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La puerta de Aravá
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Título: La puerta de Aravá
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Índice
Capítulo 1:
El ángel de la muerte, 9
Capítulo 2:
Capítulo 3:
Capítulo 4:
La mujer de Lot, 76
Capítulo 5:
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6
“Reúnanse en un grupo fuerte de personas en un
solo lugar y bajo una orientación, para resistir los
ataques de los enemigos con el poder de la
superación, que está más allá de cualquier limitación
humana…”
Rabash, Carta Nº 8
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8
I
El ángel de la muerte
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haría yo? Así, al mirar de nuevo hacia las aguas, tuve
la sensación (no soy un gran nadador) de que si yo
me lanzara para salvar al suicida, muy
probablemente nos ahogaríamos los dos. Esto me lo
decía la razón, no aquella fuerza de mis deseos que
muchas veces me había guiado por encima de la
razón, como si nuestros límites, si los hay, estuvieran
mucho más allá del entendimiento. Luego regresé a
mis pensamientos iniciales: si yo me ahogo, ¿cuánto
tiempo transcurriría hasta que alguien dé con mi
cadáver? ¿Qué tan lejos llegaría arrastrado por la
corriente del río? Me alejé por un momento de la
baranda del muelle para recordar cuán imaginada era
aquella agua, cuán ilusorio el paisaje, y que los peces
de luz nadando contra corriente nunca habían salido
de mi cabeza.
Permanecí un rato más observando el río,
como si fuera la primera vez, como si acabara de
llegar a aquella ciudad a la que no terminaba de
entender, y tanto el río como la ciudad misma fueran
cosas abstractas. Pero de repente regresé a la
realidad de que aquella ciudad era Colonia, en
Alemania, y aquel río el Rin. Qué diferente era el río
de mi niñez, que miraba por horas junto a mis
amigos de juegos, especialmente con Oscar. Nos
sentábamos en alguna roca en la vereda o sobre la
hierba a ver el río y a lanzarle piedras, toda la tarde
hasta que, cansados, regresábamos a nuestras
casas. Era un río pequeño, en comparación. Los
domingos en especial solíamos buscar piedras de
colores o insectos para nuestras colecciones. Y allí, al
mirar nuestro botín sobre la hierba simulando
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pequeños mundos, nos hacíamos preguntas: ¿cómo
miran un árbol y un escarabajo el mundo? Y si los
árboles o los escarabajos nos perciben, ¿de qué
forma lo hacen? Nunca teníamos respuestas a dichas
preguntas. Pero teníamos claro que un árbol percibía
el mundo de una forma distinta a un escarabajo, así
pues, surgía otra pregunta más inquietante: ¿y si el
mundo no es como lo vemos?
Oscar era el único que me acompañaba a
hojear los tomos de la Enciclopedia Británica que
había en casa. La mayoría de las fotos eran en
blanco y negro, pero nos hacían pensar en todo lo
que no habíamos visto, dándonos poco a poco, de
una inexplicable manera, la sensación de que la
apariencia de las cosas era apenas una sombra de
su esencia, de lo que realmente eran. Muchas veces
nos habíamos llevado la sorpresa de que una casa
con pintura nueva albergaba a veces solo ruinas, y
otras, con grandes tesoros, no tenían bellos
exteriores. El padre de Oscar, que tenía un tramo de
frutas y verduras en el mercado, nos decía: la
cáscara de una fruta no dice nada de su dulzura. Y
cuando la niñez fue quedando atrás, el saco de
preguntas se desbordaba. No sentí venir la muerte
cuando fui hospitalizado de emergencia por una
peritonitis, pero con la muerte de Oscar, sentí que
una parte de mí se había ido para siempre. ¿Para
qué vivimos?, ¿qué propósito tiene la vida?, me
preguntaba por entonces. Y cada vez al dormir, tenía
la sensación de que moría, de que mi vida no era
mía, y la idea de que mis días estaban contados
desde el principio, me daba también la sensación de
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que todo era un juego, como un sueño dentro de un
sueño.
Esta mañana, justo al despertar, tuve la
sensación de que miles de ojos me observaban,
invisibles, pero de alguna manera perceptibles y
penetrantes. No era la primera vez, pues ya desde
muchos años atrás, quizá desde antes de mi
adolescencia, había tenido esa sensación de ser
observado. Pero esta mañana, la sensación de estar
siendo observado por miles de ojos daba la impresión
de haberse desprendido del último sueño que
recordaba, en el que viéndome de niño, viajaba en
una embarcación acompañado por mi hermana y mi
madre por un río muy caudaloso y enorme, que
fácilmente podría ser el Amazonas, aunque no puedo
confirmar que así sea. Lo cierto es que en algún
momentos desembarcamos en un puerto y nos
dirigimos hacia la entrada de una caverna, una
especie de atracción turística del lugar. Al ingresar
supimos que se trataba de una especie de mina que
había sido acondicionada como museo. Poseía
diversas cámaras en donde se exhibían herramientas
de minería y minerales, bien en estado natural o ya
trabajados. La guía nos llevó hasta una de las
cámaras más pequeñas, en donde exhibían
esmeraldas de muchos tamaños, formas y grados de
pureza, desde las más lechosas hasta algunas de
una transparencia maravillosa. Pero lo que me llamó
la atención fue una enorme esmeralda, acaso del
tamaño de una sandía, situada en una especie de
repisa central. La luz de la habitación se multiplicaba
reflejándose en ella y produciendo espectros verdes
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en las paredes, como si fueran los vigilantes de la
joya. Al despertar fui perdiendo detalles del sueño,
salvo la intensidad de los reflejos de la esmeralda, de
cuyo interior parecía proceder la luz. Luego, me
percaté de que en realidad si era un niño, pero más
adulto de lo que recordaba en el sueño de la
esmeralda. De pronto recordé que ese mediodía
había quedado de verme con Oscar para ir a visitar la
“Pedrería del Egipcio”, cuyo dueño,
excepcionalmente, iba a estar atendiendo al público.
El susodicho negocio no era una joyería ni
nada por el estilo, sino una bodega de minerales y
fósiles para la venta, aunque esto era asimismo tan
misterioso y extraño como su dueño, pues casi
siempre estaba cerrada y abría de modo
absolutamente caprichoso, como quien dice, cuando
al dueño le venía en gana. Aquel día la tienda no solo
iba a estar abierta sino que el egipcio estaría
atendiendo al público. Esto lo sabía porque el día
anterior había acompañado a mi madre, que quería
comprarse un pisapapeles de granito pulido que
había visto en la vitrina del local. Pero una vez allí,
ambos nos maravillamos por la innumerable cantidad
de cosas que había, al punto que el viejo egipcio,
cuyo nombre nunca llegué a saber, salió de su
pequeña oficina y fue a atendernos en persona. Al
inicio nos habló con marcado acento, que una vez
entrado en calor, desapareció. A cada pregunta que le
hacíamos mandaba a su ayudante a traer lo
solicitado o iba él mismo, abría alguna gaveta llena
de viejos folios y extraía lo que deseábamos. Así,
cuando me saludó al verme llegar, tuve la impresión
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de que me esperaba. Como el día anterior, se esmeró
en complacer cada una de mis preguntas, y con ello
fue mayor la sensación de que no era posible que
aquellas dos pequeñas recámaras del negocio
pudieran contener todo lo que poseía. Por eso en
algún momento de la conversación le dije: ¿y las
momias, dónde guarda las momias? ¡Ah, las
momias!, me replicó, con una sonrisa socarrona. Una
mujer había llegado al negocio y parecía interesada
en algún objeto a mis espaldas, por eso noté que
mientras me había hablado su mirada parecía
perforarme en dirección a la mujer a mis espaldas.
Luego le hizo una sutil señal a su ayudante y este fue
de inmediato a atender la clientela mientras él me
indicaba que lo siguiera por un estrecho y largo
pasadizo hasta unas gradas que nos condujeron a
una especie de sótano. Mientras caminábamos vi que
a sendos lados habían puertas cerradas y más
escalones. Llegamos a una pequeña habitación llena
de cajas.
—Mire aquí todo lo que quiera, mencionó,
estos de aquí son originales y los de aquella esquina
copias. Bien, lo dejo solo un rato, debo ir a ver el
negocio.
Y bien, no es que el lugar estuviera lleno de
tesoros, pero que había, seguro que había, aunque
yo fuera incapaz de estimarlos, salvo una pila de
enormes lingotes de plata, que ni siquiera logré
mover un milímetro. Sí, con seguridad alguna que
otra momia debe tener, pensé, aunque ante la vista
de los nuevos objetos me habían dejado de interesar.
Con estos pensamientos en mente, regresé por el
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laberinto de escaleras y pasillos de piedra hasta el
negocio que daba a la calle. Al verme, seguro de mi
maravilla, el viejo egipcio se acercó luciendo su
sonrisa socarrona y me dijo que regresara en la
noche, cerca de las ocho.
Desistí de volver a invitar a Oscar, que ni
siquiera había tenido la cortesía de darme
explicaciones. No le dije nada a mi madre. Salí
furtivamente por la ventana de mi habitación que da
al patio y de ahí me escabullí por uno de las hendijas
de la valla que divide nuestro solar de un lote baldío
que da a la calle trasera a la nuestra. Encontré el
negocio cerrado, como esperaba, pero la puerta que
daba directamente a las escaleras del sótano estaba
abierta. Una vez traspasado el umbral era posible ver
una claridad titilante que parecía venir del sótano, así
que me acerqué y vi que las escaleras estaban
decoradas a sendos lados con velas, iluminando la
senda. Las otras puertas estaban cerradas, como al
mediodía, pero al llegar hasta la pequeña recámara
de los lingotes de plata, cuya puerta estaba cerrada,
vi que la puerta contigua estaba abierta. Al asomarme
noté que era una especie de entrada a otro corredor,
igualmente iluminado, que finalizaba en una amplia
recámara, en donde el viejo egipcio me aguardaba.
—Has llega solo al principio de tu viaje, me
dijo, señalándome una pequeña puerta a la que se
podía acceder solamente a gatas. Al traspasarla se
llegaba a un túnel en el que se avanzaba igualmente
a gatas hasta otra portezuela que daba a otra
recamara, bellamente iluminada. Allí había otra
puerta, que daba a unas escaleras que ascendían
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hacia lo que me imaginaba era alguna nueva
habitación de aquel extraño lugar. Pero al llegar al
final, vi como ante mí se abría el cielo estrellado
sobre el desierto, y aunque quise, no alcancé a ver
pirámides y no estaba dispuesto a adentrarme solo
en sus arenas. Así que decidí regresar, pero ya no
había luz que iluminara el camino, por lo que vagué a
oscuras toda la noche hasta el amanecer, cuando por
fin pude llegar a una salida a la calle. Vi que ya era un
hombre adulto y que lo que había sido mi barrio me
resultaba irreconocible. Del negocio del viejo egipcio
no había ni el menor rastro. Fue entonces que
desperté y sentí esa masa de ojos observándome sin
parpadear. No era la primera vez. Como dije, esto me
ocurría ya desde antes de mi adolescencia. La
diferencia es que en aquella época, si la comparo con
esta mañana, parecían no ser tantos ojos, quizá solo
unos cuantos. Y ahora en mí había una vaga certeza
de que cada vez la masa de ojos tenía más peso:
¿no era aquello el ángel de la muerte, eso que
llamamos el ángel de la muerte?
* * *
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alguna respuesta a algo que me había dicho con
anterioridad y se había perdido en mi cabeza entre
los pensamientos que me dominaban. Le digo de
improviso:
—¿Sabías, Matías, que gran parte del cuero
que se comercia en el mundo se procesa en
Bangladesh?
—No, no lo sabía.
—Hace un par de días miraba un documental
al respecto. Es sencillamente horroroso. Trafican
ganado vacuno desde la India, en donde es muy
barato. Pero como allí está prohibido transportar
vacas, pues son sagradas, se las agencian para
llevarlas caminando hasta Bangladesh, drogándolas
con tabaco y chile en los ojos para que soporten el
viaje. Luego, una vez allí procesan el cuero con sales
de cromo, (que son los químicos más usados para
evitar que se pudra) en plantas que son simples
charcos de agua en los que trabajadores infantes
pisan descalzos el cuero como si fueran uvas en una
antigua fábrica de vino. Y los residuos simplemente
van a dar al río. Luego ese cuero se vende en el resto
de Asia y en Europa, pero realmente llega a todo el
mundo. Cientos, quizá miles de compañías ganan
sumas enormes de dinero con este cuero producido
de forma tan barata, con el trabajo de niños esclavos
que de adultos mueren jóvenes. Y a nosotros, como
consumidores, solo nos importa que el precio de los
zapatos sea lo más barato posible. Y así con casi
todo: las verduras y frutas que comemos, nuestra
ropa, los materiales de construcción… Es de no
parar.
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—Sí, es así de horrible.
—Si comprás una berenjena en el
supermercado, probablemente la cosechó un africano
que pagándole a la mafia con los ahorros de su vida y
quién sabe que más sobrevivió el viaje hasta España
y no fue deportado. No tiene seguro de vida, y vive en
un rancho hecho de desechos junto al berenjenal, sin
letrina ni agua corriente.
—Pero Manuel, es que lo que dejaron atrás es
mucho peor, lo mismo que en Bangladesh. Sin ese
trabajo de esclavos se mueren de hambre.
—Lo sé. Pero tiene que haber una forma de
corregir el deseo destructivo que está devorando el
mundo.
—¿A qué deseo te referís? ¿Hablás del mal en
la humanidad? Así es la naturaleza humana.
—En la naturaleza todo tiene un propósito,
aunque no lo sepamos. Incluso el mal existe por algo.
No le dije nada a Matías sobre el ángel de la
muerte. Aún no habíamos llegado a un nivel que nos
permitiera hablar con soltura y entendimiento. De
repente me dijo:
—Veo que has cambiado mucho de un tiempo
hacia acá.
—¿Te parece? ¿Y es para bien o para mal?
—Para bien, creo yo.
—¿Te has preguntado qué son las personas
respecto a nosotros?
—Los tipos sociales, la división de clases, las
culturas del mundo…
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—Sí, sí, de acuerdo. Pero hay algo más
fundamental. ¿Has oído aquello de que vemos el
mundo como somos, y no como el mundo es?
—Sí, percibo el mundo desde mi cultura.
—Pero hay algo anterior a la cultura, algo que
está en la base del ser humano mismo: el deseo. Veo
el mundo desde mi deseo.
—¿Hablás de un solo deseo?
—Mirá, esta mañana fui a recoger un traje a la
lavandería y de paso fui a comprar una nueva
cafetera. Al regresas del almacén veo que una mujer
que caminaba a mi izquierda se agacha y recoge un
anillo. Veo que sonríe y dice:
—Un anillo de oro, qué suerte.
Luego tantea el peso de anillo moviendo la
mano hacia arriba y hacia abajo, para luego
medírselo en uno de sus dedos. Le quedaba muy
grande, así que me vuelve a ver y me dice:
—Es muy grande para mí, quizá a usted le
quede.
—Oh, no. Usted encontró el anillo, así que
quédeselo.
—Pero a mí no me queda —insistió tomando
mi mano y poniéndome el anillo en el anular— Ve, le
queda perfecto.
Me quité el anillo mientras ella seguía
insistiendo en que me lo dejara y por curiosidad (no
soy perito, pero sí he tenido un anillo de oro en mis
manos) me fijé en el interior del aro y vi que tenía dos
sellos hechos a presión, como los que certifican la
cantidad de oro. Pero los sellos eran muy pequeños
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para leerlos con facilidad, así que me dije que a lo
mejor si era oro, no podía probar lo contrario.
—Pero Manuel, te estaba estafando. El anillo o
no era de oro o lo había robado.
—Te confieso algo: al principio, cuando me
mostró el anillo, como no podía demostrar engaño
alguno, di por posible que lo hubiera encontrado. Yo
mismo me he encontrado anillos. ¿Y por qué no iba a
ser de oro?
—Pero ese timo es viejísimo...
—Esa noche le conté la historia a una amiga y
ella me dijo que en París eso es muy frecuente.
—Y vos que hiciste con el anillo en cuestión.
—Se lo devolví y le dije que podía venderlo.
Entonces me miró de nuevo, y por primera vez pude
ver detalladamente su rostro. Era una mujer joven
pero muy maltratada, con varios signos de uso de
drogas, menuda, más bien frágil. Pero tenía una gran
dulzura en los ojos, como si detrás de aquella
máscara de dolor hubiese una muchacha deseosa de
vivir lejos del sufrimiento.
—No hablo bien el alemán —me dijo, a lo que
respondí:
—Si quiere yo lo vendo por usted y le doy el
dinero; aquí cerca hay un negocio de empeño.
Así que, como queda cerca de mi
apartamento, seguí caminando en mi dirección y ella
me seguía taciturna. Bajamos las gradas del paso
subterráneo del tranvía y escuché que me decía,
—Deme solo algo de dinero y déjese el anillo.
Ando sin dinero y tengo hambre.
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—¿Quieres comer algo? —le dije, y ella asintió
avergonzada.
Justo al subir las gradas del otro lado de la vía
hay varios negocios turcos y nos encaminamos hacia
uno de ellos.
—¿Qué deseas?
—Un kebab y una cola.
Luego vi, algo divertido, que le pedía al
vendedor que no le pusiera cebolla. Me dio las
gracias y se dirigió hacia la parada del tranvía. Vi
cómo brillaban sus ojos mientras me preguntaba de
nuevo si quería dejarme el anillo.
—El anillo es suyo —le dije.
—Hiciste bien. Cerca de mi oficina hay un
mendigo que me pide regularmente. No siempre le
doy, pero lo invito a comer a menudo.
—Sí, eso de dar dinero tiene el inconveniente
de que puede ser para comprar drogas, y entonces
en vez de un beneficio le estás haciendo daño a esa
gente. Pero lo que quería hacerte ver es otra cosa:
pude quitarle el anillo a esa mujer…
—Y también su chulo o amante podía estarte
esperando detrás de un rincón para darte una
puñalada.
—Pero dejáme explicarte. Eso lo sé. Yo te
hablo aquí no de lo que estaba pasando fuera, sino
dentro de mí, en mis pensamientos, que están
controlados por mis deseos. Es un asunto muy sutil.
—“La ocasión hace al ladrón”, dice el refrán…
—Pero eso requiere un discernimiento, un
cálculo en beneficio propio. En el caso de la mujer del
anillo de oro, digamos que sí era de oro, desde el
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principio todo estaba dentro de mí, dentro de mi
intención. Sí acepto el anillo porque a ella no le
queda, estoy pensando en mí, en el oro, en mi
ganancia. Y si le pago la bagatela que ella hubiera
pedido, no importa que el anillo fuera de oro o de
latón, mi intención hubiera sido apropiarme de él por
un buen precio.
—Pagarle incluso hubiera sido explotarla...
—Exacto. Pensar por ejemplo “de por sí ella no
hubiera podido venderlo bien o a ella le sirve más
algo de dinero que un anillo de oro”, solo habla de mi
avaricia. Pero no tenía interés en el anillo, de hecho
me alegré de que lo hubiera encontrado. No pensé de
inmediato que lo hubiera robado y todo fuera una
trampa.
—Pero le pagaste una comida, ¿no habla eso
de que deseabas sentirte como benefactor?
—Todo depende de la intención, no de la
acción que realicé. Mirá que luego me vuelve a
ofrecer el anillo, ¿qué tal si lo acepto? Todo se pudre,
pues mi intención fue siempre en beneficio propio. Te
pregunto otra vez, ¿qué son las personas respecto a
nosotros? Lo que te acabo de contar es muy distinto
de una persona a la otra, pues las intenciones no son
necesariamente iguales, como tampoco la forma en
que nos relacionamos con el mundo.
—“Cada cabeza es un mundo”, dice el adagio.
—¿Has pensado en ese mundo de tu cabeza
antes de dormir? Mientras dormimos millones que
están despiertos sufren la explotación humana.
Dormimos y es como si nos desconectáramos de
esos pensamientos.
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—Pero decíme, ¿a qué querés llegar? ¿No ha
sido así el mundo siempre? ¿No es la ley de la
naturaleza que sobrevive el más fuerte?
—¿Qué nos hace mejores del nivel de los
animales en general si no logramos sobreponernos al
instinto, a lo que parece natural? Por ejemplo, ¿te
gusta el carnaval? Pues te cuento una anécdota
curiosa, hablando de ese nivel apenas instintivo,
carnal. El día de la apertura del Carnaval de Colonia
pasé trabajando todo la tarde en casa, y por la noche
asistí a una conferencia sobre el laicismo…
—¿Cómo, no participaste en la “fiesta de la
carne”?
—Pues fijáte vos que al final de la conferencia
me reuní con una amiga que me había llamado para
que fuéramos por allí a tomar algo, una cerveza por
ejemplo. Así que tomé el tranvía y me fui a esperarla
a Zülpicher Platz. Ella acababa de llegar de Tel Aviv y
me dijo que se estaba congelando en la estación de
Neuemarkt, pues la linea 9 no estaba funcionando.
Así que decidí ir a toparla caminando. Pero antes
llamé por teléfono a mi colega Marco a ver si quería
reunirse con nosotros. Dijo que sí. Acababa de salir
de un concierto de la filarmónica, Mahler, sinfonía
número seis, me dijo. Vi un grupo de muchachas
sentadas en la parada de la linea 9, y una de ellas
bailaba con movimientos digamos que de serpiente.
Me miró fijamente y me dijo algo, que ahora no
recuerdo, pues hablaba por teléfono con Lital…
—¿La amiga de Tel Aviv?
—Sí. Pero para no ser descortés le dije a la
muchacha que no bailaba nada mal, y seguí mi
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camino. Marco ya estaba en Neuemark
esperándonos. Luego, al llegar Lital me dijo:
—Tel Aviv está a veintinueve grados
centígrados.
—Y aquí estamos a tres —le repliqué.
Como no había nada allí regresamos
caminando a Zülpicher Platz y una vez allí, sugerí
que fuéramos a Roter Platz, un bar que queda cerca
de la parada del tranvía.
—¿No es ese el bar al que fuimos la otra vez,
ese decorado con los clichés soviéticos.
—Sí, ese mismo. Pero ahora estaba decorado
con motivos carnavalescos, y habían retirado todas
las sillas y las mesas para que pudiera entrar más
gente. Solo habían bancas arrinconadas junto a las
paredes. Pedimos tres cervezas y Marco decidió
tomar algunas fotos. Vi que una muchacha llegó a
sentarse a una de las bancas en donde un tío ya
ebrio luchaba por no perder el equilibrio. Marco nos
indicó que sonriéramos y de repente, otro tío, con una
capucha de caballo, brincó hasta nosotros para salir
en la foto. A Lital le pareció muy gracioso. Pero me
dije: “En realidad ninguno de nosotros tres creció en
esta cultura, ¿qué hacemos realmente aquí, matar la
rutina?”
—¿Y no es esa la idea del carnaval, darle
rienda suelta a los apetitos de la carne?
—Pero sabés, no es lo mío, nunca me ha
sentido particularmente atraído. Pero me dejé llevar
por Marco y Lital. El tío de la capucha de caballo
quería bailar, por lo que de alguna manera decidimos
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dirigirnos hacia Wunderland, una especie de bar-
discoteca no muy lejos de donde estábamos.
25
—Luego vi que la chica rapada rondaba una
pareja que bailaba cerca de nosotros. Las chicas se
besaban, y ambas besaban al chico. Atrás, el chico
de la capucha de caballo conversaba con Lital y
Marco intentaba hacer contacto con otras dos chicas.
26
II
Como una rosa entre las espinas
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macrobiótico que se llamaba “La mazorca”, un par de
horas antes de mi clase de latín. De allí pasamos a ir
al teatro, que tanto la aficionaba, y a la ópera, que era
más lo mío. Luego nos metíamos en algún bar a
terminar la noche entre aquella generación medio
perdida entre el cielo y la tierra. Recuerdo su rostro
perfectamente, el suave movimiento de sus labios
que me dicen, tantos años atrás pero como si fuese
hoy:
—Sos un engreído infumable, ¿lo sabés?, un
petulante insoportable que se cree genial.
Dicho esto, Ana Clara le dio otra chupada a su
cigarrillo de marihuana y me lo pasó, para que
aspirara asimismo aquella hierba que me quitaba el
dolor de espalda y la tensión en los hombros,
dándome la impresión de que mi cabeza flotaba
alrededor de mi cuerpo. A parte de aquello, perdía la
noción del tiempo. Ana Clara en cambio parecía ver
mayor intensidad en los colores. Me decía: “Pero
mirá, mirá los colores, pareciera que se escurren de
los cuadros”. Y yo miraba los cuadros entre los
humos de la habitación sin ver las anunciadas
cataratas cromáticas.
Luego regresó a mi memoria la corriente del
río de la noche anterior, aquella masa de agua en
movimiento, dándome la sensación de ver mis venas
desde el interior, en su flujo cíclico. Nada es lineal
después de todo. La vida es cíclica. Vamos hacia el
agua, pensé sin querer. Somos alrededor de un
setenta y cinco por ciento de agua. Pienso esto y
regreso en el tiempo, como si solo fuera la habitación
de al lado o una esquina que de pronto se ilumina.
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Miro de nuevo los ojos inquietos de Ana Clara, que
me mira asimismo como si atravesara mi cuerpo. Me
dice:
—¿Y sabés que del ciento por ciento del agua
del planeta, solo un tres por ciento es dulce?
—Sí, lo sé...
—Y de ese tres por ciento, cerca del ochenta
por ciento está en los cascos polares y la nieve del
mundo...
—¿Así tanto?
—Y del veinte por ciento restante es que se
nutren los ríos y los lagos, los humedales y demás,
incluida el agua que bebemos. ¿Te das cuenta que
estamos hablando del veinte por ciento del agua
dulce del planeta, que es apenas un tres por ciento
del agua total del planeta?
—Sí, Ana Clara, lo sé y es muy triste.
—¿Y qué estás haciendo para remediar el
problema de la contaminación y el lucro con los
recursos de la humanidad? Porque sabés que si no
hacés nada sos cómplice de los que contaminan el
agua o la privatizan.
Así me hablaba por entonces aquella hermosa
muchacha que había abrazado con fruición las
causas rebeldes, las protestas sociales y cuanto
movimiento hubiese contra el sistema. Entonces no
tuve para ella más que silencio. De alguna forma no
me identificaba con aquel mundo de revolucionarios
adolescentes que se reunían luego de las protestas
en bares oscuros y atiborrados de humo a recitar su
autodenominada poesía maldita. Lo que me
fascinaba era esa extraña fuerza que irradiaba Ana
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Clara, llena de caos e indecisión, sin una meta
precisa, satisfecha con el hecho de ir contra corriente.
Pero había un deseo allí, intuía, aunque impreciso,
que la guiaba. Y en mí, aparte del deseo lujurioso,
había asimismo otro que no podía discernir.
Desde niño solía decirme: si yo tuviera esto o
aquello, si hubiera nacido en otra época, en otro país,
en otras circunstancias, ¡qué no hubiera podido
hacer! Me lo decía a menudo, sin considerar que mis
circunstancias eran muchísimo mejores que las de
muchos a los que admiraba. La otra cosa que hacía
continuamente era compararme con una serie de
personajes que tomaba como modelo. Era a lo mejor
el petulante del que hablaba Ana Clara. Me decía, a
mi edad fulano y fulana ya habían hecho esto o
aquello, y siempre terminaba teniendo la impresión
de que yo no había logrado nada que valiera la pena,
nada que justificara mi existencia. Era en definitiva,
(pensaba entonces) una piedra más del camino sobre
el cual caminaban los grandes, pero secretamente
tenía la ilusión de que podía transformarme, llegar a
ser como esos grandes, solo tenía que encontrar el
camino, y esto es decir, el talento, aquello para lo
cual yo no solo era bueno, sino que podía ser como
los mejores. Era asimismo estar entre dos aguas,
pues como dicen, de algún recóndito y desconocido
lugar surgía un halo de modestia que sosegaba las
ínfulas de mi ego. Cosa extraña.
En abstracto se veía muy simple, pero a la
hora de la verdad, solía perderme entre mis apetitos
mundanos, viendo que por alguna razón, tenía talento
para varias cosas, aunque no sabía decir si podía
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llegar a ser como los mejores, creía estar en medio
de circunstancias adversas, y me quejaba de que, por
ejemplo, para llevar agua de un pozo hasta mi casa,
tenía incluso que cavar el pozo y construir el camino.
Pero de alguna manera siempre sobrevivía a mis
deseos, construyendo pozos y caminos por doquiera.
Pero ese deseo generador se perdía constantemente,
como llama que se extingue en el aire o un barco sin
puerto al cual llegar.
Así, entre mis apetencias predilectas, Marcela
surge siempre de las tinieblas de mi memoria. La veo
risueña y juguetona, sentada en su pupitre junto a mí.
Vivimos cerca uno del otro, aunque no en el mismo
barrio. Jugamos juntos en los recreos y regresamos
juntos a casa durante esos primeros años escolares.
Luego nos matriculan en clases separadas y ya no
nos vemos tan a menudo. En el colegio nos volvemos
a encontrar, pero respecto a mí, ya no es la misma.
Algo ha cambiado para siempre, algo que nos irá
separando hasta nuestra graduación. Curiosamente
en la universidad volvemos a reencontrarnos, y si
bien no somos extraños, no da la impresión de que
hayamos compartido tanta cercanía de niños. Está
embarazada y me confiesa que desea abortar. Su
novio no está ni a favor ni en contra, le dice que es su
decisión. Pienso en ese novio suyo, Gustavo, de
familia rica, rebelde, con su guitarra siempre a
cuestas, sus cigarrillos sin filtro, sus canciones de la
revolución cubana, sus camisetas del Che Guevara,
su pelo largo y arrollado como un rastafari rubio y de
ojos azules, que los días calurosos del verano llega
descalzo a la universidad y desaseado, con su barba
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de meses. Él no se opone al aborto de Marcela, y ella
aborta. Luego se embaraza de nuevo de Gustavo,
pero deciden conservar el niño. Ariel, lo llaman. No sé
que habrá sido de ellos.
—Bueno— me dice entonces Ana Clara, la vez
que fuimos a la ópera a ver Don Giovanni, en mis
años en la facultad de biología —simplemente no era
para ti, punto. ¡Hay muchos peces en el mar!
Ella lo dice de esa forma que a mí me excita,
como si luego de la ópera, aquella burguesía
trasnochada, como solía llamarla, estuviera dispuesta
a pedirme que nos encamináramos hacia su casa,
donde siempre guarda marihuana, para recordar
mejores tiempos o eludir el presente. Pero sé que me
mira más como un confesor que como un amante
potencial, como Marcela...
—Pero sabés, no es eso lo que me intriga, sino
el no saber por qué nunca soy un candidato elegible.
—Supongo que ahora me vas a hablar de
mandriles o leones y el período de apareamiento —
dijo, adelantándose a mis pensamientos—.
Sí, sí había pensado en algo así (en
chimpancés), pues al fin y al cabo somos primates. Y
se lo dije:
—Los primates se comportan de modo similar,
no importa que seamos primates más complejos...
—¡No me gusta que me comparen con un
mono!
—Primates, que es distinto...
—Lo que sea, una leona de tu ejemplo clásico.
Ana Clara se refería al sorprendente
comportamientos de las leonas, pues cuando un
32
macho adulto es destronado en una manada, el
vencedor mata a todos los cachorros para con ello
asegurar su descendencia. Lo sorprendente es que
luego de tal infanticidio, las leonas se someten al
nuevo rey sin drama alguno. Nuevo embarazo,
nuevos hijos.
—¿Y te parece que somos tan diferentes? Un
hombre quiere procrear con cada mujer que puede
para asegurar su descendencia con alguna de ellas,
una mujer en cambio busca al mejor candidato en
cuanto a sistema inmunológico, fortaleza física, hogar
seguro, protección de la familia; y esto se traduce en
un tipo atlético, con dinero en efectivo, bienes raíces,
e inversiones a futuro. Lo que me sorprende es que la
mayoría de la gente nunca cumple estos tres rubros,
a veces ninguno, y de alguna manera se reproducen,
es decir, que las mujeres ven algo más... Me divertía
provocar a Ana Clara.
—Lo ves, sos un palurdo. Por estar
concentrado en esos aspectos eso es lo que
proyectás, las mujeres lo notamos. Las mujeres
somos más espirituales…
—Espirituales, decís. Pues escuchá este par
de ejemplos que te tengo...
—Una golondrina no hace verano, ni siquiera
dos...
—Dejáme que te los cuente, a ver que te
parecen.
Mi insistencia quizá no la convencía, pero al
menos tenía la paciencia de escucharme.
—Pues bien —comencé— estos son dos
amigos, uno es compositor y el otro es fotógrafo.
33
Ambos tienen un largo historial de relaciones
amorosas desde la temprana adolescencia. Por
decirlo de alguna manera, en ese rubro para ambos
no hay casi nada que no conozcan. Pues resulta que
el compositor se hace novio de una compositora y
pianista húngara, muy talentosa. Cuando la conocí
supe que su talento opacaba el de él. Ella no tiene
dinero, aunque viene de una familia muy educada; él
tiene un poco más que ella, pero tampoco es que sea
rico. Tienen un hijo y luego las cosas van de mal en
peor y se separan. Ella, que lo mismo que él posee
un largo historial de amantes, consigue
inmediatamente otro hombre, otro novio, con menos
talento aún que el anterior, pero de una familia muy
rica, por lo que eso de no tener talento no le
preocupa en lo más mínimo. Esta vez ella sí accede a
casarse y se casan.
—Nada que me impresione, puede que así sea
la mayoría de la gente.
—Esperá, que ahora viene el otro amigo, que
en sus aventuras fue a parar a París, y al verse sin
dinero para pagar la buhardilla que alquilaba, empezó
a trabajar de mesero en un restaurante. Pero él, con
su pequeño sueldo, se dedica una vez al mes a darse
una bacanal de quesos y vinos hasta agotarlo, por lo
que retorna a estar sin dinero. Pero en una de tantas,
va y conoce una francesa adinerada, Chantal, mayor
que él, y se hacen amantes. Ella le paga el
apartamento, le compra los víveres, la ropa, en fin,
cubre sus necesidades, y aparte le da dinero en
efectivo. Así las cosas, cuando ella está en su trabajo
(es arquitecta) él se dedica a conocer otras mujeres,
34
y se hace amante de una chica muy joven, Nadine,
adolescente, que bien podría ser la hija de Chantal, a
la que además, le da dinero para sus caprichos. Su
rutina consiste en pasar la noche con Chantal (que se
ha enterado de su amante adolescente, pero la tolera
mientras él cumpla su función en su alcoba por las
noches) y pasar el día con Nadine.
—Vaya con el niño fotógrafo. ¿Qué es lo que
tienes, envidia?
Sentí una especie de sordera, o más bien
como si un ruido extraño embotara mis oídos y me
impidiera escuchar algo más. No se lo dije, pero sí,
tenía un poco de envidia de esos tipos suertudos,
quizá algo más que un poco. Me resultaba extraño
que tantas mujeres que a mí me parecían estupendas
estuvieran emparejadas con hombres que yo veía
como atorrantes. ¿Qué tenían ellos que no tenía yo?
Solía preguntarme esto a menudo. Me esforzaba
incluso por ser impecable, o al menos lo que yo creía
que era impecable. Todo era en vano, pues para las
mujeres esto no parecía ser importante. Luego, esta
sordera que a lo mejor no había durado más que un
segundo pero parecía una eternidad, cesó de la
misma inopinada forma en la que vino, y pude
continuar hablando con Ana Clara:
—¿Te gustaría un hombre como el amigo
fotógrafo?
—Pero dejá que te diga que tiene su atractivo
un hombre que está con varias mujeres.
—¿Estás defendiendo la poligamia? ¿Y cuál
esposa te gusta ser: la primera, la segunda, la
tercera, la cuarta?
35
—Pero un hombre con ese sexapeal, que
conquista varias mujeres, es súper atractivo.
—Entonces, si nos casáramos, vos no tendrías
problemas en que yo tuviera un par de amantes, y
que incluso las llevara a casa a cenar?
—Pues la verdad, ya a la hora de la hora, creo
que prefiero ser exclusiva.
—Pero antes de seguir conmigo, ¿qué me
decís de las mujeres de la historia que te conté? La
primera siempre buscó el aspecto económico más
favorable, y la segunda, que tenía lo económico
resuelto, se dedica a complacer sus carencias
afectivas y sus apetitos carnales. Te confieso que le
he dado vueltas muchas veces a estos dos ejemplos,
que no son invenciones mías sino reales, y me veo
en problemas morales: no podría ser el hombre en
ningún caso. En el primero, él compra prácticamente
una mujer, como decir una oveja, aunque a lo mejor
es ella la que lo pesca para asegurar su bienestar
económico. No sé dónde entra aquí el amor, eso que
llaman amor. No lo entiendo, pues no concuerda con
los parámetros con que lo describen. En el segundo
caso es más difícil hablar de amor, pues solo hay
apetitos mundanos. Tampoco podría ser un gigoló y al
mismo tiempo un usurpador de cunas, solo para
satisfacer la lujuria.
—¿Y qué tiene de malo satisfacer los apetitos
mundanos? ¿No es el mundo en donde vivimos?
¿Por qué habría que privarse de sus frutos si allí
están para que los saboreemos?
—Sí, sí, no, no es eso.
—¿Sí, sí, no, no? ¿Qué querés decir?
36
—Somos animales, Ana Clara, primates: nos
regimos por el instinto, por las apetencias corporales.
Pero vamos más allá. Rompemos las leyes naturales
para satisfacer desmedidamente nuestros deseos.
Somos egoístas, hacemos guerras para apropiarnos
de los bienes ajenos. Engañamos para ganar más,
mentimos para obtener lo que queremos...
—¡Bienvenido al mundo! Acabás de descubrir
el agua tibia.
—A lo mejor es que estoy mezclando dos tipos
de amor.
—¿Dos tipos de amor?
—Porque a diferencia de las bestias, nosotros
aspiramos a cosas superiores.
—¿Superiores a qué? ¿A qué te referís?
—Deseos que no se satisfacen con lo que
ofrece el mundo. ¿Qué creés que nos diferencia de
las bestias?
—¿La inteligencia?
—Eso es muy discutible. ¿No han habido
grandes genios en el mundo que han masacrado a
millones de seres humanos mediante guerras
horribles? ¿Es esa la inteligencia de la que hablás?
Han sido peor que la peor de las bestias. La
inteligencia pura no es más que una herramienta,
como un martillo, con el que puedés construir tu casa
o matar a alguien si le das en la cabeza.
—¿Es en la intención que guía esa inteligencia
en donde reside eso que decís que nos separas de
las bestias?
—Precisamente. La acción misma solo es el
resultado de una intención.
37
—Pero hay una gran diferencia entre actuar y
solo tener la intención de actuar.
—En efecto. Por eso no hablamos en este
caso de la intención pura, sino de la intención que
hay detrás de la acción.
Ana Clara sonrió, como si entendiera más allá
de mis palabras.
—Ana Clara, sabés que en el fondo no
hablamos de amor carnal, pasión, traición, fidelidad,
matrimonio…
—¿Y entonces de que estamos hablando?
—De lo que hay detrás de todo eso, detrás de
lo que llamamos mundo, amor, odio, envidia, hombre,
mujer; pero todo dicho con palabras cotidianas. Lo
que pasa es que esas palabras cambian con la época
y las sociedades… Te pongo un ejemplo. Dos
pastores hablaban, digamos que mientras meriendan,
y así, uno le dice al otro:
—¿Por que no me das una de tus ovejas, así
tendremos igual cantidad?
—A lo que su amigo le responde:
—Mejor dame una de las tuyas y así yo tendré
el doble de ovejas que tú.
—Como puedes ver, se trata de un problema
aritmético, pero expresado en un lenguaje cotidiano:
¿cuantas ovejas tenía cada uno? Asimismo hay obras
literarias completas en donde además de la historia,
que sirve para contar, su lenguaje nos habla de cosas
más allá de lo cotidiano. No se trata simplemente de
modelos literarios. La obra de Julio Verne, “De la
tierra a la luna”, publicada en 1865, no era más que
una utopía para su época, incluso la película
38
homónima de 1902 aún era una utopía. ¿No llegó ya
el hombre a la luna? Y ya que menciono la palabra
utopía, te traigo a la memoria la obra de Tomás Moro,
sobre una sociedad que recogía los ideales de “La
república” de Platón. También haría lo suyo Tomasso
de Campamella, con su obra “La ciudad de sol”, en
donde expone su concepto de sociedad ideal. Y cada
uno se expresó con un lenguaje distinto, aunque la
realidad hacia la que apuntaban era la misma.
—¿A dónde querés llegar con ese comentario
del lenguaje?
—Tengo un excelente colega griego, Michael,
le llamo yo por comodidad, porque me resulta más
cercano, pero en griego se dice Mijail. A veces nos
tomamos un café después del trabajo o salimos a
comer. Un día decidimos tomar una taza de café por
ahí, (como frecuentemente lo hacemos al mediodía),
y caminando un poco llegamos a Café Bagdad, que
está en mi vecindario. Estaba casi lleno, pero
encontramos una mesa junto a la pantalla gigante
que transmitía como de costumbre la señal de un
canal árabe, en árabe, bien se entiende. Michael miró
un poco tímido el lugar, más curioso que precavido, y
fuimos hasta la barra a ordenar café y dulces. Me
decidí por un café árabe, dadas las circunstancias,
pero Michael fue fiel a su café de siempre:
simplemente café negro. Con el tiempo he llegado a
pensar que lo que hablamos entre nosotros se acerca
cada vez más a un greco-español bastante fluido. Y
la verdad sea dicha, en ocasiones al oírlo hablar por
teléfono con su esposa parece que entiendo lo que
dicen, y no es que yo hable griego, pero ¿no es
39
acaso su melodía perfectamente española? Lo
mismo dice él del español. Ni hablar de los vocablos,
pues aunque no nos dedicamos a la identificación
exclusiva de los términos del griego en el idioma
español, siempre terminamos riendo al ver cuánto se
parecen. Claro que ya me sé muchas formas de
saludo, es lo primero que se aprende (después de las
malas palabras). ¿Pero qué relación pueden tener,
culturalmente hablando, España y Grecia, sin tener
que mencionar a la reina Sofía? Pues bien, antes que
el español o el latín, por aquellas tierras ibéricas,
sobre todo al sur y al este, se hablaba ibérico, y la
cultura helénica llegó de visita por el mar. Eso al
menos a mí me basta. El alfabeto tuvo otra ruta de
llegada: el latín lo tomó reformando el etrusco, los
etruscos reformando el griego, los griegos a su vez
reformando el hebreo, y los hebreos lo tomaron del
fenicio. Por cierto, los fenicios también llegaron hasta
la península ibérica. Si seguimos hacia atrás
pasamos por los cananeos y terminamos (con
seguridad nadie lo sabe, pero parece que así es) con
los sumerios, que lingüísticamente tienen rastros en
la India y en China. Con seguridad sabrás que
asimismo hablamos más que un poco de sánscrito al
hablar español, y no sólo con los préstamos directos,
como yoga, Buda o mantra. No, también cuando
decimos brillante (diamante tallado) que viene de la
palabra vaiduria, y esta a su vez de una región del
sur de la India llamada Vidura. O burbuja, que viene
de budbudah. Michael, le pregunté a mi amigo, ¿será
que sí hubo al principio una sola lengua, y que a lo
mejor, somos una sola alma toda la humanidad, cuya
40
fragmentación la literatura ha contado en la historia
de la torre de Babel? Michael me miró sorbiendo su
café, pero en silencio, es un hombre de pocas
palabras. Simplemente hizo una mueca divertida y
movió la cabeza como quien dice sí. En la historia de
la humanidad se han tomado las sagas más
representativas para enseñar al pueblo, en una época
en que las tradiciones orales eran primordiales y el
libro era solo un soporte de las leyendas contadas. Y
de esa manera, las sagas fueron pasando de una
cultura a la otra, pero transformándose, llevando un
contenido distinto, propio del pueblo que la adoptaba.
Estamos tan cerca, hablo del mundo, que casi me
duelen nuestras diferencias. Te pregunto ahora, ¿por
qué la humanidad no puede ser una sola sociedad?,
¿y porqué el ideal de sociedad altruista no es
realizable? Mejor aún: ¿no habremos tenido en el
pasado sociedades semejantes? Claro que sí. ¿Por
qué deben ser el camino del dolor, los horrores de la
guerra y la explotación humana los únicos caminos
del mundo? Como si el sufrimiento fuera nuestra
única opción...
Creí que Ana Clara me miraría como a un
orate o a un niño que decía disparates en voz alta,
pero pude percibir un nuevo deseo en su mirada, en
el que una sociedad altruista dejaba de parecer una
locura inalcanzable.
Cuando volvimos a vernos habían transcurrido
veinte años, como un parpadeo capaz de borrar el
mundo que habitamos. La miré de nuevo, tratando de
no mirarla, de ver más las palabras que iba a decir.
Le dije:
41
—Tantos años anhelando una esposa y han
llegado cuatro mujeres a mi esfera interna, tan cerca,
sin que pudiera retenerlas.
—Contáme, que eso no me lo esperaba...
—¿Qué no te esperabas?
—Que querás casarte.
—¿Qué tiene de inusual?
—No sé, en nuestros días ese tipo de enlaces
como que no van, ¿no te parece?
Es difícil sorprender a alguien que nos conoce
tan bien, por ello la llevé hasta lo profundo de mi
alma. Le dije:
—“Todo hombre que no tiene esposa no es un
hombre completo, porque está escrito: Varón y
hembra los creó …y llamó el nombre Adán1”.
Su rostro se mantuvo sereno, como si no
esperara otro comentario de mi parte.
—¿Y desde cuándo te lo tomás tan a pecho?
Pensálo bien. ¿Te acordás de Amalia?
1 Jevamot 63 a
42
exacta, porque se trata de que no eras para nada su
tipo.
43
¿Preguntarle a él por Balzac o Cervantes? Hablar
con él sobre algo que no fuera su campo era caso
perdido. Ella en cambio era muy intelectual, muy
culta, de familia rica incluso. Él, como dicen, no tenía
dónde caer muerto. Pero siempre estaba sobrio,
quizá porque se lo exigía su pose de dandy. Ella en
cambio amaba la marihuana y andar vestida con
aquellos andrajos coloreados y descalza. Tampoco se
bañaba muy a menudo, como corresponde a un
hippie que se precie... Bueno, el caso es que a pesar
de la oposición de la familia, de las advertencias mías
y de muchos otros de que la estaban utilizando, ella
se casó con el marroquí. A un año más o menos de
haber tenido un niño, él, una vez concluido su grado
de ingeniero, no encontró más motivos para seguir
con ella, así que la dejó por una chica marroquí diez
años más joven que ella. Deberías haber visto lo mal
que se puso Amalia. Súper deprimida, no encontró
más consuelo que aumentar la dosis de marihuana.
“Dejá de una vez esa mierda”, le dije muchas veces,
sin conseguir nada. Pues bien, el tiempo pasó, y de
haber estado tan echa leña, va y de repente deja de
fumar marihuana como un año, y un día la encuentro
sobria como nunca y me dice: “te juro que me siento
como nunca sin la marihuana...” Y yo le digo, “ah,
pero a mí no me querías hacer caso, bien que te lo
dije mil veces”.
44
aunque si bien la chuleaba, era limpio y sobrio. Este
en cambio, vivía drogado todo el día, como si fuera
un reflejo de lo que era ella en el pasado. Y lo que me
parece más enigmático, es que aunque con este no
se casó, si le parió dos hijos.
45
venas a los ríos, los caracoles a las galaxias? ¿Qué
relación tienen, cuál es la causa que los une? Y en la
sociedad, reduciendo las cosas al mínimo, llegamos a
la familia, al hombre y la mujer. ¿Qué representan?
—¿Te das cuenta que la mayoría de la gente
no se pregunta eso?
—No sé si es así, quizá si se lo preguntan,
solo que formulado de otra manera. Vemos la
realidad desde el nivel de conexión en el que
estamos.
—¿A qué le llamás nivel de conexión?
—Cuando era niño, una vez mi madre me
envió a comprar carbón a un barrio que quedaba al
del otro lado del río. El camino era largo, pues había
que ir hasta la Carretera Interamericana, cruzar el
puente y regresar, ya del otro lado, hasta el sitio
donde vendían carbón. Lo primero que hice fue tomar
un atajo para llegar más rápido hasta el puente,
siguiendo una vereda junto al cauce del río. Y allí
descubrí que la gente del otro lado había colocado un
tronco de árbol a modo de puente en una de las
angosturas del río. Me quedé viendo el tronco,
queriendo cruzarlo y así ahorrarme el largo viaje.
Pero tuve miedo, pues no confiaba en mi equilibrio,
amén de que si me caía al río me podía arrastrar la
corriente. Un hombre adulto, que había estado
observándome, se ofreció a pasarme al otro lado. Yo
accedí. Así que me trepé en sus hombros, a caballo,
y él, que iba incluso descalzo, cruzó sin dificultad
sobre el tronco. Iba riendo a carcajadas y a grandes
voces llamaba a su mujer para que lo viera cruzar el
río conmigo a cuestas. El negocio de carbón quedaba
46
justamente en la casa junto a la suya. Le quedé muy
agradecido. Después regresé por el camino largo a
casa.
—No te entiendo. ¿Qué tiene que ver esa
historia con la forma en que vemos la realidad?
—Aquel hombre no solo tenía una relación
muy cercana con el río, sino con la naturaleza, y esto
es, con la fuerza creadora. Las cosas no suceden en
abstracto, por arte de magia. La naturaleza las
ejecuta, y ella no va contra sí misma.
—Sigo sin entender.
—Hay plantas cuyas semillas, para poder
germinar, requieren ayuda extra. No basta con que
caigan a tierra. Las semillas de ciertas coníferas
incluso requieren de incendios forestales para poder
germinar.
—Suena a tragedia…
—Pero estos incendios renuevan la tierra,
eliminan parásitos y crean un ambiente para que los
árboles crezcan lo mejor posible.
—¿Y esas mujeres de las que me ibas a
hablar, que tienen ellas que ver? ¿Son también tu
forma de conectarte con el mundo?
—Pero claro que sí. Son el reflejo de mi deseo
de otorgar.
—No te me pongás filosófico, mirá que me voy
y te dejo hablando solo.
—Te perderías mis tragedias, entonces.
Vi que Ana Clara me sonreía.
—¿Has visto alguna vez una matrioska, esas
muñecas rusas que tienen una muñeca dentro, y esta
a su vez una más pequeña, y así, a veces hasta
47
cinco o seis veces? Pues bien, solemos ver de las
personas lo más exterior, no su esencia. Es como si
de una novia nos conformáramos con el vestido.
Vemos la estructura que sostiene el sistema, pero
dejamos de lado lo esencial. Esa ha sido al menos
muchas veces mi actitud. De este modo, cuando
conocí a Juliette, vi en ella una chica talentosa,
sumamente inquieta, y que sabedora de su talento lo
predicaba con soberbia. Y aquella inquietud de su
juventud en ciernes me pareció libidinosa y banal.
Ahora en cambio comprendo que vi mi vanidad y mi
libido reflejados, el afán incesante de mi ego por
saciar su apetito. A Mariola más bien la recuerdo
porque era puntillosa que daba gusto. Tenía la virtud
de amar el orden en la casa, por lo que aquella fue
una época de esplendor para las cosas, que
relumbraban de limpias en estricto orden. Sentí
incluso que el espacio se hacía más grande, con la
eficiencia del acomodo de la cristalería, los mueble,
las vajillas, dando paso al aire para que recorriera
recovecos otrora saturados de caos, según lo definía
ella. Aparte de aquello, era vegana, crudívora incluso,
pues nunca la vi comer más que frutas y verduras
crudas y beber agua y jugos. Salía muy temprano a
su trabajo y regresaba ya tarde, por lo que solo
ocasionalmente socializábamos en la sala de estar, si
a aquello se le podía llamar conversaciones, pues era
más un constante rehuir de su parte de mis intentos
de charla, como si el solo cruzar palabras equivaliera
a contacto físico. Entre nosotros no había nada más
real que aquellas pocas palabras, que ella procuraba
evadir con largos silencios. Pero era asimismo otra
48
forma reflejada de mi ego. Debes saber, que lo que
nos sucede, las personas que topamos en la vida,
todo lo que nos rodea y la relación que tenemos con
ello, es la forma de saber cómo estamos percibiendo
el mundo, qué nos mueve, por decirlo de alguna
manera, cuáles son nuestros deseos, y en mi caso,
cuánto tengo aún que corregirme...
49
—Con las palabras creamos los mundos entre
tu boca y mi boca, cada vez que tenemos un nuevo
alcance.
50
III
Los rostros del deseo
51
denuedo. Edgar estaba lejos de ser un mal
compañero. A nuestra escuela llegaban niños de
familias muy pobres, descalzos, sin haber
desayunado y después de caminar varios kilómetros
desde sus hogares. Uno de los aciertos del gobierno
fue establecer un programa de comedores escolares,
por eso en el primero de los recreos nos daban leche,
a todos, y un poco más a los niños de familias más
pobres. Edgar siempre llevaba cacao en polvo y le
daba un poco a los compañeros que le pedían. Nos
sentábamos en las mesas del comedor a compartir lo
que teníamos, y entre nosotros, esto era para
algunos sentir que el alma les regresaba al cuerpo, y
para otros descubrir que tenían alma. Pero con los
años las diferencias fueron cada vez más grandes.
Creció la burla entre nosotros, el miedo, la envidia. La
felicidad ya no parecía algo tan sencillo. Nos fuimos
dejando engañar por las sombras, en donde cada
uno creaba el mundo que le convenía.
Uno de mis profesores en la universidad solía
decir, en un arrebato de ironía, que tenía una prima
cuya mayor virtud era no fumar. Luego me pregunto:
¿cuantas veces no hemos hecho lo mismo, aunque
nuestra apreciación haya sido distinta? Tengo un
amigo de la niñez, que aunque pasen los años, si
tiene necesidad de orinar, no pone reparos en hacerlo
en la vía pública, allí, en donde aparentemente no se
nota. Es un acto que en mi cabeza no cabe, pues
incluso he llegado a comprar productos que no
necesito para poder usar el baño del establecimiento.
Pero por otro lado, esto no dice nada de cómo ama
este amigo a su familia o a sus amigos. Pongamos el
52
caso de alguien que como yo, jamás orinaría en la vía
pública, pero es mal padre de familia o no siente
verdadero amor por sus amigos. ¿Quién es mejor?
Responder incluso nos pone en un dilema, pues
tomamos partida por uno u otro, sin tener en cuenta
que ambos son el reflejo de nuestro ego. De niño me
preguntaba, ¿si se coloca un espejo frente al otro,
cuántas veces se reflejan? Luego, con el paso de los
años, me di cuenta de que el mundo es un reflejo de
nosotros mismos, pero solemos llamar bueno, de
todo lo reflejado, solo a lo que nos apetece, a lo que
nos causa placer, y llamamos malo a lo que no es
así, asumiendo que no es parte nuestra sino de los
demás, del entorno o de alguna fuente innombrable.
Pero lo que vemos en los amigos es nuestro propio
reflejo, aunque no nos guste. Vemos el mundo como
somos.
También de niño solía jugar con mi primo
observando el mundo de las hormigas. Si un grupo
de hormigas cae por ejemplo en un estanque, todo el
grupo se une formando una bola de hormigas, hasta
que salen a flote, merced a las cápsulas de aire que
forman. Una hormiga sola se ahoga. Esto lo sabe la
hormiga de alguna manera, por lo que actúan como
un solo organismo. En nuestro mundo humano no es
distinto, pero nos separa el ego. ¿Cómo logramos
superar el ego para unirnos como un solo organismo,
la humanidad, en donde todos nos beneficiamos? No
recuerdo en detalle cómo empezó la búsqueda a esta
respuesta, pero luego de haber deambulado como
orate por el mundo, y esto es decir, por sus placeres
efímeros, de repente estaba rodeado de otros
53
amigos, y en ellos, (hastiados del goce superfluo)
había asimismo un anhelo por otro más dulce aún, un
deseo por los frutos que se elevaban sobre el árbol
de la muerte. Esteban fue uno de esos primeros
amigos con los que pude ver las sombras de lo que
yo llamaba virtud. Nos conocimos de forma virtual, en
la internet, pero luego de una intensa amistad
finalmente nos reunimos físicamente. Ambos
sabíamos que cuanto deseábamos decirnos había
sido satisfecho por la concordancia de nuestros
deseos. Sentí cómo mi anhelo se sosegaba, para que
fuera el suyo el que imperara. Luego me percaté con
sorpresa que él también anulaba el suyo.
Almorzamos juntos y salimos a dar un paseo junto al
río. Hablamos largo rato sobre la sociedad y como
influía en nuestro desarrollo. Le conté cómo de niño,
además de las hormigas y sus hormigueros, solía
observar largamente los panales, las abejas
trabajando incesantemente, increíblemente
organizadas, sin discusiones inútiles, como si
pensaran solo en el bienestar de la colonia sobre el
bienestar individual. Y así, esa sociedad en miniatura,
vista desde nuestra perspectiva, funciona mediante el
otorgamiento de cada individuo para el grupo desde
su lugar de trabajo. Una vez alguien me reclamó que
era una monarquía despiadada que explotaba los
trabajadores. Pues no, le dije, puede verse de esa
manera si pensamos egoístamente, es decir, si
creemos que ser de la realeza entre las abejas es un
privilegio. Pero no es así: el zángano muere después
de cumplir su trabajo y a la reina le espera una vida
54
de continuo trabajo, pues de ella depende toda la
población del panal.
—Mira sin embargo cómo anda el mundo de
mal que nosotros solo pensamos en nuestro
beneficio, en cómo sacar el mayor provecho de los
demás. A veces creo que estamos peor que las
abejas...
—No es que estemos peor que las abejas, sino
que no hemos superado el estado animal, es decir, el
querer satisfacer nuestro cuerpo, creyendo que es lo
principal.
Vimos aves volar a la distancia, sobre el
puente. Los reflejos sobre el agua impedían a simple
vista saber qué colores tenían. Esteban dijo: “Veo
palomas, como de niño al atardecer veía las
parvadas que regresaban a sus nidos”. Yo le
respondí: “Veo golondrinas, como las que
sobrevolaban mi pueblo en las largas tardes de
verano”. Luego, una de las aves se acercó a
nosotros. Era una urraca, que nos miró curiosa antes
de emprender de nuevo el vuelo.
—¿Qué quisieras pedir en este momento?,
dije.
—Que pudiéramos romper la ilusión de la
separación.
—¿Como una sociedad que funcionara igual
que un organismo?
—¿Y cuál crees que sea la célula de esa
sociedad, el individúo solo?
—No, la familia es el núcleo básico que te
permite trabajar en ti mismo, pues con ella aprendes
a otorgar, a no pensar solo en ti mismo. La mujer es
55
una bendición para el hombre, sin ella, la bestia que
hay en nosotros nos domina.
—Sí, pienso en eso y no sé qué es lo que hago
mal, que no logro encontrar esposa. Quizá he llegado
ya a la mitad de mi camino en esta vida y no veo
como resolver ese asunto. Hace algún tiempo tuve
una conversación con un colega rumano, la recuerdo
tan claramente como si hubiésemos hablado esta
mañana. De repente me miraba con aquellos ojos
fatigados del mundo. Sonrió y me dijo:
—A los catorce años mes escapé de casa. Ni
siquiera me llevé los zapatos. Era verano en
Bucarest, ¡qué hermosura! Me escapé y estuve no
recuerdo cuántas semanas en la calle, follando con
las gitanas o con alguna novia. No era como ahora
que todo es corrupto. Cierto que Ceauscescu era un
imbécil analfabeta, pero tenía sus cosas buenas
aquel comunismo. El país era más sano. Podías follar
donde fuera, sin tener miedo a contagiarte de alguna
enfermedad. Simplemente te acercabas a alguna
gitana y ya estaba, era cosa simple. Debo decir que
fue algo raro. Primero la política fue de abstención,
pero luego el gobierno dijo que Rumania tenía muy
poca población para su desarrollo económico, y
estimularon tener niños. Si te dijera la cantidad de
mujeres que me he follado, de verdad, es que ni yo
me lo creo a estas alturas. ¿Y qué me ha dejado eso?
Nada. Una vida tirada a la basura, una pérdida de
tiempo.
56
aprieta la muñeca. Sus manos son toscas, pero no
callosas. Están llenas de anillos con diferentes
piedras semipreciosas: amatista, citrino, ópalo. Todos
los anillos son de oro. Tiene también una pulsera en
la muñeca derecha y una gruesa cadena en el cuello.
En otra ocasión me había dicho que todo aquello era
su seguro por si el banco le cerraba la cuenta.
Escuché sus palabras y pensé en qué se diferencia al
final un hombre que anda por la vida con todo lo que
tiene a cuesta de un mendigo que nada posee.
Entonces le digo:
57
—Pero en cuanto a mujeres, ya me deseara
tener tu historia. Cosas del ego...
58
—No sabes lo que dices...
59
—Nunca hablas de eso...
60
—Sí, tres veces encontramos escrito en la
Torá, "no cocinarás un cabrito en la leche de su
madre".
De pronto recordé el sueño de mi niñez en el
que la tienda del egipcio se convertía en una suerte
de laberinto de escaleras y puertas hacia nuevas
habitaciones, y se me antojó que no era aquello otra
cosa que nuestra propia vida. ¿Cuáles eran pues las
puertas y las habitaciones? Tenía más claro lo de los
escalones, por los que ascendemos cada vez que
alcanzamos un nivel de entendimiento. Y así, al ver
fijamente el rostro de Esteban como un espejo en el
que miraba los rostros de mis deseos, se me antojo
asimismo que era una puerta a través de la cuál
podía cruzar. De esa manera, la habitación, el
espacio en el que interactuábamos, dependía de la
naturaleza de mi intención. Aquella habitación no era
física, era un estado interno, en donde tampoco había
tiempo.
Entre ambos se estableció una especie de
habitación atemporal, como si olvidáramos el mundo
físico, y todo fuera deseo, la esencia pura de las
cosas que nos permitían revelar lo que éramos, como
el reflejo en un espejo que iba de opaco a iluminado.
Nos mirábamos el uno en el otro, sabiendo que no
había otro, que éramos uno. Vi la manera en que
Esteban a su vez me miraba, sereno, feliz acaso de
que yo hubiera entendido el secreto de las
habitaciones. De pronto escuché que me decía:
—Cierta vez, nos habíamos reunido varios
amigos. Uno de ello le decía a otro:
—¿Y tú qué es lo que más deseas?
61
—Romper la ilusión de que tú y yo somos dos,
y así descubrir que somos uno. Descubrir que no hay
cuerpo, solo el alma.
Aquello me llevó a mis recuerdos de soledad,
mostrándome que aquella soledad era hija de mis
acciones, y una voz, que era muchas voces, me
decía:
—¿Pero qué es el cuerpo? ¿Y qué es el alma?
Me concentré en la voz, en el acento de quien
hablaba, en aquella reunión de amigos no mucho
tiempo atrás. Vi de nuevo sus rostros con claridad.
Estábamos sentados en círculos debatiendo una
pregunta que nos habían dado: ¿qué es el cuerpo y
qué es el alma? Uno de ellos dijo de improviso:
—Hay una hermosa anécdota que ilustra esta
pregunta. Dice así3:
62
—Te responderé con un ejemplo —dijo Rabí—.
Un rey, tenía un hermoso viñedo, en el que había
frutos apetitosos. Colocó allí dos guardias, uno era
rengo y el otro ciego. Entonces el primero le dijo al
segundo: “Veo que hay hermosos frutos, déjame
subir sobre tus espaldas y así podremos allegarnos y
comerlos”. Y así lo hicieron. Un tiempo después, vino
el rey y preguntó: “¿Dónde están los hermosos
frutos? Entonces el ciego dijo: “Yo soy ciego y no
puedo ver” y el rengo dijo: ”Soy rengo, así que de
ninguna manera podría arrancar los frutos”.
Un amigo dijo:
63
—¿Pero qué rey pondría a un cojo y a un
ciego a cuidar un viñedo?
—¿Probar qué?
64
—No distinguiríamos la luz de no ser por la
sombra. Si solo hubiera luz, no seríamos conscientes
de ella. Así el cuerpo, el deseo egoísta, nos permite
descubrir el placer de servirle al Creador.
4 Tratado Ioma, 76
65
pasó con la generación del desierto, si se los hubiese
proveído una vez al año, seguramente habrían
olvidado que tenían un proveedor en el cielo.
66
—Pero entonces, ¿por qué tendría Dios
necesidad, siendo perfecto, de crearnos imperfectos?
67
—Pero es que en vez de contestarme me
cambias las historias —dijo nuevamente el amigo de
las preguntas sobre el cuerpo y el alma.
68
—Pues bien, la realidad, lo que percibimos
mediante nuestros cinco sentidos, no es otra cosa
que la interpretación del cerebro de la información
que recibe en forma electroquímica, proyectada en un
holograma que llamamos universo, mundo o
simplemente realidad. Pero el mundo como lo vemos
es solo una interpretación del cerebro, no es la
realidad en sí misma.
69
—¡A ver si alguien puede ver la guerra o el
dolor humano como algo distinto! Y aunque así fuera,
¿va a dejar de sufrir alguien porque otro por allí ve la
realidad digamos que distinta?
70
que tenemos son oportunidades para elevarnos sobre
el ego, hacia el altruismo.
71
no haya tenido el deseo de conectarse de forma
altruista. Ese fue mi error, y no fue la única vez.
72
decía no estar completamente de acuerdo. Traté de
adaptar el lenguaje para que no le resultara extraño,
pero insistía en sus argumentos.
73
igualdad de forma con el Creador se ha dado, y
buscan más y más en un anhelo creciente adquirir el
atributo de otorgamiento del Creador”.
Me percaté de como todas las respuestas que
le había dado a mi colega y amigo, no penetraban su
incredulidad.
Luego, este preguntó:
—¿Y si soy yo el que tiene razón? ¿Has
considerado eso? Porque somos humanos,
cometemos errores. Tú me hablas del mundo
espiritual, ¿has estado allí?
—Nada de lo que te diga te dará la
experiencia, si me crees será pura fe.
Habíamos hablado ya muchas veces, pero el
amigo de las preguntas regresaba insistentemente
sobre su forma de ver el mundo, diciéndome que me
creía, pero no podía dejar de dudar.
—Sí, pero es que me gusta hablar contigo, es
muy interesante— decía.
—No se trata de que sea interesante.
Otra anécdota del rav Laitman vino a mi
memoria:
—Sí, una vez llegué ante mi maestro, Rabash,
y le pregunté que cómo podía estar seguro de que lo
que me decía era verdad. Y él me contestó: No
puedes estar seguro. Si lo estuvieras estarías a mi
nivel o más alto y serías mi maestro. Si no me crees
eres libre de irte y hacer lo que desees, si después
esto no te complace y deseas regresar, puedes
regresar. Y esto es así, porque no podemos nombrar
lo que no conocemos, y esto quiere decir, lo que no
hemos experimentado. ¿Cómo hacerte conocer un
74
estado al que no has llegado? Para eso debes
creerme por encima de la razón”.
75
IV
La mujer de Lot
76
recuerdos de tanta gente que tenían una relación tan
directa con la naturaleza que siempre me daba
envidia. Veían las cosas con simpleza. ¿Pero era esa
simpleza la respuesta? Había quienes apenas
deseaban para sí mismos, pero esa renuncia,
¿realmente era el camino para una sociedad
corregida? Porque también había quienes poseían un
ego muy dominante, pero al volcarlo, se volvían en
extremo generosos. No me quedaba claro el
panorama, sobre todo al sentir cuán apegado
podíamos estar a nuestros deseos mundanos, esos
de todos los día aquí en la tierra, desde comer el pan
de la mañana hasta soñar con la fama y la fortuna.
Todo aquello era una distracción constante.
77
con la de su padre. Contaba cómo una vez que retiró
una vieja banca de la cocina de su casa paterna le
valió la ira de su padre, como si este se hubiera visto
amenazado en su reino por un competidor al trono.
Michail decidió irse de casa. Encontró trabajo de
peón de construcción. Decía:
78
supuse que Matías podría haber pensado lo mismo.
Luego regresaba a mí la imagen de Michail, bebiendo
su café lentamente. Veo sus ojos melancólicos, por
más que se trata de un colega siempre alegre. Pero
la suya es un alegría llena de sombras. Me decía:
79
—¿A qué le llamás grandes aspiraciones?
80
pasajes de los profetas que se habían aprendido de
memoria. Con la mano izquierda sostenían un bastón
(que algunas veces había sido un palo de escoba) y
con la diestra la Biblia, que elevaban sobre su cabeza
para que todos la vieran. Vestían sandalias de cuero
y un cinto de vistoso color, que luego de anudar
dejaban caer sobre la larga bata de manta que
llevaban. Algunos incluso iban descalzos y tenían
largas cabelleras enredadas que desde hacía tiempo
habían olvidado lo que es el agua. Uno de ellos cierto
día recitó de Jeremías:
81
—El Génesis no es el único libro que habla de
la Creación, también lo hace el Séfer Yetzira. Mira lo
que dice en los primeros versículos, dijo, sacando de
su maletín un ejemplar del Séfer Yetzirá:
82
de comprender lo dicho. Era una especie de túnel en
el que viajaba en mi memoria hasta descubrir que no
había otra realidad que los estados de mi deseo. Así
me vi en la estación central de trenes de Colonia, en
Alemania, e igual que en aquella escena en los
cafetines de la universidad, dos hombres discutían,
quizá hasta eran los mismos, es decir, eran ese
estado del deseo de la razón pura, que pretende
explicar el universo completo. El más anciano le
decía al otro:
83
—Pensar que la búsqueda de la finitud del
número pi es tan antigua...
—En todas partes encontramos referencias,
hasta en la Biblia, en I Reyes 7: 23-24: “Hizo fundir
asimismo un mar de diez codos de un lado al otro,
perfectamente redondo. Tenía cinco codos de altura y
a su alrededor un cordón de treinta codos”. Luego
hay otra en II Crónicas 4: 2, cuando se hablan de las
medidas del Templo de Salomón: “También hizo un
mar de metal fundido, el cual tenía diez codos de un
borde al otro, enteramente redondo; su altura era de
cinco codos, y un cordón de treinta codos de largo lo
ceñía alrededor”. Ambas citas dan 3 como valor de π
lo que supone una notable pérdida de precisión
respecto de las anteriores estimaciones egipcias y
mesopotámicas. Y así, como vez, solo para hablar de
los cálculos de la antigüedad, desde el papiro de
Ahmes, que da una aproximación de pi de 3,1605, te
diré que tenemos otros cálculos, como de la tablilla
babilónica de Susa, cerca de trescientos años
después, de 3,125, el cálculo judío que acabo de
mencionar de 3,2143, la de los matemáticos indios,
de 3,09, luego Arquímedes, con 3,1416. Fíjate que
hay una extraordinaria de un matemático chino, Liu
Hui, que calculo 3,14159 en el siglo tercero de
nuestra era. Otro chino, Zu Chongzhi, trescientos
años después obtuvo dos excelentes
aproximaciones, al dividir veintidós entre siete, como
en el cociente de las veintidós letras del alfabeto
hebreo entre los siete días de la creación, y
trescientos cincuenta y cinco entre ciento trece. De
84
hecho lograron mejorar su mejor cálculo solo
novecientos años después, una barbaridad.
—¿Y todo ese trabajo solo por un número?
—Bah, ¿qué decirte? En la actualidad se han
llegado a millones de decimales, en lo que parece ser
una obsesión, o más que eso, un modus vivendi.
—¿Y qué importancia tendría que fuera
racional?
—Bueno, todas las operaciones que lo
involucran dejarían de tener resultados aproximados,
para empezar, sabríamos cuantas veces cabe
exactamente el diámetro en la circunferencia de un
círculo, pues decir que cabe pi veces, es aceptar que
cabe tres veces, y un poco más, que no podemos
medir exactamente.
Vi que otro anciano vestido de negro y con
sombrero también negro se acercó a la banca en la
que estábamos. Era un rabino, pero me sorprendí
cuando se dirigió al otro hombre:
—Estimado colega —dijo—.
De alguna manera me llamó la atención que
los dos ancianos fueran matemáticos. Y así, el rabino
continuó:
—Me fue imposible pasar por alto su
conversación, y me temo que hay algunas
imprecisiones en lo que a las citas bíblicas se refiere.
El otro anciano lo miró estupefacto.
—Ciertamente uno de los problemas más
intrigantes de la geometría de todos los tiempos es el
85
cálculo de la circunferencia del círculo. En el “Joshev
Majashavot”, el Rabi Refael Imanuel Jai Riki, señala
que: “El ancho de un hexágono circunscrito dentro de
un círculo es exactamente un tercio del perímetro del
polígono, ni más ni menos.” Pero el Joshev
Majashavot resalta que es obvio que el perímetro de
un círculo de 10 codos de radio no es exactamente
30 codos. Ni en I Reyes 7: 23-24 ni en II Cronicas 4:
2 hay error alguno. ¿Qué sucede con el resto?
Sucede que en el Joshev Majashavot no se está
calculando pi, sino que los seis lados del hexágono
hacen referencia a los seis días de la semana, el
resto al shabat. Uno de los nombres del Creador es
Shadai6, שַׁ דַ י, cuya gematría, es decir la suma del
valor de sus letras, es 314, y dado que la base
numérica de la Torá es 10, sería equivalente a 3,14,
el valor con tres dígitos de pi. Luego, en el texto
hebreo del verso de Reyes, la palabra
“perímetro” ( קו, kav ) se escribe y se lee diferente. Tal
variación entre la forma en que se lee una palabra y
la forma en que se escribe es uno de los fenómenos
misteriosos de la Torá. En este caso en particular, la
palabra está escrita קוה, pero se le קו. El punto obvio,
como lo resalta el “Joshev Majashavot”, es que para
un círculo con diámetro de 10 codos, la circunferencia
no es exactamente 30 codos. La letra adicional הque
aparece en la forma escrita pero no se lee indica la
presencia de un resto que fue eliminado. Usando esta
información, otro rabino famoso, Gaón de Vilna,
calculó el valor de pi, dividiendo el valor de la forma
6 Todopoderoso.
86
escrita de la palabra perímetro, es decir, 111, según
la suma de los valores de sus letras, entre la forma
oral, 106, y lo multiplicó por 3. Esto da una buena
aproximación para π: 3x(111/106) = 3,1415094 ¿Te
preguntaste por qué al cociente de los perímetros los
multiplicó por tres? Así, el radio de un círculo cabe
tres veces en su perímetro, más un resto, que es
inmedible, y que llamamos “número irracional”. Esto
es, que para entender la Creación, la razón no basta,
pues es infinita.
—Extraordinario, colega —dijo el anciano
sentado a mi izquierda poniéndose de pie y yendo a
saludar al rabino matemático.
87
Miraba sus ojos, siempre serenos, sonrientes,
aunque su semblante pareciera severo. Y es que
había severidad realmente en su rostro, severidad en
el trabajo y alegría al percibir el Creador. Dijo el rav
Laitman:
88
presente y futuro, es el Creador que se nos revela
inversamente, paulatinamente desde la oscuridad
hacia la luz, que es decir, de la separación a la unión
con los amigos, para poder así dejar de ser esclavos
del ego, nuestro faraón interno.
Luego recordé las habitaciones del sueño en la
pedrería del egipcio, y vi cómo, de frente al rav
Laitman, aquello parecía un juego de niños: el niño
que juega a ser adulto simulando a sus padres. Y de
repente me quedé sin preguntas. Entendí que en mi
cabeza solo habían necedades. Debían surgir en mí
nuevos deseos para seguir avanzando, y para ello
era necesario abandonar todo el lastre que me
impedía avanzar, todos los goces que alguna vez creí
preciosos pero que eran vanidades a las que me
aferraba de espaldas a la luz.
89
aguantamos más, entonces esta actitud nos obliga a
salir de él. Porque el odio significa distanciamiento en
el mundo espiritual y por eso entramos en el siguiente
estado. Pero para esto se necesita un discernimiento
correcto. De otra forma, puede suceder que “el necio
se siente con los brazos cruzados y se coma a sí
mismo”.
90
no solo sería un farsante, un mentiroso, sino algo
peor aún, alguien que sabiendo lo que tiene que
hacer, no lo hace, por lo que obra peor que el
ignorante, quien no distingue lo correcto de lo
incorrecto. Pagaría con dolor alimentar mi bestia
egoísta, separarme de esa totalidad que había vivido
por un instante, y cuya dulzura me había embriagado
para siempre con el saber cuán despreciable era la
oscuridad que en mi habitaba, cuán abyecta la bestia
de mis placeres mundanos. Ya no podría mezclar
carne y leche como antes. ¿Pero al embriagarnos
con la emoción del avance, cómo separar lo fatuo, el
camino que secretamente alimenta el ego?
91
creen saber. ¿Qué era aquella necedad a la que se
refería el rav Laitman? Una vez, dijo el el rav Laitman,
que dijo su maestro, Rabash:
9 Eclesiastés.
92
quienes repetían de memoria la Torá y los libros de
los cabalistas. Luego, decía el rav Laitman que decía
Rabash: “A lo sumo, como en la escalera de Jacobo,
ves los estados superiores, aunque no hayas llegado.
El Creador lo permite”.
93
V
94
lanzado llena de entusiasmo a la construcción de una
utopía social y de nuevas formas de convivencia. Era
asimismo la época en la que el sueño del Estado de
Israel se empezaba a fraguar, lo mismo que el
mundo, tras la inauguración del Canal de Panamá,
nunca había estado tan interconectado, tan dispuesto
a grandes cambios. Se podía respirar en aquella
atmósfera el germen de grandes evoluciones sociales
arraigados en un pasado de pioneros y soñadores.
Pero al mismo tiempo, el exquisito confort que me
brindaba el lugar era asimismo una barrera que me
separaba en cierta medida de los amigos, aunque
estuviera en Tel Aviv.
95
lo imagino sin quererlo, pues ella me mira, incrédula,
y me dice:
Pero le digo:
96
como la menorá sobre la mesa. No hay nadie
(pienso), son mis deseos. Miro la puerta que da a la
calle. Me despido y voy hacia la salida. Silencio,
siento un gran silencio en el vano de la puerta, como
si cruzara de un mundo a otro. Y al salir oigo los leves
sonidos de la calle. Miro a Dorit que me mira como si
fuera otro o ella fuera otra. Me detengo. Oigo todo de
nuevo, en mis recuerdos, en los recuerdos de esa
niñez imaginada.
97
Antes de viajar hacia Aravá, recordaba
recurrentemente la imagen de algún perdido sueño
en el que me hallaba frente a una puerta, que
bloqueaba la luz que había del otro lado. Algo me
impedía cruzarla, por lo que mis ojos se inundaban
de lágrimas. ¿Y qué es el mundo frente a esta
puerta?, me preguntaba en silencio.
98
hecho así fue la primera vez, durante una excursión
que hicimos al mar Muerto nos detuvimos en
Jerusalén, en uno de los miradores, en donde los
amigos nos recibieron con viandas y refrescos. Había
gente de cada continente conversando con fluidez,
como si entre nosotros hubiese un único idioma. Días
atrás, David, a quien llaman Fagot, pues es fagotista
en la ópera de Tel Aviv, me había invitado a una
función. Muy entusiasmado no lo pensé dos veces,
así que nos pusimos de acuerdo en dónde pasaría a
recogerme. Llegó puntualmente a la dirección
acordada. Miré su semblante. Escuché sus palabras.
No era importante en que idioma hablara, igual le
hubiera entendido. Él también hablaba de esa
habitación atemporal en la que los amigos se vuelven
uno. Esa noche presentaban Luisa Miller, de
Giuseppe Verdi. Me introdujo en el laberinto de los
pasillos entre los camerinos, tratando de buscar a
alguien que pudiera darle una entrada para mí, pero
como nadie apareció, me llevó directamente a la
luneta, en donde quedaban campos libres.
99
Nabucco, en la que el referente ya no era la obra
Intriga y amor10, de Friedrich Schiller, sino el exilio de
Israel en Babilonia. Y así, como muchas veces,
volvían a mí las interrogantes de mi propio exilio, ese
abrazo mío hacia el brillo de lo fatuo, que una y otra
vez, como un peregrino que cae y se levanta a lo
largo del camino, insisto en aferrar. “Babilonia”, pensé
entonces, ¿qué significa realmente Babilonia? y
curiosamente durante esa visita que hicimos a
Jerusalén me llegó la respuesta. Uno de los amigos
comentó:
100
única entidad, es que se pueden llegar a cumplir las
613 mitzvot13. Así Abram, que luego será Abraham,
sintió la necedad de la idolatría y la forma en que se
separaban los babilonios los unos de los otros, y
clamó diciendo: “¿No hay una escalera en el
mundo14?” Y su clamor fue tal que finalmente el
Señor le miro y le dijo: “Yo soy la escalera del
mundo15”.
101
—Jerusalén (Ierushalayim) en el sentido
espiritual es una veneración perfecta (Yira Shlema).
Israel representa el atributo de otorgar (al Creador) y
el atributo de recibir en beneficio propio es llamado
“las naciones”.
16 Job 15, 4
102
Jerusalén es una veneración perfecta. Sí, lo
supe al contemplarla, de alguna manera que me
resultaba inexplicable en ella todo parecía explicarse
por sí mismo, más allá de las palabras. Nos
habíamos detenido pues en un mirador desde el que
Jerusalén era una joya, y desde él se resaltaba el
Domo de la Roca, al centro del Monte Moria, sobre
las ruinas del Segundo Templo, destruido por Tito
Flavio Vespasiano, coetáneo de Shimon Bar Yojai,
autor del Zohar, y de su maestro, el rabí Akiba ben
Iosef. “Tito”, dije en silencio, recordando también la
opera de Mozart La clemenza di Tito. Luego pensé en
la palabra clemencia, y en el Arco de Tito, levantado
en Roma para conmemorar la victoria de Tito en
Judea, que representa los soldados romanos
llevándose la menorá del templo y dejando la ciudad
en escombros.
103
Creador si creemos que nos da placer. Los sabios
dicen: “Justo es el que justifica al Creador y dice que
Él sólo ofrece bondad al mundo.”
104
Nos detuvimos en Qumram un par de horas en
lo que era un viaje interno, desde Jerusalén, el punto
más alto, hacia el mar Muerto, el más bajo. Perdí la
sensación del mundo. Pensé: nada existe aparte de
esa fuerza que nos une; ni siquiera yo existo. Y así, al
parpadear, vi que de nuevo estaba en Tel Aviv, luego
de lo que en mi cotidianidad llamaría un año.
* * *
105
hasta que me escucharon. Pero lo que pedía era,
“déjenme conocer su cercanía para que pueda saber
cómo otorgarles”. Y sucedió que luego de varios
meses, todo se resolvió en lo que para mí fue un
parpadeo.
106
advertido David, y salimos a la calle, en donde nos
aguardaba otro amigo que nos llevaría en coche
hasta la fábrica. Todo se iba transformando en cosas
familiares, como si estuviera en casa: las calles, los
rostros, los edificios. Ni siquiera el idioma era ya una
barrera, pues en aquella conexión entre nosotros no
había realmente idiomas, cosas físicas, tiempo o
materia (aquí o ahora): solo había eso que surgía
entre nosotros, aquella fuerza inexplicable que nos
convertía en una sola cosa. Así, llegar a la fábrica fue
tan solo dejar que creciera la conexión, la habitación
del deseo hacia los amigos. Y nada había allí salvo
los deseos por complacerlos, como un huésped
exaltado de alegría ante una grata visita, y que
entonces concentra sus fuerzas y recursos en llenar
sus carencias. Y la habitación de los deseos se
convierte en un pabellón al unirse los amigos, más y
más, y el pabellón entonces se convierte en casa, en
donde más amigos entran, y luego la casa en palacio,
donde todos los deseos son un solo deseo. Y veo mi
rostro en cada rostro. No hay palabras, no hay
distancia, no hay mundo, no hay sino ese que se
revela entre nosotros: el dueño del palacio, lo único
que existe.
107
que se preparaba a iniciar la clase, dispuesta de
modo similar a un seminario de literatura. Consistía
en la lectura de algún artículo del rav Baruch Ashlag,
su maestro, el Rabash, que a su vez comentaba en
un lenguaje más apto para la sociedad actual los
trabajos de su padre, el rav Yehuda Ashlag, conocido
como Baal Hasulam, el maestro de la escalera, que a
su vez había traducido a un lenguaje científico la obra
de Isaac Luria, el Ari, que a su vez se había
consagrado al estudio del Zohar para hacerlo
accesible a su generación. De cada uno de ellos se
lee un texto y se comenta mediante preguntas.
108
superiores, de más unión entre todos. Sentir aquella
unión en la alborada de Petaj Tikva, es dejar que
penetre en nosotros la profecía de Oseas17:
17 Oseas 2:15
109
estaba despierto, me ofreció una taza de té, que le
acepté gustoso. El niño guardaba silencio ante mí,
escuchando cómo charlábamos la abuela y yo con
mis diez palabras en ruso, otras tantas en hebreo y
las pocas que la abuela se sabía en inglés. Fueron
conversaciones maravillosas. David y su esposa que
había salido temprano, regresaron para la hora del
desayuno. Les conté que el niño había cantado en su
ausencia, a lo que la madre respondió que
efectivamente así era, que solía cantar a menudo.
110
la noche conocí a Nily, la esposa de Eran, y nos
sentamos a comer platillos iraquíes, pues su familia
venía de allí. Nos fuimos algo temprano a la cama
para levantarnos frescos para la clase matinal. Un
poco más tarde escuché cuando llegó Yael, la hija de
la casa.
111
exigían. Siempre caminábamos, pues por su trabajo
era una de las pocas ocasiones en las que tenía el
solaz del aire fresco y soledad para sus
pensamientos. Era de una gentileza extraordinaria, y
al mismo tiempo poseía el temple de un director de
empresa. David, Eran y Shimon, junto a sus familias,
me enseñaron el significado de arvut, herramienta
con en que trabajaban para constituir una sociedad
de principios altruistas.
112
somos responsables de los demás, y esta es la base
de la sociedad altruista.
113
sabiendas de que iba a perder. Recuerdo su rostro de
júbilo el día de su victoria, y ahora es lo único que
recuerdo con alegría. Todas mis victorias no
contienen ningún placer. Había entre nosotros una
conexión especial, más allá del ajedrez o de la Cruz
Roja, lo mismo que con Salomón. Compartíamos el
mismo ideal que había tenido Herny Dunant al fundar
la Cruz Roja luego de vivir las atrocidades de la
batalla de Solferino. Pero hay más grandes ideales.
Tiempo después, en algún círculo literario de mis
años universitarios, discutíamos sobre la locura de
Don Quijote. Quienes lo ven desde su lugar en el
mundo, no vislumbran el alcance de sus anhelos, me
decía entonces. ¿Por qué es locura aspirar a un
mundo mejor? ¿Y si de repente todos aspiramos a lo
mismo, generalizando la locura, seguiría siendo
locura o el estado normal de las cosas? Por el
contrario, vivimos en el reino del egoísmo, en donde
cada quien desea beneficiarse a sí mismo, satisfacer
sus deseos mundanos. Esto lleva a que choquen los
intereses individuales y se formen grupos de poder. Y
así pasamos de los grupos del barrio, a las cantones,
distritos, provincias y regiones hasta llegar a las
naciones, como la espiral de un caracol que crece y
crece, y que podemos ver en la estructura de las
galaxias. Del mismo modo, el mundo refleja las
ramificaciones del ego. ¿Qué nos queda, armarnos
hasta los dientes y aniquilarnos? La historia nos dice
que esto se repite una y otra vez, en el insaciable
apetito de los deseos mundanos. Nunca llegaremos a
buen término por este camino. Pero no es el único
que tenemos. Esto fue lo que me llevó hasta el
114
desierto de Aravá, entre la costa meridional del mar
Muerto y el golfo de Eilat-Aqaba, en el mar Rojo. Este
sería el lugar en el que un grupo de amigos
llevaríamos acabo un encuentro maravilloso bajo un
mismo deseo: una sociedad altruista.
115
Cuando llegamos al campamento del desierto,
para mi sorpresa, en la cocina un grupo de amigos
rusos ya tenían todo preparado para esa misma
noche. Sentir aquella entrega a corazón abierto era ir
ascendiendo hacia un gozo desconocido, olvidarse
de uno mismo, perder las fronteras de lo mundano,
como si todo fuera un calor creciente, capaz de
romper los límites de lo imaginable. Organizamos las
sillas en la tienda mayor del campamento, el sitio de
las reuniones, y fuimos a comer. Poco a poco fueron
llegando más amigos.
116
basura de mis deseos egoístas, y mucho de lo que
daba por bueno cambiaba de repente su cariz por
otro vergonzoso o incluso abominable. Veía su rostro
sin verlo en realidad, y escuchaba su voz como una
voz creada por mí mismo. ¿Cuántas veces pensamos
que nuestro dolor es grande, sin considerar cuán
grande es el del vecino? Y muchas veces lo vemos
sonreír a diario, de buen humor, sin sospechar las
penas de su alma; porque la guerra de Gog contra
Magog se libra a diario y en silencio en cada uno de
nosotros. Y como muchas pequeñas llamas, si se
unen pueden incendiar un bosque o el mundo entero.
Estando allí, me fue absolutamente clara la forma en
que proyectaba mis deseos, la conexión que había
entre el mundo que miraba y lo que yo era. Veía mi
lado oscuro, el odio que trataba de reprimir o
enmascarar. Miraba mi propio rostro en el rostros de
los amigos. Tuve la sensación de que no podía
controlar cuanto pasaba, pues estaba regido por una
fuerza superior. No era yo quien decidía, quien movía
mi voluntad. Y al ver los matorrales del desierto, la
escasa hierba, sentía la fuerza que les ordenaba
crecer. ¿Y en dónde se revelaba aquella fuerza sino
en la conexión de los amigos que nos habíamos
reunido? Así, en aquel escenario, salir de la
esclavitud a la libertad pasaba a ser una vivencia
integral que te marcaba para siempre.
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dejó llamarlo Mietek, viendo la dificultad que tenía
para pronunciar su nombre correctamente. Era muy
querido entre los demás colegas aunque como
siempre, uno que otro pensaban mal de él. Como
resultó que nuestro puesto de trabajo estaba a la par,
solía contarme anécdotas de su niñez, que por
entonces me mostraba un mundo muy distinto en
apariencia del que yo había vivido del otro lado del
Atlántico. Ponía especial atención en una travesura
de su niñez, cuando en compañía de otro niño, le
había prendido fuego a unos hatos de heno de un
vecino, y aquello había motivado que su padre no
volviera a dirigirle la palabra, luego de tener que
pagar por el coste del heno quemado. Me imaginé los
niños prendiendo fuego furtivamente al heno y la cara
del padre al enterarse de la travesura de su hijo
Mietek. Y aquello que contaba como travesura
contrastaba con las escenas de la niñez de su padre,
que de niño había visto en su pueblo, durante la
guerra, cadáveres colgando de los árboles como
frutos macabros. Mietek había nacido en Lodz, y
este sería un dato curioso para lo que me toparía
años después. Como en el sueño en el que me veía
de niño recorriendo un laberinto de puertas y
habitaciones hasta desembocar en el desierto, había
tenido episodios inexplicables en mi vida, pues para
alguien que había crecido en un pueblo de la sabana
centroamericana y que de niño los fines de semana
solía buscar con su primo frutos silvestres entre
matorrales espinosos, Yehuda Ashlag, nacido en
Lodz en 1885 no parecía tener la menor importancia,
la coincidencia parecía improbable. Pero en el
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tránsito de una habitación a otra en el laberinto de la
vida finalmente coincidimos. Y así, con la memoria de
Mietek tenía un elemento que activaba mi mente para
de alguna manera acercarme más a la persona de
Baal Hasulam, menos en abstracto y más imaginando
cómo había sido en carne y hueso. Uno de sus más
enigmáticos escritos lo dejó en una carta, en donde
revela un extraño sueño. Así, guiado por un
inexplicable deseo de entender sus pensamientos, lo
imaginé despertando cuando aún las imágenes del
sueño seguían allí. Me centré en aquel fragmento del
texto:
18 Ezequiel 37:1-2
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Fue sobre mí la mano de Yah, y llevóme Yah
fuera y me puso en medio de un campo que estaba
lleno de huesos.
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y las criaturas creadas
un hueco o un foso.
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otros ojos lo invisible, la verdad de las cosas. Era
tocar la eternidad por un instante y embelesado saber
que moría lo que había sido, y luego ver mi rostro
entre los amigos, inscrito desde siempre; y ciego
entonces, mudo y sordo, sin sentidos, percibir lo
único que existe.
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