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Cuando lo vi entrando en la tienda por primera vez, nunca imaginé el oscuro porvenir

que junto a él ingresaba. Al mirarlo noté en seguida que estaba nervioso. Miraba en todas
direcciones, como asustado, sin fijar la vista en nada, no se notaba interesado en los zapatos.
Pensé que quizá buscaba otra cosa y que había entrado por confusión. Yo tenía una horma en
la mano, estaba cortando el cuero para un pie izquierdo, pero la dejé y me acerqué al extraño
cliente. Al saludarlo, me respondió con tieso un movimiento de cabeza, la echó hacia atrás
abriendo mucho los ojos, para luego entornarlos y escrutarme con ellos. Pude notar que su
búsqueda continuaba, pero esta vez en mi cara, me miraba como si quisiera encontrar algo en
mí que él ya conocía. Al comienzo la conversación fue tensa, yo no me atreví a preguntarle
directamente que necesitaba, así que luego de saludarlo, más que nada por mostrarme
amable, le pregunte cómo estaba, recuerdo que tardó mucho en responderme <<bien>> como
asustado, lo dijo bajito y su voz temblaba. Todo esto no hizo más que confundirme, no parecía
un loco ni un vagabundo, solo alguien un poco perturbado o quizá bastante tímido, así que
hice algún comentario sobre el clima para apaciguar su ánimo. No recuerdo bien qué dije, pero
debió ser algo sobre el frío, porque por esos días Curicó parecía el ártico. Esto no hizo más que
extrañarlo, me miró como si yo estuviese hablando tonterías y por primera vez sacó bien la
voz, ignorando mi comentario climático, para decir, o más bien para preguntar (y no sé a quién
porque a mí no parecía dirigirse) << ¿Zapatos? >>. Debo admitir que en ese instante, aún no sé
bien porque, en vez de irritarme y decirle que se dejase de tonterías, que era obvio que si
estaba en una zapatería lo que de seguro habría son zapatos, pero no lo hice y dude, fue como
si yo mismo me preguntase ¿zapatos? Como si me recriminara por creer que lograba engañar a
alguien, aparentando ser un zapatero artesanal respetable, con auténticos y bien acabados
modelos. Le respondí, luego de otro incomodo silencio, suavemente, no sé porque tenía la
sensación de que lo asustaba, <<Sí, zapatos, ¿buscas algún modelo en particular?>>

Luego fue todo más relajado, parecía que mi extraño cliente, ya habituado a la idea de
estar en una zapatería, se soltaba y luego de mostrarse fingidamente interesado por unos
mocasines, comenzaba a llevar la conversación por otros rumbos. Fue a propósito de unas
bellas sandalias femeninas, confeccionadas e ignoradas ese verano, que me dijo que parecían
de la época de los griegos, y me preguntó si me interesaba la antigüedad clásica. Crépidas, le
respondí enseguida y se me quedó mirando a la espera de que continuase. Le expliqué que las
crépidas eran las comunes sandalias que se ataban con correas al pie y al tobillo, utilizadas en
esos años y que se siguieron utilizando por mucho tiempo más, que fueron otra de las tantas
herencias que les dejaron a los romanos. Interesante, me respondió, ¿entonces? Entonces
¿qué? Recuerdo que le dije confuso. Que si le gusta esa época clásica. Ah, y ¿se puede saber
porque Ud. supone eso? En ese momento ya me sentía un poco cansado de su actitud y la
primera impresión de curiosidad que me había causado, ya se había desvanecido. Estaba a
punto de tomarlo simplemente por un tonto que me hacía perder el tiempo, hasta que me
respondió. Bueno, dijo, lo creo por estas sandalias en primer lugar y después, mire esas
pinturas en sus paredes. Ese supongo que es Sísifo empujando su gran piedra, cuesta arriba, y
ese otro debería ser Atlas, soportando con demasiada dificultad el peso del mundo. Se detuvo
ahí un momento, luego agregó que nunca había visto una representación así de atlas, así cómo
le dije, como si le doliera su carga concluyó, para pasar a indagar si eran obras originales o
reproducciones de algún cuadro antiguo. Al saber que eran originales, quiso saber si era yo
quien los pintaba y cuando se enteró que se los había encargado a un pintor, y que yo mismo
le había pedido que resaltaran algunos detalles, volvió a callarse. Debo admitir que no
esperaba lo que venía, pero fue ahí cuando lo descubrí. Y no lo descubrí especialmente por lo
que dijo, sino más bien por el brillo desafiante que sus ojos clavaron en los míos. No recuerdo
bien las palabras que usó, su mirada hasta hoy me perturba, pero me dijo algo así como que
parecía que arrastraba un peso difícil de aceptar. Lo repito, no fueron sus palabras, eso pudo
suponerlo cualquiera que entendiese quienes eran Atlas y Sísifo, fueron sus ojos, me dejaron
desnudo e indefenso. Tuve que voltearme y hacer como que iba a dejar el punzón, que aún
tenía apretado en la mano.

se le notaba como armando una idea en su cabeza que se preparaba para soltar,
entonces continuó.

nunca vi una representación así, Atlas siempre se mantiene estoico ante su carga, al de
su cuadro se le nota como sufre por su carga. Hasta ahí

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