hospedador, dado que un
hospedador muerto significa parásitos muertos.
La selección natural no necesariamente favorece la coexistencia pacífica entre
hospedadores y parásitos. A fin de maximizar la eficiencia, un parásito debe
equilibrar el compromiso entre la virulencia y otros componentes de la
eficiencia como la transmisibilidad. La selección natural puede producir
parásitos mortales (elevada virulencia) o benignos (baja virulencia)
dependiendo de los requisitos para la reproducción y transmisión del parásito.
La condición del hospedador es importante para un parásito sólo si se vincula
con su reproducción y transmisión. Si la especie hospedadora no evolucionara,
el parásito podría alcanzar con facilidad cierto grado de equilibrio óptimo de
explotación del hospedador. Si bien los parásitos pueden tener el efecto de
disminuir la reproducción e incrementar la probabilidad de muerte del
hospedador. El parasitismo tiene un efecto debilitador en las poblaciones
hospedadoras, un hecho que se observa con claridad cuando los parásitos
invaden una población sin defensas desarrolladas. En tales casos, la expansión
de la enfermedad puede ser virtualmente independiente de la densidad de la
especie hospedadora, reduciendo poblaciones, exterminándolas a nivel local o
restringiéndoles la distribución.
El parasitismo puede convertirse en una relación positiva
Los parásitos y sus hospedadores conviven en una relación simbiótica en la
que el parásito obtiene beneficios (hábitat y recursos alimentarios) a expensas
del organismo hospedador. En respuesta a los parásitos, los hospedadores han
desarrollado una serie de defensas para minimizar el impacto negativo de la
presencia del parásito. En los casos en que las adaptaciones logran
contrarrestar el impacto negativo, la relación se denomina comensalismo: una
relación entre dos especies en la que una se beneficia sin afectar de forma
significativa a la otra. En algún estadio de la coevolución del hospedador y el
parásito, la relación puede volverse beneficiosa para ambos. Por ejemplo, un
hospedador tolerante a la infección parasitaria podría comenzar a beneficiarse
de la relación. Con el tiempo, las dos especies se volverían interdependientes
entre sí: a partir de este punto, la relación se conoce como mutualismo.
El mutualismo es una relación entre miembros de dos especies que beneficia a
ambos. Gracias a esta relación, los individuos de ambas especies mejoran la
supervivencia, el desarrollo o la reproducción.
El mutualismo puede ser simbiótico o asimbiótico. En el primer caso, los
individuos coexisten y la relación es forzosa. Al menos uno de los dos
miembros se vuelve totalmente dependiente del otro. Algunas formas de
mutualismo son tan permanentes y forzosas que la distinción entre los dos
organismos que interactúan se vuelve difusa. Los corales formadores de
arrecifes de las aguas tropicales constituyen un ejemplo de esto. Estos corales
secretan un esqueleto externo compuesto de carbonato cálcico. Cada uno de
los individuos del coral, denominados pólipos, ocupa pequeñas copas, o
coralitos, en el esqueleto mayor que forma el arrecife. Los corales cuentan con
pequeñas células vegetales simbióticas en los tejidos (algas) denominadas
zooxantelas. Si bien los pólipos son carnívoros y se alimentan del zooplancton
suspendido en el agua circundante, obteniendo de él solamente un 10 por
ciento de la demanda energética diaria. Absorben el 90 por ciento restante del
carbono producido por las algas simbióticas mediante la fotosíntesis. Sin las
algas, estos corales no serían capaces de sobrevivir y desarrollarse en un
ambiente carente de nutrientes.
Los mutualismos simbióticos participan en la transferencia de nutrientes
En el sistema digestivo de los herbívoros habitan varias comunidades de
organismos mutualistas que juegan un rol crucial en la digestión del material
vegetal. Las cámaras estomacales de un rumiante contienen importantes
poblaciones de bacterias y protozoos que llevan a cabo el proceso de
fermentación. Los habitantes del rumen son en su mayoría anaeróbicos,
adaptados a este ambiente peculiar. El estómago de prácticamente todos los
mamíferos herbívoros y algunas especies de aves y lagartos depende de la
flora microbiana para digerir la celulosa de los tejidos vegetales.
Las interacciones mutualistas también participan en la absorción de nutrientes
en las plantas. El nitrógeno es un componente esencial de las proteínas, los
bloques de construcción de todos los materiales vivos. Si bien este compuesto
químico es el componente más abundante de la atmósfera, aproximadamente
el 79 por ciento de éste en estado gaseoso no se encuentra a disposición de la
mayoría de los organismos vivos. Debe convertirse primero en una forma que
pueda utilizarse desde el punto de vista químico.

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