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Bajo la luz del amanecer, el Blackfriars Bridge resultaba extrañamente hermoso, como
un puente fantasma arqueándose sobre el agua de una ciudad imaginaria.
Emma se hallaba junto a una de las balaustradas, mirando al agua. No había podido
dormir, aunque lo había intentado durante horas, dando vueltas y vueltas en la cama
de la habitación que, según le había dicho Evelyn, había pertenecido a Tessa Gray
antes de casarse con William Herondale, y que luego había pasado a ser de su hija,
Lucie.
Pero Emma no pensaba en Will. Era en otro chico que había amado a Tessa el que
ocupaba su mente: su propio antepasado, Jem Carstairs. Había sido en ese puente, con
sus lejanas vistas de la catedral de Saint Paul, en el que se habían encontrado año tras
año. Habían visto construir la vía del tren que corría junto al puente, habían visto como
la desmantelaban y la volvían a construir. Al igual que Emma, habían podido ver la
aguja del instituto, de un blanco pálido como la torre de un pastel de bodas, alzándose
en un horizonte urbano que ningún mundano podía ver.
Habían visto como los carruajes pasaban a ser autobuses rojos de dos pisos que
circulaban en ambas direcciones. Como las farolas de gas pasaban a ser eléctricas. Las
faldas con miriña que se hacían polisones, que se volvieron faldas cortas y luego
vaqueros.
Emma se subió a la barandilla de piedra del puente. El vestido se le mentía entre las
piernas por el viento del río. El agua era del color de los ojos pardos, una especie de
azul marrón verdoso, y se preguntó si ya habría sido así cuando Jem y Tessa eran
jóvenes, si habrían contemplado los primeros botes del Támesis salpicando contra los
pilares.
Esa sí que era una historia de amor, pensó, una que había superado todos los
obstáculos.
Flexionó los dedos de los pies dentro de las botas. Estaba cubierta por un glamour, así
que los pocos peatones que se apresuraban hacia el trabajo, con el cuello del abrigo
levantado para protegerse de la niebla, no podían verla. Deseaba gritar o saltar o bailar,
cualquier cosa que la librara de la ansiedad que le recorría el cuerpo, de la presión de
saber que la familia que tanto amaba estaba en peligro, que Julian estaba en peligro, y
este lo asechaba desde direcciones diferentes. Quería salirse de su propia piel. Tenía la
necesidad de empuñar Cortana y abrirse paso a través de mil caballeros Unseelie.
Julian. Este cruzó la calle, sin prisa, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. Al
acercarse, Emma vio que parecía cansado, profundamente cansado, con ojeras violeta y
una incipiente barba, le oscurecía el mentón.
- ¿Sabías que la palabra "lacónico" viene del griego Lakonikos, como aquello de los
espartanos? Se los conocía por su discurso conciso -
- Y por abandonar a sus hijos menos obedientes en las grietas heladas -- Intenté eso con
Dru, pero me mordió - bromeó Julian. Parte de la tensión de los hombros se le había
evaporado. Se puso al lado de Emma en la barandilla.
Ambos miraron al agua, que se alzaba, salpicaba y rompía. No era el océano Pacífico,
pero no era nada despreciable.
- Resulta raro, ¿no? - comentó Emma - Tengo la sensación de haber estado aquí antes -
- Yo también. Quizá por lo mucho que hemos oído hablar de este lugar -
Siguieron contemplando el agua durante un buen rato. Era cierto que habían oído la
historia; se la habían explicado Jem y Tessa, e incluso Diana. Jem era famoso entre los
Cazadores de Sombras por haber sido un Hermano Silencioso durante muchísimos
años y luego haber regresado envuelto, literalmente, por un fulgor divino.
...Su esposa... De repente sintió que estaba a punto de vomitar sobre el río. Pensó en la
chica hada en la fiesta, en Jules besándola. En que el dolor que había sentido entonces
no sería más que un pinchazo comparado con la herida de espada que sería cuando
Jules se enamorara de verdad de otra persona.
Julian pareció confundir su expresión de náusea con una de preocupación; le puso las
manos sobre las de ella encima de la piedra, y los dedos de Emma se enlazaron con los
de él como por propia voluntad.
- Alivio - Emma lo supo sin que él se lo dijera - Era un secreto que ya no tenías que
guardar –
- Créeme si te aseguro que me odio por eso. Pero luego me di cuenta... sin Arthur,
básicamente seguimos teniendo el mismo problema de antes. ¿Quién aceptará dirigir el
Instituto sin separarnos? ¿En quién podemos confiar con lo de Ty? Y ahora también
tenemos a Kit, ese Herondale secreto, por no mencionar a Kieran y a Dios sabe quién
más de la Corte de las hadas pueda aparecer...-
- Podríamos elevar una petición a la Clave - propuso Emma - Para que regrese…-
- Es una buena idea. Pero aún tendríamos que hacer la petición a la Clave para que lo
permitiera -
- ¡No son mis Jem y Tessa! Quiero decir, él es mi tátara tío abuelo o algo así, pero es
más como un primo que nada -
Emma asintió.
- Justo estaba pensando en cómo habría sido eso. Ver cambiar el mundo a tu alrededor.
Los coches de caballos pasando a ser automóviles. La luz eléctrica y torres de alta
tensión…-
- Se reunían incluso cuando ella estaba casada - añadió Julian - ¿Eso no parece un
poco… una infidelidad? –
Emma lo miró, sorprendida. Julian observaba el río, mientras la luz del amanecer iba
aumentando y le ilumina las pestañas, convirtiéndolas en hilillos de ámbar.
- Estoy seguro de que le dejaba hacer todo lo que le apetecía - dijo Jules - La amaba. No
habría deseado decirle que no –
- Cuando amas a alguien, quieres que sea feliz - repuso Emma - No le envidias su
felicidad, no quieres que se fastidie la vida llorando tu pérdida. Quieres que ame a
otras personas también, porque amar hace que la vida sea más completa…-
- ¿Y tú cómo lo sabes? -
- No estoy hablando de mi -
- Entonces ¿de quién? - Se sintió mareada, desequilibrada. Se apoyó en la barandilla,
agradeciendo tener algo que la sujetara - ¿Jules? ¿Jules? - La voz de Emma le llegó
como de muy lejos, atenuada, como si el agua le hubiera quitado la fuerza. El agua del
río tenía su propio olor, a metal, gasolina y ciudad por la mañana; no se parecía en
nada a la sal del océano. La humedad de la neblina que se alzaba del río se le había
metido a Jules en los huesos.
- Te resulta tan fácil separar el amor de la amistad… - le dijo Emma - Tan fácil… -
En su recuerdo, Jules la vio acariciándole la cara a Mark, o quizá fuera él. Podía notar el
tacto de sus dedos en la mejilla.
- Dijiste que yo era diferente - le recordó él - En la Corte Seelie, me dijiste que yo era
diferente -
- Lo decía de verdad -
- Pero sigues sin sentir nada - insistió él; le puso la mano en el hombro. La llevó hasta la
cálida curva del cuello.
Con la otra mano, le rodeó la cintura. Podía oír los fuertes latidos del corazón de Emma
- Ni siquiera cuando hago esto -
Julian se estaba ahogando de deseo, su control se había roto como un vidrio que
hubiera salido despedido de la ventana por un fuerte golpetazo. Casi podía imaginarse
el ruido de los trozos al caer al suelo. Los pedazos rotos de su fuerza de voluntad. De
su vida.
- Cuando estoy contigo lo siento todo. - Tenía los labios justo bajo la oreja de ella. La
besó en la piel y ella se estremeció. Julian notó ese movimiento de su cuerpo, y vio
negras estrellas de deseo estrellarle tras los párpados. Las sensaciones lo abrumaban. El
olor de Emma, su cabello contra el rostro. El cuerpo de Emma, todo calor y suavidad.
Sabía a sal y jabón. Cegado, Julian le rodeó la espalda con el brazo y la apretó contra sí.
Ella debía saberlo. Tenía que saberlo.
Fue un beso lento. Julian quería que ella pudiera apartarlo si así lo prefería, pero Emma
se quedó dónde estaba, helada y ardiendo.
Los nudillos se le pusieron blancos sobre la balaustrada, pero los labios se unieron a los
de él, presionando con fuerza, abriéndose bajo el suave mordisqueo de sus dientes. Ella
suspiró con fuerza pegado a su boca; se irguió, deslizándose sobre el cuerpo de él de
modo que hizo que Julian sintiera que el corazón le iba a estallar.
Se apartó. Ella se lo quedó mirando, sin aliento, con los dedos contra los propios labios,
tenía los ojos húmedos, aunque Julian no pudo decir si era por las lágrimas o por el frío
viento.
Quería besarla de nuevo, besarla hasta que ninguno de los dos pudiera respirar, quería
hundir las manos en su cabello, dejarse llevar por el arrollador placer que sabía que sus
cuerpos podían darse. Deseaba a Emma. Siempre había deseado solo a Emma, y
siempre la desearía solo a ella.
- ¿Y ahora qué? - dijo él. Intentó que su voz sonara firme, obligarse a que no le fallara la
pretensión de control, aunque en su corazón sabía que eso le resultaba casi imposible.
La desesperación y el deseo, reprimidos con fuerza, le latían en la sangre - Dime lo que
sientes, Emma -
Ella lo miró fijamente. En sus grandes ojos él vio una playa, gaviotas volando por lo
alto, su rostro contrito. Oyó su propia voz resonando a través de los días.