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Un Thriller psicomágico
Walter Eviot
Capítulo 1: El accidente
El sentimiento de culpa de Martina era como la caricia sobre el rostro de la bruma matutina
en un día húmedo. Miguel Angel podía sentirla aunque no le estuviera mirando a los ojos.
En el fondo él también lidiaba con la frustración.
-Estará bien -le repetía en cada cruce, cada semáforo en el que paraba para mirarle con el
amor del primer día, ese que parecía intacto después de tantos años de relación.
-Estará sola -le contestó Marina.- Además, lo sabe.
-Sí, lo ha heredado de ti. Pero Gabriel me ha prometido que la protegerá ¿Crees que va a
pasar hoy? -Volvió a preguntarle Miguel Angel.
-Nos queda muy poco. Podíamos haber elegido otra opción pero todas tenían un terrible
destino. Esta es la menos tortuosa y la más rápida para nosotros. Además, ésta le dejará
una marca y por esa marca será reconocido.
-Te amo, lo sabes ¿verdad?
-Lo sé, nunca he necesitado palabras.
-A lo mejor es por eso por lo que te amo.
Ambos se miraron como la primera vez. Miguel Angel no necesitó descubrir, en el reflejo del
iris de su compañera, el coche que se les acercaba por el lado del conductor a toda
velocidad. Lo sentía en sus espaldas como si se hubiese apoyado sobre un altavoz en un
estrepitoso concierto de rock pero quiso que la mirada de ella fuera lo último que vieran sus
ojos. Ella también abandonó todo lo demás.
Parecía inconsciente mientras le practicaron las curas. Al parecer, el paciente había entrado
en el armario de medicamentos de la planta y se había provisto de calmantes suficientes
como para soportar el dolor durante un tiempo. Los médicos sabían que el paciente
necesitaba rehabilitación y la guardia civil quería interrogarlo sobre el accidente pero nada
de eso pudo hacerse.
La causa quedó pendiente. Un accidente provocado sin culpable fue archivado en un largo
listado de casos sin cerrar del GIAT.
El director del centro, Fernando Soles era una bola de mezquindad de corta estatura, algo
rechoncho y con ojos de sapo y resultaba ser igual de feo que desagradable. Margarita
Quesada, la segunda de a bordo en el centro, la gerente, era, por el contrario, muy alta y
delgada, con ojos claros y el pelo rubio e incluso contaba con una esbeltez y una belleza
singular pero también le acompañaba un carácter compulsivo y temblaba como un flan
cuando se enfadaba, algo que resultaba demasiado frecuente.
En el centro Social tenían una norma y es que ningún niño podía destacar. Ni beneficiados
ni perjudicados, todos serían tratados con la misma atención y disciplina… pero no siempre
podían cumplir esta norma. Había dos niños especialmente difíciles en la institución por
aquellos años, dos niños ingobernables que les retaban continuamente. Por un lado estaba
Rafa González, hijo de camellos encarcelados, padre violento y maltratador. Su madre lo
amordazó cuando era un bebé porque no aguantaba los llantos. Su infancia estuvo plagada
de palizas, desprecios, hambre, abandono… ahora es un preadolescente extremadamente
violento y tenía una fijación: Olivia Ro, la otra chica ingobernable aunque ni Fernando Soles
ni Margarita Robles sabrían decir por qué. Solo sabía que cuando Olivia Ro estaba delante,
siempre ocurrían pequeños desastres.
Olivia era hija de unos padres amables que le proporcionaron una infancia feliz. Todo iba
bien hasta que una mañana la niña se despertó sobresaltada y rogó a sus padres que no
cogieran el coche.Ese día tuvieron un accidente y murieron. Olivia sólo tenía una abuela
viva, ningún otro familiar. Ésta la cuidó pero enfermó unos meses después y murió. No hubo
más remedio que ingresar a la niña en el Centro Social. El día de su ingreso llevaba consigo
un libro, un cuento que le leían sus seres queridos y perdidos, igual que los personajes de
aquella “El príncipe Feliz”. Aquella noche, al ingresar en el Centro Social, Rafa le quemó el
cuento, el único eco de las voces de su familia que le quedaba y logró que Margarita
Quesada se convenciera de que había sido la propia Olivia quien lo había quemado. A partir
de ese momento, Olivia hizo un pacto consigo misma: Jamás permitiría que Rafa González
se saliera con la suya.
El día que Olivia llegó al Centro ocurrieron cosas muy curiosas. Nadie podía presagiar todas
esas extrañas circunstancias que envolvieron aquella lluviosa mañana. Fernando Soles,
como siempre, repasaba los cupos en el centro y hablaba con los responsables
administrativos de Asuntos Sociales para encajar un nuevo niño en el centro. Margarita
Quesada maltrataba, como siempre, al personal con sus odiosas palabras y con su
temblequeo acostumbrado. El personal, por el contrario, más aburrido que asustado,
adaptaba una cama en una habitación.
Los niños solían dormir juntos pero cuando llegaba un niño nuevo, durante el primer mes lo
dejaban solo para que se acostumbrara al centro y después le hacían dormir con otros
niños. Aquel día se fundió una de las bombillas de la lámpara en la habitación donde iba a
dormir Olivia Ro y, de repente, la pobre iluminación restante hacía parecer que la habitación
fuera completamente rosa y cálida.
No fue lo único que pasó. Estallaron todos los vasos de la cocina y tuvieron que comprar
vasos nuevos que resultaron ser más bonitos que los anteriores. Se resquebrajaron algunos
muebles viejos del hospicio y se doblaron hacia los lados las rejas de las ventanas abriendo
paso a la luz. Concluyeron que había sido un terremoto aunque, al consultar en el centro de
terremotos de la ciudad, no encontraron publicación alguna.
También le ocurrió algo extraño a Fernando Soles ese día. Como todos los días, sacó un
café de la máquina expendedora del centro y lo puso donde siempre, en una bandejita que
tiene en una esquina de la mesa para evitar accidentes. Se giró para abrir un cajón y
cuando volvió a mirar en la mesa, el vaso estaba volcado sobre un expediente que estaba
mirando, justamente el expediente de Olivia Ro y le pareció algo extrañísimo. Los vasos no
vuelan para volcarse sobre un expediente. Estaba seguro de que había puesto el vaso
sobre la bandeja, siempre lo hace, es muy escrupuloso. Cogió unos pañuelos de papel que
tenía también en la mesa, cerca de la silla de los visitantes, y secó como pudo el expediente
tratando de no pensar mucho en lo ocurrido. Acto seguido le pidió a Sofía, la secretaria, que
volviera a imprimir lo que se pudiera y rescatara la otra parte.
Nadie del personal se percató de que todos estos sucesos extraños ocurrieron el mismo día
y en el mismo momento en que se rompió la cerradura de la biblioteca, la que siempre
permanecería así durante el mismo tiempo que Olivia Ro estuvo en el Centro.
Aquel día, Margarita Quesada tuvo una acalorada discusión telefónica con un trabajador
social a primera hora de la mañana. Se trataba del mismo trabajador social que trasladaba a
Olivia Ro al centro en ese momento. La conversación quedó abruptamente interrumpida
porque justo en ese momento, el mismo en el que a Fernando Soles se le había caído el
café, se fundía la bombilla, se rajaban algunos muebles viejos, se doblaban los barrotes de
las ventanas y se rompía la cerradura de la biblioteca, en ese mismo momento digo,
Margarita perdió algo muy apreciado para ella, algo irrecuperable. Se trataba de algo que le
había dado demasiado poder con los niños hasta ese momento y que no podría utilizar
nunca más. Margarita escuchó un crujido muy raro que venía del cajón derecho de su
mesa. Lo abrió y se lo encontró como si lo hubieran aplastado con toda la fuerza posible
con un martillo de 500 kilos. Estaba prácticamente pulverizado. Se trataba de un aturdidor
casero que se había fabricado con una pequeña linterna para frenar a los niños rebeldes.
Tenía menos amperios de los legales así que era aceptado en el centro donde, por otro
lado ella era la segunda de a bordo y al primero no le importaba. Al principio, usaba su
aturdidor sólo en momentos de tensión y de peleas pero poco a poco acabó utilizándolo
para castigos innecesarios que le producían una repulsiva satisfacción.
Salvo por el evidente enfado de Margarita, Fernando y sus ojos de sapo, olvidaron
enseguida lo acontecido aquel día y el agrio director siguió trabajando como si nada
hubiera pasado, y como si nada siguiera pasando dado que no se percató de lo que ocurrió
después de aquel “Gran crujido” donde todo se rompió a la vez. Además del revuelo, hubo
un pequeño incendio en la lavandería que obligó al centro a sustituir las viejas sábanas por
juegos nuevos llenos de colores aprovechando una oferta que había en un centro comercial
cercano. Ni el humo, ni la agitación del personal provocó en Fernando curiosidad ninguna
por tratar de saber lo que ocurría. De hecho fue a renovar su café arruinado sobre el
expediente y le llegó una gran nube de humo hasta su olfato. Olismeó el aire y pensó que a
los cocineros se les habría quemado una sartén.
Sólo hubo un pequeño detalle que le llamó la atención y es que había desaparecido el
cristal del armarito donde se guardaba el extintor. No había cristales alrededor, no parecía
roto, sólo desaparecido. A Fernando Soles le molestaba tremendamente que las cosas no
estuvieran en su sitio y de hecho entró de nuevo al despacho para llamar al personal de
mantenimiento y preguntarle. Justo cuando entró, alguien quiso abrir la puerta del armarito y
el cierre estaba atascado. Si no fuera porque faltaba el cristal no habría podido coger el
extintor para apagar el fuego que empezaba a extenderse peligrosamente. En la extensión
de mantenimiento no respondía nadie.
El jefe fue hasta un despacho en cuya puerta rezaba un cartel que decía “UPS Dirección”.
Da dos golpecitos a la puerta y oye desde el otro lado una vez.
-¡Entre!
Al otro lado de la puerta se encontraba Gabriel Martin, un hombre bien trajeado y pulcro,
vestido con un traje gris brillante y una corbata roja con detalles. La elegancia de su traje
hacía juego con su pelo blanco con mechones grises, ni corto ni largo, que realmente le
hacía interesante. Era un hombre acostumbrado a ser atractivo por su porte y por su altura
ya que medía casi metro noventa.
Fernando Soles tiene una ventana en su despacho que da a la gran entrada del centro y
puede ver a todo el mundo que llega al centro. Eligió ese despacho a propósito. Le gusta
controlarlo todo a pesar de que se le escape la mitad de lo que dice controlar. Pero aquél
día los vió y se asustó mucho. Un hombre y una mujer entraban al centro y tenían aspecto
de funcionarios de alto rango. Soles se apresuró a esconder algunos libros que pudieran
sacar a la luz su “caja b” del centro. Pensó que eran funcionarios de Hacienda. También dió
algunas órdenes por si acaso eran inspectores de protección infantil. No le interesaba que
los inspectores atraveOlivian ciertas puertas que escondían su particular visión de cómo
controlar a los niños descarriados. Eran los dos tipos de altos funcionarios que temía.
Cualquier otro tipo de alto funcionario le asustaba menos aunque aún no sospechaba el
nivel de rareza de aquellas dos personas que se acercaban a la puerta.
Justo cinco minutos después de esconder las pruebas de sus delitos personales, Sofía
llama a su despacho.
-Si
La puerta de Fernando Soles se abre y aparece Sofía con los dos altos funcionarios detrás.
Fernando preguntó a Sofía por el interfono si le había dado tiempo a volver a imprimir el
expediente de Olivia Ro y ésta contestó que el tóner de la impresora, literalmente, había
echado humo y que no podía imprimirlo pero que aún conservaba el anterior. Al oír esto,
Ángela, la asistente personal de Gabriel, miró a su jefe con la misma complicidad con la que
éste le devolvió la mirada y, aunque ninguno de los dos lo verbalizaron por encontrarse
delante Fernando soles, los dos pensaron lo mismo: ella lo es.
Gabriel empezó a escudriñar el informe. Parecía que buscaba algo especial y también
parecía que lo había encontrado.
-Su segundo apellido es Dibós -le dijo a Ángela con cierta complicidad.
-Lo explicaría todo -respondió Ángela.
-¿Explicaría el qué? -preguntó Fernando con curiosidad.
-Nada, explicaría el motivo de la muerte de los padres de esta niña.
-Tenía entendido que fue un accidente.
-Y lo fue -se apresuró a responder Gabriel-. Es lo único que necesitábamos comprender.
-¿Qué te ha parecido Fernando Soles? -le preguntó Gabriel a su muy inteligente compañera
-Turbio hasta la médula -contestó ella.
-Eso me ha parecido a mí. Dile a Hernández cuando lleguemos que me haga un informe de
Fernando Soles. Quiero saber hasta la talla de sus calzoncillos.
Angela sacó una tablet de su bolso y empezó a dictar órdenes a un bloc de notas.
-Informe de Fs -dijo en voz alta.
-¿La abuela sigue viva?
-Sí, pero tiene un diagnóstico fatídico. Le faltan horas.
-Quiero que protejan la herencia de la niña. Hacedla inexistente hasta que podamos
devolvérsela.
-¡Herencia! -gritó Ángela a su tablet
-Prepara el informe de la niña para los de arriba. La quiero en mi equipo.
-¡Informe! -volvió a gritar.
Justo en ese momento, un coche de alta gama completamente negro se acercó hasta ellos.
Estaba conducido por un chófer igual de elegante que los dos funcionarios. De su clásica
gorra de chófer aparecía un mechón de pelo tan cobrizo como el de su bigote.
-Gracias, Tomás.
Gabriel y Ángela se subieron al coche. Mientras Tomás les llevaba al otro lado de la ciudad
siguieron conversando.
Los tres compañeros parecieron apesadumbrados. Tomás abandonó el volante del coche
que parecía dirigirse solo y sacó un pañuelo del bolsillo para limpiarse las lágrimas y
sonarse la nariz. Gabriel le puso la mano sobre el hombro.
-No te preocupes, estará bien.
-He cuidado muchas veces de esa niña… al menos durante el tiempo que vivió aquí. No
sirvió de nada que Miguel Angel se llevara a la familia lejos. Me encantaba llevar a la niña al
colegio especial.
-Lo sé… y volverás a encontrarte con ella cuando todo sea más seguro.
-¿Tú crees que estará bien en ese sitio, Gabriel? Me parece un poco lúgubre -señaló
Ángela preocupada-.
-Es el único sitio donde estará segura. Dentro de unos días, acordaré con Soles una
manutención especial.