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A DI ÓS

ADIÓ S

R EL ATO S C O RTO S Y
OTRO S TEXTO S

LUIS SO KO L

Adiós. Relatos cortos y otros textos


D.R. © Luis Sokol, 2020.
D.R. © Diseño de interiores y portada: Textofilia S.C., 2020.
D.R. © Diseño de forros: Ricardo Velmor, 2020.

TEXTOFILIA
Limas No. 8, Int. 301,
Col. Tlacoquemecatl del Valle,
Del. Benito Juárez, Ciudad de México.
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www. textofilia.mx

Primera edición.

ISBN:

Impreso y hecho en México.


Printed & made in Mexico.

Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la


reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento
sin la autorización por escrito de los editores.
PR EFAC IO

Este es un libro que escribí sin querer. Es decir, ninguno


de los textos fue escrito para estar en un libro, solamente
fueron escritos. Hoy decido colocarlos juntos porque, por
un lado, pienso que si no lo hago los perderé. Por otro, para
compartirlos más fácilmente.
Al estilo de mis autores de relatos favoritos, el libro lle-
va el nombre de uno de los cuentos; el último. ¿Por qué? No
sé, pero tampoco tengo que responderles preguntas que no
me hicieron.
En lo que escribo este prefacio, llevo tres semanas en-
cerrado en casa, sólo saliendo para ir a recoger a mi madre
del trabajo, estoy erizo y amenaza con llover. Espero llueva,
y que llueva fuerte, me hará sentir que el no salir es mi
propia decisión.
También espero que la mayoría de ustedes quienes me
leen sean longevos –si lo desean–, vivan tranquilos, sean
decentes con su prójimo y cuando mueran no deseen lle-
varse nada de aquí.
Escribo porque me nutre, espero les suceda lo mismo
al leer.
Con amor,
Luis Sokol

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SIN TÍ TUL O O UNA HISTO R IA DE VIDA

Un edificio de dos o tres pisos en el centro de la Ciudad de


México. De esos que son mucho más largos que altos. Va
pasando una mujer de unos 75 años, pelo blanco, encorva-
da y cargando algunas bolsas.
Arriba, en alguna de las ventanas, se asoma un joven.
No soy yo, pero nos parecemos. Está admirando la vista del
edificio de enfrente con una mano deteniendo su cabeza.
Ni siquiera nota a la mujer.
A unos 15 mil pies de altura, mucha gente no nota ni
a la viejita ni al joven. Por el otro lado, esos dos escuchan
el avión. Pero ya están acostumbrados al sonido, ya no se
preguntan ni acerca del avión, ni acerca de casi nada; se
acostumbraron a estar vivos.
La mujer se tropieza con la correa de un perro. No le
pasa nada, pero se enoja, y se enoja mucho. ¡Ten cuidado
con tu pinche perro culero! Quiere gritar, pero tanto ella
como el joven de la ventana no son de ese tipo de personas
que externalizan bien su enojo.
El párpado de la mujer se retuerce involuntariamente,
la canción escuchada por el joven se termina y comienza
Nervous Tick Motion of the Head (to the Left) de Andrew
Bird.
Un niño en el avión juega con un carrito Hot Wheels.

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Tiene una colección inmensa para él: 53 carritos. Normal- con una mochila y la mitad de los ahorros que guardaban
mente se sienta en el suelo y divide su colección en dos en una caja al lado del escusado. Nunca volvió, sí miró para
escuadrones. Simula batallas uno a uno, como un coliseo, atrás, no se convirtió en sal, debió hacerlo.
y siempre gana quien él quiere. El cochecito no tiene nom- Mientras tanto, el niño dormía con un carrito azul en
bre, es azul. la mano. Fue un día largo y la victoria ameritaba un buen
Una de las aeromozas recuerda estar embarazada y tra- sueño. Esto soñaba:
ta de contener el llanto. ¿Pollo o pasta? Mientras una lá- Un salón de ladrillos con tres o cuatro personas. Una
grima se asoma. Antes que le respondan se agacha a tomar frente a él mirándolo directamente y hablando sobre pla-
una charola para que no la vean llorar. El señor del asiento nes de comunicación de algún político.
F22 quería pollo, ella tomó la charola de pollo. No sé si llora No tenía idea, y solamente lo descalificaría como un
de tristeza o felicidad. Quizás ambas. simple déjà vu, pero estaba viajando en el tiempo. Esa mis-
–No necesitamos más niños en este mundo, ya somos ma escena ocurriría trece años después. La hija de la aero-
demasiados– me dice Mercedes. Y por más que tenga ra- moza estaría pasando a secundaria. Nunca conocería a su
zón no dejo de pensar cómo a mí me encantaría ser padre. padre, nunca conocería al niño del carrito ni al joven que
Comprarle cochecitos a mi hijo o hija. observaba desinteresado el mundo a través de su ventana
La guerra empieza en el sur y termina en el norte. ¿O sin prestar atención a un avión que pasaba a 15 mil pies
es al revés? En eso también termina la canción de Andrew sobre él.
Bird y el joven se aleja de la ventana para cambiar el disco. Para ese entonces el carrito azul ya no sería el objeto
No tiene Spotify; es muy quisquilloso con su música. favorito de nadie. Lo curioso es que doce años más tarde,
Seis monjas ahora caminan por el mismo lugar donde sí lo sería. El de un perro descendiente de aquel que tiró a
la mujer se tragó su enojo. Algo curioso iba a pasar: una de la viejita.
esas monjas moriría esa noche, tres minutos después que la
señora que se tragó su enojo lo hiciera. La primera moriría
de un infarto, la segunda también.
Se hizo de noche, las mujeres murieron y el avión ate-
rrizó en algún lugar de Europa. La aeromoza encerrada en
el baño del cuarto de hotel, el cual compartía con una com-
pañera, lloraba. Ahora sé era de tristeza: su marido la dejó
al enterarse del embarazo.
–No necesitamos más niños en el mundo.
–Pero no voy a abortar.
–Entonces te dejo.
–No te atreverías.
A las 5 am salió del departamento que rentaban juntos

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E L H OM B R E Q U E I BA A S A LVA R E L
MU N D O E S TO R N U D Ó

–Salud –dijo a su esposa que acababa de estornudar mien-


tras salía de la cocina para ir al baño –¿ya compramos más
Kleenex? ¿Cuándo vamos a ir a Costco?
–Gracias –y absorbió mocos por la nariz– no sé, a ver
si el fin –le contestó ella.
–Este fin no puedo, debo ir a jugar golf con el idiota ese
de Arturo, a ver si ya cerramos el trato –dijo con un tono
de desesperación como quien quiere evitar algo con tantas
ganas que preferiría morir. Y en realidad ese era el caso,
Juan quería morir, sólo aún no lo sabía. O al menos aún
no se lo admitía. Tenía una buena vida, lo suficientemente
buena como para jugar golf y tener la membresía dorada
de Costco. Pero ni su hija, ni su esposa, ni su trabajo, ni el
dinero, ni las vacaciones le daban satisfacción.
–Ok. Puedo ir yo sola, porque urge detergente y queso
panela –le dijo ella y volvió a estornudar.
–Salud –luego pensó: ¿Urge queso panela? ¿Desde
cuándo el queso panela urge?
El fin de semana llegó, fue a jugar golf con el idiota ese
de Arturo.
–No estoy seguro todavía. ¿Dame una semana y te con-
firmo?
–Pero nomás una más, porque si no, tenemos otro clien-

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te interesado en comprar ese edificio. Tú sabes que quiero mente a su hija por la ventana y se echó a correr con ella en
que te lo lleves tú, ¿no? los brazos.
–Sí, sí… Mira, dame una semana más y te aviso. La hija no entendía qué pasaba y no paraba de hacer
–Está bien. preguntas, las cuales Juan optó por ignorar para seguir
Después el idiota ese de Arturo lo invitó a un table y alejándose de la criatura. De pronto –y todo por correr
Juan fue. Llegó a su casa borracho y oliendo a putero. La es- al bosque en lugar de a la ciudad– un grupo de esos seres
posa no lo dejó dormir en la cama esa noche y Juan estaba gelatinosos lo rodearon a él y a su hija. Juan no lo sabía,
tan borracho que olvidó ir por una cobija. Sólo se tumbó pero esas bolas gelatinosas querían que primero él, y luego
en el sillón. Entre la cruda y el frío, Juan se enfermó de ca- el mundo entero, dejaran de sufrir para siempre. Se trata-
tarro. La mañana siguiente consistió de estornudos de Juan ba de algo muy sencillo: le quitarían a Juan la capacidad
y su esposa y berrinches de su hija, quien estaba desespera- de tener un lenguaje y Juan se encargaría de seguir con la
da por salir. cadena. Con eso, la mente del humano se desharía de un
Un día después Juan tuvo que levantarse temprano a pe- monton de cosas y todo sería como en los viejos tiempos,
sar de la gripa para llevar a su hija a la escuela. Era el día del cuando paseábamos en los árboles, o incluso antes, cuando
padre e iban a hacer tortugas de chocolate con nuez. Hu- nadábamos en el océano salado.
biera dado todo, incluso a su propia hija, por no ir. Pero fue. Sin embargo, ocurrió una tragedia antes de que algu-
En camino a la escuela algo extraño sucedió. Todas las na de estar criaturas lo pudiera tocar –lo único necesario
luces del tablero de su carro se encendieron al mismo tiem- para cumplir con su misión– Juan estornudó. La saliva que
po y el auto perdió potencia hasta quedarse quieto. roció por los aires alcanzó a todos y cada uno de esos seres,
–¿Ahora qué? –se quejó Juan mientras su hija le pregunta- desintegrándolos al instante. En ese momento Juan se
ba si todo estaba bien y si llegaría a tiempo para hacer las sintió el más grande de los héroes y hasta le dijo a su hija
tortugas. “¿Ya ves, mi amor? Te dije, cinco minutitos y papi lo arre-
–No sé, mi amor, –dijo con voz mormada– no parece glaría todo”.
que le haya pasado nada el coche, pero no está arrancando.
Dale cinco minutos a papi y estaremos en camino ¿ok? –le
dijo a su hija.
–Ok –respondió ella.
Juan abrió el cofre y se encontró con algo inimaginable.
Dentro del carro estaba una criatura verde con seis ojos y
una bola escurridiza por cuerpo. La bola lo vio directo a
los ojos y se empezó a acercar a él. Juan dio dos pasos brus-
cos para atrás y se cayó al suelo con un grito atorado en la
garganta. Volteó a sus alrededores para ver si había alguien
quien lo pudiera ayudar y, al no ver a nadie, sacó rápida-

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CA LVUS DETIENE EL TIEMPO

Hacía ya mucho tiempo que Calvus deseaba detener el


tiempo. Lamentablemente, parecía –y finalmente llegaba a
aceptar– que la misión era imposible. Había agotado todas
sus opciones sin resultados positivos. No existía tienda de
libros usados o biblioteca en la ciudad donde no hubiese
acudido.
–Estoy buscando literatura acerca de cómo parar el
tiempo –decía.
–Creo no tener nada, pero puedes buscar en la sección
de esoterismo o tal vez... –...en la de física, sí –completaba
la frase por ellos.
Calvus también fue a ver a varios chamanes y brujas
por si ellos sabían algo. La mayoría le decía que se podía
lograr, pero era muy peligroso intentarlo o sólo no sabían
cómo. La verdad, Calvus estaba cansado. Ni siquiera recor-
daba por qué quería detener el tiempo. No le veía ningún
propósito, más que cumplir con algo que no había podido
cumplir. Aunque el hecho que no se discutiese el tema por
ningún lado también lo mantenía enganchado.
Por otro lado estaba María. Quien de casualidad –y sin
notarlo ninguno de los dos– siempre se encontraba cerca
de Calvus cuando éste tenía la intención de cumplir su mi-
sión. En una ocasión, saliendo ella de una tienda, él entra-

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ba. Ambos –por distraídos– chocaron hombros. los otros, a los cuales sobrevivió sin ningún problema. Pero
–Perdón –dijo ella sin levantar la cara. esta vez el sismo duró más y fue más violento en sus sacu-
–Perdón –dijo él sin levantar la cara. didas. La pared frontal de la librería colapsó al igual que un
Un día Calvus se dijo que si no encontraba cuando me- cacho de techo y la salida quedó completamente bloquea-
nos una pista, desistiría y se enfocaría en algo más, en algo da. María y Calvus quedaron atorados dentro de la librería.
posible. Se le ocurría una exposición de arte donde provo- Algunas horas después escuchaban voces de gente
cara un déjà vu a los asistentes a través de la proyección de anunciando que pronto los rescatarían, pero que trataran
un video de bienvenida a la exposición. En el video apare- de no sobresaltarse, pues entre más respiraran, más rápido
cerían por microsegundos imágenes de las obras de arte se acabarían el oxígeno disponible. Eso definitivamente no
que los asistentes verían una vez adentro de la exposición. los tranquilizó. Pasó el tiempo y empezó a hacer frío, los
Como el cerebro registraría las imagenes vistas en el video dos se acercaron el uno a la otra y empezaron a platicar
y luego no se acordaría dónde las vio, se generaría el senti- para distraerse.
miento de déjà vu. O al menos eso esperaba. Calvus no vio motivo para no abrirse completamente
Así, salió en búsqueda de una pista. con esta mujer –con los ojos cafés más intensos que había
Calvus recordó: en una de las librerías le dijeron que visto– pues podría ser la última persona con quien hablara.
alguna vez un hombre preguntó por el chico que quería Le platicó llevaba varios años intentando parar el tiempo
detener el tiempo. Esto se le hizo extraño, pues no cono- y ya no recordaba para qué lo quería hacer. Ella le comen-
cía a ningún señor con las características descritas: gordo, tó acerca de su padre golpeador y su madre ausente. Todo
alto y barbón. Sin embargo, decidió regresar a esa tienda mientras decenas de personas trataban de abrirse paso en-
para ver si tenían noticias del sujeto. Por supuesto, María tre los escombros para rescatar a los dos jóvenes. Ambos se
se encontraba cerca cuando Calvus entró. Unos minutos quedaron dormidos.
después ella siguió. Ella soñó que los rescataban, salían de ahí y se iban de
Calvus esperaba con un vaso de té en la mano a que luna de miel a una isla remota llena de arena y pericos gri-
la chica quien había hablado con ese señor –quien regre- tando “mira sus ojos, mira sus ojos”. Ahí se quedaban vien-
só para preguntar por él– llegara a trabajar. Hizo contacto do directamente a los ojos y antes de que él pudiera besar-
visual con María, pero ninguno de los dos le dio mayor la, una nube negra oscurecía todo. Despertó muy asustada,
importancia al otro. Ella se puso a buscar entre los libros de pero la presencia de Calvus la tranquilizó.
poesía algo de su agrado y encontró a Silvia Tomasa, leyó Calvus soñaba que se encontraba en esa misma tienda y
un poco y lo dejó para seguir buscando más poesía. un hombre de apariencia de brujo se dirigía a él diciéndole
Cuando María colocó el libro en su lugar, la tierra bajo cómo lo había estado esperando por mucho tiempo y reía a
sus pies comenzó a temblar. Todos salieron corriendo me- carcajadas. El hombre caminaba hacia un espacio dentro de
nos ella, que se encontraba en el piso de arriba y sabía no la librería, donde se encontraba una compuerta escondida,
le daría tiempo de hacer mucho; y Calvus, quien nunca le la señalaba y le decía ahí se encontraba aquello que buscó
temía a los sismos y no pensaba que este fuera diferente a por tanto tiempo y de nuevo se botaba de la risa.

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Calvus abrió los ojos y empezó a voltear a todos lados.
María le preguntó si todo estaba bien, pero Calvus la ig-
noró, se levantó bruscamente y corrió hacia una esquina.
¡Ahí estaba! ¡La compuerta escondida existía! Calvus llamó
a María para que le ayudara a abrir la compuerta y entre L EVITA Y MAR DO QUEO
los dos lo lograron. Se quedaron en silencio unos segundos
y ella fue la primera en entrar.
Calvus tropezó al bajar la oscura escalinata y con él se
llevó a María hasta abajo. Se preguntaron si estaban bien y
los dos dijeron “sí” al mismo tiempo. Se levantaron y em- Años atrás anunciaron que empezarían a construir una
pezaron a tantear las paredes para localizar un switch o lo montaña rusa para morir. Esto es, un juego mecánico di-
que fuera para ayudarse a ver. María recodó tener una caja señado para matar a los pasajeros.
de cerillos, la cual se robó de casa de una amiga, y encen- Al principio nadie lo creía. Yo pensé sería ilegal y can-
dió varios. Ambos pudieron ver un baúl con un reloj em- celarían el proyecto. Pero ahí me encontraba, viendo esa
potrado en la madera cuyas manecillas se movían hacia la máquina –o como sea que se le llame–. Era mucho más
izquierda. amable de lo imaginado y, sin embargo, entre quienes nos
Calvus no tardó en ir y abrirlo. Dentro, solamente había formamos para verla funcionar por primera vez, bajaba
una nota que decía “Mira la”. Calvus hizo precisamente aque- una nube de melancolía.
llo propuesto por la nota y la volteó a ver. Ella ya lo miraba. Todavía no se permitía a la gente subir, primero que-
Sus ojos se enchufaron; el reloj del baúl se detuvo; los tra- rían comprobar su funcionamiento. Nadie quería montar-
bajadores tratando de liberar la entrada para sacar a los dos se en ese juego para solamente salir medio desbaratado.
jóvenes también se dejaron de mover; las aves de un nido a Subieron a dos chimpancés y los aseguraron. Era algo
punto de aprender a volar se quedaron suspendidas en el aire, cruel, todos lo admitíamos. Pero eso nos hizo sentir como
y la tierra dejó de rotar alrededor del sol, el cual también dejó en la antigua Roma, viendo a gladiadores luchar contra
de moverse junto con el resto del universo. animales en el coliseo. Sólo nos faltaba el pan. A los prima-
Calvus lo logró, detuvo el tiempo. Lo que no sabía –por- tes los acostumbraron a montar montañas rusas, lo cual lo
que nadie se lo había dicho– era que una vez detenido el tiem- hacía todo un poco más cruel –al menos desde mi punto
po, echarlo a andar de nuevo es casi tan difícil como detenerlo de vista.
en primer lugar –por eso sólo se había logrado una vez–. –¡Échenla a andar!– gritó un señor chaparro y peludo.
Por lo tanto, Calvus sigue ahí, viendo los intensos ojos de Que si no por los lentes que traía puestos, tal vez él hubiera
María en un momento que durará eternamente hasta algún sido de los primeros en subir.
curioso quien logre descubrir cómo echar a andar el tiempo. Los chimpancés –uno se llamaba Levita y el otro Mar-
doqueo– estaban tranquilos. Por supuesto, no tenían idea
de lo que sucedería. En ese momento nadie la tenía. Len-

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tamente el carro comenzó a subir, el murmullo de la gente
cesó. Clac, clac, clac, sonaron sobre los rieles las ruedas del
carro metálico el cual llegó a la cúspide y empezó a descen-
der. L A LUNA ESTÁ ENC ENDIDA O ¡ AY, L AS
Los monos gritaron con las manos levantadas. Ambos AG RUR A S!
murieron en instantes con las cabezas llenas de sangre.
Los científicos dieron una conferencia de prensa para
anunciar que la montaña rusa estaba lista.
–¿Cómo se llama? –Gritó un reportero.
–Monte Sinaí –respondió uno de los científicos.
CRÓ N ICA DE UNA NO C HE
–¿Van a cobrar por usarla? –preguntó otro.
–Por supuesto que no. Este es un servicio a la comuni- Escena 1
dad. Estará abierta las 24 horas del día y será gratis. Todos Todo comenzó en casa de Camilo, o en el taxi con su pri-
los cuerpos serán donados a la ciencia. Funcionará todos mo, o hace diez años escuchando mi iPod, o en casa del
los días menos el viernes, después de que salga la primera hermano de Camilo; un penthouse en Polanco. Había un
estrella, hasta el sábado por la tarde cuando suceda lo mis- carnero azul en la pared. Casi no lo notaba porque el muro
mo. y el animal tenían la misma tonalidad. Me hubiera gustado
más un espejo en su lugar. Le daría profundidad al cuarto y

se podría platicar sin necesidad de voltear todo el tiempo.
Sus gatitos no paraban de jugar. Samuel L. Jackson y Uma.
Él es negro y la otra es pequeñita. Más bonita que la Uma
humana. Todavía no se opera. Había tres lugares diferentes
para estar sentado y una mayor cantidad de espacios donde
estar parado. Dije: a las doce nos vamos a casa de Ana y
vemos qué pedo. Camilo me indicó con sus movimientos
corporales estar de acuerdo. Después ingerimos la mayor
cantidad de alcohol posible. No puedo ir a un antro sobrio,
me dijo Camilo. ¿Por qué lo harías? Pensé yo mientras veía
un carnero azul. Me puse a pensar sobre muchos temas di-
ferentes: la legalización de la marihuana, el conflicto polí-
tico en medio oriente y la legalización de la marihuana. Es-
tudios afirman que atrofia el cerebro. Pero ese es el punto,
¿no? La novia del de la casa le pregunta al roomie:
–¿Es normal que en días se me antoje comer muchísi-
ma azúcar?, ¿por qué pasa eso?

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–Sí, claro es normal, –le respondió el tipo. estacionamiento –me pregunto a mí mismo si debería de
“Porque comer azúcar es chingón”, pensé yo. salir más. No, me respondo. Subimos y la gente no baila.
–Es un pedo de ansiedad (aah). ¿Entonces a qué vienen? Solamente he ido cuatro o cinco
A ella no le gustó la respuesta y se fue a parar a otro veces a ese lugar y siempre me sucede lo mismo. Me pier-
lado. A nadie le gusta le digan tiene pedos de ansiedad. No do completamente en el espacio, me vuelvo la pared y las
en una fiesta, al menos. Ahí estaba el hermano de Camilo, ventanas y las puertas y los bartenders. Uno de ellos se me
un wey a quien le dicen el rockstar. Nadie le dice así, real- acercó y me dijo si no quería tomar algo.
mente. Pero todos lo creen. Nos cuenta que lleva saliendo –No, muchas gracias –pero no debí decir eso, pues se
de fiesta desde el miércoles, llegó a las seis de la mañana a fue enojado. Tampoco creo haberle faltado al respeto. Me
su casa e iba a ir a un antro al cual siempre va. Me surgen puse a bailar.
algunas preguntas que no le hago: ¿de dónde sacas tanto –Ya nos vamos –me dijo Camilo. Volteo a ver y no hay
dinero?, ¿ya llegó el punto donde ese antro al que vas se nadie a quien conozca.
vuelve un lugar que amas odiar y odias amar?, en retros- –Ok –le contesto.
pectiva ¿vale la pena?
Escena 4
Escena 2 –Déjenos en unos tacos, por fa.
Dan las doce y nos vamos, trago en mano. Salimos tamba- –Sí, jóvenes, ¿por aquí está bien?
leando del edificio –al estilo beat– a esperar el Uber. No –Sí, claro.
me despedí ni de Samuel ni de Uma, me lamento. Cuando –Dos de suadero y dos de longaniza de favor, jefa.
viva en un departamento voy a tener gatitos, se cuidan so- –Para mí cuatro de suadero.
los. Fuimos por agua mineral y un RedBull –y luego me –¿Dónde estamos?
pregunto por qué amanezco con taquicardia– y llegamos –No tengo idea wey, pero pues comemos y nos vamos,
a casa de Ana. Freddy estaba a punto de llegar. Freddy +1. además ahí hay un BMW, entonces no hay pedo.
Saludé a varios y me despedí de otros. Debí despedirme de Terminamos de cenar y Camilo preparó un cigarro con
todos, pues no los volví a ver. Creo fue otro Uber el cual hashish, él insiste en llamarlos porros, yo le digo que es un
tomamos para llegar al antro. cigarro de hashish. Nos paramos en la calle a fumar. El cielo
estaba cubierto por nubes, de esas que se mueven rápida-
Escena 3 mente. Como la tira de una película frente al foco del pro-
Dejaron pasar a todas las señoritas y quedamos cinco pe- yector. La luna es un proyector y nosotros ¿qué? Reflejos de
lados afuera. luz en una tela gigantesca. Y todos queremos ser el o la pro-
–¿Está muy lleno? tagonista y se nos olvida cómo inevitablemente moriremos
–No. y en dos generaciones nadie se acordará de nosotros. To-
–Bien, entonces nos pasan pronto. dos queremos escapar de ese destino, pero del olvido nadie
–La entrada ya no es por la puerta principal, es por el puede huir. Es reconfortante, sin embargo. Vivir pensando

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que eventualmente la idea de mí va a desaparecer, volver-
se éter. ¡Qué alivio! Flotar por la inmensidad del universo.
Estar en todas partes al mismo tiempo sin la restricción del
pensamiento, ni propio ni ajeno. Siento que todos añora- T E C ONOC Í MI L V EC ES
mos esa paz. Una nube atorada entre la tierra y la luna. Lo
único que puede hacer es dejarse llevar.
–Voy a necesitar sal de uvas –me dice Camilo.

Fuiste ola, fuiste viento,


yo fui la piedra en la playa y también la montaña.
Te estrellaste contra mí miles de veces
–siendo yo roca y cerro–
terminaste abriéndome, dispersándome por el mundo.

Fui la fruta y tú la semilla;
me volví lluvia y te regué.
Creciste para florecer y me acerqué como abeja;
miel salió de nuestro encuentro.

Fuiste mariposa, yo fui aleteo.
Entonces me convertí en huracán y tú en rayo;
fui ese trueno que le siguió.

En algún momento tú fuiste tan grande y yo tan pequeño
que me contuviste.
Después fue al revés.

Fuimos lava, fuimos cristales y fuimos sinapsis;
hasta que fuimos conciencia pura conciencia.
Ahí finalmente nos reconocimos.

Decidimos bajar y dejar al azar


la oportunidad

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de volvernos a encontrar.

La maquinaria llevaba andando desde siempre; tal vez des-
de antes. LEVA NTA R S E

En el momento que nos conocimos
una ola golpeó una piedra,
y el viento desgastó una montaña;
agua de lluvia penetró la tierra y acarició una semilla la
cual se volvería árbol; Me echo para atrás y me golpeo la cabeza. Esta vez en serio
una abeja aterrizó en una flor y un rayo cayó en la isla don- no me quiero parar y gracias a dios las cortinas son gruesas
de vivía un hombre solitario. y el sol no pasa. Tranquilamente me puedo hundir en mi
dolor.

Y pienso que pienso demasiado, lo que me pone a pensar


demasiado
y aunque a un lado hago –mis ideas me desgarran, devoran
y eventualmente defecan.

Me checan y no encuentran nada. Yo les digo que es la no-


che; que se me metió.
Pero no escuchan y en lugar de darme pastillas de sol me
encierran en un cuarto blanco.

–¡La luz se queda afuera!– les grito. Pero les da igual, ya les
pagué.
Un doctor me ve y me quiere tirar a la basura entonces yo
lo hago por él.

Y en el camino me invierto, mis entrañas quedan afuera, la


noche se escapa
y me quedo vacío en un basurero.

Al día siguiente sale el sol, golpea amarillamente mi cuerpo

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que se revierte y se incorpora.
Camino y pienso:
–Debe haber maneras más sencillas de levantarse.

EL MU NDO NO NEC ES I TA EC ONOMI STA S

Sí en algún momento la gente fuera a admitir la verdad


–esta es que no hay tal–, caeríamos en cuenta de que las
profesiones que profesamos son, en realidad, pura ficción;
dicho de otra forma, son estériles. Pero claro, la ficción se
mantiene andando pues la gente pretende es verdad, en
cine le llaman la suspensión de la incredulidad. Esa creen-
cia arbitraria –porque fue dada por pura casualidad de esta
y no de otra manera– genera una construcción como de las
de Nietzsche, ligeras para moverse, pero suficientemente
fuertes para no ser destruidas por el viento. Y ahí, claro, es
donde vivimos hoy día, no me atrevería a decir en la cúspi-
de, pues eso es una falacia temporal, pero definitivamente
no en la base –movimiento ha habido desde el xvii. Pero
nada de eso, ni la altura en donde estemos, ni la ligereza de
la estructura, hace por ningún motivo que nada de esto sea
verdad.
Claro, eso no se puede aceptar, porque entonces se des-
morona el teatro; y para eso, deberíamos montar otro. Por-
que en la verdad no se puede vivir, porque la verdad es esa
agua donde flotan nuestras estructuras; y peces, no somos.
Ya pueden ver la razón por la cual tenemos economis-
tas, abogados, jueces y letrados –ni los artistas se salvan–:
para no ahogarnos; porque la única profesión verdadera es
la del guerrero y la de la madre; esos son los únicos seres

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anfibios; tanto nadan en las aguas de la verdad como tre-
pan las escalinatas hacia la ficción donde vivimos.

U N C U ENTO MÁ S

Primero, quiero aseverar que todo lo plasmado por mí –en


cualquier medio y de cualquier forma– es inevitablemente
mi opinión. Esa opinión es un producto de cómo y dónde
fui criado. También de cómo luego revertí aquello ense-
ñado durante la crianza –aunque, claro, eso está sujeto a
opiniones formadas posteriormente–. Después están esos
saberes aprendidos –o sea, información recolectada por el
humano y transformada para, en algún momento, conside-
rar como verdad, ya sea en la escuela, en la televisión, en los
libros, etc.– que entendí de cierta forma o deformé a algo
que podía entender debido a mis propios saberes hasta ese
momento. Por supuesto a todo se le suman las nuevas expe-
riencias, las cuales eventualmente se tornan en saberes, que
se adecúan o adecúo, también dependiendo de mis deseos
en ese momento, que a su vez, son también dados a la posi-
bilidad de existir por todo lo mencionado anteriormente.
En pocas palabras, soy pura condición de posibilidad;
eso hace que pueda entender y experienciar el mundo y sus
verdades actuales sólo de cierta forma y no de otra –has-
ta reconocerlas y emprender en el estudio, la reflexión, la
búsqueda de nuevas experiencias, para moverme de lugar.
Dicho lo anterior se puede decir que nunca estoy solidi-
ficado. Las opiniones sostenidas hoy, si tengo suerte o pres-

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to la suficiente atención, no serán las sostenidas más ade- unos nuevos. Como árboles que eventualmente crecerán
lante y eso cambiará mi forma de experienciar el mundo, para levantar el edificio sostenido por esos soportes. Pero
la vida y mi cuerpo. Eso finalmente se revertirá en aquello al levantarlo de sus cimientos, eventualmente –porque no
comprendido y cómo lo comprendo, y a su vez moverá de sería rápido– el edificio sucumbiría y quedarían cuantos
lugar mis opiniones, las cuales luego volverán a modificar árboles se hayan plantado. Necesariamente habrá árboles
mi realidad; y así hasta el momento donde pierda el uso de más grandes que otros; o quizás solamente haya uno. Sin
mis facultades mentales –¿el delirio es falso? – o muera. embargo, esa es la transvaloración. Transvalorarla tendría
Ahora, lo que un conjunto de opiniones hace es gene- que ser quemar ese bosque para de las cenizas sembrar otro
rar un código moral interior. Se cumple o no, pero tiene hasta que se tenga que repetir.
consecuencias en cómo actúa la persona y cómo se siente Y además, ¿cómo se vería esa persona? ¿Cómo se com-
acerca de ese actuar o no actuar. Al comenzar a hablar se portaría en la sociedad?, ¿podría vivir? ¿pasaría su vida
empieza a gestar la moral, pues el categorizar permite la je- institucionalizado?, ¿se convertiría en un objeto de estu-
rarquización. Una moral que se cimenta en algún momen- dio?, ¿qué sucede si todas las personas hacen esto?
to. O sea que, a pesar de todo el cambio habido durante una Se caería el teatro –respondiendo solamente a la últi-
vida, existen pilares de la moral. Primeras marcas perso- ma pregunta–. Qué venga después no se puede ni empezar
nales del aparato psíquico que actúan como receptores de a proponer desde donde yo estoy parado –refiriéndome
las primeras impresiones de una persona con respecto a la claro, al primer párrafo.
experiencia humana –mundo, cuerpo y vida–. Que de no
llevar a cabo un trabajo consciente para identificar y luego,
si se desea, mover de lugar; las probabilidades son menores
para que ese movimiento se pueda llevar a cabo. No digo
sea imposible –véase la primer párrafo para entender por
qué–. Y en caso de que esos pilares nunca sean visitados,
la herencia de la moral anterior dura más tiempo. Eso es
algo que creo Nietzsche invita a confrontar cuando pide la
transmutación de todos los valores al final de su Anticristo.
¿La transvaloración es un acto moral? Surge esa pre-
gunta. Porque si lo es, entonces la consecuencia sería el te-
ner que transvalorar la transvaloración. ¿Qué si lo que se
necesita es una misma moral universal? Sabemos que esa
no puede ser la respuesta, pues no puede existir –véase
primer párrafo. Pero qué significa entonces transvalorar la
transvaloración.
Porque la idea no es dejar sin pilares, sino sembrar

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EL MU ERTO

El Otálora de Borges es un descarriado. Sus acciones siem-


pre lo llevaban a situaciones en donde su vida correría peli-
gro. El descarriado es aquel quien hace evidente la búsque-
da de la muerte; pero vive. Él es la contradicción andante,
la perturbadora prueba viviente de la aporía.
Pero el muerto no sólo vive en el descarriado, él sólo lo
hace evidente. El muerto vive en cada uno de nosotros. Y no
me refiero al muerto otro. Me estoy refiriendo al propio ser
ya perecido; un ser en búsqueda constante de lo que ya es.
¿Somos una sociedad de muertos?
Pero ese muerto es también el que, en su contradicción
absoluta, genera el deseo por la vida, la carne, la corporeiza-
ción, la locura, el sabor, el arte y las artimañas, el engaño, la
usurpación y la mentira. Sin ese muerto no podríamos an-
dar, pues no querríamos. El muerto es quien se conmueve
con la felicidad; el que solloza con cada respiro; el que grita
con cada contacto; el que necesita de vida para vivir.
Pero cuando vive, recuerda de inmediato su condición,
por eso también llora.
El muerto nunca nos abandona, y sólo cuando el cuerpo
muere, suelta la lágrima final; ese último momento corpóreo
cuando puede sentir, y donde su acumulación es –¿el goce
absoluto?– el momento triunfal, la liberación de toda ten-
sión, el estado último de las cosas.

36 37
U N SU EÑO

Una noche que a lo lejos me ve;


me invade para volverse conmigo: yo
un soñador que se quedó despierto;
una noche que se quedó dormida.
Tanto me veo como la veo; como me ve y se ve;
Se va,
y me voy con ella.
Porque en lo que la sueño, me sueña,
y en lo que me sueño, me crea.
Una intuición impalpable, un paso delante de mí.
Un espectro que la persigue y pocas veces alcanza
para luego volver a perderse en la oscuridad del horizonte.
Y desaparezco porque en tanto que no me veo, no existo.
Es entonces que me vuelvo miles, 400, incontable,
y pura nube que flota
en una noche
que a lo lejos me ve.

38 39
A DIÓ S

Ya no confío en el tiempo –le dijo con una sonrisa casca-


rrona, de esas que sonries cuando no queda de otra–. En
eso empezaba a llover y un muchacho debía apagar su ciga-
rro de hashish para volver a entrar a casa de sus padres sin
que ellos sospecharan había estado tronándoselas.
–No puedo evitar más que pensar en todas las posibili-
dades, de qué te morirás tú, de qué me moriré yo, si alguno
de los dos tendrá una enfermedad degenerativa, esas co-
sas... si conoceré a alguien más.
–¿A alguien mejor?
–No mejor, sólo que se adecúe más a mí.
–No tiene sentido. ¿Quieres estar conmigo ahorita o
no? No es en un año o en cien, es ya. ¿Qué sientes ahorita?
–dijo con frustación guardada desde la infancia.
–Pues lo que te dije... Eso me hace dudar de estar con-
tigo ahorita.
–Pero eso lo vas a tener con todos, con quien sea, con
esa del futuro por quien me vas a dejar también.
–Ya sé, ya sé –la sonrisa se había ido desde hacía tiem-
po. Quedaba sólo mirada. Miradas. Miradas y espacio,
sombras sonoras de lo dicho, ya capturado por cuerpos.
Ella jugaba con sus manos mientras él no sabía si acariciar-
le la frente para remover su pelo o no. Se decidió por no

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hacerlo. ellos y finalmente sólo quedará la relación reducida a un
–No sé qué más decir –dijo tras una exhalación anhe- recuerdo general.
lante. Pero lo hermoso es que esos momentos son infinitos
–Pues si quieres estar conmigo ahorita o no... como tus labios. Y se seguirán reproduciendo para siem-
–¿Ahorita ahorita? pre, porque nunca han dejado de ser.
–Pues sí tonto, ahorita ahorita. Todos esos pequeños instantes están sucediendo ahori-
–Ahorita ahorita, sí quiero. ta. Y por más que para mí ya hayan pasado; en algún lugar
–Bueno pues, está dicho entonces. del tiempo sigo viendo profundamente a ese par de islas
–Pero no te quiero lastimar –dijo y se arrepintió. rodeadas por marea café dentro de tus ojos.
–¿Cómo que lastimar?, ¿cómo me vas a lastimar ahorita?
–No ahorita, después.
–¿Cómo me vas a lastimar después?
–No sé, no puedo saber todavía.
Hubo una pausa.
–Se te va a ir la vida –le reclamó.
Él estiró su mano para quitarle el mechón de cabello
que le bajaba hasta la ceja, la tomó por la nuca y con un res-
piro hondo la besó hasta exhalar. Se incorporó. De nuevo
sólo había miradas y silencio. Silencio que rompió el soni-
do de la puerta.
Tiempo después ella recibió un correo.
Leía:
No sabía si mandarte esto o no. Me contuve. Pero creo
que si lo sigo dudando es porque te lo quiero mandar. Ade-
más, ya lo escribí.
Abajo estaba adjunto un archivo en pdf.
Leía:
Una de las cosas más dolorosas de salir de una relación
es saber que todos esos pequeños instantes de los que se
conformó, instantes mágicos, carcajadas contenidas y no
contenidas, orgasmos al mismo tiempo, miradas de amor
interrumpidas por un trueno, viajes y chapuzones en cas-
cadas. Todos eso poco a poco se va a ir olvidando con el
tiempo. Primero se irán mezclando los recuerdos entre

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ÍNDICE

5 Prefacio
7 Sin título o una historia de vida
11 El hombre que iba a salvar el mundo estornudó
15 Calvus detiene el tiempo
19 Levita y mardoqueo
21 La luna está encendida o ¡Ay, las agruras!
25 Te conocí mil veces
29 El mundo no necesita economistas
31 Un cuento más
35 El muerto
37 Un sueño
39 Adiós

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Adios de Luis Sokol
se terminó de imprimir y encuadernar en Offset Rebosán, S. A. de C. V.
en Av. Acueducto 115, col. Huipulco, 14370, Ciudad de México,
en xxxxx de xxxx.
El tiraje consta de xxxxxx ejemplares.

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