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La generación de la guerra

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Rating: Explicit
Archive Warning: No Archive Warnings Apply
Category: M/M
Fandom: Harry Potter - J. K. Rowling
Relationship: Draco Malfoy/Harry Potter
Character: Draco Malfoy, Harry Potter, Hermione Granger, Dean Thomas, Morag
MacDougal, Michael Corner, Neville Longbottom, Justin Finch-
Fletchley, Ernie Macmillan, Ron Weasley, Minerva McGonagall, Luna
Lovegood, Ginny Weasley, Dennis Creevey
Additional Tags: Pining Draco Malfoy, Draco Malfoy Needs a Hug, POV Harry Potter,
Hogwarts Eighth Year, Mutual Pining, Pining Harry Potter, Draco Malfoy
& Harry Potter Friendship, Gay Draco Malfoy, Bisexual Harry Potter,
Minor Hermione Granger/Ron Weasley, Minor Seamus Finnigan/Dean
Thomas, Past Harry Potter/Ginny Weasley, Romance, Drama &
Romance, Idiots in Love, Animagus, Patronus Charm (Harry Potter),
Explicit Sexual Content, Explicit Consent, Sexual Content, Sexual
Tension, Resolved Sexual Tension, Gay Sex, Anxiety Attacks, Anxious
Draco Malfoy, Mutual Masturbation, Anal Fingering, Bisexual Draco
Malfoy, Anal Play, Light Petting, Rimming, Anal Sex, Creampie
Language: Español
Collections: HarryPotter14
Stats: Published: 2021-04-08 Completed: 2021-12-31 Words: 152,201
Chapters: 18/18

La generación de la guerra
by Milenrrama

Summary

La vida de Harry tras la guerra carece de rumbo y acaba decidiendo volver a Hogwarts
junto a Hermione para terminar sus estudios en lo que aclara su futuro laboral. McGonagall
ha preparado una sección del castillo para recibir a los alumnos que han decidido regresar
para cursar el EXTASIS y Harry tendrá que compartir habitación con un derrotado,
desafiante y desconfiado Draco Malfoy.

Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.

Notes

¡Hola!

Empecé a escribir este fic a finales de agosto y luego lo dejé apartado. Lo continué en
noviembre durante la maratón del NaNoWriMo y lo terminé. Nicangel03 (muchas muchas
muchas gracias) lo leyó con paciencia capítulo a capítulo, dándome su opinión y
ayudándome con varios detalles, guiándome durante el proceso. Cuando lo acabé lo archivé
con la intención de dejarlo reposar un par de semanas pero la vida, la ansiedad, el miedo al
fracaso y un cúmulo de cosas me arrolló.

Me propuse corregirlo en abril (con la excusa, curiosamente, de otra maratón del Nano). El
fic está terminado y tendrá 16 capítulos en total que estoy en proceso de corregir. Publicaré
todos los martes y jueves. Ojalá os guste (admito estar un poco nervioso porque al ser de
hace tantos meses me siento un poco impostor).

¡Muchas gracias por leer!


Regreso a Hogwarts
Chapter Summary

Harry se encuentra perdido y acaba decidiendo volver a Hogwarts. La presencia de


Draco Malfoy en su misma habitación pondrá a prueba su paciencia.

Harry entró en el dormitorio y paseó la vista por él, estudiándolo con interés. La directora
McGonagall había rehabilitado varias antiguas aulas del ala este del castillo que habían caído en
desuso durante las décadas anteriores y las había convertido en dormitorios para acoger a los
alumnos que no habían podido cursar adecuadamente los EXTASIS de séptimo por culpa de la
guerra y habían decidido regresar aquel año a terminar sus estudios.

No eran muchos. Aquellas personas como Ginny, Luna o Dennis, que no estaban en quinto o
séptimo el año de la guerra les habían permitido avanzar de curso, considerando que podrían
recuperar rápidamente el nivel. De la promoción de Harry sólo nueve personas habían decidido
volver. McGonagall había enviado personalmente una carta a cada uno de los alumnos,
garantizándoles que Hogwarts estaba abierta a ellos y los recibiría con gusto, pero Harry ya había
supuesto que tras la guerra no todo el mundo querría volver al castillo. Algunos habían preferido
intentar lanzarse al mundo laborar, como Ron, que había preferido quedarse ayudando a su
hermano George con la tienda.

—Él me necesita más en este momento, Harry. Está destrozado por lo de Fred y hay que ayudarle a
salir adelante. Y… bueno, él tampoco terminó sus EXTASIS, no son necesarios para trabajar aquí.

Harry lo había comprendido; al fin y al cabo George era tan familia de Ron como suya. Se habían
despedido en Hogsmeade con un fuerte abrazo. Aunque la nostalgia había asomado a los ojos de
Ron al ver a Harry y Hermione caminar hacia el castillo, este no había cambiado de opinión.
Hermione sí había decidido volver a pesar de la oposición de Ron, que deseaba que se quedase con
él en Londres. Los dos habían continuado su relación, iniciada durante la batalla con un torpe beso
y confirmada tras ella con una larga conversación, y Ron no deseaba separarse tan rápido de ella,
sobre todo ahora que iba a vivir en su propio apartamento. No obstante, Hermione aspiraba a
trabajar algún día en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica.

—Si quiero estudiar Derecho Mágico, he de obtener todos mis EXTASIS. El año pasará rápido y
podremos vernos en Hogsmeade y durante las vacaciones. Antes de darnos cuenta, estaremos
graduados —había sentenciado Hermione, muy seria. Ron había acabado asintiendo ante sus
argumentos, resignándose y prometiéndole tener paciencia para esperarla.

Inicialmente, Harry no había querido volver. Sentía nostalgia por el castillo, que había sido su
hogar durante seis años de su adolescencia, pero también creía que contenía recuerdos que no sabía
si habían sido gestionados emocionalmente. Kingsley le había insinuado que Robards, el actual
Jefe de Aurores, estaría encantado de contar con él entre sus filas. Lo consideró durante unas
semanas, antes de decidir que estaba harto de pelear y de perseguir a los malos. Nunca había
querido el protagonismo de ser el Elegido y entrar en el cuerpo de aurores habría sido marcarse él
mismo dicha atención sobre sí mismo. Además, había comprendido que la idea de ser auror había
partido de unos momentos muy concretos de su vida. Además, se dio cuenta que no quería llegar a
ser auror por el único mérito de haber sido El-Chico-Que-Mató-A-Quien-Tú-Sabes, como le
apodaba El Profeta recientemente.

Asumirlo había sido doblemente difícil porque de repente se sintió sin rumbo en la vida. Consideró
la idea de ir a vivir con Ron hasta que Hermione terminase Hogwarts pero, cuando Ron había
aceptado que su novia asistiría a su último curso, había decidido mudarse al apartamento de
George para estar más cerca de la tienda y de su hermano en lugar de independizarse por su cuenta
como había planeado inicialmente.

—Podré echar un vistazo a George. Mamá dormirá más tranquila si lo hago. Y me vendrá bien
ahorrarme el dinero del alquiler durante un año; cuando Hermione acabe dispondré de ese dinero.
Quizá podría darlo como entrada para una casa en las afueras en lugar de gastarlo en un alquiler de
un piso enano del centro de Londres. —Harry había sonreído y le había dado unas palmadas de
aprobación en la espalda, alegrándose por la decisión de su amigo aunque fuese un nuevo revés
para sus planes.

Sabía que habría sido bienvenido en La Madriguera, por supuesto, pero la conversación que había
tenido con Ginny tras la batalla de Hogwarts sobre su relación y su intención de no seguir saliendo
con ella había enfriado las cosas entre los dos. Harry pensaba que no habría sido justo para Ginny
tener que verle a diario dentro de su propia casa durante todo el verano, así que Harry se había
mudado a la lúgubre Grimmauld Place después del funeral de Fred.

No había sido una conversación fácil. Ginny había peleado fervorosamente en su nombre en
Hogwarts durante aquel fatídico año, igual que Neville, Luna y el resto de sus compañeros.
Creyendo en él, peleando por él, defendiéndolo. En cierto modo, Harry se sentía en deuda con
todos ellos, pero sobre todo con Ginny. Cuando la guerra terminó, él no se acercó a ella. Ginny lo
respetó durante unas semanas. Harry sabía que estaba siendo un cobarde y que tenían una
conversación pendiente, pero intentó esquivarla durante su estancia en La Madriguera. Cuando
finalmente ella lo acorraló, Harry tuvo que sincerarse, consigo mismo y con ella.

Ginny no se lo había tomado bien, pero Harry no la culpaba por ello. Sabía que si hubiese sido al
contrario, él se sentiría igual. Ella todavía estaba enamorada y él se sentía responsable de haber
alentado sus sentimientos. Su psicólogo le había felicitado por ser capaz de ser franco y asertivo,
recordándole que Ginny tendría que buscar su propia felicidad y superar su relación por su cuenta.

—Quizá algún día podamos ser amigos —le había propuesto Harry, con la voz teñida de dolor,
porque los Weasley eran muy importantes para él, Ginny incluida, aunque no pudiese
corresponderla como ella quería.

—No lo sé, Harry. Ahora mismo… Da igual. —Ginny tenía una lágrima corriendo por la mejilla.
Harry había querido consolarla, pero no había sabido cómo hacerlo sin hacer un gesto que pudiera
malinterpretarse, limitándose a quedarse de pie y parado como un pazguato.

—Lo superará, tío —le había susurrado Ron cuando había vuelto a la habitación que compartían.
Ron se había fijado en que parecía desanimado y había acabado sonsacándole lo ocurrido.

—¿No te parece mal? —había preguntado Harry, que sentía algo de miedo por la posible reacción
de Ron antes la noticia—. Ya sabes, es tu hermana y…

—Tío, siento que no funcionaran las cosas, pero sigues siendo parte de nuestra familia, no lo
olvides.

—No es justo para tu hermana.

—La gente a veces no se enamora. No es algo que se pueda controlar, ¿verdad? Ginny encontrará a
alguien. Alguien que, para ella, será mejor que tú. Sin desmerecer lo presente, ya sabes lo que
quiero decir —bromeó Ron con una sonrisa, intentando animarle.

—Eso espero.

—Habría sido más injusto que te dejases llevar, la engañases sobre tus sentimientos y te dieses
cuenta más tarde.

—Tienes razón. —Aquella misma tarde Harry había abandonado La Madriguera huyendo de la
mirada triste de Ginny, con la responsabilidad de su dolor carcomiéndole la conciencia.

Cuando llegó el verano también lo hizo el momento de tomar una decisión definitiva sobre su
futuro. Las paredes de Grimmauld Place se le caían encima, agobiándole. Una carta de Hermione
preguntándole si podría darle la tinta y los pergaminos limpios de otros años para aprovecharlos le
hizo pensar que cursar un año más le daría un balón de aire a su decisión. No deseaba ser auror y
quería, por una vez, tener el control de su vida y ser solamente Harry: Hogwarts podía ayudarle
con eso. Además, un atisbo de idea había empezado a rondarle la cabeza y el castillo era lo
suficientemente grande para no tener que cruzarse con Ginny continuamente, permitiendo que
ambos pudieran pasar página. Una lechuza a McGonagall después, se convirtió en el último
alumno en confirmar su asistencia ese curso a apenas tres días del comienzo del año escolar.

—Dos camas —suspiró Harry, mordiéndose el labio con curiosidad y preguntándose quién sería su
compañero de cuarto y, por tanto, el noveno alumno que faltaba por llegar.

McGonagall les había informado sobre la disposición de los dormitorios en la carta que les había
enviado tras aceptar el ofrecimiento de volver a Hogwarts, indicando que les dejaba repartirse los
dormitorios como deseasen «en atención a su madurez y responsabilidad adulta más que
demostrada». Uno de los dormitorios dobles había sido para Hermione y para MacDougal, las dos
únicas chicas de su curso que habían vuelto y Macmillan y Finch-Fletchey, que habían llegado los
primeros al castillo, se habían adueñado de otro.

Cuando Dean, Neville y Harry habían entrado en el único dormitorio triple con la intención de
compartir cuarto igual que hacían en la Torre de Gryffindor, Michael Corner ya estaba depositando
su bolsa de viaje en una de las camas. Dean hizo un sonido de fastidio que reprimió al recibir un
codazo de reprimenda por parte de Neville.

Los cuatro chicos se habían mirado titubeantes durante unos segundos. Corner no parecía dispuesto
a abandonar el dormitorio y ellos tres no querían separarse. Harry se dio cuenta que Neville, a pesar
de las heroicas acciones del curso anterior, parecía inseguro y poco dispuesto a compartir
dormitorio doble con alguien que no fuese de Gryffindor. Por otro lado, Corner era el único
Ravenclaw de su curso que había vuelto, además de MacDougal y necesitaba integrarse en un
grupo de compañeros nuevo; seguramente por eso había escogido un dormitorio donde podría
relacionarse con dos personas.

—No os preocupéis, chicos. Yo me iré a la otra habitación —había dicho finalmente Harry en voz
alta, forzando una sonrisa amable.

Ninguno de ellos se opuso ni se ofreció, aunque fuese por simple cortesía, a ocupar su lugar. Con
un movimiento de cabeza, Harry se había despedido de ellos y había entrado en el último
dormitorio doble que quedaba libre. Dejó caer la mochila que llevaba al hombro encima de la cama
que quedaba más cerca de la ventana. Desde ella, tenía una magnífica visión de parte del lago y del
bosque prohibido.

Abrió la ventana, permitiendo que el fresco aire matinal escocés entrase en la habitación. Inspiró
con fuerza y el olor fragante del final del verano le inundó las fosas nasales. Todo estaba en
quietud y silencio. McGonagall les había convocado antes del almuerzo, igual que a los profesores.
Sus baúles llegarían al anochecer, con el resto del alumnado que viajaba en el Expreso. Ellos se
habían aparecido en Hogsmeade y hecho el trayecto que les separaba del castillo a pie.

La puerta se abrió y Harry se volvió para ver quién era su compañero de cuarto. Draco Malfoy
estaba en el hueco, paralizado y mirándole fijamente, con los ojos abiertos de par en par. Su cara
mudó a una expresión de furiosa incredulidad.

—¿Tú? —preguntó Malfoy, casi escupiendo.

Dejó caer la bandolera que llevaba cruzada sobre el pecho al suelo y salió de la habitación como
un vendaval sin molestarse en cerrar la puerta.

—Tenía que haberlo imaginado —suspiró Harry con fastidio.

Siguió explorando el resto de la habitación. Un escritorio grande y dos sillas cómodas, con espacio
suficiente para facilitar el estudio a dos personas. Un gran armario con dos puertas en la pared del
fondo. Al abrirlo, comprobó que cada una accedía a un espacio independiente del otro. Cajones,
una barra para colgar túnicas, baldas… Harry fue revisando el armario en silencio. También
encontró mantas y almohadas. McGonagall parecía haber pensado en todo.

Una pequeña estantería en un rincón para organizar sus libros y material escolar. Junto a las camas,
dos mesitas de noche, cada una a un extremo. Entre las camas, a modo de división, una lámpara de
pie alta. No vio ningún interruptor o llave, así que no pudo encenderla. Ni rastro de los doseles
característicos de su habitación de Gryffindor que tanta intimidad le habían otorgado en el pasado.
Desconcertado por lo aséptico y poco recargado de la decoración, muy lejos de la típica que
engalanaba las paredes del resto del castillo, Harry pensó que podría ser un dormitorio muggle que
no habría desentonado en un internado cualquiera de Gran Bretaña.

Se asomó a la puerta de lo que dedujo que sería el baño compartido. De aspecto completamente
muggle también, no había rastro de las arcaicas duchas y lavabos de Gryffindor o los vestuarios de
quidditch. Aquel inmaculado y deslumbrante baño blanco no habría desentonado en la casa de
Privet Drive de sus tíos. Dos lavabos unidos bajo un gran espejo ocupaban la mayor parte del
espacio, diseñado para que Malfoy y él pudieran utilizar el lavabo a la vez. Los baños de
Gryffindor eran más grandes y comunales, pero aquel bastaría para los dos. No tendrían que hacer
turnos para lavarse la cara, los dientes o cosas similares. Un retrete, un gran plato de ducha
cubierto por una mampara rígida transparente y un armario colgado en la pared completaban el
mobiliario. Tocó el espejo con la yema del dedo con curiosidad y este iluminó todo su perímetro
con una agradable luz blanca. Entre los dos lavabos había espacio suficiente para colocar sus
enseres de higiene y disponían de un vaso de vidrio para cada uno.

—Harry, ¿estás listo? —oyó la voz de Hermione dentro del cuarto. Harry salió del baño para
encontrarse con ella, que también examinaba el dormitorio con ojo crítico.

—Es igual que el nuestro —explicó Hermione, contestando su pregunta silenciosa—. McGonagall
no se ha quebrado mucho la cabeza. Muy de su estilo, todo sea dicho.

—No parece Hogwarts, ¿verdad? —preguntó Harry, poniendo en voz alta su impresión anterior,
sintiendo una pequeña desazón en el estómago—. Parece como si los dormitorios quisieran
recordarnos que no deberíamos estar en el castillo y por eso tuvieran este aspecto.

—Creo que más bien es que entre la decoración de estas dependencias y el resto del castillo ha
transcurrido un milenio, Harry, no una conspiración contra ti —contestó Hermione con sorna.
Con una carcajada, los dos salieron de la habitación, encontrándose con Dean y Neville. Un paso
por detrás de estos les esperaban Michael Corner y Morag MacDougal con cara de no estar muy
seguros de si debían estar allí.

—Bueno, McGonagall nos espera, en marcha —dijo Dean en tono aventurero, lo que provocó más
risas de los demás, relajando el ambiente.

Los seis se pusieron en camino en dirección al despacho de la directora. Hermione, Dean y Neville
charlaban animadamente de algún tema intrascendente. Michael caminaba detrás del grupo,
ligeramente retrasado, con las manos en los bolsillos y cabizbajo, y MacDougal había reducido el
paso para situarse a su lado. Sin saber muy bien por qué, él también se quedó un poco rezagado
escuchando la conversación de ambos sin que se diesen cuenta.

—Es cuestión de tiempo, Michael —decía MacDougal con voz suave de repente, captando su
atención.

—No supe que no iba a volver nadie hasta hace un par de semanas —respondía este con voz
apesadumbrada—. Si no, yo tampoco habría vuelto.

—No digas tonterías. Necesitas tus EXTASIS y tienes derecho a obtenerlos.

—Lo sé, pero parece tan difícil… Compartir con extraños a estas alturas…

—Son buena gente, verás cómo enseguida te llevas bien con ellos —le consoló MacDougal—.
Además, no son extraños, hemos peleado juntos el año pasado. No son desconocidos, Michael.

—Al menos no tengo que compartir dormitorio con Malfoy.

«Yo sí tengo que compartir habitación con él para que tú estés con Dean y Neville» pensó Harry
con amargura.

—Tampoco habría pasado nada —repuso MacDougal con tono optimista—. Malfoy no parece mal
chico.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Has olvidado todo lo que se supone que ha hecho?

—Lovegood y Potter declararon en su juicio para exonerarlo —Harry ladeó inconscientemente la


cabeza al oírlo. Era cierto, ambos lo habían hecho, Harry se habría sentido muy culpable de no
haber testificado—. No puede haber sido tan horrible. Quiero decir, Potter y Malfoy se han llevado
mal durante siete años y Lovegood estuvo presa en su casa durante la guerra. Y aun así…

«Se preocupaba por Garrick y por mí», había dicho Luna en el juicio. «Nos traía agua y comida a
escondidas de los demás mortífagos y de vez en cuando se sentaba allí a pasar el rato con nosotros.
Lo pasó muy mal».

—Bueno, sigo sin querer compartir cuarto con él —refunfuñó Corner, viéndose acorralado.

Harry bufó. Se preguntó si Corner sí sabía quién era el que faltaba por llegar y si habría escogido la
otra habitación por eso y no por sentirse acompañado como él había supuesto en un inicio. Le
invadió la sensación de que, como siempre, le faltaba información y el resto jugaba con ventaja.
Apretó los labios, intentando sepultar el fastidio al fondo de su mente. Al fin y al cabo, MacDougal
tenía razón: él no creía que Malfoy fuese tan horrible. Había visto sus ojos en la Torre de
Astronomía y habían parecido los de alguien acorralado, no los de un asesino.

Llegaron al despacho de la directora. La estatua que daba acceso a él seguía rota y la puerta estaba
abierta. Las escaleras no ascendían automáticamente como en el pasado y tuvieron que subirlas
caminando. Al llegar arriba Hermione golpeó suavemente la puerta y la voz de McGonagall les
invitó a pasar.

Dentro estaba la directora, sentada tras la mesa que había sido de Dumbledore. Alrededor de la
mesa había nueve sillas, de las cuales solo había una ocupada por Malfoy, que estaba sentado con
las piernas y los brazos cruzados y cara de mal humor. No les saludó ni les miró cuando entraron.
Harry volvió a sentir el fastidio que se había tragado unos minutos antes al ver la arrogancia de
Malfoy.

—Bienvenidos —les recibió McGonagall, mirándoles por encima de las gafas—. Por favor, poneos
cómodos. En cuanto lleguen los señores Macmillan y Finch-Fletchey, comenzaremos.

Se sentaron en silencio. Harry examinó el despacho a su alrededor. Estaba bastante cambiado, la


mano de la nueva directora se notaba en el mobiliario y la decoración. Correspondió con un
asentimiento de cabeza al retrato de Dumbledore, que le saludaba con una amplia sonrisa. Se fijó
en que el de Snape lo taladraba con la mirada como hiciera en vida. McGonagall había decidido
colgar un marco vacío allí tras enterarse por Harry de sus acciones durante la guerra y Snape había
aparecido unos minutos después en él. En ese momento, con los ojos de Snape clavados en él,
Harry no tenía muy claro que hubiese sido buena idea.

Se fijó de nuevo en Malfoy. Harry estaba un poco desconcertado todavía. Verle entrar en el cuarto
le había fastidiado un poco, pero no tanto como escuchar las palabras de Corner o percibir el
desdén del propio Malfoy. Sí que echaba de menos que Ron hubiese decidido no acudir a Hogwarts
porque habrían podido compartir la habitación y habría sido divertido. Sin embargo, comportarse
con la nobleza que se esperaba de un Gryffindor le había acabado llevando a que fuese Malfoy
quien llegase a ese dormitorio.

«Pero no me ha enfadado tanto como a él», constató sorprendido, fijándose en el rictus enfadado y
frustrado de Malfoy.

Harry lo observó de reojo. Malfoy tenía los labios apretados en un gesto de cabreo pero, mirándolo
más detenidamente, se asemejaba más a un intento por contener las lágrimas que a un enfado real.
Tenía los ojos rojos y fijos en la directora, acusadores. Sus piernas y brazos cruzados y su cabeza
rígida expresaban bloqueo hacia cualquier cosa que pudiese venir de fuera. Harry había aprendido
a identificar aquellas cosas en las sesiones de terapia con su psicólogo muggle. Se sorprendió,
porque no recordaba que Malfoy soliera mostrarse tan emocionalmente afectado en público. La
única vez que Harry recordaba haberlo visto así más allá de segundo curso, había acabado
lanzándole un sectumsempra.

Ese había sido otro momento en el que los ojos de Malfoy le habían parecido a Harry los de
alguien acorralado y no un psicópata asesino. Harry se había preguntado varias veces a sí mismo
cuánto de la culpabilidad por haberle lanzado ese hechizo había influido en su magnanimidad a la
hora de testificar a favor de Malfoy e interceder por él. Seguía sin una respuesta clara.

—Con permiso, directora. —Macmillan y Fichn-Fletchey entraron y ocuparon las dos sillas libres.

—Bienvenidos, señoras y señores —les contestó McGonagall antes de dirigirles una mirada
penetrante que a Harry le recordaron a las que el anterior director le solía dedicar—. Me alegra que
hayan decidido finalizar sus estudios. Sé que ahora, tras las experiencias que han vivido todos
ustedes, pueden parecer nimios y superficiales, pero verán cómo dentro de unos años se alegran de
la decisión que han tomado.

Hizo una pausa. Harry observó a su alrededor. Algunos de sus compañeros, como Macmillan o
Hermione asentían fervorosamente. MacDougal miraba al techo sumida en sus pensamientos.
Corner, Neville y Dean miraban a la profesora fijamente como mirarían a cualquier profesor cuya
materia fuese poco interesante, fingiendo más atención de la que estaban prestando realmente.
Justin contemplaba absorto sus zapatillas deportivas y Malfoy seguía sentado en la misma
posición, sin apartar la mirada de la directora.

—Van ustedes a compartir muchas cosas este curso —continuó McGonagall, impertérrita—. Se
espera que dediquen prácticamente todo su tiempo libre a estudiar para sacar las mejores notas, por
supuesto, pero dado que van a tener que convivir juntos hemos pensado que era necesario
introducir algunos cambios en la rutina del castillo que les ayudasen a forjar un vínculo entre
ustedes y refuercen su unión como grupo.

Harry volvió la cabeza hacia la directora, alarmado por los cambios que podrían habérsele
ocurrido.

—Ya han visto sus nuevos cuartos. Debo decir que —hizo una brevísima pausa buscando la
palabra adecuada— me satisface positivamente el reparto de dormitorios que han hecho.

«Sólo una loca consideraría satisfactorio que Malfoy y yo compartiésemos dormitorio», pensó
Harry con ironía.

Recordando de nuevo al antiguo director del colegio y su capacidad para conocer las cosas que
ocurrían en el castillo, Harry se preguntó, conteniendo un bufido, cómo podía haber averiguado
McGonagall qué dormitorios habían elegido apenas un rato antes.

—Como habrán imaginado, ya no pertenecen a sus antiguas casas. Cuando reciban sus uniformes
esta noche no tendrán bordado ningún escudo en particular. No pertenecen ustedes a ninguna casa
y por tanto, no ganarán ni perderán puntos para ellas. Creemos que, como adultos que son, no
precisan de un método de control y premio como ese.

Harry asintió con alivio, considerando que tenía sentido, al ver que los cambios a los que se refería
la profesora eran simplemente organizativos. Después de lo que habían vivido, parecía absurdo
perder puntos por hacer mal una poción o ganarlos por entregar un buen trabajo. No entendía, eso
sí, qué tenía que ver eso con su cohesión como grupo.

—No pertenecer a ninguna casa —siguió hablando la directora—, significa también que no podrán
participar de las competiciones organizadas para los estudiantes, incluido el quidditch.

Harry ya se lo había imaginado. No era justo para el resto de estudiantes que un adulto ocupase
posiciones en el equipo desplazándoles a ellos. Miró a Malfoy, el único en la sala que, como
Harry, había tenido un puesto en uno de los equipos, pero este seguía mirando a McGonagall con
cara de enfado.

—A pesar de todo, no es deseo de ningún profesor de Hogwarts que se enclaustren ustedes en sus
dormitorios sin hacer nada más que estudiar, pues sería poco saludable. Además, necesitan
aprender a convivir entre ustedes, ya que pasarán los próximos diez meses entre las mismas cuatro
paredes. Les hemos habilitado un salón contiguo a sus dormitorios que podrán utilizar como sala
común y se ha añadido una mesa más en el Gran Comedor, donde podrán compartir las comidas.

—Quiere decir que seremos casi una casa extra de Hogwarts, sólo que sin los deberes y derechos
de competición que conlleva pertenecer a una de ellas —intervino Macmillan con voz cautelosa.

—Supongo que podría resumirse así, sí —confirmó McGonagall, complacida de haberse explicado
correctamente—. Compartirán algunas clases con alumnos de séptimo y otras las recibirán
únicamente ustedes nueve. Por ejemplo, yo misma les impartiré Transformaciones mientras que el
resto del colegio estará a cargo del nuevo profesor contratado para la asignatura. Queremos que
salgan de Hogwarts plenamente preparados a pesar de las circunstancias.

Habló un rato más con ellos, explicándoles cómo se iban a organizar. Les eximió de las áreas de
autoridad de prefectos, delegados y Premios Anuales, pidiéndoles un comportamiento responsable
acorde a la confianza que se les estaba otorgando. También les aclaró que no tenían horarios de
toque de queda y podrían salir del castillo o visitar Hogsmeade a voluntad sin responder de
horarios más allá de algunas de las comidas y clases.

—Dicho todo esto y apelando nuevamente a su madurez como adultos, sólo me queda darles de
nuevo la bienvenida al colegio —finalizó la directora con un suspiro—. Han hecho que me sienta
orgullosa de ustedes, manténganlo, por favor. Hemos terminado.

Entre asentimientos y murmullos, los nueve se levantaron y, apelotonándose, se dirigieron hacia la


puerta para salir del despacho.

—Señor Potter, quédese un momento, por favor —le pidió McGonagall con voz seria.

Poniendo los ojos en blanco, Harry hizo un gesto a Hermione para que no le esperasen y se dio
media vuelta. Malfoy pasó a su lado ignorándole y, rebasando a Hermione, salió antes que ella.
Harry apretó los dientes, pensando que con esa actitud el curso iba a ser largo y difícil desde el
principio. McGonagall esperó a que todo el mundo saliera antes de volver a hablar.

—Siéntate Harry, por favor. —Harry lo hizo, expectante—. Harry… el señor Malfoy ha tenido a
bien de comentarme que, por azares de la casualidad, ha llegado el último al reparto de
dormitorios.

—Yo ni siquiera sabía que él era la persona que faltaba por llegar, directora —empezó a
defenderse Harry, sin saber muy bien cuál era el problema que había hecho que McGonagall lo
retuviese allí—. Se ha ido cuando me ha visto dentro, pero le juro que yo no he dicho nada que…

—No adelantes acontecimientos, Harry. —Le tendió una lata de galletas de jengibre—. Coge una,
anda.

—Siempre me ofrece galletas cuando va a pedirme algo difícil, Minerva —gruñó Harry apelando
al nombre de pila de la directora, que había empezado a usar cuando hablaban a solas durante las
visitas a Hogwarts durante el verano y las cartas que habían intercambiado.

—Puede ser —admitió McGonagall con genuina sorpresa—. Verás… el señor Malfoy ha venido a
pedirme si sería posible un cambio de dormitorio, pero me temo que no lo es. Él… está en una
situación similar a la tuya, Harry. Venir a Hogwarts no era su primera opción pero quedarse en
casa tampoco lo era. Estar aquí acabó siendo su única opción.

—No entiendo dónde quiere llegar.

—Debido a la posición económica de su familia, podría pensarse que no tiene necesidad de obtener
sus EXTASIS, como amablemente me ha recordado hoy —continuó McGonagall, ignorándole—.
Así como tú tampoco tú los necesitas dada tu posición social y económica. Estoy segura de que
podrías haber accedido a la academia de aurores sin problema.

—Eso es algo que ya hemos discutido, yo…

—Sin embargo —enfatizó McGonagall, interrumpiéndole sin tregua—, en mi humilde opinión


creo que tanto tú cómo el señor Malfoy necesitan probarse a sí mismos, como buenos Slytherin.
—¿Cómo sabe usted eso? —preguntó Harry entrecerrando los ojos con sospecha. No recordaba
haber hablado con ella sobre su selección.

—Ser directora de Hogwarts implica tener acceso a mucho conocimiento —contestó McGonagall
con una sonrisa, señalando los retratos situados tras ella—. Además, creo que ambos pueden
hacerse mucho bien mutuamente. Sé que han tenido muchos conflictos en el pasado, pero es hora
de dejarlos atrás, Harry. Son una generación marcada por la guerra, pero no tienen por qué pelear
en ella el resto de su vida.

—Yo no… —dejó la frase en el aire, sin saber bien qué decir.

—Él perdió la guerra y nosotros la ganamos. No ha sido fácil para nosotros, pero al menos
vencimos. Él perdió todo aquello en lo que creía y había sido educado, su posición y reputación
social, su vida… —Harry se quedó mirándola fijamente. No había pensado en Malfoy en esos
términos—. Me temo que está dolido y enfadado con todo el mundo, pero sobre todo consigo
mismo.

—Sigo sin entender por qué me cuenta esto, Minerva.

—Porque es en la victoria cuando uno ha de ser generoso con el enemigo caído.

—Malfoy no es mi enemigo —repuso Harry, frunciendo el ceño con disgusto. Hacía meses que no
pensaba que Malfoy fuese un enemigo a batir, por insoportable que le pareciese—. No nos
llevamos bien, de acuerdo, pero no es mi enemigo. Si lo fuese, no habría declarado a su favor. Su
madre fue determinante para la victoria, recuerde.

—Me alegra oír eso, Harry —sonrió McGonagall, tendiéndole de nuevo la lata de galletas. Harry
se la aceptó esta vez, más tranquilo—. Confío entonces en que seréis capaces de tener una
convivencia agradable y productiva para ambos.

Despidiéndose, Harry salió del despacho y caminó de vuelta a las dependencias que les habían
asignado. Dio vueltas a la conversación con la directora. Mejor dicho, a la no conversación, porque
estaba convencido que la mayor parte de lo hablado no se había dicho en voz alta.

«Minerva está muy equivocada si piensa que voy a armar un escándalo por tener que compartir
habitación con Malfoy», pensó Harry, ligeramente indignado. «Admito que no es lo que había
deseado y que me parece un fastidio, pero de ahí a humillarle por ser un enemigo caído va un
trecho. Parece mentira que me conozca. Además, hemos venido a estudiar, no a jugar a las
casitas».

Cuando llegó a la habitación Malfoy estaba sacando cosas de su bandolera. Esta estaba encantada,
porque la caja que había sacado tenía forma de escoba y no era de suponer que hubiese cabido en
una bandolera normal. Con gestos bruscos, Malfoy abrió el armario, metió la caja dentro y cerró
dando un portazo.

—Malfoy —carraspeó Harry, intentando llamar su atención.

Este no hizo ningún signo de haberle oído y siguió a lo suyo, golpeando los cajones con más fuerza
de la necesaria tras meter dentro de ellos algo de ropa. Después, sacando una manta y un cojín del
altillo del armario, los arrojó encima de su cama y salió, pasando por su lado sin dirigirle siquiera
la mirada.

—Ya podía McGonagall haberle dado la charla a él, joder —se enfadó Harry—. Valiente
gilipollas.
Salió del cuarto él también y asomó la cabeza en el dormitorio de Hermione para ir juntos a
almorzar, pero estaba vacío. Bajó hasta el Gran Comedor y buscó con la mirada a sus compañeros.
Malfoy estaba sentándose en una mesa redonda situada en el extremo contrario al estrado de
profesores. Todos los demás ya estaban comiendo y sólo quedaba una silla libre, de nuevo junto a
Malfoy.

—Tengo que dejar de llegar tarde a los sitios —suspiró Harry en voz baja con resignación antes de
acercarse a la mesa.

Se sentó, pensando que no recordaba haber visto el comedor tan vacío desde las navidades de
tercero, cuando apenas había habido doce o trece personas sentadas entre profesorado y alumnado.
Macmillan lo saludó con entusiasmo mientras se servía de una fuente. Todos en la mesa charlaban
animadamente, incluido Corner, sentado entre MacDougal y Finch-Fletchey. Hermione, entre
MacDougal y Harry, estaba enfrascada con la chica en un debate sobre las propiedades de la hoja
de mandrágora en el proceso de transformación en animago.

Malfoy era el único que permanecía en completo y total silencio. Mirándole por el rabillo del ojo,
Harry lo observó comer concentrado en su plato sin levantar la vista ni interactuar con sus
compañeros. Sus gestos eran comedidos y pulcros, sosteniendo el tenedor y el cuchillo con
delicadeza, pero no parecía deseoso de tomar parte en la conversación. Con hastío, Harry
comprendió que si querían tener una convivencia agradable y productiva, como había insinuado
McGonagall, iba a ser sobre todo él quien pusiese de su parte.

Intentó buscar un comentario que fuese lo suficientemente intrascendente para no suponer un


conflicto y, al mismo tiempo, que no sonase estúpido, pero no se le ocurrió ninguno. Observó de
nuevo a Malfoy, que había terminado de comer. Dejó los cubiertos primorosamente alineados junto
a su plato y, agachando la cabeza, cruzó las manos sobre su regazo, como si estuviera esperando
algo.

—Menos mal que han puesto una comida ligera, ¿verdad? Así no tendremos que preocuparnos por
no poder con el banquete de bienvenida —le dijo Harry, en un intento de romper el hielo.

Su comentario generó una serie de emociones en Malfoy que se sucedieron rápidamente. Primero,
desconcierto. Después, escepticismo. Luego, sus ojos llamearon con algo parecido al enfado y por
último, indiferencia. Harry estaba sorprendido, porque nunca había visto tal profusión de
sentimientos en él, habituado sólo a sus burlas y enfados. Claro que, hasta ese momento, nunca lo
había observado tan de cerca sin estar envueltos en una pelea.

Malfoy se limitó a dejar resbalar su mirada sobre él, fijándola de nuevo en su plato, sin contestar a
la pregunta, empeñado en guardar silencio. Con un suspiro que más pareció un resoplido, Harry
apartó su atención sobre él y se integró en la conversación de Macmillan, que les estaba explicando
que Abbott había decidido invertir la herencia de su tía en El Caldero Chorreante y hacerse cargo
de él para permitir que el viejo Tom se jubilase.

Cuando todos hubieron terminado de comer se encaminaron hacia el ala este. Dispersos como iban
a lo largo de los pasillos no formaban un grupo compacto, pero resultaba patente que iban los
nueve juntos. Hermione se acercó y, sujetándose de su brazo, caminó junto a Harry.

—No hemos podido hablar desde que hemos llegado. ¿Qué quería McGonagall?

—Quería… —Miró hacia atrás, Corner y MacDougal los seguían charlando a una distancia
prudencial y Malfoy iba todavía más atrás, en solitario. Mirando de nuevo al frente, se aseguró de
que los demás les sacaran una ventaja considerable—. Quería hablar sobre Malfoy.
—¿Sobre Malfoy? —preguntó Hermione extrañada.

—Sí, creo que quería asegurarse de que no nos matábamos en el dormitorio.

—¿Te lo dijo así?

—Me dijo algo así como que Malfoy no quería venir a Hogwarts, como yo, pero que al final lo
había hecho y que hemos ganado la guerra y tenemos que ser generosos con él. Y que ambos
necesitamos probarnos a nosotros mismos o algo así.

—Tiene sentido —razonó ella pensativa—. No debe ser fácil para él.

—Para mí tampoco —gruñó Harry.

—Lo sé —le tranquilizó la chica con voz consoladora—. ¿Tú cómo te sientes?

—No lo sé —admitió él—. Cuando apareció en la puerta y me di cuenta que era el único que
faltaba me fastidió un poco, pero creo que me da igual. La guerra ha terminado, sólo tengo ganas
de dejarlo todo atrás.

—Eso va a ser complicado. —Hermione hizo una mueca—. Lo de dejar atrás la guerra. Todos
estamos marcados por ella, me temo.

El término usado por Hermione le hizo pensar en la marca que Voldemort ponía a sus mortífagos
más leales y que Draco portaba. Una marca doble, ya que Hermione tenía razón y todos ellos
estaban unidos por esa experiencia común que había sido combatir en la guerra, pelear juntos en la
batalla que se había desarrollado en Hogwarts, sufrir las consecuencias y pérdidas de un loco
megalómano con ansias de poder.

—Tenemos que intentar crear un grupo unido. —Hermione parecía muy concentrada en lo que
estuviese pensando—. Fue lo que dijo McGonagall. Se espera de nosotros que convivamos juntos,
que comamos juntos, que estudiemos juntos. Nos han sacado de nuestras respectivas casas por
algo.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué habría sido de Malfoy si hubiese ido con sus compañeros de séptimo de Slytherin?
Muchos de ellos no pelearon en la batalla o lo hicieron de nuestro lado. No había tantos hijos de
mortífagos como en nuestro curso. Y algunos incluso sufrieron a manos de los Carrow como el
que más. Es muy fácil mirar con desdén al compañero caído, por mucho que hace años esos
mismos lo idolatrasen.

—Habría estado en el centro de muchísima antipatía —comprendió Harry, entendiendo por dónde
iba Hermione.

—Es fácil que Dean, Neville, tú y yo formemos un grupo. Ya lo éramos antes, en cierto modo.
Ernie y Justin son amigos desde primero y no nos llevamos mal con ellos. Tanto ellos como
Michael y Morag participaron en el Ejército de Dumbledore, así que ese trabajo está hecho.
Michael es algo más tímido y reservado, pero en un par de días estará integrado y Morag es muy
extrovertida, aguda y divertida.

Ambos miraron hacia atrás y observaron a Corner poniendo cara de circunstancias ante lo que
fuese que MacDougal le estaba contando con grandes aspavientos. Harry sonrió: Hermione había
calado a todos sus compañeros en cuestión de horas a pesar de que a algunos los conocían poco y
no habían tratado con ellos desde quinto.
—Malfoy es harina de otro costal. No hay ningún otro Slytherin aquí de su año, Harry. Y si lo
estuviesen, habría que ver si estaría dispuesto a rebajarse a estar con un antiguo mortífago. No un
hijo de mortífago, ojo. No me gustaría estar en su lugar —dijo Hermione con voz apenada.

Caminaron en silencio un rato. Harry rumiaba lo que había dicho Hermione. A él tampoco le
gustaría estar en el lugar de Malfoy. Sabía de primera mano lo que era estar solo en un lugar que
era claramente hostil y donde no tenía ninguna capacidad de defensa sin consecuencias. Se
preguntó qué le habría hecho acudir a Hogwarts, no era tan idiota como para no imaginarse lo que
iba a ocurrir. Las palabras de McGonagall diciéndole que no a Malfoy no le había quedado más
remedio volvieron a la mente que Harry, que suspiró y asintió con un susurro resignado.

—Cuenta conmigo para integrar a Malfoy en el grupo, 'Mione.

—Sabía que dirías eso —sonrió Hermione, satisfecha.

—McGonagall y tú sois unas manipuladoras de primera, ¿sabes? —Hermione soltó una carcajada y
se aferró más a su brazo, contenta.

Llegaron al pasillo donde se situaban sus dormitorios, pero Ernie y Justin, que eran los que
encabezaban la comitiva se pararon unos metros antes delante de una de las puertas, que abrieron
para echar un vistazo dentro.

—Vaya, McGonagall ha pensado en todo —exclamó Neville cuando él también llegó a su altura y
se asomó.

Entraron dentro de la sala común que McGonagall había preparado para ellos. Macmillan y Finch-
Fletchey estaban tirándose en uno de los sofás que había alrededor de una chimenea apagada. Al
otro lado de la sala, varias mesas y sillas de diversos tamaños ocupaban un espacio, pero su aspecto
era más lúdico que académico. Una estantería con juegos de mesa, naipes, algunos libros de ficción
y tableros de ajedrez. Cortinas de un color crema pálido bordeaban los ventanales que asomaban al
Lago Negro, dando calidez a la estancia.

Harry se dejó caer en uno de los sofás de dos plazas junto a Hermione mientras el resto examinaba
la sala, ocupaba el resto de asientos y contemplaba las vistas del paisaje. Se fijó en que Malfoy se
había quedado parado en la puerta, con cara de duda. Una risotada del grupo a un comentario de
Dean le distrajo y cuando volvió a fijarse Malfoy ya no estaba allí. Harry suspiró, pensativo.
Fiesta de bienvenida
Chapter Summary

Es su última primera noche en Hogwarts y Harry y sus ocho compañeros han decidido
organizar una fiesta en su sala común para celebrarlo tras el banquete de bienvenida.
Harry intenta ayudar a que el grupo se cohesione.

Chapter Notes

¡Hola!

Aquí vamos con el segundo capítulo de esta cursilada tan larga. No sé si os interesa
saberlo, pero yo lo digo por si acaso: la corrección avanza a muy buen ritmo.

¡Muchas gracias por leer y un abrazo!

See the end of the chapter for more notes

Aquella noche, los nueve que habían regresado disfrutaron del banquete de bienvenida como
alumnos por última vez en sus vidas. Harry sentía sus emociones divididas entre la satisfacción y la
nostalgia. Un capítulo de su vida se estaba cerrando mientras McGonagall, mucho más aséptica y
práctica que Dumbledore aunque igual de carismática, les recordaba las normas del colegio y les
conminaba a permanecer unidos y no enfrentarse como casas más allá del ámbito académico. La
familiaridad de la ceremonia de selección contrastó con sus recuerdos al ser Flitwick esta vez quien
desplegaba el largo pergamino y, ayudado de un escalón, ponía el Sombrero Seleccionador sobre
las cabezas de los nuevos alumnos de primero.

Harry aplaudió con el resto de sus compañeros a cada alumno, observando con curiosidad sus
reacciones de ilusión, interés y emoción al caminar hacia sus respectivas mesas. Eso le hizo darse
cuenta de que desde las mesas de las cuatro casas les observaban sin disimulo alguno.

—Es irónico —susurró Hermione, a su lado. Se habían sentado en el mismo orden que durante el
almuerzo de manera tácita, por lo que Harry volvía a estar entre su amiga y Malfoy—. McGonagall
ha pedido unidad, pero a la vez… ¿no tenéis la sensación de estar separados de los demás? No sólo
separados: diferenciados. No pertenecemos a ellos.

—Será parte de su plan para que nos unamos entre nosotros —masculló Harry, dándole la razón a
su amiga.

—Creo que tienes razón, Harry —aprobó Hermione. Harry se volvió hacia Malfoy, que estaba
observándole con un gesto intrigado y escuchándole con atención. Apartó la mirada de él cuando
Malfoy se giró para seguir mirando la Selección, preguntándose qué había sido aquello.

Cuando por fin apareció la cena sobre las fuentes y los platos, el grupo se animó rápidamente al
conversar sobre los detalles de la fiesta que habían comenzado a organizar durante el almuerzo.
Dean había propuesto tener su propia ceremonia de bienvenida y prácticamente todos habían
asentido aprobadoramente. Harry, Neville y el propio Dean habían bajado a Hogsmeade a comprar
cervezas de mantequilla y dulces y Hermione y Morag habían pedido los permisos
correspondientes a McGonagall y Flitwick, que habían dado su aprobación. Justin había anunciado
que se encargaría de dinamizar la velada para que todo el mundo se divirtiese.

—Cuando era pequeño, fui a varios campamentos de verano. También lo hice durante los primeros
veranos de Hogwarts. La primera noche nos reuníamos junto a una hoguera y jugábamos algunos
juegos para ayudarnos a romper el hielo y que hiciésemos amistad lo más rápido posible —les
había explicado con entusiasmo—. Me acuerdo de casi todos. Hay un par de ellos que os
divertirán, estoy seguro.

El resto, menos Malfoy y Michael, que seguían taciturnos, aprobaron la idea. Al terminar de cenar
se dirigieron todos juntos al ala este de manera similar a cómo habían hecho al mediodía. Harry
volvió a fijarse en que Malfoy los seguía en último lugar desde una prudencial distancia, como si
no le quedase más remedio que estar allí.

«O como si creyera que este no es su lugar», comprendió Harry, recordando todas las veces que él
había ocupado esa posición en cualquier comitiva en la que hubiese estado envuelto Dudley o
alguno de sus tíos.

—¡Cinco minutos para cepillarnos los dientes y ponernos ropa cómoda y nos vemos todos en la
sala común! —anunció Justin, que iba en cabeza junto a Ernie, dándose media vuelta, haciendo
altavoz con las manos y sin dejar de caminar.

Harry entró en el dormitorio, pero no cerró la puerta suponiendo que Malfoy no tardaría en llegar.
No miró hacia él cuando oyó el sonido de la puerta. Sus respectivos baúles ya están a los pies de
sus camas, colocados seguramente por los elfos. Abrió su mochila en busca del cepillo de dientes y
entró en el baño, pasando por delante de Malfoy. Este también tenía el cepillo de dientes en la
mano, pero no entró al baño tras él. Harry se encogió de hombros, suponiendo que habría
cambiado de idea.

Malfoy ya se había quitado la túnica del uniforme cuando Harry volvió a salir del cuarto de baño y
estaba de rodillas frente a su baúl. Harry observó con curiosidad cómo hundía las manos hasta los
hombros en el baúl, preguntándose si sería el mismo hechizo que Hermione tenía en su bolsito de
cuentas. Malfoy, concentrado en su tarea, sacó una torre de jerséis que colocó cuidadosamente en
la balda de uno de los armarios.

—Me encanta ese hechizo. Debería haberlo hecho yo también en mi baúl —dijo Harry
casualmente mientras se quitaba la túnica él también, procurando que su tono fuera cortés y neutro

Malfoy se volvió hacia él, observando con desdén cómo tiraba la túnica descuidadamente sobre su
cama y, empuñando el cepillo de dientes, entró en el cuarto de baño sin contestar, cerrando la
puerta tras de sí. Harry suspiró, sin saber si agradecer que Malfoy facilitase las cosas al intentar no
coincidir con él en el mismo espacio y dar la callada por respuesta o romperle la nariz de un
puñetazo por ser insufrible.

Rebuscando en el baúl, sacó una camiseta vieja y raída que le quedaba enorme, uno de los últimos
vestigios del guardarropa que había tenido mientras vivía con sus tíos. Se puso también un
pantalón deportivo y unos calcetines limpios, recordando que Justin les había insistido que fuesen
con ropa cómoda y preguntándose qué habría planeado. Dudó sobre ponerse las deportivas o no.
Le gustaba sentir el suelo helado bajo sus pies y en la sala común de Gryffindor la temperatura
solía ser agradable todo el año como para caminar descalzo por la sala común, pero no quería pasar
frío tampoco.
Malfoy salió del baño, ya sin el cepillo de dientes y volvió a aplicarse a la tarea de vaciar el baúl
sin dirigirle una sola mirada. Harry cogió las deportivas en la mano, decidiendo ir descalzo pero
tenerlas cerca por si acaso. Malfoy no había terminado de quitarse el resto del uniforme y tampoco
parecía tener prisa por ir a la sala común a pesar de que ya habían transcurrido más de los cinco
minutos de margen que les había concedido Justin.

Recordando que le había prometido tanto a Hermione como a McGonagall que ayudaría a Malfoy
a integrarse en el grupo, Harry se mordió el labio con la conciencia martilleándole por no
recordarle que les esperaban en la sala común, pero sin deseo de recibir más desprecios silenciosos.
Al fin y al cabo, Malfoy era un adulto de pleno derecho y podía decidir no festejar con el resto del
grupo si no lo deseaba.

—Esto… Malfoy… —Este levantó la cabeza y le miró con una ceja enarcada, sorprendido de que
volviese a hablarle—. Creo que la idea es que ordenemos las cosas de nuestros baúles mañana y
ahora celebremos nuestro primer día del último año de Hogwarts —dijo Harry intentando no
equivocarse con el galimatías con el que Ernie había bautizado la fiesta de bienvenida.

—Lo haré cuando me dé la gana, Potter —espetó Malfoy con un rictus de desagrado en los labios
y haciendo especial énfasis en su nombre.

—Vale, mala idea. No he abordado bien el asunto —admitió Harry con un tono que esperaba que
fuese conciliador—. Lo siento, no pretendía decirte qué debes hacer. —La ceja de Malfoy subió
otro centímetro más, escéptico ante su disculpa—. Me refería… bueno, hemos quedado en la sala
común. Todos —enfatizó, recordando que Malfoy no había dicho nada cuando habían hablado de
ello y dándose cuenta de que quizá Malfoy había daba por hecho que no estaba invitado.

—Genial, pasadlo bien.

Malfoy volvió a arrodillarse junto al baúl, sacando varias camisas primorosamente colgadas en
perchas y levantándose con ellas con agilidad. Las llevó hasta el armario, organizándolas en
riguroso orden cromático. Harry se lamió los labios, pensando cómo seguir abordando el tema,
pero distraído por lo que estaba haciendo Malfoy.

«Joder… ese orden es obsesivo hasta para Hermione», pensó Harry, mordiéndose la lengua a
tiempo, al verle comparar dos camisas verdes para decidir en qué orden colocarlas.

—Verás… —Harry tragó saliva antes de seguir. Malfoy tenía la habilidad innata de irritarle y
sacarle de sus casillas, pero estaba decidido a controlarse y mantener la calma—, la idea es que
estuviéramos los nueve. Para compartir juntos un rato ahora que estamos al inicio de curso y
todavía no tenemos que estudiar como locos, romper el hielo, conocernos mejor ya que hemos
estado en casas diferentes todos estos años… esas cosas.

—No me interesa, Potter. Sólo he venido a obtener mis EXTASIS, no a participar en hogueras de
campamentos muggles con personas que me desprecian —respondió Malfoy en tono monocorde,
sin mirarle, ordenando todavía las camisas. Harry se preguntó si aquella obsesión sería algún tipo
de autodefensa o si era así todo el tiempo.

—Eso no es… —Harry se calló, mordiéndose la lengua.

A punto de tirar la toalla y mandarlo a la mierda, contuvo sus ganas de llamarle idiota. Sabía por
experiencia más que demostrada que si lo hacía, Malfoy sacaría la varita y ambos se lanzarían los
hechizos más desagradables que se le ocurriesen. Una imagen de Draco tendido en un charco de
sangre y agua, con los cortes del sectumsempra, cruzó momentáneamente la mente de Harry,
ayudándole a tragarse el insulto. No podían seguir escalando aquello. McGonagall tenía razón,
tenían que conseguir convivir y formar un grupo si querían sobrevivir no sólo a su último año en
Hogwarts sino también a las consecuencias de la guerra.

—Una convivencia productiva y pacífica. Mis cojones, Minerva —masculló Harry entre dientes,
desesperado, en voz muy baja.

Malfoy le miró durante un segundo con gesto de intriga antes de volver a concentrarse en su ropa.
Harry tuvo la sensación de que iba a decir algo, pero se había arrepentido en el último segundo. Lo
observó durante algunos segundos, pensando en qué decir a continuación. Hermione siempre le
reprendía por no hacerlo y Harry ya entendía por qué. Frenar su lengua de momento los había
salvado de una pelea. O eso esperaba.

Algo en el rostro de Malfoy, empeñado en mantener la mirada fija en la ropa que doblaba y
colocaba, el tono neutral y monocorde que se estaba esforzando en mantener y el ligero temblor de
sus manos al doblar la ropa disiparon el incipiente enfado de Harry, que volvió a suspirar,
resignado. Su instinto le estaba gritando que la actitud de Malfoy escondía algo más. Le recordaba
a él mismo de pequeño cuando rechazaba las invitaciones de cumpleaños de sus compañeros de
colegio porque no podía corresponderles. Aunque dijese que no, Harry había deseado ir a todas
aquellas fiestas con toda su alma.

«Bien, Malfoy. Eres un cabezota, pero yo también lo soy. Vamos a ver quién tiene más paciencia
jugando a tu juego», pensó Harry, entrecerrando los ojos y dándose cuenta de que le divertía tener
un reto al que enfrentarse. «Además, lo siento por ti, pero se lo he prometido a Hermione y
McGonagall. No te vas a librar tan fácilmente, al menos tengo que intentarlo de verdad».

Con un movimiento de varita, Harry realizó un accio no verbal, abriendo la puerta del dormitorio
justo a tiempo de impedir que el botellín de cerveza de mantequilla se estrellara contra la madera.
Atrapándolo con habilidad, la enfrió con otro toque de varita hasta que la cubrió una capa de
condensación. Reprimió una sonrisa de suficiencia cuando vio, de reojo, cómo Malfoy le miraba
disimuladamente con interés reflejado en el rostro. Quitó el tapón y dejó la botella en el suelo
junto a Malfoy, que volvía a estar arrodillado ante el baúl.

—Yo no te desprecio —dijo Harry al cabo de unos segundos con sinceridad, intentando no
resoplar ante la mirada desconcertada que puso Malfoy al oírlo—. Si no quieres venir a pasar un
buen rato con nosotros, al menos celébralo por tu cuenta. Y, si cuando acabes de colocar tu baúl
decides a unirte a la fiesta, serás más que bienvenido. Por parte de todos —insistió una vez más.

Malfoy entreabrió la boca como si quisiera decir algo y Harry le retó con la mirada, rezando
porque tuviese el buen juicio de quedarse callado y no soltar una gilipollez de las suyas. Malfoy
alternó la mirada entre la cara de Harry y el botellín que estaba al lado de su rodilla, cerrando la
boca de nuevo y apretando los labios. Sin saber muy bien por qué, Harry se agachó para darle un
intento de palmada amistosa en el hombro y, dirigiéndole una sonrisa de cortesía y un
asentimiento, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Se apoyó contra la puerta sin hacer ningún ruido, exhalando despacio un aire que no sabía que
había contenido hasta ese momento. Cerró los ojos con fuerza hasta que vio manchas de colores en
sus párpados y se los frotó con los dedos, liberando la tensión acumulada por el esfuerzo.

—¿Todo bien, Harry? —preguntó Hermione, acercándose a él.

—Sí —contestó con cansancio, todavía preguntándose qué había pasado exactamente dentro del
dormitorio y sin terminar de creerse que hubiera podido mantener la calma durante una
conversación con Malfoy—. Sólo acabo de tener una charla civilizada con Malfoy sin que ninguno
de los dos nos matemos porque me he tragado un par de sarcasmos de su parte y él ha tenido la
cortesía de no insistir con ellos.

—¿No viene a la fiesta?

—Decía que no… —Harry se preguntó cuál sería la respuesta correcta. Repetir lo que Malfoy le
había dicho probablemente no ayudaría a mejorar las relaciones de este con el resto de los
compañeros—. No lo sé.

—Espero que se una, le vendría bien —dijo Hermione, moviendo la cabeza con tristeza.

—¿Vamos? —preguntó Harry intentando cambiar de tema y nervioso al darse cuenta de que
estaban junto a la puerta y de que Malfoy podría estar escuchándolos hablar de él.

Entraron juntos en la sala común. Justin, descalzo como él, estaba ayudando a Neville a colgar una
pancarta enorme que rezaba «PROMOCIÓN ‘91». Ernie ondeaba la varita junto a una pequeña
radio mágica de la cual salían unos gorgoritos que a Harry le recordaron sospechosamente a
Celestina Warbeck, intentando sintonizarla. Dean y Michael estaban despejando un estante y
colocando en él las cervezas de mantequilla, enfriándolas con un hechizo. Morag transformaba
unos trozos de pergamino usado en mantas que hacía levitar hacia el centro de la habitación, que
habían despejado de sillones y mesas, alfombrándolo.

—¿Puedes transformar algunos cojines, Harry? También nos vendrían bien algunos platos —le
pidió Justin al verlo entrar.

—Claro.

Buscando con la mirada algo que pudiera servirle, Harry seleccionó algunas astillas que encontró
en un rincón de la sala y las transformó en platos. Dean tiró a Hermione un par de bolsas de
golosinas para que las vaciase en los platos y la chica los hizo levitar hacia las mantas.
Concentrándose en recordar los hechizos de transformación necesarios. Unas astillas era algo
sencillo, pero las sillas podrían dar lugar a cojines rígidos.

—Solatium mutatio —murmuró para imprimirle más potencia al hechizo, observando satisfecho
cómo la silla se encogía hasta adoptar la forma de un mullido puf.

—Ey, Harry, esto está genial —dijo Dean a su lado con aprobación, cogiéndolo y tirándolo sobre
las mantas—. Parece muy cómodo. ¿Puedes hacer ocho más?

—Gracias. —Harry sonrió modestamente, realizando el hechizo de manera no verbal sobre las
siguientes sillas sabiendo que podía hacerlo con éxito—. Me resulta divertido, la verdad.

—Sabía que eras bueno en Defensa contra las Artes Oscuras de cuando nos enseñaste en quinto,
pero no te había visto destacar con las transformaciones —dijo Morag, ayudando a Dean a repartir
los cojines—. Tienes que enseñarme este hechizo en particular, no lo conozco.

—Tú has transformado las mantas —señaló Harry, sintiéndose incómodo por las alabanzas.

—En la Torre de Ravenclaw hay demasiadas corrientes en los días ventosos, todos aprendemos a
hacerlo en nuestro primer año para no pasar frío —dijo Morag, quitándole importancia—. Pero mis
transformaciones no duran demasiado, unas horas o un día como mucho.

Ayudó a Morag y Dean a colocar los últimos cojines, pensando que el círculo que estaban
haciendo haría más patente la ausencia de Malfoy cuando su cojín quedase vacío. En el centro,
Hermione estaba encendiendo un fuego. Harry sonrió, divertido al ver que su amiga no había
perdido la práctica, cuando la hoguera llameó sin quemar las mantas sobre las que estaba con un
intenso color esmeralda.

—Buena idea, Hermione —le felicitó Harry, agradeciendo el calor que emanaba de la fogata—.
Cada vez te pones más creativa con los colores.

—Salió así —dijo Hermione, quitándole importancia. Observó a su alrededor—: Has transformado
nueve cojines.

—Uno para cada uno. Dean y Justin también contaban con él.

—Bueno, si finalmente se une, le agradará saberlo —aprobó Hermione.

Harry asintió, escéptico. Ernie consiguió que el hechizo que estaba utilizando con la radio
funcionase y una música moderna y rítmica retumbó en toda la sala. Segundos después consiguió
controlar el volumen para que sonase en modo ambiente y que no tuviesen que hablar en voz alta
para hacerse oír.

—Venga, va. Sentaos en círculo —propuso Justin, quitándose los calcetines y dejándolos a un lado
antes de pisar las mantas y sentándose en uno de los cojines—. Os voy a enseñar un juego, como
os prometí.

Cogiendo una botella de cerveza de mantequilla, Harry le imitó, dejándose caer en otro de los
cojines. El resto hizo lo mismo, descalzándose tácitamente antes de entrar en la zona de las
mantas. Dean se acomodó con un plato lleno de golosinas entre las pierna, picando con gula y
Ernie se acercó a Justin con dos botellines de cerveza de mantequilla abiertos, ofreciéndole uno
antes de comenzar a descalzarse, pero este le detuvo con una sonrisa ladina y los ojos
entrecerrados.

—Espera, Ernie —dijo Justin en tono travieso, aceptándole una de las botellas y riendo entre
dientes—. ¿Tú has jugado alguna vez al psicólogo? —Unas risas procedentes de Dean y Hermione
le indicaron a Harry que ellos sí habían entendido el chiste.

—¿Al qué? —preguntó Ernie, extrañado.

—Eso imaginaba. —La sonrisa de Justin se ensanchó juguetonamente—. Tienes que salir de la
sala unos minutos, lo siento. Voy a explicar un juego y tú no puedes oírlo porque vas a ser el
protagonista.

—¿Seguro? —Ernie le miró con sospecha pero, ante la insistencia de Justin, accedió y salió de la
estancia.

—Vale, creo que Dean y Hermione sí han jugado. —Los dos asintieron, todavía sonriendo. Justin
bajó la voz para evitar que Ernie pudiera escucharlos y Harry se inclinó hacia adelante para oírle
mejor—. Tiene sentido, porque os criasteis en el mundo muggle. ¿Tú no lo conoces, Harry?

—No llegué a ir a ninguna acampada cuando era niño —negó Harry, intrigado.

Por supuesto, Dudley sí que había ido con Piers y el resto de su horrible pandilla, pero jamás
ninguno de los Dursley se planteó siquiera el gasto que suponía enviarle a uno. Aun así, Harry
recordaba los campamentos veraniegos de Dudley con cariño porque durante diez días tanto él
como sus amigos estaban fuera del barrio y no le hacían la vida imposible.

—El juego se llama «el psicólogo» —comenzó a explicar Justin—. Es muy sencillo. Ernie es un
psicólogo…
—¿Qué es un psicólogo? —interrumpió Morag con curiosidad.

—Un sanador muggle que ayuda a la gente a través de terapia. Hablan con él y este les ayuda a
poner en orden sus ideas —intervino Hermione, incapaz de dejar una pregunta sin contestar,
adelantándose a Justin—. Cuando estás triste, deprimido o tienes un trauma acudes a ese tipo de
sanadores y te ayudan a superarlo.

—Pues Ernie es un psicólogo —continuó Justin cuando el resto asintió en un gesto de comprensión
—. Nosotros tenemos un problema y él tiene que averiguar cuál es haciéndonos preguntas. Todos
adoptaremos la personalidad de la persona que está a nuestra derecha. Esto es muy importante.
Cualquier pregunta que Ernie os haga, tenéis que contestarla como la contestaría esa persona.

—¿Y si no sabes la respuesta? —preguntó Michael con gesto de preocupación. Harry se preguntó
qué cosas sabía de él y se acobardó pensando que era más difícil de lo que parecía.

—Entonces el juego se pone interesante —respondió Justin con otra sonrisa maliciosa—. Tienes
que contestar lo que creas que puede ser. Si la respuesta no es correcta, quienes lo sepan gritan
«Manicomio», y todos tenemos que cambiarnos de sitio procurando no coincidir con la misma
persona a nuestra derecha.

—Pero bastará con que nos pregunte nuestros nombres para darse cuenta, ¿no?

—No podrá preguntarnos nuestros nombres, Neville. Ni tampoco cosas demasiado delatoras, no te
preocupes. ¿Lo habéis entendido? —Todos asintieron y Justin, dando una voz, pidió a Ernie que
entrase de nuevo. Cuando este entró en el interior del círculo, Justin le lanzó un cojín para que
pudiera sentarse en el centro—. Es muy fácil, Ernie. Todos estamos mal de la cabeza y hemos
venido a que nos ayudes porque eres un sanador muy bueno. Para ganar el juego tienes que
adivinar qué nos pasa haciéndonos preguntas.

—¿A todos?

—A quién tú quieras. Puedes preguntar varias cosas a una sola persona o la misma pregunta a
varias, o cambiar… Lo que quieras. Eso sí, no te está permitido preguntarnos nuestro nombre,
dónde vivimos o qué nos pasa.

—Eh… vale. Creo que lo he entendido —asintió Ernie, concentrándose.

A su izquierda, Hermione soltó una risita cuando Ernie empezó a mirar a su alrededor, rotando
sobre el cojín. Harry miró discretamente a su derecha. El cojín sobrante que habría sido de Malfoy
estaba entre él y Morag. Respiró aliviado cuando Ernie se detuvo de nuevo frente a Justin. Apenas
sabía nada de Morag y no quería quedar en ridículo.

—¿Tenéis todos la misma locura? —preguntó Ernie, intentando sonar profesional, lo cual arrancó
una carcajada al grupo, relajándolos.

—Sí, ya te lo he dicho. Tienes que intentar hacer preguntas más concretas —le aconsejó Justin
amablemente.

—De acuerdo… —dudó Ernie, girando hasta quedar frente a Morag—. ¿En qué casa fuiste
sorteada?

—En Ravenclaw, claro —contestó MacDougal risueña. Estaba sentada al lado de Michael, que
sonrió, nervioso, cuando Ernie le encaró.

—¿Y tú?
La puerta de la sala común se abrió con un suave chirrido, interrumpiendo el juego y llamando la
atención de todos. Malfoy estaba en la puerta, sosteniendo el botellín de cerveza que Harry le
había dejado y con aspecto inseguro.

—Hola —saludó en voz baja—. Yo… me preguntaba si todavía estaba a tiempo de unirme.

Todos se pusieron serios. Habían contado con Malfoy cuando habían hecho los planes, encantado
los cojines o comprado las cervezas, pero se habían adaptado fácilmente a su ausencia. En la sala
había personas que habían sufrido la tiranía de los Carrow el curso anterior y, por extensión, de los
Slytherin que habían actuado como su brazo armado. Además había varios hijos de muggles, como
Dean y Hermione, que habían sufrido directamente a Malfoy.

—Claro, Draco —Hermione era la única que seguía sonriendo afablemente. Le indicó el cojín que
estaba libre—. Puedes sentarte ahí.

Malfoy entró y Harry se percató de que, al contrario de lo que le había parecido ver en un
principio, sí se había cambiado el uniforme. Se había puesto una camisa distinta, más sencilla, y un
pantalón claro, amplio y cómodo, muy alejado de las usuales ropas oscuras con las que solía vestir.
Iba calzado con unas zapatillas de felpa suave que, imitando al resto, dejó en el borde de las
mantas, dejando al descubierto unos pies blancos, largos y delgados que llamaron la atención de
Harry.

Harry, observando cómo Malfoy se sentaba a su derecha y cruzaba las piernas a lo indio, pensó que
eran unos pies verdaderamente bonitos. Parpadeando e intentando alejarlo de su mente, se preguntó
de dónde había salido ese pensamiento, ya que nunca le había dado por pensar en los pies de nadie
como algo bonito o estético.

—¿Puedes explicarle tú cómo se juega, Harry? —Justin interrumpió sus pensamientos—. Ernie,
tápate los oídos.

—Claro —asintió Harry mientras Ernie obedecía y Hermione convocaba un muffliato para
asegurarse de que este no los oía. Dudó unos segundos antes de inclinarse hacia Malfoy, acercando
la boca a su oreja y bajando el volumen de voz al mínimo—. Tienes que fingir que eres la persona
que está a la derecha. Cuando Ernie te pregunte algo, has de contestar como si fueses esa persona.

Algunos de los pelos rubios de Malfoy se escapaban de detrás de la oreja, haciéndole cosquillas a
Harry en los labios. Se fijó en que su pelo, rubio y fino, había crecido notablemente desde el
verano cuando lo vio en el juicio de su familia. Un asentimiento de Malfoy le indicó que le había
oído y entendido.

—Si no sabes la respuesta, improvisa. Si alguien dice algo que no es correcto y tú lo sabes, gritas
«Manicomio» y todos tenemos que levantarnos y cambiarnos de sitio, procurando tener a otra
persona al lado.

—De acuerdo, creo que lo he entendido —afirmó Malfoy con una seguridad que no transmitían sus
manos, con las que se estaba frotando las rodillas.

—Seguimos entonces. —Hermione retiró el hechizo que aseguraba que Ernie no escuchase nada y
este giró con una sonrisa traviesa hasta ponerse frente a Malfoy.

—Malfoy…

—Draco —intervino Morag, al otro lado de Malfoy—. Habíamos quedado en la cena que, para
romper el hielo, dejábamos los apellidos a un lado.
Palideciendo con culpabilidad, Harry recordó que lo que había dicho Morag era cierto. De hecho,
ya lo había estado haciendo ya con el resto, intentando dirigirse a ellos por sus nombres. Sin
embargo, al hablar con Malfoy, «Con Draco», se recordó de nuevo a sí mismo, en la habitación,
había utilizado su apellido todo el tiempo. Se dio cuenta de cómo Malfoy le había hablado por
primera vez en la habitación justo tras haber utilizado su apellido, llamándole Potter con cierto
retintín. Apretó los labios, disgustado por no haberse dado cuenta del detalle.

—Draco —aceptó Ernie con una sonrisa conciliadora. Malfoy, «Draco», volvió a corregirse Harry
irritado, pareció ponerse un poco más nervioso. El semblante seguía impertérrito, pero Harry
observó cómo los dedos de los pies, que se contraían y estiraban con rapidez, lo delataban—.
¿Siempre vistes así de pijo cuando te dicen que te pongas cómodo?

Dean dejó escapar una carcajada y el resto sonrió ampliamente. Harry se dio cuenta de que era
cierto. El contraste entre las prendas de Draco: limpias, aparentemente nuevas y con un aire
sofisticado; y las que llevaban todos ellos, camisetas viejas y raídas y pantalones deportivos o de
pijama que ya no usaban. Draco sostuvo la mirada a Ernie, sin sonreír, y este se puso serio. Harry
observó con intensidad a Draco, temiendo que este se enfadase por la broma de Ernie y el
experimento de confraternización terminase antes de comenzar.

—Es cierto que tengo un estilo de moda que no pasa desapercibido. Es normal que te llame la
atención, nadie en Hogwarts combina los complementos como las chicas de nuestra casa —
contestó Draco finalmente, evadiendo la pregunta.

Ernie le miró desconcertado, pero el coro de carcajadas del resto del grupo relajó el ambiente.
Harry, riendo también sin poder evitar pensar en Luna al oír esa descripción, echó un vistazo a
Morag, que también reía con ganas sin ofenderse por el comentario.

—Buena respuesta, Draco —lo felicitó Justin desde el otro lado del círculo, secándose las lágrimas.

Ernie se había girado hacia su compañero de casa para hacerle una pregunta, pero Harry no se
enteró. Miraba intrigado a Draco, que seguía el juego con atención. Parecía algo más relajado y
una ligera sonrisa satisfecha se estiraba en sus labios. Le vio coger el botellín y darle un trago antes
de volver a dejarlo en el suelo.

—Harry. —Con un pequeño sobresalto, miró a Ernie, que estaba encarado hacia él, como las
miradas de todos los demás—. ¿Cuál es tu dulce favorito?

—Yo… eh… —Dirigió una mirada a Draco. Al verlo levantar una ceja, recordó que debía
disimular, así que miró también a Hermione—. ¿Las meigas fritas?

—Tú sabrás —bromeó Ernie, girándose para preguntar a Dean.

Harry miró a Draco de nuevo, con sorpresa por haber acertado, preguntándole silenciosamente.
Este asintió secamente y apartó la mirada, centrándose en Dean, que balbuceaba una respuesta a la
pregunta de Ernie.

—¡Manicomio! —gritó Neville, levantándose.

Durante unos segundos, la sala se volvió un caos mientras todos se levantaban y, ante la
desconcertada mirada de Ernie, se cambiaban de sitio entre risotadas. Cuando volvieron a sentarse,
Harry quedó entre Justin y Dean, justo enfrente de Draco, que estaba junto a Hermione y Neville.

—¿Por qué os levantáis? —preguntó Ernie a Justin totalmente desconcertado.

—Neville gritó «Manicomio», hay que hacerlo —contestó Justin riéndose de la cara de su amigo.
—Joder, Justin, no me ayudas nada.

—Nos tienes que ayudar tú a nosotros, doctor —replicó Justin arrastrando la última palabra con
sarcasmo—. Anda, sigue preguntando.

—Vale —contestó Ernie fastidiado—. ¿Quién es tu compañero de cuarto favorito?

—Hermione Granger, por supuesto —contestó Justin guiñándola un ojo aprovechando que estaba
enfrente de la chica.

—¿Qué? No, eso no es cierto. Yo soy tu compañero de cuarto preferido.

—Ya te dije que estamos fatal de la cabeza, Ernie. —Otra carcajada de todo el grupo rubricó la
última frase de Justin.

—Un momento… —Ernie entrecerró los ojos.

—¡Mierda, creo que el juego se ha acabado! —exclamó Michael con una risita.

—¿Cuál es tu estatus de sangre, Harry? —preguntó Ernie con tono triunfal.

—Sangre muggle —respondió Harry inmediatamente.

—¿Y tú, Dean? —continuó Ernie rápidamente, siguiendo el orden en que estaban sentados.

—Mestizo.

—¿Michael?

—Sangre muggle.

—¿Hermione?

—Mestiza.

—¿Draco?

—Sangre muggle.

—¿Neville?

—Sangre pura.

—¿Qué? ¡No! —exclamó Ernie indignado.

—¿Cómo que no, Ernie? Lo sabré yo mejor que tú —replicó jocosamente Neville, provocando otro
coro de risas de los demás.

—Quiero decir que todos están diciendo lo contrario de lo que son. Tú deberías haber dicho
mestizo.

—No es lo contrario, Ernie, lo siento —intervino Morag, consolándole—. Yo también soy sangre
pura.

—¿Y tú, Justin? —preguntó acusadoramente Ernie.

—Sangre pura —contestó el chico con petulancia, desatando otra carcajada colectiva ante la cara
roja de indignación de Ernie—. Lo siento, tu teoría no cuadra con Morag y Neville. Pero vas por
buen camino.

Ernie se quedó un rato pensativo, masticando lo que había averiguado. Se volvió hacia Michael de
nuevo.

—¿Eres un chico?

—Sí.

—Pero eres sangre muggle.

—Sí.

—¿Llevas el pelo corto?

—Sí —contestó Michael con una sonrisa alentadora.

—Draco, ¿tú eres un chico? —preguntó Ernie volviéndose hacia él.

—No.

—¿Eres Hermione?

—No puedes preguntar eso, Ernie —le llamó la atención Justin antes de que Draco contestase.

—Vale —concedió Ernie, contraatacando maliciosamente—. ¿Eres la más inteligente de la sala?

—No creo que sea modesto por mi parte quedar por encima de Morag —respondió Draco
bromeando. Todos rieron otra vez. Harry se preguntó con curiosidad si Malfoy había tenido
siempre ese sentido del humor, o era una novedad.

—¡Manicomio! —gritó Dean. Todos se levantaron rápidamente y volvieron a cambiar de lugar—.


Lo siento, Morag, pero es que sí es la más lista de la sala.

—Sin rencores, Dean —contestó Morag riendo y guiñándole un ojo. Todos parecían estar
pasándoselo en grande, incluido Ernie. Harry estaba disfrutando mucho del juego y podía observar
que Draco estaba mucho más relajado. Sus manos habían reposado más tranquilas sobre las
rodillas durante los últimos minutos.

—Lo has hecho para tocarme los cojones, Dean —se indignó Ernie.

—Sí —admitió este descaradamente—. Pero casi tienes la solución y había que liarte un poco.

Draco había quedado a su izquierda esta vez, observó Harry, pero no se había sentado a lo indio
como antes, sino que se abrazaba las rodillas, apoyando la barbilla en ellas. Sonreía levemente y
tenía las mejillas sonrojadas.

—Te odio, Thomas —protestó Ernie—. A ver… Draco, ¿sigues siendo una chica?

—No.

—¿Te llevas bien con Harry? —preguntó Ernie con una chispa de malicia en los ojos.

—Todo el mundo adora al Niño-Que-Vivió-Para-Salvarnos-a-Todos —contestó sarcásticamente


Draco. Lo dijo con tanta seriedad y, al mismo tiempo, impregnado de tanta burla, que Harry
resopló de risa a medio trago de su cerveza de mantequilla, atragantándose y tosiendo.

—¿Tú también? —insistió Ernie.

—Digamos que le tengo en buena estima, aunque a veces no lo parezca por cómo viste. Pero qué
remedio, tengo que convivir con él.

Neville y Justin estaban revolcándose en el suelo de risa. Hermione y Morag también estaban
riendo a carcajada limpia. Draco estaba utilizando dobles sentidos para engañar a Ernie y hacerle
creer que estaba contestando como él mismo, pero sin llegar a faltar a la verdad. Al fin y al cabo,
Harry sí se tenía en buena estima y compartía habitación consigo mismo además de con Draco. Se
echó a reír otra vez. Draco le dirigió una mirada sorprendida antes de volver a centrarse en Ernie,
que le miraba perplejo.

—Joder, ¿por qué vuelves a ser Malfoy? ¡Antes eras Hermione! —se quejó Ernie, fastidiado—.
Harry, ¿tú eres sangre muggle?

—Sí —contestó este, todavía riéndose de buena gana.

—¿Compartes habitación con Draco?

—No.

—¿Pero tú con el sí? —preguntó a Draco, que asintió con una sonrisa maliciosa. Ernie volvió a
preguntar a Harry:

—¿Eres Hufflepuff?

—No.

—Joder, ¿eres Ravenclaw? —se desesperó Ernie.

—No.

—¿Gryffindor?

—Sí —contestó Harry con una amplia sonrisa. A su derecha estaba Dean, que también había
empezado a retorcerse de risa otra vez viendo a Ernie totalmente descolocado.

—Draco, ¿tú compartes habitación con Harry?

—Te repito que sí —dijo Draco, serenamente.

—¿Justin?

—También —corroboró este, que estaba al lado de Draco.

—Eres un Slytherin, ¿verdad?

—Sí, Ernie. ¿Lo tienes ya, verdad?

—Creo que sí. Respondéis como si fueseis el de vuestra derecha, cabrones.

Espontáneamente, todos jalearon a Ernie, felicitándole. Justin le dio unas palmadas en la espalda y
se levantó, yendo hacia la mesa donde estaban las bebidas y las chucherías. Harry también se
levantó y peleó de broma con Dean por hacerse con el control de otro de los platos con golosinas.
Percatándose de que Draco no se había movido del sitio y que volvía a frotarse las rodillas con
incomodidad y a mover los dedos de los pies con nerviosismo, Harry enfrió una segunda cerveza
de mantequilla para él, ofreciéndosela cuando se sentó junto a él y poniendo el plato de golosinas
entre ambos. Draco la aceptó con un asentimiento de agradecimiento y se la llevó a los labios para
beber.

—¿Sabéis jugar a la cajita de música? —preguntó Hermione cuando todos volvieron a sentarse.
Dean y Justin asintieron, pero el resto negó—. Vale, pues escuchad con atención. Tengo una cajita
de música y en ella caben muchas cosas. Por ejemplo, un sillón.

—Una mimosa —intervino Justin con una sonrisa.

—Un remo —añadió Dean.

—¿Qué más creéis que puede caber en la cajita y por qué? —preguntó Hermione, retándoles.

Entre risas distendidas, todos fueron participando del juego, sugiriendo cosas de lo más locas e
intentando averiguar el truco del juego. Harry constató que Draco no participaba en el juego
diciendo palabras, pero escuchaba atento. Con ojos brillantes y las mejillas sonrosadas, estaba más
relajado de lo que nunca le había visto. Satisfecho, se alegró por haber insistido en que acudiese a
la fiesta. Intentando concentrarse, Harry comenzó a aportar palabras él también, intercalándolas
con tragos a su cerveza de mantequilla y mordiscos a un par de ranas de chocolate, ofreciendo de
vez en cuando el plato de golosinas a Draco, que las aceptaba en silencio, seleccionando las meigas
fritas.

—¡Una muñeca de trapo de bruja! —gritaba Morag, intentando hacerse oír.

—No, pero el sombrero que lleva sí —replicaba Hermione, partida de risa, intentando dar pistas.

—¿Un lazo del diablo?

—Sí, Neville —corroboró Dean—. Al menos la parte del lazo.

—¡El perro de Hagrid!

—No.

—Se llama Fang, así que sí, Justin. Fang. —Hermione repitió el nombre, vocalizando. El chico
asintió aprobadoramente con un silbido.

—¿Una varita? —preguntó Ernie.

—No. Y tu varita tampoco —añadió Justin con un guiño pícaro.

—¡Serás malpensado!

—¿Yo? Eres tú quien ha hecho la asociación cochina —se defendió Justin, haciendo que todos
estallasen en otra carcajada.

—Creo que ya lo tengo —interrumpió Draco con voz suave, hablando por primera vez desde que
habían cambiado de juego. Todos enmudecieron, mirándolo expectantes—. Pero no tiene gracia si
lo digo en voz alta, ¿no? Le quitaría al resto la oportunidad de hallarlo por sí mismos.

—¡Ese es el espíritu, Draco! —aprobó Justin mientras Dean se reía a carcajadas.

—¡No es justo! —protestó Michael—. Yo también puedo decir que lo sé y que no quiero
estropearos el juego. ¿Cómo sabéis que realmente lo ha averiguado?

—Porque yo sí sé que el dolor, la miseria y la soledad entran en la cajita de música, Corner —


replicó Draco con los ojos maliciosos y mirando fijamente al fuego—. No así la alegría o la
felicidad. Pero reírse sí. Una silla entra, pero no una butaca. También podemos meter un retrete y
un lavabo, pero no un váter o la bañera. La mirada sí, pero no la vista. Y la clave está en que es una
cajita de música. De música —recalcó—. La música entra, por cierto.

—Suficientes pistas, Draco —interrumpió Hermione riendo y dando otro trago a su cerveza de
mantequilla—. Lo siento, Michael, pero lo ha averiguado. Enhorabuena, Draco.

—No tiene mérito —contestó Draco con humildad. Harry arqueó las cejas. Era otra cosa que nunca
habría esperado de él, habría apostado por que presumiría de su logro—. Sólo hay que distanciar un
poco la vista para ver el conjunto y enseguida se nota cuál es el truco.

Harry miró admirado a Draco. Él había estado, como el resto, diciendo palabras al azar, cada cual
más absurda que la anterior, pero no estaba más cerca de deducir cuál era el criterio por el cual
algunas palabras servían y otras no. Draco no había dicho ninguna, pero había averiguado el
sistema correcto.

—Un momento, ¿no nos lo vais a decir a los demás? —preguntó Neville indignado. Ante las risas
de Hermione, Dean y Justin, todos empezaron a protestar—. ¿Cómo esperáis que yo concilie el
sueño sin saberlo? ¡Seréis los culpables de que mañana McGonagall quite puntos a Gryffindor a
pesar de que ha dicho que no lo haría!

Entre risas, se fueron levantando poco a poco, todavía discutiendo e intentando sonsacar a los que
entendían el juego. Con la varita, Hermione hizo desaparecer el fuego y, entre todos, hicieron
desaparecer los casquillos vacíos y colocaron los sobrantes en la estantería. Dejaron los cojines y
las mantas, volverían a su normalidad cuando la magia de Morag y Harry dejasen de sostenerlos.

Harry notó que el grupo estaba más relajado que unas horas antes. Incluso Malfoy, que estaba
calzándose, parecía un poco más integrado en el grupo y tanto Ernie como Justin le dieron una
palmada en la espalda a modo de despedida. Conversando entre ellos, salieron de la sala común y
se fueron repartiendo por las habitaciones.

—Lo has hecho bien —le dijo Hermione cuando llegaron a su puerta.

—¿El qué?

—Conseguir que Draco viniese a la fiesta.

Levantó la vista. A unos pocos metros, Draco estaba entrando en la habitación, ignorante de la
conversación que mantenían sobre él. Morag ya había entrado en el dormitorio y sólo quedaban
ellos dos en el pasillo.

—Yo no he hecho nada, ‘Mione.

—Claro que sí. He visto la botella que traía. Alguien se la tiene que haber proporcionado. Y Dean
me ha dicho que salió volando de la caja que estaba llevando a la sala común y hay alguien aquí
famoso por sus encantamientos invocadores.

—No tanto como los expelliarmus —gruñó Harry, viéndose descubierto—. Únicamente le dije que
si no iba a venir que al menos celebrase por su cuenta. Y que si quería venir, todos le recibiríamos.

—¿Ves como si has hecho algo? —sonrió Hermione—. Buen trabajo, Harry.
Poniéndose de puntillas, le dio un beso en la mejilla. Despidiéndose con una sonrisa, entró en la
habitación. Harry, quedándose solo, suspiró y fue hasta su dormitorio.

Chapter End Notes

NdA. Los juegos existen realmente y son típicos de convivencias y acampadas. Los he
sacado de muchos años siendo monitor en ellas, jajaja. Si no conocíais «El psicólogo»,
siento que no podáis jugar en la posición de Ernie, pero es muy divertido. Probadlo
con vuestras amistades. La respuesta a la cajita de música podréis encontrarla más
adelante (dentro de varios capítulos, yo aviso), pero también os invito a que intentéis
sacarlo por vuestra cuenta. En el texto hay suficientes palabras como para averiguarlo,
jajaja.
Primer día de clases
Chapter Summary

La euforia de la fiesta se desvanece y Harry enfrenta al primer día de clases reuniendo


paciencia para soportar a un malhumorado Malfoy.

Chapter Notes

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Malfoy estaba cepillándose los dientes cuando Harry entró en la habitación. Dejando las deportivas
a los pies del baúl, entró en el baño a hacer lo mismo. Poniéndose al lado de Malfoy, le miró a
través del espejo. Este estaba frotando enérgicamente y mantenía los ojos fijos en su propio reflejo,
ignorándole.

—Y… ¿me cuentas el truco del juego, Malfoy? —le preguntó Harry, dispuesto a mantener una
conversación amigable.

—Creo que si lo piensas un poco puedes llegar tú mismo a ello, Potter —contestó Draco tras
escupir en el lavabo y enjuagándose la boca.

Draco había arrastrado las palabras de la manera en que solía hacerlo y que no le había oído en
toda la noche, haciendo énfasis de nuevo en su apellido. Harry se maldijo a sí mismo cuando se dio
cuenta de que le había llamado Malfoy en lugar de usar su nombre como habían quedado y había
roto la frágil familiaridad que habían creado en la fiesta. Dudó, sin saber si disculparse o dejarlo
pasar. Draco decidió por él, saliendo del baño sin añadir nada más. Harry suspiró, resignado y
malhumorado al comprobar, una vez más, que el imbécil susceptible que era Malfoy seguía
estando dentro del Draco que había visto en la sala común. Irónicamente, aquello le resultaba hasta
reconfortante.

Cuando volvió al dormitorio, Malfoy estaba terminando de abrocharse la camisa del pijama y
comenzando a meterse en la cama. Con un movimiento de varita, bajó la intensidad de la luz de la
mesita y, dándole la espalda, se dispuso a dormir. Harry se quitó la camiseta y el pantalón y, en
calzoncillos, se acostó también. Con un suspiro, apagó la luz del todo e intentó conciliar el sueño.

Los primeros rayos del amanecer lo despertaron. Habían olvidado correr las cortinas la noche
anterior y, dado que estaban en el ala este del castillo, el sol había inundado la habitación de luz
cuando asomó por encima del horizonte. Guiñando los ojos, Harry buscó sus gafas tanteando con la
mano y se las puso. Mirando hacia la cama de al lado la descubrió deshecha, pero vacía.

—Vaya, sí que madruga —masculló Harry con la voz ronca por el sueño, todavía intentando
despegar los ojos.

Se desperezó en la cama, pateando las sábanas con los pies y escuchando atentamente, intentando
averiguar si Malfoy estaba en el cuarto de baño. Su cerebro recuperó retazos de recuerdos de la
noche, debía haberse despertado en algún momento porque Malfoy había hecho ruido, pero había
vuelto a dormirse tan rápido que apenas conseguía distinguir si era un recuerdo real o parte de un
sueño. Ahora no se escuchaba nada en la habitación.
—Quizá lo oí levantarse y volví a quedarme completamente dormido —bostezó. Con cansancio,
gruñó quejándose por la falta de rutina—. En fin, hora de levantarse.

Se levantó y entró al baño para ducharse. Al salir, Malfoy estaba sentado encima de la cama,
todavía en pijama con cara de sueño, un poco despeinado y una de las mejillas ligeramente
enrojecida por la marca de la almohada, que le cruzaba la cara como una vieja cicatriz. Harry
frunció el ceño, pensando en por qué Malfoy parecía recién levantado si no había estado en su
cama y preguntándose dónde habría ido sin quitarse el pijama ni lavarse la cara. Un pensamiento
fugaz de que con ese aspecto Malfoy no tenía en absoluto esa pose impertérrita y envarada que
solía mostrar la mayor parte del tiempo le cruzó la mente. Harry lo reprimió con un escalofrío
cuando empezó a considerar que, incluso, parecía un poco adorable con esa pose de sueño
interrumpido.

—Buenos días —le saludó Harry, tartamudeando por la incomodidad de lo que estaba pensando.

Correspondiéndole al saludo con un ademan de la cabeza, Malfoy se incorporó nada más oírle y
cruzó la puerta del baño, cerrando tras de sí. Unos segundos después, Harry oyó el sonido de la
cadena del retrete y el agua de la ducha cayendo con fuerza. Harry se mordió el labio, fastidiado,
teniendo la sensación de que cada vez que intentaba pensar en Malfoy en buenos términos, este se
comportaba con un imbécil, desmintiendo sus impresiones.

—Gilipollas —susurró Harry abriendo el baúl, sintiéndose más satisfecho cuando el insulto
abandonó su mente y se verbalizó.

Se vistió rápidamente con el uniforme, consultó el horario de clases y, metiendo los libros, cogió la
bandolera y salió por la puerta. Llamó a la habitación de las chicas y esperó a que Hermione
abriese.

—¿Estás lista?

—Sí, vamos —asintió Hermione. Ambos se dirigieron caminando despacio hacia el Gran Comedor
—. ¿Qué tal la noche?

—Bien. Echo de menos la habitación de la torre, pero la cama es cómoda. ¿Y tú?

—Ya sé que las camas de Hogwarts son cómodas, Harry, hay un hechizo que… ¿Nunca os vais a
leer Historia de Hogwarts? —Harry negó con la cabeza con una sonrisa divertida—. No me refería
a eso.

—Es un imbécil —contestó Harry, cortante.

—Vaya… Anoche lo vi bastante relajado y pensé que todo iría más… fluido. ¿Qué ha ocurrido? —
Hermione le miró con curiosidad. Harry resopló, secretamente aliviado, porque él también había
tenido esa impresión y se alegraba de no ser el único que lo había pensado. Le hacía sentirse menos
frustrado.

—Creo que se enfadó porque le llamé Malfoy —confesó Harry, sintiéndose culpable. Hermione le
miró con las cejas levantadas en un gesto de curiosidad casi científica—. Anoche, cuando volvimos
de la sala común. Le pregunté cuál era el truco del juego de la caja de música por sacar
conversación, porque creía que habíamos conseguido llegar a una especie de tregua. Y, sin querer,
le volví a llamar Malfoy. Y contestó con un sarcasmo de esos suyos, arrastrando las palabras.

—¿Estás seguro?

—Claro que estoy seguro, ‘Mione. Fue sin querer, de verdad, no tengo ningún problema en
llamarle Draco si eso ayuda a que todos nos llevemos mejor, pero creo que ya le había molestado
algo antes de la fiesta, porque también me contestó con desdén sarcástico al ofrecerle venir a la
fiesta. Tendrías que haberle oído.

—No sé, Harry —dudó Hermione, pensativa—. ¿Recuerdas lo que nos contaste que decía tu
psicólogo? ¿Eso de que a veces suponemos las razones y los motivos de las acciones de otras
personas bajo nuestra interpretación personal?

—Que sólo sabemos aquello de lo que tenemos pruebas objetivas. No conocemos las motivaciones
de alguien salvo que nos las diga —asintió Harry, comprendiendo a qué se refería y suspirando con
resignación—. Lo demás son suposiciones que hacemos bajo nuestro juicio sesgado y no tiene por
qué ajustarse a la realidad.

—Ayer Draco procuró hablar lo menos posible —dijo Hermione con la voz que ponía cuando
intentaba encontrar una respuesta que se le escurría de la mente—. Se le escapó algún apellido. Al
resto también se nos escapó llamarle Malfoy. Y no vi que se lo tomara a mal.

—Bueno, pues le habrá sentado mal porque he sido yo. ¿Qué más da? ¿Por qué empeñarse tanto en
que forme parte del grupo? No parece que él esté tan interesado.

—No estoy yo tan segura. Creo… Es posible que sólo sea una forma de autodefensa. De protegerse
a sí mismo contra posibles amenazas, aunque no existan. Habéis pasado muchos años peleándoos,
es normal que no confíe en ti de un momento a otro. Y no hay que olvidar que ayer acabó viniendo
a la sala común.

—Sí, pero…

—Además, respondiendo a tu pregunta, creo que es bueno para todos si permanecemos unidos.
Recuerda lo que Dumbledore y el Sombrero Seleccionador han dicho siempre: tenemos que
permanecer unidos, independientemente de nuestras casas.

—¿Aunque sea un imbécil que está siempre a la defensiva?

—No te rindas con él, Harry. No después de todo lo que hemos hecho.

Entraron en el Gran Comedor y se sentaron en la mesa redonda. Todavía estaba vacía. Apenas
había estudiantes desayunando y solo dos profesores presidían la sala. Los platos se llenaron
automáticamente de comida cuando notaron su presencia y Harry atacó las tostadas y el café.

—Ayer, cuando dijo que no vendría a la fiesta, le ofrecí el botellín diciéndole que sería bienvenido.

—Lo sé, Harry, lo hablamos ayer —dijo Hermione son sorna.

—Ya… ¿sabes cuándo una persona dice que no porque cree que es lo que se espera de ella? —
Harry volvió a pensar en todas las veces que se negó a jugar en el colegio con chicos y chicas de su
edad, con la mirada de Dudley clavada en su nuca, dispuesto a intervenir y la lástima que había
sentido por sí mismo. Hermione asintió, comprendiendo qué quería decir—. Tuve la sensación de
que Malfoy…

—Draco —dijo Hermione, corrigiéndole con paciencia. Harry volvió a resoplar, fastidiado.

—Al punto, Hermione. Quiero decir que tuve la sensación de que Draco se sentía así. Que
realmente quería decir que sí pero, por la razón que fuese, se veía obligado a decir que no. Por eso
le insistí, nadie debería sentirse así.
—Tiene sentido —asintió Hermione, reflexionando—. Eres una de las mejores personas que he
conocido, Harry, alguien que siempre ha hecho lo que creía que era correcto incluso si le
perjudicaba. No te rindas con él. Tengo el presentimiento de que hay algo más dentro de él que lo
que conocemos, sobre todo tras haber visto cómo se comportó anoche.

Harry asintió con incomodidad por las palabras de Hermione, recordando que se había divertido
con el sentido del humor de Malfoy, que normalmente le exasperaba u ofendía. Sintiéndose sin
fuerzas para seguir la conversación, rezó para que Hermione también se hubiese cansado.
Afortunadamente, la llegada del correo matinal ocupó toda su atención. Una lechuza tiró
ejemplares de El Profeta, El Quisquilloso y Corazón de bruja delante de Hermione, que se apresuró
a recogerlos y ordenarlos junto a su plato antes de empezar a leer una de las portadas.

—¿Corazón de bruja? —se burló Harry al verlo—. ¿En serio?

—Quiero estar informada de todo. —Hermione se encogió de hombros con indiferencia,


sirviéndose cereales en un bol—. Todo el que es alguien aparece en estas páginas antes o después.

Poco a poco, las mesas se fueron llenando según iban llegando los estudiantes menos
madrugadores. Neville, Michael y Dean llegaron juntos y se sentaron a su lado sin dejar de hablar
entre ellos sobre las clases de ese día. Malfoy llegó y se sentó al otro lado de Harry, en el mismo
sitio que el día anterior, mascullando un saludo casi inaudible. Todos los demás le contestaron con
diversos grados de entusiasmo.

Como habían llegado los primeros, Hermione y él se levantaron de la mesa antes de que el resto
terminara. Con paso tranquilo, se dirigieron al pasillo donde estaban las aulas que les habían
asignado para las asignaturas troncales que recibirían sin unirse a los alumnos de las otras casas.
Entraron en la primera y se sentaron juntos en la última fila. En silencio, Harry se dedicó a
garabatear un pergamino mientras Hermione abría el libro.

Los pensamientos de Harry vagaron de nuevo hacia Malfoy y su comportamiento del día anterior.
Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta que el rubio había estado a la defensiva desde el
momento en que entró por la puerta. Malfoy entró en el aula en ese momento, interrumpiendo sus
pensamientos. Correspondió con un asentimiento de cabeza al saludo de Hermione. Harry le saludó
también con un ademán. Malfoy se quedó parado un segundo mirando los diez pupitres, que
estaban colocados en parejas de dos.

Parecía como si ninguno de los sitios le gustase y Harry supuso que había llegado temprano
buscando, como ellos, sentarse en la última fila desde el primer día. Era una de las condiciones que
Harry le había puesto a Hermione si quería sentarse con él. La chica habría preferido sentarse en
las primeras filas, pero Harry estaba un poco cansado de atraer las miradas. Algunas de las clases
las compartirían con el resto de alumnos de séptimo y otras las tendrían los nueve solos, así que
Harry había decidido que la mejor manera de pasar desapercibido era sentarse en la última fila.
Desde allí sería más complicado que los demás le observasen.

A pesar de que el aula era grande, sólo habían puesto sólo diez mesas para ellos nueve, por lo que
uno de ellos tendría que quedar desemparejado. Harry tuvo pocas dudas de quién iba a ser el
agraciado. Un pequeño atisbo de culpabilidad le mordisqueó el estómago al pensar que,
probablemente, Malfoy no había tenido ninguna oportunidad de elegir.

Finalmente, Malfoy se sentó delante de Hermione. Esta había vuelto a bajar la vista hacia el libro
de texto de Transformaciones. Harry aprovechó que podía verle el rostro desde su asiento para
mirar a Malfoy, que había fijado la vista en el tablero de la mesa, mesándose el cabello con ambas
manos. Parecía cansado y derrotado y Harry sintió simpatía por él, recordando los tiempos
escolares en los que todo el colegio le marginaba por ser campeón de Hogwarts, algo que le había
caído sin elegir. Mordiéndose el interior de la mejilla, se dio cuenta de que probablemente Malfoy
tampoco había tenido elección real en sus acciones.

«Y cuando pudo elegir, bajó la varita», recordó Harry, pensando en la noche de la Torre de
Astronomía.

La culpabilidad le volvió a pesar en el pecho. Las similitudes entre él y Malfoy en cuanto al trato
recibido en tiempos de poca popularidad entre sus compañeros le dolieron más que asustaron. Dejó
de pensar en cuello cuando el resto de compañeros entró en pequeños grupos por la puerta,
distribuyéndose por las mesas. Como esperaba, Neville y Dean se sentaron delante de Malfoy, lo
más cerca de Hermione y él posible. Michael y Morag ocuparon los dos pupitres de la primera fila
y Ernie y Justin, que llegaron los últimos, se quedaron con la última pareja de mesas libres.

Volviendo a observar a Malfoy, que había levantado la mirada fijándola en la pizarra, con los
labios apretados. Su postura, anteriormente alicaída, había cambiado, tensando la espalda como la
cuerda de un arco de violín, muy recto. Si no lo hubiese visto unos minutos antes, Harry lo habría
definido como orgullo, pero comprendió que sólo era un intento de aparentar y protegerse a sí
mismo.

«Mira a Malfoy», escribió rápidamente en el pergamino que había estado garabateando y dando un
codazo a Hermione para llamar su atención.

Esta leyó el pergamino con curiosidad, miró a Malfoy frunció el ceño con cara de incomprensión,
levantando las cejas para pedirle más detalles a Harry.

«Estaba triste y ahora que han entrado todos, está tenso, en guardia», garabateó Harry rápidamente,
sin saber bien adónde quería llegar con aquello.

Hermione volvió a mirar a Malfoy, entrecerrando los ojos. Deslizó los ojos por el resto del aula.
La fila de diez pupitres no estaba alineada con la pizarra. Había sido colocada de manera que
quedaba un amplio espacio vacío que cubría más de la mitad de la clase para poder practicar
hechizos sin tener que cambiar de lugar. Cogiendo el pergamino, Hermione esbozó unas líneas con
la pluma. Se lo devolvió y Harry vio que era un esquema de la clase, señalando que se habían
sentado por casas.

«Los viejos hábitos son difíciles de romper», había anotado Hermione en el margen.

Harry se mordió el labio, pensando que de nada servía hacer una fiesta de confraternización si al
día siguiente todo seguía igual. Pero sí había cambiado algo. Todos los demás estaban charlando
entre ellos. Justin estaba girado sobre su silla, charlando con Dean y Neville. Ernie se inclinaba
hacia adelante, escuchando algo que Morag le estaba diciendo. Harry volvió a mirar a Malfoy, que
seguía en la misma posición, inmóvil como un soldado haciendo guardia.

Con pena, Harry comprendió que Malfoy era el único que estaba fuera de lugar y un sentimiento
de protección hacia él despertó en su pecho. Con ironía, se dio cuenta de que dos días antes había
estado harto de tener que salvar el mundo y ahora la conciencia le exigía seguir ayudando a alguien
para salvarle de una marginación. Incluso aunque ese alguien fuese Malfoy y estuviese
contribuyendo activamente a ella.

«Entonces habrá que luchar el doble por romperlos, no aceptar que estén ahí», escribió Harry en el
pergamino antes de deslizarlo hacia Hermione.

Mirando al frente con decisión y sin esperar a que esta leyese lo que había escrito, se levantó,
arrojó su mochila al pupitre que estaba delante del suyo, retiró la silla bruscamente y se dejó caer
al lado de Malfoy. Mantuvo la mirada fija en la pizarra, consciente de que su movimiento había
llamado la atención de todos los compañeros. Segundos después, volvieron a sus conversaciones
con naturalidad y Harry dejó salir el aire despacio, aliviado.

Por el rabillo del ojo, constató que Malfoy estaba mirándolo con los ojos muy abiertos, atónito. Se
giró hacia atrás, donde Hermione, que le miraba con una chispa de diversión, se había quedado
sola. Esperando que le entendiese sin más palabras, le hizo un gesto con la cabeza. La chica se
levantó también y con un movimiento de varita, levitó su mesa y silla hasta situarla pegada a la de
Malfoy.

McGonagall entró con paso firme en el aula, saludando y provocando que todos se sentasen rectos.
Cuando la profesora llegó al frente de la clase se fijó en la última fila, donde Malfoy estaba
flanqueado por Hermione y Harry. Harry se tensó, pensando que la directora les pediría que
recolocasen las mesas en su disposición original, pero esta asintió brevemente con aprobación y
comenzó a explicarles el programa que seguirían ese curso y cómo se organizarían.

«¿Por qué?». Harry se quedó mirando esas dos palabras escritas con caligrafía elegante en el
pergamino que Malfoy había situado en la línea divisoria entre ambos.

«Somos un grupo. Nadie se queda atrás». Ver su letra desigual y desmadejada al lado del trazo fino
de Malfoy le hizo sentir torpe.

«No necesito vuestra compasión, Potter. Puedo sentarme perfectamente solo. No soy un niño
pequeño que necesite compañía».

«No seas imbécil, nadie ha hablado de compasión. Eso es sacar las cosas de quicio».

Su conversación silenciosa siguió mientras McGonagall comenzaba a explicarles los rudimentos


del hechizo de transformación que iban a practicar durante las siguientes semanas.

—Es fundamental que consigan dominar este conjuro, pues constituye la base de cualquier
transformación avanzada de alto nivel. Deberán practicarlo hasta estar seguros de poder realizarlo a
la perfección, incluso de manera no verbal. Si no consiguen dominarlo no podrán aprobar el
EXTASIS de esta asignatura, señor Longbottom, lo siento —espetó en su característico tono seco
la profesora a Neville, que había levantado la mano tragando saliva con dificultad—. Ha
demostrado usted más habilidades mágicas de las que nadie esperaba, tenga un poquito más de
confianza en sí mismo, señor Longbottom. No le habría aceptado en esta clase si no hubiese estado
segura de que puede hacerlo.

«Estás siendo condescendiente», había afirmado Malfoy cuando Harry volvió a bajar la vista hacia
el pergamino.

«¿Sentarme a tu lado es ser condescendiente?», garabateó en respuesta, intentando no perder el hilo


de lo que McGonagall decía.

—Aquellos que tenéis un talento natural para las Transformaciones podréis, una vez tengáis un
control férreo del hechizo, empezar a considerar la idea de comenzar el proceso para practicar la
animagia —explicaba McGonagall, fijando su vista en el fondo del aula—. Sobre todo creo que a
partir del segundo trimestre deberían ir comenzando a leer la bibliografía que les facilitaré los
señores Malfoy, Potter, Granger y McDougal.

Hermione contuvo el aliento, emocionada. Malfoy levantó la cabeza de golpe al oír su nombre,
distraído de la contestación que estaba escribiendo. Harry esbozó una sonrisa de medio lado,
complacido al acariciar la idea de comenzar el proceso para ser animago como su padre y Sirius.
Era algo que había pensado en algunas ocasiones, pero la escasa practicidad de la habilidad, más
allá de la capacidad de poder hacerlo, siempre había hecho que no le dedicase más que un
pensamiento.

—No me mire así, señor Malfoy —dijo McGonagall, impertérrita—. Tiene usted mucho talento
para las transformaciones, y, salvo por el desastre que fue su sexto curso, sus notas siempre han
sido excelentes en la materia. Confío en que trabajará duro para recuperar el nivel. No espero
menos de usted.

«Sí, si lo haces porque te doy pena. ¿No basta con que tengamos que compartir habitación?».

Harry apretó los labios al leer aquello. No esperaba un agradecimiento por parte de Malfoy, pues
no lo había hecho por eso, pero tampoco era creía que fuese justo tener que leer quejas al respecto.

«De acuerdo. Lo siento», garabateó Harry con furia, en una letra casi ilegible. «Cuando acabe la
clase, Hermione y yo volveremos a nuestro sitio y podrás quedarte solo. Con el dormitorio me
temo que no puedo hacer nada para solucionarlo».

Con rabia, pasó el pergamino a la mesa de al lado y se volvió hacia la pizarra para darle a entender
a Malfoy que la conversación había terminado. Apretó los labios y empezó a tomar apuntes de la
fórmula que McGonagall estaba apuntando, refrescando los conceptos que ayudaban a la
transformación en objetos a partir de un animal vivo.

Un rato después, habiendo olvidado ya a Malfoy a fuerza de ignorarlo, un pequeño pedazo de


pergamino apareció en su campo visual. Levantó la vista hacia Malfoy. Estaba mirándolo con los
labios apretados con un atisbo de culpabilidad en el rostro. Harry suspiró, exasperado.

«No es necesario».

Enfadado todavía, Harry apartó el trozo de pergamino de vuelta hacia Malfoy sin responder y
volvió a concentrarse en sus apuntes, intentando no perder el hilo de la explicación de
McGonagall. Cuando la clase acabó, había rellenado un rollo entero con los apuntes y se suponía
que sólo era repaso para recordar conceptos.

—No tendrán ustedes deberes este trimestre, al menos por mi parte —dijo McGonagall mientras
recogía los papeles y libros que había traído—. Pero les aconsejo que empiecen a dedicar a todas
las asignaturas varias horas de estudio desde hoy mismo.

—¿Has oído, Harry? —preguntó Hermione asomándose desde el otro lado de Malfoy, que estaba
aplicando un hechizo secante en sus apuntes—. Lo de la animagia a partir del segundo trimestre,
¿vas a intentarlo?

—¿El qué? —preguntó Harry desconcertado, todavía con la cabeza llena de fórmulas mágicas. Se
levantó, enrollando los pergaminos que había utilizado para tomar apuntes.

—Lo de ser animago, tonto. ¿Y tú, Draco?

—No… no lo sé —tartamudeó este, luciendo todavía un poco desconcertado por la situación.

—Me gustaría intentarlo, la verdad, pero tengo que pensarlo —contestó secamente Harry,
terminando de meter los libros en la mochila y recogiendo sus plumas y tinteros.

—Yo también tengo que meditarlo detenidamente. Quiero abarcar muchos EXTASIS y las
aplicaciones prácticas de la animagia son… —Hermione se detuvo, extrañada, cuando Harry
terminó de recoger—. Harry, Encantamientos también es en este aula.
—Lo sé. Sólo estoy cambiándome de mesa otra vez.

«Claro, a ella no le ha dicho nada. Le molesto yo en particular», comprendió Harry, fastidiado. Lo


había intentado, pero nada había cambiado a pesar de todo. Un sentimiento de injusticia se adueñó
de él, enfadándolo más. Malfoy había agachado la cabeza ignorando a Hermione, retorciéndose los
dedos con nervios.

—¿Por qué? —Hermione le miraba con un gesto de sincera incomprensión.

«Por qué a este gilipollas no le molesta que te sientes aquí y sí que lo haga yo, sería una pregunta
más adecuada», pensó Harry, frustrado. Se mordió la lengua para no decirlo en voz alta, porque
tenía la impresión de que sonaría pueril. «Una cosa es esforzarme por tener la fiesta en paz y
llevarnos bien y otra ser gilipollas», agregó mentalmente para reforzar su planteamiento.

Una mano pálida le sujetó de la muñeca. Harry miró a Malfoy, que miraba hacia abajo, evitando
sus ojos. Una pequeña chispa eléctrica recorrió el brazo de Harry al contacto. Se quedó inmóvil,
mirando la mano de Malfoy ensimismado. Los dedos largos y delgados de Malfoy se aferraban a su
brazo con una fuerza inusitada. No lo soltó a pesar de que no se había movido del sitio.

—No es necesario —susurró Malfoy.

—Malfoy… —Harry empezaba a estar hasta las narices de ese imbécil y su capacidad para sacarlo
de sus casillas.

—No es necesario —insistió este con la cabeza baja.

Hermione los miraba, alternando la vista entre ambos. El resto de la clase no les prestaba atención,
ocupados en sus cosas. Flitwick entró en el aula dando los buenos días. Malfoy soltó su muñeca,
enrojeciendo y carraspeando.

—Lo siento —murmuró Malfoy tan bajo que Harry no estuvo seguro de haberle oído bien. Aun
así, la disculpa lo desconcertó, desarmándolo.

—¿Todo bien, señor Potter? —preguntó jovialmente Flitwick desde el estrado.

—Sí, profesor Flitwick —contestó Harry rápidamente.

—Pues si me hace el favor de sentarse, les explicaré qué programación he preparado para las
próximas semanas.

Harry se sentó despacio. Malfoy había abandonado esa pose de aristócrata estirado que había
adoptado cuando todos entraron en clase y ahora estaba agarrándose un brazo con la mano
contraria, envolviéndose en una especie de abrazo. De nuevo, Harry pensó que aquella
vulnerabilidad debía definir más al Malfoy real que la pose envarada con la que intentaba
disimular. Hermione los miraba con suspicacia sin terminar de entender del todo qué había
ocurrido, pero con una idea bastante definida. Harry miraba al frente otra vez, intentando
concentrarse en lo que Flitwick estaba diciendo, cuando otro trozo de pergamino volvió a
deslizarse hacia su mesa.

«No pretendía sacar las cosas de quicio».

Harry leyó la nota, todavía enfadado. Dio un resoplido y, devolviéndosela sin contestar, siguió
ignorándolo.

«Siento también haber dicho lo de compartir la habitación. En realidad, no me molesta tanto».


Harry la leyó de soslayo antes de deslizársela de vuelta. Una tercera nota entró en su campo visual.

«Es raro disculparme contigo. Es correcto, por eso lo hago, pero es raro».

«No te entiendo, Malfoy», escribió Harry debajo de la última frase y devolviéndosela con un gesto
brusco.

«Yo tampoco me entiendo a veces». Harry resopló en una risa irónica y amarga.

«Eso explica muchas cosas», garabateó Harry con más soltura. A pesar de que todavía sentía restos
del enfado dentro de él, la disculpa de Malfoy, que no creería si no la estuviese leyendo un par de
líneas más arriba del pergamino, le había aplacado bastante.

«No te rías, Potter. Tú tampoco eres fácil de entender».

«Pues pregunta cuando no entiendas», contestó Harry antes de darse cuenta de que podía haber
parecido brusco. Aun así, no rectificó. Su psicólogo le había instado a preguntar las cosas cuando
no entendiese a otras personas en lugar de darlas por supuesto.

«Ya lo hice. Te pregunté por qué».

Harry suspiró. Malfoy iba a volverle loco. Podía ser un imbécil y unos minutos después
comportarse como una persona civilizada. Igual que la noche anterior. Era desquiciante. Se
preguntó qué contestarle. Su intuición le decía que era mala idea responderle que McGonagall y
Hermione le habían pedido que intentase integrarlo en el grupo. Pero no lo hacía por eso. Al
menos, no solamente. Tampoco era compasión, como decía Malfoy, era otra cosa.

«Es justo».

«¿Por qué?», insistió Malfoy.

Frustrado, Harry levantó la mirada. Malfoy estaba mirando al frente, simulando estar atento a
Flitwick. Al sentirse observado, giró la cabeza hacia él. Se miraron a los ojos unos segundos.
Nunca había observado los ojos de Malfoy tan de cerca. Sabía que sus eran grises, sí, pero no
había visto hasta ahora las pequeñas salpicaduras azules que daban brillo a su iris. Harry pensó que
eran los ojos más bonitos que había visto nunca antes de sacudir la cabeza para alejar ese
pensamiento y pensar en una respuesta que satisficiese a Malfoy.

«La guerra terminó», acabó escribiendo Harry, sin saber qué otra cosa decirle.

«No tenemos por qué ser amigos sólo porque la guerra haya terminado. Te recuerdo que estábamos
en bandos diferentes», replicó rápidamente Malfoy. Harry se fijó en que escribía con la mano
izquierda, sin necesitar apenas mirar el pergamino más que de reojo.

Meditó en las últimas palabras de Malfoy antes de contestarle. No estaba seguro de si quería ser
amigo de Malfoy. Había prometido a Hermione hacer lo posible por integrarlo en el grupo. Y a
McGonagall le había asegurado que no eran enemigos. No sólo eso, seguía pensando en que
Malfoy parecía vulnerable. Seguía empatizando con él, ambos habían pasado por situaciones
parecidas a pesar de lo diferentes que eran.

«No somos enemigos», afirmó Harry finalmente, considerándolo un buen punto intermedio.

«¿Eso piensas?», fue la respuesta de Malfoy.

Volvió a mirarle. Él estaba mirándole también, con una expresión enigmática en la cara. Volvió a
darse cuenta de que las chispitas azules de sus ojos se engastaban como piedras preciosas en el gris
que las rodeaba haciéndolo parecer plata fundida y dándole una calidez que no recordaba haber
visto jamás en la fría mirada de su padre.

«No por mi parte», escribió Harry, tajante, dando por finalizada la conversación.

Malfoy no añadió nada más. Se limitó a mirar al frente, prestando atención a Flitwick hasta que
este les pidió que se levantasen y se situasen en la otra parte del aula para practicar el
encantamiento que había estado explicándoles, una variante del evanesco. La práctica era
individual, aunque Dean y Neville se colocaron a su lado. Aprovecharon el ambiente distendido
que les solía permitir Flitwick para charlar de cosas insustanciales y Harry se relajó por primera vez
en todo el día, empezando a disfrutar de la clase.

Tras las horas dobles de ambas asignaturas, todos ellos tenían el resto del día libre excepto
Hermione, que se uniría a los alumnos de séptimo para estudiar Runas Antiguas, ya que era la
única del grupo que la recibía. Después de almorzar, Harry se despidió de ella y subió hacia los
dormitorios, pensando en aprovechar el rato que Hermione no estaría para pasar los apuntes a
limpio y practicar los hechizos de McGonagall y Flitwick.

Inicialmente había pensado en hacerlo en la sala común, pero Dean, Neville, Ernie y Justin no
parecían dispuestos a estudiar y estaban jugando una partida de snap explosivo, así que prefirió
hacer uso del escritorio doble que estaba en el dormitorio. Decidiendo empezar por
Transformaciones, extendió el pergamino donde había apuntado las anotaciones durante la clase y
empezó a reescribirlas de nuevo de manera más clara, intentando memorizar las fórmulas.

—Hola —saludó Malfoy al entrar en la habitación. Harry levantó la cabeza y le saludó con un
ademán cortés.

Volvió a centrarse en los apuntes, pero se desconcentró cuando sintió a Malfoy acercarse a la silla
de al lado. Levantó la cabeza de nuevo y le descubrió mirándole.

—No te importa que estudie aquí también, ¿verdad? —preguntó Malfoy con un deje de duda en la
voz—. Puedo irme a la sala común si no.

—No, Malfoy. Está para eso.

—Genial. —Malfoy se sentó y empezó a sacar sus cosas. Harry le observó de reojo—. Va a ser
complicado ponerme al día con Transformaciones —dijo, con tono casual similar al que Harry
había utilizado para intentar iniciar conversaciones con él. Harry asintió, recogiendo el cabo que
Malfoy le estaba lanzando.

—Creía que se te daba bien la asignatura.

—Sí —suspiró Malfoy, ligeramente tenso—. Pero me temo que en sexto apenas presté atención en
clase. Y el año pasado… bueno, ya me entiendes. La mitad de las fórmulas no las entiendo porque
me falta información que McGonagall da por supuesta. Voy a tener que pedir a mi madre que me
envíe los apuntes de quinto o ir a la biblioteca a por algún manual.

—Malfoy, si quieres… —Harry se mordió el labio, no muy seguro de que su propuesta fuese a ser
aceptada—. Si quieres, puedo ayudarte. Se me da bien la asignatura. En sexto la aprobé.

—Eso me ha parecido entenderle a McGonagall, sí —contestó Malfoy en tono diplomático.

Malfoy no añadió nada más. Harry se encogió de hombros y mojó la pluma en el tintero,
intentando recordar por dónde iba. Transcurrieron varios minutos en silencio, hasta que Malfoy
volvió a hablar.

—Yo tampoco creo que seas mi enemigo.

Harry levantó la cabeza. Desconcertado, parpadeó unos segundos hasta que cayó en la cuenta de
que Malfoy estaba retomando la conversación que habían mantenido en clases.

—Ajá —asintió, sin saber muy bien qué responder, ya que no había sido una pregunta.

—Un enemigo no habría declarado a mi favor —susurró Malfoy, casi más para sí mismo que para
Harry.

—No tiene importancia, Malfoy. Tú y tu madre…

—Sí la tiene —insistió Malfoy mirándole con intensidad—. Nuestras decisiones tienen
importancia, ¿no? Y las mías fueron nefastas.

—No todas. Yo te vi bajar la varita en la Torre de Astronomía. Dumbledore decía que nuestras
elecciones muestran lo que somos más que nuestras habilidades —dijo Harry con calma,
intentando poner en palabras algunos de sus pensamientos que le llenaban la cabeza caóticamente.

—Ese viejo manipulador sabía de lo que hablaba —dijo Malfoy con una mueca.

—¡Eh! —empezó a advertirle Harry frunciendo el ceño.

—No pretendía ser despectivo, Potter —le tranquilizó Malfoy con un ademán de la mano—. Sólo
realista.

Harry apretó los dientes, dejando pasar la pulla por una vez. Al fin y al cabo, tenía que admitir que
Dumbledore sí había sido un poco manipulador. «Quizá bastante», reconoció con un bufido.

—¿Entonces? —preguntó Harry con curiosidad a pesar de todo.

—No lo sé, Potter.

—No sé dónde quieres llegar, Malfoy —dijo Harry, exasperado por los circunloquios que estaba
dando este.

—¿Podemos intentar empezar de nuevo?

—¿Qué quieres decir?

—Yo soy Malfoy… Draco Malfoy. —El rubio le extendió la mano derecha con timidez—. Como
te dije en una ocasión, hay algunos magos mejores que otros. Siento haber errado en cuáles eran.
Espero que puedas obviarlo.

Harry miró a Malfoy a los ojos, sorprendido de que recordase aquella conversación con tanta
nitidez como él. Vio el optimismo desaparecer de sus ojos y pasar al nerviosismo. Justo cuando
Malfoy bajaba la mano y la vista, Harry extendió la suya y, con firmeza, se la estrechó.

—Yo soy Harry.

—Encantado.

Frustrado, Harry se preguntó qué había querido decir Malfoy con todo aquello. ¿Eran amigos
ahora? ¿Esperaba de él algo parecido al amistoso compañerismo que tenía con Dean o Neville? ¿O
simplemente era un gesto simbólico para enterrar el hacha de guerra? Ni siquiera sabía si era
posible enterrar un hacha de guerra tan grande como el de ellos dos. Frustrado, Harry pensó qué
ojalá algo tan complicado pudiese solucionarse de manera tan sencilla como estrecharse las manos
para dejar atrás años de peleas, insultos y provocaciones, como cuando los niños discutían antes de
volver a ajuntarse como si nada hubiese pasado.

—Creo que me vendría muy bien esa ayuda —confesó Malfoy, esbozando un conato de sonrisa
que no llegó a materializarse.

Harry se inclinó hacia él y empezó a explicarle los conceptos básicos de la primera fórmula que
McGonagall les había mostrado. Estudiaron juntos durante varias horas. Malfoy le escuchó
atentamente, haciendo observaciones agudas de vez en cuando. Harry se dio cuenta que Malfoy era
un estudiante inteligente y despierto. Después de Transformaciones, cuando Malfoy hubo
entendido las fórmulas, Harry pasó a Encantamientos. Dirigía fugaces vistazos a Malfoy de vez en
cuando por el rabillo del ojo. Había disfrutado tanto enseñándole Transformaciones que había
perdido la noción del tiempo. Una idea empezó a rondarle la mente y, durante unos minutos, se
perdió en los recuerdos del Ejército de Dumbledore practicando hechizos en la sala de los
Menesteres.

Volvió a observar a Malfoy de reojo. Parecía concentrado en lo que estaba haciendo. Tanto, que
mordisqueaba distraídamente la pluma cuando no escribía, en un gesto cotidiano que no casaba
con la apariencia estirada y formal que solía adoptar. Pensado que probablemente era la primera
vez que veía a Malfoy tan relajado, Harry se sintió contento de que el chico se permitiese bajar la
guardia.

Una sensación extraña le inundó al pensarlo. Mirándole de nuevo, Harry se fijó los labios
entreabiertos de Malfoy y cómo se acariciaba el inferior con la lengua o con los dientes en
pequeños mordiscos. Sintiéndose observado, Malfoy levantó la vista con una mirada interrogante.
Un ligero nerviosismo salido de a saber dónde inundó el cuerpo de Harry. Se encogió de hombros
y bajó la vista a su propio pergamino, donde una mancha de tinta se había extendido en un círculo
enorme desde la punta de su pluma.

Maldiciendo por lo bajo, cogió la varita para borrarlo, oyendo la risita de Malfoy cuando sus
intentos no dieron resultados.

—Espera, déjame —dijo Malfoy, sacando su varita.

Extendiendo el brazo delante de él, tocó el pergamino con un hechizo no verbal y la mancha de
tinta se desvaneció. Un golpe en la puerta les asustó, haciéndoles dar un salto sobre la silla. Los
dos se volvieron hacia la puerta bruscamente. Hermione abrió y asomó la cabeza dentro del
dormitorio.

—¡Hola, chicos! —los saludó con una sonrisa—. Nos preguntábamos si os apetecería venir a la
sala común. Como lo de anoche funcionó tan bien, Justin ha sugerido que podíamos intentar
quedar todas las noches un rato antes o después de la cena. Como una asamblea, todos juntos.

—De acuerdo —asintió Harry. Malfoy se encogió de hombros—. ¿A qué hora?

—Bueno… la idea era hacerlo antes de cenar. —Hermione levantó las cejas—. O sea, ya.

Harry miró su reloj. Apenas quedaba una hora para la cena. Era consciente de que, en algún
momento, Malfoy había agitado la varita para encender la luz y poder ver bien, pero no imaginaba
que fuese tan tarde.
—Ahora vamos, Granger —contestó Malfoy por él. Hermione asintió y salió, cerrando con
cuidado.

—Gracias por esto, Malf… Draco. —Después del apretón de manos, Harry se había determinado a
intentar llamarlo por su nombre cada vez que se acordase independientemente de lo que él hiciese
—. Soy un desastre con este tipo de hechizos.

—Es solo una variante del evanesco, pero aún no hemos abordado esas diferencias en clase, creo.
Yo los conozco porque… —Harry notó que dudaba un segundo antes de continuar—: porque mi
padre me los enseñó. Ha funcionado bien, ¿no?

—Claro, el pergamino parece nuevo. —Harry lo enrolló con un toque de varita.

—Me refería a lo de estudiar juntos, Potter —dijo Draco poniendo los ojos en blanco—. Se te da
bien enseñar.

—¿Sí? —balbuceó Harry, confundido por el hecho de que Malfoy creyese que él enseñaba bien.
Más aun, que Malfoy pareciese estar felicitándole por ello le desconcertaba y abría una puerta a un
mundo que nunca habría imaginado unos días atrás—. Podemos estudiar juntos mañana también, si
te parece bien.

—No puedo rechazar una ayuda tan buena en Transformaciones. ¿Vamos? —preguntó Malfoy con
una sonrisa cortés.

—Claro.

Ambos recogieron rápidamente y fueron juntos a la sala común. Cuando entraron, el resto de sus
compañeros habían colocado los sillones y los sofás en un semicírculo alrededor de la chimenea,
más cómodos que los cojines de la noche anterior. Todos tenían uno de los botellines de cerveza de
mantequilla que habían sobrado el día anterior. Sólo quedaba un sofá de dos plazas libre. Malfoy se
sentó en él mientras Harry se dirigía a la estantería y cogía dos cervezas. Ofreciendo una a Malfoy,
se dejó caer a su lado.

Chapter End Notes

Muchas gracias por leer. *Milen, lo de la cajita de música* ¿Eh? ¡Ah! Aún tendréis
que esperar para eso, lo siento :P.
Una cuestión de confianza
Chapter Summary

Harry parece que ha encontrado una forma de entenderse con Draco. Sin embargo, las
cosas no son fáciles y ambos tendrán que abrirse el uno al otro.

Chapter Notes

Aclaración: Dean Thomas es un mestizo. Lo sé. Pero no supo que lo era y fue criado
por un padrastro muggle, por lo que a todos los efectos de esta historia él se identifica
como tal porque sus vivencias han sido esas. Me parece importante que dejemos que
las personas se identifiquen por lo que sienten y viven en su realidad y no por lo que la
sociedad encasilla en reglas rígidas e inflexibles. No es un alegato contra las palabras
de Rowling. Qué va, en absoluto.

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Harry estaba distraído, dándole vueltas en la cabeza a la extraña tarde que habían pasado. Malfoy
iba a volverle loco. Su comportamiento voluble lo desconcertaba. Dio un trago a la cerveza y se
obligó a prestar atención a lo que explicaba Dean, pero sus pensamientos vagaban hacia el chico
rubio que estaba a su lado de nuevo. Estaba sentado recto, con una mano sobre la rodilla y la otra
sujetando el botellín. Era una postura aparentemente relajada, pero Harry recordaba que la noche
anterior sí había estado menos envarado. Menos formal. De nuevo volvía a estar tenso, aunque
disimulase mejor que esa mañana.

Admitía que estudiar con él se había sentido muy bien. Había algo en explicar las cosas que sabía
que le producía un cosquilleo agradable en el vientre. Además, Malfoy había estado atento y no
había cuestionado sus instrucciones ni sus consejos. El día anterior, cuando había visto a Malfoy
entrar en la habitación y tirar su bandolera al suelo, Harry no hubiese apostado a que podrían
convivir y apenas un día y varias discusiones después parecía que iban hallando un punto de
encuentro. Aceptaba que él había puesto mucho de su parte, pero también era cierto que Malfoy se
había disculpado. Se había disculpado. Dos veces. No hubiera creído que eso fuese posible si no lo
hubiese escuchado y visto él mismo.

Ese Draco sí le gustaba aceptó Harry con un mohín, pensando que Draco y Malfoy a veces
parecían dos personas distintas. Draco le agradaba, pero Malfoy era un imbécil y a él le costaba
distinguir cuál de los dos era en cada momento. Sospechaba que la actitud relajada o envarada de
Draco podía servir de pista pero los momentos como ese, en el que Draco parecía relajado y al
mismo tiempo un poco tenso le confundían.

—Harry. ¡Harry! —lo llamó Ernie.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —reaccionó Harry confundido, parpadeando y ruborizándose al darse cuenta
de que se había quedado ensimismado observando a Draco y pensando en él. Este también le
miraba, sonrojado, pero no desvió la mirada.
—Que te toca, Harry —le dijo Morag con una carcajada—. Estabas en la luna.

—Lo siento, me he distraído —se disculpó Harry tartamudeando y esperando que no se hubiesen
dado cuenta de nada más—. ¿Qué tengo que hacer?

—Draco te ha dicho tres cosas. Una de ellas es mentira, tienes que acertar cuál.

—¡Oh! Lo siento… no te he escuchado… Lo siento, no pretendía… —tartamudeó Harry,


enrojeciendo todavía más, pero Draco no parecía disgustado—. ¿Puedes repetírmelas, por favor?
—preguntó, esperando que el chico no hubiese vuelto a enfadarse. Nunca le había hablado de una
manera tan educada y se arrepintió, pensando que Draco podría enfadarse, pero este le tranquilizó
con media sonrisa, tirando de la comisura de su boca hacia arriba levemente, y asintió con la
cabeza.

—Tengo un perro. Mi fruta favorita es la manzana verde. Me gusta andar descalzo.

Harry frunció el ceño y se mordió el interior de la mejilla, pensativo. Le había visto seleccionar un
par de manzanas verdes en el desayuno y guardárselas en el bolsillo. Era evidente que le gustaban,
aunque quizá era una trampa. Supuso que la tercera podía ser cierta también: Draco se había
descalzado con naturalidad la noche anterior al entrar en las mantas que habían dispuesto en el
suelo. No quería decir nada, pero no tenía mucha más información. Tampoco recordaba ningún
perro cuando estuvo capturado en Malfoy Manor, pero sí los pavos reales albinos. De todos modos
apenas había visto nada de la mansión y sus recuerdos estaban difusos.

—Creo que no tienes perro.

—Has acertado. Hace unos años sí teníamos perros, e incluso crups pero, luego… —Draco se puso
repentinamente serio y su rostro se oscureció—. Luego ya no.

—Te toca preguntarle a Draco, Harry. Piénsalas primero y luego dilas todas a la vez —le recordó
Dean.

—De acuerdo. —Harry se lamió el labio, pensativo—. Mi postre favorito es la tarta de melaza.
Odio Adivinación. Mi color favorito es el rojo.

Draco le escudriñó con atención, ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos. Harry casi podía
oírle pensar. Se preguntó si estaría analizando las tres cosas y se angustió por si había sido
demasiado sencillo o lo había complicado de más. Draco se mordió el labio inferior antes de
decidirse a contestar. Harry se sorprendió admirando lo encantador que Draco parecía cuando hacía
eso, asustándose acto seguido por haber pensado algo tan extraño.

—Nadie diría que no te gusta el rojo, Potter —dijo finalmente Draco en voz baja con un leve tono
de sarcasmo que provocó risitas en los demás—. Estás rodeado de él por todas partes.

—Es cierto, el rojo me persigue. Aunque pueda no parecerlo, mi color favorito es el verde, no el
rojo —rio Harry, absurdamente contento porque Draco hubiese acertado.

—Desde luego, no lo parece.

—Es el color de sus ojos —apostilló Hermione con una sonrisa maliciosa—. Y el color de los ojos
de su madre.

—¡No es por eso! —protestó Harry incómodo, provocando una carcajada entre todos los demás.

El juego siguió por un rato y Harry se acabó el botellín de cerveza de mantequilla. Observó que
Draco se iba relajando poco a poco y él también lo hizo. Rio con los demás cuando Neville fue
incapaz de detectar la mentira de Morag y se sonrojó cuando Dean, en la segunda ronda, subió el
nivel del juego introduciendo temas más personales.

—Me gustan los chicos. Nunca he besado a una chica. No soy virgen.

Michael lo miró con una expresión de desconcierto tan grande que el resto, a pesar de haberse
quedado patidifusos también al oír a Dean, no pudo menos que echarse a reír cuando lo vieron
boquear de asombro. Harry miró a Draco y se dio cuenta de que, aunque estaba sonriendo
cortésmente, volvía a mostrarse nervioso.

—Yo… —Michael parecía totalmente indeciso—. No lo sé.

—Arriésgate —le dijo Dean con un guiño seductor que arrancó otra carcajada del grupo.

—Si te sirve de consuelo, Michael, comparto dormitorio con él desde hace siete años y tampoco sé
cuál es la mentira —le consoló Neville mientras daba un último trago a su cerveza y con un toque
de varita mandaba el botellín a la caja donde los guardaban para llevárselos de vuelta a Madame
Rosmerta.

—Tampoco es que se te estuviera dando muy bien el juego hasta ahora. Eres un pésimo mentiroso
—se burló Dean. Neville le enseñó el dedo corazón, pero siguió sonriendo, aceptando la pulla.

—Yo tampoco tengo ni idea —reconoció Harry, solidarizándose con Neville. Miró a Hermione,
que sonreía con cara de saberlo y buscó apoyo con la mirada en Draco, que se encogió de hombros.

—Creo… —balbuceó Michael, indeciso—, creo que es la última. Que realmente sí eres virgen.

—Lo siento, gracias por haber jugado —sonrió Dean—. Es la segunda. Conocí a una chica
preciosa este verano en el pueblo.

—Pero… has dicho… —tartamudeó Michael.

—No he dicho que no me gustasen las chicas. Sólo que los chicos me gustaban. Y eso es cierto. —
La sonrisa de Dean se volvió más amplia y maliciosa.

—Harry, te vuelve a tocar —dijo Michael, intentando cambiar de tema—. Esta vez te toca
proponer tú primero.

Harry estaba distraído de nuevo pensando en lo que había dicho Dean. No le extrañaba que hubiese
dicho que le gustaran los chicos, más bien… que le gustaban los chicos y las chicas. Hasta ese
momento, no se había planteado que esa opción estuviese disponible. Parpadeó sorprendido,
comprendiendo algunos de los comentarios de su psicólogo durante la terapia conversacional, y
contento porque una pieza del puzle de su vida que hasta entonces había intentado ignorar
activamente, encajase: que los chicos podían parecerle tan guapos como las chicas y eso no era
extraño, sino algo normal que le pasaba también a otros chicos. Se preguntó si cada vez que había
pensado en lo encantador que le parecía Draco cuando se mordía el labio se debía a eso o
simplemente a aquella nueva relación que estaban intentando mantener entre ellos, pero no le dio
tiempo a plantearse nada más porque el resto de compañeros le miraba expectante a que continuase
con su turno de juego.

—Yo… eh… —tartamudeó intentando ganar tiempo mientras intentaba pensar lo más rápido
posible—. Vale… Me encanta volar, mi varita es…

—No, Harry —se quejó Dean—. Hazlo un poco más personal. No es necesario que sea sobre tu
intimidad o tu vida sexual —le tranquilizó al verle que se ponía nervioso—. Sólo que sea algo más
que tu golosina favorita o el nombre de tu primera lechuza.

—Yo… no sé muy bien si estoy cómodo jugando así.

—No vamos a decir nada ni juzgarte, Harry, pero si no quieres, no pasa nada —intervino Justin
comprensivamente antes de dirigir una mirada de advertencia a Dean para que no estropease el
clima de confianza forzando el juego.

Un silencio expectante cubrió la sala mientras Harry pensaba, indeciso. Miró a Draco, que parecía
ligeramente asustado, pero Harry no supo si era por el giro que había dado el juego, como él, o
miedo a que no confiase lo suficiente en él. Hermione extendió una mano al cabo de unos
segundos, con intención de apoyarle en lo que decidiese, pero ya se había resuelto a jugar.

—De acuerdo. Se trata de conocernos mejor unos a otros, ¿no? Voy a intentarlo. —Harry inspiró
con fuerza, asintiendo. Sacaría el valor Gryffindor si era necesario—. Mis tíos muggles me criaron
como si fuese su hijo. El Sombrero Seleccionador quiso mandarme a Slytherin. El primer niño
mago que conocí fue Draco Malfoy.

—¿Cómo? —Draco parecía desconcertado. El ambiente se había puesto bastante serio y algunos,
como Morag o Justin, también le miraban con perplejidad.

—Son cosas personales, como ha pedido Dean. Muy personales, de hecho —murmuró Harry,
sintiéndose inseguro al ver la reacción del resto y temiendo que esas cosas, que significaban
mucho para él y le habían marcado de por vida, fuese algo banal para el resto—. Hermione puede
dar fe de ello.

—Es así —confirmó esta, muy seria—. Eso ha sido muy valiente, Harry.

—Se supone que son cosas de las que debo hablar con naturalidad, pero hasta ahora no lo había
hecho con nadie. Bueno… Hermione y Ron sí, pero… —Harry se encogió de hombros. Sabía que
Hermione entendería a qué se refería. Su psicólogo le había aconsejado no callarse cómo había
sido su infancia por miedo a ser juzgado o a ser víctima de la compasión de otras personas, ya que
eso le ayudaría a superar esas partes de su vida.

—Te creemos, Harry. Es sólo… que no nos esperábamos… algo así —explicó Ernie, todavía un
poco descolocado—. Que cualquiera de las opciones sea falsa hace que las otras sean
sorprendentes e inesperadas cuanto menos.

—Y lo has puesto difícil —intervino Morag, que estaba pensativa, intentando averiguar la
respuesta por sí misma—. Me alegro que sea el turno de acertar de Draco y no el mío.

—¿Draco? —preguntó Justin desde el otro extremo.

—No lo sé. —Draco parpadeaba rápidamente, negando levemente con la cabeza. Al contrario que
en el anterior turno, Draco no parecía estar pensando y analizando sus palabras, únicamente estaba
nervioso y desconcertado—. ¿De verdad el Sombrero quiso mandarte a Slytherin? —dijo
tentativamente.

—Sí —asintió Harry—; dijo que me habríais ayudado a encontrar el camino a la grandeza.

—¿Habríamos hecho eso? —Draco había palidecido, pero Harry no sabía por qué.

—Slytherin, quiero decir —se apresuró a aclarar Harry—. La mentira es la primera. Me temo que
mis tíos no me criaron como a su hijo. Más bien todo lo contrario, fui un estorbo en su vida. No…
no me trataron muy bien que digamos durante la infancia. —Draco se había quedado mirándole
atónito, con los ojos muy abiertos. Harry comprendió que no había esperado esa respuesta.

—Tampoco habría sido bueno para ti, Harry —ironizó Hermione intentando quitar hierro al asunto
—. No me parece que Dudley lo haya llevado bien.

Harry soltó una carcajada amarga que no fue secundada por el resto más que por Hermione, que se
inclinó hacia él para acariciarle la espalda con un gesto de consuelo. Ella y Ron le habían
acompañado una última vez a casa de sus tíos tras la guerra para hacer de apoyo moral y ayudarle a
enfrentar a las personas que le habían dado las migajas de una caridad casi inexistente durante toda
su infancia. Cuando los había visto allí delante, tío Vernon mirándole con desprecio y Petunia
avergonzada sin atreverse a acercarse a él, se había sentido abrumado por del dolor de todo lo que
no debería haber ocurrido en una infancia arrebatada y agradeció que sus amigos estuviesen ahí
con él, flanqueándolo.

Dudley sí se había acercado a él, estrechándole la mano como lo había hecho un año antes, cuando
se despidieron en tiempos de guerra e incertidumbre. Le había acompañado por la casa mientras
recogía sus muy escasas pertenencias, ayudándole. Se había despedido de él sin pretender disculpar
la actitud de sus padres, a los cuales había reprendido y luego le había pedido que quedasen algún
día y no perdiesen el contacto. Harry había asentido con poca convicción y mucha cortesía,
deseando perder de vista aquella casa y aquella familia. Una vez había acabado todo, el peso de su
infancia había caído sobre él y sabía que le costaría perdonarlos, aunque admitía que con Dudley sí
iba por buen camino para conseguirlo. Ron lo había definido como su lado más Slytherin tras
haber admitido que él obraría igual.

—Al menos lo ha llevado a lo grande —contestó Harry para seguirle el juego y relajar el ambiente.
Ante la mirada extrañada del resto, les aclaró—: Mi primo es enorme, es más alto que Draco y pesa
casi el triple que yo.

—¡Claro! —exclamó Dean, abriendo mucho los ojos por la sorpresa de la revelación—. Por eso
esa ropa enorme que traías, sobre todo los primeros cursos.

—Sí, heredaba su ropa —admitió Harry empezando a sentirse incómodo. No había contado con
tener que dar tantas explicaciones, sólo abrir una parte de su vida que era personal y que ayudaría a
conocerle mejor—. Lo siento, creo que me he cargado el juego.

—No, Harry. No te lo has cargado —dijo Neville, emocionado—. Gracias por confiar en nosotros
tanto como para contarnos esto.

—Sí, gracias tío —se sumó Dean.

—Ha sido algo muy valiente —susurró Morag. Harry parpadeó, sintiendo los ojos empañados en
lágrimas. Justin debió notarlo, porque carraspeó y, con voz suave, reanudó el juego:

—Tu turno, Draco.

Harry se volvió hacia Draco todavía con el pecho anegado de emociones. Este le miraba con los
ojos muy abiertos, casi sin parpadear. Parecía en shock. Se retorcía los dedos, frotándose las manos
con nerviosismo. Harry reconoció en sus ojos la misma mirada enjaulada y aterrorizada que le
había visto en otras ocasiones. Comprendiendo que no se atrevía a exponerse como había hecho él,
Harry se apresuró a lanzarle un salvavidas.

—¿No es hora de que bajemos al Gran Comedor? —Harry consultó el reloj y, sorprendido de lo
rápido que había pasado el tiempo realmente, añadió—: La cena debería estar empezando justo
ahora.

—¡Ostia, es verdad! —exclamó Dean, levantándose—. Será mejor que bajemos, no creo que a
McGonagall le parezca bien que nos empecemos a saltar las cenas el segundo día, por muy adultos
responsables que nos considere.

Todos se apresuraron a salir a paso rápido en dirección al Gran Comedor. Harry esperó a Hermione
para ir juntos, caminando a paso vivo. El sonido de unos pasos de alguien corriendo tras él le hizo
volverse. Draco había acelerado el paso en lugar de quedarse rezagado a una distancia prudente.
Harry elucubró que quizá quería llegar antes al Gran Comedor pero, cuando este los alcanzó, en
lugar de rebasarlos, redujo el paso para caminar a su lado.

—¿Cómo te encuentras, Harry? —oyó que le preguntaba Hermione, mirándolo evaluadoramente.


Cuando notó que Draco se había puesto a su altura le saludó con una sonrisa, pero este no la notó
porque caminaba con la mirada puesta en el suelo.

—Bien —reconoció Harry con sinceridad.

Había sido incómodo, pero mejor de lo que había esperado. No había habido compasión en los
rostros de sus compañeros, ni siquiera en el de Malfoy. Sólo sorpresa, disgusto hacia sus tíos y algo
de admiración.

—Me alegro de que seas capaz de hablar de ello —dijo Hermione con una sonrisa orgullosa,
aferrándose a su brazo.

En junio, apenas un mes tras la última batalla, Harry había comenzado una terapia psicológica
muggle a instancias de Hermione. Le había ayudado mucho a poner en orden sus sentimientos y
pensamientos. Se había visto obligado a interrumpir las sesiones al regresar a Hogwarts, pero su
terapeuta le había pautado algunos ejercicios a poner en práctica. Hablar abiertamente de su pasado
era uno de ellos.

—El psicólogo me recomendó que lo hiciese. Que hablarlo ayuda a aceptarlo y mejorar —dijo
encogiéndose de hombros—. Un psicólogo es un médico que ayuda a superar los problemas
mentales causados por situaciones como esta —explicó a Draco, dudando de si este sabía lo que
era un psicólogo.

—Como en el juego de anoche —asintió Draco, que seguía caminando a su lado en silencio,
comprendiendo—. Me parece muy injusto que alguien tenga que sufrir a manos de un familiar —
murmuró con voz estrangulada.

—Ya pasó y no tengo que volver a verlos en mi vida. Ahora puedo pasar página.

—¿Por qué te dejaron allí? —preguntó Draco extrañado, sin poder contenerse—. Eras el Niño-
Que-Vivió, cualquier familia de magos te habría acogido. La Orden del Fénix esa que montó
Dumbledore o aquí mismo en Hogwarts.

—Esas son las preguntas por la que decidí empezar a visitar a un psicólogo. Pero no funcionó, para
empezar porque la respuesta a ellas… Dumbledore está muerto. Y, como he dicho, el psicólogo es
muggle. No puedes abrirte del todo a una persona a la que no puedes contarle la mitad de las cosas.
Está obligado a guardar el secreto profesional y no contárselo a nadie, pero seguramente me
derivaría a un psiquiatra por creer que estoy loco.

Irritado, suspiró sólo de pensarlo. Él había tenido que empezar a digerir todo aquello tras terminar
la guerra todo antes de darse cuenta de lo realmente horrible que había sido. En cambio, a Draco
apenas le había llevado unos minutos comprender que lo que los Dursley le estaban haciendo era
injusto y que se podían haber buscado soluciones alternativas durante su infancia. Draco Malfoy.
Casi había sonado preocupado por él.

—Sobre Harry pesaba una protección por el sacrificio de amor de su madre —aclaró Hermione con
tono resabiado. Draco frunció más el ceño al escucharla—. En esa casa vivía el único familiar vivo
de Harry por línea materna y Dumbledore reforzó esa protección con un hechizo. Voldemort no
podía entrar en esa casa y Harry se beneficiaba de dicha protección mientras lo considerase su
hogar, aunque sólo fuese durante unos días al año.

—No me creo que ese viejo no pudiese encontrar ninguna alternativa mejor —espetó Draco
levantando una ceja—. Era el mago más poderoso de su generación, ¿no? Y se supone que de los
más inteligentes.

Entraron en el Gran Comedor, que ya estaba lleno. Lo cruzaron bajo la atenta mirada de
McGonagall y se sentaron en sus sitios. Draco se sentó a su izquierda con la misma naturalidad con
la que Hermione se sentó al otro lado.

—Lo cierto es que opino como tú, Draco —contestó Hermione. Draco volvió a levantar una ceja,
pero esta vez con expresión de sorpresa.

—¿En serio? —preguntó Harry, sorprendido también. Hermione nunca se lo había dicho.

—Claro que sí. —Las fuentes frente a ellos se llenaron de comida cuando Dean y Neville, que
llegaron los últimos, se sentaron—. ¿Qué diferencia había entre que pasases el verano en casa de
tus tíos o en casa de Ron? Incluso en Hogwarts, como las vacaciones de Navidad y Pascua. No veo
por qué tenías que estar donde tus tíos, sobre todo antes de la llegada de Voldemort. Y cuando este
volvió, nada impidió que pudiese volver a tocarte o regresar. Tampoco me creo que Dumbledore
no supiese o se imaginase lo que estaba pasando en esa casa.

—Tienes razón —asintió Harry—. Cuando todo el mundo creía que Sirius quería matarme no
tuvieron problema en dejarme vivir en el Caldero.

—¿Has vivido en el Caldero Chorreante también? —preguntó incrédulo Draco.

—Sí, durante el verano anterior a tercero —asintió Harry. Riéndose al recordarlo, añadió—: Inflé
involuntariamente a la hermana de mi tío después de que me insultase a mí y a mis padres durante
toda la cena. El Ministro me hizo vivir el resto del verano allí.

—Suena horrible y desagradable. Lo de que tu tía te insultase, no lo del Caldero. Lo del Caldero
tuvo que ser un alivio por no tener que estar con tus tíos ese tiempo. —Draco se mordió el labio
inferior. Harry había empezado a sospechar que cada vez que hacía eso era una mezcla de
reflexión, concentración y, a veces, arrepentimiento. No tuvo que quebrarse mucho la cabeza para
suponer en qué estaba pensando.

—Pues sí. Me pasé el verano mirando escobas y comiendo helados en Florean Fortescue. En fin,
ahora ya da igual —zanjó Harry, intentando olvidarse del tema—. No tengo que volverlos a ver
nunca más, Voldemort está muerto y puedo seguir con mi vida.

—Por cierto, Harry —intervino Dean desde el otro lado de la mesa, interrumpiéndolos—, tienes
que decirnos cuánto te debemos de las cervezas y los dulces.

—Creo recordar que os avisé de que esta primera ronda invitaba yo.

—No podemos estar así, sobre todo si pretendemos hacer vida en la sala común y que esté surtida
—negó Morag—. Hay que establecer un sistema para que todos contribuyamos a la persona que
baje a Hogsmeade a comprar.

—Podemos poner bote —propuso Justin—. Un galeón cada uno da para bastante. Cuando se acabe
el dinero, volvemos a poner otro.

—Buena idea —aprobó Ernie—. Quien vaya a comprar solo tiene que usar el dinero en común.

—Todos de acuerdo, entonces.

—Yo preferiría no hacerlo —dijo entonces Draco con brusquedad—. No os preocupéis, no beberé
ni comeré nada en la sala común. De hecho, te pagaré las cervezas que me he bebido, Potter.

—He dicho que a la primera ronda invitaba yo, no hay más discusión en eso —espetó Harry,
malhumorado por su insistencia—. No vas a pagar tú cuando el resto no va a hacerlo.

—¡Oh, Draco! ¡Sólo es un galeón! —exclamó Morag, intentando animarle—. Y lo pasamos muy
bien en la sala común, ya lo has visto. No vas a ser el único que mires mientras el resto bebemos
cerveza, me sentiría un monstruo desalmado. Igual que comer un helado delante de un niño
pequeño.

—Pues no miraré, McDougal. Puedo quedarme en el dormitorio, no hay problema —replicó


tajantemente Draco con tono borde y duro.

Todos enmudecieron en la mesa, incómodos por la situación. Morag parpadeó, desconcertada por
la reacción de Draco. Este mantuvo la vista fija en su plato, respirando agitadamente y evitando
mirar a nadie. Había escondido las manos bajo la mesa, pero Harry vio que estaba retorciéndose
nerviosamente los dedos, cada vez con más intensidad. Se había dado cuenta que hacía eso,
probablemente de manera inconsciente, cada vez que se enfrentaba a un problema o se sentía mal.
Tras unos segundos en los que todos ellos comieron en silencio, Draco tiró violentamente sus
cubiertos encima de la mesa, se levantó y, sin despedirse, salió del Gran Comedor con grandes
zancadas.

—¿Qué mosca le ha picado ahora? —preguntó Michael con una mueca de desprecio.

—Michael… —le reprendió Morag en tono amistoso.

—Pregunto en serio —insistió Michael frunciendo el ceño y elevando la voz—. Cualquiera diría
que nos hace un favor sentándose con nosotros en lugar de ser nosotros quiénes le hacemos un
favor a él.

—Yo no considero que le esté haciendo un favor, Michael —contestó Hermione intentando
imponerse sobre la voz de Michael.

Harry vio que el resto de compañeros asentía mostrando su acuerdo con Hermione. Incluso Neville,
según constató con algo de sorpresa. Neville había sido uno de los que más había sufrido, junto a él
mismo, las invectivas de Draco durante los años anteriores y Harry había pensado que sería uno de
los que más le costaría pasar página. Neville intercambió una mirada con él y Harry le sonrió
agradecido, orgulloso de su valentía y también de su nobleza.

—No sacamos nada positivo si no somos capaces de crear un grupo cohesionado siendo sólo nueve
—añadió Hermione en voz más baja, disgustada por las palabras de Michael—. ¿No hemos
aprendido nada de los prejuicios que nos han llevado ya a dos guerras?

—Precisamente son sus prejuicios lo que me preocupa —argumentó Michael, más enfadado.
—Creo que Hermione tiene razón —dijo Justin con voz clara, interrumpiéndole para hacerse oír
por todos en la mesa.

—¡Tú eres hijo de muggles! —exclamó Michael con incredulidad.

—Yo también lo soy a todos los efectos —intervino Dean, muy serio y con el rostro desencajado.
Suspiró con fuerza y se frotó los ojos antes de mirar a Michael con cara de circunstancias—.
Michael, sé que tú sufriste a manos de los Carrow y de los amigos de Malfoy. Te comprendo. Yo
tuve que vagar por el país sin detenerme, con miedo a ser atrapado, durmiendo donde podíamos y
con miedo a dejarnos ver en cualquier pueblo. Y aun así, puedo ver que Draco no es la persona que
me hizo eso. Estuve prisionero en su casa unas horas y lo vi. Su rostro mostraba el mismo terror
que el nuestro, el mismo desagrado hacia los mortífagos. Cuando su padre le preguntó, no delató a
Harry.

Michael apretó los labios mirando a Harry, todavía sin creérselo. Este asintió, confirmando la
historia de Dean. Nunca había hablado con él de aquel episodio en particular y se arrepentía de no
haberlo hecho. Hacerlo quizá les habría ayudado a ambos. Harry parpadeó, emocionado. Neville y
Dean no habían dudado en salir en defensa de Draco a pesar de todo. Se sintió orgulloso de sus
amigos y al mismo tiempo deseó haber sido capaz de darse cuenta antes de algo que ellos dos
veían tan claramente.

—Tenemos que ser capaces de dejar la guerra atrás de una vez —determinó Hermione, frunciendo
el ceño—. Estamos marcados por ella, sí. Y Draco lo está tanto como cualquiera de nosotros. Si
nosotros no somos capaces de hacerlo, ¿cómo va a hacerlo el resto del colegio? ¿O de la sociedad?

—Además, Harry siempre ha sido el que peor se ha llevado con él y parece que Draco le cae bien,
¿verdad? —Justin le miró con una sonrisa optimista—. Sé que le molestó compartir habitación
contigo, Ernie y yo le vimos salir como una fiera ayer por la mañana del cuarto y sin embargo te
has sentado a su lado en clase y parece que no os lleváis mal.

Harry volvió a asentir, sin saber qué contestar. No se sentía tan noble como Neville ni tan generoso
como Dean. Sólo había intentado contener su impaciencia porque McGonagall y Hermione se lo
habían pedido, aunque gracias a eso después hubiera descubierto que Draco le caía bastante bien
cuando no se comportaba como un idiota.

—Y habéis estado toda la tarde juntos en el dormitorio sin mataros —apostilló Ernie—. Si
Hermione, Dean, Neville y tú podéis dejar atrás esa rencilla de años atrás, el resto también
podemos.

—Supongo —murmuró Michael, rindiéndose ante la mayoría.

—Claro que sí, Michael. A lo mejor no de un día para otro, Michael, no queremos que te sientas
mal. Tienes derecho a estar enfadado. Poco a poco, ¿de acuerdo? —le dijo Morag, sonriéndole
comprensivamente y agarrándole la mano para animarle. Michael no levantó la mirada de su plato.

—Yo… esto… —Harry miró a Hermione, todavía sin saber muy bien qué decir, incapaz de añadir
algo propio a las declaraciones de los demás—. Iré a hablar con él. —suspiró finalmente.
Hermione le sonrió con orgullo. Extrajo un saquito de los bolsillos de su túnica y rebuscó en él
hasta encontrar dos galeones—. Mi parte y la de Malfoy.

Salió deprisa en dirección al ala este, rezando porque Malfoy no hubiese ido a otra parte. Esquivó a
los alumnos de cursos inferiores que ya habían terminado de cenar y estaban saliendo también del
Gran Comedor, considerando la idea de echar a correr para alcanzarlo.
—¡Harry! —Se dio media vuelta al oír que lo llamaban—. ¡Harry!

Ginny, Luna y Dennis salían del Gran Comedor, dirigiéndose a paso rápido hacia él. Sorprendido,
Harry se paró a esperarlos. Cuando llegaron Ginny se puso de puntillas para saludarle con un beso
en la mejilla. Harry, incómodo, no se lo devolvió. Él todavía se sentía un poco violento, a pesar de
que era quien había terminado la relación. Tenía la sensación de que la chica todavía sentía algo
por él y no quería hacer nada que la alentase a albergar esperanzas. Comprendía cómo se sentía y
estaba seguro de que Ginny sólo necesitaba tiempo. Al fin y al cabo, ella había estado enamorado
de él durante muchos años, mientras que Harry sólo había tenido fugaces sentimientos que no
habían sobrevivido a la guerra. Era él quien no tenía que haber empezado aquella relación en
primer lugar o haberla finalizado definitivamente cuando correspondía. Deseaba poder ayudarla,
pero tampoco sabía cómo hacerlo.

Al ver la cara de desolación de Ginny cuando le había dicho que no deseaban que continuasen
juntos, Harry había comprendido que no se puede borrar todo lo que has sentido hacia alguien
durante tanto tiempo en sólo unos días. Además, reconocía que no había sido llevado todo aquello
de la manera más noble y valiente. Como Gryffindor, Harry a veces se sentía una estafa. Tras el
funeral de Dumbledore había huido cobardemente, dejándola con una excusa idiota digna de la
película americana romántica más cutre de la historia. A partir de ahí, se había limitado a
convertirse en el sujeto pasivo de la relación, sin pensar en ella ni en sus sentimientos, consciente
de que le estaba esperando pero sin encontrar dentro de sí mismo la correspondencia adecuada. No
se lo había contado a su psicólogo, pero estaba seguro de que este le habría reprendido por la forma
poco asertiva en la que había manejado el asunto.

—Hola, Ginny —contestó Harry un poco tenso, todavía con la mente puesta en Draco—. Hola,
Luna, Dennis.

Le extrañó la repentina efusividad de Ginny. Durante las últimas semanas del verano apenas se
habían dirigido la palabra cuando Harry visitaba La Madriguera. Harry no había tenido nada más
que decirle una vez había confrontado y analizado sus propios sentimientos y sabía que la chica
seguía justamente herida, pero había llegado a la conclusión de que ella tenía que superar su propio
duelo. Sólo deseaba que algún día Ginny pudiera perdonar su torpeza sentimental y recuperar su
amistad. Se planteó con esperanza que quizá aquel fuera un primer paso de la chica para ello.

—Hola, Harry —contestó Luna con su voz dulce. Dennis se limitó a saludarle con un cortés
asentimiento—. Parecía que tenías prisa.

—Eh… Sí, yo tenía… —Se preguntó cómo explicarlo y se dio cuenta, con disgusto, de que estaba
buscando justificase y que hacerlo sólo fomentaría actitudes como la de Michael: gente que
pensaba que ser amable con las personas con el bagaje Draco era generosidad que concedían
magnánimamente y no algo que merecieran por simplemente existir—. Iba en busca de Draco.

—¿Draco? —preguntó Ginny con un rictus de asco—. ¿Ahora llamas así a Malfoy?

—Le vi salir del comedor con prisa —intervino Luna. Harry se dio cuenta, con pena, de que Ginny
tenía tantos motivos como Michael para seguir viendo a Draco como un enemigo de quien
desconfiar e intentó armarse de paciencia, comprendiendo que tampoco era culpa suya y que, como
muchas otras personas, necesitarían ayuda y tiempo para perdonar—. Probablemente se topó con
un mnemosino, olvidó algo importante y tuvo que volver a por ello.

—¿Un mnemo… qué? —preguntó Harry, distrayéndose de sus pensamientos al oír la palabra.

—Una criatura que hace que olvides lo que ibas a hacer. Cuando se aleja de ti, vuelves a recordarlo
—explicó Luna con voz soñadora.
—¿Ahora vais a haceros amigos de Malfoy, Harry? —interrumpió Ginny con tono acusatorio,
cortando la explicación de Luna.

—Es un compañero más, es importante llevarnos bien entre nosotros. —Harry suspiró, frustrado
por el tono empleado por la chica.

—¿Acaso te has olvidado de quién es, Harry? —siguió Ginny, ignorándole—. ¡Por Morgana,
Harry! ¡Su padre fue quien me dio aquel diario! ¡Peleó en el bando de Quién-Tú-Sabes! ¡Su
familia secuestró a Luna!

—Draco no debería de ser juzgado por lo que hizo su familia, sino por lo que hizo él —murmuró
Harry, triste al oír lo que pesaban los errores de Lucius todavía en Draco.

—Cuando estuve encerrada en la casa de los Malfoy, Draco se portó muy bien con nosotros —
comentó Luna, con voz calmada—. Se interesaba por nuestro bienestar, nos traía lo que podía a
escondidas. A veces bajaba, se sentaba allí y charlaba con nosotros de cualquier cosa.

—No lo sabía —dijo Harry, conmovido al oír aquello, parpadeando—. Imaginaba que Draco no lo
había estado pasando bien en ese momento, pero nunca me habías contado esto, Luna.

—Tampoco habías preguntado —señaló amablemente la chica.

—Entonces, ¿fundamos ya el club de fans de Malfoy o esperamos a reclutar a alguien más? —


espetó Ginny, cada vez de peor humor—. Podemos crear un comité de excusas para cualquier acto
reprobable que haya cometido.

—Mira, Ginny, no sé muy bien adónde quieres llegar con esto, pero en este curso nosotros vamos a
ser nueve —dijo Harry con firmeza, convencido de que ese día no iban a llegar a ningún acuerdo y
pensando que era mejor dejar claras algunas cosas que fuesen germinando en la mente de Ginny
con el tiempo, ayudándola a perdonar—. Hemos decidido tener una convivencia agradable y no
veo nada de malo en ello.

—¿No ves nada de malo en ser amigo de Malfoy? —preguntó Ginny incrédula.

—No veo nada malo en tener una relación cordial con mi compañero de cuarto y de sala común,
no. Y tampoco lo vería mal si fuéramos amigos, pero creo que ese es otro tema. Vamos a tener que
compartir un montón de espacios este año, seguir comportándonos como niños sólo lo empeoraría.

—¿Compartís cuarto? —escupió Ginny—. Harry, tienes que hablar con McGonagall para que tome
cartas en el asunto inmediatamente.

Harry lamentó el daño que la guerra había provocado en todo el mundo. La sociedad tardaría
mucho tiempo en conseguir superar aquello y eso siempre que lo hiciese y el conflicto no se
enquistase, revirtiendo el equilibrio de poder. Harry observó a Ginny, que estaba roja de furia,
intentando ser paciente igual que hacía con Draco.

—Ginny, soy yo quien tiene que compartir la habitación y no me importa —recalcó Harry. Quizá
le había fastidiado hacerlo en un inicio, pero había puesto de su parte por llevar las cosas de
manera adulta, como McGonagall le había pedido y tenía que conceder que, salvo episodios
puntuales, Draco también estaba colaborando y estaban consiguiendo llegar a un consenso—. Todo
está bien, de verdad. Además, McGonagall lo sabe y está de acuerdo —añadió en un intento de
zanjar el asunto con un argumento de autoridad.

—¿Qué? —exclamó Ginny, abriendo los ojos desmesuradamente ante las palabras de Harry.
Preguntándose qué opinaba, Harry miró de reojo a Dennis, que estaba absorto en sus zapatos como
si fueran lo más interesante de aquel pasillo, por lo que no podía verle bien la expresión de la cara.
Luna observaba a Ginny con el entrecejo ligeramente fruncido, como si a ella también le
disgustase un poco la actitud de Ginny. Ver a ambos así reforzó su idea de que no estaba haciendo
algo malo, como Ginny parecía creer.

—Ginny —intervino Luna de nuevo con su voz suave—. Draco no es un mal chico. Estaba en el
sitio equivocado en el momento equivocado. Tomó las decisiones que tuvo que tomar, muchas de
ellas porque no le quedó más remedio o las tomaron por él, y no se enorgullece de ellas. Se merece
una nueva oportunidad. Debemos perdonar para seguir adelante y superar todo esto de una vez.

—¿Perdonar? Nadie perdonó a Fred, ni a Colin. Ellos sí tomaron las decisiones correctas y no
están con nosotros. —Dennis alzó la mirada, con los ojos empañados, al oír aquello—. No debería
siquiera estar en Hogwarts. No se lo merece.

—Entiendo que estés dolida, Ginny. Seguramente tienes todo el derecho a estarlo. —Harry no
sabía cómo se podía consolar un dolor tan enraizado que casi rozaba el odio. Se sintió responsable.
Tampoco quería eximir de responsabilidad a Malfoy; sus actos habían sido los que habían sido,
pero Harry también había azuzado ese odio. Una bola de nieve que se le escapaba de las manos.
No sólo a él, a toda la sociedad mágica. Deseó que todavía estuviesen a tiempo de pararla, de
reparar y perdonarse mutuamente todo el daño—. Ese es un golpe bajo. Dumbledore decía que
Hogwarts siempre acudirá en ayuda de quien lo necesita. Y McGonagall dijo que él lo necesitaba.

Harry recordó que no había dicho aquello realmente. Más bien había sido que Draco no deseaba
estar en Hogwarts, pero no le había quedado más remedio. Aun así, no se corrigió, pensando que si
no era lo mismo, se parecía bastante y seguramente era cierto también. Al ver que Ginny hacía un
aspaviento indignado, dispuesta a seguir con la discusión, la interrumpió:

—Lo siento Ginny, quizá deberíamos charlar en otro momento cuando todos estemos más
calmados. Ahora mismo no me apetece seguir hablando. Además, no veo modo alguno de que con
quien comparta el dormitorio o con quien me lleve bien sea algo en lo que debas opinar, lo siento.
—Era consciente que estaba sonando seco, pero no supo suavizarlo más. Tampoco creía que fuese
a salir nada positivo de seguir insistiendo en el tema y necesitaba que Ginny comenzase a
comprender que aquella actitud beligerante no llevaría a nadie a ninguna parte—. No obstante, me
alegro de que nos hayamos visto. Hasta luego —se despidió con un gesto de la cabeza,
correspondiendo a la sonrisa de Luna antes de darse media vuelta en dirección al ala este.

Caminando lo más rápido posible a pesar de que tras el tiempo perdido correr no tenía sentido
alcanzar a Draco, Harry le dio vueltas en la cabeza a la conversación. Seguramente si no hubiese
oído el comentario de Michael en la mesa le habría sorprendido más, pero aquello le había hecho
ser consciente de que no todo el mundo iba a dar una nueva oportunidad a Draco. Como con Ginny,
Harry no podía culpar a Michael. En cierto modo, Draco estaba a expensas de que la sociedad,
estando en el bando ganador, fuese comprensiva y estuviese realmente dispuesta a pasar página.
Incluso en el grupo que habían formado, donde todos se habían esforzado por enterrar el hacha de
guerra, el conflicto había sido inevitable.

Justin había intentado desde el principio crear un ambiente de camaradería con la ayuda de Dean y
Ernie. Hermione les había presionado, sobre todo a él, para acoger a Draco. Morag no había tenido
nada personal contra Draco y Harry había visto durante la cena cómo reprendía a Michael y le
instaba a perdonar. Neville sí había sufrido el acoso de Draco y aun así había mostrado su acuerdo
con Hermione y había aceptado a Draco en el grupo sin quejarse. Comprendió, por lo que habían
dicho Justin y Ernie, que su propia actitud había ayudado a que el resto aceptase a Draco mejor.
Probablemente, sin la intervención de McGonagall y Hermione él tampoco le habría dado una
oportunidad y eso le remordió la conciencia. Una vez más, era un símbolo de una lucha que otras
personas encarnaban con más nobleza que él.

Comprendía tanto a Michael como a Ginny. Pero también empatizaba con la mirada acorralada de
Draco, con su deseo de disfrutar de lo que los demás tenían y él creía vetado para sí. Y estaba
convencido de que Draco era una víctima más de la guerra. Las acciones de su padre no podían
pasarle factura eternamente y ya había pagado suficiente por sus errores. Dándose cuenta de que
habría muchas más personas con prejuicios hacia Draco y todas las personas que no habían tenido
la valentía de rebelarse o pelear contra Voldemort durante su reinado, convirtiéndose en cómplices
necesarios, decidió esforzarse en ser la persona noble y generosa que sus compañeros parecía creer
que era y dar ejemplo de ese perdón que permitiría que las heridas sanasen.

Llegó al pasillo del ala este y, antes de ir a otro sitio, asomó la cabeza dentro de la sala común, que
estaba vacía. Decidió probar suerte en el dormitorio concluyendo que si no lo encontraba allí,
utilizaría el Mapa del Merodeador para localizarlo. Antes de entrar golpeó suavemente con los
nudillos y esperó unos segundos para dar la oportunidad a Draco de elegir si deseaba que entrase o
no.

—Soy Harry —murmuró contra la puerta, sin saber todavía si Draco estaba dentro o no.

Al no obtener contestación, entró. Draco estaba acurrucado en el alféizar interior de la ventana,


abrazándose las piernas y mirando el cielo estrellado, totalmente a oscuras. La luz de la luna
recortaba su figura contra la ventana. La repisa era tan ancha que Draco cabía sentado con
comodidad. Estaba mirando hacia la puerta cuando Harry entró y le saludó con un gesto de la
cabeza antes de apoyar la cabeza en las rodillas.

—Hola, Draco —saludó Harry en voz baja. Cerró la puerta tras de sí y se sentó en su cama, cerca
de él, poniendo las manos entre las rodillas y sin saber bien qué decirle—. El resto se ha quedado
un poco preocupado —comenzó, intentando romper el hielo. Decidió no decirle lo de Michael, no
aportaría nada positivo—. No hemos entendido muy bien tu reacción.

Draco levantó la cabeza, sin mirarle y apoyó la nuca contra el marco de piedra de la ventana,
suspirando con cansancio y cerrando los ojos.

—Draco —continuó Harry, recordando los consejos de su psicólogo para solucionar conflictos—,
no sé qué es lo que te molesta de todo esto. Me gustaría que me lo contases si te apetece. Pero al
margen de ello, tanto a mí como al resto nos gustaría seguir contando contigo cuando nos
reunamos para pasar un buen rato en la sala común. No voy a decirte que seamos ya todos amigos
porque no sería verdad, pero creo que habíamos conseguido llegar a un punto de entendimiento
muy bueno. Seguir juntándonos, aunque sea para jugar a tonterías, nos ayudará a seguir
conociéndonos mejor y coger confianza entre nosotros.

Se calló, esperando ver alguna reacción en Draco. Sus ojos ya empezaban a acostumbrarse a la
oscuridad y podía ver el brillo húmedo de los ojos de Draco, mirando a través del cristal hacia el
horizonte oscuro.

—Entiendo que no quieras hablar conmigo de esto. Es normal —dijo Harry, resignado.
Limpiándose el sudor de las manos en la pernera de los pantalones, decidió que lo mejor sería
cambiarse y lavarse los dientes. No se le ocurría qué más decir y quizá Draco necesitaba que le
diese más espacio y tiempo.

—¿Por qué quería mandarte el Sombrero a Slytherin? —preguntó de repente Draco sin mirarle—.
Aparte de eso que has dicho de que podríamos ayudarte a encontrar la grandeza.
Harry parpadeó, sorprendido por la pregunta. No entendía a qué venía, pero el tono había sido
amable, como si Draco no quisiera ofenderle, y curioso. Sopesó las posibles respuestas, que iban
desde decirle que no era asunto suyo hasta contarle la verdad. Considerando que no podía ser peor
que lo que ya sabía de los Dursley y comprendiendo que era la forma de Draco de corresponder a
su intento de acercamiento, decidió ser sincero.

—Es cierto es que eso fue lo que me dijo el Sombrero. Por su parte, Dumbledore creía que era
porque el Sombrero pudo ver dentro de mí la parte del alma que Voldemort depositó sin querer al
matar a mi madre —dijo Harry al cabo de unos segundos, midiendo las palabras cuidadosamente
—. Creo que simplemente está hechizado para mirar dentro de nosotros y ver aquello que vamos a
ser. Percibió la valentía en Neville que nadie supimos ver. O la de Hermione a pesar de que
cualquiera habría dicho que tiene alma de Ravenclaw. Y también influyó que yo le rogué para que
no me pusiera en Slytherin.

«Que no me pregunte por qué, que no me pregunte por qué…», rezó Harry, que no quería mentirle
y tampoco hundirle.

—¿Por qué? —Draco giró la cabeza para mirarle. Harry cerró los ojos, maldiciendo su decisión de
esforzarse por ser noble.

—No conocía el mundo mágico —respondió Harry con un suspiro, buscando las palabras para ser
asertivo—. Para mí, todo era nuevo. Oí hablar por primera vez de las casas de Hogwarts cuando te
conocí a ti, que estabas seguro de que irías a Slytherin. En ese momento no… no me caíste muy
bien. Fue… desagradable. —Draco seguía impertérrito—. En el tren… te comportaste como un
imbécil. No estoy diciendo que lo seas o lo fueses —se apresuró a aclarar. No quería que pensase
que lo estaba insultando—, sólo que te comportaste así. Luego oí que de ahí había salido
Voldemort y casi todos los magos tenebrosos. Se convirtió en un rechazo instintivo y me aterrorizó
ir a Slytherin cuando llegó el momento.

—Entonces, ¿es verdad? ¿Fui el primer niño mago que conociste? —preguntó Draco, cambiando
de tema. Harry respiró aliviado al percibir que no estaba enfadado, sólo sorprendido.

—Sí. En Madame Malkin, ¿recuerdas? Tú estabas…

—Sí —le interrumpió Draco con un asentimiento—. Es verdad que me comporté como un imbécil.
En aquella época solía hacerlo a menudo.

Draco volvió a sumirse en sus pensamientos, mirando de nuevo por la ventana. Harry esperó en
silencio, sin saber si este había dado la conversación por finalizada.

—Antes dijiste que usabas ropa heredada de tu primo muggle. —Draco rompió el silencio un
minuto más tarde, sin mirarle.

—Sí. No tenía nada más que lo que la caridad de mis tíos quisiese darme. Dumbledore me dejó en
su puerta y ellos me acogieron por algún tipo de obligación, pero nunca supe cual. Sólo que cuando
mi tía quiso echarme de casa cuando tenía quince años, fue Dumbledore quien le recordó aquella
obligación —contestó sinceramente Harry, que se dio cuenta de repente que estaba desnudándose
emocionalmente frente al que había sido su enemigo durante siete años, contándole detalles que
sólo Hermione y Ron conocían.

—Suena terrible —lamentó Draco. Harry, que recordaba las burlas de Draco durante todos
aquellos años sobre su orfandad o los insultos a su madre había temido encontrar burlas o, peor,
compasión, pero Draco sólo parecía empatizar con él con tristeza. No había rastro de aquel Draco
cruel e insensible, lo cual le animó a seguir sincerándose.
—Lo… lo fue. También creo que el dolor de saber que yo no tenía a mis padres conmigo como mi
primo si tenía a los suyos, cuidando de él, me angustiaba más que el hecho de no tener nada
propio.

—¿Cómo fue? No tener nada, quiero decir —se apresuró a aclarar Draco, avergonzado.

—Durante mi infancia no lo eché de menos. No conocía otra cosa. Cuando entré en Hogwarts
descubrí que mis padres me habían dejado una generosa herencia y entonces fue cuando empecé a
poder usar mi propio dinero.

—Claro, los Potter eran sangre pura de buena posición. Tu abuelo hizo una fortuna con una poción
alisadora para el pelo.

—¿Lo sabes? —preguntó Harry, pensando en la ironía de que Draco supiese más de su familia que
él mismo.

—Por lo que has contado, me parece que lo sabía antes que tú, incluso. Estudié las genealogías
mágicas antes de entrar en Hogwarts. Sí, sabía que eras rico. Creía que lo habías sido desde que
naciste, que no te había faltado de nada. No supe interpretar las pistas, como la ropa usada.

Harry sintió congoja al oírlo, pensando en todo lo que Draco podría contarle de sus antepasados
que él desconocía.

—La familia Malfoy también es muy adinerada —continuó Draco, con voz calmada—. Mucho más
que los Potter, incluso a pesar de todas las indemnizaciones que hemos tenido que pagar.
Actualmente, mi padre es el propietario de todo ese patrimonio. Yo no tengo acceso a él, igual que
tú cuando eras pequeño. Elegí venir a Hogwarts, pero mi padre no lo quiso comprender así que
tengo que apañarme con lo que tengo: mi baúl de Hogwarts, mis viejos uniformes y los libros de
texto que compré el verano antes de que la guerra estallase. Mi madre me ha intentado ayudar todo
lo que ha podido, pero el patrimonio de los Black que la correspondió está en bienes gananciales
con el de los Malfoy y apenas dispone de dinero propio.

Las palabras de Draco, que respondía la pregunta de Harry sobre el porqué de su actitud en la cena,
cayeron en su estómago como una losa. Se le empañaron los ojos por la desazón que le provocó lo
familiar que le resultaba lo que Draco le estaba contando. Con ironía, pensó que ambos tenían en
común bastantes más cosas de las que podían parecer en un inicio.

—Siento que tengas que verte en esa situación, Draco —dijo Harry sinceramente.

—Yo también. Me gustaría seguir yendo a las reuniones de la sala común —confesó Draco en voz
baja—. Admito que esta tarde he pasado un mal rato al pensar que tendría que contar mis más
oscuros secretos delante de todos —se rio con ironía y amargura—, pero me habéis tratado muy
bien y me he sentido uno más del grupo desde el principio a pesar de… mi pasado. Pero si tengo
que elegir entre las reuniones y poner un galeón del que no dispongo ahora mismo…

—No tienes que elegir —se apresuró a aclararle Harry—. Si Morag hubiera sabido esto, no te
habría insistido para pagarlo.

—No planeaba que nadie lo supiese. Pero tampoco esperaba saber cosas de ti como las que me has
contado hoy. Estoy tan acostumbrado a tenerlo todo a mi capricho que ni siquiera me había dado
cuenta de que alguien debía haber pagado las cervezas que me he bebido ayer y hoy hasta que lo
han mencionado. Eso es lo que más me ha cabreado, no el comentario de McDougal.

—No tiene importancia, Draco —dijo Harry.


—Sí la tiene. No puedo seguir comportándome como si todo fuese mío. Aprendí por las malas que
no era así. Y no hablo sólo de dinero —murmuró Draco, sonando triste.

—No te enfades, ¿vale? —Inspirando fuerte, Harry le confesó—: Como no sabía esto, antes de
subir aquí a hablar contigo planeaba intentar convencerte de que poner un galeón no era mucho
dinero y que todos queríamos verte en las reuniones sin incomodidades sobre quién ha pagado qué.
Así que… puse dos galeones en el bote. El tuyo y el mío.

—¿Qué has hecho qué, Potter? —La voz de Draco se había teñido de enfado.

—Creía que conseguiría convencerte y que accederías a ponerlo. Ni siquiera me imaginaba nada
de lo que me has contado.

—Porque no eres observador, Potter —dijo Draco, todavía indignado.

—No quiero que te molestes por ello. Pero… ya que está hecho, me gustaría que lo aceptaras. A mí
no me importa poner dos o tres galeones extra si eso ayuda a que estés en la sala común. Ni
siquiera tenemos que decírselo al resto, podemos decir que me has devuelto tu parte después de
hablar.

Draco se giró hacia él, escudriñándolo en la oscuridad con una mirada extraña. «Que acepte, por
favor», rogó Harry, cruzando los dedos disimuladamente. Finalmente, Draco asintió. Después
desvió la mirada hacia el suelo, avergonzado. Harry se levantó de la cama y, antes de ir al baño
para lavarse los dientes, le apretó el hombro en un gesto de amable camaradería. Draco levantó la
vista y le dedicó una sonrisa tensa antes de volverse de nuevo hacia la ventana.

Chapter End Notes

Los mnemosinos están inspirados en el título de Mnemósine, un fanfic de Fenix


Errante, que fue el que me dio la idea. A su vez, ella sacó la idea de Mnemósine, la
diosa de la memoria.

La idea de que Luna y Draco charlasen durante la estancia de esta en Malfoy Manor
cuando era prisionera me obsesionó mucho tras escribir este fic. Tanto, que meses
después acabé escribiendo (y publicando) Prisioneros, donde exploro esta relación.
Salvo por un detalle del final de este fic (que no quise cambiar durante la corrección
porque bueno, estaba bien así), podría perfectamente ser una precuela. E incluso ese
detalle podríamos justificarlo jajaja. Desde luego, esta Luna piensa igual que ese
Draco y este Draco piensa igual que el de esa historia en muchas cosas. Perdón por el
autobombo.
La generación de la guerra
Chapter Summary

Harry descubre algo sobre Draco, pero no le da tiempo a pensar en ello: Slughorn ha
invitado a todos ellos menos a Draco a una fiesta del Club de las Eminencias.

Tras cepillarse los dientes, Harry se puso el pijama y se metió en la cama. Draco seguía sentado en
la ventana en la misma posición en la que lo había dejado. Dudó sobre si darle las buenas noches.
No quería incomodarlo, pero tampoco ofenderlo y tampoco tenía claro que estaba pasando
exactamente entre ellos y qué esperaba Draco que hiciese y qué no. Se tumbó de lado, en dirección
hacia él, aprovechando que Draco no estaba mirando en su dirección para observarle.

Tenía una sensación extraña en el pecho tras tener esa conversación con él. Si el día anterior,
cuando Draco había entrado en la habitación tirando su mochila al suelo, le hubiesen dicho que
menos de cuarenta y ocho horas después iban a sentarse a hablar como dos personas civilizadas
sobre sus circunstancias personales, se habría reído como un loco. Sin embargo, ahí estaban.
Compartiendo cuarto como los dos antiguos conocidos que eran y dejando a un lado sus
diferencias. A pesar de las tensiones, de los malentendidos… Harry suspiró satisfecho, pensando
que algo que se sentía tan bien no podía estar mal, reforzando su decisión de intentar dejar atrás el
pasado de la guerra. Como Hermione había dicho, era hora de mirar hacia adelante.

Ni siquiera le estaba pareciendo especialmente difícil. Quizá más al principio, pero cada vez se
veía mejor capacitado para lidiar con los conflictos que pudiesen surgir. Comprender cómo se
sentía Draco había sido determinante para ello. Repasó mentalmente la conversación que acababan
de tener, sobre todo las últimas palabras de Draco sobre su costumbre de coger lo que tenía a su
alcance sin pensar. Para él había sido duro no tener nada, pero se había acostumbrado rápidamente
a disponer de su propio dinero. Para Draco debía haber sido más difícil porque perder siempre era
peor que ganar. Y Draco había perdido mucho.

También había ayudado que Draco se disculpase y admitiese poder estar equivocado. Por lo que le
conocía, Harry sabía que no le debía de resultar fácil hacerlo. Nunca le había oído admitir estar
equivocado o tener una debilidad, ni siquiera en aquel pasillo mientras espiaba su conversación con
Snape. Suponía que se debía al ambiente generado tras la actividad en la sala común. Debía ser
verdad que eran juegos que ayudaban a establecer confianza y relaciones en el grupo. El
hormigueo del estómago se intensificó.

Harry respiró profundamente, como había aprendido a hacer para relajarse y conciliar mejor el
sueño. Fue consciente de que Draco se había levantado silenciosamente en algún momento y
entrado en el cuarto de baño. Salió unos minutos más tarde intentando hacer el mínimo ruido
posible, caminando con los pies descalzos. Un recuerdo de Draco en la sala común diciendo que le
gustaba andar así se abrió paso difusamente en su cabeza. Entreabrió los ojos, intentando separar el
sueño de la realidad a tiempo de ver cómo Draco deshacía la cama para coger la almohada y,
abriendo con cuidado de no hacer sonido alguno, salía del dormitorio con ella abrazada. Harry se
despejó inmediatamente, incorporándose en la cama con brusquedad. Tanteó en busca de las gafas
que había dejado encima de la mesita de noche y se las puso.

Encendió la luz y se frotó los ojos por debajo de los cristales, intentando comprender. Se levantó y
abrió su baúl rebuscando hasta encontrar el Mapa del Merodeador, intrigado por el
comportamiento de Draco. Lo puso encima de la cama, lo tocó con la varita y, con una mezcla de
culpabilidad y nostalgia por todas las veces que había hecho lo mismo el último curso que asistió a
Hogwarts, pronunció las palabras:

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. —El mapa se desplegó. Las líneas se
trazaron sobre el pergamino, extendiéndose como largos caminos de tinta negra—. Busca a Draco
Malfoy.

Había averiguado que si preguntaba al mapa por alguien en concreto este lo buscaba
automáticamente. El mapa se centró en el área que rodeaba al ala este del castillo. Durante casi un
minuto, las líneas se emborronaron, intentando reorganizarse, moviéndose con pequeños latigazos
por el lienzo. Se mordió el labio en un rictus de duda, dándose cuenta que probablemente
McGonagall había reformado aquella zona después de la batalla para repararla y preparar los
dormitorios que iba a acoger. Se preguntó si el mapa tendría suficiente magia como para poder
adaptarse y reflejar el estado actual del castillo.

Poco a poco el mapa se fue aclarando y Harry vio dibujado el dormitorio de Morag y Hermione,
con una pequeña etiqueta con el nombre de esta última junto al mismo escritorio que tenía él en la
suya. Apareció su propia etiqueta entre las dos camas del dormitorio. El resto se fue rellenando
despacio. Harry sonrió orgulloso al ver la capacidad mágica del mapa. Su padre y sus amigos
habían sido unos genios. Las líneas empezaron a dibujar la sala común y la etiqueta de Draco
Malfoy marcó su presencia en ella flotando enfrente de la chimenea. Frunció el ceño, sin
comprender qué hacía ahí.

—Todavía no es demasiado tarde, quizá esté leyendo o algo y no ha querido encender la luz de la
habitación para no molestarme —se le ocurrió.

Su psicólogo le había insistido hasta la saciedad en que la mayoría de los motivos de las personas
solían ser anodinos a pesar de que la mente de uno tendía a ponerse en lo peor y Harry no estaba
muy dispuesto a retomar su permanente actitud de sospecha hacia las acciones de Draco. Se daba
cuenta de lo agotador que había sido observar con lupa todas sus acciones durante los años de
atrás. Satisfecha su curiosidad, tocó el pergamino con la varita pronunciando las palabras que lo
desactivaba, dejó ambas cosas en la mesita junto con las gafas, golpeó la almohada para mullirla
como a él le gustaba, se giró de cara a la ventana, cerró los ojos y se durmió en un sueño ligero e
intermitente.

Se desveló varias veces a lo largo de la noche, mezclando retazos de la conversación que había
mantenido con Draco con la que había tenido con Ginny. Se despertó bruscamente unas horas
después, incapaz de recordar exactamente qué era lo que le había desvelado, tardando unos
minutos en darse cuenta de que estaba en el nuevo dormitorio de Hogwarts y no en el cuarto de
Sirius de Grimmauld Place. Todavía inseguro de qué era la realidad y qué fantasía, dedicó varios
minutos a respirar profundamente e intentar separar en su mente los recuerdos del sueño.

Preocupado, Harry se giró hacia la cama de Draco para comprobar que no lo había despertado, pero
esta seguía vacía, exactamente igual que el chico la había dejado tras coger la almohada. Frunció
el ceño y miró el reloj, comprobando que eran las tres de la mañana. Cogió la varita de la mesita de
noche.

—Lumos —susurró. La tenue luz de la varita llenó de penumbras el dormitorio. Se puso las gafas y
volvió a recitar las palabras que activaban el mapa—. Busca a Draco Malfoy. —El mapa tardó
menos tiempo en dibujar las líneas de esa parte del castillo esta vez. La sala común apareció y la
etiqueta de Draco Malfoy flotó exactamente en el mismo sitio que antes—. Vale, esto sí que es
extraño.

Paseó por la habitación, dudando. Recordaba lo que había ocurrido en sexto, cuando le había dado
por buscarlo y seguirlo por todo el castillo hasta que la situación desembocó en una pelea en la que
casi lo había matado. Otro ramalazo de culpabilidad le invadió el cuerpo. No obstante, la
curiosidad pudo más que la prudencia y acabó tirando el mapa encima de la cama y rebuscando de
nuevo en el baúl hasta encontrar la capa de invisibilidad. Se la puso sobre los hombros y salió al
pasillo.

Descalzo como estaba, atravesó el suelo helado hasta la puerta entreabierta de la sala común. Con
un hechizo no verbal para no hacer ningún ruido la abrió un poco más, lo suficiente para poder
deslizarse dentro. La sala estaba a oscuras y bastante fría. Se acercó a la chimenea. En el sofá más
largo estaba Draco acurrucado en posición fetal. Dos trozos de pergamino encima de su cuerpo le
indicaron que Draco había utilizado las mantas transformadas por Morag un par de noches antes,
pero que la magia que las mantenía así se había agotado en algún momento de la noche. Apoyaba
la cabeza en uno de los cojines de Harry, que aún conservaban su forma.

«Has dormido aquí anoche también, ¿verdad, Draco?», pensó Harry, haciendo una mueca de
desagrado. «Por eso por la mañana la cama estaba vacía y cuando salí de la ducha estabas en el
cuarto recién levantado. Pero… ¿por qué? ¿Por qué, Draco?»

Se acercó más a él. Con cuidado, casi sin tocarle, le rozó el hombro con la mano. Draco se
estremeció. Tiritaba de frío, Harry podía notar a través de la tela del pijama que estaba congelado.
Sin pensarlo, empezó a realizar hechizos calentadores con la máxima potencia que pudo para que
el calor durara lo más posible. Avivó el fuego de la chimenea y transformó de nuevo los dos trozos
de pergamino en mantas, imprimiéndoles toda la fuerza mágica que pudo. Se sintió tentado a
añadir un par de mantas más, pero creyó que si lo hacía seguramente Draco se daría cuenta que
tenía más mantas encima que cuando se acostó al dormir. Rezó porque no se percatase de que los
colores de las mantas de Harry eran verdes mientras que las mantas que Morag había transformado
habían tenido cuadros escoceses.

—¡No! —Harry dio un salto hacia atrás al oír a Draco hablar a media voz, asegurándose de seguir
completamente cubierto por la capa—. ¡No, por favor!

—¿Draco? —musitó Harry lo más bajo que pudo, sospechando que no estaba despierto.

—¡No! —La exclamación de angustia de Draco le hizo dar otro respingo—. No, por favor…

«Pesadillas», entendió. Sentándose en el suelo cerca de la chimenea, esperó a cerciorarse de que


dejaba de temblar de frío. La pesadilla, que había perlado la frente de Draco de sudor, parecía
haber pasado y este respiraba más tranquilamente. Esperó un rato más, contemplándole dormir a la
luz crepitante de la chimenea.

Paseó la mirada por el entrecejo de Draco, aún fruncido con disgusto, la nariz recta, los labios
crispados y las mejillas ahora cubiertas por un ligero sonrojo gracias a los hechizos calentadores.
La posición del cuerpo se había relajado un poco al entrar en calor y tenía un aire desvalido que
despertó un sentimiento protector en el interior de Harry, que se preguntó de nuevo por qué dormía
Draco allí en lugar de en el dormitorio.

Sabía que no podía ser por él. La noche anterior lo habría entendido, pero ahora parecía que habían
llegado a un término cordial no tenía sentido que se comportase así. Cavilaba sobre ello cuando
Draco empezó a agitarse otra vez. Murmurando cosas inteligibles, se revolvió de nuevo bajo las
mantas, inquieto. La frente empezó a perlársele de sudor de nuevo. Harry se levantó y se acercó a
él, dispuesto a despertarlo. Draco frunció el labio superior con terror, con el surco naso labial
cubierto de gotitas de sudor también.

Volvió a tocarle el hombro con la intención de sacudirle para despertarle sin sobresaltarle ni
delatarse. Nada más sentir el roce, antes de que pudiese hacerlo, Draco le sujetó la muñeca con un
agarre firme. Harry se asustó, pensando que se habría despertado, pero Draco seguía murmurando
negativas salpicadas de oraciones incomprensibles. Con la mano libre, Harry intentó separar los
dedos de Draco de su muñeca, pero este se lo impidió soltando la muñeca y aferrándose a su mano,
estrujándola y apretándola contra el pecho con tanta fuerza que le hacía daño. Harry se quedó
perplejo, pero dejó de intentar zafarse de su agarre cuando notó que se tranquilizaba. Poco a poco,
Draco fue relajando el cuerpo y también la fuerza con la que se sujetaba.

Con un suspiro resignado, Harry se volvió a acomodar en el suelo, apoyando la espalda contra el
sofá en una postura incómoda, intentando no forzar que la mano de Draco se soltase o despertarle,
dispuesto a quedarse allí mientras Draco se sintiese consolado dentro de su pesadilla. Un par de
horas después, la mano de Draco se había aflojado lo suficiente para poder zafarse de ella.
Renovando el hechizo de calentamiento y confuso por lo que había ocurrido, Harry se levantó, se
estiró en silencio y salió sin hacer ruido de la sala común, cayendo rendido de sueño en la cama
según la tocó.

A la mañana siguiente, despertó con el ruido de la ducha. Se frotó los ojos, recordando los
acontecimientos de la noche anterior en retazos confusos. Tumbado en la cama, esperó a que Draco
saliese del baño para levantarse y asearse mientras aclaraba sus recuerdos. Sentía el cuerpo
agarrotado por haber estado despierto hasta tan tarde sentado en una posición tan incómoda.

—Buenos días —le saludó Draco amablemente al salir con en una toalla blanca firmemente
envuelta alrededor de las caderas.

—Buenos días a ti también —le correspondió Harry, alegrándose de que hubiese sido Draco quien
tomase la iniciativa en saludarle, desterrando la fría y muda cortesía del día anterior. Dudó sobre si
hablarle de que le había visto dormir en la sala común—. ¿Qué tal has dormido?

Draco le miró mostrando desconcierto en la cara. Harry pensó por un momento que quizá había
excedido la confianza que habían empezado a concederse el uno al otro al tratarle con esa
familiaridad.

—Bien, gracias —respondió Draco, no obstante, con un asentimiento de cabeza cortés.

Mientras entraba al baño para ducharse, Harry pensó que ojalá esa confianza fuese lo
suficientemente amplia como para que Draco acabase durmiendo en el cuarto y no en la sala
común. Poniéndose bajo la ducha, apartó a Draco de sus pensamientos y se dispuso a disfrutar
durante un buen rato del chorro de agua caliente sobre sus músculos entumecidos, relajándolos.

Una hora después, se apresuraba a llegar al aula de Pociones tras desayunar a toda prisa. No había
mirado el reloj cuando se había levantado y se había entretenido demasiado en el baño. Hermione
había bajado al Gran Comedor sin él al informarle Draco de que todavía no había salido de la
ducha. Cuando llegó a la mesa, todos estaban terminando de comer y Harry tuvo que apresurarse
para terminar a tiempo de no llegar tarde a clase. Al entrar en el aula de las mazmorras que les
habían reservado para Pociones, Slughorn ya estaba dentro, hablando animadamente.

—¡Harry! —le saludó Slughorn con tono festivo—. ¡Al fin has llegado! Justo estaba preguntando a
la señorita Granger sobre ti.

—Lo siento, profesor, llegué tarde al desayuno —se excusó Harry, incómodo por la adulación que
destilaba el tono de Slughorn.
—No importa, no importa. ¡Qué sería de nosotros si no fuésemos un poco indulgentes los primeros
días, ¿verdad? —Harry asintió, incómodo, echando un vistazo al aula y buscando un sitio libre.

Como en la del día anterior, había diez mesas colocadas por parejas, con su correspondiente fila de
calderos en el espacio libre que quedaba en el aula. Draco y Hermione estaban sentados juntos en
la última fila. Se preguntó quién habría llegado primero y si habría sido iniciativa de Draco
sentarse allí o de Hermione. En cualquier caso, se alegraba. La chica le miraba con censura por el
retraso, pero Draco tenía los ojos fijos en el tablero de la mesa y no levantó la mirada.

—Hay algún sitio aquí si quieres sentarte, Harry —le ofreció Slughorn con una enorme sonrisa,
señalándole los dos pupitres de la primera fila.

Harry caminó hasta allí y, con decisión, cogió una de las dos mesas y la llevó hasta el final de la
clase, poniéndola al lado de la de Draco.

—Si no le importa, en las otras clases nos hemos sentado así, profesor. —Esbozó una sonrisa
cortés mientras volvía a por la silla para llevarla junto a la mesa. Slughorn mudó la sonrisa a una
mueca de desconcierto.

Se dejó caer en la silla junto a Draco, igual que el día anterior. Slughorn comenzó a explicar el
programa que iba a seguir durante el trimestre, como habían hecho los demás profesores el día
anterior.

«Granger se sentó aquí, no pretendía quitarte el sitio». La nota de Draco apareció en su campo
visual unos segundos después.

«No me has quitado el sitio. Está bien así para mí».

«Quien no parece muy contento es Slughorn».

Harry se fijó de nuevo en que Draco no necesitaba mover el papel para escribir en él, haciéndolo
con la izquierda y sin prácticamente apartar la vista del frente. Le envidió. A pesar de ser diestro,
Harry necesitaba retorcer la muñeca sobre el papel y más que escribir, tallaba las palabras en el
papel. A veces, pensaba que era absurdo que los magos no conociesen los lápices y los bolígrafos.

«Sólo está un poco sorprendido, supongo. Se acostumbrará, como todos», refutó Harry,
devolviéndole el pergamino.

«Puedo cambiarme en la próxima clase, no quiero ocasionar problemas».

«No seas absurdo».

La clase transcurrió con normalidad. Durante dos horas, Slughorn atacó el temario teórico de la
poción multijugos, primera poción del nivel de EXTASIS que comenzarían a preparar aquel curso
y que deberían simultanear con otras debido a su largo tiempo de cocción. Al final de la clase,
mientras recogían, Slughorn golpeó un montón de papeles encima de su mesa con la varita y estos
empezaron a volar hacia los pupitres.

—Me gustaría contar con ustedes este viernes para una pequeña cena de bienvenida —anunció
Slughorn con una sonrisa mientras un sobre aterrizaba en cada una de las mesas. Harry cogió el
suyo y, sin abrirlo, lo metió dentro de la bandolera—. La directora me ha permitido que podamos
quebrar el toque de queda y nos acompañarán algunas alumnas de séptimo curso.

Hermione había hecho como él y había introducido la invitación de Slughorn dentro de uno de los
libros sin abrirla. Draco, que ya estaba de pie, arrimó la silla bruscamente a la mesa y salió como
un vendaval del aula. Algunos de los demás compañeros sí estaban abriendo y leyendo las
invitaciones bajo la complacida mirada del profesor. Hermione salió sin decir nada y Harry se
apresuró a seguirla.

—La verdad es que considero que Slughorn ha sido un maleducado —protestó Hermione,
malhumorada, una vez en el pasillo.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

—¿No lo has visto? Ha ignorado a Draco deliberadamente.

—¿Cómo? —Harry frunció el ceño, intentando recordar cuándo había ocurrido. La actitud del
profesor durante toda la clase, lisonjera y aduladora tanto como él como Neville o Dean, le había
molestado un poco, pero no había prestado demasiada atención, demasiado cansado.

—Tú no habías llegado —le contó Hermione—. Al principio de la clase nos ha saludado a todos y
se ha interesado por nosotros, menos a Draco. Tampoco le ha gustado nada que nos hayamos
sentado juntos, a mí también me ha insistido en que podía ocupar la primera fila.

—Draco también ha dicho que Slughorn no parecía contento.

—¿Cuándo habéis hablado? —preguntó Hermione extrañada.

—Me pasó una nota durante la clase. —Su amiga levantó una ceja, divertida—. Se ofreció a
cambiarse de sitio por eso, que Slughorn no estaba muy conforme.

—¿Y tú qué le contestaste?

—Que no fuese absurdo. —Vio que Hermione abría la boca y la interrumpió antes de que pudiera
decir nada más—: Hablamos del tema ayer también. Además, cuando no se porta como un
gilipollas es hasta simpático y tiene sentido del humor. Me gusta sentarme con él, no se lo he dicho
como un insulto, sólo era una forma de hablar.

—Yo también creo que es un chico agradable —asintió Hermione. Tras una breve pausa, añadió
—: Además, Slughorn no le ha invitado a la fiesta.

—¿No lo ha hecho? —Harry frunció las cejas, disgustado. Hermione negó con la cabeza. Harry
intentó recordar cuántos pergaminos habían llegado hasta su fila, pero no había prestado atención
—. ¿Por qué?

—Es evidente, ¿no? —resopló Hermione con desdén—. Slughorn sigue queriendo tener su Club de
las Eminencias. Todos nosotros somos héroes de guerra, mientras que la situación política de
Draco es… cuestionable. No tiene influencia alguna y su apellido está en horas bajas.

—Pero a mí no me parece bien que… —Se interrumpió cuando vio que Hermione giraba en
dirección hacia las escaleras móviles que llevaban al cuarto piso de la torre sur—. ¡Oh, olvidé que
tú tenías Aritmancia!

—Claro, Harry —contestó Hermione, moviendo la cabeza con condescendencia mientras


empezaba a subir las escaleras—. ¡Nos vemos en el almuerzo!

Dándose cuenta que llegaría tarde también a clase de Criaturas Mágicas por haber acompañado a
Hermione, echó a correr en dirección a la salida del castillo maldiciéndose por estar tan dormido y
retrasarse en todas las clases.
Hagrid no le reprendió tampoco por haber llegado tarde a Cuidado de Criaturas Mágicas. La clase
fue sorprendentemente teórica para ser parte de los EXTASIS. Como sólo estaba él de los nueve,
la compartía con los Ravenclaw de séptimo año, lo que le agradó, pues pudo emparejarse con
Luna. Le había cogido mucho cariño a la chica y desde el final de la guerra apenas había podido
hablar con ella. Al final de la clase se dirigieron juntos al Gran Comedor para almorzar.

—¿Cómo has estado, Harry? —preguntó Luna cuando emprendieron el camino que llevaba a la
entrada del castillo.

—¿Eh? Bien, supongo.

—Me alegra escucharlo. Yo he tenido problemas para dormir, ¿tú no?

—Bueno, es normal, supongo. —Harry también había tenido un periodo de desvelo continuo tras
la batalla. Las pesadillas habían poblado su sueño y el psicólogo no entendía por qué el cuerpo de
Harry estaba en constante alerta. No poder hablarle de la guerra era un hándicap. No obstante, la
terapia poco a poco había funcionado; pero todavía había ocasiones en las que, como la noche
anterior; se desvelaba con sueños incómodos que no luego apenas recordaba—. Hace apenas unos
meses de la Batalla de Hogwarts, todos tenemos derecho a estar un poco traumatizados todavía.
Quizá tú más que nadie.

—Parece que a algunas personas no les afectó tanto —dijo Luna encogiéndose de hombros—. Yo
he empezado a tomar una poción para dormir sin soñar, pero hace que no me concentre bien por el
día —agregó apenada.

—Yo no tomo nada, pero me parece buena idea. No se me ocurrió visitar a un sanador, lidiar con
pesadillas ha sido mí día a día desde que tengo recuerdo —dijo Harry. En un ataque de sinceridad,
continuó—: Pero sí he visitado a un terapeuta muggle durante estos meses de atrás. Me dio algunos
consejos muy útiles.

—Quizá debería probar yo también.

Harry estuvo a punto de explicarle que había abandonado la terapia en parte por regresar a
Hogwarts y por otro lado por lo difícil que era sincerarse con un muggle que desconocía la magia,
pero se contuvo, razonando que quizá a otras personas sí podría serles útil desahogarse también.
No añadió nada más y siguieron caminando en un silencio amistoso y cómodo. Traspasaron las
puertas del Gran Comedor y antes de separarse Luna se despidió de él apretándole ligeramente la
mano.

—Al menos nosotros ganamos la guerra —dijo Luna, sonriendo con tristeza y dirigiéndose a la
mesa de Ravenclaw. Harry se sentó en su mesa mirando un momento a su alrededor.

«La generación de la guerra», pensó con ironía. «Muchas de las personas presentes en esta sala
somos una generación que nació durante una guerra, creció en un frágil y prejuicioso periodo entre
guerras y que han vivido una segunda guerra. Lo raro es que no estemos como cabras».

Ernie y Justin le saludaron. Ya tenían los platos llenos de comida, así que habían llegado un rato
antes. Mirando su reloj, Harry se dio cuenta que era temprano, Hagrid había terminado la clase
pronto y por eso faltaban los demás. Encogiéndose de hombros, comenzó a servirse la comida.
Poco a poco comenzó a llegar el resto. Tácitamente, se fueron colocando dejando los dos sitios
adyacentes a Harry libres, sentándose todavía como el primer día. Hermione no tardó en dejarse
caer a su derecha con aspecto cansado.

—Hola, Harry —saludó, sirviéndose costillas asadas y puré de patatas—. ¿Cómo te ha ido?
—Tranquilo. Hagrid no nos ha presentado a ningún nundu, que era mi mayor temor para la primera
clase —bromeó Harry, consiguiendo sacar una sonrisa sincera a Hermione—. ¿Qué tal tú?

—Una clase intensa pero interesante. Vector nos ha apretado las tuercas desde el principio. Todos
los alumnos en esa clase tenemos cierto retraso en el temario y quiere recuperar el tiempo perdido.

—¿Con quién te ha tocado?

—Había alumnos de séptimo de todas las casas además de Draco y yo.

—¡Oh! —exclamó Harry, mirando el asiento vacío a su izquierda.

—Salió antes que yo del aula —dijo Hermione frunciendo el ceño y respondiendo a la pregunta
que Harry no había formulado—. Me he sentado a su lado también, claro, pero no hemos hablado.
Ha salido disparado al terminar, como ha hecho en Pociones.

—Quizá no tenía hambre —supuso Harry, sintiendo un peso en el estómago.

No sabría decir por qué, pero creía que era muy probable que Draco estuviese molesto. Se atrevía
incluso a asegurar que la actitud de Slughorn esa mañana había tenido mucho que ver. Pensando en
la invitación que el profesor les había extendido a todos esa mañana menos a Draco, carraspeó para
llamar la atención de sus compañeros de mesa.

—¿Qué ocurre, Harry? —preguntó Dean con curiosidad. El resto fueron enmudeciendo poco a
poco. Harry esperó, porque no quería alzar el tono de voz y llamar la atención de otros alumnos o
del profesorado.

—¿Habéis abierto el sobre que nos ha dado Slughorn esta mañana? —La mayoría asintió y el resto
puso cara de haberse olvidado de ello. Neville rebuscó en su mochila para sacarlo y empezó a
abrirlo—. Yo no lo he leído y no sé dónde lo he puesto. ¿Podríais decirme qué pone exactamente?

—Era una invitación a una fiesta, básicamente lo que ha dicho en clase —explicó Michael.

—Estimado señor Longbottom —leyó Neville en voz alta—. Me complace invitarle a usted y al
acompañante que desee a una cena el próximo viernes… pone la fecha y hora… en uno de los
salones de pociones… y que le agradará mucho contar con nuestra compañía y que seguramente
encontremos muy estimulante el encuentro… Lo mismo que hace dos años, básicamente.

—¿Hace dos años? —pregunto Morag con curiosidad.

—A Slughorn le gusta rodearse de alumnos que él cree talentosos o bien conectados en algo que
llama El Club de las Eminencias. Pretende así hacer contactos para el futuro. Tiene toda una red de
personas en puestos influyentes que pertenecieron a ese club —explicó Hermione.

—Vaya… ¿Por qué nos querrá a nosotros? No somos… nadie. —Justin frunció el ceño.

—Bueno… somos la generación que peleó contra Voldemort, ¿no? —dijo Ernie.

—Peleó y lo venció —recordó Dean—. Tenemos méritos más que de sobras. A todos o casi todos
nos conoce toda la sociedad mágica o nuestra historia ha salido en El Profeta.

—A mí no me gusta —sentenció Neville antes de que el resto, que estaba emocionándose,


interviniese—. Ya estuve en una de esas reuniones, con Harry y Hermione. Slughorn va
examinando a cada uno, intentando ver qué puede sacar de ellos en un futuro y descartando a
aquellos que no le interesan. A mí no volvió a invitarme tras la primera reunión y ahora sí quiere
volver a contar conmigo.

—Es cierto —asintió Hermione—. Es desagradable, hipócrita e interesado.

—¿Insinúas que no debemos ir? —preguntó Michael entrecerrando los ojos—. Porque vas lista si
crees que no voy a aprovechar una oportunidad de hacer contactos.

—No insinúo nada, Michael —le tranquilizó Hermione—. Sólo confirmaba lo que Neville ha
dicho. Ni siquiera estoy segura de que debamos rechazar la invitación. Quiero decir, es un
profesor, ¿no?

—Un momento. ¿Por qué estamos valorando la opción de rechazar una invitación a una fiesta? —
interrumpió Ernie, muy serio—. Michael tiene razón. Si invita a gente influyente y Slughorn
conoce a personas famosas, es una oportunidad magnífica para hacer contactos para nuestro futuro
laboral.

—Yo no voy a ir —dijo Harry, provocando que todos le mirasen—. Cada uno que haga lo que
quiera, sólo quería saber qué ponía en la carta —explicó con voz cautelosa—. De verdad que ni
siquiera sé dónde he metido la mía. Pero no voy a ir, sea o no un profesor.

—¿Por qué? —preguntó Dean con sorpresa—. Es una fiesta, Harry. Vayamos, comamos gratis y
divirtámonos. ¿Qué más da?

—Neville tiene razón —continuó Harry haciendo caso omiso a Dean. Se dio cuenta que Michael
fruncía el ceño, pero no le importó—. Slughorn le trató fatal hace dos años, lo recuerdo
perfectamente. No sólo a él, a Belby también, ¿recordáis? —Neville y Hermione asintieron—.
Sólo quiere relacionarse con gente famosa o con talento excepcional, como un director de
periódico, una jugadora de quidditch o, por qué no, un futuro señor tenebroso. Al resto, si no le
sirven, los desecha como pañuelos usados.

—Nosotros no somos famosos, Harry —dijo Justin con gesto pensativo—. Hermione, Neville,
Weasley o tú lo sois. Lovegood, incluso la hermana de Weasley. Héroes de guerra. Nosotros en
cambio no somos nadie. Sí, El Profeta ha contado algunas historias, como las de Dean en el exilio
o la de Michael en Hogwarts como ejemplos de superación, pero dudo que nadie les reconociese
por la calle.

—Por eso mismo tenemos que aprovechar la oportunidad que tenemos delante —defendió Michael,
despertando asentimientos en Morag y Ernie—. No todos tendremos un camino de rosas cuando
salgamos de aquí ni nos recordarán por haber plantado cara a los Carrow, aunque lo hiciésemos.

—Tenéis razón los dos. Vosotros también estuvisteis ahí. Huisteis de Voldemort, resististeis en
Hogwarts el año pasado, participasteis en la última batalla… pero seguramente serán hazañas
olvidadas. Probablemente el único que acabe saliendo en los libros de historia sea Harry, no os
engañéis. —Un resoplido de risa sarcástico recorrió la mesa—. Pero no olvidéis que todos hemos
vuelto a Hogwarts a estudiar. Acabaremos siendo los únicos graduados de nuestra promoción y
Slughorn lo sabe. Eso tiene valor, al menos desde su punto de vista —razonó Hermione.

—La generación de la guerra —musitó Harry, recordando lo que había pensado al sentarse. La
conversación estaba tan animada que todos parecían haber olvidado continuar comiendo—. Somos
la generación de la guerra y Slughorn lo sabe. Me sorprendería que personas como Luna o Ginny
no estén invitadas también.

—Lo averiguo en un momento —dijo Dean levantándose y caminando con paso firme hacia la
mesa de Ravenclaw.
—Vale, de acuerdo —concedió Morag con un ademán—. Entiendo vuestro punto. Es posible que
tengáis razón. Pero sigo sin verle las ventajas de no asistir a una fiesta así. Michael tiene razón —
insistió, tal como había hecho Ernie antes.

—No os estoy pidiendo que no asistáis —negó Harry, meneando con la cabeza—. Siento si he
dado a entender lo contrario. Sólo digo que yo no lo haré. No me sentí cómodo cuando tuve que
asistir en sexto. No me gustó cómo trató a Neville. Y tampoco me parece bien que haya ignorado a
Draco y no lo haya invitado.

—¿No ha invitado a Draco? —Justin frunció el ceño, repentinamente serio—. ¿Por eso no está
aquí?

—No sé por qué no ha venido a comer. Pero Hermione dice que Slughorn no le ha dado sobre a él
al terminar pociones —dijo Harry, apretando los labios con disgusto.

—Efectivamente, tanto Luna como Ginny están invitadas —soltó Dean, volviendo a sentarse en su
sitio—. Por lo que me han dicho, hay varias personas de sexto incluidas en la invitación, y también
pueden llevar pareja. —Hizo una pequeña pausa antes de añadir—: Ninguna es de Slytherin, según
me ha comentado.

—Menudo jefe de casa que se olvida de los suyos —resopló Justin sin poder evitarlo.

—Lo cierto es que puedo entender que no haya invitado a Draco —dijo Ernie, pensativo—.
Digamos… que su historial no está limpio.

—No ha sido condenado por el Ministerio —recitó Harry, con el tono de quien ha tenido que decir
esas frases en varias ocasiones—. Tampoco sus padres. Sin su madre no habríamos podido ganar la
guerra. Y han contribuido a las indemnizaciones de guerra.

—Un momento —pidió Dean—. ¿Tampoco Draco está invitado?

—Según Harry, Slughorn no le ha dado invitación esta mañana —le confirmó Justin.

—En realidad es Hermione quien…

—¡Vaya guarrada! —exclamó Dean, interrumpiéndole.

—Sí, sí lo es —asintió Michael, despertando miradas curiosas en el resto de la mesa—. Vale,


Malfoy, quiero decir, Draco no es santo de mi devoción, lo sabéis, pero soy capaz de ver cuándo
hay una injusticia. Es por el curso pasado —confesó tras unos segundos de silencio, bajando la
mirada—. Fui torturado varias veces por orden de esos hijos de puta. En una ocasión, por ponerme
delante de unos niños de once años para impedir que les maldijesen. Él no estaba, claro, no vino a
Hogwarts, pero sí estaban sus amigos, los que siempre le acompañaban. Supongo que me cuesta
olvidar que fueron los suyos quienes me hicieron daño. Simplemente no puedo evitar recordarlo.

—Fuiste un valiente, Michael —le consoló Morag.

—Sí —asintió Harry, sintiendo simpatía por Michael—. No podemos torturarnos por no ser
capaces de pasar página. Hemos vivido una guerra y estamos marcados por ella. Cada uno tiene sus
tiempos para superarlo. Lo conseguirás algún día, Michael. Y creo que vas por buen camino si has
sido capaz de decírnoslo.

—Perdona si te has sentido forzado, Michael —dijo Dean—. Tampoco es fácil para mí, pero
supongo que cada uno lo procesamos de una manera diferente. En mi caso, creo que me ayuda
saber que Draco fue una víctima como nosotros. Cuando nos atraparon en su casa le vi tan
acorralado como lo estaba yo, ya os lo conté.

—Así es. —Hermione habló con un hilo de voz. Había bajado la cabeza y Harry estaba seguro de
que estaba rememorando el episodio de Malfoy Manor.

—Lo sé. Mi cerebro lo sabe —dijo Michael con voz triste—. Por eso sé que es una guarrada lo que
ha hecho Slughorn no invitándolo.

—Decir eso te honra, cariño —le dijo Morag, antes de abrazarle por los hombros y darle un beso
amistoso en la sien—. Sé qué haces lo que puedes.

—Estás muy callado, Neville. —Dean codeó al chico, sentado a su lado, que estaba abstraído.

—Sí, perdón. —Neville levantó la cabeza, con decisión—. Estaba pensando… Cuando he leído la
invitación ya había decidido que no iba a ir, por las razones que he dicho antes. Si Slughorn no me
quiso cuando no era un símbolo de guerra, que no me quiera ahora. Soy algo más que el tío que
mató a la serpiente de Quién-Vosotros-Sabéis. No quiero ser ese chico el resto de mi vida. Quiero
ser… Neville. Vivir sin tener presente la guerra todo el tiempo. Como ha dicho Michael, a mí
también me duele recordar ciertos episodios, sobre todo del año pasado.

—Bien dicho, tío. —Dean le palmeó la espalda.

—Al margen de eso, os estaba escuchando —continuó hablando— y pensando en lo que decíais de
Draco. Yo he sufrido a sus manos más que nadie. Más que Harry, que al menos sí sabía
defenderse. No, no le he perdonado. Todavía, todo llegará con el tiempo. Pero os apoyé cuando
dijisteis que debíamos darle una oportunidad, Hermione. —Harry miró a la chica con una ceja
levantada, pensando en que debía haber estado haciendo un duro trabajo de hormiguita si también
había hablado con Neville—. Creo que si realmente estamos dándole una oportunidad, tenemos
que cerrar filas con él. No sólo en la sala común. Aquí también, frente a Hogwarts y frente a la
sociedad que nos mira. Si Slughorn es capaz de comprender el valor de esto, nosotros también
debemos hacerlo y utilizarlo para ser mejores personas.

—Eres un verdadero Gryffindor, Neville —Harry estaba impresionado. Nunca habría esperado ese
discurso del apocado chaval que conoció en primero. Ya sabía que era noble, pero aquello le hizo
sentirse honrado de considerarse su amigo—. Uno de los mejores que he conocido.

—Gracias —susurró este avergonzado, bajando la cabeza.

—No creo que deba ser una decisión colectiva —dijo entonces Hermione—. Ni tampoco que
debamos tomarla ahora, a la ligera. Entiendo las razones de Michael y a veces tenemos que ser un
poco egoístas. En todo caso, siempre podemos llevar a Draco como pareja uno de nosotros, yo
estoy dispuesta.

—No querrá —negó Morag—. Yo no querría y no soy ni la mitad de orgullosa que él.

—No puedes saberlo. Está haciendo un esfuerzo —la contrarió Ernie—. Me he fijado y ya no tiene
la actitud odiosa de hace años. Está intentando realmente integrarse con nosotros. Aunque me da
que Harry ha tenido algo que ver en eso.

—Para mí no es una cuestión de que venga Draco o no. Me parece mal que Slughorn no le haya
invitado y a la vez no querría ir aunque Draco accediese a venir, por razones similares a las que ha
comentado Neville —dijo Harry, sin saber qué pensar de lo que había dicho Ernie—. No quería ir
ni siquiera cuando estaba en sexto, ahora menos.

—Entonces, es sencillo —concluyó Justin—. Hemos puesto las cartas sobre la mesa. Agradezco
mucho que hayáis contado cómo son esas reuniones, sus objetivos y saber que Draco no está
invitado. Creo era necesario y que influirá en mi decisión. Sabiendo la información que tenemos,
que cada uno decida individualmente qué hacer. El resto respetaremos esa decisión y la
apoyaremos.

—Además, Draco no estará solo si los demás decidimos ir —señaló Morag—. Al menos Harry y
Neville se quedarán. Podéis hablar con él y hacer algo por vuestra cuenta, aunque sea ir a
Hogsmeade a tomar algo.

Harry pensó con aprobación que no era mala idea. Draco se sentiría arropado igualmente y el resto
podría tener su oportunidad de formar parte del club de Slughorn si lo deseaban. Conformes todos,
reanudaron la comida olvidada, intentando terminar de comer antes de que pasase la hora, mientras
algunos alumnos comenzaban a abandonar el Gran Comedor.

Con una inspiración súbita, Harry transformó su servilleta en una tartera de mimbre. El resto lo
miró con una mezcla de curiosidad y admiración, pero los ignoró. Agrandándola, la cubrió con la
servilleta limpia de Draco, que estaba intacta en su plato y sirvió algunas raciones de costillas y
puré en el plato vacío de este. El resto se dio cuenta de lo que hacía, pero no dijo nada. Metió el
plato, los cubiertos y un par de piezas de frutas y la redujo de nuevo. Cogiendo la fiambrera, se
levantó de la mesa.

—¿Estudiarás en la biblioteca hoy, Harry? —le preguntó Hermione, levantándose con él y


despidiéndose con un gesto del resto de sus compañeros.

—Ayer quedé con Draco en que le ayudaría con Transformaciones hoy también.

—¿Estás ayudándole con Transformaciones? —Ambos caminaron juntos hacia la sala común.

—Sí, dijo que en sexto no prestó atención a la asignatura, así que lleva un retraso considerable. Me
ofrecí a ayudarle y funcionó bien.

—Podrías pedirle que te ayudase en Pociones. Te vendrá bien subir la nota de la asignatura.

—No creo que en sexto le prestase más atención a Pociones que a Transformaciones.

—Siempre se le dieron muy bien. No te fijabas, pero era uno de los mejores de la clase. Aprobó
con Extraordinario su TIMO.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo oí —se rio Hermione encogiéndose de hombros.

—Le preguntaré.
No estás solo
Chapter Summary

Harry y Draco encuentran una manera de acercarse y que la comunicación fluya entre
ellos y Harry empieza a disfrutar de la compañía de Draco.

Chapter Notes

Bueno, sé que esperar dos días entre una actualización y otra y luego cinco puede
hacerse un poco largo. Así que... ¡sorpresa! Voy a ser sincero, tengo otro fic que
también estoy actualizando dos días a la semana y por una cuestión de narrativa voy a
hacer el esfuerzo de hacerlo tres veces, así que me parecía justo que también pudieseis
tener el mismo ritmo con este. Voy a intentarlo, ¿de acuerdo? Martes, jueves y
sábados. Lo peor que puede pasar. es.. que un sábado no llegue a tener suficiente
avanzado y no pueda publicar.

¡Muchísimas gracias por las lecturas y los comentarios, como siempre!

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—Hola, Draco —le saludó Harry cautelosamente al entrar al dormitorio, evaluando el ambiente.

Draco estaba sentado en la mesa con los libros abiertos, pero miraba a la pared ensimismado.
Cuando Harry entró, se apresuró a agachar la cabeza y simular que estaba concentrado estudiando.
Harry se acercó y puso la tartera encima de la mesa, agrandándola. Se fijó en que la pluma de
Draco estaba reseca y había varios goterones en el pergamino, señal de que había estado distraído.

—Te he traído algo de comer. Supuse que como no habías bajado a almorzar, en algún momento
tendrías hambre.

—No tenías que haberte molestado, Potter. —El tono incisivo de Draco no le amilanó y se sentó a
su lado.

—¿Por qué no has bajado? Te hemos echado en falta —dijo Harry, ignorándole a propósito.

—No tenía hambre —contestó Draco cáusticamente.

Su afirmación se vio desmentida por la mirada de anhelo que dirigió a la fiambrera. Un sonido
proveniente de su estómago lo traicionó y Draco, enfadándose, volvió a simular concentrarse en los
libros que tenía sobre la mesa, ignorando a Harry.

—Entonces lo guardaré por si deseas comer más tarde —dijo este, comprendiendo que Draco no
estaba molesto con él.

—No necesito una madre, Potter.

—Pues lo dejaré por aquí por si me entra hambre a mí esta noche —resolvió Harry, apartando la
fiambrera y poniéndola encima de su baúl, recordando hacerle un hechizo calentador para
conservar la comida tibia.

—Estoy intentando estudiar, Potter —le replicó Draco con dureza—. Necesito concentrarme, no
tenerte revoloteando por aquí como una gallina clueca.

—Pensaba que íbamos a estudiar juntos —dijo Harry, desilusionado y asustado al pensar que quizá
Draco sí estaba enfadado con él.

—Estoy seguro de que puedes estudiar sin mí, Potter. Ya eres mayorcito como para necesitar una
niñera.

—Pero creía que Transformaciones... que tú querías…—dijo Harry, frunciendo el ceño sin
comprender.

—Da igual, Potter —espetó Draco con fiereza, sin mirarle a la cara—. Déjalo, ¿de acuerdo?

Por un momento pareció que la cordialidad que habían alcanzado se había disipado, pero Harry
sospechaba por el tono derrotado y amargo de Draco que no era así. Draco le recordaba a un gato
panza arriba que había sacado las uñas para defender su vulnerabilidad y bufaba con todos los
vellos del lomo erizados para parecer más amenazante y así ganar la pelea por desistimiento del
contrario. Sin estar muy seguro de lo que hacía, pero consciente de que necesitaba llegar a él de
alguna manera a través de su enfado y frustración, Harry puso en marcha la primera idea que se le
ocurrió.

—Ayer realmente disfruté estudiando contigo. Estoy enfadado porque me has quitado el sitio junto
a Hermione esta mañana. Quería pedirte que me ayudases con Pociones esta tarde. —Tragó saliva,
expectante por la reacción de Draco y deseando que funcionase.

—¿Qué dices, Potter? —Draco levantó la cabeza, sorprendido, y le miró. Harry distinguió un
pequeño destello de entendimiento y curiosidad en sus ojos y sonrío con picardía, animado.

—Dos verdades. Una mentira —explicó Harry, a pesar de saber que Draco lo había entendido.

Contuvo el aire mientras Draco pensaba. Este no apartaba la mirada de sus ojos, todavía con los
labios apretados en una fila línea y respirando pesadamente. La intuición de Harry le decía que, si
le dejaba un poco de espacio, seguramente entraría al juego y quizá le serviría para abrirse a él.

—Dijiste que no te había molestado. —Harry creyó ver un atisbo de vulnerabilidad antes de que
Draco volviese a componer aquella postura suya de envaramiento que le caracterizaba cuando
quería ocultar cómo se sentía.

—Porque no me ha molestado, idiota.

—¿Quieres que te enseñe Pociones? —preguntó Draco, sorprendido—. ¿Yo?

—Hermione dice que sacaste un Extraordinario en quinto. Yo apenas llegué a Supera las
Expectativas.

—Sí. Pero tú en sexto sacabas las mejores notas de la clase, no es posible que ahora necesites
ayuda con la asignatura.

—Hacía trampa —confesó Harry, mordiéndose el labio inferior para contener una carcajada.,
Draco abrió los ojos de par en par, como si hubiera tenido una revelación súbita—. Tenía un libro
de texto que perteneció a Snape en sus tiempos de estudiante. Sus instrucciones, diferentes a las del
libro de texto, eran las que me daban tan buen resultado. También tenía hechizos, como… —Harry
se interrumpió antes de decir que fue ahí donde aprendió el sectumsempra con el que casi le había
matado, pero Draco no pareció darse cuenta, mudando su expresión a una de nostalgia y tristeza.

—Severus era el mejor pocionista que he conocido nunca. ¿Tienes ese libro aún? —Harry,
extrañado por la pregunta, negó con la cabeza sin saber si decirle que se había consumido el el
fuego diabólico que Crabbe había invocado en la Sala de los Menesteres. Igual que con el
sectumsempra, no quería que Draco recordase en ese momento otro episodio que los había
involucrado a ambos tan negativamente—. Lástima. Me hubiese gustado tener un recuerdo de él.

—¿En serio? ¿De Snape? —Harry no concebía que alguien quisiese tener un recuerdo de Snape.
Había traicionado al bando de Voldemort, sí, trabajando para la Orden del Fénix y sus acciones
habían sido importantes para la victoria, pero eso no quitaba que hubiese sido un hombre amargado
—. Estaba… en el cuarto que Crabbe quemó —admitió, finalmente.

—Era mi padrino —confesó Draco tras unos segundos de silencio ominoso, bajando compungido
la cabeza—. Hizo lo posible por protegerme.

—Lo siento. —No sabía si se estaba disculpando por haber dudado de los sentimientos de alguien
como Snape o le estaba dando el pésame.

—Sev me dijo una vez que el hechizo que me lanzaste en el baño era suyo. Por eso sabía cómo
curarme. Estaba en ese libro, ¿verdad? —Draco le miraba con intensidad. Harry se sintió como si
estuviese pasando una prueba. Asintió—. Por eso parecía sentirse culpable. —Tras otros pocos
segundos en silencio, añadió—: Te ayudaré con Pociones, por supuesto. Al fin y al cabo, me estás
ayudando con Transformaciones, es lo menos que puedo hacer.

Harry asintió, agradecido. Se sentía bien por haber conseguido llegar a él una vez más. Esta vez le
había resultado más sencillo. Además, gracias al juego de las verdades y las mentiras había
encontrado una manera de volver a hacerlo en el futuro. Era como si Malfoy hubiese aceptado
darle una llave de acceso para llegar fácilmente más allá de su coraza en lugar de tener que
traspasarla discutiendo cada vez que quería hablar con él. Harry deseó que las circunstancias del
pasado hubiesen sido otras, pues apenas llevaban un par de días compartiendo habitación y se
había dado cuenta de que Draco, al menos este Draco del presente, le caía bien y le gustaba. Se
sentó a su lado, empezando a desplegar los libros y preparándose para aprovechar las siguientes
horas de estudio.

—¿Quieres que empecemos por Transformaciones? —le propuso Harry, contento.

Draco asintió con la cabeza, moviéndose para quedar más cerca de él y acercando el libro de la
materia. Dedicaron la siguiente hora y media a afianzar los conceptos avanzados de la asignatura,
sobre todo aquellos que Draco necesitaba más para comprender la clase de McGonagall del día
anterior.

—Voy a estirar las piernas e ir al baño —dijo Harry cuando terminaron, levantándose y estirándose
con pereza—. Creo que por hoy es suficiente de Transformaciones, tampoco es que tengamos que
ponernos con la teoría de animagia hoy mismo.

Draco asintió, mostrándose de acuerdo, guardando los libros de Transformaciones y sacando


pergamino limpio y el libro de Pociones mientras Harry entraba en el cuarto de baño. Al volver a
salir sorprendió a Draco mirando con deseo la fiambrera donde le había subido la comida. La
habitación olía a las costillas asadas del almuerzo ya que el hechizo calentador hacía que el aroma
se propagara, pero no lo había percibido antes al no haber contrastado con el aire limpio del baño.
—¿Empezamos con la redacción de las partes de unicornio en las pociones de resultado positivo?
—preguntó Draco, desviando la mirada hacia él cuando le oyó cerrar la puerta del baño—. Así
luego podrás ponerte con lo que te falte de tu optativa.

—Olvidaba que Hermione había dicho que Vector os había apretado las tuercas en Aritmancia —
recordó Harry de repente por el comentario de Draco—. No te preocupes por mí, he tenido
Criaturas con Hagrid y no hemos hecho mucho, no necesito estudiarla, al menos hoy. Puedo ir
haciendo la redacción de Pociones por mi cuenta en lo que tú estudias Aritmancia.

—¿Apretado las qué? —preguntó Draco extrañado, levantando una ceja.

—Las tuercas —repitió Harry con una carcajada que hizo que Draco frunciese el ceño y
entrecerrase los ojos con sospecha—. Es una herramienta que usan los muggles para afianzar cosas
que no quieren que se muevan. Consiste en un aro metálico que en enrosca alrededor de una barra
de acero hasta que queda bien apretada.

—¿Quieres decir que nos ha exigido mucho, entonces?

—Sí, eso es.

—Interesante. —Harry no se habría imaginado jamás a Draco diciendo «interesante» sobre algo
muggle con un tono tan genuino. Otro sonido proveniente de la tripa de Draco retumbó
audiblemente tras la pausa que este había hecho. Su rostro se ensombreció y añadió con seriedad
—: No te preocupes por Aritmancia, estuve estudiándola durante la hora del almuerzo. Venga,
continuemos con Pociones.

Harry había estado dando vueltas mientras estudiaban a la conveniencia de sacar a colación el tema
de la fiesta de Slughorn. Estaba razonablemente seguro de que Draco, ya irascible de por sí por lo
que había podido comprobar en esos días, estaba singularmente molesto por el trato de Slughorn.
Harry lo sentía como una brecha más entre ellos que se abría pero, al contrario de lo que habría
podido creer con otros temas, creía que esta podían salvarla y hablar de ello.

—Podemos alargar un poco más la pausa, ¿no crees? —respondió Harry cogiendo la fiambrera y
poniéndola de nuevo sobre la mesa de estudio, apartando descuidadamente las plumas y
pergaminos. Draco siguió su movimiento con la mirada, sin poder ocultar el ansia en sus ojos—.
La verdad es que dar clases me abre el apetito —dijo casualmente, intentando no dejar asomar la
malicia en la voz—. Además, sería una pena desperdiciar esta comida, ya que la he traído.

Abrió la fiambrera y sacó el plato, mirando de reojo con disimulo a Draco, que no apartaba la vista
del plato. Con un movimiento de varita, duplicó los cubiertos y le tendió los otros dos.

—Es de mala educación no convidar cuando se va a comer en compañía de alguien —dijo Harry a
modo de explicación. Tras dudar unos segundos, Draco acabó cogiendo los cubiertos que le tendía
—. Me temo que el plato tendremos que compartirlo igual, no sé multiplicar la comida como hace
Hermione.

Harry comenzó a cortar un trozo de carne y se la llevó a la boca, dejando los cubiertos a un lado
mientras masticaba. No tenía hambre, había comido de sobra en el almuerzo y todavía faltaba un
rato para la hora del té, pero suponía que si empezaba a comer él primero, le daría a Draco el
incentivo suficiente para que comiese sin tener que dejar de lado su orgullo.

—Está muy bueno —aprobó Harry tras tragar, cortando otro pedazo y acercando el plato a Draco
con un gesto de invitación.
Draco asintió y, con un gesto digno, cortó un pedazo pequeño y se lo llevó a la boca. Masticó
despacio mientras cortaba otro trozo más grande, sin poder reprimir un pequeño sonido de placer al
hacerlo. Harry sonrió, contento de haberle convencido.

—Había pensado que, dado que la semana está siendo bastante dura, podíamos bajar el viernes a
Hogsmeade —le propuso Harry aprovechando que Draco tenía la boca llena y no podría negarse de
plano—. Podemos cenar en Las Tres Escobas y tomar unas cervezas. Además, han abierto un
nuevo pub, podemos ir a conocerlo después y escuchar algo de música o bailar. Nos vendrá bien
despejarnos y recordar que tenemos dieciocho años y no setenta.

—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Draco, tragando con esfuerzo y mudando la expresión a
una de desdén—. ¿Es algún tipo de burla?

—¿Qué? ¡No! —Harry parpadeó, sorprendido. Draco había sonado dolido.

—Potter, ya hemos hablado de esto. No puedo. —Harry sintió un peso en el estómago al recordar
su conversación sobre la falta de liquidez de Draco. Había estado tan ansioso por intentar reparar el
daño que había causado Slughorn que se había olvidado de ese detalle—. Además, tienes un
compromiso el viernes, ¿recuerdas? No puede ser que seas el único que no se ha enterado.

—No voy a ir —dijo Harry, tajante. Cabreado consigo mismo por su torpeza, intentó que Draco
comprendiese por qué lo hacía—. Slughorn no me cae bien y sus fiestas no me gustan. ¿Podemos
debatir sobre ir a Hogsmeade a pasar la tarde y dejarme pagar a mí?

—No seas imbécil, Potter —le espetó Draco cabreado, tirando los cubiertos dentro de la fiambrera
—. Nadie es tan gilipollas de indisponerse contra un profesor sólo porque sus fiestas no le gustan.
Y tampoco necesito tu caridad, joder.

Harry suspiró. Draco estaba cerrado, desconfiaba y seguía dolido porque había sido ignorado por el
profesor. Había previsto que podría pasar precisamente eso y lo había empeorado por su falta de
tacto acerca del dinero que Draco no tenía.

—Como quieras —afirmó Harry con rotundidad—. Yo pienso ir Hogsmeade igual, sea como sea.
Creo que no son los alumnos quienes ganan contactos en esas fiestas, sino Slughorn quien
consigue influencias donde no debe. Detesto que me intenten manipular, ya he tenido bastante de
eso en los últimos siete años. Si no quieres venir al pueblo, no importa. Yo sí iré, porque ya lo he
hablado con Neville. Él también pasa de ir a la fiesta. De hecho, supongo que todos los que
decidan no ir bajarán al pueblo con nosotros.

Había dicho todo aquello sin mirar a Draco, aparentando estar ocupado en el contenido de su plato,
por lo que no podía saber qué efecto había tenido en él. Harry dejó que lo digiriera, apartando el
resto de la comida y se limpió las manos con una de las servilletas.

—¿Longbottom ha dicho que no quiere ir a la fiesta? —preguntó incrédulo Draco al cabo de un


rato.

—Ha dicho que si Slughorn no le quería antes de ser un héroe de guerra, ahora tampoco. Neville
tiene los huevos en su sitio, tengo que reconocerlo.

Harry levantó la cabeza y le descubrió mirándole sorprendido. Draco parpadeó antes de bajar la
mirada y seguir comiendo con aire distraído. Harry sonrió satisfecho al darse cuenta que ahora
estaba comiendo con más ganas, sin disimular el hambre, totalmente descolocado por la revelación
de lo que había dicho Neville.
—¿Seguimos estudiando? —preguntó Harry al cabo de un rato, cuando Draco acabó de comer.
Este asintió en silencio.

El resto de la tarde transcurrió tranquilamente. Se saltaron la hora del té, estudiando cómodamente
en silencio el uno junto al otro cuando terminaron con la parte de Pociones. Harry, en un momento
de distracción, tuvo que disimular una carcajada con una tos cuando pensó que si le hubieran dicho
años atrás que disfrutaría no ya de la compañía de Draco, sino de gastar una tarde entera estudiando
al inicio del curso; seguramente se habría reído de esa persona. Cuando oscureció, Draco encendió
la luz de la habitación y se levantó para ir al baño él también. Harry decidió que ya había estudiado
suficiente y se estiró. Recogiendo las cosas, decidió que iría a la biblioteca a recoger a Hermione
antes de ir a cenar.

—¿Vas a bajar a la cena o prefieres que te suba algo? —le ofreció Harry cuando Draco volvió al
dormitorio.

—Creo que bajaré. —Draco empezó a recoger sin mirarle.

—Me alegro. —Draco le miró con los ojos entrecerrados, con sospecha. Harry suspiró exasperado
ante lo suspicaz que podía llegar el otro chico—. No creo que sea sano que te encierres aquí para
evitar al resto del mundo. Sé que no debe de ser fácil, pero algún día tendremos que salir ahí fuera
y plantar cara a toda esa gente. Cuanto antes lo hagamos, mejor. Como quitar una tirita de una
herida. —Draco le miró con una ceja levantada—. Un apósito muggle.

Draco se encogió de hombros. Harry meneó la cabeza con un suspiro resignado. Se estaba
acostumbrando a aquella forma de ser de Draco en la que utilizaba algunos silencios como parte de
la conversación y, aunque a veces era difícil interpretarlos, creía estar aprendiendo a hacerlo.

—Voy a bajar ya para recoger a Hermione en la biblioteca. ¿Quieres venir? —le ofreció.

—No. Creo que… —Draco miró a su alrededor, buscando una excusa. Harry rodó los ojos,
pensando que era un imbécil. Si necesitaba una excusa es que deseaba decir que sí—. Creo que me
quedaré aquí un poco más. Estoy cansado y no quiero ser una molestia.

—Como quieras —contestó Harry, abriendo la puerta para irse.

—Potter —le llamó Draco justo cuando salía. Este se dio media vuelta, mirándole interrogante.
Este dudó, mirando a un lado y mordiéndose el labio—. Te dejas la fiambrera.

Harry levantó las cejas. Se preguntó si esa era la manera de Malfoy de agradecerle que le hubiese
llevado la comida. Apretó los labios en una mueca exasperada, pensando que era un chico
demasiado hermético y orgulloso, pero no apartó la mirada. Draco no se movió, como si quisiera
decirle algo más, pero finalmente acabó agachando la cabeza.

Se paró unos segundos a pensar, intentando analizar rápidamente la situación. Sospechando que
Draco necesitaba una confirmación de que no era una molestia, Harry volvió a entrar en la
habitación con decisión. Con la varita, hizo desaparecer la comida de la fiambrera y deshizo la
transformación de esta, devolviéndola a su estado de servilleta, ahora grasienta de la comida.

—¡Fregotego! —exclamó Harry para limpiarla un poco antes de metérsela en el bolsillo. La


dejaría en la mesa para que los elfos pudiesen recogerla al terminar la cena. Draco seguía con la
cabeza agachada, sentado en la silla, pero podía notar en su nuca la mirada con la que seguía todos
sus movimientos con atención—. Draco. —Este alzó la cabeza con curiosidad reticente—. Iré a la
fiesta de Slughorn el viernes. Me gustaría mucho que bajases conmigo a recoger a Hermione y
fuésemos a cenar juntos. Es agradable pasar tiempo contigo, no una molestia.
—Tienes que currártelo más, Potter —sonrió Draco por toda respuesta al cabo de unos segundos,
levantándose de la silla y acercándose a él.

Harry le devolvió la sonrisa, satisfecho. Una emoción indescriptible se apoderó de su estómago.


Era la primera sonrisa sincera que veía en el rostro de Draco desde que había entrado en el
dormitorio tirando su mochila al suelo. Se alegró de que el otro chico hubiese cogido ya la
suficiente confianza y se enorgulleció de haberle ayudado a conseguirlo. No sabía por qué era
importante para él, pero lo era. Que Draco sonriese, saliese de su mutismo y se abriese iba más allá
del consejo de tolerarse con cortesía y amabilidad y del propósito de hacer una piña con todos los
componentes de la generación de la guerra, pero a Harry le parecía importarte y haber dado un
paso en esa dirección le calentó el pecho.

Salieron juntos y pasearon en silencio por los pasillos en dirección a la biblioteca. Draco caminaba
con las manos dentro de los bolsillos y Harry se dio cuenta de que, salvo en las clases, apenas le
veía usar la túnica del colegio. Solía vestir sólo los pantalones y la camisa del uniforme, sin
corbata. Esa mezcla entre el aire prolijo del Draco que recordaba de los primeros años de Hogwarts
y del desaliñado de los últimos le hizo pensar que Malfoy, como todos ellos, ya no era la misma
persona que antes de la guerra. Todos ellos eran una mezcla de lo que habían sido antes de la
guerra y de la suma de todas sus vivencias durante esta.

A veces, Harry se sorprendía de que para la mayoría de ellos los traumas de la guerra hubiesen
pasado casi desapercibidos, pero supuso que era parte de esa cultura de exhibirse fuerte ante los
demás y admitir las debilidades sólo en privado. Las pesadillas de Draco eran una muestra de ello.
Harry le miró de reojo y descubrió que Draco estaba haciendo lo mismo con él. Le sonrió y este le
devolvió la sonrisa. Era más tensa que la que le había dedicado en el dormitorio, pero también
menos petulante y todavía tenía un atisbo de sinceridad. Harry apartó la mirada y se acercó un poco
a él para esquivar a dos estudiantes que venían de frente por el pasillo. Fue consciente de que
nunca habían estado tan cerca el uno del otro salvo cuando estaban estudiando. Con otro vistazo
comprobó que Draco tampoco parecía incómodo, así que ya no se apartó.

No conversaron en todo el camino, pero no era necesario. Él se sentía a gusto así y Draco tampoco
parecía tener deseos de hablar de nada. Harry consideraba absurdo hablar de tonterías
intrascendentes sólo por llenar de palabras algo que era tan tranquilo como el silencio. Hermione y
Ron solían ser bastante parlanchines y ruidosos y, aunque no le importaba y reconocía que le
gustaba que fuesen así, en algunos momentos extrañaba esos momentos de paz que Hermione y,
sobre todo, Ron habrían llenado de comentarios, reflexiones, preguntas o anécdotas. Harry creía
que podía ser una reminiscencia de su infancia y de todo el tiempo que pasaba a solas consigo
mismo y se alegraba de que no le pesase como algo negativo.

Llegaron a la biblioteca y localizaron a Hermione rápidamente, que levantó la vista y les sonrió al
verlos.

—¡Hola, Harry; hola, Draco! —les saludó la chica, empezando a recoger los libros—.Venís a
buscarme para cenar, ¿no?

—Sí. Estuvimos estudiando y se me ocurrió que podíamos pasar por aquí —asintió Harry.

—Me alegro. ¿Me ayudáis?

Sin esperar la respuesta, Hermione pasó a Draco tres gruesos tomos llenos de polvo que este cogió
con gesto de sorpresa, apresurándose a sacar las manos de los bolsillos. Harry cargó con un montón
de pergaminos.

—El fajo que está atado con un lazo rojo es para vosotros dos. Creí que podría interesaros.
Cargándolos en un brazo, Harry echó un vistazo al montón que Hermione le había indicado
aprovechando que esta todavía estaba devolviendo algunos de los libros a sus correspondientes
estanterías.

—¿Para nosotros? ¿Qué es? —le preguntó Draco con voz curiosa.

—«Fundamentos de la animagia: el patronus y las transformaciones» —leyó Harry en voz alta—.


Parecen apuntes.

—Los he copiado de varios manuales. —Hermione se colgó la mochila, ajustándose las tiras—. Os
será muy útil si decidís hacer caso a McGonagall e intentar practicar la animagia.

—¿Has copiado todo esto a mano?

—No digas tonterías, Harry. He utilizado un hechizo. Estoy lista, ¿nos vamos? —Hermione les
miró expectante, con una amplia sonrisa en la cara. Harry se contagió de ella y asintió.

Los tres salieron en dirección al Gran Comedor. Caminaban despacio, escuchando el parloteo de
Hermione que les contaba todo lo que había estado avanzando ese día. Harry contestaba y
participaba activamente, pero se mantenía pendiente de Draco, que caminaba con los ojos fijos en
los libros de la biblioteca que llevaba en brazos.

—Lo siento, Draco —se disculpó Hermione al cabo de unos metros. Moviendo la varita, redujo el
tamaño de los libros y los hizo moverse hasta su mochila. Draco enarcó las cejas—. Olvidé que
estabas cargándolos.

—Seguirán pesando —murmuró Draco, levantando la mirada hacia Hermione.

—No importa, estoy acostumbrada —contestó la chica con desparpajo.

—¿Para qué necesitas tantos libros? —Harry se alegró de oír a Draco conversar con Hermione.

—Investigación para Aritmancia. Quiero cerciorarme de entender bien toda la teoría. Este año no
lo vamos a tener fácil: perder el curso anterior nos va a pasar factura.

—¿Necesitas todos esos libros para Aritmancia? —Harry no pudo evitar reírse ante el tono de susto
de la pregunta de Draco y su cara de angustia.

—Draco, no le hagas caso. Está loca —dijo Harry poniendo voz de conspiración y señalándose la
sien con el dedo.

—¡Harry! —se rio Hermione, clavándole a Harry el codo en el brazo.

—No, en serio, no le hagas caso o te volverá loco. Su ritmo de trabajo es demencial.

—Es sólo que yo estuve estudiando Aritmancia también, pero no se me ocurrió que fuese a
necesitar todo eso —murmuró Draco, todavía impresionado.

—No te preocupes —le tranquilizó Hermione con voz alegre—. Te iré pasando aquellos que no
esté utilizando si quieres, con las partes más importantes señaladas para ahorrarte trabajo.
Disculpadme, quiero hablar con Luna antes de cenar —les dijo al entrar en el Gran Comedor,
dirigiéndose a la mesa de Ravenclaw.

—En serio, es imposible seguirle el ritmo, no te acomplejes por ello, Draco —le dijo Harry
mientras llegaban a la mesa de su grupo y se sentaban.
Habían llegado temprano y había pocas personas en el Gran Comedor. En la mesa sólo estaban
sentados ellos, pero las fuentes con comida aparecieron tan pronto como tocaron los cubiertos.

—Ahora entiendo sus notas todos estos años —murmuró Draco.

—Ella empezó a repasar en julio, cuando McGonagall nos hizo llegar la primera carta. Estudió
cada hora del verano que Ron pasaba en la tienda de su hermano, así que no te compares con ella o
acabarás en una depresión —le explicó Harry, intentando bromear y quitarle importancia al tema.

—Yo apenas he tenido tiempo de empezar a ponerme al corriente —confesó Draco, todavía
alicaído—. He estudiado un par de horas de Aritmancia y pensaba que con hacer eso un par de
horas al día durante la próxima semana sería suficiente para ponerme al corriente.

—Lo siento. Mañana intentaré no quitarte tiempo de estudio con las otras asignaturas. No quiero
entorpecerte —se disculpó Harry.

—No lo haces. Entorpecerme, digo —susurró Draco, bajando el tono de voz cuando el resto de sus
compañeros empezaron a llegar e interrumpieron su conversación.

Draco pasó el resto de la cena en silencio, ensimismado en sus propios pensamientos. Harry
participó en la conversación del resto pensando que la forma de expresarse de Draco podía ser
peculiar si no le conocías un poco. Poco a poco comenzaba a entender que algunas de las
respuestas que podrían considerarse agresivas o bordes escondían la vulnerabilidad de Draco. Se
preguntó cómo habrían sido los años anteriores si simplemente uno de los dos, o ambos, hubiesen
estado dispuestos a escuchar al otro pensando que sus palabras no eran un ataque.

Draco se levantó al mismo tiempo que él y Hermione cuando terminaron de cenar y se


encaminaron juntos a los dormitorios. Harry entró en el cuarto dispuesto a asearse y cambiarse el
uniforme por ropa cómoda antes de ir a la sala común. Ese día no habían quedado, pero estaba
seguro de que el resto estaría por allí y Harry prefería pasar en la sala el rato en lugar de en el
dormitorio. Le ayudaría a cambiar de aires y no sentirse encerrado.

Mientras se cepillaba los dientes, Draco se colocó a su lado para hacer lo mismo. Harry rememoró
el día anterior, cuando Draco se había enfadado con él y se había encerrado en el cuarto de baño
para lavarse los dientes. En ese momento Harry había creído que había sido por llamarle Malfoy,
pero tenía sus dudas. Era más probable que fuese un mecanismo de defensa y autoprotección que
un pique por algo tan pueril. Sabía de primera mano lo que era sentirse vulnerable cuando te
ayudaban y creías que estabas mostrando debilidad. Con curiosidad, Harry lo observó a través del
reflejo del espejo.

Draco le devolvió la mirada, al contrario que un par de noches antes. Harry creyó entrever una
sonrisa asomando en sus ojos y se la correspondió, contento. Cuando acabaron, salió a la
habitación y buscó ropa más cómoda. La temperatura en esa parte del castillo era especialmente
cálida gracias no sólo a las chimeneas: también los elfos hacían encantamientos calentadores
constantemente en todas las habitaciones y aulas que no eran de paso, así que Harry decidió no
abrigarse demasiado.

—¿Vas a la sala común? —preguntó Draco, saliendo del baño en ese momento.

—Sí. No han dicho nada en la cena de jugar esta noche, pero así no me dará la sensación de haber
pasado el día entre las cuatro paredes del aula y del dormitorio. ¿Quieres venir?

Draco asintió, desabrochándose la camisa del uniforme para ponerse ropa cómoda. Para hacer
tiempo, Harry se acercó al escritorio y cogió el fajo de pergaminos que Hermione le había
entregado. Hojeándolos, se encogió de hombros, pensando que si una vez en la sala común no le
apetecía seguir estudiando bien podía no hacerlo, pero que sería interesante ver qué había
encontrado Hermione y qué quería que hiciesen con ello.

—¿Vas a llevártelos? —preguntó Draco con curiosidad

—Sí. Salvo que quisieras echarlos un vistazo tú. Al fin y al cabo, Hermione ha dicho que nos lo
había preparado a ambos.

—No, yo no creo que lo intente, por mucho que haya dicho McGonagall —rechazó Draco,
negando con la cabeza categóricamente.

—¿Por qué? Es una profesora estricta, pero cuando dice que estás capacitado para hacer algo, es
que puedes hacerlo.

—No digas tonterías, Potter. —Draco se había arrodillado delante del baúl en calzoncillos,
buscando algo de ropa—. Ya lo has visto, mis conocimientos de Transformaciones están muy por
debajo de los tuyos. Tú perdiste séptimo, pero yo perdí también sexto. Sería una locura plantearse
algo tan peligroso como la animagia como opción en estas circunstancias.

—Eres un mago poderoso, Draco —negó Harry, dándose cuenta que llevaban dos días
compartiendo habitación y era la primera vez que le veía prácticamente desnudo. Perturbado,
Harry apartó la vista, pensando en que, a diferencia de todas las veces que eso había ocurrido con
otros chicos en el dormitorio de Gryffindor, el cuerpo de Draco le parecía bonito—. Y muy
inteligente y observador. Sólo hay que ver lo rápido que sacaste el juego de la música a pesar de
que el resto no fuimos capaces.

—No hace falta ser inteligente para acertar eso, Potter. Los árboles no te están dejando ver el
bosque. Abstrae el pensamiento para ver detrás de lo obvio y encontrarás el truco.

—Sigo sin haber sido capaz de averiguarlo. Eres inteligente. Que nos ayudemos mutuamente con
las asignaturas no nos incapacita para ser buenos magos. Pedir ayuda y que te la den no es algo
malo ni menosprecia tus habilidades, Draco. —Le miró atentamente, agradeciendo que ya se
hubiera puesto unos pantalones deportivos y estuviera embutiéndose en una camiseta de
entrenamiento vieja. Observó su reacción a sus palabras pero, si la hubo, Harry no la percibió—.
Creo que podrías ser animago con facilidad. Y lo sé porque creo que yo también podría hacerlo.

—¿Por qué quieres ser animago, Potter? —preguntó Draco, de pie junto al baúl con la ropa que se
acababa de quitar en la mano, organizándola para que los elfos se la llevasen a la lavandería.

—No lo sé. —Harry se encogió de hombros. No se había planteado la razón por la que le apetecía
hacerlo. Ni siquiera lo había pensado hasta que McGonagall lo había dicho en clase, pero cada vez
que lo pensaba estaba más convencido de que podía intentarlo—. ¿Por qué no? Mi padre lo
consiguió cuando tenía dieciséis años, yo tengo dieciocho.

—¿Tu padre era animago con dieciocho años? —Draco se mostró muy sorprendido al oírlo.

—Él y sus amigos lo hicieron por Lupin. Para poder estar con él en sus transformaciones de hombre
lobo. —Harry perdió la fuerza en la voz, súbitamente triste al recordar a Remus. Su muerte aún
estaba reciente y dolía.

—Tiene mucho mérito —admitió Draco, impresionado.

—Sí. Estaban como cabras, pero tenían mucho talento. Es curioso, ¿sabes? —Draco levantó una
ceja, inquisitivo—. Que llegue un momento en el que tu yo sea más adulto y maduro de lo que
pudieron llegar a ser tus padres. A veces pienso que dentro de un par de años seré mayor que ellos
y viviré cosas que nunca vivieron.

Harry podría haber jurado que lo que vio en los ojos de Draco al oír eso era una mezcla de
compasión con simpatía. Volvió a recordar todas las veces que este se había burlado de él por ser
huérfano y se dio cuenta de que, como tantas otras cosas, el Draco que había dicho aquello ya no
existía. Los cambios eran palpables. Para empezar porque estaban teniendo esa conversación, algo
impensable tres o cuatro días atrás.

—Si ellos pudieron con esa edad, nosotros también deberíamos poder, desde luego —murmuró
Draco, pensativo—. ¿En qué se transformaba tu padre?

—Era un ciervo.

—Como tu patronus.

—Sí —asintió Harry. Sin saber muy bien por qué, añadió—: El de mi madre era una cierva. Creo
que los patronus y la animagia están relacionados, por eso me ha dado esto Hermione.

—¿Están relacionados? —El rostro de Draco se ensombreció.

—Supongo que el hecho de que ambas cosas consistan en invocar animales tendrá algo que ver.
Pensaba ojearlo en la sala común así que si quieres, podemos hacerlo juntos. Toda información es
bienvenida y Hermione no nos lo habría dado si no lo considerase útil.

—No he dicho todavía que vaya a intentarlo —espetó Draco hoscamente.

Harry no sabía exactamente qué había ocurrido, pero Draco había vuelto a ponerse a la defensiva.
Harry hubiera apostado que a Draco le había atraído la idea de revisar los apuntes de Hermione sin
rechazar de plano el intentarlo y un minuto después había pasado a mostrarse negativo. Respiró
profundamente para relajarse.

—¿Nos vamos? —propuso Harry, intentando cambiar de tema hasta saber qué había ocurrido
exactamente.

Draco asintió secamente. Los dos salieron de la habitación y entraron en la sala común. Como
habían llegado temprano a cenar y habían terminado rápido, ninguno de sus compañeros estaba
todavía allí.

—Hermione se habrá entretenido en la habitación —supuso Harry, tomando asiento en uno de los
sofás.

Draco se sentó a su lado y se descalzó, subiendo los pies al sofá. Apoyándose en el respaldo
lateral, se quedó levemente girado hacia él. Harry colocó los pergaminos en sus piernas, sin saber
exactamente cómo hacer. Le había dicho que lo mirarían juntos, pero había sido más un
ofrecimiento a la ligera. Pensó que si iban a trabajar juntos, quizá habría sido mejor una de las
mesas, pero Draco no parecía incómodo en el sofá.

Fijándose en que Draco le observaba con cara seria, Harry empezó a pensar cómo podían hacerlo,
un poco nervioso por la atención que este le estaba prestando y deseando realmente que se
implicara en el tema y así tener algo más en común con él. Apesadumbrado, se arrepintió de no
planificar las cosas un poco antes de ofrecerlas.

—Si quieres puedo empezar a leer en voz alta y…


—Espera un momento, Potter —le interrumpió Draco sin dejar de mirarle—. Antes de nada… has
dicho que no habías averiguado todavía lo de la cajita de música ¿no?

—¿Eh? —Harry parpadeó desconcertado por el cambio de tema—. Sí, es cierto. Tampoco lo he
pensado mucho, he de admitirlo.

—Vale. No es difícil. Escucha, sólo tienes que… ¿Te das cuenta que hay veces que estás mirando
tan fijamente algo que lo que está a tu alrededor se desenfoca? —Harry asintió, intrigado por la
premisa—. Bien. Esto es algo similar. Tienes que dejar de pensar en las palabras en sí y —Draco
hizo énfasis en la palabra— desenfocarlo. En la cajita de música entran muchas cosas. ¿De qué es
la caja?

—De música.

—¿Qué entrará en ella, entonces?

—Cosas relacionadas con música, pero eso ya…

—Correcto. Todas las cosas que entran están relacionadas con lo que es la música. Lo que es la
música, Potter, no lo que produce música, ni lo que conocemos como música. ¿Qué es la música y
cómo podría entrar un sofá o una silla en una caja de música si no están relacionados con la
música?

Harry frunció el ceño, mirándole fijamente. Un destello de picardía brilló en los ojos de Draco.
Percatándose de que aquello estaba divirtiéndole, Harry sonrió, contento. Al margen de lo que le
hubiese enfadado en el dormitorio mientras hablaban de animagia, Draco estaba bien y seguía
comportándose con él con aquella nueva normalidad que se había instaurado entre ellos. Harry
hizo un esfuerzo por pensar en lo que le estaba diciendo. En la actividad de un par de noches antes
se había limitado a dar respuestas al azar, intentando establecer un patrón que no era capaz de ver.

—La música entra. El sofá y la silla también. Un remo, la lana o los domingos entran. ¿Qué tienen
en común que sea música, Potter? —repitió Draco, remarcando las palabras.

Draco le estaba hablando con una voz suave, casi hipnotizadora. Harry no apartó la vista de sus
ojos, fijándose una vez más en las pequeñas motas azules que nadaban en el mar de plata fundida
de su iris. Eran ojos amables, un poco tristes y muy profundos. Las pupilas de Draco se dilataron y
el gris casi desapareció en el borde de su iris. Harry pensó que podía perderse en ellos como en un
pozo. Sin parpadear, preguntó:

—¿La plata entra?

—No te lo he puesto de ejemplo porque ahí la música está camuflada al pronunciarla, pero si
imaginas la palabra escrita la verás. Sí, entra —le confirmó Draco con otra sonrisa sincera similar a
la de esa tarde. El corazón de Harry latió más fuerte al verla.

—Son notas musicales, ¿verdad? —Draco asintió, ampliando la sonrisa y mostrándose orgulloso
de él. Harry se sintió feliz de haberle conseguido hacerle sonreír dos veces en un día para él—.
Entran dentro las palabras que tienen notas musicales entre sus letras.

—Muy bien, Potter —le felicitó Draco—. ¿Ves? Sólo había que pensar diferente.

Harry le sonrió también, sintiéndose estúpidamente feliz por haber encontrado la solución al juego
con la ayuda de Draco. En cierto modo, compensaba el tropezón de un par de noches atrás
intentando hablar del tema y ponía de manifiesto cuánto había evolucionado su relación. Al
intentar no pensar en por qué le parecía importante aquello, Harry se dio cuenta que llevaba un rato
mirando a Draco como un idiota. Carraspeó y bajó la cabeza, recordando qué eran los pergaminos
que tenía sobre las rodillas.

—Bueno, creo que podemos empezar con…

—Mi padre no puede invocar un patronus. El de mi madre es un cisne. El mío es un dragón —


murmuró Draco, interrumpiéndole y poniéndose serio.

—¿Tú padre no sabe hacerlo?

—No puede. Si se concentra mucho, puede realizar un escudo plateado, pero tiene que ser en una
situación calmada y tranquila y no siempre le sale a la primera. El de mi madre es un cisne. Uno
muy bonito. Es muy hábil con los encantamientos —dijo Draco con voz nostálgica y un deje de
cariño en la voz.

—¿Lo has… lo has intentado? —Harry se preguntó por qué le estaba contando aquello Draco.

—Severus quiso enseñarme para ayudarme a protegerme de los dementores de ese loco. Hubo unas
semanas que pulularon por la mansión, así que era importante que aprendiese hacerlo —contestó
Draco con voz lúgubre—. A pesar de que lo intenté muchas veces, fue imposible.

Harry parpadeó, sorprendido. Una punzada de dolor y compasión le atravesó el pecho al darse
cuenta de las implicaciones de lo que Draco estaba diciendo. Snape podría haber sido un capullo
con él, pero si había intentado enseñar a Draco a hacer un patronus y este no lo había conseguido,
tenía que haber algo más que simple falta de conocimiento. Se estremeció, pensando que no podía
ser posible que Draco no tuviese recuerdos felices.

—¿Por qué crees que es? —preguntó Harry, sosteniéndole la mirada y apretando los labios.

Draco se encogió de hombros, como si no quisiera saber la respuesta. Harry no dijo nada, ni
tampoco insistió. Había aprendido que si tenía paciencia, Draco acababa contestando a sus
preguntas, antes o después. Incluso aunque tardase días, como había ocurrido con el juego de la
caja de música.

—Supongo que es consecuencia de la magia oscura. No por practicarla, afortunadamente apenas lo


hice —dijo Draco en voz baja al cabo de unos minutos—. Severus creía que todos mis recuerdos
felices de la infancia estaban contaminados por lo que ocurrió en la guerra, impidiéndome
recordarlos como algo feliz. La mansión, Hogwarts, mi familia… todo está manchado de magia
abominable que se pega a la piel y a los recuerdos como aceite. Mi varita ni siquiera reacciona
cuando lo intento, por muy bien que seleccione el recuerdo.

—Es posible que si practicas más…

—Da igual, Potter —rechazó Draco con un gesto pragmático—. Si es cierto que la animagia y el
encantamiento patronus están relacionados, yo no podré ser animago.

—Hagamos una cosa. Revisemos lo que viene aquí. Si tenemos dudas, mañana podemos preguntar
a McGonagall —propuso Harry.

—No voy a hablar con McGonagall sobre mis habilidades mágicas o de si puedo o no hacer un
patronus, Potter —negó Draco con tono de obviedad.

—Me refería a si es necesario saber hacerlo. Si no, yo puedo intentar ayudarte a aprender.

—¿No has oído lo que te he dicho? Ni siquiera Severus pudo…


—En ese momento… ¿Voldemort vivía en tu casa? —Draco se estremeció al oír el nombre, pero
asintió—. Ahora no está aquí. Quizá sea posible rescatar alguno de esos recuerdos. Además, poco a
poco irás generando recuerdos nuevos que no estarán empañados por la guerra. La situación ha
cambiado, no puedes rendirte sin haberlo intentado.

—No puedes solucionar los problemas de todo el mundo, Potter —negó Draco con tristeza. Harry
se dio cuenta de que su voz parecía más pesimista que derrotada y de que no había rastro del
habitual desdén que solía utilizar en esos casos.

—Ayudé a todo el Ejército de Dumbledore. Incluso Neville consiguió hacer uno.

—Longbottom es toda una caja de sorpresas —dijo jocosamente Draco. Harry resopló de risa en
contra de su voluntad.

—No seas idiota —le reprendió Harry en broma—. Ya te estoy ayudando con Transformaciones,
¿no? Lupin me enseñó a hacer el patronus en tercero. En quinto enseñé a gente a hacerlo. Por lo
menos intentémoslo, Draco.

—Eres increíblemente cabezota, Potter —gruñó Draco, pero Harry se dio cuenta de que ya no
parecía tan cerrado a la idea como al principio.

—Piensa que a mí también me vendrá bien practicar. En el fondo, será lo mismo que estudiar
juntos. Estaremos aprovechando nuestros recursos comunes para mejorar ambos. —Draco le miró
fijamente algunos segundos antes de forzar una mueca a modo de sonrisa y asentir.

—Está bien. Revisemos los apuntes de Granger.

Acercándose, Draco se pegó a él y cogió los pergaminos, situándolos entre su pierna y la de Harry.
Este se dio cuenta de que era la primera vez que estaban tan cerca, más incluso que cuando habían
caminado juntos hacia la biblioteca o habían estudiado juntos. Sentía el brazo izquierdo de Draco
pegado al suyo, y su pierna resultaba cálida en contacto con la suya. Todo su cuerpo estaba en
contacto con él y Harry se puso nervioso, pero se olvidó de ello cuando comenzaron a estudiar el
fajo de pergaminos.

Cuando Ernie y Justin entraron en la sala común seguidos por algunos de sus compañeros más,
Draco y Harry les devolvieron el saludo sin levantar la cabeza, concentrados en el contenido de los
apuntes. Draco había hecho aparecer pergamino, una pluma y un tintero de la habitación y había
comenzado a anotar algunas de las cosas, comentándolas con Harry en voz baja.

Chapter End Notes

Tengo notas.

La primera es obvia: aquí tenéis la cajita de música. Mis disculpas a las personas que,
como yo, os obsesionáis con un tema y habéis tenido que esperar a sacarlo. ¿Alguien
entre quienes les mandé más palabras por privado lo consiguió por su cuenta?

La segunda. A la porra el canon de Rowling. Lucius puede ser un mago incompetente,


me lo puedo creer si me quieren explicar que no puede hacer un patronus por eso. Pero
debe de tener algún recuerdo feliz. Y lo siento, pero no le veo en la misma escala de
"mortifaguismo" que Bellatrix, Crouch o Dolohov. Como que se le queda un poco
grande. Así que... a efectos de esta historia puede hacer un patronus, aunque sea en
esas condiciones tan paupérrimas (y técnicamente inservibles). Lo cual no es óbice de
que en otras ocasiones me dé por decir que no es capaz porque es malvadísimo. Sí,
puedo convivir con ambos headcanon en la cabeza xD.

Sobre el patronus de Narcissa, se lo leí a alguien hace muchos años y... bueno, me
gustó la idea de que fuese un cisne. Territoriales, se emparejan de por vida, y son muy
elegantes. Pueden ser de varios colores, pero el cisne clásico de color blanco puro con
ciertas partes oscuras le pega muchísimo.
Teoría de la animagia
Chapter Summary

Draco y Harry estudian juntos los apuntes que Hermione les ha proporcionado.
Durante la noche, Draco vuelve a abandonar el dormitorio y Harry lo sigue de nuevo
hasta la sala común.

Antes de irse a dormir, Hermione se acercó a ellos para darles las buenas noches e interesarse por
sus progresos. Harry guiñó los ojos, dándose cuenta en ese momento de lo mucho que le picaban de
sueño. El fuego de la chimenea estaba casi consumido y, de hecho, Hermione llevaba los hombros
cubiertos con un gran pañuelo para abrigarse. Sin embargo, Draco y él estaban en manga corta y
descalzos, cómodamente recostados en el sofá, muy juntos el uno del otro para poder compartir las
notas y los pliegos de pergamino. El calor corporal que ambos desprendían les había protegido de
la temperatura descendiente de la sala.

—Creo que voy a marcharme a la cama —dijo Harry, bostezando y mirando alrededor de la sala y
viendo que además de ellos dos sólo quedaban Michael y Morag, sumidos en una partida de ajedrez
—. Por hoy hemos hecho suficiente teniendo en cuenta que yo había pensado en venir aquí para
despejarnos y no a seguir estudiando.

Draco asintió con una sonrisa comprensiva. También tenía rastros de cansancio en el rostro. Se
levantó, ayudándole a recoger y ordenar los pergaminos, juntándolos con los apuntes que él mismo
había ido tomando y saliendo con Harry de la sala. Después de dejarlo todo en el escritorio,
asegurándose de que quedaba ordenado y listo para seguir trabajando al día siguiente, Harry
comenzó a desnudarse, notando por primera vez el mordisco del frío nocturno. Nada más habían
entrado en el dormitorio, el hechizo de los elfos se había puesto a trabajar para incrementar la
temperatura, pero tardaría un rato en hacerlo.

—Se notan las bajas temperaturas por la noche, incluso a pesar de que esta zona del castillo está
climatizada con magia —constató Harry en voz alta.

Draco, que también se estaba poniéndose el pijama, masculló algo que sonó a asentimiento, pero
Harry no entendió que había dicho exactamente. Preguntándose si Draco dormiría esa noche en la
habitación al verle meterse en la cama, Harry hizo lo mismo, satisfecho al ver que Draco apagaba
la luz y se acomodaba para dormir.

Bocarriba y envolviéndose en las mantas para entrar en calor, Harry dio vueltas a lo que habían
estado estudiando juntos en la sala común. Como había supuesto al ver los títulos que encabezaban
el fajo de pergaminos, Hermione les había pasado toda una serie de apuntes que explicaban la
relación entre la forma animaga y la del encantamiento patronus. Según explicaban varios
manuales, ambas formas definían la esencia del mago o bruja que las realizaba, pero también tenía
un componente fuerte que las diferenciaba. Harry había observado el rostro de Draco mientras
leían aquella parte, temiendo que volviese a encerrarse en su cabezonería y se negase a al menos
intentarlo, pero este sólo había parecido concentrado en tomar notas y memorizar algunas partes.

—No se me había ocurrido pensar nunca que la forma animaga y la del patronus coincidiesen —
había comentado Draco al leerlo en uno de los pliegos.
—Tiene sentido. El patronus de McGonagall es un gato, por lo que sé —le había respondido Harry
pensativo, recordando el caso del patronus de Tonks.

—McGonagall era la única persona animaga que conocía hasta ahora, pero nunca la he visto hacer
un patronus —había reconocido Draco, negando con la cabeza—. Por eso no había hecho esa
asociación, supongo.

Habían averiguado que la diferencia estaba en que el patronus mostraba no sólo la esencia de quien
lo ejecutaba, sino también su deseo más profundo del corazón. Hermione había señalado con tinta
mágica de colores esa parte para resaltarla, lo que había provocado una discusión en murmullos
entre Draco y Harry, que habían bajado el tono de voz lo más posible para evitar ser escuchados
por sus compañeros, que los habían mirado con curiosidad.

—No entiendo por qué Granger quiere recalcar tanto esto —había susurrado Draco frustrado
cuando se habían encontrado la anotación por tercera vez.

—La forma animaga muestra la esencia del mago, atada a su personalidad y rasgos internos —le
respondió Harry, leyendo de la página inicial del manual de animagia que les había copiado—. Es
importante, porque se refiere a cosas que varían poco a lo largo de la vida, pero la forma animaga
no lo hace.

Lo que más claro le había quedado a Harry es que la bruja que había escrito ese ensayo insistía en
que la capacidad de transformación no se veía afectada por el encantamiento patronus, pero que
dominar el encantamiento patronus sí era relevante en aras de progresar en los avances de la
animagia. Inicialmente Draco había puesto cara de alivio al leerlo, señalándoselo en silencio a
Harry, que había sonreído satisfecho al darse cuenta de que Draco empezaba a estar dispuesto a
considerar la idea de intentarlo.

—Es absurdo, Potter —había gruñido Draco, no obstante, cuando la misma bruja anotaba que, a
pesar de sus conclusiones, ninguno de los animagos registrados de los que se tenía constancia
habían llegado a la transformación completa sin saber realizar correctamente un encantamiento
patronus—. Sin patronus, no hay animagia.

—No dice eso, Draco. Dice que es relevante en el progreso, no que sea determinante —le había
contrariado Harry más burlón que frustrado por su comentario—. Lo que pasa es que quieres una
excusa para rendirte antes de intentarlo siquiera y así seguir regodeándote en la miseria de tu
ineptitud.

—Eres tú quien ha insistido en esto, Potter. —A pesar de sus palabras, Draco se había aplicado con
tanto ahínco como él y las notas que había tomado le serían muy útiles a Harry incluso aunque
Draco al final decidiese que no quería intentarlo.

Harry suspiró, mirando la oscuridad del techo. Otro suspiro idéntico desde la otra cama le indicó
que Draco también estaba despierto. Se preguntó si también estaba pensando lo mismo que él.
Poco antes de irse a dormir, los dos habían tenido una discusión más en susurros, comparando las
diferentes posturas de los autores de los textos que Hermione había solicitado, hasta que Harry
había acabado convenciendo a Draco de que, aunque no era necesario que supiese hacer un
patronus para intentar practicar animagia, no perdían nada porque este intentase aprender a
realizarlo.

Habían terminado llegando a un acuerdo. Harry, que ya tenía experiencia enseñando el


encantamiento, le ayudaría con el patronus y Draco, que tenía mucha más habilidad con las
pociones, se comprometía a averiguar las instrucciones y reunir el material que necesitaban para la
poción requerida en la transformación inicial sin que nadie más se enterase. Draco ya había
apuntado la larga lista de títulos que mencionaba el ensayo que Hermione les había proporcionado,
comprometiéndose a recogerlos en la biblioteca en cuanto McGonagall les extendiese un permiso
especial.

—Por motivos puramente académicos —le había advertido Draco con un brillo malicioso en los
ojos.

—No pasará nada si McGonagall se entera de…

—En secreto, Potter. Es una condición sin excepción —había dicho Draco con rotundidad.

—Tampoco durará mucho, me temo. Cuando nos transformemos, tendremos que registrarnos en el
Ministerio.

—Ni siquiera tú eres tan idiota como para hacerlo, Potter —había espetado Draco con incredulidad
—. Y baja la voz. Basta que Granger esté metida en el ajo, ya que supongo que podemos confiar
en que no nos traicionará por lealtad a ti. La única ventaja que puede tener una transformación tan
arriesgada y difícil es precisamente el factor sorpresa y que nadie sepa que puedes hacerlo.

—De acuerdo —había asentido Harry, riéndose también, emocionado por poder vivir una aventura
inocente que no envolviese a alguien que quisiese matarlo y disfrutando de la sensación de tener un
secreto compartido con él—. Aunque te deseo suerte intentando que McGonagall no nos pille.
Como sepa la mitad de lo que sabía Dumbledore acerca de lo que pasa en el castillo, seguro que ya
tiene constancia de lo que estamos planeando.

A diferencia de Draco, que seguía escéptico sobre sus propias capacidades, Harry se sentía
optimista. Si había un alumno capaz de realizar esa poción aparte de Hermione, era Draco. Cuando
le había estado ayudando con el temario, Harry se había dado cuenta de lo muchísimo que sabía
sobre pociones y había podido reconocer el estilo característico de Snape, más sucinto y práctico
que el de Slughorn. Draco no le había engañado al decirle que este se había preocupado por ese
lado de su enseñanza durante la guerra.

Intrigado, Harry se había preguntado cuál sería su más profundo deseo del corazón y cómo lo
mostraba su ciervo, todavía intentando comprender qué quería decir ese fragmento del texto. La
bruja que había redactado el manual repetía en diversas ocasiones que una cosa era el deseo del
corazón y otra la esencia del alma y que, aunque muchas veces fuesen de la mano, no había que
descartar que hubiese diferencias.

—Tiene sentido —había murmurado Draco, garabateando distraídamente en uno de los


pergaminos, intentando conectar las ideas en su cabeza—. Si tu patronus es un dragón, por raro que
sea, no vas a transformarte en dragón. O en fénix.

—El patronus de Dumbledore era un fénix —había dicho Harry sin saber por qué.

—¿Te imaginas que hubiese podido transformarse en fénix? —había preguntado Draco,
siguiéndole la corriente—. ¿Qué habría ocurrido si alguien lo mata en su forma de fénix? ¿Renace
como polluelo? ¿Seguiría siendo un adulto que puede transformarse en polluelo o habría regresado
a la infancia como un bebé?

—Al final, todo lo que Voldemort hubiera necesitado, era ser un animago con forma de fénix —
había bromeado Harry, mudando a una expresión seria al recordar que a Draco no le gustaba el
nombre del mago tenebroso. Sin embargo, Draco se había reído con una carcajada corta pero
divertida, atrayendo de nuevo la atención de los demás compañeros de la sala.
—Entonces, tiene sentido —había respondido Draco al cabo de unos segundos, bajando la voz y
acercando más su cabeza hacia la de Harry, que había podido sentir el cosquilleo de su pelo en sus
sienes—. En teoría hay magos que su patronus y su forma animaga no son iguales aunque no se
haya dado ningún caso, pero no está demostrado empíricamente por falta de muestra.

Al recordar ese fragmento de conversación en particular, una idea repentina le vino a Harry a la
cabeza y, emocionado, comprendió que podía tener la clave al alcance de la mano, como cuando
rozaba la snitch con la yema de los dedos antes de atraparla.

—Draco —susurró lo más tenue que pudo, pues no deseaba desvelarle si estaba dormido—. ¿Estás
despierto?

Un gemido de asentimiento llegó desde la otra cama. Sonaba somnoliento, así que Harry dudó. Si
Draco ya estaba conciliando el sueño, era absurdo plantearle la idea que acababa de ocurrírsele.

—Dime, Potter, ni siquiera estaba adormilado —murmuró este con voz clara al verle dudar.

—Estaba pensando en lo que hemos estado hablando sobre la relación del patronus y la animagia.
Lo de que hay gente con un patronus con forma de dragón pero no conocemos a ningún animago
que se transforme en dragón.

—¿No habías dicho que era suficiente por hoy? —preguntó Draco con sorna.

—Tienes razón. Lo siento —se disculpó Harry, mordiéndose el labio.

—No seas idiota. Sólo te tomaba el pelo. Dímelo, anda —insistió Draco con una risita divertida—.
El gran Potter estaba pensando y eso es algo que hay que admirar en su justa medida.

—Imbécil… —le reprendió Harry riéndose también. Le gustaba ese Draco con sentido del humor
que además cada vez sonreía y reía con más facilidad, sobre todo cuando estaban juntos—.
Hermione había señalado con tinta mágica lo del deseo más profundo del corazón. Eso es lo que
diferencia la forma animaga del patronus, aunque casi siempre coincidan, en eso estamos de
acuerdo, ¿no?

—No recuerdo que dijese eso exactamente. Más bien era que muestran la esencia del mago o
bruja.

—Vale, de acuerdo. No lo decía. No así, al menos. Decía que la forma animaga refleja, además, la
personalidad y los rasgos de quien desarrolla la transformación.

—Ajá. Eso sí.

—Y que el patronus a mayores manifiesta el más profundo deseo de su corazón.

—Ya sé por dónde vas. —Harry miró en su dirección, escudriñando en la oscuridad. Draco se había
vuelto hacia él también y estaba apoyando la cabeza sobre la almohada, abrazándose a ella con
ambas manos y escuchando con interés—. Efectivamente, hay una diferencia ahí. Es muy agudo
por tu parte haberte dado cuenta.

—Tú mismo has dicho que verme pensar era un espectáculo —bromeó Harry, intentando quitarle
hierro al cumplido, aunque se sentía halagado.

—He dicho que había que admirarlo en su justa medida, no que fuese un espectáculo —matizó
Draco, siguiéndole la broma antes de ponerse serio otra vez—. No es descabellado pensar que esa
diferencia es relevante. La autora insistía en ello y Granger también, deberíamos haber pensado
más en ello. Sigue, por favor.

—Mi patronus es un ciervo. —Harry tartamudeó, intentando recuperar el hilo, repentinamente


emocionado por cómo Draco había saltado de bromear a pedirle algo por favor en el mismo tono
curioso con el que se lo habría pedido Hermione—. El de mi padre también lo era. El de mi madre
era una cierva. Y el de Snape también.

—¿Qué tiene que ver el patronus de Severus en esto? —preguntó Draco con curiosidad. Harry
distinguió cómo entrecerraba los ojos y fruncía los labios, como hacía cuando se concentraba en
estudiar algo.

—Estaba enamorado de mi madre —explicó Harry someramente, sintiéndose incómodo por revelar
la vida de Snape, por mal que le hubiese caído en vida y por muerto que estuviese.

—Espera… —Draco se incorporó rápidamente—. ¿Enamorado de tu madre? ¿Cómo sabes eso?

Harry, sintiendo que le debía una explicación más amplia tras haberle soltado una bomba tan
grande, le resumió a grandes rasgos la relación que había unido a Snape con su madre, sintiéndose
un poco culpable al hacer partícipe a otra persona de esos sentimientos e intentando convencerse
de que, de todos modos, Snape había sido alguien importante para Draco. Y pensó que dado que
era en beneficio del conocimiento, se podía considerar algo académico.

—El de mi madre era una cierva porque representaba el deseo más profundo de su corazón: mi
padre, que era un ciervo en su forma animaga. El de Snape era como el de mi madre, porque ella
era el deseo más profundo de su corazón.

—Qué interesante. —Draco había vuelto a recostarse bocarriba mientras escuchaba la historia y
sonaba pensativo—. ¿Entonces nuestro patronus es como el de la persona que amamos? ¿Eso
quiere decir que mi padre tendría un patronus de cisne?

—Creo que no va por ahí —puntualizó Harry que recordó el patronus de Tonks de nuevo. No
obstante, su intuición le decía que había algo más que la aparente correlación de un par de casos—.
Casualidad no significa causalidad, ¿no? Es algo más que estar enamorado de una persona. Creo
que es a lo que se refieren los apuntes de Hermione.

—Sigue siendo demasiado parecido a que tu patronus está relacionado con la persona que amas. Si
huele a leche, parece leche y sabe a leche: es leche, Potter.

—No lo es —negó Harry, tajante, ignorando la pulla—. Hay una diferencia pequeña, pero la hay.
Mi patronus no muestra mi esencia, sólo mi más profundo deseo del corazón.

—Tus padres —entendió Draco, incorporándose. Harry agradeció que la habitación siguiese a
oscuras, porque se había sonrojado al oír a Draco formular el deseo más profundo de su corazón
con tanta naturalidad. No se había parado a pensar que revelar las formas del patronus de sus
padres y Snape revelaría algo tan personal de él con tanta claridad—. Supongo que eso es parte de
tu esencia, ¿no? Es algo que ha marcado toda tu vida.

—Blanco y en botella —bromeó Harry, incapaz de dejarlo pasar. Draco se sentó en la cama con las
piernas a lo indio y le miró con curiosidad—. Es como los muggles dicen eso de la leche.
Hablando en serio: sí, eso es. No sé qué sentido tendría que mi padre se transformase en un ciervo,
pero el de mi patronus no tiene que ver con mi carácter ni con mi personalidad. Es mi deseo de
conocer y estar con mis padres.

—Bueno, eso sí ha afectado a tu personalidad y tu forma de ser. Tu forma animaga puede seguir
siendo un ciervo —le contrarió Draco, continuando antes de que pudiera protestar—. Entiendo lo
que quieres decir y te reconozco que ahí tienes un punto interesante a seguir. Pero no lo descartes.
No todavía. Lo más probable es que la bruja del manual tenga razón y sea sólo una teoría no
demostrable empíricamente.

—Los patronus cambian —se le ocurrió a Harry en ese momento, que se sentó también en la cama,
excitado—. El texto de la animagia era claro: tu animal queda definido en el momento que realizas
la transformación. Antes, incluso: desde que visualizas la forma que vas a adoptar, si eres capaz de
hacerlo. Pero si tu deseo más profundo del corazón cambia lo suficiente…

—La forma de tu patronus también cambia —concluyó Draco—. Creo que tienes razón, pero
seguimos sin casos de animagos que hayan cambiado su patronus siendo animagos. No hay
suficientes animagos para poder establecer una muestra estadística que pruebe la teoría.

—¿Crees que McGonagall podría aclararnos algo más?

—Puede ser. Pero… —La voz de Draco dudó—. No sé qué utilidad tiene esto más allá de
elucubrar sobre teoría mágica, Potter.

—Para mí, bastante. Seguramente signifique que mi forma animaga sea diferente a la de mi
patronus, con lo cual a la hora de transformarme lo tendré exactamente igual de difícil que tú si no
consigues invocar un patronus. Eso sí, al menos sabré en qué animal no debo centrarme.

—Sólo si tienes razón. Todavía hay muchísimas opciones de que te conviertas en un ciervo. Si lo
ignoras deliberadamente, puedes dar al traste con todo el proceso —negó Draco.

—No —negó Harry sin perder la paciencia, sabiendo que Draco únicamente estaba poniéndole
pegas para probar la teoría científicamente—. Mi padre quería proteger a su amigo licántropo y
acompañarlo en las noches de luna llena.

—Eso no define…

—¡Sí! —interrumpió Harry, entusiasmado, intentando hacerle comprender lo que quería decir—.
¡Sí lo hace! Los ciervos son territoriales y se mueven en manadas. Normalmente uno de los ciervos
es el líder de la manada y quien guía al resto.

—¿Cómo sabes eso?

—Olvidé que no sabes quién es Bambi —resopló Harry, burlándose—. Da igual, te lo explicaré en
otro momento. Mi padre era el líder simbólico de esa manada. Su mejor amigo era un perro. ¡Un
perro!

—Desde luego, la sutilidad no era su fuerte —bromeó Draco, asintiéndole para animarle a
continuar.

—Y el más débil de su manada, el que necesitó ayuda para transformarse como ellos, era un
animal pequeño, escurridizo y que prefiere esconderse a pelear: una rata. Mi padre era un ciervo
astado —recalcó esa última palabra— porque era el líder de la manada.

—Tú eres el líder de tu propia manada. Granger, Weasley…

—¡No! Esa en todo caso sería Hermione, que es quien tira de nosotros todo el tiempo. Y tampoco
la veo en ese papel. No tenemos una relación jerárquica. No, no es así.

—Las personas a las que enseñabas a hacer el patronus…


—¡Tampoco! Era un guía, un profesor. No un líder.

—En la guerra…

—Fui un símbolo, pero no lideré nada, ni siquiera la última batalla. Cuando llegué a Hogwarts, me
limité a cumplir mi papel, ni siquiera estuve presente en parte de ella —negó Harry, impaciente por
todas las contradicciones de Draco—. Hubo otras personas que asumieron ese liderazgo. Mi
patronus es un ciervo porque representa el deseo de estar cerca de mis padres, pero mi esencia no
tiene nada que ver con la de mi padre. El ciervo no me representa en esencia —concluyó Harry,
incisivo.

—De acuerdo —dijo Draco con voz calmada.

—¿No me vas a poner más pegas? —preguntó Harry, que estaba preparado para seguir
rebatiéndole, sorprendido —. Pensé que todavía no considerarías probado el punto.

—No —contestó Draco con tono suave—. Sólo estaba asegurándome de que tu teoría tenía
suficientes fundamentos.

—Entonces… no seré un ciervo. El ciervo muestra mi deseo profundo del corazón, pero no mi
esencia. No me define ni en personalidad ni en rasgos internos —concluyó en tono triunfal.

—Si alguien puede ser el primer animago en conseguir tener una forma animaga distinta a su
patronus, Potter, eres tú —dijo Draco, hablando despacio. Harry hinchó el pecho con orgullo al
oírle decir eso sin un ápice de la antigua envidia en la voz. Incluso había creído detectar algo de
admiración en sus palabras—. Eso significa que va a ser más complicado para ti realizar la
transformación, por supuesto. El patronus es de ayuda porque te permite ver en qué animal te
convertirás. Si no coincide…

—Tendré que descubrirlo. Pero saber que no es un ciervo es un avance que me permitirá no
derrochar esfuerzos en vano.

—También significa que si tú puedes averiguar tu forma animaga sin depender de tu patronus… yo
también podré hacerlo. —Harry le miró con alegría, comprendiendo que Draco estaba
informándole de aquella manera sutil de que iba a intentar la transformación incluso sin poder
realizar el encantamiento patronus.

—Aun así, creo que deberías intentarlo —le aconsejó Harry, reprimiendo sus ganas de celebrar
aquella pequeña victoria—. Es un hechizo útil y si coincide con tu forma animaga te facilitará la
transformación.

—Estoy de acuerdo —concordó Draco, esbozando una sonrisa burlona al ver la reacción de
sorpresa de Harry.

—Pensaba que ibas a seguir poniéndome pegas para eso también —admitió Harry.

—Eres demasiado pesado, Potter —dijo Draco con voz resignada—. Y consigues que la gente se
entusiasme, no me extraña que tuvieses tanta gente de tu parte en la guerra.

—Lo dices como si fuera algo malo. —Harry parpadeó, confundido.

—Es posible que lo sea, pero no lo creo. —En la oscuridad no se distinguía lo suficiente, pero
Harry habría jurado que seguía sonriendo más apagadamente mientras se encogía de hombros—.
Cuando una llama de esperanza se apaga… no queda nada. Tú eres capaz de encender la llama de
la esperanza en la gente una y otra vez, Potter.
—Creo que es un ejemplo un poco dramático.

—Lo es —admitió Draco con una risita, tumbándose de nuevo en la cama y acomodándose—. Pero
es un poco como me siento ahora mismo. Tengo ganas de intentarlo, de dar lo mejor de mí mismo.
De ser un mago capaz de invocar un patronus, aunque sea uno no corpóreo.

—Estoy seguro que puedes conseguirlo.

—Ojalá tengas razón.

Las tres últimas palabras de Draco sonaron pesimistas y ambos se quedaron en silencio. Harry
volvió a tumbarse bocarriba, mirando el techo y pensando en todo lo que habían hablado. Perdió la
noción del tiempo y los ojos empezaron a pesarle cuando el cansancio del día y de las emociones
le abrumó. Los cerró, dispuesto a dejarse llevar por el sueño.

—Potter. —Esta vez fue él quien contestó con un murmullo sin vocalizar, indicándole que todavía
estaba despierto—. Sobre tu madre… he pensado mucho desde que hablamos ayer y… yo… Lo
siento, ¿vale?

—¿Eh? —Harry frunció el ceño antes de caer en la cuenta a qué se refería Draco—. No te
disculpes por ello. No te prestaba demasiada atención cuando hacías esos comentarios.

—Eso no hace que estuviesen bien —dijo Draco con la voz teñida de tristeza—. Me pasé.
Muchísimo.

—Yo tampoco fui un santo.

—Lo sé. Pero no estoy hablando de ti.

—Si tú te disculpas, yo también tendría que hacerlo, ¿no?

—Tú lo has hecho con tus actos. En cambio, yo no lo había hecho nunca. Ni siquiera lo había
pensado hasta que me constaste lo de tus horribles tíos.

—No tiene importancia. Empezamos de cero el otro día, ¿recuerdas? Cuando nos estrechamos la
mano.

—Para mí sí. Empezar de cero no me exime de disculparme.

—De acuerdo —aceptó Harry, que empezaba a sentirse un poco incómodo con la conversación—.
Disculpas aceptadas. ¿Aceptas las mías también?

—He dicho…

—Di que sí y cállate ya, Malfoy —dijo Harry, exasperado e intentando sonar como una pulla de
broma.

—Está bien —asintió Draco, incómodo—. Si te vas a poner en modo Salvador del Mundo
Mágico… —bromeó, siguiéndole el juego.

—Imbécil —susurró Harry, satisfecho.

—Idiota —le correspondió Draco, acabando la frase con un bostezo.

Harry consultó el reloj y, viendo que era muy tarde, intentó poner en práctica alguna de las técnicas
de respiración y relajación que le había enseñado su psicólogo para ayudarle a conciliar el sueño.
Funcionó bastante bien, rebajando sus niveles de excitación y sumiéndole en un agradable estado
de duermevela en el que se dejó llevar con la intención de dormir.

Un movimiento inesperado proveniente de la otra cama le desveló cuando estaba cayendo en las
redes del sueño. Sin moverse, entreabrió los ojos, intentando distinguir qué ocurría sin moverse
para no delatar que estaba despierto. Draco se estaba levantando silenciosamente. Como la noche
anterior, cogió su almohada y salió de la habitación cuidando de no hacer ningún ruido.

Harry terminó de abrir los ojos y se incorporó, totalmente despierto, frunciendo el ceño. Había
dado por supuesto que si la razón de que Draco no hubiese dormido inicialmente en la habitación
había sido él, algo que ya había dudado cuando lo había visto durmiendo en la sala común, ya no
tenía sentido porque se llevaban bien. Y si era por las pesadillas, ya debería tener confianza
suficiente. Todo el mundo, empezando por él, tenía pesadillas y a nadie le importaba.

«Salvo que sea alguien que odia sentirse vulnerable». El pensamiento cruzó su mente súbitamente.
«Peor», comprendió. «Que tenga miedo a sentirse vulnerable».

Se preguntó si ese era el peor miedo de Draco: sentir que no era lo suficientemente válido, ser una
persona que se sentía desprotegida e insegura todo el tiempo. Harry suspiró y encendió la varita,
sacando el mapa de la mesilla y abriéndolo.

No tuvo que buscar mucho, pues lo localizó en el mismo sofá de la sala común que la noche
anterior. Dudó unos segundos antes de levantarse y sacar la capa del baúl. Echándosela encima de
los hombros, salió de la habitación caminando lo más rápido que pudo sin hacer ruido.
Afortunadamente la puerta de la sala común estaba entreabierta, porque Draco, todavía despierto,
estaba sentado en el sofá arropado con una de las mantas que él había transformado la noche
anterior. Harry se alegró de no haber tenido que abrir la puerta, ya que eso lo habría delatado
incluso aunque no hubiese hecho ruido.

Descalzo como iba, Harry pudo acercarse a él en silencio, intentando controlar su respiración, ya
que únicamente se oía el crepitar de las brasas del fuego, que restallaban cuando algún rescoldo
más frío chocaba contra otro que aún estaba caliente. De pie ante Draco, que estaba mirando la
chimenea a través de él con los ojos perdidos, Harry se preguntó en qué estaría pensando con tanta
concentración.

Draco suspiró con resignación y se tumbó, arropándose y poniéndose de espaldas a la chimenea.


Harry hizo un hechizo cojín no verbalmente y se sentó en el suelo, observándole con curiosidad. Se
sintió culpable e incómodo porque sabía que lo que estaba haciendo, espiar a otra persona, no era
correcto, pero la curiosidad lo carcomía. Le hubiese gustado poder preguntarle directamente a
Draco pero, dado que este esperaba a creerlo dormido para abandonar el dormitorio, no creía que
confiase en él para contárselo. Harry necesitaba comprenderlo. Y para comprenderlo, necesitaba
saber.

El tiempo pasó lánguidamente. Cuando la respiración de Draco se estabilizó y su pecho empezó a


subir y bajar cadenciosamente, Harry supuso que ya se había dormido. Notando una ráfaga de aire
frío fruto de la corriente que generaba la amplitud de la sala, avivó mágicamente el fuego de la
chimenea e invocó un par de hechizos calentadores. Miró con ojo crítico las mantas transformadas,
calculando que posiblemente durarían toda esa noche antes de volver a su forma original.

Draco, que hasta ese momento estaba encogido sobre sí mismo, de espaldas a él, se relajó
visiblemente, estirándose cuan largo era en el sofá, poniéndose bocarriba y orientando su cara al
origen del calor. Harry admiró sus facciones en silencio, aprovechando que podía hacerlo con
tranquilidad y que nadie podía juzgarle por mirar fijamente a alguien de esa manera.
La noche anterior sólo se había fijado en los indicios que delataban la pesadilla que estaba
sufriendo Draco, pero ahora que este dormía plácidamente, se recreó en los detalles de su rostro. La
nariz seguía siendo puntiaguda como en su infancia pero, al cambiar la fisonomía de la cara
durante la pubertad, se había ensanchado en la base, dándole un aspecto más varonil. Su cara, más
alargada de lo que recordaba cuando era pequeño, terminaba en la afilada barbilla que ahora sabía
que había heredado de los Black y no del amplio mentón de su padre. Sin embargo, la pérdida de
redondez en la cara le había arrebatado parte de ese aire de duendecillo travieso que tenía cuando
lo conoció.

Estaba muy delgado. La luz del fuego danzaba caprichosamente con las sombras, que cuando se
reflejaban en sus pómulos dejaban ver sus carrillos hundidos y el cráneo se le notaba en la frente
más de lo que debería. Su cuello era largo y delgado, con la nuez de Adán destacando prominente,
subiendo y bajando cada vez que tragaba saliva. El pelo, lacio y mucho más oscuro que el de su
padre ahora que había crecido, pero todavía de un rubio brillante, le caía a picos sobre las orejas y
la frente, más largo de lo que se lo había visto llevar en los últimos años de la guerra.

Por encima de la manta, las manos se le crispaban aferrándose a la tela y soltándola a intervalos
más o menos cortos. Harry siguió con los ojos el largo de sus dedos, pensando que era un chico
muy estilizado, lo cual combinaba muy bien con su altura, mayor que la suya. Se fijó en el pie que
sobresalía de debajo de la manta y constató que también, como sus manos, era grande, estilizado y
delgado, con finos dedos alargados. Sintiendo el deseo de tocar su cuerpo y palparlo, de saber
cómo se sentían los dedos de sus manos o de sus pies al tacto o si la piel de su rostro era tan fina
como aparentaba, Harry apartó la vista, turbado.

Se preguntó de nuevo qué hacía allí. Era absurdo estar espiándole mientras dormía, además de ser
algo propio de una persona obsesiva y no de una racional. Intentó convencerse a sí mismo de que si
no hubiese estado ahí el fuego se habría apagado y Draco habría vuelto a pasar frío como la noche
anterior, pero una vocecilla en su cabeza le recordó que de eso ya hacía un buen rato y que su
presencia ya no era necesario para mantenerlo.

Se levantó sin hacer ruido, dispuesto a abandonar la sala común y dejar de comportarse como un
psicópata acosador. Tras echarle un último vistazo caminó en dirección a la puerta, notando el
suelo helado bajo sus pies al salir del perímetro del hechizo calentador.

—¡No te vayas, Potter!

Harry se quedó paralizado en el sitio, asustado. No comprendía cómo podía saber Draco que estaba
ahí y que se estaba marchando.

—¿Qué has hecho, Vincent? —preguntó Draco con voz lastimera y somnolienta.

Harry se dio media vuelta al entender que Draco estaba soñando, volviendo al lado del sofá. Se
preguntó qué era lo que estaba reviviendo. La frente de Draco volvía a estar perlada de pequeñas
gotas de sudor, como la noche anterior, y estaba pateando la manta para destaparse.

—¡No! —gimió Draco, angustiado.

Se arrodilló al pie del sofá, junto al pecho de Draco, escudriñando su rostro. La frente estaba
arrugada en un rictus de preocupación.

—Draco —susurró Harry, probando a intentar despertarlo discretamente.

—¡Potter! —Draco pareció reconocer su voz y volvió a llamarlo—. ¡Aquí, Potter! —Harry frunció
el ceño. Era obvio que él estaba en su pesadilla, pero no entendía por qué—. ¡Greg! ¡Vamos!
Tenemos que subir aquí antes de que nos alcance.

—Draco… —musitó Harry de nuevo con tristeza y un escalofrío al comprender qué estaba
reviviendo la mente de Draco.

—¡Maldita sea, Vincent! ¡Socorro! —Las palabras de Draco eran difíciles de comprender, porque
balbuceaba somnoliento, pero el hecho de que hiciese el amago de toser entre frase y frase
confirmó a Harry sus sospechas—. No quiero morir, no quiero morir —sollozó Draco.

—¡Draco! —Harry le llamó más fuerte, intentando despertarle, olvidando ya el más que probable
enfado de Draco cuando le viese allí, mientras parpadeaba para contener las lágrimas que le
empañaban los ojos.

—¡Potter! —suplicó Draco con voz esperanzada.

Harry comprendió que él también estaba dentro del sueño de Draco. Imaginó que al llamarle, este
creía oír al Harry del sueño y por eso Draco contestaba, pero no despertaba.

—Potter, no te vayas —sollozó Draco, arrugando la camiseta del pijama con fuerza entre las
manos, provocando que su tripa quedase al aire. Una lágrima se deslizó por su rostro y Harry sintió
que su corazón se inundaba de pena, empatizando con él. Sus pesadillas también habían sido
terribles tras la guerra. Draco lloró más fuerte—. No quiero morir.

Decidido a despertarlo, Harry puso una mano en el pecho de Draco, con la intención de sacudirlo
enérgicamente y provocar que se despertase. Si era rápido, podría esconder la mano antes de que
Draco se diera cuenta de que alguien le había despertado alguien y probablemente pensaría que
había sido dentro de su pesadilla. Y si no le daba tiempo… al menos Draco no seguiría pasándolo
mal y Harry tendría que resolver ese conflicto también.

En cuanto rozó el pecho de Draco, este movió rápidamente la mano hacia la suya, agarrándole la
muñeca con fuerza como la noche anterior. Harry se quedó inmóvil, enfadado por no haberlo visto
venir. Sin embargo, Draco buscó sus dedos al tacto, soltándole la muñeca y apretando la mano de
Harry contra el pecho.

—Has vuelto… —suspiró Draco satisfecho antes de relajar todo el cuerpo.

Draco modificó la posición de sus manos, entrelazando una de ella con sus dedos, apretándolos
contra su pecho y cubriendo ambas manos con la otra, en una suerte de abrazo. Poco a poco, su
respiración fue tranquilizándose y haciéndose menos superficial. Cuando el sudor de su cuerpo
empezó a enfriarse, se estremeció levemente y Harry se apresuró a cubrirle con la manta de nuevo
con la mano que tenía libre.

Retorciéndose con cuidado para no molestarle, Harry se sentó en el suelo, apoyando el codo en el
sofá, buscando algo de comodidad. Sabía que en algún momento debería salir de allí para irse a
dormir, pero era renuente a soltarle dado que Draco parecía haberse tranquilizado por el contacto.
Supuso que, como la noche anterior, en algún momento le soltaría y eso le permitiría irse.
Resignándose a pasar el siguiente par de horas allí, Harry apoyó la cabeza en el cojín para
descansar la cabeza.

Se mordió el labio, pensativo. Harry recordaba el episodio de la Sala de los Menesteres con
dificultad. Sí recordaba con nitidez la conversación previa, cuando Draco había intentado
imponerse a Crabbe. También el momento en el que había salido volando de la Sala con Draco
detrás de él en la escoba aferrándose desesperadamente a su cintura y los pulmones inundados de
humo. Pero todo el proceso intermedio era un borrón en su cabeza, salpicado de imágenes estáticas:
la diadema de Ravenclaw suspendida en el aire, un gigantesco león hecho de llamas rugiendo a tres
metros de él, Draco sosteniendo a Goyle, con las mejillas tiznadas de negro y dos surcos de
lágrimas atravesándolas, en lo alto de una torre de armarios cercados por el fuego.

Le había contado a su psicólogo que se había visto envuelto en un terrible incendio que le
despertaba algunas noches. Este le había dicho que no acordarse bien lo que había ocurrido era una
medida de protección contra el trauma: el cerebro archivaba los peores recuerdos y los
emborronaba, por eso no se podía recordar claramente el dolor una vez había pasado. Sí era
consciente de otras sensaciones: el olor a humo, el tacto de la frente de Draco contra su nuca, las
manos de este alrededor de su cintura, agarrándose con fuerza, el calor del fuego quemándole las
pestañas y calentándole las mejillas, el picor de los ojos…

Se preguntó si la pesadilla de Draco era constante o variaba. Sus pesadillas iban saltando de tema
en tema. No siempre tenían a Voldemort como principal antagonista. A veces soñaba que se dejaba
ir en aquella estación de King's Cross donde había hablado con Dumbledore. Otras, con los gritos
de Hermione siendo torturada por Bellatrix. El cuerpo de Dobby dejándose marchar entre sus
manos mientras este le susurraba que era su culpa, los cadáveres de Remus y Tonks, el de Fred…

—Viviste mil cosas traumáticas y sin embargo tu mente vuelve a esa una y otra vez —comprendió
Harry, hablando en voz tan baja que casi no se oía él mismo. Comprendió que lo más probable era
que fuese una pesadilla recurrente, pues la de la noche anterior había parecido similar por el sudor,
los estremecimientos y el agarre, aunque no había llegado a hablar en sueños—. Tuvo que ser
terrible para ti.

Harry cogió aire profundamente, intentando quitarse la sensación de malestar que le había
provocado rememorar sus propias pesadillas. Entendía el pesar de Draco, pero no su actitud.

—No pasa nada por tener pesadillas, Draco. —Por un segundo deseó que se despertase y pudiese
oírle de verdad, pero rápidamente descartó la idea sabiendo que el otro chico se enfadaría si
descubría que estaba allí sentado y bajó más la voz hasta hacerla prácticamente inaudible—. Yo
también las tengo. Hermione, Ron, Neville… todos las tuvimos, noche tras noche. Aún las
tenemos, a veces.

Draco se revolvió, paladeando el aire y acomodándose, pero sin soltarse. Harry le observó,
levantando la cabeza para permitirle moverse y volviendo a apoyarla cuando se quedó quieto.
Inspiró, dándose cuenta de que el olor de Draco se mezclaba con el de la lana de la manta, más
dulce y fragante que el de esta. Se preguntó si sería el jabón que usaba en la ducha, pues le
resultaba familiar, pero no lograba ubicarlo en su mente más allá de determinar que era algún tipo
de flor. Era ciertamente muy agradable y no pudo resistir la tentación de frotar la punta de la nariz
contra la tela del pijama de Draco, disfrutando del olor y percatándose de que probablemente lo
había estado oliendo todos esos días de atrás inconscientemente, pero no lo había reconocido hasta
estar tan cerca.

—A Ron y Hermione les ayudaba dormir juntos. Cuando uno de los dos tenía pesadillas, el otro se
despertaba y le consolaba. Yo tuve que superarlo solo, pero cuando compartía dormitorio con Ron
en La Madriguera me resultaba más sencillo, porque me ayudaba a anclarme a la realidad cuando
despertaba. No tendrías que estar haciendo frente a esto tú solo, ¿sabes? Somos humanos y
tenemos derecho a tener miedo —continuó hablando Harry, más seguro de que Draco dormía
profundamente y no despertaría.

Apoyando con cuidado la cabeza sobre el hombro de Draco, cerró los ojos para descansar la vista,
disfrutando todavía con el olor del otro chico, el tacto de sus manos agarrando las suyas, la tela
áspera del pijama contra su mejilla.
—A mí me ayudó hacer ejercicio. Salía a correr todos los días una hora si estaba en Londres.
Cuando estaba en La Madriguera jugábamos al quidditch hasta que no veíamos las pelotas. Los
Weasley son tantos que casi podrían hacer dos equipos entre todos. La idea era agotar a mi cuerpo
para que no le quedasen fuerzas para ponerse a tener pesadillas, porque donde tú hablas yo,
además, me movía. Acabó funcionando con el tiempo. —Siguió hablando mientras las llamas
mágicas de la chimenea se extinguían, reduciendo la luz en la habitación. Sin darse cuenta, Harry
se quedó dormido.

Despertó tiritando de frío. Un insistente pitido sonaba. Entrando en pánico al darse cuenta que lo
que oía era un hechizo despertador que había colocado Draco, tiró de la mano, que todavía estaba
atrapada entre las de Draco, ocultándola debajo de la capa y se arrastró rápidamente por el suelo
para alejarse del sofá.

Draco abrió los ojos de golpe, mirándose las manos vacías, como buscando algo. Parpadeó con
sueño y bostezó, tapándose la boca con una mano mientras con la otra rebuscaba entre los cojines
del sofá hasta encontrar la varita, que utilizó para hacer que el despertador dejara de sonar. Se
sentó en el sofá, frotándose los ojos, con un suspiro satisfecho, antes de ponerse en pie y estirarse.

Con cara perpleja, Draco se rascó el pecho, justo donde las manos de ambos habían estado toda la
noche, mirando un poco desconcertado, como si esperase encontrar algo allí. Negando con la
cabeza y esbozando una sonrisa satisfecha que a Harry le pareció la más sincera que le había visto
hasta ese momento, Draco salió de la sala. Sabiéndose en un problema, Harry se puso de pie,
asegurándose de que no se le veía ninguna parte del cuerpo fuera de la capa, y se apresuró a salir
detrás de él, justo a tiempo de colarse en el dormitorio antes de que Draco cerrase la puerta.

—Potter. —Draco llamó a la puerta del baño después de comprobar que no estaba en su cama.

Al no obtener contestación abrió la puerta y, con el ceño fruncido, miró a su alrededor. Harry,
todavía agitado por la pequeña carrera que se había tenido que echar para poder entrar en la
habitación, contuvo el aliento, preguntándose si Draco estaría sospechando algo al no verle ahí,
pero se relajó cuando le vio encogerse de hombros y entrar en el baño. Esperó a oír el sonido de la
ducha para quitarse la capa, guardarla y sentarse en la cama.

Le dolía todo el cuerpo, pero con la adrenalina que había sentido al despertar, no se había dado
cuenta hasta ese momento. Dormir sentado en un suelo de piedra y sin apoyar la espalda no era de
manera alguna saludable, consideró mientras se intentaba estirar, masajeándose las lumbares y los
hombros como pudo.

—Quizá pueda escaparme a la enfermería y que Pomfrey me dé algo para el dolor —murmuró
apretando los dientes en un quejido.

Draco salió del baño unos minutos después con la toalla anudada en la cintura y, cuando le vio,
mostró sorpresa en el rostro.

—Buenos días —le saludó Draco, quedándose parado a medio camino del baño y su cama—.
Pensaba que ya te habías levantado y vestido.

—¿Eh? —Preocupado como estaba por los lamentos de dolor de su cuerpo y el sueño por las pocas
e incómodas horas de sueño que había conseguido dormir, Harry no había pensado en una excusa
convincente para darle—. Acababa… acababa de levantarme y… salí un momento para… Tenía
que ir a…

—No tienes por qué darme explicaciones si no quieres, Potter —dijo Draco apretando la
mandíbula—. Sólo pretendía ser… amable.
«Amistoso», concluyó Harry por su cuenta, pues no era idiota y se había dado cuenta de que Draco
le había preguntado sinceramente, sin ningún tipo de segundas intenciones, y él le estaba
obsequiando con dudas y secretos. Se maldijo mentalmente. Tres días intentando acercarse a Draco
y cuando por fin lo conseguía, se ponía a decir idioteces.

—Lo siento, no quería parecer un entrometido. Me desperté temprano y no estabas en tu cama —


dijo Harry, intentando arreglarlo. No era ni verdad del todo, ni mentira, pero al menos no iba a
quedar como un obseso. O eso esperaba—. Me preocupé, pensando que podía haber pasado algo y
salí a mirar al pasillo. —Entró en pánico intentando improvisar algo creíble, pensando que si
seguía por ese camino caería en una espiral de mentiras y justificaciones que lo empeoraría todo.
Cogió aire, indeciso sobre qué hacer—. No. Eso tampoco es cierto. Lo siento, Draco. La verdad es
que prefiero no decirte una mentira.

—Estás raro, Potter —dijo Draco entrecerrando los ojos con sospecha, todavía tenso. Caminó
hasta la cama y se sentó en ella, de frente a Harry—. Y parece que te hayan dado una paliza, tienes
un aspecto terrible.

—No… no he dormido muy bien, lo siento.

—Dices mucho lo siento —le hizo notar Draco con voz suave—. Pero no entiendo por qué.

Harry alzó la mirada, dándose cuenta que Draco seguía prácticamente desnudo delante de él,
mirándole con atención, como si ya no tuviese prisa por vestirse. Se sonrojó al verle el pecho
brillando con la piel que había estado admirando durante la noche y el pelo húmedo y pegado a la
frente. Bajó la vista, azorado, pero la visión de sus piernas todavía con regueros de agua que
recorrían el escaso pelo rubio tostado que las cubría lo perturbó aún más. Harry se preguntó si
olería igual que durante la noche y cómo sería ese olor ahora que se acababa de duchar.

Harry alzó la mirada y vio que Draco no parecía receloso ni distante como solía estar los días
anteriores. Más bien parecía comprensivo y preocupado. Aquello lo animó a hablar. Harry se
quedó abstraído, mirándole el pecho de nuevo, descubriendo que entre las gotitas de agua que ya
empezaban a secarse, podían distinguirse las finas líneas de cicatrices no demasiado antiguas.

«Mi sectumsempra», comprendió, dolido por haber dejado marcas indelebles en su piel.

Parpadeó, notando una sensación extraña en el estómago. Lo achacó a su incomodidad por mentirle
a Draco ahora que habían conseguido alcanzar una especie de entendimiento amistoso. Ese
acercamiento también le había permitido admirar que Draco era un chico muy atractivo, pero no
debía dejarse perder en esos pensamientos o parecería imbécil. Pero si quería que esa amistad
siguiese fluyendo, tenía que decírselo o sería peor si este se enteraba más tarde por su cuenta.

—He hecho algo que a lo mejor te molesta —admitió Harry, finalmente, logrando apartar todos
aquellos pensamientos impúdicos de su cabeza antes de empeorar las cosas.

—Eso no lo sabrás si no me lo cuentas —dijo Draco con suavidad, poniéndose más serio.

—Anoche no estaba dormido cuando saliste de la habitación —confesó Harry del tirón,
convencido de que estaba a punto de dinamitar esa especie de amistad a la que habían conseguido
llegar.
¡Expecto Patronum!
Chapter Summary

Harry le confiesa a Draco que le ha espiado. Esto abre una brecha entre ambos que
tendrán que solucionar. Harry tiene una idea loca, pero... ¿Cuándo no ha tenido él
ideas locas?

Chapter Notes

¡Confirmo que he avanzado todo lo que me gustaría y que he llegado a tiempo de


revisar el capítulo que publicaré el sábado. Así que... aquí os dejo el de hoy y nos
vemos en un par de días!

—¡Oh! —exclamó Draco con naturalidad, sin parecer especialmente avergonzado ni mostrar la
actitud de alguien pillado in fraganti. Harry se frotó las palmas de las manos en los muslos,
incómodo—. No pretendía molestar.

—No lo hiciste. Pero me levanté y fui a la sala común tras de ti.

—¿Cómo sabías dónde estaba? —preguntó Draco, extrañado.

—Lo averigüe ayer. Desperté en medio de la noche por una pesadilla, no estabas en tu cama y…
Bueno, te busqué. Te encontré durmiendo en la sala común, así que anoche imaginé que volvías a
estar allí. Cuando te levantaste, fui detrás de ti.

—¿Cómo que me buscaste? Un momento, ¿me estuviste espiando, Potter? —El rostro de Draco se
había ensombrecido peligrosamente y había apretado tanto los labios que apenas era una fina línea
pálida—. No puede ser, me habría dado cuenta de que… Oh, por Circe, ¿todavía tienes esa maldita
capa invisible?

Harry asintió, avergonzado. Bajó la vista y tragó saliva dispuesto a afrontar la diatriba que
anunciaba la cara de cabreo de Draco, incapaz de mirarle a los ojos sabiendo que estaba enfadado
y que tenía la culpa sin justificación alguna, por muy preocupado que pudiera argumentar haber
estado.

—¿No sabes respetar la intimidad ajena o qué coño te pasa? —le espetó Draco con desdén. Había
recuperado en su voz aquella frialdad característica suya de los primeros días—. ¿No te has parado
a pensar que si no me quedo aquí es precisamente porque no deseo que estés detrás de mí todo el
tiempo, Potter?

—¿Qué? —Harry levantó la vista, asustado. Los ojos de Draco echaban chispas y su rostro se había
sonrojado por la ira. A Harry le dolió escuchar su apellido, que hasta la noche anterior sonaba
amistoso, arrastrado con el desprecio que Draco parecía ser un experto en imprimirle pero, sobre
todo, le hizo daño la confesión de que Draco parecía estar harto de que hubiesen pasado
prácticamente toda la tarde juntos—. Yo… pensaba que no te molestaba que pasásemos tiempo
juntos. A mí sí me…

Se interrumpió al ver que Draco estrujaba la toalla que cubría sus piernas con el mismo rictus con
el que se había aferrado a la manta la noche anterior y, pensando a toda velocidad, Harry supuso
que, a pesar de todo, Draco no debía de estar tan enfadado con él por seguirlo como por el miedo
de ser descubierto en un momento vulnerable. Harry suspiró. Si le dijese que una vez le había visto
en la sala común se había vuelto al dormitorio, probablemente Draco le creería y se quedaría más
tranquilo, pero aquel engaño no tendría mucho recorrido. Decidido a no mentir, desechó la idea y
cogió aire para disculparse las veces que fuera necesario.

—Lo siento, sé que me he entrometido en algo que deseabas ocultar —admitió Harry intentando
imprimir toda la sinceridad posible a su voz—. Me gustaría decirte, eso sí, que no es necesario que
pases por esto solo, Draco. Todos hemos tenido pesadillas alguna vez. Yo fui a terapia para
superarlas, a Ron y Hermione les ayudó que cuando dormían juntos…

—Cállate, Potter. —Draco se había puesto en pie, lívido y tenía los puños apretados. Su voz sonaba
estrangulada, como si estuviese intentando mantener la compostura—. No sabes nada, ¿entiendes?
No te metas, porque no sabes nada. Nada, ¿me oyes?

—Draco… —dijo Harry, que habría preferido poder darle un abrazo para poder decirle que todo
estaba bien que estar haciéndole daño por inmiscuirse.

—¡No tienes ningún derecho a meterte en mi vida!

—Tienes razón, no lo tengo —admitió Harry apesadumbrado y arrepentido—. Debí haber hablado
contigo en lugar de seguirte con la capa, pero en ese momento sólo pensé…

—¿Pensaste? ¿Piensas alguna vez, Potter? Sigues creyendo que deberías haber hablado conmigo,
que te debo una explicación. No somos amigos, Potter. Que hayamos conseguido entendernos no
nos convierte en amigos en sólo tres días —escupió Draco, rabioso, y se pinzó el puente de la nariz
con los dedos antes de continuar, intentando tranquilizarse—. Tú no lo comprendes, Potter, pero no
podemos ser amigos. No estamos en el mismo escalafón. Tú eres el puñetero héroe del mundo
mágico y yo soy el imbécil que se dejó marcar como ganado.

Draco acompañó estas últimas palabras con un gesto para mostrarle el antebrazo izquierdo,
sujetándose la sangradura con la mano derecha y apretando el puño. La marca tenebrosa, desvaída
y apagada, pero visible todavía, se traslucía en la piel clara mucho menos nítida de lo que Harry
recordaba. Los tendones y ligamentos de Draco se tensaban y destensaban por la fuerza con la que
Draco apretaba el puño e intentaba relajarlo, dándole cierto relieve y movimiento.

—No estoy de acuerdo. —Harry volvió a levantar la cabeza y le sostuvo la mirada. Draco tenía los
ojos empañados en lágrimas, parpadeando furiosamente para contenerlas—. Sí ha cambiado algo
entre nosotros en estos días. Algo importante. Al menos por mi parte, Draco. Te considero un
amigo. Vale, quizá no pueda considerarte tan amigo como a Ron o Hermione, a quienes me une
una amistad desde hace ocho años, pero creo que habíamos alcanzado algo más que un
entendimiento. Eso también es amistad.

—No seas idiota. Tú no puedes ser mi amigo, Potter —insistió Draco con voz ahogada—. ¿No ves
mi brazo? Sabes perfectamente lo que significa.

—Ese tatuaje no te define. Tus pesadillas tampoco —respondió Harry tranquilamente, notando que
la voluntad de Draco flaqueaba queriendo creerle, pero negándose a hacerlo—. Me caes bien,
Draco. Me gusta pasar tiempo contigo. Y creo que podría ayudarte con tus pesadillas, porque yo
también he pasado por ellas.
—Ahí tenemos de nuevo tu complejo de héroe. Quieres ayudarme con las transformaciones, con el
patronus, con las pesadillas… No soy tu maldita obra de caridad, Potter. Puedes meterte tu ayuda
por donde te quepa. Deja de querer salvar a todo el mundo, cojones.

—¿Quién ha hablado de caridad? —protestó Harry, indignándose—. Te ofrezco ayuda porque


quiero que seas mi amigo. Porque te considero mi amigo, joder, y te estoy tratando como a uno de
ellos cuando me necesita. Igual que yo acepto ayuda de mis amigos cuando la necesito.

Draco se quedó inmóvil, mirándole, todavía sujetándose el brazo izquierdo. Deslizó la mano
derecha hasta la Marca, restregándola y apretándola, como si le doliese. Respiró hondo un par de
veces antes de contestarle.

—No quiero seguir hablando de esto ahora —dijo finalmente, con la voz contenida—. Te prohíbo
que vuelvas a espiarme. ¿Serás capaz de respetar eso, al menos?

—Sí, claro —aceptó Harry apesadumbrado.

—Pues no hay más que hablar.

Draco sacó ropa limpia del armario con gestos bruscos, tirándola encima de la cama con descuido.
Hizo lo mismo con la toalla, que arrojó al suelo y pateó con rabia antes de vestirse. Harry se quedó
sentado donde estaba, disgustado, bajando la mirada pero dirigiéndole fugaces vistazos, intentando
averiguar hasta qué punto estaba enfadado y hasta cual sólo estaba frustrado o compadeciéndose de
sí mismo. Draco se vistió de espaldas a él, procurando evitar todo contacto visual con Harry y
cuando salió del dormitorio cerró la puerta azotándola con fuerza.

Harry suspiró antes de levantarse y entrar en el baño para darse una ducha breve. Se cambió
rápidamente, maldiciéndose porque el desayuno estaba a punto de terminar y probablemente no
podría comer hasta la hora del almuerzo. Desganado, consultó el horario y decidió que podía
saltarse Historia de la Magia aunque fuese el primer día, ya que dudaba que Binns se diese cuenta
de la ausencia de nadie. Con una idea en la cabeza al ver qué día era en el calendario de pociones
que guardaba junto con el horario, arrancó un trozo de pergamino, garabateó una nota para
Hermione donde la explicaba su ausencia de clase y, encantándola para que pareciese una paloma
de origami, la hizo volar, abriendo la puerta para salir tras ella tras cerciorarse de que llevaba la
capa invisible dentro de la mochila.

Salió de castillo, deteniéndose un momento en la puerta para asegurarse de que no había nadie a la
vista. Sacó la capa de la mochila y se dirigió a los invernaderos a paso rápido, distinguiendo a los
alumnos que tenían clase de Herbología caminando en grupo a lo lejos. Se desvió hacia el
invernadero dos, escuchando la potente voz de la profesora Sprout intentando hacerse oír sobre el
bullicio de los alumnos de tercero y dirigiéndoles hacia el invernadero cuatro.

Esperó junto a la puerta a que todo el mundo hubiese desaparecido de los alrededores e, intentando
ser discreto, entreabrió la puerta y se deslizó dentro antes de cerrarla, rezando porque Sprout no
hubiese adquirido la costumbre de colocar hechizos alarma que pudieran delatarle. Harry recorrió
el invernadero vigilando las plantas de su alrededor, consciente de que algunas podían ser
peligrosas, hasta llegar al fondo, donde varias macetas de diferentes tamaños estaban alineadas.
Recordando sus clases de Herbología de seis años atrás, descolgó un protector auditivo de la pared
y se lo ajustó cuidadosamente.

Levantó firmemente varias de las plantas, descubriendo sus raíces berreantes y suplicando
mentalmente porque la potencia de sus gritos no llegase hasta el invernadero donde estaba la
profesora dando clase. Cuando por fin encontró una planta lo suficientemente madura, volvió a
enterrarla, sacó la varita y transformó una piedra en un cuchillo afilado. Escogiendo dos de las
hojas más verdes de entre las más pequeñas, las cortó con un gesto fluido.

Se quitó los auriculares y lavó las hojas cuidadosamente en el grifo que había en el invernadero
antes de envolverlas en un trapo de algodón limpio y guardarlas en la mochila. Rápidamente, salió
del invernadero y volvió hacia el castillo, satisfecho con el botín. Al abrir la puerta del castillo para
deslizarse dentro, todavía con la capa, descubrió una pajarita de pergamino similar a la suya
topándose contra la madera de la puerta con insistencia que voló hacia él en cuanto entró en el
vestíbulo.

«Binns ni siquiera ha pasado lista. Luego te paso lo que hayamos dado. ¿Las has conseguido? Estás
loco si piensas que va a funcionar. Deberías esperar a que McGonagall avance un poco más en el
temario. Draco está muy serio y parece triste. ¿Ha ocurrido algo?».

Quemó la nota sonriendo, orgulloso de haber sabido que, aunque no pudiese resistir advertirle,
Hermione le apoyaría con aquello. Consultó el reloj y vio que aún quedaba casi media hora para la
siguiente clase, por lo que corrió hacia las cocinas dispuesto a pedirles un poco de desayuno tardío
a los elfos y sacarles un poco de chocolate para esa tarde, suponiendo que podría ayudarle si
conseguía hacer las paces con Draco.

Un rato más tarde Harry entró el último en el aula de Teoría Mágica, pero la profesora todavía no
había llegado. Los elfos de la cocina, siempre serviciales, le habían entretenido demasiado tiempo,
obsequiándolo con montones de tabletas de chocolate procedentes de Honeydukes a su petición.
Había comido tanto, que Harry dudaba que llegase con hambre al almuerzo.

Harry echó un vistazo a su alrededor cuando llegó a la siguiente clase. Según su planificación
curricular, nadie del grupo la había elegido, así que McGonagall lo había integrado con el pequeño
grupo heterogéneo de las cuatro casas pertenecientes a séptimo para que pudiese recibirla.
Hermione había querido matricularse también, pero tuvo que decantarse entre esa y Estudios
Antiguos, prefiriendo la segunda, así que no contaba con ella. Luna lo saludó desde una de las
filas, sentada al lado de un compañero de su casa que no conocía. Se lo devolvió con una sonrisa
dirigiéndose a las filas del fondo, como había hecho en todas las clases.

Descubrió con sorpresa que Draco estaba sentado en un rincón, él solo. Harry se extrañó al verlo
allí y por un momento consideró que se había confundido de aula. Al ser una clase optativa que
solía tener pocas matriculaciones impartiéndose en un aula normal, había sitios de sobra, pero
Harry se dirigió con paso firme hasta el pupitre doble donde estaba Draco y se sentó a su lado.

—No sabía que tomabas también Teoría Mágica —le dijo a modo de saludo, forzando una sonrisa
amable, esperando que el otro chico no estuviese tan enfadado como para no dirigirle la palabra.

Este le miró con expresión incrédula. Había esparcido sus cosas por ambos pupitres, señal de que
había contado con no tener compañía, pero Harry consideró que dado que se habían sentado juntos
en todas las asignaturas, bien podían hacerlo en esa también.

—En Alquimia no había suficientes alumnos de séptimo para sacar una clase, así que elegí esta
para cubrir esa hora libre —contestó Draco a modo de explicación con voz neutra, mirándole
todavía con los ojos muy abiertos. Harry sonrió más ampliamente, contento de que Draco no fuese
a castigarle con silencio a pesar de estar enfadado con él.

—Vaya, cualquiera diría que dado que este año hay clases con tan poca gente, no tendría
importancia una más, ¿no?

—Únicamente estaba yo matriculado —murmuró Draco, parpadeando antes de apartar la vista de


él y retirando apresuradamente sus cosas de la mesa de Harry para hacerle hueco—. McGonagall
me dijo que el Ministerio no había autorizado la contratación de un profesor sólo para mí. Si
Dumbledore hubiese estado vivo no habría habido problema, según me explicó, pero ella no tenía
conocimientos suficientes para impartírmela.

—Lo siento mucho. —Harry no sabía si sentía que no pudiese recibir la asignatura que quería o
que sabía que si la hubiese solicitado él el Ministerio habría movido tierra y cielo para satisfacer su
deseo.

—¿Y tú? —preguntó Draco de vuelta—. No necesitas Teoría Mágica para ser auror.

—No la escogí porque la necesite para ser auror —negó Harry cautelosamente.

La profesora entró en ese momento y ambos se centraron en la clase. Draco estaba en lo cierto,
Harry nunca había creído que fuese a necesitar matricularse en esa asignatura y era la primera vez
que la daba, así que tenía mucho retraso con respecto a aquellos compañeros que ya habían tomado
la optativa años atrás. La profesora les explicó que dedicarían el primer trimestre para repasar
conceptos de otros años, pero Harry comprendió que igualmente iba a necesitar comprar libros
menos avanzados y trabajar mucho por su cuenta para ponerse al día.

Observó a Draco de reojo, que garabateaba apresurado un par de títulos en un trozo de pergamino.
Distraído, Harry se quedó un rato mirándole, pensando en lo mucho que le agradaba la cara de
concentración que ponía cuando estaba tomando apuntes. Draco levantó la vista y le descubrió
mirándole, pero se limitó a hacer una mueca que apenas podría haber pasado por una sonrisa antes
de seguir anotando cosas. Eso hizo que Harry recordase que se suponía que Draco estaba enfadado
con él y mermó un poco la actitud alegre que le había dado su idea y la incursión a los
invernaderos.

Ambos salieron juntos del aula al acabar la clase. Harry se sentía como si le hubiesen dado una
paliza y gran parte de su buen ánimo se había terminado de evaporar.

—Creo que ha sido un error matricularme en esto —confesó Harry con amargura mientras
caminaban en dirección a la sala de estudio para aprovechar las horas libres que tenían antes del
almuerzo—. No he entendido ni la cuarta parte de lo que la profesora ha dicho.

—¿No habías tomado ya esta clase en años anteriores? —preguntó Draco frunciendo el ceño.

—No, es la primera vez que la escojo. Pensé… pensé que sería buena idea.

—¿Buena idea tomar una clase que no has recibido en años anteriores y de la cual careces de
cualquier conocimiento básico? —Draco le miraba como si estuviese loco.

—¿Tú sí? —contraatacó Harry con una pregunta, sintiéndose estúpido. En su momento le había
parecido buena idea y ahora se sentía como un idiota.

—Claro que sí. Por eso la escogí cuando me enteré que no podría dar Alquimia, que sólo se
imparte en séptimo. No era mi prioridad, pero siempre es mejor que no dar nada. Pero no la
necesito, así que no tendría sentido quedarme en ella si no pudiese seguir el ritmo. Y tú no la
necesitas, Potter —repitió Draco, que caminaba mirando al suelo con el ceño levemente fruncido.

Harry apretó los labios, titubeando sobre si debía contarle las dudas tanto laborales como
académicas que le habían llevado a regresar a Hogwarts. Se notaba que Draco seguía enfadado con
él pero, a pesar de ello, seguía hablando con él con normalidad. Quizá estaba un poco más cortante
que el día anterior, pero Harry estaba seguro de que Draco no estaba intentando alejarle y que
debía de ser cuestión de tiempo que el cabreo se le acabara pasando. Además, estaba
razonablemente seguro de que en su última frase había escondida una pregunta.

—No quiero ser auror —admitió Harry tras unos segundos caminando en silencio. Draco le miró
con cara de interés, levantando una ceja—. Lo estuve pensando durante el verano, tras la batalla.

—Eres toda una caja de sorpresas, Potter. —La ligera sonrisa de Draco le pareció todo un triunfo.

—Yo… bueno… no se lo podía contar a mi terapeuta muggle, claro, habrían sido demasiadas
mentiras o romper el estatuto del secreto, pero en una ocasión me dijo que algunos de mis traumas
le recordaban a los niños soldado.

—Creo que me hago una idea de lo que es eso —dijo Draco, frunciendo el ceño.

—Niños y adolescentes que son obligados a pelear en guerras como soldados. Algunos de mis
problemas psicológicos, traumas y complejos vienen de ahí, creo. —Harry se interrumpió,
consciente de que aquello les acercaba al tema del que habían hablado esta mañana y deseaba
respetar la voluntad de Draco de no hablar de ello—. Otras de mi infancia, claro. La cosa es que lo
estuve reconsiderando y llegué a la conclusión de que sólo quería ser auror porque estaba
proyectando cosas que sentía en ese momento: obligaciones bélicas impuestas sobre mis hombros.
Atrapar al malo porque era lo que se esperaba de mí.

—Tiene sentido —comprendió Draco.

Llegaron a la puerta de la sala de estudios y ambos se pararon, dejando pasar a un grupito de


estudiantes de quinto que entraban. Cuando lo hicieron, siguieron parados mirando la puerta, como
si ninguno se decidiese a atravesarla.

—Pensé… —titubeó Harry, que era la primera vez que iba a decirlo en voz alta—. Pensé que quizá
podía ser profesor.

No se lo había dicho a nadie, ni siquiera a McGonagall, que le había mirado con perspicacia
cuando, el día antes de regresar a Hogwarts, le había pedido poder recibir la clase de Teoría
Mágica a pesar de no haberla solicitado nunca. A Hermione y Ron les había dicho solamente que
deseaba un cambio y que volvía a no tener su futuro laboral claro, pero no les había dado más
detalles. Hermione le había mirado con expresión suspicaz, pero tampoco había dicho nada,
respetando su silencio.

Harry había pensado en ello durante varios días. Había sido en parte un arrebato de último
momento y en parte un intento más de abrirse un posible camino de elección que algo firme. Había
creído que si se matriculaba en Teoría Mágica estaría abriéndose una puerta pero no tomando una
decisión definitiva y ni siquiera había pensado todavía que debería elegir una materia en la cual
especializarse tras los EXTASIS para poder impartirla llegado el caso.

Haberse ofrecido a ayudar a Draco con Transformaciones le había salido instintivamente, pero al
reflexionar sobre ello se había dado cuenta de que había sido una decisión inconsciente que
apoyaba su elección consciente. Ayudar a la gente había sido una de las cosas que le había atraído
de ser auror. Sin embargo, Harry recordaba cómo los aurores se habían visto supeditados a la
incredulidad de un ministro incompetente en quinto y en la guerra habían sido completamente
inútiles para ayudar a las personas. Sin embargo, se había dado cuenta de que ayudar a alguien a
aprender cosas nuevas encajaba mejor con él. Recordaba el Ejército de Dumbledore y lo feliz que
se había sentido cuando Neville consiguió desarmar a su contrincante por primera vez o cada vez
que alguno de ellos podía realizar un patronus. No había sido sólo la satisfacción de desafiar a
Umbridge. Había habido algo más y esa idea había empezado a fijarse en su cabeza cada vez con
más insistencias en las últimas semanas.
—Tengo suficientes habilidades en transformación y encantamientos, conocimientos de defensa,
estoy intentando mejorar con las pociones… Creo que tengo la formación global necesaria…
excepto Teoría Mágica —añadió Harry, observando expectante la reacción de Draco, con ansiedad
por conocer su opinión.

—Sí, es necesaria para cualquiera de las asignaturas que quieras impartir. Debiste haberlo pensado
mucho antes, Potter, para eso se hace una sesión de orientación en quinto que te ayuda a escoger
las asignaturas adecuadas —dijo Draco con un gesto contrariado.

—Lo sé. Lo sé —repitió Harry, suspirando frustrado una vez más—. Pero no he tenido tiempo
jamás de pararme a pensarlo realmente, hasta que hice lo que se esperaba de mí. Una guerra
tampoco es que sea demasiado alentadora para pensar en algo más que el futuro inmediato. De
hecho… es la primera vez que se lo digo a alguien.

—¿Ni siquiera a Granger? —preguntó Draco mirándole a los ojos con una expresión extraña.
Harry negó—. ¿Es un secreto que debería guardar?

—No. Sí. No lo sé, supongo que sí. Preferiría que no lo supiese nadie de momento, sobre todo
ahora que me doy cuenta de que no sé si podré sacar Teoría Mágica. Supongo que uno cree que
puede con todo y luego la realidad te machaca a golpes.

—Eso es absurdo, Potter —dijo Draco ásperamente y con un deje de impaciencia—. Claro que
puedes sacar la asignatura. Recuerda cómo comprendiste y desarrollaste la teoría de la animagia y
su relación con el patronus anoche. Puedes de sobra con ella; te costará trabajo aprender los
fundamentos básicos e intermedios y ponerte al día, pero si realmente es lo que quieres lo
conseguirás. —Draco hizo una breve pausa antes de preguntarle con un brillo de alegría en los ojos
—. ¿Habías pensado una asignatura en concreto?

—Defensa —confesó Harry, sonrojándose—. Creo que… bueno… está Voldemort y también el
Ejército, al que di clases en quinto, y pensé… bueno es una tontería, pero…

—Es buena idea. —Harry sintió una emoción en el pecho al oír su aprobación. Draco todavía
estaba mirándole directamente a los ojos, ya sin rastro de enfado en su rostro o en su voz—. Eres
muy competente explicando las cosas. Dices que ayudaste a Longbottom a hacer un patronus y
sabe Merlín que eso debería convalidar asignaturas enteras. Tienes una gran autodeterminación,
sobre todo con el tema de la animagia. Y muchas ganas de enseñar a juzgar por lo cabezota que te
pones conmigo.

—¿Tú crees? —preguntó Harry, asombrado por el discurso de Draco.

—Bueno, es cosa tuya creértelo y luchar por ello si es realmente lo que quieres. Mientras tanto, yo
puedo ayudarte con Teoría Mágica, tengo los libros de años anteriores en el baúl y con una hora
extra de estudio al día seguro que puedes alcanzar el ritmo de los demás antes de que acabe el
trimestre.

—No quiero ser una molestia, Draco —dijo Harry, recordando que a pesar de que estaban
hablando con normalidad, no hacía ni tres horas que habían discutido en la habitación y Draco se
había enfadado con él—. Tampoco quiero obligarte a…

—Potter, esta mañana has dicho que aceptabas ayuda cuando la necesitabas —le cortó Draco. La
sombra de la discusión volvió a planear sobre el ánimo de Harry.

—Lo siento, tienes razón. Claro que sí, la acepto. —Harry le sostuvo la mirada, preguntándose qué
estaba pasando exactamente ahí—. Es sólo… pensaba que seguías enfadado conmigo.
—No. O sí. Un poco. No lo sé. —Harry soltó una risita nerviosa al darse cuenta que ambos tenían
la misma capacidad de expresión y anotándolo en su mente como una de las cosas que les unían.
Draco suspiró—. Estoy enfadado contigo. Me ha molestado mucho lo que has hecho porque odio
que me espíen. A veces uno tiene sus propias razones para querer un poco de intimidad.

—Perdón —repitió Harry, dispuesto a disculparse tantas veces como fuese necesario.

—Potter, por Merlín… —dijo Draco, exasperado y poniendo los ojos en blanco. Harry
comprendió, demasiado tarde, que Draco estaba jugando.

—¿No estás enfadado entonces? —preguntó, esperanzado. Draco negó con la cabeza, esbozando
una mueca que pretendía ser una sonrisa amable—. De todos modos, perdón de nuevo. No debí
hacerlo.

—Ya lo has pedido antes. Yo también debería disculparme. Creo que he dicho algunas cosas
horribles esta mañana que no siento. —Harry asintió, preguntándose a qué se refería exactamente
Draco, o si era algo sobre toda la conversación en general—. Tú también me caes bien, Potter.

—Me alegro —sonrió Harry, sintiendo que su pecho se hinchaba de alegría al oír eso.

—¿Entramos a estudiar? —propuso Draco.

Harry asintió y ambos entraron en la sala de estudio, buscando asiento en un lugar lejos de los
demás alumnos y sentándose juntos. Draco sacó su libro de Teoría Mágica y empezó a desgranar
en un pergamino algunos de los conceptos básicos mientras Harry le escuchaba atentamente,
sintiéndose muy contento por haber conseguido solucionar el problema con Draco. Pensó que en
ese momento podría conjurar el patronus más fuerte del mundo.

Durante el almuerzo, Harry escuchó con paciencia todos los detalles que Hermione le dio sobre la
clase de Historia de la Magia, consciente de que la chica estaba deseando interrogarle sobre los
contenidos de las notas que habían intercambiado. Terminaron de comer y se levantaron para ir al
dormitorio. Draco también dejó la cuchara, sin terminarse el pudin de chocolate e hizo ademán de
seguirlos.

—Podemos esperarte si quieres —observó Harry, dándose cuenta de que Draco deseaba ir con
ellos y sintiéndose incómodo porque dejase su comida a medias.

—Realmente he terminado —negó Draco—. No puedo comer más, de veras.

Caminaron hacia la habitación. Cuando por fin llegaron a un pasillo que se veía desierto, Harry
miró Hermione con una amplia sonrisa en la cara.

—Las he conseguido —le informó. Draco le miró con cara de intriga.

—Lo suponía por tu cara de alegría cuando has llegado a almorzar —contestó Hermione en tono
conspirativo, siguiéndole la broma. Harry se mordió la lengua para no decirle que eso se debía más
bien a que había conseguido hacer las paces con Draco y haber pasado las horas de estudio con él,
pero se juró a sí mismo que antes se enfrentaba de nuevo a Voldemort que contarle eso a Hermione
—. Sigo pensando que deberías esperar. McGonagall no se va a negar a tutelarte.

—Lo siento —intervino Draco, mirándoles con apuro—. Debí haber supuesto que queríais hablar a
solas y me he entrometido. Si queréis puedo quedarme rezagado y…

—No digas tonterías —contestó Harry—. Hermione lo sabe porque le mandé una nota esta mañana
para avisarle que no iría a clase, pero a ti te lo voy a contar en cuanto lleguemos al dormitorio
porque es algo de los dos.

—Espero que intentes hacerle entrar en razón, Draco —le pidió Hermione—. Aunque cuando se
pone en este plan no hay nadie más cabezota que él.

—Qué me vas a contar… —bromeó Draco. Harry soltó una carcajada.

—Va, Hermione, no seas aguafiestas.

—Es peligroso, Harry —negó Hermione, poniéndose más seria.

—Lo sé. Pero tendremos cuidado, te lo prometo. Iremos poco a poco. Te consultaremos si es
necesario —le prometió Harry—. Y si no lo vemos claro, iremos a McGonagall.

—¿Estás incluyéndome en todas esas promesas, Potter? —preguntó Draco con voz cauta.

—Sólo mientras no sepas de qué se trata. Luego podrás decidir por ti mismo. Pero espero que digas
que sí.

Llegaron al dormitorio y Hermione se despidió de ellos, guiñándoles un ojo. Harry se sonrojó,


pensando que a juzgar por su comportamiento cualquiera diría que estaba enamorado de Draco. El
pensamiento le puso serio, dándose cuenta de que había algo en su forma de actuar esa mañana que
no se alejaba mucho. Se había deprimido durante su discusión con Draco, sintiéndose dolido y
triste porque este se hubiese enfadado con él por haberle decepcionado y luego se había sentido
más contento que nunca cuando Draco lo había perdonado.

Draco dejó la mochila en el escritorio y comentó algo de utilizar el baño y ponerse ropa más
cómoda. Harry se sentó en el borde de la cama, igual que esa mañana, sintiéndose confundido. Sí,
Draco le gustaba. En esos días había descubierto a alguien interesante. Reconocía quizá en un
primer momento había pecado de prejuicioso, pero esa mañana había sido sincero cuando le había
dicho que le caía bien y quería ser su amigo. Y no menos importante: le parecía muy atractivo.

—Potter… —Draco estaba delante de él, doblando pulcramente la camisa del uniforme antes de
ponerla sobre la cama. Harry levantó la vista, siendo consciente de que, aunque llevaba un rato
pensando justo en él, se había olvidado que estaba allí—. Sí quería haberte preguntado antes por
qué no habías ido a clase de Historia.

—¡Oh! No tiene importancia. Te lo habría dicho para que me acompañaras, pero… —Dejó la frase
en el aire, no queriendo sacar el tema otra vez ya que estaba zanjado.

—Quise preguntarte cuando vi que no estabas —insistió Draco, mirándole intensamente—.


Granger se sentó con Longbottom, porque contigo habríamos sido pares; estaban los Hufflepuff de
séptimo con nosotros. Creo que dio por hecho que te sentarías conmigo y… bueno, fue raro
sentarme solo.

—Lo siento, no pensé en eso.

—No te disculpes —dijo Draco, exasperado—. No lo digo por eso. Luego me recordé a mí mismo
que se suponía que estaba enfadado contigo, por eso no te pregunté en Teoría y después no hubo
momento.

—No importa, vas a saberlo cuando te muestre lo que he traído —le anunció Harry. Rebuscó en la
mochila, sacando la capa y el trapo en el que había envuelto las hojas de la mandrágora. No se le
escapó la mirada de interés de Draco en la capa, pero decidió que si tenía curiosidad ya se la
dejaría ver en otro momento. Le tendió el trapo con una sonrisa—. Ábrelo, una es para ti.
Draco obedeció y él se levantó, aprovechando para quitarse la camisa, deseando ponerse ropa más
cómoda también.

—Estás loco, Potter.

—Sí. Lo siento, va en el pack. —Arrojó los pantalones al suelo y puso uno de sus antiguos chándal
de jugar quidditch—. Hay que tenerla en la boca sin tragársela ni sacarla durante todo un mes. Y
tiene que ser hoy.

—¿Por qué?

—Hay luna llena. —Harry se había cerciorado mirando el calendario de pociones antes de salir
hacia el invernadero—. Si no lo hacemos hoy, tendremos que esperar un mes.

—Granger tiene razón. No podemos hacerlo así. No va a pasar nada porque esperemos.

—Sí que podemos. Ni siquiera es algo muy definitivo, tan sólo es llevar la hoja en la boca durante
un mes. No es peligroso, ni implica que hagamos nada si después no podemos dar los siguientes
pasos.

—Es una locura —repitió Draco, asustado—. Ni siquiera he empezado a intentar hacer el patronus,
no sabemos qué animal vamos a ser, McGonagall no nos ha explicado nada...

—Está bien, Draco —le tranquilizó Harry—. Esto no nos compromete a nada. Sólo pensé que
podíamos ir avanzando ese tiempo. Además, es necesaria una noche de tormenta y otoño es la
mejor época. Ni siquiera tenemos la garantía de que vayamos a ser capaces de mantenerla en la
boca, no debe ser algo sencillo, sobre todo si queremos seguir manteniéndolo en secreto.
Estudiaremos, investigaremos y nos prepararemos durante este tiempo. Tenemos un mes entero por
delante. Si cuando llegue el momento no estamos preparados, acudimos a McGonagall como le he
prometido a Hermione, y dejamos que sea ella quien nos tutele, aunque perdamos el factor sorpresa
que querías —añadió, esperando que Draco fuese lo suficientemente sensato como para acceder a
esa última parte.

Draco alternó la mirada entre las hojas y Harry, con expresión incrédula. Finalmente, soltó una
carcajada que le desconcertó.

—Está bien —accedió Draco—. Pero si dentro de un mes no estamos preparados, acudiremos a
McGonagall, aunque sea diciéndole que es… interés académico.

—Te lo prometo —se rio Harry—. Aunque dudo que McGonagall se trague eso.

—Ya veremos. Has hecho muchas promesas hoy, Potter —le advirtió Draco con gesto severo antes
de sonreír de nuevo.

—Son las mismas. Puedo ser un poco imprudente, pero no soy voy a poner en riesgo mi vida
—«NI la tuya», pensó inmediatamente.

Draco cogió una de las hojas y la dobló hasta conseguir compactarla. Con cuidado, abrió la boca y
se la metió entre la mejilla y la mandíbula superior. Después, probó a abrir y cerrar, sopesándolo.

—Esto es un coñazo —admitió Draco sin apenas vocalizar, echándose a reír—. La he encajado
entre la encía y el carrillo de arriba, para que no se mueva mucho cuando hable, pero por Merlín
que la gente va a notar que hablo raro.

—Dios, pareces idiota —se rio Harry al escucharle.


—Ya puedes ir practicando tú también, porque como McGonagall nos pregunte algo en clase, nos
va a pillar en cuanto digamos una palabra —bromeó Draco.

Harry tomó la segunda hoja y, imitando a Draco, se la metió en la boca. Tenía un sabor suavemente
amargo, pero no del todo desagradable. Draco terminó de cambiarse y ambos se sentaron en el
escritorio, todavía con una sonrisa en los labios. Harry se conminó a concentrarse en la teoría de
transformación que tenía que explicarle a Draco, resistiéndose a mirarle para no quedarse
embobado una vez más.

Hermione llamó a la puerta varias horas después, cuando ellos ya habían saltado de
Transformaciones a Pociones, luego a Teoría Mágica y de ahí a Historia de la Magia, ya que Draco
se había empeñado en pasarle sus apuntes a pesar de que Hermione ya le había resumido la
primera clase y de que no habían avanzado demasiado contenido.

—¿Bajáis a cenar?

Harry negó con la cabeza antes de mirar a Draco, que le miró con las cejas levantadas. Iba a decirle
que había pensado en practicar el encantamiento patronus, pero este se adelantó y,
comprendiéndole sin palabras, también dijo que no.

—No deberíais convertirlo en costumbre o McGonagall os llamará la atención. Ya te has saltado el


desayuno esta mañana, Harry —dijo Hermione, entrando en la habitación y dejando varios libros
encima del baúl de Draco, el más cercano—. Encontré esto en la biblioteca; por si estáis decididos
a intentarlo, después de todo.

—Muchas gracias, Hermione —balbuceó Harry, incómodo todavía. Notaba la hoja de mandrágora
moverse cuando hablaba y, sabiendo que era probable escupirla o tragarla sin querer al ser
pequeña, intentaba no mover mucho la boca—. Intentaré pensar una manera de que podamos
alternar nuestras ausencias y que McGonagall no sospeche nada.

—Bastará con que abras la boca para dar los buenos días en clase para que no tenga necesidad de
sospechar nada —indicó Hermione levantando una ceja con ironía—. Veo que ya habéis tomado la
decisión. Tened cuidado, por favor.

—Lo tendremos —prometió Harry. Draco se echó a reír otra vez al oírle hablar, contagiándole.
Llevaba riéndose toda la tarde y eso le satisfacía mucho, porque Harry también se sentía muy
contento.

Hermione se despidió y salió. Draco le miró con las cejas levantadas.

—Espero que tengas un buen banquete en una fiambrera oculta, Potter, porque tengo hambre.

—Gracias por seguirme la corriente. Con tantas cosas, se me olvidó comentártelo. Pensé que
podíamos aprovechar este rato para practicar el patronus con discreción.

—Me lo he imaginado —asintió Draco.

—Tampoco pasará nada si no cenamos. He conseguido chocolate de las cocinas, lo necesitaremos


para practicar —dijo Harry sacándolo de la mochila—. Si lo regamos con un par de cervezas de
mantequilla no será la cena más saludable de la historia, pero bastará.

Ambos salieron a la sala común, que estaba desierta. Harry descorchó dos botellas de cerveza de
mantequilla y le tendió una a Draco, que la aceptó con un asentimiento de agradecimiento.
Después, transformó una de las mantas en una alfombra mullida antes de descalzarse y sentarse.
Draco le imitó segundos después y se sentó a su lado.
—El movimiento es sencillo, sólo tienes que…

—Sé cuál es el movimiento del encantamiento, Potter —le interrumpió Draco—. Sin acritud, lo he
intentado en varias ocasiones.

—Tienes razón. Prueba a hacerlo entonces.

Draco asintió. Dio un trago a la botella y la apartó a un lado antes de empuñar la varita y
carraspear. Concentrándose, comenzó el movimiento de la varita un par de veces antes de
decidirse.

—¡Expecto patronum!

No ocurrió nada. Harry se inclinó hacia él, mirándole con interés. Después, Draco lo repitió y
Harry siguió su movimiento de varita con la mirada, cerciorándose de que lo estaba haciendo
correctamente.

—¿Has seleccionado un recuerdo feliz?

—Claro que sí, Potter —dijo Draco, sonando exasperado—. Te he dicho que sé cómo funciona la
teoría.

—Lo sé —intentó tranquilizarlo Harry—. Pero a veces el recuerdo no funciona bien. A mí me tocó
cambiar varias veces antes de dar con uno que me funcionase. Luego todo es más sencillo si lo has
conseguido al menos una vez.

—No tengo muchos recuerdos donde elegir, Potter —espetó Draco con amargura—. Tendrá que
valer este o alguno similar.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Harry, curioso por el recuerdo, con la intención de
determinar cuán poderoso podía ser—. Quizá si me cuentas podamos…

—No te lo voy a decir, Potter.

—Está bien. —Harry suspiró. Apenas llevaban un intento y Draco ya se había cerrado en banda.
No iban a avanzar gran cosa con esa actitud, pero se resignó a trabajar con ello—. ¿Volvemos a
intentarlo?

—¡Expecto patronum! Esto es una pérdida de tiempo. Comámonos el chocolate, Potter, y


dejémoslo estar.

—¿Te vas a rendir tan rápido? —preguntó Harry, perplejo—. Hace unos minutos estabas de un
humor excelente y ahora te has rendido tras apenas dos intentos.

—Sólo intento ser realista.

—No, sólo crees que no puedes y ni siquiera vas a darte una oportunidad —le contrarió Harry—.
Pues ríndete si quieres, porque yo no pienso hacerlo.

Se puso de rodillas y culebreó hacia Draco, colocándose más cerca de él para observar mejor cómo
lo hacía. La posición le resultaba incómoda, pero la cercanía con el cuerpo de Draco lo
compensaba y sonrió tontamente sólo de pensarlo.

—Vamos a volver a intentarlo —le dijo Harry con determinación—. Ya sé que con la mandrágora
es difícil, pero intenta pronunciar más claramente, ¿vale? Sólo por tener todos los flancos bien
cerrados.

—De acuerdo —suspiró Draco, resignándose.

—No te centres sólo en el recuerdo: intenta recrear las sensaciones que tuviste, trata de acordarte
de ellas y reproducirlas en tu mente. Intenta impulsar el recuerdo a través de la varita. Funciona un
poco como el desenfoque de la caja de música. Tienes que visualizar el recuerdo, pero al mismo
tiempo difuminarlo en la felicidad que sentiste. —Draco asintió y tragó saliva, decidido.

—¡Expecto patronum!

—Espera, no has hecho bien el movimiento —le interrumpió antes de que terminase de intentar el
hechizo. Draco le miró airado, pero Harry le retó con la mirada, levantando las cejas, y el otro
chico bajó la mirada avergonzado y asintió—. Presta atención.

Acercándose todavía más, Harry se sentó detrás de Draco, poniendo las piernas a los lados de las
suyas. Este dio un respingo, envarándose, pero inmediatamente se relajó contra su pecho, como si
estuviera dándole permiso para estar tan cerca. Era la primera vez, salvo cuando Draco le había
sujetado la mano durante las pesadillas, que Draco le permitía tocarle. Emocionado, Harry sintió el
calor de su espalda, el roce de sus piernas con las suyas y el cosquilleo del pelo de su nuca en la
nariz. Una oleada de excitación le invadió el vientre.

Sintiendo el corazón bombeándole a mil por hora, Harry alargó el brazo, sujetando la muñeca y el
dorso de la mano de Draco con cuidado. Este se estremeció bajo su contacto, pudo notarlo en la
forma en que su espalda le tembló contra el pecho. Emocionado porque Draco estaba teniendo una
reacción similar a la suya, Harry aspiró aire con disimulo, buscando y consiguiendo captar el
mismo aroma floral de la noche anterior y notando que su cuerpo reaccionaba en respuesta.
Obligándose a concentrarse en lo que estaba haciendo tragó saliva, nervioso. Intentó controlar el
pulso de la mano para que no le temblase y no delatarse. Draco parecía estar haciendo algo similar,
apretando la varita tan fuerte que tenía los nudillos blancos.

—Relaja los dedos —le indicó Harry en voz baja. La mano de Draco tembló un segundo, antes de
obedecer—. Haz el movimiento. Sin decir las palabras. Sólo el giro, ¿de acuerdo?

Draco lo hizo. Harry lo acompañó suavemente sin guiarle, buscando en qué momento su
movimiento difería del de Draco.

—Ahí, ¿lo has notado? Mi mano ha tirado hacia abajo cuando la tuya todavía estaba moviéndose
hacia la derecha.

—Sí —murmuró Draco, asintiendo. Otra oleada del aroma le invadió y su pelo le cosquilleó de
nuevo en la nariz. Harry contuvo un suspiro.

—Tienes que acortar ese giro, hacerlo más cerrado. —Asiéndole más firmemente la mano, lo guio
con su mano, poniéndole el ejemplo. Draco lo repitió un par de veces más hasta que Harry juzgó
que le salía bien. Con pesar, Harry retiró la mano rozando el dorso de la suya con las yemas de los
dedos antes de decirle—: Concéntrate otra vez en las sensaciones del recuerdo, revívelo en tu
cabeza y vuelve a intentarlo, empujándolo hacia adelante.

—¡Expecto patronum!

Algo pasó. Harry no estaba muy seguro de qué era, porque no había salido el gas que indicaba que
el hechizo había funcionado ni voluta alguna, pero había sentido cómo salía una gran cantidad
energía de Draco, canalizada por la varita.
—Joder —jadeó Draco con cansancio, bajando la varita.

—Vas por el buen camino, creo —comentó Harry, intentando analizar qué había ocurrido—.
Debería haber salido una voluta de humo o algo, pero creo que el recuerdo no es lo suficientemente
potente o no estabas visualizando bien las sensaciones que te provocó en su momento.

—¿Tú también lo has sentido, entonces? —Draco se retorció para poder mirarle y Harry asintió—.
Es la primera vez que consigo algo así.

—Queda mucho camino por delante. Espera —dijo Harry, sujetándole el brazo cuando vio que lo
levantaba decidido a volver a intentarlo. Alcanzó una de las tabletas de chocolate, abriéndola y
tendiéndosela—. Primero come esto. Te sentirás mejor.

Draco aceptó, dando un mordisco a la tableta y suspirando de placer cuando el chocolate se derritió
en su boca.

—Ten cuidado con la mandrágora —le recordó Harry—. Si te la tragas no servirá de nada y no
tengo más. —Draco asintió con un murmullo y siguió masticando.

—Estaba pensando en la primera vez que vi Hogwarts —dijo Draco en voz baja cuando tragó.
Harry sintió que el pecho se le inflaba de orgullo por la confianza de Draco a pesar de que
inicialmente se había negado a contárselo. Reprimió el impulso de rodearle la cintura con los
brazos—. Cuando el castillo apareció imponente ante nosotros sobre el lago, gigantesco,
recortándose en la oscuridad, las ventanas iluminadas como faros. Llevaba años queriendo ir al
colegio, oyendo hablar de él. Había tantas cosas que quería hacer, tantas esperanzas puestas allí…

—No parece un recuerdo feliz —murmuró Harry, emocionado por sus palabras. Él había sentido
algo parecido a pesar de que apenas se había enterado de la existencia de Hogwarts un mes antes
de asistir.

—¿Qué dices, Potter?

—Es más bien un recuerdo agridulce. Estás volcando tus expectativas actuales en el recuerdo de
aquel momento. No es un recuerdo feliz, aunque sí sea nostálgico y te traiga paz.

—Puede ser —admitió Draco en voz baja—. ¿En qué piensas tú habitualmente?

Harry miró la nuca del chico, admirando los mechones, que parecían suaves y sedosos desde tan
cerca. Resistiendo la tentación de acariciarlos, lo que seguramente provocaría que Draco se
envarase, se conformó con seguir sentado así con él a pesar de que no estuviese ayudándole con la
varita e intentó darle una respuesta concreta.

—Depende. La primera vez que convoqué conscientemente un patronus corpóreo y fuerte fue
extraña porque hay una paradoja temporal implicada. A veces rememoro ese momento y lo feliz
que me sentí al saber que podía salvar mi vida y la de mi padrino. Otras veces recuerdo algunos de
los buenos momentos con Ron y Hermione. Ellos están en mis recuerdos felices. Hogwarts
también es un recuerdo feliz, pero está empañado por muchas cosas, como el tuyo.

—Voy a intentarlo con un recuerdo de la infancia —dijo Draco con decisión—. La primera vez que
me recuerdo soplando las velas de una tarta de cumpleaños, rodeado de mis abuelos paternos y
maternos.

—Suena bien —opinó Harry. Draco tragó saliva y respiró varias veces antes de intentarlo.

—¡Expecto patronum!
Esta vez el efecto fue claro y no hubo duda. Varias volutas de humo plateado salieron de la punta
de la varita de Draco condensándose en una semiesfera delante de ellos que duró unos segundos
antes de disiparse. Draco cayó hacia atrás, recostándose totalmente sobre su pecho, y Harry le
sujetó instintivamente por la cintura, abrazándole de una manera similar a la que había deseado
unos minutos antes.

—¿Lo has visto, Harry? —preguntó Draco, jadeando por el esfuerzo, pero con la voz emocionada
—. ¿Lo has visto?

—¡Sí! —Harry estaba entusiasmado también, pero se contuvo, buscando otra tableta de chocolate
para ofrecérsela—. Toma, come.

—¡Lo he conseguido!

—Enhorabuena. Ese recuerdo era más potente, desde luego. Necesitas buscar algunos más e ir
probándolos. Incluso, puedes intentar utilizar varios similares. Las sensaciones de felicidad, los
recuerdos y la práctica harán que lo consigas muy rápido, ya verás.

—Voy a volver a intentarlo —dijo Draco entre bocado y bocado.

—No —se negó Harry, tajante—. Es mejor que practiques un poco cada día que agotarte hoy. Sé
que estás entusiasmado por el progreso, pero ahora que sabes que puedes hacerlo, bastará con
entrenar un rato cada día. Si no, te drenará demasiada energía y avanzaremos mucho más despacio.

—Sólo una vez más, Potter —insistió Draco, emocionado y tan entusiasmado como él—. Por
favor…

—De acuerdo —accedió Harry, incapaz de negarse ante el entusiasmo avasallador de Draco,
deseando ceder a su capricho fuese el que fuese—. Pero come un poco más de chocolate antes.

—Creo que tenías razón. No es que Severus no consiguiese enseñarme o que yo fuese un inútil
para hacerlo o qué sé yo. —Harry no podía verle la cara, pero el tono de Draco no sonaba triste ni
nostálgico, sólo entusiasmado. Comprendió que, aunque Draco no hubiese dicho nada, sí le había
dado vueltas en la cabeza al tema. Draco masticó otro poco de chocolate antes de añadir—: Que
ese loco no esté lo hace todo más fácil.

Comprendiendo su emoción por haberlo conseguido por primera vez, Harry le permitió intentarlo
un par de veces más antes de plantarse y negarse definitivamente, viéndole más pálido de lo
habitual por el esfuerzo. En cualquier caso, Draco apenas consiguió repetir la hazaña de extraer
varias volutas de humo difuso de la varita. Juntos, comieron un poco más de chocolate. Harry
pensó que debería levantarse: no tenía excusa para estar sentado detrás de Draco dado que ya no
estaba mostrándole el movimiento del hechizo, pero Draco se había recostado cómodamente contra
él mientras remataba su cerveza de mantequilla. Sintiendo una sensación de calor en el estómago,
Harry disfrutó del contacto mientras se felicitaban por los progresos de Draco con el encantamiento
y se quejaban de lo difícil que era beber algo con la hoja de una planta dentro de la boca.

Se estaba tan cómodo allí sentado que Harry perdió la noción del tiempo, cayendo en la cuenta de
que sus compañeros estaban terminado de cenar justo cuando Justin y Ernie entraron en la sala
común, mirándoles con sorpresa al encontrarlos recostados el uno contra el otro en medio de la
sala. Ambos se levantaron rápidamente, azorados. Harry balbuceó algunas excusas hasta que Draco
le dio un codazo para hacerle callar, lo que provocó una mirada extrañada entre Ernie y Justin.
Pesadillas
Chapter Summary

Los avances del patronus permiten que Harry y Draco sigan llegando a nuevos
entendimientos y confianzas, pero Draco deberá permitir que sus últimas defensas
caigan para que Harry realmente pueda comprenderle.

Chapter Notes

Trigger Warning: Ataques de ansiedad.

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Avergonzado y sonrojado, Harry se acercó a por otro par de cervezas, enfriándolas con un hechizo
antes de tenderle una a Draco, que se había sentado en el mismo sofá en el que había dormido el
día anterior. Draco la aceptó con una sonrisa tímida y Harry vio que se había ruborizado también.
Harry se sentó a su lado, hombro con hombro, hasta que se dio cuenta que Ernie y Justin, que
comentaban algo sobre las clases de ese día, les dirigían algunas miradas curiosas de reojo.
Percatándose de que estaba invadiendo el espacio personal de Draco, de manera que ambos
ocupaban poco más de un sitio en el amplio sofá, volvió a enrojecer de vergüenza y se separó,
lamentando tener que hacerlo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Draco con el entrecejo fruncido.

—¿Eh? —Harry, que se había ensimismado pensando en lo bien que se había sentido estar tan
cerca de Draco todo el tiempo, parpadeó sorprendido, sin comprender.

—Te has apartado de repente. ¿Pasa algo?

—Yo… —tartamudeó Harry, buscando una excusa plausible antes de decidir que Draco no era tan
idiota como para tragársela—, lo siento; es que me di cuenta que te había arrinconado contra el
reposabrazos.

—No me había quejado de ello y es mi opinión la que debería contar en esto —constató Draco,
dando otro trago a la cerveza. Parecía más sonriente de lo habitual y Harry se preguntó si era el
escaso alcohol que tenía la cerveza o la suma de este con las sensaciones del chocolate y el
entusiasmo por haber conseguido algunos resultados con su patronus—. Debería importarte un
comino lo que piensen los demás, Potter.

—Pensé que podría molestarte que… bueno, nos mirasen.

—No me he quejado —insistió Draco en un susurro. Harry asintió y volvió a acercarse a él,
pegando su cuerpo al de Draco y dejando que sus espacios personales se mezclasen—. Desprendes
un calor agradable —le confesó, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en la oreja del sofá. Unos
minutos después, su respiración se hizo más regular y Harry supuso que se había adormilado.
«Tú hueles muy bien», pensó Harry aspirando disimuladamente para inhalar el aroma floral que
siempre desprendía Draco, pero no se atrevió a decir nada. Draco le había confesado que le
agradaba y le había permitido tomarse algunas confianzas tras arreglar las cosas después de su
discusión, pero Harry no estaba seguro de que la actitud que estaba mostrando en ese momento no
fuera fruto de la combinación del chocolate, la euforia y la cerveza y no quería que aquello
enrareciese las cosas entre ellos cuando el efecto se le pasase.

Harry suspiró y echó la cabeza hacia atrás también, dándose cuenta que aquello quería decir que sí,
Draco le caía bien, pero también le gustaba. Despertaba en él las mismas sensaciones tímidas que
habían provocado Cho o Ginny. Se llevó el botellín a la boca y bebió un sorbo, notando que su
cabeza tenía la sensación de ligereza que provocaba el beber varias cervezas de mantequilla, sin
poder considerarse borrachera, sólo una excitación difusa.

Poco a poco el resto del grupo fue entrando y dispersándose por la sala. Draco abrió los ojos de
golpe cuando Dean les llamó la atención para preguntarles si jugaban con el resto y miró a Harry,
preguntándole sin palabras qué iba a hacer él.

—Hasta ahora ha sido divertido —susurró Harry con una sonrisa, animándole.

Draco asintió y se incorporó, pegándose más a Harry, con interés. Harry hizo amago de levantarse,
pensando que deberían ponerse en círculo, pero Draco le detuvo poniéndole una mano en la rodilla.
Sin decir nada, le señaló al resto y Harry vio que todos estaban más o menos como ellos, sentados
en los diferentes sillones y sofás alrededor de la chimenea, disfrutando del agradable calor que esta
desprendía. Harry se dio cuenta de que precisamente su sofá era de los más alejados de la chimenea
y algunos de sus compañeros debían girarse para mirarlos.

—El juego de hoy es sencillo —explicó Dean—. Hermione ha hechizado estas cartas para que
aparezcamos cada uno de nosotros. Las repartiré y, por turnos, tenemos que adivinar quién es
quién. Como somos tan poquitos, no valen preguntas sobre el aspecto físico, nuestra casa de
Hogwarts y cosas así de obvias.

—Podréis preguntar siempre que la persona que esté contestando diga que sí —aclaró Hermione
—. Si dice que no, el turno pasará al siguiente. La persona que contesta perderá el turno si dice no
lo sé.

—¿Qué me daréis si consigo acertar a alguien yo solito sin que llegue a decir que no? —preguntó
Justin con aire retador.

—Si alguien lo consigue, le nombraremos rey o reina de la próxima fiesta, podrá comer y beber
todo lo que quiera y decidirá la música que ponemos y el código de vestimenta —propuso Dean,
arrancando una carcajada del resto, que asintieron, divertidos.

—Pero sólo el primero —matizó Justin—. No quiero compartir ese privilegio con nadie.

—Te lo tienes un poco creído, ¿sabes? —gruñó Ernie, bromeando, dando un puñetazo amistoso a
Justin en el brazo.

—Me parece complicado que alguien lo consiga, la verdad —opinó Morag, ladeando la cabeza—.
Pero el premio es atractivo, Justin. Voy a intentar no ponértelo fácil. Va a ser mío.

—En tus sueños, MacDougal —la retó Justin, con entusiasmo.

Dean tocó las tarjetas de su mano con la punta de la varita, susurrando un hechizo que provocó que
todas saliesen volando hacia cada uno de ellos. Harry atrapó la suya antes de mirarla y ver el
nombre de Michael brillar con intensidad antes de ocultarla de la visión del resto. Giró la cabeza
hacia Draco con curiosidad, pero este tapó su tarjeta con expresión pícara y la escondió en uno de
los bolsillos del pantalón antes de sentarse de lado en el sofá, poniéndose de cara a Harry y
subiendo los pies descalzos de la alfombra al sillón. Harry se movió un poco para hacerle sitio
suficiente, un poco decepcionado por verse finalmente obligado a separarse de él.

—Lo siento, no quiero molestarte —susurró Draco abrazándose las rodillas—. Es que tengo frío en
los pies.

—Puedes ponerlos encima de mis piernas, si quieres —le propuso Harry en voz baja, con el
corazón latiéndole con fuerza, sin saber por qué se sentía así de emocionado—. Se te calentarán
más rápido.

Draco le hizo caso, pasando las piernas por encima de las de Harry, que las abrió un poco para
permitirle ponerse más cómodo. Poniendo los pies entre sus piernas, los apoyó en el muslo más
alejado de él. Harry sintió a través de la tela que, efectivamente, los tenía helados. Se quedó
mirando la forma ya familiar de sus pies, viendo cómo se le tensaban los ligamentos cuando
apretaba los dedos contra su muslo en busca de calor, el corte recto y pulcro de sus uñas y
constatando la irregularidad con la que iban decreciendo sus dedos de tamaño, el segundo un poco
más largo que el grueso, como el modelo griego. Eran delgados y largos, pero también lo era su
pie, con lo que el resultado era similar al de sus manos: proporcional y elegante.

—Empiezas tú, Harry —dijo Dean, interrumpiendo su línea de pensamientos. Harry alzó la cabeza,
sonrojándose al darse cuenta de que se había perdido un buen trozo de conversación. Miró a Draco
de reojo buscando alguna pista, pero este le observaba igual de expectante que el resto—. El
hechizo que ha hecho Hermione te ha marcado a ti.

Miró hacia arriba, donde señalaba Dean y vio unas chispas rojas y doradas que se desvanecían.
Otras similares, de color amarillo, brillaban sobre la cabeza de Ernie. Asintió, tragando saliva e
intentando ignorar que, a pesar de que Draco tenía los pies fríos, el sitio donde le estaban tocando
se sentía como si ardiese y tuviese fiebre.

—De acuerdo. —Tragó saliva, nervioso. Seguía sin saber muchas cosas de Michael ya que era con
el que menos relación tenía del grupo y temió fastidiar el juego con alguna respuesta incorrecta.

—¿Te gusta la cerveza de mantequilla? —preguntó Ernie inmediatamente.

—Sí. —«¿Está bebiéndola, no?», se preguntó, angustiado, resistiendo la tentación de mirar a


Michael para comprobarlo.

—¿Sacas buenas notas?

—¡Sí! —«¿Sí? Bueno, es Ravenclaw. O lo era. Digo yo». Se puso más nervioso, suplicando
mentalmente porque las preguntas siguiesen en aquella línea.

—¿Te gusta el deporte? —Ernie no parecía impresionado por su ansiedad, ya que disparaba las
preguntas sin piedad nada más contestaba.

—Creo… creo que no. O al menos no es mi afición favorita. —Harry miró de reojo a Michael, un
poco inseguro. No recordaba haberle oído comentarios sobre quidditch, ni siquiera en las comidas
cuando Dean, Ernie, Morag y Neville habían comentado las fechas del primer partido de la
temporada de Hogwarts.

—Turno de Draco —sentenció Dean señalando las chispas verdes que había sobre la cabeza de
este.

—¡No vale! Ha dicho que cree que no —protestó Ernie con un gesto exageradamente dramático
que hizo que el resto se riera.

Con una carcajada, Justin se levantó de su sillón y cogió unas cuantas botellas de cerveza
ofreciendo al resto. Harry y Draco rechazaron la suya con un gesto y Justin repartió entre quienes
sí habían aceptado

—Ni se te ocurra darle cuartel, Draco. No hay que dejarle ser el-Tío-Que-Venció-en-los-juegos-de-
la-sala-común también. El resto merecemos nuestra oportunidad.

—Está bien —se rio este con malicia, todavía abrazándose las rodillas—. ¿Te gusta leer?

—Sí. —Esta la contestó con más seguridad. Había visto a Michael leer totalmente abstraído la
noche anterior en la sala común hasta que Morag le propuso una partida de ajedrez.

—¿Y el ajedrez?

—¡Sí! —exclamó Harry, contento de poder seguir contestando preguntas.

—¿Te gusta Transformaciones?

—Eh… —«Mierda», pensó con una risita que le hizo sentir idiota por la situación, comprendiendo
que no podría seguir salvándose más tiempo—. No lo sé.

—Turno de Draco para contestar —dijo Dean aplaudiendo, añadiendo con ánimo de pincharle—:
Tienes que prestarnos más atención cuando hablamos, Harry. Yo sí sé cuál es tu asignatura
favorita.

—Tampoco es necesario ser un lince para saber eso, Thom… Dean —bufó Draco, corrigiéndose en
el último momento. Harry sonrió al escucharle—. Cualquiera que le conozca desde tercero lo
sabría. O cual es la que menos te le gusta.

—Yo no sé ninguna de las dos cosas, así que tampoco es tan obvio —señaló Morag con una
carcajada.

—Es porque no has compartido esa clase con él —le dijo Neville, en tono chismoso, inclinándose
hacia —. Los Slytherin siempre disfrutaban mucho viéndonos sufrir en las mazmorras.

—¡No des pistas, Neville! —protestó Justin con una carcajada.

—Estaba preguntando Draco, así que como tiene que contestar, me toca a mí, ¿verdad? —preguntó
Morag con timidez. Chispas azules y marrones aparecieron sobre su cabeza, confirmando su
suposición—. ¿Has escogido los colores de nuestras antiguas Casas a propósito, Hermione?

—No —negó esta, encogiéndose de hombros—. El hechizo es el que utilizan en los sorteos de los
torneos de ajedrez y gobstones, funciona así de serie. Cuando todos hayamos preguntado, el
encantamiento vuelve a sortearnos aleatoriamente en otro orden.

—Venga, pregunta —le urgió Justin a Morag.

—¿Te gusta leer?

—No mucho. —Harry miró a Draco con curiosidad. Este había contestado con tranquilidad y su
voz había sonado segura. Se preguntó quién podía haberle tocado.
Ahora que la atención estaba puesta sobre Morag y Draco, Harry se relajó, volviendo a bajar la
mirada. Draco seguía con los pies apoyados encima de su pierna, pero ahora parecía más relajado.
Se preguntó si ya habría conseguido calentárselos y aun así había decidido no quitarlos o si todavía
sentiría frío aunque él los notase cálidos.

—¿Juegas quidditch? —preguntaba Michael. Harry cayó en la cuenta de que el turno debía haber
cambiado tras la primera pregunta, dado que Draco había respondido que no.

—No. Lo siento —se disculpó Draco con una sonrisa culpable.

Observó que Draco movía los dedos de los pies justo mientras decía eso, como si realmente no se
sintiese culpable, más bien parecía estar disfrutando de saber las respuestas. Harry contuvo una
carcajada, fascinado por el movimiento de los dedos de Draco, intentando descubrir un ritmo o un
patrón de repetición.

—Tu turno para preguntar, Harry —le avisó Hermione. Alzó la vista y volvió a ver las chispas
indicándolo.

—Eh… —Harry entró en pánico de nuevo, notando la atención de todos sobre él. Ni siquiera había
supuesto que podía tocarle de nuevo tan rápido y se había distraído en lugar de pensar posibles
preguntas para hacer—. ¿Te gusta Pociones?

—¡No! —Draco soltó una carcajada divertida.

—Joder, Draco, dije que no tuvieses piedad, pero es que estás fulminándolos a todos —se rio
Justin.

—No es mi culpa que hagan preguntas cuya respuesta negativa sí me sé —se excusó Draco con voz
petulante. Harry sonrió al leer en su lenguaje corporal que se lo estaba pasando bien y se alegró de
verlo tan cómodo. Unas noches antes habría sido impensable.

—Me toca —dijo Hermione, impaciente—. Creo que sé quién eres.

—¿Con sólo tres preguntas negativas? —preguntó Ernie mirándola con incredulidad.

—Es Hermione. Has ido con ella a clase, ¿cuándo no se ha sabido la respuesta a alguna pregunta?
—dijo Harry, riéndose.

—¡Harry! —protestó Hermione, con una carcajada.

—Ah, no, Harry no —se burló Harry con una sonrisa maliciosa—. La culpa es tuya, te has labrado
la fama solita. Además, yo siempre en tu equipo. Si no, a ver quién iba a haberme salvado el culo
en tantos deberes.

—¡No seas idiota! —dijo Hermione, negando con la cabeza y riéndose a su pesar, igual que el
resto del grupo—. Es bastante obvio si lo piensas, Ernie. O si conoces a esa persona. No somos
tantos.

—Tienes que hacer al menos una pregunta antes de acertarlo. Y tiene que ser un sí o correrá el
turno —advirtió Dean.

—Está bien. Me arriesgaré —se burló Hermione jocosamente—. ¿Te cae bien la profesora Sprout,
Draco?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —preguntó Michael fingiendo indignación—. ¡Ni siquiera sé si
me cae bien a mí!

Draco empezó a mover los dedos de los pies en orden ascendente, empezando por el meñique y
repitiendo el movimiento una y otra vez. Harry levantó la mirada, curioso y observó que Draco
estaba pensando. Se sonrojó pensando en cómo Draco podía expresar tantas cosas diferentes a
través de una parte del cuerpo en la que habitualmente no se fijaba. Sintió la tentación de tocarle
los dedos y recorrer con las yemas de sus dedos los ligamentos del empeine, que se marcaban y
relajaban con el movimiento.

—¿Y bien? —oyó que preguntaba Morag, impaciente.

—Estoy pensando —dijo Draco, pensativo—. No estoy muy seguro de la respuesta.

—Entonces hay que correr turno —gritó Justin triunfante, deseando poder probarse a sí mismo.

—Voy a decir que sí —le contradijo Draco con la cabeza y alzando la voz—. Creo que no me
equivoco.

—¿Es Neville? —preguntó Hermione con seguridad.

—Sí —confirmó Draco con una sonrisa. Hermione hizo un gesto de victoria, mientras Neville
miraba incrédulo a ambos—. Lo siento, Longbott… Neville, si me he equivocado en algo.

—Todo lo que dijiste es correcto —respondió Neville, pareciendo un poco aturdido—. Es increíble.
Si hubiese sido al revés, creo que sólo habría podido contestar la del quidditch.

—Soy observador. —Draco se encogió de hombros, como quitando importancia al hecho de que
sabía un montón de cosas de Neville. Harry le miró con admiración, él ni siquiera había pensado en
que podría ser él a pesar de que podría haber contestado a todas las preguntas correctamente de
haberle tocado a él ser Neville.

—Le toca a Michael contestar y pregunta Neville.

Escuchando de fondo cómo Neville empezaba a preguntar, levantó la vista hacia Draco, que
también estaba mirándole, todavía con una sonrisa en el rostro.

—Eso ha sido impresionante —cuchicheó Harry, sonriéndole—. Yo estaba en pánico porque no


sabía la mitad de mis respuestas y tú las has contestado con una tranquilidad impresionante.

—Soy observador —repitió Draco también en voz baja, esta vez ensombreciendo su rostro—. Y
algunos de esos datos que sé los he utilizado para hacer daño. Tengo esa habilidad, aunque ahora
lo lamente. Por eso sé que a Longbottom le gusta la Herbología y odia las Pociones o que es torpe
con la escoba: era material aparentemente inofensivo que yo podía convertir en una burla que
utilizar como arma arrojadiza.

—Bueno, tus conocimientos ahora han servido para que quedes bien en un juego —intentó quitarle
importancia Harry.

—Debería disculparme con él también. Y con Gran… con Hermione. Con mucha gente, en
realidad. Con todos los que están aquí si lo piensas bien; en mayor o menor medida todos han
sufrido alguna consecuencia derivada o relacionada con mis actos. Pero no es tan fácil, ¿verdad?
No puedes imponer al resto la obligación de absolverte de todos tus errores sólo porque pidas
perdón y pretender que olviden todo lo que hiciste sin más. No funciona así —lamentó Draco,
bajando la voz mientras hablaba hasta que casi se volvió un susurro inaudible.
—Si lo haces, creo que tanto Hermione como Neville te escuchará. Seguramente todos los que
están aquí estarán dispuestos a oír lo que tengas que decirles —le animó Harry, con el corazón
encogido. Podía ver en el rostro compungido de Draco su arrepentimiento sincero y el dolor que le
causaba pensar en lo que había hecho durante la guerra.

—Yo también lo creo. Mejor dicho, lo sé. Todos aquí me habéis aceptado como uno más, a pesar
de que no lo era. En gran parte gracias a ti, Potter. —Los ojos de Draco brillaban, reflejando el
color cambiante de las llamas, que jugaba con el color de su iris, oscilando entre el gris plateado
brillante de las joyas bruñidas y el gris oscuro de una nube de tormenta—. Un día de estos lo haré.
Cuando reúna el valor para enfrentarme a mis propios fantasmas.

—Sé que no necesitas que lo valide, pero me parece una idea genial.

Harry le sonrió, intentando darle coraje. Draco bajó la mirada, fijándola en sus pies. Harry la siguió
con curiosidad, dándose cuenta que había colocado, sin pensarlo, sus manos alrededor de uno de
los pies de Draco, que se notaba fresco al tacto, aunque no tan helado como al principio. Harry se
maldijo mentalmente, le gustaba tanto hablar con Draco que no se había dado cuenta de que estaba
haciendo eso con las manos.

—Estás helado —se justificó Harry tímidamente, volviendo a levantar a mirada, sin separar las
manos de sus pies, renuente a soltarlos.

Aunque Draco todavía tenía los pies fríos, sabía que helado era una exageración. Draco lo miraba
fijamente, sonrojado y con la cabeza levemente ladeada. Avergonzado, Harry entendió que debería
haberlo soltado inmediatamente, pero no seguía sin convencerse de hacerlo. El tacto frío del otro
pie de Draco sobre el dorso de una de sus manos le hizo bajar la mirada de nuevo. Draco estaba
acariciándole la mano con el pie, siguiendo los nudillos con el dedo grueso, lentamente. Volvió a
mirarle y descubrió a Draco sonriéndole tímidamente antes de retirar el pie y colocarlo de nuevo
sobre su muslo. Harry intentó controlar la respiración, excitado y con el interior de su pecho
bullendo con un cosquilleo intenso. De fondo, como si estuviese ocurriendo a través de una pecera
llena de agua, oyó el algarabío que le indicó que alguien había acertado.

Supuso que aunque Draco hubiese retirado el pie y pareciese tan avergonzado como él aquello
había sido una especie de invitación así que, en lugar de retirar las manos, cogió el pie de Draco
entre ellas y lo acarició, siendo plenamente consciente esta vez de las sensaciones que le provocaba
hacerlo.

—Te toca preguntar, Harry. —Nunca le había fastidiado tanto escuchar la voz de Hermione.
Levantó la vista y descubrió a todos sus compañeros mirándoles. Se volvió hacia Draco, pero este
había agachado la cabeza, todavía más rojo que antes. Hermione le observaba atentamente, con una
expresión inquisitiva en el rostro. Inspirando profundamente para tranquilizarse, siguió acariciando
el pie de Draco asumiendo que, al fin y al cabo, todos lo habían visto y considerando que dejar de
hacerlo indicaría que se sentía culpable, algo que no era cierto—. Es el turno de Neville.

—Bien. Eh… ¿Te gusta volar en escoba?

—Eso ya lo han preguntado —protestó Dean.

—¡Lo siento! Lo siento, no estaba prestando mucha atención —se disculpó Harry. Apretó el pie de
Draco, sintiéndose un poco nervioso y relajándose al contacto de la piel suave del arco inferior—.
¿Juegas al ajedrez?

—Sí —asintió Neville.


—Bien. Eh… ¿Tienes mascota?

—No.

Aliviado porque el turno corriese, Harry volvió a bajar la mirada, centrándose en el pie de Draco
mientras oía que Ernie comenzaba a preguntar. Intentó abarcarlo con las dos manos, cubriendo la
máxima porción posible, calentándolo. Después, deslizó el dedo por el dorso, desde el empeine
hasta el tobillo. Lo levantó y siguió acariciando toda la planta, mirando cómo retorcía Draco los
dedos al sentir las cosquillas. Como este no protestó, Harry siguió la forma de los dedos, como si
estuviese dibujándolos en un papel y, volviendo a cogerlo con las dos manos, lo masajeó con un
movimiento fluido y firme.

Al oír un suspiro satisfecho de Draco, Harry levantó la vista hacia él. Este le miraba con una
sonrisa plácida en los labios. Con cuidado, dejó el pie otra vez encima del muslo, centrándose en el
otro y repitiendo cada uno de los pasos, mirando de reojo a Draco para cerciorarse de que seguía
sonriendo. No volvió a acordarse del juego. Fue consciente de que en algún momento Draco había
contestado preguntas tan distraído como él antes, pero Harry ni siquiera era capaz de recordar
quién aparecía en la tarjeta que le había correspondido a él.

Afortunadamente para Harry, no llegó a tocarle el turno de nuevo. Bien porque el resto se rindiese
al percibir que ni Draco ni él estaban concentrados en el juego o porque se hacía tarde y al haber
adivinado algunas de las tarjetas el resto se podían suponer con facilidad, los demás dieron por
concluida la sesión de juegos, recogiendo sus botellas vacías y levantándose para salir a dormir.

Draco y él también volvieron al dormitorio, caminando hombro con hombro. Entraron juntos en el
baño y, mientras Harry se lavaba las manos y cogía el cepillo de dientes, Draco se puso de espaldas
a él para utilizar el retrete. Harry se preguntó en qué momento del día habían adquirido esa
confianza con un sentimiento mezclado de vergüenza, excitación y agrado. No es que cuando
durmiese en la Torre de Gryffindor no hubiese utilizado el baño al mismo tiempo que Ron estaba
por allí, pero nunca se habría imaginado hacerlo con Draco.

—Había que dejar salir los dos botellines de cerveza —bromeó Draco, mirándole a través del
espejo, mientras se lavaba las manos.

Harry se agachó a escupir en su lavabo, evitando la mirada de Draco. Él también necesitaba usar el
baño, pero había dado por hecho que Draco querría lavarse los dientes en ese momento. Sin
embargo, creía que salir del baño y esperar a que el otro chico terminase para volver a entrar se
sentiría absurdo así que, imitándole, se puso de espaldas a él para hacer pis.

Draco estaba enjuagándose la boca cuando Harry terminó y se lavó las manos una vez más.
Salieron juntos del baño, empujándose entre risas para pasar por la puerta antes que el otro. Harry
se dejó caer sobre la cama bocarriba, feliz. Por el rabillo del ojo vio que Draco estaba cogiendo la
almohada y dirigiéndose de nuevo hacia la puerta y su ánimo se ensombreció al instante. Draco
pretendía volver a irse a dormir a la sala común a pesar de que él ya sabía que lo hacía y por qué.

—No tienes por qué irte —murmuró Harry, sintiendo que la sensación de alegría y excitación que
tenía en el estómago se evaporaba. Se preguntó, frustrado, como podía tener alguien la confianza
de utilizar el retrete para orinar sin importarle que él estuviese dentro del baño y luego
avergonzarse de sus pesadillas y pretender ocultarlas como si fuesen un oscuro secreto que
esconder. Draco se detuvo en el umbral y se dio media vuelta para mirarle—. Estarás más cómodo
en la cama; los sofás son confortables, pero acabarás con la espalda hecha polvo.

—No quiero molestar —contestó Draco volviéndose de nuevo hacia la puerta antes de continuar,
también en voz baja y sonando triste—. Es mejor así, Potter. Créeme.
Draco salió y cerró sin hacer ningún ruido, dejándolo solo en la habitación. Harry suspiró,
sintiéndose inútil, y dejó caer la cabeza contra la almohada un par de veces, sin saber muy bien qué
hacer. Levantándose las gafas, se masajeó el puente de la nariz, pensando en cómo podría abordar
el tema de nuevo y preguntándose si no sería mejor que lo dejase correr. Al fin y al cabo, esa
mañana ya habían discutido porque él se había entrometido. Se incorporó en la cama, gateando por
encima del colchón para alcanzar un trozo de pergamino y una pluma del escritorio. Sentándose a
lo indio, intento evaluar una lista de ventajas y contras de seguir intentando ayudar a Draco
también con ese tema.

«No quiero que se vuelva a enfadar conmigo», escribió en primer lugar, remarcando
distraídamente el no.

—Sueno egoísta —pensó con pena.

«También quiero que él esté bien por sí mismo, incluso aunque eso implique que no me deje
hablarle, o tocarle», escribió al otro lado, subrayando el bien varias veces.

Harry se mordió el labio. Hacer ese ejercicio nunca le funcionaba como se suponía que debía
hacerlo. Cuando el psicólogo se lo había enseñado, no había terminado de comprender cómo podía
distinguir qué decisión debía tomar sólo con apuntar sus pensamientos. Nunca sacaba ninguna
conclusión, a pesar de que su terapeuta le había insistido diciéndole que en cualquier caso era una
buena forma de plasmar pensamientos y ordenarlos dentro de su cabeza.

«Miedo», apuntó en la columna de contras, relacionándolo con una flecha con la palabra enfadar
de la línea anterior. No le parecía un contra estrictamente hablando, pero era lo que más le echaba
para atrás era, precisamente. Miedo a que Draco se enfadase con él y le dejase de hablar o que
cosas como sentarse junto a él y tocar partes de su cuerpo desaparecieran. El día anterior no sabía
que quería todo eso y de repente le angustiaba perderlo.

«Es posible que yo le guste», pensó Harry, confundido, anotándolo en la columna de ventajas. «Ha
dicho solamente que le caigo bien, pero también me ha pedido que me quedase cerca de él y nos
hemos sentado muy juntos mientras practicábamos el encantamiento y jugábamos. Ron también es
amigo mío y no hacemos eso». Lo subrayó también, sin saber por qué estaba apuntándolo.

—Esto es absurdo, ni siquiera puede ser una ventaja —masculló, cada vez más frustrado. «Pero se
ha preocupado porque no he ido a clase, a pesar de que se suponía que estaba enfadado conmigo. Y
se le ha pasado el enfado antes incluso de que le pidiese perdón. En cierto modo, sí me ha dejado
entrometerme», apuntó, no obstante, también bajo la columna de ventajas—. Claro que ha sido la
primera vez. Me advirtió que no se me ocurriese volver a hacerlo.

«De que no volviese a espiarle, más concretamente», pensó con el estómago dándole un vuelco.
Una idea se le iluminó en la mente y, tomando una decisión y rezando por no equivocarse, se
levantó y abrió la puerta de su armario, cogiendo su Saeta de Fuego. Dudó un segundo antes de
hacerlo, pero se convenció de que si su idea daba resultado daría igual cuántos límites sobrepasase.
Y si salía mal, sólo sería un problema menor en un lío enorme. Abrió el armario de Draco, sacando
la funda donde sabía que estaba guardada su escoba. Hizo un rebujo con la Capa de Invisibilidad y
cogió su varita y el Mapa del Merodeador antes de salir de la habitación en dirección a la sala
común.

La puerta de la sala común volvía a estar entreabierta igual que la noche anterior, lo que reafirmó
el propósito de Harry. Consideró que si Draco realmente hubiese desconfiado sobre sus intenciones
tras la discusión podría haber cerrado la puerta fácilmente con un hechizo que le impidiese entrar o
le avisase en caso de que lo hiciese. Así que o bien confiaba en que no iba a espiarle de nuevo o
bien no le importaba cederle el paso otra vez. Rezó para que fuese lo segundo. Dio dos golpes
secos en la puerta antes de entrar en la sala, advirtiéndole de su presencia.

—Hola, Draco —le saludó con timidez, con el estómago retorciéndose de ansiedad y preocupado
por su reacción.

Draco estaba sentado en el mismo sofá de siempre, con los pies encima de los cojines y
abrazándose las rodillas. Suspiró al oírle, pero no le echó inmediatamente. Harry lo consideró una
buena señal. Tragando saliva, dejó las cosas encima de una de las mesas y se acercó con cautela,
todavía inseguro de cuál iba a ser su reacción.

—Me estaba preguntando cuánto tiempo tardarías en aparecer, Potter —le dijo Draco con voz
seria, volviéndose para mirarle por encima del respaldo—. Sabía que no podrías dejarlo pasar.

—Te prometí no volver a espiarte, pero esto es diferente —se apresuró a aclararle Harry mientras
se sentaba con las piernas cruzadas en el otro extremo del sofá, enfrente de él, lamentando la
distancia entre ambos a diferencia de un rato antes—. No te enfades, por favor. Me iré enseguida si
quieres.

—Es obvio. No vienes escondido. —Harry se sintió más seguro de tener razón y comprendió que
su impresión de que Draco realmente estaba esperando que fuese allí era correcta—. No estoy
enfadado, está bien por mí si quieres estar aquí.

—Genial —sonrió Harry, queriendo leer entre líneas en su invitación a quedarse con él en la sala
común algo más que una simple tolerancia hacia su presencia.

—¿Esa es mi escoba? —preguntó Draco, con los ojos entrecerrados, señalando hacia lo que había
dejado encima de la mesa.

—Sí. Tengo una propuesta que hacerte.

—No, Potter. —Draco resopló antes de volver a negarse con rotundidad—. Estás como una cabra.
Ni de coña.

—Ni siquiera has oído lo que quiero proponerte —dijo Harry, un poco desilusionado por ver su
idea descartada antes de tiempo.

—¿Salir a volar en escoba, quizá? —preguntó Draco con sarcasmo.

—¡Sí, pero hay más! —dijo Harry, intentando hacerse escuchar.

—Está bien —se resignó Draco con un suspiro—. Te escucho.

—Gracias. —Harry era consciente de que estaba sonriendo como un niño pequeño, pero no le
importó. Con un escalofrío, se dio cuenta de que a pesar de que no hacía tanto que habían
abandonado la sala común, el fuego de la chimenea estaba prácticamente consumido y empezaba a
hacer frío—. Deberías avivar la chimenea o tendrás frío cuando te eches a dormir.

—Lo haré luego, Potter —dijo Draco con tono cáustico, poniéndose más serio.

—Anoche no lo hiciste —recordó Harry, frunciendo el ceño—. Y antes de anoche tampoco. Tuve
que avivar yo el fuego y poner hechizos calentadores porque la sala estaba congelada.

—¿Qué hiciste qué?

—Estabas muerto de frío —explicó Harry, un poco desconcertado porque Draco había fruncido el
ceño y parecía enfadado a pesar de que había dicho que no lo estaba—. Te toqué y estabas helado.

—Eres un entrometido, Potter —soltó Draco, malhumorado, con la voz rota.

—No seas idiota —protestó Harry, todavía confundido por su reacción—. Ya he pedido perdón por
eso y volveré a pedírtelo porque realmente lo siento, pero estabas congelado e ibas a pillar una
pulmonía. El otro día ni siquiera tenías mantas, habían perdido la transformación mientras dormías.
No puedes pedirme que no hiciese eso, hubiera sido inhumano. La gente puede morir de
hipotermia, ¿sabes?

—No seas dramático, nadie va a morirse por no encender una chimenea dentro de un castillo —
dijo Draco, que se había puesto muy pálido y evitaba la mirada de Harry, parpadeando
rápidamente.

—Y una leche que no, Draco. Por algo calentamos los lugares donde vivimos, no me jodas. No
tiene sentido.

—Que te jodan, Potter —le espetó Draco, abrazándose más fuerte las rodillas y enterrando el
rostro entre ellas.

Harry lo miró, confuso y dolido, preguntándose en qué momento se había torcido la conversación.
Había contado con que Draco no se molestase cuando apareciese por allí. Admitía que quizá había
esperado un poco más de entusiasmo por su parte acerca de la idea de ir a volar, pero podía haber
gestionado eso si le hubiese dado alguna oportunidad. Sin embargo, Draco se había cerrado
totalmente en banda, sin darle opción a explicarle los detalles de su plan sólo porque parecía
molesto porque Harry había calentado la sala común las noches anteriores.

—No sé qué he hecho mal —musitó Harry, triste—. Me niego a pensar que no dejar que te
congelases hasta los huesos sea la razón por la que estás enfadado ahora, cuando esta noche no has
tenido inconveniente en que te ayudase a calentarte los pies.

Draco sollozó ahogadamente con fuerza detrás de sus rodillas y Harry dejó de hablar, impresionado
al oírle. Había podido vislumbrar la vulnerabilidad de Draco durante los días de atrás. En cierto
modo, esa vulnerabilidad era la que le había animado a acercarse a él, a verlo más humano, a
comprenderlo y apreciarlo con sus defectos y virtudes, pero no lo había visto derrumbarse de esa
forma en ningún momento... salvo en sexto curso. La pena embargó el pecho de Harry,
oprimiéndoselo dolorosamente. Consciente de que se le estaba escapando algo importante en todo
aquello, Harry descruzó las piernas y se arrodilló en el suelo frente a él, intentando verle la cara.
Draco se abrazó más fuerte las rodillas, estremeciéndose de frío. El sonido asfixiado de la
respiración de Draco le resultaba angustiantemente familiar.

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno, Draco —lo llamó Harry con suavidad—. No estás ahogándote en
realidad, aunque sea una sensación horrible. Si me miras e intentas centrarte en mi voz, puedo
ayudarte a respirar.

Probablemente, Draco no iba a comprender qué significaba aquello, pero a Harry no le importaba.
Podía identificar un ataque de ansiedad a la perfección. La primera vez que había tenido uno tras
una pesadilla había sido el detonante para acudir a un psicólogo. El segundo había sido en medio
de la consulta de su terapeuta mientras rememoraba su infancia y había aprendido algo importante
ese día. Esperó conteniendo la respiración, contando los segundos, hasta que Draco levantó la
cabeza, con las mejillas marcadas por las lágrimas, todavía intentando coger aire sin éxito.

—Dime cinco cosas que veas. No las pienses, no elijas. Sólo nómbralas. —Volvió a contener la
cabeza. Draco lo miraba con los ojos desorbitados, cada vez más angustiado—. Puedes hablar,
aunque tu cerebro te diga que no. Cinco cosas que veas, Draco.

Draco le miró con los ojos desorbitados, sin verle realmente, intentando coger aire
desesperadamente. Harry lo vio cerrar los párpados con fuerza. Tragó saliva, angustiado, rezando
porque Draco pudiese oírle y reaccionar. Sabía a ciencia cierta lo complicado que era sobreponerse
a la sensación de ahogo y a la presión del pecho que amenazaba partirlo en dos.

—Chimenea… —dijo finalmente al cabo de unos segundos con un hilo de voz—. Sofá…
alfombra… ajedrez… a ti.

—Muy bien —le felicitó Harry, forzando una sonrisa. Draco dejó de respirar unos segundos,
dejando escapar un sollozo, pero no agachó la cabeza—. Cuatro sonidos que puedas escuchar.

—Tu voz. —Harry asintió, satisfecho al notar que jadeaba menos—. El chisporroteo… de los
rescoldos. El castañeo… el castañeo de mis dientes.

—Otra más —le animó Harry.

—El crujido de las ventanas. —Los ojos de Draco parecieron enfocarle. Harry intentó sonreír
tranquilizadoramente para animarle.

—Perfecto. Tres cosas que puedas sentir —continuó Harry. Draco temblaba como una hoja, pero
parecía respirar con más facilidad—. No pienses, sólo dilas.

—El sofá. Tus manos en… en mis pies. —Harry bajó la vista, percatándose de que, efectivamente,
tenía sus manos encima de los pies de Draco—. La tela de mi pantalón.

—Dos que puedas oler, Draco.

—El humo de la chimenea y cerveza de mantequilla —contestó Draco con más determinación,
parpadeando. Todavía tenía lágrimas en las mejillas, deslizándose en reguero y temblaba, pero su
voz parecía más firme y segura.

—Lo estás haciendo muy bien, Draco. Una que puedas saborear.

—Esa es fácil. —Harry sonrió más ampliamente, viendo que Draco apenas temblaba y podía
respirar con facilidad—. La mandrágora de mi boca.

—¿Te encuentras mejor? —Draco se quedó en silencio, respirando cada vez más lentamente. Cerró
los ojos, inspirando con fuerza. Harry lo imitó, recordando lo angustiosa que era la sensación de no
poder llenar los pulmones.

—Sí. ¿También aprendiste eso con tu psicólogo muggle? —respondió al cabo de unos minutos,
rompiendo el ominoso silencio de la sala. Harry asintió, contento de que pudiera hablar—. Me
habría venido bien en más ocasiones de las que me gustaría.

—Ahora que ya lo sabes, puedes utilizarlo siempre que lo necesites. ¿Está bien si subo la
temperatura? Estás temblando.

Draco asintió, intentando contener la tiritona de su cuerpo. Se limpió las mejillas con las mangas
del pijama y volvió a esconder la cara en las rodillas. Todavía respiraba un poco agitado, pero
estaba mucho más calmado y había dejado de llorar. Harry hizo un hechizo calentador potente y
continuó hablando.

—Lo siento mucho, Draco. No pretendía echarte eso en cara. Si te he acariciado los pies, lo he
hecho con la mejor de las intenciones y con mucho gusto. En serio. —Para reafirmar sus palabras,
Harry le acarició el dorso de los pies, rozándolos con las yemas de los dedos y sintiéndolos helados
de nuevo. Metiendo los dedos entre el cojín y sus plantas, intentó abrazarlos cubriendo la máxima
superficie, prestándole su calor. Sabía que lo que iba a decir iba a sonar un poco desesperado, pero
no le importó—. Perdóname una vez más. Soy un entrometido y, si quieres que seamos amigos,
seguramente vas a tener que disculparme por serlo muchas veces más. Te juro que no lo hice para
hacerte sentir molesto, en deuda o lo que sea que te haya molestado. Sólo pensé que estaba
haciendo lo correcto.

»Sé que he prometido preguntarte en lugar de entrometerme, por eso he llamado a la puerta antes
de entrar y te he intentado dar la oportunidad de elegir si querías que me marchase. Lo haré ahora
mismo si lo deseas, de verdad. —Harry guardó silencio unos segundos, deseando que no le pidiese
que se fuera, pero Draco no respondió—. No te enfades, por favor, la otra noche aún no te había
preguntado y no sé qué hice mal al arroparte. Por eso te pregunto ahora. Puedes contármelo.

—No estoy enfadado contigo. —La voz de Draco sonaba amortiguada y temblaba. Harry sintió
alivio al oírle hablar de nuevo—. Tú no tienes la culpa.

Harry le acarició el dorso de los pies con los dedos pulgares, los únicos que podía mover, en un
gesto consolador. Draco permaneció en la misma posición unos minutos más. Finalmente, levantó
la cabeza, mirándole con los ojos todavía rojos, pero secos.

—Me gusta que hayas venido detrás de mí. No vuelo en escoba desde hace meses. Considero que
eres un pesado entrometido e inaguantable —susurró Draco, todavía con la voz tomada.

—La segunda —dijo Harry con seguridad, sonriendo al ver que retomaba el juego una vez más.

—Fallaste —dijo Draco forzando una sonrisa breve para corresponderle.

Harry perdió la sonrisa, creyendo que Draco estaba pidiéndole que se fuera. Retiró las manos,
inmediatamente, pensando que quizá estaba asaltando un espacio que Draco no deseaba ver
invadido, pero Draco se soltó las rodillas y estiró las piernas, apoyando los pies en su regazo, lo
que hizo que Harry le mirase con duda, confuso por la situación. Draco seguía serio, pero su
mirada era amable y tenía un brillo travieso.

—La tercera —le explicó Draco. Harry levantó las cejas, sorprendido, y Draco resopló en un
conato de risa—. Sólo te lo digo porque me sale hacerlo así. A veces me da miedo que la gente se
preocupe por mí. Estoy acostumbrado a que me satisfagan cualquier capricho como ropa, alimento
o similares inmediatamente, pero no a que… me hagan mimos o estén pendientes de mí; así que
reacciono protestando o burlándome, pero no es una queja real, porque en verdad sí me gusta. Es
difícil quitarse hábitos de toda una vida.

Sonriendo con alivio, Harry volvió a sujetar sus pies, todavía en su regazo y siguió acariciándolos
como había hecho durante la asamblea del grupo. Entendía que, por la razón que fuese, para Draco
había sido importante que lo tocase así y que esa era su forma de invitarle a seguir haciéndolo, así
que lo hizo sin dudarlo. Harry se preguntó si Draco estaría dispuesto a dejarse coger de las manos o
de la cintura y sintió un ramalazo de excitación sólo de pensarlo.

—Yo tampoco estoy muy acostumbrado, no te creas —confesó Harry al cabo de unos instantes—.
Pero asimilo rápido. Tuve que aprender a dar y recibir cariño físico de Hermione y Ron cuando los
conocí en Hogwarts, porque mis tíos nunca lo hicieron, me despreciaban demasiado. Supongo que
mis padres me abrazarían y besarían durante mi primer año de vida, porque sé que me querían con
locura, pero el primer abrazo que recuerdo me lo dio Hermione en un arrebato, allá por primer año.
Ron no es muy cariñoso, no de esa manera, es más de dar palmadas en la espalda y esas cosas, pero
tanto él como su familia siempre se han esforzado por hacerme sentir querido y se preocupa por mi
bienestar todo el tiempo.

—Necesitaré que me enseñes a mí, entonces. Así podré corresponderte yo también —le pidió
Draco con voz queda. Harry sintió que el pecho se le llenaba de mariposas al oír aquello, porque
significaba que Draco no sólo quería recibir afecto por su parte, sino que también estaba dispuesto
a dárselo—. En mi familia mi madre es algo más afectuosa, pero mis padres fueron criados en un
entorno donde las apariencias lo son todo y no puedes mostrar abiertamente tus sentimientos.
Menos aun cuando un mago tenebroso aprovecha cualquier debilidad tuya para torturarte o
castigarte.

—Es curioso las semejanzas que compartimos para haber parecido completos antagonistas,
¿verdad? —Harry incrementó su lista de cosas que tenía en común con Draco. Este asintió con un
resoplido—. Aprenderemos juntos, entonces. No te preocupes por eso.

—Y… yo te debo una explicación, creo —musitó Draco, contrito.

—No es necesario que me la des si no quieres —dijo Harry que, aunque sí le gustaría recibirla,
realmente no creía necesitarla. Le bastaba saber que Draco ya se encontraba mejor.

—Sí quiero. Confío en ti, aunque a veces haga o diga idioteces.

—Eso es algo más que caerte bien. —Harry lanzó tentativamente la pulla, sintiendo un poco de
vértigo ante el riesgo de que Draco se asustase.

—Sí, lo es —sonrió Draco antes de ponerse serio de nuevo—. Apago el fuego y dejo que la
temperatura baje porque es única manera que conozco de no tener las peores pesadillas que vienen
a mi cabeza durante las noches. Si estoy despierto no me pasa, pero si tengo calor mientras duermo
entonces acuden a mí. A más calor, más intensas y vívidas son. En casa utilizaba hechizos
enfriadores en mi cuarto. En verano es todavía peor, porque hace mucho calor en Wiltshire y tengo
que renovar los hechizos enfriadores durante la noche ya que si el efecto pasa mientras duermo, las
pesadillas vuelven para torturarme con saña.

»Aquí, en nuestro dormitorio de Hogwarts no hay chimenea, así que los elfos lo mantienen caliente
durante todo el día y también por la noche. Suficiente para que las pesadillas aparezcan, estoy
seguro. Enfriarlo contigo dentro no me parecía una opción muy viable, sobre todo porque me fijé
la primera noche en que tú duermes en calzoncillos y, como mucho, una camiseta. En cambio, no
mantienen los hechizos calentadores en la sala común durante la noche porque se supone que no
estamos aquí. Basta con dejar que la chimenea se apague para que la temperatura descienda —
concluyó Draco con un tono amargo.

—Tiene sentido —asintió Harry. Draco enarcó una ceja, interrogante—. Tu pesadilla tiene que ver
con el incendio de la Sala de los Menesteres, de alguna manera tu subconsciente se dispara cuando
percibe calor.

—¿Cómo sabes que sueño con la Sala de los Menesteres? —preguntó Draco desconcertado.

—Hablas —confesó Harry con sinceridad, deseando que Draco no volviese a enfadarse, aunque
pensaba que ya era poco probable que ocurriese—. La primera noche no lo supe porque no
hablaste, quizá porque como has dicho no subí lo suficiente la temperatura, pero la segunda sí la
ubiqué. Tu pesadilla recrea el momento exacto en el que volví a por ti en medio del incendio.

—Sí. Así es. Bueno… en realidad… la cosa es que no siempre vuelves a por mí en la pesadilla. El
fuego de Vincent lo consume todo, huelo el humo, siento el calor y tengo que salvar a Greg. La
angustia me invade. Suelo despertarme justo antes de morir, si la temperatura desciende lo
suficiente o algo así. —Draco parpadeó, pareciendo confuso—. Sin embargo, cuando sueño con
eso en concreto al despertarme suelo estar empapado en sudor, me duelen las manos y noto los
músculos cansados y entumecidos. Por eso procuro evitar que esa pesadilla aparezca por todos los
medios, pero no recuerdo que eso haya pasado ayer o antes de ayer.

—Avivé la chimenea, hice hechizos calefactores y cuando entraste en calor, empezó la pesadilla.
Lo siento —se disculpó Harry una vez más, compungido por haberle provocado esa angustia a
Draco—, no lo había relacionado hasta que lo has contado ahora. Pero se te pasó enseguida las dos
veces.

—¿Sí? —Draco frunció el ceño, reflexionando—. Es raro. No recuerdo que me haya pasado nunca,
suele ser muy vívida y al día siguiente me acuerdo de todo. Cuando hablaste de pesadillas, pensaba
que hablabas de las pesadillas normales, no de esa en concreto. No es que sean buenos sueños,
claro, pero en comparación con la del incendio parecen una tontería. Por eso te dije que realmente
no sabías de lo que hablabas cuando comentaste que todo el mundo tiene pesadillas.

—Yo… Te toqué, intentando despertarte —le confesó Harry en voz baja—. Tú cogiste mi mano y
la agarraste con fuerza. Creo que en ese momento tu mente interpretó que te había subido a la
escoba, porque dijiste que había vuelto o algo así. Después, te relajaste.

—¿Agarré tu mano y acto seguido me calmé? —preguntó Draco, pensativo.

—Sí. La primera noche tardaste un par de horas en soltarla. La segunda… bueno, acabé
quedándome dormido en el suelo.

—¿Dormiste en el suelo porque yo te tenía cogido de la mano, Potter?

—La pesadilla se te pasó muy rápido las dos veces que lo hice —Harry asintió, avergonzado.
Temiendo que volviese a enfadarse, añadió—: Hermione tenía menos pesadillas cuando dormía
con Ron. Soñaba que Bellatrix la torturaba, pero que Ron estuviese a su lado ayudaba a que no
fuese tan frecuente ni tan intensa.

—¿A ti también te funcionaba? Que te cogiesen de la mano o durmiesen contigo.

—Yo no tenía nadie con quien dormir —admitió Harry con una mueca incómoda.

—¿La chica Weasley?

—Qué va —resopló Harry, sin muchas ganas de dar explicaciones. Draco tampoco parecía
esperarlas, porque asintió sin más—. No… no volví con ella tras la batalla. Si estaba en La
Madriguera compartía el cuarto con Ron, que me despertaba, pero su consuelo no me funcionaba.
Quizá porque me despertaba del todo y por eso podía recordar la pesadilla con detalles. No es que
la pesadilla cambiase a un sueño más tranquilo como pareció ocurrirte a ti las dos noches pasadas.
Además, en Grimmauld Place estaba solo, porque Kreacher no contaba.

—¿Qué… qué soñabas? —preguntó Draco con timidez y curiosidad.

—Con la voz de Voldemort ordenando la muerte de Cedric y él cayendo como una marioneta sin
hilos, desmadejado, frente a mí. Con Ron desangrándose por una aparición mal ejecutada mientras
huíamos el último año de la guerra. Hermione siendo torturada en tu casa. Sirius atravesando el
velo tras ser alcanzado por un hechizo. El fantasma de Remus juzgándome porque por mi culpa no
puede criar a su hijo… —enumeró Harry, sintiendo que se lo debía. No dejó de acariciarle y
calentarle los pies, observándole mientras hablaba—. A veces todavía tengo pesadillas, pero cada
vez son más escasas y menos vívidas.

—¿Cómo lo conseguiste si Weasley no pudo ayudarte?

—Hacía ejercicio físico. Mi psicólogo me aconsejó cansarme para poder dormir más
profundamente y descansar mejor. Funcionó, aunque creo que el hecho de aceptar que no todas las
cosas que ocurrieron fueron culpa mía y perdonarme las que sí lo fueron tuvo muchísimo que ver
también. —Se quedaron en silencio. Harry dejó que Draco digiriese toda la información.

—Gracias, Harry —susurró Draco al cabo de un rato—. Por consolarme estas noches de atrás.

—No es nada. —Harry se dio cuenta de que era la segunda vez que le llamaba por su nombre en
ese día. No le había dado importancia a la primera porque había sido en un momento de emoción,
aunque sospechaba que Draco hacía un esfuerzo por llamarle Potter intencionadamente, pero esta
había sido totalmente consciente. Parpadeó para evitar las lágrimas de emoción, no quería quedar
como un tonto por un detalle tan nimio—. Por eso había pensado en hacerte una propuesta cuando
he visto que volvías a dormir aquí.

—Hacer ejercicio para cansarme.

—Tienes que escucharme —se quejó Harry con un mohín.

—Es verdad —se rio Draco, asintiendo—. Te escucho.

—Duerme en la habitación —le pidió primero Harry—. Estarás más cómodo y yo ya sé que tienes
pesadillas, no iba a descubrir nada nuevo. Te iba a proponer que, si tenías pesadillas, me levantaría
a despertarte para que no tengas que pasarlo mal. Tampoco me importa si quieres enfriar la
habitación ahora que sé esto, puedo echarme encima un par de mantas extra, pero creo que eso
deberías dejarlo únicamente como último recurso, si no funciona nada más. Déjate ayudar, Draco.

—Ya me ayudas en muchas cosas, Potter —protestó Draco sin mucha convicción. Harry estaba
seguro de que, en su interior, ya había aceptado la propuesta—. En algunos momentos me siento
una carga.

—Tú también me estás prestando ayuda. Además, estoy seguro de que podré contar contigo si
necesito más en el futuro.

—Por supuesto —se apresuró a contestar Draco.

—No me importa levantarme a cogerte la mano si eso ayuda y hace que no sea necesario
despertarte para que se te pase la pesadilla. Y sí, también iba a proponerte volar. Más ahora que
me has dicho que hace meses que no lo haces, porque sé que te gusta tanto o más que a mí.

—No tienes por qué cogerme de la mano, Potter —le reprendió Draco sin muchas fuerzas.

—Tengo tus pies en mis manos —le dijo Harry con sorna apretándole la almohadilla de la planta
con los pulgares—. ¿Te vas a poner quisquilloso a estas alturas?

Draco negó con la cabeza, sonriendo más abiertamente. Harry se sintió satisfecho, sabiendo que
había sido capaz de derrumbar cada una de las absurdas defensas que Draco había levantado a su
alrededor y que por fin este iba a dejarse ayudar por él sin ambages.

—Eres insufrible, Potter.

—Tú más, imbécil. —Harry sonrió más ampliamente, disfrutando de su victoria.


—Está bien, tú ganas. —Draco levantó las manos, en un gesto de rendición—. Cuéntame tu plan
para salir a volar en escoba y conseguir que McGonagall nos expulse a ambos del colegio.

—Eso no ocurrirá —le aseguro Harry, levantándose para coger la Capa de Invisibilidad y el Mapa
del Merodeador. Draco se levantó tras él, curioso—. Tengo un plan.

Chapter End Notes

NdA. El método 5, 4, 3, 2, 1 es MUY efectivo. No me lo he inventado yo ni es ficción.


Un dato útil que puede ayudaros en una situación difícil o si os encontráis en la
posición de Harry. A veces no sabemos qué hacer durante un ataque de ansiedad
(propio o ajeno). Lo más vital: darle al cerebro algo que hacer, que pueda enfocarse en
otra cosa. Y el 5, 4, 3, 2, 1 es rápido y eficaz.
Vuelo nocturno
Chapter Summary

Harry se ha propuesto convencer a Draco de salir a volar por los terrenos de Hogwarts,
pero este no parece muy receptivo a la idea. Las noches sin dormir le pasarán factura a
Harry, pero Draco tiene algo en mente para ayudarle.

Chapter Notes

Trigger Warning: Referencias bastante explícitas a situaciones sexuales, nada


demasiado explícito (aún).

—Draco, te voy a tener que pedir que guardes un absoluto secreto sobre lo que te voy a contar
ahora, ¿de acuerdo? Sólo lo conoce un puñado de personas de entre las que sobrevivieron a la
guerra y más de la mitad son Weasley —le advirtió Harry muy seriamente.

—De acuerdo —asintió Draco, dejando traslucir todavía más curiosidad en el rostro.

—Ya conoces la existencia de la Capa de Invisibilidad —dijo Harry en tono de burla,


arrojándosela.

—Como para no —ironizó Draco, sosteniéndola entre sus manos y examinándola intrigado. Harry
recordó cierto incidente relacionado con bolas de nieve y se sonrojó pensando que, precisamente,
aquel fue el primer día que había utilizado el Mapa del Merodeador—. Te he visto usarla en un par
de ocasiones. Se conserva excepcionalmente bien tras todos estos años.

—Es uno de los recuerdos que tengo de mi familia, la heredé de mi padre. Ha ido pasando de
generación en generación desde hace siglos.

—Eso es absurdo, Potter. El pelo de demiguise va perdiendo lustre y las capas van haciéndose
opacas, por buenas que sean.

—Esta no —negó Harry con los ojos brillantes y una sonrisa pícara—. Es la Capa de la Muerte, la
de la leyenda de los tres hermanos. De hecho, las tres reliquias son reales.

—¿En serio me estás diciendo que los cuentos de viejas son reales? —resopló Draco, examinando
la capa con renovado interés. Harry se sintió satisfecho al ver que le creía sin reservas y sin
necesidad de más explicaciones.

—Supongo que no es tal y como lo cuenta la leyenda pero sí, los tres objetos existen. O existían.
Voldemort consiguió la piedra a través de su propia familia materna, Dumbledore tenía la varita y
yo la capa, pero es todo un poco enrevesado. Si te interesa el tema te lo cuento otro día con más
tiempo, ¿de acuerdo?

—Te tomo la palabra —asintió Draco, impresionad, todavía inspeccionando la capa y estudiando
el tejido con los dedos—. ¿En qué se diferencia de una capa de pelo de demiguise? Aparte de no
perder efectividad, quiero decir.

—No le afectan hechizos de revelación y tampoco obedece a los encantamientos de invocación.


Creo que el ojo de Moody podía detectar que había algo, pero no sé exactamente cómo o qué veía
— explicó Harry.

—Bueno, creo que tu plan acaba de bajar unos cuantos puntos en la escala de locura; no eres tan
osado como yo pensaba, Potter —bromeó Draco, sonriendo.

—Cualquier diría que estás decepcionado.

—No soy yo quien vagaba por los pasillos del castillo con una cría de dragón cuando estaba en
primero. Te precede la fama que te has labrado.

—Dragona, concretamente. Ya tenía la capa en ese entonces pero me la olvidé en la torre cuando
por fin se llevaron a la cría y por eso nos pillaron. —Harry sonrió, nostálgico, recordando a
Norberta y aquella aventura en concreto—. Y te recuerdo que aquel día tú también acabaste
castigado, no soy el único que pululaba por los pasillos durante el toque de queda.

—Touché —admitió Draco con una carcajada.

—Si caminamos juntos y con cuidado cabremos los dos, así que será complicado que nos
descubran. Pero hay algo más—añadió Harry con tono triunfal extendiendo el pergamino del Mapa
del Merodeador encima de la mesa entre los dos—. Este es otro de los recuerdos de mi padre, mi
padrino y Lupin.

—¿El profesor? —preguntó Draco para asegurarse.

—Sí. Lo crearon ellos cuando iban al colegio.

—¿Qué es? —Harry sonrió al darse cuenta de que el hecho de que Draco se hubiese criado como
mago influenciaba en su reacción. No sólo le había creído inmediatamente acerca de la capa.
Donde un nacido de muggles habría señalado que el mapa sólo era un pergamino, Draco daba por
hecho que había magia involucrada en el asunto y se mostraba mucho más receptivo.

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —recitó Harry, tocando el pergamino con
la punta de la varita que se desplegó ante ellos—. Te presento el Mapa del Merodeador.

—Ostia puta —dijo Draco arrastrando las palabras. Harry levantó las cejas, divertido al escucharle
maldecir con una expresión tan muggle, preguntándose dónde la habría aprendido. Draco dejó la
capa a un lado para coger el mapa y examinarlo de cerca en cuanto comprendió lo que era—.
¿Puedo encontrar a cualquier persona?

—Puedes preguntarle por alguien directamente y el mapa lo buscará por ti en un instante —le
explicó Harry.

—Busca a Draco Malfoy —probó Draco inmediatamente. Una exclamación de sorpresa salió de
sus labios cuando el mapa se enfocó en ellos dos—. ¿Funciona con todo el mundo? ¿Incluso los
fantasmas?

—Sí, si está en el castillo o en sus terrenos. También muestra pasadizos secretos y algunas
contraseñas. Lo que mi padre y sus amigos conociesen en ese momento o lo que el mapa sea capaz
de identificar. Tiene una magia bastante poderosa, ha sido capaz de recrear los cambios de este ala
del castillo por sí mismo.
—Esto es una pasada, Potter. Ahora entiendo muchas cosas, como por qué eres capaz de
encontrarme en cualquier parte.

—Sí —se rio Harry con voz de disculpa—. No sé exactamente cómo funciona, aunque sospecho
algunas cosas que quiero probar en cuanto avancemos un poco en Teoría Mágica. Se recompone a
sí mismo y se adapta a la forma actual del castillo, así que hay más en el que el simple
conocimiento de mi padre y sus amigos. Por esta noche, si lo llevamos con nosotros sabremos
quiénes están de guardia y por dónde se están moviendo para poder evitarlos.

Draco levantó la vista del mapa con una sonrisa y le miró a los ojos. Harry estaba expectante,
seguro de que Draco no necesitaba más detalles sobre cuál era su plan.

—Vamos a volar, Potter —susurró Draco con voz ronca.

Casi una hora después, Harry inspiró el frío aire nocturno con satisfacción. A su lado, Draco hizo
lo mismo. Habían conseguido salir del castillo por un pasadizo que les dejaba junto al lago y que
Harry no había utilizado nunca. Había sido Draco quien lo había localizado, pues Harry había
pensado en salir por la puerta principal sin complicarse mucho más la vida. En cambio, Draco
había dedicado casi media hora a examinar el mapa centímetro a centímetro, pidiéndole permiso a
Harry para seguir estudiándolo en otro momento. Harry había asentido, conforme y feliz de ver a
Draco tan interesado. Mientras caminaban por los pasillos, intentando no hacer ruido, Harry había
sujetado a Draco de la cintura un par de veces para acercarlo a él y que no se les viesen los pies
sobresalir por debajo de la capa. Este le había correspondido la segunda vez, agarrándole también
de la cintura, y ya no le había soltado hasta que habían llegado a la entrada del pasaje por donde
habían salido, cuando se habían quitado la capa para guardarla en la mochila que llevaba Harry
colgada al hombro.

Antes de salir del pasadizo al exterior, Draco sacó el mapa una vez más y se cercioró de que no
hubiese nadie en los terrenos ni el campo de quidditch. Corrían el riesgo de que alguien mirase por
una ventana y les viese, pero ambos confiaban en que fuese lo suficientemente tarde y no hubiese
prácticamente nadie despierto y mucho menos mirando el paisaje. Además, contaban con el
amparo de la oscuridad, los dos se habían vestido con ropa deportiva oscura y abrigada para pasar
lo más desapercibidos posible.

—¡El último en llegar al campo de quidditch es muggle!—susurró Draco a su lado mientras


devolvía su escoba al tamaño natural, montándose en ella y dando una patada en el suelo para
elevarse a gran velocidad.

Harry lo observó alejarse antes de reaccionar. Guardó con cuidado el mapa en la mochila que
llevaba, junto a la capa, y se la ajustó a los hombros para que no le molestase al volar. Sacó la
escoba del bolsillo, que él también había miniaturizado para que no ocupase sitio bajo la capa y,
revirtiendo el hechizo, salió volando tras Draco, entrecerrando los ojos contra la corriente de aire,
disfrutando del frío de este contra su cara y de la sensación de velocidad. Aceleró un poco más,
apresurándose contra el puntito en movimiento que era Draco en la oscuridad. Lo alcanzó ya en el
estadio de quidditch. Draco lo esperaba suspendido en el aire a varios metros de altura justo en el
centro del campo, observándole con atención al llegar. Estaba tocándose la mejilla con cuidado,
palpándosela tentativamente.

—¿Algún problema? —preguntó Harry al llegar a su altura al ver que tenía un rictus de
preocupación en el gesto.

—No. Es sólo que me da miedo tragarme la mierda de la mandrágora. Se me había olvidado que la
tenía hasta ahora. —Draco hizo una mueca, buscando con la lengua la hoja y ajustándola mejor en
sus encías. Harry se rio por lo ridículo de su gesto y soltó una carcajada más audible cuando Draco
le fulminó con la mirada antes de reírse con él.

—Es verdad. —A Harry también se le había olvidado con todo lo que había ocurrido esa noche.
Ambos habían conseguido hablar con la intrusión de la hoja de mandrágora dentro de la boca con
bastante normalidad una vez se habían acostumbrado y Harry no había pensado en ella—. Mierda,
ahora me da miedo a mí también.

—Te fastidias, así no estoy solo en esto —bromeó Draco, burlón—. ¿Una carrera hasta
Hogsmeade?

—¡Te vas a cagar, tramposo! —gritó Harry cuando Draco salió volando de nuevo sin esperar su
respuesta ni hacer señal alguna.

Forzando la Saeta de Fuego a máxima potencia, Harry alcanzó a Draco sobre el camino que
llevaba al pueblo y redujo la velocidad lo suficiente para no rebasarle cuando observó que Draco
no buscaba competir realmente y que estaba esperándole. Volaron hasta el límite de las defensas
mágicas de Hogwarts en la frontera con Hogsmeade a toda velocidad, sin atreverse a traspasarlos
por si McGonagall podía notar la alteración en los hechizos de protección.

—Se respira paz —murmuró Draco, flotando a su lado, contemplando las luces del pueblo en la
distancia, destacando sobre la oscuridad del paisaje. Ni siquiera las ventanas del castillo a sus
espaldas, estaban iluminadas. Draco hizo un tempus con la varita y un reloj fantasmal apareció
flotando en el aire—. Deberíamos volver. Mañana no va a haber quién atienda en clase.

—Habrá merecido la pena —dijo Harry, que se sentía tan contento de estar encima de su escoba
que no le importaba en absoluto lo que pudiera ocurrir al día siguiente si no dormía—. Ojalá poder
jugar quidditch, no pensé que fuese a echarlo tanto en falta.

—Estoy de acuerdo —asintió Draco, volviéndose con una sonrisa feroz en el rostro—. Bueno,
Potter… veamos cómo de rápida puede llegar a ser esa escoba. Hasta el muro del lago donde está
el pasadizo, ahora sí, en serio. Quien pierda le escribe la redacción de Encantamientos al otro.

—Hecho. Prepara el tintero, Malfoy —aceptó Harry, tensando las piernas sobre la escoba
anticipando la emoción de la carrera.

Draco dio la señal de salida, volviendo a salir disparado antes de terminar la cuenta atrás. Harry se
apresuró a seguirle, forzando la Saeta de Fuego y embistiendo amistosamente a Draco con el
hombro cuando este intentó impedir que le adelantase. Con el cosquilleo de la emoción de
competir de nuevo vibrándole en el pecho, Harry se esforzó al máximo, consiguiendo aterrizar
apenas un segundo antes que Draco que, lejos de enfadarse por haber perdido, celebró la carrera
con un mudo gesto de triunfo, entusiasmado por la carrera y la emoción de volar. Sudorosos y
jadeantes por el ejercicio, pero los dos sonriendo estúpidamente por la excitación de la velocidad y
el vértigo de la altura, entraron de vuelta en el pasadizo que atravesaba el muro exterior del castillo
tras cerciorarse de que no había nadie cerca que pudiera descubrirlos.

Pegados el uno al otro, caminaron por los pasillos deteniéndose sólo cuando se cruzaron con el
Fraile Gordo, que salió súbitamente de uno de los muros de un pasillo pasando por delante de ellos
sin percibirlos. Harry estuvo preocupado todo el camino porque era capaz de oler su propia peste a
sudor. El olor que subía de su camiseta empapada, que se le pegaba a la espalda, era imposible de
pasar por alto, así que le cohibía un poco tener a Draco tan cerca, ya que este parecía seguir
oliendo al aroma floral que lo caracterizaba tan agradablemente como siempre. Muerto de
vergüenza de tener que ir bajo la capa tan pegado a él y temiendo que estuviese molesto, aunque
no dijese nada, Harry intentaba separarse de Draco lo más posible, pero este lo sujetó de la cintura
para impedir que les asomasen los tobillos por el borde de la capa.
—Sé que es tarde, pero voy a ducharme; apesto —le informó Harry, cohibido todavía, una vez
llegaron a la seguridad del dormitorio, mientras ambos se quitaban las ropas sudadas y las tiraban
descuidadamente a un lado. Muerto de curiosidad, Harry no pudo evitar preguntar en voz alta—.
¿Cómo demonios haces para no oler a sudor?

—Claro que huelo a sudor, Potter —dijo Draco con fingido desdén—. No seas absurdo. Que tu
olor sea más fuerte que el mío no significa que yo no huela.

Harry se rio, sintiéndose un poco histérico al pensar que eran las tantas de la madrugada y estaba
comparando su olor corporal con el de Draco como si fuese la conversación más natural entre dos
personas. Mordiéndose la lengua para no decirle a Draco que no sólo no apestaba, sino que olía
fantásticamente bien a aquel aroma floral característico suyo que tanto le gustaba, Harry entró en el
cuarto de baño antes de decir algo que pudiera molestar al otro chico o enrarecer el ambiente.

Ambos pasaron por la ducha antes de ponerse ropa para dormir y tumbarse en la cama. A pesar de
que un sentimiento de incertidumbre le había invadido al salir de la ducha, Harry se había
tranquilizado al ver a Draco derrumbarse sobre su cama sin decir nada, envolviéndose en las
sábanas. Harry suspiró, terriblemente cansado, pero satisfecho y relajado. Bocarriba en la cama,
cruzó las manos por encima del estómago, escuchando la respiración de Draco haciéndose más
lenta y regular en la oscuridad. Se preguntó si Draco se había acostado sin realizar un hechizo
enfriador de manera intencionada o no lo había recordado, pero no quiso preguntar en voz alta para
no desvelarle. Harry tenía la esperanza de que hubiese sido a propósito. Eso querría decir que
Draco estaba a dar una oportunidad al ejercicio como técnica para evitarlas y que confiaba en él y
en su criterio. O quizá en su consuelo. Aunque aquello le hizo derretirse un poco por dentro, Harry
deseó que no las tuviese; definitivamente odiaría ver a Draco pasarlo mal aunque eso le diese una
excusa más para tocarlo.

—Potter… —susurró Draco en voz baja. Harry hizo un murmullo de asentimiento, indicándole que
todavía estaba despierto—. Me ha sentado genial volar. No me había dado cuenta de lo mucho que
lo echaba de menos. ¿Tú no?

—Muchísimo —murmuró Harry, que sentía los músculos de las piernas agarrotados por la presión
de mantenerse sobre la escoba, una sensación que había añorado más de lo que creía—. Quizá
podamos repetir mañana. ¿Crees que si le pedimos a Hooch alguna snitch vieja nos la prestaría sin
demasiadas preguntas?

Sólo le respondió un resoplido cadencioso desde la cama de Draco. Se había quedado dormido en
cuestión de segundos. Satisfecho, Harry se giró hacia él para poder verle inmediatamente si se
despertaba, cerró los ojos y cayó en un sueño intermitente, desvelándose frecuentemente, lo justo
para entreabrir los ojos y cerciorarse de que Draco descansaba sin pesadillas. No se atrevía a
quedarse profundamente dormido e incumplir su promesa de intervenir para despertarle o
consolarle. En cualquier caso, no fue necesario que lo hiciese, Draco descansó toda la noche del
tirón sin apenas moverse, exhausto.

Harry se despertó del todo poco antes del amanecer, agotado pero incapaz de seguir durmiendo.
Era insoportablemente temprano y su cuerpo se quejó de dolor cuando se estiró. Sabía que
necesitaba dormir: no sólo la noche anterior se habían acostado a altas horas de la madrugada, sino
que las dos noches anteriores no había descansado adecuadamente. Se levantó y se desperezó de
nuevo, intentando reanimar los músculos de las piernas y la espalda, entumecidos por el ejercicio
de la noche anterior y por la mala postura al dormir al pie del sofá de la sala común,
respectivamente. Echó un vistazo hacia la cama de Draco, donde este todavía dormía plácidamente.
Con la boca entre abierta, de lado y abrazando la almohada, era la viva imagen del descanso. Harry
sonrió, feliz de verle tan relajado.
Como no deseaba hacer ruido y despertarle, Harry aprovechó y se sentó en el escritorio, cogiendo
pluma y pergamino para escribir una carta a Ron. Se imaginaba que Hermione lo habría mantenido
al tanto de todo lo que había ocurrido durante aquella primera semana de clases, pero le apetecía
contárselo él mismo. Al terminar, la releyó antes de firmarla, intentando recordar si se estaba
dejando algún detalle. Se había explayado no sólo en las clases o describiéndole el dormitorio;
también le había contado cómo eran los juegos de la sala común y su intención de intentar hacerse
animago. Se había callado una vez más sus deseos de reorientar sus estudios académicos al
profesorado, porque aún no estaba seguro de que fuese a ser capaz de aprobar Teoría Mágica, pero
Hermione conocía acerca de su trabajo con la animagia y Harry consideraba justo que Ron también
estuviese enterado, ya que de haber estado en Hogwarts, lo habría sabido.

No había mencionado nada sobre que Draco también iba a intentarlo a instancias suya. Hermione
sí lo sabía y aquello ya no tenía remedio, pero Draco tenía todo el derecho a mantenerlo en secreto
y Ron no era amigo suyo. Además, Harry imaginaba que dado que había mencionado a Draco por
su nombre múltiples veces a lo largo de la carta, Ron ya tendría bastante con asumir cuánto habían
cambiado las cosas sin necesidad de contarle ese detalle o la amistad, intimidad y confianza que
habían que habían compartido el día anterior. Sólo esperaba que Hermione ya le hubiese empezado
a dejar caer a Ron alguna indirecta sobre su incipiente amistad con Draco, porque tenía dudas de
que Ron fuese a aceptarla de buen grado de buenas a primeras.

En cualquier caso, Harry confiaba en que, aunque le chocase al principio, Ron acabaría
entendiendo la situación. Sabía que los Weasley tenían prejuicios, bastante justificados si era
sincero consigo mismo, contra los Malfoy en particular, pero también que eran personas justas y
ecuánimes. Sería cuestión de tiempo que asumiesen la nueva tesitura. Esperando que la forma en
que le había contado los sucesos de la semana fuese suficiente para ir ayudando a que Ron abriese
la mente cuando llegase el momento de contarle lo mucho que le gustaba Draco y aquella especie
de relación de amistad estrecha que habían inaugurado desde el día anterior, Harry firmó la carta.
La dobló con una sonrisa, pensando en que daba por hecho que habría un momento en que le haría
ilusión hacerlo y que Ron aceptaría con alegría por él la noticia.

Un ruido perezoso detrás de él le llamó la atención cuando sellaba el pergamino con un hechizo. Se
volvió hacia Draco, que estaba despierto y le miraba con ojos somnolientos.

—¿No es un poco temprano para estar levantado, Potter? —bostezó, estirándose y pateando las
sábanas con los pies hacia abajo.

—Buenos días a ti también —bromeó Harry con desparpajo, empezando a quitarse la camiseta
vieja con la que había dormido para ponerse el uniforme antes de ir a enviar la carta. Draco le
sonrió en respuesta—. Parece ser que mi cuerpo me odia. Decidí que dado que no podía dormir
más, escribir una carta a Ron sería una buena forma de aprovechar el tiempo. ¿Qué tal has
descansado tú?

—Muy bien —dijo Draco, esbozando una sonrisa satisfecha—. Tu sugerencia ha funcionado bien,
supongo que debo darte la razón.

—Puedo acostumbrarme a ello, desde luego —se rio Harry.

—Me duelen las piernas —confesó Draco, incorporándose con un quejido—. Creo que debí
haberme controlado un poco más ayer, he perdido forma física.

—A mí también me pasa. Será mejor que hoy no salgamos, pero de mañana no pasa. No sabía que
lo echaba tanto de menos.

—De acuerdo —volvió a bostezar Draco—. Podríamos establecer una rutina de entrenamiento para
ponernos en forma. En fin, sé que me acabo de duchar, como quien dice, pero creo que voy a
volver a hacerlo, me ayudará a despejarme.

—Yo también tomaré una ducha, no quiero quedarme dormido en Defensa y quedar mal con la
nueva profesora. —Harry se sentó en el baúl para ponerse las deportivas—. Voy a llevar la carta a
la lechucería en lo que te duchas tú y yo lo haré después, cuando vuelva.

—Como quieras. —La voz de Draco sonó un poco desilusionada, pero se levantó, quitándose la
camiseta del pijama con pereza. Harry dudó unos instantes y una idea cruzó por su mente.

—Salvo que prefieras acompañarme —le propuso, estudiando atentamente la reacción de Draco
para saber si había acertado—. Puedo esperarte, ducharme yo también y bajamos directos a
desayunar después de pasar a la lechucería. —La cara de Draco se iluminó con una sonrisa y Harry
supo que había acertado.

—De acuerdo. Siempre me ha gustado ir a la lechucería y no he tenido ninguna excusa para


hacerlo desde que volvimos.

—¡Claro! —exclamó Harry al momento, volviendo a sacarse las zapatillas de dos patadas, contento
de que Draco quisiese pasar por iniciativa propia ese rato con él, archivando en su mente el dato de
que le gustaba ir a la lechucería y notando que su cansancio se disipaba repentinamente con
energías renovadas.

Varias horas más tarde, mientras se dejaba caer en la silla para el almuerzo, se preguntaba en qué
momento se había escurrido toda ese energía que le había invadido en ese momento. La clase de
Defensa no había sido especialmente dura: la profesora Staunton se había limitado a presentarse,
conocerlos uno a uno y hablar con ellos sobre sus expectativas sobre la asignatura. Además, que
los profesores hubiesen decidido aglutinar las horas de las asignaturas en vez de dispersarlas
durante la semana hacía que resultase más cómodo concentrarse y aprovechar el tiempo de clase.

Sin embargo, a Harry se le habían empezado a cerrar los ojos antes de terminar la primera hora de
clase. Draco le había dirigido un par de miradas inquisitivas que luego se habían convertido en
discretos codazos cuando le veía cabecear. Hacia el final de las clases, la jaqueca por no haber
dormido prácticamente nada en tres días se le había extendido hacia los hombros y los notaba
cargados y doloridos, pero no se quejó. Hermione le había mirado preocupada durante todo el
camino desde el aula hasta el Gran Comedor y se había sumado a los codazos de Draco cuando se
sentaron a almorzar.

—Tienes mala cara, Harry —dijo finalmente Hermione, tras varios minutos examinándolo—.
Quizá deberías ir a la enfermería y que te vea Madame Pomfrey.

—Es sólo que he dormido poco —se justificó Harry, sintiéndose culpable por ocultarle su pequeña
correría nocturna, pero sabiendo que si se lo contaba, la chica le regañaría—. Se solucionará con
un poco de descanso.

—A lo mejor podría recetarte una poción de sueño. Por cierto, Ron preguntó por ti en la carta que
mandó anoche. Dice que te has olvidado de él —le reprendió Hermione, cambiando de tema.

—Le he escrito esta mañana —dijo Harry, contento de no haberlo dejado pasar—. Tiene razón,
esta semana han ocurrido tantas cosas que se me antoja una eternidad y parece como si hiciese
meses que no hablo con él en vez de unos días.

—No eres el único con esa sensación —intervino Draco desde el otro lado, demostrando que
estaba escuchando.
—¿Le has contado… ya sabes? —preguntó Hermione en tono misterioso, mirando a su alrededor
con sospecha, cerciorándose de que ninguno de sus compañeros les estuviese prestando atención.

—Sí —respondió rápidamente para que Hermione no tuviese que especificar nada más—. Sobre
eso, Hermione… Le he contado lo que yo —Harry puso énfasis al referirse a sí mismo— voy a
intentar. Sé que por cómo se han dado las cosas tú también lo sabes, pero lo más prudente es que
nadie más se entere de esto.

—No importa, Potter —dijo Draco en voz baja, entendiendo a qué se referían.

—Draco tiene razón —contestó Hermione, extrañada—. Además, hay un registro público, en algún
momento todo el mundo lo sabrá. Entiendo que lo queráis mantener en secreto por ahora, pero
antes o después…

—Digamos que algunos de nosotros —Harry volvió a hacer énfasis. Él era reacio a no registrarse,
pero no iba a juzgar que Draco no quisiese hacerlo y tampoco había tomado una decisión definitiva
al respecto— no están a favor de registrarse llegado el momento.

—No me importa si tus amigos lo saben, Potter —insistió Draco—. Tampoco sé hasta qué punto es
viable en este momento considerar la opción de no registrarse.

—Lo decía porque dijiste que no querías hacerlo y…

—Lo sé y te lo agradezco —le interrumpió Draco, mirándole con una sonrisa sincera que
tranquilizó a Harry—. Pero no quiero obligarte a tener secretos con tus amigos, no me importa si se
lo cuentas también a Weasley. Ya enfrentaré el tema del registro si es que llegamos a ese punto, no
comerciemos con las escamas de un dragón que no hemos cazado aún. De todos modos, sí que sigo
pensando que es mejor que no lo sepa mucha gente.

—En cualquier caso, no os preocupéis —les tranquilizó Hermione. La chica estaba seria, pero
Harry agradeció que la chica no sermonease a Draco al respecto; sólo serviría para ponerle a la
defensiva—. No le he dicho nada a nadie, ni siquiera a Ron, sobre eso en concreto. Supuse además
que en tu caso, Harry, querrías hacerlo tú mismo.

—Lo cierto es que sí. Gracias, Hermione. Eres estupenda.

—Sí que le he contado cómo van las cosas por aquí, entre nosotros —comentó Hermione
casualmente. Harry se sonrojó, pensando que había tenido razón al pensar que seguramente la
chica había empezado a allanar el camino—. Dice que se alegra mucho de que hayamos formado
un grupo compacto y que ahora le da un poco de envidia no haber regresado a Hogwarts con
nosotros.

—¿Ron ha dicho eso? —preguntó Harry, optimista en cuanto a cómo iba a reaccionar entonces a la
llegada de su carta, pero pensando que quizá, si Ron hubiese ido a Hogwarts con ellos, las cosas no
se hubiesen dado de la misma forma.

Para empezar, Harry y él y habrían compartido el dormitorio con casi total seguridad y eso no le
habría permitido acercarse tanto a Draco ni le habría obligado a plantearse un enfoque menos
belicoso en su trato con él. Una de las cosas que había ayudado a que se uniesen como grupo había
sido la necesidad de no hacer pequeños grupos independientes. Con Hermione no había habido ese
problema. Su relación con ella era diferente, el tiempo que habían pasado solos buscando las
reliquias les había unido muchísimo, pero la chica solía respetar mucho su espacio personal.

—¡Harry! —le llamó Neville desde el otro lado de la mesa—. Sigue en pie lo de ir a Hogsmeade
esta noche, ¿no?

—¿Qué? —preguntó, parpadeando con sorpresa, intentando recordar de qué estaba hablando
Neville.

—La fiesta de Slughorn, ¿recuerdas? Es esta noche.

—¡Ah! Sí, claro. —respondió Harry forzando el tono de entusiasmo y mirando de reojo a Draco,
que parecía súbitamente muy interesado en el plato de su comida. Harry había olvidado
completamente que habían quedado en ir a Hogsmeade a cenar. Pensó con fastidió que en ese
momento prefería seguir pasando tiempo con Draco y que lo más fácil habría sido que este cediese
y fuese con ellos. Por un segundo pensó excusarse aduciendo que estaba cansado y dolorido, pero
tampoco creyó que fuera bueno aislarse del resto de compañeros. Además, le había dicho a Draco
un par de días antes que en cualquier caso él sí iría, así que volvió a asentir—. ¿Tú vendrás,
Hermione?

—No. Iré a la fiesta de Slughorn —anunció esta con aplomo, sorprendiendo a gran parte de la
mesa.

—¿En serio? —preguntó Harry con incredulidad, abriendo los ojos de par en par por la sorpresa—.
Pensé que odiabas ese tipo de eventos. En sexto…

—Detesto lo que Slughorn hace en esas fiestas, pero debo empezar a pensar en mi carrera laboral.
Ir a esas fiestas puede proporcionarme ciertos contactos que me vendrán bien más adelante, cuando
entre en política. Al final, es lo que Slughorn pretende y, mientras las cosas funcionen así, debo
utilizar el sistema para cambiarlo desde dentro. Y francamente… soy más inteligente que él, creo
que me beneficiaré más yo de sus contactos que él de los míos —concluyó Hermione con un tono
presumido que despertó vítores de acuerdo en la zona de la mesa donde estaban sentados Justin y
Dean.

—Suerte con eso —murmuró Harry con un resoplido, que no comprendía cómo Hermione podría
soportar trabajar toda la vida en un mundo de apariencias y contactos, lleno de personas a las
cuales sólo les interesabas por lo que podían obtener de ella. Él, personalmente, había tenido
suficiente de personas intentando obtener cosas de él.

—Michael y yo también asistiremos —dijo Morag—. ¿Te parece bien si vamos juntos, Hermione?

—Ya que va a ser una mierda, qué menos que apoyarnos entre nosotros —asintió Hermione con
una sonrisa.

—Contad conmigo también. —Ernie parecía, como Draco, muy interesado en mover la comida
dentro de su plato, pero su voz había sonado clara.

Harry no comprendió su actitud, porque habían quedado en que todos respetarían la decisión que
tomase cada uno y que no habría de qué avergonzarse, pero vio que Justin, que estaba sentado al
lado de Ernie, apretaba la mandíbula, enfadado, y supuso que habría sido un tema de conflicto
entre ellos.

—Bajaré a Hogsmeade ahora después de comer —les informó Dean a los demás con la boca llena,
provocando una mirada de desaprobación general en la mesa por sus modales. Tragó antes de
seguir—. He quedado con Seamus para pasar allí el día así que, si queréis, puedo pedir que
Rosmerta nos guarde una mesa de los reservados para cenar los seis, si no os importa que Seamus
venga.
El resto asintió conforme, celebrando la idea de Dean. Con un rápido cálculo, Harry comprendió
que Dean no había excluido a Draco en la cuenta, dando por hecho que iría con ellos, pero este no
parecía escuchar la conversación o bien había decidido no darse por aludido. Con un sentimiento
de culpabilidad por dejar a Draco solo en el castillo, Harry deslizó la mano izquierda por debajo de
la mesa y le rozó con suavidad la pierna para llamarle la atención. Draco levantó la vista al
momento, inquisitivo. Harry se mordió la lengua.

Quería insistirle para que fuese con él a Hogsmeade, pero no sabía si era prudente o sólo
provocaría que se cerrase más en banda; tampoco quería disculparse por ir él, porque era una
dinámica en la que no debían entrar ninguno de los dos. Quería pasar todo el tiempo posible con
Draco y le gustaría que pudieran hacer todas las cosas juntos, pero no podía supeditar sus
decisiones a las de él si querían tener una amistad saludable. Y, aunque consideraba que no era
positivo que Draco no se uniese al grupo para aquella actividad, que no entendería qué ocurría para
que Draco los rechazase, también comprendía que Draco era adulto y podía tomar sus decisiones.

Al final, sólo le sonrió. Sabía que debía parecer una sonrisa cansada, pero Harry la sentía sincera y
esperaba que Draco también la percibiese así. Draco le devolvió la sonrisa antes de bajar la mano y
esconderla bajo la mesa, buscando la de Harry que todavía descansaba sobre su rodilla, y le dio un
pequeño apretón antes de soltarla y coger la servilleta para limpiarse las comisuras de los labios
con elegancia.

—Si no has terminado, te espero —le indicó Draco al cabo de unos segundos, señalando el plato
de Harry, todavía rebosante de comida. Este lo miró y negó con la cabeza. No quería comer nada
más. Masticar hacía que le doliese más la cabeza y la hoja de mandrágora le estaba molestando,
pues no era capaz de mantenerla apartada junto a la encía y había estado a punto de tragársela dos
veces—. Prácticamente no has comido.

—Lo cierto es que no tengo mucha hambre. Vamos —dijo Harry levantándose para evitar que
insistiese—. Hermione, ¿vienes?

—Voy a quedarme un poco más —contestó la chica mirándole con preocupación de nuevo—. Tú
deberías descansar un poco, Harry. Si vas a ser tan cabezota como para no ir a ver a Pomfrey…

—Estoy bien, de verdad. Te haré caso y descansaré un rato antes de bajar a Hogsmeade. —Harry
se despidió de ella dándole un beso en la coronilla del pelo alborotado, agradecido porque
Hermione había estado toda la semana pendiente de él a pesar de que había pasado poco tiempo
con ella—. Nos vemos más tarde, antes de que salgáis para la fiesta, ¿de acuerdo?

Después de llegar a la habitación y cambiarse el uniforme por ropa deportiva para estar más
cómodos, Harry se sentó frente al escritorio dispuesto a estudiar, pero Draco se quedó de pie junto
a la cama, mirándole con desaprobación.

—Potter, no pretenderás estudiar, ¿verdad?

—Sí —confesó Harry, perplejo. Se había propuesto trabajar en Teoría Mágica y contaba con que
Draco le ayudaría, pero no parecía que este estuviese dispuesto a hacerlo, pues le miraba con una
expresión poco conforme y el ceño fruncido—. ¿Tú no?

—Deberías descansar —dijo Draco, apretando los labios.

—No importa —negó Harry, abriendo el manual básico de Teoría Mágica que le había prestado
Draco y sacando un pergamino limpio—. Puedo hacerlo más tarde, es casi fin de semana, pero
ahora debo seguir con esto, tú mismo dijiste que necesitaría al menos una hora de estudio extra al
día si quería alcanzar el nivel de la clase.
La tentación de no hacer nada durante toda la tarde le resultaba casi irresistible. Cuando
McGonagall le había ofrecido volver a Hogwarts, Harry había rechazado instintivamente la idea de
volver a estudiar. Sin embargo, cuando había empezado a dar vueltas a la idea de ser profesor, en
lugar de amilanarse ante la cantidad de cosas que tendría que estudiar y preparar, se había
entusiasmado y había decidido seguir rutinas de estudio similares a las que Hermione les había
aconsejado a él y a Ron en quinto para preparar los TIMO, resuelto a conseguir su objetivo e
ilusionándose por primera vez en la vida en estudiar. Con la animagia le pasaba algo similar:
estaba dispuesto a estudiar por placer, sólo por el gusto de saber que podía conseguirlo.

—Sí, sí importa, Potter. —Draco se acercó al escritorio y le quitó el libro de texto de las manos—.
Tienes una cara horrible, casi te quedas dormido en tu asignatura favorita a pesar de que querías
causar buena impresión a la profesora y apenas has comido.

—Me duele la cabeza —admitió Harry cautelosamente—, pero sólo es porque ayer nos acostamos
tarde, no tiene más importancia.

—No sé por qué tengo la sensación de que esta noche no has dormido prácticamente nada por estar
pendiente de mí, Potter. —Harry, avergonzado, agachó la cabeza admitiendo tácitamente la
acusación de Draco—. Y las dos noches anteriores tampoco, a juzgar por lo que dijiste ayer.

—Si no trasnochamos ahora que tenemos dieciocho años, no vamos a hacerlo cuando seamos
viejos —bromeó Harry, intentando quitarle hierro al asunto, pero Draco siguió mirándole con
seriedad—. Debería estudiar Teoría Mágica o me perderé también los conceptos que expliquen la
semana que viene —insistió Harry, hablando ya en serio.

—Te prometí que yo te ayudaría con eso. Y tú dijiste que te dejarías ayudar —le recordó Draco,
sin darle tregua—. Pero ahora necesitas descansar.

—¿No podemos llegar a un término medio? —propuso Harry, intentando negociar. Draco enarcó
una ceja, así que siguió adelante—. Estudiar un rato, menos que otros días aprovechando que es
viernes. Luego podemos ir a la sala común a relajarnos o, si quieres, a revisar alguno de los
manuales de animagia.

—Revisar libros de animagia también es estudiar —negó Draco antes de suspirar y claudicar—.
Eres la persona más insufriblemente cabezota que he conocido en mi vida, Potter.

—Pero me aprecias igual —bromeó Harry, intentando sonreír y creyendo que había ganado.

—Eso es lo que te salva. —Draco se sujetó el puente de la nariz, suspirando exasperado. Pareció
reflexionar durante unos segundos—. Está bien, esta es mi última oferta: coge un puñetero manual
de animagia, el que más te guste, y nos vamos a la sala común, nos ponemos cómodos y lo
estudiamos juntos.

—Pero… —Harry perdió la sonrisa, pero Draco meneó la cabeza, inflexible.

—Nada de Teoría Mágica por hoy. Es viernes por la tarde y estás exhausto. Al menos no estaremos
sentados detrás de un escritorio. Incluso para estudiar hay que encontrarse bien, o únicamente
perderás el tiempo, Potter.

—De acuerdo —se rindió Harry tras unos segundos, al ver que Draco le sostenía la mirada sin
ceder. Se levantó de la silla y cogió un manual de iniciación del montón que Hermione les había
traído antes de seguirle fuera del dormitorio.

Draco escogió el mismo sofá que habían utilizado el día anterior. La sala común todavía estaba
vacía, el resto todavía debía estar terminando de almorzar. Que durante ese curso sólo tuviesen
clase por las mañanas para que pudiesen emplear las tardes en estudiar y el comentario de Dean
sobre ir a Hogsmeade a ver a Seamus le hacía pensar a Harry que seguramente el resto de sus
compañeros no tendrían prisa por regresar a sus habitaciones y que casi todos se tomarían la tarde
libre.

—¿Te sigue doliendo la cabeza? —preguntó Draco con voz suave, descalzándose antes de subir los
pies al sofá.

—Sí —admitió Harry, que sentía los hombros cada vez más doloridos y la nuca como si le fuese a
estallar—. Es sobre todo carga cervical. No te preocupes, estoy acostumbrado a los dolores de
cabeza.

—No me preocupo. —Draco se recostó, apoyando la cabeza en la oreja del sofá y estirando las
piernas. Se acomodó un cojín tras la espalda antes de indicarle—. Túmbate aquí.

—¿Q… qué? —tartamudeó Harry, súbitamente nervioso. Draco había estirado las piernas a lo
largo del sofá y estaba señalándole el hueco que había entre sus piernas.

—Tú sostienes el libro de manera que ambos podamos leerlo a la vez y vas comentándolo en voz
alta.

—No quiero aplastarte.

—No lo harás —replicó Draco, perdiendo la paciencia.

—Pero…

—Potter —le interrumpió Draco, exasperado—. Que te sientes.

La voz de Draco había sonado tan imperativa que obedeció sin pensárselo más. Se sentó entre sus
piernas abiertas y, antes de que pudiese hacer nada más, Draco le pasó los brazos por las axilas y,
poniéndole las manos en el pecho, le atrajo hacia él, tirando hasta que Harry descansó sobre su
pecho.

—Empieza a leer, Potter —le indicó Draco en voz baja. Harry sintió la respiración tranquila de
Draco hacer que los pelos de la coronilla se le moviesen, haciéndole cosquillas y relajándolo.

Harry, que se había sonrojado de la vergüenza, abrió el libro. Hasta ese momento, la mayoría de las
veces que ambos se habían acercado tanto habían sido iniciativa suya, no de Draco, pero no era
algo que Harry planease, simplemente se dejaba llevar. Sin embargo, parecía que Draco sí había
pensado en ello a juzgar por cómo había tomado la delantera.

—Si estás incómodo o no quieres, podemos dejarlo estar. —La voz de Draco sonó junto a su oído,
y Harry notó como su aliento le hacía cosquillas en la oreja, provocando que los mechones de pelo
que le salían disparados en esa parte bailasen al ritmo de sus palabras—. Lo siento, a lo mejor he
sido un poco brusco.

—¡No! —Harry negó sin pensar, asustado por si Draco le hacía levantarse—. ¡Está bien, de
verdad! Es sólo que no me lo esperaba y no sabía cómo reaccionar. Normalmente, tú…

—Lo sé —admitió Draco con voz triste—. Por eso lo siento. A ti te sale natural, no lo planeas.

—Simplemente no lo pienso. Es uno de mis grandes defectos, actuar antes de pensar.


—Yo intento no pensar, pero no siempre me sale. Tiendo a dar demasiadas vueltas a las cosas.
Sólo pretendía… Decías que te dolía la cabeza y había pensado… —Draco suspiró, buscando las
palabras adecuadas. Harry esperó con paciencia a que aclarase sus ideas—. Creí que te vendría
bien relajarte. Y ayer te prometí que intentaría corresponderte.

—¿Era una promesa? —preguntó Harry esperanzado, sintiéndose un idiota al hacerlo.

—Lo era —susurró Draco.

Una oleada de excitación invadió el cuerpo de Harry al oír eso. Sabía que estaba comportándose
como un idiota todo el tiempo con Draco en mente, deseando tocarle y pensando que era muy
guapo, pero no sabía qué significaba él para Draco exactamente. Tampoco sabía qué era Draco
para él. Sólo podía comparar su amistad con las de Ron y Hermione y, desde luego, ninguna de
ellas se parecía. Tampoco podía comparar con Ginny o Cho, así que no estaba seguro de que fuese
como aquello. Con ellas las cosas habían sido más impulsivas, sobre todo por parte de ellas, que
eran quienes habían tomado la iniciativa. Ni siquiera se había parado a pensar qué significaba para
Draco todo aquello y si él sí tenía ese trato con sus amigos que, aunque no estuvieran en Hogwarts,
Harry sabía que existían: Parkinson, Zabini, Nott, Goyle... Dudaba que hubiese roto relaciones con
todos ellos, recordaba haberlos visto juntos en el Ministerio durante los juicios de los mortífagos.

Intentó desechar la sombra que cruzó su mente cuando se le ocurrió que quizá todo aquello sólo era
algo fruto de las circunstancias en las que estaban y que no debería emocionarse demasiado. Al fin
y al cabo, se conocían de apenas unos días, aunque llevasen años pendientes el uno del otro, se
habían limitado a pelear y detestarse mutuamente. Que hubiesen conectado no significaba que
pudiesen llegar más lejos. Por otro lado, Draco había afirmado la noche anterior que intentaría
corresponder a las muestras de amistad de Harry y que estaba dispuesto a dejarse ayudar y mimar,
y había vuelto a afirmarlo al abrazarle en el sofá, así que tampoco podía ser sólo el producto de
una circunstancia inusual y casual.

Decidido a alejar los pensamientos negativos, Harry movió la cabeza hacia atrás, frotando con su
pelo la barbilla de Draco, que enterró la nariz en sus mechones e inspiró con fuerza. Harry se
preguntó si él olería tan bien para Draco como sucedía al contrario, sonrojándose al pensar aquella
tontería. Reprimió un gemido de súplica cuando Draco se movió y dejo de hacerlo, pero no tuvo
tiempo de quejarse. Draco hundió los dedos en su pelo y empezó a acariciarle el cuero cabelludo.
Esta vez, Harry no se contuvo y suspiró de placer. Se acomodó mejor, bajando un poco el cuerpo
para apoyar la cabeza en el pecho de Draco, que siguió masajeándole la cabeza, y miró hacia
arriba. Draco le estaba sonriendo, así que Harry le devolvió la sonrisa beatíficamente.

Draco dejó de acariciarle el pelo y bajó las manos hasta sus hombros, masajeándolos durante
varios minutos. Harry se había olvidado completamente de que supuestamente estaba leyendo el
manual de animagia en voz alta para Draco y cerró los ojos. Este siguió dándole un masaje,
relajando sus músculos y haciéndolos ceder apretando con fuerza con los dedos. La sensación de
dolor y carga se transformó en relámpagos de placer que recorrieron todo su cuerpo. Harry,
sintiendo cómo su entrepierna reaccionaba por la delicia del masaje, se ruborizó al recordar que
llevaba ropa deportiva lo suficientemente holgada como para que, si la tela se tensaba, Draco lo
notara. Abrió los párpados y miró hacia arriba, intentando reponerse a las sensaciones de las manos
de Draco en sus hombros para buscar una manera de remediarlo, pero este estaba mirándolo con
intensidad y Harry se quedó atrapado en sus ojos.

Harry, que estaba preguntándose cómo de discreto sería abrir el libro, que hasta entonces había
estado olvidado en el suelo, y colocarlo de pantalla o acomodarse disimuladamente los calzoncillos
para evitar que Draco se fijase en la tienda de campaña, se removió inquieto. Al hacerlo, notó que
algo duro en el pantalón de Draco se clavaba en la parte baja de su espalda y se quedó quieto. No
sabía si temía más molestar a Draco por frotarse contra él o que interpretase que estaba incómodo
y dejase de acariciarle los hombros.

—Potter… —dijo Draco que, concentrado en lo que hacía, llevaba un rato en silencio—. ¿Sigue en
pie la oferta de ir con vosotros a Hogsmeade?

Harry parpadeó sorprendido por lo inesperado de la pregunta. Había estado pensando en cómo
podía solucionar aquello y no había contado con que sería el propio Draco quien daría el paso para
poder hacerlo. Draco subió los dedos hasta su cuello, presionándolos con cuidado y relajándole. El
dolor de cabeza de Harry había remitido en gran medida gracias al masaje.

—Claro que sí, idiota. Ya has oído a Dean en el almuerzo cuando ha dicho de hacer la reserva.
Todos cuentan contigo. Contamos contigo —remarcó Harry. La comisura del labio de Draco se
estiró hacia arriba—. Si no te he insistido para que vinieras era porque no quería presionarte.

—Te agradezco que no lo hicieras. —Draco se calló unos segundos más, dejando de mover los
dedos durante un momento—. Entonces, si a nadie le parece mal, me gustaría ir.

—Genial —se alegró Harry. Dudó unos segundos antes de preguntarle—. Necesitas… Quieres…
Yo…

—Arranca, Potter —le animó Draco, sonriendo con un resoplido impaciente.

—Lo siento. No quiero que te enfades conmigo.

—Sé lo que vas a decirme.

—No te enfades, por favor —le suplicó Harry.

—No me enfado —dijo Draco, volviendo a masajearle los hombros. Harry hizo un sonido de
agradecimiento que hizo que Draco sonriese más—. Pero no será necesario. Mi madre pudo
hacerme llegar ayer un par de galeones con el correo matutino. No es mucho, pero me alcanzará
para pagar mi consumición.

—Quizá deberías ahorrarlo por si te es necesario más adelante —sugirió Harry tímidamente.

—Potter…

—Prometiste dejarte ayudar. —Draco no contestó, pero Harry percibió que su respiración se había
alterado levemente—. Por favor…

—Te lo devolveré en algún momento —prometió Draco en un susurro. Sonaba muy avergonzado.

—No es necesario —murmuró Harry, cerrando los ojos otra vez para disfrutar de las sensaciones
del masaje.

—Me dejarás que lo haga o pagaré con mi dinero —amenazó Draco.

Harry cerró la boca, no queriendo forzar más las cosas, pero tampoco asintió. Al fin y al cabo,
faltaba mucho tiempo para ese momento. Draco siguió masajeándole los hombros, el cuello y la
cabeza y Harry permitió que los músculos de su cuerpo se aflojasen, relajándose. Otro suspiro de
placer escapó de su pecho y sintió a Draco resoplar de risa en su oído, haciéndole cosquillas con su
aliento.

—Quizá deberías colocártela, puede entrar alguien —susurró Draco junto a su oreja. Harry abrió
los ojos de golpe y vio con pánico que, entre el masaje y la conversación, se había olvidado del
bulto de su entrepierna. Se sonrojó violentamente, avergonzado de que Draco se hubiese dado
cuenta—. Relájate, no pasa nada. Es normal.

—Yo…

—A mí no se me ve porque estás tú encima —murmuró Draco.

—Me había dado cuenta —admitió Harry, ruborizándose todavía más y se apresuró a acomodarse
la ropa, atrapándosela en el elástico del calzoncillo y cerciorándose de que tuviera sitio para
estirarse hacia un lateral en lugar de hacia arriba.

—Relájate, Harry —repitió Draco una vez, intensificando la presión de las manos en sus hombros.

El aliento en su oreja le hacía cosquillas y no ayudaba a controlar la situación de su entrepierna, así


que Harry se rindió. Cerró los ojos otra vez, obedeciéndole. El cansancio acumulado, el aroma
floral de Draco inundando sus fosas nasales, sus dedos acariciándole y la presencia sólida y cálida
de su pecho sosteniéndole se combinaron y Harry cayó profundamente dormido un par de minutos
más tarde, sin enterarse de que acto seguido algunos de sus compañeros habían entrado en la sala
común. Lo siguiente de lo que fue consciente era de la voz de Draco hablando en susurros con otra
persona.

—Id yendo vosotros, porque nosotros deberíamos cambiarnos de ropa. Os alcanzaremos


directamente en Las Tres Escobas.

—Muy bien. No os retraséis mucho o Rosmerta nos matará. —Harry reconoció la voz de Neville,
hablando también en voz baja.

El ruido de la puerta de la sala cerrándose suavemente le indicó a Harry que seguramente Neville
se había ido. Estaba cubierto por una manta y todavía sentía el calor y el olor de Draco debajo de
él. Draco ya no estaba masajeándole los hombros, pero le abrazaba el pecho y tenía la barbilla
apoyada en su cabeza. Harry se encontraba muy a gusto y se sentía reacio a moverse, pero cuando
sintió la mano de Draco abandonar su pecho y acariciarle la mejilla, se frotó contra ella
ronroneando igual que un gato.

—Harry, tienes que despertarte —dijo Draco en voz baja junto a su oído, acompañando la llamada
con otra caricia en la mejilla. Harry hizo un sonido de asentimiento para indicarle que le estaba
escuchando. Draco volvió a abrazarle y apoyó la mano con la que lo había acariciado de nuevo en
su pecho—. Los demás ya están bajando al pueblo. Nos esperarán para cenar, pero tenemos que ir
a cambiarnos ya.

Harry abrió los ojos y miró hacia arriba. Draco le sonreía tímidamente. La luz de la sala había
disminuido mucho, por lo que imaginó que estaba anocheciendo.

—¿Qué tal tu dolor de cabeza? ¿Estás mejor? —le preguntó Draco con un leve tono de
preocupación.

—Estoy mucho mejor. Ya no me duele.

—Lo mejor cuando a uno le duele la cabeza es descansar. Además, estabas agotado.

—Lo habías planeado todo, ¿verdad? —le acusó Harry, sonriendo para mostrarle que no estaba
enfadado por ello—. No pensaste ni por un momento que fuésemos a repasar el manual de
animagia.
—Culpable —admitió Draco sin pizca de vergüenza.

—El masaje también ha ayudado mucho. Ha sido el mejor que me han dado nunca —dijo Harry a
modo de agradecimiento. Prefirió no decirle que había sido el único hasta ese momento. Draco se
sonrojó, complacido—. ¿Cuántas horas he dormido?

—En el Gran Comedor ya están cenando.

—Eso es mucho tiempo. No debiste haberme dejado dormir tanto.

—Lo necesitabas.

—Supongo que tienes razón —reconoció Harry con una carcajada. Se encontraba más relajado de
lo que había estado en toda la semana.

—Tengo que marcar este día en el calendario, Potter —dijo Draco con otra carcajada. Ambos se
rieron durante unos segundos, disfrutando del momento de cercanía. Harry siguió mirándole,
observando que tenía las cejas de color rubio oscuro, mucho más que el pelo de su cabello. En
cambio, sus pestañas eran espesas y alargadas, pero tan rubias que parecían brillar—. Tenemos que
irnos —insistió Draco sin mucha convicción.

—Estoy muy cómodo aquí. —Harry se frotó contra su cuerpo como un gatito mimoso, en un burdo
chantaje a pesar de saber que Draco tenía razón y que tenían que levantarse. Paró inmediatamente
al percibir que Draco, igual que él, todavía estaba tan duro como antes de dormirse. Se sonrojó—.
Parece que ambos deberemos esperar un poco.

—No hay nadie en el pasillo, Potter. Todos están en la fiesta de Slughorn o camino a Hogsmeade.

—Está bien. Me rindo. Vamos —dijo Harry bostezando y haciendo un esfuerzo hercúleo por
incorporarse. Draco también se levantó y se estiró, levantando los brazos y curvando la espalda
hacia atrás. Harry se sintió culpable—. Ahora eres tú el que debes estar dolorido de estar detrás de
mí tantas horas.

—No me duele nada, Potter, sólo estoy un poco entumecido por estar tantas horas en la misma
posición, como tú. En verdad he estado muy a gusto.

—¿Qué has hecho mientras dormía? —preguntó Harry con curiosidad.

—Mirarte. —Draco se sonrojó, pero no bajó la mirada ni se amilanó—. Intenté peinar ese pelo
indomable que tienes tras el masaje, pero es un caso perdido. Luego estuve revisando el manual
que trajiste y avancé un par de capítulos. También hablé un rato con Longbottom y Granger, que
pulularon por aquí preocupados por ti; les dije que sólo necesitabas descansar. Pero sobre todo he
estado descansando también, disfrutando de estar tumbado en el sofá sin hacer nada más que estar
ahí.

—Genial. Puedes contarme por el camino lo que has leído. Así me ahorrarás la lectura a mí —dijo
Harry, sintiendo que caminaba en una nube de algodón.

—Tienes mucho morro, Potter —bromeó Draco, saliendo por la puerta de la sala en dirección al
dormitorio.
Proyectos de futuro
Chapter Summary

Varios de los chicos bajan a cenar a Hogsmeade en lugar de ir a la fiesta de Slughorn.


Durante la velada, hablarán de sus proyectos de vida y de la importancia de haber
vuelto a Hogwarts.

Chapter Notes

Trigger Warning: Ataque de ansiedad. Referencias a situaciones sexuales. Tensión


sexual latente.

—Estás muy apagado, Justin.

Rosmerta les había agasajado como a príncipes, ofreciéndoles lo mejor de su cocina. Todos estaban
ahítos. Harry no se había dado cuenta de cuánta hambre tenía hasta que vio las fuentes de asado
delante de él, que atacó con saña y apetito. Draco, que se había sentado a su lado, había comentado
que era normal tras no haber comido apenas, haberse saltado la hora del té y la siesta que se había
echado. La conversación había sido animada y, aunque tanto Draco como él habían participado
poco, sí habían escuchado atentamente a los demás.

En ese momento, Harry picoteaba golosa y perezosamente de una generosa porción de tarta de
melaza casera que Draco había accedido a compartir con él, aunque este había dejado de comer
tras dos cucharadas alegando que estaba lleno. Harry se alegraba de que los dos hubiesen ido a la
cena. Draco estaba contento y relajado, aunque había hablado poco y únicamente para decir frases
de cortesía. Les había sentado bien relacionarse con sus compañeros en un entorno que no era el de
la sala común. A Harry le había preocupado que, fuera de la sala común y de los juegos que
habían compartido, Draco se sintiese incómodo con el resto del grupo, pero no parecía ser así a
pesar de lo reservado que estaba siendo.

—Lo siento —se disculpó Justin, que también había estado inusualmente callado durante la cena,
respondiendo a Dean, que había dejado de comer y se había recostado contra el hombro de
Seamus, relajándose—. Discutí con Ernie esta mañana y todavía estoy dándole vueltas al tema en
la cabeza.

—¿Por eso has estado tan serio todo el día? —preguntó Neville interesándose.

—Habíamos decidido no ir ninguno de los dos a la fiesta de Slughorn —asintió Justin, que
pinchaba con la cuchara en el flan que había pedido de postre, destrozándolo sin comérselo—. A
mí Slughorn no me cae muy bien. Hasta ahora ni siquiera me había prestado atención en clase, no
digamos invitarme a alguna fiesta o algo similar. Lo que dijeron Harry y Neville sobre cómo
funcionaba ese Club de las Eminencias me terminó de convencer.

—Te entiendo —dijo Dean con simpatía—. Ya dije que yo tampoco me siento cómodo con esa
atención tan repentina. Sigo siendo el mismo, en esencia. O al menos quiero seguir siéndolo.
—En realidad hay… —titubeó Justin, indeciso—, bueno, no sé si os lo he dicho alguna vez: mi
familia no está mal posicionada económicamente. Debería estar bastante acostumbrado a este tipo
de fiestas: mi padre las organiza constantemente para realizar contactos empresariales y políticos.
Mis hermanos y yo teníamos que asistir para conocer gente influyente de distintos entornos
académicos o laborales. Yo lo detestaba profundamente, sobre todo cuando se trataba de
influenciar alguna ley o un contrato comercial público ventajoso y venir a Hogwarts parecía
haberme librado de ese tipo de futuro.

—¡Ugh! —murmuró Seamus con un rictus de desagrado que los representó a todos—. Pero
MacMillan sí ha ido a la fiesta al final, ¿no?

—¿Por qué ha cambiado de idea? —preguntó Harry que, aunque durante años había pensado en
Ernie como alguien muy estirado, el concepto que tenía de él no era el de alguien que cambiase de
opinión en ese tipo de asuntos fácilmente.

—Su padre le ha ordenado asistir. Dice que de ninguna manera puede faltar a una reunión del Club
de las Eminencias. —El tono de retintín con el que Justin intentó decir el nombre del club quedó
opacado por la amargura de su voz—. Por lo visto es un deber inexcusable.

—Ernie es sangre pura. —Draco había hablado en voz baja, pero todos se volvieron hacia él con
una mezcla de escepticismo y curiosidad en sus caras.

—Vamos, Malfoy —dijo Seamus, frunciendo el ceño. Harry se había dado cuenta durante la
comida del recelo que le había dirigido a Draco y se había visto retratado a sí mismo apenas unos
días antes. No podía tenérselo en cuenta, aquella semana de convivencia había cambiado
profundamente a los nueve que habían regresado y sólo había sido el principio del curso y Seamus
no había estado en esa transición. No sólo eran la generación de la guerra. Ahora eran, además, la
promoción de la guerra que volvió a Hogwarts y eso los diferenciaba del resto de sus
excompañeros—. No puedes seguir pensando así.

—No lo hago, Finnigan. —Draco se envaró y Harry, intentando consolarle por lo brusco del
comentario de Seamus, hizo lo mismo que había hecho a mediodía, acariciándole la rodilla con la
mano por debajo de la mesa. Este se relajó ante su contacto, mirándole durante una fracción de
segundo antes de volverse hacia Seamus. Disimulando, Draco puso su mano encima de la de Harry
antes de continuar—. Pero si los padres de MacMillan son una mínima parte de tradicionales que
los míos, seguramente sí siguen pensando así.

—Ernie nunca ha tenido problemas conmigo por ser sangremuggle —protestó Justin con más
asertividad, pero Draco negó con la cabeza.

—Sus padres seguirán encontrando deseable que su hijo haga contactos con otros magos y brujas
influyentes y se relacione con los de su clase —dijo Draco, encogiéndose de hombros—. Slughorn
es un sangre pura que está relacionado con todas las familias mágicas y parte de las mestizas. Mi
padre también organiza fiestas como el tuyo, Justin, pero entre magos y brujas de estirpe mágica.

—Eso me sigue sonando a prejuicios de sangre. ¡Los mismos que nos llevaron a dos guerras!

—Seamus… —reconvino Dean a su amigo, intentando reconducir su tono.

—No voy a entrar en ese tema, lo siento. —El rostro de Draco se había ensombrecido y apretaba la
mandíbula—. Sólo estoy diciendo que si mis padres hubieran sabido de la existencia de esa fiesta,
seguramente también habrían intentado obligarme a ir. Michael y Morag también son sangre pura
y están allí. Quizá la abuela de Neville tiene otro carácter, pero…
—Mi abuela era de la opinión de que debía ir —le interrumpió Neville, asintiendo con la cabeza
para darle la razón—. La decisión final la he tomado yo y ella la ha respetado, pero me escribió
cuando se lo dije, aconsejándome que acudiese. Considera que los contactos que se hacen allí duran
toda la vida.

—Es lo que quiero decir —dijo Draco, suspirando con resignación—. Somos pocas familias de
sangre pura, comparados con el resto de magos y brujas. Una de las razones por las que
sobrevivimos como tal es precisamente por este tipo de eventos. Allí nos conocemos y
establecemos lazos entre nosotros. Slughorn nunca simpatizó con la causa de los mortífagos y
presume de invitar a mestizos y nacidos de muggles a sus fiestas; esto es cierto, pero necesitas un
talento extraordinario para que sea así. Sin embargo, basta con que tengas un buen apellido y la
posición social adecuada y estarás dentro aunque no seas capaz de hilar dos encantamientos
seguidos. Hay una diferencia de… clase. —Harry asintió, recordando los integrantes de la única
fiesta a la que había asistido en sexto y recordando que, incluso entonces, Draco tampoco había
sido invitado porque su posición social estaba comprometida al estar su padre en Azkaban.

—¿Y por qué no estás tú allí, entonces? —preguntó Seamus con acidez.

—Primero, porque no me invitó. Es una fiesta de contactos para relacionarse con gente influyente
en un futuro. Un exmortífago hijo de otro exmortífago no es un buen contacto, por mucho dinero
que tenga mi padre. Al menos por ahora. No tengo la posición social adecuada ni mi apellido es
bienvenido. —Harry notó que Draco apretaba su mano con rabia y se la volteó para aferrársela a
modo de apoyo. Este lo aceptó, estrechándola con fuerza—. Segundo, porque no quiero. Es hora de
acabar con el sistema desde dentro del sistema, como dijo Hermione esta mediodía.

—Hermione está allí —señaló Justin con gesto de incomprensión.

—En su caso significa ir y en el mío no hacerlo —murmuró Draco, encogiéndose de hombros de


nuevo.

—Quiere dedicarse a la política —explicó Harry, interviniendo por primera vez en la conversación
—. Dice que tiene un montón de ideas muggles para reformar el mundo mágico entero, empezando
por el sistema de justicia y que es un buen momento para plantar algunas semillas en ciertos oídos
que regar dentro de unos años.

—Brindo a favor de eso. —Dean y Seamus se unieron con un brindis a Justin, suscribiéndole.

—Necesita entrar dentro del meollo político para poder emprender las reformas necesarias y
conseguir que la gente se adhiera a ellas con gusto —explicó Harry. No había hablado con
Hermione del tema de la fiesta, pero las largas conversaciones que habían mantenido Ron y él con
ella durante el verano no dejaban lugar a dudas sobre las intenciones de su amiga—. Suena
hipócrita, pero es un sacrificio necesario.

—Un brindis por Hermione, futura Ministra de Magia, que ojalá consiga desterrar siglos de retraso
social mágico —dijo solemnemente Dean, alzando su vaso.

Harry brindó levantando su cerveza de mantequilla con el brazo izquierdo, negándose a ser el
primero en romper el contacto con Draco, que había relajado su agarre sin soltar su mano.

—Al final va a acabar teniendo razón McGonagall —dijo Justin con tono de ironía—. Somos la
sociedad mágica del futuro.

—Lo somos —asintió Neville con orgullo.


—Hermione aspira alto, Neville, pero… ¿yo? —negó Justin entre risas—. Yo ni siquiera creo que
termine dedicándome a algo que tenga que ver con el mundo mágico, aunque me gustaría.

—¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Dean con curiosidad.

—No lo sé. Mi padre espera que trabaje en sus empresas, pero no me llama la atención. Lo bueno
es que es mi hermano mayor quien ha empezado a ayudarle con la gestión desde que terminó su
carrera universitaria y probablemente eso facilite que yo no tenga por qué hacerlo. En cualquier
caso, basta con que lo desee y tendré a mi disposición algún despacho de directivo de alguna filial,
resolviendo problemas y viajando por todo el mundo.

—No parece hacerte especial ilusión esa opción —dijo Neville.

—Ninguna. Ese mundo no es lo mío. Por eso volví a Hogwarts. Quería completar los máximos
estudios posibles y salir formado mágicamente. Quizá cuando acabe me matricule en la universidad
muggle y me titule por allí también. Afortunadamente, puedo permitirme hacer eso, mi padre no se
opondrá.

—¿Has pensado en alguna carrera en concreto? —preguntó Dean con curiosidad.

—Educación social. —Los nacidos de muggles asintieron con aprobación al oírlo, pero Draco y
Neville parpadearon confundidos. Draco intercambió una mirada interrogativa con Harry, pero
Justin se dio cuenta y se explicó—: Los educadores sociales apoyan, protegen y ayudan a resolver
los problemas de las personas vulnerables. Tratan de establecer relaciones de confianza con esas
personas y mejorar la calidad de sus vidas. Creo que es algo que podría utilizar tanto en el mundo
muggle, que sigue siendo parte de mi vida, como en el mundo mágico.

—Es buena idea —aprobó Seamus con una sonrisa—. Desde luego, necesitamos educadores
sociales así en el mundo mágico. Quizá deberías hablar con McGonagall cuando te gradúes.

—Si es que sigue de directora —bromeó Neville, arrancando una carcajada de casi toda la mesa—.
Aunque espero que sí, es raro imaginarse Hogwarts sin ella.

—Creo que lo harías genial, Justin. —Harry estaba pensando en lo útil que podría ser un educador
social en un mundo donde la marginación era patente según tu origen y aprobó la idea también,
sonriendo a Justin para animarle a ello—. Lo has demostrado durante esta semana en la sala
común. Se te da bien trabajar con personas y ayudarlas a adquirir confianza. Necesitamos gente
como tú en el mundo mágico, serás un gran educador social.

—Gracias, Harry —dijo Justin con los ojos brillantes de emoción.

—Yo quiero ser sanador —anunció Dean orgulloso, aprovechando el clima del ambiente—. Hubo
un tiempo en que pensé ser auror, pero después de la Batalla de Hogwarts me sentí impotente. Sólo
podía acarrear gente de allá para acá sin poder ayudar realmente a nadie. Además, sanar siempre es
mejor que herir. Hay muchas heridas que curar todavía.

Draco le miró con una expresión extraña en la cara, pero no dijo nada. Soltó la mano de Harry y
este lamentó que finalmente se hubiese separado de él, pero Draco volvió a dársela acto seguido,
entrelazando los dedos entre los suyos en un agarre más estrecho e íntimo. A Harry el corazón le
dio un bote.

—Tú sí que querías ser auror, ¿verdad, Harry? —Seamus le miraba expectante desde el otro lado
de la mesa.

—Yo… —dudó Harry, incómodo porque sabía que había sido absurdo ocultar sus intenciones a
todo el mundo, incluidos Ron y Hermione, y sintiéndose culpable por no haberles dicho nada antes
—. No lo sé.

—¿En serio? —Neville parecía un poco desconcertado—. Siempre creí que tenías madera para
ello.

—La verdad es que me pasó un poco como a Dean. Después de todo lo que pasé en la guerra no
tenía muchas ganas de seguir entrando en ese juego. Ya derroté a un mago oscuro, le toca al
siguiente.

—¡Bien dicho, Harry! —Dean dio otro trago a su cerveza en su honor.

—¿Qué piensas hacer entonces? —preguntó Justin con interés.

—Bueno… —Miró de reojo a Draco para saber qué opinaba él, pero este se limitó a encogerse de
hombros y agachar la cabeza. Parecía preocupado, pero Harry no sabía por qué—. Había
pensado… —tartamudeó como un idiota. Era la primera vez que lo admitía en voz alta, excepto
cuando se lo había dicho a Draco—. Quizá… bueno… estaba planteándome que a lo mejor me
gustaría ser profesor.

—¡Eso es genial, Harry! —exclamó Neville tras unos segundos de silencio atónito—. ¡Pues claro
que sí!

—Fuiste un profesor buenísimo cuando estábamos en quinto —corroboró Dean, asintiendo.

Todos los demás se unieron, felicitándole por su decisión y reforzando que sin duda, tenía talento
para ello. Harry se prometió escribir a Ron lo antes posible y decírselo a Hermione nada más verla,
para intentar compensar haberse callado durante esas semanas. Draco le apretó un poco la mano y
Harry le miró. Draco seguía cabizbajo, pero dirigió media sonrisa orgullosa, aunque parecía un
poco tenso.

—¿Qué asignatura querrías dar? —preguntó Neville, entusiasmado—. Yo quiero estudiar


Herbología. Planeaba abrir una botica hasta que Sprout se jubile y entonces solicitar la plaza a
McGonagall.

—¡Di que sí, Neville! ¡Por el próximo profesor de Herbología de Hogwarts! —brindó Dean con
alegría.

—Puedes intentar que te acepte como profesor en prácticas —sugirió Justin—. A Sprout le vendría
bien una mano extra para compaginar con la jefatura de la casa y podrías aprender muchísimo de
ella.

—Eso sería una gran idea, Neville —le felicitó Harry antes de contestar—. La verdad es que yo
todavía no lo tengo del todo claro. Transformaciones se me da muy bien, pero siempre he sacado
mejores notas en Defensa. Supongo que cualquiera de las dos opciones podría valerme y me hace
más ilusión la segunda, siempre ha sido mi favorita; pero no creo que haya vacante en ninguna en
mucho tiempo. Acaban de incorporar dos profesoras nuevas a la plantilla.

—Nadie se negará a contratar como profesor titular de Defensa contra las Artes Oscuras al
vencedor del último Señor Tenebroso. Mucho menos McGonagall, que te adora —argumentó
Dean, excitado con la idea.

—Preferiría que lo hiciesen por mis méritos —dijo Harry, un poco disgustado por la idea.

—Tienes méritos más que de sobra, Harry —negó Neville—. Ya has sido profesor. Mejor que
algunos de los que hemos tenido y no me refiero sólo a la bruja de Umbridge.

—Lockhart… —Seamus disimuló el nombre con una tos, pero el resto se rio con ganas al oírlo.
Draco se limitó a esbozar una sonrisa tensa. Harry pensó que seguía pareciendo afectado por la
conversación con Seamus, pero no creía que fuese el momento de preguntarle.

—Gracias, pero…

—Ni peros, ni ostias. ¡Por el próximo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y jefe de la
casa de Gryffindor! —gritó Dean volviendo a alzar su cerveza. Tras dejar que le diese un último
trago, Seamus se la quitó discretamente, alejándola de él—. Cuéntales lo tuyo, Seamus, ya que
estamos de celebración.

—Hice una entrevista ayer para una empresa muggle de pirotecnia —anunció este con una sonrisa
orgullosa—. Me han llamado hace un rato para decirme que estoy contratado.

Todos jalearon, cada vez más excitados, menos Draco, que cada segundo que pasaba estaba más y
más tenso. Harry aprovechó el jaleo para inclinarse y susurrarle al oído para preguntarle si había
algún problema, pero este negó rápidamente con la cabeza.

—¿Y tú, Draco? —preguntó Justin cuando todos acabaron de celebrar—. ¿Qué quieres hacer
cuando acabes Hogwarts?

Draco apretó la mano de Harry tan fuerte que le hizo daño. Asustado, Harry lo miró y vio que
seguía cabizbajo, pero estaba mucho más serio que antes. Pensaba que quizá había sido por los
comentarios de Seamus a pesar de haberle contestado con aplomo, hasta que cayó en la cuenta de
que había comenzado a mostrarse cohibido cuando todos hablaban de su futuro. Recordó que
ambos habían conversado sobre la elección de ser profesor de Harry, pero no conseguía recordar
que Draco hubiese expresado alguna preferencia u opción. Entendió que por alguna razón ese era
un tema sensible para él que hubiese preferido no tocar.

—No tienes por qué contestar si no quieres, Draco —le susurró Harry, consciente de que todos en
la mesa se habían callado en un silencio incómodo y estaban mirándoles con cara de
circunstancias. Neville se mordía el labio y Justin parecía un poco incómodo. Draco apretó los
labios, tensó la mandíbula y apretó todavía más la mano con la que estaba agarrando la de Harry,
pero no dijo nada.

—¿Qué empresa es la que te ha contratado, Seamus? —preguntó Justin en voz alta, desviando la
atención de todos—. Si es muggle, a lo mejor la conozco.

El resto recogió el cable que les estaba tendiendo y se unieron a la conversación, desviando la
mirada de Draco. Harry siguió pendiente de él, preocupándose aún más cuando vio que su
respiración era rápida, agitada y superficial y que se le habían llenado los ojos de lágrimas que
amenazaban con caer en cualquier momento, reconociendo otro ataque de ansiedad similar al de la
noche anterior.

—¿Salimos a la calle? —le susurró Harry aprovechando que todos estaban distraídos hablando de
distintos tipos de petardos y fuegos artificiales.

Draco asintió y Harry le ayudó a levantarse, sin dejar de apretarle la mano hasta que estuvieron de
pie, soltándosela para sujetarle de los hombros y guiarle a la salida. Los demás los miraron con
seriedad, pero nadie hizo ningún comentario al respecto. En la calle, caminaron unos metros,
alejándose de la entrada y refugiándose en un rincón que quedaba fuera del círculo de luz de los
faroles. Draco se apoyó contra la pared, cerrando los ojos con fuerza, y se dejó caer hasta quedar
sentado, abrazándose las rodillas y enterrando la cara en ellas.

—Draco —susurró Harry. Este levantó la cabeza, mirándole con los ojos anegados en lágrimas.

—Te veo a ti —jadeó Draco con esfuerzo. Harry comprendió que estaba hiperventilando—.
Farolas… una tienda de ropa… una polilla… ¿preocupación… en tu mirada?

—Sí, sí vale —respondió Harry, comprendiendo la pregunta.

—Tu voz… La mía… gente caminando… el aire silbar… —Draco hizo una pausa para tragar
saliva Harry se arrodilló frente a él, con las manos en sus piernas, y transformó una hoja seca caída
en el suelo en una bolsa de papel—. Tus manos... el suelo… la pared detrás de mí…

—Lo estás haciendo muy bien, Draco —le animó Harry, tendiéndole la bolsa al ver que todavía
respiraba con dificultad.

—Te huelo a ti… y la comida de Rosmerta. La boca… me sabe a… tarta de melaza…

—Muy bien. Toma, mi psicólogo me recomendaba respirar dentro de una bolsa durante los ataques
de ansiedad. Sólo respira dentro de ella. Funciona, créeme —añadió al verle poco convencido.

Draco le hizo caso. No habían pasado más de dos minutos, que habían transcurrido
desesperadamente lentos para Harry. Finalmente, Draco empezó a respirar más profundamente.
Echó la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en la pared y dejando caer la bolsa al suelo, todavía
con los ojos cerrados y aspecto cansado.

—No ha sido por lo que ha dicho el imbécil de Seamus sobre los prejuicios, ¿verdad? —Draco
negó con la cabeza—. Lo suponía, pero quería asegurarme. Imagino que tiene que ver con nuestro
futuro cuando acabemos Hogwarts.

Draco no contestó. Harry observó que una lágrima silenciosa caía por su mejilla y, sin poder
resistirlo, la recogió con uno de sus dedos, enjugándola con cuidado. El labio inferior de Draco
tembló ligeramente.

—Si alguna vez quieres hablar de ello, puedes contar conmigo —le dijo Harry, secándole otra
lágrima más y convirtiendo el gesto en una caricia.

—Lo sé. —La voz de Draco sonó ronca y apagada. Harry se sentó a su lado, dispuesto a esperar lo
que hiciese falta hasta que Draco recobrase las fuerzas. Este separó una de las manos de sus
rodillas y buscó la suya, entrelazando los dedos como había hecho en la cena y apretándola con
fuerza—. Lo haré algún día.

—Cuando quieras.

Permanecieron así un rato más, hombro con hombro, dándose la mano en silencio. Cuando Draco
se sintió mejor, ambos se levantaron y volvieron a entrar al local. Los demás los miraron con
curiosidad, pero no hicieron ningún comentario sobre lo ocurrido. La conversación giraba en ese
momento sobre las rondas de calentamiento de la temporada de quidditch pero Draco, que tenía el
semblante serio y pensativo, no dijo nada más durante el resto de la velada.

De vuelta en el dormitorio, Draco se cambió en silencio. Durante el camino de vuelta Harry había
sacado el tema de la poción de animagia para ayudarle a ocupar la mente con pensamientos menos
nocivos y habían hablado en susurros sobre la necesidad de empezar a recolectar los ingredientes
para poder fabricarla en cuanto tocase, pero Draco no había vuelto a tocarle físicamente desde que
habían vuelto a entrar al pub. Harry había decidido respetar su espacio, comprendiendo que lo que
le hubiese alterado todavía estaba rondando por su mente.

Harry bostezó, cansado. A pesar de haber dormido durante la tarde, el cuerpo le seguía pidiendo
más horas de sueño. Entró al baño y Draco lo hizo tras él. Que Draco siguiese compartiendo con él
sus momentos de intimidad le hizo sentirse más seguro. Le sonrió a través del espejo mientras se
lavaba los dientes, con la boca llena de espuma, y Draco le devolvió una sonrisa tímida y sincera
que hizo que el corazón le palpitara más rápido.

Harry se tumbó en la cama bocarriba, pero unos instantes después se movió para quedarse de lado,
mirando en dirección a la cama de Draco. Este estaba tumbado igual que él, mirándole también. Le
sonrió de nuevo, como en el baño, a modo de deseo de buenas noches y Draco volvió a sonreírle de
vuelta antes de cerrar los ojos con una expresión plácida, sin apenas restos de la seriedad de la
última hora en el rostro. Harry lo contempló unos minutos más, deleitándose en la forma en que la
luz de la luna iluminaba levemente su rostro, haciéndolo parecer de marfil. El pelo le caía sobre la
frente en una fina cortina, rozándole las cejas y haciéndolo parecer increíblemente guapo.

Harry era consciente de que en algún momento tendría que pararse a pensar en la dinámica que se
traía con Draco. Era reticente a llamarlo amistad, a pesar de que deseaba que al menos fuese eso
mejor que la tensión y el desdén de una semana antes. Además, cada vez tenía más claro que a
Hermione y a Ron les quería de una manera diferente, madurada con los años, que no tenía nada
que ver con el burbujeo en el pecho que sentía cuando estaba con Draco. Se moriría si les pasara
algo malo, por supuesto, pero no tenía esa necesidad de estar con ellos todo el tiempo ni de
tocarles.

Tampoco era lo mismo que había sentido por Cho o Ginny, pero sí se parecía más y eso le
preocupaba, porque temía estar confundiendo sentimientos. Cho no había sido más que un
encaprichamiento temporal de adolescente que se había disipado cuando por fin la había
alcanzado, como el niño que insiste para que le compren un juguete y acaba dejándolo de lado
cuando por fin lo obtiene. Ginny… Lo de Ginny había sido fuego puro. Como prender una cerilla,
había comenzado súbitamente y luego la guerra la había ido extinguiendo paulatinamente. Apenas
se había dado cuenta de que estaban juntos cuando la llama ya se había terminado y sólo había
quedado una chica a la que quería como una hermana y que le gustaría conservar a su lado como
amiga y un enorme sentimiento de culpabilidad que no sabía cómo gestionar. Para Ginny, Harry
era la persona de la que llevaba toda la vida enamorada mientras que para él todo había sido una
fiebre momentánea que se había estirado por el efecto extraño de la guerra sobre sus sentimientos.

Siempre había estado obsesionado con Draco, pero de una manera tóxica y violenta. Ya fuese
espiándole, devolviéndole los insultos, sufriendo sus burlas o peleándose, las circunstancias habían
abocado a ambos a enfrentarse vez tras vez, como si no pudiese haber nada más entre ellos y
hubiesen estado predestinados a ser enemigos mortales. De nuevo, una maldita guerra que los
había marcado a todos y obligado a unirse o separarse en función de la familia en la que habían
nacido o el señor al que sus padres hubiesen jurado lealtad. Sin embargo, el final de esa misma
guerra había cambiado la perspectiva de Harry. Sus pocas ganas de seguir peleando batallas que no
llevaban a ningún lado, sumadas a la actitud derrotada de Draco, que había comprobado en sus
propias carnes que ningún apellido o estatus de sangre lo elevaban sobre el resto, habían abierto un
resquicio por el que Harry se había colado como el agua se abre camino a través de la roca.

No había esperado aquello. Cuando se había resignado a tener paciencia con Draco, sólo había
pretendido enterrar el hacha de guerra y mostrarse magnánimo. Encontrar al Draco dulce y
vulnerable tras las capas superficiales llenas de amargura y desdén de Malfoy había sido una
sorpresa que habían transformado sus sentimientos y le habían permitido agacharse ante él y
tenderle una mano amistosa para ayudarle a levantarse. Y lo que había encontrado al hacerlo le
había gustado mucho. Sobre todo porque Draco le había visto siempre como Harry, igual que sus
amigos, y no como el Salvador del Mundo Mágico. Con los años, Harry había aprendido a apreciar
eso en su justa medida. Eran muy pocas las personas que podían hacerlo.

Aunque, a juzgar por el comportamiento de Draco, el aprecio era mutuo, Harry tenía miedo.
Aquellos muros de Hogwarts eran un aislante del exterior. Su propio dormitorio estaba aislado del
resto del colegio. Tenía miedo de que aquello fuese una llama tan fugaz como la de Ginny. Quizá
no para él, sino para Draco y que en ese caso fuese él quien quedase en la posición vulnerable de
no poder ser correspondido por la persona que con la que deseas pasar tu tiempo. Preguntándose
qué significaba Draco exactamente para él y viceversa, se durmió sin alcanzar una respuesta clara
en su mente.

Un grito entrecortado lo arrancó de su sueño. Harry se incorporó, asustado, intentando ubicar


dónde estaba. Los últimos retazos de una ensoñación colorida se deslizaron de su mente. Palpó el
colchón, echando de menos el tacto del césped que había estado en su sueño antes de darse cuenta
que estaba enroscado en la manta de la cama, con las piernas descubiertas debido a la temperatura
agradable que reinaba en la habitación. Parpadeó, intentando terminar de despertarse y recordando
de repente el grito que lo había arrancado del sueño cuando otro igual de angustiado volvió a
romper el silencio de la noche.

Asustado al comprender qué ocurría, Harry miró hacia la cama de Draco. Este se retorcía en las
sábanas, pateando las mantas con los pies, prácticamente destapado en su totalidad, sudando
profusamente e intentando arrancarse la camiseta que llevaba a modo de pijama.

—¡Draco! —le llamó Harry mientras se desenredaba a toda prisa de las mantas, casi tropezándose
en su ansia por levantarse.

—¿Potter? —contestó este en sueños, dejando de retorcer la parte superior del pijama—. ¡Harry!

—Draco, estoy aquí, contigo —le dijo Harry suavemente en tono de consuelo, arrodillándose en la
cama a su lado, intentando despertarle sin zarandearle.

Observó los gruesos goterones de sudor que le caían en la frente y la forma en la que la camiseta,
empapada, se le pegaba al cuerpo ahora que había dejado de estrujarla. Sin pensarlo más, por el
dolor que le producía verle sufriendo, puso una mano en el hombro de Draco. Este, nada más notar
el contacto agarró su muñeca como las noches anteriores y tanteó buscando su mano, que llevó al
pecho y abrazó, relajándose inmediatamente.

—Mucho mejor que estar en la sala común —susurró aliviado Harry cuando vio que la pesadilla
había cesado inmediatamente.

Era consciente de que se había comprometido a despertarle, pero decidió que, dado que agarrarle de
la mano había supuesto un alivio, no tenía sentido hacerlo. Al fin y al cabo, no era como si no se
hubiesen dado la mano o abrazado aquel día mientras estaban despiertos. Resopló, conteniendo
una carcajada, al darse cuenta de que se estaba auto justificando, comprendiendo que era poco
probable que a Draco le molestara. Su antebrazo se resintió de la postura cuando Draco se movió
para ponerse más cómodo. Con cuidado de no despertarlo, Harry se levantó, intentando no separar
el brazo de Draco. Rotándolo lentamente para que quedase bocarriba, se sentó en el borde de la
cama despacio para no molestarle. Estuvieron así varios minutos, pero Draco no lo soltó. Sintió los
pies fríos al contacto con el suelo de piedra y decidió ponerlos sobre la cama para no congelarse.

Estirando la mano, cogió la varita de Draco de su mesita de noche, notando cómo esta le daba la
bienvenida de nuevo con agrado. No habían pasado tantos meses desde que la había usado para
vencer a Voldemort, pero no esperaba que la varita le recordase teniendo en cuenta que Draco
parecía seguir utilizándola sin ningún problema. Se la había enviado con una lechuza, sin nota
alguna. No había sabido qué decirle en ese momento. Tampoco había querido quedarse con ella,
las palabras de Draco de que estaba utilizando la varita de su madre porque no tenía ninguna le
habían vuelto varias veces a la mente en los días anteriores a decidirse a mandarla. Finalmente,
había llegado a la conclusión de que probablemente al otro chico le agradaría recuperar su varita
tanto como él le había gustado poder recobrar la suya propia.

Rodándola en los dedos, Harry realizó silenciosamente un hechizo que hizo que las sábanas
levitasen y les arropasen a él y Draco. Metió las piernas por debajo de las mantas para estar
calentito y se acomodó contra el cabecero, apoyando la nuca, decidido a dar una cabezada hasta
que Draco soltase su mano y pudiese regresar a su cama.

—¿Qué haces en mi cama, Potter?

Harry abrió los ojos de golpe, dándose cuenta de que se había quedado profundamente dormido y
ya entraban por la ventana los primeros rayos de sol del amanecer. Intentó incorporarse, pero una
mano se lo impidió. Asustado, evaluó la situación, pensando con ironía que era la segunda vez que
ocurría aquello en pocas horas. Estaba tumbado bocarriba en la cama de Draco, ocupando la mitad
del espacio disponible. Draco estaba pegado contra él con la cabeza apoyada en su hombro y tenía
uno de sus brazos debajo del hueco de la espalda de Harry. El otro estaba sobre su abdomen,
debajo de la camiseta del pijama, descansando relajada. Harry, a su vez, le abrazaba con una de las
manos por los hombros. Bostezó y parpadeó, preguntándose si debía responder a Draco ya que,
aunque había hablado en primer lugar, parecía seguir dormido profundamente a juzgar por cómo
respiraba.

—Potter, sé que estás despierto. Contéstame —insistió Draco con voz somnolienta.

—Yo… —Harry bostezó, muerto de sueño—. Tuviste pesadillas a mitad de la noche. Me levanté a
despertaste, pero volviste a calmarte cuando me cogiste la mano.

—Aham. —Draco había asentido, pero Harry empezó a preguntarse cómo de despierto estaba—.
No lo recuerdo.

—Cerré los ojos para dar una cabezada mientras terminabas de calmarte, pero me he debido quedar
dormido. Lo siento —se apresuró a disculparse—. Me levanto ahora mismo.

—Demasiado pronto —murmuró Draco, que no se había movido hasta ese momento y ahora lo
hizo levemente, buscando una postura más cómoda para la cabeza, frotando la mejilla contra su
pecho. Movió los dedos de la mano que tenía bajo la camiseta de Harry en una caricia suave,
haciéndole agradables cosquillas en el abdomen—. Hoy no hay clase.

—Debo estar aplastándote el brazo —susurró Harry, turbado.

—No importa —farfulló Draco—. Duérmete.

Draco volvió a moverse, restregándose como un gatito mimoso. Con vergüenza, Harry sintió cómo
la erección matutina de Draco se apretaba contra su muslo cuando este enredó las piernas con las
suyas y se apretó más contra su cuerpo, farfullando sonidos amodorrados incoherentes. Harry se
relajó al ver que probablemente Draco tenía tantas ganas de seguir durmiendo como para no
molestarse con él por haberle invadido la cama así.

Harry cerró los ojos, disfrutando del calor del cuerpo de Draco contra el suyo. Este comenzó a
acariciarlo de nuevo con la mano que tenía bajo su camiseta, subiéndola hasta sus pectorales y
tironeando suavemente de los pocos pelos que Harry tenía allí. Comprendiendo que Draco no
estaba tan dormido como aparentaba y que probablemente esa era su manera de aprobar que
estuviese ahí, Harry le correspondió con la mano que tenía sobre sus hombros, acariciándole en
círculos la espalda. Draco soltó un suspiro de placer y Harry sonrió, satisfecho.

Se preocupó al sentir que se excitaba él también. Había asumido que la erección de Draco era la
típica que cualquier muchacho sano de su edad presentaba todas las mañanas pero, consciente de
que la suya no era así, intentó alejar de su mente cualquier pensamiento que contribuyese a ella, sin
éxito. Se asustó cuando Draco fue ralentizando sus caricias hasta pararse, pensando que quizá le
había descubierto pero, al bajar la mirada para observarle, se dio cuenta de que su expresión se
había relajado y su boca estaba entreabierta y Harry comprendió que había vuelto a quedarse
dormido.

Decidido a dejar que las cosas siguiesen el curso que tuviesen que seguir con el mejor talante
posible, Harry cerró los ojos. No fue consciente de cuándo volvió a dormirse, pero sí de que en sus
sueños volvía a haber algo relacionado con el vuelo de una escoba, un campo sembrado de flores
moradas y el tacto de un cabello rubio suave como la seda. Por alguna extraña razón, todas
aquellas sensaciones se sumaban a la de unas manos gentiles que le acariciaban, enmarcando su
rostro y siguiendo las líneas de los músculos de su torso.

Suspiró de placer, enredando los dedos en el cabello de su sueño, que rotó rápidamente a la imagen
de unos labios finos pero suaves y unos dedos largos y delgados que le acariciaban el pecho,
abrazándole desde atrás. El campo de flores se desvaneció, dando lugar a la sala común. Sentía en
su oreja el cosquilleo de un aliento fresco y suave, unas manos de piel pálida acariciándole el
pecho y un estallido blanco de placer húmedo que le cegó antes de caer en un abismo negro.

—Potter…

Harry peleó por abrir los ojos, intentando despegarlos, buscando el origen de la voz que lo llamaba
y siguiéndola a través de un laberinto de oscuridad. Entrevió un rayo de luz al final que se alejaba
en cada paso que daba en su dirección.

—Potter, despierta.

Abrió los ojos, parpadeando. La habitación estaba en penumbra. Las cortinas, descorridas esa
mañana cuando se había despertado, ahora estaban echadas, dejando pasar sólo una pequeña
porción de luz. Bostezó, intentando alejar el sueño, consciente de que, a pesar de no saber qué hora
era, podía notar en el embotamiento de su cabeza que había dormido muchas más horas de lo
habitual.

—¿Qué hora es? —preguntó Harry, con la voz pastosa todavía.

—Buenos días —oyó que decía Draco con una risita cómplice—. Estabas durmiendo
profundamente y no quería despertarte, pero es casi la hora del almuerzo y ya nos hemos saltado el
desayuno.

Harry miró hacia Draco, comprobando que estaba totalmente despierto. Aun así, seguía abrazado a
él en la misma posición que cuando habían despertado al amanecer, con su mano apoyada en su
pecho por debajo de la camiseta. Notó que había sacado el brazo de debajo de su espalda y ahora
se abrazaba su propio abdomen con él. Sus piernas todavía estaban enredadas entre las suyas y,
cuando volvió a frotar la mejilla con su hombro, le hizo cosquillas en la barbilla con el pelo de la
cabeza.

—¿Llevas mucho tiempo despierto? —preguntó Harry, intentando reprimir sin éxito otro bostezo.

—Un rato —contestó Draco—. Me desperté otra vez cuando la habitación se iluminó del todo.
Tenemos que recordar cerrar las cortinas los fines de semana.

Comprendió que las había cerrado con magia cuando vio la varita de Draco encima de ellos, entre
sus cuerpos. Echó cuentas mentalmente, dándose cuenta de que probablemente eso significaba que
Draco llevaba despierto al menos cuatro horas.

—¿No te has levantado por mi culpa? —preguntó Harry sintiéndose culpable.

—No me he levantado porque estaba cansado y en la cama se estaba cómodo, calentito y bien.

—Genial —sonrió Harry perezosamente, cerrando los ojos de nuevo y relajándose. Inhaló
profundamente, deleitándose en el aroma floral de Draco—. ¿A qué hueles?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Draco, desconcertado por la pregunta inesperada.

Harry abrió los ojos de repente, volviendo a tensarse al darse cuenta de que había formulado la
pregunta en voz alta y no en su mente, como había pretendido. El olor fresco y floral de Draco, que
ya había percibido en varias ocasiones y que le resultaba muy familiar, había inundado sus fosas
nasales una vez más haciéndole preguntarse qué era, pero no había pretendido preguntárselo
directamente.

—Yo… Es sólo… Me gusta cómo hueles —confesó Harry, enrojeciendo y decidiendo ser sincero
como siempre—. Me resulta familiar, pero no consigo identificar el olor.

—Supongo que ahora mismo y dado que no me he duchado todavía, huelo a sudor, Potter.

—No hablaba de eso, idiota —gruñó Harry al ver que Draco eludía su pregunta—. Yo también
debo apestar, si te sirve de consuelo.

—Es agradable —reconoció Draco, frotando su nariz contra su hombro. Harry pensó que debía
estar demasiado cerca de su axila como para ser agradable, pero Draco inspiró con fuerza y suspiró
—. Parecemos imbéciles.

Harry sonrió, siendo consciente de que tal y como había pensado durante la noche, aquello debía
significar algo. Las mariposas de su estómago aletearon entusiasmadas. Movió la mano desde la
espalda de Draco hasta su cabeza, hundiéndola en su cabello y acariciándoselo. Un retazo de su
sueño acudió a su memoria como la reminiscencia de un recuerdo antiguo.

—Has hecho eso mientras dormías —le informó Draco con voz aprobadora, casi ronroneando.

—Soñé que lo hacía —admitió Harry—. Supongo que una cosa influyó en la otra.

Se quedaron así un rato más en silencio. Harry miraba el techo con los ojos abiertos, disfrutando la
sensación del suave pelo de Draco en los dedos, hundiéndolos hasta llegar al cuero cabelludo y
luego despeinándole. Recordando cómo le había acariciado Draco el día anterior, intentó
masajearle de una forma parecida, suponiendo que también le gustaría. Draco le correspondió
volviendo a acariciarle la piel del pecho como había hecho antes, pero esta vez lo hizo en caricias
más amplias, recorriendo no sólo el espacio entre sus pectorales sino descendiendo hasta el
ombligo y volviendo a subir en movimientos más largos.

—Tenemos que levantarnos ya —dijo Draco al cabo de unos minutos, sonando apesadumbrado—.
No creo que sea capaz de aguantar hasta la hora del té si no como algo.

—Yo tampoco —coincidió Harry, escuchando cómo le rugían las tripas.


—Además, aunque no pasa nada si yo me ducho luego, tú sí deberías hacerlo antes de bajar al Gran
Comedor. —Harry le miró con un gesto interrogante.

—Claro que planeo ducharme antes de… ¡Oh! —Draco retiró las sábanas, señalándole con la
mirada y una sonrisa maliciosa el calzoncillo, que tenía un amplio círculo de humedad en la zona
de la entrepierna, a la altura del muslo derecho.

—¡Mierda! Yo… ¡Joder, qué vergüenza! —dijo Harry mientras se sonrojaba antes de pensar que
quizá Draco pensaba que se habría orinado encima—. No es… Es… No quería…

—Ya sé que no te lo has hecho encima, Potter. Sé lo que es. A mí también me pasa, te recuerdo
que soy un chico. Además, estaba despierto cuando ha ocurrido.

—¿Estabas despierto? —preguntó Harry, muriéndose todavía más de la vergüenza y


preguntándose cómo iba a mirarle a la cara—. ¡Oh, joder!

—Deja de lamentarte, Potter. Sólo lo he dicho porque creía que querrías ducharte, no porque me
haya molestado. Además… —Harry se horrorizó al pensar que podía haber más o que quizá le
había metido mano mientras dormía—, yo te he… te he babeado la camiseta mientras dormía. Lo
siento.

—No me importa. —Harry suspiró aliviado—. ¿Eso quiere decir que has dormido bien?

—Hacía mucho tiempo que no dormía así. —Harry sonrió, sabiendo que no le había contestado a
la pregunta directamente, pero que por la forma de decirlo era una respuesta afirmativa.

—Está bien. Hay que levantarse entonces. —Draco se removió, todavía disfrutando de la mano de
Harry en su pelo. Sacó su brazo de debajo de la camiseta de Harry y se incorporó. Él hizo lo
mismo, sentados juntos. En un impulso que no sabía de dónde había salido, Harry acercó su nariz
al pelo de Draco aspirándolo antes de levantarse—. Sí hueles bien. A una especie de tipo de flores.
Algún día acabaré averiguando cuál.

Se levantó, tendiendo la mano a Draco para ayudarlo a incorporarse. Este la aceptó con una
sonrisa, chocando con él al aprovechar el impulso. Harry tendió sus brazos por detrás de la cintura
de Draco, sujetándole para que no perdiese el equilibrio. Sus narices se rozaron por un ínfimo
segundo, justo antes de que Draco recuperase el equilibrio. Se quedaron quietos un momento,
mirándose a los ojos. Harry pensó que estaba tan cerca que podría besarlo sólo con avanzar un par
de centímetros. Se preguntó si Draco se separaría o lo rechazaría. La intuición le gritaba que no,
pero no se movió. Sintió el pecho de Draco respirar al mismo ritmo que el suyo, sus manos
posándose en las caderas de Harry, sin hacer fuerza.

—Hay que encontrar algo que sustituya esas horrorosas gafas, Potter —gruñó Draco con una
mueca divertida.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Harry desconcertado, aflojando las manos de la cintura de
Draco. Este se rio, separándose unos centímetros de él, rompiendo el momento, pero a Harry no le
importó. Sabía que había sido real—. No las llevo puestas ahora.

—Por eso mismo exactamente —dijo Draco con el tono burlón que indicaba que sabía algo que
Harry no entendía y dando un paso atrás para apartarse con elegancia, sin darle más explicaciones.

Draco se desvistió, mirándolo todavía con burla y lanzando su ropa al rincón donde la recogerían
los elfos en cuanto abandonasen la habitación para ir a almorzar. Harry recordó de repente que sus
calzoncillos estaban sucios y que seguramente había manchado a Draco al acercarle tanto a él, pero
Draco no parecía estar pensando en ello cuando entró en el baño, entornando apenas unos
centímetros la puerta. Unos segundos después, el sonido de la ducha llegó hasta Harry.

Todavía desconcertado, Harry se preguntó qué había querido decir Draco con el comentario sobre
sus gafas. Se quedó ensimismado en el sitio donde Draco lo había dejado, pensando en ello y
rememorando la sensación que le había invadido justo antes de que se separasen, preguntándose
cómo se habría sentido si lo hubiese besado, hasta que el sonido de la ducha cesó, lo que le hizo
caer en la cuenta de que debían haber pasado varios minutos. Envuelto en una toalla, Draco abrió
del todo la puerta, como invitándole a entrar, pero se quedó junto a los lavabos, mirándose al
espejo, lavándose los dientes. Al ver que no se movía, le miró interrogativo.

—¿Todavía estás así? —preguntó Draco al verle allí parado—. Deberías darte prisa, Potter, o
llegaremos tarde a almorzar.

—¡Sí, claro! —exclamó Harry, moviendo la cabeza para despejarse.

Mirando el reloj, comprobó que Draco tenía razón y que apenas quedaban treinta minutos para que
comenzara la hora del almuerzo. Podrían llegar un poco tarde, pero no mucho más o no les daría
tiempo a comer. Draco había comenzado a repasarse la mejilla con la varita, rasurándose con
magia. Harry se preguntó si realmente tendría algo que afeitarse, porque siempre le había dado la
sensación de que era imberbe, sintiendo deseos de pasar la mano por su mejilla para comprobar si
raspaba.

—Puedo salir del baño, si ese es el problema —dijo Draco mirándole dubitativo. Había dejado de
afeitarse y de repente había una sombra de incertidumbre en su rostro—. Sí, será lo mejor.

—¡No! —negó Harry moviendo la cabeza enérgicamente y entrando en el baño antes de darle la
oportunidad de salir. Concluyó que Draco debía de haber pensado que estaba esperando a que
saliese para ducharse. Dándose mentalmente golpes en la frente, entendió que Draco no había
pretendido dejarle fuera del baño y que seguramente esperaba que Harry hubiese aprovechado el
tiempo que él había empleado en ducharse para asearse a su vez—. Es sólo que todavía estoy un
poco dormido y me cuesta funcionar.

—¿Seguro? —dudó Draco—. No pretendía invadir…

—No digas tonterías —le interrumpió Harry, que estaba desnudándose a toda prisa—. No invades
absolutamente nada.

De reojo, vio que Draco le estaba mirando a través del espejo, a medio afeitar, inmóvil. Una
sensación extraña en el estómago, como un hormigueo, le embargó. Harry terminó de desnudarse,
tirando la ropa de cualquier forma sin atreverse a comprobar si Draco seguía mirándolo, y entró en
la ducha, corriendo la cortina antes de que su pene terminase de ponerse duro y le avergonzase de
nuevo delante de él.

—¿Saldremos a volar esta noche? —preguntó Draco en voz alta, haciéndose oír por encima del
ruido de la ducha.

—Por mí sí —respondió Harry, frotándose el pelo enérgicamente.

—Bien. Tenemos que llevar una cuchara de plata.

—¿Una cuchara de plata? ¿De dónde vamos a sacar una cuchara de plata, Draco?

—Yo tengo un par en mi kit de pociones, no hay problema por eso —le atajó Draco antes de que
siguiera preguntando—. Deberíamos adentrarnos un poco en el bosque. Necesitamos encontrar un
sitio donde haya rocío que estemos seguros de que no le haya dado la luz del sol, así que tenemos
que buscar lugares donde tengamos la certeza de que sea así.

—¿En el bosque? —Harry se lavó rápidamente el cuerpo, enjuagándose y cambiando el grifo del
agua caliente al agua fría. No sabía por qué, pero aquella mañana encontraba excitante cualquier
situación que involucrase a Draco y él cerca. Iba a tener que salir de la ducha mientras ambos
estaban en el baño y necesitaba rebajar esa excitación—. Va a haber que adentrarse mucho,
entonces.

—No creo. Es probable que encontremos sitios donde haya rocío resguardado. En el hueco de un
árbol, bajo un helecho, entre unas rocas… Sólo necesitamos dos cucharadas, una para ti y otra para
mí.

Harry cerró el grifo, retirándose el sobrante de agua de la cara. Imbuyéndose de valor, apartó la
cortina y salió de la ducha rápidamente, intentando dar la espalda a Draco. Cogió una toalla seca,
la primera que encontró, y se apresuró a envolverse en ella, intentando aprisionar su erección para
disimularla antes de darse media vuelta. Draco seguía concentrado en el espejo, peinándose con los
dedos.

—Debería afeitarme yo también, pero mejor lo dejo para después de comer o no llegaremos —
comentó Harry, fijándose en que Draco estaba sacando un cofrecito de madera del estante donde
tenía sus cosas de aseo.

Manteniendo la mirada de Harry a través del espejo, Draco se puso unas gotas de un frasco que
sacó de él en las palmas de las manos antes de pasárselas por el pelo, el cuello y el pecho. Un
agradable aroma invadió el cuarto de baño. Harry inspiró con fuerza al darse cuenta que era el olor
floral que siempre detectaba en Draco y que le traía loco desde hacía unos días. Se quedó parado,
mirándole a través del espejo, chorreando agua, dado que se había envuelto en la toalla sin secarse
previamente, y formando un charco en el suelo.

—Es mi perfume, idiota —contestó Draco, devolviéndole la mirada y sonriéndole pícaramente—.


Flor de iris y violeta.

—Lo sabías desde el primer momento que te lo he dicho —le acusó Harry, simulando enfadarse.

—Claro que sí —se burló Draco, dándose media vuelta y mostrándole el frasco, que estaba
prácticamente vacío—. Lo hace una botica de Hogsmeade, pero es bastante caro. Lo bueno es que
dura muchísimo tiempo porque lleva ingredientes mágicos, así que no es necesario ponértelo todos
los días. Este lo tengo desde que empecé en Hogwarts, pero ya está en las últimas —añadió con
voz apenada.

Harry sonrió, sospechando que la razón por la que se lo había puesto esta mañana era que él había
dicho que olía bien y aquella idea le hizo sonreír de felicidad. Se hizo el propósito de bajar a
Hogsmeade en cuanto tuviese oportunidad para comprarle otro frasco aunque tuviera que vaciar de
galeones su cámara de Gringotts y pelearse con él para que lo aceptase. Entrecerrando los ojos,
planeó que, si Draco ponía alguna pega, podía decirle que era un regalo para sí mismo, dado lo
mucho que le gustaba.

—Molly tiene en el jardín una parcela llena de violetas. Con razón me sonaba el olor —recordó
Harry, pensando también en el olor de su Amortentia.

—¿Insinúas que huelo a Weasley? —Draco fingió estar muy indignado.

—Afirmo que hueles delicioso —contestó Harry antes de pararse a pensar en si el adjetivo que
había utilizado era el más oportuno, aunque realmente lo pensaba.

Draco no contestó. Harry vio en sus ojos la misma determinación que el día anterior, cuando le
había sugerido que se sentase junto a él, y se lamió el labio, anticipando lo que iba a suceder.
Draco se acercó a él y cogió otra toalla seca. Con energía, le frotó el pelo para secárselo. Harry no
se movió, consciente de la cercanía del pecho desnudo del otro chico, su propia erección bajo la
toalla y el olor a flores que había creído que iba a terminar por volverle loco. Cuando terminó con
el pelo, Draco le secó con cuidado los hombros y el pecho, poniéndole la toalla por detrás de los
hombros para cubrirle la espalda.

Abriendo el frasquito, Draco depositó unas pocas gotas en las palmas antes de pasárselas por el
pelo, peinándoselo con los dedos. Después, se las extendió por el cuello y acabó deslizando las
palmas por el pecho de Harry, imitando los mismos movimientos que había hecho consigo mismo.
Cuando terminó, Harry le cogió por las muñecas y, acercándose las manos de Draco a la cara,
inspiró con fuerza, disfrutando del aroma fresco y potente.

—Se irá de mis manos en unos minutos, pero el resto del perfume de tu piel y tu cabello durará
más de una semana —le aseguró Draco en voz baja.

—No tendrías haberlo hecho. Dices que te queda muy poco, no deberías malgastarlo —lamentó
Harry, considerando que era egoísta por su parte haberlo aceptado.

—A ti te gusta. No considero que eso sea malgastarlo. —Draco se encogió de hombros, pero le
miraba a los ojos con una emoción extraña en el rostro.

—Me encanta, pero no quiero que te quedes sin él por mi culpa —le contestó Harry, soltándole las
manos.

—No te afeites —murmuró Draco pasando las palmas por sus mejillas rasposas, impregnándoselas
también del olor del perfume y cambiando de tema—. Estás guapo así.

Mientras Draco guardaba con cuidado el bote dentro del cofrecito de madera antes de devolverlo a
la estantería, Harry se arrepintió de no haber hecho lo mismo con Draco. Ese tipo de gestos
valientes de Draco, que normalmente se escondía tras su coraza de silencio y cautela, atreviéndose
a hacer las cosas que Harry sólo pensaba o deseaba, impresionaban a Harry. Salieron del baño y se
vistieron rápidamente. Harry consultó el reloj comprobando que el almuerzo ya habría comenzado
y que se habían entretenido demasiado.

—¡El último en llegar al Gran Comedor es un bowtrucle! —gritó Draco al mismo tiempo que salía
corriendo de la habitación y corría a toda velocidad por el pasillo.

Cerrando la puerta del dormitorio con una sonrisa, Harry le siguió lo más deprisa que pudo,
alcanzándolo en la puerta del Gran Comedor sólo porque Draco estaba recostado contra la pared,
jadeando, con una sonrisa y haciendo teatro para hacer parecer que hacía mucho rato que le
esperaba. Cuando llegó, Draco se unió a él y ambos entraron en el bullicio del Gran Comedor,
despertando miradas curiosas sobre ellos.
Una gata entrometida
Chapter Summary

Pasan los días en una agradable rutina. Harry y Draco tendrán una conversación
sorprendente con alguien que no se esperaban.

Chapter Notes

Créditos: El título es idea de Nicangel03.

Trigger Warning: Referencias a situaciones sexuales, nada demasiado explícito.


Tensión sexual latente.

Los días habían transcurrido plácidamente en aquella rutina. Los últimos días de verano,
paradójicamente frescos y nublados, dieron lugar a los primeros del otoño, soleados y con
temperaturas más propias del mes anterior que de principios de octubre. Draco y Harry se
acostumbraron a escapar del castillo en noches alternas para volar por encima de las copas de los
árboles del bosque prohibido. A petición de Harry, Ron le había enviado un juego de pelotas de
quidditch que usaban para competir en juegos de buscador en las noches más claras. Empleaban las
tardes en aplicarse a los estudios concienzudamente y pasaban el tiempo libre con sus compañeros
en la sala común, hablando, jugando y leyendo. Draco había cumplido su palabra y había ayudado
a Harry a ponerse al día con Teoría Mágica. Harry sabía que probablemente suspendería o
aprobaría justo el primer trimestre, pero podía vislumbrar que acabaría recuperando la asignatura y
sacándola sin problemas y aquello había elevado su ánimo.

—Ojo con eso, Harry. Esa ley tiene tres excepciones, no dos —le indicó Draco en un susurro,
señalándosela en la redacción con la pluma.

—¿Tres?

—El genitivo en los encantamientos modifica la…

—¡Ah! Cierto. Ya recuerdo, lo de la estructura de la formulación—le interrumpió Harry al recordar


la información. Draco asintió con una sonrisa y Harry le agradeció con otra que estuviese
pendiente de sus deberes de Teoría Mágica a pesar de que él estaba estudiando Aritmancia.

Cuando no salían a volar practicaban el patronus de Draco. Este había conseguido hacer
importantes progresos, siendo capaz de invocar y mantener un escudo plateado firme. Aunque
Draco había menospreciado sus avances diciendo que no era lo mismo hacerlo en la seguridad de
la sala común que delante de un dementor, Harry había vitoreado sus progresos y le había
felicitado, viendo el brillo orgulloso en los ojos de Draco que revelaba que sólo decía aquello por
inseguridad y necesidad de validación externa.

Ya era natural para todos ver a Harry y Draco en la sala común hablando, leyendo juntos algún
libro de transformaciones o practicando el patronus, algo a lo que habían acabado uniéndose otros
compañeros con curiosidad, lo cual había reforzado los lazos que habían establecido entre ellos
durante los primeros días de curso. Harry había observado que Draco cada vez parecía más
cómodo con los demás, aunque había acabado cogiendo más confianza con Hermione, Justin y
Dean que con el resto. Harry lo achacaba al hecho de que Draco casi siempre estaba con él, que
trataba mucho más con Hermione, además de compartir Aritmancia con ella, y al carácter
extrovertido de los otros dos chicos, que solían dinamizar las actividades en común.

Ernie y Morag eran educados y corteses y provenir de familias de sangre pura más o menos
tradicionales ayudaba a que la relación con Draco fluyese con facilidad. Incluso Michael o Neville,
sobre todo el segundo, que parecía haber dejado atrás todo lo relacionado con el Malfoy que habían
conocido en sus años iniciales de colegio, estaban cada día mucho más cómodos con Draco a pesar
de las reservas de Michael, cada vez menores.

—¿Qué diferencia hay en el tiempo verbal si el conjuro es en latín o en sajón? —preguntó Harry,
levantando la mirada—. Lo siento, no estoy dejando que te concentres.

—No importa, idiota —le reprendió Draco, inclinándose hacia él—. Déjame ver qué has escrito
antes de explicártelo.

Sus acuerdos iniciales sobre darse clases de apoyo en las asignaturas en las que flaqueaban se
habían difuminado y habían pasado simplemente a ayudarse el uno al otro en todo lo que podían.
Draco estaba decidido a que Harry aprobase Teoría Mágica y, además, había empezado a
entusiasmarse gracias a los ejercicios que Harry le marcaba para conseguir progresos en la
animagia y a los resultados obtenidos con el patronus, lo cual había ayudado a que sus resultados
en Transformaciones y Encantamientos mejorasen exponencialmente.

La llegada del calor diurno del último veranillo antes del frío otoñal había provocado que el
contraste de temperatura con respecto a la noche fuese más grande que en las primeras semanas de
curso y los elfos habían aumentado la temperatura del castillo con hechizos y mantenían las
chimeneas alimentadas toda la noche. Draco no tenía pesadillas todas las noches, pero sí a menudo.
Harry prácticamente ni se despertaba. Se limitaba a levantarse de su cama al sentirle moverse
inquieto, sin esperar a averiguar qué tipo de pesadilla era, y se metía en la de Draco, que se
abrazaba a él instantáneamente, dejándose atrapar por el sueño de nuevo sin más preámbulos.

—Voy a ir bajando a cenar —les anunció Hermione después de llamar a la puerta—. Sé que es
temprano para vosotros, pero Neville y yo queremos bajar a Hogsmeade a hacer unos recados
aprovechando que es viernes. ¿Necesitáis algo?

—Trae chocolate de Honeydukes —le pidió Harry, recordando que apenas les quedaba para sus
prácticas del patronus y con pocas ganas de mendigar de nuevo a los elfos domésticos. Se levantó,
rebuscando en el baúl el monedero y le tendió a Hermione un puñado de sickles.

—Recogeremos también cervezas y golosinas para la sala común, se están terminando.

—¡Lo había olvidado! —Harry miró a Draco, interrogándole con la mirada. Este asintió,
comprendiéndolo sin necesidad de decirse nada más. Sacó dos galeones más del monedero—. Ten,
Hermione.

El tema del dinero les había costado un par de discusiones más. Harry no quería ni oír hablar de
ello y Draco sacaba a relucir el orgullo cuando algún este se hacía cargo de algún gasto en común
para ambos, como el chocolate. Al final, Harry le había dejado claro que su dinero iba con él en un
mismo paquete y que era absurdo pelearse por algo material que les permitía disfrutar de cosas que
compartían los dos y Draco había cedido sin más reticencias. Aquel día, tras la discusión, Draco se
había dejado invitar a unas cervezas en Hogsmeade. Desde entonces, habían comido los sábados en
las Tres Escobas para despejarse del colegio.

Seguían manteniendo aquella complicidad inicial que habían establecido entre los dos tanto a nivel
emocional como físico. Ambos seguían pasando prácticamente todo su tiempo juntos. Harry se
había acostumbrado tanto a compartir su espacio personal con Draco que se había descubierto
echándolo de menos cuando no compartían clases y no sentía su codo rozando el suyo encima del
pupitre. Draco se había acostumbrado a hacerle caricias y mimos, tal y como le había prometido en
una conversación que a Harry se le antojaba remota. Harry ya no se contenía y le abrazaba y
acariciaba sin preocuparse porque Draco pudiese sentirse incómodo, sabiendo que lo disfrutaba
tanto como él.

Solían cogerse de la mano si alguno de ellos se veía afectado por algo negativo o se desanimaba,
pero a veces también lo hacían simplemente porque sí. Harry acariciaba inconscientemente el pelo
de Draco cuando estaban en la sala común, tumbados juntos en el sofá, oliendo la fragancia de iris
y violetas en su cabello. En un par de ocasiones durmieron abrazados en la misma cama sin la
excusa de las pesadillas. Harry a veces se preguntaba si Draco estaría esperando que fuese él quien
diese el primer paso para besarlo, si sencillamente no deseaba que lo hiciese porque para él aquella
relación significaba algo diferente o si era que no lo necesitaba. El miedo recurrente a que los
muros de Hogwarts estuviesen creando una situación irreal insostenible en la vida real de afuera
todavía le atenazaba algunas veces la boca del estómago.

—Gracias, Potter —le murmuró Draco cuando volvió a sentarse a su lado.

—No me las des.

—Lo haré si quiero —refunfuñó Draco, pero Harry pudo percibir en su tono de voz que no estaba
enfadado ni de mal humor.

—De nada —accedió Harry, tocándole la rodilla con la mano con un apretón cariñoso—. ¿Quieres
seguir estudiando?

—No me apetece. La verdad es que me siento cansado. Es viernes. Hacía mucho que no
estudiábamos los viernes.

Implícitamente, habían decidido después de aquel primer viernes que pasaron juntos en el sofá
pasar los siguientes sin estudiar, pero el primer examen parcial de Teoría Mágica traía a Harry de
cabeza, así que tras descansar varios viernes había decidido estudiar ese.

—¿Quieres que bajemos ya a cenar?

—¿Tienes hambre? —preguntó Draco a su vez.

—No mucha. Queda empanada de Rosmerta de la que trajo ayer Dean en la sala común. —
McGonagall no les había llamado la atención por sus hábitos de asistencia a las comidas, a pesar de
sus palabras el primer día de curso, y los nueve habían empezado a hacer su vida a caballo entre el
colegio y Hogsmeade como parte del mundo exterior. Hermione quedaba con Ron y Dean con
Seamus para tener tiempo de ocio como parejas, aprovechando la facilidad de transportarse con la
Aparición. Él también había acompañado a Hermione para ver a Ron uno de los días, pero no le
apetecía dejar a Draco solo en el colegio—. Si tenemos hambre, se la robamos. Mañana podemos
comprarle más cuando bajemos a comer al pueblo.

—¿Podemos quedarnos en la sala común, entonces? Después, cuando todo el mundo se vaya a
dormir, salimos a volar —propuso Draco.
—De acuerdo —asintió Harry y Draco le devolvió una sonrisa cansada, pero sincera.

Ambos salieron del dormitorio después de recoger y se dirigieron a la sala común, dónde sólo
estaban Michael y Neville comparando unos ejercicios de clase y Morag, que atizaba la chimenea
al modo muggle. Les saludaron y se tumbaron en el sofá que todo el mundo respetaba como
propiedad de ellos dos. Harry lo había modificado mágicamente de manera permanente,
permitiéndoles recostarse de lado y ensanchando sus cojines, haciéndolo mucho más cómodo. El
resto de sus compañeros le habían imitado, personalizando los sofás que acostumbraban a utilizar.

Harry se acomodó mientras Draco se acercaba a petición de Neville, que quería consultarle algo
del ejercicio que estaba discutiendo con Michael. Draco llevaba un libro grueso bajo el brazo.
Harry supuso que era de animagia. Entre los dos habían acabado devorando toda la teoría mágica
sobre el tema que Hermione les había traído inicialmente y luego ambos habían saqueado la
biblioteca. Draco ahora estaba mucho más seguro de lo que estaban haciendo y no había vuelto a
insinuar que estuviesen locos. Los dos practicaban el movimiento de varita y la pronunciación del
hechizo constantemente, cerciorándose de que cuando llegase el momento de dar el paso definitivo
todo saliese bien.

Sacó pergamino y pluma, pensando en contestar la última carta de Ron. Draco terminó la
conversación al cabo de un buen rato. Los otros chicos se despidieron de ellos cuando bajaron a
cenar y Draco se recostó en el otro extremo del sofá, subiendo los pies descalzos al regazo de
Harry, que estaba sentado a lo indio. Sin pedirle permiso, los coló por entre las piernas y los pies
de Harry, utilizándole como calefactor. Harry sonrió complacido. Estuvieron un rato en silencio,
cada uno aplicado a su tarea, hasta que Harry terminó la carta y la firmó, retirando a un lado la
pluma, el tintero y el pergamino. Draco parecía muy concentrado, pero levantó la vista cuando se
percató de que Harry le estaba mirando.

—¿Has terminado tu carta? —Harry asintió—. ¿Quieres ir a enviarla ahora?

—No. Iremos mañana a la lechucería antes de desayunar, mejor. Ahora se está muy bien aquí.

—De acuerdo —coincidió Draco, volviendo a centrarse en el libro.

Harry se acomodó mejor, descruzando las piernas y estirándolas entre las de Draco, deslizándose
un poco más abajo del sofá para quedar medio tumbado también. Este se reacomodó también,
extendiendo las piernas. Era consciente de que su pie estaba muy cerca de la entrepierna de Draco
y el de Draco de la suya, pero aquello le resultaba agradablemente excitante.

Despertarse con el calzoncillo húmedo se había convertido en otro de esos nuevos hábitos tanto
para Harry como para Draco, que también había sufrido alguno de esos accidentes. Harry no había
sido tan consciente de su sexualidad como hasta ese momento. Sí, Cho y Ginny habían removido
algo dentro de él, pero había sido algo más emocional que sexual. Asumía que tan tímida reacción
durante un periodo tan ardiente como la pubertad y la adolescencia tenía mucho que ver con los
problemas que enfrentaba año tras año, obligando a su cerebro a establecer prioridades de
supervivencia. En cambio, con Draco sentía una conexión emocional mucho más fuerte que con las
dos chicas que, además, iba cargada de muchísima excitación sexual contenida. Draco no había
dado ningún paso en acercarse en ese sentido, igual que tampoco había dado a entender que deseara
besarlo, y Harry lo había respetado, temiendo estar malinterpretando las cosas.

También se había habituado a tener una erección cada vez que compartían algún tipo de cariño
físico, a veces incluso con los más absurdos. Draco era más observador y solía darse cuenta rápido
cuando le ocurría. Al principio Harry se había muerto de vergüenza, pero Draco se había habituado
a tranquilizarle diciéndole que a él también le ocurría. Saberlo había conllevado que Harry se fijaba
mucho más en esa zona de Draco en concreto y eso no ayudaba a relajar las cosas en la suya, pero
poco a poco se había habituado a disimularlo lo mejor posible si estaban en la sala común y a no
avergonzarse cuando estaban solos. Ninguno de los dos se molestaba siquiera en ocultarlo si
ocurría en el dormitorio o al entrar y salir de la ducha. Harry había pillado a Draco mirándole de
reojo más veces, sobre todo en el cuarto de baño, pero él también lo hacía, intentando no parecer
demasiado obvio, aunque sin obsesionarse con disimular tampoco.

Harry era consciente de que era un rarito y de que otros chicos no llevaban ese tipo de situaciones
como él. Ni como Draco, porque Harry estaba prácticamente seguro de que él tampoco se
masturbaba a juzgar por las poluciones nocturnas. Harry no lo había hecho nunca, demasiado
preocupado y estresado por otros temas antes de la guerra, demasiado traumatizado por la guerra
justo después. Una vez que su cuerpo parecía haber despertado con toda su potencia no creía que
fuese lo más elegante hacerse pajas en la cama por la noche o encerrarse en el baño y que Draco
supiese qué era lo que estaba haciendo. No había hablado del tema con él, pero se hacía una idea
de que era muy probable que le hubiese ocurrido lo mismo que a él. Además, le daba una especie
de vergüenza que no conseguía definir hacer por primera vez algo que suponía que debía de llevar
años haciendo, una especie de miedo a lo desconocido.

—Mañana hay luna llena y el cielo sigue despejado —le recordó Draco por enésima vez en esa
semana, sin levantar la vista del libro. Había estado un poco nervioso a causa de aquello. Harry
también. Los dos habían conseguido mantener la hoja de mandrágora en la boca todo el tiempo, a
pesar de que les había resultado complicado—. Esta noche quiero revisar todos los ingredientes y
el instrumental que vamos a necesitar detenidamente antes de salir a volar.

Lo habían reunido todo a lo largo de aquellas semanas. Las crisálidas de polilla habían salido de la
botica de Hogsmeade, así como las redomas de cristal fino. Cuando habían ido a comprarlas, Draco
había insistido en que no quería arriesgarse a que fuesen de vidrio y Harry había accedido sin
discutir, pagando el precio sin rechistar. El rocío no lo habían llegado a recoger cuando habían
planeado inicialmente, pues se habían dado cuenta de lo complicado que era mantenerlo fuera de la
luz del sol o que no se evaporase sin realizar ningún hechizo sobre él y preferían no alterarlo
mágicamente de ninguna manera. Habían explorado varios sitios en las lindes del bosque donde se
acumulaba en las sombras, tratando de garantizar que durante la siguiente luna llena pudiesen
recolectarlo de al menos uno de ellos sin problema.

Draco empezó a narrarle en voz alta lo que estaba leyendo en el libro. Detallaba con sumo cuidado
el ritual que ambos debían seguir a partir del día siguiente hasta el momento en que llegase una
tormenta eléctrica. Eso les había preocupado, pues habían contado con que octubre sería un mes
tempestuoso y les regalaría una buena tormenta antes de Halloween, pero sus inicios se habían
presentado despejados. Como Harry había dicho, resignándose a que iba a ser el primer año desde
que empezó a asistir en Hogwarts que no iba a ser así, sólo era cuestión de tiempo que hubiese una
y no les venían mal algo de margen extra para prepararse.

Sabía que el hecho de que Draco estuviese leyendo en voz alta y repitiendo el proceso de
transformación una y otra vez era otro síntoma de su nerviosismo. Intentando no distraerle
demasiado, Harry cogió uno de los pies de Draco entre las manos y empezó a masajearlo
lentamente. Se había convertido en un verdadero experto en ello a base de practicar. Draco,
sorprendido por lo agradable que le había resultado aquella primera vez, le había pedido que lo
volviese a hacer un par de días después y Harry se había apresurado a complacerlo recordando lo
bien que se había sentido el masaje en los hombros y el cuello.

—Tienes unas manos magníficas —dijo Draco, deteniéndose en la lectura del libro para mirarle
agradecido.

—Me encanta que te guste.


Dejando el libro a un lado, Draco cogió uno de los pies de Harry y empezó a corresponderle. Harry
suspiró de placer. Tenía que admitir que, si bien disfrutaba calentándole y masajeándole los pies,
recibir el masaje de vuelta era aún mejor. Solían aprovechar los momentos en los que ambos se
quedaban solos en el sofá de la sala común ya que el sentarse uno frente a otro como en aquel
momento propiciaba que ambos pudiesen hacérselo mutuamente y no tenían que exponerse a la
curiosidad del resto del grupo.

Harry sintió cómo su pene reaccionaba rápidamente, pero como todavía era temprano para que
nadie subiese de cenar, no le importó. Como estaba tan pendiente de las reacciones físicas de
Draco dirigió la mirada hacia esa zona en particular en un rápido vistazo, constatando que la ropa
deportiva que este llevaba tampoco dejaba nada a la imaginación. Cuando volvió a mirarle a los
ojos, Draco le estaba devolviendo una mirada tan llena de cariño que lo abrumó.

Un día, mientras Draco estaba en clase de Aritmancia, Harry se había acercado a Dean, venciendo
su timidez, para preguntarle acerca de su noviazgo con Seamus. Este había sonreído abiertamente,
comprendiendo lo que ocurría al instante y, a pesar de que Harry le había intentado asegurar que
sólo era curiosidad y que no se refería al aspecto físico de su relación, Dean se había apresurado a
dejarle un libro que tenía en su baúl y resumirle rápidamente algunas cosas que Harry sólo escuchó
a medias, avergonzado.

Él realmente no había querido preguntar sobre la mecánica de aquello. Había cosas que se
imaginaba. Había ojeado algunas de las revistas de Dudley en los veranos, más con curiosidad que
verdadera excitación y, aunque no salían relaciones entre hombres en ellas, no podía ser muy
diferente si algún día Draco mostraba algún interés a ese respecto. Ni siquiera estaba seguro de que
Draco fuese a querer hacer aquello, todavía había una pequeña parte de Harry que temía que este
sólo lo considerase un amigo con el que tenía mucha confianza.

A Harry le horrorizaba dar algún paso en falso y que Draco se asustase o, peor, hacerle daño de
alguna manera si estrechaban su relación más allá de aquella extraña amistad que mantenían los
dos. Más interesado en ese aspecto emocional, Harry había intentado interrogar a Dean sobre cómo
se había dado cuenta él de que Seamus no era solamente su amigo, pero este se había encogido de
hombros, sin comprender, diciéndole que lo había sabido siempre, desde antes de darse cuenta de
ello y Harry no sabía si eso aplicaba en su caso.

—De verdad que son unas manos magníficas, Potter. —Draco había echado la cabeza hacia atrás y
había cerrado los ojos.

Harry sonrió y dejó el pie de Draco en el sofá, cogiendo el otro y haciendo lo mismo. Draco le
imitó y siguieron un par de minutos más hasta que las voces de Justin en el pasillo, llamando a
gritos a Morag, les hicieron entender que, aunque sus compañeros fuesen primero a sus
dormitorios, seguramente acabarían yendo a la sala común.

—¿Vienes tú o voy yo? —le preguntó Harry al ver cómo Draco dejaba de masajearle y recogía el
libro del suelo.

—Voy yo.

Draco se incorporó y se acomodó contra su pecho, restregándose. Subió las rodillas, apoyando los
pies en el cojín del sofá y se puso el libro en ellas para disimular su erección, abriéndolo por
cualquier página. Harry le abrazó, metiendo las manos por debajo de la camiseta. Le encantaba que
Draco le abrazase, pero había descubierto que había algo hipnótico en sentir la suave piel del otro
chico bajo sus dedos. Siempre que le miraba parecía lampiño, pero cuando pasó las manos por
primera vez por su piel, descubrió que tenía un vello suave y tan rubio que era prácticamente
invisible.
Recorrió el pelo que tenía entre los pectorales, separando las manos para llegar a los pezones y
rodearlos, sintiendo que también había allí algunos pelos, en menor cantidad. Las tetillas de Draco
reaccionaban siempre muy deprisa, poniéndose duras, y Harry las presionaba levemente y luego las
rodeaba con una caricia consoladora antes de seguir el camino del vello del pecho hasta el
ombligo, cuya forma dibujaba con los dedos antes de bajar por la línea alba hasta la cinturilla del
pantalón. Draco suspiró de placer y echó la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en su hombro.
Harry sonrió, inhalando el aroma del pelo. A pesar de que cada vez le quedaba menos perfume,
Draco insistía en utilizarlo en ambos más a menudo de lo estrictamente necesario para asegurarse
de oler siempre así, consciente de lo mucho que le gustaba a Harry.

Cuando Morag, Dean, Ernie, Justin y Michael entraron en la sala común, bromeando y quejándose
de que Hermione y Neville no hubiesen llegado con la nueva remesa de cervezas de mantequilla
todavía, las manos de Harry volvían a estar recatadamente encima de la camiseta de Draco, todavía
abrazándolo a la altura del pecho.

—¿Lo repasamos de nuevo? —le susurró Harry en voz baja en la oreja. Draco asintió y buscó la
página del libro correspondiente al proceso de la poción.

Al día siguiente, Harry despertó en los brazos de Draco. Habían salido a volar cuando todos se
fueron a dormir, pero no habían estado mucho tiempo fuera. Más preocupados por cerciorarse de
que los lugares donde lo habían encontrado tenían una cantidad adecuada de rocío que pudiesen
recoger que de disfrutar del vuelo, habían regresado temprano al dormitorio. Además, Draco había
sugerido que no debían trasnochar demasiado para evitar estar cansados en la noche siguiente,
cuando debían aprovechar el plenilunio para preparar la poción. No obstante, Harry había insistido
en repasar una vez más el procedimiento, tumbándose en la cama con el manual que habían estado
leyendo obsesivamente los últimos días. Draco había terminado cediendo, también nervioso por
querer controlar cada detalle y había acabado tumbándose junto a él en su cama para revisar juntos
todos los pasos.

Parpadeó, recordando que Draco se había dormido antes que él con la cabeza apoyada sobre su
hombro, pero no recordaba el momento en el que el libro había resbalado hasta el suelo al invadirle
el sueño. En algún punto de la noche Draco había rodado hasta ocupar todo el espacio de la cama,
bocarriba y Harry había terminado encima de él, firmemente sujeto entre los brazos del otro chico.

—Mierda… —susurró Harry al notar, una vez más, el interior de sus pantalones de pijama
pegajosos.

Harry se incorporó con cuidado, intentando no despertar a Draco aunque sabía que, dado que el día
anterior había decidido ir a la lechucería, debería hacerlo. Nunca lo había visto enviar ninguna
carta, pero no le había mentido el día que le había dicho que le gustaba ir a ver a los búhos y
lechuzas del colegio. Mientras él despachaba las cartas de Ron, Draco solía pasear entre ellas,
repartiéndoles algunas de las golosinas que el colegio ponía a disposición de los alumnos para
premiar y alimentar a las aves y acariciándolas el plumaje con cariño. Aunque no escribía, Draco sí
recibía carta aproximadamente una vez a la semana de su madre, en días aleatorios. Leerlas solía
ponerle un tanto melancólico, pero aseguraba que le agradaba recibir noticias de ella. Nunca las
contestaba, limitándose a atesorarlas cuidadosamente en un fajo atado dentro de su baúl. Harry se
preguntaba a menudo por qué hacía aquello. Intuía que había algo que se le escapaba, pero había
decidido que esperaría a que Draco le contase lo que necesitase cuando lo creyese conveniente.

Draco reaccionó a su movimiento apretándole más entre los brazos y musitando algo
incomprensible en sueños. Harry sonrió, dejándose hacer unos minutos más antes de apoyarse en
un codo para volver a incorporarse y llevar una de sus manos a la mejilla de Draco y acariciarla
suavemente con el dedo pulgar, notándola un poco rasposa a pesar de que Harry era incapaz de ver
sombra de barba alguna.

—Draco… —susurró Harry en voz baja, intentando despertarle de la forma más delicada posible
—. Recuerda que voy a ir a la lechucería, por si quieres venir.

—Aham —asintió Draco, todavía adormilado. Harry notó el cuerpo de Draco estirándose bajo él,
intentando levantarse con el apoyo de los talones y la nuca, sin conseguirlo por el peso de Harry—.
Pesas mucho.

—Ya me quito —dijo Harry, pero Draco se lo impidió al no retirar los brazos de detrás de su
espalda, abrazándolo con más fuerza. Harry sintió cómo volvía a desperezarse y se sonrojó cuando,
en esta ocasión, la erección de Draco se frotó contra la suya involuntariamente.

—No lo decía por eso, idiota —susurró Draco unos segundos después, liberándole del abrazo y
permitiéndole incorporarse.

Harry se quedó de rodillas en la cama, con la pierna de Draco entre las suyas mientras este se
levantaba apoyándose en los codos, guiñando los ojos con sueño y bostezando sin molestarse en
taparse la boca. Harry admiró durante unos segundos el pelo que le caía sobre la frente, dándole un
aspecto despeinado y descuidado.

—Tengo que ducharme antes de subir a la lechucería, por si quieres remolonear unos minutos más.

—No —negó Draco, levantándose la cinturilla del pantalón y mirando dentro, frustrado—. Yo
también necesito una ducha.

—¿Quieres entrar tú primero?

—No, ve tú. Yo me afeitaré y lavaré los dientes mientras.

—Sabes que no se te ve la barba, ¿verdad? —dijo Harry levantándose de la cama y empezando a


quitarse la ropa mientras caminaba hacia el cuarto de baño.

—Ya, pero pica —gruñó Draco, sentándose en el borde de la cama—. Odio raspar.

—Bien que me dices que no lo haga yo cuando digo lo mismo.

—Es diferente. A ti te da un aire serio porque tienes más pelo y más oscuro que el mío. Y se siente
bien que raspes —añadió Draco haciendo que Harry, que ya estaba desnudo y dentro del baño,
aunque con la puerta abierta, se sonrojara una vez más.

Harry se metió rápidamente en la ducha y oyó los sonidos que hacía Draco mientras se aseaba a su
vez. Después de terminar de enjuagarse, estuvo un minuto más con el agua fría corriendo a tope,
como solía hacer siempre para rebajar el calor que parecía sentir constantemente, antes de cerrar el
grifo. Draco ya estaba esperando desnudo y se metió en la ducha nada más salió. Harry se lavó los
dientes, pasándose la mano por la barbilla y decidiendo que aun podía aguantar la sombra de la
barba un día más, intentando convencerse a sí mismo de que no lo hacía por las palabras de Draco.

Mirándose en el espejo, Harry se peinó con los dedos el pelo mojado, provocando que se levantara
en picos húmedos y apelmazados. Juntando las manos enfrente de su cara, aspiró el sutil olor que
se había impregnado en sus palmas. El aroma del perfume mágico de Draco le inundó las fosas
nasales. Aunque se lavase el pelo con su propio champú, el efecto de la fragancia duraba varios
días y, gracias a sus cualidades mágicas, no resultaba cargante ni dejaba de percibirlo con el
tiempo. Ensimismado en el olor y sus pensamientos, Harry no se enteró de que Draco había salido
de la ducha hasta que este le frotó la cabeza con una toalla seca, despeinándole todavía más y
pasándole luego los dedos por los mechones intentando colocárselos sin éxito. Harry siempre
pensaba que aquella costumbre de Draco le resultaba tierna y la echaría de menos cuando no
estuviesen en Hogwarts compartiendo cuarto y baño.

Pasearon tranquilamente hasta la lechucería, conscientes de que habían madrugado tanto que
tenían tiempo antes del desayuno. Los días en que caminaban en silencio habían quedado atrás
también. Lo que comenzó como un juego de verdades y mentiras poco a poco fue derivando en
verdaderas conversaciones. Al principio las charlas habías girado en torno a la animagia y el
encantamiento patronus por ser algo que ambos tenían en común, pero con los días Harry había
empezado a hablarle de Ron, de sus expectativas de futuro, de la incomodidad que le causaba ser el
Chico-Que-Salvó-El-Mundo-Mágico y lo mucho que echaría de menos Hogwarts a pesar de haber
sido reticente a volver. A cambio, Draco le había hablado de Malfoy Manor y los campos de colza
que rodeaban la mansión, de su amistad durante la infancia con Nott, Goyle y Parkinson, de su
madre y, sobre todo, se había interesado mucho en conocer la historia de la Capa de Invisibilidad y
del Mapa del Merodeador, interrogándole exhaustivamente sobre ellos.

Una vez entregaron la carta a una lechuza, los dos volvieron a bajar las interminables escaleras
para asistir al desayuno. Cuando llegaron todavía era temprano y no había nadie en el Gran
Comedor, ominosamente vacío, pero aun así entraron y se sentaron en sus sitios. Los elfos debieron
detectarlo, porque llenaron varias de las jarras y fuentes con algunos de sus manjares favoritos que
había delante de ellos para que pudiesen empezar a comer. Harry había observado que los elfos
mimaban especialmente la mesa de la generación de la guerra, como se habían empeñado en
autodenominarse cuando habían oído el término a Harry.

—Se nota que es sábado —comentó Harry casualmente, impresionado al ver el Gran Comedor
totalmente vacío. El Barón Sanguinario cruzó la estancia silenciosamente, atravesando el estrado
de los profesores en su camino y Harry pensó que hasta el fantasma parecía más etéreo si cabía en
aquella soledad.

—¿Cómo lo sabes si es la primera vez que bajamos a desayunar un sábado? —preguntó


sarcásticamente Draco, haciendo que Harry resoplara de risa—. Aunque pensé que los profesores
sí madrugarían más. De Slughorn me lo esperaría, pero de McGonagall...

—Profesor Slughorn y directora McGonagall, si no le importa, señor Malfoy.

Draco se atragantó al oír la voz de la profesora detrás de él y empezó a toser. Harry se puso rígido
de la impresión antes de pensar en ayudar a su amigo y cuando quiso reaccionar y darle unas
palmadas en la espalda, Draco ya estaba calmándose, aunque todavía estaba colorado.

—Lo siento, directora McGonagall —se excusó Harry en nombre de Draco, notando que las orejas
le enrojecían también. Miró a su alrededor para comprobar que todavía seguían solos en la sala.

—No pueden culparnos por llegar tarde si ustedes se presentan antes de tiempo. El desayuno
comienza justo ahora —añadió McGonagall consultando un vetusto reloj que sacó de entre los
pliegues de su túnica. Como queriéndole dar la razón, el gran reloj de Hogwarts que coronaba una
de las torres tañó para indicar la hora en punto, reverberando durante unos segundos en la distancia
gracias al silencio de la estancia vacía—. Me alegra encontrarles aquí ahora, me evitarán tener que
enviarles una lechuza para poder hablar con ustedes, dado que no acostumbran a complacernos con
su presencia en algunas de las comidas.

—Lo… lo sentimos, directora —balbuceó Harry, sintiéndose como el adolescente de catorce años
atrapado en una travesura por su profesora en lugar de un joven adulto que había ganado una
guerra y tenía el derecho de hablar con la directora de igual a igual—. Nosotros…
—Tienen una situación diferente, lo sé —concedió McGonagall con una sonrisa, la primera desde
que habían empezado a hablar. Se sentó al lado de Harry, en la silla de Hermione, sin pedir
permiso. Harry y Draco intercambiaron una mirada intrigada, un poco desconcertados por la
situación—. Por eso no les he dicho nada ni a ustedes ni al resto de sus compañeros. Creo que están
siendo responsables, sus notas son excelentes y los informes de los profesores dicen que se están
esforzando al máximo. Salvo sus calificaciones en Teoría Mágica, señor Potter, pero la profesora
Johnson dice que se aplica concienzudamente y confía en que pronto alcanzará el nivel requerido
para el EXTASIS. De cualquier modo, no veo inconveniente a su forma de gestionarse el tiempo y
sus actividades: están demostrando ser jóvenes, pero también adultos.

—Gracias, directora McGonagall —reaccionó Draco al ver que Harry estaba mirando a la directora
con los ojos abiertos como platos y la boca entreabierta, sin saber cómo reaccionar.

—No hay que darlas —rechazó la profesora, contemplando las fuentes y jarras que se habían
llenado delante de ella. Cogiendo una taza, se sirvió un poco de té antes de añadir un terrón de
azúcar y removerlo con aparente dedicación. Esperó a que se hubiese disuelto para dejar la cuchara
en el platito y continuar hablando—. Sin embargo, decía que me alegro de verles aquí porque
quería cerciorarme de que han estado pendientes del calendario.

—¿Qué… qué quiere decir? —preguntó Harry, rezando por haber entendido mal e intercambiando
una mirada horrorizada con Draco, que se había puesto pálido.

—Que es luna llena, por supuesto. Confío en que hayan conseguido todos los ingredientes
necesarios. ¿Se han asegurado de que la cuchara sea de plata?

—¿Cómo… cómo lo ha sabido? —se rindió Harry después de un par de segundos intentando
buscar alguna excusa sin conseguirlo. Draco ni siquiera lo intentó: puso los ojos en blanco y se
sirvió tocino en el plato mientras su cara competía con el color de las manzanas otoñales que
habían aparecido en el frutero.

—Soy la directora de Hogwarts —presumió McGonagall, dando un sorbo al té—. Pasan pocas
cosas en el castillo sin que me entere. En eso consiste mi trabajo.

—Dumbledore decía siempre lo mismo —recordó Harry, nostálgico. A su lado, Draco resopló,
pero McGonagall sonrió con melancolía.

—Los he oído hablar desde los once años, señor Potter —dijo McGonagall, mirando hacia el techo
con atención, como si buscase alguna respuesta en él—. Conozco su forma de pronunciar los
hechizos y la forma que tienen de dar los buenos días. También las palabras que utiliza el señor
Malfoy cuando está alegre y presume y cómo las arrastra cuando está enfadado o herido. Por la
cadencia de sus palabras, señor Potter, averigüé en su momento que se había enamorado por
primera vez o cuándo decía la verdad y cuándo la ocultaba por miedo a no ser creído.

»Hace muchos años, también llevé una hoja de mandrágora durante un mes en la boca. Más, de
hecho, porque al contrario que ustedes yo la primera me la tragué sin querer en mi primera
semana. —Volvió la mirada hacia ellos con los ojos brillando de ternura y orgullo—. Algún día,
señor Potter, usted también sabrá tantas cosas de sus alumnos como yo, sin que ellos se den cuenta
de que está ahí con ellos, guiándoles y apoyándoles. Forma parte del proceso de verlos convertirse
en adultos mientras se les intenta inculcar los conocimientos que necesitarán para la vida que les
espera.

—¿Qué yo sabré…?

—Tienes que admitir que eso ha sido impresionante, Potter. No me lo esperaba ni yo —señaló
Draco jocosamente, mirando a Harry, que estaba abochornado. Harry resopló, conteniendo una
carcajada resignada y McGonagall amplió la sonrisa de sus labios, indulgente.

—No fue difícil deducir en qué estaba pensando el señor Potter cuando me pidió en verano ser
admitido en Teoría Mágica a pesar de no haber rendido los TIMO correspondientes. Convendrán
conmigo en que no fue mi mejor momento como directora, pero Hogwarts agradecerá algún día
que me saltase levemente las reglas de admisión —explicó McGonagall casualmente, dando un
trago a su taza de té al terminar de hablar y acercándose más a ellos, añadiendo en un susurro
conspirativo—: Además, parece que Harry ha olvidado que no se debe hablar a voces en una
taberna llena de gente de aquello que se desea que pase desapercibido.

—Se… se lo agradezco mucho, profesora —dijo Harry, con un nudo de emoción en la garganta,
reprimiendo una sonrisa ante la pulla de la directora en referencia al Ejército de Dumbledore y su
primera reunión—. Haré todo lo que esté en mi mano.

—Estoy convencida de ello. Va usted por buen camino, señor Potter. El señor Malfoy todavía tiene
que encontrar el suyo, pero estoy segura de que Hogwarts le ayudará a resolverlo. Albus siempre
decía que Hogwarts ayuda a quien lo necesita, señor Malfoy, no lo olvide. —Draco agachó la
cabeza como si comprendiese un mensaje implícito en las palabras de la profesora. Harry deseó
cogerle de la mano a modo de consuelo, sabiendo que el futuro más allá de Hogwarts era algo que
a Draco le causaba ansiedad, pero no se atrevió a hacerlo delante de la directora, que parecía seguir
desnudándoles el alma con la mirada, recordándole de nuevo inquietantemente a Dumbledore—. Y
bien, ¿se han asegurado de que la cuchara sea de plata de primera ley? Puedo prestarles una si no
están completamente seguros.

—Lo es —reaccionó Draco al observar que Harry no sabía qué contestar—. Pertenecía al
equipamiento básico de pociones de Sev… del profesor Snape.

—En ese caso, puedo estar tranquila. Severus sabía lo que se hacía con las pociones —asintió
McGonagall. Algunos alumnos de cursos inferiores habían comenzado a entrar en el Gran
Comedor y les miraban con curiosidad, cuchicheando mientras se sentaban—. Estuve esperando
que acudiesen a mí cuando la profesora Sprout me avisó de que alguien había estado enredando
con las mandrágoras, pero Madame Pince me ha asegurado que tanto ustedes como la señorita
Granger han leído todos los libros que yo misma les habría recomendado, así que supongo que
están preparados. No obstante, si tienen alguna duda...

—Creo que no, directora McGonagall —respondió Draco, frunciendo el ceño. Harry estaba seguro
de que estaba repasando mentalmente una vez más todo el proceso—. Bueno, de momento sólo
hay que realizar correctamente la poción y luego almacenarla. No creo que estemos en condiciones
de realizar el hechizo todavía, pero tampoco parece que vayamos a tener que hacerlo temprano.

—No. Octubre está siendo un mes inusualmente benévolo —constató McGonagall volviendo a
mirar el techo del Gran Comedor, donde el cielo brillaba azul con unos pocos retazos de nubes
grises que no auguraban agua—. ¿Consiguió hacer el patronus ya, señor Malfoy?

—Sí. Pero no corpóreo —matizó Draco, intentando disimular una mueca de fastidio. Harry
contuvo una risita histérica ante la cantidad de información que parecía manejar la directora.

—Es un buen progreso —le felicitó McGonagall—. Bien, espero que ambos sigan esforzándose y
les recuerdo que si necesitan algo en lo que pueda ayudarles, pueden acudir a mí.

—Gracias, directora McGonagall —dijeron ambos a la vez, sonrojándose al ver que Ernie y Justin
llegaban a la mesa y se sentaban en sus sillas, mirando atónitos a la directora.
—Me gusta el grupo que han formado ustedes nueve —les dijo McGonagall, dando otro sorbo y
mirando a Ernie y Justin, que agacharon la cabeza rápidamente, súbitamente concentrados en su
desayuno. Harry ahogó otra carcajada, empatizando con cómo se sentían. McGonagall dio otro
sorbo de té y sonrió con simpatía antes de añadir, en voz baja para evitar ser oída por los otros dos
—: Me alegro de que siguieras mi consejo, Harry, y accedieses a tener un mejor entendimiento con
el señor Malfoy.

McGonagall se levantó, dejando la taza en la mesa, que desapareció inmediatamente. Apretó sus
hombros en un gesto de ánimo, se despidió dándoles los buenos días, caminó hasta el estrado y se
sentó en la mesa de los profesores. Draco suspiró audiblemente, aliviado.

—Eso ha sido… extraño —admitió Harry dejando escapar la carcajada histérica que llevaba un
rato conteniendo.

—Iba a preguntaros qué hacía McGonagall sentada en nuestra mesa, pero creo que prefiero no
saberlo —dijo Justin con otra carcajada nerviosa—. Si os metéis en problemas con ella, estáis
solos, tíos. Mi amistad tiene un límite y en cualquier caso, yo siempre de su lado.

—No hemos hecho nada —se defendió Harry inmediatamente provocando que los otros dos
estallasen en más risas por lo apresurado de su excusa.

El resto de compañeros llegaron minutos después excepto Neville que, como informó Dean, seguía
durmiendo a pierna suelta después de haber regresado endiabladamente tarde de Hogsmeade la
noche anterior. Hermione tenía ojeras, pero se sentó a su lado unos minutos después con cara
adormilada, musitando un soñoliento saludo de buenos días.

Harry empezó a desayunar todavía pensando en la conversación con McGonagall. Masticando un


trozo de tostada, se inclinó hacia Draco y tragó, pensando en comentar la conversación con él
aprovechando que el resto de sus compañeros ya no les prestaba atención, pero Draco estaba
mirando su plato fijamente. No se había servido nada aparte del tocino, que no había tocado, y
tenía las manos en el regazo, por debajo de la mesa. Harry frunció el ceño al ver que su rostro
parecía triste y avergonzado.

—¡Eh! No pasa nada porque nos haya pillado, no es culpa nuestra que parezca saberlo
absolutamente todo —le susurró Harry intentando animarle, pero Draco negó con la cabeza—.
¿Qué ocurre? ¿Es por lo que ha dicho de nuestro futuro? —preguntó preocupado por su actitud.
Apenas unos minutos antes Draco había parecido hasta divertido con la precisión de McGonagall
sobre sus vidas, pero su rostro se había ensombrecido con dudas de repente.

—Nada, no tiene importancia —negó Draco. Harry deslizó una de sus manos bajo la mesa
también, buscando la suya e intentando darle apoyo en lo que fuese que ocurría. La encontró y le
dio un apretón, pero Draco la dejó laxa y no se lo devolvió, así que Harry se retiró, pensando que
quizá estaba invadiendo demasiado su espacio personal. Había imaginado que eso era algo que
acabaría dándose en algún momento por el tipo extraño de amistad que tenían, pero no pudo evitar
entristecerse. Draco cogió aire antes de preguntar—: ¿Sólo te hiciste amigo mío porque ella te lo
pidió?

—¿Qué? ¡No! —negó Harry, sorprendido por lo inesperado de la pregunta de Draco.

—No es lo que ella ha dicho.

—Ella únicamente ha dicho que se alegra de que nos entendamos mejor —matizó Harry,
frunciendo el entrecejo, sin comprender cuál era el problema exactamente.
—Porque ella te lo pidió —repitió Draco, apretando los labios hasta que se convirtieron en una fina
línea pálida.

—¡Claro que me lo pidió! —susurró Harry, exasperado—. Tú te habías quejado a ella de que
compartíamos habitación y me explicó que estabas en una situación delicada, que habías tenido
que venir a Hogwarts por razones que no me contó y que debía tener paciencia contigo.

—Lo hiciste —constató Draco, palideciendo.

—Por supuesto. ¿Qué querías que hubiese hecho? ¿Liarme a insultos contigo? —preguntó Harry,
cada vez más impaciente con la actitud de Draco sobre ese tema. Él no era capaz de verle la
importancia.

—¿Cambiaste tu actitud porque ella te lo dijo, Potter? —El tono de Draco era acusador y Harry
tartamudeó antes de contestar.

—Bueno, la conversación que mantuvimos influyó, pero yo ya había declarado…

—¿Vas a venderme que declaraste en mi juicio como un inicio de amistad entre nosotros, Potter?
—La voz de Draco había sonado peligrosamente ronca. Además, seguía mirando con suma
atención su plato, evitando todo contacto visual con Harry, que empezaba a desesperarse por la
conversación.

—Sólo digo que yo no quería llevarme mal contigo. McGonagall quiso cerciorarse al principio del
curso de que yo comprendía tu situación y de que no íbamos a tener problemas por compartir
habitación.

—Odio que me tengan lástima, Potter —masculló Draco, que parecía cada vez más enfadado.

—No me he hecho amigo tuyo por pena, idiota —replicó Harry, perdiendo la paciencia del todo y
enfadándose él también.

—No me insultes, por favor. —Draco levantó la vista y le miró brevemente a los ojos. Harry vio
un destello de dolor en su mirada antes de que el ruido del correo de las lechuzas les distrajese a
ambos—. Una cosa es llamarnos idiotas si estamos bromeando y otra hacerlo si estamos hablando
en serio.

—Tienes razón, lo siento. Perdóname, por favor. —Una lechuza que Harry reconoció se posó
enfrente de Draco y le tendió una pata. Se preguntó si sería de su madre a pesar de saber que esta
solía escribirle entre semana, porque no recordaba que Draco hubiera recibido nunca correo en
sábado. Draco recogió la carta, de un vivo color rojo, mirándola con el ceño fruncido. La lechuza
salió volando y Draco se levantó de la mesa bruscamente. Harry se asustó de verdad por primera
vez en la conversación. Aunque le había fastidiado, no había terminado de darle importancia a la
discusión, creyendo que sólo había sido un malentendido. Tampoco había querido herirle al decir
aquello, pero Draco no parecía dispuesto a contestar a su disculpa—. Draco, no pretendía insultarte,
perdóname. No considero que seas idiota, de verdad. Lo sien…

Harry había levantado la voz para que el otro chico lo escuchara. Esto, unido al hecho de que
Draco saliese del Gran Comedor a grandes zancadas, casi corriendo, todavía mirando la carta que
sostenía entre las manos, llamó la atención de todos sus compañeros de mesa, que observaron a
Harry con intriga.

—¡Joder! —Frustrado, Harry atacó otra tostada, desmenuzándola pero sin llevársela a la boca.
Había perdido el apetito y tenía una sensación terrible en el estómago que le incomodaba.
Hermione se inclinó hacia él, acariciándole la espalda en un gesto de consuelo.

—¿Estás bien, Harry?

Negó con la cabeza, incapaz de contestar verbalmente, sintiendo un nudo en la garganta. Supo que
si respondía en ese instante, se echaría a llorar. Pensando en lo absurdo que parecía hacerlo
solamente porque Draco había malinterpretado las palabras McGonagall, que únicamente había
pretendido darles su aprobación acerca de su relación, Harry tragó saliva y parpadeó intentando
contener las lágrimas.

—¿Me lo quieres contar? —preguntó Hermione con delicadeza, acercándose más a él para hablar
en susurros e intentar aislarle de las miradas de los demás. Harry se encogió de hombros,
preguntándose qué podría qué contestar a eso sin que pareciese estúpido y pueril—. Como
prefieras, pero si lo necesitas sólo tienes que decírmelo, ¿de acuerdo?

—Ha interpretado mal un comentario de McGonagall y ahora cree que me he hecho su amigo por
obligación o algo así —murmuró Harry tan bajito que no sabía si Hermione lo había oído, pero
esta le cogió de la mano y se la apretó en gesto de consuelo—. El tono de la conversación se ha
puesto un poco intenso, hemos empezado a discutir y le he llamado idiota, que es cuando se ha ido.
Me he disculpado, pero…

—Bueno, no está bien que le llames idiota en una discusión, pero tampoco es grave. No deberías
haberlo hecho, pero él te conoce, igual que yo, y sabrá que es algo que intentarás que no vuelva a
pasar. Ya sé que te duele —añadió Hermione antes de que saltase para contradecirla—. Espera a
que se le pase el enfado y habla con él. Tenéis una relación muy bonita y habéis dejado demasiadas
cosas atrás como para que rompáis únicamente por esto.

—¿Romper? —preguntó Harry, sorprendido—. No somos pareja, Hermione, sólo amigos.

—Pero yo pensaba… —Hermione frunció el ceño, confundida.

—Sólo somos amigos. Me gusta mucho, lo admito —Harry se sonrojó al manifestarlo por primera
vez en voz alta. Sabía que el resto de la mesa, sobre todo Dean, estaba pendiente de él, aunque
esperaba que no alcanzasen a escuchar los detalles de la conversación—, pero no somos novios ni
nada parecido. Ni siquiera sé si él quiere algo así.

—¿Cómo no va a querer? —preguntó Hermione con un resoplido impaciente—. Tú mismo dices


que te gusta y es obvio que también le gustas a él. Estáis juntos todo el tiempo y os comportáis
como novios. De hecho, pensaba que pasabais tanto tiempo en la habitación porque…

—¡Hermione, cállate, por favor! —le pidió Harry, sonrojándose más, antes de que la chica siguiese
hablando.

—¿Estás diciéndome que os pasáis el tiempo abrazándoos y que os dais la mano sin hacer nada
más? —preguntó Hermione poniendo los ojos en blanco y disimulando una carcajada. Harry apretó
los labios, intentando no ofenderse—. Dios da pan a quien no tiene dientes; iba a desaprovechar yo
oportunidades así si Ron...

—¡Hermione! —protestó Harry, que no deseaba detalles sobre lo que esta hacía con Ron cuando
estaban a solas.

—Vale, vale… Me callo. Pero no puedes decirme que no tenéis algo entre vosotros —dijo
Hermione con una risita.

—Te he dicho que sólo somos amigos —insistió Harry, malhumorado.


—También eres mi amigo y no nos comportamos así. Tampoco te he visto retozar en los sofás de
la sala común con Ron jamás. Y menos mal. —Hermione resopló, riéndose de su propio
comentario.

—¡No retozamos! —exclamó Harry en voz más alta de lo que deseaba. El resto de sus compañeros
se rio suavemente y Harry tuvo la seguridad de que sabían exactamente de qué estaban hablando.

—¿Ni siquiera os habéis besado? —preguntó Hermione, incrédula.

—Te digo que únicamente somos amigos. Además, te lo habría contado de ser así. Os conté lo de
Cho.

—Bueno, visto de esa manera me alivia que sólo sean imaginaciones mías, aunque no puedes
culparme por adelantarme a los acontecimientos: últimamente estás más taciturno con tus cosas. —
Harry abrió la boca para protestar de nuevo, pero Hermione volvió a adelantarse—. No es una
pulla por no habernos dicho antes lo de que querías ser profesor. No pasa nada, está bien que
tengas tus tiempos para contarnos las cosas. Está bien por mí.

—Os lo habría contado en algún momento —se defendió Harry, que todavía se sentía culpable por
no habérselo dicho antes.

—Entonces te gustaría besarle, ¿no? —dijo Hermione, volviendo al tema de Draco.

Harry la miró. Hermione tenía las cejas levantadas y los labios apretados, haciendo un esfuerzo por
mantenerse seria y no echarse a reír. El malhumor de Harry se esfumó al darse cuenta de lo cómico
de la situación y que, evidentemente, era absurdo negar que la relación que Draco y él mantenían
iba más allá de la simple amistad, aunque no pudieran hablar estar saliendo juntos.

—No sé si él quiere que le bese —confesó Harry, expresando uno de sus miedos en voz alta.

—¿Cómo no va a querer? —preguntó Hermione con sorna.

—No lo sé. A veces pienso que es sólo porque estamos aquí y ahora y que cuando salgamos del
colegio esto no será más que un recuerdo borroso. —Hermione bufó al oírle, sin dignarse a
rebatirle aquello por lo absurdo que le parecía—. No ha hecho nunca ningún comentario al
respecto, amago, nada que indique que desee hacerlo. Sí, nos abrazamos, nos acariciamos,
dormimos juntos…

—¿Dormís juntos? —le interrumpió Hermione, poniendo los ojos en blanco.

—Algunas noches —confesó Harry sin dar más detalles, poco dispuesto a aclararle el tema de las
pesadillas de Draco—. Pero a lo mejor para él es normal hacer eso con sus amigos y yo lo estoy
malinterpretando.

—No seas absurdo, Harry. Nunca le hemos visto hacer eso con sus amigos. Es evidente que él
tiene tantas ganas como tú, pero que también tiene miedo o inseguridades.

—No quiero que se sienta forzado a hacer nada que no quiera.

—Entonces, pregúntale —concluyó Hermione, como si fuese algo obvio—. Habla con él y
soluciona el malentendido. Estoy segura de que si lo hacéis, ambos os sentiréis mucho mejor.
Además, Draco me cae muy bien y me gusta cómo te trata, no querría que lo perdieses. No tan
pronto y de esta manera, al menos.

—Tienes razón.
—¿Te sientes mejor? —Harry asintió y se levantó, decidido a volver al dormitorio y hablar con
Draco.

—Gracias, Hermione —dijo, agachándose para darle un beso en la mejilla—. Eres la mejor.
Poción de animagia
Chapter Summary

Es luna llena. Si no hacen la poción de animagia, Harry y Draco perderán la


oportunidad y tendrán que volver a empezar desde el principio. Sin embargo, Harry
sólo puede pensar en Draco y este no aparece por ninguna parte.

Chapter Notes

¡Hola!

Sólo comentaros que, con el decaimiento del estado de alarma y el toque de queda en
mi país, mi trabajo retoma los horarios normales y habituales. ¿Qué por qué os lo
cuento? Porque me va a ser prácticamente imposible actualizar el sábado. Podría
intentar correr y publicar en mi mediodía antes de irme a trabajar pero... prefiero no
comprometerme (y así no sentirme culpable si no puedo). Por tanto, esta semana sólo
habrá capítulo el martes y el jueves.

¡Muchísimas gracias a todas por las lecturas y los comentarios! ¡Abrazos y besos!

Trigger Warning: Referencias a situaciones sexuales, nada demasiado explícito.


Tensión sexual latente.

Draco no estaba en la habitación. Harry salió y buscó en la sala común, esperando que quizá
estuviese allí, pero tampoco lo encontró. Volvió al dormitorio, sacó el Mapa del Merodeador y se
sentó en la cama. Estaba a punto de desplegarlo cuando eligió volver a doblarlo, sintiendo
remordimientos. Ya había estado mal cuando lo había utilizado para descubrir que estaba
durmiendo en la sala común y Draco odiaría que volviese a hacer eso. Sería peor que llamarlo
idiota en el calor de una discusión. Harry se había acostumbrado tanto a utilizarlo que le costaba
pensar en lo incorrecto que era espiar así a la gente.

Se lamió los labios, sin saber qué hacer. Se sentó frente al escritorio y sacó los libros de Teoría
Mágica, pensando que podría estudiar un poco para hacer tiempo en lo que Draco regresaba y así
aprovechar el rato. No funcionó. Pendiente de la puerta, levantándose a pasear por la habitación
cuando la frustración de no poder hacer nada lo invadía y consultando el reloj para ver cómo se
derretían lentamente las horas, apenas logró concentrarse y avanzar dos párrafos del capítulo que
se había propuesto aprender.

—¿Aún no ha regresado? —Harry se había levantado de golpe cuando había oído llamar a la
puerta antes de pararse a pensar que, obviamente, Draco no iba a llamar antes de entrar. Hermione
había entreabierto la puerta y se había asomado, mirándole con curiosidad—. ¿Quieres bajar a
comer con nosotros?

Harry negó, sintiendo que se le volvía a cerrar la garganta y que le picaban los ojos. Era sábado.
Los sábados, Draco y él comían juntos en Hogsmeade y había tenido la esperanza de que para ese
momento todo estuviese arreglado. Hermione apretó los labios, comprendiéndolo. Entró en la
habitación y se acercó a él, abrazándolo. Agradecido, Harry le correspondió el gesto y se permitió
sollozar cuando hundió el rostro en el hombro de su amiga. Esta le consoló con caricias en la
espalda.

—Harry, te quiero mucho —le dijo Hermione suavemente—. Pero desde mi punto de vista estáis
haciendo un pequeño drama de algo que se va a solucionar en cuanto habléis, aunque entienda que
resulta doloroso para ti que Draco esté enfadado.

—Lo siento —se disculpó Harry, consciente de que, visto desde fuera, debía de parecer un idiota
—. Ya sé que parezco un crío, pero no puedo evitarlo.

—Nunca te disculpes por amar, Harry —dijo Hermione separándole para poder mirarle a los ojos.

—Eso te ha quedado muy profundo. —A pesar de todo, se le escapó una pequeña risita sarcástica
—. Pero tienes razón.

—Creo que lo que sientes por Draco es muy fuerte. Siempre lo ha sido, supongo, aunque antes no
lo expresases de esta manera. Si lo que él siente por ti también lo es, lo arreglaréis.

—He estado pensando…

—Ya imagino —dijo Hermione con sorna.

—No, escúchame —se exasperó Harry. Hermione sonrió, paciente—. He pensado que si hablo con
él y… bueno, hablamos sobre esto que tenemos entre nosotros… Si Draco al final sí quiere… Ya
sabes…

—Ser tu novio —concluyó Hermione con condescendencia. Harry asintió, sonrojándose—. Claro
que querrá ser tu novio, Harry.

—Necesitaré ayuda para contárselo a Ron.

—Ron ya sabe que nos llevamos bien con Draco —le tranquilizó Hermione—. Que tú te llevas
especialmente bien con Draco.

—Ya, hace muchos chistes en sus cartas sobre ello. Me refiero a que él cree que simplemente
estamos bien todos juntos, no que Draco y yo somos… que tenemos… lo que sea.

—Claro que lo sabe, Harry. Es tu mejor amigo. —Hermione lo miró moviendo la cabeza y
poniendo los ojos en blanco—. Se lo imagina como nos lo imaginamos todos en este colegio.
Hablas de Draco en todas las cartas que le escribes. Pasas casi todo tu tiempo con él, cuando le
cuentas a Ron las cosas que haces es normal que su nombre salga a relucir. Hasta le pediste que te
enviara las pelotas viejas de quidditch para jugar con Draco.

—¿Te contó lo de las pelotas? Siento no habértelo dicho.

—Y también que os escapáis algunas noches para volar. —Harry se sonrojó. A Ron si le había
contado que salía a volar por las noches cuando le había pedido que le enviase alguna snitch,
sabiendo que aprobaría la travesura, pero no había llegado a confesárselo a Hermione, que
seguramente le habría reprendido—. No te enfades con Ron, se le escapó ayer mientras hablaba de
lo mucho que echaba de menos jugar contigo.

—No me enfado. Debería habértelo contado también. Creo que tienes razón, últimamente te
cuento demasiadas pocas cosas —dijo Harry con una sonrisa culpable. Hermione negó con la
cabeza, comprensiva y disculpándole—. Un momento, ¿entonces dices que Ron sabe lo de Draco?
Que… ¿me gusta y eso?

—Sabe que sois muy muy buenos amigos, pasáis mucho tiempo juntos y se imagina qué es lo que
podéis traeros entre manos. No es difícil atar cabos. —Hermione se encogió de hombros—. Le
preocupaba sentirse desplazado por no estar aquí pasando todo ese tiempo contigo, haciendo todas
las cosas que Draco y tú hacéis, pero cuando me lo dijo le comenté que no tenéis el mismo tipo de
relación y creo que entendió dónde residía la diferencia.

—Siento mucho que se sienta así. Deberíamos haberlo hablado antes. Quiero mucho a Ron —
aclaró Harry, por si acaso.

—Lo sé. Y él también lo sabe, aunque ya sabes que opino que deberíais decíroslo más a menudo.
Quizá existe la posibilidad de que le cueste aceptar a Draco, pero yo creo que no será así, porque te
quiere muchísimo y quiere que seas feliz. Los dos queremos que seas feliz, Harry.

—Muchas gracias, Hermione —dijo Harry volviendo a abrazarla y emocionándose. Un par de


lágrimas cayeron de sus ojos sin poder evitarlo. Conmovido, le dio un beso cariñoso a Hermione en
la frente—. Te quiero mucho.

—¿Os esperamos o vamos bajando? —Neville estaba en la puerta. Dean estaba detrás de él.
Ambos se quedaron parados al verlos—. Lo siento, no pretendíamos molestar. ¿Puedo preguntar si
va todo bien?

—No importa, Neville —dijo Harry secándose las mejillas—. Es sólo que estoy un poco blando
hoy.

—¿Es por Draco? —preguntó Dean. Harry asintió, comprendiendo que no tenía sentido negarlo—.
Estaba en el campo de quidditch hace un rato, viendo entrenar al equipo de Ravenclaw.

—¿Ha pasado algo grave, Harry? —se interesó Neville. Harry negó con la cabeza—. Sabes que
puedes contar con nosotros.

—Sólo ha sido… ha sido una discusión tonta que se nos ha ido de las manos, creo —admitió
Harry, que cada vez se sentía más idiota e infantil con su actitud.

—No te preocupes, entonces. Se solucionará. —Neville entró también en la habitación y le dio un


abrazo.

—Sí, tío. Simplemente esperad un rato a enfriar los ánimos y habladlo después —le aconsejó
Dean, abrazándole también. Harry aceptó ambos abrazos con gusto, sintiéndose reconfortado—.
Seguro que mañana volvéis a estar acaramelados y metiéndoos mano en el sofá de la sala común.

—¡Dean! —exclamó Harry, intentando fingir indignación, pero animado por las palabras de sus
compañeros.

—¡Oh! No lo sabéis, pero Harry está obcecado en que Draco y él son sólo buenos amigos —aclaró
Hermione con tono de burla.

—¡Ja! —respondió Dean mientras Neville y Hermione se reían. Harry, a su pesar, también empezó
a reírse.

—No me vas a perdonar esa, ¿eh? —protestó Harry, siguiendo la broma.

—Yo tampoco. Te la recordaré yo todos y cada uno de los próximos días que os vea hacer manitas
en la sala común si no lo hace ella —juró Dean con una sonrisa malévola.

—Venga, Harry. Vamos a comer —le insistió Hermione—. Aunque no tengas hambre.
Simplemente baja. Luego quédate en la sala común con el resto. Estudiando, si quieres, pero no te
encierres aquí hasta que vuelva Draco.

—Y que sepas que si lo de que sois buenos amigos es porque Draco no quiere ser tu novio, es que
es un idiota.

—¡Dean! —le reprendió Harry, sintiéndose otra vez culpable por haber llamado idiota a Draco.

—¿Qué? Tendré que ponerme de tu parte —se defendió Dean, levantando las manos—. Pero si
eres tú el que no quieres ser su novio, el idiota eres tú, Harry.

—Él no tiene nadie para que se ponga de su parte y le levante el ánimo —murmuró Harry
pensando que probablemente era cierto.

—Eso es lo que tú te crees, Harry, pero no es verdad —negó Neville con una sonrisa.

—¿Por qué lo dices?

—En el campo de quidditch estaba entrando Ravenclaw a entrenar y… Bueno, Morag estaba
sentada al lado de Draco y ambos estaban hablando. Bueno, Morag hablaba, ya sabes cómo es
Draco de parco en palabras. Parecían muy serios, eso sí.

—Estamos todos en esto, Harry. Draco también es uno de los nuestros —concluyó Dean con una
sonrisa—. Quizá los demás no hayamos intimado tanto con él como tú y no querrá abrirse tanto a
nosotros, pero le tenderemos una mano si la necesita. Incluso aunque no la quiera —añadió
ferozmente, despertando otra carcajada en los demás.

Sintiéndose más reconfortado, Harry les acompañó a comer. Sabía que era poco probable que
Draco hubiese hablado con Morag de ningún tema trascendente, pero si era cierto que la chica se
había acercado a hablar con él, estaba seguro de que Draco habría agradecido su compañía. Como
le había prometido a Hermione, Harry pasó el resto de la tarde en la sala común con un libro
abierto entre las piernas, sin prestarle demasiada atención. A lo largo de la tarde, todos sus
compañeros fueron desfilando por el sofá. Algunos se sentaban un rato con él, otros charlaban de
cualquier cosa durante unos minutos, arrancándole de su ensimismamiento. Justin le pasó
torpemente el brazo por los hombros en un intento de consuelo y Ernie le acercó una cerveza de
mantequilla, que Harry aceptó agradecido. Incluso Michael se sentó a su lado cuando él y Morag
entraron en la sala común para anunciar que bajarían al pueblo a pasar el resto de la tarde y cenar
con sus excompañeros de casa.

—Draco no está enfadado —dijo Michael tras unos segundos de silencio, mirándole con una
expresión extraña.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —Harry frunció el ceño. Había creído que precisamente Michael era, de
todo el grupo, el que menos trato tenía con Draco.

—No lo parecía cuando fui a buscar a Morag al campo de quidditch antes del almuerzo. Le
preguntamos si venía al Gran Comedor con nosotros, pero dijo que prefería quedarse allí, que
necesitaba tiempo para pensar. Estaba un poco desanimado, pero parecía tranquilo y yo creo que
sólo necesitaba un poco de espacio y soledad.

—Genial, supongo —dijo Harry, pensando que aquello cuadraba perfectamente con Draco.
—¿Vamos, Michael? —Morag se había acercado a ellos y le miraba con atención—. ¿Estás bien,
Harry?

—Dean dice que Draco y él han tenido algún problemilla y anda como alma en pena —contestó
Michael por él.

—Voy a matar a Dean —masculló Harry, entendiendo de golpe por qué todos sus compañeros se
habían asegurado de pasar un rato con él durante la tarde—. Juro que lo mato.

—Por eso parecía triste —asintió Morag.

—¿Estaba triste? —preguntó Harry, olvidándose de su súbito enfado con Dean.

—No habló mucho, así que no te sé decir. Sólo que parecía triste y, quizá, preocupado. —Morag
se encogió de hombros—. Apenas charlamos un rato y fue sobre quidditch.

—No te preocupes, Harry. Todas las parejas tienen problemas algunas veces —dijo Michael
apretándole el hombro antes de levantarse—. Verás cómo sois capaces de solucionarlo en un
periquete.

—No… no somos pareja —se vio obligado a aclarar Harry. Se sentía como si estuviese
traicionando a Draco, porque había asumido que, efectivamente, ellos no tenían una relación de
amistad normal sino que iba más allá, pero tampoco le parecía justo ir anunciando por ahí algo que
no había acordado con él.

—¡Ah, sí! Dean también comentó que estabas diciendo eso —se rio Michael, provocando una
carcajada en Morag.

—Juro que lo mato con mis propias manos —gruñó Harry, que no obstante no estaba enfadado.

—Si necesitas algo, lo que sea… sólo dínoslo, ¿de acuerdo, Harry? —le dijo Morag solícitamente
—. E intentaremos que Draco también se sienta arropado incluso si, por lo que sea, no conseguís
solucionarlo.

—Gracias, chicos —contestó Harry, sinceramente.

Harry los miró salir, emocionado y sintiendo un calor agradable en el pecho a pesar de lo
vergonzoso que le resultaba ahora que todos sus compañeros supiesen qué estaba ocurriendo
exactamente. Que se hubiesen molestado en consolarle le hacía sentir bien. Que Morag y Michael
se hubiesen preocupado de hablar con Draco, se hubiesen fijado en cómo se sentía, que le
considerasen parte del grupo y también quisiesen cuidar de él y apoyarle le emocionaba.

—Estás sonriendo. —Hermione se dejó caer a su lado.

—Estaba pensando en que todos saben lo que ha pasado ya.

—Estás vagando como un alma en pena y Draco, que normalmente no se despega de ti, no ha
aparecido en todo el día tras marcharse repentinamente en el desayuno. Justin lo ha comentado en
la comida, extrañado, pero tú ni siquiera te has dado cuenta. Todos han preguntado por ti. Y por él
—señaló Hermione. Harry sonrió, orgulloso de ello.

—Eso me ha dicho Morag. Que Draco parecía triste, pero no enfadado. Y que han estado un rato
con él y que le apoyarán también.

—¿Por eso sonreías? —Harry asintió—. Hemos formado un grupo bonito, ¿verdad?
—La promoción de la guerra —musitó Harry, recordando el término que se le había ocurrido unos
días atrás.

—Los nueve de Hogwarts —bromeó Hermione, sonriendo.

—Lo siento, no se me ocurren más títulos épicos.

—Son suficientes.

—Sí. —Ambos se quedaron en silencio varios minutos, mirando el crepitar del fuego de la
chimenea.

—Por cierto, ¿qué quería McGonagall esta mañana? —preguntó Hermione—. No recordé
preguntarte antes, mientras hablábamos de Draco.

—Recordarnos que hoy es la primera luna llena desde que utilizamos las hojas de mandrágora.

—¡Es verdad! Un momento —dudó Hermione frunciendo el entrecejo—, pensaba que McGonagall
no sabía nada.

—Nosotros también lo pensábamos, pero parece ser que no se le escapa nada —dijo Harry con
tono de incomprensión fingida antes de reírse.

—Como a Dumbledore, ¿eh? ¿Y qué ha dicho?

—Creo que le ha parecido bien. —La directora había dado su aprobación explícita y les había
ofrecido ayuda—. Hoy tenemos que unificar todos los ingredientes de la poción para que salga
bien. Si no, tendremos que volver a empezar con una hoja de mandrágora nueva y no creo que haya
muchas noches despejadas hasta las heladas de enero. Ya es una suerte que estemos teniendo buen
tiempo.

—Tened cuidado, ¿de acuerdo? Aunque McGonagall lo sepa y esté de acuerdo, no hagáis nada de
lo que no estéis completamente seguros.

—Todavía queda mucho por hacer. Estos son sólo pasos intermedios, Hermione —dijo Harry
intentando tranquilizarla.

—Lo sé. Pero déjame preocuparme.

—Vale, mamá gallina —accedió Harry, abrazándola por los hombros y atrayéndola hacia él en un
abrazo amistoso.

Las horas de la tarde pasaron más rápidamente. Harry no bajó a cenar, optando por quedarse en la
sala común. Hermione lo miró con ojo crítico, juzgando que se encontraba mejor, antes de
aprobarlo. Cuando sus compañeros volvieron un rato después, charló con ellos un poco más antes
de retirarse al dormitorio.

Sabía que Draco no había bajado a cenar, porque Dean se lo había dicho, pero no había esperado
encontrarlo dentro de la habitación. De espaldas a la cama de Harry y en posición fetal, dormía
abrazado a la almohada, aprisionándola entre los brazos y las piernas. Al verle con el ceño fruncido
y expresión desasosegada, moviendo los labios en sueños, Harry temió que estuviese teniendo una
pesadilla pero, tras observarle un rato, concluyó que sólo era un sueño inquieto.

Se aseó intentando no hacer ruido, sentándose en la cama al terminar. Deseaba despertarlo y


preguntarle cómo se encontraba, disculparse de nuevo y darle un abrazo para alejar sus propios
fantasmas, pero sabía que no debía hacerlo. Si Draco no estaba preparado para hablar todavía, lo
respetaría. Harry se preguntó si el hecho de que estuviese durmiendo en el dormitorio se debía a
que estaba bien para Draco dormir allí aunque las cosas entre ellos no estuviesen en su mejor
momento o simplemente a que sabía que Harry estaba en la sala común. Prefirió pensar lo primero.
Draco, que había dormido varias noches en la sala común muerto de frío, habría estado dispuesto a
dormir en cualquier otro sitio si realmente lo hubiese querido así.

Harry se tumbó en su cama, dando la espalda a Draco. Ahora que sabía que estaba allí con él, no
tenía tanta necesidad de mirarle. Observó la luna, que inundaba la habitación a través de las
cortinas abiertas con su suave luz. Llena y redonda, iluminaba todo el campo y el lago la reflejaba
como un espejo, recordándole con su presencia que deberían haber estado preparando el material
para preparar la poción de animagia. Rozó con la lengua la hoja de mandrágora, encajada en un
rincón de su boca para que no se moviese. En los últimos días la había sentido más pequeña y
desecha que al principio y había supuesto que era la acción de la saliva. Le había costado
acostumbrarse, pero el truco de Draco de pegarla en la mandíbula superior entre la encía y la
mejilla había funcionado y casi no le había molestado durante todo el mes.

Se planteó escupirla sin más dilación, dado que evidentemente Draco no planeaba seguir con el
proceso, pero no quería levantarse al baño para tirarla, así que decidió que no pasaba nada por
tenerla unas pocas horas más en la boca y quitársela por la mañana. Consideró la idea de hacerlo
solo, reflexionando acerca de que no debía supeditar sus propios deseos a los de Draco pero,
aunque ambos habían estudiado todo el proceso, era Draco quien se había centrado en los detalles
de la poción, planificado cómo iban a organizarlo y se había encargado de preparar los materiales
que necesitaban para esa noche. Sabía que estaban en algún lugar de su armario, listos para ser
utilizados, pero decidió que no debía hurgar en las pertenencias de Draco sin permiso. Además,
Harry no estaba seguro de poder ejecutar todos los pasos por su cuenta, había confiado en Draco
para eso, respetando su pacto inicial, aunque conociese la preparación con más o menos detalles.
Prefería prepararse concienzudamente e intentarlo con otra hoja de mandrágora que arriesgarse a
olvidar algún detalle que hubiese dejado en manos de Draco.

Harry se giró, dando la espalda al ventanal y mirando de nuevo a Draco, llenándose los ojos con su
presencia. Decidió definitivamente que si Draco no deseaba volver a intentarlo, él lo haría por su
cuenta. Reuniría el material durante el mes siguiente y volvería a meterse la hoja de mandrágora en
la siguiente luna llena. Con suerte, podría intentar el hechizo durante las tormentas veraniegas, tras
las heladas invernales y las lluvias primaverales. Pensar en ello le animó y sentirse mejor le hizo
ser un poquito más optimista con respecto a Draco, así que se propuso que, salvo que Draco se
negase en redondo, hablaría con él a la mañana siguiente. Con ambos planes en mente, Harry cerró
los ojos, intentando dormir.

Un grito lo despertó varias horas más tarde. Harry miró el reloj y vio que era tan tarde que la hora
podría ser considerada demasiado temprano en la mañana a pesar de que todavía era noche cerrada.
Parpadeó, intentando ubicar la procedencia del sonido antes de identificar la voz de Draco. Harry
se incorporó inmediatamente. El otro chico estaba retorciéndose en la cama, con las piernas
enredadas en la manta. Se levantó y se acercó a él, sin saber qué debía hacer. No había contado
con que justo esa noche tuviese una pesadilla tan intensa. Llevaba tres o cuatro días con una buena
racha y la mayoría de las de las semanas anteriores habían sido bastante más leves. Harry estuvo a
punto de meterse en la cama con él y abrazarlo, como hacía habitualmente, pero se detuvo porque
no sabía si eso complicaría las cosas al día siguiente cuando despertasen. Al fin y al cabo, todavía
no habían hablado.

—¡Potter! —gritó de nuevo Draco con desesperación, sobresaltándole.

Draco estaba sudando a mares y tenía la camiseta empapada. Retorcía las manos sobre las sábanas
y pateaba las sábanas con ímpetu. Se dio cuenta que junto con el sudor de su rostro había
mezcladas lágrimas. Harry nunca le había visto pasarlo tan mal y supuso que o bien la pesadilla
estaba siendo peor de lo habitual o él había tardado más en despertarse que otros días.

—No quiero morir —susurró Draco aterrado, con un rictus en la frente antes de sollozar con
fuerza.

Asustado, Harry se dio cuenta que Draco había empezado a temblar violentamente. Cuando un
amplio círculo de humedad se extendió por los pantalones del pijama de Draco, empapando
también las sábanas, Harry consiguió salir de su parálisis y actuar.

—Te lo prometí. Te lo prometí, Draco, y cumplo mis promesas —susurró Harry, decidiendo que
prefería que Draco se enfadase con él que no hacer nada por ayudarlo.

No se metió en su cama para abrazarlo como hacía habitualmente, resuelto a respetar también su
distancia hasta que accediese a conversar con él y solucionar lo que fuese que le estaba
molestando. Con un susurro, Harry realizó un hechizo enfriador en la habitación, cogió una
camiseta de las que había dejado encima del baúl la tarde anterior y se sentó en el borde de la
cama, secándole el sudor de la frente y las lágrimas de las mejillas con ella, en una gentil caricia.
Le puso la mano en el pecho, acertando en su suposición cuando, en cuanto notó el contacto, Draco
dejó de retorcer las manos en la sábana y se aferró a él con todas sus fuerzas.

—Harry… —susurró Draco con alivio—. Has vuelto…

—Sí —le contestó Harry, a pesar de que sabía que Draco no podía oírle—. Estoy aquí, Draco.

Draco dejó de temblar unos segundos después y las facciones de su cara se relajaron. Con la varita,
Harry detuvo el hechizo enfriador, imaginando que ya no era necesario. Draco estaba empapado en
sudor, lágrimas y orines, podía coger frío.

—Draco —le llamó Harry suavemente, acariciándole la mejilla con la mano que tenía libre,
intentando despertarle sin sobresaltarlo—. Draco, tienes que despertarte.

—¿Harry? —parpadeó Draco, somnoliento—. ¿Estás aquí?

—Estoy aquí, sí. Tienes que despertarte, Draco. Estabas en una pesadilla —insistió Harry.

Draco cerró los ojos, pero volvió a abrirlos segundos más tarde, parpadeando más rápido. Harry le
soltó la mano, consciente de que sólo la había retenido hasta ese momento porque era muy
agradable tocarle después de todo un día sin haber podido hacerlo. Cuando Draco terminó de
despertarse, se incorporó sobre los codos, mirándole con los ojos muy abiertos.

—¿Por qué estás aquí, Potter?

—Tenías pesadillas —le explicó Harry, intentando no sentirse dolido por la pregunta de Draco—.
Te calmaste cuando enfrié la habitación y te cogí de la mano para consolarte, pero mojaste la cama
justo antes de que lo hiciese y creí que debía despertarte para que pudieses asearte.

—¿Mojé…? Oh, mierda… —Draco se dejó caer hacia atrás en la cama y se frotó los ojos con
cansancio.

—Lo siento. No reaccioné a tiempo y debías llevar mucho rato soñando. Además de estar sudando
y hablando, llorabas y temblabas. Nunca te había visto así; me bloqueé y tardé en reaccionar —se
disculpó Harry todavía un poco asustado por la intensidad de la pesadilla.
—No es culpa tuya. A veces si la pesadilla es realmente mala, si en el sueño no consigo verte, me
pasa —admitió Draco, suspirando.

—Dudé antes de despertarte —confesó Harry, mordiéndose el labio—. No quería meterme en tu


cama porque no sabía si te ibas a enfadar por hacerlo y mientras decidía qué hacer exactamente…
pasó. Si hubiese reaccionado un poco antes…

—No es culpa tuya, Potter —insistió Draco.

—Lo siento igualmente.

Harry se levantó y se sentó en el borde de su cama, totalmente desvelado, mirando a Draco, que
permaneció bocarriba en la suya, mirando al techo con resignación.

—Si quieres ducharte, puedo intentar limpiar tus sábanas para que puedas seguir durmiendo —se
ofreció Harry—. No soy muy bueno con esos encantamientos porque tengo poca práctica, pero si
no me salen bien puedes dormir en mi cama hasta que mañana los elfos te cambien las sábanas.

—¿Por qué estás aquí, Potter? —preguntó Draco de nuevo, sin moverse de la cama.

—¿Qué? —Harry parpadeó, sin saber qué contestar.

Había interpretado que Draco le había preguntado inicialmente qué hacía sentado en su cama, pero
que volviese a repetir la pregunta le había desconcertado. Imaginaba que Draco se había molestado
con él por lo ocurrido durante la mañana, pero las palabras de Michael y Morag le habían
tranquilizado y había asumido que realmente no estaba enfadado, así que no entendía qué quería
decir con aquello.

—Que aún no me has dicho por qué estás aquí, Potter —insistió Draco, volviéndose hacia él.

—Yo… estaba durmiendo… es nuestro dormitorio… ¡Oh! —comprendió Harry de repente. Un


peso amargo y doloroso le inundó el pecho—. Hoy ya es tarde, así que me iré a la sala común a
dormir esta noche. Mañana puedo pedirle a alguno de los demás que me cambie el dormitorio si
quieres.

—No digas tonterías, Potter —dijo Draco, exasperado—. Pregunto que qué haces aquí ahora.
Deberías estar realizando la poción. Es luna llena y si no la haces hoy tendrás que volver a
empezar.

—Draco, tú estabas dormido cuando llegué. El material y los ingredientes están en tu armario y…

—¡Pues cógelos! Tiene que ser hoy —le interrumpió Draco, frunciendo el ceño.

—No iba a registrar tus cosas por una maldita poción, Draco —dijo Harry exasperado, olvidando
no levantar el tono de voz.

—Cogiste mi escoba cuando te empeñaste en que saliésemos a volar. —Harry, frustrado, se talló
los ojos.

—No es exactamente lo mismo. Mira, da igual, ¿de acuerdo? —dijo, intentando que Draco dejase
el tema.

—No, no da igual. ¿Qué hora es? Todavía estás a tiempo, coge las cosas. Te doy permiso, si es lo
que necesitas. Si sales ahora…
—No importa, Draco, de verdad —negó Harry con cansancio, subiendo los pies a la cama para
evitar quedarse frío—. Ya lo intentaré yo solo más adelante si no quieres hacerlo conmigo, no te
preocupes. No pasa nada. Reuniré los materiales por mi cuenta. No es que corra prisa, al fin y al
cabo.

—¿No habrás escupido la mandrágora, Potter? —preguntó Draco alarmado e incorporándose de


nuevo.

—No. Estuve a punto, pero no quise levantarme de la cama solamente para tirarla.

—Entonces puedes hacerlo todavía —dijo Draco, levantándose y abriendo su armario a toda prisa.

—Draco. —Este se detuvo al oír el tono serio de Harry, volviéndose hacia él—. Eso me da igual
ahora mismo. Si quieres que hablemos de algo, prefiero que sea sobre lo de esta mañana, es algo
que me importa mucho más. Yo no planeaba hacerlo ahora, quería esperar a que tú estuvieses
preparado, pero no quiero ni oír hablar de la maldita poción de animagia en este momento.

—Yo… —Draco le miraba de hito en hito.

—Entiendo que no quieras que hablemos de ello ahora. Lo respeto, Draco. Voy a intentar limpiar
tus sábanas mientras te aseas —dijo Harry, levantándose de la cama y cogiendo la varita de su
mesilla.

—Harry…

Draco le detuvo cuando Harry hizo el gesto de ir a sacarse la hoja de mandrágora de la boca,
aprovechando que se había levantado de nuevo y podía tirarla. Agarrándole de la muñeca, se lo
impidió, sosteniéndole la mirada.

—Por favor, Harry…

—Draco, ¿ves la incongruencia en que me insistas en que yo haga algo que tú has decidido no
hacer? —preguntó Harry, intentando hacer acopio de paciencia—. Estábamos juntos en esto, me
hacía mucha ilusión hacerlo contigo y era emocionante compartir el secreto, pero no me parece
mal que te hayas arrepentido y no desees hacerlo o que quieras intentarlo por tú cuenta. De verdad,
está bien por mi parte. Yo lo haré más adelante porque realmente quiero probarme a mí mismo con
este tema, pero no me siento capaz de preparar la poción por mi cuenta ahora mismo, necesitaré
estudiarla más a fondo para estar seguro de que sé bien lo que estoy haciendo. Igual que respeto
que tú hayas tomado tu decisión, tendrás que respetar la mía, Draco.

—Lo siento, olvidé que la poción era mi tarea y que a lo mejor no habías prestado toda la atención
necesaria a esa parte del proceso —murmuró Draco con cara de culpabilidad.

—No te disculpes. No estoy enfadado, no pretendía sonar tan brusco. Es sólo que estoy… que
llevo… quiero… —La voz de Harry se quebró antes de completar la frase. Había estado deseando
darle un abrazo desde que lo había visto durmiendo en la cama para lanzar lejos de su pecho el
malestar que sentía—. ¿No importa, vale? No pasa nada, Draco. De verdad. Tengo toda la vida por
delante para hacerlo, no tiene por qué ser hoy.

—Pensaba que no querrías que lo hiciésemos juntos —murmuró Draco al cabo de unos segundos,
agachando la cabeza.

—¿Por qué? —preguntó Harry, sin comprender a qué venía aquello.

—Porque tienes razón y soy idiota —lamentó Draco, sentándose en su cama, frente a Harry, con
cara de tristeza.

—Eh… no digas eso. Siento mucho haberte hecho sentir así. No debí haber dicho eso esta mañana.
No estuvo bien y procuraré que no vuelva a ocurrir, Draco. —Harry se sintió culpable de nuevo,
arrepintiéndose de haber hecho tanto daño con una sola palabra. Sintió la necesidad de insistir para
tratar de borrar todo rastro de duda del semblante de Draco—. No pienso que seas un idiota. No
eres un idiota.

—Lo sé. ¿Lo sé? —Abatido, Draco negó con la cabeza—. Mira, yo…

—Draco, dúchate y cámbiate de ropa —le aconsejó Harry, sintiendo que su congoja por Draco
volvía a crecer—. Mañana por la mañana lo veremos de otra manera. Y si quieres, hablaremos de
todo lo que te ha molestado y hecho daño. Lo solucionaremos. Te daré las explicaciones que
necesites, me disculparé o…

—No.

—Bueno, si no quieres hablar no lo haremos. —Harry sintió que se desinflaba. Por un momento
había creído que conseguía llegar al otro chico y había vislumbrado que conseguirían solucionar
aquello, pero volvía a escurrírsele entre los dedos—. Pero deberías ducharte y cambiarte de ropa
igualmente ahora.

—Sí quiero hablar, pero ahora tú y yo vamos a ir a completar esa puñetera poción y no quiero oír
ni una queja al respecto —dijo Draco con más firmeza.

—De verdad, Draco…

—¿Tú deseas que sigamos haciendo esto juntos?

—Claro que sí, pero que yo quiera hacer algo así no implica… —dijo Harry, frustrado y sin
comprender qué pasaba exactamente con Draco.

—Entonces, hagámoslo. En realidad, sí quiero hacerlo. Me había convencido a mí mismo de que tú


no querrías, pero si tú estás seguro yo también lo estoy.

—Pensaba que habías tirado tu mandrágora. —Harry frunció el ceño. Había dado por hecho eso
desde el momento en que había visto que Draco no iba a salir a completar la poción.

—No. Supongo que en cierto modo… tenía la esperanza de que me insistieras para que lo hiciese
—confesó Draco, avergonzado.

—No nos hemos visto en todo el día, Draco, ¿cómo iba a…? —Harry parpadeó, sin comprender
qué esperaba Draco de él, cada vez más confundido.

—Lo sé, no es culpa tuya. He tenido un comportamiento demasiado infantil pero ¿podemos
hablarlo mañana, por favor? ¿O cuando volvamos? La poción no puede esperar, pero esa
conversación sí. —Draco le miró con súplica en los ojos, expectante.

—¿De verdad quieres hacerlo? ¿Seguro que no estás diciéndolo para que lo haga yo?

—Te lo juro —dijo Draco solemnemente—. Quiero hacerlo porque me hace ilusión. Porque tú has
sido capaz de hacerme ver que tengo posibilidades de conseguirlo.

—A la ducha —le ordenó Harry unos segundos más tarde, tomando una decisión—. Yo prepararé
la capa, las escobas y el mapa.
—El material está en la segunda balda de mi armario —dijo Draco, levantándose a toda velocidad,
quitándose la ropa y tirándola al suelo antes de entrar a toda prisa en el cuarto de baño.

Harry preparó las cosas antes de cambiarse de ropa y calzarse. Dudó un instante, pero abrió el
armario de Draco de nuevo, revolviéndolo y preparándole encima del baúl ropa limpia, cómoda y
abrigada. Volvió a repasar el material, cerciorándose de que todo estaba bien, en lo que Draco
terminaba de ducharse.

—Gracias —dijo aprobadoramente Draco al salir del baño y ver la ropa preparada. Harry sonrió,
sintiendo que aunque todavía tuvieran una conversación pendiente, las cosas volvían a encajar en
su sitio y habían recuperado aquella complicidad que se les había escapado durante unas horas.

Harry le observó mientras Draco tiraba la toalla a un lado y se vestía. Estuvo a punto de apartar la
mirada cuando este se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pero la sonrisa que Draco le dedicó
parecía que daba su consentimiento, así sólo se mordió el labio con timidez, provocando que el
otro chico sonriese más ampliamente, y disfrutó del color de la piel de Draco, pensando en lo
mucho que había echado de menos estar con él.

Harry les cubrió con la capa mientras Draco consultaba el mapa, trazando rápidamente una ruta.
Aunque McGonagall hubiese dado su aprobación, ambos pensaban que no convenía que nadie les
atrapase a esas horas por los pasillos. Hubieran sido demasiadas explicaciones y no tenían
demasiado tiempo. Caminaron velozmente hasta el pasadizo que solían utilizar para escapar del
castillo las noches que salían a volar. Draco escogió pasillos desiertos, así que no se molestaron en
ir demasiado despacio ni en hacer poco ruido. Una vez al aire libre, devolvieron las escobas a su
tamaño natural.

—¿Cogiste la cuchara de plata? —corroboró Draco con tono profesional.

—Sí —confirmó Harry.

—Vamos primero a por ese ingrediente. Es el único que nos falta además de la luz de luna.

Los dos volaron hasta la linde del bosque. Se bajaron y caminaron más cautelosamente,
conscientes de que, a pesar de estar a las afueras del bosque, no era buena idea llamar la atención
de ninguna criatura que pudiese oírlos. Draco examinó con ojo crítico el primer lugar de los que
tenían vigilados. Harry le había tendido la cuchara, pero Draco la rechazó meneando la cabeza.

—No hay suficiente para una cucharada. Y está contaminado, tiene demasiadas esporas del
helecho que lo cubre. No me fío. Vamos al siguiente.

Afortunadamente, sí aprobó el segundo lugar. Con cuidado, Draco recogió en la cuchara las gotas
de rocío acumulada en el hueco formado bajo la raíz de un árbol, depositándolo en un vial de
pociones de vidrio oscuro. Descartó el tercero por no estar seguro de su idoneidad.

—Mira la forma en que las hojas están orientadas. Quizá los últimos rayos del crepúsculo, que
llegan más horizontales, hayan alcanzado la zona y por eso la planta se estira de esa manera,
buscando los rayos del sol. Prefiero no arriesgarme —concluyó Draco tras examinar la planta con
cuidado.

—Tú mandas. Aún nos quedan tres sitios posibles —dijo Harry, tranquilizándole.

El cuarto sí obtuvo su aprobación a pesar de quejarse de que sería poco si no conseguía cogerlo
todo pero, mientras estaba preparando la cuchara y un segundo vial, Draco levantó la cabeza con
preocupación. Un jirón de nubes estaba pasando por delante de la luna en ese momento.
—Mierda —susurró Draco con rabia.

—No te preocupes por eso ahora, Draco. Queda tiempo suficiente hasta que el amanecer claree el
cielo. Concéntrate en el rocío solamente.

Respirando profundamente para controlar su pulso, Draco consiguió recolectar suficientes gotas
como para llenar la cuchara y depositarlo en el segundo vial.

—¿Dónde lo hacemos? —preguntó Draco, levantándose con esfuerzo. Harry le tendió la mano y
Draco la aceptó, sin soltársela cuando estuvo de pie.

—Junto al lago no hay apenas obstáculos y la luz de la luna llegará con plenitud. ¿Vamos
volando?

—No —negó Draco—. No quiero que el agua de rocío se agite tanto. Tendremos que caminar.

Entrelazando los dedos con la mano de Harry, Draco dejó que este le guiase hasta la zona del lago
que había propuesto. Harry intentó no pensar en el tacto de sus manos unidas, manteniendo la
mente concentrada en la poción. Al llegar, Draco miró con ojo crítico a la luna, que volvía a estar
despejada, aunque otro jirón de nubes se acercaba perezosamente. Negó con la cabeza y obligó a
Harry a seguirle un par de cientos de metros más a través del lodo de la orilla del lago,
hundiéndose varios centímetros en el fango cada vez que daban un paso hasta llegar a un sitio de su
gusto.

—Aparta, Potter —le indicó Draco, empujándole amistosamente con el hombro—. Es muy
importante no hacer sombra.

Harry retrocedió un paso, alejándose, pero Draco le atrajo de nuevo hacia él, recolocándolo a su
lado sin palabras.

—Ponte recto —le ordenó Draco—. Ve sacando la hoja de donde la tengas encajada y prepárala en
la punta de la lengua. ¡No lo hagas con los dedos! —le reprendió cuando vio que se llevaba la
mano a la boca—. Con la lengua. Y no tragues saliva hasta que yo te diga. Acumúlala en la boca.

Se asustó al mover la hoja de mandrágora en medio de la boca, pensando que se le iba a deshacer y
notando al tacto de la lengua que la hoja estaba blanda y prácticamente hecha puré.

—Vamos a hacer primero la tuya, ¿de acuerdo? ¡No hables! —le advirtió Draco antes de que se le
ocurriese hacerlo—. Dame los demás ingredientes. Toma, sostén tu frasco. Y no te muevas.

Harry obedeció, viendo que Draco se arrodillaba y se quitaba el jersey, extendiéndolo en el suelo
blando y enlodado. Con cuidado, sacó los recipientes con los ingredientes y los ordenó
cuidadosamente, cerciorándose en todo momento de no inclinarse hacia ellos para no proyectar
sombras. Cuando lo tuvo todo preparado de una manera que a Harry le recordaba a una mesa de
quirófano muggle, se levantó y se acercó a él.

—Te voy a arrancar un cabello —le advirtió Draco antes de seleccionar uno al azar entre su
coronilla y colocarlo cuidadosamente en otro vial de poción vacío para que no se perdiese—. Ponte
el frasco en la barbilla. Es importante que lo sostengas por abajo sólo con las yemas de los dedos,
intenta taparlo lo menos posible. Ni se te ocurra dejarlo caer.

Harry hizo lo que Draco le pedía, mirándole de reojo. Sentía la necesidad imperiosa de tragar al
sentir la boca llena de saliva, pero recordó que Draco le había dicho que no lo hiciese justo a
tiempo de evitar hacerlo. Le horrorizó imaginar que se hubiese tragado la hoja de mandrágora justo
en el momento más decisivo.
—Así está bien —le indicó Draco, aprobándolo tras examinarlo con ojo crítico—. Tienes que
escupir dentro la hoja. Asegúrate de que no sale sólo la hoja, tienes que dejar caer también toda la
saliva que hayas acumulado dentro. No pasa nada si cae saliva fuera del frasco, lo limpiaré
después, al guardarlo, pero cuanta más caiga dentro mejor, así que intenta babear todo lo que
puedas.

Harry lo hizo, notando cómo la baba le resbalaba por la barbilla. Cuando tuvo la boca vacía apartó
el frasco, sintiéndose decepcionado ante la poca saliva que parecía haber conseguido meter, que
apenas levantaba unos milímetros en el recipiente, a pesar de que había sentido la boca repleta.

—¿Dónde está la hoja? —preguntó Harry con curiosidad al no verla.

—Lo has hecho bien, así que se ha disuelto en la saliva nada más ha entrado en el frasco —le
informó Draco—. Forma parte del proceso. No lo sueltes ni te muevas —dijo mientras le limpiaba
los restos de saliva de la barbilla con el dedo pulgar antes de secársela descuidadamente en la
camiseta.

—Estás helado —murmuró Harry, que se había estremecido al contacto con su mano congelada.

—No te preocupes por eso ahora.

Draco se agachó para recoger los demás ingredientes y, con cuidado, volcó el vial de rocío en el
frasco que sostenía Harry, introdujo la crisálida de polilla y depositó dentro el cabello de Harry,
mirando la poción en todo momento con mucha atención. Cuando finalizó, tapó el frasco
asegurándose de que quedase bien sellado y, cogiéndolo sin privarlo de la luz de la luna con los
dedos en ningún momento, lo guardó dentro de un saquito de tela. Aprovechó una vez que estaba
cubierto para limpiarlo por fuera, introduciendo un pañuelo dentro de la bolsita de tela. Se cercioró
de que quedase bien cerrado con una cuerda antes de dejarlo en el suelo.

—No podremos volver volando al castillo. Y tampoco correr —dijo Draco en tono reflexivo
mientras se arrancaba uno de los pelos de la cabeza y lo depositaba en un vial limpio, colocándolo
al lado de los demás ingredientes.

—¿Hacemos la tuya ahora? —preguntó Harry, mirando al cielo para asegurarse que ninguna nube
caprichosa iba a cubrirla. El jirón perezoso que habían visto un rato antes no parecía desplazarse en
esa dirección en ese momento.

—Sí.

Draco sostuvo el tarro como él y escupió la hoja de mandrágora. Harry se apresuró a limpiarle la
barbilla con la manga de su jersey, imitando a Draco antes y, siguiendo sus indicaciones, fue
vertiendo cada uno de los ingredientes bajo la atenta dirección y supervisión de Draco. Cuando el
frasco de Draco estuvo guardado en otro saquito al lado del suyo, ambos respiraron aliviados.

—El tuyo es el azul, el mío el marrón —dijo Draco, señalándolos.

—Ni siquiera me había dado cuenta de que tienen colores diferentes. ¿De dónde los has sacado?

—Los utilizaba Severus para un par de juegos de cuchillos de plata y de oro. No te preocupes —
dijo, adelantándose a Harry—, los he guardado en un paño limpio y recuperaré las bolsas cuando
hagamos el hechizo de animagia. Los colores casi no se notan a la luz de la luna porque son
oscuros, pero tenían que serlo. Sería un desastre que nos bebiésemos la poción del otro. Un
desastre que acabaría con los dos muertos o deformes de por vida.

—Tiene sentido —resopló Harry, comprendiendo cuántos detalles había dejado en manos de Draco
aunque ambos hubiesen trabajado en los manuales—. Gracias por haberlo tenido en cuenta, yo ni
siquiera había pensado en que necesitaríamos distinguirlas al hacer dos al mismo tiempo.

—Por algo reclutaste mi ayuda para esto, Potter —contestó con sorna Draco.

—¿Entonces, ya está?

—¿La poción? Sí. —Draco cogió los saquitos con cuidado y se los pasó a Harry antes de recoger
todos los materiales que habían utilizado para la poción, reducirlos de tamaño y metérselos en el
bolsillo—. Tú las llevas y yo guio con el mapa y nos cubro a ambos con la capa. Intenta que se
agiten lo menos posible.

Draco se puso el jersey, lleno de barro, con un estremecimiento de frío y caminaron despacio hasta
la entrada del pasadizo. Una vez estuvieron en el pasillo, Draco los cubrió con la capa y,
pegándose lo más posible a Harry, fue guiándolos.

Harry volvió a tener la sensación de que lo que fuese que se hubiese roto esa mañana se había
arreglado, al menos en parte. Tendrían que hablarlo todavía, porque creía merecer una explicación
y seguramente Draco también querría las suyas, pero la manera en la que Draco se pegaba a su
cuerpo, la forma en la que le hablaba o el brazo que le había pasado por la cintura para asegurarse
de que no se separaba de él era más propio de su comportamiento habitual que evitarle durante
todo el día.

Llegaron al dormitorio sin ningún problema. Harry era consciente que ambos estaban helados,
embarrados, sucios y sudados por haber corrido, caminado por la orilla del lago y haberse tirado al
suelo para conseguir el rocío, pero se quedó en medio de la habitación sosteniendo los dos saquitos
mientras Draco les quitaba la capa de encima, cerraba la puerta y entraba en el cuarto de baño.
Volvió a salir con el cofre de madera donde guardaba su perfume. Abriendo el armario, lo depositó
en la balda donde había ido guardando los ingredientes para la poción y lo abrió, sacando el frasco
de perfume prácticamente agotado, que apartó descuidadamente a un lado. Con reverencia, cogió
las pociones de las manos de Harry una a una y las depositó juntas dentro del cofre antes de
cerrarlo.

—Ahora no hay que abrirlo hasta el último momento —dijo Draco—. No debe darle la luz del sol
en ningún momento y convendría que no se moviese.

—Lo sé —asintió Harry, recordando las instrucciones de los manuales y dejando salir el aire
contenido.

—Si no se ponen de color rojo sangre es que ha salido mal. —Draco parecía estar repasando
mentalmente todo el proceso de nuevo, nervioso.

—También lo sé.

—No vamos a saberlo hasta que lo abramos y no vamos a poder abrirlo hasta que haya una
tormenta —siguió diciendo Draco, hablando cada vez más rápido y comenzando a jadear.

—¡Draco! —lo llamó Harry, sacándolo de su ensimismamiento. Este se volvió, asustado—. Están
bien. Estoy seguro.

—Pueden haber salido mal mil cosas.

—En ese caso, cuando veamos que la poción no es rojo sangre analizaremos cuál ha sido el error y
volveremos a repetirlo todo desde el principio —le tranquilizó Harry.
—Pero…

—¡Draco! —volvió a llamarlo Harry, intentando impedir que la ansiedad de Draco degenerase en
un ataque—. Está bien. Puedes relajarte. Lo has hecho genial.

Draco se quedó mirándole fijamente con una expresión extraña en la cara y respirando
agitadamente. Súbitamente, dio un paso para acercarse más a Harry y lo abrazó, apretando las
manos en su espalda con fuerza. Harry le correspondió, sorprendido. Normalmente, aunque Draco
tomase la iniciativa en algunos contactos físicos, no solía comportarse así. Mientras que Harry
actuaba por impulsos, sin pensar, Draco solía meditar cada interacción que tenía con él, aunque le
restase naturalidad. Harry sabía que formaba parte de su carácter e idiosincrasia y nunca lo había
visto dejarse llevar con un impulso tan fuerte. Escuchó que Draco ahogaba un sollozo en su
hombro, así que intentó reconfortarle acariciándole la espalda y el pelo de la nuca.

—Lo siento —susurró Draco en su oído—. Estaba muy nervioso, ha sido todo tan de sopetón… Y
realmente necesitaba hacer esto desde hace horas.

—No te preocupes, todo está bien —murmuró Harry, acariciándole el pelo—. Yo también lo
estaba deseando.

Estuvieron así unos minutos más. Finalmente, Draco se separó, secándose las mejillas con la mano
y sorbiendo por la nariz. Mirándose a sí mismo, frunció la nariz en un gesto de asco.

—Creo que deberíamos ducharnos. Otra vez, en mi caso.

—Desde luego yo pienso hacerlo. —Harry miró por la ventana, evaluando cuánto tiempo quedaría
para el amanecer—. Podremos dormir un par de horas antes de tener que levantarnos a recitar el
hechizo.

—Entra tú primero, si quieres —ofreció Draco—. Yo limpiaré y colocaré todas las cosas que
hemos utilizado mientras tanto. Te guardaré la capa y el mapa en su sitio.

—De acuerdo.

Harry entró en el baño sin cerrar la puerta, como había hecho Draco antes, esperando que este
entendiese igual que había hecho él que aunque todavía necesitasen hablar, su relación, fuese la
que fuese, seguía en pie. Se duchó rápidamente y cuando acabó Draco ya le estaba esperando
desnudo, haciéndole sitio para que saliese y entrando él inmediatamente después. Satisfecho al ver
que aquella confianza construida entre los dos no se había roto y se sostenía después de la tregua
pactada para realizar la poción, se miró al espejo consciente de que, a pesar de la ducha, tenía un
aspecto terrible. Las ojeras se le marcaban bajo los ojos, haciéndole ver como un inferius.

El agua de la ducha dejó de correr mientras Harry se lavaba los dientes con ahínco, aprovechando
la ausencia de la hoja de mandrágora para hacerlo cómodamente y a fondo, y Draco salió
chorreando. Se envolvió en una toalla antes de coger otra limpia y acercarse a él. Harry le miró a
través del espejo y Draco le devolvió la mirada con una sonrisa tímida antes de frotarle el pelo con
energía para secárselo. Después, hizo lo mismo con el suyo. Harry se fijó en que tenía las mismas
ojeras y comprendió que, a pesar de que era Draco quien se había negado a verlo, también lo había
pasado mal. Secó el pelo de Draco, correspondiéndole, mientras este se cepillaba los dientes
también. Salieron juntos del baño y Harry se dirigió a su armario en busca de ropa limpia para
dormir. Se percató de que Draco se había quedado de pie junto a su cama, sin moverse y recordó el
estado en el que esta había quedado después de la pesadilla de esa noche. Harry miró a Draco, que
estaba mordiéndose el labio, pensativo, y había cogido su varita rodándola entre los dedos antes de
realizar un hechizo no verbal que hizo que parte de la mancha de humedad desapareciese.
—Draco… —Este levantó la mirada hacia él, frustrado por no haber conseguido que la mancha se
desvaneciese por completo—. Sé que todavía tenemos que hablar de lo que ha pasado hoy. O ayer.
Da igual. Tendrá que esperar a que nos levantemos por la mañana, porque estoy agotado pero
¿puedes dormir conmigo ahora?

—¿Me estás pidiendo permiso tú a mí para que yo duerma en tu cama, Potter? —preguntó Draco,
incrédulo.

—Es una forma de verlo. No puedes dormir en tu cama en ese estado y…

—Claro que quiero dormir contigo, Potter —dijo Draco, poniéndose serio de nuevo—. Tienes
razón, es mejor que hablemos por la mañana. Gracias.

—¿Por qué?

—Por dejarme dormir contigo.

—No digas tonterías —dijo Harry, quitándole importancia.

—Estarías en tu derecho de estar enfadado conmigo.

—No lo estoy. Ni siquiera sé por qué debería estarlo.

—Lo sé. Pero gracias igualmente, Potter.

Harry sabía que tenía una sonrisa tonta en la cara, pero no le importaba porque podía ver otra
idéntica en el rostro de Draco. Este se volvió hacia su armario, buscando entre la ropa. Segundos
después, se arrodilló ante el baúl con un sonido de fastidio.

—¿Qué ocurre, Draco? —preguntó Harry, que estaba sacando de su armario unos calzoncillos
limpios y una de las camisetas que utilizaba para dormir.

—No tengo ningún pijama limpio. Los elfos deben estar hasta el gorro de mi ropa —se quejó
Draco—. Demasiados accidentes en poco tiempo, me parece a mí. Entre el sudor de las pesadillas,
despertar manchado y lo de hoy, no ha dado tiempo a que los elfos me devuelvan la colada limpia.

Harry se rio porque era cierto, esa semana él también había gastado al menos una muda de ropa
para dormir cada día. Algunos días dos, si Draco se había despertado sudando en una pesadilla en
mitad de la noche y habían tenido que cambiarse.

—Ten, puedes ponerte esto. Está sin estrenar, te lo prometo, son los que compré el fin de semana
pasado en Hogsmeade —Harry le tiró una de las camisetas viejas que utilizaba para dormir y un
calzoncillo nuevo. Draco lo cogió al aire.

—Gracias. —Harry se encogió de hombros, quitándole importancia, y se quitó la toalla para


vestirse, observando que Draco volvía a buscar algo en el armario.

—Espera un momento —le dijo Draco, acercándose a él.

Harry, que estaba a punto de ponerse los calzoncillos, se incorporó con ellos en la mano. Las orejas
le ardieron cuando fue consciente de que Draco se había parado justo delante de él. Traía el
frasquito de perfume en la mano. Depositando unas gotas en la palma izquierda, Draco dejó el
frasco a un lado y la frotó contra la derecha antes de pasarle las manos por el pelo, el cuello, el
pecho, los antebrazos y las mejillas de Harry. Lo hizo con despacio y con sumo cuidado. Harry
cerró los ojos, disfrutando de la caricia como no lo había hecho en ninguna de las ocasiones
anteriores. Draco debía estar notando su erección, pues estaba muy cerca de él, pero no dijo nada al
respecto.

—Con tanto barro, habías dejado de oler a flores —musitó Draco con voz estrangulada.

—Se te va a acabar —dijo Harry, sintiéndose culpable.

—No me importa.

Draco le tendió el frasco, sin decir nada más, pero Harry entendió lo que quería. Cogiéndolo,
repitió los movimientos de Draco y le puso el perfume, acariciándole de vuelta. Draco cerró los
ojos también, disfrutando de la sensación. Cuando puso las palmas en las mejillas de Draco, Harry
sintió un deseo increíble de besarlo. Estaba tan increíblemente cerca que sólo tendría que mover la
cabeza un poco para que sus labios se juntasen.

Poniéndose de puntillas, sin preocuparse más porque el otro chico nunca hubiese dicho que
quisiese besarlo, pero bastante seguro de que estaba de acuerdo, Harry acercó sus labios a los de
Draco. Apenas fue un roce de un segundo, piel contra piel. Las manos de Draco le rodearon la
cintura en respuesta, automáticamente. Se separó, volviendo a bajar sobre sus talones y Draco abrió
los ojos, sonriéndole beatíficamente. Repentinamente consciente de que estaba completamente
desnudo y el otro chico cubierto solo por una toalla, Harry se retiró deshaciéndose del abrazo de
Draco y, recogiéndolo de donde lo había dejado caer, le devolvió el frasco de perfume.

—Está vacío —constató Draco moviendo la cabeza con tristeza cuando lo cogió y lo agitó para
comprobarlo.

—Lo siento.

—No lo sientas. Me encanta cómo huele en ti, Potter. Y aún no se ha terminado del todo: lo
disfrutaremos mientras esté en nuestra piel y podamos olerlo.

Los dos se terminaron de poner la ropa, intercambiando sonrisas tontas, y se metieron en la cama
de Harry para no coger más frío. Draco se acurrucó contra él, enredando sus piernas entre las suyas
y abrazándole. Harry le pasó el brazo por los hombros, acariciándole la nuca con las yemas de los
dedos. Draco escondió los pies, helados, entre las piernas de Harry.

—¿Has puesto un hechizo despertador? —susurró Draco.

—Sí. Cinco minutos antes de la hora del amanecer, consulté el almanaque ayer. Creo que me sé de
memoria las horas de todos los amaneceres de las próximas semanas.

Draco se rio en voz baja, acurrucándose más cerca de él. Abrazados, ambos cerraron los ojos,
dispuestos a dormir y descansar durante las escasas horas que les separaban hasta la salida del sol.

—Harry —dijo Draco con voz baja y somnolienta tras unos minutos de silencio. Harry hizo un
sonido con la boca, indicándole que todavía estaba despierto y le escuchaba—. Sé que mañana
tenemos que hablar y que he de contarte varias cosas, pero…

Harry creyó que Draco se había quedado dormido a mitad de la frase, porque este se quedó callado
un rato, pero al cabo de unos momentos volvió a oír su voz, notándola lejana porque tenía la mente
embotada de sueño.

—Gracias por haberte hecho mi amigo, Harry.


Una conversación al amanecer
Chapter Summary

Harry y Draco tienen una conversación pendiente que mantener y varias cosas tendrán
que quedar claras.

Chapter Notes

Trigger Warning: Narración con acciones sexuales explícitas.

El hechizo los despertó al amanecer. Draco se quejó con un gemido lastimero al oír el aviso,
enterrando más la cara en el hueco de la axila de Harry. Somnoliento, Harry se incorporó,
manoteando en busca de su varita por encima de Draco, que seguía acurrucado junto a él. Cogiendo
la suya y la de él a la vez, movió suavemente a Draco para avisarle de que era la hora de comenzar
el hechizo. Draco volvió a protestar, pero se incorporó secándose la barbilla con el dorso de la
mano. Harry sonrió con alegría, notando la camiseta húmeda, sabiendo a ciencia cierta que eso
significaba que este había descansado profundamente durante ese rato.

Harry le pasó la varita, pero le frenó poniéndole la mano en la muñeca cuando Draco se apuntó con
ella al pecho. Este le miró desconcertado, parpadeando todavía con sueño.

—Espérate unos segundos para estar más despejado, aún no ha salido el sol —murmuró Harry a
modo de explicación. Draco asintió, conforme, y bostezó frotándose los ojos. Harry se contagió de
él—. Hay que asegurarse de que lo hacemos bien, no podemos fastidiarla ahora.

El manual era muy claro en ese punto. La conclusión de la realización de la poción no era garante
de nada. Si fallaban en recitar el conjuro aunque fuese una sola vez, algo que debían hacer todos
los días al salir y ponerse el sol, tendrían que volver a empezar el proceso desde el principio, la
poción no serviría y tendrían que fabricar otra con una hoja de mandrágora nueva. Draco le había
intentado explicar la teoría mágica que enlazaba el conjuro que iban a recitar con las pociones
guardadas en el cofre del armario, pero Harry todavía no tenía el nivel suficiente para entender
todos los conceptos adecuadamente.

Harry soltó la muñeca de Draco y se sentó a lo indio encima de las sábanas. Draco le imitó,
colocándose enfrente de él, rodilla con rodilla. Cuando Harry consideró que él mismo estaba lo
suficientemente despierto asintió a Draco, que miró su varita con concentración. Habían practicado
el hechizo bastantes veces para asegurarse de que no confundían ninguna sílaba y pronunciaban
adecuadamente todas las palabras. En una de sus incursiones, Draco había recogido un par de palos
pequeños y delgados del bosque. Harry los había tallado mágicamente durante sus tardes en la sala
común, dándoles la tosca forma de sus varitas y habían practicado con ellos el conjuro hasta la
saciedad, procurando que les saliese sin pensar.

—¿Deberíamos hacerlo sin camiseta? —preguntó Draco repentinamente, mirándole con los ojos
abiertos de pánico, como si se le acabase de ocurrir la idea.
—No tengo ni idea. Funcionará igual, ¿no? —Harry frunció el ceño. No habían leído nada al
respecto.

—En los manuales no ponía nada —negó Draco, relajándose—. Creo que no tiene importancia.

—Prefiero no arriesgarme —determinó Harry, quitándose la camiseta rápidamente y echándola a


un lado. Draco asintió e hizo lo mismo un segundo después.

—¿Preparado? —Harry se apuntó al pecho con la varita, rozando en el centro de su pecho—. Un


centímetro más a la izquierda, Potter. Tu izquierda.

—De acuerdo. ¿Así? —dijo Harry, fijándose en cómo lo estaba haciendo Draco y corrigiendo la
posición de la varita. Draco asintió, aprobándolo.

—Amato animo animato animagus —pronunciaron los dos simultáneamente, despacio y


claramente.

—¿Ya? —Ambos se habían quedado unos segundos callados, expectantes, esperando que pasase
algo—. No ha ocurrido nada. ¿Tú has sentido algo?

—Creo que está bien hecho —le tranquilizó Draco—. No hemos leído en ningún sitio que
debiéramos sentir ninguna señal o que el hechizo debiera de tener un efecto visible la primera vez.
Con el tiempo sí tendríamos que sentirlo, pero ahora todavía es pronto.

Harry bajó la varita, sintiéndose emocionado ante la perspectiva de que, a partir de ese momento,
era sólo cuestión de tiempo que el proceso finalizase.

—Entonces, únicamente queda esperar una tormenta.

—La verdad es que prefiero que tarde en llegar —admitió Draco en voz baja, agachando la mirada
—. Así podré practicar más el patronus. Quizá consiga vislumbrar la forma que tiene.

—Ya sabes que no es necesario que consigas un patronus corpóreo —le tranquilizó Harry una vez
más.

—Pero ayudaría. Incluso McGonagall dio a entender que debería intentar conseguirlo. Quiero estar
lo más seguro posible —musitó Draco, todavía cabizbajo.

Harry movió la varita silenciosamente para que las cortinas se cerrasen y así crear una agradable
penumbra en la habitación antes de lanzar la varita de vuelta hacia la mesita de noche. Posó las
manos en las rodillas de Draco, inclinándose hacia adelante en un gesto de consuelo.

—Vas a conseguirlo, Draco. —Este levantó la mirada, clavándola en sus ojos. Harry leyó en las
chispas azules que brillaban sobre el gris plateado la incertidumbre de Draco, así que continuó—:
Las dos cosas. Yo tengo fe en ti, deberías creer en ti mismo tú también.

Draco forzó una sonrisa y asintió con un leve suspiro, luciendo todavía un poco inseguro, pero algo
más animado.

—¿Quieres seguir durmiendo otro rato más? —propuso Harry que, aunque estaba despejado,
estaba seguro de que cogería rápido el sueño al lado de Draco.

—Prefiero que hablemos ahora que estamos despiertos —dijo Draco, apretando los dientes. Volvió
a bajar la mirada durante un segundo, pero levantó la cabeza inmediatamente, con decisión—.
Salvo que quieras que lo hagamos más tarde.
—Por mí está bien —asintió Harry, sonriendo en lo que esperaba que fuese una expresión
tranquilizadora.

Draco parecía tenso, pero Harry no estaba excesivamente preocupado por aquella conversación.
Imaginaba, por las palabras que Draco había pronunciado antes de dormirse, que el malentendido
del día anterior estaba solucionado. Además, Harry dudaba que Draco hubiese accedido a dormir
con él de aquella manera de haber seguido enfadado. Y cuando le había besado Draco no le había
rechazado, así que ahora estaba seguro de que había sido un idiota pensando que quizá era porque
Draco no quería besarle y era evidente que estaba esperando que él diese el primer paso

—Supongo que estarás enfadado conmigo —comenzó Draco, bajando la vista de nuevo y
empezando a jugar con los pelos de sus piernas, pellizcándolos y tironeando de ellos suavemente
—. ¿Hablas tú primero?

—Como quieras. —Draco asintió, así que Harry pensó unos segundos qué quería decirle antes de
empezar—. Lo primero de todo: perdón haberte llamado idiota. Estoy tan acostumbrado a nos
pinchemos con ello que ni siquiera lo pensé. No es excusa: intentaré por todos los medios que no
vuelva a ocurrir. No pienso que seas idiota y me siento muy culpable por haber contribuido a herir
tu autoestima utilizándolo como arma en la discusión.

—Ya lo habías dicho, pero te lo agradezco. Quizá yo también me lo he tomado demasiado a pecho.
Todo está bien con eso por mi parte —dijo Draco con una cara compungida que despertó el
instinto protector de Harry, que deseó abrazarlo para borrar la tristeza de su rostro.

—Segundo: no estoy enfadado contigo. No lo he estado en ningún momento, Draco —continuó


Harry con voz tranquila, intentando imprimir sinceridad a sus palabras—. Dicho esto, no soy tu
amigo porque McGonagall me lo pidiese. Ella hizo lo que tenía que hacer como directora,
asegurarse de que yo estaba dispuesto a enterrar el hacha de guerra y darte una oportunidad en
lugar de acabar a puñetazos en cualquier pasillo.

—Ya lo sé —murmuró Draco, frotándose con el dedo en el sitio donde se había arrancado algunos
pelos de la pierna.

—No me hice amigo tuyo porque ella me lo pidiese Draco —insistió Harry, observándole
atentamente, pensando una vez más que el vello dorado de Draco tenía esa cualidad de brillar y
parecer invisible a la vez—. Aunque evidentemente ayudó, realmente me hice amigo tuyo porque
eres interesante, gracioso y buena persona.

—¿Crees eso de mí? —Draco levantó la mirada durante un segundo, incrédulo.

—Por supuesto. Y muchas más cosas, todas buenas, aunque confieso que al principio desde fuera
me parecías un imbécil; en cuanto rasqué un poco, sólo había vulnerabilidad disimulada con
altanería fingida. Ya en nuestra primera noche pude comprobar que, en el fondo, no eras tan
diferente de mí. Únicamente… estábamos en puntos diferentes, yo ya había encontrado gente en la
que apoyarme y tú aún estabas perdido.

—Hermione y Weasley. —A Harry no se le escapó que Draco seguía utilizando el nombre de pila
de su amiga y sonrió. Draco dejó de acariciarse la pierna y pasó a tironear de los pelos oscuros y
morenos que cubrían la de Harry.

—Y ahora en ti. Me gusta ser tu amigo —confesó Harry, sonrojándose.

—No debí haber dicho lo que dije sobre el comentario de McGonagall. Fue injusto contigo —dijo
Draco cuando vio que Harry no iba a añadir nada más—. Llevaba unos días sintiéndome un poco
inseguro sobre nosotros. Cuando estaba contigo pensaba que todo era estupendo, pero a veces me
asaltaban las dudas. Idioteces, en realidad.

—¿Por qué? —preguntó Harry con curiosidad, bajando la mirada cuando Draco dejó de pellizcarle
los pelos de la pierna y empezó a acariciársela con los dedos.

—No sabía cómo llamar a lo que teníamos. A ratos pensaba que querías ser mi amigo solamente,
pero los amigos no se comportan entre ellos como lo hacemos nosotros, ¿verdad?

—No —negó Harry con una risita irónica—. Yo también he pensado mucho acerca de eso.

—Pero tampoco hacíamos nada mas —continuó Draco en voz baja y repentinamente insegura—.
No soy un experto en estos temas. La guerra fue una mierda y no tuve tiempo de preocuparme por
mi cuerpo, ni por las sensaciones que sentía durante la adolescencia. Todo era demasiado
estresante, demasiado oscuro y había demasiada ansiedad para que hubiese deseo alguno. Me besé
con Pansy en cuarto y con Theo en quinto, pero fue más experimental, más…

—Más emocional y puntual —le ayudó Harry, comprendiendo que había pasado por experiencias
similares a las de él. Draco asintió—. Conozco la sensación, a mí me pasó con Cho y Ginny.
Contigo, en cambio, es diferente.

—Sí, lo es. —Draco sonrió con menos tristeza, casi feliz—. Sin embargo, tú no me besabas y no
sabía si querías que yo lo hiciese. Pensé que sí, que te gustaba, pero que por alguna razón no
querías nada más conmigo, que no te aclarabas. En los peores momentos mi ansiedad me gritaba
que cómo iba a querer besar Harry Potter a un exmortífago. —Draco levantó una mano para
detener la protesta de Harry antes de que se produjese—. Ya sé que eso es una idiotez. Pero la
ansiedad funciona así, ¿no? Se mete por los resquicios de tus peores miedos y los amplifica de
manera terrorífica.

—Claro que quería besarte —dijo Harry, intentando espantar los miedos de Draco—. Quiero
hacerlo, por supuesto. Yo tampoco estaba seguro de que quisieras que lo hiciese. Lo siento, yo
también soy un poco torpe para esto. Digamos que… algunos de mis anteriores besos no salieron
muy bien y no estaba seguro de estar leyendo las señales correctas.

—Sí quería que lo hicieses. Quiero. —Draco levantó la vista y le sonrió con cariño—. El de ayer
salió muy bien, aunque me resultó demasiado breve.

—Sí —asintió Harry, sonriendo de vuelta también.

—El otro día me llegó una carta de mi padre —continuó Draco, volviendo a ponerse serio. Se
inclinó hacia adelante para subir la mano por la pierna de Harry y acariciarle la rodilla. Este se
movió, liberando la pierna y metiendo el pie en el hueco de las de Draco, acariciando el calzoncillo
de Draco con el dorso del pie, para facilitárselo. Este empezó a acariciarle el muslo, peinándole la
pierna con la yema de los dedos, parándose solo cuando llegaba al borde del bóxer y volviendo
hasta la rodilla. Harry suspiró, complacido—. De mi padre, no de mi madre.

—Pensaba que sólo te escribía tu madre.

—Mi padre no sabe que ella lo hace. Él la prohibió hablar conmigo cuando decidí aceptar la oferta
de McGonagall de venir aquí. Por eso nunca contesto sus cartas, no quiero que mi padre se entere y
se lo haga pasar mal. Creo… creo que mi padre esperaba que si me sentía solo y aislado, volvería a
casa con el rabo entre las piernas.

—Tu padre es un cabrón —gruñó Harry, que había imaginado que pasaba algo raro con la familia
de Draco, pero no había esperado algo como aquello.

—Se había enterado de que tú y yo estábamos juntos —continuó Draco, sin reprenderle por el
insulto—. No sé quién se lo habrá dicho, imagino que alguien de los cursos inferiores. Algún otro
sangre pura que se mueva en esos círculos, ni siquiera tiene por qué ser Slytherin. Alguien que
querrá algo de mi familia, ya sea negocios, dinero, el favor de mi padre o qué sé yo. Da igual, no
importa.

—Parece que todo el colegio lo pensaba, desde luego —resopló Harry con ironía. Draco se rio con
una mezcla de diversión y resignación.

Excitado e inusitadamente relajado por las caricias de Draco, Harry metió el otro pie entre sus
piernas cruzadas a lo indio, pidiéndole sin palabras que siguiese acariciándole de aquella forma
también la otra pierna. Movió los dedos de los pies con gusto antes de darse cuenta que lo que
notaba encima de sus dedos debía ser la entrepierna de Draco y que ese era un contacto mucho más
íntimo de los que habían tenido conscientemente, pero este le miró con media sonrisa de
conformidad antes de volver a ponerse serio.

—Insinuaba que únicamente accederías a juntarte conmigo por algún interés oculto —dijo Draco,
haciendo una mueca de fastidio—. Que cuando obtuvieses de mí lo que querías, me rechazarías.
Que dudaba que llegases a profundizar nada porque las personas como tú sólo toman lo que les
interesa y luego lo desechan. Que el Salvador del Mundo Mágico nunca querría nada de alguien
con una marca en el brazo como la mía salvo una satisfacción sexual antes de echarme a un lado
como un pañuelo usado.

—Eso no es cierto —protestó Harry, indignado.

—Lo sé. Lo siento —murmuró Draco, deteniendo sus caricias—. Se juntó todo: mi inexperiencia
en esto de las relaciones, mis propias inseguridades, mi ansiedad, las palabras de mi padre… Los
pensamientos de que quizá no querías besarme por ser lo que soy, que mi padre tuviera un
resquicio de razón y realmente no quisieses hacer la animagia conmigo… Todo se me vino encima
de golpe. —Harry deseó interrumpirle para negarlo de nuevo, pero Draco meneaba la cabeza con
pesar—. Lo de McGonagall fue el último clavo de un ataúd que yo solito había cerrado con mis
pensamientos destructivos.

—No me diste ninguna pista. Yo habría intentado consolarte, asegurarte que no era cierto. Si
hubiese sabido que te sentías así… —Harry se sintió impotente. A pesar de todo el tiempo que
pasaban juntos, todo aquello le había pasado desapercibido.

—No me sentía así cuando estaba contigo. En cierto modo, cuando estábamos juntos lo hacías: me
consolabas, me cuidabas, me demostrabas que las palabras de mi padre no eran ciertas. Era cuando
tenía tiempo de pensar, de odiarme por lo que hice en la guerra, de preguntarme por qué alguien tan
bueno como tú estaría con alguien como yo.

—Draco, no soy mejor que tú. No considero que…

—Eso fue lo que me dijo ayer Justin —dijo Draco, reanudando de nuevo las caricias en las piernas
de Harry, acariciando la parte interior de sus muslos, dejando que sus dedos retirasen parte de la
tela del calzoncillo hacia atrás para acceder a más porción de piel.

—¿Justin habló contigo? —preguntó Harry, alzando las cejas.

—Sí, se cruzó conmigo en un pasillo cuando bajaba a cenar y yo volvía al dormitorio para
meterme en la cama. Morag también estuvo un rato conversando conmigo en el campo de
quidditch. Ambos me recordaron que ahora éramos parte del mismo grupo y que podía contar con
ellos. Que era igual a todos vosotros.

—Así es.

—Me gustaba cómo estabas moviendo antes los dedos de los pies —cambió de tema Draco,
sonriendo de nuevo—. Es muy excitante.

—Entonces, ¿ya no crees que no pueda estar contigo? —Harry volvió a mover los dedos,
acariciándole por encima de la tela, consciente de que ahí debían estar los huevos de Draco y de
que nunca habían llegado tan lejos en sus caricias, sintiendo que él también se excitaba a pesar de
lo serio de la conversación.

—Supongo que debo seguir trabajando en ello —suspiró Draco—. No es fácil, ¿verdad?

—No lo es. Ya sabes que yo fui a un psicólogo muggle para trabajar en ello.

—Quizá debería hacerlo yo también —dijo Draco, pensativo. Los dos se quedaron en silencio un
rato, acariciándose lenta y consoladoramente, intentando enterrar con sus caricias los miedos que
sentían—. No me levanté y me fui de la mesa en el desayuno porque estuviese enfadado contigo,
realmente. Estaba triste, dolido y las palabras de McGonagall me habían afectado más de lo que
deberían, pero no fue por eso —confesó Draco.

—¿Qué fue?

—La carta que llegó… era un Vociferador de mi padre. No contesté a su primera carta,
limitándome a ignorarla, y creo que buscaba avergonzarme delante de todo el colegio para
obligarme a hacerlo. Quizá incluso delante de ti. Supongo que realmente cree las cosas que dice. Él
es así, ve el mundo en su cabeza de una forma y se niega a pensar que algo no pueda ser como el
piensa.

—No veo cómo podría conseguir avergonzarte delante de mí —dijo Harry, negando con la cabeza.

—Si hubiese sido totalmente sincero contigo, con todos vosotros en realidad, no lo habría podido
conseguir. Pero yo no quería que tú te enterases de esa manera.

—¿De qué? —Harry frunció el ceño, sintiendo que el verdadero problema de Draco todavía estaba
ahí y que este aún no lo había verbalizado.

—¿Recuerdas la cena en Hogsmeade? —Harry asintió, acordándose del ataque de ansiedad que
Draco había sufrido—. No sé muy bien qué hacer con mi vida cuando salga de Hogwarts.

—Lo suponía. —Para Harry era obvio que gran parte de la ansiedad de Draco provenía de la
inseguridad que sentía hacia su futuro laboral.

—Mi padre espera de mí que me case en un bonito matrimonio con alguien sangre pura con quien
continuar la estirpe y el negocio familiar y, con suerte, limpiar y devolver el lustre perdido por los
errores de mi padre a la familia. Al menos tener un hijo varón que porte el apellido de los Malfoy y
herede su fortuna después de mí. Quizá con alguna de las hermanas Greengrass, que no apoyaron a
Voldemort; tienen buena posición y son bonitas.

—Y tú no quieres hacer eso —dedujo Harry. Draco negó con la cabeza—. No es tan sencillo,
¿verdad?

—No. Mi padre ha amenazado con tener otro hijo varón con mi madre que pueda ocupar mi
posición y desheredarme cuando cumpla sus deberes conyugales. Todavía son jóvenes, no es
descabellado.

—¿Puede hacerlo? —preguntó Harry, cabreándose cada vez más con Lucius Malfoy por tratar así a
su hijo.

—Probablemente, sí. Quizá la parte de la herencia que me corresponda por parte de mi madre no,
pero desde luego gran parte de la de los Malfoy sí.

—Tu padre es un gilipollas que no ha aprendido nada de la guerra ni de sus errores —gruñó Harry
antes de preguntarse si Draco se molestaría por aquellas palabras.

—Es lo que tiene sobrevivir dos veces a ella sin consecuencias reales, Harry. —Apesadumbrado,
Draco meneó la cabeza—. Gracias a tus declaraciones en el juicio, su influencia y el dinero de los
Malfoy, pudo salir prácticamente indemne una vez más, a pesar de que no se lo merecía.

—Declaré a tu favor y el de tu madre —dijo Harry, puntualizando las palabras de Draco.

—Y eso le vino como agua de manantial a la poción. Ya no eran los Malfoy. Habían sido errores
personales de Lucius.

—Actitudes como la suya sólo acabarán desembocando en más enfrentamientos —murmuró


Harry, apretando la mandíbula.

—Por eso no quiero saber nada de él ni ser parte de los planes que ha hecho para mi vida —dijo
Draco con determinación—. Tuve suficiente con ser marcado para un loco con ansias de poder sólo
porque mi padre creía en él. Vine a Hogwarts huyendo de su influencia, intentando ganar tiempo,
labrarme un futuro. Mi padre no estaba de acuerdo, dijo que no necesito mis EXTASIS para
manejar los negocios familiares, que él me enseñará lo que necesito.

—Lo que quiere es aislarte y controlarte —aseguró Harry, apretando más la mandíbula para
disimular la rabia que sentía.

—Creo que soy consciente de ello. Yo no quiero seguir ese camino. Ya lo hice una vez: recorrí los
pasos que me había marcado, hice lo que esperaba de mí y acabé haciendo cosas que mi conciencia
me dictaba que no debía hacer y con esto grabado de por vida. —Draco extendió el brazo hacia
adelante, presentándoselo. La marca se veía muy desvaída, completamente inmóvil. Harry se
preguntó si la muerte de Voldemort la habría debilitado lo suficiente para que siguiese
difuminándose cada vez más—. Ahora quiero hacer como tú, como todos vosotros: dejar atrás la
guerra y contribuir con mis actos a construir una sociedad que sea capaz de convivir en paz.

Siguiendo uno de sus impulsos, Harry agarró la muñeca de Draco y se inclinó hacia adelante.
Depositó un beso en el centro del tatuaje, con cariño. Después, la acarició con los dedos.

—Es una parte de ti. De tu vida. Aprendemos de nuestras experiencias y equivocaciones —susurró
Harry antes de volver a besarle el antebrazo y levantar la cabeza. Draco le miraba con los ojos
desorbitados y una lágrima recorriéndole silenciosamente la mejilla. Soltándole la muñeca, se
inclinó hacia adelante y se la enjugó con el dedo—. Eres mucho más que una marca tenebrosa en el
brazo, Draco.

—¿Puedo pedirte algo?

—Claro —asintió este, preocupado por el tono acongojado de Draco.

—No quiero volver a casa. Tampoco voy a casarme con alguien a quien no amo sólo por dinero —
dijo Draco con determinación y la voz estrangulada por las lágrimas—. Mi madre tendrá que
decidir qué hace si quiere verme y estar conmigo, y estoy seguro de que sabrá hacer lo correcto,
pero no voy a vivir la vida de un Malfoy. No como mi padre quiere que sea esa vida; puedo ser un
Malfoy a mí manera.

—Me parece bien. Yo también opino que es lo más sano para ti —aprobó Harry.

—Pediré una beca cuando salga de Hogwarts. McGonagall ya me habló de ellas y me explicó qué
debía hacer, incluso se ofreció a intervenir personalmente. He decidido que haré una residencia en
el departamento de pociones de San Mungo. Es hora de ayudar a sanar las heridas que causé.

—Draco, sé que no es necesario que yo lo apruebe, pero eso está genial —dijo Harry, sorprendido
por la decisión de Draco y pensando que, con su habilidad con las pociones, sería un aliado muy
útil en el hospital.

—Lo que quiero pedirte es… —Draco tragó saliva y le miró a los ojos con esperanza—. ¿Me
apoyarás, Harry? Sé que esto que tenemos entre nosotros puede acabar algún día, por mil razones.
A lo mejor ni siquiera quieres intentarlo, no pasa nada. Pero… si lo intentamos… mientras estemos
juntos, ¿puedo seguir pidiéndote ayuda?

—Por supuesto que sí. —Harry sintió que los ojos se le inundaban de lágrimas a él también. Cogió
la mano de Draco y se la llevo a los labios, besándole la palma y luego envolviéndola en sus
propias manos—. Estamos juntos, Draco, y estaré contigo en esto. Tenemos casi todo el curso por
delante para planear qué podemos hacer. Ya compartimos habitación aquí y se nos está dando bien,
puedes venir conmigo a Grimmauld Place y así podrás utilizar tu beca exclusivamente para los
estudios. O si la casa nos resulta demasiado horrible, podemos alquilar un apartamento, ni siquiera
necesitamos algo demasiado grande. No tienes que volver a Malfoy Manor si no lo deseas, mi casa
está abierta para ti, así como todo lo que pueda hacer por ti.

—No es necesario que planifiquemos todos los detalles ahora. Podemos ir negociando los detalles
más adelante, no quiero… —negó Draco, súbitamente inseguro.

—O puedes dejarte ayudar sin protestar, Draco Malfoy —le interrumpió Harry con una mueca
feroz. Draco resopló, intentando contener un bufido.

—No quiero que pienses que sólo estoy contigo porque puedo sacar un beneficio de ti —murmuró
Draco. Harry comprendió que, de nuevo, era la ansiedad la que hablaba por él. Identificando los
primeros síntomas de un posible ataque, intentó atajarlo.

—Draco… Mírame a los ojos —susurró Harry. Este obedeció, levantando la mirada. En las
chispas azules que bailaban en el iris plateado, Harry vio el enorme cariño que empapaba sus ojos
desde hacía varias semanas—. Puedo ver en tu mirada que no es así. No necesitas convencerme de
lo contrario.

—Tampoco deseo que esto te fuerce a estar conmigo —se apresuró a aclarar Draco—. No es lo que
quiero decir. Si puedo ayudarte en algo también quiero hacerlo, en realidad.

—Te he entendido —le tranquilizó Harry—. Quiero estar contigo Draco. Si algún día esto no
funciona y acabamos de tal manera que no podamos soportarnos, tú tendrás que continuar por ti
mismo y yo por mi cuenta. Pero hoy por hoy, puedes apoyarte en mí para empezar a trabajar en
ello y espero que, por mal que se den las cosas, esa situación tan drástica no llegue a ocurrir nunca
y podamos seguir siendo amigos.

—Eres una persona estupenda, Harry. —Draco le miró con una sonrisa resplandeciente en la cara.
Harry se alegró de verle tan feliz por primera vez en tantísimo tiempo.

—Tú también eres genial —sonrió Harry, feliz de que Draco hubiese confiado en él tanto como
para dejar caer sus barreras.

—Te voy a confesar una cosa de mis pesadillas —dijo Draco más animado. Intrigado, Harry ladeó
la cabeza. Draco no parecía circunspecto ahora como pudiera pensarse por el tema que iba a tocar
—. En la pesadilla de la Sala de los Menesteres me angustia que no llegues a salvarme. Veo el
fuego avanzar hacia mí, inexorable y comprendo que voy a consumirme si no llegas a tiempo. A
veces, incluso puedo ver el cuerpo de Vincent consumirse en las llamas. Te busco y te llamo, pero
no te encuentro.

—Eso ya me lo habías contado. Me llamas en sueños y te relajas al creer que vuelvo cuando te
contesto o te hablo. —Draco le miró con una ceja levantada, pareciendo divertido—. Lo siento, no
quería interrumpirte.

—Esa es la cuestión. ¿Recuerdas que te dije que no siempre volvías a por mí? —Harry asintió,
intuyendo qué iba a decir Draco a continuación—. Nunca volvías. Por eso es una pesadilla tan
horrible. Ahora… desde que estás conmigo… siempre vuelves. Hay veces que me despierto
durante una milésima de segundo, consciente de que la pesadilla ha empezado pero, antes de que se
ponga seria, recuerdo que estás aquí, a mi lado, y vuelvo a descansar. Y las pocas veces que la
tengo, apareces antes de que el fuego se acerque a mí, subiéndome a tu escoba.

—La de ayer fue mala —dijo Harry señalando el desastre de la otra cama.

—Ayer te echaba mucho de menos y la pesadilla utilizó ese sentimiento en mi contra —confesó
Draco, pareciendo culpable—. Me había comportado como un idiota por no haber sido sincero
contigo sobre mis problemas y no sabía cómo arreglarlo sin contarte todo esto. Me daba miedo que
si lo hacía salieses huyendo, considerases que quería aprovecharme de ti o me mirases como un
loco. También se me ocurrió que quizá, como era luna llena, me buscarías y vendrías a por mí.
Luego comprendí que si hacías eso me enfadaría porque no habrías respetado mi espacio. Lo
siento, mi cabeza era un lío de contradicciones. Todavía lo es.

—Estuve a punto de hacerlo. De buscarte en el mapa —matizó Harry—. Pero pensé que sería
mucho peor y que cuando estuvieses listo volverías y podríamos hablar. Sólo te busqué en el
dormitorio y en la sala común después del desayuno, porque estaba preocupado.

—Casi perdiste la oportunidad de hacer la poción de animagia por mi culpa —dijo Draco en tono
de disculpa.

—La hubiéramos podido hacer más adelante —replicó Harry, quitándole importancia con un gesto
—. Es más importante lo que hay entre tú y yo que una estúpida poción. Ser animago es una
cuestión de tiempo y esfuerzo unido a un talento que ya tenemos. Nuestra relación implica trabajar
en ella y tener paciencia. Ambos tenemos mucho bagaje detrás. En cualquier caso, no podía
anteponer un hechizo, por importante que sea para mí, a nosotros.

—¿Tenemos una relación oficial, entonces? —preguntó Draco con media sonrisa.

—Si tú quieres —le invitó Harry, correspondiéndole.

—Claro que quiero, Potter idiota.

—Yo también. —Harry sentía que el corazón le latía a toda velocidad con una fuerza increíble.

—Tengo que advertirte que es la primera vez que soy el novio de alguien, no tengo mucha
experiencia en esto.

—Supongo que no será tan difícil si Ron y Hermione o hasta Dean y Seamus pueden con ello. —
Harry rememoró su breve noviazgo con Ginny, dándose cuenta de que no le servía de ejemplo. Él
se había limitado a dejarse llevar, alejándose de ella cuando la situación le fue propicia y evitando
todo tipo de confrontación después. Su gestión emocional de todo aquel asunto había dejado
mucho que desear—. Creo que en mi caso tampoco puedo presumir de ser un experto, así que
tendremos que averiguarlo juntos.

—No suena mal —bromeó Draco, sonriendo más ampliamente.

—¿Te encuentras mejor ahora? —preguntó Harry, que no quería dar la conversación por concluida
sin estar seguro de cómo estaba Draco.

—Sí. Mucho mejor.

Ambos se quedaron varios segundos en silencio, mirándose sonrientes. Draco volvió a acariciarle
las piernas, como minutos atrás, llevando cada caricia más cerca del inicio del muslo y Harry
volvió a mover los dedos, provocando que Draco volviese a suspirar con placer, que Harry
correspondió con una sonrisa pícara.

—Es domingo, no tenemos por qué bajar a desayunar si no queremos. ¿Quieres que intentemos
dormir un rato más? —volvió a proponerle Harry, sintiendo que la conversación le había quitado
un peso enorme de encima.

Draco asintió y ambos se levantaron para meterse de nuevo debajo de las sábanas, acurrucándose
el uno contra el otro. Poniéndose de frente a Draco, se acercó lo más posible a él, pegando sus
cuerpos. Al sentir el calor del pecho desnudo de Draco recordó que ambos se habían quitado la
camiseta, pero decidió no mencionarlo, apreciando que aquello le resultaba mucho más agradable.
Excitado, Harry pensó que era la primera vez que ambos se acostaban con tan poca ropa.

Metió su pierna entre las de Draco, profundizando hasta que su muslo rozó dónde minutos antes
había estado su pie. Draco hizo lo mismo y Harry sintió cómo su pierna tocaba sus testículos y su
pene reaccionaba rápidamente. Pasó sus manos por la espalda de Draco, enganchando las yemas de
los dedos en la cinturilla del calzoncillo y le atrajo más hacia sí, decidido a dormir de esa manera.
Draco le imitó al momento, haciendo que sus narices se rozaran.

—Hueles muy bien —susurró Harry con los ojos cerrados, inspirando con fuerza. Draco no
contestó, limitándose a frotar su nariz contra la de él.

Aunque había cerrado los ojos, Harry seguía muy despierto. Era consciente de cada uno de los
centímetros de piel descubierta de Draco que estaba tocando con su propio cuerpo. Sentía bajo los
dedos el fino vello rubio que, similar a una pelusilla, comenzaba justo en el lugar donde las nalgas
se le redondeaban. Sentía deseos de acariciarle con las manos un poco más abajo, pero, por otro
lado, también estaba disfrutando aquella especie de anticipación, seguro de que tarde o temprano
acabaría haciéndolo. Draco se frotó contra él, mimoso. Sus erecciones se rozaron a través del
calzoncillo y Harry suspiró con placer, hundiendo los dedos en la piel de Draco.

—Tengo mucha hambre —murmuró Draco al cabo de un rato. No sonaba dormido, así que Harry
abrió los ojos, con curiosidad, resignándose a levantarse para bajar al desayuno cuando fuese la
hora—. Quiero darte un beso. Eres muy guapo.

Harry rio entre dientes. Hacía semanas que no jugaban a aquello, superada la incomodidad inicial
para comenzar conversaciones que implicaban temas personales. Draco le sonrió de vuelta con
picardía.

—Espero que no estés insinuando que bajemos a desayunar porque no estoy dispuesto a ser el
novio feo de esta relación —Draco estalló en risas con una carcajada por su respuesta—.
Tendríamos que romper dramáticamente y armar una escena en medio del Gran Comedor.

—Con suerte mi padre se enteraría y de la alegría puede darle un infarto —bromeó ácidamente
Draco.

—Además, hoy tocan tortitas. Todo son ventajas.

—Potter… —La voz de Draco sonó más ronca.

—¿Qué? —preguntó Harry, todavía riendo. Draco adelantó la cabeza y juntó sus labios con los de
Harry como este había hecho unas horas antes, en un roce ínfimo, pero que provocó que el
estómago de Harry diese un vuelto de emoción. Lo prolongó varios segundos antes de separarse—.
Se ha sentido igual de bien que el de ayer.

—Cállate, Potter —se quejó Draco con una sonrisa y volvió a besarlo, esta vez más
profundamente.

Harry le devolvió activamente el beso, entreabriendo los labios. La punta de la lengua de Draco se
introdujo entre ellos, acariciándolos y contorneándolos. Harry movió la boca, abriéndola y
cerrándola, intentando devorarle al tiempo que Draco le seguía lamiendo los labios. Moviendo la
cabeza más agresivamente, se abalanzó hacia adelante, introduciéndole la lengua, explorándole la
boca, intentando saborear todos los detalles. Lamió la lengua de Draco, dejando que él hiciese lo
mismo con la suya y después siguió la línea de sus dientes antes de esconderse en busca del frenillo
y volver a lamerle.

Se separaron durante un segundo, jadeando, pero Draco no le dio tregua y volvió a besarlo,
tomando de nuevo la iniciativa y aprovechando para ser él quien le metiese la lengua en la boca.
Harry disfrutó de la sensación húmeda, del sabor del otro chico en su boca, del cosquilleo que
sentía en el estómago, en el abdomen y debajo de los calzoncillos. Venciendo la timidez, Harry
aventuró las manos, que todavía tenía en la frontera de la cinturilla de Draco, hacia abajo,
ahuecando las palmas para adaptarlas a la forma de sus nalgas y apretarle contra él.

Draco gimió dentro de su boca, besándole con más desesperación. Harry notó que apretaba el culo
en intervalos cortos, lo que hacía que sus erecciones se frotasen, enviándole oleadas de placer por
todo el cuerpo. Le acarició el culo, masajeándoselo y deslizando sus dedos por él, trazando líneas
invisibles en su piel. Le separó los glúteos cuando le intentó apretar más contra sí, clavándole los
dedos. Aflojó la presión cuando su dedo corazón rozó un trozo de piel de tacto más rugoso y se
hundió ligeramente en un hueco. Comprendiendo que era su ano, Harry soltó las nalgas de Draco,
haciendo ademán de separar las manos rápidamente, avergonzado por si se había extralimitado,
pero Draco le cogió de las mejillas con sus manos, apretando tanto los labios contra los suyos que
sus dientes chocharon, gimiendo contra ellos.

—Ni se te ocurra dejar de hacer eso, Harry —jadeó Draco contra su boca antes de seguir besándole
—, porque lo último ha sido genial. Sigue tocándome así, por favor.

Espoleado por sus palabras y todavía más excitado, Harry siguió acariciándole el culo, esta vez con
menos dudas al contar con el permiso explícito de Draco. Volvió a apretar sus nalgas,
masajeándolas y separándolas, anticipando el momento en el que se atrevería a deslizar el dedo de
nuevo entre medias. Draco gimió dentro de su boca, animándole, y Harry obedeció, utilizando el
dedo corazón para recorrer la línea que separaba las nalgas de Draco de arriba hacia abajo
repetidas veces, muy lentamente, notando el tacto rugoso de su culo cada vez que pasaba por él y
haciendo que Draco sollozase cada vez que le acariciaba justo allí.

Draco metió las manos entre sus cuerpos como pudo, sin dejar de besarle, cediéndole la iniciativa
del beso apenas unos instantes. Deslizando las palmas de las manos por los pectorales de Harry,
Draco le rozó los pezones con los dedos pulgares, acariciándolos con delicadeza en círculos,
provocando que se endurecieran y apretándolos como botones cuando lo hicieron y después
pellizcándoselos. Con un sollozo de placer, Harry volvió a lamerle la lengua, intentando retomar la
iniciativa del beso, pero Draco se opuso con firmeza y ambos se comieron a bocados, intentando
ganar terreno sobre la boca del otro.

De los pectorales, Draco pasó las manos a su espalda. Unos segundos después, Harry sintió cómo
los dedos de Draco se apresuraban a acariciarle a lo largo de la columna vertebral hasta llegar a la
cinturilla de su bóxer, levantarla sin preámbulos y metiéndose debajo de sus calzoncillos,
acariciándole el culo. Harry volvió a gemir de placer, apretando las nalgas de Draco entre sus
dedos y sintiendo cómo este le correspondía sin dejar de besarle.

Las manos de Draco se deslizaron por su piel y Harry percibió que estaba imitando los mismos
movimientos que él le había hecho. Con un estremecimiento de placer cuando notó que Draco
masajeaba sus nalgas y las separaba para apretarle contra él, se preparó mentalmente para recibir la
caricia que había hecho que Draco se excitase tanto. Cuando sintió su dedo rozarle el ano y
hundirse apenas en él, sin hacer más que una leve presión durante un segundo, un suspiro
involuntario abandonó su boca. La sensación fue momentánea, pero se quedó marcada en su mente
mientras seguía devorando los labios de Draco, comenzando a morderlos y estirarlos hacia él,
invadiéndole de nuevo la boca con la lengua, lamiendo sus dientes y retirándose solo un segundo
para volver a encontrarse a medio camino entre sus dos bocas. Draco repitió la caricia varias veces
más, apretándose contra Harry en una muda súplica para que él también lo hiciese.

Unos minutos después, Draco sacó las manos de debajo del calzoncillo Harry con una última
caricia, dejándolas en la parte baja de su espalda, acariciándole más lentamente. Ambos redujeron
el ritmo del beso paulatinamente, bajando la intensidad y la agresividad hasta convertirlo en un
intercambio más tranquilo y placentero. Moviendo los labios con más suavidad, Draco y Harry
siguieron besándose sin separarse, cada vez más despacio, disfrutando de todas las sensaciones
ahora que la urgencia ya no les instaba a ir a más, más y más. Finalmente, se detuvieron,
manteniéndose unos segundos con los labios unidos, ligeramente entreabiertos, antes de separarse.
Harry se sentía como si acabase de bajar de una montaña rusa, lleno de emociones por dentro, muy
caliente y estaba tan duro que le sorprendía que tanto él como Draco hubiesen sido capaces de
aminorar aquella oleada de excitación de una manera tan natural.

—Guau —admitió Harry en voz baja.

—Para mí también ha sido bueno, sí —confesó Draco riéndose.

—Para ser unos novios inexpertos no parece que se nos dé mal —bromeó Harry, frotando su nariz
contra la de Draco—. Ayer no sabíamos si queríamos besarnos y hoy no parece que vayamos a ser
capaces de quitarnos las manos de encima.

—Tampoco es que antes tuviésemos las manos quietas, sólo fuera de los calzoncillos —dijo Draco,
riéndose.

—Punto para ti. —Harry le besó la punta de la nariz para remarcar sus palabras.

—¿Te ha gustado lo que te he hecho? —preguntó Draco con voz tímida, pero segura.
—¿Lo del pecho? —Draco asintió—. Sí, me ha gustado mucho.

—Me he acordado que me lo hiciste el otro día, ¿lo recuerdas? Bueno, y alguna vez más. —Harry
entrecerró los ojos, haciendo memoria y recordando las ocasiones en las que, efectivamente, había
metido la mano debajo de la camiseta de Draco—. En la sala común.

—Sí, claro que lo recuerdo —asintió Harry, reconociendo avergonzado que el resto tenía razón, los
dos se habían estado metiendo mano en la sala común.

—Me gustó mucho y pensé que también te gustaría a ti.

—¿Quieres que te lo haga ahora? —preguntó Harry, sacando una de sus manos de los calzoncillos
de Draco para hacerlo, pero Draco le paró con un gesto.

—¡No!

—Pensé qué… —dijo Harry, confundido.

—Sí, sí quiero que me lo hagas —explicó Draco con voz paciente, poniendo los ojos en blanco—.
Pero ahora me gusta más que me estés tocando el culo. Se siente genial.

—Por aquí también es genial —dijo Harry, apretándole las nalgas una vez más—. Me ha gustado
mucho a mí también. Sobre todo…

Se calló, avergonzado. Riéndose mentalmente por parecer tan tímido cuando unos minutos atrás se
estaban metiendo mano sin pensar, reflexionó sobre que tenía sentido que el culo fuese muy
placentero. En las sesiones de besos con Ginny también le había metido las manos debajo de la
falda para agarrárselo, por supuesto, aunque no de aquella manera tan íntima, ni siquiera bajo la
ropa interior. Ella nunca había hecho lo mismo, prefería pasarle las manos por el cuello, así que
Harry no lo había experimentado en primera persona. Supuso que esa escasa experiencia era la que
le había llevado a hacer esa caricia en primer lugar, aunque con Ginny no hubiera llegado tan lejos.

—Un knut por tus pensamientos, Harry —murmuró Draco, repartiendo algunos besos cortos
encima de su nariz y labios.

—Pensaba que nunca me habían tocado el culo así, pero es agradable. Me refiero cuando… —
Draco asintió, ayudándole al indicarle que le había entendido, pero Harry estaba decidido a vencer
su estúpida vergüenza—. A cuando te he rozado el culo. No las nalgas, sino el culo.

—Te he entendido, Potter —se burló Draco con una sonrisa, recogiéndole un mechón de pelo
detrás de la oreja.

—Se ha sentido bien cuando te lo he hecho yo y también cuando me lo has hecho tú.

—Podemos repetirlo —asintió Draco con una sonrisa esperanzada. Harry levantó las cejas y,
aprovechando que todavía tenía las manos dentro de los calzoncillos de Draco, volvió a deslizar el
dedo entre sus nalgas, parándose justo al llegar a la zona rugosa que hizo que Draco cerrase los
ojos con un suspiro—. Sí, justo ahí. No lo quites.

Harry tragó saliva, sintiendo otra oleada de excitación invadirle el vientre y su pene se apretó con
más intensidad. Había esperado que fuese una broma pícara, no una caricia sensual, pero la cara de
Draco le animó a presionar suavemente el dedo y obedecerle. Había pensado que hacerlo fuera del
fervor del beso se sentiría extraño, pero no fue así.

—Es genial —suspiró Draco unos segundos después—. Ibas a decir algo más, Harry. Sigo
escuchándote.

—Sólo iba a decir que nunca he estado con un chico. Tampoco me lo había planteado. Y no había
hablado de esto con nadie. Ni siquiera con Ron. Supongo… que nuestra adolescencia fue extraña
por la guerra.

—Nos ha pasado a todos —confirmó Draco, todavía con los ojos cerrados.

—Estaba pensando en eso… y he caído en la cuenta de que seguramente algún día lo haremos por
ahí. —Harry volvió a deslizar el dedo de arriba abajo, lentamente, deteniéndose de nuevo allí—.
Quiero decir, cuando los dos estemos preparados y nos apetezca.

—Claro que sí.

—¿Tú lo habías pensado? —preguntó Harry, con curiosidad.

—A diferencia de ti, yo sí he hablado de esto con Blaise hace tiempo.

—Yo le pregunté el otro día a Dean, por curiosidad. Bueno, realmente quería preguntarle otra cosa
y él creyó que quería preguntarle sobre tener relaciones sexuales con un chico y me dio un libro
muggle que habla de ello.

—Blaise hizo algo parecido —se rio Draco. Harry retiró la mano a un lugar más inocente y Draco,
aunque hizo un mohín decepcionado, no perdió la sonrisa—. Yo quería hablarle de Theo y él me
explicó cómo prepararse para el sexo anal.

Ambos se echaron a reír, pensando en lo absurdo que debían haber sido cada situación para el otro
y que era otra cosa que podían considerar que tenían en común.

—Tienes razón, Potter —dijo Draco con cariño, volviendo a besarle en la punta de la nariz—.
Algún día nos apetecerá hacerlo por ahí. De hecho, te admito que a mí ya me apetece, pero
preferiría que fuésemos despacio. No tenemos por qué hacerlo todo de golpe. Podemos explorar
poco a poco.

—Estoy de acuerdo —concordó Harry con una sonrisa feliz—. Me daba un poco de reparo decir
que me apetecía hacerlo y que me tomases por un pervertido o algo así, porque tampoco quiero que
sea ya mismo.

—Más pronto que tarde —le prometió Draco acariciándole la mejilla.

—¿Podemos besarnos otra vez? —preguntó Harry con un gesto de súplica en el rostro.

—¿Quieres recuperar el tiempo perdido?

—No considero perdido ningún tiempo pasado a tu lado, pero ahora que sé que quieres besarme
tanto como yo a ti, prefiero hacerlo —dijo Harry, sintiéndose idiota cuando hubo terminado de
hablar.

—Eso ha sido muy romántico, Potter. —Draco se sonrojó, pero volvió a besarle dulce y
cadenciosamente.

Animado por las palabras de Draco, Harry siguió tocándole el culo con caricias largas y suaves,
hasta que dejó cada mano aposentada en una nalga, apretándolas de vez en cuando, disfrutando de
los sonidos de placer que Draco hacía cada vez que se atrevía a acariciarle más íntimamente.
—Estoy pensando que realmente es una tontería que estemos así a estas alturas —comentó Draco,
que había empezado a mover la cadera frotándose contra su entrepierna cada vez que intensificaba
las caricias en su culo. Harry podía notar su erección, igual de dura y caliente, contra la suya, que
sentía que estaba húmeda por el líquido que ya había manchado el bóxer—. Yo no voy a ser capaz
de dormir ahora mismo y, aunque pudiera, íbamos a despertarnos mojados como casi todos los
días.

—Pensé que habías dicho que querías esperar e ir poco a poco —dudó Harry, un poco inseguro.

—No he dicho que vayamos a follar como animales, Potter, so bestia —bromeó Draco—. Pero,
puestos a mancharnos, que al menos sea conscientemente.

—Nunca he hecho eso —confesó Harry, avergonzado al darse cuenta de lo que quería decir Draco
y que, en ese tema, tenía menos experiencia que muchos adolescente más pequeños que él—.
Cuando estuve con Cho estábamos más pendientes de practicar hechizos de Defensa y con Ginny
todo se fue al garete un par de semanas después de empezar a salir.

—¿Tampoco a ti mismo?

—Creo que estaba más preocupado por sobrevivir a Voldemort. Tener pesadillas por las noches
porque podía ver dentro de su mente lo que hacía tampoco ayudaba mucho a desarrollar el deseo
sexual —se justificó Harry, sonrojándose.

—No te estoy juzgando, Harry —le tranquilizó Draco, incorporándose—. No te preocupes, es


instintivo. Quítate los calzoncillos y túmbate bocarriba.

—Pensaba que tú tampoco lo hacías —dudó Harry, pensando en todas las veces que ambos se
habían despertado húmedos—. Como ambos nos levantamos mojados…

—No lo hacía últimamente —le confirmó Draco—. Me pasaba un poco como a ti este último par
de años: la guerra mataba cualquier deseo que no fuese el de sobrevivir. Pero cuando empecé a
desarrollarme, en una época en la que todavía no había señores tenebrosos a los que servir, sí lo
hacía, como cualquier adolescente sano.

—Yo… —Harry se sonrojó con tristeza al percatarse de todo lo que había dejado de disfrutar
durante aquellos años.

—Tú no eras un adolescente sano, Potter. Los adolescentes sanos no pelean contra magos
tenebrosos —dijo Draco, tratando de alejarle ideas raras de la cabeza.

—Tienes razón.

—Hubo un momento en que el que yo también estaba más preocupado por sobrevivir a esa mierda
de guerra que en comportarme como un adolescente normal —continuó Draco—. Cuando acabó,
no tenía deseo alguno, creo que por el trauma. Luego llegaste tú y estaba cachondo todo el tiempo,
pero estábamos juntos, ya sabes, aunque no fuese oficial, y me gustaba que estuviésemos así,
aunque implicase levantarse mojados. Era excitante.

—Era un fastidio —dijo Harry arrugando la nariz.

—Era excitante —insistió Draco—. Una especie de anticipación de lo que podría estar por venir.
Quítate los calzoncillos, venga —le ordenó de nuevo.

Harry le obedeció, quitándose el bóxer y tumbándose bocarriba. Draco retiró la sábana hacia atrás
y se situó entre sus piernas, que abrió para poder arrodillarse con comodidad.
—Si algo te incomoda, me lo dices, ¿vale?—le indicó Draco, mirándole con intensidad.

Harry asintió, nervioso. Se sentía expuesto y vulnerable desnudo delante de Draco que, además, lo
estaba observando con atención y un brillo de deseo y excitación en los ojos.

—Eres muy guapo, Harry.

—Ya me lo has dicho, pero me gusta que lo vuelvas a hacer. Tú también eres muy guapo. —Draco
debió notar el nerviosismo en su voz, porque se inclinó y le acarició el pecho, igual que antes,
deteniéndose en los pezones.

—Tranquilo, Harry. Sólo relájate y si algo no va bien, dímelo y pararé —insistió Draco.

Paseó las manos una vez más por el pecho de Harry, bajando lentamente hacia su abdomen y
siguiendo la línea del hueso de la cadera. Con temor a saber qué podría opinar Draco de su pene,
observó atentamente su reacción, pero Draco lo miraba golosamente, mordiéndose el labio y
sonriendo con placer. Cuando lo agarró, Harry echó la cabeza hacia atrás con un suspiró,
sobrepasado por la sensación.

—Se… siente… genial… —jadeó al sentir que Draco empezaba a mover la mano de arriba abajo
lentamente.

El placer que sentía le inducía a cerrar los ojos, pero Harry se decidió a mantenerlos abiertos,
mirando a Draco sin perderse ningún detalle, recreándose en su torso y en su rostro. Draco le
devolvió la mirada con los ojos empañados de cariño y Harry se sintió arropado, notando cómo su
vergüenza desaparecía a cada segundo que pasaba. Draco le soltó el pene y se llevó la mano a la
boca, escupiendo en ella, antes de volver a agarrárselo, extendiendo su saliva por el glande,
lubricándolo.

—Para facilitar el roce —le explicó Draco cuando le vio la cara de sorpresa—. Voy a hacer algo
que creo que te gustará, pero si no es así o voy demasiado rápido, párame.

Harry asintió, totalmente confiado, abandonándose a la sensación de urgencia que le atenazaba los
testículos. Draco bajó la otra mano precisamente hasta ellos, cogiéndolos y masajeándolos,
jugando con ellos entre los dedos. Dejándolos caer suavemente, bajó la mano todavía más y Harry
notó que uno de los dedos de Draco se deslizaba por la hendidura de su culo, llegando hasta el ano
en una caricia similar a la que habían hecho antes, pero más pausada.

Más curioso que inseguro, Harry se preguntó si, a pesar de lo que había dicho antes, pretendía
avanzar tanto de golpe, pero Draco no fue más lejos. Se limitó a seguir masturbándolo con una
mano, aumentando la velocidad poco a poco, con movimientos largos y firmes, mientras con el
dedo que tenía entre sus glúteos frotaba suavemente su ano en una caricia placentera pero sin más
pretensiones.

A pesar de que se había propuesto no hacerlo, Harry volvió a dejar caer la cabeza sobre la
almohada y cerró los ojos, sintiendo como un cúmulo de placer blanco estallaba detrás de sus ojos,
presionando en su abdomen. El orgasmo llegó, potente, y espesos hilos de semen salieron en una
interminable sucesión de chorros. El primero fue tan potente que cayó en su ojo derecho,
cruzándole parte de la cara. El segundo llegó hasta el pecho. Los demás perdieron fuerza,
formando un pequeño charco en su abdomen alrededor del ombligo.

—Guau… —suspiró Harry cuando por fin consiguió recobrar el aliento, sintiendo que las piernas
le temblaban de emoción.
—Es la segunda vez que dices eso hoy, Potter —bromeó Draco dejando de mover la mano
paulatinamente cuando Harry terminó de correrse. Siguió tocándole el culo un poco más, algo que
Harry agradeció, pues se sentía muy bien—. ¿Ha estado bien?

—Ha estado genial, ha sido… —No encontró palabras para describirlo—. Guau…

—Me alegro. —Harry abrió el ojo que no tenía manchado y vio a Draco mirándole todavía con
aquella expresión de cariño y sintió que, a pesar de lo que le había dicho a Hermione, Draco no
sólo le gustaba. Era más bien que estaba comenzando a enamorarse de él—. ¿Te atreves a
devolverme el favor? —le preguntó Draco con un guiño sugerente antes de añadir—: No tienes por
qué decir que sí, puedo hacerlo yo solo si no te apetece y no te molesta que lo haga.

—¡Claro que quiero! —se apresuró a contestar Harry, incorporándose sobre los codos.

—Espera un momento —le indicó Draco, inclinándose para coger una de las camisetas que se
habían quitado un rato antes.

Con mimo, se inclinó hacia Harry y le limpió la cara, el pecho y el abdomen con la camiseta,
convirtiéndolo en una caricia sensual y relajante al mismo tiempo, tirándola al suelo cuando
terminó. Harry se levantó, impaciente por hacerle sentir a Draco lo mismo que le había hecho
sentir a él.

—¿Puedo hacerte lo mismo que me has hecho a mí? —preguntó Harry con un poco de timidez,
pero decidido a hacer que Draco sintiese un placer idéntico al suyo.

—¿Lo del culo? Sí quieres, sí. —Draco ocupó su sitio, poniéndose bocarriba.

—Quiero que te guste tanto como a mí —dijo Harry, tragando saliva e intentando recordar todo lo
que Draco le había hecho a él. Draco le sonrió y Harry se sintió un poco más seguro.

—Sólo el hecho de que me toques va a ser fabuloso, Harry. Puedes tocar lo que quieras y como
quieras, créeme que disfrutaré —contestó Draco. Harry sintió el pecho lleno de emoción al oírle
confiar así en él y asintió, colocándose entre las piernas de Draco igual que había hecho él.

Empezó acariciándole el pecho y pellizcándole los pezones. Draco se estremeció de placer y Harry
sonrió complacido, espoleado por sus suspiros.

—Creo que me va a resultar difícil mantener las manos lejos de ti —le dijo Harry en voz baja.

—Tampoco es que las hayas apartado mucho durante estas semanas —se burló Draco.

—Tienes razón —admitió Harry con una carcajada—. Pero ahora te voy a toquetear tanto que me
va a dar miedo que te desgastes.

Harry examinó el pene de Draco con atención antes de cogerlo, evaluándolo. Era la primera vez
que veía uno que no fuese el suyo y no había sabido qué esperar. Decidiendo que le parecía muy
bonito y que el vello rubio oscuro que lo rodeaba contrastaba genial con la palidez de su cuerpo y
el dorado del resto del pelo que le cubría, lo cogió con la mano y disfrutó de la textura suave y
esponjosa de su tacto. Levantó la vista y descubrió en la mirada de Draco la misma preocupación
que había sentido él unos minutos antes.

—Tienes una polla muy bonita —le felicitó Harry con una sonrisa sincera.

—Tú también —replicó Draco, mordiéndose el labio antes de gemir con placer cuando empezó a
mover la mano igual que él.
Le acunó los testículos con suavidad, antes de introducir el dedo corazón entre sus nalgas,
buscando el pequeño agujero que tanto placer le había dado a él. Presionando con cuidado, Harry
hizo vibrar la yema del dedo contra él, haciendo que Draco gimiese más alto.

—Saliva —le indicó Draco con voz sollozante.

Harry se apresuró a escupirse en la mano y extender la saliva por el glande, repitiendo el


movimiento envolvente cuando vio que Draco se estremecía de placer, doblaba las rodillas hacia
arriba para facilitarle las caricias en el culo y se mordía los labios.

—Más rápido —suplicó Draco—. Harry, más rápido.

Le obedeció, comenzando a masturbarle con movimientos rápidos e intentando acompasarlos con


el movimiento del dedo sobre su ano, que empezó a deslizar en espirales que acababan justo en el
centro del agujero.

—Empuja un poco con el dedo, sólo un poco —le pidió Draco entre gemidos jadeantes—. El del
culo, empuja… —Se corrió con un grito largo cuando, al hacerle caso Harry y empujar el dedo
contra su ano, este se deslizó medio centímetro dentro con cierta facilidad. Sólo había entrado la
punta, ni siquiera hasta la altura de la base de la uña y, cuando Draco apretó al culo al correrse, el
dedo resbaló de nuevo hacia fuera, pero Draco parecía extasiado—. ¡Sí! Perfecto —suspiró
complacido.

Harry siguió masturbándole, despacio, un poco más. Sin retirar el dedo, consciente de que a él le
había gustado que Draco lo dejase ahí un poco más, echó mano de la otra camiseta y empezó a
limpiarle el pecho y el abdomen con el mismo cuidado que Draco había puesto en él. Cuando
terminó, secándose las manos con la camiseta, la tiró a un lado y se dejó caer encima de su cuerpo.
Draco se removió, alcanzando las sábanas que habían retirado y cubriendo el cuerpo de ambos
antes de abrazarle con un suspiro de satisfacción.

—¿Ha estado bien? —preguntó Harry con un susurro inseguro.

—Ha sido lo mejor del mundo —contestó Draco con voz somnolienta.

—Me alegro, porque me gustaría que quisieras repetir.

—En cuanto nos despertemos, te lo prometo —dijo Draco en un murmullo complacido—. Porque
realmente espero que cumplas tu promesa de no apartar las manos de mí. Que sigas abrazándome y
acariciándome cuando te apetezca. Me gustaba antes cuando no nos corríamos y me gusta más
ahora, así que espero que sigas haciéndolo.

Harry buscó los labios de Draco una vez más, pensando que no iba a cansarse nunca de besarlos.
Este le correspondió durante unos segundos antes de volver a suspirar con satisfacción. Harry oyó
cómo su respiración se estabilizaba y, con la oreja pegada en el pecho de Draco, cómo su corazón
bombeaba a un ritmo cada vez más tranquilo. Feliz, se abandonó al sueño y se quedó dormido.
Hueles a mí
Chapter Summary

Harry y Hermione han quedado a comer con Ron en Hogsmeade. Harry aprovecha
para comprar el regalo de Navidad de Draco.

Chapter Notes

Trigger Warning: Escenas sexuales explícitas. Petting y fingering.

—¿En serio vas a leerte todo esto, Hermione? —preguntó Harry cuando salieron de la librería del
pueblo, cargados por todos los libros que ella había comprado.

—Algunos incluso podrías leértelos tú —dijo Hermione con tono pinchón. Harry bufó, arrugando
la nariz e intentando subirse con un contorsionismo de brazo las gafas, que se le habían resbalado
hasta la punta.

—Demasiada lectura acumulada, lo siento. —El primer trimestre estaba a punto de terminar y,
aunque admitía que seguía disfrutando de la sensación de estudiar por placer, Harry también estaba
un poco agotado mentalmente hablando. Conteniendo una carcajada comprensiva, Hermione sacó
su bolsito de cuentas y le liberó de su carga de libros, haciéndolos más pequeños. Harry levantó la
vista y tuvo una idea cuando ver la tienda enfrente de la cual se habían parado—. ¿Te importa si
entramos en la botica un momento?

Hermione asintió, pateando el suelo, helada de frío. Diciembre había comenzado con las lluvias
que no habían hecho acto de presencia en octubre y noviembre. Después de tantas semanas claras y
soleadas a pesar del frío otoñal, el desplome de la temperatura provocado por la humedad había
sido brusco y todos estaban aclimatándose a él todavía.

Harry y Hermione habían bajado a Hogsmeade con la intención de comer con Ron. Draco había
rechazado la invitación igual que las dos veces anteriores, con amabilidad y argumentando que era
bueno que los tres amigos tuviesen ratos a solas y que Harry pudiese disfrutar de su mejor amigo
sin que él estuviese presente robándole atención. Al principio, Harry había temido que fuese algún
tipo de rechazo a pasar tiempo con Ron, pero Draco lo había negado diciendo que ya habría
oportunidades para ello más adelante. En ese preciso momento, con el frío y la humedad calándole
los huesos, Harry en realidad le envidiaba porque imaginaba que estaría en la sala común calentito
junto a la chimenea, seguramente desafiando a alguna partida de ajedrez a Michael y a Morag, su
última afición al descubrir que ambos eran diestros jugadores.

—¿Buscas algo en concreto? —le preguntó Hermione al entrar en la botica, curioseando los
estantes y los productos expuestos.

La tienda olía a una mezcla entre farmacia muggle, perfumes y mercado de especias. La
combinación era extrañamente reconfortante. Había un par de personas siendo atendidas en el
mostrador, así que esperaron pacientemente su turno mientras examinaban con curiosidad los
ingredientes que estaban primorosamente ordenados en las estanterías.

—El regalo de navidad de Draco. Se lo habría comprado antes, pero seguramente me habría
mandado a la porra —bromeó Harry, consciente de que seguramente eso no era cierto a aquellas
alturas. Si no se lo había regalado antes era porque no había querido hacerle sentirse incómodo,
pero creía que la Navidad era una excusa ideal para ello.

—¿Un perfume? —adivinó Hermione. Harry asintió—. Qué clásico.

—Es… especial para nosotros. Olí esas flores por primera vez en la Amortentia, hace años. Molly
las cultiva en La Madriguera, por eso reconocí el olor cuando lo noté en Draco. Él lo usaba a
principios de este curso y… —dejó la frase en el aire comprendiendo que su amiga podía quererle
mucho, pero no necesitaba más detalles sobre aquella especie de cortejo que ambos habían
realizado.

—La magia a veces tiene caminos inescrutables, ¿verdad? —reflexionó Hermione, no muy
interesada en los detalles escabrosos e íntimos de su relación con Draco y sí en la conexión
intrínseca de la magia con el porvenir—. Que pueda saber que algún día estarás relacionado no con
una, sino con varias personas que comparten un mismo olor característico es…

—¿Te refieres a Ginny?

—Has dicho que lo oliste en La Madriguera —asintió Hermione, disimulando un estremecimiento.


Como Harry, ella tampoco era muy partidaria de las facetas de la magia que implicaban profecías y
la Amortentia empezaba a parecerse demasiado a una.

—Sí, lo averigüé el último verano. Era un olor que me recordaba a La Madriguera y descubrí que
Molly tenía un parterre lleno de violetas… ¡Oh! —Como siempre que sacaban el tema de la
predestinación y conocer el futuro, la cabeza le dio vueltas y le invadió la misma sensación de
vértigo que asomarse a un abismo.

Habían mantenido varios debates del estilo en la sala común, posicionándose en dos bandos: el de
las Runas Antiguas y el de Adivinación. A Draco le interesaban y, aunque hablaba poco, sus
compañeros le escuchaban con respeto cuando lo hacía. Harry consideraba que eran aburridos, no
llevaban a ninguna parte y además le provocaban dolor de cabeza si intentaba pensar
detenidamente en ello, pero le gustaba que Draco se hubiese integrado tanto en el grupo como para
dar su opinión y argumentarla sin reparos.

—Ya me parecía peligrosa la Amortentia con lo poco que sabíamos de ella, pero cada vez me
resulta aterrador saber que hay algo mágico que puede tener en cuenta olores que probablemente ni
siquiera conoces o relacionados con personas que aún no están en tu vida.

—Demasiado temprano para filosofar sobre el destino —rechazó Harry con una sonrisa incómoda,
intentando finalizar la conversación con amabilidad—. Simplemente me gusta mucho que Draco
huela así, se le terminó el perfume y lo echo de menos, así que pensé en que podía comprárselo. Lo
habría hecho antes, pero la vez anterior que vinimos aquí, lo hice con Draco y eso habría fastidiado
la sorpresa.

—Que sepas que eso es un regalo egoísta —se burló Hermione. Harry se encogió de hombros,
admitiéndolo, y avanzó hasta el mostrador donde el dependiente, un hombre corpulento, alto, con
barba y aspecto hosco movió la cabeza a modo de saludo.

—Busco un perfume. Sé que lleva flor de iris y violeta. Viene en un cofrecito de madera labrada —
tartamudeó Harry, dándose cuenta de que ni siquiera sabía si el perfume tenía nombre—. Sé que se
vende aquí porque la persona que me lo enseñó lo compró hace muchos años.

Un sentimiento de temor le atenazó el estómago cuando pensó que quizá ya no lo fabricaban o que
podía haber decenas de perfumes con esa descripción, pero el vendedor asintió antes de
desaparecer en la trastienda durante unos minutos. Harry esperó, impaciente, pensando que si
conseguía dar con él a lo mejor podría dárselo antes de Navidad. No veía necesidad de esperar
después de más de un mes sin haber podido olerlo. El hombre volvió con tres pequeños cofres de
madera similares y los depositó en el mostrador. Harry reconoció inmediatamente uno de ellos,
idéntico al de Draco.

—Con las esencias de esas flores tenemos estos dos —le indicó hombre, moviéndolos hacia él con
gesto inquisitivo—. Este es más apropiado para hombres y este otro es más adecuado para mujeres.

—Es este —confirmó Harry, señalando el cofre similar al de Draco, completamente seguro. Era el
que el dependiente había indicado como apropiado para hombres. A Harry ni siquiera se le había
ocurrido concretar que buscaba una fragancia masculina—. El cofre es igual al que tenía la persona
que me lo enseñó.

El hombre giró el cofre con habilidad hacia él y levantó la tapadera, descubriendo el familiar
frasco. Lo sacó con cuidado y lo abrió, ofreciéndole. Harry intentó negarse, pero Hermione le dio
con el codo y cedió, extendiendo las manos. El vendedor depositó un par de gotas en sus palmas
antes de cerrar el frasco.

—Extender en el cabello y en los pulsos —dijo el dependiente, tan parco en palabras que Harry
reconocía que le imponía un poco de respeto.

—¿Los pulsos?

—Cuello, muñecas, pecho. La cara interna del muslo, si lo desea —le aclaró el hombre con
amabilidad—. También puede aplicarse en sienes y cuero cabelludo con el mismo efecto. El
perfume es mágico, durará varios días sin perder fragancia si se administra adecuadamente.

Harry se pasó las manos por el pelo, el cuello y las muñecas, sintiéndose idiota. Había creído que
la manera de perfumarse de Draco era una costumbre o su forma personal de hacerlo, no que
hubiese una forma correcta de aplicárselo, pero eso explicaba por qué las manos no quedaban
impregnadas con el olor una vez se lo había extendido.

—¿Confirmamos que es el que busca? —preguntó el vendedor, divertido al verlo pegar la nariz a
la muñeca y aspirar profundamente con un gesto de deleite. Harry asintió, borracho de placer por el
olor que tanto había añorado, rebuscando en los bolsillos el monedero para pagar—. Muy pocas
personas compran este perfume.

—Sí. —Harry se detuvo, sorprendido por sus palabras. El dependiente no había vuelto a colocar el
perfume y lo miraba con curiosidad genuina. Harry se puso nervioso de nuevo al suponer que muy
pocas personas en ese contexto significaban únicamente Draco Malfoy—. Una persona muy
especial para mí lo utilizaba y se le terminó hace poco.

—Es un regalo entonces. Comprendo. Eso está bien porque, aunque es un perfume ideal para esa
persona, no hubiera sido la fragancia que le habría recomendado a Harry Potter. —Enrojeció al
sentirse reconocido. Se había acostumbrado al aislamiento del castillo y a veces le costaba recordar
que seguía siendo una cara popular en el mundo mágico—. Había sacado también este otro por si
quería valorarlo. Esencia de rosas rojas. Creo que sería ideal con su tipo de piel, el grosor de su
cabello y, probablemente, con su personalidad.
—No entiendo —parpadeó Harry desorientado, sin siquiera imaginar cómo podía saber aquel
hombre nada de su personalidad, pero el vendedor sonrió ampliamente.

—Nuestros perfumes son mágicos —repitió de nuevo el dependiente, con paciencia—. El que
usted acaba de comprar se fabricó especialmente por encargo para una familia de magos de sangre
pura, aunque lo comercialicemos a cualquier persona que lo solicite. Para uno de sus miembros, en
concreto, basándose en su complexión, piel, cabello y las esencias preferidas que podían
encontrarse en su jardín.

—No… no lo sabía —admitió Harry. Draco no le había explicado todo aquello sobre su perfume,
sólo que lo tenía desde hacía muchos años atrás.

—La persona que posee el otro cofre similar a este podrá confirmárselo. Por favor, recuérdele de
mi parte que sólo hay una unidad más fabricada además de esta, por si desea encargar otra remesa
o adquirirla antes de que se venda, aunque es poco probable que eso ocurra por lo personal que es
la esencia.

—Lo haré —prometió Harry, incapaz de recobrar el control de la conversación intentando


organizar todos aquellos datos en su cabeza.

—Y si algún día busca un perfume más adecuado para usted, esta esencia de rosas rojas le estará
esperando, señor Potter.

—¿Puedo olerla? —preguntó Harry con curiosidad, intercambiando una mirada rápida con
Hermione, que le animó con la mirada.

—Por supuesto. Sólo que no podrá aplicársela ahora, dado que ha utilizado el otro perfume. Si su
acompañante quiere hacerlo… al contrario que el de iris y violetas, esta fragancia está diseñada
tanto para hombres como para mujeres.

Harry asintió, instando a Hermione, que había escuchado toda la conversación con intriga y
accedió sin atisbo de dudas. Un potente aroma a rosas rojas, menos fresco que el de iris y violetas y
más penetrante, invadió la sala por un momento antes de desvanecerse en una fragancia suave y
relajante. Harry tuvo que admitir, a su pesar porque compartir el de iris con Draco le encantaba,
que el vendedor tenía razón y seguramente resultaría un perfume más apropiado para él. Se
preguntó si a Draco le gustaría olerlo en su piel como a él le gustaba oler a Draco y decidió que
podía probarlo.

—Me lo llevo. —La sonrisa del vendedor se ensanchó, complacido ante la perspectiva de la venta.

—Serán trescientos galeones los dos —dijo el dependiente mientras envolvía ambos cofres para
que pudiesen llevárselos.

Cuando salieron a la calle, Harry volvió a acercarse la muñeca a la nariz. Inspiró profundamente,
deleitándose en el aroma del perfume, dándose cuenta de lo muchísimo que lo había echado de
menos. Su pene comenzó a endurecerse, reaccionando al estímulo, y Harry deseó volver a
Hogwarts para extenderle él mismo el perfume a Draco, con esa forma de aplicación que podía
derivar fácilmente a un ritual erótico y disfrutar de las sensaciones de su cuerpo desnudo. Sonrió al
pensar que apenas dos meses atrás ni siquiera se habría planteado eso y lo mucho que habían
cambiado las cosas para él en el aspecto sexual.

Draco había cumplido su promesa de aquella primera mañana en que habían tenido sexo por
primera vez, más allá de calentarse el uno al otro de una manera más ingenua que inocente. Harry
solía bromear con que parecían querer recuperar el tiempo perdido, pero Draco meneaba
negativamente la cabeza con una sonrisa y le recordaba que todo seguía su curso y que era algo
normal. Despertar todos los días al amanecer para realizar el hechizo de animagia les daba la
excusa perfecta para retozar en la cama hasta la hora del desayuno. Compartiendo la cama desde el
momento de acostarse ya no había pesadillas ni lugar a que se produjesen. Draco percibía los días
en las que estas le amenazaban por las noches como tiempos lejanos. Si alguna vez despertaba
inquieto durante la madrugada, buscaba los brazos de Harry o le estrechaba entre los suyos antes
de volver a conciliar el sueño. Solían dormir en la cama de Harry, la más cercana al ventanal, para
asegurarse de que la primera claridad del día los despertaba si el hechizo despertador fallaba.

Poco a poco, sus caricias se habían vuelto más atrevidas. Harry no había tardado ni veinticuatro
horas en probar a mordisquear los pezones de Draco. Este se había metido en la ducha con él en la
primera oportunidad que se les presentó. Los pijamas y las camisetas para dormir habían pasado a
la historia, prefiriendo añadir mantas a la cama y realizar hechizos calefactores para aligerar la
ropa que llevaban puesta. Harry adoraba despertarse al lado de Draco y mirarlo dormir. O
descubrirle observándolo mientras dormía cuando despertaba. Le encantaba frotarse contra su
cuerpo desnudo, sintiendo sus erecciones juntas, el calor del semen de Draco deslizarse por su
abdomen y el tacto de su piel contra la de él. La timidez y la inocencia de las semanas anteriores se
habían disipado tras aquella mañana, traduciéndose en una complicidad atenta. Los dos estaban
decididos a explorar sus cuerpos y las sensaciones que eran capaces de despertar en el otro
lentamente, tomándose todo el tiempo que fuese necesario.

Dean había jaleado con entusiasmo cuando los había visto aparecer juntos por la puerta de la sala
común el día después de haber realizado la poción de animago, celebrando su reconciliación.
Ambos se habían sonrojado, abochornados, y se habían sentado juntos en su sofá como de
costumbre. El resto les había sonreído, contentos de que hubiesen arreglado sus problemas. Cuando
creyeron que no les estaban prestando más atención de lo normal, Harry y Draco se habían
acurrucado más cerca el uno del otro, entrelazando los dedos de sus manos.

—¿Qué tal vuestra noche? —había susurrado Hermione un rato después, sentándose en el
reposabrazos.

Harry se había sonrojado antes de comprender que su amiga no se refería a lo que Draco y él
habían estado haciendo en la cama tras el amanecer.

—Creemos que bien, pero no tendremos modo de comprobarlo hasta que llegue el momento
crucial.

—Tendremos que esperar a que sea el momento adecuado —había añadido Draco amablemente—.
Además, todavía nos queda practicar algunas cosas, así que el tiempo de espera nos vendrá bien.

—¿No has convocado un patronus corpóreo aún? —había preguntado Hermione. Harry frunció el
entrecejo, sin comprender por qué preguntaba. Draco y él practicaban el patronus en la sala común
así que Hermione, como el resto, estaba al día de los progresos que habían conseguido. Draco
había apretado los labios antes de negar con la cabeza y desviar la mirada hacia el fuego. Harry le
apretó la mano en un intento de transmitirle ánimo y decidió que esa noche volverían a practicar un
rato antes de irse a dormir, pero Hermione había insistido—. ¿Has probado a hacerlo hoy?

—Hermione, no creo que Draco necesite…

—Creo que sería buena idea, Harry —le había interrumpido Hermione con un gesto de impaciencia
—. Quiero decir… Se te ve feliz, Draco. Más de lo habitual, quiero decir. A lo mejor es buen
momento para intentarlo.

Draco miró a Harry, desconcertado. Había tratado bastante con Hermione a través de Harry, pero
siempre le miraba así cuando la chica hablaba en aquel tono avasallador. Harry, que sabía que
cuando Hermione hablaba así era un indicio de que tenía una idea concreta en la cabeza y que sus
ideas era conveniente tenerlas en cuenta, asintió con la cabeza.

—No pierdes nada por intentarlo —le había alentado Harry. Draco le había mirado con una ceja
levantada y Harry le había sonreído, dándole ánimos—. Al fin y al cabo, es cuestión de práctica y
de ir encontrando recuerdos que no estén empañados por la tristeza o la ansiedad.

—Es obvio que habéis arreglado lo que pasó ayer. Sea lo que sea, habéis hablado y se te ve más
relajado que nunca, Draco —había vuelto a insistir Hermione—. No digo que la felicidad de una
reconciliación baste para convocar al patronus porque es preciso utilizar un recuerdo feliz que sea
potente, pero…

—No era una reconciliación —comenzó a protestar débilmente Draco, intentando ganar tiempo.

—¡Expecto patronum! —había exclamado Harry sin avisar, interrumpiéndolos y haciendo aflorar
en su mente el recuerdo de él desnudo junto a Draco en el dormitorio la noche anterior,
agasajándose mutuamente con el perfume en caricias sensuales antes de que Harry se pusiese de
puntillas para darle su primer beso. El ciervo había cargado con ímpetu, más definido y brillante
que nunca—. Es suficiente para mí, al menos.

—Brilla bastante —murmuró Draco al verlo, impresionado.

—Estaba pensando en nosotros —dijo Harry, girándose hacia él, sin importarle que Hermione
estuviese escuchando y que el resto de compañeros se hubiese girado a mirarlos, admirando el
ciervo plateado de Harry, que estaba en medio de la sala, solemne—. Inténtalo. No pasa nada si no
funciona.

—¿En nosotros? —dudó Draco, soltándole la mano y sacando la varita, haciéndola rodar entre sus
dedos mientras la miraba, reflexivo e inseguro. Harry había mirado a Hermione, que le entendió sin
palabras y se levantó, alejándose del sofá y distrayendo con conversación banal al resto de sus
compañeros, para darles intimidad.

—¿Recuerdas anoche, después de ducharnos? Cuando se terminó el perfume. —Draco había


asentido, sonriendo inconscientemente al recordarlo, y Harry había pensado que Hermione tenía
razón y parecía más feliz que nunca—. Yo he pensado en ti concentrado haciendo la poción, tu
pelo manchado por el barro del lago —susurró lo más bajo que pudo, decidido a convencerle—,
pero sobre todo en tus manos poniéndome el perfume, en el sabor de tus labios, en nuestra
conversación, en lo que hemos hecho esta mañana… en tú y yo juntos, enfrentando lo que tenga
que venir.

Draco asintió, lamiéndose los labios, nervioso, pero no hizo nada.

—Soy feliz, Harry —había musitado Draco en voz baja al cabo de unos segundos—. De verdad.

—¿Es lo que te preocupa? —preguntó Harry, comprendiendo su temor—. ¿Qué si no te sale yo


crea que tus recuerdos conmigo no son lo suficientemente felices? —Draco no había contestado,
mirándole con los ojos muy abiertos y mordiéndose el labio—. Eso no va a ocurrir. Los recuerdos
que has escogido hasta ahora eran felices, Draco. Si no, no habrías conseguido el escudo. Quizá
estén empañados por el pasado y ese sea el problema. Son felices, pero también son sensaciones
lejanas y difíciles de recrear. Han pasado demasiadas cosas entre medias. Merece la pena intentarlo
con recuerdos felices nuevos. Y si no sale, seguiré estando seguro de que lo que sientes por mí te
hace feliz, te lo prometo. Sólo necesitarás encontrar otros que sí funcionen.
—Recuerdos nuevos… ¿de ti y de mí?

—De ti decidiendo vivir tu vida al margen de los planes de tu padre. Del hecho de que estás aquí,
formándote para conseguir lo que quieres y no viviendo algo que no deseas —había dicho Harry,
ofreciéndole más alternativas.

—De nosotros —había contestado Draco, esta vez sonriendo y mucho más seguro. Apuntó con la
varita hacia la chimenea e inspiró profundamente, concentrándose, antes de recitar con voz segura
—: Expecto Patronum.

Una exclamación de sorpresa había escapado de los labios de Draco al ver que, al contrario que en
otras ocasiones, el vapor plateado no se condensaba enfrente de la varita sino que se extendía en
hilos estilizados hasta formar una figura felina que caminó con elegancia hasta el ciervo de Harry,
restregándose contra su pata con el rabo en alto. El ciervo reaccionó bajando la cabeza y tocando
con los belfos las orejas del patronus de Draco antes de desvanecerse ambos en el aire.

—Harry… —había murmurado Draco, extasiado.

Los demás se habían levantado al ver el segundo patronus y se acercaron a felicitar a Draco. Todos
habían visto el empeño y el esfuerzo que este había puesto en conseguir realizarlo durante aquellas
semanas, ya que habían practicado en la sala común a menudo e incluso se habían unido a los
intentos de realizarlo, ya fuese por ganas de aprender o por deseos de colaborar.

—¿Te gusta? —había preguntado Harry, emocionado.

—¡Sí! —había exclamado entusiasmado Draco, levantándose excitado. Había agradecido las
palabras de felicitación de sus compañeros, devolviendo los abrazos que Hermione y Justin le
dieron y aceptando con gusto las palmadas en la espalda de los demás. Cuando por fin se alejaron
de él, algunos de ellos invocando sus propios patronus para mostrárselos mutuamente, se volvió
hacia Harry, que estaba de pie con las manos en los bolsillos, sonriendo feliz—. ¿Crees que me
transformaré en uno? —le había preguntado en un susurro entusiasta.

—Ojalá sea así, porque serás tan precioso en esa forma como lo eres en esta.

—Lo he conseguido —había susurrado Draco excitado, cogiéndole de la cintura. Harry sacó las
manos de los bolsillos para rodearle también y se pegó a él, no muy seguro de si Draco querría que
le diese un beso delante de sus compañeros—. Gracias por ayudarme a conseguirlo.

No pareció que Draco tuviese muchos reparos, pues se había inclinado hacia adelante, besándole
con delicadeza, instándole con la punta de la lengua a abrir los labios. Harry lo había hecho,
disfrutando del beso durante varios segundos hasta que Draco se separó.

—¡Eh, tortolitos! —había gritado Dean en tono de broma—. ¡Buscaos un hotel!

Harry había levantado el dedo corazón en una peineta en respuesta mientras, con la otra mano,
había vuelto a acercar a Draco hacia él, poniéndose de puntillas, para volverle a besar.

Parpadeando y saliendo de sus recuerdos, la mente de Harry volvió a la realidad de Hogsmeade


cuando Hermione tiró de su brazo justo a tiempo de evitar colisionar contra alguien. Harry se
volvió, murmurando una disculpa y sorprendiéndose al descubrir a Parkinson y Nott, detenidos
unos metros más adelante, sosteniéndole la mirada. Parkinson hizo un gesto de decir algo, pero
finalmente sólo asintió para aceptar las disculpas. Nott se llevó una mano a la sien a modo de
saludo, como si llevase un sombrero invisible, antes de coger del brazo a Parkinson y continuar su
camino. Harry parpadeó, pensando en que la mirada de ambos parecía destellar con la misma
vulnerabilidad apagada que había visto meses atrás en la de Draco. No recordaba haber vuelto a ver
esa mirada en él en las últimas semanas, al menos no con tanta frecuencia. Suspiró, pensando que
todavía quedaba mucho que trabajar como sociedad si querían llegar a un mundo donde nadie se
sintiese así por haber estado en un bando equivocado con sólo dieciséis años o por haber nacido en
una familia concreta.

Hermione, que había asistido a la escena con interés, tiró de Harry de nuevo, insistiéndole para que
se moviera y guiándole a través de una de las calles. Harry se dejó llevar, mirando todavía por
encima del hombro, hasta que Hermione dio un grito para llamar la atención de Ron. Contento por
ver a su mejor amigo, relegó los pensamientos sobre Nott y Parkinson a un rincón de su mente,
esbozando una sonrisa de alegría.

—¡Aquí, Ron! —llamó Hermione.

—Pensaba que estaríais en Las Tres Escobas ya —dijo Ron, acercándose a ellos. Dio un beso en
los labios a Hermione estrechándola entre sus brazos con ansia, intercambiando caricias tiernas y
susurrándose cosas durante unos segundos, antes de volverse hacia Harry para abrazarle, dándole
también un beso en la mejilla cariñosamente—. Me entretuve hablando con Ginny y pensaba que
llegaba tarde.

Harry observó que, efectivamente, Ginny estaba detrás de Ron. Absorto en sus pensamientos, no se
había dado cuenta de su presencia. Recordando que la última vez que habían hablado había sido al
inicio del curso para mantener una desagradable discusión sobre Draco, Harry apretó los labios en
una sonrisa forzada. No sabía muy bien si la chica conocía, como todo el colegio, lo suyo con
Draco, pero se prometió a sí mismo no buscar confrontación con ella e intentar empatizar con su
forma de ver las cosas para no herirla.

—Hola Harry, hola Hermione —dijo Ginny, pareciendo un poco cohibida.

—Buenas días, Ginny —saludo Harry cortésmente, asintiendo con la cabeza y metiendo las manos
en los bolsillos de manera inconsciente.

—Hola, Ginny. —Hermione sí se acercó a ella, dándole un abrazo alegre que la chica correspondió
—. Nos hemos retrasado porque Harry quería comprarle el regalo de Navidad a Draco —comentó
Hermione, ganándose un codazo discreto de Harry, que consideraba que tampoco era necesario
restregarle a Ginny su relación con Draco.

—Chico previsor —le felicitó Ron riéndose y palmeándole la espalda—. ¿Vamos a comer y me
ponéis al día?

Harry había quedado con Ron la semana siguiente a empezar a salir con Draco oficialmente. Le
había pedido a Hermione que no le comentase nada para poder decírselo él personalmente y confió
en que el rumor tardase lo suficiente en llegar a todos los rincones del castillo y en filtrarse al
exterior. Con una jarra de cerveza de mantequilla cada uno, habían hablado casualmente de varias
cosas intrascendentes antes de que Harry se decidiese a abordar el tema que le había llevado a
quedar con él. Harry había temido una reacción similar a la de Ginny a principio de curso, aunque
confiaba en que la cantidad de veces que tanto Hermione como él habían hablado de Draco en sus
cartas bastasen para que sus miedos resultasen infundados.

Ron había esbozado una sonrisa comprensiva al escuchar a Harry tartamudear sobre Draco y lo
ilusionados que ambos estaban, felicitándole cuando terminó de hablar. Al ver la cara sorprendida
de Harry, Ron le había aclarado entre risas que desde su punto de vista había sido cuestión de
tiempo y que, sinceramente, lo había dado por hecho un par de semanas atrás.
—Se notaba a la legua en las cartas que estabas pilladísimo por él, tío. Hermione tampoco paraba
de hablar de lo bien que habíais conectado a pesar del pasado. Admito que al principio me puse
celoso, pero eso es una tontería. Lo importante es que seas feliz.

—Gracias —había susurrado Harry, aliviado al saber que no tendría que enfrentarse a una
discusión con él para defender a Draco.

—¿Por qué? —había negado Ron con la cabeza—. Es tu vida, Harry. Tú decides. No me gustaría
que sufrieses porque creyeses que nos iba a parecer mal. Somos familia, recuérdalo. Debes buscar
tu felicidad y nosotros queremos lo mejor para ti —repitió de nuevo, sonriéndole de nuevo.

—Tu familia… bueno, él no deja de ser un Malfoy —había dudado Harry, consciente de lo difícil
que iba a ser unir esas dos partes de su vida estando las cicatrices de la guerra tan recientes. Draco
podía detestar a su padre y lo que hacía, pero no se avergonzaba de su apellido, sino de sus
acciones; Harry veía mucho más sentido a esa forma de pensar que a tachar a todos los individuos
de una familia por las decisiones de uno sólo.

—Lo entenderán, Harry —le había tranquilizado Ron—. Seguramente al principio les
desconcierte, no te lo voy a negar. No va a ser todo tan sencillo, pero es cuestión de tiempo, nada
más, estoy seguro. Todos confiamos en tu criterio. Si crees que es la mejor persona para ti,
adelante. Además… tú te has enamorado de él, ¿no?

—Sí —había admitido Harry en voz baja, siendo sincero.

—Algo bueno debes haber visto en él, porque eres la mejor persona que conozco, Harry. Hermione
también habla muy bien en sus cartas y yo he dejado caer en casa ya algún comentario, previendo
que este momento podría llegar.

—¿Tú creías que acabaría saliendo con Draco? —había preguntado Harry, levantando las cejas.

—No me ha sorprendido enterarme, siempre estuviste un poco obsesionado con él, pero más bien
contaba con que, si erais tan amigos como Hermione decía en las cartas y se adivinaba en las
tuyas… bueno, ya he dicho que somos familia, no habría sido justo obligarte a separar nuestras
amistades. Antes o después, si las cosas seguían el curso más previsible, era inevitable que
acabásemos coincidiendo con Malfoy.

—Gracias otra vez —había dicho Harry, con gratitud. .

—No hay que darlas.

Harry había bebido un trago de su cerveza, feliz ante el resultado de la conversación. Ron había
levantado la jarra con un gesto de brindis, sonriéndole y pasando a contarle sus últimos inventos a
la venta en Sortilegios Weasley.

—¿Vienes a comer con nosotros, Ginny? —estaba preguntando Hermione en ese momento,
atrayendo de nuevo la atención de Harry a la conversación.

—Yo… —la chica negó, sorprendida por la invitación—. No, habíais quedado vosotros, no
contabais conmigo, no quiero molestar.

—A Rosmerta no le importará poner un plato más en la mesa —dijo Ron, encogiéndose de


hombros.

—No creo que deba… —repitió Ginny. Miró directamente a Harry y este comprendió que él era la
causa de su incomodidad—. Además, he quedado con Dennis luego.
—A mí también me parece bien que vengas si quieres, Ginny —dijo Harry, encogiéndose de
hombros y sonrió, dispuesto a enterrar el hacha de guerra si ella quería aceptar su oferta.

—De acuerdo —accedió Ginny, correspondiéndole la sonrisa.

Los cuatro entraron en Las Tres Escobas. Sentados en una de las mesas, charlaron alegremente de
cosas intrascendentes. Ron les puso al día de los principales cotilleos mágicos y Ginny les habló de
los chismes que ocurrían en el colegio y de los que Harry, que apenas salía del ala este para ir a
clases, no se había enterado. Harry se alegró de haberle insistido a Ginny para que comiese con
ellos, pues la chica se estaba comportando con una naturalidad propia de cuando habían sido
amigos antes de empezar a salir juntos. Reconoció que, en parte, había echado de menos esa faceta
de ella, que les había llevado a ser buenos amigos en su momento antes de que el noviazgo,
primero, y la ruptura, después, se interpusiesen entre ambos.

—Hueles muy bien, Hermione —comentó Ron cuando los cuatro tuvieron los platos rebosantes de
la apetitosa comida de Rosmerta—. Juraría que no te conozco esa colonia.

—Porque no es mía —admitió Hermione con una risita—. Es de Harry, que acaba de gastarse una
pequeña fortuna en ella. Es para él.

—¿Y por qué la llevas tú? —Harry bajó la mirada, sonrojándose, porque no quería dar
explicaciones sobre el perfume de Draco y las razones por las que se lo regalaba. Consideraba que
pertenecía a un ámbito muy íntimo de ellos. Habría preferido hablarles del sexo antes que de lo que
sentía cuando olía la fragancia de Draco.

—Él se acababa de probar el perfume que quiere regalarle a Draco y no podía mezclarlos, así que
me la puse yo —explicó Hermione, dándose cuenta de la actitud de Harry.

—Acércate, que te olfateemos, entonces —le pinchó Ron con una sonrisa traviesa. Harry se inclinó
hacia él y Ginny, permitiéndoles percibir el aroma a violetas del perfume de Draco—. Buen gusto,
desde luego. Aunque me gusta más el que has escogido para ti, no te voy a engañar, este tiene un
toque fresco que no tiene el tuyo. Pero ambos huelen genial.

—Por la cuenta que le trae —se burló Hermione con una carcajada—. Sigo escandalizada por el
precio. Por lo que ha dicho el vendedor…

—No es necesario dar tantos detalles, Hermione —la interrumpió Harry, alarmado al darse cuenta
de que iba a hablar sobre la exclusividad que les había mencionado el vendedor, recordando que la
familia Weasley había pasado apuros económicos en el pasado que Draco les había restregado en
sus pullas y burlas—. Es de mal gusto hablar del precio de un regalo.

—Harry tiene razón —coincidió Ron, riéndose y dándole un par de palmadas cómplices en el
hombro—. Eso sí, tío, como regalo, resulta un tanto clásico y manido, ¿no? Aunque por lo menos
no es una corbata ni unos guantes de quidditch. —Harry se encogió de hombros, preguntándose
cómo cambiar de tema, pero el propio Ron lo hizo acto seguido, sin darle oportunidad de pensar—.
Por cierto, Hermione, ¿hablaste con tus padres sobre lo de Navidad?

—Sí. Al principio estaban reticentes, pero creo que los tengo convencidos.

—Me he perdido algo aquí —intervino Ginny. Harry asintió también, intrigado por las palabras de
los dos.

—Ron pensó que, dado que no tengo hermanos, en lugar de repartirnos las Navidades y Año
Nuevo entre vuestros padres y los míos, lo que haría que mis padres tuviesen que pasar en solitario
una de las festividades, podrían ir a La Madriguera y así estaríamos todos juntos.

—Me parece una idea genial. Además, es una buena oportunidad de conocerlos, apenas los hemos
visto un par de veces —aprobó Ginny.

—Mamá no nos perdonaría que no estuviésemos ningún día allí y nos daba pena que los padres de
Hermione estuviesen solos en esas fechas. Así que este año estaremos más apretados que nunca,
pero tendremos que apañarnos —dijo Ron, guiñándoles el ojo—. Bill vendrá con Fleur por lo visto,
al menos en Navidad. Y Percy también traerá a su novia Audrey para presentárnosla.

—¿Percy tiene novia? —preguntó Harry, sorprendido—. No lo sabía.

—Si te sirve de consuelo, Harry, yo tampoco —bromeó Ginny, riéndose—. Y eso que soy su
hermana sanguínea.

—No te lo he contado en mi última carta porque nosotros nos enteramos el domingo pasado,
cuando tartamudeó durante media hora mientras se lo decía a mi madre para que contase con ella a
la hora de la comida de Navidad. Supongo que luego ambos irán a las casas de sus suegros en Año
Nuevo, así que ahí estaremos más holgados.

—Me alegro. Suena que vais a pasar unos días geniales —aprobó Harry, sintiendo un peso en el
estómago al decir eso, preocupado por si Ron no entendía su decisión de pasar esas fechas en
Hogwarts.

—¿Qué quieres decir, Harry? Un momento, ¿es porque no te hemos invitado formalmente o algo
así? Ni se te ocurra pensar esas cosas, tú no necesitas invitación, eres familia. —Ron frunció el
ceño mientras hablaba, haciendo hincapié en la última frase—. Además, mamá no te perdonará si
no vienes, cuenta contigo y ya está tejiendo tu jersey.

—Le escribiré para disculparme. Y te prometo que iré un par de días a comer durante las
vacaciones —se comprometió Harry, lamentando no haber pensado en decírselo antes. No se le
había ocurrido que los Weasley estuviesen planificando la Navidad con tanta antelación.

—No puedes no estar en Navidad, Harry —se indignó Ron, sin comprenderle.

—Ron tiene razón —dijo Ginny, apoyándole—. No puedes faltar, te echaremos de menos. Ya lo
ha dicho Ron y lo sabes, pero te lo repito: eres de la familia.

—Y es nuestro primer año sin Fred —añadió Ron con gesto de dolor. Harry tragó saliva al oírle,
sintiendo el aún demasiado reciente dolor por la pérdida de, como habían dicho Ron y Ginny,
alguien de su familia. También Ginny y Hermione se pusieron repentinamente serias—. Mamá,
papá y George, sobre todo, nos necesitan allí con ellos, ver que la vida sigue adelante y recordarlo
juntos.

—Lo siento mucho, Ron, de verdad. Quizá el año que viene, si las cosas son de otra manera… —
dijo Harry, sin querer comprometerse del todo—, a lo mejor puedo hacer como Bill o Percy y pasar
uno de los dos días con vosotros.

—Pero… ¿por qué? —preguntó Ron desconcertado—. No lo entiendo, Harry. ¿Qué problema hay?
Si ha pasado algo puedes decírnoslo, intentaremos comprenderlo, pero no esperes soltar que no vas
a pasar la Navidad con nosotros y que no preguntemos por qué. ¿Es por Malfoy? —Harry asintió,
incómodo. Había hablado del tema con Draco en una sola ocasión, cuando este había dicho que se
quedaría en Hogwarts, pero no habían decidido nada—. Puedes ir con él en Año Nuevo, como
harán los demás. Se trata de pasar las fechas con los seres queridos. Si Malfoy prefiere venir en
Año Nuevo, estamos a tiempo de avisar a Percy y Bill para estar todos juntos en esa fecha en lugar
de en Navidad.

—En realidad... —dudó Harry, suspirando antes de añadir, lo más sucintamente que pudo—: Es
que no me gustaría que Draco se quedase solo ninguno de esos días. Volver a casa de sus padres no
es una opción para él.

—¿Malfoy no va a casa de sus padres por Navidad? —Harry negó, no queriendo dar más detalles
—. Vaya… Había dado por hecho que sí. ¿Vais a quedaros en Hogwarts los dos, entonces?

—No lo hemos decidido aún, pero creo que sí. La otra opción es Grimmauld Place, pero
tardaríamos todas las vacaciones en adecentarlo, incluso aunque Kreacher lo esté manteniendo en
buenas condiciones.

—¿Y por qué no viene él también a La Madriguera? —preguntó Ron, en tono de señalar algo
obvio—. Podéis venir todas las vacaciones si queréis, ya os acomodaremos en alguna habitación.
Mamá estará encantada de teneros allí.

—¿Qué? —Harry abrió los ojos, sorprendido por la propuesta. Ni siquiera la había considerado,
pero pensó rápidamente que si no era justo imponerle su presencia a Ginny, mucho menos lo era
imponer la de Draco a toda la familia Weasley—. No… no creo que sea buena idea, Ron.

—Pero…

—Ya, ya sé lo que me vas a decir. Somos familia y todo eso, pero no es tan sencillo. Yo también os
quiero mucho, Ron. A todos. Sois mi familia, de eso no hay duda. Es… Hay heridas muy recientes
que conviene sanar antes de forzar las cosas.

—Mira, Harry. Eres mi hermano. Y Malfoy es tu pareja, ¿no? —Harry asintió, sin saber dónde
quería llegar. Ron se inclinó hacia adelante, con gesto serio y hablando en tono vehemente—.
Entonces, Malfoy es mi hermano político. Tienes razón, no debería quedarse solo en esas fechas,
como tampoco deberían los padres de Hermione. Así que la solución es la misma, venid ambos.

—No —negó Harry más firmemente, pensando que aquello era mala idea. La última conversación
con Ginny volvió a su cabeza. No dudaba de que la chica acabaría aceptando la situación, era
fuerte y con el tiempo lo entendería. La última vez que habían hablado, Ginny no había tenido
tiempo de asimilar el golpe de la ruptura, pero era su amiga y lo haría antes o después. Sin
embargo, los Weasley eran muchos, no le parecía lo mejor presentarse allí de golpe con Draco.
Además, estaba bastante seguro de que este se negaría en rotundo también—. No es buena idea.

—Creo que Ron tiene razón —dijo Hermione entusiasmada. Harry la miró con los ojos abiertos
como platos. Había pensado que ella sí entendería su posición—. A mí también me gustaría que
estuvieseis ambos.

—Harry… —Ginny había hablado en voz baja y parecía un poco cabizbaja—. Yo… yo también
creo que deberíais venir los dos. Es tu novio y tiene derecho a estar bajo nuestro techo como lo
tiene cualquier persona con la que quieras compartir tu vida. Eres nuestro hermano.

—¿Qué? —preguntó Harry, atónito, todavía más sorprendido que antes.

—¡Claro que sí! Lo siento, Harry, pero somos tres contra uno —dijo Ron con determinación—. No
entiendo por qué eres tan reticente.

—Creo que Harry piensa que vamos a recibir mal a Malfoy, porque… —comenzó a decir Ginny
con tono culpable.
—Tampoco es algo que no comprenda, Ginny —la interrumpió Harry, que no quería ser injusto—.
Draco no hizo bien las cosas en la guerra. Ni tampoco antes, en el colegio fue un verdadero
capullo. No pretendo justificarle ni disculparle, pero entiendo que hay heridas que tienen que
cicatrizar y creo que es mejor hacer las cosas despacio. Lo mínimo es que yo comprenda que
necesitéis vuestro tiempo, no es que crea que vais a recibirlo mal y ya está.

—Déjame terminar, Harry, por favor —le pidió Ginny con firmeza.

—Lo siento —se disculpó Harry, dándose cuenta de que ni siquiera la había dejado hablar—. Es
que estoy un poco a la defensiva con esto porque… tengo miedo —confesó en voz baja.

—A que no le aceptemos —entendió Ginny, cogiéndole la mano en un gesto de consuelo por


encima de la mesa.

—No quiero renunciar a vosotros —asintió Harry, abatido—. Sois mi familia. Pero tampoco quiero
renunciar a Draco.

—No vas a tener que hacerlo, Harry. —Ginny se dirigió a los otros dos, que les miraban por
curiosidad—. Harry y yo discutimos hace unas semanas a cuenta de Malfoy. Supongo que… fui un
poco desagradable.

—Me lo puedo imaginar —admitió Ron, asintiendo—. Yo también lo habría sido no hace mucho.

—Harry… lo que dije… lo siento mucho —dijo Ginny con voz culpable—. No fui justa. Todavía
estaba un poco dolida por la ruptura, porque me ignorases y verte con Malfoy me enervaba. El
dolor por Fred tampoco ayudó a ver las cosas con mejor perspectiva.

—Ginny, siento mucho que lo nuestro no funcionase. No fue tu culpa —le aclaró Harry una vez
más, por si acaso—. Tampoco pretendía ignorarte, simplemente pensé que sería positivo para ti no
tener que lidiar con mi presencia constantemente.

—No podemos obligar al corazón a tomar decisiones que no desea. Lo entendí cuando se me pasó
el enfado contigo y comprendí que prefería ser tu hermana y tu amiga.

—A mí también me gustaría que lo fueses —contestó Harry, parpadeando para contener las
lágrimas de emoción.

—Cuando te fuiste ese día, después de discutir, Luna nos habló de lo que había ocurrido en la
mansión de los Malfoy —confesó Ginny—. Y Dennis se enfadó porque según dice, y tiene razón,
por prejuicios así su hermano murió en una guerra. Y me aconsejó que dejase que esos prejuicios
atrás para poder vivir una vida de paz.

—Tampoco es justo culparte a ti de eso —dijo Harry, frunciendo el ceño.

—No me culpo y él tampoco lo hacía. Sólo constataba un hecho. Él preferiría conocer a Malfoy a
odiarle por la muerte de Colin.

—Los prejuicios no nos van a llevar a ningún sitio, desde luego —concordó Harry, recordando a
Lucius y la actitud que tenía—. Si la sociedad mágica no cambia habremos derrotado a un mago
oscuro, pero no arreglado el problema de fondo.

—Podemos empezar nosotros —dijo Hermione, que había estado callada escuchándolos
atentamente.

—Eso fue lo que dijo Dennis. Hemos ganado la guerra, tenemos que ser quienes tendamos la mano
para establecer lazos —añadió Ginny—. Siento haber tardado en comprenderlo, pero ahora lo veo
claro.

—No somos enemigos —dijo Harry, recordando las palabras que le había dicho a McGonagall
meses atrás—. Todos hemos necesitado ayuda para verlo también, Ginny. No te responsabilices de
eso tampoco. Tenemos nuestros tiempos para procesar todo lo ocurrido durante estos años y
aprender a canalizar nuestro dolor.

—Venid a casa en Navidad, Harry —concluyó Ginny—. Los dos. No sólo a cenar, quedaos a pasar
la noche, os vendrá bien salir de Hogwarts y despejaros un rato. Seréis bienvenidos y recibidos
como la familia que sois.

—No puedo decidirlo yo solo.

—Propónselo, al menos. Cuéntale lo que hemos hablado, si quieres y crees que puede ayudar. —
Harry sintió que los ojos se le empañaban. Ginny le apretó más la mano, también con la voz
ahogada por la emoción—. Y si no quiere venir este año, lo entenderemos y os echaremos de
menos, pero te seguiremos queriendo igual y esperaremos a que sea el momento adecuado para que
nos presentes a Malfoy formalmente —añadió Ginny mirando a Ron con un gesto de advertencia.

—Gracias, Ginny —susurró Harry, emocionado, enjugándose una lágrima que se derramaba por su
mejilla.

Ginny se levantó y él la imitó, estrechándola en un intenso abrazo. Después, Ginny le cedió el


turno a Ron, que le abrazó también y que, con un beso en la mejilla y un gesto de cariño, le
recordó una vez más que eran hermanos.

—Somos la generación de la guerra —dijo Hermione cuando volvieron a sentarse, enjugándose


ella también las lágrimas de emoción.

—¿El qué?

—Un mote absurdo que nos hemos puesto en Hogwarts —explicó Harry, resoplando de risa y
sintiéndose ridículo por lo absurdo que le parecía el concepto—. Los que ya no pertenecemos a
ninguna casa somos la promoción de la guerra, los nueve que pelearon contra Voldemort y
volvieron a Hogwarts para intentar hacer del mundo un lugar mejor. Algo así, yo ya me hago un lío
con todos los nombres que nos hemos adjudicado.

—En la sala común, a veces hablamos de que seremos los que reconstruyamos la sociedad mágica,
el futuro —añadió Hermione—. Nos toca a nosotros, los que peleamos contra Voldemort y lo
derrotamos, tenemos que vencer también a los prejuicios de una sociedad cuyas raíces están
contaminadas.

—Es cierto —constató Ron, escuchándoles con seriedad.

—Y una gran responsabilidad sobre nuestros hombros —murmuró Ginny en tono reflexivo.

—El primer paso para ello es dejar de pelear y unirse, además de haber participado en una guerra,
así que os podemos aceptar en tan selecto grupo —bromeó Hermione, mezclando las risas con
sollozos emocionados todavía.

—Poco a poco —dijo Ginny con media sonrisa—. A unos nos costará más que a otros, pero lo
conseguiremos. Estaremos a la altura.

Harry le apretó la mano como había hecho ella antes, dándole de nuevo las gracias
silenciosamente, alegrándose de que la chica por fin lo hubiese entendido, feliz de haber
recuperado a su hermana.

—Hablando de traer novios a casa para presentárselos a los padres, no veo por qué Harry debería
ser el único —dijo Ron, cambiando de tema en tono socarrón—. ¿Por qué dices que no invitas a
Creevey?

—¡Sólo somos amigos! —se defendió Ginny rápidamente. Hermione y Harry no pudieron evitar
soltar una risotada por lo poco creíble que había sonado su apresurada defensa.

—Harry habla menos de Malfoy en sus cartas que tú de Creevey —le pinchó Ron, haciendo que
Ginny se pusiese colorada.

Dispuesto a ayudarla, agradecido todavía por sus palabras, Harry cambió de tema. Los cuatro
disfrutaron del resto de la velada charlando de cosas más intrascendentes. Cuando Dennis llegó
para recoger a Ginny, Harry pudo ver en la mirada de ambos los mismos síntomas de
ensimismamiento enamorado que reconocía en la de Draco y él. Dennis saludó a Ginny con un
beso en la mejilla, tímido, antes de salir del local caminando muy cerca de ella. Harry sonrió
satisfecho, contento de que todas las cosas fuesen encontrando su sitio poco a poco y deseando que
Ginny fuese tan feliz como lo era él, ya fuese sola, con Dennis o con cualquier persona que
eligiese.

Se despidieron de Ron un rato después y volvieron al castillo después de comer. Hermione le dio
la mano, pegándose a él, un poco melancólica por no haber podido pasar tiempo a solas con Ron, y
Harry comprendió la necesidad que tenían de no estar separados durante las vacaciones también,
preguntándose si él habría sido capaz ahora que sabía lo agradable que era dormir y poder estar
todo el tiempo con la persona deseada. Se separaron en la puerta de los dormitorios, dispuestos a
cambiarse de ropa para verse de nuevo en la sala común.

—¡Hola! —saludó a Draco, que estaba tumbado encima de la cama de Harry, leyendo un libro—.
Pensaba que estarías en la sala común.

—Y yo no te esperaba tan pronto —dijo Draco con una sonrisa, levantándose para darle un beso.

—Voy a cambiarme, vengo helado y necesito entrar en calor.

—Date una ducha caliente —le sugirió Draco pícaramente, acercándose para abrazarlo—. O
quítate toda esa ropa helada y yo me encargaré de…

Draco se calló de golpe y se separó de él, mirándole con los ojos entrecerrados con sospecha.

—¿Ocurre algo, Draco? —preguntó Harry, desconcertado.

—Hueles a mí —dijo Draco con voz seria, inspirando de nuevo—. A mi perfume.

—Mierda —maldijo Harry. Se le había olvidado aquel detalle. Se llamó imbécil mentalmente por
no haber pensado en que Draco lo identificaría en cuanto estuviesen juntos—. ¿Qué posibilidades
tengo de salir de esta sin preguntas? —Draco enarcó la ceja, divertido, con una sonrisa aleteándole
en la comisura del labio. Harry se rindió—. Aproveché para comprar tu regalo de Navidad.

—Potter, ese perfume cuesta un dineral. No puedes gastarte esa cantidad de dinero en mí. —La
expresión de Draco había cambiado a una más seria al oírlo—. Al olerlo había pensado que
simplemente habrías ido a curiosear a la botica de Hogsmeade o algo así.

—La cosa es que sí puedo, porque lo he hecho —admitió Harry sacando los dos paquetes del
bolsillo, dejándolos encima de la cama y devolviéndolos a su tamaño natural con la varita—. El
vendedor hasta me ha convencido de comprarme uno para mí.

—Yo no puedo regalarte nada —lamentó Draco, compungido, mirando los dos paquetes—.
Deberíamos haber hablado esto antes.

—No quiero que me regales nada. Lo que intento decir es que claro que me gustan los regalos,
pero no te hago un regalo de Navidad porque espere otro a cambio. Nunca he tenido muchas
oportunidades de hacer regalos, al menos hasta que conocí a Hermione y los Weasley, y me gusta
hacerlo. No pretendía que te sintieses incómodo, sólo… bueno, a mí también me gusta el perfume
y me encanta cuando me lo pones y ponértelo yo a ti. Si no lo he comprado antes ha sido porque
creí que con la excusa de la Navidad sería más fácil...

—Estás como una cabra, Potter —le interrumpió Draco. Harry disimuló un suspiro aliviado. Había
contado con que Draco no se enfadaría cuando abriese el regalo, pero no las había tenido todas
consigo al verse descubierto antes de lo esperado—. No era necesario.

—No lo he hecho porque lo fuese. Lo he hecho porque me gusta y pensé que a ti también te
gustaría.

—Me gusta —le confirmó Draco, besándole en los labios suavemente antes de abrazarle, hundir la
nariz en su cuello e inhalar con fuerza—. Me encanta como huele.

—Puedes abrirlo ahora, si quieres —ofreció Harry, pensando que quizá debería comprarle también
alguna chuchería sin importancia para que pudiese abrirla el día de Navidad.

—Me gustaría mucho hacerlo, sí —confesó Draco.

—Si lo abres ahora, ¿te molestaría mucho si en Navidad te hago otro regalo?

—No, no me molestaría, Potter. Pero no te gastes tanto dinero, ¿de acuerdo? —dijo Draco,
frotando sus narices antes de darle otro beso—. Muchas gracias.

—Te quiero, Draco.

Draco se separó un poco de él, parpadeando al oírle. Harry enrojeció. Lo había dicho sin pensar, ni
siquiera había pretendido formularlo en voz alta. Tragó saliva, intentando parecer tranquilo
mientras Draco lo miraba con intensidad. No le dio tiempo a preguntarse cómo iba a reaccionar
Draco, porque este le abrazó por la cintura, atrayéndole hacia sí antes de contestarle.

—Yo también te quiero a ti, Harry —susurró Draco, volviendo a besarle, esta vez con más ímpetu
—. Sabes a tarta de melaza.

—Es lo que he comido de postre.

—Ya lo imagino. Sé que es tu favorita.

Harry frunció el ceño, intentando recordar cuándo le había dicho eso. Draco lo ignoró, sentándose
en la cama y cogiendo uno de los paquetes.

—No sé cuál es cual —admitió Harry al ver que los dos paquetes envueltos en papel de estraza
eran idénticos—. Pensaba que tendría tiempo de envolverlo en papel bonito antes de dártelo.

—¿De qué es el tuyo? —preguntó Draco con curiosidad, rompiendo el papel.


—Esencia de rosas rojas. Fue una sugerencia de quien me atendió en la botica.

—Muy apropiado —asintió aprobadoramente Draco.

—¿Tú crees? No sabía que entendías tanto de perfumes.

—Hay muchas cosas que todavía no sabes de mí —bromeó Draco, abriendo el primer cofre—. Si
has comprado uno para ti, ¿por qué hueles al de iris y violetas? —preguntó, intrigado.

—No conocía su nombre y el dependiente me lo dio a probar para asegurarse de que era el que
buscaba. Creo que no se fiaba de que fuese el que yo buscaba porque dio a entender que había sido
un encargo especial —confesó Harry con una carcajada.

—Así es. Mi madre lo encargó para mí. —Draco sacó el frasquito y lo sostuvo entre sus manos con
reverencia—.Tardó mucho tiempo en elegir las flores. Eligió el iris por mí y la violeta por ella,
mezclándolas. Encargó dos perfumes, uno de mujer y otro de hombre. Cualquiera puede
comprarlos, pero son mágicos y eso hace que sean muy específicos. Y muy caros.

—Algo así dijo el vendedor. Creo que cuando dije que era este y que era para un regalo supo que
era para ti, porque me pidió que te recordase que sólo quedaba un frasco en reserva salvo que
pidieses más.

—Recuerdos de tiempos en los que la vida era más sencilla y estaba llena de caprichos —suspiró
Draco, volviendo a guardar el frasco en el cofre y cerrándolo.

—Pensaba que querrías utilizarlo —comentó Harry, sintiendo una ligera decepción. Había contado,
secretamente, con que le permitiese a él ponérselo.

—Estoy deseándolo, pero me gustaría oler primero el tuyo. Creo que el dependiente debe de saber
muchas cosas de Harry Potter y admirarlo mucho si se ha atrevido a recomendarle una esencia
mágica tan concreta.

—Sólo me ofreció esa —asintió Harry, incómodo por la referencia su fama y preguntándose con
nerviosismo qué opinaría Draco, que parecía entender bastante, cuando lo oliese.

—Creo que las rosas rojas pueden ser adecuada para tu tipo de piel y cabellos, sí. Aunque, como
buen perfume que es, olerás bien tanto con el mío como con el tuyo así que si prefieres el de iris y
violetas no tienes más que pedírmelo.

—De acuerdo —aprobó Harry, que no estaba seguro de que la conexión que sentía con el perfume
de Draco fuese a producirse con la esencia de rosa roja, por adecuada que fuese. Le tendió el otro
paquete y se sentó a su lado, ya relajado al ver que iba a aceptar su regalo—. Ahí tienes, veamos si
el gran Draco Malfoy, experto en perfumes, da su aprobación.

—Calla, idiota —respondió Draco dándole un codazo amistoso antes de abrir el cofre y sacar el
frasco que en la luz de la habitación brillaba con un color rojo intenso—. No puedes ponértelo tú o
se mezclarán ambos olores durante varios días y no será agradable.

—Eso dijo el dependiente, por eso se lo probó Hermione.

Draco se levantó, le entregó el frasco y se quitó la camiseta, tirándola encima de la cama antes de
tenderle la mano para ayudarle a levantarse. Harry entendió inmediatamente lo que pretendía y
abrió el frasco.

—El dependiente dijo que el tuyo era más apropiado para ti porque tú eres más delicado —le
pinchó Harry mientras se ponía unas gotas en la palma de la mano, dejaba el frasco con cuidado en
el cofre y se frotaba con la otra mano.

—Potter, si sigues por ese camino, la próxima vez que me meta tu polla en la boca morderé.

Harry se mordió el labio, excitado. Aquel había sido su último gran descubrimiento. Draco se había
dado la vuelta en la cama unos días atrás. Al principio Harry había pensado que simplemente era
una postura un poco más cómoda para masturbarse a la vez, en lugar de sentarse frente a frente o
cada uno a un lado, pero Draco le había dicho que por su parte hiciese lo que desease y que él iba a
chupársela. Harry se había apresurado a imitarle con más entusiasmo que maña, pero a Draco, que
tampoco se le daba mejor, no le importó.

—El dependiente ha dicho que también hay que ponerlo en la cara interna de los muslos —dijo
Harry en tono sugerente.

—Que también se puede aplicar en el pulso de la cara interna de los muslos —matizó Draco,
quitándose los pantalones y los calzoncillos con un movimiento fluido, quedando desnudo delante
de él—. Si quieres verme desnudo, no necesitas tantas excusas.

Harry hundió las manos en el cabello de Draco, aprovechando para acercarse y darle un beso en los
labios, sin ir más allá. Después, le distribuyó el perfume por el cuello y el pecho. Se puso de
rodillas para frotarle la parte interior de los muslos, rozándole los testículos de forma que pareciese
casual. Draco suspiró de placer cuando Harry se metió su polla en la boca y succionó con fuerza,
ayudándose con la mano para masturbarle con fuerza, y hundió las manos en su cabello sin
presionar ni marcar el ritmo. Con la mano que tenía libre, Harry le acarició el culo. Un gemido de
súplica de Draco le indicó que quería que fuese un poco más allá, así que, metiendo los dedos en la
abertura que las separaba, Harry los deslizó suavemente en busca del tacto de piel rugosa y el
pequeño agujero que tanto le excitaba tocar.

Un sollozo de placer y una gentil caricia en su pelo con agradecimiento le confirmó a Harry que
había acertado con lo que Draco deseaba. Acariciándole superficialmente el ano, Harry siguió
chupando y masturbándole, sabiendo que aquello le volvía loco. No tardó mucho en oír un gemido
más fuerte y sentir el suave tirón de pelo que lo alertaba y apartó la boca, poniendo la mano
delante del glande para contener la corrida de Draco. El primer día les había pillado de sorpresa a
ambos, pero ahora sabían controlarse y avisarse con tiempo. Limpiándole cuidadosamente con la
camiseta que se acababa de quitar, Harry se incorporó y, abrazándolo, le besó con cariño.

—Ya no sabes a tarta de melaza, Potter —bromeó Draco, lamiéndole los labios.

—Puedo irme a lavar los dientes si te molesta —se disculpó Harry, pensando que siempre se
besaban después de hacer eso, pero nunca se había planteado que para Draco pudiese ser
desagradable porque para él no lo era.

—Sólo quería pincharte —le tranquilizó Draco, volviendo a besarle despacio, lamiéndole la lengua
—. Si me das un minuto, te lo hago yo.

—No es necesario, me gusta mucho hacértelo, no tienes por qué hacérmelo tú a cambio —negó
Harry, que lo había hecho sin pensarlo y, aunque no se arrepentía de haber seguido su impulso,
tampoco esperaba recompensa por ello

—Ya lo sé, pero a mí también me gusta hacértelo, Potter.

—El perfume de rosas huele muy bien —murmuró Harry, frotándose la nariz contra el cuello de
Draco e inhalando—. Me gusta más el tuyo en ti, pero tengo la sensación de que este me gustará
más en mí.

—Estoy de acuerdo. También me encanta como huele. —Draco se frotó contra él, mimoso—. Me
voy a poner cachondo cada vez que lo uses pensando en este momento.

—Genial, porque yo me he puesto cachondo en la botica cuando he olido el tuyo en mis muñecas
—admitió Harry, avergonzado.

—Y dime, Potter… ¿qué he hecho para merecer tantos mimos en una sola tarde?

—Ser así de bonito. —Harry le dio un lametón en la punta de la nariz, pinchón.

—Voy a tener que quedarme sólo más a menudo para recibir recompensas tan extraordinarias
cuando vuelvas.

Sus palabras hicieron que Harry recordase súbitamente la conversación con Ron y Ginny sobre la
cena de Navidad y su expresión mudó, haciéndose más seria. Draco se dio cuenta y frunció el ceño.

—¿Ocurre algo, Harry? —preguntó con preocupación.

—No… es sólo… quería comentarte una cosa. No había pensado hacerlo ahora, pero me he
acordado de repente —le dijo Harry, sentándose en la cama antes de resumirle la conversación que
habían mantenido durante la comida acerca de ir a casa de los Weasley.

—No creo que sea buena idea. —Draco se había sentado a su lado, escuchándole atentamente sin
interrumpirle. A pesar de sus palabras, Harry vio que no parecía hostil, sólo pensativo y empezó a
acariciarle la pierna desnuda con las yemas de los dedos, incapaz de tenerle tan cerca y no tocarle
—. Son tu familia, Harry, lo sé. Y también creo que tú tienes razón: es un poco pronto. Habrá más
oportunidades.

—A mí me vale —asintió Harry, feliz al ver que Draco no se cerraba en banda, sino que lo
racionalizaba de un modo similar a él—. Lo entenderán, no te preocupes, y cuando decidas que es
el momento, lo aceptarán.

—Me alegra oír eso. Ahora, Potter —dijo Draco levantándose de la cama para sentarse, todavía
desnudo, encima de él, de frente y con las rodillas a cada lado de sus piernas y quitándole las gafas
con cuidado—, más vale que te quites toda la ropa que llevas, porque voy a tener que
recompensarte por haber sido tan generoso conmigo.

—Pensaba que habíamos quedado en que no era necesario recompensarme —dijo Harry, riendo
excitado cuando Draco le empujó hacia atrás hasta hacerle apoyar la espalda en la cama, todavía
con los pies en el suelo.

—Entonces, tendré que recompensarme a mí mismo, y tengo una idea bastante aproximada de lo
que me apetece como premio —murmuró Draco en tono sugerente, acariciando la ya presente
erección de Harry por encima del pantalón.

—¿Qué planeas? —preguntó Harry, excitado y levemente alarmado ante la sonrisa traviesa de
Draco, similar a la que ponía cada vez que quería proponerle algo nuevo en el sexo.

—Chupártela, claro —ronroneó Draco en su oído, mientras empezaba a besarle el cuello. Harry
gimió excitado—. Pero necesitaré que te quites toda la ropa y saques ese lubricante que pediste la
semana pasada porque voy a probar a meterte un dedo por el culo.

Excitado por la idea, Harry se apresuró a quitarse la camiseta y se inclinó hacia la mesilla,
rebuscando en el cajón hasta dar con el botecito que había comprado tras haber hablado con Draco
sobre que les vendría bien tenerlo a mano, seguros de que en algún momento empezarían a
necesitarlo. Draco se lo arrebató de las manos, impaciente, devorándole la boca con ansia.

Draco no se quitó de encima de él inmediatamente, aprovechando que Harry se había incorporado


sobre los codos para dedicarle un rato a su cuello. Cuando deslizó la punta de la lengua a través de
la carótida, lamiéndole la cara hasta llegar a los labios para devorarle la boca, Harry ya estaba
impaciente.

—¿Nervioso, Potter? —preguntó Draco, empujándole sobre la cama de nuevo e inclinándose sobre
su pecho, mordiéndole un pezón hasta que le arrancó un pequeño quejido. Con mimo, lo lamió para
consolarle antes de repetir con el otro.

—Un poco —admitió Harry, intentando coger aire, unos segundos después.

—Puedo parar si no estás seguro —ofreció Draco, incorporándose—. Se me ocurrió que, como te
gusta que te toque ahí, te gustaría…

—¡Sí! —le interrumpió Harry, antes de que Draco se arrepintiese de la idea—. Estoy nervioso
porque no sé qué esperar, pero sí quiero que lo hagas. Por favor —insistió al ver que Draco todavía
dudaba.

Draco asintió, volviendo a empezar por su cuello antes de bajar hasta los pezones, retomando el
camino que había empezado a seguir en dirección a su ombligo. Desabrochándole el vaquero, lo
deslizó por sus piernas hasta los tobillos. Harry le ayudó pateándolos para terminar de sacárselos.

—Túmbate más adentro de la cama, Harry —le indicó Draco con voz ronca.

Harry obedeció inmediatamente, impaciente, levantando el culo para facilitar que Draco le quitase
los calzoncillos. Antes de tirar de ellos hacia abajo, Draco se inclinó y depositó un beso suave en el
frenillo que hizo que la polla de Harry diese un respingo.

—Párame si estás incómodo, si no quieres seguir… lo que sea —le pidió Draco en voz baja
mientras le agarraba por los tobillos, levantándolos hasta hacerle apoyar las plantas de los pies en
la cama. Se situó entre sus piernas, abriendo el bote de lubricante y untándose las manos con él.

Con una mano, Draco le sujetó la polla y con la otra le acunó los huevos, extendiendo el lubricante
por toda la zona. Harry, inmerso en las sensaciones, pensó que deberían haber empezado a
utilizarlo antes, pues hacía que las manos de Draco pareciesen más suaves de lo que ya eran y, al
resbalar con facilidad, resultaba mucho más placentero que la simple saliva, pero no dijo nada en
ese momento, ya que no quería interrumpir a Draco, que parecía sumamente concentrado en lo que
hacía.

—Voy a usar más —murmuró Draco sirviéndose más lubricante en las manos y volviendo a frotar
las palmas antes de volver a agarrarle la polla, comenzando un delicioso movimiento de vaivén.

Harry sintió la otra mano de Draco en las nalgas, acariciándole suavemente. Le soltó un momento,
dejando de masturbarlo, para separárselas. Harry apenas tuvo un segundo para pensar que se sentía
muy expuesto, pues rápidamente la mano de Draco volvió a apretarle la polla con firmeza, su dedo
pulgar repasando el frenillo en círculos lentos y los dedos de su otra mano se movieron sobre su
ano de manera similar a la que Harry había utilizado antes con él.

Draco estaba fascinado mirándole el culo con atención. Harry sonrió, complacido. Sabía que a
Draco le gustaba su culo tanto como a Harry el de él. Ambos solían llevar sus caricias por la zona,
a pesar de que todavía se contenían, más por inseguridad y no saber qué esperar que por falta de
ganas.

—Voy a hacerlo —le avisó Draco con voz estrangulada. Harry asintió, alentándole.

Draco empezó a masturbarle más rápido. Harry notó el dedo de Draco tanteando en su ano y
presionando levemente, húmedo y tibio. Una presión más fuerte hizo que el dedo se introdujese
hasta la primera falange. Harry apretó instintivamente como gesto de defensa, pero las caricias en
su polla le distrajeron rápidamente.

—¿Todo bien? —Harry, inundado por las sensaciones que le embargaban, asintió con la cabeza.

Draco metió el dedo más adentro, superando el área del músculo. Harry suspiró cuando lo notó,
complacido. Levantó las rodillas, sujetándoselas con las manos, abriéndose lo más posible y
exponiendo el culo, queriendo sentir el dedo de Draco más profundamente. Si unos minutos antes
se había sentido un poco inseguro, ahora sentía que era insuficiente. Miro a Draco, que miraba
fijamente el punto donde tenía el dedo, extasiado. Harry supuso que él tampoco querría perderse un
solo detalle de su dedo en ese momento imaginando que, algún día, sería su polla. Sin embargo, la
sensación del dedo de Draco dentro era tan buena que Harry decidió que, por él, ese día podía
esperar un poco más si era la polla de Draco la que entraba dentro de él.

Draco deslizó el dedo hacia afuera sin llegar a sacarlo y luego de nuevo hacia adentro hasta que sus
nudillos chocaron con sus nalgas. Harry sollozó de placer, suplicando por más. Draco aceleró los
movimientos de ambas manos, intentando acompasarlos. Harry jadeó cuando, en una de las veces
que el dedo entró, el placer se multiplicó, intensificándose como cuando estaba a punto de correrse.
Sin poder contenerse gimió en un sollozo largo, interrumpido sólo para coger aire, cerrando los
ojos con fuerza. Cuando el orgasmo por fin llegó, después de aquella sensación de inminencia, que
habitualmente duraba solo unas décimas de segundo y esta vez se había alargado durante lo que le
pareció una eternidad rebosante de placer, se corrió en espesos chorros durante tanto rato que se
sorprendió.

Exhausto, Harry abrió los ojos y vio que Draco le miraba igual de sorprendido, pero con una
sonrisa complacida en la cara. Apretó el culo a propósito, disfrutando de cómo se cerraba alrededor
del dedo de Draco con fuerza.

—¿Lo saco? —preguntó Draco, dudando.

—Déjalo un poco más, por favor —le pidió Harry, mirando hacia abajo y dándose cuenta de que
Draco, a pesar de que no hacía mucho que se había corrido también, volvía a estar duro—. Veo que
a ti también te ha gustado.

—No te haces una idea, Harry. No te la haces. —Draco sonó estrangulado al decir aquello y tragó
saliva con fuerza.

—Si me das unos segundos, lo comprobaré de primera mano.

—Por favor —le suplicó Draco, ansioso, deslizando suavemente el dedo hacia afuera y hacia
adentro otra vez, esta vez más despacio, provocando otro suspiro de placer en Harry.
Hechizo de animagia
Chapter Summary

Llega el momento crucial. Pero antes, Draco y Harry tendrán que resolver algunas
cuestiones pendientes.

Chapter Notes

Jo, último capítulo. Me da mucha pena cuando acabo de publicar una historia y me
deja un vacío en el pecho, jajaja. No tanto como cuando pongo el punto final a la
historia porque estoy revisando una y otra vez hasta que publico. Eso sí, no quiero
terminar sin agradecer de nuevo a Nicangel03 por el apoyo durante la escritura de este
fic.

Muchísimas gracias por haberme leído y comentado. ¡Un abrazo muy fuerte!

Trigger Warning: Referencias sexuales. Nada demasiado explícito.

Inundado de la felicidad de estar con Draco, Harry se dejó llevar lánguidamente por los días de
diciembre. Habían incorporado el conjuro de animagia a su rutina, realizándolo puntualmente al
amanecer y al ocaso y recitándolo con la seguridad que daba la práctica. Draco y Harry habían
adoptado la costumbre de mirar todos los días, tras despertarse para realizar el hechizo, por el
ventanal de su habitación. También escudriñaban durante el desayuno el cielo reflejado en el techo
de Hogwarts a pesar de saber que era complicado que durante la estación invernal hubiese una
tormenta eléctrica en Escocia. Harry había contado con que antes de que lo más crudo del invierno
llegase el otoño les regalase una de esas tormentas que recordaba de cursos anteriores alrededor de
Halloween o a principios de diciembre, pero se había tenido que resignar a esperar a la primavera
o, si la suerte seguía sin acompañarles, a las tormentas veraniegas. La paciencia inicial,
amortiguada por la necesidad de progresar en el patronus de Draco, y la incertidumbre de no sentir
nada con el hechizo se habían disipado cuando el latido de su forma animaga hizo acto de
presencia.

Draco había comenzado a percibir el segundo latido dentro de su pecho el mismo día que había
conseguido el encantamiento patronus por primera vez. Ante las preguntas curiosas de Harry, lo
había definido como un golpe débil que sonaba anticipando el latido de su propio corazón justo en
el momento de recitar el hechizo de transformación. Sabiendo qué buscar, Harry se había
concentrado en encontrarlo, pero sus esfuerzos habían sido inútiles hasta el día después de haber
estado en Hogsmeade e intercambiar con Draco sus perfumes. Al recitar el hechizo, el fuerte latido
había reverberado en su pecho como un tambor, siguiendo al de su corazón en lugar de
anticipándolo. Se había asustado por las diferencias con el de Draco pero este, tras consultar un par
de manuales, le había tranquilizado diciéndole que era normal.

Cuando el último domingo antes de las vacaciones navideñas apareció en el tablón de la sala
común el listado para que quien quisiera quedarse en Hogwarts pudiera inscribirse, sólo Draco y
Harry de entre la promoción de la guerra apuntaron sus nombres.

—Sois un par de cochinos —se burló Dean detrás de ellos, fingiendo un gran escándalo—. Queréis
quedaros solos para mancillar la sala común.

—Dean, el único pervertido aquí eres tú —murmuró Draco, volviéndose dignamente y


dirigiéndose al sofá.

—Por si acaso, cuando volvamos de las vacaciones pienso traer una luz ultravioleta para examinar
los sofás de la sala común y cerciorarme de que no hayáis hecho ninguna guarrada durante mi
ausencia. Me tranquiliza pensar que nadie ha puesto su culo desnudo donde yo pueda sentarme.

—Pero es tarde para eso, Thomas —contestó Draco con un deje de sorpresa en la voz, exagerando
el gesto en la cara al levantar las cejas con gesto desconcertado—. Harry y yo nos escapamos todas
las noches para hacerlo aquí una y otra vez como dos conejos en celo. Hasta ahora, mi favorito es
tu sillón orejero. ¿No nos has oído gemir depravadamente desde tu dormitorio?

—Eres insufrible, Malfoy —se quejó Dean lastimeramente, levantándose prestamente del sillón
orejero y mirándolo con desconfianza.

—¿Qué ocurre? —preguntó Justin, que entraba en ese momento en la sala acompañado de Michael,
mirándoles con curiosidad. Contuvo una carcajada al ver cómo Dean examinaba su sillón con
detenimiento—. ¿Qué has hecho ahora, Draco?

Harry y Michael, que escuchaban en silencio, rieron entre dientes. Draco y Dean habían
comenzado aquella particular disputa después de que el segundo se hubiese burlado de Draco al
insinuarle que entendía que le hubiese salido un patronus corpóreo tan brillante tras ver la cara de
bien follado que traía. Draco le había soltado una pulla en respuesta y ambos habían establecido
una dinámica en la que, cuando estaban en la sala común, se pinchaban mutuamente, insultándose
entre sí y tratándose por el apellido en una pelea tan encarnizada como poco seria.

—Harry y Draco han mancillado mi sillón orejero haciendo cosas que ningún hombre inocente
como yo debería comprender —se quejó Dean dramáticamente—. Tendrás que vaciar tu cámara de
Gringotts para pagarme la terapia y que pueda superarlo, Malfoy.

—Lo próximo que queríamos era probar tu cama durante estas vacaciones, Thomas, pero sin
público la cosa pierde un poco de interés. De todos modos, le pediremos a Michael el hechizo de la
puerta para poder practicar en vuestra ausencia.

—Por supuesto, Draco —dijo Michael, pasando al lado de Dean, que le bufó en respuesta—. A
cambio, respetaréis mi cama como pago por mis servicios.

—Hecho. —Draco había sonado tan feroz que todos se rieron con ganas. Harry se dejó caer en el
sofá, absurdamente contento por la situación, mientras Dean seguía paseándose por la sala
sobreactuando dramáticamente, arrancándoles más carcajadas. Draco se apresuró a acurrucarse
contra el pecho de Harry, cogiéndole de las manos y abrazándose a sí mismo con ellas.

—¿Qué es luz ultravioleta, Harry? —preguntó Draco en voz baja un rato después, asegurándose de
que nadie les escuchaba.

—Se refiere a una luz especial que puede mostrar restos de fluidos humanos —intentó explicarle
Harry, que no sabía cómo ser más concreto, preguntándose una vez más cómo podían llegar los
magos a la mayoría de edad sin ciertos conocimientos elementales de física—. Está por encima del
color morado en el espectro y…
—¡Ah! Ya sé —dijo Draco—. Los estudiamos en Astronomía. Los rayos químicos.

—¿En serio los rayos químicos de Astronomía son lo mismo que la luz ultravioleta? Ahora
entiendo algunas cosas —suspiró exasperado Harry, meneando la cabeza—. La sociedad mágica
necesita actualizar sus nomenclaturas.

—Harry, Draco… —carraspeó Justin, interrumpiéndolos. Estaba a su lado, de pie, con aire
dubitativo—. Escuchad, bromas aparte… si no queréis quedaros en Hogwarts y no tenéis ningún
otro sitio a dónde ir, puedo preguntar a mis padres si…

—No te preocupes, Justin —se apresuró a interrumpirle Harry, sorprendido por la oferta—. Hemos
decidido pasarla aquí para estar juntos, más que nada.

—Lo imaginaba, pero se me ocurrió que quizá no teníais un sitio al que volver y… bueno… quería
que supieseis que si lo necesitáis, tenéis un sitio en mi casa ya sea para pasar todas las vacaciones o
sólo el día de Navidad —repitió Justin con una amplia sonrisa. Draco, que se había tensado entre
los brazos de Harry, miraba a Justin atónito, incapaz de articular una respuesta.

—Muchas gracias, Justin, de verdad —sonrió Harry de vuelta.

—Sin problema, tíos. Si cambiáis de idea o si no queréis comer aquí en Hogwarts ese día, no tenéis
más que decírmelo —asintió Justin, alejándose en busca de Ernie, que estaba charlando
animadamente con Hermione.

—¿Justin Finch-Fletchley acaba de invitarnos a pasar la Navidad con él? —susurró Draco,
incrédulo.

—Yo diría que sí —le confirmó Harry, que se sentía reconfortado por el gesto de Justin aunque no
lo considerase necesario.

Draco se removió entre sus brazos, intentando girarse para mirarle a la cara. Harry aflojó el abrazo
para permitírselo, sorprendido al ver que Draco tenía el ceño fruncido, no muy seguro de qué era lo
que lo había provocado. Él había creído que la invitación de Justin era algo bueno, no un motivo de
enfado o desconfianza.

—¿Por qué? —preguntó Draco a bocajarro.

—Supongo que porque somos amigos. —Harry se encogió de hombros, quitándole importancia.

—Sigo siendo un Malfoy —señaló Draco ácidamente.

—Imagino que es la razón por la que es él quien nos invita, ¿no? —razonó Harry, comprendiendo
lo que Draco quería decir. No habría muchas familias mágicas dispuestas a sentar en la mesa a un
ex mortífago, por mucho que Harry Potter lo acompañase—. Los padres de Justin son muggles. No
saben nada de nosotros, para bien o para mal. Como mucho, lo que Justin haya contado en casa.

—Razón de más, Potter. Nadie invita a unos desconocidos a su casa.

—¿No vamos a ir, no? —Draco negó con la cabeza, poniendo cara de susto al considerar la idea
—. Entonces no le des más vueltas, sólo es un detalle de cortesía.

Draco le miró unos segundos más antes de volver a recostarse sobre su pecho, incitando a Harry
para que lo abrazase de nuevo y lo acariciase de manera relajante. Harry aprovechó que Draco se
había escurrido sobre el asiento para deleitarse en la fragancia de flores de su pelo. Lo hacía tan a
menudo que se sorprendía de que no le cansase inhalarla una y otra vez.
—Harry, Draco… —Harry resopló divertido al oír a Neville, sospechando qué era lo que venía
después—. Acabo de ver que han puesto el listado de los que se quedan en Hogwarts.

Draco se incorporó de golpe, mirando a Neville con los ojos desorbitados antes de volverse hacia
Harry, que soltó una carcajada.

—¿Te ocurre algo, Draco? —preguntó Neville, mirándole preocupado.

—Sólo que es idiota, Neville —aclaró Harry, riéndose más—. ¿Querías decirnos algo?

—¿Eh? —Neville pareció sorprendido un segundo, pero se repuso rápidamente—. ¡Sí! He visto
que os habéis apuntado para quedaros en Hogwarts durante las Navidades y me extrañó que no
fueseis a casa de los Weasley, pero luego pensé que a lo mejor allí son muchos y… bueno… mi
abuela y yo vivimos solos con el tío Algie. Si queréis comer con nosotros o pasar algunos días de
vacaciones en casa, no hay problema.

—¿Qué? —preguntó Draco, estupefacto—. ¿En serio? ¿Quieres que vayamos a tu casa a pasar las
Navidades?

—Eh… sí, eso es lo que estoy diciendo —contestó Neville, pareciendo un poco desconcertado.

—Discúlpale, Neville. Draco no pretendía ser maleducado —dijo Harry, incidiendo en las palabras
para llamar la atención de Draco, que se volvió a mirarle, todavía con el desconcierto en el rostro
—. Es que creo que no se lo esperaba.

—¡Ah, bien! Bueno, eso. Pensé que quizá os vendría bien salir del castillo un rato a un sitio que no
fuese Hogsmeade. Podéis quedaros a dormir, hay habitaciones de sobra y mi abuela no tendrá
problema, es muy abierta de mente con las parejas jóvenes y os dejará compartir el dormitorio si
queréis.

—En realidad, los Weasley sí nos han invitado, Neville —aclaró Harry, observando divertido a
Draco que seguía mirando a Neville con los ojos desorbitados—. Decidimos que quizá no sería
buena idea ir este año, nada más. Pero ambos te agradecemos que hayas tenido el detalle de
invitarnos. —Golpeó discretamente a Draco para hacerle reaccionar y que dejara de comportarse
como un idiota alelado.

—Eso es absurdo —dijo Neville—. Claro que es buena idea. Os vendría bien salir del castillo a
ambos. Puedo imaginar las razones de Draco para no ir con su familia, pero…

—¿Mis razones, Longbottom? —La voz de Draco había sonado peligrosa y ya no parecía
sorprendido. Harry comprendió que Draco se había erizado al oír a Neville por la forma en la que
había arrastrado su apellido en lugar de utilizar su nombre y le estrechó más fuerte entre sus brazos
para intentar tranquilizarlo—. No entiendo cómo podrías imaginar mis razones.

—Mi abuela me contó que no estabais en muy buenos términos —dijo Neville, indiferente,
encogiéndose de hombros—. El tío Algie se lleva bien con la familia Greengrass y parece que no
hablan muy bien de ti.

—¿Qué me importa lo que digan los Greengrass de mí? —escupió Draco.

—Espero que nada, porque si hablan mal de ti es que son imbéciles —respondió Neville, que
parecía comprender qué le pasaba a Draco y no había perdido la paciencia—. Lo decía porque
puedo entender tu postura con respecto a ellos. Mi abuela dijo que alguien que planta cara de esa
manera a tradiciones arcaicas siempre será bienvenido en su mesa. Pero no pasa nada si no queréis.
Neville se alejó, con las manos en los bolsillos. Draco le siguió con la mirada antes de volver a
mirar a Harry, atónito. Este, que comprendía cómo se sentía Draco y lo difícil que le resultaba
aceptar ayuda de desconocidos, no supo qué decirle y puso cara de circunstancias, encogiéndose de
hombros como Neville. Sus compañeros de clase no eran exactamente desconocidos, pero estaba
seguro de que la autoestima de Draco le hacía pensar que no merecía algo así de ellos.

—Tengo que pedirle una disculpa, ¿verdad? —Harry asintió, contento de que Draco hubiese leído
bien la situación y ya no se sintiese atacado—. Y darle las gracias por el ofrecimiento, supongo. Él
no es hijo de muggles, Harry. Y le traté peor que a Finch-Fletchley. No entiendo por qué…

—A lo mejor tienes que asumir que tus compañeros han sabido ver la persona que eres ahora, te
han cogido cariño en estos meses y están dispuestos a hacer cosas bonitas por ti. Porque eres buena
persona, Draco, incluso cuando bufas y te erizas. No eres la misma persona que hace tres años,
para mejor. Te mereces que te traten bien.

Draco le miró, serio, pero con los ojos empañados de emoción. Tragó saliva y asintió antes de
darse la vuelta completamente para abrazarlo, restregando la nariz contra su cuello, inspirando
fuerte y escondiendo la cara del resto de la sala. Harry sonrió, acariciándole la espalda en un gesto
consolador, dándole tiempo para que digiriese lo que acababa de ocurrir y se recuperase.

—Me encanta tu olor a rosas —murmuró Draco en su oído cuando su respiración volvió a ser más
regular.

—A mí también me gusta cómo hueles —dijo Harry, inhalando el aroma del perfume del pelo de
Draco a su vez. Un carraspeo burlón junto al sofá hizo que se separaran.

—¿Queréis? —dijo Dean, que se había acercado para ofrecerles una cerveza de mantequilla. Tanto
Harry como Draco negaron con la cabeza—. Se me ha ocurrido que para evitar que mancilléis mi
cama y tenga que dormir sobre vuestros fluidos corporales durante el resto del curso…

—Piérdete, Thomas —masculló Draco, mordaz—. Por si no te has dado cuenta, estábamos en un
momento íntimo que más tarde podrás ver con tu luz ultravioleta.

—Decía que para evitarlo —continuó Dean, ignorando la pulla de Draco—, podéis venir a mi casa
a pasar las fiestas. Yo puedo dormir en la habitación de mi hermano con Seamus, cabremos los tres
y vosotros os podéis quedar en mi cuarto.

—¿Quieres que Harry y yo durmamos en tu cama?

—Podéis mancillarla, incluso —dijo Dean con una carcajada—. En serio, si queréis venir a casa,
seréis bienvenidos. No tenéis por qué quedaros aquí. Nos juntamos un montón de personas en
Navidad y Seamus también vendrá. Será divertido.

Harry no contestó, mirando a Draco, que se había incorporado sobre su pecho y observaba
atentamente a Dean con una expresión extraña en los ojos, por si quería hacerlo él en esta ocasión.
Draco tragó saliva antes de contestar.

—Gracias, Dean —musitó Draco al cabo de unos segundos, cuando Harry creyó que ya no iba a
hacerlo—. De momento creo que prefiero no aceptar, pero tendré en cuenta tu invitación y
significa mucho para mí.

—Como digáis. Si queréis venir, sólo tenéis que decirlo, incluso si es en el último momento.
Donde comen veinte, comen veintidós —asintió Dean antes de marcharse.

—Vas mejorando —dijo Harry en tono burlón cuando estuvo seguro de que Dean no les oiría.
—A la tercera iba la vencida —contestó Draco en tono petulante antes de ponerse serio—. Estuvo
prisionero en mi casa y aun así me invita a la suya. Dices que me lo merezco, Potter, pero yo creo
que están siendo algo más que generosos.

—No digas tonterías, Draco. Todo está bien, la guerra es algo del pasado.

—Menos mal. Sobre todo por la parte que me toca —suspiró Draco, recostándose de nuevo sobre
su pecho.

Harry parpadeó, emocionado. Había intentado disimular con las bromas para quitarle hierro a las
invitaciones, pero sentirse cuidado y protegido por sus amigos era una sensación agradable. La
imagen del encuentro que había tenido con Nott y Parkinson en Hogsmeade le volvió a la memoria
al pensar en ello. Carraspeó, sin saber si Draco querría saber sobre ellos. Este los había
mencionado en algunas ocasiones y Harry estaba más o menos seguro de que lo había hecho con
cariño, pero hasta donde sabía no se había comunicado con ninguno de sus antiguos compañeros
durante todo el trimestre y todas las veces que había abandonado el castillo había sido para ir a
Hogsmeade había ido con él, sin quedar con nadie más.

—Suéltalo, Potter —murmuró Draco, que había cerrado los ojos, mimoso como un gato—. Puedo
oírte pensar desde aquí.

—Draco… ¿dónde están tus amigos? —dijo Harry, maldiciéndose por su poco tacto cuando Draco
se tensó entre sus brazos, abriendo los ojos—. Lo pregunto porque me acabo de acordar de que el
otro día me crucé en Hogsmeade con Nott y Parkinson. Se me ocurre que a lo mejor querrías
saberlo.

—Supongo que sí —refunfuñó Draco al cabo de unos segundos. Harry le acarició por encima de la
camiseta y le besó el pelo—. ¿Qué tal estaban?

—No lo sé. Apenas nos cruzamos un segundo. Parecían serios, es lo más que puedo decirte.

—Sus padres entraron en Azkaban cuando todo acabó. Estuvimos juntos en los juicios, pero
cuando cayeron en desgracia mi padre nos prohibió toda comunicación con sus familias —dijo
Draco en voz muy baja, sonando apesadumbrado—. Por supuesto, obedecí. Todo era todavía un
caos y yo no había decidido volver a Hogwarts. En ese momento sólo me dejaba llevar por la
vorágine que era intentar sobrevivir indemne a mi propio juicio.

—Ellos dos no fueron juzgados. Theodore y Pansy, quiero decir —dijo Harry en tono dubitativo,
temiendo que su memoria le fallase.

—No, nunca llegaron a engrosar las filas de los mortífagos. Quizá fueron unos idiotas con ideas
horribles, pero nadie merece ir a la cárcel por ser un idiota. No daríamos abasto.

—Estoy de acuerdo —asintió Harry, intentando no recordar todas las veces que había tenido que
apretar la mandíbula ante comentarios de Parkinson.

—Pero tampoco me escribieron. Imagino que tenían sus propios fantasmas y preocupaciones con
las que lidiar. No los culpo, todo se vino abajo muy rápidamente y yo también me alejé. Me
daba… me daba miedo enfrentarme a ellos, que me recordasen todo lo que estaba mal en mí
simplemente con su presencia. Que quizá a lo mejor no querían seguir siendo amigos de alguien
que se había librado de lo que sus padres están pagando en prisión —explicó Draco del tirón en voz
baja.

—¿Y Goyle? —preguntó Harry, comprendiendo que el miedo de Draco podía no ser infundado,
incluso aunque su ansiedad estuviese jugándole una mala pasada de nuevo—. Una vez me contaste
que los cuatro erais muy amigos de pequeños.

—También Vincent, éramos cinco. Mis padres eran amigos de los suyos, sí. No en vano todos
somos hijos de mortífagos —asintió Draco con voz ahogada—. Greg está interno en San Mungo,
perdió la cabeza tras el incendio. Fui a verle varias veces. La última vez poco antes de entrar en
Hogwarts, para despedirme de él y decirle que no volvería a verle en un tiempo, pero no… no salió
muy bien. Me dio un ataque de ansiedad y él se alteró bastante. No… no es fácil, pero sí me
gustaba ir a visitarlo. Me… me siento responsable de él. Y de Pansy y de Theo. Incluso de Vincent,
aunque me traicionase y casi nos matase a todos. No era peor que yo, sólo intentábamos sobrevivir
y hacer lo que se esperaba de nosotros.

—Lo siento mucho, Draco. Si quieres, durante las vacaciones podemos ir a San Mungo a verlo.

—Quizá —dijo Draco. Harry notó en su voz que parecía perceptivo a hacerlo y deseó que se
animase a hacerlo. Draco necesitaba cerrar también esas heridas—. Mis amigos están aquí ahora,
imagino, en esta sala.

—Me alegra mucho oír eso, Draco. —Harry volvió a parpadear, tragando saliva con dificultad. Ya
suponía que Draco no era indiferente a la amistad que el resto del grupo le había brindado, pero no
había estado seguro del todo—. Pero no creo que deban ser cosas excluyentes. No me
malinterpretes, estoy de acuerdo contigo en que tenemos a nuestros amigos aquí con nosotros y me
encanta pasar tiempo contigo. Sin embargo, también soy amigo de Ron y eso no es incompatible.

—Va a ser otra de tus cabezonerías, ¿verdad, Potter? —Harry se encogió de hombros.

—Sólo digo que a lo mejor deberías escribirles una carta, explicándoles qué ha pasado en este
tiempo —insistió Harry, intentando convencerle—. Quizá ese miedo que tienes sea irracional, una
mala pasada de tu ansiedad. Y si no lo es… al menos te habrás quitado ese peso de encima.

—Tienes razón —dijo Draco, retorciéndose para mirarle. Harry vio que no había tristeza en sus
ojos, sino esperanza. Alzó las cejas con sorpresa, había pensado que sería una conversación más
difícil—. No me mires así, Potter. Yo también le he dado vueltas al tema durante bastante tiempo.
Creo que tengo miedo a que todo haya cambiado tanto que no podamos entendernos, que ya no
podamos ser amigos; pero cambiar no es necesariamente malo, ¿no? Yo he cambiado, tú lo has
dicho antes. Y no pierdo nada por intentarlo, desde luego.

—Desde luego —confirmó Harry.

—Les escribiré. Y pensaré acerca de ir a ver a Greg durante las vacaciones. Creo que es buena
idea, si tú me acompañas.

—Eso suena muy bien, Draco —le felicitó Harry—. Y por supuesto que iré contigo si tú quieres.

—Harry… Muchas gracias por contármelo y animarme a dar el paso —murmuró Draco al cabo de
unos segundos—. Creo que necesitaba un pequeño empujón.

—¿Te encuentras bien, entonces? —preguntó Harry preocupado. Había temido acabar con el buen
humor de Draco.

—Sí. Me he quitado un peso de encima sólo con verbalizarlo. Debí haberles escrito mucho antes y
tomar la decisión de hacerlo me alivia la conciencia.

—Genial. Me alegro —dijo Harry, con una sonrisa.


Tras hacer un sonido parecido a un ronroneo, Draco se giró y cogió las manos de Harry de nuevo y
se las pasó por la cintura, mimoso, como había hecho inicialmente. Harry se apresuró a sacarle la
camiseta de los pantalones para meter las manos debajo y rozar su piel y Draco se relajó contra él,
apoyando la nuca en su clavícula, haciéndole cosquillas con el pelo en la mejilla. Sabiendo lo que
deseaba, Harry deslizó las manos lo más discretamente que pudo hasta los pezones de Draco,
acariciándolos y pellizcándolos suavemente.

—Harry, Draco… —Harry retiró las manos rápidamente y le colocó la camiseta en su sitio,
asustado porque no se había dado cuenta que Hermione se había acercado a ellos. Draco había
saltado, incorporándose y mirándola de hito en hito. Hermione se rio avergonzada y Harry adivinó
que los había pillado.

—¿También vas a invitarnos a comer con tus padres? —espetó Draco, que parecía pensar que
estaba alucinando.

—¿Qué? —preguntó Hermione, desconcertada por la pregunta—. ¿Por qué iban a venir a cenar
mis padres? Se trata de nosotros nueve.

—¿Eh? —replicó Draco, totalmente descolocado—. ¿De qué hablas?

—¿De qué hablas tú? —Hermione alzó las cejas, divertida ante la confusión.

—Justin, Neville y Dean nos han ofrecido pasar unos días de descanso en sus casas y comer con
sus familias en Navidad al ver que nos quedamos en Hogwarts durante las vacaciones —le explicó
Harry, conteniendo una carcajada.

—Vaya, sí que estáis demandados —se rio Hermione, comprendiendo—. Yo sí venía a deciros de
quedar para comer, pero no con mis padres, por eso no lo entendía. Algunos estábamos
proponiendo almorzar todos juntos en Hogsmeade el último día de clases antes de volver a nuestras
casas. Estoy preguntando a los demás a ver que os parece. Podéis avisar a alguien más si queréis,
yo invitaré a Ron y Dean a Seamus.

—Sí, iremos —le confirmó Harry. Hermione asintió y se alejó para decírselo a Morag. Draco se
removió para mirarle con una expresión extraña en el rostro—. Ni se te ocurra poner ninguna pega
—le advirtió antes de que pudiese abrir la boca—. Ya has visto que tienen ganas de pasar tiempo
con nosotros. Contigo —insistió, intentando convencer a la autoestima de Draco de que era así—.
Así que no quiero oír ni media palabra sobre knuts ni sobre lo que te mereces o dejas de merecer.

—No iba a oponerme —refunfuñó Draco para defenderse, volviendo a recostarse contra su pecho.
Harry volvió a meterle las manos por debajo de la camiseta en el acto, incapaz de contenerse y
dispuesto a maldecir a la siguiente persona que se acercase a interrumpirles—. Es agradable
sentirse aceptado.

Harry comenzó a besarle el cuello mientras volvía a explorarle el torso con los dedos. Draco echó
la cabeza hacia atrás, complacido. Harry levantó la vista para cerciorarse de que ninguno de sus
compañeros miraba antes de dirigir una de sus manos hasta la cinturilla del pantalón, metiéndola
por debajo del calzoncillo. El pene de Draco dio un respingo, ya duro, cuando lo rodeó con los
dedos mientras con la otra mano volvía a pellizcarle un pezón.

—Potter… —le advirtió Draco en un murmullo de placer que tenía poco de resistencia.

—No está mirando nadie. Sólo quería tocarlo—le susurró Harry en el oído, soplándole con el
aliento de la nariz los pelos que caían sobre sus orejas—. Deberíamos bajar a Hogsmeade y
cortarte estas greñas.
—Pensaba que te gustaban mis greñas —se quejó Draco, retorciéndose bajo los dedos de Harry,
que le agarraban firmemente, intentando mantenerse quieto sin conseguirlo—. En cualquier caso,
al menos las mías se quedan en la posición que les marco cuando me peino. Eres cruel —lloriqueó
Draco cuando Harry realizó lentos círculos en su frenillo con la yema de uno de los dedos.

Harry retiró la mano, volviendo a llevar ambas al abdomen de Draco en una postura mucho más
recatada antes de que ninguno de sus compañeros mirase en su dirección y se diese cuenta de lo que
estaban haciendo. Draco hizo un sonido de disgusto cuando dejó de tocarle y Harry rio
silenciosamente.

—¿Quieres que vayamos a la habitación? —le ofreció Harry, conociendo de primera mano lo
doloroso que era dejarle en esa tesitura. Una parte de él esperaba que aceptase, porque le gustaba
mucho hacer disfrutar a Draco y verle retorciéndose de placer cuando se la chupaba—. Todos se
imaginarán lo que estamos haciendo, pero tampoco sería muy difícil acertar aunque intentásemos
disimular mejor.

—No es necesario, Potter —bromeó Draco con la voz ahogada—. Yo no soy un sátiro salido como
tú, necesitado de sexo todo el día.

—¿Seguro? —preguntó Harry, volviendo a meter la mano bajo su calzoncillo y apretándole la


polla.

—Lo retiro —murmuró Draco con voz sollozante. Harry sacó la mano, divertido y excitado—. No
necesitas sexo todo el día, de vez en cuando paras a comer.

—Es verdad. En cambio, tú sólo lo necesitas durante toda la noche, como buen íncubo.

—Cállate y bésame, idiota. —Draco echó la nuca hacia atrás todo lo que pudo, permitiendo que
Harry llegase a sus labios y los besase, notando el aliento de su nariz en la barbilla. Se separaron,
pero Draco se quedó en esa posición, mirándole—. ¿Qué está haciendo el resto? —preguntó en voz
muy baja, tanto que Harry casi no le entendió.

—Algunos charlan. Neville escribe algo. Justin y Ernie juegan a un juego de cartas.

—Quiero pedirte algo especial —dijo Draco, mordiéndose el labio con timidez de una manera tan
sugerente que hizo que Harry se excitase todavía más.

—Espera —le indicó Harry, suponiendo que lo que iba a pedirle Draco estaría mejor a salvo de
posibles oídos indiscretos—. Muffliato.

—¿Para qué sirve?

—No nos oirán. Hermione lo identificará, estoy seguro. Quizá también Neville, porque no es la
primera vez que lo uso. Sabrán que estamos hablando de algo que no queremos que se enteren,
pero no de qué.

—Perfecto. —Draco volvió a mirar hacia el frente, desviando la mirada y acurrucándose como un
gatito mimoso.

Harry esperó con paciencia. Suponía que Draco debía estar buscando las palabras. Se había
habituado a aquella costumbre de su novio, que solía actuar más reflexivamente que él, que corría
hacia adelante sin pensar demasiado en las consecuencias. A veces tenía la impresión de que él
influía a Draco para que fuese más impulsivo y Draco hacía que Harry se detuviese a pensar dos
veces. Sin embargo, Draco pasó tanto rato en silencio que Harry pensó que se había arrepentido de
lo que fuera que fuese a pedirle. Intentando restarle importancia, Harry volvió a acariciarle el
abdomen suavemente, en un gesto más relajante que excitante.

—Me encanta lo que hacemos, Potter —dijo Draco al cabo de varios minutos, cuando Harry estaba
planteándose retirar el hechizo porque sabía que el zumbido podía volverse molesto para sus
compañeros tras un rato—. En el sexo —aclaró, aunque no era necesario, porque Harry le había
entendido perfectamente.

—A mí también.

—Y estoy pensando que estoy preparado. —Draco se giró en sus brazos, quedando de lado, sobre
él, de manera que podía mirarle mejor a la cara.

—¿Eso es lo que querías pedirme? —El corazón de Harry latió con más fuerza, queriendo salírsele
del pecho. Harry intentó controlar conscientemente la respiración, planteándose volver a reiterarle
la invitación de irse a la habitación.

—¿Te acuerdas anoche cuando te pedí que metieses un dedo más? —asintió Draco, mirándole con
tanto cariño en los ojos que a Harry le dolió el pecho—. No quise proponértelo en ese momento
porque no quería que te sintieses presionado a hacerlo o que dijeses que sí por el estar obnubilado
por lo que estábamos haciendo y luego te arrepintieses pero, si tú quieres, me gustaría que lo
hiciésemos. Del todo.

Harry tragó saliva, excitado. Aquel dedo inicial de días atrás se había convertido en dos en un par
de encuentros después. Harry no se había equivocado en sus previsiones, aquel primer día que se
habían besado, al suponer que aquello iba a suponerle mucho placer. Él también llevaba varios días
considerando la idea de que Draco se lo hiciese o hacérselo él. La noche anterior, cuando Draco le
había suplicado que introdujese un tercer dedo, la visión de su culo distendido apretándose
alrededor de él, sus tres dedos moviéndose y haciéndose hueco y los sollozos de Draco, que había
parecido a punto de correrse a pesar de que Harry ni siquiera le había tocado el pene todavía, le
habían hecho desear ser él quien estuviese allí dentro provocándole todas esas sensaciones.

—Yo también quiero hacerlo —contestó Harry, tragando saliva, excitado con la idea.

—No tiene por qué ser hoy —se apresuró a aclarar Draco, que parecía un poco nervioso de repente
—. Pero me gustaría que fuese en algún momento próximo.

—¿Quién lo hace primero?

—¿No escuchas, Potter? Te estoy diciendo que me gustaría hacerlo.

—Y yo te estoy diciendo que también quiero —insistió Harry. Draco abrió los ojos,
comprendiendo—. No es necesario que sólo lo haga uno de los dos, ¿no?

—Claro que no. De acuerdo, entonces, lo echaremos a suertes para ver quién empieza y luego nos
turnaremos en riguroso orden —bromeó Draco con una carcajada. Luego se puso serio de nuevo—.
Esto último es broma, podemos hacerlo como más nos apetezca en cada momento y me parece
bien si quieres ser tú el primero. Siento haberlo planteado así, sé que puede parecer poco romántico
intentar negociarlo de esta manera. Otras veces lo hemos propuesto más en el acto, pero en este
caso me pareció que…

—A mí me parece muy romántico que hablemos de esto, Draco. Me gusta que me lo hayas
propuesto así. Tienes razón, es más adecuado decidirlo fuera del calentón del momento. Sobre
quién empieza… Tú lo has propuesto, así que me gustaría hacértelo yo a ti la primera vez.

—Consideraré eso una promesa. Creo que deberíamos esperar a un momento en el que sepamos
que vamos a tener mucho tiempo para ello. Quizá durante estas vacaciones. Ducharnos juntos y
luego probar tranquilamente, sin presiones. Mientras tanto, seguimos teniendo dedos, ¿no? Tú
todavía no has probado con tres y no quiero que te pierdas esa experiencia después de saber lo que
se siente —murmuró Draco con la voz ronca de deseo.

—Me parece una idea genial —asintió Harry, sintiendo que los huevos le dolían de anticipación y
que una sensación de mariposas volvía a instalarse en su estómago. Se inclinó para besar a Draco
de nuevo, reafirmando sus palabras, antes de retirar el hechizo, sintiéndose culpable cuando todos
sus compañeros se frotaron las orejas a la vez, incómodos.

A la mañana siguiente, mientras se vestían para bajar a desayunar, se dedicaron una sonrisa
cómplice. Cumpliendo con el trato que habían hecho la tarde anterior, tras despertarse para realizar
el hechizo de animagia habían limitado las caricias compartidas a aquellas a las que estaban
habituados y Draco se había asegurado de que Harry disfrutase las mismas sensaciones que él con
tres dedos, aprovechando el rato hasta el momento de comenzar a ducharse y prepararse para las
clases para relajarse. Haber decidido que en algún momento de los siguientes días iban a acostarse
había instalado un sentimiento de anticipación en el estómago de Harry, que se sentía como un
niño pequeño ilusionado por la proximidad de la Navidad y los regalos. Suponía que Draco estaba
igual de deseoso, porque podía ver en sus ojos la misma chispa de ilusión y nerviosismo que había
en los suyos.

Salieron del dormitorio cuando Michael golpeó la puerta para avisarlos y bajaron en grupo al
desayuno, bromeando sobre el partido de quidditch que había enfrentado a Slytherin y Ravenclaw
esa tarde y que había provocado que Draco y Michael discutiesen sobre las tácticas de los capitanes
de ambos equipos cada vez que tenían oportunidad. El colegio entero bullía de excitación. Era
jueves y el último día de clases del trimestre. El Expreso de Hogwarts saldría con todos los
alumnos el viernes a primera hora de la mañana, pero ellos nueve terminaban sus clases el jueves a
medio día y utilizarían la Aparición para regresar a sus casas ese mismo día tras comer todos
juntos en Hogsmeade.

Sólo Draco y él se quedarían en Hogwarts. Además, habían averiguado que poca gente lo haría
aquel año. Draco sólo se había quedado en el castillo en escasas ocasiones por las fechas, una de
ellas durante las Navidades de cuarto año por el Yule Ball pero Harry, para animarlo, le había
contado entusiasmado cómo la magia envolvía al castillo cuando parecía prácticamente
deshabitado y todas las posibilidades de explorarlo con el Mapa del Merodeador y la Capa de
Invisibilidad que se abrían ante ellos.

Sin soltar la mano de Harry, que se limitó a escuchar con interés la conversación mientras pensaba
en lo mucho que echaba de menos jugar un partido de quidditch de verdad, Draco pasó todo el
trayecto hasta el Gran Comedor hablando con Michael y Dean de formaciones y lanzamientos
hasta que se sentaron en la mesa para desayunar.

—Es para ti. —dijo Harry, señalándole la diminuta lechuza que, entusiasmada, daba saltitos de
emoción delante del plato de Draco, impidiendo que Harry le desatase la carta que llevaba en la
pata.

Draco le miró extrañado, alzando luego la mirada hasta los ventanales del techo, por donde seguían
entrando lechuzas. No las había prestado atención desde hacía varios días, cuando envió una carta
a su madre informándole, con el máximo tacto que había podido, de que no iría a pasar las
Navidades a casa mientras la actitud de su padre no cambiase. No había llegado respuesta, aunque
Draco había asegurado que probablemente su madre lo entendería y que esperaba que pudiera
encontrar una manera de verle a solas en algún momento.
—No puede ser, Potter, es la lechuza de Weasley —murmuró Draco, sin poder evitar hacer un
gesto de desagrado ante aquella pelota excitada de plumas que parecía haberse tomado una dosis
doble de poción energizante.

—Pero te está ofreciendo la carta a ti —constató Harry con paciencia. Había intentado coger el
sobre pensando que sería para él, pero Pig había dado un par de saltitos hacia atrás para
impedírselo—. Sólo cógela —le insistió, ofreciéndole a la pequeña lechuza un terrón de azúcar,
que esta aceptó encantada.

—¡Pero no le des azúcar, Potter! —le riñó Draco dándole un golpe en la mano para impedírselo.
Pig ululó, indignado por el gesto—. Lo que le hacía falta a esa lechuza es más energía.

Draco desató la carta de la lechuza, que revoloteó por encima de Harry unos segundos más antes de
marcharse. Draco miró el sobre, perplejo, cuando un enorme búho real que le resultaba muy
familiar a Harry dejó caer otro sobre, este de color rojo, delante de él, sin llegar a posarse encima
de la mesa antes de remontar el vuelo y salir del Gran Comedor.

—Sí que estás solicitado hoy —murmuró Harry quien, a pesar de sus palabras, no pudo ocultar del
todo de preocupación en la voz—. ¿Es tu madre?

—No… —Draco miró fijamente la carta. Había reprimido el impulso inicial de cogerlo y salir
corriendo como la vez anterior y, por un segundo, estaba arrepintiéndose—. Mi padre.

—Un vociferador —comprobó Harry, retirando la silla hacia atrás con un empujón—. ¿Nos
vamos? Si echamos una carrera, estaremos a suficiente distancia cuando…

—Da igual —dijo Draco, tomando la carta y tirándola a un lado con desprecio. Esta empezó a
arder lentamente por las esquinas—. Que se desahogue. No hay nada que pueda decir que deba
afectarme.

—Como quieras. Yo estoy contigo. —Harry le cogió la mano por encima de la mesa y Draco le
devolvió el apretón, agradecido. El resto, que se habían dado cuenta de lo que ocurría, les miraban
con interés e intriga—. Es un vociferador de su padre. No creo que vayamos a oír cosas agradables
—les aclaró Harry, creyendo que era mejor ser previsor, mirando a Draco para saber si estaba
haciendo bien. Este asintió aprobadoramente, pero estaba serio.

—ERES UNA GRAN DECEPCIÓN PARA EL APELLIDO DE NUESTRA FAMILIA… —


comenzó el sobre unos segundos después, cuando la temperatura fue demasiado alta. Harry apretó
la mano de Draco, que levantó la barbilla, orgulloso e impertérrito, mientras el sobre seguía
vociferando. Harry dejó de escuchar cuando el apellido de los Greengrass y la humillación que
había supuesto la relación de ellos dos para ambas familias salieron a relucir. Todos sus
compañeros en la mesa se habían callado en un silencio sepulcral, mirando al sobre con cara de
repugnancia—. …EL COMPORTAMIENTO QUE SE ESPERA DE UN DIGNO HEREDERO
MALFOY Y EL CUMPLIMIENTO DE TUS DEBERES PARA PERPETUAR NUESTRA
SANGRE Y LOS IDEALES QUE…

Harry miró a su alrededor, evaluando las reacciones del resto del colegio. En las demás mesas los
alumnos se dividían entre mirar desconcertados y desviar la atención, ignorándolos
cuidadosamente. Ginny susurraba enfurecida algo a Dennis y cuando encontró la mirada de Luna,
esta tenía los labios apretados. En la mesa de los profesores, todos estaban mirando en su dirección
y, a pesar de la distancia, Harry creía ver un gesto de desaprobación en el rostro de McGonagall.

—POR SUPUESTO, SEGUIRÁS SIN RECIBIR UN GALEÓN HASTA QUE ENTRES EN


RAZÓN. ¿ES ESA LA VIDA QUE ESPERAS MANTENER?
—Nadie piensa que esto sea vergonzoso para ti, Draco —susurró Harry, esperando que Draco le
hubiese oído. Le apretó la mano con más fuerza, entrelazando sus dedos con los de él. Draco le
miró un segundo, esbozando una sonrisa apretada, pero con los ojos serenos.

—TE CONMINO A REGRESAR A MALFOY MANOR PARA COMPROMETERTE CON TUS


OBLIGACIONES ANTES DE TERMINAR EL AÑO O SERÉ YO QUIEN VAYA A ESE
CASTILLO DONDE TE ESCONDES A RECORDÁRTELAS.

El sobre ardió una última vez con una violenta llamarada, consumiéndose en cenizas. Tragando
saliva, Draco soltó la mano de Harry, sacó la varita y las desvaneció con un movimiento hábil. El
silencio que se había generado cuando la carta se silenció duró un par de segundos más antes de
que el murmullo de las conversaciones interrumpidas se retomase, llenando el Gran Comedor de
algarabía poco a poco, aunque en su mesa todos siguieron serios y callados.

—¿Estás bien? —preguntó Harry en un murmullo.

—Lucius es más imbécil de lo que yo creía si pensaba que esto iba a surtir algún efecto —declaró
Draco en voz alta, dejando la varita a un lado antes de servirse, con tranquilidad y elegancia, más
huevos con beicon—. No es precisamente que haya conseguido transmitir el espíritu navideño. —
Mirando al resto con una ceja levantada, añadió—. Supongo que a vosotros tampoco os ha
convencido, ¿verdad?

—Draco… —dijo Justin, con aspecto de dudar entre seguir la broma de Draco o hablar en serio.
Acabó decantándose por lo segundo—. Con perdón, pero tu padre es gilipollas.

—No es necesario que te disculpes, Finch-Fletchley; no puedo pelear contra la evidencia que él
mismo ha querido difundir a voces —bromeó Draco con tono amargo. Harry le puso la mano en la
rodilla, consciente de que, a pesar de su fortaleza y de lo decidido que estaba a separarse del
camino de su padre, no debía resultarle fácil—. ¿Te importaría si le contesto que prefiero cenar
contigo y con tus padres muggles el resto de mi vida que volver a sentarme a la misma mesa que
él?

—Hazlo, joder. Y ojalá poder ver su reacción al leerlo —masculló Justin con tono feroz.

—Eres muy valiente, Draco —le felicitó Morag, también seria— No es fácil enfrentarse a la
familia. Siento mucho que tengas que pasar por eso.

—Si te sirve de consuelo, dudo que ahora mismo haya más de uno o dos idiotas que todavía se
crean estas tonterías de tradiciones sangre pura en esta sala, Draco —dijo Neville, que tenía los
labios fruncidos en una mueca de desagrado—. Creo que si tu padre esperaba que quienes
escuchásemos esto nos riésemos de ti o te empujáramos hacia él, es que vive en una nube.

—Sólo hay que ver cómo ha reaccionado el resto —apostilló Dean, que había entrecerrado los ojos
en una mirada fiera y todavía oteaba el resto de mesas—. A la gente… bueno, le ha dado lo mismo.
La mayoría ha puesto los ojos en blanco y ha seguido con su vida. Cotillearán sobre esto unos días
y luego lo olvidarán. Las palabras de tu padre no tienen cabida aquí dentro, me temo.

—Eso me tranquiliza más de lo que puede parecer —admitió Draco, suspirando profundamente—.
Sé que debería darme igual pero…

—No debería darte igual, Draco —dijo Hermione, inclinándose por delante de Harry para ver
mejor a Draco—. Recuerda lo que hemos hablado alguna vez. Hogwarts es el motor del cambio.
Una generación que ha vivido una guerra y no desea comenzar otra, sólo sanar.
—Tu padre podrá intentar pelear todo lo que quiera, pero antes o después deberá aprender a vivir
en una sociedad donde sus ideas no tienen cabida si no queremos otra guerra que termine con todos
nosotros de una vez por todas —afirmó Ernie, apoyando las palabras de Hermione. Harry

—Gracias por vuestro apoyo, chicos —dijo Draco, apretando los labios en una sonrisa cortés y
serena que Harry sabía que ocultaba un torbellino de emociones. Deseando que fuesen buenas, le
apretó durante un segundo la rodilla que le estaba acariciando para llamar su atención y le dirigió
una sonrisa alentadora cuando le miró—. Es… significa mucho para mí, de verdad.

—Estamos juntos en esto. Los nueve —le recordó Justin, asintiendo con una sonrisa sincera.

—Draco… —Este miró a Michael, que parecía avergonzado—. No… no sabíamos que tus padres
no te estaban pasando dinero.

Harry recordó que, en su momento, habían encargado a Michael de gestionar el dinero que todos
ponían en común para las compras de los suministros de la sala común porque él y Morag eran los
que más a menudo bajaban a Hogsmeade. Harry no solía pensar en ello porque él no había vuelto a
bajar al pueblo a comprar provisiones y siempre le había entregado el dinero a Hermione, que era
la persona más discreta que había conocido nunca.

—No tiene importancia —interrumpió Draco, cortante.

—Pero la comida de hoy... —insistió Michael, pareciendo abochornado—. Si quieres, entre todos
podemos…

—No es necesario. Potter lo ha estado poniendo por mí, incluida la comida de hoy —admitió
Draco de mala gana.

—De acuerdo —asintió Michael, comprendiendo que le estaba incomodando.

—De todos modos, si necesitas algo, sólo tienes que pedirlo —señaló Dean—. Por cierto,
hablando un poco de todo… ¿habéis visto el horroroso sombrero que lleva hoy Madame Pince?
Debería estar prohibido en todos los condados, por Merlín —añadió cambiando de tema. Draco
suspiró con alivio y le dirigió una sonrisa de agradecimiento que Dean correspondió con un guiño
cómplice.

El resto comenzó a charlar más animadamente y Harry recordó la carta que había llevado Pig.

—Te confieso que me muero de curiosidad por saber qué te quiere decir Ron —admitió Harry,
señalándosela.

Draco le miró con un gesto de desconcierto antes de recordar a qué se refería. Limpiándose las
manos en la servilleta y frunciendo el ceño, la cogió y abrió sin miramientos.

—Ten. —Draco le pasó una nota garabateada con la letra de Ron que había leído rápidamente
antes de desplegar la carta. Harry leyó cómo Ron le pedía disculpas a Draco en nombre de su
madre, asegurándole que todos entendían su decisión, pero que Molly había insistido en escribirle
—. ¿Todos los Weasley son así?

—¿Qué dice? —preguntó Harry, aunque empezaba a sospechar qué podía querer Molly de Draco
en ese momento.

—Léela tú mismo, si quieres —dijo Draco entregándole la carta e inclinándose para sacar
pergamino y pluma de la mochila y apartando los platos para hacerse sitio, escribiendo
rápidamente—. Y termina de desayunar, debemos darnos prisa; si no, no llegaremos a tiempo a
clase después de pasar por la lechucería.

Harry leyó la carta.

«Estimado Draco Malfoy,

Mi hijo Ronald ha tenido a bien comentarme que Harry se quedará en Hogwarts durante las
vacaciones haciéndole compañía. Me ha pedido que respete su decisión y no me entrometa en lo
que, según me ha informado, es su relación de pareja.

Tengo que admitirle que para mí Harry es un hijo más. Me llena de orgullo que crezca, como han
hecho todos los demás, madure y busque su camino. Eso implica, claro, que busque a personas
con las que compartir su vida y cariño. Cometí en una ocasión el error de juzgar la idoneidad de
la persona elegida por uno de mis hijos más mayores al sentir que me estaba desplazando en mi
papel como madre, pero puedo asegurarle que eso no va a volver a ocurrir. Si Harry considera
que es usted la persona más adecuada para él, para mí también lo será.

Sin embargo, ese cariño que le profeso a Harry hace que, aunque entienda su deseo de permanecer
en Hogwarts junto a usted, le escriba esta carta con ánimo de suplicarle. Amo tener a mi familia
reunida en estas fechas. Una familia que por las circunstancias de esta horrenda guerra que
intentamos dejar atrás tiene huecos irremplazables y que sigo necesitando a mi alrededor más que
nunca, aunque sea con la excusa de una fecha en el calendario.

No sé escribir invitaciones formales como seguramente usted haya visto en muchas ocasiones en
las celebraciones de sus casas solariegas, pero sí puedo hablarle con el corazón. Me gustaría
tener a Harry conmigo en las fiestas y que usted también me honrase con su presencia. Deseo
conocerle, compartir mi casa y mi cena con la persona que mi hijo ha elegido para entregarle su
amor.

Por favor, considérese formalmente invitado a cenar con nuestra familia, la que espero que
considere algún día como suya.

Con afecto, Molly Weasley».

—Nunca… nunca había visto a Molly escribir una carta así —musitó Harry, con los ojos
empañados de la emoción por el cariño hacia él que destilaba la carta.

Sabía que Molly le quería como a un hijo, pero verlo plasmado en aquella carta, donde la mujer
había intentado ser cortés y formal creyendo que así Draco la comprendería mejor, hizo que
sintiese un nudo en el pecho. Ver que estaba dispuesta a aceptarles tanto a él como a Draco sin
reservas ni condiciones, hasta el punto de escribir una carta de súplica como aquella, era uno de los
gestos más bonitos que habían hecho por él nunca. Sin embargo, no quería que Draco se sintiese
obligado a responderla o acceder a sus deseos y temía que Molly se hubiese extralimitado en su
papel de madre adoptiva.

—Lo siento mucho, Draco. Te aseguro que Molly no lo ha hecho con mala intención, le escribiré
para explicarle que es una decisión meditada y hablaré con ella para que comprenda por qué no
debe presionarte así —murmuró Harry, un poco abochornado, devolviéndole la carta. Draco le
miró con cara extraña, doblando el pergamino que había escrito y levantándose—. ¿Dónde vas?

—Dónde vamos, Potter —le corrigió Draco, dándole un par de golpes impacientes en el hombro
para que se levantase de la silla—. A la lechucería, tengo que enviar esto a la señora Weasley.

—Pensaba que preferirías que hablase yo con ella…


—Soy adulto, Potter —dijo Draco muy serio, instándole a levantarse de nuevo y caminando hacia
la puerta sin esperarle. Harry cogió la mochila y corrió para alcanzarle—. Y me ha escrito una
invitación formal, soy yo quien debe responder. Muy educada, he de decirlo. Aunque espero que
cuando vayamos a comer en Navidad esté dispuesta a tutearme, sería muy incómodo que me
tratase de usted toda la noche.

—¿Qué? —balbuceó Harry, aturdido, intentando mantenerle el paso. No sabía en qué momento se
le había escapado la situación y le parecía como si las cosas estuviesen ocurriendo al margen de él.

—Cenaremos en la casa de los Weasley en Nochebuena, pasaremos la noche allí y comeremos con
tu familia en Navidad antes de volver a Hogwarts —le explicó pacientemente Draco, con media
sonrisa satisfecha al ver los ojos de Harry abrirse de la sorpresa. Se paró en medio del pasillo,
mirándole a los ojos con cariño—. Tiene razón, Harry. Tú eres su hijo adoptivo. No puedo ser
egoísta y quitarle a parte de su familia en una fecha tan importante para ella. Y tampoco puedo
privarte a ti de estar con ellos. Os necesitáis.

—Draco —susurró Harry con la voz estrangulada por las lágrimas que amenazaban con derramarse
por sus mejillas, sin saber qué decir.

—Has escuchado lo que tenía que decirme mi padre. Las amenazas que ha empleado para exigirme
que vuelva a casa y acceda dócilmente a sus planes —dijo Draco con seriedad. Alzó la mano y
acarició la mejilla de Harry con ternura—. Molly Weasley me ha escrito para decirme que te quiere
mucho y que está dispuesta a quererme a mí también. Sé que mi autoestima no es todo lo fuerte que
debería de ser, Harry, pero tengo claro qué es lo mejor para mí en este momento. Puedo ver la
diferencia. Y conste que estoy siendo egoísta reteniéndote conmigo aquí el resto de las vacaciones,
no creas que vas a escaparte de mí.

—No pasa nada si no vamos, Molly lo entenderá si se lo explico, estoy seguro de ello.

—Tampoco pasa nada porque vayamos. Y sí, te quiere tanto que lo entendería, pero también sé que
sufriría innecesariamente por ello. Además —un brillo malicioso brillo en los ojos de Draco—,
estoy seguro de que encontraré la manera de que mi padre se entere.

—No lo harás por eso, ¿verdad? —se escandalizó Harry, frunciendo el entrecejo.

—Por supuesto que no, Potter, no seas absurdo —negó Draco con una sonrisa, dándole un beso
antes de volver a caminar, tirando de él. Harry lo siguió, más tranquilo—. Pero iremos a pasar un
día entero con tu familia y cuando volvamos, lo haremos como conejos en tu cama hasta que no
puedas mover los músculos en agradecimiento por mi infinita magnanimidad.

—Me gusta el plan —admitió Harry, con una sonrisa.

—A mí también. Aunque preferiría no tener que esperar a Navidad, no es necesario hacer un voto
de castidad.

—Me parece genial. Eres un poco mandón, pero tus planes merecen la pena —bromeó Harry,
entrelazando su mano con la de Draco.

—Por supuesto, Potter.

Aceleraron el paso, preocupados por no llegar a tiempo a la primera clase de la mañana. Al llegar a
la lechucería, mientras Draco estaba eligiendo a una de las aves y atándole la carta a la pata, Harry
se asomó a una de las terrazas, contemplando el cielo grisáceo y lleno de nubes que amenazaban
lluvia.
—¿Con decirle a la lechuza que busque a Molly Weasley bastará?

—Dile que vaya a La Madriguera, directamente. No tiene pérdida —contestó Harry, distraído.

—Hecho. Podemos irnos —dijo Draco unos segundos más tarde, detrás de él. Harry sintió el
revoloteo de la lechuza al lado de su cabeza y la observó perderse en el horizonte—. Potter,
llegaremos tarde, ¿qué ocurre?

Harry señaló el cielo, cubierto de nubarrones negros al este. Distraído por las cartas, esa mañana no
había mirado el techo del Gran Comedor y no se había fijado en que el día se había levantado
encapotado de nubes grises y plomizas. La noche anterior, Hermione había especulado sobre si
nevaría antes de Navidad, ya que en Hogwarts las primeras nevadas habitualmente llegaban mucho
antes y aquel año estaban retrasándose, pero el resto habían sido escépticos porque el otoño estaba
siendo poco lluvioso. Sin embargo, ahí estaba, una enorme espiral de nubarrones negros cargados
de agua que se movía perezosa y pesadamente por el cielo.

—Eso no son nubes de nieve —dijo Draco, comprendiendo qué quería decirle sin necesidad de
más. Un breve destello entre las nubes lejanas las iluminó durante una décima de segundo,
confirmando las sospechas de Harry—. El viento se mueve hacia acá. Acabarán encima de
nosotros.

—Son enormes, aunque tarden en llegar va a caer un buen chaparrón —murmuró Harry, intentando
calcular mentalmente la distancia cuando el sonido lejano del trueno les llegó.

—Basta con que sea eléctrica, llueva o no —le recordó Draco, que había empezado a respirar
agitadamente.

—Podríamos hacerlo —dijo Harry, volviéndose hacia él y abrazándole para tranquilizarle a pesar
de que él mismo se sentía en una montaña rusa de emociones—. No creo que volvamos a tener una
oportunidad como esta hasta el verano. Pero Draco, sólo si estás seguro, podemos esperar a que…

—Estoy preparado, Harry —contestó Draco, interrumpiéndole con impaciencia—. Habría que
buscar un aula vacía. Joder, deberíamos haber pensado en eso durante estas semanas en lugar de
perder el tiempo lamentándonos porque no lloviese en todo el otoño.

—Tranquilo, hay cientos de aulas, buscaremos una con el mapa, no te preocupes.

—Y deberíamos avisar a alguien para que no nos busquen e interrumpan. O para que vengan en
nuestra búsqueda si algo sale mal. Quizá Hermione podría…

—Draco —dijo Harry, reconociendo los primeros síntomas de un ataque de ansiedad y cogiéndole
de los hombros para hacer que este le mirase a los ojos.

—No deberíamos mover la poción en tanto no estemos seguros —murmuró Draco en retahíla, sin
escucharle, cada vez más nervioso.

—Draco, escúchame —dijo Harry más fuerte. Draco reaccionó, mirándole con los ojos
desorbitados—. Todo va a salir bien. Estamos más que preparados.

Draco siguió mirándole fijamente durante un minuto que a Harry se le hizo eterno. Harry respiró
profundamente, marcándole el ritmo a Draco. Cuando por fin se hubo tranquilizado, Harry le
sonrió alentadoramente.

—Sólo si estás seguro.


—Lo estoy —dijo Draco, asintiendo con la cabeza.

—Puedo mandar un patronus a Hermione diciéndole que es el momento. Entenderá a qué me


refiero. Tenemos clase con McGonagall, en cuanto vea que hay tormenta, comprenderá qué
estamos haciendo y no hará preguntas incómodas —propuso Harry.

—De acuerdo —asintió Draco.

Harry no tuvo ocasión de sacar la varita. Un gato hecho de hilos de plata llegó trotando hasta ellos.
Sentándose y acicalándose con una pata, habló con la voz de McGonagall.

—Aula 31 del tercer piso, junto a las escaleras que conducen a la torre de Gryffindor.

—¡Vamos! —le urgió Harry, pero no hubiera sido necesario. Gracias a sus piernas más largas,
Draco le adelantó corriendo por la derecha. Con la adrenalina corriéndole por las venas, Harry
corrió tras él lo más rápido que podía, derrapando al girar las esquinas y bajando los escalones a
saltos.

—¡No te mates ahora, Potter! —le gritó Draco antes de aullar de excitación con un grito salvaje de
euforia que provocó caras de desaprobación en uno de los fantasmas que cruzaba por el pasillo.

Harry rio a carcajadas e hizo un esfuerzo para correr más rápido; alcanzándole, agarrándole la
mano al paso y tirando de él al sobrepasarlo. Draco se dejó llevar, aullando de nuevo y acelerando
para volver a adelantar a Harry. Llegaron jadeando al lugar donde les había citado McGonagall,
que les esperaba sentada junto a la puerta en su forma animaga. Cuando los vio llegar, observó a
ambos lados del pasillo y recuperó su forma humana. Apoyándose en las rodillas, Harry intentó
recuperar el aliento.

—Deduzco por la sonrisa de sus rostros que van a intentarlo. —Harry asintió, todavía sin aliento,
sujetándose el costado con una mano—. Lo suponía. He pensado que sería oportuno que yo
conociese el lugar donde van hacerlo, así que he acondicionado un aula para su comodidad, si les
parece bien —dijo McGonagall. Harry pensó que la profesora no cabía en sí de orgullo.

—Muchas gracias —jadeó Draco, todavía intentando recobrar el aliento—. Mejor en un aula vacía
que en el dormitorio o en la sala común.

—Imagino que lo tienen todo controlado. ¿La poción ha sido resguardada de cualquier rayo de sol?
¿Han realizado puntualmente el hechizo dos veces al día y sentido el doble latido? —Harry y
Draco asintieron con vehemencia. McGonagall asintió, felicitándoles—. Todo parece en orden,
entonces. Señor Malfoy, tengo entendido que consiguió usted el patronus corpóreo.

—Algún día tendrá que contarme cómo averigua todas esas cosas, Minerva —dijo Harry,
conteniendo una carcajada. La directora sonrió brevemente, aceptando la broma.

—Hace semanas —asintió Draco—. Y estoy seguro de que se corresponderá con mi forma de
animago, he podido vislumbrarlo durante el doble latido.

—Deduzco que sus palabras quieren decir que han valorado que eso no pueda ser así —dijo
McGonagall, mirando a Harry por encima del puente de sus gafas.

—Sí —confirmó Harry, que no había conseguido ver la forma de su animal tan claramente como
Draco, pero estaba convencido de que no era un ciervo astado—. Tengo bastantes dudas sobre que
vaya a ser un ciervo o algo similar, aunque creo que sí es un mamífero mediano.

—En ese caso, es importante que se centre en dejar la mente en blanco, señor Potter —le advirtió
McGonagall. Harry asintió, llevaba semanas practicando hacerlo por consejo de uno de los
manuales mientras hacían el hechizo.

—Necesitarán preparar el material, imagino.

—Tenemos que ir a recoger la poción —confirmó Draco, volviendo a mostrar síntomas de


ansiedad— Está en nuestro dormitorio, en el ala este. Traerla hasta aquí llevará un buen rato.

—Tienen tiempo. Calculo que la tormenta tardará una hora en llegar aquí. No les pediré que tengan
cuidado —la voz de McGonagall se tiñó de preocupación—, porque una vez llegados a este punto,
no hay precaución posible. O lo consiguen o no lo hacen. Pero quiero que sepan que cuento con
ustedes y estoy muy orgullosa del que ya considero su éxito seguro.

—Estamos preparados —aseguró Harry.

—Muchas gracias, profesora —dijo Draco, dando la mano de Harry en una silenciosa petición de
apoyo. Harry le correspondió con un apretón, tranquilizándole.

—Estoy totalmente segura de ello. Conociendo su tendencia a flexibilizar las normas —añadió en
tono de conspiración y taladrándolos con la mirada—, sospecho que quizá no estén dispuestos a
hacer esto público, por lo que después de las vacaciones no mantendremos una conversación sobre
los aspectos legales de la animagia y, como la edad no perdona, podré olvidar las cosas que crean
oportunas. Así tendrán tiempo de meditar cuidadosamente su decisión durante el tiempo de
descanso; ahora despreocúpense de ello y céntrense en seguir el orden de los pasos correctamente.

—Sí, profesora —asintieron ambos. McGonagall les tendió una llave dorada que Draco se apresuró
coger con la mano que tenía libre, pero la directora no se movió, estudiándoles detenidamente con
la mirada.

—Son ustedes, junto con sus compañeros de clase, mis alumnos más prometedores de este curso.
—Harry miró a Draco y vio la misma emoción en sus ojos que él sentía en el pecho. La profesora
no era muy dada a los halagos y este era el segundo que les hacía en un minuto—. Espero grandes
cosas de ustedes. De los nueve que regresaron. Esta sólo es la primera de ellos.

—Las haremos —prometió Harry, parpadeando para contener las lágrimas y sintiéndose un poco
blando con tantas emociones—. Cada uno a su manera, todos estaremos a la altura.

—No me cabe la menor duda. —McGonagall carraspeó, aclarándose la voz y continuó con tono
más aséptico—. Estaré dando clase a sus compañeros o en mi despacho. La contraseña es «verruga
de cerdo». Por favor, búsquenme cuando hayan terminado el proceso. Sé que cuando lo hayan
conseguido querrán pasar un buen rato cambiando de forma y disfrutando de la sensación, así que
intentaré no preocuparme hasta que hayan pasado varias horas, pero no se olviden de informarme.

—Por supuesto, profesora —dijeron Harry y Draco a la vez.

—Señor Malfoy. —McGonagall miró por encima de sus gafas a Draco, intensamente—. Le advertí
al principio del curso que Hogwarts siempre ayudaría a quien lo necesitase. No he podido evitar oír
las… amables palabras de su padre. Recuerde que es usted adulto y que el castillo está a su
disposición. Nadie podrá traspasar sus protecciones sin mi autorización expresa.

—Muchas gracias, directora —dijo Draco, emocionado.

—Perfecto, entonces. Harry, Draco… Mucha suerte a los dos.

McGonagall se transformó en gato, mirándolos durante un segundo más antes de guiñarles un ojo y
trotar en dirección al piso inferior. Harry se volvió hacia Draco, cogiéndole también la otra mano
antes de empezar una lista de las cosas que necesitaban.

—La poción.

—Ropa cómoda —le recordó Draco, asintiendo—. Cuanta menos, mejor. El uniforme tiene
demasiadas capas, mejor un pantalón y una camiseta solamente.

—Y la varita —asintió Harry—. ¿Algo más?

—La capa y el mapa para volver hasta aquí. No quiero miradas indiscretas.

—De acuerdo.

Se apresuraron a volver a la habitación y cambiarse. Mientras Draco trazaba sobre el Mapa del
Merodeador la mejor ruta a seguir para llegar más rápido, Harry sacó el cofre de madera donde
habían guardado la poción, resistiendo la tentación de abrirlo a pesar de que cada vial estaba
cubierto por la tela de la bolsa en la que lo habían guardado. Envolviéndose en la Capa de
Invisibilidad, pegados el uno al otro, caminaron de nuevo hasta el tercer piso, esta vez con paso
lento y cuidadoso, intentando transmitir el mínimo movimiento posible al cofre de las pociones.
Draco, que era quien lo había cogido al salir de la habitación, se la pasó a Harry cuando las manos
volvieron a temblarle por culpa de los nervios.

—Eh… eh… espera, Draco… —Harry le instó a parar al darse cuenta de que el temblor se
incrementaba.

—No debemos entretenernos, Potter —dijo Draco. Harry lo ignoró y lo abrazó con la mano que
tenía libre, atrayéndole hacia sí y besándole la coronilla.

—Trata de respirar profundamente, Draco. Podemos esperar unos minutos, pero necesito saber que
tú estás bien, eso es lo más importante —murmuró Harry, intentando respirar él también y
relajándose a la vez que lo hacía Draco.

—Estoy bien. Únicamente… un poco nervioso.

—Yo también —admitió Harry, apretando los labios en una sonrisa estresada—. Pero podemos
parar un momento y respirar.

Se quedaron así, medio abrazados durante un par de minutos, acompasando sus respiraciones antes
de seguir el camino hacia el aula. En total, les llevó más de una hora realizar todo el trayecto, pero
una vez en el aula todavía tuvieron que esperar un rato más. Cerraron la sala con llave por dentro,
asegurándose así de que nadie les interrumpiría accidentalmente. El aula era enorme, más grande
que muchas de las que había visto Harry a lo largo de todos aquellos años y estaba en penumbra
debido a que la luz que entraba por los grandes ventanales era escasa por lo encapotado que estaba
el cielo. En el resto del castillo habían encendido las antorchas, pero allí estaban apagadas. El suelo
estaba cubierto de una mullida alfombra que cubría dos tercios de la sala. Harry se descalzó,
dejando las zapatillas en la puerta, cuando vio que Draco hacia lo mismo antes de caminar hasta el
centro del aula.

—Hay espacio de sobra —constató Draco, que también estaba evaluando el aula con ojo crítico—.
Puedes dejar el cofre en el suelo, justo aquí. Todavía tenemos tiempo, aún no es el momento
adecuado.

Harry obedeció. Dobló la capa con cuidado y la dejó en un rincón junto a su jersey, que se había
quitado para quedarse en camiseta. Se giró con agilidad para atrapar en el aire el jersey que Draco
le estaba lanzando. Después se acercó a él, que se había apoyado en uno de los ventanales, mirando
hacia fuera y le abrazó por detrás. Draco se recostó contra él y Harry frotó la nariz en su pelo,
deleitándose en el aroma a iris y violetas, que tuvo un efecto calmante en sus nervios. Poniéndose
de puntillas para ver por encima de su hombro, miró también por la ventana, contemplando el
paisaje y el cielo.

—Ya ha empezado, pero todavía no ha cogido toda la fuerza posible. Va a desatarse aquí arriba,
justo encima de nuestras cabezas —musitó Draco, impresionado cuando un rayo iluminó la
estancia, deslumbrándoles por unos momentos. Harry contó los segundos en silencio hasta que el
trueno retumbó, pero Draco se adelantó—. Está a menos de un kilómetro.

—No tardará mucho en llegar.

—Estoy nervioso —confesó Draco. Harry le estrechó más fuerte. Él también sentía esa sensación
de vértigo en el estómago—. Sé que todo va a salir bien, pero estoy nervioso.

—Yo también. Supongo que es normal estarlo, dado lo que vamos a hacer. No te preocupes,
Draco, todo saldrá bien. Lo vamos a conseguir juntos, como tantas otras cosas.

—Estoy deseando ver tu forma animaga, Harry —dijo Draco, girándose hacia él dentro de sus
brazos y hundiendo los dedos en su pelo, aspirando el perfume de rosas de Harry con fruición.

Sintiendo la tentación de preguntar, Harry se mordió la lengua. No debía hacerlo, ni siquiera a sí


mismo, si quería que el hechizo funcionase correctamente. Ya había estado segurísimo de que no
sería un ciervo tras haber visto la forma del patronus de Draco. Sabía que su instinto había estado
acertado pero, durante el hechizo de animagia, cuando se suponía que podría vislumbrar la forma
en la que iba a convertirse, esta se le había escurrido. Podía afirmar que tenía cuatro patas y rabo,
de tamaño similar a un mamífero mediano, pero la incertidumbre sobre en qué animal se
convertiría le abrumaba. Draco al menos tenía una idea de qué esperar y no importaría tanto si su
mente se desviaba en el momento del hechizo hacia esa forma, pero él debía tener cuidado de no
sugestionarse o su mente podría interactuar con el hechizo de manera negativa y causar un desastre.

Permanecieron en un cómodo silencio mirando por la ventana mientras respiraban profundamente


para relajarse y contemplaban cómo la tormenta crecía y se acercaba. Otro relámpago. Un trueno
que les ensordeció, haciendo vibrar el cristal del ventanal, que emitió un sonido quedo de diapasón.
Otro relámpago e inmediatamente un rayo que cayó en las copas de los árboles del bosque
prohibido y, casi al instante, sus truenos mezclándose con más relámpagos en una sucesión de
ruido que reverberó en el aula con fuerza.

—Ha llegado la hora —murmuró Draco ominosamente, deshaciéndose de su abrazo y empezando


a caminar hasta el centro de la habitación. Harry le sostuvo un momento de la muñeca. Draco lo
miró, sorprendido, antes de darse cuenta de lo que pretendía Harry. Acercándose, este le dio un
beso en los labios, acariciándole las mejillas cariñosamente—. Buena suerte, Harry.

—Buena suerte, Draco.

Abrieron el cofre y extrajeron cada uno su saquito. Se separaron intentando quedar a la misma
distancia entre ellos que del resto de las paredes, para aprovechar mejor el espacio disponible de la
sala. Harry desató su bolsa y extrajo el frasco de la poción. Lo examinó con ojo crítico,
levantándola a la escasa luz de la sala.

—Rojo sangre —informó a Draco en voz alta.

La falta de luz le daba matices negros, pero Harry supo que había funcionado. Intercambió una
mirada con Draco, que estaba haciendo lo mismo. Al verle asentir con cara seria para confirmarle
que la suya también tenía el color correcto, Harry supo que había llegado el momento crucial.

La tormenta rugió encima del castillo, desatándose con tanta fuerza e intensidad que los muros de
piedra se estremecieron y retumbaron. El color rojo carmesí de la poción destelló a la luz de los
relámpagos y los rayos. Harry destapó el vial y cerró los ojos con fuerza, concentrándose en dejar
la mente en blanco. Oyó la voz de Draco, lejana por la reverberación de los truenos y el golpeteo
del agua contra los cristales, recitando cadenciosamente el hechizo y se dio dos segundos más de
margen para no distraerle solapándose con él. Cuando Draco guardó silencio, Harry se apuntó con
la varita al pecho, con la poción preparada en la otra mano, y apretó la punta contra su corazón. Un
relámpago lo deslumbró a través de los párpados cerrados.

—Amato animo animato animagos —recitó Harry con voz clara, vocalizando lo más claramente
que pudo.

No esperó a sentir el segundo latido, tragándose rápidamente la poción que, a pesar de su aspecto,
no sabía a sangre. De textura espesa, como un puré, se deslizó por su garganta dejándole una
sensación de picante en la base de la lengua y el paladar. Un segundo latido estalló en su pecho al
mismo tiempo que el trueno hacía vibrar el suelo. Un latido de su corazón, seguido por otro
segundo latido, hizo que su cabeza chillara de dolor y su pecho pareciera expandirse. Intentando
mantener la mente en blanco, Harry inspiró profundamente para aliviarlo. El olor del iris y las
violetas que inundaba el aula, mezclado con las rosas rojas de su perfume, contribuyeron a que
Harry pudiera despejar la mente de todo pensamiento.

Un tercer latido del hechizo entre dos más de su corazón le hizo caer de rodillas y el pecho
también empezó a dolerle. Intentando no pensar en que a partir de ese momento la transformación
era irreversible, Harry boqueó en busca de aliento. Un cuarto latido le mareó, haciéndole sentir
como si flotase en el aire. Su cabeza se inundó de un olor muy familiar, distinto del perfume que
había percibido unos segundos, quizá minutos, antes. Inspiró con fuerza, buscando identificar el
olor e intentando abrir los ojos para localizarlo, pero la poción debía interferir con sus sentidos,
pues no era capaz de oler ni ver nada que no estuviese en su cerebro.

Un jadeó que había oído decenas de veces y que relacionaba con Sirius resonó en sus oídos y la
imagen de un perro apareció como un flash en su mente. Una, dos, tres veces. A la cuarta, la
imagen se grabó en su cerebro y Harry se concentró en ella, aprendiéndose todos los detalles, la
forma de sus patas y orejas, el color de su pelaje. No conocía el nombre de la raza, pero sintió una
emoción indescriptible llenarle el pecho, tapando el dolor que se había empezado a extender hasta
sus extremidades cuando entendió que estaba viendo su forma animaga.

El perro de su imagen mental, alegre, trotó por un prado de hierba. El olor del césped se mezcló
con el de perro mojado tras un día de lluvia. Su pelaje era negro, con una gran mancha blanca en el
pecho que llegaba hasta su cabeza, extendiéndose alrededor de los ojos marcando la forma de sus
gafas y continuando por su frente en zigzag. Sabía que aquellos perros no tenían esa mancha
exactamente así, pero supuso que esa sería su marca distintiva de animago. Deseando retozar con
él, Harry extendió la mano para atraerlo y acariciarlo, sin recordar que lo que veía era un producto
de su mente y no la realidad.

Un latigazo de dolor que se extendió por todo su cuerpo volvió a borrar toda imagen de su cerebro
y Harry dejó de ver al perro. Apretó los dientes con fuerza, intentando contener un gemido, pero no
lo consiguió. Se dejó caer de rodillas antes de derrumbarse hacia adelante, intentando sostener el
peso con las manos, pero las fuerzas le fallaron y se desplomó sobre el piso, perdiendo el
conocimiento.
Unos segundos después, parpadeó. La habitación seguía en penumbra y los colores de las cortinas
se veían desvaídos, pero parecía haber más claridad que antes. Inspiró con fuerza y el olor picante
de la poción y el de la flor de iris le llenaron las fosas nasales, haciéndole estornudar. Intentó
levantarse, enredándose al apoyar los brazos para hacerlo.

Confuso, azotó el rabo contra el suelo como un látigo, disgustado.

Se quedó parado, poniéndose alerta y sintiendo los músculos de sus orejas levantarse ligeramente.
Percibió sonidos más allá del repiqueteo de las gotas de agua contra el cristal. Podía distinguir las
diferentes notas que provocaba el viento al pasar entre los muros y los árboles, el sonido de unas
uñas rascando en la alfombra del suelo y la vibración de los cristales durante varios segundos
después de cada trueno.

Movió el rabo, curioso por las sensaciones que percibía.

El olor a iris y violeta se hizo más intenso cuando algo más pequeño que él, pero igual de peludo,
se frotó contra su pelaje. Harry olfateó con fuerza, deleitándose en el perfume de Draco, el olor a
lluvia y hierba mojada que se colaba por los resquicios del ventanal, a polvo de aula sin utilizar y el
de la magia de la alfombra, que era producto de una transformación. Harry imaginó que la autora
había sido McGonagall, convencido de que podría identificar con el olfato su magia a partir de ese
momento.

Volvió a menear el rabo, contento, y entonces, y sólo entonces, fue consciente de que estaba
moviendo una parte de su cuerpo nueva que no conocía.

Harry jadeó de asombro, sacando la lengua y babeando la alfombra, ante la sensación de esa parte
de su cuerpo que se movía casi por voluntad propia y que unos minutos, quizá segundos, antes no
tenía. Cuando la alegría lo embargó, su cola también se emocionó, azotando a ambos lados. Se giró
y la persiguió durante unos segundos. Corrió en círculos en el sitio, disfrutando de la sensación,
antes de recordar que Draco también debía estar transformado y una imagen de sí mismo en forma
humana buscando al pequeño animal peludo que se había restregado contra él invadió su mente.

Pensar en sí mismo en forma humana hizo que de repente el suelo se alejase de él. Confuso, Harry
se miró las manos, comprendiendo que bastaba sólo con desearlo para conseguirlo. Ni siquiera
había sentido nada más que una sensación de desubicación momentánea al volver a su propio
cuerpo, a diferencia del dolor que le había embargado durante la transformación inicial. Estaba
desnudo, pero no le importó. Al parecer, transformarse con la ropa debía requerir algo de práctica;
ningún manual decía nada al respecto, pero McGonagall lo conseguía con facilidad.

—¡Draco! —le llamó, dejando sus reflexiones para otro momento más adecuado.

Harry lo buscó con la mirada, viendo su ropa también en el suelo justo en el sitio donde este se
había situado para transformarse. Dio varios pasos en su dirección, pero la sensación de algo
peludo y suave frotándose contra su pierna con cariño y un maullido demandante desde el suelo lo
detuvo.

—Ey… Draco… —Harry saludó al gato que insistía en llamar su atención—. Debería haberte
buscado nada más revertir la transformación en lugar de quedarme pensando en mis cosas.
Perdóname.

Draco abrió la boca en un maullido digno, levantándose sobre sus patas traseras para frotar sus
mejillas contra las piernas de Harry. Emocionado, Harry se arrodilló antes de sentarse con las
piernas cruzadas. Draco era delgado, pero de tamaño grande para lo que era habitual en los gatos.
Se apresuró a subirse encima del regazo de Harry, clavándole las uñas en la piel de las piernas para
sujetarse, pero Harry no se quejó. Draco paseó su rabo bajo la nariz de Harry, haciéndole cosquillas
y demandándole caricias. Este le acarició el lomo, empezando desde la nuca y acabando en la base
de la cola. El gato ronroneó, complacido, y se arqueó, pidiendo más.

Harry hundió las manos en su pelo abundante y sedoso. El color era claro, una especie de blanco
brillante, como el de su cabello. Sólo estaba interrumpido por un mechón de pelo de color negro
azabache que le cruzaba la pata delantera izquierda. Harry comprendió que era su marca de
animago y deseó que Draco no se desmoralizase por ello. Esa marca también representaba las
buenas decisiones que tomó para distanciarse de lo que representaba. La pupila vertical de sus ojos,
dilatada, no ocultaba el color gris plateado de sus ojos jaspeados de chispas azules. La punta de la
cola de Draco vibró, indicándole que estaba complacido con los mimos.

—Eres un gato de angora precioso, Draco —murmuró Harry, acariciándole sin descanso. Pensó
que podría hacerlo durante toda la vida—. El gato más bonito que he visto en mi vida, tienes un
pelo suave y sedoso. Creo que te pega muchísimo, ¿sabes? Eres cauteloso, desconfiado y un tanto
arisco, pero cuando te entregas a alguien lo haces al cien por cien, volcando en esa persona toda tu
dulzura y amor. —Draco maulló en respuesta, en un tono complacido, y cerró los ojos con lentitud,
mirándole fijamente—. Gracias por dejarme ser tu humano, Draco.

Draco saltó dentro del hueco de sus piernas antes de tumbarse bocarriba, retozando entre sus
piernas para permitir que Harry pudiese acariciarle la tripa y ronroneó con fuerza cuando este le
complació con caricias suaves y largas, empezando desde la base de la barbilla y pasando los dedos
por el pelo extraordinariamente suave de su vientre. Draco se retorció con placer y ronroneó más
fuerte cuando Harry le acarició las mejillas, recordando que a los gatos les gustaban ese tipo de
caricias. Draco se frotó contra su mano, todavía ronroneando, antes de recuperar su forma humana.

Harry abrió las piernas cuando el cuerpo de Draco se expandió, incapaz de determinar cómo había
sido el proceso, igual que le había pasado con él mismo. Suspiró de placer cuando sintió los dedos
de Draco acariciarle el pecho. Estaban desnudos y sentados muy juntos, frente a frente, con las
piernas de Draco rodeando la cintura de Harry. Draco le puso las manos en las mejillas y le atrajo
para besarle en los labios. Harry los entreabrió, disfrutando del beso, del tacto de la boca de Draco
y del sabor de sus lenguas en la boca del otro.

—Lo hemos conseguido —susurró Draco, emocionado.

—Sabía que podíamos hacerlo —dijo Harry, asintiendo con la cabeza y sonriendo ampliamente.

—Sí, tenías razón.

—Puedes repetirlo tantas veces como te apetezca —bromeó Harry, alegre. Draco se inclinó hacia
él e hizo amago de mordisquearle la nariz a modo de protesta.

—¿Sabes? Creo que podría pasarme el resto de mi vida convertido en gato si eres tú el que me
acaricias, Harry —confesó Draco con una sonrisa tímida—. Tienes unas manos maravillosas para
acariciar. Aunque yo eso ya lo sabía —dijo con tono petulante antes de darle otro beso.

—Yo soy un perro —dijo Harry, notando cómo su sonrisa se hacía amplia. Había intentado no
preguntarse qué forma adoptaría para acostumbrar a su mente a no fijarse en ningún animal en
concreto, pero ahora que por fin había descubierto que era un perro se dio cuenta que estaba
satisfecho y que le encantaba.

—Un perro precioso. Un mastín, creo. Te pega —asintió Draco con una mirada de orgullo en los
ojos.
—¿Por qué?

—Es una raza familiar, cariñosa, inteligente, amable y muy leal —dijo Draco con la voz teñida de
cariño, acariciándole la mejilla—. Como tú, que conseguiste llegar a mí por eso.

—No tenía ni idea de que sabías tanto de perros como de perfumes.

—Vivía en una casa solariega en medio de un montón campos de canolas, Potter. Tener perros y
caballos era parte de mi vida —resopló Draco, señalando con el tono la obviedad de la respuesta.
Harry tragó saliva, perdiéndose en sus ojos, buscando las motas azules que parecían moverse en la
plata fundida de su iris. Draco le quitó las gafas y las dejó a un lado. Harry no se había percatado
hasta ese momento de que las gafas sí se habían transformado con él en todo momento—. Hay que
encontrar algo que sustituya estas horrorosas gafas, Potter.

—Ya me lo dijiste una vez pero, ¿por qué te molestan? —preguntó Harry, confundido. Sin gafas,
su miopía le impedía ver con claridad. Afortunadamente, el rostro de Draco estaba tan cerca que no
necesitaba guiñar los ojos para verlo con claridad.

—Porque tienes los ojos más bonitos del mundo y no me fijé en ellos hasta que te quitaste las gafas
y pude verlos sin ellas de por medio.

—No me lo habías dicho nunca —susurró Harry, azorado por la declaración de Draco.

—Sí te lo había dicho, pero eres tan obtuso que no pillas las indirectas —dijo Draco, volviendo a
cogerle de las mejillas para darle otro beso. Harry se sintió blando por dentro y, puesto que ambos
estaban por hablarse empalagosamente, frotó su nariz contra la de Draco—. Lo observador que
puedes llegar a ser para unas cosas y lo lento que eres para otras.

—Lo siento.

—No lo sientas. Me gustas así. Lo suficiente observador para ver a través de mí y no tanto como
para dejarme mi propio espacio. —Draco meneó la cabeza, mordiéndose el labio en una sonrisa
divertida. Los dos se quedaron en silencio unos segundos que se alargaron perezosamente.

—Gracias, Draco —murmuró Harry cuando pudo contener el nudo de su garganta—. Por permitir
que me acercase a ti. Por creer en mí como profesor. Por hacer esto conmigo. Por venir conmigo a
pasar la Navidad con mi familia.

—Gracias a ti por ser tan cabezota y no rendirte conmigo a pesar de todo —musitó Draco,
emocionado.

—Ha merecido la pena hasta el último segundo de tiempo pasado contigo todas estas semanas.

Harry le acarició las mejillas antes de besarle de nuevo, cadenciosamente. Estaba deseando probar
su forma de animago de nuevo, pero supuso que podía esperar por ese beso.

—Te amo —susurró Draco, cuando Harry se separó.

—Y yo a ti.

Draco cerró los ojos, concentrándose durante un par de segundos, y se transformó en el gato de
angora de nuevo. Harry lo imitó, tomando la forma del perro y tumbándose en el suelo,
permitiendo que el angora se frotase contra él, apoyase las patas en su cuello y amasase antes de
enroscarse pegado a su pelaje. Harry lamió la cabeza de Draco, provocando que su pelo se
apelmazase. Draco maulló indignado y se apresuró a sentarse con mucha formalidad, lamerse la
pata y pasarla repetidas veces por su cabeza hasta estar seguro de estar adecuadamente peinado.
Cuando terminó con la cabeza, empezó a lamerse otras partes del cuerpo. Harry suspiró de
satisfacción y cerró los ojos cuando Draco continuó el ritual de acicalamiento lamiendo,
mordisqueando y peinando el pelaje de Harry. Creía recordar que la vieja señora Figg le había
mencionado una vez en algunas de las ocasiones que había estado en su casa que la mayor muestra
de confianza que un gato podía dar era acicalar a otros gatos o humanos y se sintió orgulloso de
que Draco le otorgase esa confianza precisamente a él.

Volvió a suspirar con satisfacción, apoyando la cabeza entre las patas, cuando Draco se enroscó al
lado de su cuello, compartiendo mutuamente el calor de sus cuerpos, sintiéndose feliz. A partir de
aquel momento, Draco y él tendrían toda la vida por delante y todo saldría bien.
Escena extra: Nochebuena
Chapter Summary

Draco y Harry acuden a cenar en Nochebuena a la Madriguera tras aceptar el primero


la invitación de Molly Weasley.

Chapter Notes

¡Feliz Navidad!

Bueno, esta idea me rondaba desde que acabé el fic. Una escena extra donde se viese
la famosa cena a la que Molly invita a Draco. En total había tres ideas, yo pensaba que
cada una me iba a ocupar unas 1000 palabras, pero resulta que sólo la primera ha
ocupado más de 6000 (yo había pensado a las 8 de la tarde en escribirla y publicarla,
pero mirad, hasta ahora. Va sin corregir, según la he terminado, algo muy raro en mí,
así que supongo que mañana me arrepentiré y empezaré a corregirla, pero mira, subida
queda). Ojalá poder daros las otras dos algún día (las tres están relacioandas con las
vacaciones navideñas del final del fic). Bueno, al menos esta sí está.

Trigger warning: Sexo explícito. Sexo oral.

—Un poco corta.

—Te ves bien —dice Harry una vez más. Draco lo ignora y pasa las manos por la túnica, alisando
algunas arrugas invisibles mientras vuelve a mirarse en el hechizo espejo que ha convocado en el
dormitorio. Él está tumbado encima de la cama. Está vestido al estilo muggle, unos pantalones
vaqueros y una de sus eternas camisetas. Draco se vuelve hacia él con una ceja levantada.

—Desde luego. —Alza la barbilla, petulante, y vuelve a mirarse en el espejo. Harry aprovecha que
no lo está mirando para morderse el labio. No se ve bien, qué va. Eso sería quedarse demasiado
corto. Se ve jodidamente espectacular. Harry se lo está comiendo con los ojos y podría comérselo
con la boca si no fuese porque probablemente Draco lo mataría si se atreve a arrugar la túnica—.
Tú deberías cambiarte también.

Draco no espera respuesta. Abre el armario de Harry y rebusca entre las perchas. Harry se ríe entre
dientes. Apenas reconoce a este Draco nervioso e inquieto. Lleva toda la tarde como un león
enjaulado, caminando de un lado a otro de la habitación, rebuscando en su armario y su baúl.

—No vas a encontrar lo que buscas.

—¿Ni una túnica de gala? —Harry niega. La última vez que se puso una, si no recuerda mal, fue en
el baile del Torneo de los Tres Magos.

—Draco… es una cena familiar. No va a ir nadie arreglado.


—Pero me han invitado formalmente, así que debo cumplir con las expectativas.

«Nadie espera nada de ti», está a punto de decir, pero se contiene a tiempo. No está muy seguro de
que sea cierto. Para empezar, el propio Draco sobre sí mismo. Por no hablar de todas las
expectativas que se han autoimpuesto.

—Estás genial, Draco. —Este se vuelve de nuevo hacia él y Harry le sonríe. Sabe, o más bien
intuye, que se ha arrepentido varias veces de haber dicho que sí desde ese último día de trimestre
en la que la carta de Molly cayó como un bálsamo sobre la herida que había abierto el vociferador
de Lucius Malfoy. Draco no suele llevarse por impulsos, es algo que ha podido comprobar en estos
últimos meses, pero esa vez cedió a uno de ellos—. Muy guapo, de hecho.

—Iré con esta y los pantalones blancos. Esos me quedan bien y, al ser una túnica con corte de
casaca, no se notará que me queda pequeña —Draco se quita la túnica y los pantalones con
cuidado, los deja colgados en una percha para que no se arruguen y, en calzoncillos, se vuelve
hacia la montaña de ropa que tiene encima de su cama. Harry ha tardado al menos un par de
docenas de túnicas en comprender que el baúl de Draco está hechizado y que tiene toda su ropa
ahí. «Afortunadamente», ha dicho Draco, frunciendo el ceño. «Dudo que mi padre esté dispuesto a
enviarme nada de lo que haya en mi armario de la mansión». Apenado, ha asistido al proceso de
verle probarse túnicas que le quedan pequeñas y desecharlas a un lado con una mueca.

—Ven aquí —dice Harry.

—En un rato tendremos que marcharnos, no quiero dejar el dormitorio hecho un desastre —niega
Draco.

Harry se levanta de la cama y se acerca a él. Lo sujeta por la cintura, desde atrás y hunde la nariz
en los mechones rubios de su nuca. El pelo está largo, no lo ha cortado en todo el trimestre, y las
puntas se curvan hacia arriba con un aspecto ligeramente descuidado que le hace parecer adorable
al romper esa imagen de pulcritud que suele llevar.

—Es verdad que has crecido —susurra Harry, haciendo que los cabellos se muevan y le
cosquilleen en la nariz.

—Tengo que cortármelo —gruñe Draco.

—Está bien así. —No suelta el abrazo y, con la yema de los dedos, acaricia la piel tersa y suave
del abdomen de Draco. Este acaba rindiéndose y, apoyando las manos en los brazos de Harry, se
relaja—. Estás guapo con cualquier cosa que te pongas, pero esa túnica y esos pantalones… —
Draco hace un sonido ronco y Harry sonríe. No sabe si es consciente de que lo hace, pero desde que
es capaz de transformarse en su forma animaga, Draco es capaz de ronronear. Lo ha comprobado
por primera vez cuando, sentado encima en su regazo durante la celebración que habían hecho en
la intimidad tras haber hablado con McGonagall sobre los detalles del hechizo y haber acordado
mantenerlo en secreto, al menos por el momento, Draco había comenzado a ronronear mientras
Harry le besaba el cuello y le acariciaba los muslos—. Te los habría abierto para chupártela aquí
mismo si no fuese porque me odiarías si se arrugasen.

—Hay hechizos para solucionar eso, ¿sabes? —contesta Draco, en tono picarón. Los dedos de
Harry acarician el ombligo de Draco y siguen el camino de vellos casi invisibles que se dirigen
hacia su pubis—. Olvidas demasiado a menudo que eres un mago, Potter. —Cuando los dedos de
Harry tantean la goma del calzoncillo, Draco se da media vuelta en el abrazo, sujeta las mejillas de
Harry entre sus manos y le da un beso suave y cadencioso, que interrumpe con voz resignada—.
Tenemos que irnos.
—Draco… —Harry duda un segundo antes de continuar. Draco lo mira, exasperado, con una ceja
levantada—. Puedes negarte a ir, si quieres. Haré que Molly lo comprenda.

—Di mi palabra—niega Draco, determinado—. Estaré bien, Potter. Incluso aunque me rodeen
cientos de comadrejas.

Con un último beso, depositado con suavidad en los labios de Harry, Draco se separa, con un
movimiento de varita las prendas de ropa que se ha probado se doblan solas, introduciéndose en el
baúl en orden, y entra en el cuarto de baño para peinarse. Harry lo sigue con la mirada, orgulloso
de él. Aún quedan restos del Draco apocado e irascible que conoció en septiembre y el Draco
petulante y egocéntrico de los siete años anteriores sale a la luz mucho más a menudo de lo que lo
ha hecho en estos últimos meses, pero ve a su novio mucho mejor que cuando lo consolaba de las
terribles pesadillas. Cree que el haber conseguido hacer un patronus y luego el hechizo de
animagia han ayudado. Draco realmente necesitaba ver que era alguien válido por sí mismo,
además de comprobar de primera mano que la gente lo aprecia.

—¿No te vas a peinar, Potter? —se burla Draco, saliendo de nuevo del baño y poniéndose de
nuevo los pantalones—. Con ese nido de pájaros nunca vas a ser alguien en la vida.

—Cállate —gruñe Harry, empezando a sacarse la camiseta a tirones y abre el armario. Draco
levanta la ceja—. No puedo ir en camiseta si tú te pones esa túnica, cualquiera pensará que soy un
pordiosero. Ni se te ocurra reírte —añade al ver que la comisura del labio de Draco se eleva varios
centímetros. Rebusca en el armario hasta dar con un pantalón oscuro, de tela más fina que el
vaquero que lleva puesto, una camisa verde oscuro y una americana—. ¿Esto valdrá?

—¿Es lo que utilizan los muggles para ir elegantes? —pregunta Draco, examinando las prendas,
que Harry coloca por delante de su cuerpo para que Draco vea como combinan, y asintiendo con
aprobación.

—Al menos es lo que usan cuando no quieren ir demasiado informales.

—Bastará. Espera —le dice Draco cuando Harry se quita los vaqueros que lleva puestos. Abre la
puerta del armario donde ambos guardan sus frascos de perfume y elige el de rosas rojas antes de
depositar unas pocas gotas en las palmas de sus manos y acariciar con ellas el cuello, pecho y
cabello de Harry. Cuando termina, inspira profundamente y cierra los ojos, esbozando una sonrisa
sincera y pacífica.

—Ahora tú —susurra Harry, cogiendo el perfume de Draco y repitiendo los mismos pasos que
Draco, que se ha sonrojado levemente.

Tras guardar el frasco en su sitio, Harry comienza a ponerse la camisa y, de reojo, ve cómo Draco
comienza a vestirse. El pantalón blanco se ajusta como un guante a la figura de su cuerpo y la casa
hace que la forma delgada y juvenil de Draco se acentúe, remarcando las piernas delgadas y
musculosas, fruto del ejercicio con la escoba durante muchos años, y la anchura proporcional de
sus hombros, cuadrándolo como si fuese un modelo. Draco estira de las puntas de la casaca,
valorando el resultado final en el espejo mágico.

—A la mierda —susurra Harry, tirando el pantalón, que estaba punto de ponerse y se acerca a
Draco con una zancada, empujándolo contra la puerta del armario para que no pueda escaparse y
arrodillándose delante de él.

—¡Harry! —exclama Draco, totalmente desconcertado, pero esté ya está desabrochando el cinturón
y el botón del pantalón de Draco, bajando los calzoncillos lo justo para dejar a la vista el pene de
este, aún fláccido por haberlo pillado por sorpresa—. Se va a arrugar.
—Hay hechizos, ¿no? —gruñe Harry con voz gutural, enronquecida por el deseo—. ¿Quién está
olvidando ahora que es un mago?

Draco no llega a contestar. Harry se ha metido su polla en la boca y succiona con fuerza, por lo que
Draco no puede hacer más que llevarse la mano a la boca, morderse con fuerza los nudillos e
intentar contener, sin éxito, un gemido de placer. Harry siente cómo el pene de Draco crece dentro
de su boca, llenándola. Con una mano, se asegura de que la goma de los calzoncillos de Draco se
mantenga fuera del camino de su boca y la otra la lleva por debajo de la camisa y la casaca de corte
mágico de Draco, acariciándole el abdomen y el pecho. Con ambas manos ocupadas, se centra en
mover la cabeza y la lengua rítmicamente, intentando meterse lo más posible del pene de Draco
dentro de la boca, sintiendo cómo la punta, ya grande y dura, roza repetidas veces el cielo de su
paladar. Con la mano que le acaricia el abdomen empuja la cadera de Draco contra el armario,
conteniendo los movimientos, inconscientes, que está comenzando a hacer.

—Harry… —lo avisa Draco.

En cualquier caso, Draco apenas dura unos segundos más. Quizá por la sorpresa, por el ímpetu de
la lengua de Harry o porque la situación resulta morbosa, Harry siente el semen de Draco golpear
el fondo de su garganta. Cerrando los ojos, traga con fuerza, aprovechando la saliva que inunda su
boca. Draco gime, y un par de chorros más se derraman. Con la lengua, Harry se asegura de que
nada se deslice fuera, para evitar manchar ninguna de las prendas de ropa. Con cuidado, mientras
Draco está recostado contra el armario, Harry le ajusta el calzoncillo y le coloca la polla, le
abrocha el pantalón y le cierra el cinturón. Siente la boca extraña, pero no ha sido tan desagradable
como se esperaba.

No lo había planeado así. La primera vez que lo habían hecho así, el orgasmo de Draco le había
pillado por sorpresa y no le había avisado, pero se había apresurado a escupirlo, asustado. Ahora,
en cambio, sólo había tenido en la mente el pensamiento de que Draco está guapísimo con esa
túnica y esos pantalones, que huele condenadamente bien y que no quería que nada se manchase,
así que no lo ha pensado hasta que ha llegado el momento de tragar. «Ha sido fácil, en realidad»,
piensa, satisfecho, planeando que quizá pueda repetirlo más adelante si a Draco le ha gustado.

—Joder… —suspira Draco, todavía recuperando la respiración.

—El hechizo de alisamiento tendrás que hacerlo tú —se disculpa Harry, sin pizca de culpabilidad.

—Lo siento, debí avisarte antes —dice Draco, abriendo los ojos y mirándolo con cautela. En su
tono hay cierto tono de inseguridad e interrogación. Harry niega con la cabeza.

—Está bien, lo he hecho porque he querido. En realdad… no lo he planeado —confiesa Harry—.


Sólo que no quería que te manchases, así que no podía parar en ese momento.

—Hay hechizos de limpieza, Potter —responde Draco, poniendo los ojos en blanco—. ¡Eres un
mago, por Merlín!

—En realidad, no ha estado tan mal —admite Harry. La idea de repetirlo coge más fuerza en su
cabeza—. ¿Tú cómo lo has sentido?

—Pues… —Draco lo mira con los ojos entrecerrados. Harry sonríe más ampliamente y el otro
parece entender, porque asiente—. Lo sabrás la próxima vez.

—No es necesario que…

—Ya sé que no es necesario, Potter, no te estaba pidiendo permiso —lo interrumpe Draco,
cáusticamente, antes de esbozar una sonrisa. Harry se ríe entre dientes, está claro que le ha gustado
muchísimo, es incapaz de borrar esa expresión beatífica típica del orgasmo. Con un movimiento de
varita, Draco hace que su ropa vuelva a estar lisa e impoluta—. Tenemos que irnos o llegaremos
tarde. Odio llegar impuntual.

—Vamos —asiente Harry, terminando de abrocharse los pantalones. No se ha molestado en


meterse la camisa por la cintura, pero Draco parece aprobarlo, porque asiente y se dirige hacia la
puerta.

No necesitan pedir permiso a McGonagall, ya han hablado con ella y les ha dado libertad de
movimiento todas las vacaciones. Tampoco es que antes se lo hubiera impedido en exceso, ha
cumplido su palabra de confiar en ellos, la generación de la guerra, como las personas adultas que
son. Al pasar por el vestíbulo, el jaleo alegre del Gran Comedor se deja sentir, pero ninguno de los
dos se asoma, la cena de Nochebuena en Hogwarts es temprana y suele ser más importante la
comida del día de Navidad.

Draco se acerca más a Harry cuando abandonan el castillo y este le rodea los hombros con los
brazos. Draco lo mira un segundo, pero no dice nada, sólo hace un hechizo calentador alrededor de
ambos. El portón que separa la frontera del colegio del término municipal de Hogsmeade se abre
por sí solo. Harry no necesita sujetar a Draco de ninguna manera, dado que ya lo lleva por los
hombros, cuando los desaparece a ambos en dirección a la Madriguera.

—¡Harry! —La voz de George los recibe cuando recorren el sendero que lleva hasta la casa. Está
en el jardín, a oscuras, y sólo se ve un pequeño círculo rojo.

—¿Sabe tu madre que fumas? —dice Harry, burlón. George apura una calada, mueve la varita para
disipar el humo y hacer desaparecer la colilla.

—Mejor no se lo digas.

—No deberías hacerlo.

—Ya lo sé —gruñe George, disgustado. Harry es de los pocos, junto con Ron y Ginny, que sabe
que lo hace. Empezó a fumar tras la pérdida de Fred, supone que es una forma de canalizar y
gestionar todo lo que se almacena dentro de él. O de rebelarse contra la vida, Harry no lo tiene
claro, no ha querido insistir en el tema—. Algún día lo dejaré. En fin… ¿Malfoy? Supongo que me
toca darte la bienvenida a la Madriguera.

—Gracias —responde Draco en un hilo de voz. Harry le coge la mano y le da un apretón de ánimo
al ver su expresión seria y reservada, más similar a la de los últimos meses que a la que suele tener
cuando están en la intimidad del dormitorio o en la confianza de la sala común.

—En fin, voy adentro, antes de que me echen en falta —murmura George, incómodo. Ni siquiera
se le ha ocurrido tender la mano hacia Draco y a Harry le preocupa que este se sienta rechazado.
Metiéndose un caramelo en la boca, abre la puerta y la cruza—. Caramelos Weasley, garantizan un
buen aliento durante al menos dos horas. Ideales si tienes una cita —dice amargamente, hacia la
nada, antes de que la puerta se cierre tras él.

—Lo siento.

—¿Por qué? —pregunta Draco. El tono de voz es ligero, pero la expresión de su rostro sigue siendo
seria. Alza la mirada y observa la casa con ojo crítico—. No hay nada que disculpar. Sí es verdad
que es una madriguera. Potter, no puedes volver a reñirme por llamarlos comadrejas si ellos llaman
madriguera a su casa. —añade, mirándolo con un destello de burla.
—Concedido —asiente Harry, contento de que Draco no se haya dado media vuelta para regresar a
Hogwarts—. ¿Entramos?

El ruido y caos que provienen del comedor les indican dónde está todo el mundo. Harry, sin soltar
la mano de Draco, lo guía hacia allí, esquivando una pila de platos y una procesión de cubiertos
que flotan en la misma dirección, probablemente hechizados por la señora Weasley. La sala está
llena de gente. Harry en seguida se da cuenta de que hay más personas de lo habitual. Entre la
masa de cabelleras rojas de los Weasley destacan los rizos castaños de Hermione, el cabello rubio
platino de Fleur y los cabellos morenos de dos mujeres. A una no la conoce, a la otra no la ha visto
desde el funeral de Tonks y Remus: Andromeda Tonks. No le da tiempo a mucho más, Hermione
ya lo ha visto y se ha abalanzado sobre él para abrazarlo a pesar de que hace apenas unos días que
se han separado en Hogwarts por última vez.

—¡Harry! —De puntillas, le da un beso en la mejilla. Con el mismo ímpetu, se acerca a Draco y le
da un breve abrazo. Harry nota que este se pone rígido, pero es tan corto que ni siquiera se ve
obligado a corresponderlo—. ¡Hola, Draco! Estás guapísimo con esa túnica.

—Hola, Harry. —Ron también los ha visto y se ha acercado. Harry suelta la mano de Draco y lo
abraza durante mucho más tiempo que a Hermione. Realmente lo echa de menos cuando están en
Hogwarts. «Al menos una parte del tiempo», admite sinceramente en su mente. Ron se vuelve
hacia Draco y le extiende la mano con cortesía—. Me alegro de verte, Malfoy.

Draco asiente cortésmente y le estrecha la mano. Harry se apresura a volver a agarrarle la mano
izquierda en un intento de darle ánimos y busca la mirada de Draco, pero este está mirando a su
alrededor. Está tenso y recto como el palo de una escoba. Harry lo imita y vuelve a mirar a la sala.
Ron está hablando, también está nervioso. Comenta algo de presentar a Draco a los demás, algo
que tiene mucho de simbolismo, supone Harry, pues todos en esa sala saben quién es Draco
Malfoy. «Quizá, como yo, necesiten volver a repetir ese momento de presentación para empezar de
cero», piensa, mientras ambos siguen a Ron. Hermione se queda atrás, charlando con alguien más.
Todos los Weasley, como Harry ha supuesto, van vestidos de manera informal en un abanico que
va desde los elegantes pantalones de cuero de Bill a los vaqueros raídos de Charlie, pasando por
una amplia variedad de atuendos más o menos muggles, pero Draco no desentona: el vestido de
Fleur es muy refinado, la señora Tonks también lleva un vestido de corte mágico y nada en Bill
podría pasar por muggle.

El señor Weasley da una bienvenida pomposa y educada a Draco que, como con Ron, asiente y le
estrecha la mano. Bill y Fleur son algo más cálidos de lo que ha sido George, sobre todo ella, pero
Charlie también parece incómodo en su presencia. No obstante, todos son educados y Draco tiene
la cortesía de ignorar la incomodidad que su presencia causa. «Quizá no deberíamos haber
venido», piensa Harry, con el corazón encogido, cuando Ron los conduce delante de Percy, que
está con la chica que no conoce y Ginny.

—Percy, Ginny… Harry y Malfoy ya han llegado. —Harry sonríe, la pomposidad de Percy
combina muy bien con la actitud cortés y estirada de Draco.

—Hola, Malfoy —saluda Ginny. Aprieta, los labios, pero su voz suena sincera—. Me alegro
mucho de que hayas venido.

—Os presento a Audrey —dice Percy. Ginny aprovecha el momento para escabullirse y la
sensación de malestar e incomodidad de Harry crece, pero se siente como en una montaña rusa. No
puede parar ni retroceder, sólo continuar hacia adelante—. Es mi pareja. Audrey, ellos son Harry
Potter y Draco Malfoy.

—Encantada de conoceros. —Audrey lleva un vestido de corte muggle bonito y sencillo. Parece
tímida e incómoda, pero sonríe con sinceridad cuando estrecha las manos de ambos y pregunta con
curiosidad por la túnica de Draco que se ha puesto aún más tenso.

—Es muggle —susurra al oído de Harry, con tono de aturdida sorpresa, cuando Percy y su novia se
alejan de ellos.

—¿Qué? —pregunta Harry, sorprendido.

—Es muggle —insiste Draco, visiblemente incómodo. Harry busca a Audrey con la mirada y no
sabe qué ha llevado a Draco a decir eso—. Su vestido es muggle, no mágico. Ha mirado asombrada
mi túnica, nunca había visto algo así. Y… —Draco duda un segundo, pero continúa—. No me ha
mirado como si fuese un Malfoy.

—Draco… —Harry no sabe bien qué decir, cree saber a qué se refiere con esa expresión.

—En serio, es la primera persona en mucho tiempo que me ha mirado… normal. No como miras a
un Malfoy. Y ni siquiera ha reaccionado a tu apellido. Tampoco la hemos visto jamás en Hogwarts
—remata. Harry asiente, dándose cuenta de que Draco tiene razón.

—¿Te supone un problema? —pregunta con tristeza, porque sabe que la respuesta a esa pregunta es
más trascendental de lo que pudiera parecer, pero Draco niega con la cabeza.

—Las gilipolleces del pasado tienen que quedarse en el pasado.

—Hola, Harry. —La voz de Andromeda los interrumpe. Harry se vuelve hacia ella. Lleva un bebé
en los brazos, está despierto y mira con curiosidad a su alrededor.

—Hola, Andromeda —saluda Harry. Ambos mantuvieron una conversación tras el funeral de
Tonks y Remus y acordaron que, por el interés de Teddy, ahijado de Harry, eran familia—. Hola,
Teddy, pequeñín.

—¿Quieres cogerlo? —Andromeda ya se lo está entregando. Harry suelta a Draco y se apresura a


sostenerlo entre sus brazos. El niño ríe, complacido, cuando le hace una mueca la nariz, y cambia
el color de su pelo de naranja a azul—. Se alegra de verte. El trimestre en Hogwarts ha sido largo y
no has venido a visitarnos.

—Lo siento mucho —se disculpa Harry que, sinceramente, no se ha preocupado mucho de Teddy
estos meses de atrás. A veces, como le ha contado en alguna ocasión a su psicólogo, no se siente
preparado para cuidar de una criatura que podría ser su hermano más que su hijo—. Andromeda, te
presento a Draco Malfoy. Mi pareja.

—Sé quien es Draco Malfoy, es mi sobrino —dice Andromeda, tajante, taladrando con la mirada a
Draco, que parece todavía más incómodo—. Me alegro de conocerte en persona por fin.

—Igualmente —susurra Draco con la voz ahogada, asintiendo cortésmente una vez más.
Andromeda lo mira durante unos segundos más, en silencio, antes de devolverle el asentimiento y
dirigirse a la cocina, mencionando algo sobre ayudar a Molly.

—No sabía que iba a estar aquí —se disculpa Harry, que cree que Draco está incómodo por la
presencia de su tía. Aunque quizá eso sea aplicable a todos los demás que están presentes en la
sala.

—Da igual. Es el hijo del profesor Lupin, ¿verdad? —Harry asiente y le muestra a Teddy, que mira
a Draco con curiosidad—. Eso me convierte en su… ¿primo? ¿Tío?
—¿Quieres ser su tío? —El rostro de Draco se oscurece—. Yo soy su padrino, Remus me lo pidió
el día en que nació.

—No creo que le convenga tener según qué tíos —niega Draco.

—Podemos marcharnos, si quieres —le ofrece Harry, que está preocupado todavía por el estado de
ánimo de Draco. Este vuelve a negar con la cabeza, pero no dice nada. Harry, que sabe lo difícil
que es para Draco expresarse, repite sus disculpas.

—No hay por qué disculparse. —Draco aprieta los labios y sigue mirando a Teddy, que lo observa
con curiosidad, serio porque ve que el rostro de Draco también lo está—. Estoy incómodo. Quiero
marcharme. No me gusta Teddy.

Harry sonríe, reconociendo el juego y alegrándose de que Draco sea capaz de sincerarse. Y, sobre
todo, de que le guste Teddy. Hasta que no ha visto al niño no se ha dado cuenta de lo mucho que lo
echaba de menos. Meciéndolo en los brazos, susurra a su oído una promesa de visitarle más a
menudo durante el siguiente trimestre, lo suficientemente alto para que Draco lo oiga.

—¿Me acompañarías? —pregunta, curioso.

—Si la señora Tonks está de acuerdo… —Draco no termina la frase y se queda callado, con la
mirada fija en Andromeda, que ha vuelto a entrar en el comedor.

—Se lo preguntaremos.

—¡A cenar! —Molly entra en el comedor, levitando una enorme fuente con un gran asado. La
fuente se posa en la mesa, llamándolos a todos—. ¡Harry, no sabía que habías llegado!

—Hola, señora Weasley —dice Harry, dejándose aplastar entre los maternales brazos de Molly,
que lo cubre de besos.

—¡Enésima comprobación de que te quiere más a ti que a cualquiera de nosotros, Harry! —grita
uno de los Weasley, supone que George.

—Molly, querido —insiste la mujer, que lo sostiene en brazos—. Has vuelto a crecer. Ron también
ha estirado un par de centímetros, ha tenido que comprarse pantalones nuevos. Creo que era el
estrés que no os dejaba crecer como debíais. —Molly vuelve a estrecharlo entre los brazos.

—Este es Draco —dice Harry cuando Molly le deja respirar de nuevo.

—Encantado, señora Weasley. Muchas gracias por invitarme a cenar. —Draco extiende la mano,
pero Molly la ignora y lo estrecha entre sus brazos. Incapaz de contenerse al ver la cara de aterrado
desconcierto de Draco, Harry estalla en una risotada. El resto de la familia lo imita un par de
segundos después, relajando el ambiente.

—Llámame Molly tú también, Draco, querido. ¿Puedo llamarte Draco? —Draco, incapaz de
hablar, asiente y parpadea rápido—. Muchas gracias por venir. Mi casa es tu casa. ¡Pero qué
delgado estás! ¿No os dan de comer en Hogwarts? Ven, siéntate.

Draco acaba encajonado en una mesa demasiado pequeña para tantos comensales, atrapado entre
Harry y Hermione. Enfrente de ellos, Andromeda, que ya ha acostado a Teddy, cena con los
mismos gestos educados y refinados que utiliza Draco para comer.

—Lo siento. Molly es… muy efusiva.


—Lo que quiere decir Harry —dice Ron, asomando desde el otro lado de Hermione, sin vergüenza
por exponerlos— es que mi madre quiere más a los que no son Weasley, es nuestra desgracia.

—Calla y cena, idiota —lo reprende Ginny.

Harry siente que el ambiente está más relajado, aunque Draco todavía está envarado y come con
poco apetito. La conversación, imposible de seguir entre tantas personas, llena la sala de ruido y
caos. No han llegado los postres cuando Teddy se despierta por el jaleo. Encantado de poder
disfrutar de él, Harry se adelanta a Andromeda y lo sienta en sus rodillas, vigilando que sus deditos
no tiren nada al suelo. La conversación es animada y Harry por fin se ha relajado. Observa de reojo
a Draco, que parece estar más pendiente de Teddy, curioso por el niño, y de su tía Andromeda, que
de participar en la conversación, en la que apenas ha participado.

—Dice Percy que, por lo visto, eres un mago famoso. Una especie de celebridad —dice en un
momento dado Audrey, la novia de Percy, confirmando las sospechas de Draco.

—Supongo que sí —asiente Harry, encogiéndose de hombros.

—Entonces, ¿no es broma? —Harry, comprensivo por la costumbre de bromear de los Weasley a
pesar de que no se imagina a Percy haciéndolo, niega con la cabeza—. ¿Por qué? ¿Eres más
poderoso que el resto?

—¿Eh? No, no. En absoluto. Yo… un mago tenebroso intentó matarme de pequeño. —Con una
mano torpe, sujetando al niño con el otro brazo, se levanta el flequillo para dejarle ver la cicatriz
que le atraviesa la frente hasta la ceja—. La magia a veces un poco… —«cabrona», piensa, pero
busca otra palabra por deferencia a los oídos de Teddy—. Me predestinó a pelear contra él y
derrotarlo.

—¿Y qué quería ese mago? —pregunta Audrey, con curiosidad. La pregunta cae como una losa.
Incluso Fleur, que estaba hablando de moda francesa con Molly, se queda callada. Todo el mundo
mira a Harry, que se siente incómodo. El aire festivo se ha disipado como el gas de un refresco
demasiado agitado.

—Lo siento, la verdad es que no le he contado nada sobre… —intenta decir Percy. Audrey ya se
ha dado cuenta de que su pregunta no es muy oportuna y está empezando a disculparse.

—En algún momento tiene que enterarse —murmura Draco, que mira fijamente su plato. Harry se
percata de que Andromeda vuelve a mirar con intensidad a Draco, pero ahora mismo hay
demasiadas cosas en las que pensar como para preocuparse de qué significa eso.

—Lo siento, yo no quería…

—No importa —niega Harry, apretando los labios. Esboza media sonrisa, medio jugando con
Teddy. Así le resulta más fácil, no había esperado tener que hablar de Voldemort justo esa noche
—. Quería la supremacía de los magos y brujas sobre las personas muggles. —Mira un segundo a
Audrey para asegurarse de que comprende qué significa muggle—. Una profecía me destinó a
matarlo y él mató a mis padres para intentar matarme a mí, pero no lo consiguió.

—¿Y los magos estaban de acuerdo con él? —Audrey ha fruncido el ceño y mira a Percy, que
aprieta los labios.

—La verdad es que… —Percy vuelve a intentar hablar.

—Claro que sí —lo interrumpe George, con amargura.


—George… —El tono de Ginny es apaciguador, pero su hermano niega con la cabeza.

—Hay magos y brujas que quieren el poder y consideran que los muggles sois inferiores, claro que
apoyaron. Nos metieron en dos putas guerras mágicas y mataron a Fred.

—Lo siento… —se lamenta Audrey una vez más, mirando a Percy—. Es el hermano que me
comentaste que…

—Sí —asiente Percy con un hilo de voz. El resto de la mesa se queda callado durante lo que a
Harry le parece una eternidad. El silencio sólo es interrumpido por los sollozos quedos de Molly.
Ginny, Hermione y el propio George lloran en silencio. Arthur tiene los labios apretados y tiene la
mirada perdida. Los ojos de Harry también se anegan de lágrimas.

—No me habías contado… —dice Audrey, pero su voz no tiene tono de reprimenda.

—Debí hacerlo, pero…

—Es todo muy reciente —comprende Harry, que se siente igual. Él tiene la suerte de que Draco
sabe perfectamente, tan bien como cualquiera de esa mesa, lo que ha sido la guerra mágica.
Audrey no tiene todos esos prejuicios encima.

—¿Qué… qué ocurrió? —pregunta Audrey, en un hilo de voz.

—Lo maté. O se mató a sí mismo, no lo tengo muy claro. —Además, Harry ha intentado no pensar
en ello, prefiere no resolver esa incógnita. No por ahora—. El resto de sus seguidores… murieron
en la última batalla o fueron arrestados y juzgados.

—Algunos incluso están en libertad —dice George con amargura.

—¡George! —vuelve a reprenderlo Ginny, pero lo hace sin demasiada fuerza.

—¿Es mentira?

—George, haz el favor de comportarte —dice Arthur, que todavía tiene la mirada perdida. Una
lágrima resbala por su mejilla. A su lado, Molly llora desconsolada y son Bill y Fleur quienes la
intentan, en vano, consolar.

—Creo que me estoy comportando —responde George, obstinado.

—Lo siento —susurra Harry, derrotado. Lo dice sin dirigirse a nadie en particular, pero en realdad
es por Draco. Es demasiado pronto. Su instinto estaba acertado, deberían haber esperado más
tiempo. A que las heridas estuviesen más cicatrizadas, a que la gente viese todo lo que Draco puede
aportar al mundo, a que…

—Siempre va a ser demasiado pronto —dice Hermione, que se está enjugando las lágrimas. Harry
se da cuenta de que ha pensado en voz alta. Teddy, angustiado por el entorno, echa a llorar y
extiende los brazos hacia su abuela, que se apresura a cogerlo e intentar calmarlo—. Me pregunto,
más bien, si algún día no será demasiado tarde.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Fleur, frunciendo el entrecejo, con su marcado acento francés
más cerrado que nunca, muestra de que ella también está descolocada.

—Que hay que tender puentes antes de que sea demasiado tarde para que todos los crucemos —
contesta Percy, adelantándose a Hermione. Se vuelve hacia Audrey—. Era un mago tenebroso muy
poderoso, pero sobre todo era aterrador. Manipulaba las cosas desde las sombras, conseguía
sembrar la duda entre amigos y familiares. Yo… yo también apoyé su régimen. —Audrey abre los
ojos, asombrada—. ¡No tengo nada en contra de los muggles, nunca lo he tenido! Pero… supongo
que me pudo la sed de poder, o el discurso de que estábamos legitimados a gobernaros porque
éramos mejores o más poderosos que vosotros, no lo sé. Me arrepentí a tiempo. Justo antes de que
Harry lo derrotara. George, no tengo autoridad moral para juzgar a Malfoy. Yo estuve ahí también.

«Draco también se arrepintió antes de que todo acabase», quiere decir Harry, pero no lo hace. Mira
a Draco, que tiene la mirada gacha. Extiende una mano bajo la mesa y se la estrecha con fuerza.
Draco le corresponde, pero no le devuelve la mirada. «No lo ha pasado mejor que ninguno de
nosotros, pero la gente no va a entender eso. No quiere entenderlo».

George se levanta bruscamente. La silla cae al suelo con estrépito y, a grandes zancadas, George
sale del comedor. Todos lo miran salir en silencio, sin intervenir.

—Fred era mi hijo. —Todos se vuelven hacia la señora Weasley, que se limpia las lágrimas con un
pañuelo—. Pero también lo son los demás. Tú eres mi hijo, Percy. Harry también lo es. Y lo serán
las personas que elijáis amar. Dumbledore siempre decía que el amor es una de las magias más
potentes del mundo junto con la música. Y yo os quiero a todos con vuestros aciertos y errores y os
amaré incondicionalmente.

—Lo siento mucho. —El susurro de Draco casi no se oye, en realidad, pero sus palabras rebotan
por todo el comedor. Harry comprende que Draco ha sido capaz de atajar el ataque de ansiedad lo
suficiente como para hablar.

—No es tu culpa —dice Molly, levantándose lentamente de la silla—. No podría sentarte a mi


mesa si lo fuese. Pero no es tu culpa. La culpa es de quienes nos llevaron a esa locura.

—Mi familia…

—Tú no eres tu padre, Draco. Sólo eras un crío —interrumpe Arthur, apoyando a su mujer—.
Todos erais unos críos en una guerra loca.

—Aún así, lo siento mucho —dice Draco, con voz más firme. Levanta la cabeza y su mirada se
cruza con la de Andromeda—. Siento mucho las pérdidas de todo el mundo y siento la
responsabilidad que tuve en ello.

Audrey también ha estallado en lágrimas. Percy intenta consolarla y le susurra que ella no tenía por
qué saberlo, se disculpa con ella por no haberle contado todos los detalles. La mesa vuelve a
quedarse en silencio hasta que Arthur convoca una botella de whisky de fuego y un montón de
vasos, que rellena con parsimonia.

—Hablaré con George —dice Molly, saliendo del comedor.

Cada uno recibe su vasito, pero nadie lo toca. Uno de ellos se posa en el sitio vacío de George y
otro frente al de Molly. La mesa está en silencio, uno reflexivo y cauto. El tiempo pasa lento. Harry
se siente tentado a sugerirle a Draco que se marchen, pero este por fin conecta una mirada con él y
sonríe. Una sonrisa fugaz de labios apretados. Una sonrisa angustiada, una que expresa cosas que
no debería expresar una sonrisa, pero una sonrisa, al fin y al cabo. Tampoco le ha soltado la mano,
aunque tiene los ojos vidriosos. Harry quiere decirle que no tiene por qué ser así siempre, pero no
puede mentirle tampoco, así que se calla, impotente. Finalmente, Molly y George regresan. Ambos
llevan en las manos bandejas con los cuencos donde Molly ha preparado postres individuales para
todos y traen los ojos enrojecidos y las mejillas irritadas, pero parecen estar más en paz que cuando
se fueron.
George se para junto a las sillas de Harry y Draco. Estos se levantan, comprendiendo que va a
decirles algo. La mano de Draco busca, una vez más, la de Harry.

—El dolor por la pérdida de mi hermano sigue siendo muy intenso —dice George sencillamente,
tendiendo, esta vez sí, la mano hacia Draco, que se la estrecha con cautela—. No considero que
seas el culpable de lo que ocurrió, sólo… a veces cuando algo duele mucho sólo quieres hacer todo
el daño que puedas alrededor también.

—Lo comprendo —asiente Draco—. Ojalá las cosas hubiesen sido de otra manera.

—Pero no lo fueron y tendremos que vivir con ello. —George se vuelve hacia Harry—. Somos
familia. Malfoy también lo es, si elige estar contigo y tú con él. Siento mi comportamiento.

Harry se funde en un abrazo con George. Comprende que no va a ser fácil. No fue fácil en
Hogwarts tampoco, pero lo consiguieron. Si siguen pieza a pieza, paso a paso, quizá haya una
sociedad que reconstruir. El ruido de una silla los separa. Arthur se ha levantado y sostiene el
whisky con mano temblorosa. El resto lo imita.

—Por Fred. —Arthur mira a Andromeda, que asiente casi imperceptiblemente, con los ojos
húmedos—. Por Remus y por Tonks. —Imitándolo, todos apuran el trago del fuerte licor. Harry
tiene la sensación de que las fiestas navideñas en casa de los Weasley nunca serán fáciles, el dolor
de Fred seguirá ahí, pero si consiguen que las personas y las tradiciones, las nuevas y las antiguas,
se combinen, todo saldrá bien.

—Te quiero —le dice a Draco al oído un rato después, terminados los postres. La mesa ha sido
retirada y suena una música suave procedente de la radio de Molly. Todos se han repartido en
sillones y sofás, convenientemente transformados a partir de las sillas de la cena. Draco no se ha
apartado en ningún momento de Harry, que comprende que todavía no se siente cómodo, y apura
con lentitud una copa de whisky. Todos beben, pero nadie parece tener prisa por hacerlo ni deseo
de emborracharse. El ambiente festivo no se ha recuperado, pero todos parecen sonreír de nuevo.

Suena un villancico en la radio. Es uno de los que comparten tanto muggles como magos, porque
Audrey empieza a cantarlo con voz clara. No sabe por qué, Harry siente el impulso de unirse a ella.
Cantan juntos la primera estrofa, la voz de ella mucho más aguda que la de él. Percy se une en el
primer verso de la siguiente. Segundos después, Molly, Arthur y Hermione también lo hacen y
poco después suenan las voces de casi todos los demás. Las voces suenan armoniosas, quizá
algunos no canten bien individualmente, pero el conjunto es bonito. Hasta Andromeda se une a
ellos en el estribillo y acto seguido lo hace George. Contento, Teddy gorjea y chilla, como
queriendo acompañarlos en la canción.

«Molly tiene razón. La música tiene su propia magia y es tan poderosa como el amor», piensa
Harry, conmovido y alegre, cuando Draco, el único que ha observado en silencio, comienza a
cantar en voz muy baja, sentado al lado de Harry, muy cerca de él. Su voz no se oye en el conjunto,
pero a Harry le llega con claridad. Canta bien, con una voz de barítono limpia y que vibra cuando
eleva un poco el volumen. Las voces de más de una docena de personas cantando al unísono como
un coro llena la sala. Todos sonríen al tiempo que cantan, incluso George y Draco. Molly vuelve a
enjugarse una lágrima, emocionada. Harry espera que haya nacido una nueva tradición familiar,
como brindar por los que falten.

Cuando el villancico termina, Harry mira a Draco y ve en sus ojos la misma expresión de amor que
hay en los suyos. «Todo saldrá bien», piensa. Draco sonríe, esta vez sincera y beatíficamente,
mucho más cómodo de lo que lo ha visto en toda la noche, y le da un beso en los labios.
Escena extra: Navidad
Chapter Summary

Tras la cena, Draco y Harry se quedan a dormir en la Madriguera. No estaba planeado,


pero no será lo único que surja de esa manera, imprevisto.

Chapter Notes

¡Feliz Año Nuevo!

No soy cristiano. ¿Por qué digo esto? Porque es raro no sólo que me ponga navideño
(celebro el Solsticio, no la Navidad), pero era necesario :P. La semana pasada Papá
Noel dejó un oneshot que terminaba con un regusto un tanto amargo... porque iba
seguido de una segunda parte (juntos, habrían sido 14k palabras) porque en mi casa
quien trae los regalos es Papá Puerco durante la noche del 32 de diciembre. En nuestro
calendario, el 1 de enero. Y me parecía divertido regalar la segunda parte de la escena
en esta mañana. Como el anterior, va escrito a vuela pluma, sin corregir ni revisar
(supongo que dentro de unas semanas, si me da por releer, me arrepentiré, jajaja).
Bueno, eso, que he aquí la segunda de esas ideas que tenía en mente. Bueno, aquí hay
un batiburrillo de ideas que quería conjugar para esta ocasión. Queda una tercera,
anotada en mis apuntes, pero a saber si algún día la idea ve la luz.

Sin más, feliz Año del Lebrato Lacrimoso, según la cronología del Mundodisco (de
donde viene la tradición de Papá Puerco).

Trigger warning: Sexo explícito. Sexo anal. Rimming. Mucho fluff.

Harry va directo a la que considera su cama y se deja caer pesadamente encima del edredón,
haciendo que los muelles del colchón chirríen y se quejen por lo brusco, mientras la cabeza le flota
en una bruma agradable provocada por el alcohol. Draco se queda en la puerta, cerrada tras su
espalda, mirando el dormitorio con cautela. Harry duda un segundo, pensando que debería haber
escogido la cama de Ron, pero Draco suspira y, con su habitual cuidado, se sienta en el borde de la
otra cama.

—Has dormido a menudo ahí, ¿verdad? —pregunta con un susurro. Harry asiente y Draco sonríe.
A Harry le encanta verlo sonreír—. Has ido directo.

—He utilizado esta cama cada vez que me he quedado a dormir aquí en los últimos siete años.

Molly les ha ofrecido quedarse a dormir. Tras el primer villancico han venido algunos más, luego
Molly y Arthur han bailado una canción de Celestina Warbeck. George ha conseguido hechizar la
radio para que reproduzca canciones muggles también y Harry ha acabado intentando enseñar al
resto, con la ayuda de Audrey y Hermione, algunos bailes de canciones que se habían popularizado
durante sus infancias. A la primera botella de whisky de fuego le ha seguido la segunda y luego la
tercera. Andromeda se ha retirado con Teddy a una hora prudente, sin haber bebido nada más que
el primer brindis, pero el resto se ha desatado. Las emociones a flor de piel de la cena, el acuerdo
tácito de la amistad ofrecida, el intento de reconducir la noche por parte de todos… Harry no sabe
bien qué ha sido, pero al final han acabado disfrutando de la noche. Hasta Draco ha aceptado bailar
con él, esquivando sus pisotones con agilidad sin apenas burlarse, con los ojos vidriosos por el
alcohol. Cuando ha llegado la hora de marcharse, ninguno de los dos ha estado seguro de poder
desaparecerse con seguridad, así que han acabado en el dormitorio que Ron y Harry han
compartido tantas veces, desplazando a Ron y Hermione a la habitación de los gemelos, que
George no utiliza desde la muerte de Fred, ya que prefiere dormir en el ático.

Perezosamente, con movimientos lentos y cuidados para no revelar su nivel de embriaguez, Draco
comienza a desvestirse, dejando las ropas pulcramente estiradas encima de la cama. Harry lo imita,
pateando los pantalones sin levantarse de la cama y lanzándolos sobre una silla antes de musitar un
hechizo calentador para caldear la habitación. Después de hacerlo, observa que Draco duda unos
segundos.

—Puedo enfriarla de nuevo, si quieres —ofrece, hablando en voz baja. Draco niega con la cabeza y
acaba decidiéndose por obviar la cama de Ron, sentándose al lado de Harry. Este se vuelve hacia él
para hacerle sitio. La cama es estrecha, apenas ochenta o noventa centímetros de ancho, pero se
siente secretamente complacido de que Draco prefiera dormir con él a pesar de la posible
incomodidad que estar separados una noche. Se ha acostumbrado tanto a compartir la cama con él,
que la sentiría vacía incluso aunque sus dos brazos colgasen a ambos lados. Draco suspira y le
acaricia la espalda—. Estás tenso.

—Supongo. —Los músculos de la espada de Draco se aprietan. Este está sentado muy recto,
formal. Ha estado así toda la noche, nada que ver con la pose relajada habitual en él. A Harry le
recuerda más al Draco de los primeros días de septiembre que al que duerme con él y se acurruca a
su lado, utilizando su pecho como almohada.

—Deberíamos irnos —murmura Harry, incorporándose con cuidado para hacer el menor ruido
posible. Draco niega con la cabeza, pero Harry se sienta a su lado—. Tenías razón. Ambos la
teníamos, en realidad. Es demasiado pronto, pero Molly insistió y tú accediste por mí, pero ahora
no sólo hemos cenado aquí, sino que vamos a dormir en la Madriguera y tú…

—Cállate, Potter —dice Draco. Suaviza las palabras con una caricia en la mejilla. Harry siente
cómo su incipiente barba raspa las yemas de Draco. Desde que este le dijo que estaba guapo sin
afeitar, ha dejado de hacerlo a diario, sólo por complacerle—. Estás muy guapo cuando no te
afeitas —añade Draco, como si le hubiese leído el pensamiento.

—Sé que te gusta —confiesa Harry.

—Y yo sabía que venir era correcto. —Draco lo mira con media sonrisa en el rostro—. No venir
también habría sido correcto, no quiero decir lo contrario. Y… bueno, no ha salido tan mal, ¿no?

—No, no ha salido tan mal —coindice Harry.

—Me han sentado a su mesa. No hace ni seis meses, todavía éramos enemigos en bandos
contrarios. Han perdido gente.

—Todos hemos perdido algo,

—¿Verdad? —Draco asiente, pensativo. Harry quiere preguntarle, pero parece melancólico y no
quiere entristecerlo más. Se supone que es un día para disfrutar y estar alegres, pero esa noche les
está saliendo regular—. En mi casa las festividades son más serias. No celebramos la Navidad,
claro. No somos cristiano, como los Weasley —Harry asiente. En realidad, él tampoco lo es. Ni
siquiera sabe qué fe profesan sus tíos, sólo que las festividades que celebran son típicamente
muggles, así que no había imaginado que habría otros cultos hasta años más tarde—, pero estas
fechas también son importantes, no en vano han calado en muchos estratos de la sociedad.
Celebrábamos bailes, cenas, rituales antes… Antes de que todo se fuese a la mierda.

—¿Y ahora? —se atreve a preguntar Harry, todavía acariciando la espalda de Draco y haciendo
presión con los dedos en los puntos en los que nota más tensión.

—No lo sé. Pero no dudo que no esté siendo fácil para mi madre tampoco. Hay que adaptarse,
progresar, cambiar… Tu familia está dispuesta a hacerlo, aunque cueste.

—Lo estás haciendo muy bien, Draco. Lo estamos haciendo muy bien —se corrige Harry, porque
es consciente de que, si él no hubiese cambiado de perspectiva, todo el esfuerzo de Draco habría
sido en vano. Y viceversa. Aprieta más fuerte los dedos en la espalda de Draco, moviéndolos en
círculos sobre su omóplato para deshacer un nudo. Draco gime suavemente, un gruñido bajo desde
el fondo de la garganta, indicando que le ha gustado—. Vamos a hacer una cosa. Túmbate
bocabajo —propone.

Se levanta para dejar sitio a Draco, que lo mira un tanto perplejo. Harry hace un movimiento con la
cabeza, insistiéndole, y al final el chico le hace caso y, un tanto renuente, se tumba en la cama.

—En el centro —le indica Harry, dándole unos golpecitos en el muslo. Draco obedece. Harry saca
la varita y hace un hechizo sin dejar de sentir la mirada de Draco encima de él—. Es un hechizo
silenciador —informa. Draco se muerde el labio.

—Pero… —Antes de que Draco se lo piense mejor, Harry se ha sentado sobre sus muslos. En
realidad, carga el peso en las rodillas, a cada lado de las caderas de Draco, pero siente la piel
caliente de su novio bajo él—. Potter, estamos en casa de los Weasley. Casi podría decirse que es
la casa de mi suegra.

—¿Eso te preocupa? No te hacía tan mojigato —se burla Harry, riendo entre dientes—. Tranquilo.
Ni que Ron o Hermione no estuviesen ahora mismo haciendo cosas peores.

—Merlín, Potter, no necesitaba esa imagen mental —gruñe Draco, intentando revolverse bajo su
peso. Harry se lo impide poniendo las manos en sus hombros y aplastándolo contra la cama.

—No pasa nada, Draco. Sólo… Estás muy tenso. Quiero… ¿puedo intentar ayudar a relajarte? —
Draco guarda silencio unos segundos y luego suspira, rindiéndose. Harry se vuelve a reír, esperaba
encontrar más resistencia.

—No es necesario —protesta, no obstante, Draco—. No tienes que hacer nada extraordinario
porque haya venido a cenar, Potter.

—¿Quién te ha dicho que sea por eso? —pregunta Harry que, en el fondo, sabe que en cierto modo
sí es así. Sin embargo, lo que más le preocupa es que Draco sea incapaz de abandonar esa pose de
tiesa formalidad, alerta y en guardia contra el mundo entero. Entiende por qué lo hace, pero le
gustaría que, como es habitual entre ellos, desaparezca a su lado—. Sólo quiero… me gusta…
Mira, cuando estamos solos sueles relajarte y… bueno, pareces otra persona. Hoy…

—Lo siento —murmura Draco—. Estoy un poco tenso. Y nervioso —confiesa.

—Lo sé, y está bien, Draco —susurra Harry. Se inclina hacia adelante y habla al oído de Draco—.
¿Me dejas que te ayude a relajarte? —Draco asiente con un sonido casi inaudible.

Harry se muerde el labio y culebrea para levantarse de la cama. Draco lo sigue con la mirada, pero
no dice nada, simplemente está atento a sus movimientos. Harry rodea la cama y le quita los
calcetines, desechándolos encima de la otra cama, y se inclina hacia Draco para tirar de sus
calzoncillos. Este lo ayuda levantando las caderas para permitirle sacarlos. Harry no sabe qué tiene
en mente, en realidad. Inicialmente, había pensado en masajear los nudos tensos de la espalda de
Draco, pero el roce de ambos, a través de los calzoncillos, cuando se ha sentado en sus muslos y se
ha inclinado para hablarle, le ha excitado. Sin embargo, se recuerda a sí mismo que lo que haga,
tiene que ser sobre todo para Draco.

Sopesa las diferentes opciones, pero no quiere estar incómodo tampoco, así que acaba volviendo a
arrodillarse sobre Draco, cuidando de no sentarse sobre él para no molestarlo con su peso. Lamenta
que todo haya sido improvisado, porque el botecito de lubricante le habría venido bien, pero no
pierde el tiempo. Pasa los dedos suavemente por la piel de la espalda de Draco, acariciándola
lánguidamente. Bajo él, Draco se remueve ligeramente y cierra los ojos. Utilizando los dedos, el
canto de la mano y haciendo fuerza, se dedica a destensar la espalda de Draco en un masaje que
espera que sea relajante y no doloroso. Pierde la noción del tiempo, concentrado únicamente en
mover los dedos a lo largo y ancho de los hombros, la columna vertebral o las lumbares,
escuchando atentamente la respiración cadenciosa de Draco, que sigue con los ojos cerrados, pero
de vez en cuando hace pequeños ruiditos de placer cuando Harry deshace un nudo particularmente
tenso o lo acaricia de alguna determinada forma.

Por la presión de los dedos de Harry, que ha intentado ser suave y firme al mismo tiempo, al cabo
de un rato la piel de Draco ha enrojecido y está caliente, pero este no parece tener queja al
respecto. Inclinándose hacia adelante, intentando no pensar en cómo rozan sus calzoncillos con el
culo de Draco ni en lo mucho que le gusta el tacto de su piel, Harry se inclina hacia adelante,
apoyando el peso en una mano que pone al lado del rostro de Draco. Con la otra, hunde los dedos
en el cuero cabelludo y lo masajea lentamente. Esta vez, el murmullo de placer de Draco es mucho
más audible que los anteriores. Sonriendo para sí, Harry se centra un rato, acariciando y peinando
el cabello de Draco, que ha crecido y empieza a curvarse en las puntas, presionando la nuca y junto
a las orejas para arrancarle más suspiros de placer.

Alentado, Harry continúa por los brazos de Draco, tirando de ellos suavemente para obligarlo a
relajarlos a lo largo del cuerpo. Este se reacomoda para permitírselo, abriendo ligeramente un ojo
para mirar a Harry y esbozar una sonrisa ladeada. Inicialmente, Harry sólo había pensado en darle
un masaje en la espalda. Quitarle los calzoncillos ha sido un impulso excitado. Sin embargo, ahora
desea recorrer con las yemas de sus dedos cada centímetro de piel de Draco. Primero un brazo,
luego el otro, bajando hasta las muñecas. Después las manos, presionando con los pulgares en las
palmas de Draco, delineando sus dedos, fritándolos suavemente entre sus propias manos. Cuando
los de dos de Harry, acariciando sin separarse de la piel de Draco, recorren el camino de vuelta
hasta sus hombros y luego columna abajo hasta el punto en el que comienzan a elevarse los glúteos
de Draco, duda apenas un segundo en incorporarse y darse media vuelta, sentándose igual que
antes, pero mirando hacia el otro lado.

En lugar de apoyarse suavemente sobre los muslos de Draco, lo hace sobre sus lumbares,
rozándolas apenas y descargando todo el peso en las rodillas a cada lado de la cama. Draco hace un
sonido inquisitivo, pero Harry no contesta. Con energía, frota los muslos de Draco en dirección
hacia sus piernas, se inclina para alcanzar sus gemelos y los presiona con los pulgares. El sonido
inquisitivo de Draco, que ha ido acompañado de una leve tensión de todo el cuerpo, se transforma
en una respiración calmada y pronto vuelve a dejar que sea Harry el que mueva sus extremidades a
su antojo. Harry lo hace, atrayendo el pie derecho de Draco hacia sí. Como en la mano, hunde los
dedos pulgares en la planta del pie. La respiración de Draco se entrecorta con suspiros placenteros.
Harry sigue masajeando, delineando el contorno de los dedos de su pie, estrujándolos uno por uno.
Antes de depositarlo suavemente sobre la cama para hacer lo mismo con el izquierdo, deposita un
beso en la planta.
—No me he duchado —se oye la voz ronca de Draco. Harry se ríe, lo ha hecho dos veces ese día,
la segunda vez antes de vestirse para ir a cenar, así que en realidad Draco está limpio y reluciente.
Con una sonrisa traviesa, lame la planta del pie izquierdo, interrumpiendo momentáneamente el
masaje—. ¡Potter!

—Dime que no te gusta y no lo haré nunca más —promete Harry. Draco guarda silencio, tanto que
Harry podría jurar que está conteniendo la respiración. Espera diez segundos, contándolos
lentamente en su mente, antes de volver a besarle la planta del pie—. ¿Sabes que me fijé en tus
pies el primer día? Cuando volvimos a Hogwarts —aclara Harry. No sabe bien por qué está
contándole eso. Quizá porque él mismo no era consciente, pero ahora varios recuerdos de los pies
blancos de Draco, sentado a su lado en la sala común, mucho antes de que empezasen a
intercambiar caricias o contacto físico, están llegando a su mente como si los hubiese convocado.

—Eres un pervertido, Potter. —Harry se detiene un segundo, así que Draco se apresura a añadir—.
Pero sí, me gusta. Me gusta mucho. Y me gusta mucho que te guste.

—Un alarde de vocabulario impresionante —se burla Harry, devolviéndole a Draco una pulla que
este utiliza demasiado a menudo con él. Draco comienza a protestar, pero Harry lo calla volviendo
a lamerle la planta del pie golosamente.

La necesidad de tocar cada centímetro de Draco sigue siendo imperiosa, pero ahora se ha sumado a
la de recorrer con la lengua esos mismos lugares. Conteniéndose para volver a empezar por la
espalda y prometiéndose a sí mismo que otro día puede hacerlo, deja caer suavemente el otro pie
de Draco encima de la cama, laxo, y vuelve a darse media vuelta. Esta vez, en cambio, se coloca
mucho más abajo, sobre los gemelos de Draco. Sólo le queda una zona por masajear. Draco
también lo ha adivinado, porque lo mira desde dónde está. Harry le sonríe.

—¿Todo bien? —Draco asiente, mordiéndose el labio.

Harry aprieta los glúteos de Draco. Este suspira de placer, pero no quita los ojos de Harry,
observándolo atentamente. Harry los masajea, igual que ha hecho con el resto del cuerpo, pero sus
ojos, y la erección que su calzoncillo apenas es incapaz de contener, se van hacia el pequeño
agujero rosado que se aprieta rítmicamente cada vez que Draco suspira. Con un gemido de
frustración, Draco levanta la cadera y una de sus manos desaparece debajo de su cuerpo para acto
seguido sacarla y volver a la posición inicial. Harry se ríe, comprendiendo que Draco ha necesitado
colocarse su propia erección de manera más cómoda. Tras acariciar y apretar sus glúteos un par de
veces más, los separa con las manos.

—¿Puedo? —pregunta Harry. Draco asiente y, ahora sí, cierra los ojos. Los dedos de Harry
acarician de arriba abajo a Draco entre ambos glúteos, arrancando suspiros de Draco que cada vez
se asemejan más a gemidos.

—¿Qué he hecho para merecer tantas atenciones hoy, Potter? —pregunta Draco, sin abrir los ojos.
Harry sonríe, sabe que a Draco a veces le cuesta entender el altruismo. No sólo no lo ha aprendido
desde la infancia, sino que tampoco considera que no es merecedor de él.

—No te preocupes por mí —susurra Harry—. Voy a…

No termina la frase, pero no es necesario, Draco ya está asintiendo. Harry se mete el dedo índice en
la boca para empaparlo de saliva y luego, suavemente, lo introduce dentro del culo de Draco tras
un par de caricias tentativas. La saliva, mucho más escasa y menos duradera que el lubricante,
apenas es suficiente para permitir el roce. Al sacarlo, Harry es capaz de intuir que un dedo, gracias
a haber practicado a menudo en los días anteriores, es asequible, pero si quiere meter alguno más,
va a necesitar mucha más saliva.
«Más saliva», piensa, tragando fuerte.

—Voy… quiero… Voy a hacer una cosa —avisa Harry, vacilando apenas unos instantes. Draco
abre los ojos, alarmado, y lo mira con el ceño fruncido. Harry, que sólo le ha avisado porque
necesitaba pronunciar las palabras en voz alta, tragar saliva y deshacer el nudo de nerviosismo y
excitación que se le ha formado en la garganta al pensarlo, sigue el impulso y se deja llevar—.
Sólo quiero probar una cosa, ¿vale? Si no te gusta, dímelo.

Draco no tiene tiempo de responder. Sólo una exclamación de sorpresa abandona su boca cuando
Harry retrocede para coger una postura más cómoda y se inclina hacia adelante, besando el centro
rosado y arrugado de Draco. Tantea con la lengua, sigue los pequeños bordes rugosos, hace
pequeñas espirales con la punta de la lengua y, justo al final, cuando llega al centro, empuja
ligeramente. Deja que la saliva que se le forma en la boca salga con facilidad. Antes de darse
cuenta, está sujetando las nalgas de Draco con ambas manos, separándolas para facilitarse el
acceso y lame y succiona su culo con fruición.

—Harry… —suspira Draco al cabo de unos segundos.

—¿Te gusta? —pregunta Harry, ansioso, levantando la cabeza—. Pensé… se me ocurrió que iba a
hacer falta mucha más saliva y que la forma más fácil era…

—Joder, es el puto paraíso, Potter —masculla Draco, que ha escondido la cara en la almohada para
ocultarla del rostro de Harry. Este sonríe, satisfecho, y vuelve a aplicarse a lamer, chupar y
succionar.

Seguramente, si se hubiera parado a pensarlo no lo habría hecho. O, al menos, habría encontrado


unos cuantos argumentos lógicos que lo desincentivaran. Pero una vez está haciéndolo, le resulta
muy agradable. El olor de Draco, ese que es suyo propio, que es tan familiar y agradable, el que se
percibe en cualquier momento que inspire a su lado por debajo del delicioso perfume de iris y
violeta, es más intenso y almizclado ahí y basta para embriagar a Harry de placer y excitación. Su
pene está tan duro, aprisionado por la tela del calzoncillo sin demasiado éxito, pues este ya ha
dejado escapar el glande, apenas cubierto por el prepucio de la tensión, por la goma de la cintura,
que cree posible ser capaz de correrse mientras le chupa el culo a Draco.

—Joder… —suspira Draco de nuevo, en un gemido un poco más alto—. Circe bendita, esto es la
puta gloria.

Harry ríe, y las vibraciones de sus carcajadas se transmiten a sus labios y a su lengua, que entra y
sale rápidamente del culo de Draco, relajándolo. Tras un par de minutos más chupándole el culo,
Harry se despide momentáneamente de él con un par de lametones que van desde el punto donde
los huevos de Draco se unen al cuerpo hasta el inicio de la espalda. Draco se estremece y levanta
las caderas hacia arriba, ofreciéndose. Harry disfruta de la vista. El culo de Draco, relajado,
húmedo y lleno de su saliva, se contrae un par de veces, cada vez que Draco intenta contener su
excitación.

—¿Quieres correrte así? —pregunta Harry. Mientras hace la pregunta vuelve a meter un dedo en el
culo de Draco, deslizándolo con facilidad gracias a la saliva y comenzando un movimiento suave
de entrar y salir. Draco gime, pero no contesta, así que Harry mete otro más, aprovechando que el
ano de este está distendido y entra sin problemas.

—Me gustaría correrme así —dice Draco, con la voz ahogada por la almohada—. Pero tú…

—No te preocupes por mí —susurra Harry, sacando los dedos y volviéndose a inclinar, encantado
de seguir haciéndolo.
—Pero… —Draco se interrumpe a media palabra para gemir de nuevo cuando la lengua de Harry
vuelve a retozar en el borde durante unos segundos antes de introducirse dentro de él lo más que
puede—. No pares… Harry… —suplica, gimoteando—. Por favor… Pero…

Harry hace un sonido de asentimiento para indicar que le escucha, poco dispuesto a parar. Las
caderas de Draco se elevan un poco más hasta quedar apoyado sobre sus rodillas, el resto del
cuerpo derrumbado sobre la cama, sin fuerza para levantarse sobre los codos, en respuesta a las
vibraciones de la lengua y labios de Harry. Este aprovecha para meter una mano entre las piernas
de Draco, buscando su pene, duro, y sujetarlo con la mano con firmeza. Un espeso líquido le
chorrea desde la punta hasta el borde del glande con varias gotas ininterrumpidas de líquido
preseminal y Harry lo aprovecha para extenderlo con la yema de los dedos y así lubricar el pene de
Draco para masturbarlo cómodamente.

—Pero hoy no… —consigue terminar Draco la frase.

—¿Qué? —Harry se queda atónito y por un momento cree que ha escuchado mal. Se ha detenido
inmediatamente, a pesar de que Draco parece tan suplicante como unos segundos antes.

—Puedes… Quieres… —Draco parece buscar las palabras adecuadas—. Potter, ¿por qué no me la
metes?

—Pensaba que íbamos a esperar a… —murmura Harry, confundido. Apenas un par de días antes lo
habían hablado. No habían establecido una fecha concreta, pero tener el ala este para ellos solos,
estar de vacaciones descansando y no tener que cumplir horarios de clases había parecido buena
idea. Draco separa la cabeza de la almohada y lo mira. Tiene el pelo despeinado y las mejillas
sonrojadas. El labio inferior está rojo e hinchado, como si se lo hubiese estado mordiendo.

—Lo sé, pero tampoco es necesario planificarlo todo al detalle, ¿verdad?

—Pensaba que lo preferías así —confiesa Harry.

—Quizá, pero… es buen momento, ¿no? Y tú también estás duro —argumenta Draco, respirando
agitadamente. Harry se lleva, inconscientemente, la mano a su polla y la presiona por encima del
calzoncillo. La palma de su mano queda manchada por el propio líquido preseminal que empapa la
tela de su ropa interior.

—No… no se me ocurrió que fuéramos a… Lo de chuparte el culo ha sido porque he pensado que
era una lástima no tener lubricante a mano —admite Harry, pesaroso. Las palabras de Draco lo han
puesto mucho más cachondo, pero duda muchísimo que el impulso sea buena idea si quiere que
Draco disfrute.

—Busca en mi casaca —dice Draco. Harry y él intercambian una mirada larga y el primero acaba
asintiendo. Se levanta y busca rápidamente en los bolsillos interiores de la casaca. Hay un botecito
pequeño, con una forma plana y discreta. Harry pregunta con la mirada a Draco, que se ríe—.
Pensé que podía ser buena idea llevarlo siempre encima. Transformé el bote de un pergamino
usado para que cupiese en cualquier bolsillo.

—Buena idea —le felicita Harry.

—¿Puedes seguir haciéndolo un poco más? —pide Draco, mordiéndose el labio.

—Todo el tiempo que tú quieras —promete Harry, volviendo rápidamente a su lado. Se coloca al
pie de la cama y, con fuerza, pone las manos en las caderas de Draco para guiarle más cerca del
borde. Arrodillándose en el suelo, Harry acaricia el culo de Draco, pasando la yema del dedo por
encima de él y hundiéndola ligeramente hasta la primera falange—. ¿Me dirás si te duele?

—Te lo diré.

Sujetando las caderas de Draco con las manos, Harry vuelve a hundir la lengua en su culo durante
varios minutos. Los suspiros de Draco lo alientan a seguir y seguir. Sólo cuando siente la lengua
ligeramente entumecida, se ayuda con los dedos, aprovechando para extender el lubricante.
Cuando Draco siente que entra el tercero, empuja las caderas hacia atrás, acercándolas a Harry.
Este los rota suavemente dentro de él y después los saca, consolándolo con varios lametones.

—Creo que ya —indica Draco con voz ahogada.

—De acuerdo.

Aún así, Harry sigue lamiendo y chupando un poco más. Se siente complacido de que a Draco le
esté gustando tanto y, al mismo tiempo, está un poco nervioso. Por un lado, quiere hacerlo ya, ver
cómo su polla desaparece dentro del culo de Draco igual que lo hacen sus dedos, como el contorno
de su ano se ajusta perfectamente a él si el interior caliente de Draco se siente tan bien y suave
como parece cuando lo hace con los dedos. Por el otro, quiere dilatar el momento de hacerlo lo más
posible. No sólo por el temor a hacer daño a Draco, a que no le guste o a que no salga bien, sino
por la emoción de que será la primera vez y es un recuerdo que quiere atesorar para el resto de su
vida. Incluso aunque un día Draco y él dejasen de quererse y prefiriesen seguir su camino por
separado, aquel momento seguiría siendo una conexión, algo que ambos recordarían. Algo sólo
para ellos y entre ellos.

—Voy a hacerlo —dice Harry, y su voz sale estrangulada por la emoción y los nervios. Draco
asiente y vuelve a enterrar la cara en la almohada. Harry querría decirle que no lo haga, porque
quiere verle el rostro para saber que todo está bien, pero también comprende que Draco quiere
controlar sus emociones y poder decidir si para o no por su cuenta.

Un último lametón, un gemido desesperado de Draco y Harry se pone de pie. Casi se arranca los
calzoncillos al intentar bajárselos y alejarlos con una patada. Acaban enredados en su tobillo
derecho, pero es incapaz de detenerse el tiempo suficiente para quitárselos del todo y los deja ahí.
Siente el suelo frío bajo las plantas de los pies descalzos y eso le ayuda a serenarse un poco.
Suficiente para sujetarse la polla y dirigirla hacia el ano de Draco, posándola justo encima sin
moverse. A pesar de lo distendido que está, le han cabido tres dedos, el agujero apenas parece
haberse estirado y aparece diminuto al lado del glande de Harry, que duda unos segundos. Un
vistazo a sus dedos, que no son tan largos como los de Draco aunque sí algo más gruesos, le indica
que ni la longitud ni el grosor de los tres juntos es suficiente para emular el tamaño de su polla, que
ni siquiera es extraordinariamente larga ni gruesa. Traga saliva fuerte, porque quiere que todo sea
perfecto y no tiene la completa seguridad de que vaya a ser así.

—Nunca te había visto pensar tanto, Potter —murmura Draco, que ha sacado la cara de la
almohada y lo mira, burlón—. Todo va a ir bien —añade, adivinando lo que está pensando Harry.

Harry empuja. La punta entra fácilmente durante unos momentos, pero luego encuentra un punto
de tensión. Draco, que no ha vuelto a esconder la cara, aprieta las mandíbulas y respira hondo.
Harry se detiene hasta que su respiración vuelve a hacerse regular, y luego empuja otro poco. Y
otro poco más. Centímetro a centímetro, permitiendo que Draco respire entre cada uno de ellos,
sintiendo cómo se marea cada vez que el culo de Draco se aprieta alrededor de su polla con fuerza
para unos instantes después relajarse y permitirle avanzar otro poco. Harry tiene que respirar hondo
cuando la punta por fin ha entrado y es entonces cuando comienza el movimiento de vaivén.

Despacio, saca la punta y la vuelve a meter, pero esta vez de manera más fluida, lenta y sin pausa.
Draco gime, pero no es dolor. Aprovechando el movimiento, cada vez entra un poco más. Es el
turno de Harry de apretar los dientes, si no se ha corrido aún es por pura fuerza de voluntad. Podría
haberlo hecho en el mismo momento en que ha posado su pene, antes de empujar. O cuando el
glande ha entrado entero, apretado y caliente. Cuando por fin su abdomen topa con las nalgas de
Draco, sus huevos chocan con los de él durante un breve segundo y todo su pene está envuelto por
el interior caliente de Draco que está a punto de enloquecerlo. Desde su posición, Draco lo mira,
con las mejillas sonrojadas y ligeramente jadeante.

—¿Te gusta?

—Es jodidamente genial —dice Harry, extasiado y haciendo un esfuerzo por no correrse en ese
instante.

—Y qué, ¿vas a moverte o te vas a quedar ahí como si te hubiesen lanzado un hechizo paralizante?
—se burla Draco.

Harry lo mira, recordando súbitamente sus temores sobre hacerle daño. Este le devuelve la mirada
bajo las largas pestañas rubias, casi invisibles, las mejillas sonrojadas y una sonrisa de deleite.
Comprende que todo está bien y que puede despreocuparse. Mantiene los ojos fijos en los de Draco
hasta que el placer lo abruma tanto que le obliga a cerrar los párpados. Unos pocos empujones
después, que para Harry podrían haber sido horas como segundos, porque está sobrepasado por las
sensaciones, se corre.

—Joder… —suspira, antes de abrir los ojos. Draco sigue mirándolo. Su sonrisa es más ancha y
parece complacido. Sin deseo de que todo acabe, porque ha sido demasiado rápido, se queda
quieto, sintiendo todavía el calor de Draco alrededor de su pene, y acaricia la piel de la espalda de
este—. Lo siento.

Se siente un poco culpable porque ha sido demasiado rápido, no ha sido capaz de pensar en el
placer de Draco. Sin embargo, este suspira también y sigue sonriendo. No le pide que se aparte, ni
que se separe. Sólo se queda como Harry, quieto, excepto por el hecho de que su culo sigue
contrayéndose rítmicamente, de manera aparentemente aleatoria, alrededor del pene de Harry.

—He durado muy poco. Ha sido… las sensaciones son… —se disculpa Harry de nuevo.

—No te preocupes —murmura Draco, para tranquilizarlo—. Me ha gustado mucho, Harry, de


verdad. Y vamos a seguir practicando, ¿no? Seguro que la próxima vez duras más tiempo.

—¿Próxima vez?

—En cuanto volvamos a Hogwarts pienso hacerte repetir. —Draco asiente y se ríe, burlón, por la
boca ligeramente abierta de Harry, que se siente un poco apabullado por la idea de volver a hacer lo
mismo una y otra vez con Draco—. Si te preocupa durar poco, podemos hacerlo dos veces para
que la segunda sea más larga.

—Mejoraré, te lo prometo.

—Si es mejor que esto, va a ser espectacular.

Harry por fin se separa de Draco con un leve sonido de humedad. Observa, casi hipnotizado, cómo
el culo de Draco se contrae un par de veces. Está más distendido que cuando le ha metido la polla,
pero de nuevo parece mucho más pequeño y no muy capaz de acogerle como lo ha hecho. Está un
poco enrojecido, pero todo parece estar bien.

—¿Te gustan las vistas? —Draco se burla de nuevo y consigue que Harry se sonroje.
—Sí —dice Harry con voz sincera—. Voy… voy a ayudarte a terminar a ti también.

—No es necesario, Potter. Antes, tú… —Draco no consigue acabar la frase, porque Harry se ha
dejado caer sobre sus rodillas de nuevo y ha posado las manos sobre las nalgas de Draco—.
¿Harry? —pregunta este con tono cauteloso, no muy seguro.

—No es necesario, pero es divertido si los dos lo pasamos igual de bien, ¿no?

—No te atrevas a insinuar que no lo he pasado bien, Potter —gruñe Draco, pero el final de la frase
queda deslucido por el pequeño gritito agudo que da cuando la lengua de Harry vuelve a entrar en
su culo, que cede más fácilmente ahora que está distendido—. Joder, Potter, es cierto que eres un
puto pervertido. Sabes lo que acabas de hacer ahí, ¿no?

Harry se ríe sin dejar de lamer el culo de Draco. Como antes, ni siquiera lo ha pensado, sólo se le
ha cruzado por la cabeza que quiere que Draco también se corra, que antes ha dicho que le gustaría
hacerlo así, y antes de que su cerebro tomase la decisión, su lengua ya estaba dentro del culo de su
novio. Seguramente, haberlo pensado le habría hecho dudar, pero una vez en acción, no le importa
el sabor salado de su propio semen, que escurre en transparentes gotas, ni la textura espesa del
lubricante. Draco dice algo más, burlándose todavía de él, pero Harry lo ignora, aplicándose lo
mejor posible y buscando de nuevo la polla, dura, entre sus piernas para masturbarlo con firmeza.
Como él, quizá sobrepasado por las sensaciones, Draco tampoco dura demasiado tiempo y
segundos más tarde, la colcha de la cama queda manchada por varios hilos espesos que salen
abundantemente de la polla de Draco.

—Potter, puedes parar —dice Draco. Harry ha seguido lamiendo y chupando sin parar, a pesar de
saber que Draco ya se ha corrido, deseoso de que disfrute lo más posible. La voz de Draco, amable
y satisfecha, le reverbera dentro del pecho. Trepando por encima de él, pelea con el edredón hasta
conseguir taparlos ambos, decidiendo que pueden limpiar y arreglar el desastre al día siguiente
cuando se levanten. Acomodándose, Draco se acuesta contra el pecho de Harry, que se apresura a
abrazarlo desde atrás y besar su nuca, inspirando fuerte para disfrutar del aroma a iris y violetas—.
Gracias.

—No digas tonterías —susurra Harry.

—En realidad, te aseguro que me ha gustado mucho. Cuando me la has metido —aclara Draco—.
Aunque no me haya corrido en ese momento.

—Lo otro también te ha gustado —dice Harry, encogiéndose de hombros. Draco asiente con un
tímido murmullo casi ininteligible—. Te lo haré siempre que quieras, a mí también me ha gustado.

Harry cierra los ojos y deja que su respiración se acompase con la de Draco, relajándose,
disfrutando del olor de Draco, del calor de su piel desnuda contra la suya y de la intimidad que han
compartido, de ese momento que está seguro de que ambos recordarán el resto de su vida. No por
primera vez, pero sí la más fuerte hasta ahora, se siente especial por estar con Draco, porque este
haya accedido a acercarse a él y permitirle, permitirse ambos, conocerse mejor fuera de los roles en
los que fueron educados y aleccionados.

—Tienes una familia muy bonita, Harry —susurra Draco al cabo de un rato. Harry ya está medio
dormido, pero las palabras de Draco, que han sonado suaves y perezosas, no suenan como si
estuviese durmiendo—. ¿Sabes? Un día estaremos todos sentados a la mesa, felices. Me contaréis
anécdotas de Weasley, en mis recuerdos tendré una imagen más agradable de él que ahora, la
guerra será un recuerdo lejano y nadie podrá imaginar que las cosas antes no fuesen como son
ahora, Harry.
—Estoy seguro —asiente Harry. Draco se arrebuja más en los brazos de Harry, que le besa la
coronilla, emocionado por sus palabras—. Y las cosas irán encauzándose, Draco. Quizá tu padre no
lo entienda, pero tendrá que adaptarse a la realidad, quiera o no. Podremos compartir estos días con
tu madre, al menos. Estoy seguro de que será más pronto que tarde.

—¿Estarías dispuesto?

—Tu madre mintió a Voldemort sobre mí para salvarte a ti. —Harry incluso había declarado en los
juicios—. La sociedad le debe algo muy importante y no estoy seguro de que se lo haya retribuido,
¿cómo iba a negarme a algo tan sencillo? Sin embargo… —Harry siente que Draco se tensa entre
sus brazos—, eso no es lo importante. Lo importante es que es tu madre, te quiere y la quieres. No
sería justo para mí poner condiciones. Tú mismo te has sentado hoy a la mesa con mi familia.
Comería hasta con tu padre si fuese capaz de ver lo grande que eres, Draco.

Draco no contesta, pero la forma en la que su espalda se agita le indica a Harry que está llorando.
Asustado, se incorpora a medias. Draco se gira dentro de sus brazos para encararlo. Harry traga
saliva, un poco sobrepasado. Nunca ha visto llorar a Draco, salvo cuando está en medio de una
pesadilla, así que no está seguro de qué debe hacer, porque Draco siempre parece entero, incluso
cuando está emocionado. Sin embargo, es el propio Draco quien lo besa suavemente en los labios.

—No es nada. Sólo… que los echo de menos. A mis padres. A los dos, de hecho. A la vez, estoy
feliz por lo que acabamos de hacer. Y tu familia me ha gustado más de lo que querría admitir —
confiesa Draco. Harry, como si hubiese ocurrido en una vida pasada, recuerda a Hermione
recriminándoles a él y a Ron tras haberse besado con Cho y que la profusión de sentimientos de
esta lo hubiese confundido.

«Nadie puede sentir tantas cosas a la vez. ¡Explotaría!», había dicho Ron cuando Hermione había
intentado explicárselo.

«Que tú tengas la variedad de emociones de una cucharilla de té no significa que los demás seamos
iguales», había repuesto Hermione con un toque de crueldad.

Ahora, Harry entiende perfectamente qué quería decir Hermione. Supone que, a veces, todo el
mundo necesita un bagaje emocional y psicológico y pasar por ciertas experiencias antes de
comprenderlas. En cualquier caso, comprende perfectamente todo lo que pasa por el interior de
Draco y lo estrecha fuerte entre sus brazos. Los dos vuelven a callarse unos segundos, hasta que
Draco se aparta y Harry aprovecha para secarle los restos de lágrimas de las mejillas.

—No me habías dicho que tenías un hijo —dice Draco, mirándole de nuevo con un brillo burlesco
en los ojos, aunque todavía quedan restos de su inseguridad en la mirada.

—Ahijado —matiza Harry, riendo entre dientes—. En realidad… me había olvidado un poco de él.
Es… Supongo… Me sentí demasiado abrumado como para cuidar de un bebé. No debo caerle muy
bien a Andromeda en estos momentos.

—Yo creo que al contrario. Ella también perdió gente en la guerra. A mí me ha parecido que te ha
tendido un puente para que vuelvas al lado del niño.

—Teddy —dice Harry. Draco sonríe y asiente.

—Teddy.

—Es tu primo también.

—Sí, supongo que sí. Claro que ni siquiera conocía a mi tía —suspira Draco, resignado—. No creo
que esté muy dispuesta a que el hijo mortífago de su hermana la que se casó con un mortífago, los
que mataron a su marido, su hija y su yerno, sea el primo de su nieto.

—Creo que no conoces bien a Andromeda. Yo tampoco, pero… —Harry tiene la sensación de que,
durante la cena, Andromeda se ha acercado intencionalmente a ellos dos. No a Harry solo, a ambos
—. No adelantemos acontecimientos.

—Tienes razón. Buenas noches, Harry.

—Te quiero —susurra Harry, besando la punta de la nariz de Draco y cerrando los ojos.

A la mañana siguiente, despiertan muy tarde. Han olvidado poner un hechizo despertador y nadie
se ha molestado en llamarlos, así que no es hasta que el ruido y estrépito del comedor llega hasta
ellos que se levantan. Tras ayudar a Harry a limpiar y hacer la cama con un par de hechizos, ambos
se visten y bajan las escaleras. Toda la familia está reunida, incluidos, de nuevo, Andromeda y
Teddy.

—¡Los bellos durmientes han despertado! —grita Ginny en dirección a la cocina, donde Molly,
George y Bill trastean con cazuelas y platos.

—Ya era hora. —El guiño pícaro de Ron hace que Harry se sonroje y este estalle en una carcajada
al adivinar por qué ambos tienen tanto sueño y se han levantado tan tarde.

—Lo sentimos —dice Harry, disculpándose en nombre de los dos y sentándose en la mesa, puesta
de nuevo igual que durante la cena—. Olvidamos poner un hechizo despertador.

—No te preocupes, cielo. —Molly entra, dirigiendo a sus pinches con firmeza militar, que llevan
frente a ellos varias bandejas con una profusa variedad de bebidas y dulces. Se acerca a Harry y lo
aplasta entre sus brazos en un maternal abrazo. Después, ignorando aparentemente la incomodidad
de Draco, hace lo mismo con él—. ¿Has dormido bien, Draco?

—Sí, genial. Gracias, señora Weasley —responde Draco, y en su sonrisa Harry adivina que la
felicidad de su primera vez sigue coleando dentro de él y que acaba de acordarse de ello.

—Molly, querido. Llámame Molly, señora Weasley me hace sentir demasiado mayor. Sírvete lo
que quieras —añade Molly, empujando hacia él una de las bandejas.

Harry acaba con Teddy en brazos, que observa a Draco con mucha curiosidad mientras chuperretea
la punta de un cruasán, que Fleur afirma haber amasado ella misma el día anterior. A su izquierda,
Andromeda conversa tranquilamente con Molly y Arthur sin quitarles el ojo de encima. Draco, que
se abraza a una enorme taza de chocolate caliente que bebe a sorbos, escucha la conversación de
George, Hermione, Ron y Ginny con aparente desinterés.

—¿Quieres cogerlo? —le pregunta Harry en un momento dado, cuando intercepta una de las
múltiples miradas de reojo de Draco hacia ellos dos.

—No sé si debo. —Draco mira más allá de Harry, directamente a Andromeda, de nuevo con
inseguridad en los ojos.

—Tonterías —contesta Andromeda con elegancia—. Tener a un niño en brazos no es tan difícil.
Basta con tener cuidado con su cabeza y Teddy ya la sostiene bien.

Alentado por la respuesta de Andromeda, Harry ofrece a Teddy en dirección a Draco. El niño
extiende las manitas hacia él, ansioso porque lo coja, y deja caer el cruasán al suelo. Draco acepta,
torpemente, mientras Harry le explica cómo sentarlo encima de su rodilla. De reojo, observa que
Andromeda tampoco los quita ojo, pero parece aprobarlo. Conoce poco a la mujer, pero conoció a
Tonks y sabe que alguien que no esté dispuesta a perdonar a Draco no habría criado a su hija tal y
como lo hizo.

—Se parece tanto a ella —susurra Andromeda, pero en su voz hay más nostalgia y cariño que dolor
o tristeza.

—Sí —asiente Harry, que no es muy bueno sacando parecidos y que cree que Teddy es Teddy, sin
más. Draco, un poco más sueltos, le dice algo en voz baja y el niño se agita. El color de su pelo
cambia de castaño a azul y el niño ríe, extendiendo la mano hacia la taza de Draco, que este aleja
preventivamente de sus manitas.

—Podríais venir en enero a casa, antes de que las vacaciones de Año Nuevo acaben, y pasar una
tarde entera con él —menciona Andromeda. Draco levanta el rostro hacia ella, mordiéndose el
labio. Harry le sonríe y asiente.

—Será un placer, señora Tonks —dice Draco con un hilo de voz.

—¡Hora de los regalos! —La voz de George, que parece mucho más animado que la noche
anterior, los interrumpe. Se ha levantado, entusiasmado y se ha acercado a su madre—. Ya estamos
todos levantados y desayunados, mamá, ahora no puedes decirme que no.

—Malfoy, espero que Harry te haya explicado que no se debe ocurrir abrir nada de lo que George
te dé —dice Percy en voz alta, haciendo que toda la familia se ría—. Audrey ya lo sabe, pero…

—Tu desconfianza en mí me decepciona —grita George, dramático. Hasta Draco sonríe cuando ve
que Teddy, que refleja el estado de ánimo general de la mesa, también lo hace.

Un gesto de varita de Arthur y la enorme montaña de regalos que se amontaba junto a un abeto
estrambóticamente decorado con adornos mágicos y muggles, comienza a levitar hasta sus
respectivos dueños. Durante unos segundos, en el salón sólo se escucha el sonido de algunos
papeles rasgándose y un par de exclamaciones de sorpresa.

—¡Ah! Tú también tienes uno, Malfoy —dice Charlie cuando Draco coge uno de los paquetes que
se han parado encima de la mesa, junto a él.

—Abre primero ese —le indica Harry, que también comprende qué es al momento, señalando un
paquete más pequeño pero envuelto igualmente—. Creo que te ayudará a comprender mejor.

Con la torpe ayuda de Teddy, Draco deshace el papel de regalo. Un diminuto jersey de punto
amarillo, con una enorme T en el centro bordada en marrón, aparece. El resto de la familia
Weasley vitorea cuando Andromeda ayuda a pasar los bracitos del niño por las mangas. Draco
traga saliva cuando coge el que le corresponde a él y Harry sonríe.

—Es una tradición familiar. Todos tenemos el nuestro —le dice mostrándole el suyo, rojo y con
una H dorada.

—Y siempre se esmera más en los de los de fuera —se lamenta Ron antes de que Hermione lo
haga callar con un zape en la cabeza.

Draco saca el jersey verde oscuro con una D bordada en plateado de su envoltorio y se apresura a
ponérselo, pidiendo a Harry que sujete a Teddy mientras tanto. El resto de la familia vuelve a
vitorear, exigiendo que Draco dé una vuelta sobre sí mismo para mostrarlo. Con un gesto altanero
que hace que Harry y Hermione se rían, Draco complace a la audiencia.
Harry se niega a devolverle a Teddy. Draco se apresura a abrir los demás regalos. Un juego de
plumas y tintero de parte de Ron y Hermione. Una fina cadena de plata y un par de galeones
escondidos debajo de la cajita labrada con esmero que la contiene de parte de Narcissa. Unos
cohetes mágicos de Sortilegios Weasley que George ha regalado a todo el mundo. Una carpeta de
cuero blando, negra con detalles en plata, para guardar sus apuntes, de Harry. Un libro de alquimia,
obsequio de McGonagall.

—«Lamentando que no haya podido cursar la asignatura y deseando que esto le ayude a conservar
la ilusión por el gran trabajo que está haciendo». ¿Crees que deberíamos haberle comprado algo?
—pregunta Draco tras leer la nota que acompaña al regalo de McGonagall. Harry está intentando
que Teddy no haga un destrozo de papel con el que envolvía su propio libro, un manual avanzado
de transformaciones aplicadas a la defensa de las artes oscuras.

—Creo… Es su modo de hacernos saber que lo aprueba. —La profesora no había parecido muy
conforme de que ninguno de los dos accediese a registrarse como animagos, al menos por el
momento, pero Harry está seguro de que el espíritu Gryffindor ha acabado imponiéndose.

—Eso es casi como estar casados —se burla Ron, malinterpretando las palabras de Harry.

—Lo siento —dice Draco en su dirección—. No pude compraros nada.

Ron sólo menea la cabeza, negando. Harry aparta sus regalos y ayuda a Draco a colgarse la cadena
de plata de su madre. A pesar de que Draco apenas dispone de dinero y depende de lo que su madre
le envía, se las ha arreglado para comprarle una caja de golosinas en Hogsmeade y Harry se
apresura a abrirla y convidar a todo el mundo, incluido Teddy, que deja caer el trozo de papel de
regalo que está chupando y rasgando para meterse en la boca una golosina ácida que le hace
arrugar el ceño de una forma tan graciosa que todo el mundo estalla en carcajadas.

«Tienes razón, Draco», piensa Harry, feliz, rodeado de todas las personas que considera su familia
en ese momento, cuando George abre la ventana para lanzar uno de los cohetes mágicos, que no
suenan al explotar, pero sí se abren en hermosas formas de luz y fuegos artificiales, mientras cuenta
con nostalgia alegre cómo la idea se le ocurrió a Fred tras ver a Fang, el perro de Hagrid, asustado
por los fuegos artificiales que fabricaban en Hogwarts y probaban en las lindes del bosque
prohibido. «El tiempo es lo que nos curará a todos, porque la buena voluntad ya la tenemos».

Con una exclamación de asombro, se une al resto de la familia y se asoma al jardín, mientras
señala a Teddy, que ha vuelto a los brazos de Draco, la figura de un enorme dragón cruzando el
cielo silenciosamente en un estallido de luz y color.

—Te quiero —susurra al oído de Draco, que está sonriendo.

—Y yo a ti, Harry.

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