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Justicia Juvenil y Desarrollo Adolescente

Esta sección es parte de Díaz, D., Valdebenito, S., Estrada, F. & Baeza, H. (2018). Diseño de informes
técnicos para la implementación del proyecto de ley que crea el Servicio Nacional de Reinserción
Social Juvenil. Estudio desarrollado para el Ministerio de Justicia, pp. 121-123. https://bit.ly/2uVezhZ

Es probable que más del 25% de los hombres y el 10% de las mujeres adolescentes sean
declarados culpables o sujetos a alguna intervención del sistema de justicia juvenil en algún
momento de su vida (Farrington, 1996).
La mayoría de los sujetos limitan su criminalidad a la adolescencia. La criminología del
desarrollo estudia la evolución de las carreras delictivas en el tiempo, comprendiendo la
delincuencia en relación con las etapas vitales por las que atraviesa un individuo, y
particularmente, la adolescencia (Farrington, 2012; Loeber & Farrington, 1999).
La evidencia empírica respecto a la conducta delictual indica que la curva de edad en el
comportamiento antisocial aumenta considerablemente desde los 10 años hasta los 16-17
años de edad (Evans-Chase, Kim, & Zhou, 2013; Farrington, 2005; Fried & Reppucci, 2001;
Moffitt, 2007; Morales Córdova, 2008; Scott & Grisso, 1997). Asimismo, el involucramiento
delictivo se inicia típicamente antes de los 15 años, pero declina considerablemente al
alcanzar los 20 años de edad, constituyéndose en un comportamiento estacionario asociado
a la etapa de desarrollo vital (Loeber & Farrington, 1999).
Coherentemente con ello, estudios neurobiológicos observan que esta “curva de edad del
delito” sugiere un “aumento en la toma de riesgos en la pubertad, luego el peak, y la
posterior disminución en la toma de riesgos a mediados de la adolescencia, acompañado
por el lento incremento de la autorregulación en la adolescencia tardía/adultez temprana”
(Evans-Chase et al., 2013).
Una pequeña proporción de la población que se inicia precozmente en el delito se
transformará en delincuentes persistentes, que serán responsables de aproximadamente la
mitad de los delitos registrados (Farrington, 1996; Howell, 2014; Moffitt, 2007). Estas
trayectorias delictuales y los factores vinculados al inicio, la persistencia y la desistencia de
la actividad delictiva constituyen el foco del estudio de la criminología del desarrollo.
Basado en la teoría del aprendizaje social, el enfoque de Riesgo, Necesidad y Capacidad de
Respuesta (en adelante RNR) es uno de los principales modelos de evaluación y tratamiento
de infractores (Blanchette & Brown, 2006; Ward, Melser, & Yates, 2006). Desarrollado por
Andrews & Bonta, (1995) identifica factores de riesgo de reincidencia de carácter estáticos y
dinámicos. Los primeros son factores personales asociados a las historias de vida del sujeto
y no son susceptibles de modificar, mientras que los factores dinámicos o necesidades
criminógenas, son factores directamente asociados a la conducta delictual, que se
transforman en necesidades y que pueden ser modificadas por la intervención. El modelo
plantea que la intervención debe ser más intensiva para aquellos individuos que presentan
mayores factores de riesgo y que las intervenciones deben ajustarse a la capacidad de
respuesta de los jóvenes (características personales, estilos de aprendizaje, motivación, entre
otros). La literatura ha identificado ocho factores de alto riesgo: patrones antisociales de
personalidad, actitudes pro criminales, soporte social para el crimen, abuso de sustancias,
familia/relaciones de pareja, antecedentes delictuales, además del uso del tiempo libre y
satisfacción en educación/trabajo (Andrews & Dowden, 2006; Andrews & Bonta, 1995;
Andrews & Dowden, 2005).
El enfoque del desistimiento, por el contrario, centra su atención en el abandono de la
comisión de delito por parte del sujeto, entendido este fenómeno como un proceso más
que como un evento (Laub & Sampson, 1993; Sampson & Laub, 2003). En este proceso
gradual, se observan signos de desaceleración de la actividad delictual, vinculados al deseo
de abandonar un estilo de vida asociado al delito, y en definitiva a un cambio en el proyecto
de vida del sujeto (Farrall & Calverley, 2006; Maruna, 2001; Sampson & Laub, 2003)
Originalmente, se reconocen tres componentes del proceso de desistimiento: i) la reducción
de la variedad de delitos, ii) la disminución de la frecuencia de los delitos cometidos y iii) la
reducción de su gravedad (Loeber & Le Blanc, 1990). Todos ellos relevan la agencia del
infractor, entendida como la capacidad de ejercer el control sobre su vida y resistir y superar
las presiones estructurales que pueden facilitar la comisión de ilícitos (McNeill, 2012; McNeill,
Farrall, Lightowler, & Maruna, 2012).
Desde este modelo, la literatura ha identificado distintos elementos que colaboran con el
desarrollo y la mantención de un proceso de desistimiento de la vida delictual, tales como
las relaciones de pareja sin vinculación a actividades delictivas, la vinculación positiva al
mundo laboral, la disminución de la relación con pares que presentan conductas antisociales,
la paternidad o maternidad y la adquisición de responsabilidades sociales y económicas que
estas conllevan, así como también, la integración social comunitaria (Laub & Sampson, 1993;
Maruna, 2001).
En otro plano, conceptos como madurez y juicio a la hora de tomar decisiones son factores
claves que cambian de perspectiva a lo largo de la vida de las personas. En este sentido, el
desarrollo cognitivo de los y las adolescentes pareciera ponderar más las consecuencias de
sus acciones a corto plazo que a largo plazo, producto de la inexperiencia, o bien de la
incertidumbre sobre el futuro que genera la noción de intervalos de tiempo más largos
(Dickon Reppucci, 1999; Fried & Reppucci, 2001). Fried & Reppucci, (2001) analizaron
diferentes factores psicosociales en las decisiones que tomaban adolescentes criminales en
Estados Unidos entre 13 y 18 años de edad84 mediante un cuestionario denominado
“Criminal Decision Making Questionnaire” (CDMQ) centrado en tres ejes claves: i) las
consecuencias, ii) la percepción del riesgo y iii) la influencia de los grupos de pares. El análisis
de los resultados permitió concluir que la edad se relaciona con las percepciones de
culpabilidad del adolescente:
“Los adolescentes más jóvenes eran más propensos a pensar que serían castigados
con más dureza en un tribunal penal de adultos y más propensos a pensar que
deberían ser transferidos a un tribunal penal de adultos... Posiblemente a medida
que los adolescentes maduran, están en mejores condiciones para equiparar el
castigo con la responsabilidad penal y ven la inmadurez como un factor atenuante
en la asignación del castigo” (Fried & Reppucci, 2001, p. 57)
En términos generales, la evidencia indica que el sistema judicial y particularmente la
elaboración de informes presentenciales, debe observar la conducta y la trayectoria delictual
de cada adolescente (Gelsthorpe, Raynor, & Robinson, 2012; Youth Justice Board for England
and Wales, 2013). Para ello, se debe tener en cuenta su etapa de desarrollo y el modo
particular en que confluyen en cada caso, otros factores psicosociales que permiten
comprender la conducta delictual. Esto, en miras de distinguir la delincuencia estacionaria
de aquella persistente para dosificar la intervención y focalizar adecuadamente los recursos
del sistema.

Referencias

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84
El estudio fue realizado a adolescentes que se encontraban detenidos y adolescentes aún no
judicializados.
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