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LA BIENAVENTURANZA Y LA IMCOMPRENSIÓN
¿Qué entendió Pedro de aquella mirada?
En Mc 8, 29-33 sucede algo que esclarece mucho más la posición del apóstol. A la
pregunta que el Señor le dirige sobre su identidad, Pedro responde con una
exactitud impresionante: Tú eres el Mesías, el Cristo. En el Texto paralelo de Mateo
se precisa todavía más: El Hijo del Dios vivo (Mt 16,16-23)
Y Cristo añade: dichoso tú, Simón, hijo de Juan, no porque hayas comprendido quien
soy yo, sino porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre que está
en los cielos.
Pero Pedro no ha entendido hasta el fondo lo que ha dicho, lo vemos en el hecho de
que Cristo les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de él (Mc
8,30).
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Inmediatamente después Jesús empieza a hablar de su Pascua. Les hablaba con
toda claridad.
Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparlo (Mc 8,32).
El punto que suscita el problema es el sufrimiento, la muerte, la fragilidad humana.
Pedro se opone, en cierta manera, a un Cristo pascual. Aunque en las palabras de
Pedro podemos ver la bondad de quien se preocupa por el sufrimiento del amigo,
Pedro está ciego y en posiciones equivocadas: Dios no lo quiera, Señor; no te
ocurrirá eso (Mt 16,22).
Es fuerte la reacción de Jesús que volviéndose hacia los discípulos, dice a Pedro:
¡ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos
no son como los de Dios, sino como los de los hombres (Mt 16,23).
No se puede decir quién es Cristo mientras no se haya pasado por su Pascua.
Siempre la piedra de tropiezo suele ser, sobre todo, el sufrimiento, el dolor, el
fracaso, la muerte, la enfermedad, la fragilidad, la humillación.
En la última cena, cuando Cristo se puso en camino hacia el Huerto de los Olivos,
juró su fidelidad y amistad a Cristo. Cuando Cristo dijo: “todos vais a fallar”, Pedro
replicó y Jesús le predijo: “Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que el
gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres”. Pedro insistió: “Aunque tenga
que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos decían lo mismo (Mc 14,26-31)
Pedro y los discípulos están seguros de ser amigos de Cristo, de amarlo, de no
traicionarlo, porque le han oído decir que amar equivale a dar la vida. Así Pedro jura
que dará la vida. Confundimos el ideal con la realidad.
EL PROCESO EN EL PATIO
Mientras Jesús es juzgado ante el Sanedrín, Pedro es juzgado en el “Patio”.
Pedro reniega de Cristo:
Una criada dice a Pedro: “También tú andabas con Jesús de Nazaret. Pedro lo negó
diciendo: No sé ni entiendo de qué hablas(Mc 14,67.68).
Pedro niega haber estado con Jesús, y añade que ni tan siquiera sabe qué quiere
decir eso. Pedro no sabe qué es “andar con Jesús”.
Es la ruptura entre la fe y la vida. Pensamos pero no vivimos con Jesús. No salimos
de nosotros mismos, no nos confiamos a Él. No nos dejamos amar por Jesús y no nos
convertimos.
Pedro reniega de la Iglesia:
“Este es uno de ellos, dice la criada”. Pedro vuelve a negar. No sólo niega a Cristo,
niega a los discípulos, niega la Iglesia. Esta historia se repite en nosotros. Cuántos
propósitos, juramentos rotos en infidelidades.
Pedro reniega de sí mismo:
“Ciertamente, tú eres uno de ellos. El entonces comenzó a jurar: Yo no conozco a ese
hombre del que me habláis”(Mc 14,70-71)
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En realidad los criados hablan de Pedro, Él responde que no conoce a ese hombre.
Pedro reniega de sí mismo. El hombre es imagen de Dios y Dios es amor, fuera del
amor el hombre se vuelve contra sí mismo.
Pedro ha perdido todas las seguridades, ya no tiene nada donde afirmarse. Ahora
está en condiciones de ser encontrado por el amor. Descubrir el amor es descubrir
que se es amado sin merecer el amor. El amor no se merece. Descubrimos que
estamos en el amor cuando ya no hay autoafirmación, autosuficiencia. El amor se
encuentra cuando desenmascaramos nuestro yo hinchado.
En esta situación, hundido respecto a la idea de sí mismo, Pedro se encuentra con la
mirada del Señor que le mira abajo en el patio.