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de Canadá
Craig Brown
(compilador)
Craig Brown
(compilador)
La historia ilustrada de Canadá
.
LA HISTORIA ILUSTRADA
DE CANADÁ
Craig Brown
(Compilador)
60 ANIVERSARIO
Título original:
The Ilitistrated Historv of Cañada
© 1987, Lester <& Orpen Dennys Limited
© 1991, Lester Publishing Limited
ISBN 1-895555-02-7
ISBN 968-16-4019-5
Impreso en México
AGRADECIMIENTOS
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PRÓLOGO
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10 PRÓLOGO
oeste fue diferente. Fue un proyecto enorme de forjar una nación, reali¬
zado por el gobierno del nuevo Dominio. Exigió que se hiciesen prome¬
sas de tierras gratuitas y que se presentase al Noroeste como la Tierra
de la Oportunidad, el Último Gran Oeste. Sobre todo, requirió de muchos
más recién llegados que nunca. Se necesitaron colonos británicos y tam¬
bién estadunidenses, pues la experiencia de estos últimos en agricultura
de secano resultaba valiosísima en el Noroeste. Ésa fue la clave y dio
origen a una impresionante iniciativa nueva en materia política de colo¬
nización. Se disiparon las dudas que durante largo tiempo se habían
abrigado acerca de si los inmigrantes procedentes de la Europa conti¬
nental podrían "encajar". Si esos europeos eran agricultores, se les alen¬
tó para que acudieran individualmente o en grupos. Hombres, mujeres
y niños capaces de soportar el invierno de las praderas y de roturar el
duro suelo de las llanuras habrían de hacer realidad los sueños expan-
sionistas de los forjadores de la nación. Los inmigrados llegaron en
número sin precedente; fueron casi dos millones entre 1891 y la primera
Guerra Mundial, y más de la mitad de ellos se dirigieron al Noroeste.
El conflicto bélico en Europa, las restricciones de posguerra a la inmi¬
gración, la Gran Depresión y la segunda Guerra Mundial frenaron tran¬
sitoriamente el flujo de la migración hacia Canadá. Pero, después de
1945, se convirtió otra vez en tierra de esperanzas y oportunidades para
personas que buscasen vida nueva en un nuevo país. Dos millones llega¬
ron entre 1946 y 1961 y otro millón y medio en la década siguiente. En
épocas anteriores, la invitación del gobierno había sido siempre prefe-
rencial y restrictiva. Se había rechazado marcadamente a los negros e
impuesto limitaciones diversas a inmigrantes procedentes de Asia. Gra¬
dualmente, después de la segunda Guerra Mundial, se redujeron las res¬
tricciones fundadas en la raza o el país de origen, e inmigrantes que antes
habían sido considerados indeseables añadieron nuevas aristas a la rea¬
lidad de Canadá como nación de muchos pueblos.
Los canadienses también han tenido que aprender a convivir entre ellos,
lo que jamás ha sido fácil; a lo largo de nuestra historia, la adaptación ha
estado señalada por la incomprensión, la desconfianza, el miedo y el
prejuicio. Los canadienses indígenas consideraron intrusos a los euro¬
peos recién llegados. En las primeras etapas del contacto entre los dos
mundos, el interés recíproco en la explotación de los animales de piel
fina creó entre ellos una asociación inestable pero eficaz. Muy rápida¬
mente, sin embargo, degeneró en una dependencia de los indígenas ca¬
nadienses que debilitó sus sociedades y, finalmente, arruinó su modo de
vida multisecular. El poderío imperial francés en América del Norte que¬
dó destruido en 1760, pero no la sociedad francocanadiense. Más por
necesidad que por liberalidad, el gobierno imperial de Londres prome¬
tió el respeto a la libertad religiosa e inscribió garantías para la lengua y
el código civil franceses en la Ley Quebec de 1774. Generaciones subsi¬
guientes de funcionarios y colonos británicos se preocuparon por sus
relaciones con los francocanadienses. Algunos de ellos pensaron incluso
PRÓLOGO 13
18
I
NOTA ACERCA DE LAS ILUSTRACIONES
Las ilustraciones de esta obra no quieren ser una representación del tex¬
to página tras página, sino formar más bien un comentario paralelo.
Hemos tratado de equilibrar lo conocido con lo más raro: lo primero,
porque ahí están las imágenes clásicas de nuestra herencia cultural, sin
sustitutos equivalentes; lo segundo, porque atestigua la extraordinaria
riqueza de nuestros archivos públicos y privados.
Hemos tratado no sólo de representar a todos los sectores de nuestra
sociedad y a todas las regiones de nuestra geografía, sino también de
hacer justicia a uno de los recursos más valiosos de Canadá, el de sus
artes.
En el pasado, los ilustradores de historia y los encargados del material
gráfico tuvieron que valerse, con demasiada frecuencia, de fuentes secun¬
darias y que reproducir copias de copias. La fotografía sistemática de
colecciones ha permitido por fin que imágenes de alta definición susti¬
tuyan a los borrosos grabados en madera y en metal y a los medios tonos
de otros tiempos.
Así también, técnicas relativamente baratas de impresión y reproduc¬
ción nos han permitido volver a las obras originales y así reducir al mí¬
nimo las deformaciones y la pérdida de calidad.
“Un objeto tangible", ha proclamado el decano de los artistas históri¬
cos canadienses, C. W. Jefferys, "no puede mentir o engañar con tanto
éxito como una palabra”. Pero advirtió que algunas imágenes son menos
de fiar que otras.
El arte “oficiar’, independientemente de que se trate de monumentos,
retratos, murales, propaganda bélica o iconos políticos, propende a in¬
formarnos más acerca de las inclinaciones de sus propagadores que de
los temas que se pretendió tratar. Si La historia ilustrada de Canadá inclu¬
ye relativamente pocos ejemplos de tales obras para el autoensalza-
miento, refleja en cambio el interés moderno por las vidas de la gente co¬
mún, en vez de ocuparse de las campañas militares, los jefes de Estado
y las hazañas de algunos individuos.
Esta sustitución de lo político y heroico por lo social y tangible puede
observarse en la Picture Gallery of Canadian History de Jefferys, obra
precursora (1942-1950): los primeros tomos se especializaron en las
“reconstrucciones visuales" de “episodios dramáticos". Pero más tarde
le dio primacía a los “edificios, muebles, herramientas, vehículos, armas
y ropas antiguos, retratos contemporáneos de personas, lugares y suce¬
sos" que “tienen que examinarse para dar consistencia al relato .
Siguiendo el espíritu de esta declaración de fe, hemos tratado de dar
consistencia a nuestro relato con imágenes de las personas, los lugares y
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20 NOTA ACERCA DE LAS ILUSTRACIONES
los sucesos tal y como los vieron quienes los contemplaron, y no como
fueron “interpretados” años más tarde. La galería de retratos resultante
nos revela que hay tantas visiones de Canadá como versiones de lo que
significa ser canadiense.
Robert Stacey
Director de ilustraciones
I. EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Arthur Ray
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22 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
tencia de una fácil ruta occidental hacia las Indias. Sin embargo, Cabo-
to había informado de la existencia de otra clase de riqueza: el bacalao.
En Europa existía ya un mercado importante para este pescado pues los
europeos, durante generaciones, habían venido capturando bacalao en
el Mar del Norte y en las aguas de Islandia. Poco después del viaje de Ca-
boto, pescadores procedentes de Portugal, Francia y la Gran Bretaña
comenzaron a pescar bacalao en los bancos de Terranova y Nueva Esco¬
cia. Hacia la década de 1550, el tráfico con bacalao de Terranova em¬
pleaba a centenares de barcos y miles de hombres que viajaban anual¬
mente entre los puertos europeos y las nuevas pesquerías.
Junto con los pescadores llegaron los balleneros, particularmente vas¬
cos del norte de España y el suroeste de Francia. Concentraron su acti¬
vidad en el estrecho de Belle Isle, que facilitaba la pesca. Entre las déca¬
das de 1560 v 1570, más de un millar de balleneros pasaron allí el verano
y, a veces, el invierno. Los pescadores y los balleneros se interesaron más
por las aguas de Canadá que por las tierras, pero gradualmente desarro¬
llaron un tercer tráfico mediante el contacto con los pueblos indígenas.
En Europa existía un gran mercado para cueros y pieles, que los pesca¬
dores pudieron aprovechar una vez que establecieron intercambios
amistosos con los indígenas. En la segunda mitad del siglo xvi se organi¬
zaron viajes específicamente para este tráfico.
En 1534, cuando Cartier exploró el golfo de San Lorenzo, no sólo en¬
contró botes pesqueros y visitó abras, a las que ya habían bautizado los
balleneros vascos, sino que traficó también con pieles que le proporcio¬
naron los micmac en la bahía de Chaleur. Cartier, sin embargo, tenía pla¬
nes diferentes. Hacia esas fechas, era patente que el viaje de Colón a Occi¬
dente no había descubierto las Indias, sino un continente nuevo, al que
ya se le llamaba América. Todavía se confiaba en encontrar una ruta a
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 25
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EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 27
de durar hasta mediados de este siglo, lucha que rápidamente quedó atra¬
pada en los conflictos imperiales entre Francia e Inglaterra por el do¬
minio de la mitad septentrional del continente. Fue una de las fuerzas
impulsoras de la invasión europea y su resultado influyó en la forma del
mapa político moderno de América del Norte. El tráfico de pieles pertur¬
bó también el mundo indígena, pues dio lugar a conflictos entre grupos
que pugnaban por controlar el suministro de pieles a los europeos y las
rutas del tráfico hacia el interior, propagó enfermedades epidémicas por
estimular la migración de poblaciones enteras, introdujo tecnologías de
la Edad de Hierro en economías de la Edad de Piedra y llevó a los pue¬
blos indígenas a un sistema internacional de mercado. Todas estas cosas
no influyeron de igual manera en todos los pueblos indígenas de Ca¬
nadá. El Canadá indígena, en vísperas del contacto con los europeos,
era un mundo demasiado rico y complejo como para que ocurriera eso,
tanto geográfica como culturalmente. Sin embargo, la llegada de los
europeos lo cambiaría para siempre.
Canadá es casi tan grande como Europa, unas trece veces más extenso
que los territorios combinados de las dos naciones fundadoras del país,
Francia y el Reino Unido. Ciertamente, el tamaño es un hecho funda¬
mental de Canadá. Quienes quisieron aprovechar los recursos de este
vasto territorio y quienes más tarde desearon fundirlo en una nación,
tuvieron que hacer frente a la prueba de desarrollar sistemas de trans¬
portación y de comunicaciones sobre largas distancias. Desde los prin¬
cipios hasta nuestros días, éste ha sido un logro extraordinario, así
como una empresa muy costosa.
El vasto tamaño de Canadá y el clima septentrional han dado lugar a
un paisaje extremadamente variado. Las tierras musgosas, cubiertas de
arbustos achaparrados que Cartier observó en la costa del Labrador, son
característica de una gran parte de Canadá al norte del límite de los ái-
boles: la tundra ártica, barrida por los vientos del Labrador septentrio¬
nal, Ungava, la mayor parte de los Territorios del Noroeste y las islas ár¬
ticas. Aunque la tierra tuviese una apariencia estéril, no escaseaba la
caza. El bosque septentrional, donde se toca con la tundra, era el hogar
—como sigue siéndolo hoy— del buey almizclero y del en otro tiempo
abundante caribú de las tierras yermas, un animal pequeño resistente,
parecido a un venado. Los rebaños pasan el verano al norte del limite de
los árboles y, a diferencia del buey almizclero, de espeso pelaje, se retiran
hacia el sur para invernar en los bosques. Aquí, la liebre y el zorro árti¬
cos, el lobo y el glotón son los animales de piel fina más importantes.
En los ríos costaneros abundan la trucha de lago, el pescado blanco, el
lucio y la trucha ártica de escamas pequeñas. En las aguas costeras sep¬
tentrionales habitan la foca anillada y de barbas, la morsa (salvo en el
Ártico occidental), el narval, la ballena beluga y el oso polar.
El Canadá nativo en la época de los primeros contactos con europeos. Distribución de grupos nativos
en relación con las zonas lingüísticas. Los registros incompletos del periodo y la gran movilidad de los
pueblos dificultan la determinación de fronteras históricas precisas y muchas se discuten aún hoy.
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 29
Al sur del límite de los árboles, la mayor parte del territorio al este del
lago Winnipeg y del valle del Mackenzie forma parte del Escudo cana¬
diense, en donde hace miles de años grandes zonas rocosas fueron des¬
pojadas del suelo fértil por gigantescas capas de hielo continental. Entre
estas regiones estériles, la tierra está cubierta por un bosque perenne de
pinos, abetos y alerces americanos que forman el llamado bosque septen¬
trional o “boreal”. En el siglo xx, el Grupo de los Siete de Canadá trató de
capturar la esencia de este paisaje en sus pinturas y nos dejó imágenes ro¬
mánticas. Los exploradores y los primeros traficantes en pieles europeos
lo vieron de manera muy diferente, pues tuvieron que habérselas con su
áspera realidad a fin de sobrevivir. David Thompson, el gran explorador,
geógrafo y tratante de pieles del siglo xix, lo expresó sucintamente:
A fines de agosto... los vientos del noroeste y del norte comienzan a soplar,
fraen un tiempo insoportablemente frío, con nieve dura y grandes ventiscas
durante largos ocho meses... a menudo ocurre que tengamos un buen tiempo
templado en una mañana de invierno y antes de caer la noche una to™ienta
repentina estalla con turbonadas de nieve hasta el punto de que si un hombre
esfá al aire libre y se ha vestido para el tiempo caliente, corre un gran riesgo
30 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
de perder la vida. Varios son los que han perecido a causa de estas tormentas
repentinas... He conocido a hombres que se han quedado a la intemperie du¬
rante tan sólo veinte minutos y su rostro y sus manos se les congelaron tanto
que se vieron obligados a buscar al cirujano para que se las curara o se las
amputara.
Rainy hasta llegar al lago Woods, en tanto que en el golfo de San Loren¬
zo abundaban bacalaos, macarelas, focas, anguilas, ballenas, delfines y
crustáceos.
Donde el Escudo canadiense y las llanuras del interior occidental se
tocan, hay un rosario de grandes lagos ricos en peces, los más famosos
de los cuales son el Woods, el Winnipeg, el Athabasca, el Gran Lago del
Esclavo y el Gran Lago del Oso. Las llanuras se extienden desde la fron¬
tera con los Estados Unidos hasta el delta del río Mackenzie y hacia el
oeste desde el Escudo hasta las montañas Rocosas. Es una región de sua¬
ves ondulaciones que se eleva en dos pasos distinguibles, uno en la Ma-
nitoba occidental —la escarpa de Manitoba— y el otro en el Altiplano de
Misuri, en el Saskatchewan central. Partes de la región, sobre todo el valle
del río Rojo, son muy planas. Efectivamente, este valle es una de las lla¬
nuras más planas de América del Norte. Fue el lecho de un lago antiguo
y está expuesto a inundaciones gigantescas cada vez que el hielo obstruye
el bajo río Rojo durante las crecidas de primavera, catástrofe que ocu¬
rre frecuentemente a causa de que las aguas de la parte alta de este río, que
fluye hacia el norte, se deshielan antes de que lo hagan las de la parte
baja. Los primeros pobladores experimentaron duramente este azar.
Más allá de los ríos Saskatchewan y Saskatchewan Septentrional, el
bosque boreal llega hasta las montañas Rocosas y el Yukón. En esta re¬
gión boscosa, el valle del río Peace fue uno de los más ricos en caza. "A
cada lado del río, aunque resulten invisibles desde él", observó Alexan-
der Mackenzie, explorador y traficante, “hay extensas llanuras, en las que
abundan bisontes [del bosque], alces, lobos, zorros y osos". Impresiona¬
do por su calidad pastoril, Mackenzie dijo que el valle del río Peace era
uno de los países más bellos que hubiese visto jamás. Al sur de los ríos
Saskatchewan septentrional y Saskatchewan, los bosques van cediendo
gradualmente su lugar a pastizales despejados, como pintorescamente
los describieron los primeros traficantes de pieles que dijeron que eran
"islas de árboles en un mar de hierba". Estas tierras limítrofes entre el
bosque y la llanura recibieron el nombre de “parques' y también —jun¬
to con los pastizales de más allá— el de “país de los incendios" por lo
frecuentes y enormes que eran éstos en las praderas. Los parques y las
praderas eran un hervidero de animales de caza, sobre todo de bisonte
de los pastizales, que era el más grande de los animales terrestres norte-
¿u-figrícanos y llegaba a pesar mas de una tonelada. Los bisontes se con¬
centraban en grandes masas en los pastizales en el verano durante la
temporada de apareamiento y se retiraban hacia los bosques limítrofes
en el otoño, cuando llegaban los primeros fríos del invierno. Todos los
que los vieron afirmaron que los rebaños de bisontes durante el verano
eran realmente enormes. Vi más bisontes de los que soñé jamás poder
ver", contó un residente de la pradera, en julio de 1865, cuando topó con
un rebaño en la región del río Battle, en la Alberta oriental. "Los bosques
y las planicies estaban abarrotados de bisontes. En la tarde, llegamos a
una gran planicie redonda, que quiza tema unos 16 kilómetros de diá-
32 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Cuando los indios deciden acorralar ciervos, buscan una de las sendas por las
que han pasado varios de ellos y sigue siendo frecuentada por los animales. El
corral se construye levantando una valla fuerte con arbustos... el interior está
repleto de bordes que lo hacen asemejarse mucho a un laberinto; en cada pe¬
queña abertura de éste se monta una trampa, hecha con tenazas de cuero de
venado apergaminado... asombrosamente fuerte...
gún otro ingrediente. Es una especie de haggis, hecho con sangre, una buena
cantidad de grasa muy picada, algunas de las partes más tiernas de la carne,
junto con el corazón y los pulmones cortados, lo más comúnmente, en troci-
tos pequeños; todo lo cual se mete en el estómago y se asa, dejándolo colgar so¬
bre el fuego por una cuerda. Debe ponerse cuidado en que no reciba demasiado
calor al principio para que no se queme la bolsa y se salga el contenido...
Cabe reconocer que es costumbre muy común entre los hombres de este país
intercambiar esposas para pasar la noche con ellas. Pero esto dista tanto de
ser considerado delito, que lo ven como uno de los más fuertes lazos de amis¬
tad entre dos familias, y en caso de la muerte de uno de los hombres, el otro
se considera obligado a dar sustento a los hijos del difunto. Distan tanto de
considerar este compromiso como una simple ceremonia, como hacen la ma-
yoría de nuestros padrinos y madrinas cristianos, los cuales, sin que importe
los votos que hicieron... casi nunca recuerdan después lo que prometieron,
que no hay un solo caso de un indio del norte que se haya olvidado de cum¬
plir el deber que se echó a cuestas.
Creen en la existencia del Kiche kiche Manitú (el gran, gran espíritu)... es el
amo de la vida... deja que el género humano siga su propia conducta, pero ha
colocado a todos los demás seres vivos al cuidado de manitúes (o ángeles in¬
feriores), todos los cuales son responsables ante Él... Cada manitú tiene una
encomienda y un mando distintos, uno tiene el bisonte, otro el venado... Por
esta razón, los indios evitan en la medida de lo posible decir o hacer algo que
los ofenda, y el cazador religioso, luego de dar muerte a cada animal, dice o
hace algo para dar las gracias al manitú de la especie que le permitió dar
muerte al animal.
vían al sur del lago Ontario. Por lo general, las partidas belicosas consti¬
tuidas por amigos de los parientes caídos practicaban incursiones en
aldeas vecinas para obtener desquite. Los conflictos eran más o menos
continuos pero los combates producían relativamente pocos muertos. Se
prefería capturar a hombres, mujeres y niños y se solía torturar a los hom¬
bres y adoptar a las mujeres y a los niños para remplazar a miembros de
las filas de los captores. Ciertamente, la aniquilación de aldeas y grupos
no era normalmente el objetivo antes de la aparición de los europeos.
Consejos aldeanos, constituidos por los jefes civiles de los diversos
clanes, se ocupaban de los asuntos cotidianos de las poblaciones. Uno de
esos consejeros hacía las veces de vocero de la aldea, pero todos los diri¬
gentes civiles poseían un rango igual, y no estaban obligados a aceptar
las decisiones de los demás consejeros. La administración de la aldea se
realizaba mediante una política de consenso; además de los dirigentes
civiles, ancianos a quienes se respetaba por su sabiduría asistían a las re¬
uniones del consejo de la aldea y participaban en las discusiones. Los con¬
sejos disponían las funciones públicas, coordinaban los proyectos co¬
munales de construcción y zanjaban disputas.
Entre los hurones, cada aldea pertenecía a una de cinco tribus diferen¬
tes, que juntas formaban la Confederación hurona. Cada tribu controlaba
una porción del territorio hurón, que era administrado por un consejo
tribal de dirigentes civiles de las aldeas de la zona. Lo mismo que en el
caso de los consejos de aldea, todos los consejeros tribales poseían un
rango igual, pero sólo uno actuaba como vocero del grupo. Cada conse¬
jero tribal tenía ciertas responsabilidades hereditarias, como la de pro¬
teger las rutas comerciales de su linaje. Los consejos tribales se ocupaban
principalmente de los asuntos entre aldeas y entre tribus. Por encima de
los consejos tribales estaba la Confederación, que al parecer abarcaba a
todos los miembros de los respectivos consejos tribales. La Confedera¬
ción hurona trataba de mantener las relaciones amistosas entre sus cinco
tribus y actuaba como coordinadora en asuntos de comercio y de guerra.
Tales negociaciones diplomáticas y políticas no debieron ser fáciles,
pero es patente que la organización de los hurones les permitió hacerse
cargo con éxito de los asuntos de una considerable población —unos
25 000 mil habitantes a principios del siglo xvii— antes de que los euro¬
peos provocasen trastornos extraordinarios a los que no supieron hacer
frente. .
La vida de los hurones estaba repleta de celebraciones publicas y pri¬
vadas. Las fiestas más grandes se daban en la época de la reunión anual
del consejo de la Confederación y con ocasión de la investidura de nuevos
dirigentes. Hombres y mujeres organizaban fiestas también para con¬
memorar toda una variedad de acontecimientos personales importantes
y, por lo general, durante las celebraciones se bailaba, jugaba y comía
animadamente. La más importante de todas las ceremonias de los huro¬
nes era la Fiesta de los Muertos, diez días de pompa y celebraciones cada
vez que una aldea cambiaba de sitio. El hermano Sagard registró esta
50 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Se notifica a otras tribus vecinas a fin de que aquellas personas que hayan
elegido ese pueblo como sitio para los entierros puedan llevar allí a sus muer¬
tos, y otros que quieran acudir en señal de respeto puedan honrar con su pre¬
sencia el festival. Pues a todos se les da la bienvenida y se les agasaja durante
los días que dura la ceremonia...
La tumba se cava fuera del poblado, se hace muy grande y profunda, capaz
de contener todos los cuerpos, muebles y pieles que se ofrecen para los muer¬
tos. A lo largo del borde se levanta un andamio elevado hacia el que se llevan
todas las bolsas que contienen huesos; luego la tumba se cubre completa¬
mente, tanto el fondo como los lados, con pieles nuevas de castor y mantas;
luego, colocan una capa de hachas; después ollas, cuentas, collares y brazale¬
tes de wampurn, y las demás cosas aportadas por los parientes y amigos. Una
vez hecho esto, los jefes, desde arriba del andamio, vacían todos los huesos de
las bolsas en la tumba sobre los bienes, y luego los cubren otra vez con nuevas
pieles, después con cortezas de árbol y finalmente los cubren de tierra y colo¬
can encima grandes troncos... Luego festejan de nuevo, se despiden unos de
otros y regresan a los lugares de los que vinieron, con gran alegría y contento
por haber proporcionado a las almas de sus parientes y amigos algo que pue¬
dan llevarse, y con ello, hacerse ricos en la otra vida.
Un despeñadero para bisontes, acuarela de 1867, obra de Alfred Jacob Miller, nos
muestra la técnica de caza de bisontes consistente en empujarlos hacia un despe¬
ñadero, comúnmente utilizada en el verano. Antes de conocer el caballo, los indios
usaron a menudo el fuego para empujar hacia adelante al rebaño.
52 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Llegados a la isla [de árboles] las mujeres levantaron unas cuantas tiendas,
mientras el jefe condujo a los cazadores hasta su punta meridional donde
había un corral, o cercado. La valla tenía más de un metro de alto y estaba
formada por estacas fuertes de madera de abedul, entreveradas con ramas
más pequeñas del mismo árbol. Se pasaban el día haciéndole leparaciones...
al anochecer ya estaba todo listo para la caza. Al amanecer, varios de los ca¬
zadores más expertos fueron enviados como señuelos para atraer a los anima¬
les al corral. Iban cubiertos de pieles de res, con su pelaje y cuernos. Llevaban
los rostros cubiertos y sus gestos se parecían tanto a los de los animales mis¬
mos, que de no haber estado yo en el secreto, me habría engañado tanto como
las reses... El papel desempeñado por los que hacían de señuelo era el de
acercarse a los animales hasta quedar al alcance de sus oídos y ponerse luego
54 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
a mugir como las bestias... Esto se repetía hasta que los líderes del rebaño se¬
guían a los señuelos hasta las fauces del corral, las cuales, aunque bien abier¬
tas hacia la llanura, terminaban, como un embudo, en una pequeña puerta de
salida...
superior del río Misuri, para obtener maíz seco. Los mandan también eran
cazadores, pero formaron un imperio comercial basado en los exceden¬
tes de su producción de maíz.
Sin embargo, el bisonte seguía siendo la base de la riqueza para los
indios de las praderas. Como dijo Henry de los assiniboines:
El buey salvaje por sí solo les proporciona todo lo que están acostumbrados a
necesitar. El cuero de este animal, una vez curtido, proporciona ropa suave
para las mujeres; y arreglado sin quitarle el pelo, viste a los hombres. La car¬
ne los alimenta; los tendones les proporcionan cuerdas para sus arcos y hasta
la panza... les proporciona un utensilio importante, la olla... Ésta, colgada
sobre el humo de una fogata, se llenaba de nieve; y a medida que se fundía
ésta, se le añadía más hasta que la panza quedaba llena de agua, y entonces se
le ponía un tapón y se le arrollaba una cuerda para cerrarla. El número asom¬
broso de animales que hay impide que se sienta cualquier temor de penuria...
Aunque las mujeres de todas las tribus de las praderas eran muy dies¬
tras para curtir y pintar cueros de bisonte, sus vecinas del sur, las más se¬
dentarias mandan, sobresalían en las artes y eran famosas por sus trabajos
con plumas y pelos. Los assiniboines y los crees de las praderas estima¬
ban los productos de las artesanas mandan, así como las artesanías que
los mandan obtenían de tribus que vivían hacia el oeste y el suroeste. De
modo que —junto con el maíz seco— cueros pintados, prendas hechas
con piel de bisonte y tocados de plumas fluían hacia el norte desde las
aldeas mandan, a lo largo de rutas comerciales bien establecidas, hasta
56 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
La tormenta continuó toda la noche, y durante parte del día siguiente. Nubes
cargadas de nieve, arrastradas por el viento, se descargaron sobre el cam¬
pamento y casi lo enterraron. No tuve más auxilio que el de mi abrigo de bi¬
sonte.
A la mañana, nos alarmó un rebaño de bisontes que se acercaba y que ha¬
bía dejado el terreno abierto para buscar abrigo en el bosque. Era tan grande
su número que temimos que con sus pisadas desbaratasen el campamento; y
eso es lo que hubiese ocurrido, de no ser por los perros, casi tan numero¬
sos como ellos, que pudieron tenerlos a raya. Los indios dieron muerte a varios
cuando se acercaron a sus tiendas; pero ni los disparos de los indios ni los la¬
dridos de los perros consiguieron apartarlos rápidamente. Fuesen cuales fue¬
ren los terrores del bosque, era lo único que se les ofrecía para escapar de los
terrores de la tempestad.
Una vez que Henry llegó a la seguridad que ofrecía la aldea de Gran
Camino, encontró un huésped generoso y hospitalario. El traficante fue
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 57
...el jefe se acercó a nuestra tienda, trayendo consigo unos veinte hombres y
otras tantas mujeres... Vinieron ahora con instrumentos musicales y, poco
después de su llegada, empezaron a tocar. Los instrumentos consistían prin¬
cipalmente en una especie de tamborcillo, y una calabaza seca llena de pie¬
dras, que varias personas acompañaron frotando juntos dos huesos y otros
con racimos de pezuñas de venado, atadas al extremo de un palo... Otro ins¬
trumento no era más que un trozo de madera, de un metro de largo, en el que
se habían tallado muescas. El ejecutante pasaba sobre las muescas, hacia
atrás y hacia adelante, un palo, con el que llevaba el tiempo. Las mujeres can¬
taron; y la dulzura de sus voces era superior a cualquiera que yo hubiese oído
antes.
Este entretenimiento duró casi una hora; y cuando terminó empezó un baile.
Los hombres formaron una hilera de un lado y las mujeres otra hilera del
otro lado; y cada una se movió de lado, primero hacia arriba y luego hacia
abajo de la habitación. El sonido de las campanillas y de otros materiales que
repicaban, pegados a los vestidos de las mujeres, les permitía llevar el tiempo.
Los cantos y los bailes prosiguieron alternadamente; hasta casi la media¬
noche, cuando se fueron nuestros visitantes.
Gran Serpiente, jefe de los indios pies negros, contando sus hazañas guerreras a
cinco jefes subordinados. Este óleo del famoso artista y explorador canadiense
Paul Kane (1810-1871) fue pintado en la década de 1850.
Danza del Sol de los indios sangres, fotografiada por R. N. Wilson. La autotortura de
muchachos de 15 y 16 años, consistente en meter cuerdas a través de sus múscu¬
los pectorales, era tan sólo una pequeña parte de la ceremonia. La Danza del Sol fue
proscrita por el gobierno federal en la década de 1890, pero se la siguió ejecutando
en secreto.
Las tribus de la costa occidental fueron los grandes traficantes del Ca¬
nadá aborigen. William Brown, de la Compañía de la Bahía de Hudson,
dijo de uno de esos grupos, el de los babinos, que eran unos “invetera¬
dos pescaderos”. El comentario de Brown refleja, a la vez, la frustración
y la admiración que sintieron muchos traficantes, actitud dual que carac¬
terizó a todo el comercio europeo con los indios de la costa occidental
hasta el siglo xx. Por una parte, sabían que los babinos, como sus vecinos,
eran traficantes duros, sutiles y muy experimentados; hasta tal punto
que, de hecho, Brown debió recurrir a veces a tácticas de fuerza. Por otra
parte, tuvo que admirar su habilidad y su comentario se parece muchí¬
simo a las observaciones de un traficante respecto de otros traficantes.
Brown entendió rápidamente la situación cuando les dijo cuál era el
precio que estaba dispuesto a pagar por sus salmones grandes. A modo
de respuesta, los babinos “nos dieron a entender que no deberíamos es¬
perar conseguir grandes, pues estaban acostumbrados, cuando la gente
se encontraba allí en derouin, a fijar sus propios precios". La gente de las
aldeas de la costa dominaba la situación. Ellos eran los que dictaban
las condiciones y, una vez que los europeos llegaron a la costa occidental,
lucharon por mantener sus redes de tráfico tradicionales, oponiendo a
un grupo de intrusos contra el otro, ya se tratase de los de la Compañía de
la Bahía de Hudson, de rusos o de estadunidenses.
En ninguna otra parte de Canadá era más diverso el paisaje o más
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 61
Observé cuatro montones de salmón, cada uno de los cuales debía tener de
tres a cuatrocientos peces. Dieciséis mujeres se dedicaban a limpiarlos y pre¬
pararlos. Primero separaban la cabeza del cuerpo y la ponían a hervir, luego
cortaban el cuerpo por el lomo a cada lado de la espina, dejándole pegada
una tercera parte de la carne, y luego sacaban las entrañas La espina se asa¬
ba para el consumo inmediato, y las demás partes se arreglaban de la misma
manera, pero con más atención, para el aprovisionamiento futuro. Mientras
estaban sobre el fuego, se colocaban debajo de ellos artesas para recibir el
aceite También conservaban con cuidado las huevas, que constituyen un ar¬
tículo favorito de su alimentación.
maderas y sus casas de planchas de cedro eran las más grandes y per¬
manentes de todas las moradas construidas por indios de todo Canadá.
Alexander Mackenzie admiró la complejidad y organización de las casas
cuando visitó la aldea de los bella-coola de Nooskulst (Gran Pueblo). Las
casas, bien construidas, eran vivienda para múltiples familias, semejan¬
tes a las casas largas de los iroqueses.
La aldea... está formada por cuatro casas elevadas y siete construidas al ras
del suelo, aparte de un número considerable de otros edificios o construccio¬
nes que se usan sólo como cocinas y lugares para curar el pescado. Los pri¬
meros de éstos se construyen fijando cierto número de postes en el suelo,
sobre algunos de los cuales se ponen, y en otros se amarran, los sostenes del
piso, a cerca de cuatro metros sobre la superficie del suelo: miden de largo
entré 30 y 40 metros y tienen de ancho un poco más de 13 metros. A lo largo del
centro se construyen tres, cuatro o cinco fogones que cumplen la doble finali¬
dad de proporcionar calor y ayudarles a secar el pescado. El edificio, en toda
su longitud, a lado y lado está dividido por planchas de cedro, en particiones
o apartamentos de dos metros cuadrados, frente a los que se ven unos tablo¬
nes, de cerca de un metro de ancho, sobre los cuales, aunque no están sujeta¬
dos firmemente, los habitantes de estos lugares caminan cuando entran a
64 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
descansar... En los palos que corren entre las vigas cuelgan pescados asados,
y todo el edificio está bien cubierto de planchas de madera y cortezas, que lle¬
gan hasta unas cuantas pulgadas de la parhilera en donde se dejan espacios
abiertos a cada lado para que entre la luz y salga el humo.
Para viajar por mar, esta gente de la costa construyó las canoas más.
grandes, mejor trabajadas y más decoradas de cualquier grupo indio.
Alexander Mackenzie describió una de las canoas que vio diciendo que
“estaba pintada de negro y decorada con figuras en blanco de diversas
clases de peces. La borda a proa y a popa llevaba embutidos dientes de
nutria marina”. Se talaban cedros inmensos (lo cual era toda una haza¬
ña, si se piensa en que no tenían herramientas metálicas) y sus troncos
se ahuecaban para formar canoas que medían de doce a 23 metros de
largo, unas esbeltas y rápidas para la guerra, otras anchas de manga
para el comercio. Repletos de provisiones y con una tripulación de has¬
ta 70 personas, estos botes eran capaces de realizar viajes junto a la costa
de varios cientos de kilómetros. Las canoas de guerra llegaban a ser tan
largas como algunos de los barcos veleros europeos que los visitaban.
Las flotillas de estas naves formidables repletas de guerreros indios cons¬
tituían un espectáculo tan impresionante que los barcos de los mer¬
caderes, por rutina, soltaban sobre sus costados redes que evitaban el
abordaje.
Alo largo de todo Canadá, los indios fueron muy aficionados a los juegos de azar.
Sin embargo, los misioneros solieron considerar estos juegos como obra del demo¬
nio y trataron de proscribirlos. Esta acuarela titulada El juego de los huesos
(186/) es de W. G. R. Hind (1833-/888). Hind, quien viajó mucho por Canadá y
realizó centenares de pinturas y dibujos, fue hermano de Henry Yoide Hind un
prolífico escritor de temas científicos.
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 67
Paul Kane realizó una expedición desde Toronto hasta el Fuerte Victoria en 1846-
1848; basó este óleo, titulado Danza de la medicina con máscaras, en esbozos rea¬
lizados en ese viaje. Kane anotó en Wanderings of an Artist que los hombres de la
tribu clallum "no visten nada durante el verano y una sola manta en el invierno,
hecha o bien de pelo de perro solamente o de una mezcla de pelo de perro y plumón
de ganso". Su danza con máscaras "se ejecutaba tanto antes como después de
cualquier acción importante de la tribu".
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 69
Cazadores árticos
Cuando el explorador
Martin Frobisher (1539-
1594) regresó a Ingla¬
terra, de su viaje de
1577 a la Tierra de Baf¬
fin, llevaba consigo a
una mujer, un hombre
y un niño innuit. John
White quizás ejecutó
estas acuarelas a bordo
del barco durante el re¬
greso a su patria.
En la parte occidental más seca del norte alrededor del delta del Mac-
kenzie, así como en la costa meridional del Labrador, la típica casa fa¬
miliar de invierno era una estructura de madera semisubterránea cubier¬
ta con tablones y tepe helado. En la región del Mackenzie, tales moradas
tenían una parte central despejada, rodeada por tres habitaciones, cada
una de ellas ocupada por una familia. Durante los meses más cálidos del
año, las bandas innuit vivían en tiendas —cónicas o abovedadas— cubier¬
tas de pieles de foca o de caribú. Además de estas moradas, algunos gru¬
pos construían también estructuras más grandes cubiertas de nieve o de
pieles llamadas kashims, para actividades deportivas y ceremoniales.
La ropa, con algunas variaciones regionales de estilo, era fundamental¬
mente la misma para todos los innuit. La ropa invernal exterior consistía
en parkas tanto para hombres como para mujeres, con pantalones para
los hombres o calzones para las mujeres, confeccionados comúnmente
con piel de caribú, y botas que les llegaban hasta las rodillas hechas con
muy diversos materiales, como las pieles de foca, de ballena beluga y
de caribú. Las ropas se adornaban con cueros de colores contrastantes, de
manera tal que indicaban el género y la edad de quien las vestía. La ropa
interior se hacía con pieles y materiales abrigadores y suaves como las
pieles de pato de flojel. Durante el invierno, esta ropa interior se vestía
con el pelo vuelto hacia dentro; la ropa de verano consistía en gran parte
de la ropa interior invernal con el lado del pelo vuelto hacia fuera.
En sus migraciones siguiendo las estaciones, los innuit usaban diversos
medios de transporte. Dos botes se utilizaban para viajar sobre el agua,
el conocido kayak y el no tan famoso umiak. La mayoría de las bandas
construían el kayak de estructura de madera y cubierto de cuero para que
cazadores solitarios persiguiesen a sus presas a lo largo de los témpanos
de hielo o para alancear caribúes mientras nadaban cruzando lagos y
ríos. Al umiak, bote de fondo plano, estructura de madera y cubierto de
cuero que podía llevar a diez personas y hasta cuatro toneladas de car¬
ga, se le utilizaba para transporte y para dar caza a grandes mamíferos
marinos. Diseñado para la caza entre los témpanos, este bote era relati¬
vamente liviano y resistente a las perforaciones gracias a su cubierta de
duro cuero de ballena beluga o de morsa, y se le podía subir rápidamen¬
te a un témpano cuando un animal herido o los desplazamientos dei
hielo lo amenazaban. También se utilizaban los umiaks para trasladar
un campamento y en el Quebec septentrional los perros a veces ayuda¬
ban a remontar estos botes contra la corriente; dos hombres se quedaban
en el umiak para dirigirlo mientras los demás conducían a las traillas de
perros junto a la ribera. En invierno se viajaba principalmente en tri¬
neo. Los patines se hacían comúnmente de madera, hueso o astas cu¬
biertas de una suave capa de lodo y hielo para facilitar su movimiento;
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 73
Casas de invierno de los esquimales; este grabado está sacado de una acuarela de
George Back. La entrada del 11 de julio de 1826 en el diario de Back nos dice que
estas chozas estaban "construidas de madera arrojada a la playa, con las raíces
hacia arriba, sin ventanas, bajas y carentes de toda comodidad... Back acompañó
a varias grandes expediciones árticas, entre otras a la que llevó a Franklin hasta el
río Coppermine; un lago y un río en los Teiritorios del Noroeste llevan su nombre.
La invasión europea
ya sea desde los barcos o bien cuando los recién llegados construyeron
poblados, la influencia europea se propagó rápidamente por el interior.
A lo largo de América del Norte, los relatos de los exploradores nos dejan
ver claramente que las nuevas de su llegada se propagaron rápidamente
a grandes distancias. Tribus todavía más distantes no tardaron en per¬
catarse de la presencia de los intrusos. Cuando los ingleses y los fran¬
ceses se establecieron por vez primera en las riberas occidentales de la
bahía de Hudson, a fines del siglo xvii, por ejemplo, los informantes in¬
dios les hablaron de los españoles, a quienes describieron diciendo que
eran hombres barbados que iban en grandes canoas y se encontraban a
varios meses de marcha en dirección oeste-suroeste, aun cuando ningu¬
no de esos indios presumiblemente había viajado hasta allí. Mediante
esta red de informaciones, los indios que vivían en el interior conocieron
rápidamente también ciertos géneros europeos exóticos, y en un tiempo
relativamente breve se establecieron rutas indígenas para el tráfico a
largas distancias. De esta manera, el comercio europeo fue llevado hacia
el interior desde la costa por los propios indios mucho antes de que lo
hicieran exploradores o traficantes.
Poco después del viaje de Juan Caboto a Terranova en 1497, los indios
de las provincias marítimas deben haber tropezado con los europeos con
bastante frecuencia. Muchos de los indios de la costa oriental deben ha¬
ber llegado a la conclusión, entre 1500 y 1550, de que los recién llegados
por mar eran transitorios y no representaban una amenaza, pero sí tenían
mucho interés en adquirir pieles que podían pagar con atractivos géne¬
ros nuevos: hachas de hierro, trastes de cobre, telas y cuentas decora¬
tivas. Hacia la década de 1550, pequeñas cantidades de artículos euro¬
peos habían penetrado en todo el sistema algonquino-iroqués del Canadá
oriental y la gente de los lagos Hurón o Michigan, que jamás había visto
a un europeo (ni siquiera conocía el mar), ya manipulaba las asombro¬
sas novedades provenientes del este. El primer interés despertado por
estos extraños géneros puede haber sido simbólico y espiritual; en cemen¬
terios del siglo xvi se enterraron frecuentemente cuentas y trastes de
cobre y de hierro.
Las sociedades indígenas, sin embargo, no tardaron en discernir el va¬
lor práctico de las hachas de hierro y de los utensilios de cobre, así co¬
mo la utilidad de las puntas metálicas de flecha y de lanzas tanto para la
caza como para la guerra entre indígenas. A mediados del siglo xvi, su
creciente interés por estos artículos permitió a los europeos meterse fir¬
memente en las redes locales de tráfico y diplomacia. Cuando Alexander
Mackenzie realizó su famosa expedición por la Columbia Británica, se
enteró por los secanis, que no habían tenido contacto directo con los in¬
trusos, de que "sus objetos de hierro [europeos] los recibían de la gente
que vivía en las riberas de ese río, y de un lago vecino, a cambio de pie¬
les de castor y de cueros curtidos de alce. Dijeron de esos hombres que
viajaban, durante todo un mes, para llegar a la región de otras tribus,
que viven en casas, con las que trafican con los mismos géneros...”
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 79
El traficante de pieles
(retrato de John Bud-
den, esq.). Cuando la
competencia era inten¬
sa, los traficantes de
pieles no esperaban a
que los indios llegaran
hasta sus puestos; an¬
tes bien, se enviaba a
“viajeros" hasta los
campamentos de caza¬
dores para ver que no
interceptasen las pieles
los competidores. Óleo
anónimo de alrededor
de 1855.
Desastrosamente para los pueblos indígenas, por esas rutas del tráfico
también llegaron enfermedades europeas, y el sarampión y la viruela
causaron grandes estragos. Jamás se sabrá con exactitud el número de
muertes causadas por estas primeras epidemias, pero pérdidas de la
mitad o más de los habitantes ocurrieron durante brotes documentados
de las enfermedades, como el que afectó a los hurones en 1639.
Siguiendo las huellas de los traficantes indígenas que llevaban sus gé¬
neros hacia grandes distancias del interior llegaron los exploradores
europeos por tierra, a veces acompañados de misioneros. Como estos pri¬
meros exploradores sólo alcanzaron a formarse imágenes limitadas del
país mientras los conducían por él sus guías nativos, gran parte del cam¬
biante mundo indígena habría de quedar fuera de la visión de los intru¬
sos durante algún tiempo todavía.
El contacto local constante entre europeos e indios comenzó con el
establecimiento de puestos comerciales. Y los puestos comerciales tra¬
jeron consigo poblados. Una vez más, se observan variaciones conside¬
rables en lo que respecta al tiempo transcurrido entre la llegada de los
primeros exploradores y el establecimiento de los primeros puestos co¬
merciales o de las misiones. Algunos exploradores levantaron puestos a
medida que avanzaban en sus viajes, pero otros no lo hicieron; en la Co-
lumbia Británica, por ejemplo, los poblamientos no se produjeron sino
más de 20 años después; en el norte de Ontario tardaron casi 80 años.
El establecimiento de puestos comerciales y de misiones en lo que hoy
es Quebec modificó la relación entre indios y europeos. Aumentó mu¬
chísimo la interacción social entre los grupos, lo cual dio como resultado
no sólo el aumento de los intercambios económicos, sino que estimuló
el rápido crecimiento de una población mestiza indoeuropea. Por mu¬
chos conceptos, los vástagos de este mestizaje se convirtieron en los nue-
80 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Bacalao y pieles
go] no nos acercamos, y en cambio remamos hacia la otra flota que se encon¬
traba sobre el agua. Y ellos [los de la playa], viendo que nos alejábamos re¬
mando, prepararon dos de sus canoas más grandes para seguirnos. A éstas se
les unieron cinco más de aquellas que venían desde el mar, y todos se lanza¬
ron tras nuestro bote largo, danzando y dando muchas señales de alegría así
como de su deseo de trabar amistad...
Tan pronto como nos vieron, comenzaron a huir, haciéndonos señales de que
habían venido para hacer trueque con nosotros; y nos enseñaban algunas pie¬
les de poco valor, con las que ellos se visten. Nosotros de igual manera les hi¬
cimos señales de que no queríamos hacerles daño, y despachamos dos hom¬
bres a la playa, para ofrecerles algunos cuchillos y otros géneros de hierro, así
como un gorro rojo para que se lo dieran a su jefe... Los salvajes mostraron
un enorme placer por la posesión y obtención de estos utensilios de hierro y
otros géneros, danzando y haciendo muchas ceremonias... Hicieron trueque
con todo lo que llevaban hasta el punto de que todos regresaron desnudos, sin
una sola prenda sobre ellos...
Les dimos cuchillos, cuentas de vidrio, peines y otras chucherías de poco va¬
lor, que recibieron con grandes signos de alegría... Bien podemos llamar sal¬
vaje a esta gente; pues componen la más triste figura que pueda haber en el
mundo, y todo el montón de ellos no tenía nada que valiese más de cinco
sous, a excepción de sus canoas y redes de pesca. Andan casi completamente
desnudos, salvo por una piel pequeña con la que tapan sus partes pudendas, y
unas cuantas pieles viejas que echan sobre sus hombros... No tienen más mo¬
rada [cuando viajan] que sus canoas, las cuales voltean para dormir bajo de
ellas en el suelo.
...Mandamos hacer una cruz de unos nueve metros de alto, que armamos en
presencia de cierto número de indios [stadaconas] en el punto [opuesto a
Sandy Beach] a la entrada de esta bahía, bajo cuyo travesaño colocamos un
escudo con tres flores de lis en relieve, y encima de él un tablero de madera
grabado en grandes caracteres góticos, donde escribimos viva el rey de Fran¬
cia. Levantamos esta cruz en aquel punto y en su presencia y ellos contem-
82 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Los salvajes dicen que es el animal del que gustan muchísimo los franceses,
ingleses y vascos, en pocas palabras, los europeos. Oí a mi anfitrión [indio]
decir cierto día, en broma, Missi picoutau amiscou, "el castor lo hace todo per¬
fectamente bien, hace ollas, hachas, espadas, cuchillos, pan; y en pocas pala¬
bras, lo hace todo”. Se estaba burlando de nosotros, los europeos, que senti¬
mos tanta afición por la piel de este animal y que peleamos para ver quién se
queda con ella; y llegan en esto hasta tales extremos que mi anfitrión me dijo
un día, mientras me enseñaba un hermoso cuchillo, “los ingleses carecen de
sesos; nos dan 20 cuchillos como éste por una piel de castor”.
Tanto los indios como los europeos lucharon por hacerse del control
económico. Esta inestabilidad fue, de hecho, una de las fuerzas impul¬
soras de la expansión de la industria. A menudo, los europeos trataron
de desplazar a los intermediarios con la esperanza de adquirir a menor
precio las pieles, pero fracasaron repetidas veces a medida que grupos
sucesivos de indios asumieron el papel de comerciantes, con lo cual saca¬
ron provecho de su ventaja estratégica temporal. Al ritmo que las rutas
del tráfico penetraron con mayor profundidad en el continente, los cos¬
tos de transporte y almacenamiento se elevaron todavía más, y aumen¬
taron la presión que se ejercía sobre los europeos para que consiguieran
grandes cantidades de pieles. Invariablemente, esto a su vez significó que
el tráfico de pieles indujo a los indios a cazar y capturar en trampas a
poblaciones animales locales con una intensidad que no podía ser man¬
tenida durante largo tiempo. El proceso circular puesto en movimiento
de esta manera alimentó la expansión transcontinental de la industria
peletera entre 1580 y 1793.
Los primeros especialistas indios en el comercio fueron los montagnais
que vivían en las cercanías del río Saguenay. El curso del bajo Saguenay
es un profundo fiordo de severa y legendaria belleza y la desemboca¬
dura del río había sido un importante sitio de balleneros desde mediados
del siglo xvi, porque las ballenas beluga procrean allí y también llegan a
la zona delfines y ballenas de aleta, jorobadas, piloto v aun las grandes
ballenas azules. Probablemente se había efectuado allí también, desde
esa época, algo de comercio en pieles, y a fines de siglo el curso del bajo
Saguenay se había convertido en un gran centro del comercio de pieles al
que llegaban regularmente barcos mercantes de diversas naciones euro¬
peas. Los montagnais reaccionaron de dos maneras: intensificaron sus
capturas y prolongaron sus conexiones comerciales hacia el norte y el
oeste, desde Lac Saint Jean hasta Lac Mistassini y el curso del alto río
Ottawa; y aprendieron a sacar provecho de un mercado competitivo
enfrentando a unos comerciantes europeos con otros. A fines del siglo,
los franceses se quejaron de que los montagnais habían transformado el
tráfico de verano en una subasta, y elevado los precios hasta el punto de
que les era difícil a los europeos obtener alguna ganancia.
Debido a esto, en parte, los franceses, dirigidos por el explorador y car¬
tógrafo Samuel de Champlain, descendieron por el suroeste hasta el
valle del río San Lorenzo y levantaron un puesto en el sitio de la actual
ciudad de Quebec en 1608. En el tiempo transcurrido entre el viaje de
Cartier, en 1535, y el de Champlain en 1608 los stadaconas y los hoche-
lagas desaparecieron. Los historiadores siguen discutiendo sobre lo que
les ocurrió. Lo que está claro es que, hacia la fecha de la llegada de Cham¬
plain, el valle del San Lorenzo se había convertido en una tierra de na¬
die que separaba a dos grupos hostiles de indios: los iraqueses de Nueva
York, al sur del lago Ontario, y los algonquinos del valle del río Ottawa y
el oriente de éste, así como sus aliados hurones del norte. Dado el ambien¬
te político local, no es sorprendente que Champlain y sus compañeros
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 87
pues por su voluntad, ellos quisieran ser los únicos intermediarios entre todos
los indios extraños y nosotros...
Una chaqueta de tela basta, roja o azul, forrada de bayeta con puños del re¬
gimiento y cuello. El chaleco y los calzones son de bayeta, el traje adornado con
encaje ancho o estrecho de diferentes colores; una camisa blanca o a cuadros,
un par de medias de hilaza atadas bajo la rodilla con jarreteras de estambre, un
par de zapatos ingleses. El sombrero está adornado con cintas y plumas de di¬
ferentes colores. Una banda de tejido anudada en torno a la coronilla, y un
extremo colgando a cada lado hasta los hombros. Un pañuelo de seda se mete
por una punta en los lazos de atrás; con estas decoraciones se le pone sobre la
cabeza del capitán y así se completa su vestido. Al lugarteniente se le rega¬
la también un traje pero de menor calidad.
Vistiendo sus nuevas ropas, los capitanes indios desfilaban fuera del
fuerte en compañía del factor principal y sus oficiales, seguidos por sir¬
vientes que llevaban regalos para los demas indios, consistentes sobre
todo en comida, tabaco y brandy. Luego de otra serie de discursos en el
campamento, estos otros regalos se le entregaban al jefe, el cual ordenaba
distribuirlos entre sus seguidores. Enseguida, los hombres de la Compa-
92 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
ñía se iban y los indios hacían una fiesta en la que consumían la mayor
parte de lo que les había sido dado. Una vez terminada la celebración, el
grupo de traficantes se reunía en torno al capitán y sus lugartenientes y
volvían al fuerte para darle un regalo, a su vez, al factor principal: una o
dos pieles, de cada indio, recogidas por el capitán comercial y obsequiadas
al factor principal en su nombre. Mientras entregaba el regalo, el capi¬
tán pronunciaba un largo discurso para reconfirmar la amistad de su pue¬
blo con la Compañía. El capitán comercial aprovechaba también esta
oportunidad para mencionar cualesquiera problemas que sus seguidores
hubiesen experimentado respecto del suministro de géneros del año pasa¬
do; describía pormenorizadamente cualesquier sufrimientos que hubie¬
sen experimentado durante el invierno; y pedía cortésmente que se diese
trato justo a su gente. Luego de una respuesta adecuada, los indios se reti¬
raban a su campamento y entonces podía comenzar el tráfico. Cuando los
grupos de traficantes eran grandes, las formalidades previas al inter¬
cambio a veces se llevaban varios días.
Ceremonias tan complejas sólo se montaban para los indígenas del in¬
terior. A las bandas locales se las trataba de manera muy distinta. Estos
indios, a los que llegó a dárseles el nombre de "milicia” a modo de reco¬
nocimiento de sus estrechos vínculos con los puestos, llegaban a ellos
frecuentemente. Además de la caza con trampas, los de la milicia se dedi¬
caban a proveer de carne a los fuertes y a trabajar como jornaleros oca¬
sionales durante el verano, en que ayudaban en la limpieza del puesto,
recogían leña y realizaban otras tareas. A pesar de que la Compañía lo
había prohibido expresamente, los empleados mantuvieron relaciones
con las indias de la milicia. En su mayoría no fueron relaciones ocasio¬
nales, sino matrimonios de acuerdo con la costumbre del país, o concu¬
binatos de acuerdo con el criterio europeo, y metieron a los indios de
la milicia en la órbita social del puesto comercial. A fines del siglo xviii, la
Compañía cedió ante lo inevitable y suprimió la prohibición, pero para
entonces existía ya una considerable población de indios-europeos a los
que se les llamaba mestizos o "ciudadanos de la bahía de Hudson”. Los ma¬
trimonios entre razas fueron comunes también en los puestos franceses
y los descendientes de matrimonios de franceses e indios que vivían en
las praderas y en los parques formaron más tarde los llamados métis del
Canadá occidental.
El tráfico mismo consistía en un trueque en el cual los valores relati¬
vos se expresaban en función del estándar de aquel tiempo, el castor. Se
decía que las pieles y los géneros valían tantos “castor hecho”. Un "cas¬
tor hecho” equivalía al valor de un abrigo de invierno de primera calidad
o una piel de castor de pergamino. Los directores de la Compañía, o sea
el gobernador y el Comité, establecían las listas de precios oficiales, o
patrones del tráfico, pero los canadienses se apartaron de estas listas de
acuerdo con la situación local. Cuando ejercían un control firme, cobra¬
ban a los indios más de lo especificado por los patrones, para entregar¬
les sus géneros. Y a la inversa, si se hallaban presentes traficantes rivales,
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 93
los factores de la Compañía a veces pagaban a los indios por sus pieles
más de lo especificado en las listas de precios oficiales.
El "pertrechar" a los indios fue otro rasgo importante del tráfico de la
Compañía en los primeros tiempos, y quizá también tomaron esta prác¬
tica de los franceses. El pertrechar suponía extender crédito a los ca¬
zadores indios en forma de géneros de consumo ordinario —la cantidad
dependía de la situación económica local—, y esto servía para la realiza¬
ción de varios fines. Les garantizaba a los cazadores indios un suminis¬
tro de géneros esenciales, inclusive cuando el fruto de sus cacerías era
pobre en el corto plazo. En años posteriores, esto se convirtió en una fun¬
ción cada vez más importante, puesto que los indios empezaron a depen¬
der de las armas, municiones, hachas, cuchillos, trampas y hasta ali¬
mentos europeos. Asi también, al invertir en ganancias futuras, los
europeos se hacían de títulos sobre esas ganancias. Y esto era muy im¬
portante cada vez que había competencia. Aunque los traficantes rivales
incitaban a los indios a no pagar las deudas contraídas con sus competi¬
dores, los indios, en su mayoría, no les hacían caso y pagaban. Dada la
magnitud que llegó a alcanzar la práctica del perti echamiento, puede
decirse que el comercio de pieles era verdaderamente un trueque a cré¬
dito. No fue sino después de la formación de la Confederación cuando la
compra de pieles al contado comenzó a propagarse por el Norte, y hasta
la primera Guerra Mundial el trueque a crédito era lo que se utilizaba
en la mayor parte del comercio con pieles de animales salvajes.
Me divierto mucho con algunos de los indios viejos cuando los convenzo de
que me cuenten historias. Creen firmemente que la reina Victoria escoge para
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 95
Estos nativos se vuelven muy rijosos cuando han tomado unas copas y he
conocido a dos hermanos que, estando borrachos, se pelearon de tal manera
que a mordidas se arrancaron la nariz, las orejas y algunos dedos, pues el
morderse es común en ellos cuando han bebido... Se muestran también muy
torvos y malhumorados, y si ocurre que uno esté resentido con otro, jamás lo
hacen ver, hasta que el licor espiritoso actúa en sus cerebros y entonces se
expresan sin recato alguno.
Más importante para los indios fue el que, mientras se libraban batallas
navales en la bahía, unos cuantos puestos comerciales pequeños france¬
ses se levantaron en la región del lago Superior, en la del lago Nipigon en
1684 y en la del lago Rainy en 1688. Fueron el preludio de una gran pe¬
netración por tierra realizada por los franceses después de 1713. Aunque
el Tratado de Utrecht le dio a la Compañía el monopolio del tráfico en la
zona aledaña a las bahías, dejó el interior franco tanto para los ingleses
como para los franceses. Cada uno de los grupos reaccionó de manera
muy diferente. En vez de hacerse cargo del aumento de los costos que su¬
ponía el desarrollo del tráfico por el interior, el gobernador v el Comité de
la Compañía decidieron dejarlo en manos de intermediarios indios. Crí¬
ticos que deseaban que la Compañía actuase agresivamente contra los
franceses calificaron sarcásticamente a esta política de un "dormir junto
al mar helado”. A diferencia de ellos, los franceses comenzaron a construir
un rosario de puestos para cercar la bahía y separar los puestos ingleses
de las tierras circundantes del interior.
La expansión francesa comenzó al mando de Zachary Robutel, Sieur
de La Noue, quien había restablecido un viejo puesto francés en el lago
Rainy, en 1717. Sin embargo, fue Pierre Gaultier de Varennes et de La
Vérendrye quien llevó adelante el comercio. En 1727 concibió un plan que
vinculaba el desarrollo del comercio por el interior, y las ganancias
que debería producir, con la búsqueda de la ruta hacia el mar occidental.
La Vérendrye confió en que esta estrategia le permitiría obtener el apoyo
de los funcionarios coloniales que, aun oponiéndose a la expansión, se¬
guían interesados en la exploración. Tuvo éxito, pero se colocó en una
posición difícil. Debería pagar los costos de la exploración con las ga¬
nancias que le produjese el tráfico de pieles; pero si se detenía a desarro¬
llar el comercio quedaba sujeto a críticas por no fomentar la explora¬
ción, mientras que si no conseguía obtener ingresos suficientes quedaba
colocado en una triste situación financiera. Así pues, la posición de La
Vérendrye no era muy diferente de la de la Compañía, y al final tuvo me¬
nos éxito al lidiar con sus críticos que el que alcanzaron los directores
de ésta al enfrentarse con los suyos. A pesar de estas dificultades, llevó la
exploración y el comercio de pieles a nuevas regiones, a partir de 1732,
cuando estableció un puesto en el lago Woods.
Como de costumbre, fueron indios los que guiaron a La Vérendrye en
sus exploraciones:
neno para los esposos indios honorables que no querían colaborar), en¬
vió a Samuel Hearne, a pie, a realizar una durísima expedición que lo
llevó hasta el río Coppermine, a unos 1 600 kilómetros hacia el noroes¬
te, sobre terreno muy escabroso.
Hearne había intentado ya realizar dos expediciones como ésta, las
cuales les enseñaron a él y a Norton dos lecciones de importancia capi¬
tal. Las expediciones estaban condenadas a fracasar si no llevaban guías
indígenas de primera; los escogidos para los dos primeros viajes no ha¬
bían servido de nada. En segundo lugar, Hearne aprendió que uno no con¬
ducía a los indios en su propia tierra; que uno los seguía y debía marchar
al paso que ellos le fijaran. Teniendo presentes estas lecciones, fue esco¬
gido Matonabbee, jefe chipevián a quien los ingleses respetaban mucho,
para que guiara a Hearne en su tercer intento de llegar al Coppermine.
Matonabbee le explicó a Hearne que había fracasado anteriormente por
una tercera razón más:
Atribuyó todas nuestras desdichas a la mala conducta de mis guías, y al plan
mismo que nos habíamos trazado, por el deseo del gobernador [Norton] de
no llevar mujeres en aquel viaje, pues esto había sido, dijo, la causa principal
que había ocasionado todas nuestras carencias: “pues”, dijo, "cuando todos los
hombres llevan una carga pesada, no pueden ni cazar ni viajar sobre una dis¬
tancia considerable, y, en el caso de que tuviesen éxito en la caza, ¿quién de¬
bería llevar el producto de sus esfuerzos? Las mujeres están hechas para tra¬
bajar; una de ellas puede llevar o arrastrar tanto como dos hombres. También
levantan nuestras tiendas, hacen y remiendan nuestra ropa, nos mantienen
calientes durante la noche; y, de hecho, no se puede viajar una distancia con¬
siderable, o durante largo tiempo... sin su auxilio”.
Dicho de otra manera, dado que los papeles económicos estaban nítida¬
mente definidos por el sexo en la sociedad india, para poder funcionar,
una partida de guías necesitaba tanto de hombres como de mujeres.
La mayor parte del territorio que Hearne recorrió con Matonabbee que¬
daba comprendida dentro de la esfera comercial de los chipevián, los
cuales habían dominado el tráfico con el noroeste de Fort Churchill des¬
de el establecimiento del puesto. Esta tierra lindaba con la de los innuit
_los innuit caribú del suroeste cerca del fuerte y los innuit cobre en el
noroeste—. Era una zona de guerra en la que se libraban luchas san¬
grientas cada vez que tropezaban chipevián con innuit. No se daba cuar¬
tel. Hearne fue testigo de un ataque contra un campamento de dormidos
innuit realizado por gente de Matonabbee en el que dieron muerte a to¬
dos los hombres, mujeres y niños. La animosidad entre estos grupos pa¬
rece hundir sus raíces en un pasado remoto y sus causas son materia de
conjetura. La Compañía de la Bahía de Hudson se esforzó por poner fin
a esta violencia, pero es probable que la sola presencia de la Compañía
haya intensificado el conflicto en ciertos sitios, puesto que tanto los in¬
dios como los innuit procuraron impedir, recíprocamente, el acceso a las
armas y los géneros.
Siete años después de que Hearne completara este viaje, Peter Pond
106 EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Luego, Mackenzie escogió la ruta hacia occidente y se alejó del río Fra-
ser, porque los indios pusieron de relieve los peligros que había en esta
última ruta y minimizaron la distancia y las dificultades de la otra. Via¬
jando en parte en canoa y en parte a pie, llegó al río Bella Coola en un
punto llamado Aldea Amistosa, el 17 de julio de 1793.
Con la guía indígena de costa a costa habían transcurrido los 200 años
de búsqueda del Pacífico que Cartier había iniciado. La mayoría de las
tribus habían acogido de buen grado a los recién Regadora sus territo¬
rios, pero de mala gana los habían dejado avanzar más allá, pues com¬
prendieron que con ellos se iba una dorada oportunidad económica.
Hacia el Pacífico
Esto constituyó un grave problema para los grupos que vivían en las
islas cercanas a la costa, que no tenían muchos otros animales de piel fi¬
na a los cuales recurrir para el intercambio. Los haidas de las islas de la
Reina Carlota enfrentaron esta dificultad creando artefactos concebidos
especialmente para los visitantes europeos. En la tierra firme, se buscaron
cada vez más las pieles de animales terrestres, especialmente de castores y
de marta de piel suave y lustrosa. Las relaciones comerciales con el inte¬
rior a lo largo de los ríos principales cobraron entonces un carácter esen¬
cial y determinaron el aumento de los conflictos entre aldeas.
que los innuit caribú visitasen sin temor Fort Churchill, y a consecuencia
de esto ya no fue necesario despachar balandros. Algunos traficantes de
los innuit caribú encontraron empleo en Fort Churchill, dedicados a la
caza de focas y ballenas para extraer su aceite, hasta que la industria
ballenera se vino abajo en 1813. Este contacto fue muy importante: las
armas, los anzuelos y las redes proporcionados por la Compañía a los in¬
nuit les permitieron ocupar la tundra interior en cualquier época del ano.
Después de 1820, se extendieron hacia el sur, desplazaron a los chipe-
vián y en 1860 los innuit caribú se habían convertido en la población
dominante en las llamadas Tierras Estériles del sur.
En el lado oriental de la bahía de Hudson, el contacto de los innuit con
la Compañía fue más tenue. Apenas en 1750 construyó ésta un pequeño
puesto —Fort Richmond— en el borde meridional del territorio de los
innuit. Debía servir de base para la exploración minera y el desarrollo de
un tráfico de pieles, pero fue un fracaso comercial y lo cerraron en 1756.
Las operaciones se trasladaron al río Little Whale, donde la Compañía
había llevado a cabo por algún tiempo la caza de ballenas beluga duran¬
te el verano en pequeña escala. Sin embargo, no tardó en verse que la po¬
blación innuit local no era suficientemente numerosa para sustentar ac¬
tividades lucrativas aquí, y el nuevo puesto fue cerrado también al cabo
de tres años. Esta vez, la Compañía se trasladó al río Great Whale, en el
que un puesto comercial se mantuvo en activo intermitentemente hasta
1855, fecha en que sus actividades se hicieron permanentes pero, por to¬
das partes, los balleneros y pescadores trajeron consigo el alcohol y las
enfermedades que aniquilaron a los innuit. Mirando hacia atrás, se ve con
claridad que los pueblos aborígenes de Canadá compartieron numerosas
experiencias en común en sus primeros encuentros con los europeos y
sus descendientes. En los primeros años, los pueblos nativos usualmen¬
te tuvieron la sartén por el mango. Eran mucho más numerosos que los
intrusos; contaban con la fuerza laboral y las destrezas necesarias para
producir los materiales buscados por los europeos y a menor costo; y
eran tecnológicamente autosuficientes en el difícil ambiente boreal.
Desgraciadamente para los indígenas, su posición de superioridad se
perdió rápidamente. Sus poblaciones se vieron diezmadas por enferme¬
dades importadas, mientras el número de los intrusos aumentó cons¬
tantemente por la inmigración y su crecimiento natural. Y cuando los
indígenas participaron en el comercio de pieles, su modo de vida econó¬
mico ya no giró en torno a las necesidades locales. Por el contrario, se vie¬
ron atraídos hacia los sistemas internacionales de comercio de mercan¬
cías, sistemas que hicieron sobre los recursos locales demandas mucho
más grandes de las que sus ecosistemas podían soportar. El agotamien¬
to fue el resultado más común. Además, las nuevas tecnologías mejora¬
ron a menudo la eficiencia del cazador y del pescador, con lo cual se agra¬
vó la carga sobre los animales y los peces locales.
Y para empeorar la situación de los pueblos nativos, su poder político
comenzó a menguar también. Hasta el final de la Guerra de 1812, ha-
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS 113
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II. COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; LA NUEVA
FRANCIA Y SUS RIVALES. 1600-1760
Christopher Moore
La colonia de Champlain
115
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
Publicado en 1632, tres años antes de la muerte del explorador, este mapa de Sa¬
muel de Champlain es sorprendentemente preciso. En apenas 30 años, la geografía
esencial de Canadá desde Terranova hasta los Grandes Lagos había quedado
establecida, en su mayor parte gracias al propio Champlain. También están indi¬
cadas las zonas en las que vivían varias tribus indias del periodo. Mapa impreso
de un grabado en cobre, en Samuel de Champlain, Les Voyages de la Nouvelle
France occidentale, dicte Cañada... (Parts, C. Collet, 1632).
flota al mando de David Kirke bloqueó ese verano el San Lorenzo y obli¬
gó a volver a Francia a los Cent-Associés. En 1629, Kirke y sus herma¬
nos regresaron para capturar la hambrienta Habitation en Quebec y ex¬
pulsar de ella a Champlain y a la mayoría de sus colonizadores.
La guerra anglo-francesa había terminado realmente antes de que los
Kirke capturaran Quebec y, durante su ocupación, a los ingleses al pa¬
recer les costó trabajo conservar las complejas alianzas necesarias para
mantener vivo el comercio de pieles. Cuando Francia recuperó final¬
mente la Nueva Francia mediante negociaciones diplomáticas, en 1632,
la colonia tuvo que empezar casi desde cero V, al cabo de varios años de
grandes pérdidas y ninguna ganancia del comercio de pieles, hasta la
Compañía de los Cent-Associés, bien financiada, cayó casi en bancarrota.
A pesar de estos obstáculos, la afluencia de colonizadores fue constante
y la colonia creció más rápidamente en la década de 1630 que antes. Un
nuevo puesto comercial cobró forma, río arriba, en Trois-Riviéres, mien¬
tras que en Quebec se desmontaron nuevas tierras para la agricultura,
se trazaron las primeras calles de una ciudad y la iglesia tuvo que agran¬
darse. Según el jesuíta Paul Le Jeune, para quien había conocido el lugar
en la década de 1620, el Quebec de 1636 tenía que parecerle “un país
diferente. Ha dejado de ser ese rinconcito perdido en el fin del mundo '.
Cuando escribió esto, la población de toda la Nueva Francia apenas lle¬
gaba a las 400 personas y hacía un año que había muerto Champlain.
La calidad de Samuel de Champlain como arquitecto de un pobla-
miento europeo perdurable en Canadá se ha inflado repetidamente para
convertirlo en el padre y el profeta de todos y cada uno de los aspectos
de la civilización francesa en América del Norte. No puede decirse que
estuviese solo en sus trabajos, ya que llegó apoyado por compañías mer¬
cantiles y se quedó como agente de la política real. Cuando arribó a Que¬
bec, los traficantes habían forjado ya la alianza de franceses con indíge¬
nas que siguió siendo fundamental para la Nueva Francia hasta mucho
después de su muerte. Además, la decisión de Champlain de reclamar
para la Corona, poblar y evangelizar Canadá iba directamente en contra
de los intereses de sus aliados indígenas, los cuales se convencieron de
que debían tolerar su puesto de avanzada en Quebec tan sólo a causa de la
protección que proporcionaba al comercio de pieles.
Pero la finalidad de Champlain no era crear un puesto comercial, sino
una colonia. Para él, el complacer a los traficantes y a los nativos fue una
táctica, no un objetivo. Como no era ni mercader ni aristocrático confi¬
dente real, Champlain adoptó la colonia de Canadá como su propio pro¬
yecto y durante 27 años la fomentó con tal intensidad que probablemen¬
te fue decisiva para asegurarse su supervivencia. Sin una colonia de
amplia base que creciera alrededor de él, un puesto de avanzada para el
comercio de pieles en Quebec habría estado siempre sujeto a las fluc¬
tuaciones comerciales y a los ataques militares, lo mismo de potencias
indígenas que de los invasores llegados por mar, como los Kirke. Durante
más de un cuarto de siglo, el firme propósito de Champlain de crear una
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 125
cargar la culpa del lento desarrollo de la Nueva Francia, pero mal puede
achacársele a la Compañía la responsabilidad de las condiciones que
impedían la llegada de gran número de pobladores. A pesar de los desas¬
tres que sufrió la Compañía en sus primeros años y de los incesantes pro¬
blemas que le presentó su comercio de pieles, los Cent-Associés realmente
cumplieron sus compromisos de colonización, y dieron su apoyo a una
corriente constante, aunque pequeña, de inmigrantes. En cada uno de
los años de su gestión, unas cuantas familias más adquirieron tierras y
fijaron residencia permanente, y se estableció un número mayor de las
instituciones de una sociedad. No obstante, la colonia siguió siendo pre¬
dominantemente masculina, estuvo dominada por el comercio y arrai¬
gada en la alianza comercial con los hurones y otros pueblos indígenas.
Sin embargo, fue cobrando fuerza un motivo aparte del comercio. Los
protestantes habían figurado, en un número no menor que el de católi¬
cos, entre los primeros que se propusieron residir en Quebec, y la colonia
se las arregló sin sacerdotes durante sus primeros siete años. Pero, en
Francia, fue creciendo el entusiasmo de los católicos por la nueva co¬
lonia, a medida que la población perduró, y el movimiento en pro de
llevar el mensaje católico al mundo recién descubierto llegó hasta Cana¬
dá. Los establecimientos religiosos, que no tardaron en proliferar en la
Nueva Francia, sólo secundariamente tenían como propósito prestar
sus servicios a los escasos traficantes y agricultores de la minúscula co¬
lonia. Lo que los había atraído era la oportunidad de convertir a su reli¬
gión a los pueblos indígenas de América del Norte. Los recoletos, los pri¬
meros sacerdotes que llegaron a la colonia, trajeron consigo esta ambición
en 1615, y casi inmediatamente se lanzaron al grand voyage en canoa a
lo largo de la ruta del río Ottawa hasta el país de los hurones. El mismo
propósito inspiró a los jesuítas, quienes llegaron en 1625 y cuyas Jesuit
Relations, el informe anual publicado de sus actividades misioneras, no
tardó en convertirse en un instrumento importante para promover a la co¬
lonia entre la gente acomodada y culta de Francia.
Fue el impulso religioso, más que la acción de los Cent-Associés, el
tráfico de pieles o los colonos de Quebec, lo que condujo a la creación de
Montreal, en 1642. Sus fundadores, un grupo de religiosos místicos fran¬
ceses a quienes impulsaban visiones de construcción de una ciudad mi¬
sionera en las tierras salvajes, estaban dirigidos por un devoto soldado, Paul
de Chomedey de Maisonneuve, y recibían su inspiración de una dinámica
y devota lega, Jeanne Manee. Se proponían convertir a los nativos con¬
venciéndolos de que se fueran a vivir con los franceses y se convirtiesen,
de hecho, en franceses por su manera de vestir, de trabajar y de pensar.
Los indígenas, sin embargo, se mostraron grandemente indiferentes, y a
pesar del idealismo y del valor de muchos de los fundadores de Montreal,
la sociedad misionera se vino abajo, llena de deudas y decepciones, en la
década de 1650, fecha en que la colonización y el comercio se estaban
convirtiendo en la razón de ser de Montreal.
Los jesuítas escogieron una diferente estrategia misionera y prefirie-
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 127
ron vivir entre los indígenas, aprender sus lenguas y estudiar su sociedad
para convertirlos más eficazmente. Los jesuítas se acercaron a todos los
aliados nativos, pero concentraron su atención en los hurones por ser
el grupo más grande, más sedentario e influyente de los que formaban
la alianza francesa. En 1634, el padre Jean de Brébeuf encabezó a un gru¬
po de tres misioneros que llegaron al país de los hurones, y en el espacio
de unos cuantos años en la comunidad jesuíta de allí había misioneros,
hermanos legos, sirvientes y soldados que por todos sumaban más de 50
franceses. En 1639, el padre Jéróme Lalemant inició la construcción de
Ste-Marie, misión fortificada en la ribera de un río, vecina a las playas
de la bahía Georgian. La misión de Ste-Marie, que constaba de una ca¬
pilla, un hospital, establos para animales y residencias para los france¬
ses y los hurones conversos, ofrecía a los jesuítas y sus ayudantes un rin¬
cón de Europa en medio del país nativo.
Los jesuítas de la Nueva Francia se habían echado encima una gigan-
Las guerrasiroquesas
Desde 1663 hasta 1763, el rey de Francia gobernó la Nueva Francia. Tan¬
to Luis XIV como el nieto que lo sucedió, Luis XV, participaron activa¬
mente en la política colonial y sus ministros de Marina, que tenían a su
cargo tanto la armada como las colonias, se mostraron notablemente
constantes en la estrecha atención que pusieron en los asuntos colonia¬
les. Ministros acertados se mantuvieron en sus cargos durante décadas
y dejaron los márgenes de miles de páginas de informes, proposiciones y
peticiones marcados con sus veredictos manuscritos: “Bon”, “Non”,
“Non absolument", y con sucintas instrucciones de política que sus su¬
bordinados convertían en órdenes pormenorizadas más amplias. El gran
palacio de Versalles, que acababa de empezar a construirse cuando co¬
menzó el gobierno real en la Nueva Francia, fue el centro real del gobier¬
no colonial. En la colonia la autoridad del rey se transmitió a través de
dos funcionarios. El gobernador general, por lo común un militar aris¬
tócrata, representaba al poder real tanto simbólica como directamente.
Estaba al mando de las fiierzas armadas, dirigía las "relaciones exterio¬
res" con las colonias británicas y los pueblos indios y presidía, en calidad
de representante virreinal, todos los actos de Estado y las ceremonias
públicas. Algunos gobernadores se quedaron unos cuantos años tan sólo
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 133
miento de Carignan, que tenía más de mil hombres, y que llegó a Quebec
en 1665 con órdenes de invadir el país de los iroqueses. Aunque las tro¬
pas no causaron grandes daños a éstos, su intervención fue decisiva. Ago¬
biados ya por las terribles pérdidas de vidas humanas causadas por las
guerras y las epidemias, los iroqueses hicieron las paces con la Nueva
Francia y sus aliados nativos. En 1667, un amplio tratado dio comienzo a
un periodo de 20 años de paz, durante el cual la colonia real pudo dedi¬
car todos sus esfuerzos al desarrollo.
Hacia la década de 1660, a medida que fue creciendo la colonia fran¬
cesa en el valle del San Lorenzo, comenzaron a cobrar forma pequeños
poblados europeos en otras partes de lo que hoy es Canadá. En 1608,
Champlain había rechazado a Port Royal como sitio para la coloniza¬
ción, a causa de lo difícil que sería ejercer el control sobre la larga y que¬
brada costa de Acadia. (El nombre aparentemente provino de una raíz
algonquina, aunque el término de "Arcadia”, con su referencia a la ima¬
gen clásica de felicidad rural, que el explorador Verrazano había puesto
a esa parte de la costa americana, también influyó en su adopción.) Los
acontecimientos de medio siglo confirmaron el tino de Champlain. Mi¬
sioneros y traficantes de pieles franceses no tardaron en reocupar la
abandonada colonia de Port Royal, pero los esfuerzos colonizadores ri¬
vales de Jean de Biencourt de Poutrincourt, Nicolás Denys, Charles de
St-Etienne de La Tour y Charles de Menou d’Aulnay generaron sobre todo
infructuosas escaramuzas. Una empresa británica tuvo una vida por de¬
más corta. En la década de 1620, Sir William Alexander, poeta escocés y
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 135
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El pintor holandés
Gerard van Edema
(1652-1700) viajó, a las
colonias americanas
auspiciado por los in¬
gleses alrededor de 1690,
pero si el título de este
óleo es correcto al situar
la escena en la bahía
Place ntia, el cuadro tie¬
ne que representar a
uno de los pueblos pes¬
queros de la colonia
francesa establecida en
la costa sur de Terra-
nova desde la década
de 1660 hasta 1713.
glo XVI, era ya la más grande de las poblaciones, pero la gente se hallaba
desperdigada entre un montón de aldeas pesqueras, dondequiera que ha¬
bía una pequeña bahía y una abundancia de peces. Pescadores france¬
ses, que iban y venían desde puertos vascos, bretones y normandos, mo¬
nopolizaron la costa septentrional de Terranova para sus actividades, y
hacia 1660 se formó en la costa sur de la isla una pequeña colonia de
pescadores franceses llamada Plaisance, con todo y su gobernador, una
guarnición, fortificaciones y unos cuantos centenares de personas.
El primer convento de
ursulinas de Quebec
fue construido en 1642,
cuando la ciudad tenía
sólo unos cuantos cente¬
nares de habitantes; se
quemó en 1650. Esta
vista reminiscente, fe¬
chada en 1850, obra del
pintor y patrióte Joseph
Legaré (1795-1855),
captura los agrestes al¬
rededores de lo que es
ahora la vieille ville de
Quebec; obsérvense los
wigwams indios en la
parte inferior derecha
del primer plano.
140 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
du roi porque algún accidente las había dejado huérfanas o sin medios
de subsistencia. En una sociedad que fijaba reglas estrictas a la conducta
femenina, las mujeres jóvenes, sin protección, eran muy vulnerables, y
esa peligrosa situación quizás alentó a muchas filies du roi a aprovechar
la oportunidad de un matrimonio arreglado por el Estado. Durante una
década, hasta 130 mujeres abandonaron anualmente los azares de la vi¬
da en Francia por el matrimonio y la Nueva Francia.
Las filies du roi se convirtieron en el futuro de la Nueva Francia, ya
que, a mediados de la década de 1670, la población femenina casi se ha¬
bía duplicado y la ola de inmigración subsidiada, lo mismo masculina que
femenina, estaba llegando a su fin. Hacia 1681, cuando la población co¬
lonial era de casi 10 000 personas, la inmigración en gran escala había
cesado. Unos cuantos soldados todavía se quedaban en la colonia, se logra¬
ba reclutar a algunos engagés y se enviaba a Canadá a algunos convictos,
pero la mayor parte del crecimiento de la colonia se haría por aumento
natural.
Esos 10 000 pobladores de 1681 habrían de producir la mayor parte
de la población francófona de Canadá. La mayoría de los inmigrantes
civiles provinieron del occidente francés. Al principio, Normandía pro¬
porcionó muchos de los colonos y la pequeña región adyacente de Per¬
che fue una gran fuente debido simplemente a los esfuerzos de uno o dos
reclutadores enérgicos de allí. En 1663, normandos y percherones cons¬
tituían más de un tercio del total de habitantes. Pero cuando La Roche-
lle sustituyó a Ruán en Normandía como puerto principal de salida, el
número de inmigrantes procedentes del sur aumentó y más de la mitad
de emigrantes del siglo xvii salieron del sur del río Loira, límite tradicio¬
nal que separa el norte del sur de Francia. Tanto los norteños como los
sureños solían provenir de provincias cercanas al Atlántico, siendo la
excepción el que muchos, entre las fdles du roi y los soldados, provinie¬
ron de París. Al final, la mitad de la población inmigrada procedía de
medios urbanos. Las ciudades eran centros de artesanías e industrias
y por eso —aunque la gran mayoría del pueblo francés estaba constitui¬
da por campesinos— la mitad de los inmigrantes masculinos de la Nueva
Francia decían poseer un oficio. Más de un tercio de ellos quizá sabían
leer y escribir, probablemente porque lo habían aprendido “en el traba¬
jo” de un oficio calificado.
Considerados como grupo, los inmigrantes fueron pobres (como la ma¬
yor parte de la gente de su tiempo) pero probablemente no procedían de
la clase más desposeída de la sociedad francesa. Eran más diestros, me¬
jor instruidos y más urbanos que la mayoría de sus contemporáneos y
por lo general procedían de las provincias o ciudades costeras. En la
Nueva Francia, sus calificaciones para el trabajo y su instrucción no tar¬
daron en deteriorarse en una colonia que rápidamente se estaba vol¬
viendo rural y agrícola. Nuevos acentos y estructuras sintácticas fueron
apareciendo en virtud de la mezcla de dialectos regionales; de una he¬
rencia variada habrían de surgir nuevas costumbres y tradiciones.
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 141
Los engagés y sus esposas, que en las décadas de 1660 y 1670 se lanzaron
a desmontar tierras para granjas en los bosques de las riberas del río, lo
hicieron dentro de un sistema de propiedad de la tierra que se conoce
con el nombre de régimen señorial, sistema que dio forma a la Nueva
Francia y sigue dando forma a su imagen histórica. En Francia, la tradi¬
ción de la nulle terre sans seigneur (ninguna tierra sin señor) se remontaba
a la época medieval, cuando un señor con su castillo y vasallos controla¬
ba y protegía un territorio, mientras que la gente lo sustentaba con su
trabajo. Inclusive cuando los aspectos políticos y militares del feudalis¬
mo fueron perdiendo fuerza, una sociedad de terratenientes y arrenda¬
tarios siguió siendo lo común en Francia y en la mayor parte de Europa,
y su traslado desde Francia hasta la Nueva Francia se ejecutó casi sin
discusión. Francia simplemente dio por establecido que la tierra de la co¬
lonia le pertenecía al rey (y, en todo caso, las guerras libradas en el valle
del San Lorenzo no habían dejado sino una pequeña población nativa
allí), y las seigneuries eran la manera natural de que el rey concediese tie¬
rras, a través de sus representantes, a sus súbditos.
El régimen señorial otorgaba tierras esencialmente de dos clases: seig¬
neuries y rotures. Independientemente de que la tierra fuese concedida
directamente por el rey o por otro seigneur, quienes tenían seigneuries de¬
bían fidelidad a su señor, pero no pagaban renta. Quienes tenían rotures,
por su parte, eran arrendatarios. Por la tierra que les había concedido un
seigneur tenían que pagar una renta perpetua. La calidad de arrendata¬
rio imponía también toda una gama de deberes, sobre todo el de utilizar
el molino del seigneur y el de pagar una contribución sobre la venta de
los arriendos de tierras. Una seigneurie normalmente era lo suficiente¬
mente grande para incluir decenas de rotures, pero una roture rara vez
era más grande que una sola granja familiar.
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 145
El conocido paisaje señorial, de granjas estrechas que empiezan en la ribera del río,
cobró forma en la época de los primeros poblamientos rurales en el valle del
río San Lorenzo. El mapa de 1709, que dibujaron Gédéon de Catalogue y Jean-
Baptiste de Couagne, de la región de la ciudad de Quebec, densamente poblada,
pinta el más antiguo desarrollo del sistema.
Labours d’automne á
Saint-Hilaire, de Ozias
Leduc (1864-1955); pin¬
tada en 1901, esta tela
evoca la duración in¬
mutable del patrón
de cultivo en franjas de
tres siglos de antigüe¬
dad. En el entretanto,
sin embargo, los labra¬
dores habían cambiado
sus bueyes por caballos
de tiro, de preferencia,
percherones.
Cada tregua en las guerras iroquesas del siglo xvu permitió la realización de nuevos
viajes de comercio y exploración. Las canoas siguieron siendo el medio esencial de
transporte, pero los franceses no tardaron en construir también barcos de vela en
los Grandes Lagos. En 1679, René-Robert Cavelier de La Salle (1643-1687) cons¬
truyó el barco Griffon para inaugurar la navegación en los lagos Eñe, Hurón y
Michigan, pero el barco se perdió con todos sus tripulantes en la primera tempora¬
da. El fantástico paisaje y los árboles tropicales que se ven en esta ilustración de la
Nouvelle découverte d’un trés grand pays situé dans l’Amérique (Utrecht, 1697),
de Louis Hennepin, pueden atribuirse a la imaginación del grabador, aunque no
menos fantásticos fueron algunos de los relatos que de sus viajes nos dejó el mismo
Hennepin.
La reanudación de la guerra
Hacia la década de 1680, mientras los franceses, los ingleses y una cre¬
ciente red de traficantes indígenas empujaban el comercio en pieles ha¬
cia el oeste del continente, la Confederación iroquesa sintió que la paz
la perjudicaba, a pesar de las victorias alcanzadas en la guerra. Lejos de
desanimarse, los franceses habían forjado un nuevo sistema de alianzas
comerciales que dejaban a un lado a los iroqueses. En la década de 1680,
el pueblo iroqués reanudó la guerra. Al principio, sus blancos fueron los
aliados nativos de los franceses de la región de los Grandes Lagos, pero
los ataques iroqueses no lograron cerrar la ruta comercial hacia Mon-
treal. Antes bien, a fines del siglo xvii se produjo al parecer un gran re¬
vés para los Cinco Pueblos, pues hacia estas fechas perdieron el control
de los territorios del Ontario meridional que habían arrebatado a los
hurones y a los demás pueblos destruidos. La guerra que había efectua¬
do este cambio se había librado totalmente entre ejércitos nativos y en
gran medida los europeos ni se percataron ni hablaron de ella, pero las
tradiciones indias nos cuentan de muchas batallas, desde emboscadas en
los lugares de paso y en los campamentos hasta asaltos contra pueblos
rodeados de empalizadas. Los iroqueses y sus rivales septentrionales po¬
dían juntar, cada uno, hasta mil guerreros o más, y ambos bandos utili¬
zaban ahora mosquetes europeos junto con sus arcos y hachas. La gue¬
rra se libró junto a los ríos y los lagos, desde el sur de Sault Ste. Marie
hasta el lago Erie, y su resultado fue claro: los iroqueses tuvieron que
retirarse a su territorio original situado al lado sur del lago Ontario. Ha¬
cia 1700, la tribu de los mississaugas se había desplazado desde la ribera
norte del lago Hurón hasta el Ontario meridional. Los mississaugas ja¬
más fueron tan numerosos como los pueblos iroqueses que habitaban el
Ontario meridional a principios del siglo xvii, pero a comienzos del siglo
xviii nadie discutía sus derechos sobre él.
En 1689 comenzó una nueva fase de la lucha, cuando Guillermo III de
Inglaterra y Luis XIV de Francia se declararon la guerra. Los iroqueses,
valiéndose de un fuerte respaldo proporcionado por la colonia inglesa
de Nueva York, lanzaron una ofensiva contra el corazón poblado de la
Nueva Francia. La colonia francesa se enteró de la manera en que se libra-
ría esta campaña el 5 de agosto de 1689, en Lachine, el punto de partida
de los voyageurs situado al este de Montreal, cuando 500 guerreros iro-
• Jai Lonis de Buade de
m¡m wmh¡jCy
wf «
i 8Tr.4fe¡L Frontenac (1622-1698),
JHBW’ M Jtyrn / ! Í1LLLLllUilRTThdr^ ,íl' gobernador general de
la Nueva Francia desde
1672 hasta 1682 y ¿/es-
¿fe 1689 hasta 1698, te¬
nía 74 años de edad
cuando dirigió la últi¬
ma invasión francesa
de los territorios iroque-
ses en 1695, de modo
que no fue vergonzo¬
so que lo transportaran
parte del camino; sin
embargo, la imagen del
l*fry ¿xpeailtou ccruíre les iioqitcna iftfKxiính aon con u*a i»** 11 wraw poder francés llevado a
Jr en /$?;?. * . P¡f'
AfctiúrnjU &
en
¿4't>fi*-r*i«érr •& <á hombros de los nativos
k C&J.’M'Vmtfftot t\n*wpvmnrr'Je ir nemvr
¿vy%'érr- ¡cS.il >
1WitmteáitM* A«s f/vy usura /p.wi
nvtrf.fntradiMS /.Wü^4i\v une armé* Je ‘nenie.t .tlo.r j ^vjx&w/. «Ai? /n ,»/ aliados se presta a iro¬
¿vn, ísíw Axwr'i-té* Je ¿Mu* - A»? »»/*'",v <w.W
«tv &.*>*, ¿o*r,ffcsXunx
&t vr&fUenssjru. aftHm árftiert£#m} ¡ y 1/'W.v/»u,í/<4.v?¿4r i’'<
nías que el artista jamás
ttAvPa*y*<£re$wséa&niénen*¿tto•/ffXy,¿ ,V- ¡ «j»t iípí-’J ¿VMaíj tv/’ /,*/ tn*th\f. <Iv
se propuso, sin duda.
• secifaegM>¡Ji*r' ’redmhm smJrr refteeav • /wctn'tss .i%r . jf'.tnje 't.ítyti
mAé-’ieé/^w *keí * ilsAvU.r sdetrum.hr'«»Htú\*m /«/ 4m.í''ív w < a//rxnv • «~l /w ■tensL- Grabado a línea, c. 7 7/0.
letiT- fu(■ uw'rdrv ¿brmetsKromtrptmjf»a/farvsr t~i{/u~r\s 4/*»/v*r . v» i
,- ' . ..-.i~— .**» / . . _fcr
TOBmÍ^A\
En 1697, durante la
batalla de la bahía de
Hudson, Pierre Le Moy-
ne, Sieur d'Iberville
(1661-1706), hundió
dos barcos de guerra
ingleses y puso en fuga
a otro, después de lo
cual tuvo que aban¬
donar su propio barco
dañado en la desembo¬
cadura del río Nelson.
Luego de desembarcar,
d’Iberville y su tripu¬
lación sitiaron y cap¬
turaron la Factoría de
York, que era el puesto
del tráfico de pieles
más valioso que tenía
la Compañía de la Ba¬
hía de Hudson. Graba¬
do que aparece en C. C.
LeRoy Bacqueville de
la Potherie, Histoire de
l'Amérique Septen-
trionale... (París, J.-L.
Nion y F. Didot, 1722).
158 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
con el final de una era. Aun en medio de esta guerra fue cobrando fuerza
un siglo xviii más pacífico.
como en las granjas cada día más numerosas que ahora formaban una
franja casi ininterrumpida de poblamientos entre ellas. Los traficantes y
exploradores franceses, siguiendo las rutas de canoas de los indígenas,
habían llegado casi hasta las Grandes Llanuras, pero más allá del estre¬
cho valle del San Lorenzo la vasta mitad septentrional del continente
seguía careciendo casi de poblamiento europeo. Poco después, la región
del San Lorenzo en la Nueva Francia, la parte a la que en el siglo xix se
la nombraba específicamente como “Canadá", quedó reforzada por otras
comunidades francesas de diferentes partes del continente. Los títulos
territoriales franceses en América del Norte aumentarían rápidamente y
tropezarían con una presencia británica cada vez más grande, a medida
que la Nueva Inglaterra, Nueva York, Virginia y las demás colonias iban
avanzando hacia el interior desde la costa atlántica. Al ritmo que las po¬
blaciones coloniales y las apropiaciones territoriales fueron creciendo, las
relaciones con las demás colonias norteamericanas comenzaron a co¬
brar para la Nueva Francia una importancia tan grande como la de sus
relaciones con los pueblos indígenas.
Después de 1713, la paz dio una nueva seguridad a los puertos de Terra-
nova y comenzaron a crecer allí los poblamientos británicos. Durante la
guerra, tanto los puertos como sus conexiones marítimas vitales con
Europa habían estado bajo amenaza constante de ataque naval. La desa¬
parición de esta amenaza convenció a un número mayor de pescadores
para que se quedasen en el país el año entero, y a mediados del siglo xvm
Terranova pudo contar con 7 500 colonos, que en cantidad creciente eran
mujeres y niños. Todavía era mayor el número de pescadores tempora¬
les que llegaban cada verano desde Europa, pero los colonos se estaban
convirtiendo en una comunidad permanente y vigorosa. En su mayoría,
los habitantes de Terranova poblaban los puertos y habían construido
sus hogares en tomo de multitud de pequeñas y rocosas bahías de la cos¬
ta oriental. El clima y el paisaje hacían que fuese casi imposible la agri¬
cultura y hasta los bosques crecían tan lentamente que las talas practi¬
cadas por los colonos no tardaron en convertir la península de Avalon y
la costa septentrional en un territorio estéril, totalmente despojado de
árboles. De modo que los colonos tuvieron que comprar la mayor parte
de sus alimentos y suministros, y a mediados del siglo xvm les empeza¬
ron a llegar más desde la Nueva Inglaterra que desde Europa. Capturaban
salmones y focas y, sobre todo, pescaban bacalao, que enviaban primor¬
dialmente a Europa meridional y al Caribe, más que a la Gran Bretaña.
Aunque Terranova carecía todavía de instituciones coloniales oficiales,
San Juan comenzó a desarrollarse como puerto comercial y hogar de
cierto número de comerciantes. Hasta 1750, los habitantes de Terrano¬
va fueron en su mayoría originarios del oeste de Inglaterra, pero la
corriente de colonos irlandeses católicos que habrían de dar origen a las
tradiciones irlandesas de la isla había comenzado ya.
Obligada por el Tratado de Utrecht a evacuar su minúscula colonia de
Plaisance en la costa sur de Terranova, Francia se volvió hacia la isla
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 163
de Cabo Bretón, a la que rebautizó con el nombre de lie Royale. Para con¬
vertirla en centro de poder en la costa, Francia instaló allí un gobierno
colonial completo y una guarnición de soldados. Louisbourg, fundada en
la costa oriental de la isla en 1713, pasó a ser la capital de lie Royale, y
25 años de trabajos proporcionaron a la ciudad las mejores fortificacio¬
nes de la Nueva Francia. Hacia la década de 1740, Louisbourg era una
de las ciudades principales de la Nueva Francia. Dos mil personas de los
5 000 habitantes de lie Royale vivían dentro del círculo de fortificacio¬
nes de piedra y argamasa de la ciudad.
lie Royale había desarrollado rápidamente una industria pesquera
semejante a la que estaban creando los colonos británicos en Terranova.
Sus pescadores residentes y los de las flotas que llegaban anualmente
desde Francia para sumárseles quizá produjeron hasta un tercio de la
captura francesa en el Nuevo Mundo, y esto dio origen a una atareada ac¬
tividad naviera en Louisbourg. En apenas una década, la ciudad comen¬
zó a rivalizar con Quebec como puerto. Aunque era parte de la Nueva
Francia, lie Royale quedaba a varios días de navegación a vela de la más
vieja comunidad, a la que entonces ya se le llamaba Canadá, y se convir¬
tió en una sociedad diferente y fuertemente comercial. Los comerciantes
de Louisbourg enviaban bacalao a Europa y a las islas francesas del Ca-
164 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
En las fronteras occidentales del siglo xvn, los conreurs de bois y los vo-
yageurs habían sido los realizadores de la marcha hacia el Oeste, en tan¬
to que los gobernadores bregaban para seguirles los pasos. En el siglo
xvm, la política imperial oficial guió cada vez más la propagación de
puestos franceses por la América del Norte central. En 1701, en medio
de la superabundancia de pieles, Versalles había lanzado un claro reto a
los intereses ingleses en América del Norte al autorizar la fundación del
poblamiento de Detroit (‘‘el estrecho”, en francés) sobre los Grandes La¬
gos, así como de la colonia de Luisiana en la desembocadura del Misi-
sipí. La Nueva Francia ya no quedaría restringida a una pequeña comuni¬
dad en el San Lorenzo, con algunos intereses comerciales en el Oeste. Por
el contrario, convino a la política francesa que la Nueva Francia y sus
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 165
británica, sin embargo, probablemente recibía todas las pieles que nece¬
sitaba y quizá no se sintió amenazada por el avance de los franceses.
A medida que fueron proliferando los puestos en el Oeste, cambió la
índole del comercio de pieles. Para sufragar algunos de los costos de la ex¬
pansión, la Corona francesa cedió cada vez más el control del comercio
de pieles a los comandantes militares que tenía en el Oeste. Un mando en
el Oeste se convirtió en una gran oportunidad de enriquecimiento para
jóvenes aristócratas dispuestos a servir en destinos distantes, porque
podían asociarse con mercaderes y voyageurs dispuestos a pagar una
determinada cantidad, o con una participación de sus ganancias, a cam¬
bio de tener acceso a su monopolio comercial local. Estos nuevos arreglos
minaron la independencia de los voyageurs que anteriormente se habían
hecho cargo del comercio. Progresivamente, los hombres que transporta¬
ban los géneros por tierra o por canoa sobre las rutas cada vez más largas
que se tendían entre Montreal y los puestos comerciales se convirtieron
en asalariados de los mercaderes y de sus socios militares. En las rutas
principales, se utilizaron canoas más grandes. Algunas llegaron a medir
diez metros de largo y llevaron hasta ocho remeros. En la década de 1730,
hasta el lugar que ocupaba un hombre en la canoa quedaba sujeto a
especificación, y eran las posiciones en la popa y en la proa, que exigían
una mayor pericia, las que obtenían un mejor pago.
Brigadas de canoas como éstas partían de la isla de Montreal cada pri¬
mavera, y los viajes más cortos —hasta Michilimackinac o Detroit— las
traían de regreso hacia el otoño. Los viajes más largos —que representa¬
ban la mitad de las salidas desde Montreal— exigían una permanencia
más larga a los hombres, que a menudo partían en el otoño y se pasaban
dos inviernos en el pays den haut. A medida que el comercio y los puestos
se fueron expandiendo por el Oeste, en las décadas de 1720 y 1730, algu¬
nos voyageurs comenzaron a quedarse en él. Con esposas que mandaron
traer de su patria o casándose con mujeres indígenas, comenzaron a
formar familias en Detroit, Michilimackinac y en la región del alto Misi-
sipí conocida con el nombre de Illinois. Otros voyageurs todavía tenían sus
familias en Montreal, y regresaban, para pasarse una temporada o dos
cada varios años, a hogares de los que debieron hacerse cargo, solas, sus
mujeres.
Estos años dieron origen probablemente a gran parte de la colorida
tradición de los voyageurs: el culto de la fuerza y la resistencia, la rivali¬
dad entre los hommes du nord, que invernaban en el Lejano Oeste y vi¬
vían de alimentos indígenas y de pemmican, y los mangeurs de lard, que
regresaban a Montreal, a comer puerco salado, cada otoño. Las glorias
de los voyageurs se narraron en canciones y cuentos populares, como el de
Chasse-Galerie, en el cual el diablo hacía el ofrecimiento de conducir a
una canoa de voyageurs hasta sus casas en una sola noche. La realidad era
menos romántica. A medida que fue aumentando su necesidad de hom¬
bres, los comerciantes en pieles comenzaron a reclutar más allá de la
isla de Montreal, de donde en otro tiempo habrían provenido la mayoría
Exploradores europeos y apreciaciones europeas de Canadá. Desde los tiempos de Cartier hasta el
siglo xx, exploradores europeos, guiados comúnmente por aliados nativos, trazaron rutas a través del
continente; se esforzaron también por construir una geografía mental de Canadá, como manera de
describir la diversidad que encontraron en él.
168 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
Quebec, en su calidad
de puerto, centro reli¬
gioso y capital de la
Nueva Francia, fue
siempre la ciudad más
grande y refinada de la
colonia. Atacada cua-.
tro veces durante el ré¬
gimen francés, protegía
a la ciudad principal¬
mente su geografía, y
fue hasta la década de
1740 cuando se cons¬
truyó en torno de ella
una muralla. Grabado
en A. Mallet, Descrip-
tion de l’Univers (Pa¬
rís, 1683).
Con severo realismo, algún artista anónimo, que trabajó alrededor del año 1700,
pintó impresionantemente el cuidado ofrecido a los enfermos por las órdenes reli¬
giosas que fundaron hospitales en las ciudades principales de la Nueva Francia; en
este caso, en el Hospital de la Caridad de Montreal.
mercial. Sus edificios no eran tan imponentes como los de la capital, pero
más de la mitad, como los de Quebec, eran de cal y canto en vez de ma¬
dera. Grandes incendios que se produjeron en Montreal en 1721 y 1734
contribuyeron a establecer esta tendencia. Ninguna de las ciudades tenía
agua corriente, calles pavimentadas o alumbrado público, pero ambas po¬
seían una vigorosa atmósfera comercial. No obstante, las preferencias
reales y las realidades económicas determinaron que las manufacturas se
llevaran a cabo en Francia, no en las colonias, y sin industria las ciudades
de la Nueva Francia no podían ofrecer numerosos empleos a los traba¬
jadores urbanos. Montreal y Quebec existieron para atender al comercio
y al gobierno y crecieron tanto como lo permitieron estas actividades.
Por ser centros del gobierno, en las ciudades se alojaban los funciona¬
rios reales, los oficiales militares y los miembros de las órdenes religio¬
sas. Esta élite, que dominaba toda la colonia, era especialmente visible
en las ciudades, donde sus familias tal vez representaron hasta 40 por
ciento de la población. Unos cuantos burócratas de categoría salieron
de Francia para hacer carrera mediante cierto periodo de servicio en las
Marc Lescarbot fe. LE THEATRE
1570-1642), poeta y
abogado, se pasó un DE NEPTVNE EN LA
año en Port Royal en
1606-1607. Después de
NOVVELlE-FRANCE
su regreso a Francia,
publicó una historia de Pjprefenté JUr les fiots du Port Poyal le quator-
la Nueva Francia y es¬ Xjémedc Novemhre nuüe ftx cehs ftx, au retour
ta obra, Le Théátre de ¿u sieur de Toutrincourt di* país des ^/Crmou-
Neptune, que había sido chiquéis.
representada en Port
Royal durante su es¬ Ncptunc cotnmcncc revetu d'vn voilc de couleur
tancia en esta ciudad. blcue,S< de brodequins,ayantLa chcvclurc & la barbe
La “reconstrucción ” a longues& chenues, tcn.ant fon Trident en main,
pluma y tinta de C. W. üllufurídnchariot paré de íl i coulcurs : ledit cha-
Jefferys (c. 1934), The riot crainé fui les ondes par fix Tricons jufques a
First Play in Cañada, habord de la chaloupe ou s'eftou mis leda Sieur de
Poutnncourt & fes gens forranrde ¡a b.irque pour
nos pinta el desfile so¬
venir á tare. Lors laditc chaloupe accroche'c,Ne¬
bre canoas que se hizo
ptune cotnmcncc ainíL
para dar la bienvenida
al barón de Poutrin- NEPTVNE. *C'efl\n
court, en ocasión de su ptot de
rríte, Sigamos, afrete toy tet, Sau-vAgt,
regreso a la colonia el 14
Et ¿coates vn Dicu qui a de toy fouci. <¡m /igm
de noviembre de 1606.
Si tu neme conois,Saturnefut mon/ere,/' ^ff*
t*wt.
le fuu de Júpiter Cr de rlutoti le frere.
DEVXIEME SAVVAGE.
Le deuziéme Sativagc tenaot fon a»c &
fleche en main
peaux de Caíto
174 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
<
La Nueva Francia 1600-1763. La colonización francesa en Canadá comenzó con los depósitos para
invernar que se hicieron en Tadoussac e lie Ste-Croix alrededor de 1600. Fuertes y rutas comerciales
se exteyydieron después por la mitad del territorio, pero el corazón de la colonización se encontró
siempre a lo largo del río San Lorenzo, entre Montreal y Quebec. Francia adquirió las islas atlánticas
de Saint Pieire y Miquelon en 1763, después de la caída de la Nueva Francia.
176 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
posiciones sociales y los beneficios del poder que, de otra manera, hubie¬
sen podido sustentar a la burguesía estuvieron firmemente en manos de
la aristocracia. La Nueva Francia, al parecer, poseyó una comunidad mer¬
cantil todo lo grande e influyente que las circunstancias coloniales permi¬
tieron, pero que nunca fue capaz de desafiar el dominio de la élite aris¬
tocrática.
Las ciudades de la Nueva Francia albergaron también a una clase tra¬
bajadora de artesanos y personal de servicio. El meollo de la comunidad
artesana estaba formado por los obreros especializados en algo, en la
construcción de casas, carpintería, ebanistería y herrería. Las ciudades
daban sustento también a carniceros, panaderos, posaderos y a ciertos
proveedores de lujos para la élite: productores de pelucas, costureras y
sastres. Fueron apareciendo poco a poco algunas industrias. Una fundi¬
ción de hierro, Les Forges Saint-Maurice, se estableció cerca de Trois-
Riviéres en la década de 1730. Aunque sus fundadores cayeron en ban¬
carrota, siguió trabajando con subsidios reales y produjo muchos de los
arados y las estufas de los colonos. Más adelante, unas cuantas indus¬
trias cerámicas y artesanales comenzaron a aparecer, pero las industrias
nuevas más importantes fueron las vinculadas a las empresas de cons¬
trucción de barcos de Quebec, que dieron trabajo a muchos carpinteros,
toneleros y gente de otros oficios. Casi todos los artesanos coloniales te¬
nían pequeños talleres familiares, constituidos por el maestro y su esposa
y uno o dos aprendices, que la mayoría de las veces eran hijos de otros
artesanos urbanos. Al igual que en la comunidad mercantil, las esposas
y las hijas podían ser parte activa de una empresa familiar de la clase
trabajadora, y el ingreso aportado por ellas solía ser esencial. Frecuente¬
mente, las esposas de los artesanos se ocupaban de pequeñas tabernas,
cosían ropas para la venta, ayudaban en la administración del taller y
llevaban las cuentas de la familia.
A pesar de las distancias sociales que los separaban, nobles, mercade¬
res y artesanos vivían muy cerca unos de otros en las atestadas ciudades,
y en los hogares de los tres grupos había criados. Algunos de estos últi¬
mos se reclutaban en Francia, pero las mujeres eran más numerosas que
los hombres en el servicio doméstico y en su mayoría habían nacido en
Canadá. En la década de 1740, más de la mitad de los sirvientes de la ciu¬
dad de Quebec eran huérfanos o hijos de familias empobrecidas, pues el
servicio doméstico era una de las maneras en que la comunidad atendía
a sus niños dependientes. Incorporados a un hogar mejor acomodado
desde temprana edad, estos sirvientes jóvenes recibían casa y comida a
cambio de su trabajo hasta que (como se decía en algunos de los contratos
de los sirvientes) "se casasen o recibiesen una compensación de otra clase .
Entre los sirvientes de las ciudades había también esclavos, pues la
esclavitud había sido aceptada en la Nueva Francia desde los tiempos de
Champlain. Algunos fueron negros llevados a la colonia desde Africa a
través de las colonias de plantación del Caribe, pero más numerosos
eran los hombres y mujeres adquiridos como cautivos de guerra de la Nue-
182 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
Esta recámara pintada a la cal se ve muy severa para nuestros gustos actuales,
pero una familia de la Nueva Francia se hubiese sentido orgullosa de poseerla. Con
ropas suficientes como para necesitar un armario, con tiempo para hacer alfom¬
bras y muebles de madera torneada, y con una chimenea para calentar su habita¬
ción, las personas que vivieron aquí deben considerarse acomodadas.
184 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
Sala de estar del periodo 1750-1820, típica de una casa urbana próspera. Los muebles
finos de la Nueva Francia exhibieron primero la influencia del estilo Luis XIII (co¬
mo se ve en los tableros tallados del armario), y más tarde la del estilo Luis XV,
más sencillo, hasta la conquista británica en 1760, cuando quedó interrumpido el
contacto directo con la Madre Patria. La estufa de hierro fundido de seis placas, que
lleva la marca’F. St. M." (es decir, Forges Saint-Maurice), data de c. 1810.
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 185
La Guerra de la Conquista
España en 1739 y después contra Francia en 1744. Pero a pesar de los mó¬
viles que estaban siendo definidos, esta guerra no se convirtió en una ple¬
na lucha colonial anglo-francesa. La Gran Bretaña pasaba por una crisis
interior —las aspiraciones del príncipe Carlos al trono británico en 1745-
1746— y las alianzas europeas tradicionales, una vez más, atrajeron a am¬
bas potencias a una lucha continental inconclusa que se disipó en 1748. En
Canadá, cuyos límites parecían seguros, el marqués de Beauharnois, an¬
ciano oficial naval que había sido su gobernador desde 1726, no enten¬
dió que fuese necesario añadir luchas locales a la guerra imperial.
Los únicos sucesos militares de importancia para la Nueva Francia se
concentraron en Louisbourg. A lo largo de 30 años, la colonia francesa
de lie Royale había fortalecido el papel desempeñado por Francia en el
comercio del bacalao, así como su presencia militar en la costa del Atlán¬
tico. La declaración de guerra en el continente creó una oportunidad
para ejercer este poderío y en 1744 Louisbourg se apoderó de un pueste-
cito pesquero de la Nueva Inglaterra en Canso, en la Nueva Escocia, es¬
tuvo a punto de capturar Annapolis Royal, lugar en que se encontraba la
única guarnición británica de la Acadia, y lanzó a sus corsarios en con¬
tra de los barcos británicos. Hasta en tiempos de paz, la mera existencia
de Louisbourg había bastado para provocar el resentimiento de las colo¬
nias británicas norteamericanas, particularmente de Massachusetts. Los
de la Nueva Inglaterra habían comerciado de buena gana con los de
Louisbourg, pero la presencia francesa en territorio que la Nueva Ingla¬
terra consideraba como su propio interior jamás había sido aceptada, y
los éxitos franceses de 1744 generaron una rápida respuesta consistente
en una fuerza de invasión de la Nueva Inglaterra que puso en su mira a
lie Royale.
lie Royale no era un blanco fácil, pues Francia había fortificado Louis¬
bourg hasta el punto de que sólo una artillería de sitio pudiese amena¬
zarla. Considerando la carencia de organización militar formal en la Nue¬
va Inglaterra, Francia creyó que no podía lanzarse una amenaza seria
contra lie Royale salvo desde Inglaterra, y por eso Louisbourg tenía sólo
una guarnición y abastecimientos de tiempo de guerra cuando un ejérci¬
to formado apresuradamente con la milicia de la Nueva Inglaterra, apo¬
yado por una flota británica procedente del Caribe, se presentó ante la
fortaleza en mayo de 1745. El tamaño de esta fuerza sitiadora dejó ver
el poderío latente de las colonias británicas de América del Norte. Los
pequeños poblamientos que los colonizadores del siglo xvn habían esta¬
blecido a lo largo de la costa atlántica habían crecido hasta convertirse
en las grandes y poderosas Trece Colonias. Todas juntas tenían ya más de
un millón de habitantes, y sus pueblos y granjas habían penetrado con¬
siderablemente por el interior desde sus comienzos en la costa. Canadá,
con sus extensas alianzas nativas y sus tradiciones militares, se había
impuesto siempre a los estadunidenses en las luchas por los territorios
salvajes, pero en la costa la ventaja era a la inversa. El ejército de 4 000
hombres de la Nueva Inglaterra había sido reclutado, equipado y despa-
192 COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES
Los indígenas y los pescadores visitantes pudieron disfrutar para ellos solos de la
excelente bahía de Chehucto hasta (¡ue una flota de soldados y colonos británicos,
al mando del coronel Edward Comwallis, recientemente nombrado gobernador de la
Nueva Escocia, llegó para fundar Halifax en 1749. Con ellos venía un joven de
18 años, Moses Harris, entomólogo y grabador, cuyo Plano de la bahía de Chebuc-
to y de la ciudad de Halifax (con puerco espín y mariposas), fechado en 1749 y
publicado en el número de febrero de 1850 de The Gentlemans Magazine, es con¬
siderado como el primer registro gráfico de la nueva colonia.
chado hacia el norte con sólo unos cuantos meses de preparación, pero
bastó con ello. En seis semanas de sitio, machacaron las murallas de
piedra de la fortaleza en tanto que su bloqueo naval impidió la llegada
de cualquier auxilio desde Francia. Louisbourg capituló a fines de junio de
1745.
Los colonos de lie Royale fueron precipitadamente deportados a Fran¬
cia y con ellos se fue el poderío militar de este país en la costa atlántica.
Como lie Royale se había encargado de gran parte de la exportación de
granos de Canadá, los precios del trigo en Quebec se vinieron abajo, y
puesto que Louisbourg había sido considerada siempre como el bastión
exterior de la colonia del San Lorenzo, se inició una urgente campaña de
construcciones para proporcionarle a la ciudad de Quebec algunas mu-
COLONIZACIÓN Y CONFLICTO; NUEVA FRANCIA Y SUS RIVALES 193
207
208 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Ejemplo excelente del arte de dibujar mapas en el siglo xvm, esta ilustración com¬
prende los límites de Quebec establecidos en 1763, los planos de las dos ciudades
más grandes de la colonia y dibujos pormenorizados de sus zonas rurales más densa¬
mente pobladas. Un mapa nuevo de la provincia de Quebec, por Thomas Jefferys
y otros (Londres, 1778), basado en exploraciones de Jonathan Carver.
Vista de la casa del obispo con las ruinas, según se ven subiendo por la colina
desde la ciudad baja hasta la ciudad alta. Esta vista de la ciudad de Quebec, des¬
pués del bombardeo británico de 1759, se basa en el dibujo que hizo el tesorero del
Prince of Orange, uno de los barcos que daban apoyo al asalto contra las Llanuras
de Abraham. Grabado de Antoine Benoist sobre un esbozo de Richard Short.
ron sin contratiempos. El clima y las guerras afectaron sus fortunas. Sus
destinos estuvieron condicionados por fuerzas económicas y políticas
que escapaban a su control inmediato. Sus perspectivas cobraron la for¬
ma que les dieron las decisiones de los gobernantes coloniales. Y en las
sociedades provinciales, cuya gente procedía de muchos ambientes dife¬
rentes y tenía ascendientes distintos, sus vidas cotidianas estuvieron te¬
ñidas por la mezcla particular de elementos étnicos, lenguas y religión
prevalecientes en el lugar donde se establecieron.
Éstos fueron los factores que afectaron las vidas de los colonos del co¬
mún en la América del Norte Británica desde la caída de la Nueva Francia
hasta los umbrales de la época del ferrocarril. En las tres cuartas partes
de siglo que se llevó el cambio, las colonias se convirtieron a sí mismas en
un “reino diverso y dividido”. Situadas en las márgenes del Imperio britá¬
nico, "al sol de la gloria de Inglaterra”, sintieron el gran impacto del co¬
mercio imperial. Cobraron existencia dentro de una estructura imperial
administrativa cuyo objeto era poner a las sociedades coloniales bajo la
autoridad del Parlamento británico, pero que, asimismo, creó también
una trama de autoridad local que dio estructura a la vida en el Nuevo
210 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Hacia 1830, San Juan de Terranova fue el mismísimo modelo de una ciudad colo¬
nial, con su atareado puerto, su espeso racimo de muelles y almacenes y su guar¬
nición. En el campo circundante se hallan dispersas las residencias de los caballeros,
así como varios centenares de granjas pequeñas que producían leche y verduras
para la ciudad. La ciudad y puerto de San Juan, acuatinta de H. Pyall (Londres,
1831), basada en un dibujo de William Eagar.
rra. De entre las 104 personas que emigraron desde Chatham, Massachu-
setts hasta Liverpool y Barrington, en la Nueva Escocia, por ejemplo, más
de la mitad de los esposos y esposas compartían cinco apellidos. Según
los informes oficiales, algunos de los recién llegados eran "indigentes [e]
indolentes”; otros eran “responsables... [y] laboriosos”. Hacia 1763, sus
minúsculos poblados nuevos salpicaban la costa desde la cabecera de la
bahía de Fundy hasta Liverpool, al suroeste de Halifax. Vivían en la co¬
lonia aproximadamente 9 000 personas. Sin embargo, como las granjas
y las pesquerías apenas estaban desarrolladas, y como la mayoría ape¬
nas lograban sobrevivir, la Nueva Escocia dependía grandemente
de la Nueva Inglaterra, de la que era, por más de un concepto, un puesto de
■avanzada.
Los funcionarios británicos se admiraron mucho del paisaje de Que-
bec a principios de la década de 1760. Al contemplar el San Lorenzo a
través del prisma de su procedencia británica, encontraron allí un ejem¬
plo de sociedad ordenada, estable, esencialmente feudal y agraria, amoro¬
samente recordada en los sueños nostálgicos de la nobleza inglesa del
siglo xviii. Casas campesinas pintadas a la cal, granjas cómodas que re¬
trocedían desde el ancho San Lorenzo hasta las rocas y los oscuros bos¬
ques del Escudo canadiense, docenas de agujas de iglesias que indicaban
la importancia de la religión, molinos de granos y aserraderos, casas se¬
ñoriales que hablaban de un orden feudal y la sólida prosperidad de los
habitants, que a veces parecían combinar “el lenguaje del campesino”
con algo de la cortesía sin afectación y el porte digno del caballero, todo
contribuía a formar esta opinión. Y la larga sucesión de poblados que
seguían el curso del río dio su inspiración a muchas descripciones senti¬
mentales y estampas románticas.
Rara vez estas ideas reflejaron el cuadro completo. Existía una enor¬
me diferencia entre la vida del habitant en América del Norte y los re¬
cuerdos de las circunstancias de la vida campesina en Europa. Aunque
los moradores rurales del San Lorenzo eran arrendatarios, existía poca
disparidad en riqueza entre seigneur y habitant, y la agricultura era más
individual que colectiva. El poder de la Iglesia católica estaba limitado
por la dispersión de los poblados y la escasez de sacerdotes que los pu¬
diesen atender. A mediados del siglo xvm, a muchos habitants Francia les
habría parecido muy ajena. Ciertamente, un grupo de acadios, que ha¬
bían sido recolocados después de la expulsión de 1755, no tardaron en
cruzar el Atlántico para establecerse en la Luisiana española y en la Nue¬
va Escocia británica. Al cabo de varias generaciones en América del
Norte, ya no eran europeos. Además, casi una quinta parte de los franco-
canadienses vivían en las ciudades de Quebec, Montreal y Trois-Riviéres.
Tal vez otros 2 000 vivían más allá de los estrechos límites de la colonia
en la región de tráfico de pieles de los Grandes Lagos, en donde con sus
mujeres indias y sus niños mestizos formaban una población diferente,
a la que los funcionarios británicos frecuentemente tildaron de vaga¬
bundos sin ley.
216 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Éste es el antiguo Halifax en su mejor momento: el sol brilla; las calles están lim¬
pias; los edificios de la iglesia y el gobierno dominan el perfil del horizonte. Llena
de vida y detalles, la pintura nos trasmite un sentimiento maravilloso de la mezcla de
moradas, actividades y personas en esta ciudad nueva, pero por muchos conceptos
sorprendente. La casa del gobernador y la casa Mather, en la calle Hollis, miran¬
do también hacia la calle George; óleo (1765) de Dominique Serres basado en un
dibujo de Richard Short.
Para todas estas personas, los primeros años de la década de 1760 fue¬
ron de adaptación a la presencia de soldados británicos que marcaban
el cambio de autoridad imperial; al hecho de que comerciantes de len¬
gua inglesa estaban sobresaliendo rápidamente en la vida comercial de
Montreal; y a la ampliación de la propiedad inglesa de tierras, que hacia
fines de la década había dejado en manos británicas 30 seigneuries. La
transición de la autoridad civil a la militar generó fricciones, y la coexis¬
tencia de los códigos legales francés e inglés, en los que se reflejaban va¬
lores económicos y sociales distintos, engendró animosidades entre los
mercaderes e incertidumbre gubernativa. Fue necesaria también la adap¬
tación a la lenta recuperación del mercado de pieles, a los daños que las
guerras habían infligido a la ciudad de Quebec y a la recesión que siguió
a la inflación de precios de la década anterior. Pero, para la mayoría de
los francocanadienses, las pautas añejas de la vida cotidiana subsistie¬
ron en ambientes con los que estaban esencialmente familiarizados, a lo
largo de la década de 1760.
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 217
Nelson y de los horcajos del río Saskatchewan siguió siendo térra incóg¬
nita para los europeos en 1763.
Por supuesto, no era un territorio sin gente. Cinco diferentes grupos in¬
dios (en términos generales identificados por la lengua y la cultura) vivían
entre los Grandes Lagos y las montañas Rocosas. El borde boscoso del
Escudo canadiense era el territorio de los ojibway. Los assiniboines y los
crees occidentales ocupaban la región que hoy conocemos como la Ma-
nitoba meridional y Saskatchewan. Cazadores y recolectores vivían de
los recursos de este variado territorio, conforme a ritmos estacionales bien
establecidos. En términos generales, y tradicionalmente, los crees eran
gente de los bosques y los parques, los assiniboines lo eran de los parques
y de la pradera, pero sus sistemas económicos se traslapaban y existía un
gran intercambio económico y cultural entre ellos. Al sur y al oeste de la
región assiniboine-cree vivían miembros de la Confederación de los pies
negros, cazadores de las llanuras que ni pescaban ni construían canoas y
dependían grandemente del bisonte para obtener sus alimentos, su ro¬
pa, sus tiendas y sus herramientas. Más al norte, desperdigados por el
Ártico bajo entre las montañas occidentales y la bahía de Hudson, se en¬
contraban los de lengua atapasca, cuyos viajes estacionales seguían las
migraciones del caribú, del que dependían para su subsistencia. Estos
cinco grupos se habían visto afectados por el contacto con los europeos. Pe¬
ro sus vidas aún giraban en torno a tradicionales creencias, destrezas y
pautas de desplazamiento según las estaciones. La continuidad era más
característica que el cambio; los indios habían ejercido considerable auto¬
nomía en sus tratos con los europeos y en lo que habían tomado de ellos.
Desconocido aún por los europeos, un mosaico de mundos indios cu¬
bría la vertiente del Pacífico. Con excepción de los 10 000 atapascos que
ocupaban la región septentrional entre las Rocosas y las sierras coste¬
ras, estos pueblos hablaban lenguas desconocidas en el Este. Ellos, a su
vez, estaban divididos lingüísticamente; estudios modernos nos indican
que en una población calculada en 100 000 personas había probable¬
mente 30 lenguas mutuamente ininteligibles, dentro de media docena
de familias lingüísticas distintas. Los haidas, tsimshian, nootkas, bella-
coolas, tlingkit, kwakiutl y salish tenían todos culturas complejas, ceremo¬
nialmente ricas, en los pródigos ambientes de la costa. Los ríos, el mar y
la tierra les proporcionaban alimentos en abundancia; con la madera
del cedro occidental construían casas, canoas y recipientes; otras plan¬
tas y animales daban variedad a su dieta y les proporcionaban utensilios
y ropa. Mediante el comercio conseguían obsidiana y jade, cuando no
los había en el lugar. Sedentarios, liberados de la incesante búsqueda de
alimentos, estos pueblos habían desarrollado ricas tradiciones de talla¬
do ornamental de maderas y de rituales simbólicos. Con el bosque a la
espalda y el mar delante de ellos, las líneas de casas de madera y los
grandes postes decorados que caracterizaban a sus aldeas costeras traza¬
ban sorprendentes paisajes y eran reflejo de una de las culturas más
diestras y altamente desarrolladas de la América del Norte indígena.
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 219
Vista invernal del Fuerte Franklin. Pintada durante una notable expedición
encabezada por Sir John Franklin, que viajó por tierra desde los Grandes Lagos,
río Mackenzie abajo, y hacia el oeste y el este a lo largo de la costa ártica en 1825-
1827, esta vista evoca magistralmente los vastos, remotos y ásperos paisajes del
poco conocido todavía interior septentrional de la América del Norte Británica. El
Fuerte Franklin, al noreste del Gran Lago del Oso, fue un puesto comercial tanto
para la Compañía del Noroeste como para la de la Bahía de Hudson. Acuarela
(1825-1826) de George Back.
dentro del viejo sistema, los políticos británicos trataron de hacer que el
Imperio que quedaba después de 1783 fuese tan autosuficiente como su
antecesor. Las colonias de la América del Norte Británica sustituirían
a la Nueva Inglaterra, Nueva York y Pensilvania como abastecedoras de
las Indias Occidentales; los pertrechos navales —especialmente cáñamo
para las cuerdas y maderas de pino blanco para los mástiles— proven¬
drían de la Nueva Brunswick y del San Lorenzo y ya no de Maine y de
Massachusetts. Un número creciente de colonos consumirían artícu¬
los manufacturados británicos y se excluiría de los puestos coloniales a los
barcos y a los mercaderes extranjeros.
Este edificio comercial era más fácil de diseñar que de construir. Los
de la América del Norte Británica no podían alimentarse a sí mismos, y
menos aún abastecer a las Indias Occidentales. Por necesidad, granos,
ganado y maderas de los estadunidenses entraron en Nueva Brunswick
y Nueva Escocia, y lo único que pudieron hacer los políticos fue limitar
este comercio a barcos británicos. De manera semejante se permitió la
entrada de pertrechos navales, maderas, ganado, harina v granos de los
Estados Unidos en las Indias Occidentales británicas y se permitió el
transporte —en barcos británicos— de ron, azúcar, melaza, café y otros
géneros desde esas islas hasta los Estados Unidos. A fines del siglo xvm,
cuando los puertos de las Indias Occidentales se abrieron a los barcos
estadunidenses, angustiados funcionarios de la Nueva Escocia presen¬
ciaron “el desperdicio... de sus bienes de capital... [a sus comerciantes]
saliendo de allí tan rápidamente como podían... y... [sus] intereses afec¬
tados por todos conceptos...”
El contrabando abrió otra grieta en el dique de la autosuficiencia im¬
perial. Pescadores estadunidenses, a quienes se permitía secar sus captu¬
ras en las largas y recortadas costas de Nueva Escocia, el Labrador y las
islas de la Magdalena, efectuaban un vivaz comercio ilegal en géneros ta¬
les como el té, el ron, el azúcar y los vinos. Según un perjudicado comer¬
ciante de la Nueva Escocia, en 1787 casi no había una casa que no tuviese
“un paquete de los Estados Unidos". Veinte años más tarde, el goberna¬
dor de Terranova estimó que 90 por ciento de la melaza consumida en su
colonia había llegado ilegalmente desde las Indias Occidentales france¬
sas a través de los Estados Unidos. A principios del siglo xix fomentó
este comercio ilegal el yeso de la Nueva Escocia, que se cambiaba por
contrabando, en cantidades crecientes, en las aguas limítrofes entre las
islas de la bahía de Passamaquoddv. Los funcionarios trataron de “echar
a los rufianes" [estadunidenses] de la costa, pero estaban maniatados por
las circunstancias y por la facilidad con que los contrabandistas se con¬
sideraban a sí mismos “un día súbditos británicos y al día siguiente ciu¬
dadanos de los Estados Unidos, como mejor les conviniese".
En Inglaterra, se estaba viendo con claridad cada vez mayor la dificul¬
tad de mantener un Imperio cerrado, autosuficiente. Una población cre¬
ciente y la urbanización cada vez mayor habían despertado dudas acerca
de la capacidad que tenía el país para alimentarse a sí mismo. Después de
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 223
1795, una sucesión de malas cosechas había elevado el precio del pan.
Pareció inminente una hambruna, a menos de que pudiese comprarse
grano en el exterior. Pero las colonias no eran capaces de producirlo en
cantidad suficiente; y los elevados costos del transporte transatlántico,
junto con las grandes fluctuaciones de la cosecha en América del Norte,
solían más que neutralizar las ventajas arancelarias que a los granos
coloniales daban los británicos.
No obstante, los acontecimientos conspiraban para mantener a la Gran
Bretaña dentro de un sistema comercial esencialmente cerrado. En 1803,
la reanudación de la guerra entre el Reino Unido y Francia condujo a
que cada bando bloquease ciertos puertos europeos. Cuando barcos esta¬
dunidenses, con destino a Europa, fueron apresados por los ingleses, el
presidente Thomas Jefferson cerró los puertos de su país. Esto eliminó
inmediatamente la competencia que casi había excluido por completo a
los barcos de la América del Norte Británica de los puertos del Caribe.
Como las goletas y los trineos de los disidentes estadunidenses llevaban
harina, potasa y otros artículos hacia el norte para llenar las bodegas de
los barcos de la América del Norte Británica, a los comerciantes no les
resultó muy difícil juntar cargamentos. Facilitó todavía más su tarea la
creación de un puñado de "puertos libres” en la América del Norte Bri¬
tánica —donde barcos británicos y estadunidenses podían traficar con
ciertos artículos—, con lo que prosperaron los negocios en Nueva Bruns¬
wick y Nueva Escocia. Hasta que estos acuerdos se deshicieron, a princi¬
pios de la década de 1820, las provincias marítimas cosecharon los bene¬
ficios económicos de su papel intermediario en el comercio atlántico.
Al mismo tiempo, el bloqueo europeo impuesto por Napoleón obstru¬
yó grandemente el enorme comercio en maderas europeas septentriona¬
les (del Báltico) de las que dependía la economía en expansión de la
Gran Bretaña. La tremenda elevación de los precios compensó rápida¬
mente los elevados costos que tenía el transportar las voluminosas ma¬
deras cruzando el Atlántico. Las exportaciones de madera desde la Amé¬
rica del Norte Británica aumentaron mil veces en cinco años después de
1804. Fue evidentemente un comercio cuya existencia se debía a circuns¬
tancias especiales. No es sorprendente que quienes se dedicaran a él tra¬
taran de encontrar seguridades para sus empresas. Cuando consiguie¬
ron un arancel proteccionista que daba a los productores coloniales una
ventaja considerable sobre sus competidores extranjeros, las maderas
de la América del Norte Británica se vendieron en un mercado comple¬
tamente protegido. Las consecuencias de esto para las colonias fueron
enormes. Desde el San Lorenzo y la Nueva Brunswick, desde Pictou y la
isla del Príncipe Eduardo, centenares de barcos partieron con cargamen¬
tos de madera. La expansión y la prosperidad definieron esos años.
En Inglaterra, sin embargo, el apoyo creciente al libre comercio no tar¬
dó en formar una nube sobre el horizonte del optimismo colonial. Los
impuestos sobre maderas les parecieron especialmente oprobiosos a quie¬
nes, siguiendo a Adam Smith, apoyaban una política comercial de lais-
224 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Un bote que se dijo que era de construcción báltica se llenó con un cargamen¬
to de combustibles y... se le remolcó hasta el puerto, donde ancló. La efigie de
un distinguido defensor de los intereses bálticos se colgó del mástil con un
papel en la mano que llevaba escrito “ley de maderas bálticas . Varias libras de
pólvora se ocultaron detrás de su chaleco y se dejó otra gran cantidad de ella
en el bote. Se prendió fuego a los combustibles y, a su debido tiempo, pobre,
estalló en átomos.
Pero esta suerte no acalló el clamor de los que propugnaban por el li¬
bre comercio en la Gran Bretaña. A mediados de siglo, el sistema colonial
que a generaciones en la América del Norte Británica les había parecido
ser "tan eminentemente prescrito por la naturaleza y la sociedad” que era
inmutable, fue desmantelado. Retrospectivamente considerado, se ve que
era menos una serie coherente de principios que un conjunto quimérico
de disposiciones parciales reunido para servir a los intereses británicos.
Pero tal había sido su efecto en las economías y en las vidas coloniales
que muchos temían que dejara de existir. Desde Montreal llegó un mani¬
fiesto que proponía su anexión a los Estados Unidos, y para alarma de
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 225
Uno de los varios mapas del Alto Canadá dibujados —en este caso sobre corteza de
abedul—por Elizabeth Simcoe (1766-1850), esposa del teniente gobernador John
Graves Simcoe y talentosa artista aficionada. Aunque varios de estos poblados
existieron únicamente en los planos del coronel Simcoe, el esboz.o nos indica cuál
era su visión del Alto Canadá como “vestíbulo del comercio" entre la Gran Bretaña
y el interior del Continente Americano.
Pintado casi 40 años después de la muerte de William Lyon Mackenzie, este retrato
de 1903, obra de J. W. L. Forster (basado en un daguerrotipo de Eli J. Palmer), nos
muestra al reformador y primer alcalde de Toronto con la Petición de Agravios de la
que fue su autor principal. A su derecha vemos al político radical y patrióte Louis-
Joseph Papineau, que se había retirado a Montebello, en la seigneurie de Petite
Nation, hacia las fechas en que Napoleón Bourassa ejecutó esta pintura en 1858.
Campamento de leales en Johnstown, una nueva población, sobre las orillas del
San Lorenzo, en Canadá. Robert Hunter, joven inglés en camino a las cataratas
del Niágara, visitó Johnstown (actualmente, Connvall) en 1785. “El asentamiento de
los leales”, terminó diciendo, “es una de las mejores cosas que haya hecho jamás
Jorge III. Le reconforta a uno ver lo bien que se están desenvolviendo y que pare¬
cen estar perfectamente contentos con su situación". Acuarela (1784) de James
Peachey, topógrafo y apeador del ejército británico.
FOR
AMERICA.
THE FAST-HAILING BRIO.
/ CVU-IO T»t
Alterna of Cardigatt,
11 >m<i »i«w nui» >i >vre».
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No toda la publicidad acerca de la emigración la veía con buenos ojos. Esta cari¬
catura anónima, publicada en Londres alrededor de 1820, se burlaba de quienes
partían hacia las colonias con esperanzas de una vida regalada, y advertía a los
lectores de los peligros del trato con los especuladores de tierras.
Los fuegos de las fumigaciones y una luna llena tras de amenazantes nubes enro¬
jan una fantástica luz sobre la plaza del mercado, enfrente de la catedral de Nues¬
tra Señora, situada en la Ciudad Alta de Quebec, durante la epidemia de colera de
1832. El pintor, Joseph Légaré, era miembro de la Junta de Sanidad de La ciudad.
246 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Este paisaje idílico —que formó parte de una serie de ilustraciones que tenían por
objeto atraer inmigrantes para los asentamientos de la Compañía de Nueva
Brunswick y Nueva Escocia— nos trasmite una idea carente por completo de rea¬
lismo de los penosos trabajos a que tendrían que enfrentarse los colonos. Des-
monte de los terrenos de la ciudad, en Stanley, octubre de 1834. Litografía de
S. Russell a partir de un dibujo de W. P. Kay, publicado en Sketches in New
Brunswick (Londres, 1836).
Trabajo y vida
to, los boteros descendieron por la escala de rango social hasta conver¬
tirse en pescadores comunes y corrientes. Y mientras lo hacían, se ali¬
mentaron mediante el cultivo de papas y hortalizas, la cría de una o dos
vacas, la caza y tal vez la recolección de frutas y bayas silvestres. Concomi-
tantemente, aumentó la caza de focas, y lo que ésta proporcionó común¬
mente constituyó un pequeño pero valioso complemento de las ganancias
de los pescadores. San Juan se convirtió en el centro comercial de Terra-
nova. Los puertecitos pesqueros de la costa recibían por mar suministros
desde San Juan y enviaban sus capturas directamente a los mercaderes de
esa ciudad. El trueque sustituyó al dinero en estos intercambios. Gra¬
dualmente el número de comerciantes de los puertecitos pesqueros se
redujo y los artesanos que habían construido los botes y fabricado las
barricas para las pesquerías fueron desapareciendo en gran medida de
las poblaciones exteriores, cuando las propias familias se hicieron cargo
de estos trabajos artesanales en sus comunidades crecientemente cerra¬
das y autosuficientes.
De esta manera, los dispersos y aislados poblamientos de Terranova
comenzaron a cobrar su forma característica de los siglos xix y xx. En lo
Aunque muchos detalles son incorrectos y ningún lugar de la América del Norte
Británica se pareció a esto (¡véanse los árboles!), el panorama que en 1769 pintó
Duhamel Du Monceau ilustra las destrezas (vaciado, escindido y salado) y los tra¬
bajos requeridos para la producción de bacalao seco.
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 253
El primer Fort Garry fue construido por la Compañía de la Bahía de Hudson entre
¡817 y 1822, en la confluencia de los ríos Rojo y Assiniboine, y se le puso el nom¬
bre de Nicholas Garry, quien contribuyó a realizar la fusión de la Compañía con la
del Noroeste en 1821. El Fuerte Garry Superior, rodeado por un muro de piedra que
se ve en esta vista (c. 1884), obra de H. A. Strong, se comenzó en 1835, en un sitio
situado un poco al oeste, y al año siguiente se convirtió en el centro administrativo
de Assiniboia.
256 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
En Wanderings of an Artist, Paul Kane escribió que cierta tarde del mes de junio
de 1848, después de salir de The Pas, sobre el río Saskatchewan, llegó al lugar de
un campamento antes que el resto de su grupo: "Saqué mis materiales de dibujo e
hice un esbozo de la brigada, mientras avanzaba con una buena brisa, a velas
desplegadas para escapar a una tormenta que venía tras de ellos." Su Brigada de
botes nos muestra los botes de York, completamente cargados, de la Compañía de
la Bahía de Hudson, camino del lago Winnipeg. Óleo, c. 1850.
Enormes como eran, los ricos bosques de la América del Norte Británica
poseyeron poca importancia comercial hasta que el bloqueo que Napo¬
león impuso a los puertos europeos elevó los precios de las maderas in¬
glesas y generó un comercio trasatlántico que convirtió a la madera en
el gran artículo de exportación de la colonia a principios del siglo xix.
Las pieles, que habían predominado en los cargamentos desde el Bajo
Canadá hasta 1790, constituían menos de 10 por ciento del total hacia
1810, cuando los productos madereros, entre los que hay que contar los
barcos, representaban, en valor, tres cuartas partes de las exportaciones
de la colonia. El comercio se concentró grandemente hasta 1830 en la
producción de madera escuadrada —vigas de madera escuadradas con
azuelas—, pero las exportaciones de tablones aserrados (de 7.5 centíme¬
tros de grueso) y de tablas (de cinco y de un centímetro de grueso) au¬
mentaron constantemente después. Hacia 1840, representaban más de
un tercio de las importaciones británicas de madera de las colonias.
260 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Este leñador de fines del siglo xix puede ser de Manitoba o del noroeste de Ontario,
no obstante lo cual su ropa es muy semejante a la de sus colegas del Canadá oriental.
Leñador cortando árboles en invierno (c. 1870), por W. G. R. Hind.
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 261
Acarreo de troncos en el río Saint John captura las intensas actividades anuales
en el río cerca de Saint John mientras se escogían y vendían las maderas cortadas.
Acuarela (siglo xix) del teniente James Cummings Clarke.
Primero de abril ...Hace demasiado frío para sajar... Los muchachos están cor¬
tando troncos. Fredk [otro hijo] y Ketchum [un joven vecino], en Sugar Camp.
En la tarde Fredk desbastó troncos. Curé mi bramante para hacer una red
larga.
3 de abril ...Ayer noche cayeron 7.5 centímetros de nieve... los muchachos
están cortando troncos. Mala primavera.
4 de abril ...Los chicos están ahora sajando lo más rápido que pueden. La
savia corre ahora un poco...
30 de abril. Trasplanté algunas cebollas. Sembré algo de lechuga y mastuer¬
zos. William y Fredk están desbastando troncos. Los chicos están arreglando
el prado y reparando las cercas.
Esta actividad informal, a la que era fácil dedicarse y que vinculaba a los
pobladores a través de tenderos y comerciantes de los puertos provincia¬
les con las casas comerciales del otro lado del Atlántico, era un comple¬
mento importante en la vida de los agricultores.
Los cambios comenzaron a dejarse sentir en el segundo cuarto del si¬
glo, a medida que grandes empresarios aumentaron su control de la acti¬
vidad. Los cambios que efectuaron hundían sus raíces en las crecientes
necesidades de capital de la industria, a medida que se fue desplazando
hacia zonas remotas y difíciles y se diversificó la producción maderera.
Al mismo tiempo, licencias más caras y regulaciones más estrictas del
dominio de la Corona (que limitaban la tala ilegal) aumentaron los cos¬
tos de la explotación del bosque. Y la competencia, junto con los auges y
depresiones que afectaban a la actividad, causaron daño especialmente
a los pequeños empresarios independientes. Juntas, estas fuerzas asfixia¬
ron a las pequeñas empresas familiares y abrieron el camino para la in¬
tegración comercial y la existencia de unas pocas compañías poderosas.
El comercio maderero, a diferencia del tráfico con pescados y pieles,
constituyó un estímulo considerable para el crecimiento y la inversión
en las colonias. Estimuló la emigración hacia América del Norte al poner
a disposición de la gente pasajes transatlánticos baratos sobre navios que,
de otro modo, habrían navegado hacia el oeste cargados de lastre, luego de
dejar sus cargamentos de madera en la Gran Bretaña. Los astilleros, que
crecieron a la par del comercio maderero y proporcionaron gran parte
de la flota que transportó las maderas a través del Atlántico, empleaban
en 1825 a más de 3 300 personas tan sólo en Quebec. Muchos miles tra¬
bajaban en el comercio, en campamentos, durante la conducción de las
maderas y clasificando y cargando las que se transportarían por mar. La
demanda de forrajes y alimentos para personas en los campamentos ma¬
dereros estimuló la agricultura. Innumerables pequeñas contribuciones
fueron hechas por agricultores locales que llevaban heno, avena y otras
provisiones al bosque durante los inviernos. Grandes cantidades de ave¬
na, carne de buey y de puerco, así como de ganado en pie procedente de
las granjas de la isla del Príncipe Eduardo, abastecieron a los madereros
del Miramichi; y harina refinada, carne de puerco, carne de res en canal,
mantequilla, galletas y otros suministros salieron desde Quebec para ir
264 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
A los granjeros del Alto Canadá ciertos visitantes ingleses los considera¬
ron a menudo muy indolentes. Acostumbrados a la agricultura cuidado¬
sa, crecientemente "científica” de su patria, los ingleses se escandali¬
zaron al ver el ganado ramoneando en los bosques, el estiércol tirado en el
suelo sin que nadie lo recogiera y el trigo sembrado entre tocones. Muchos
se lamentaron de la práctica aparentemente muy difundida de alternar
el cultivo del trigo y los terrenos en barbecho en los mismos campos año
tras año porque llevaría a agotar el suelo. De hecho, estas prácticas dicta¬
das por la experiencia se adaptaban mucho mejor a las condiciones exis¬
tentes en gran parte del Alto Canadá —donde la tierra era relativamente
barata, había poca oferta de capital y la mano de obra era escasa y ca¬
ra— de lo que reconocieron la mayor parte de los visitantes.
Crear una granja en el Alto Canadá no tenía nada de fácil. La tierra era
prisionera del bosque y sólo podía liberarse con un trabajo muy duro.
En el mejor de los casos, un colono enérgico podía desmontar un par de
hectáreas al año; a medida que crecía su granja, otras tareas lo ocupa¬
ban y reducían la velocidad de su avance. Y el crecimiento agresivo de
malas hierbas y arbolillos en el suelo desnudo era un recordatorio cons¬
tante de que lo que se había ganado con tanto esfuerzo podía perderse
muy rápidamente. Una tienda, un abrigo primitivo de ramas o una tos¬
ca cabaña sin ventanas fue a menudo el primer hogar que hombres y
mujeres tuvieron en su nueva tierra. Cuando lo sustituían por una vivien¬
da mejor —que las más de las veces fue una cabaña de troncos—, no pa¬
só de ser pequeña y simple. Muchas cabañas de troncos carecían de
cimientos, el piso era de tierra y medía unos cinco por siete metros. Ca¬
lentadas por una chimenea que servía también para guisar la comida,
estas moradas de un solo piso estaban por lo general ahumadas, eran
oscuras y llenas de corrientes de aire. Estaban burdamente amuebladas
y no ofrecían protección contra las moscas y mosquitos que abundaban.
Las casas de madera labrada eran más cómodas, pero costaban de cinco
a diez veces más que una cabaña de troncos bien hecha y eran relativa¬
mente raras en las zonas de reciente ocupación de la colonia.
El hacha y el buey (preferido al caballo por el trabajo pesado que po¬
día hacer) fueron los principales instrumentos de progreso de la familia
de pioneros. Los arados no eran muy útiles hasta que no se limpiasen de
tocones los campos. Se sembraba a mano y se cosechaba de la misma
manera, con guadaña. La trilla se hacía con mayal pues no hubo máqui¬
nas que la hicieran, en el Alto Canadá, hasta 1832; era un trabajo agotador,
lleno de polvo, que se efectuaba en el suelo del granero, con las puertas
abiertas para dejar pasar la brisa que separaba el grano de la paja. Y la
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 265
día sólo un poco más de cinco metros por lado. Construida con troncos
escuadrados horizontales, a la manera tradicional de piéce-sur-piéce, el
hogar de los Allaire no era más que una cabaña sencilla. Una sola habita¬
ción quizás ocupó su suelo principal; allí Félicité guisaba sobre un fuego
abierto, la familia tomaba sus alimentos y ella y Théophile dormían. En
el sobrado superior almacenaban los alimentos y, con toda probabili¬
dad, allí dormían los niños.
Los muebles era pocos. Aunque la mayoría de las familias probable¬
mente tenían una mesa de madera de pino, los Allaire, al parecer, carecían
de ella. Aparte de una cama grande y algo trabajada, su casa tenía una
estufa de hierro colado —cuyo valor era más grande que el del propio
edificio—, tres sillas viejas, un arcón de pino y un aparador de madera.
Tenían dos copas, dos tazas y cinco tenedores, pero carecían de platos;
las comidas probablemente se tomaban directamente de las ollas y de las
sartenes de hierro, o de una de las varias copas y tazones que poseía la
pareja. Caldereros y alfareros locales tal vez les fabricaron la cafetera, el
candelabro, los tazones y las botellas que utilizaban, pero gran parte de
lo que poseían los Allaire había sido hecho en casa. Théophile tenía un
martillo y cinceles así como unas cuantas herramientas agrícolas senci¬
llas: hachas, picos, hoces y una guadaña. Félicité habría hecho probable¬
mente las colchas v las sábanas de la familia.
El vivido retrato que nos ha dejado el historiador Alian Greer de la exis¬
tencia en el bajo Richelieu en este periodo nos revela que, año tras año,
la vida de hombres y mujeres se ajustaba a un ciclo semejante al de los
Allaire. El arado y la siembra iniciaban el año agrícola en abril o principios
de mayo. Detrás de bueyes o caballos y del pesado arado con ruedas del
norte de Europa (común hasta la adopción del arado de reja reversible
en el siglo xix), Théophile preparaba los campos para la siembra, mien¬
tras Félicité (con la ayuda, quizá, de las dos hijas mayores) plantaba
calabazas, coles, cebollas, tabaco y hierbas de cocina en el huerto que
habría de cuidar durante todo el verano. Una vez sembrado el grano,
Théophile levantaba cercas alrededor de los campos; hacía reparaciones
a la casa, el granero y el equipo; excavaba zanjas para el desagüe de las
tierras. A la incesante rutina de alimentar y lavar a la familia, sus ropas
y su casa, Félicité añadía las tareas de ordeñar las vacas, hacer la mante¬
quilla y alimentar las aves de corral; a mediados del verano, se cortaba y
se almacenaba el heno, y en septiembre a la cosecha de cereales se dedi¬
caban casi todos los que podían trabajar en tan dura tarea; en granjas
más grandes tal vez se alquilasen trabajadores, pero los Allaire no hu¬
biesen podido pagar ese trabajo. Al levantarse la cosecha, se derribaban
las cercas para dejar al ganado ramonear en los rastrojos, y se hacían las
labores de arado que permitían el tiempo y el clima. Al llegar el invier¬
no, se daba muerte a los animales para proveerse de carne y ahorrar fo¬
rraje. Río Richelieu arriba y abajo, las mujeres tejían telas, hilaban lana
y producían ropas, alfombras y ropa de cama para sus familias. Durante
enero y febrero, Théophile y sus vecinos trillaban el grano en los grane-
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 271
ros, cortaban madera para leña y para cercas y tal vez desmontaban un
poco más de tierra. En las granjas más grandes, los excedentes de gra¬
nos, carne o mantequilla que existiesen, luego de pagados los diezmos,
se llevaban al mercado. Y luego, por todo el valle, los principios de la
primavera se consagraban a la producción de azúcar de arce.
Ritmos demográficos fundamentales también daban forma a la vida
del habitant a lo largo del bajo Richelieu. La mayoría de los hombres se
casaban en la tercera década de su vida, casi todas las mujeres a poco
de cumplir los 20 años, y pocos eran, de cualquiera de los dos sexos, los
que se quedaban solteros. Las fechas de las bodas, que solían caer en
los meses de fines del otoño y el invierno, tenían en cuenta el calendario
agrícola así como la existencia de provisiones para las celebraciones vin¬
culadas a ellas. Los nacimientos eran también más comunes en ciertas
fechas del año que en otras, porque reflejaban los tiempos de las bodas,
así como el ciclo del trabajo rural. Eran poco comunes los hijos ilegíti¬
mos, pero las tasas de nacimiento eran relativamente altas según las
normas modernas (de 47 a 52 por millar). Las tasas de defunción genera-
les eran bajas; rara vez, o nunca, se acercaron a las tasas de nacimiento.
Aunque reflejase la incidencia de la viruela, el colera, la tifoidea y la gri¬
pe así como de la escasez de alimentos que acompañaba a las malas
cosechas, la tasa de mortalidad de la región del no Richelieu jamas fue ele¬
vada terriblemente por las hambrunas. Como las mujeres se casaban jo¬
venes, en su mayoría tenían gran número de hijos. El primer ano de vida
de cada niño estaba lleno de peligros. A ñnes del siglo xvm, aproximada¬
mente una cuarta parte de los niños morían antes de su primer cumple¬
años. Pero la tasa de supervivencia era relativamente elevada después
del primer año, y la mortalidad infantil descendió algo en el siglo xix.
Así pues, las familias eran a menudo grandes: no era desusado tener de
ocho a diez hijos. En los seis años que duró su primer matrimonio con
Amable Ménard, Théophile tuvo cinco hijos. Sólo una nina sobrevivió a
la infancia. Cuando el viudo Théophile contrató a la viuda Felicite Audet
como ama de llaves, también ella tenía una hija pequeña. Su matrimo¬
nio, un año después de la muerte de Amable, produjo tres niños en seis
Los comentarios de George Heriot acerca del clima del Bajo Canadá nos sugieren
que, al igual que los campesinos del país, la burguesía y la clase señorial se quita¬
ban el frío del invierno en el salón de baile. Los dos negros que se ven en el extremo
superior izquierdo debían de ser esclavos; la esclavitud siguió siendo legal hasta
1834. Minuetos de los canadienses; acuatinta (1807) de J. C. Stadler, basada en
una acuarela de Heriot.
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 273
1831, los propietarios habitants (que en 1765 eran nueve de cada diez en
el valle del Richelieu) constituyeron una minoría entre los cabeza de fa¬
milia de Saint-Denis. En su mayoría, vivían relativamente bien, en casas
más grandes y con más y mejores muebles que los que conocieron los
Allaire. Aunque no fuesen considerablemente más grandes que la granja
de Théophile, sus propiedades estaban cultivadas más plenamente y te¬
nían muchos más animales. Pero uno de cada siete eran aparceros y casi
una cuarta parte de ellos trabajadores por día. En su mayoría, estas per¬
sonas llevaban vidas pobres y precarias, estaban aplastadas por las deu¬
das y no gozaban del sentimiento de seguridad que la propiedad de la
tierra había proporcionado hasta a familias como la de los Allaire. Cuan¬
do repetidas malas cosechas de granos crearon dificultades económicas
en gran parte de Saint-Ours y Saint-Denis, durante la década de 1830,
muchos de ellos cayeron en la indigencia total.
"Nada puede ser más incómodo que algunas de estas cabañas, que apestan a
humo y suciedad y son el receptáculo común de niños, cerdos y aves de corral",
comentó Catharine Parr Traill, pero reconoció que ése era “el lado oscuro del
cuadro”. Obsérvese la característica cerca “serpentina"y el camino de troncos ten¬
didos sobre la ruta en los lugares pantanosos. Granja en el bosque cerca de Cha-
tham, acuarela (c. 1838) de Philip J. Bainbrigge.
casas y graneros entre sus campos cercados. Los caminos habían mejora¬
do y, después de 1842, un servicio de diligencias conectaba a Cobourg,
próspero centro comercial, con el interior. Pero el ingreso continuo de
inmigrantes había inundado el mercado de mano de obra local y mien¬
tras se elevaban los precios de las tierras los salarios bajaron. Esto im¬
partió rápidamente un carácter distintivo, dividido, a la sociedad de Ha-
milton. Para los inmigrantes de medios escasos, procedentes de las islas
británicas o de otras partes, el municipio era un lugar para tomar un res¬
piro, para hacerse de experiencia del Nuevo Mundo y ganar un poco de
dinero antes de trasladarse a otras partes para continuar la lucha en
busca de un bienestar modesto y de cierta independencia. Por otra parte,
para quienes contaban con capital, o relaciones, o alguna ventaja inicial
suficientes para adquirir sus propiedades, Hamilton fue un lugar para
quedarse y hacer la vida característica del campo inglés. Antes de media¬
dos de siglo, la municipalidad contaba con una sociedad agrícola, una
biblioteca circulante, una sociedad de aficionados al teatro, un club para
jugar cricket y una agrupación de cazadores. Charles Butler, que emigró
278 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
los bosques en los que “apenas si podían dar dos pasos iguales en suce¬
sión, pero saltaban de raíz a altillo, sobre troncos derribados de árboles,
a una velocidad de ocho a diez kilómetros por hora’’. El avance no era
sostenido, tenían que alojarse donde podían, y, para agravar los incon¬
venientes, las posadas rara vez tenían más de un salón, por lo cual, ano¬
tó Gubbins, “si hubiese llevado un criado, lo habría tenido que aceptar
como compañero o mandarlo a vivir en el establo. Por lo tanto, prescindí
de criado”.
Los micmac —a los que llamó michilmackinac— fascinaron mucho a
Gubbins. Visitó la aldea misionera de Aukpaque, arriba de Fredericton,
donde se congregaban cada verano de 40 a 50 familias, y describió la
construcción de sus tiendas cubiertas de corteza de abedul. Cerca de Ri-
chibucto, encontró a un grupo cuyo estado le pareció ser muy superior
al de otros, y que se mantenía “principalmente pescando”, aunque culti¬
vaban maíz y papas y también cortaban algo de madera para la venta.
Gubbins consideró que la disminución de los rebaños de alces y caribúes
había reducido a muchos indios “contra su voluntad a cortar leña en el
invierno, y en el verano a labrar la tierra, hasta cierto punto para su sos¬
tén”. E informó acerca de las actividades de la Compañía de la Nueva
Inglaterra. Ésta, la más antigua de las sociedades misioneras inglesas,
cuya base estaba en Londres pero la administraban en la Nueva Bruns¬
wick varios anglicanos destacados, se había consagrado a “civilizar” y
cristianizar a los indios. El dinero para realizar estos fines, y que se le
pagaba a cualquier colono que aceptase como aprendiz a un niño indio,
había sido “desvergonzadamente pervertido” según Gubbins. Jóvenes
indias habían sido entregadas “a personas disipadísimas”, y el dinero ha¬
bía ido a parar por lo menos a manos de un colono que tenía “un chico
mulato como criado”. A Gubbins le pareció clarísimo que a medida que
la propagación de los asentamientos y de la agricultura había ido redu¬
ciendo la disponibilidad de animales salvajes y despojado a los indios “del
poderoso estímulo de la caza ”, éstos se habían convertido en personas
“inertes, perezosas y dependientes”. Y cuando un gran consumo de alco¬
hol se añadía a esta ecuación, los indígenas caían rápidamente “en un
estado en muchos casos vergonzoso para la naturaleza humana”. En re¬
sumidas cuentas, concluyó pesimistamente, “los aborígenes... degene¬
ran proporcionalmente a su contacto con los europeos”.
Veinticinco años más tarde, después de que los leales llegaron a Nueva
Brunswick, su paisaje todavía llevaba las marcas de la época pionera. No
más de una cuarta parte de un 1 por ciento de los 73 000 kilómetros cua¬
drados de la colonia había sido desmontada hacia 1810. En algunas gran¬
jas se había dado muerte a los árboles cortándoles un ancho anillo de
corteza; aunque podían quedar en pie durante años, no producían hojas y
debajo de ellos se podían hacer algunos cultivos. Más en general, porque
era más inmediatamente lucrativo, se talaban árboles, se prendía fuego
a la maleza y se cortaba la madera en trozos convenientes para la cons¬
trucción, la leña o un quemado más completo. Esta clase de desmonte,
282 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Excelente ejemplo de la
cartografía militar de
principios del siglo xix
que nos revela gran
parte del carácter de
esta población de qui¬
zás unos 1 000 habi¬
tantes. La mayoría de
las casas y de las tien¬
das se hallaban dentro
de la población origi¬
nal; la calle Yonge en¬
traba en el bosque a
unos 800 metros de la
orilla del lago; otros ca¬
minos se estrechaban
rápidamente hasta con¬
vertirse en simples sen¬
deros. Plano de York
(1818) del teniente
George Phillpotts.
286 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
En la ciudadela se izan constantemente señales para los navios que llegan; los
comerciantes corren de un lado para otro en busca de sus cargamentos; ofi¬
ciales de la guarnición marchan con paso firme para dar la bienvenida a un
destacamento procedente del cuartel o a una barrica de clarete Sneyd para la
mesa de oficiales; y las damas corretean de puntillas para meterse llenas de
ilusión en los dos o tres soi disant bazares para adquirir sombreros a la últi¬
ma moda.
nos exóticos así como de lujos ocasionales del exterior, fueron los núcleos
de las comunidades rurales. Fueron también las ramas distantes de un
difuso sistema comercial y financiero cuyas raíces conducían, finalmen¬
te, hasta las fábricas, bancos y casas comerciales del Reino Unido.
En 1840, hasta las poblaciones más grandes eran notablemente dife¬
rentes de las ciudades que hoy conocemos. En contraste con los amplios
espacios urbanos de nuestro tiempo, Montreal, Toronto, Quebec, Halifax
y Saint John eran apretujados centros pequeños. Cada uno tenía su distri¬
to de muelles y bodegas, su zona de venta al detalle y sus calles elegantes,
pero eran pocas y pequeñas. Si ricos y pobres, comerciantes y obreros,
ocupaban calles diferentes, lo hacían en la mayoría de las partes de la
ciudad. Las yuxtaposiciones eran a menudo asombrosas. Imponente y
graciosa como se veía la Calle del Rey de Toronto en la década de 1830,
corrían por ella carretas tiradas por bueyes; apenas a una manzana de
distancia se encontraba un activo mercado de pescado a la orilla del lago.
En la ciudad vieja, al este, las mansiones espléndidas de comerciantes
prósperos se hallaban rodeadas por las barracas pequeñas y ruinosas de
inmigrantes y jornaleros que llenaban las callejas del distrito. Hacia el
oeste, edificios públicos y privados de estilos georgiano y renacentista
gótico temprano distinguían la ribera del lago, pero a corta distancia, tie¬
rra adentro, cedían su lugar a hogares mucho más humildes.
En Montreal, el corazón comercial de la ciudad tenía cinco manzanas
de profundidad. Caminando de regreso desde la ribera, un visitante veía,
sucesivamente, distintas concentraciones de almacenes, casas de pen¬
sión y tabernas; las oficinas de cambistas y abogados; tiendas de menu¬
deo, bancos y compañías de seguros; y una industria ligera. Dentro de
estas zonas había una considerable diversidad. Como importantes mer¬
caderes, agentes navieros y de casas comerciales tenían oficinas en medio
de los almacenes y hoteles de la ribera. Algunos de ellos vivían también
en los pisos superiores de los edificios de tres y cuatro plantas de la zona.
Arquitectos y otros profesionales se hallaban desperdigados entre las
calles centrales del distrito. Fundiciones de bronce, talleres para vehícu¬
los, de candeleras y otros artesanos marcaban su borde interior. Grandes
fundiciones y fábricas la limitaban por el este y el oeste. Más allá, en las
laderas meridionales de Mount Roval, estaban las grandes propieda¬
des establecidas a principios de siglo por algunos de los que se enrique¬
cieron con el tráfico de pieles: James McGill, Simón McTavish y William
McGillivray.
En Montreal y Quebec, zonas étnicas comenzaron a dividir las ciuda¬
des. En ambos lugares los anglófonos se concentraron, en número des¬
proporcionado, en la sección comercial central. Las zonas en que vivían la
mayoría de los artesanos, obreros y pequeños comerciantes eran predo¬
minantemente francocanadienses. Estas pautas de distribución reflejaban
claramente el repartimiento de la riqueza y el poder. Aunque inversionis¬
tas francocanadienses tenían en sus manos importantes concentraciones
de propiedad en Montreal y Quebec, la banca, los seguros y las activi-
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 289
La botadura del Royal William, Quebec, 29 de abril de 1831. Una multitud bien
vestida se agolpa en la ribera del río y contempla desde el acantilado como el barco
de vapor abandona el dique flotante en el astillero de John S. Campbell en Que .
En 1833, fue el primer barco canadiense que cruzara el Atlántico impulsado exclu¬
sivamente por vapor. Acuarela (1831) de J. P. Cockbum.
290 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
1839, “carece de un gran centro con el que estén conectadas todas las
partes separadas, y al cual acostumbren seguir en sus sentimientos y ac¬
ciones: tampoco existe ese trato recíproco habitual entre los habitantes de
diferentes partes del país, el cual... hace que un pueblo sea uno y unido...
En vez de esto, hay muchos centros locales mezquinos cuyos sentimien¬
tos e intereses... son distintos y tal vez opuestos".
Cobourg, sobre el lago Ontario, ejemplifica bien el carácter progresi¬
vo de tales "centros locales mezquinos". El poblado, que apenas era una
aldea en la década de 1820, se convirtió en la de 1830 en foco comercial
de un territorio que se extendía más allá de los límites de la municipali¬
dad de Hamilton. Hacia 1833, un barco de vapor conectaba la ribera
norte del lago Rice con la terminal de diligencias de Cobourg. Los coches
comunicaban a Cobourg con York y Kingston. Al final de la década, pa¬
quetes a vapor de la línea Royal Mail comunicaban a la población con
Rochester y otros puertos lacustres. En 1837 se le dio a Cobourg cédula
de ciudad. Cinco años más tarde tenía molinos de granos y aserraderos,
14 comerciantes en general, diez hoteles y tabernas, cuatro fábricas de
vehículos y un racimo de sastres, curtidores, ebanistas y panaderos.
Cinco abogados y cuatro doctores prestaban sus servicios junto al pelu¬
quero y al boticario de Cobourg. Agentes de dos bancos y de una compa¬
ñía de seguros tenían oficinas en la ciudad. Como Cobourg era el centro
administrativo del condado de Northumberland, su población incluía a
varios funcionarios del condado. Tenía también un jefe de correos pro¬
vincial y un recaudador de derechos de aduana. En un poblado de casas
de madera, que en su mayoría eran sencillas estructuras de un piso y
medio, el Victoria College, construido por la Iglesia metodista, ocupaba un
grande e impresionante edificio de piedra a espaldas del lago. Unos cuan¬
tos comerciantes prósperos habían construido casas grandes; algunas
de ellas eran de ladrillo y muchas se conocían por nombre: "New Lodge",
"Beech Grove”, “The Hill”. Un ejemplo típico, que se ofreció en venta en
1843, fue una "Residencia-cottage deliciosamente situada”, de cinco dor¬
mitorios, comedor y sala de estar y un gabinete para porcelanas; con
césped, establo, granero y "tres pesebres para vacas", todo lo cual abarca¬
ba cerca de una hectárea y ofrecía "una hermosa vista sobre el lago y el
puerto". En 1842, el Instituto Teológico Diocesano de la Iglesia de Ingla¬
terra se estableció en Cobourg asociado a la Iglesia de San Pedro. La
ciudad tenía un instituto de mecánica y una Logia Leal de Orange. Sin
embargo, la población difícilmente excedía de mil habitantes.
A medida que los pueblos se transformaron en ciudades, en la prime¬
ra mitad del siglo xix, se convirtieron en crisoles para el cambio social.
La sociedad urbana se tornó más compleja y se elevó la demanda de
bienes y servicios. Nuevas artes, oficios y ocupaciones —como las de los
productores de muebles y vehículos, carretoneros, cargadores, carnice¬
ros y zapateros— encontraron su lugar en la trama urbana. Fueron más no¬
tables los extremos de riqueza y de pobreza y la sociedad quedó más
claramente dividida. Así también, la concentración de gente puso de
EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO 291
mal, las disenterías, las enfermedades en general y los peligros del dar a
luz pusieron fin a muchas vidas jóvenes. Hachazos mal dirigidos, caídas
y otros accidentes lisiaron innumerables cuerpos sanos. Donde la vida
era tan incierta, también se la consideraba barata. El ron y el whisky
fueron ubicuas fuentes de comodidad, solaz y calor entre las masas,
mientras que los más acomodados consumieron prodigiosas cantidades
de clarete y de oporto importados, y a consecuencia de todo esto dispu¬
tas sin importancia frecuentemente se trocaron en peleas violentas. Los
vecinos llegaban a los golpes. Los caballeros se batían en duelo. Los in¬
sultos eran comunes en las discusiones políticas, así como entre grupos
cuyas posiciones en la trama social de las colonias provocaban rivali¬
dades. Choques violentos entre facciones políticas en los días de las
elecciones, así como entre protestantes y católicos el 12 de julio, eran sin
duda escaramuzas ceremoniales, de las que se disfrutaba tanto como
forma de recreo que como por la beligerancia que las caracterizaba. Pe¬
ro eran señal también de un anarquismo más profundo. A pesar de todo lo
que los jueces locales, los alguaciles nombrados y otros funcionarios ha-
cían por extender la trama de la autoridad por las tierras colonizadas, las
leyes sólo servían muy frecuentemente para ser infringidas. Los colonos
ilegales hacían caso omiso de los reglamentos y simplemente asumían
derechos a tierras de la Corona. Los madereros regularmente se valían de
subterfugios para evadir el pago de impuestos sobre la maderas que ha¬
bían cortado. Ninguno de estos dos grupos se abstenía de la violencia, o
de la amenaza de violencia, para espantar a competidores o tener a raya
a inspectores celosos. En conjunto, tales acciones apuntan a una consi¬
derable independencia de pensamiento, a un espíritu individualista y a
una despreocupación de carácter, que contrasta con los anhelos oficia¬
les de crear una sociedad ordenada, respetuosa.
Más allá del borde meridional del Escudo canadiense la vida era muy
diferente. Los europeos constituían una pequeña minoría en una región
vasta y ralamente poblada. En comparación con el Este, la Tierra de
Rupert y la Nueva Caledonia exhibían pocas huellas de la penetración
europea. Al observador casual, la vida de los indios podría haberle pare¬
cido muy semejante a lo que había sido medio siglo antes. La mayoría
de los pueblos nativos conservaban modos de vida esencialmente tradi-
Los candidatos rebeldes. Antes del voto secreto, cuando los electores teman que
declarar cuál había sido su elección desde una plataforma especial las campanas
electorales, como ésta, que tuvo lugar en 1828, en Perth Alto Cañada, solieron ser
muv agitadas y a menudo desembocaron en violencia. Vocingleros partidarios de
un candidato trataban de intimidar a los que pudieran votar por un rival, y la com¬
petencia por hacerse de un lugar a los pies de la plataforma era feroz; masJe “"/im
quito de alcohol se utilizó para ayudar a decidirse a los vacilantes. Acuarela (1830)
de F. H. Consett.
300 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
Dos tesoros arquitectónicos del Alto Canadá: el templo Sharon, en Sharon, al norte
de Toronto (izquierda), y el castillo Dundum, en Hamilton (derecha). Construido en
1830 por John y Ebenezer Doan, a partir de dibujos de David Willson, dirigente
de los Hijos de la Paz, secta cuáquera disidente, el templo es muy simbólico: sus
cuatro pilares representan la Fe, la Esperanza, el Amor y la Caridad, en tanto que
sus cuatro puertas invitan a los creyentes a venir desde los cuatro puntos cardinales.
Dundum, la más grande casa estilo Regencia del Alto Canadá, se terminó en 1835
y fue residencia de Sir Alian MacNab, del primer Consejo de la Reina en la colonia y
de los primeros ministros de los Canadás entre 1854 y 1856.
Las ilustraciones del paisaje del Alto Canadá a mediados del siglo xix nos asom¬
bran a menudo por el excesivo desmonte que nos revelan. Sólo restos de lo que en
otro tiempo fue un magnífico bosque subsisten en esta vista, de Thomas Burrowes,
que tiene como centro una de las iglesias aisladas que prestaban servicio a la des¬
perdigada población de la colonia.
304 EN LAS MÁRGENES DEL IMPERIO
305
306 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
i yjKg%t i g»/M* ■i i*
Sm i a I ti RAILWAY.
TRAV ERSING THE GRKAT WHEAT REGION OF THE CAN AIJIA-N NORTHWEST
The Canadian Pacific Railway, publicado en 1886 (año en que se terminó el ferroca¬
rril) como parte de una serie de mapas y folletos destinados a los posibles emigrantes
desde la Gran Bretaña hasta las tierras recientemente abiertas del Oeste canadiense.
Un cuento de invierno
...un embargo que ningún poder humano puede levantar se impone a todos
nuestros puertos. Alrededor de nuestros muelles y almacenes desiertos se
apretujan los mástiles desnudos -—el bosque marchito del comercio— de los que
las velas han caído como las hojas del otoño. Están silenciadas las chapo-
teadoras ruedas. Se ha acallado el rugido del vapor. La alegre taberna, hasta ha¬
ce poco tan llena de retozona vida, es ahora un salón abandonado, y la fría nieve
se goza en la solitaria posesión de la cubierta por la que nadie camina. La ani¬
mación de la actividad comercial queda suspendida, la sangre vital del comercio
se ha cuajado y no corre en el San Lorenzo, la gran aorta del Norte... bloquea¬
dos y aprisionados por el hielo y la apatía nos queda abundante tiempo, al
menos, para reflexionar, y si hay alguna consolación en la filosofía, bien po¬
dríamos provechosamente reflexionar sobre la filosofía de los ferrocarriles.
310 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
...La vida política es la ruina para los hombres de estos países y los mejores
no permanecerán ni un día más de lo estrictamente necesario. Los especula¬
dores de tierras, los estafadores, los jóvenes que desean hacerse de un nom¬
bre... pueden encontrar en la vida pública aquí... una compensación poi los
sacrificios que lleva consigo, pero no ocurre lo mismo a las personas honra¬
das a quienes les va bien en sus propios negocios, y que carecen de fortunas
privadas a las que recurrir.
El que los ministros y las oposiciones deban cambiar sus lugares ocasional¬
mente constituye la esencia misma de nuestro sistema constitucional y es
probablemente el elemento más conservador que contiene. Al sujetar a todas
las secciones de políticos, por vez, a las responsabilidades oficiales obliga
a los partidarios demasiado vehementes a poner algún freno a sus pasiones...
Todo eso estaba muy bien. Pero en 1849 se puso a dura prueba la con¬
tención de las pasiones, cuando el gobierno reformista de la Provincia de
Canadá promulgó el decreto llamado de Pérdidas por la Rebelión. Apoya¬
do por mayorías reformistas en las que figuraban muchos francocana-
dienses, el decreto compensaba a quienes habían sufrido daños en sus
propiedades durante la Rebelión de 1837 a causa de la acción militar.
Pero el gobierno no distinguió con cuidado suficiente entre los ciudada¬
nos comunes y corrientes y quienes habían participado activamente en
la Rebelión. Los tories estaban furiosos: el gobierno no debía pagar a los
ciudadanos por haberse rebelado. Lina turba conservadora, fotmada en
318 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
Izquierda: Robert Baldwin. El más penetrante pensador político del Alto Canadá
fue Baldwin (1804-1858), a quien se debe en parte la forja de la alianza entre los
reformadores del Alto Canadá y los del Bajo Canadá en 1840-1841; se le recuerda
como popularizador del gobierno responsable, y como uno de los primeros aboga¬
dos de una nación bicultural. Óleo (1848) de Théophile Hamel (1817-1870).
Derecha: Louis-Hippolyte LaFontaine (1807-1864). Fue el líder de los refor¬
madores francocanadienses; se unió a Robert Baldwin y a Francis Hincks en la
alianza para la Reforma y, cuando se le concedió el gobierno responsable a
la Provincia de Canadá, se convirtió en su primer ministro reformista y fue, en este
sentido, el primero en desempeñar el cargo de primer ministro de Canadá. Óleo
(1848) de Théophile Hamel.
James Croil y grupo. Croil, inmigrante escocés que más tarde dirigió el Presbyte-
rian Record, fue autor de varios libros. Esta fotografía de 1888, en la que se recrea
la llegada de la familia a Canadá en la década de 1840, es de William Notman &
Sons; Notman (1826-1891) fue un laureado fotógrafo dueño de estudios subsidiados
por el Canadá oriental y los Estados Unidos.
LOS DESAFIOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 323
hasta que la tierra produjese una cosecha. No era fácil; pero tampoco
imposible. Se podía lograr, con sólo correr con un poco de suerte en lo
que respecta a la calidad de la tierra, y tener capacidad y buena disposi¬
ción para realizar el trabajo. No estaba de más una experiencia con el
hacha o el arado.
Son muchas las historias de fracaso; pero más importantes, por ser
más frecuentes, son los éxitos, de los que se habla mucho menos de lo
que debería hablarse. James Croil nació en Glasgow, en 1821, y llegó a
Quebec a principios de 1845 con una esposa, familia y siete soberanos
en el bolsillo (un soberano valía una libra o 20 chelines). Parte de este
dinero lo utilizó para llevar a su familia hasta el condado de Glengarry,
en el Alto Canadá, donde vivía el hermano de su esposa. El cuñado le
prestó a Croil semillas, animales y aperos de labranza y con lo que le que¬
dó de sus siete soberanos compró provisiones para el verano. Empezó a
trabajar con los cinco chelines que le quedaban. Levantó una buena co¬
secha en 1845 y le devolvió a su cuñado las semillas y la mitad del pro-
Boda canadiense. Baile durante una boda en el Bajo Canadá; el violinista está a la
derecha. Obsérvese la estufa de metal en medio de la habitación, modo de calefac¬
ción mucho más eficaz que el de una chimenea. Acuarela (c. 1845) de James Dun-
can (1806-1882).
324 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
Pero, en el siglo xix, los abstemios empezaron a luchar contra los afi¬
cionados a la bebida. A principios de la década de 1830, surgieron mo¬
vimientos en pro de la temperancia que predicaban las virtudes trascen¬
dentales del agua fría. Los Hijos de la Temperancia lograron realmente
convencer al gobierno de la Nueva Brunswick para que hiciese el experi¬
mento de la prohibición; se adoptó la medida en 1852, y tuvo vigencia
desde el 1 de enero de 1853, pero se suspendió el decreto al año siguiente
porque no había servido absolutamente de nada. Otra versión se decretó
valientemente en 1855, con vigencia efectiva a partir del 1 de enero de
1856. Por causa de ella cayó el gobierno y de nuevo se levantó la pro¬
hibición. Después de esto, los gobiernos de Nueva Brunswick procura¬
ron no tocar el asunto e hicieron bien. Ninguna otra colonia intentó to¬
mar tan drástica medida. No obstante, las colonias tenían un segmento
creciente de protestantes que se lamentaban por igual del pecado y de la
ginebra. Los movimientos en pro de la temperancia eran fuertes entre
los metodistas y bautistas, y también entre los presbiterianos; no tenían
mucha fuerza entre los anglicanos y eran virtualmente inexistentes en¬
tre los católicos. Al fin y al cabo, fue San Benito quien dijo que medio
litro de vino al día no era ni pecaminoso ni peligroso.
No debe suponerse que las reuniones de las sociedades de temperancia
se la pasaban predicando y rezando. Un hombre o una mujer jóvenes que
habían tenido que crecer en un hogar dominado por un padre borracho
ya sabían lo que podía hacer el whisky, sin que nadie les hablase del fue¬
go del infierno. Las sociedades de temperancia estaban formadas por
personas jóvenes, vigorosas, emprendedoras; patrocinaban bailes, días de
campo, cenas y paseos en trineo durante el invierno. Durante un paseo en
trineo había maneras de mantenerse caliente tan buenas por lo menos,
si no mejores, como la de beber whisky. A medida que estas sociedades se
desarrollaron y maduraron, crearon empresas derivadas de ellas, como
lo fueron las sociedades de construcción y las compañías de seguros. Los
negocios colectivos fueron a menudo resultado de empresas privadas.
Aunque estos deleites rurales hayan podido comenzar con gran eleva¬
ción de miras, en las "fronteras” se cumplía una suerte de ley de Gresham
cultural, por la cual las costumbres más primitivas propendían a expul¬
sar a las más civilizadas. Las Iglesias protestantes —todas las Iglesias por
cierto— trataron de conservar la civilización lo mejor que pudieron. Pe¬
ro la sociedad rural en la América del Norte Británica pudo ser estrecha,
intolerante y ocasionalmente brutal. Por ejemplo, el charivari, ruidosa
serenata que se le llevaba a una pareja de recién casados, a menudo era
una costumbre social inocente y alegre, pero podía convertirse en mali¬
ciosa, especialmente si se le tenía tirria a la pareja.
Los partidos Orange y Green de la vida y la política irlandesa, exporta¬
dos a Canadá, hicieron su propia contribución a la violencia recreativa y
a las torpes luchas de facciones. Quizá fue una suerte que los irlandeses
católicos prefiriesen las ciudades y los irlandeses protestantes el campo.
Aun así, una marcha del partido Orange en Toronto u otras partes fácil-
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 329
Día de elecciones en
Montreal, en 1860 o
1861, cerca del Campo
de Marte; la votación
abierta (pública) fue la
regla hasta muchos
años después de la
Confederación. Las in¬
timidaciones y violen¬
cias fueron comunes y
frecuentemente la po¬
licía tuvo que acudir
para proteger a los elec¬
tores disidentes.
LOS DESAFIOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 331
La majestad de la ley
en el Oeste de Canadá,
vista desde la Madre Pa¬
tria. Arriba: un testigo
prestando juramento
en un juicio rural en el
condado de Dufferin,
en la década de 1850.
Casi indudablemente
debió tratarse de un
caso menor; los juicios
importantes se ventila¬
ban en el tribunal del
condado. Abajo: sólo
cinco “hombres bue¬
nos y veraces" delibe¬
rando su juicio en un
huerto cercano. En The
Illustrated London
News (17 de febrero de
1855).
no eran abogados; existía un viejo dicho colonial que decía que los abo¬
gados ganaban más dinero defendiendo criminales que llevándolos a
juicio. El juez de paz era también, por muchos conceptos, criatura de la
comunidad en que vivía; esto constituía, a la vez, el vigor de la institu¬
ción y, en algunas partes de la América del Norte Británica, su debilidad.
¿Qué podía esperarse de un juez de paz tan sujeto al puño de los bravu¬
cones locales que le daba miedo procesarlos, o darles la condena que se
merecían cuando se les encontraba culpables? Y como los jueces de paz
aceptaban gratificaciones, algunos podían ser venales y traicioneros. En
los relatos que escribió Thomas Chandler Haliburton acerca de la vida
en Nueva Escocia, en la década de 1830, a los que puso por nombre Sam
Slick, the Clockrnaker, el caballo del juez Pettifog arrastra más bellaque-
332 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
ría que derecho. El juez Pettifog y su alguacil Nabb constituyen una in¬
comparable yunta de sinvergüenzas.
Márgenes de mortalidad
Cuando Canadá era 150 años más joven de lo que es hoy, la vida, la en¬
fermedad y la muerte tenían otro carácter. La luz y la oscuridad, el calor
y el frío, la comodidad y la incomodidad, la hartura y el hambre, tenían
un carácter de inmediatez del que ahora sólo nos podemos dar remota¬
mente una idea, de vez en cuando, mediante un esfuerzo de imagina¬
ción: después de patinar durante un día frío sobre un lago congelado, el
intenso deleite de un fuego y un tazón de té. Los márgenes del vivir en¬
tonces eran amplios, pero los márgenes de la vida eran estrechos. Un error
con el hacha, una pequeña cortada con un cuchillo, un resfrío fuerte
podían tener todos resultados funestos. Lord Sydenham, gobernador ge¬
neral de Canadá, se hallaba cabalgando por Kingston cierto estupendo
día de septiembre de 1841; su caballo tropezó y cayó y la pierna derecha
del jinete quedó malamente aplastada. Al cabo de dos semanas, había
muerto de tétanos. En 1880, a George Brown, dueño y director del Globe
de Toronto, le disparó un ex empleado resentido. No fue sino una herida
superficial, pero se le gangrenó; Brown murió siete semanas después. Al
comentar en el Parlamento la muerte repentina, inexplicable de un colega,
Sir John A. Macdonald citó a Burke: "Qué sombras somos y qué som¬
bras perseguimos".
A las mujeres les iba peor. El dar a luz podía ser una experiencia horren¬
da. Cuando el parto no iba bien, cualquier cosa podía ocurrir. Una lige¬
ra malformación de la pelvis, el niño que venía presentado al revés, al¬
guna de las múltiples desafortunadas posibilidades podía dar muerte a
la criatura, a la madre o a ambos. Toda familia tenía sus tragedias pri¬
vadas. La mortalidad infantil era altísima. Entre 1871 y 1883, John y Annie
Thompson tuvieron nueve hijos: cuatro murieron en la infancia y un
quinto quedó paralizado por la poliomielitis. Las historias de la muerte
de niños que uno encuentra en las novelas de Charles Dickens y que
ahora pueden parecemos sensibleras, reflejan una realidad a la que pocas
familias pudieron escapar. Muchas canciones populares tenían como
tema la muerte de niños. La torva guadaña de la Muerte tenía inscritas
en la hoja sus leyendas: difteria, tos ferina, sarampión, tifoidea, viruela.
Pero la naturaleza de esta cosecha trágica estaba cambiando, o empe¬
zando a hacerlo. Se conocía desde hacía tiempo la inoculación contra la
viruela, pero era riesgosa, y la mayor parte de la gente le hacía resisten¬
cia. En la década de 1800, Edward Jenner había hecho su gran descu¬
brimiento, el de la vacunación utilizando una forma más benigna de la
enfermedad, la de la vaca. El éter se usó por primera vez en Boston en
1846 y junto con el cloroformo se lo utilizó como anestésico en la Gran
Bretaña y en la América del Norte Británica. El doctor Edward Dagge
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 333
del día en que sus jóvenes oyentes escucharían el silbato de vapor de una
locomotora en los pasos de las montañas Rocosas. En ese mismo año
trató, sin éxito, de que se le oyera en las montañas Cobequid, y tampoco
consiguió que los gobiernos de Nueva Escocia, Nueva Brunswick, Ca¬
nadá y la Gran Bretaña aceptasen construir un ferrocarril intercolonial,
desde Halifax hasta Montreal. En vista de este fracaso, no puede repro¬
chársele que pensara que el mar que se hallaba a las puertas de Nueva
Escocia era una oportunidad más seductora que los cerca de 1 000 kiló¬
metros de bosques que había entre Halifax y Montreal y que, por lo tanto,
basase su "federación del imperio” en la tecnología del barco de vapor.
La gran aventura
y legales en las finanzas del Grand Trunk. Otro tanto hizo su tratable y
sutil colega, John A. Macdonald. Al igual que ellos, la mayoría de los Pa¬
dres de la Confederación fueron abogados y hombres de negocios, ver¬
sados en las nuevas maneras de actuar de la década de 1860.
La creación de la Confederación, por muchos conceptos, fue un acon¬
tecimiento sorprendente. Podrá uno sumar las causas de la Confede¬
ración y aún no obtendrá el total de ella. Como todas las realizaciones
políticas, fue cosa de oportunidad, suerte y de la combinación de cierto
conjunto de hombres y acontecimientos. Los hombres, en este caso, pro¬
cedieron de varias colonias harto diferentes y separadas entre sí.
Había existido ya un movimiento en pro de la Confederación dentro de
la Provincia de Canadá en 1858, en parte como resultado del derrumbe
del mercado de valores de Nueva York en 1857 y sus consecuencias eco¬
nómicas, y en parte por problemas internos de la propia Provincia de Ca¬
nadá. Fue una política adoptada por el gobierno de Cartier y Macdonald
(George Cartier era primer ministro), a falta de algo mejor, para salir del
escándalo ocasionado por el hecho de que el gobierno se hubiese propues¬
to convertir a Ottawa en la nueva capital de la Provincia. Pero el primer
movimiento en pro de la Confederación, de 1858, despertó poco interés
en las colonias atlánticas, que estaban atendiendo a sus propios asuntos
y lo estaban haciendo bastante bien. El gobierno británico en Londres
también lo trató fríamente, como si pensase que el desequilibrio político
en la Provincia de Canadá hubiese de ser transitorio. La depresión de
1857-1858 menguó, y el gobierno de la Provincia de Canadá sobrevivió,
con lo que Ottawa quedó confirmada como su futura capital. No se hizo
mayor cosa más acerca de la Confederación, pero se dio a la publicidad
su posibilidad y se habló de ella. Y esto, por supuesto, ya fue algo.
El Partido Conservador de la Provincia de Canadá abrigaba algunos
temores ante la Confederación. Era un gran paso, entre otras cosas, por¬
que inclusive los conservadores reconocían de mala gana que la Confede¬
ración tendría que incluir el Noroeste (el territorio de la Compañía de la
Bahía de Hudson, llamado Tierra de Rupert). Los conservadores, y tam¬
bién algunos reformistas, pensaban que el Noroeste no era más que un
vasto elefante blanco, una grande y solitaria tierra cuya administración ha¬
bría de costar su buen dinero. Su colonización, sin duda, tardaría aún
décadas en realizarse.
El Partido Reformista se mostró más agresivo en lo relativo al Nor¬
oeste, inconforme con el statu quo. Las dificultades de vivir en pareja
política con los francocanadienses eran tales que los reformistas estaban
convencidísimos de que la Provincia no podría subsistir tal cual era; no
les preocupaban mayor cosa las colonias del Atlántico, pero sí les preocu¬
paba mucho el "dominio francocanadiense” de la Provincia de Canadá.
Y no es que los reformistas deseasen un divorcio completo de la región
francocanadiense del Canadá oriental; los ferrocarriles, los canales y el
puerto de Montreal les importaban demasiado. Pensaban en algo seme¬
jante a un mercado común entre las dos secciones de la provincia, que
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 343
mercante, pero sus líneas parecían ser las de un barco de guerra en opi¬
nión de la embajada de los Estados Unidos en Londres. El barco, al que
todavía no se le había puesto nombre, partió un fin de semana y su acaba¬
do se terminó en Francia. Así comenzaron los dos años de estragos que
causó el Alabama. Cuando fue hundido finalmente por barcos de guerra
del Norte, en el golfo de Vizcaya, en 1864, tan sólo los daños directos ha¬
bían ascendido a 15 millones de dólares. El Departamento de Estado de
los Estados Unidos y periódicos de ese país alegaron que el Alabama
había prolongado la Guerra Civil en dos años; como la guerra le había
costado al gobierno estadunidense 2 000 millones de dólares al año, las re¬
clamaciones indirectas a la Gran Bretaña ascendían a 4 000 millones.
Una buena manera de pagar esta cuenta, insinuaron no muy delicada¬
mente los estadunidenses, podía ser la cesión de la América del Norte
Británica. Y aunque la Gran Bretaña no tenía intención de entregarla,
sería una cuestión muy diferente si los colonizadores decidieran irse. La
política que animó al gobierno liberal de Lord Palmerston en la Gran
Bretaña durante la Guerra Civil fue la de que, no obstante que las co¬
lonias de la América del Norte Británica tenían muchos inconvenientes
—eran costosas y difíciles de administrar, para empezar—, no podían
ser entregadas deliberadamente a los estadunidenses. Eran una heren¬
cia del pasado y, a pesar de todos sus inconvenientes, la Gran Bretaña
tenía un deber para con ellas y para consigo misma. Pero las colonias,
como los hijos, crecían. Los británicos no podían permitir que los estadu¬
nidenses las tomaran, pero no había nada de malo, nada que pudiese ofen¬
der el orgullo británico, en que los colonos mismos decidiesen tomar en
propia mano su futuro. También sería algo mucho más barato.
El nuevo secretario colonial del gobierno de Palmerston fue Edward
Cardwell, administrador brillante, sereno, cuya firmeza de carácter esta¬
ba encubierta por su timidez en el Parlamento. Cuando lo respaldaban
sus colegas del Gabinete y de las camarillas, Cardwell era capaz de mos¬
trar la inflexibilidad de los buenos administradores: una vez que se ha
formulado una política y que se cree en ella, hay que hacerla valer y con¬
servarla. Y ciertamente esto es lo que hizo Cardwell con la idea de la
Confederación entre 1864 y 1866.
En 1864, el movimiento en pro de la Confederación había crecido enor¬
memente. A fines del verano de ese año, se convocó apresuradamente a
una conferencia sobre la Unión Marítima en Charlottetown. La Unión
Marítima era el proyecto predilecto de los gobernadores locales, y en
años pasados había contado con el respaldo de la Colonial Office y el
apoyo un tanto flojo de los primeros ministros coloniales. La Provincia
de Canadá se enteró de la conferencia y preguntó si podría realizar
proposiciones más ambiciosas para la unión de todas las colonias. De
modo que el 1 de septiembre de 1864, los canadienses descendieron de su
barco, el Queen Victoria, anclado en la bahía de Charlottetown, sintién¬
dose, como dijo George Brown, como si fuesen Cristóbal Colón. Los de¬
legados de Nueva Escocia y Nueva Brunswick, e inclusive algunos de la
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 351
Luego los cazadores, cada uno de ellos montado en su mejor caballo, cabalga¬
ban dirigidos por el capitán y se acercaban al rebaño contra el viento, prote¬
giéndose detrás de cualquier pliegue conveniente de la ondulante llanura.
Cuando se encontraban en posición, cargaban en línea a una señal del
capitán. Cada hombre llevaba su arma cruzada sobre el cuello de su caballo
entrenado, tenía un puñado de pólvora suelta en su bolsillo y llevaba la boca
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 359
llena de balas. Cuando los bisontes comenzaban a correr, cada uno escogía su
animal, que por lo común era una res joven, y cabalgaba junto a ella. Dispara¬
ba el arma atravesada sobre el cuello del caballo y apuntaba valiéndose del
ángulo. A 50 o aun a 100 metros de distancia el cazador del río Rojo podía
abatir a su presa, aunque por lo común el disparo se hacía desde más cerca.
Luego, la pólvora que cabía en la palma de la mano se metía por el cañón del
arma, se escupía una bala en la boca y todo se acomodaba golpeando la cula¬
ta sobre el muslo o la silla de montar. El jinete, mientras tanto, había seguido
galopando para acercarse a una nueva bestia... Y así proseguía la caza en
medio del tronar de los cascos, los mugidos y bufidos del ganado, en el polvo
y el resplandor de las llanuras en el verano...
una decisión difícil. La gran fiebre del oro del río Fraser, de 1858, se había
desplazado hacia el norte, a la región del caribú, hasta llegar a Barkervi-
lle, con sus aceras de tablones, sus casas de tablones y su cementerio de
tablones, que ahora era un monumento de tablones a la fiebre del oro.
Ya desde 1865, el oro de Barkerville había comenzado a agotarse tam¬
bién; los mineros se estaban yendo, la deuda colonial se iba acumulando
y el gobierno británico decidió que no necesitaba dos colonias en la costa
occidental, la de la isla de Vancouver y la Columbia Británica, cada una
de ellas con sus propias estampillas, sus funcionarios y su capital. Las dos
fueron unidas por la fuerza en noviembre de 1866, con el nombre de la
colonia de las tierras continentales, pero con su capital en Victoria. Esta
unión no puso fin a las tribulaciones de la Columbia Británica, las que
aumentaron con la adquisición estadunidense de Alaska.
Las posibilidades eran pocas y escasamente prometedoras. El total de
población blanca probablemente no pasaba de 11 000 personas, y los in¬
dios eran 26 000. Los de la Columbia Británica sentían que habían ido a
parar al último confín del mundo y que vivían en un cómodo callejón sin
salida sobre las benignas riberas del Pacífico. Estaban alejados de todo.
Si querían enviar una carta desde Victoria hasta Ottawa, tenían que po¬
nerle una estampilla estadunidense aparte del sello de la Columbia Bri¬
tánica; el correo de los Estados Unidos en San Francisco, situado a cerca
de 800 kilómetros al sur, no la aceptaba sin él. Era algo humillante e in¬
justo. A fin de cuentas, ¿por qué no ser estadunidenses? Había en Victo¬
ria alguna fidelidad por lo británico, pero en la Columbia Británica la
anexión a los Estados Unidos no tenía ese matiz de traición que la histo¬
ria le había dado a esa idea en el Este. Con toda frialdad se la considera¬
ba posibilidad legítima. Sin embargo, las representaciones del valle del
Fraser eran mucho más partidarias de la Confederación que las de la isla
de Vancouver; las tierras continentales eran contiguas al Dominio de
Canadá, aunque las distancias fuesen enormes y el territorio casi no se hu¬
biese explorado. La expedición que Sir John Palliser efectuara en 1857-
1860 había explorado el sur de Saskatchewan y de Alberta, y descubierto
un nuevo paso, el de Kicking Horse. Pero la exploración no es lo mismo
que la colonización; no obstante, la adquisición por parte de Canadá del
territorio de la Compañía de la Bahía de Hudson, en 1869, proporcionó
un argumento legítimo a los partidarios de la incorporación de la Colum¬
bia Británica continental a Canadá.
Pero ¿qué podía ofrecer el nuevo Dominio de Canadá a este mundo vas¬
to e indómito de montañas y costas? Pues bien, Canadá ofreció mucho y
más de lo que el sentido común podía haber sugerido. Delegados de la
Columbia Británica partieron hacia Ottawa en el verano de 1870. Fue
un largo viaje, desde Victoria en barco de vapor hasta San Francisco, y
luego en un prolongado y caluroso trayecto por tren, en el novísimo fe¬
rrocarril transcontinental Central Pacific-Union Pacific, terminado ape¬
nas el año anterior, hasta Omaha, Chicago y Toronto. El propio Macdo-
nald había quedado fuera de acción; había sufrido un grave ataque de
362 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
Risco sobre Murderer’s Bar, río Homathko, ruta de la caleta de Bute, acuarela
(1879) de H. O. Tiedemann (1821-1891). En 1862, James Douglas, gobernador de
la Columbia Británica, ordenó la construcción de un nuevo camino hacia los
yacimientos de oro de Cariboo. A Tiedemann se le encargó el levantamiento topo¬
gráfico; la figura en el primer plano inferior puede ser un autorretrato. El lugar
tomó su nombre del hecho de que los cadáveres de mineros asesinados en la caleta
de Bute salieron a la superficie, según se decía, de nuevo aquí en 1858.
El caricaturista J. W. Bengough
(1851-1923) fundó el semanario
satírico Grip, que se hizo famoso
ridiculizando a Sir John A. Mac-
donald durante el llamado Escán¬
dalo del Pacífico. El jefe liberal
Alexander Mackenzie mira con
escepticismo a Sir John A. Mac-
donald.
Izamiento de la ban¬
dera. El joven Wilfrid
Laurier. En 1877, Lau-
rier (1841-1919) fue
nombrado ministro en
el gabinete de Alexan-
der Mackenzie. Fue de¬
rrotado cuando regresó
a su distrito electoral
para una elección com¬
plementaria reglamen¬
taria, pero luego se le
ofreció una curul en la
ciudad de Quebec, este.
Aquí se le ve en uno de
los bastiones de la ciu¬
dad, izando triunfal¬
mente la bandera libe¬
ral, por haber ganado
la nueva elección com¬
plementaria. Por Octa-
ve-Henri Julien, publi¬
cado en el Canadian
Illustrated News (15
de diciembre de 1877).
368 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
Obreras escogiendo
mineral en la mina de
cobre de Huntington,
cerca de Bolton, Que-
bec, en 1867; una rara
fotografía de las condi¬
ciones de trabajo en
Canadá en la era de la
Confederación. Foto de
William Notman.
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 373
OR R5VENUE TARÍFF.
Hamilton. Procesión
de los hombres del mo¬
vimiento en pro de la
jornada de nueve ho¬
ras. El movimiento
obrero canadiense en¬
cuentra sus raíces en
las ciudades altamente
industrializadas, como
la de Hamilton, Onta¬
rio, a cuyos trabaja¬
dores metalúrgicos se
les ve aquí marchando
para conseguir la jor¬
nada de nueve horas.
Obsérvense los pendo¬
nes procesionales pin¬
tados de los sindicatos.
Grabado tomado de
una fotografía apareci¬
da en el Canadian
Illustrated News (8 de
junio de 1872).
Es difícil comprender el Oeste sin haber estado allí; era, y es, un mundo
especial. Hasta el aire es diferente: el viento, las distancias, los inviernos
y los veranos. Y el Oeste de las praderas dista mucho de ser monótono:
abrumador, quizá sea la palabra que lo nombre mejor, sobre todo si se
piensa en esa luz cegadora, transparente, sin bruma. Por el cielo inmenso,
como dijo Wallace Stegner, se desplazan armadas enteras de nubes, cu¬
yos cascos, al parecer, se han limado contra la tierra. Sobre los vastos ki¬
lómetros corre el viento, un viento que huele a hierbas, limpio, algo con lo
que debe uno luchar, tal y como lo hace una trucha contra la corriente en
un rápido.
El Oeste tenía sus propias exigencias; en las granjas de la pradera sus¬
piraba uno por la fruta y a veces por el agua y la sombra. En los días de
los pioneros al menos, lo único que se comía era carne y más carne, saca¬
da de una olla en la que se cocía un estofado eterno, lentamente, sobre la
parte de atrás de la estufa, tan eterno como la gruesa tetera del pescador
de Terranova o de Nueva Escocia, desde la que se servía un líquido se¬
mejante al del estofado, un té con consistencia de cuero. Alguien del Este
que viviese en Battleford, Saskatchevvan, en las décadas de 1870 y 1880,
echaría de menos las peras, manzanas, cerezas y melocotones del Niága¬
ra, o las gordas y amarillas Gravensteins del valle de Annapolis, la diver¬
sidad característica de las granjas del Este. Pero es que toda la economía
era diferente. Las granjas del Este nunca fueron autosuficientes por com¬
pleto, pero les faltó poco para serlo. Como caían 750 o más milímetros de
lluvia al año en el Este, siempre se levantaba una cosecha de algo. Pero en
las praderas se dependía fundamentalmente del grano: de la cebada y la
avena donde caía lluvia suficiente, y del trigo en todas partes.
En el Oeste, la cosecha llega con aterradora rapidez. Imaginémonos 65
hectáreas de trigo perfectamente maduro; no puede esperar, tiene que
recogerse inmediatamente, antes de que la lluvia, el granizo o las hela¬
das lo destruyan. Esto quiere decir que hay que levantarse antes del alba
y meterse en la cama, medio muerto de cansancio, cuando la luz desapa-
380 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
rece, para comenzar de nuevo al día siguiente. Las mujeres trabajan tan
duramente como los hombres: se levantan a las 5 de la mañana para pre¬
parar un almuerzo enorme; entran los segadores y limpian la mesa; ape¬
nas hay tiempo, después de lavar los platos, para comenzar a preparar
las papas y todo lo demás para la comida del mediodía; y en la tarde se
tiene que hacer otro tanto de nuevo para preparar la cena.
El apremio de la cosecha significaba también que uno debía contar con
los caballos y, más tarde, con la maquinaria mejores que pudiesen con¬
seguir. No podía ni pensarse en que se estropeara la segadora o la agavi¬
lladora en el momento de la cosecha. Massey, Harris y otros fabricantes
canadienses producían máquinas buenas, pero sus precios se hallaban
protegidos por un arancel de 25 por ciento, fijado por la Política Nacio¬
nal, que impedía que la maquinaria agrícola estadunidense, más barata
(cadenas de montaje más largas les permitían producir máquinas seme¬
jantes a menor costo), entrase en el país. Algunos agricultores del Oeste
comenzaron a pensar que estos fabricantes del Este se estaban aprove¬
chando indebidamente de la protección. El objetivo fundamental de la
cosecha, sin embargo, era la conversión de las 65 hectáreas de trigo en
dinero. El agricultor era un hombre de negocios. Convertía su cosecha
en ropa, aperos, leña, maquinaria e inclusive algo en ahorros. De manera
que pensaba instintivamente en términos de cómo llevar el producto al
mercado, de las distancias, del precio de los fletes y del precio que obten¬
dría el trigo “Número 1 del Norte” en Winnipeg. Se conocen historias de
éxito; si no hubiese habido más éxitos que fracasos, ¿quién habría ido
allí? John Fraser se vino desde Edimburgo, Escocia, hasta Brandon,
Manitoba, en 1881, con un capital de 2 000 dólares y compró una media
sección de buenas tierras negras y profundas al ferrocarril Canadian Pa¬
cific. Al cabo de dos años, valía 4 500 dólares, y dedicaba 16 hectáreas al
trigo (que producía unos 1 700 kilogramos por hectárea), 8 hectáreas a la
avena y otras 8 a la cebada. Sus animales pasaban el invierno con heno
cortado de las praderas.
John Fraser tuvo más suerte que otros. En gran medida, parece haber
escapado a los hielos de septiembre de 1883 que afectaron a Saskatchewan
y Alberta. Y el verano de 1884 fue húmedo en Saskatchewan pero no de¬
masiado malo en Manitoba. Los climas de las praderas no son todos igua¬
les. Algunos años puede haber sequía en el sur de Saskatchewan pero co¬
piosas cosechas en Manitoba y el norte de Alberta. A veces, un fenómeno
como el de que hubiese dos malos años sucesivos (1883 y 1884) podía dar
lugar, como efectivamente ocurrió en el valle del Saskatchewan, a con¬
diciones que alimentasen las simientes del descontento político y social.
Tenemos que aclarar, enseguida, que a fin de cuentas la colonización
de las praderas canadienses fue pacífica; por sí solo, esto fue un logro
considerable. No conocimos ni la décima parte de los problemas a que
se enfrentaron los estadunidenses. Esto en gran parte se debió a la ma¬
nera como lo hicimos: pusimos por delante la ley y el cumplimiento de
la ley, y a los colonos después.
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 381
•*4m
.m
»%*
Arriba: Caravana de carretas por el río Rojo (¿c. 1862?). Las carretas estaban he¬
chas totalmente de madera, por lo que podían flotar si era necesario. Abajo: Civili¬
zación y barbarie, Winnipeg, Manitoba (¿c. 1871?). Óleos de W. G. R. Hind,
quien participó en la travesía por tierra de los "overlanders" en 1862. Hoy en día ya no
estamos tan seguros acerca de la calidad “civilizada” de la sociedad moderna.
La Rebelión del río Rojo de 1869-1870, encabezada por Louis Riel, ha¬
bía mostrado a Ottawa que el Oeste necesitaría un poco menos de pre¬
sencia militar y algo más que una presencia militar. En primer lugar, se
necesitaban tratados con los indios, y en efecto, en 1871 y 1877 se con¬
certó una serie importante de tratados. Pero concomitante de esto era el
control, no tanto de los indios como de los colonos blancos. Potencialmen¬
te, eran el elemento más perturbador, por la fuerza de su número y de su
influencia, al menos si se tenía en cuenta la experiencia estadunidense.
Cuando los siux emboscaron al general Custer en Little Big Horn, Mon¬
tana, el 25 de junio de 1876, el general se hallaba allí a causa de una
afluencia de mineros blancos que andaban en busca de oro. Era territo¬
rio siux, y los mineros lo habían invadido. En el ano de 1876, los Estados
Unidos gastaron 20 millones de dólares en luchar contra los indios. El
presupuesto federal total de Canadá no llegaba a esa suma, una gueira
382 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
con los indios habría sido un desastre no sólo en términos humanos sino
financieros. Canadá necesitaba la paz. El equivalente canadiense de la
acción militar de Clister fue el Tratado número 6, el tratado de Fort Carl-
ton-Fort Pitt de agosto-septiembre de 1876 concertado con los crees de
las llanuras y de los bosques del valle septentrional de Saskatchewan.
Cuando el ministro canadiense del Interior, David Mills, fue a Washing¬
ton un año después, su colega estadunidense, Cari Schurz, le preguntó:
“¿Cómo logra meter al orden a sus blancos?” No se conoce la respuesta
de Mills, pero ésta consiste en que el gobierno de Canadá llegó primero
al Oeste, con los tratados indios, con un estudio de tierras amplio y pre¬
ciso, y con la Policía Montada del Noroeste, en ese orden aproximada¬
mente. Cada uno reforzó a los demás y ya estaba todo en su lugar antes
de que los colonos comenzaran a llegar verdaderamente.
La Policía Montada del Noroeste fue creada en 1873 por Sir John A.
Macdonald en atención a las enérgicas recomendaciones que le hicieron
funcionarios del Noroeste, en especial Alexander Morris, teniente gober¬
nador de Manitoba y de los Territorios del Noroeste (1872-1877). La Mon¬
tada fue notablemente excepcional por sus funciones y organización,
totalmente diferente de cualesquier experiencias en el este de Canadá. El
sistema oriental —importado de Inglaterra, lo mismo que la lev— fun¬
cionaba razonablemente bien. Era justicia local, muy local, y el derecho
era literalmente un derecho consuetudinario. En tiempos de crisis social
verdadera podía llamarse a la milicia, pero esos tiempos fueron poco
frecuentes.
Pero esta ley oriental no funcionaba bien en las volátiles y primitivas
comunidades situadas al oeste del lago Superior. La Compañía de la Ba¬
hía de Hudson había contado con su propio sistema legal, pero hacia
1869 realmente se había venido abajo, como lo comprobó la captura de
Fort Garry por los hombres de Riel. Cuando hubo tropas británicas en
el río Rojo, como ocurrió en 1846-1848 y 1857-1861, no hubo problemas.
Una vez establecida Manitoba como provincia, por supuesto, tendría que
hacerse cargo de mantener la ley y el orden por su cuenta, pero eso les
dejó a Alexander Morris y a Macdonald con la preocupación de los Terri¬
torios del Noroeste.
La creación de la Montada fue un acto inspirado de Macdonald. La
nueva fuerza contaba con facultades y disciplina diferentes a cuales¬
quiera de los sistemas británicos para el cumplimiento de la ley, salvo el
de la Policía Irlandesa. La idea atinadísima de la chaqueta roja no fue de
Macdonald, sino del asistente general de la milicia canadiense, el coro¬
nel Robertson-Roos. (El color, por supuesto, era el de los soldados regu¬
lares del ejército británico.) Wallace Stegner era un chico de cinco años
en 1914, cuando vio por primera vez a un policía montado en Weyburn,
Saskatchewan:
la verdadera razón del éxito tan espectacular alcanzado por la fuerza no muy
numerosa de la Policía Montada... jamás se cultivó con mayor cuidado la digni¬
dad del uniforme, y jamás se explotó más hondamente la cualidad ceremonial
de la ley y el orden imparciales... Uno de los aspectos más visibles de la fron¬
tera internacional fue el de que era una línea de color: azul debajo, rojo arriba,
el azul de la traición y las promesas incumplidas, el rojo de la protección y del
cumplimiento de la palabra dada.
dios del lugar. Y el 2 de abril los crees dieron muerte a nueve personas,
entre las que figuraron Quinn y dos sacerdotes católicos; sólo dos muje¬
res y el agente de la bahía de Hudson sobrevivieron. En lo que respecta
a Riel, cabe decir que no disparó un solo tiro durante todo este tiempo.
Se puso a la cabeza de sus seguidores, llevando un crucifijo en la mano y
diciendo: “¡Fuego en nombre del Padre!, ¡fuego en nombre del Hijo!,
¡fuego en nombre del Espíritu Santo!” Cuando lo capturaron, el gobierno
tuvo que decidir de qué habría de acusarlo. Sus seguidores métis e in¬
dios habían cometido sin duda asesinatos, pero Riel no había dado muer¬
te a nadie. Lo que había hecho era causar una gran insurrección. Final¬
mente, se le acusó de traición, de acuerdo con un desatinado y viejo
estatuto de 1352, de la época de Eduardo III. Macdonald conocía el es¬
tatuto porque la Corona lo había utilizado años antes cuando él era un
joven abogado defensor; en aquel entonces, había pensado que estaba lle¬
no de lagunas.
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 389
Ranchos y ferrocarriles
Vaqueros en un rodeo
de ganado cerca de
Cochrane, Alberta (c.
1900). La ganadería se
extendió por Alberta
meridional y Saskat-
chewan hasta 1907,
cuando un terrible in¬
vierno dio muerte a
gran parte del ganado y
arruinó a centenares
de rancheros; muchos de
ellos se dedicaron lue¬
go al cultivo del trigo.
Foto de Montgomery.
El sendero del 98
Klondike. Hacia 1897 las noticias se habían difundido por el mundo en¬
tero y hacia 1898 llegó gran número de mineros, en su mayoría a través
de los puertos estadunidenses de facto en la cabecera del canal de Lynn,
Dyea y Skagway, y por los pasos respectivos que conducían al norte, el
Chilkoot y el White. Hacia 1898, así también, la Policía Montada del Nor¬
oeste controlaba el ingreso al Yukón desde lo más alto de los pasos, e in¬
sistía en que quienes ingresasen en Canadá llevasen comida, ropa y
equipos suficientes para soportar los rigores del Yukón. La Montada se
encargó de hecho de regular la fiebre del oro. Robert Service, joven ofici¬
nista que trabajaba en el Banco de Comercio de Canadá en Whitehorse
y en Dawson City, contempló la avalancha en pos del oro y entretuvo a
sus amigos recordándola en baladas, como las de “La muerte de Dan
McGrew”, “La cremación de Sam McGee” y “La ley del Yukón”, en Songs
ofa Sourdough” (1907). Sus baladas eran una realzada realidad:
El paso del Chilkoot (1 067 metros). La Policía Montada del Noroeste se apostaba
en la cima para comprobar que cada buscador de oro llevase los alimentos y toda
la impedimenta necesaria. Foto de E. A. Hegg.
rante las décadas de 1860 y 1870. Inclusive la rocosa y vieja Halifax esta¬
ba instalando un sistema de drenaje a fines de la década de 1870, a pe¬
sar de su elevado costo. Pero ni en Halifax ni en Vancouver se hacía otra
cosa, para deshacerse de las aguas negras, que vaciarlas en las aguas
más cercanas, las del océano. A las casas nuevas de Vancouver, de Halifax
y puntos intermedios estaban llegando también invenciones tales como
el teléfono y la electricidad. Canadá había comenzado su larga y feliz
historia de amor con la maravillosa invención de Alexander Graham
Bell a principios de la década de 1880. El teléfono había sido concebido
en Brantford, Ontario, aunque —como reconoció Bell— el único lugar que
contaba con los medios técnicos y financieros para propagarlo eran los
Estados Unidos. El recién llegado benefició a ambos lados de la fron¬
tera. Ottawa contó con su primer directorio telefónico (con 200 suscrip-
tores) en 1882.
La electricidad comenzó a llegar en la década de 1880. Al principio,
sólo las estaciones ferroviarias y los edificios públicos podían permitír¬
sela, pero hacia 1900, en los pueblos y ciudades al menos, ya era más la
398 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
La expedición a la ba¬
hía de Hudson, en 1884,
mirando hacia el sur a
través de la caleta de
Nachvak desde la cala
de Skynner, en el La¬
brador; a la vista, el
Neptune. El geólogo
A. P. Low inició la ex¬
ploración del interior
del Labrador y de Un-
gava en 1884, para el
Geological Survey of
Cañada, y con su co¬
laborador Robert Bell
—quien tomó esta foto¬
grafía— llevó a cabo el
trabajo de reconoci¬
miento de la costa des¬
de barcos del Depar¬
tamento de Marina y
Pesca.
regla que la excepción. No sólo las casas nuevas de las clases media y
superior la tenían como la cosa más natural, sino que las casas viejas la
estaban instalando. Y a medida que los teléfonos y la electricidad prolife-
raron, también lo hicieron las marañas de alambres y postes en las calles.
En la década de 1860, las calles canadienses tenían el aspecto despejado
de Europa. El suelo podría verse mal —lodoso en la primavera, polvo¬
riento en el verano y el otoño y oliendo perpetuamente a estiércol de ca¬
ballo— pero nada estorbaba la vista hacia arriba. En la década de 1890,
todo esto había sufrido gran cambio. Los cables del telégrafo fueron la
primera intrusión; cuando los postes aparecieron por primera vez en
Halifax, en la década de 1850, la gente salió de noche, armada de hachas,
y los cortó. Pero a medida que teléfonos y electricidad se difundieron los
postes se multiplicaron; y, hacia la década de 1890, los centros de Toron-
to, Montreal, Vancouver y Halifax tenían un aspecto feísimo a causa de
las marañas de cables y armazones.
Las bicicletas fueron otro símbolo del cambio. La moderna bicicleta
de seguridad de la década de 1890 era la misma que la de la década de
1950: llevaba neumáticos Dunlop, tenía dos ruedas iguales y cualquiera
la podía manejar. Provocó una revolución social en unos cuantos años.
A diferencia del caballo, la bicicleta era fácil de mantener y no dejaba es¬
tiércol. Era silenciosa, cómoda, eficiente y más barata que un caballo. Los
jóvenes, hombres y mujeres, y los no tan jóvenes, la adoptaron con entu¬
siasmo. Aunque estos pasos decisivos no siempre fueron reconocidos
por sus contemporáneos —es difícil captar a la sociedad en el acto del
cambio—, el mundo no habría de volver a ser el mismo de nuevo.
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 399
precio de los fletes y del elevado costo de los seguros de sus cargamentos,
al cumplimiento de tareas mezquinas en lugares mezquinos del mundo. La
gran era de los barcos de cruz altos, de madera blanda, fueron las déca¬
das de 1870 y 1880; los más grandes y mejores se construyeron a princi¬
pios de la década de 1890, cuando ya el comercio estaba dejando de ne¬
cesitarlos. Yarmouth, Saint John y Halifax fueron a menudo sus puertos
de trabajo, pero fueron construidos en muchos astilleros situados al¬
rededor de la bahía de Fundy, en la bahía de Chigneto o Minas Basin, en
Saint Martin's, Macean, Parrsboro, Great Village, Maitland, Avonport y
luego se les equipó en los lugares más grandes.
Los viejos y altos barcos constituían una vista espléndida; hasta los
herreros que tan duramente trabajaban en ellos no podían sino admi¬
rarlos. Imaginémonos un día gris en las latitudes meridionales, a 50° S,
mientras un viento helado sopla alrededor del mundo. Navegando hacia
el este en dirección del cabo de Hornos se ve un gran barco de tres más¬
tiles, de casco negro, muy cargado, que surca los extensos mares verde-
azulados con velas casi cuadradas. Lleva una gran velamen y cuando
pasa cerca de un navio británico suelta otra vela de sobrejuanete y la des¬
pliega de manera que nos recuerda a esa medusa llamada “velero por¬
tugués”. Es un Bluenose, inmaculado, bien acondicionado y conducido
con mano firme... Un viejo encargado de las señales en el británico contó
cómo era la vida a bordo del Bluenose. "Para vagos, holgazanes, señor”,
les dijo al capitán y al piloto, "son un infierno flotante. Al que se va de la
boca... le dan una que no lo encuentran para darle la otra. Pero para el
hombre que es marinero y sabe cómo comportarse no hay nada mejor
para navegar que un Bluenose. Lo hacen trabajar a uno duramente, pero
le dan bien de comer y lo tratan bien si uno cumple con su trabajo”. El
barco del que hablaba era el William D. Lawrence, construido en Mait¬
land y botado en 1874. Hizo ganar dinero a sus dueños, pero al enveje¬
cer fue vendido a los noruegos en 1883, y seguía navegando aún, más o
menos, en 1890.
El problema de los barcos Bluenose de madera blanda era que, luego
de una década de duro trabajo, comenzaban a hacer agua, y hacia la dé¬
cada de 1890 tuvieron que competir con los veleros con casco de hierro.
Los grandes barcos con casco de hierro no necesitaban de muchas repa¬
raciones al cabo de una década de navegar, no hacían agua, los pagos de
las pólizas de seguros eran menores y su capacidad de carga era más gran¬
de. Poco a poco se fueron construyendo menos barcos de madera blanda.
Casi tan grande como el William D. Lawrence, el Cañada fue construido
en Kingsport, cerca de Wolfville, en 1891. Hizo la travesía desde Río de
Janeiro hasta Sydney, en Australia, en 54 días, en 1895. Veinticinco años
después era una barcaza que transportaba yeso y era remolcada ignomi¬
niosamente desde Minas Basin hasta Nueva York. Tal fue la suerte de los
barcos de madera blanda. Lo único que podían hacer los barcos de made¬
ra, como los marineros que en otros tiempos los habían tripulado, era ru¬
miar sus pasadas glorias:
LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL 401
Construcción del interior de una gran goleta de cuatro mástiles, el Cutty Sar , en
Saint John, Nueva Brunswick, en la década de 1880; está tomada de atras hacia
adelante. Su casco fue diseñado patentemente para llevar una gran carga. Obsérve¬
se la sobrequilla de hierro fijada con pernos encima de la quilla. Se le puso al barco
el nombre del famoso Clipper que se construyó en Escocia en 1869 y que ahora se
conserva en el dique seco de Greenwich, Inglaterra.
402 LOS DESAFÍOS DE UN DESTINO CONTINENTAL
El William D. Lawren-
ce fue botado al agua
en Maitland, cerca de
la punta de Minas Ba-
sin, en octubre de 1874.
Con su quilla de 75
metros de largo, fue el
barco de vela más gran¬
de jamás construido en
Nueva Escocia, princi¬
palmente con madera
de abeto, y registrado
en el Lloyd en 2 500 to¬
neladas. Se le ve aquí
navegando a toda vela,
como lo hacían nor¬
malmente los barcos
de Nueva Escocia; fue
vendido a los noruegos
en 1883.
pues les pareció ser el mejor lugar para ventilarlo. Por desgracia, a la
larga, los tribunales dieron respuestas conflictivas, especialmente en el
tribunal de última instancia, el Comité Judicial del Consejo Privado en
Londres, que dijo: uno: Manitoba tenía derecho de suprimir las leyes so¬
bre escuelas católicas; dos: los católicos de Manitoba tenían el derecho
de apelar ante el gobierno del Dominio para que se restaurasen las leyes de
tal manera abrogadas. Fue una decisión por demás sorprendente, como
si se tratase de enfrentar deliberadamente a dos gobiernos, el de Mani¬
toba y el de Canadá. Habría sido un timón difícil de llevar para cualquier
primer ministro, pero especialmente difícil para un anciano mediocre,
débil, vano aunque decente, como Sir Mackenzie Bowell. Finalmente, el
gobierno del Dominio fue derrotado, primero por Manitoba y después
por el pueblo de Canadá en la elección del 23 de junio de 1896. Bowell y
compañía fueron derrotados también por Wilfrid Laurier, quien dijo
que era como el viajero de la fábula de Esopo: llegaría a Manitoba para
conciliar por los asoleados caminos de la dulce razón. Tal y como ocurrie¬
ron las cosas, hasta a Laurier le costó mucho trabajo conseguir que preva¬
leciese la dulce razón.
Las opiniones que los canadienses tenían en común eran, y todavía son,
tan importantes como aquellas acerca de las cuales difieren. Como nos
indica el problema de las escuelas de Manitoba, la opinión que de sí mis¬
mos tenían los canadienses provenía fundamentalmente de dos mane¬
ras de ver harto diferentes entre sí, la francocanadiense y la anglocana-
diense. Y nada podía hacer desaparecer esas diferencias.
Era cierto que los francocanadienses se encontraban a cuatro o cinco
generaciones de distancia de la conquista de 1760, pero en la memoria
colectiva eso no es mucho tiempo. En la década de 1880, Louis-Honoré
Fréchette, poeta y dramaturgo, se acordaba de haber estado junto a su
padre en 1855, a la edad de 15 años, contemplando La Capricieuse, el
primer barco de guerra francés que había remontado el San Lorenzo en
cerca de un centenar de años. Su padre apuntó con el dedo a la bandera
francesa que ondeaba en el asta y le dijo con lágrimas en los ojos: “¡Esa
es tu bandera, hijo mío! ¡De ahí es de donde vienes!”
Pero eso mal podía encontrar eco en el Canadá francés. Había algún res¬
peto por la bandera británica, pero no pasión por la gloria de Inglaterra.
Esta ambigüedad queda bellamente expresada en "Le Drapeau anglais" de
Louis-Honoré Fréchette, escrito en la década de 1880:
El siglo de Canadá
410
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 411
A principios del siglo xx, la alta burguesía de Canadá podía tener pretensiones aris¬
tocráticas; cuando el gobernador general y Lady Minto llegaron a Toronto en
1902 un empacador de carnes, Joseph Flavelle, les prestó la mansión que acababa
de terminar, Holwood, en Queen’s Park Crescent. La pareja oficial se disponía a ir
a las carreras de caballos.
de más alto rendimiento, dieron lugar a que se contase con productos ca¬
nadienses a medida que fue aumentando la demanda. Así también, la
creciente explotación de fuentes de energía tradicionales como la del
carbón y, más importante aún, el aprovechamiento de la nueva y abun¬
dante fuente de la hidroelectricidad, proporcionaron a los industriales
la oportunidad de aumentar la producción y satisfacer las demandas de
un mercado interno creciente y protegido. El incremento de la población,
alimentado por la afluencia en gran escala de personas procedentes de
la Gran Bretaña, el resto del continente europeo y los Estados Unidos,
proporcionó una mano de obra móvil, a menudo barata, un ejército de
pioneros agrícolas y un mercado para la producción nacional.
Tal vez lo más notable del crecimiento del comercio exterior de Canadá
fue el cambiante carácter de sus exportaciones. A fines del siglo xix, los
bosques y aserraderos canadienses suministraban los principales géneros
de exportación. Ontario, Quebec y Nueva Brunswick eran las fuentes prin¬
cipales de tales productos. Queso de Ontario y pescado de las provincias
marítimas y de la Columbia Británica, seguidos por ganado, cebada,
níquel, carbón, frutas y pieles, completaban la lista. Hacia 1900 este pa¬
trón ya estaba cambiando, a medida que el trigo de las llanuras comenzó
a ocupar el lugar principal en el elenco. El valor de las exportaciones de
trigo y de harina de trigo se elevó desde 14 millones de dólares en 1900
a 279 millones en 1920. El Reino Unido y el resto de Europa fueron, con
mucho, los principales clientes. La exportación de pulpa de madera y de
papel, principalmente para el mercado de los Estados Unidos, se desarro¬
lló más lentamente, pero dio un salto hacia adelante luego de que este
país suprimió todos los aranceles al respecto en 1911. Al trigo, las ma¬
deras y el pescado se les unió un comercio creciente de metales básicos,
principalmente desde la Columbia Británica y el norte de Ontario. Una
nueva exportación, reveladora de los comienzos de otra innovación en
el transporte, fue el automóvil. Hacia 1920, Canadá exportaba automó¬
viles y camiones por valor de 18 millones de dólares. El automóvil, al igual
que otras exportaciones industriales, como las de productos de hule, ar¬
tículos de cuero y maquinaria agrícola, provinieron de Ontario.
Esto daba testimonio de que la promesa ofrecida por la Confederación,
de que se crearía una economía nacional, se estaba convirtiendo en rea¬
lidad. En su centro estaba el Oeste con sus praderas, que no sólo producía
las exportaciones de granos que alimentaban a toda la economía, sino
que también proporcionaba gran parte del mercado interior para la pro¬
ducción industrial. Además, las necesidades de transporte del Oeste pu¬
sieron de manifiesto que era preciso ampliar en grande la red ferrovia¬
ria del país. Después de 1903, al Canadian Northern, al Grand Trunk y
al National Transcontinental se les proporcionaron amplios fondos pú¬
blicos para que hicieran nuevas construcciones. Las líneas férreas cana¬
dienses pasaron de 29 000 kilómetros en 1900 a 63 000 en 1920. Como
habrían de demostrar los acontecimientos, esta expansión fue excesiva
y mal concebida. Pero durante los años del auge la construcción de fen o-
416 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
4ULY9
Para los que venían del otro lado del Atlántico, la ciudad de Quebec fue el principal
punto de ingreso. Entre estos recién llegados de la Gran Bretaña figuran algunos
judíos ortodoxos que le dan la espalda a la cámara.
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 421
El trabajo hercúleo de
roturar los suelos de las
praderas —que en otro
tiempo se hizo con un
caballo que tiraba de
un arado de un solo
surco— fue revolucio¬
nado por el tractor
movido a vapor, que
podía pesar hasta 20
toneladas y tirar de un
arado capaz de abrir
hasta 14 surcos de una
sola vez. Los tractores
podían usarse también
para mover trilladoras.
««**>« l«t
«Ui1**-**
* r* mu
deber para con aquellos que ahora son nuestros conciudadanos? Muchos de
ellos han llegado hasta nosotros como cristianos nominales, es decir, fieles
de las Iglesias griega o católica, pero sus normas morales y sus ideales están
muy por debajo de los que corresponden a los ciudadanos cristianos del Do¬
minio. Estas personas han llegado a este país joven y libre para establecer sus
hogares para ellos y sus hijos. Es nuestro deber acercamos a ellos con la Biblia
abierta, e instilar en sus mentes los principios e ideales de la civilización anglo¬
sajona.
A principios del siglo xx, los “hombres de los barracones" formaban un gran grupo
móvil de trabajadores para actividades económicas tales como la minería, la explo¬
tación maderera, las cosechas y la construcción. A menudo se les exploto muchísi¬
mo e hicieron trabajos pesados a cambio de pagas miserables con la esperanza de
ahorrar lo suficiente para hacerse de una granja propia. Este barracón del norte
de Ontario, propiedad del ferrocarril National Transcontinental, era mejor que el
común, pues había barracas llamadas "boca de trabuco" a las que solo se podía
entrar casi arrastrándose.
428 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
Cabaña: una habitación con algo para recostarse. Muebles: dos camas, una li¬
tera, una estufa, una banqueta, dos sillas, mesa, barril de col agria. Todo muy
sucio. Dos familias vivían allí. Las mujeres iban sucias, desarregladas, descal¬
zas, medio desnudas, las niñas llevaban sólo vestidos de tela estampada. El
bebé andaba en pañales y estaba acostado en una cuna hecha con tela de cos¬
tal colgada del techo con cuerdas atadas a las esquinas... La cena estaba en la
mesa, un tazón de papas recalentadas para cada persona, un pedazo de pan ne¬
gro, una botella de cerveza.
Para los recién llegados, la vida pudo ser mejor en Canadá que en su pa¬
tria, pero para muchos esto se debió únicamente a que el futuro les si¬
guió pareciendo promisorio.
Antes de la segunda
Guerra Mundial, los
pobres, los desemplea¬
dos y los desposeídos
de los grandes centros
urbanos dependían en
gran medida de la cari¬
dad pública.
58 000. Winnipeg, que saltó de una población de 42 000 a casi 180 000,
creció con mayor rapidez que las zonas agrícolas de Manitoba. La po¬
blación de Vancouver se multiplicó cinco veces. Montreal y Toronto, las
dos ciudades más grandes, duplicaron su tamaño. Aunque la urbaniza¬
ción de las provincias marítimas fue mucho más lenta, Halifax y Saint
John experimentaron un crecimiento constante. El poblamiento de las ciu¬
dades provino de dos fuentes. Muchos, especialmente los que crearon
las ciudades de rápido crecimiento de las praderas, fueron inmigrantes
recientes. El desarrollo urbano en el Canadá central también fue alimen¬
tado por inmigrantes nuevos, pero igualmente importante fue el des¬
plazamiento de población desde el campo a la ciudad. Hacia 1911, Quebec
y Ontario eran provincias predominantemente urbanas, y esa tendencia
fue acelerada por la expansión industrial de los años de la guerra.
El rápido desarrollo urbano creó oportunidades nuevas para los co¬
rredores de bienes raíces, nuevas demandas para los gobiernos de las
ciudades y nuevos problemas sociales. Mientras que el centro de las ciu¬
dades más viejas, como Halifax y Montreal, combinaban barrios de gen¬
te rica con otros con casas de mala calidad para la clase trabajadora, la
presión de la nueva población dio lugar al crecimiento de zonas suburba¬
nas, como la de Maisonneuve en Montreal, y a nuevas subdivisiones en
las márgenes occidental y septentrional de Toronto. Verdun, suburbio
proletario de Montreal, pasó de unos 1 900 a 12 000 habitantes en los pri¬
meros diez años del siglo. El transporte entre estos poblamientos de las
afueras y las fábricas y oficinas de la ciudad se hizo mediante tranvías
430 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
C’est dire que Maisonneuve avec ses trois chemins de fer nationaux, avec sa
ligne électrique pour le transport des marchandises, opérant sous une franchise
spéciale á travers les rúes de la ville et faisant raccordement avec les chemins
de fer, avec ses superbes installations maritimes, installations qui n'ont pas de
rivales dans tout le Dominion, Maisonneuve, au point de vue de l’expédition, est
unique dans son genre. (Es decir, que Maisonneuve, con sus tres ferrocarriles
nacionales, con su sistema de transportes eléctricos de mercancías, que co¬
rren por las calles de la ciudad con licencia especial y están conectados con el
ferrocarril, y con sus soberbias instalaciones marítimas sin rival en el Domi¬
nio, Maisonneuve es, por lo que toca a la distribución, única en cuanto a sus
servicios.)
de las mujeres. No fue sino hasta la década de 1930 cuando las mujeres
francocanadienses, dirigidas por Thérése Casgrain, comenzaron a rea¬
lizar un gran esfuerzo para conseguir el voto al nivel provincial —meta
que se alcanzó en 1940—, aunque habían podido votar federalmente des¬
de 1917.
La conciencia social de los católicos se hallaba conmovida por mu¬
chas cuestiones aparte de los problemas a que se enfrentaban las muje¬
res. Desde la década de 1890, la Iglesia se había esforzado por formular
una doctrina adecuada a las necesidades del orden industrial que estaba
surgiendo. En Quebec, y también entre católicos anglófonos, desde prin¬
cipios del siglo xx las proclamas de León XIII, el “Papa de los trabaja¬
dores”, influyeron cada vez más. Los ideales del movimiento nacionalis¬
ta de Henri Bourassa arraigaban en esas enseñanzas, lo mismo que los
esfuerzos realizados por los párrocos en diversas ciudades industriales
para alentar la formación de sindicatos y mutualidades católicos. El re-
formismo cristiano, el evangelio social y el catolicismo social combinaron
una auténtica simpatía por los desposeídos con una preocupación de
proteger las instituciones y creencias establecidas. A la larga, los dirigen¬
tes empresariales tuvieron más éxito que los eclesiásticos. Pero, en el corto
plazo, los desposeídos se beneficiaron más de las reformas propugnadas
EL LIBERALISMO DE LaURIER
Sir Wilfrid Laurier (lo habían nombrado caballero en ocasión del ju¬
bileo de diamantes de la reina Victoria en 1897), el hombre que reclamo
para Canadá el siglo xx, fue el primer canadiense francófono quellegara
a primer ministro. Su Partido Liberal, al cabo de decadas de mfructuo-
438 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
cibió una estrategia en la que una retórica evasiva se combinaba con una
determinación de no comprometerse en esquemas de acción que com¬
prendiesen proyectos de defensa imperial en común, o cualquier insinua¬
ción de una toma de decisiones políticas imperiales centralizada. Los
críticos que tenía en su propio país se vieron frustrados por la ambigüe¬
dad de la política de Laurier. Lo mismo los francófonos que los anglo-
canadienses lo cubrieron de epítetos por su indecisión.
Lo difícil que era llegar a un consenso entre canadienses acerca del
lugar que debía ocupar su país en el Imperio se puso plenamente de ma¬
nifiesto tan sólo cuando se intensificó la tensión entre la Gran Bretaña y
Alemania después de 1909. Cuando la Gran Bretaña, particularmente en
la esfera sensible de la supremacía naval, se vio gravemente desafiada por
el crecimiento de la flota del káiser Guillermo, se ejerció presión sobre
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 441
fábricas de municiones tan sólo al final de la guerra. Las granjas, las ofi¬
cinas, los transportes y muchas otras actividades descubrieron que las
mujeres eran sustitutos eficientes de los escasos hombres que, antes de
la guerra, habían dominado la mayoría de las ocupaciones industriales.
El gobierno desarrolló tan sólo vacilantemente una política laboral. Se
hicieron algunos esfuerzos para establecer normas salariales justas en
los contratos financiados por el gobierno, aun cuando Flavelle se opuso
a su aplicación en los contratos de la Junta Imperial de Municiones. Se
estableció el registro obligatorio de trabajadores y en el verano de 1918
se reconoció el derecho obrero a organizarse y a negociar colectivamen¬
te, pero quedaron prohibidas las huelgas y los cierres de empresas. Aun¬
que los trabajadores se beneficiaron del mercado de compradores crea¬
do por la guerra, la mayoría de sus logros quedaron contrarrestados por
la inflación. Las restricciones impuestas a las huelgas, sumadas a las
pruebas de que muchos patrones estaban recogiendo inmensas utilida¬
des gracias a los contratos de guerra, crearon una inconfomidad entre
los trabajadores que habría de perturbar a muchos centros urbanos al
final de la guerra.
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 451
muy extendida que afectó a numerosas partes del país en los meses in¬
mediatamente posteriores al armisticio.
El desasosiego y el descontento eran especialmente notables entre los
trabajadores que, habiendo escuchado la retórica de tiempos de guerra
que decía que el conflicto conduciría a un Canadá mejor, esperaban aho¬
ra impacientemente que se les cumpliese la promesa. Muchos trabaja¬
dores pensaban que, a pesar de los aumentos salariales de la época de la
guerra, su suerte apenas había mejorado en una economía inflacionaria.
Otros se acordaban de los sufrimientos causados por el desempleo antes
de la guerra. Muchos se rebelaban contra la prohibición de lanzarse a la
huelga decretada durante la guerra. Y los trabajadores, así también, desea¬
ban contribuir a la creación de aquel mundo nuevo feliz del que tanto
habían hablado los reformadores de muy diverso pelaje. Cualesquiera
que hayan sido los motivos, y por lo común no eran más complicados que
los de un deseo de mejores salarios y condiciones de trabajo, en todo el
país los trabajadores tomaron la determinación de hacer oír sus voces
en la primavera de 1919.
Aunque estallaron huelgas desde Vancouver hasta Halitax y se hablo
mucho, en términos radicales, de huelgas generales y hasta de una revo¬
lución en diversos lugares, fue en Winnipeg, entre el 15 de mayo y el 25
de junio, donde tuvo lugar la demostración más espectacular de la solida¬
ridad obrera. Allí, casi todos los trabajadores respondieron al llamado
del Winnipeg Trades and Labour Council s en pro de una huelga genera
de apoyo a los trabajadores de la industria metalúrgica, cuyos patrones se
negaban a reconocer su sindicato y no les querían conceder aumento
salarial. Los patrones de Winnipeg y sus partidarios de la clase media se
organizaron en un Comité de Ciudadanos, en tanto que los trabajadores
fueron dirigidos por el Comité de Huelga, y entonces el nivel emocional y
retórico alcanzó un punto muy elevado. La Revolución rusa constituía
un telón de fondo para los líderes de la huelga, que hablaban sin mucha
precisión de “revolución”, y para sus opositores, que mascullaban mal¬
diciones contra los “soviets y bolcheviques”, los “vagos y los agitadores
extranjeros. El desarrollo del drama se fue acercando lentamente a un
desenlace brutal. . . , . . „ i
Los gobiernos federal, provincial y municipal convinieron en que la
huelga representaba una amenaza para el orden establecido. Para poner
fin a esa amenaza se usó a la policía y a la tropa, que actuó para hacer
cumplir la Ley Antimotines y para dispersar manifestaciones pacificas.
Inevitablemente hubo bajas, detenciones y deportaciones de unos cuan¬
tos “extranjeros”. La huelga no se sostuvo. Aunque vanos dirigentes de
la huelga, entre los que figuraron reformadores sociales activos tales co¬
mo J S. Woodsworth y A. A. Heaps, pasaron un tiempo en la cárcel, los
intentos que se hicieron para lograr que los condenaran por actividad
sediciosa y revolucionaria fracasaron. Aunque a huelga no produjo re¬
sultados concretos, sí convenció a los trabajadores de Winnipeg de la
necesidad de la acción política. Y en subsiguientes elecciones provincia-
458 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
Aunque no se destacase como orador, William Lyon Mackenzie King sabía hacer
campaña política; durante la elección de 1926, aprovechó esta pausa en sus viajes
para denunciar a su opositor “millonario", Arthur Meighen.
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 469
los que ganaron más campo al elegir a 64 miembros, en tanto que los de
la Unión se redujeron a 50. En el contingente progresista figuraba Agnes
Macphail, la primera mujer elegida para el Parlamento federal. Tam¬
bién fueron elegidos dos miembros representantes de los trabajadores.
Durante los cuatro años siguientes, los liberales de Mackenzie King gober¬
naron precariamente, con el apoyo de la mayoría de los progresistas. Se
hicieron unas cuantas concesiones a las demandas de aranceles bajos de
los agricultores y se restablecieron los fletes preferenciales contenidos
en el Acuerdo de Crow’s Nest Pass de 1897, interrumpidos durante la gue¬
rra. Pero la más grande ventaja de King consistió en la falta de tacto de
Arthur Meighen y en las divisiones que se estaban produciendo en las fi¬
las de los progresistas. El líder conservador se mostró tan incisivo en sus
ataques contra los políticos de los agricultores como en los que lanzaba
contra los liberales, y esto debilitó más aún la posición de su partido en
las zonas rurales. Al mismo tiempo, los progresistas pusieron de mani¬
fiesto su propia desunión y la confusión de que sufrían acerca de su pa¬
pel en el campo de la política. Un ala encabezada por Crerar y que tenía
como centro a Manitoba estaba formada por liberales con prisa , que
anhelaban imponer sus propias ideas acerca de los bajos aranceles a los
liberales de Ottawa, a fin de poder regresar a ese partido. Una segunda
ala, encabezada por Henry Wise Wood, de los Agricultores Unidos de Al¬
heña, condenaba por igual a liberales y conservadores e insistía en que
los miembros del Parlamento eran responsables tan sólo ante sus cons¬
tituyentes. Estos llamados progresistas de Alberta rechazaron el liderato
de Crerar. Tales divisiones le permitieron a King navegar sobre las tur¬
bulentas aguas de la política parlamentaria inclusive sin contar con una
clara mayoría.
Pero los éxitos de King en el Parlamento no conmovieron al electorado.
Los votantes de las marítimas se habían sentido rápidamente decepcio¬
nados porque el gobierno liberal de King no había dado respuesta a sus
necesidades. El “Movimiento en pro de los Derechos de las Marítimas ,
coalición bipartidista de hombres de negocios, políticos e inclusive al¬
gunos dirigentes obreros, decidió poner sus fuerzas del lado de los con¬
servadores. La suerte de los conservadores estaba mejorando también en
Ontario, en donde el gobierno de agricultores y representantes de la cla¬
se obrera demostró ser demasiado inexperto y estar demasiado profunda¬
mente dividido como para gobernar efectivamente. Hasta en el Oeste, don¬
de las divisiones de los progresistas y el resurgimiento de la prosperidad
habían debilitado el movimiento de protesta de los agricultores, el par¬
tido de Meighen se benefició. Sólo en Quebec, donde los liberales recor¬
daron constantemente a los francocanadienses la postura de Meighen
en lo tocante a la conscripción, el partido de King se mantuvo inconmo¬
vible. De modo que, en la elección de 1925, los votantes le dieron a Meighen
el más grande número de cumies, aunque no una mayoría.
En este momento comenzó una lucha a muerte entre voluntades y es¬
trategias políticas. Sólo podría haber un vencedor. Aunque derrotado en
470 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
Después de practicar una incursión en un bar ilegal en el lago Elk, Ontario, agen¬
tes del gobierno desfondaron 160 barriles de cerveza casera, ante la mirada descon¬
solada de la gente de la ciudad. Pero, hacia la década de 1920, cuando se tomó esta
fotografía, el “noble experimento" estaba perdiendo terreno, y en 1927 casi todas las
provincias habían renunciado a la prohibición.
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 473
En su primera gira por el Oeste, Lord Byng de Vimy gobernador general de 1921
a ¡g26_se reunió con algunos de los súbditos cree de Su Majestad en Edmonton.
Todo el mundo se vistió de gala para la ocasión.
fue adoptar el programa trazado por Henri Bourassa dos décadas antes.
Nada tiene de particular, entonces, que el movimiento nacionalista de
Quebec se silenciara casi por completo a fines de la década de 1920. Pero
es no menos interesante señalar que la política de King y Bourassa sa¬
tisfizo también a la mayoría de los anglocanadienses. Se escucharon cla¬
mores ocasionales de los conservadores de Ontario que decían que King
había traicionado al Imperio, o procedentes de nacionalistas aislados,
como John W. Dafoe, del Winnipeg Free Press, que opinaba que el retiro
y el aislamiento no conservarían la paz mundial. Pero la mayoría de los
canadienses prefirieron creer que quienes viven en una casa a prueba de
incendios no necesitan seguros.
Cultura y nacionalismo
Tom Thomson no es popular por las cualidades estéticas que muestra, sino
porque su obra se halla lo bastante cerca de la representación que se forma el
hombre medio; además, sus temas son los que guardan asociaciones agra¬
dables para la mayoría de nosotros, días de fiesta, descanso, diversión. Aso¬
ciaciones agradables, temas bonitos, buena pintura. Además, en Canadá nos
gusta que los cielos se hagan a la medida y a nuestra propia imagen. No de¬
ben ser demasiado buenos, y, sobre todo, no demasiado diferentes.
Para los hombres jóvenes, sin empleo, el echarse a los caminos fue una actividad
muv socorrida durante la Depresión. En el verano de 1935, los hombres que se
mantenían en los campos de asistencia del gobierno se rebelaron y organizaron
una “Marcha sobre Ottawa”para protestar por su suerte; en la fotografía se ve a un
grupo de estos hombres cambiando de trenes en Kamloops. La marcha tenninó en
un motín, con derramamiento de sangre, en Regina.
J. S. Woodsworth posando
con su hija en su casa de Win-
nipeg. En 1904, Woodsworth
abandonó el sacerdocio meto¬
dista regular para realizar tra¬
bajo social entre los nuevos
inmigrantes y los pobres del
oeste de Canadá. Inflexible pa¬
cifista y partidario de la causa
de los trabajadores, fue el pri¬
mer líder de la Cooperative Com-
monwealth Federation (ccf).
faire puro y del Cálvese quien pueda han pasado para siempre . En el
espacio de unos cuantos meses, la nueva guerra dio origen a insólitos in¬
crementos de las actividades y los gastos del gobierno. Con ello se puso
fin a los años de privaciones, desempleo y sufrimiento humano.
Los canadienses, como casi todas las demás personas del mundo indus¬
trializado, estaban preocupados casi exclusivamente por los problemas
económicos internos durante la década de 1930. La tendencia a alejarse
de los compromisos internacionales, fuerte ya en la década anterior,
simplemente se aceleró, de modo que a mediados de los treinta los que
apoyaban la seguridad colectiva formaban una pequeña minoría. Por
cada John W. Dafoe, cuyo Winnipeg Free Press constantemente solicitó
que se diera apoyo a la Sociedad de Naciones, había varios J. S. Woods-
worth o Henri Bourassa, que estaban en favor de la neutralidad canadien¬
se en todo futuro conflicto europeo. Bennett quizá, y King sin duda, se
hallaban más cerca de la posición neutralista que del apoyo a la segu¬
ridad colectiva, y al hacerlo interpretaron correctamente el estado de
ánimo nacional. Por consiguiente, Canadá desempeñó un papel de poca
importancia, nada heroico, en los conflictos internacionales que señala¬
ron la deriva hacia una nueva guerra mundial.
Aunque su retórica fuese proimperial, el gobierno conservador de Ben¬
nett siguió las principales líneas directrices de la política exterior traza¬
das en la década de 1920. Aceptó el Estatuto de Westminster de 1931, que
puso la última piedra del desarrollo de la autonomía canadiense. En la
Sociedad de Naciones en Ginebra, delegados designados por los conser¬
vadores pronunciaron las mismas frases, que a nada comprometían, ex¬
presadas antes por sus predecesores liberales. Puesto que O. D. Skelton,
el subsecretario de Estado encargado de los Asuntos Exteriores y firme
aislacionista, era el poder tras del trono en materia de política exterior
cualquiera que fuese el partido que estuviese en el poder, esa congruen¬
cia y continuidad poco tienen de sorprendentes.
Cuando Japón invadió Manchuria en 1931, Canadá declaró que no es¬
taba dispuesto a dar su apoyo a ninguna resistencia activa. El ominoso
ascenso al poder de Hitler, en 1933, casi no provocó reacción alguna. El
nuevo gobierno liberal tampoco estaba preparado para actuar de manera
diferente. Cuando el delegado canadiense en Ginebra expresó su apoyo
a las sanciones petroleras contra la Italia de Mussolini, en represalia por
la invasión de Etiopía, fue repudiado. King prestó todo su apoyo a la polí¬
tica de apaciguamiento adoptada por las potencias europeas en respues¬
ta a la creciente agresividad de Hitler. Cuando estalló la Guerra Civil espa¬
ñola en el verano de 1936, el gobierno de King cerró los ojos ante lo que
evidentemente era un ensayo general de una nueva guerra mundial. En
España, el general Franco, apoyado por Hitler, desafió la legitimidad
EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO 497
Los doctores Norman Bethune (a la derecha) y Richard Brown con soldados del
Octavo Ejército, en el norte de China, probablemente en 1938. Inspirado por una
visita a la Unión Soviética, en 1935, Bethune se convirtió en un abnegado comu¬
nista, y cuando estalló la Guerra Civil española se dirigió a España para organizar
un servicio móvil de transfusión de sangre, que fue el primero en su género. "España
y China”, escribió, “son parte de la misma batalla", y en 1938 se sumó a las fuerzas
rebeldes de Mao Tse-tung; trabajó como cirujano, maestro y propagandista hasta
que murió de septicemia en noviembre de 1939.
Artillero de bombardero,
C. Charlie, Batalla del
Ruhr, acuarela (1943) de
Cari Fellman Schaefer. Pin¬
tor, en tiempos de paz, de
paisajes rurales inquietan¬
tes, Schaefer sirvió como
pintor oficial de escenas de
guerra, desde 1943 hasta
1946. Como teniente de
vuelo de la Real Fuerza Aérea
de Canadá experimentó de
primera mano la furia
de los bombardeos aéreos.
La "chica de la ame¬
tralladora Bren", una
de las miles de mujeres
que trabajaron en las
industrias de guerra
durante la segunda
Guerra Mundial, ad¬
mira su propio trabajo
durante una pausa
para fumar en la plan¬
ta de James Inglis, en
Toronto. Tanto el tra¬
bajo como el cigarrillo
nos revelan algunos de
los cambios efectuados
en la situación de la
mujer durante la déca¬
da de 1940. Foto fija
(mayo de 1944) de un
documental de la Na¬
tional Film Board.
506 EL TRIUNFO Y LAS PENAS DEL MATERIALISMO
Pero está sonando una nota más profunda, oída en las minas,
los campamentos y aserraderos dispersos, un lenguaje de vida,
y lo que se escribirá en la plena cultura de la ocupación
provendrá, ahora, mañana,
de millones cuyas manos pueden trocar esta roca en niños.
La prosperidad de la posguerra
510
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 511
Sólo Saskatchewan
siguió la bandera de la
ccf después de la gue¬
rra. La fuerza de este
partido de la izquierda
no estribaba en sus le¬
mas o en los pocos ta¬
bleros de anuncios de
que podía disponer,
sino en el idealismo
práctico de dirigentes
como Tommy Douglas
(al centro), su tesorero
provincial, Clarence Fi¬
nes (izquierda) y Clarie
Gillis, el minero de Ca¬
bo Bretón que tenía la
única curul de la ccf al
este de Toronto.
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 515
Joey Smallwood y el
poder de la radio me¬
tieron a Terranova
en la Confederación en
1949. Antiguo locutor,
Smallwood utilizó la
radio para imponer a
los líderes de la isla la
opción canadiense. Su
recompensa fueron ca¬
si 23 años de dominio
político de la nueva
provincia insular.
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 517
El canal del San Lorenzo, durante largos años prometido, fue otro proyecto de mil
millones de dólares hacia las fechas en que se terminó, en 1959. Estas esclusas cer¬
ca de Comwall, Ontario, nos dan alguna idea de la magnitud de la tarea consis¬
tente en llevar barcos transatlánticos hasta el corazón de América del Norte.
La vida próspera
Don Mills, suburbio de Toronto, fue la primera ciudad nueva planificada del
país, pero la distribución de sus hogares, lotes y calles curvadas habría de lep -
ducirse en las afueras de todas las grandes ciudades. Los canadienses estaban d
cubriendo un nuevo estilo de vida, centrado sobre una casa, un automóvil, un
centro comercial cercano y una escuela de barrio.
522 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
lujo, se convirtieron en una expectativa anual común. Los bordes del Es¬
cudo canadiense se convirtieron en un “país de cabañas”. También las
provincias marítimas y las Rocosas. El turismo atendió a los canadien¬
ses, tanto más urgentemente cuanto que tenía que luchar con el pode¬
roso atractivo de los Estados Unidos.
Casi ningún aspecto de la riqueza de la posguerra fue exclusivo de Cana¬
dá. También los estadunidenses se trasladaron a los suburbios, pidieron
escuelas y educación universitaria, sacaron provecho de las bajas hipo¬
tecas y no hicieron caso de los puritanos intelectuales que se lamentaban
de la grosería del materialismo de masas. Los canadienses tenían sin duda
familias más grandes y, al menos estadísticamente, eran más respetuo¬
sos de la ley y más fieles en materia de religión que sus vecinos. La dis¬
tinción principal entre un suburbio de Toronto y otro de Filadelfia, por lo
menos hasta 1950, era el bosque de antenas de televisión en este último.
No era una distinción de la que disfrutaban la mayoría de los canadienses.
Los canadienses consagraron su recién hallada riqueza a sí mismos y
a sus familias. Una corriente constante de productos nuevos, desde graba¬
doras hasta recipientes herméticos para el refrigerador, se convirtieron
en la prueba de la capacidad de una familia para no ser menos que el
vecino. La imagen de una Viena de la posguerra, que se dedicó primero
a reconstruir su incendiado Teatro de la Ópera, habría sido insoporta¬
blemente ajena al espíritu del país. Fuera del hogar, la mayoría de los ca¬
nadienses encontraron su entretenimiento en el cine local o en bares que
aún separaban, a menudo, a hombres y mujeres. Sólo en Quebec, los res¬
taurantes servían vino con la comida como cosa de rutina. En lo que to-
Arriba: en la década de
1950, los pintores ha¬
bían avanzado respec¬
to de los atrevidos pai¬
sajes del Grupo de los
Siete. La exposición de
los Once Pintores, que
tuvo lugar en Toronto
en 1957, reunió a algu¬
nas de las estrellas de
la generación siguien¬
te: desde la izquierda,
Alexandra Luke, Tom
Hodgson, Harold Town,
Kazuo Nakamura, Jock
MacDonald, Walter Yar-
wood, Hortense Gor-
don, Jack Bush y Ray
Mead. Foto de Peter
Croydon. Abajo: un pro¬
ducto de la prosperi¬
dad de la posguerra
fueron los adolescentes
como consumidores in¬
dependientes. Aquí, un
grupo hace uso de su
nuevo poder de com¬
pra, en 1949.
Potencia media
Descontentos regionales
primeros ministros de las provincias más ricas procuraron que tales pro¬
yectos no sobreviviesen al periodo de urgencia de la guerra. Al final,
sólo Quebec insistió en recaudar por separado un ingreso sobre la renta,
pero todos pidieron una parte creciente de la fuente de ingresos más rica
de Ottawa. Las provincias necesitaban el dinero para carreteras, hospi¬
tales y escuelas que los electores suburbanos reclamaban. El rearme, los
programas sociales y algunos esfuerzos no muy grandes en pro de la
igualación interprovincial más que triplicaron los egresos de Ottawa en¬
tre 1946 y 1961. En ese mismo periodo, los gastos municipales se elevaron
en 580 por ciento y los egresos provinciales en 638. Los ministros de Fi¬
nanzas federales regularmente presumieron de excedentes que represen¬
taban la mitad de todo el presupuesto de Quebec o de Ontario; pero sus
colegas provinciales se retorcieron bajo la hostilidad de sus electores
para con los nuevos impuestos sobre ventas. Ottawa dispuso de sus ex¬
cedentes regulares anunciando un programa de costo compartido para
la ampliación de las universidades, la terminación de una Carretera Trans¬
canadiense y la creación de nuevas escuelas técnicas. Las provincias ri¬
cas se beneficiarían; las pobres tendrían que luchar desesperadamente
para que les tocase una parte. Pagando sólo 25 centavos por cada 75 de
Ottawa, Ontario pudo construir 196 secundarias vocacionales en 1962;
provincias menos favorecidas se tuvieron que contentar con mirar.
Maurice Duplessis, de Quebec, pidió una compensación financiera por
proyectos de desarrollo federal que había rechazado: Ottawa no le hizo
caso.
Los políticos provincianos también sintieron la inconformidad de las
regiones y de los grupos a los que no había llegado la prosperidad de la
posguerra. En un Canadá que se estaba urbanizando, las legislaturas se
hallaban dominadas todavía por la gente del campo y de las pequeñas
poblaciones, que era la que menos había salido ganando gracias a la
economía cambiante. Los agricultores del Este resentían la pérdida de
sus mercados para el tocino, las manzanas y los quesos. Una epizootia
de fiebre aftosa devastó, en 1952, la industria ganadera de las praderas.
En ese año, los productores de trigo del Oeste levantaron una cosecha
óptima de 19 millones de toneladas. La recuperación europea y la feroz
competencia de otros proveedores de granos convirtieron la cosecha en
desastre económico. Gran parte del mundo podría estar pasando ham¬
bre, pero el trigo de las praderas se amontonaba en improvisadas bodegas
canadienses esperando compradores. Los agricultores querían dinero
para poder aguantar; Ottawa se los negó. Los precios, artificialmente con¬
trolados durante los años de la guerra, se hundieron ahora bajo la pre¬
sión del mercado. . , ,
Hacia la década de 1950, la cautela fiscal se estaba poniendo de moda
en Ottawa. La Guerra de Corea había elevado la inflación hasta 10 por
ciento anual. La ccf pedía controles de precios. James Coyne, el nuevo
gobernador del Banco de Canadá, sermoneó a los canadienses por vivir
por encima de sus medios y elevó las tasas de interés. La Ottawa oficia
había aceptado la sabiduría económica de John Maynard Keynes: gastar
en los tiempos malos, aunque se tenga que pedir prestado, y ahorrar en
los tiempos buenos para pagar las deudas. El “dinero caro de Coyne,
más los excedentes del tesoro federal, casaban bien con la receta para
contrarrestar el ciclo de Keynes en los tiempos buenos pero esa política
encolerizó a los agricultores, a los comerciantes y a todos los que depen¬
dían de un crédito barato. La falla principal del nuevo saber económico
era política: no todas las regiones eran prósperas, pero todas teman votos.
Los liberales de provincia fueron los primeros en pagar las consecuen-
538 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
cias. En 1935, habían gobernado todas las provincias salvo dos. Hacia
1956 sólo sobrevivían cuatro regímenes liberales. En ese año, el conser¬
vador Robert Stanfield destruyó el más viejo de éstos, en Nueva Escocia.
En Ontario y Quebec, la prosperidad ayudó a los conservadores y a la
Union Nationale a mantener el poder. En las praderas, un debilitado Par¬
tido Liberal habría de perder Manitoba en 1958. Los recuerdos de la De¬
presión y un estilo reformista con profundo arraigo habían conservado
en el poder a la ccf de Tommy Douglas en Saskatchewan. En 1952, libe¬
rales y conservadores de la Columbia Británica se pusieron de acuerdo
para un mañoso voto transferible a ñn de sacar del juego a la ccf. El be¬
neficiario sorpresa resultó un conservador que se había pasado a los del
Crédito Social, W. A. C. Bennett. Sólo en Terranova se hallaba seguro el
liberalismo, bajo el gobierno cada vez menos liberal de un solo hombre,
Joey Smallwood.
Las vacaciones que se había dado Canadá respecto de la política ter¬
minaron cuando el debate sobre el gasoducto de 1956. Un debate de dos
semanas debería haber bastado para un proyecto que todos los partidos y
la mayoría de los canadienses deseaban. Al dar por terminado el debate,
C. D. Howe se vio como un anciano arrogante con prisa. St. Laurent, que
tenía 74 años, parecía ser demasiado viejo, pura y simplemente. ¿Los
liberales habían estado en el poder demasiado tiempo? George Drew, lí¬
der de los conservadores desde 1948, podría haber sofocado ese estado de
ánimo cuestionante con su propia almidonada arrogancia, pero la mala
salud lo quitó repentinamente de la escena. Para desazón de los conser¬
vadores, una convención convocada para encontrar un dirigente eligió a
John Diefenbaker, un solitario conservador de Saskatchewan de estilo
demagógico y un historial de apoyo a las causas de los desposeídos. En
el espacio de unos cuantos meses, los auditorios electorales se emocio¬
naron ante una pasión política que no habían visto desde hacía años. Por
vez primera, muchos canadienses observaron a sus aspirantes a diri¬
gentes en el parpadeante blanco y negro de la televisión. Diefenbaker pa¬
recía dinámico. St. Laurent, francamente cansado e incómodo. Las imá¬
genes produjeron sus resultados. El 10 de junio, muchos canadienses
votaron por los conservadores, seguros de que Diefenbaker no podía ga¬
nar pero deseando que lo hiciera. Y lo hizo.
Con un Parlamento de 112 conservadores, 107 liberales, 25 de la ccf y
19 del Ci édito Social, St. Laurent podría haber formado una coalición,
pero se sentía demasiado deprimido como para intentarlo. Se retiró in¬
mediatamente. En el espacio de unas cuantas semanas, el gobierno de
Diefenbaker elevó las pensiones de vejez desde 40 a 56 dólares, pagó a los
agricultores su trigo y le demostró a la Comunidad Británica de Naciones
que un Canadá conservador daría su apoyo a su primer miembro africa¬
no, Ghana, en contra de los miembros blancos del club. Los liberales eli¬
gieron como su líder a Lester Pearson, quien gozaba de prestigio por su
premio Nobel. Advertido por las encuestas de que no le convenía correr el
riesgo de una disolución, el líder novicio utilizó las pruebas de una eco-
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 539
que habría de competir ahora con la cbc por la publicidad y por los pro¬
gramas de las redes estadunidenses.
Diefenbaker y sus ministros más capaces le dieron al oeste de Canadá
una voz en Ottawa de la que nunca antes había disfrutado. Quebec, en
cambio, hervía de indignación por su débil representación en el gobierno.
Cuando una recesión se profundizó en Canadá, a fines de 1950, de cada
despido en Quebec se hizo culpable a Ottawa. Los hombres de empresa
y los financieros se sentían indignados por un gobierno ostensiblemente
conservador que gastaba más que su predecesor. Donald Fleming, minis¬
tro de Finanzas y portavoz de Toronto en el gobierno, nada pudo hacer
para frenar los crecientes déficits. La decidida insistencia de James Coyne
en que debían apretarse los lazos de la bolsa del dinero ante la recesión
era una locura económica que causó su despido del Banco de Canadá en
1961. Pero al atacar a Coyne por su pensión de retiro, no por sus princi¬
pios, Diefenbaker consiguió lo que parecía casi imposible de realizar:
convirtió al banquero en mártir popular.
Hasta las buenas decisiones fueron contraproducentes. Los liberales
reelegidos probablemente habrían cancelado el programa de construcción
del Avro Arrow, por considerarlo por demás extravagante y tecnológi¬
camente defectuoso. En cambio, Diefenbaker se sintió nervioso durante
meses. Cuando cayó el hacha en febrero de 1959, Avro había convencido
a la mayoría de los canadienses de que el Arrow era una maravilla su¬
persónica; la compañía, así también, no había hecho absolutamente na¬
da por los 14 000 hombres y mujeres que fueron despedidos el “Viernes
Negro’’. En unos cuantos días, cada Arrow fue desmantelado. En vez de
decir la verdad acerca de un avión defectuoso y de una empresa inepta,
Diefenbaker proclamó que los cohetes habían hecho caer en obsolescen¬
cia a los aviones de caza y de bombardeo tripulados. Al cabo de unos
cuantos meses, Canadá estaba regateando con Estados Unidos para la
Revolución intranquila
Los canadienses que votaron por los liberales en 1963 confiaban en res¬
taurar la era tranquila y próspera que John Diefenbaker había interrum¬
pido. La prosperidad ya había retomado; la tranquilidad no volvería.
Como enérgico sustituto de la indecisión de Diefenbaker, los liberales
prometieron “Sesenta días de decisión’. Lester Pearson compuso rápida¬
mente las relaciones con la Casa Blanca de Kennedy. Su ministro de Fi¬
nanzas, Walter Gordon, con igual rapidez compuso un presupuesto para
castigar a los inversionistas extranjeros que él mismo anteriormente ha¬
bía criticado en un informe de 1957 sobre las perspectivas económicas de
Canadá. Para vergüenza del gobierno, las proposiciones de Gordon fue¬
ron a la vez tan torpes e impopulares que fue preciso retirarlas. Era el
comienzo de dos años de retiradas y bochornos. Durante gran parte de
1964, el Parlamento se quedó parado mientras que la decisión de Pear¬
son, de dotar al país de una bandera nacional distintiva, chocó con la
ferviente defensa que de la antigua insignia roja hizo Diefenbaker. Re¬
cuerdos del desagradable cierre de las sesiones a causa del gasoducto,
en 1956, aplazaron el final del debate hasta diciembre. En los intervalos,
los conservadores hicieron denuncias de corrupción liberal que iban
desde el regalo de muebles hasta las intercesiones, a nivel del Gabinete,
en favor de un notorio traficante de drogas, Lucien Rivard. Un vengativo
Diefenbaker estaba en su elemento; no así Pearson.
El caricaturista Duncan
Macpherson captó la apa¬
rente confusión y la debili¬
dad del gobierno de Pearson,
que "andaba naufragando"
en la década de 1960.
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 545
cbc, la Comisión tendría que enseñar tanto como escuchar. Los canadien¬
ses se enterarían de que el francés tenía que ser una lengua nacional
igual. El gobierno de Canadá ya no podría hablar sólo inglés. Si no po¬
día persuadirse a los quebequenses de que todo Canadá era su patria, el
país se partiría.
Quebec, inclusive, podría no esperar siquiera. Hacia 1963, un quebe-
quense de cada seis creía en la separación. En ese año, un puñado de
terroristas jóvenes comenzó a poner bombas en buzones y arsenales en
nombre del "Québec libre". Cuando los primeros ministros provinciales
se reunieron en la ciudad de Quebec para discutir el Plan de Pensiones de
Canadá, grupos estudiantiles se dedicaron a burlarse a coro en la calle.
Un Lesage encolerizado tronó contra el hecho de que Ottawa no hubiese
entregado el dinero que el propio Duplessis había perdido al negarse a
tomar parte en los programas de costo compartido de la década de 1950.
Quebec se lanzaría por sí solo a la realización de un plan de pensiones,
y recaudaría un enorme fondo de reserva para sus propias finalidades
de inversión, en vez del plan más barato de “pago por obra terminada” de
Ottawa. Otros primeros ministros, escasos de fondos como de costum¬
bre, exigieron el plan de Quebec, y Pearson cedió. La preeminencia fiscal
de Ottawa en la posguerra había sufrido otra vapuleada. Lo ganado por
Quebec lo tendrían también otras provincias.
A pesar de toda su ferocidad aparente, Lesage era un hombre asusta¬
do, empujado por fuerzas a las que no podía controlar. En 1963 insistió
en que la reina Isabel II visitase el país para conmemorar la Conferencia
de Quebec de 1864. Cuando llegó, en octubre de 1964, la policía antimo¬
tines contuvo a miles de estudiantes que lanzaban insultos; Lesage culpó
del episodio a Ottawa. La nacionalización de las compañías hidroeléc¬
tricas había absorbido los excedentes acumulados por Duplessis. La crea¬
ción de un moderno sistema educativo endeudó todavía más a Quebec.
La supresión del tradicional sistema de patrocinio irritó a los miles de
notables locales y de trabajadores rurales a quienes necesitaba cualquier
partido de Quebec, especialmente para controlar una legislatura en la
que las pequeñas poblaciones y los distritos del campo estaban excesiva¬
mente representados. En junio de 1966, unos liberales demasiado con¬
fiados en sí mismos se vieron derrotados por un hombre y un partido a
quienes despreciaban, Daniel Johnson y la Union Nationale.
Johnson, derrotado en 1962, había modernizado su partido y atraído a
nacionalistas tan fervientes como el que más del Gabinete de Lesage. No
se produjo un desmantelamiento de lo realizado por los liberales, pero
tampoco hubo dinero para hacer más que ellos. Lo que el gobierno de
Johnson se pudo permitir fue el desafío sistemático de toda restricción
federal a la autonomía de Quebec. En Francia, el presidente Charles de
Gaulle fue su entusiasta aliado. Consideraba a Canadá simplemente como
otro de los países anglosajones que lo habían humillado durante la gue¬
rra. Quebec sería un conveniente complemento de la nueva edad de gloria
que su Quinta República estaba creando para Francia. Se elevó la cate-
550 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
Cuando se inauguró la
Expo 67 de Moni real,
los críticos y los que
habían dudado de ella
se callaron, y los cana¬
dienses festejaron su
recientemente descu¬
bierto sentido del es¬
tilo, la capacidad de
exhibir y la elegancia.
Por una vez, se olvida¬
ron las protestas por
los costos y el valor
práctico de la obra.
Tiempo de liberación
El haber puesto el
remate al Toronto-
Dominion Centre, en
su piso 56, en abril de
1966, proporcionó a
los obreros de la cons¬
trucción la oportuni¬
dad de soltar vítores.
En su mayoría eran
nuevos canadienses,
pero había entre ellos
algunos indios mo-
hawk, que gozaban de
fama como expertos en
los trabajos de estruc¬
turas elevadas de ace¬
ro. Como las torres para
oficinas comenzaron a
aparecer en gran nú¬
mero en todas las ciu¬
dades importantes, ha¬
bía gran demanda de
tales pericias.
cada de 1970, los fondos públicos habían creado una gran "industria
cultural". Miles de artistas y actores, de poetas y de autores dramáticos,
vivieron, aunque pobremente, de la riqueza del Estado. Otro aconteci¬
miento del centenario fue la creación del Medicare, un sistema de segu¬
ro de salud universal administrado por las provincias pero con fondos
federales. Innovados por el gobierno de la ccf de Saskatchewan en 1962,
ante una huelga de médicos y los esfuerzos que se hicieron para asustar
a los votantes con una "medicina socializada , los cuidados médicos pa¬
gados de antemano se habían convertido en una irresistible demanda na¬
cional hacia 1967. Aunque los liberales habían prometido tal sistema en
1919 y 1945, necesitaron de la presión del ndp, que cada vez obtenía más
votos en las urnas, para cumplir su viejo ofrecimiento. La resistencia no
fue tanto financiera como profesional. Los médicos se lanzaron a la lu¬
cha para conseguir el control total de los cuidados médicos, sin excep¬
tuar su precio. En el estado de ánimo de la época de la liberación, los
derechos de los pacientes importaron más que los de un gremio de enri¬
quecidos profesionales.
Si los gobiernos se podían permitir casi todo, otro tanto podían hacer
los gobernados. Las vacaciones de invierno y los viajes al extranjero se
convirtieron en experiencias rutinarias para la clase media. Los prime¬
ros voluntarios de los Canadian University Services Overseas viajaron al
extranjero en 1961. Se convirtieron en la vanguardia de miles de jovenes
canadienses que vagaban por el mundo, y se distinguían cuidadosa¬
mente de los estadunidenses por las banderas con la hoja de arce que
554 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
cosían a sus mochilas. Los canadienses clamaron por que se les dieran
nuevas casas y luego las amueblaron en el estilo caro y ascético estable¬
cido por diseñadores escandinavos. En los años de la posguerra, las ciu¬
dades más grandes se habían transformado en estériles colecciones de
cajones verticales de vidrio y concreto, simbolizados por el B. C. Electric
Building de Vancouver o el Toronto-Dominion Centre. A mediados de la
década de 1960, aparecieron las señales de una rebelión contra un estilo
internacional tan fríamente utilitario. Los arquitectos comenzaron a mos¬
trar una desganada preocupación por la tradición cultural y la huma¬
nidad. Los primeros centros comerciales cubiertos reconocieron los ex¬
tremos del clima canadiense; un movimiento en favor de la conservación
insistió en que las comunidades también podían permitirse la preser¬
vación de sus viejos edificios. Políticos y publicistas comenzaron a ha¬
blar de lugares para la gente”. Al cabo de dos décadas de construir super-
carreteras, el gobierno de Ontario ganó votos al interrumpir la construcción
del Spadina Expressway, con un costo de 1 000 millones de dólares, que
habría amenazado barrios de Toronto. ¿A quién le importaba el dinero?
Los de Halifax lucharon brevemente para proteger el perfil histórico de
su ciudad en contra del acostumbrado montón monótono de elevados
edificios de oficinas. Los gobiernos provinciales y el federal construye¬
ron parques históricos y reclutaron a estudiantes universitarios para que
se disfrazaran de pioneros o de soldados. El turismo fue sólo parte del
motivo; también medió en ello el orgullo.
En un país hasta entonces dominado por personas de edad mediana y
por viejos, los jóvenes forzaron el paso. Sus estilos, como de costumbre,
se tomaron de otras partes: los Beatles de Liverpool, el movimiento en
pro de la libertad de expresión de Berkeley, la cultura negra urbana de
Memphis o Detroit. Un canadiense, Marshall McLuhan, anunció la era
de la aldea global. Jóvenes canadienses desearon participar en la cruzada
estadunidense por los derechos civiles, en la oposición a la guerra de
Vietnam y en el movimiento a favor de la conservación del ambiente. Lo
hicieron, por interpósita persona, al aplaudir a los Travellers, a Gordon
Lightfoot, a Ian y Sylvia o a cantantes menos famosos en cafeterías car¬
gadas de humo. A veces participaron directamente: el viaje a Selma a
Woodstock o a Chicago era fácil de arreglar. Los padres que habían so¬
nado con desmayarse delante de Frank Sinatra en la década de 1940 se
sintieron perturbados por unos vástagos que chillaban al oír a los Bea¬
tles, a Mick Jagger y a otras estrellas del rock visitantes.
Las pasiones sociales se fueron disolviendo en la doctrina individua-
^ hacer lo de uno . Una contracultura copiada en gran medida de
California santificó la liberación respecto de casi cualquier limitación
tradicional: manera de vestir, manera de expresarse y relaciones huma¬
nas. Una píldora para el control de la natalidad, confiable y aparente¬
mente inocua, ideada en 1960, proporcionó la base material para una
revolución sexual. Las mujeres podrían controlar su propia fertilidad
En la década transcurrida desde 1957 hasta 1967, la tasa de natalidad
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 555
de Canadá se precipitó desde 29.2 por 1 000 mujeres hasta 18.2; la caída
fue todavía más pronunciada en el anteriormente fecundo Quebec cató¬
lico. El cambio en el tamaño de la familia no se debió únicamente a in¬
hibiciones sexuales: entre 1957 y 1967 se duplicó el número de naci¬
mientos ilegítimos en Canadá. Se desvanecieron antiguos tabúes contra
la desnudez en público, el homosexualismo y las relaciones sexuales pre¬
matrimoniales.
La riqueza dio lugar a una gran expansión de los espectáculos depor¬
tivos. La elegancia competitiva de la National Hockey League formada
por seis equipos desapareció cuando varias ciudades estadunidenses y
canadienses trataron de convertirse en sedes de un equipo. Tanto el talen¬
to de que se disponía como la temporada de juegos se extendieron sin
medida gracias a la sed de entretenimiento pagado. El fútbol canadien¬
se se opacó ante el fútbol estadunidense profusamente televisado. En la
década de 1970, dos equipos de béisbol, participantes en las Ligas Ma¬
yores de los Estados Unidos, se establecieron firmemente en Montreal y
Toronto.
Sin embargo, la riqueza inspiró también el afán individual de sobre¬
salir y el ejercicio colectivo. Un gobernador general, Roland Michener,
aficionado a trotar, condujo a una nación sedentaria, y a menudo exce¬
dida de peso, a la búsqueda de un estado físico excelente que pronto
conquistó a personas de todas las edades y clases sociales. Hombres y
mujeres canadienses alcanzaron calidades de primer nivel mundial en
una variedad aparentemente interminable de deportes, desde el tiro has¬
ta el tenis. Steve Podborski ganó un campeonato mundial de descenso
en esquí como miembro del equipo bautizado con el mote de los Crazy
Canucks”, Sylvie Bernier ganó la medalla olímpica en el salto de plata¬
forma y hubo otros centenares más de deportistas destacados. Pocos atle¬
tas capturaron la imaginación de la nación tanto como Terry Fox, quien,
luego de perder una pierna por cáncer, cruzó la mitad de Canadá en 1980
Edmonton en 1978.
Un siglo antes, había
sido un puesto del trá¬
fico de pieles que con¬
taba con unas cuantas
casas desperdigadas.
La capital de Alberta
floreció durante el auge
petrolero y los campeo¬
natos de fútbol y de
hockey ganados por
sus equipos fueron al¬
gunas de las señales de
la confianza de la re¬
gión en sí misma. Foto
de Egon Bork.
556 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
Realidades políticas
mineras desde Pine Point, en los Territorios del Noroeste, hasta Buchans,
en Terranova, sabían que los precios mundiales o una nueva tecnología
podrían borrarlas del mapa.
Trudeau llegó al poder en 1968 para encarar el gran diálogo franco-
inglés; necesitaba tiempo para descubrir que en Canadá había muchas
otras divisiones. A sus 49 años de edad, Trudeau no era el primer minis¬
tro más joven de Canadá, pero políticamente era el menos experimenta¬
do. Rigió su Gabinete como un seminario académico, formó su personal
a modo de amortiguador contra las presiones políticas y se lanzó a gober¬
nar Canadá de acuerdo con principios filosóficos básicos. La economía
y la administración le interesaban poco. Jean Marchand, en un nuevo
Departamento de Expansión Económica Regional, podría gastar lo que
le diera la gana para poner fin a las viejas disparidades. Eric Kierans, el
radical ex presidente de la bolsa de valores, quedó en libertad para auto¬
matizar el servicio de correos. Eugene Whalen pudo fascinar o enfurecer
a los agricultores con sus juntas de mercadeo y sus proyectos de subsi-
dios. Las reformas fiscales que podrían haber contribuido a que Trudeau
cumpliese su promesa de una “sociedad justa" fueron violentadas y en¬
redadas por Edgar Benson, el ministro de Finanzas, hasta que enrique¬
cieron principalmente a los millonarios y a los contadores públicos. No
eran preocupaciones del primer ministro.
Tampoco, en general, le preocupaba el lugar de Canadá en el mundo.
Vietnam y la nueva doctrina estratégica de destrucción mutuamente ase¬
gurada habían enfriado los miedos nucleares de principios de la década
de 1960. Al igual que los del ndp, cuya causa había abrazado brevemente,
Trudeau creía en el desarme y en el no comprometerse. Las fuerzas ar¬
madas de Canadá, penosamente unificadas en 1968 por Paul Hellyer, el
ministro de Defensa de Pearson, descubrieron que sus aborrecidos uni¬
formes verdes nuevos eran sólo el comienzo de la humillación. El con¬
tingente de Canadá en la otan se redujo a la mitad en 1969 y el total de
fuerzas armadas se redujo en un tercio. A los aliados de la otan esto no
les gustó. Tampoco les pareció bien a los diplomáticos del Departamen¬
to de Asuntos Exteriores el que Trudeau, que alegó que podía aprender
todo lo que necesitaba saber leyendo el New York Times, cerrase algunas
de las representaciones diplomáticas en ultramar. Aunque el mundo ha¬
bía cambiado desde que Trudeau viajase por él en los años de la pos¬
guerra, no sintió que necesitase saber mucho más.
Una cuestión que sí comprendía bien y que captó firmemente su aten¬
ción fue la del papel de Quebec en Canadá. Excelente bilingüe y confia¬
dísimo en sí mismo, Trudeau incitó a los quebequenses jóvenes a abando¬
nar la “tienda india ancestral” y a que se sumaran a él para dominar el
país que sus antepasados voyageurs habían contribuido a crear. A dife¬
rencia de Laurier y St. Laurent, que con todo cuidado se habían rodeado
de un número de ministros y asesores de habla inglesa suficiente para
tranquilizar a la mayoría, Trudeau promovió a cualesquier quebequen¬
ses que estuviesen a la altura de su inteligencia y su intuición. Una Ley
de Lenguas Oficiales, por la que se estableció la igualdad del francés y del
inglés y se convirtió al gobierno central y sus dependencias en efectiva¬
mente bilingües, fue la piedra angular del primer periodo de Trudeau.
Con la excepción de John Diefenbaker y de unos cuantos conservadores
leales el Parlamento dio a regañadientes su consentimiento.
Trudeau no había hecho nada que no hubiese propuesto elocuente¬
mente, y en ambos idiomas, durante su campaña de 1968. El bilingüismo
sería la base de una igualdad ciudadana fundamental. Un status espe¬
cial, para cualquier provincia, grupo o individuo le pareció antidemocrá¬
tico a Trudeau. Habiendo oído a los indios censurar la Ley Indígena por
considerarla instrumento de la opresión, se quedó asombrado cuando
los mismos indígenas censuraron su abolición y la consecuente supresión
de un status especial para los indios. Jean Chrétien, el fogoso ministro
joven responsable de la supresión, rápidamente se corrigió a sí mismo.
Los canadienses podrían haber aceptado de mejor manera la receta
para la unidad nacional de Trudeau si hubiesen comprendido la crisis
568 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
sosj •paradé-W-SSKWÍ
L-BFfBL
zado con éxito por mejorar sus salarios rezagados. La inflación tuvo otras
fuentes también, desde los elevados costos de la Expo 67 hasta la decisión
de Washington de financiar su guerra en Vietnam con dinero prestado.
Cualesquiera que hayan sido las causas, la inflación dolió. Y otro tanto
hizo la cura del dinero escaso administrada rápidamente por el Banco de
Canadá. Un primer ministro elegante y afectado fue un obvio chivo ex¬
piatorio, tal y como antes había sido un héroe.
Los primeros en encolerizarse fueron los del Oeste. En 1968 Trudeau
había obtenido la mayoría de las curules al occidente del lago Superior.
No volvería a ocurrirle. En vez de vender su trigo, Ottawa les dijo a los
agricultores de las praderas que redujesen su superficie cultivada. Los que
lo obedecieron fueron los que más sufrieron cuando las malas cosechas
en la Unión Soviética y China elevaron muchísimo la demanda y los pre¬
cios. Los liberales de provincia pagaron el costo de esto. Un año después
de la victoria de Trudeau, un cauto y multilingüe Ed Schreyer condujo a
la victoria al ndp en Manitoba, en contra de un conservador enemigo de
Quebec y de Ottawa. Allí junto, los liberales de Ross Thatcher habían ven¬
cido a la cansada ccf de Saskatchewan en 1964, después de que el único
gobierno socialdemócrata había ganado su primera áspera lucha por el
establecimiento del primer seguro médico público en Canadá. Hacia 1971;
Trabajadores de la
industria del automó¬
vil durante una pausa
de descanso, en 1974.
Gracias a la sindica¬
ción en las industrias,
los trabajadores cana¬
dienses consiguieron
una seguridad y una
calidad de su vida de
trabajo que mal se po¬
drían haber imaginado
sus ancestros.
572 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
mas del gobierno hasta los letreros y los menús. Si los quebequenses an-
glófonos se iban de su provincia, ambiciosos quebequenses francófonos
ocuparían su lugar. Si se quedaban, tendrían que trabajar en francés, lo
mismo en la bolsa de valores que en las cadenas de montaje de las fábri¬
cas. A los niños de los recién llegados, inclusive procedentes de Alberta,
se les enseñaría únicamente en francés.
Fuera de Quebec, a pocos canadienses les preocupó la dureza del De¬
creto 101. La minoría anglófona de la provincia jamás les había inspira¬
do mucha simpatía. Se despachó a un grupo de trabajo para encontrar
una respuesta nacional a los descontentos de Quebec. Regresó, como la
Comisión Laurendeau-Dunton, mareado por los miles de agraviados y de
patrocinadores de proyectos constitucionales que a nadie daban gusto.
En su mayoría, los canadienses no tardaron en sentirse en libertad de de¬
nunciar a un gobierno federal que seguía produciendo más dolores que
placeres. En el verano de 1978, Trudeau volvió a su país luego de haber
asistido a una cumbre económica de siete naciones realizada en la capi¬
tal de la Alemania Occidental, Bonn, dispuesto a realizar un nuevo ata¬
que contra la inflación y un déficit creciente. Se suspendió el programa
de restricciones; lo que lo sustituyó fue el nuevo monetarismo de antaño:
elevadas tasas de interés, recortes en el gasto público y la certeza de un
creciente desempleo. Pocos se alegraron de ello.
Los canadienses estaban casi hartos de su príncipe-filósofo. Admira¬
ban a Trudeau en las crisis, simpatizaron con él por la dignidad con que
soportó la ruina de su matrimonio, pero no aceptaban su altivo desdén
por sus preocupaciones de todos los días. Un gobierno de funcionarios
ávidos de poder y ministros mediocres había permanecido demasiado
tiempo en el poder. Lo único que podían hacer los liberales era divulgar
la impresión de que lo que podía sustituirlos era peor. Los canadienses
admiraron la empecinada honestidad de Ed Broadbent, del ndp, pero
sólo una terca quinta parte del electorado siguió apoyando a su partido.
En 1976, los conservadores habían sustituido a Robert Stanfield por Joe
Clark, un agradable joven de Alberta al que todos querían. Luego de ob¬
servar a Clark conducir su encrespado partido, pocos fueron los que lo
respetaron también a él. Las debilidades de Clark, sin embargo, podrían
ser disfrazadas por los expertos en imagen pública; el récord liberal na¬
die lo podía disfrazar. El 22 de mayo de 1979, Quebec votó en masa en
favor de Trudeau; en otras partes, los canadienses se acordaron del des¬
censo de sus ingresos, de los empleos perdidos y de un gobierno que se
había olvidado de ellos. Los conservadores ganaron 136 curules, y que¬
daron a 8 de distancia de una mayoría. Fue esto un mandato débil para
realizar el cambio.
Los votantes no tardaron en pensarlo mejor. Clark se pasó todo un ve¬
rano organizando su gobierno. En medio de un pánico creciente causado
por el futuro referéndum de Quebec, el problema del petióleo y sus pre¬
cios creado por Irán y las tasas de interés que se habían elevado hasta
15 y 20 por ciento, la cautela de Clark comenzó a interpretarse como una
586 TENSIONES DE LA ABUNDANCIA
¿Final de la riqueza?
Durante la recesión de la
década de 1980, más de un
millón de canadienses, en su
mayoría jóvenes, perdieron
sus empleos. Las más afec¬
tadas fueron las industrias
de materias primas, perjudi¬
cadas por la baja de los pre¬
cios mundiales. Esta joven
pareja busca asistencia y
consejo en un centro sindical
de ayuda en la Columbia
Británica.
micos más estrechos, inclusive de libre comercio, con los Estados Unidos.
¿Y por qué no? Una llamada "tercera opción", consistente en incrementar
el comercio con Europa y la "Cuenca del Pacífico", había ganado poco
apoyo de las empresas canadienses, y virtualmente ninguno de los ge¬
rentes de las filiales de las grandes empresas trasnacionales o de sus
amos. Los mercados estadunidenses eran atractivos. Y lo mismo la cul¬
tura estadunidense. Los satélites y la televisión por cable rebasaron al
nacionalismo cultural de la Comisión Canadiense de Radiodifusión y
Telecomunicaciones y alimentaron el apetito por los espectáculos de ma¬
sas estadunidenses.
Los canadienses de la posguerra habían abrigado la esperanza de algo
más que un abrazo continental. Un puñado de funcionarios capaces y
su propia riqueza natural le habían dado a Canadá un grado visible de
independencia en una época en que los Estados Unidos dominaban el
mundo. Paradójicamente, la dependencia canadiense parecía aumentar
TENSIONES DE LA ABUNDANCIA 597
El primer ministro y la
señora Mulroney, el presi¬
dente de Estados Unidos y
la señora Reagan posan al
comienzo de una reunión
que llegó a su clímax
cuando los dos políticos
cantaron "Cuando son¬
ríen unos ojos irlandeses".
¿Las “buenas relaciones,
soberbias relaciones” con
los Estados Unidos tenían
que llegar hasta el Acuer¬
do de Libre Comercio de
1989?
615
616 NOTA ACERCA DE LOS AUTORES
Capítulo I
617
618 FUENTES DE LAS ILUSTRACIONES
(55.31.3); 84:pac/ap (c- 17338); 91: Hudson’s Bay Company, Winnipeg (c-25); 93:
mm (m965.9); 97: pac/ap (c-38948); 99: pac/nmc (nmc-3295; 101: pac/ap (c-41292);
104: Provincial Archives of British Columbia, Victoria, C. B. (pdp2244); 110: NGC
(5777); 113: Provincial Archives of Newfoundland & Labrador (a 17-110), foto
cortesía de Ray Fennelly; 114: yu/c.
Capítulo II
Página 116: pac/nmc (nmc-15661); 117: National Library of Cañada, Rare Book
División, Ottawa (nl-8760); 118: National Library of Cañada, Rare Book Divi¬
sión, Ottawa (nl-8759); 119: pac Library, Ottawa (izquierda: C-133067; derecha:
c-133065); 121: National Library of Cañada, Rare Book División, Ottawa (nl-
6643); 127: pac/ap (C-107624); 128: Huronia Historical Parks, Ministerio de Tu¬
rismo y Recreación de Ontario; 129: pac/nmc (6340); 134: Societé du Musée du
Séminaire de Québec, ciudad de Quebec (pc84.1 R277); 136: pac/nmc (nmc-
3687); 137: rom/c (957.91); 139: Musée des Ursulines, ciudad de Quebec, foto
cortesía del Ministerio de Comunicaciones de Quebec (mcq-87-1 14f1); 144:
National Film Board Collection, Ottawa; 146: Archives Nationales du Québec,
ciudad de Quebec; 147: mq (a 42 57 P), foto de Patrick Altman; 149: pac/nmc
(nmc-26825); 152: pac/ap (c- 1225); 156: arriba: pac/ap (c-30926); abajo izquierda:
pac/ap (c-62182); abajo derecha: Archives Nationales, París, Francia, Fond des
Colonies (el 1a, vol. 19, fol. 43-43v); 157: pac/ap (c-12005); 163: izquierda: Envi-
ronment Cañada, Parks, Fortress of Louisbourg, Louisburg, Nueva Escocia (74-
318); derecha: pac/ap (c-17059); 167: yu/c; 170: pac/ap (c-107626); 171: mq, Collec¬
tion des Réligieuses Hospitaliéres de Saint-Joseph, Montreal; 172: Petitot et
Compagnie, París, Francia; 173: arriba: foto cortesía de Robert Stacey; abajo:
foto cortesía de C. W. Jefferys Estate Archives, Toronto; 175: yu/c; 176: izquierda:
mq (a58.187p); derecha: pac/ap (c-100376); 180: arriba: ngc (7792); abajo: rom/c
(960.106); 183: National Film Board Collection, Ottawa; 184: rom/c; 187: izquier¬
da: mm (m.21231); derecha: pac/ap (c-113742); 192: ns (p2 1/80.11, copia neg. n-
14,638); 194: mtl/jrr (t16045); 197: pac/ap (c-5907); 203: pac/ap (c-27665); 205:
rom/c (940x54).
Capítulo III
Página 208: rom (949.128.34); 209: om (940x26.12); 213: pac/ap (c-41605); 216:
Art Gallery of Nova Scotia, Halifax (82.41); 217: ngc (6286); 220: pac/ap (c-3257);
225: ao (Simcoe Sketch núm. 202); 226: Law Society of Upper Cañada, Toronto
(87-128-2); 230: izquierda: Government of Ontario Árt Collection, Queen’s Park,
Toronto (mgs606898); derecha: mq, foto de Patrick Altman (c52.58p); 231:
izquierda: pac/ap (c-13392); derecha: mtl, tomado de Upper Cañada Almanáck for
the Year 1837, Toronto; 233: The Right Hon. the Earl of Elgin and Kincardine,
Broonhall, Dunfermline, Escocia, foto cortesía de ngc (69-388A); 235: arriba:
rom/c (955.217.15); abajo: pac/ap (c-276); 238: pac/ap (c-2001); 239: National
Library of Wales, Cardiff; 244: pac/ap (c-41067); 245: ngc (7157); 248: izquierda:
National Portrait Gallery, Londres, Inglaterra; derecha: tomado de A Gallery of
Illustious Leterary Characters (1839-1838), Londres, Inglaterra, 1873; 249: pac/ap
(c-17); 252: pac/ap (c-105230); 255: pac/ap (c-10531); 258: rom/e (912.1.31); 260:
mtl/jrr (t3 1492); 261: pac/ap (c-19294); 265: ao (2096); 271: pac/ap (c-251)- 272-
FUENTES DE LAS ILUSTRACIONES 619
pac/ap (c-252)■, 277: pac/ap (c-1 1811); 280: ns (79.146.3 n-9411); 285: pac/nmc
(nmc-17026); 287: arriba: mtl/jrr (t1 0248); abajo: rom/c (960.58.2); 289: pac/ap
(c-12649); 291: pac/ap (c-2394); 295: arriba: NGC (17,920); abajo: The Winnipeg
Art Gallery, foto de Emest P. Mayer (g57-133); 296: rom/c (956.77); 299: Queen's
University Archives, William Morris Collection, Kingston, Ontario (2139, Box
3); 300: mtl, Fine Arts Dept., Picture Collection; 301: izquierda: York Pioneer &
Historical Society, Toronto; derecha: Dundurn Castle, Dept. of Culture & Recre-
ation, Hamilton, Ontario; 302: pac/ap (c-520); 303: ao (97).
Capítulo TV
Capítulo V
Moore; 440: pac/ap (c-27358); 444: N/Canadian War Museum, Ottawa (8,949);
446: arriba: ao (acc. 1 1595); abajo: pac/ap (C-7492); 450: City of Toronto
Archives, James Collection (640); 454: pac/ap (pa-57515); 456: PAC/AP/David Mil¬
lar Collection (ws-83); 458: izquierda: NGC (4881); derecha: pac/ap (c-88566); 459:
McMichael Canadian Collection, Kleinburg, Ontario (1969.4.54); 460: arriba:
NGC (82-2847); izquierda arriba: Art Gallery of Ontario, Toronto (1335); izquierda
abajo: ao, William Colgate Papers (sl2842); 461: foto cortesía de Thomas Fisher
Rare Book Library, University of Toronto; 463: foto de T. E. Moore, colección
privada; 466: ngc (6666); 468: pac/ap (pa-1 38867), foto de Cobourg Skitch Stu-
dio; 472: ao (si5001); 475: Hudson’s Bay Company, Winnipeg; 479: colección de
Ramsav Cook, Toronto; 481: Canapress, Toronto; 484: a(a3742); 487: Toronto
Star Collection, Toronto (016120-9000); 490: pac/ap (c-80134); 493: pac/ap (c-
9447); 497: pac/ap National Film Board Collection, Ottawa (pa-1 16874, nfb 1980-
121 66-346); 501: N/Canadian War Museum, Ottawa (11,786); 502: ec; 504: arri¬
ba: pac/ap (pa-137013); abajo: N/Canadian War Museum, Ottawa (12,722); 505:
pac/ap (pa-1 19766); 506: pac/ap (c-11550); 507: pac/ap (pa-1 14440).
Capítulo VI
Página 511: National Air Photo Library, Ottawa; 513: pac/ap (c-22716); 514:
Saskatchewan Archives Board, Regina (r-b2895); 516: pac/ap (pa-128080); 5/7:
ssc (62-819); 521: yu Archives, Toronto Telegram Collection, Downsview,
Ontario; 523: pac/ap (pa-1 11390), foto de Harrington; 524: pac/ap (pa-154607),
foto de Walter Curtin; 525: arriba: foto de Peter Croydon; abajo: pac/ap (c-
128763), foto de L. Jacques; 527: ec; 531: pac/ap (c-79009), foto de MacLean;
536: pac/ap (c-74147); 540: Dept. of National Defence; 541: yu Archives, Toronto
Telegram Collection, Downsview, Ontario; 544: publicada con autorización de
The Toronto Star Syndicate; 546: pac/ap (c-53641), The Gazette, Montreal; 550:
ssc (67-10471); 552: ec, foto de S. Jaunzems; 553: The Globe and Mail, Toronto
(66104-38); 555: ssc (78-369), foto de Egon Bork; 556: foto cortesía de Brian
Pickell; 557: Victoria University Library, Toronto; 558: cortesía de la esposa de
Marshall McLuhan, Toronto; 559: izquierda: Gilbert Studios, Toronto; derecha:
pac/ap (pa-1 37052), foto cortesía de Walter Curtin; 560: PAC/National Film, Tele¬
visión & Sound Archives, Still Collection, Ottawa (arriba: 3283; abajo: s-6850);
561: izquierda: foto de Peter Esterhazy, cortesía de Jocelyn Laurence, Toronto;
derecha: foto de Edition Boréal Express, Montreal, cortesía del doctor Carbotte,
Quebec; 565: izquierda: University of Toronto; derecha: National Research Coun-
cil, Ottawa, foto de Dan Getz; 566: PAC/Duncan Cameron Collection; 568: pac/ap,
United Steelworkers of America Collection (c-98715); 569: ssc (75-6674); 571:
ec; 573: arriba: pac, Montreal Star Collection (pa-1 52448); abajo: pac, Montreal
Gazette Collection (pa-1 17477); 578: News ofthe North, Yellowknife, T. N.; 583:
ambas: Canapress, Toronto; 586: Toronto Star Collection, Toronto (s209-26);
588: Ontario Dept. of Tourism &. Information, Toronto (6-G-1464); 589: pac/ap
(pa-141503), foto de Robert Cooper; 593: New Westminster, C. B., Labour News
(b 7973-4), foto de Jack Lindsay/Canadian Association of Labour Media,
Vancouver; 594: arriba: pac/ap (pa-1 45608), foto de B. Korda; abajo: foto de John
Reeves, Toronto; 595: University of British Columbia Museum of Anthropology,
Walter & Marianne Koerner Collection, Vancouver; 596: cortesía de Dimo Sa¬
fari; 599: ssc (75-2242), foto de George Hunter; 602: Canapress Photo Service/
FUENTES DE LAS ILUSTRACIONES 621
Abbot, Sir John, 403 Alaska, disputa sobre los límites de,
Abenhart, William, 492-493, 493* 393, 441-442
Abyssinia (vapor), 396 Albany, Nueva York, 153
Acadia: Alberta, creada a partir del distrito
y la Guerra de Conquista, 193, 207 administrativo de los Territorios del
primera colonización de, 134-135 Noroeste (1905), 411
a principios del siglo xvm, 164 Albion, naufragio del (1819), 239
sus relaciones con la Nueva Inglate¬ alcohol, su difusión entre los pueblos
rra, 135 indígenas por los europeos, 96-97,
acadios, exilio de los, 198-199 109
Acarreo de troncos en el río Saint John Alegremente veo diez caribúes (talla en
(Clarke), 261 piedra) (Pootagok), 665
Acuerdo General de Aranceles y Co¬ Alexander, Sir William, 134
mercio, 516 algonquina, lengua, 37
Acuerdo del Lago Meech, 600-601, algonquinas, tribus:
607-610, 608, 611 chamanes de las, 43
Adams, Bryan, 596 después del triunfo iroqués sobre
ademaki, tribu, 160 los hurones, 132, 150
Affleck, James, 321 esbozos de Champlain sobre las,
African Suite (Peterson), 559 119
Agawa Site (lago Superior), 30 del valle del río Ottawa, 86-87
agricultura: Altiplano de Misuri, 31
en la América del Norte Británica Alto Canadá:
del siglo xix, 264-269 agricultura en el, 264-268
comercial a principios de la década mapa de Elizabeth Simcoe del, 225
de 1700,168-169 necesidad de estimular la coloniza¬
del Oeste en la década de 1880, 379- ción británica del (1815-1825), 264-
380, 390 267
a principios del siglo xx, 415, 416- paisaje del, 302-303
417 Preservado, medalla del, 235
de secano en el Oeste, 417 rebeliones de 1837 en el, 228
de subsistencia en la Nueva Francia, resentimiento en contra de las reser¬
141-143 vas del clero y del "Pacto de Fami¬
Agricultores Unidos de Alberta, 469, lia” en el, 229
Sociedad Patriótica y Leal del, 235
492
Agricultores Unidos de Ontario, 468 su unión con el Bajo Canadá, 305
Ahenakew, reverendo Edward, 477 Alto Canadá Preservado, medalla del,
Ainslie, H. F., 302 235
Akwesasne, reserva, 610 Alvares Fagundes, Joáo, 23
Alabama (barco confederado), 349-350 All Peoples’ Mission (Winnipeg), 426,
Alarma Temprana a Distancia, líneas 427
Allaire, Félicité, 269-270, 273
de, 532, 533
623
624 ÍNDICE ANALÍTICO
Colonial Office británica, 226-227, 350, su fusión con la Compañía del Nor¬
356 oeste (1821), 109, 255, 256-257
colonias del Atlántico y el paso a la y Lord Selkirk, 246
Confederación, 347-353 y la "milicia” india, 92
Colquhoun, Patrick, 243 y la negociación de los derechos so¬
Columbia, río, 107, 219 bre la Tierra de Rupert, 357-358
Columbia Británica: patente de la (1670), 89, 91, 154
y los barcos Empress, 392 y el "pertrecho”, 93
después de 1886, 392 puestos de la, 97, 154
diversidad geográfica en la, 32 y el tráfico de pieles de castor, 92-93
fauna de la, 32 y el Tratado de París (1763), 211
negativa a reconocer los derechos y el Tratado de Utrecht (1713), 97-98
de los aborígenes, 113 Compañía de Canadá, 247, 248
respuesta a la Confederación en la, Compañía Forsythe-Richardson, 256
360-364 "Compañía de jóvenes canadienses",
Colville, Alex, 559 545
Colleton, Sir Peter, 88 Compañía Leith-James, 256
Collip, James B., 462 Compañía de la Nueva Inglaterra, 281
Comando de Defensa Aérea de Améri¬ Compañía de Nueva Brunswick y Nue¬
ca del Norte (norad), 533, 541 va Escocia, 249
comercio, libertad de, véase libre co¬ Compañía del Noroeste, 102-107, 220,
mercio 256, 310, 344
Comfort, Charles F., 466 su fusión con la Compañía de la Ba¬
Comisión Canadiense de Radiodifu¬ hía de Hudson (1821), 109, 255,
sión y Telecomunicaciones, 596 257
Comisión para la Conservación, 462 Compañía Telegráfica de Montreal, 338,
Comisión Real para el Bilingüismo y 340
el Biculturalismo (1963), 548-549 Compañía de Tranvías de Toronto, y
Comisión Real para la Unión Econó¬ la cuestión de los sindicatos (1886),
mica, 595, 602 378
Comisión Rowell-Sirois (1937), 495, Compañía XY, véase Compañía del
535 Noroeste
Comité de Adquisiciones para la Gue¬ Compañías Francas de la Marina, 138,
rra, 448 172, 174
Comité de Municiones, 448 Comunidad Británica de Naciones
Compagnie des Cent-Associés, 123, (Commonwealth), 477-480, 534
125-126, 133, 138, 145, 177 Comunidad Económica Europea, 539
desaparición de la, 132 comunismo en la década de 1930, 488
Compagnie des Indes Occidentales, Conception, bahía (Terranova), 137
153, 159, 179 Confederación:
Compañía de la Bahía de Hudson, 29, apoyo de George Brown a la, 346-347
52, 54, 60, 67, 220, 297, 310 condiciones de trabajo después de
captura de la Factoría de York por la, 374-379
d'Iberville, 157 contribución de la Guerra Civil esta¬
y la ceremonia de entrega de regalos dunidense para promover la, 349-
previa a los tratos con los indios, 350
90-92, 93 y el desarrollo de los ferrocarriles,
su competencia con los comercian¬ 315
tes de Montreal, 102-107, 154-155 desarrollo industrial después de la,
y el choque con los franceses, 97-101 372, 373, 374
ÍNDICE ANALÍTICO 631
mapa grabado en cobre (1632) de, Dafoe, John W., 479, 480, 499
116, 122,511 Dale, Arch, 479
muerte de, 115 Dalhousie, Lord, 280
plan de una colonia en tomo de Que- dama en el Alto Canadá, Una (Langton),
bec de, 123 265
su visita a la Huronia (1615), 87 dama francocanadiense con sus ropas
véanse también pieles, comercio de; de invierno y un sacerdote católico
Nueva Francia romano, Una (Lambert), 187
Champlain y San Lorenzo, ferrocarril, Dandurand, senador Raoul, 478
311 Daniel, padre Antoine, 131
Channel Shore, The (Bruce), 293 Danza calumet (Heriot), 48
Charbonneau, arzobispo Joseph, 546 Danza de la medicina con máscaras
Charbonneau, Jean, 459 (Kane), 68
Charlebois, Robert, 596 Danza para la recuperación de los en¬
Charlottetown, Conferencia de (1864), fermos (Heriot), 48
350-351,353 Danza del Sol (ceremonia religiosa de
Charnley, coronel William, 313 los indios de las praderas), 59, 60,
Chasse-Galerie (cuento tradicional 476
voyageur), 166 d’Aulnay, Charles de Menou, 134
Chatfield, Edward, 97 Davies, Thomas, 217
Chatham, Massachusetts, 215 Davis, estrecho de, 22-23, 305-306
Chatham, Nueva Brunswick, 225 Davis, John, 306
Chebucto, bahía de, 193 Davis, William (Bill), 582, 586, 587
Chebucto, Nueva Escocia, 191 Dawson, G. M., 62
Chedabucto, Nueva Escocia, 240 Dawson, Sir John William, 334
Chesapeake, bahía de, 137 De Gaulíe, presidente Charles, 549, 551
Cheveux-Relevez (algonquinos), 119 Decreto de Asistencia Naval (1913), 445
Chiang Kai-shek, 497 Decreto sobre Elecciones en Tiempo
“chica de la ametralladora Bren”, 505 de Guerra (1917), 454
Chignecto, istmo de, 193 Decreto de Medidas de Guerra, 572,
Chilkoot, paso de, 397 573
Chimeneas de las fundiciones Copper Decreto de Pérdidas por la Rebelión
Cliff (Comfort), 466 (1849), 317-318, 330
chipevián, tribu, 38-39, 219 ataque conservador contra el, 317-
su conflicto con los innuit, 105, 111- 318, 319
Decreto sobre Votantes Militares (1917),
112
su desplazamiento hacia el norte, 435
95 Decreto 22, 584
métodos de cocina de la, 38-39 Decreto 101, 584-585, 587, 591
del lago Rojo, 93 Decreto 178, 607
propagación de la viruela en la (dé¬ Dechéne, Louise, 142
cada de 1780), 258 dene, tribu, 609
Denison, Flora MacDonald, 434, 435
y Samuel Heame, 105
uso de trampas por la, 38 Dennis, mayor J. B., 235
vestido tradicional de la, 39 Denys, Nicolás, 134
Departamento de Expansión Econó¬
Chown, doctor Samuel Dwight, 473
Chrétien, Jean, 567, 587, 588, 598, 606 mica Regional, 565
Departamento del Interior, 424
Christian Guardian, 292
Sección de Asuntos Indígenas, 475,
Chrysler Corp., 482
Churchill, río, 37, 38, 104, 109 476
634 ÍNDICE ANALÍTICO
Gould, Glenn, 558, 559 Grupo de los Siete, 29, 460, 463, 480-
Gouzenko, ígor, 529 481, 509, 525; véanse también indi¬
Gowan, juez, 354 vidualmente por sus nombres
Graham, Andrew, 90-91, 255 Guadalupe, isla, 210
Grain Growers’ Grain Company, 467 Guayana, 210
Gran Camino, jefe, 56-57 Gubbins, teniente coronel Joseph,
Gran Coalición, y el movimiento en 279-283
pro de la Confederación, 347 Guelph, Ontario, 247, 248
Gran Depresión, véase Depresión de la Guérard, Nicolás, 149
década de 1930 Guerra:
Gran Lago del Esclavo, 31, 219 anglo-francesa (1689-1697), 155-161
Gran Lago del Oso, 31, 220 de los Bóers, 407-408, 412
Gran Serpiente, jefe de los indios pies Civil española, 496-497
negros, contando sus hazañas guerre¬ Civil de los Estados Unidos, 346,
ras a cinco jefes subordinados (Kane), 349-350, 355-356
de Corea, 531-532, 531
58
Gran Sociedad de Medicina, véase Fría, 529-535
de Independencia de los Estados Uni¬
midewiwin
dos, 212, 221, 234, 239-241, 251
Grand, río, concesiones de tierras iro-
quesas sobre el, 240 Indo-paquistana, 533
Grand Trunk, ferrocarril, 311-312, 314, iroquesa (1609-1615), 120-121, 121,
337-338, 415 122,130
Grand Trunk Arrangements Act (1862), iroquesa (1645-1655), 130-131
iroquesa (década de 1680), 155-157
312
Grand Trunk Pacific, ferrocarril, 449 primera Mundial, 445-455
Grandes Lagos, 103, 151, 153, 211, segunda Mundial, 499-508
véanse también individualmente por de los Siete Años, 190-196, 199-206,
207-212, 254
sus nombres
de la Sucesión española, 97, 159-160
Granja en el bosque cerca de Chatham
de Vietnam, 526, 527
(Bainbrigge), 277
del Yom Kippur (1973), 575
Gravé Du Pont, Frangois, 116
de 1812, 112, 113,210, 234, 235, 349
Great Eastern (barco de hierro), 341,
Guess Who (grupo de rock), 562
341
Guillermo, káiser, 440
Great Whale, río, 112
Guillermo III de Inglaterra, su decla¬
Green, Howard, 542
ración de guerra a Luis XIV de
Green Bay (lago Michigan), 176
Francia, 155
Grierson, John, 506
Guiteau, Charles, 389
Griffon (barco), 151, 152
Gurney, Edward, 371
Grip, 366, 370, 371-372, 387, 407
Guthrie, Tyrone, 526
Groenlandia, 22, 23
Guy de Bristol, John, 137
Gromyko, Andréi, 530
Groseilliers, Médard Chouart Des, 88, Gzowski, Sir Casimir, 327
89, 90, 151, 153-154
habitant (aparcero-propietario de una
Groulx, abate Lionel, 474, 480
granja familiar en la Nueva Fran¬
Grove, Frederick Philip, 508
Grupo de jefes rebeldes que desem¬ cia), 142-143, 148
dibujo de un típico, 187
peñaron un papel destacado en el le¬
vida del, 184-188, 215-216
vantamiento armado de 1885, en los
vida en el siglo xix del, 269-279
Territorios del Noroeste de Canadá
Habitation (Port Royal), 117
(Julien), 388
638 ÍNDICE ANALÍTICO
Howe, Joseph, 300, 313, 316, 329, 336, Iglesia Unida de Canadá, fundación de
337, 340-341, 353, 354, 355, 356 la (1925), 473
Hudson, Henry, 77, 88 lie d’Orléans, Quebec, 131, 139, 144,
Hudson, bahía de, 22, 29-30, 76, 77, 146
78,95,97, 111, 153, 154, 160,212,217 He Royale:
expedición a la (1884), 398 su caída a manos de los ingleses
Hudson, estrecho de, 89, 111 (1745), 169, 191
Hudson, río, 121, 125, 150 industria pesquera en, 163, 168
Hughes, Sir Sam, 447 deportación a Francia de colonos
Hungarian (barco de la Línea Alian), de, 192
321-322, 339 restablecimiento de la soberanía
Hunter, Robert, 238 francesa en (1749), 193
Hurón, lago, 119, 122, 155,219 véase también Cabo Bretón, isla de
Hurón Tract, 248 lie Ste-Croix, poblamiento de, 116, 175
hurona, Confederación, 49, 119-120, lie St-Jean (isla del Príncipe Eduardo),
121 bajo el Tratado de Utrecht (1713),
destrucción de la, 131, 219 161
y los jesuitas, 126-130, 128 Imo (barco de socorro belga), su coli¬
su rivalidad con la Liga de los Cinco sión con el Mont Blanc en la bahía
Pueblos, 120-121, 121, 131 de Halifax (1917), 455
hurona, tribu, 44, 86, 87 Imperialist, The (Duncan), 410
administración de las aldeas de la, Imperio británico:
49 esfuerzos por mantenerlo encerrado
alojamiento de la, 46 en sí mismo, 221-224
casas largas de la, 47 y la libertad de comercio, 221, 223-
cercos para venados de la, 45-46, 46 224
ceremonias de la, 49-50 el lugar de Canadá durante el siglo
dibujo basado en la idea de los euro¬ xviii en el, 221-224
peos sobre los hurones como caza¬ Impuesto sobre Bienes y Servicios,
dores de los bosques, 127 605,607
dibujos de Champlain de la, 119 Ince, capitán, 197
expediciones de pesca de la, 45 Indian (barco de la Línea Alian), 339
métodos de roza y quema de la, 44 Indian Head, Saskatchewan, 416
Nicholas Vincent Isawanhoni, jefe Indians of Cañada, The (Ienness), 476
de la, 97 Indias Orientales, y la Guerra de Siete
prácticas comerciales de la, 47 Años, 210
véase también hurona, Confederación indios de los bosques
Huronia (bahía Georgian), 47 canoas de los, 39
caída de la (1649), 87 cercos para venados de los, 38
visita de Champlain a la (1615), 87 creencias religiosas de los, 43
Hyde Park, Declaración de (1941), dieta de los, 38-39
organización política de los, 42
502,515
sociedades "en pequeña escala de
Iberville, Pierre Le Moyne, Sieur d’, los, 40-42
técnicas de caza de los, 37-38
157, 159, 160
Iglesia católica, como parte de la vida trineos de perros de los, 39
de los habitants en el Bajo Canadá, vestido tradicional de los, 39, 40
indios de la costa occidental:
273
Iglesia de Inglaterra, amenaza estadu¬ canoas de los, 64
casas de los, 63-64
nidense a la, 236
640 ÍNDICE ANALÍTICO
A 6Qó,
ÍNDICE GENERAL
Agradecimientos. 7
Prólogo. 9
661
662 ÍNDICE GENERAL
615
Nota acerca de los autores .
623
índice analítico
Ramón A. Gutiérrez
CUANDO JESÚS LLEGÓ,
1 AS MADRES DEL MAÍZ
SE FUERON
Matrimonio, sexualidad y poder
en Nuevo México, 1500-1846
I^ourdes Turrent
1A CONQUISTA MUSICAL
DE MÉXICO
Fondo de
Cultura
Económica
60 ANIVERSARIO