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La Ciudad De Los Pozos Jorge Bucay

Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada
por pozos. Pozos vivientes, pero pozos al fin. Los pozos se diferenciaban entre sí no solo por el lugar en el que estaban
excavados sino también por el brocal, la abertura que los conectaba con el exterior. Había pozos pudientes y ostentosos
con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con
simples agujeros pelados que se abrían en la tierra. La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a
brocal, y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.

Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano: La nueva idea señalaba
que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial
sino el contenido.

Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de cosas, monedas de oro y piedras
preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte
y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas postmodernas. Finalmente los intelectuales se
llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.

Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más.

Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer
algo para seguir metiendo cosas en su interior. Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le
ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose. No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los
pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.

Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente.
Él pensó que, si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad.
Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino
hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta que todo lo que tenía dentro de él le
imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido. Al principio tuvo
miedo al vacío, pero luego , cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él
se había deshecho.

Un día , sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: adentro, muy adentro , y muy en el fondo
¡encontró agua!. Nunca antes otro pozo había encontrado agua.

El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y
por último sacando agua hacia fuera. La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era
bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar. Las semillas de sus
entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en tronquitos endebles que se volvieron árboles después. La vida
explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel".

Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro.

- "Ningún milagro", contestaba el Vergel. "Hay que buscar en el interior, hacia lo profundo"

Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más
profundo debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas.

En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío. Y también empezó a profundizar. Y
también llegó al agua. Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo.

- "¿Qué harás cuando se termine el agua?", le preguntaban.

-" No sé lo que pasará", contestaba. "Pero, por ahora, cuánto más agua saco, más agua hay"

Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.

Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí
mismos era la misma. Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.
El Anillo del Rey Autor desconocido (versión editada y corregida por Max Guerra Moscoso)

Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo:

- "He mandado hacer un precioso anillo con un diamante, con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar,
oculto dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda
acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los
hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo".

Todos aquellos que escucharon los deseos del rey, eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes
tratados… pero ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un
anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía por muchas horas, sin encontrar nada en
que ajustara a los deseos del poderoso rey. El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que
había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como la
familia y gozaba del respeto de todos. El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:
- “No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje”

- "¿Cómo lo sabes preguntó el rey”?

- “Durante mi larga vida en Palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un
maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para
despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.

En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.
- “Pero no lo leas", dijo. "Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación”.
Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar
su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a
un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él, sería fatal. No
podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la
proximidad del enemigo. Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño
mensaje tremendamente valioso para el momento. Simplemente decía “ESTO TAMBIEN PASARÁ”. En ese momento fue
consciente que se cernía sobre él, un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el
bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que lo rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el
trotar de los caballos. El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras
habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó
su reinado.

El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí
mismo. En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:

- “Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo”

- “¿Qué quieres decir?”, preguntó el rey. “Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran
mi retorno, hemos vencido al enemigo”.

- “Escucha”, dijo el anciano. “Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones
placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo
para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero”.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje... “ESTO TAMBIEN PASARÁ” Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo
silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo
terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno. Entonces el anciano le dijo:

- “Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay
momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la
naturaleza misma de las cosas.”
El Bello Ideal Micaela Silva

Cuando compongo versos,


me riñen y motejan
mis jóvenes amigas
tachándome de necia.
“Suelta la pluma”, dicen,
no te fatigues, cesa.
Inútilmente aspiras
al lauro del poeta.
Advierte que las musas
son como las coquetas,
blandas con los varones
y adustas con las hembras.

No quieras al Parnaso
emprender tu carrera:
si hay palmas en la cumbre
zarzas tiene la cuesta.
A mitad del camino,
te prenderás de ellas
y la risa del vulgo
será tu recompensa”.
/Pero yo les replico:
Con tal que me divierta
más que no alcance un premio
que poco me interesa,
yo no busco la fama,
busco alivio a mis penas,
ora cantando amores
ora tristes endechas

Mis versos no los dicta


ni el arte ni la ciencia,
no son del gusto alarde
son ¡ay! del alma quejas,
si al cabo su dulzura
mis amarguras templa.
El vulgo, qué me importa
que aplauda o que zahiera?

Cantan las avecillas


su amor y sus tristezas.
Ni de la voz presumen
ni piden recompensa.
Dejad que las imite.
Dejad que mientras pueda,
con sencillos cantares
mi ocio entretenga.

Si de una blanda lira


no sé pulsar las cuerdas,
entonaré mis trovas
al son de una pandera.
Y si de darme un lauro
Apolo se desdeña,
yo ceñiré mis sienes
de rosas y azucenas.
El banquete Julio Ramón Ribeyro

Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En
primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue
necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las
paredes.
Esta reforma trajo consigo otras y (como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es
necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así
sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo) don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las
consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los
cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del
programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, unas cuadrillas de
jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde
había cipreses tallados, caminitos sin salida, una laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente
rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.
Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente
proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el
whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un
banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el
desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así
pudo enterarse de que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las
viñas del mediodía.
Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que, en ese banquete, al
cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador
de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes
beneficios que obtendría de esta recepción.
-Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que
canta un gallo (decía a su mujer). Yo no pido más. Soy un hombre modesto.
-Falta saber si el presidente vendrá (replicaba su mujer).
En efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.
Le bastaba saber que era pariente del presidente (con uno de esos parentescos serranos tan vagos como
indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino) para estar plenamente
seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al
presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.
-Encantado (le contestó el presidente). Me parece una magnífica idea. Pero por el momento me encuentro muy ocupado.
Le confirmaré por escrito mi aceptación.
Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas
complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su
última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente (que un pintor copió de una fotografía) y que él hizo
colocar en la parte más visible de su salón.
Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la
más grande alegría de su vida.
Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón para contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño
bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles, pues donde
quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía a sí mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una
decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más
importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con sus
vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura
femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de un tahitiana y absolutamente
nada de su mujer.
El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la
esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente
distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos
y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.
Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de
negocios, hombre inteligente. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas, y don
Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.
Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos
se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don
Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con
tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.
Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y
epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas (la más
grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombres ejemplares) y se comenzó a comer y a
charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer inútilmente un aire vienés.
A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban
a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y sólo al final, servido el champán,
regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas del
coñac.
Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que
él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del
protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer un aparte. Para colmo, terminado el
servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se
vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y paradojas.
Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada,
don Fernando logró conducir al presidente a la salida de música y allí, sentados en uno de esos canapés, que en la corte
de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta.
-Pero no faltaba más (replicó el presidente). Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en
consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay
en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus
miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.
Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el
congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía
merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de
alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron
solos don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba
entre los despojos de su inmenso festín. Por último, se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero
limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.
A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos le vio penetrar en el
dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se
desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de
estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

La Pesca Hizo Al Hombre Sedentario Hace 7.500 Años Revista PÚBLICO

Investigadores españoles y rusos han hallado uno de los conjuntos de artes pesqueras más antiguos y completos del
mundo. Ha aparecido a orillas del río Dubná, a cien kilómetros al norte de Moscú, y contiene anzuelos, agujas y trampas
de hace unos 7.500 años que obligan a replantear la historia oficial de cómo el hombre fundó los primeros pueblos.
La versión más aceptada es que los primeros asentamientos permanentes, embriones de las ciudades, aparecieron con
el dominio de la agricultura, hace unos 10.000 años. La oleada campesina se extendió por el mundo coincidiendo con
una nueva era de adelantos tecnológicos y sociedades más complejas conocida como Neolítico. Hasta entonces las
personas vagaron por el mundo en busca de sustento.
Esta historia oficial sigue vigente, pero tiene huecos por el que se cuelan otras posibilidades válidas, como la de los
pescadores del Cantábrico, que no cultivaron la tierra hasta mucho después de que la práctica llegase a España, hace
unos 5.000 años.
El investigador del CSIC Ignacio Clemente se ha topado con otra de esas bolsas de resistencia que arroja una nueva
hipótesis: la pesca, y no la agricultura, permitió a ciertos pueblos volverse sedentarios. Las pruebas han aparecido en
forma de anzuelos, redes, cuchillos y sofisticadas trampas de pesca que se usaron en el Mesolítico a orillas del Dubná.
Las trampas están hechas de varillas de pino del grosor del meñique y de unos dos metros de largo que estaban unidas
con tallos y permitían encerrar a los peces. El yacimiento ruso, llamado Zamostje 2, está tan bien conservado que incluso
los tallos han sobrevivido hasta hoy. También se han encontrado abundantes restos de caza (se comían sobre todo alce,
castor y perro). 'Hemos encontrado signos de presencia durante todo el año', explica Clemente; 'esta gente no era
nómada'. El investigador señala que el hallazgo contribuye a 'romper el tópico' de que sin agricultura no hubo
asentamientos fijos. 'A esta zona no llegó el cultivo hasta hace unos 3.000 años', detalla.
Con apoyo de buzos del Museo Hermitage de San Petersburgo, el equipo ha encontrado anzuelos, arpones, pesas,
boyas, agujas para redes y cuchillos de costilla de alce para limpiar el pescado. Del río se comían sobre todo el lucio y la
perca. Los excrementos humanos fosilizados hallados en el yacimiento aportarán ahora más detalles sobre la dieta. El
mayor secreto es cómo se construyeron aquellas trampas. En Suramérica se usan aún artes parecidas, pero no iguales.
'No tenemos ni idea de cómo lograban esas varillas de pino tan finas, aunque pudiera ser que fuera gracias a que la
madera estaba congelada', concluye Clemente.

Nomadismo y Sedentarismo Florián Yubero

Históricamente el nomadismo era el vivir errante, el carecer de domicilio, decía Heidegger (*) para el cual el lenguaje es
el domicilio del ser, el hombre ha vagado por la Naturaleza buscando su horizonte y medios de subsistencia. Fue
creando símbolos para poder permanecer en ella, estas producciones conjugaban las sendas a través de las cuales
atravesar el mundo, generoso u hostil, según las circunstancias de lo natural y lo histórico.

El descubrimiento de la herramienta y la máquina, prolongación instrumental de las extremidades humanas, como pasos
de lo tecnológico en la proyección del hombre hacia su identidad antropológica que le permitiría el proceso de
mediatización que implica toda cultura. Inicialmente el ser humano sería errante, el cambio al sedentarismo implica la
busca de un lugar en el mundo y ese lugar supone seguridad, referencia, anclaje, habitabilidad, seguridad y
domiciliarse.

El sedentarismo se interrelaciona con la tierra y lo agrario, el hombre se domicilia y comienza a sembrar, y continua con
su actividad de caza, pesca y recolecta frutas silvestres. Deja de deambular, para iniciar su vida en un lugar y jerarquiza
la tierra, como referente de las identidades étnico-sociales donde nomadismo y sedentarismo son sucesión evolutiva,
jerarquizan lo nómada a través de una cultura sedentaria que es para todos por igual. Dicha homogeneización hace a
todos lo mismo, pero ¿dónde?,. ya que desaparecen los espacios urbanos, las ciudades, las casas y domicilios, por los
rápidos avances de la industrialización que reducen los territorios, y la incontrolada explotación de los recursos naturales
que amenaza el medio ambiente, la globalización que exige la competitividad y obliga a la capitalización, ponen en
aprietos la existencia de los pueblos.

El hombre contemporáneo que consideraba superada la etapa del nomadismo de sus antecesores, vuelve a recorrer
espacios, lugares distintos y diferentes en recorridos itinerantes semejantes a los ya sucedidos. El nomadismo inicial
implicaba lo errático, hoy busca la necesidad de un domicilio y de un trabajo en el mundo. En épocas pasadas el hombre
buscaba el sustento de su familia, tras las cosechas que proveían la tribu. Hoy el hombre busca el trabajo para sustentar
a “su tribu” cruzando las ciudades, autonomías y países, nada hay estable en este mundo global, porque está en
permanente evolución, una empresa en una pequeña ciudad, si entra en crisis despedirá a su personal, los trabajadores
tendrán que emigrar, un nuevo modelo de nomadismo. O el caso de algunas empresas que tienen sucursales en
múltiples países y cuando recibes un mail con noticias de tu sobrino que te dice: Estoy en Argentina, ahora en Japón,
más tarde en Argelia. O el nomadismo cruel tras la concesión de un destino post – oposición superada, en el Valle del
Codorno ¿Y eso donde esta?

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