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Bien. No lo dice muy convencido.

Sí, ya sabe, estaba perfectamente hasta hace un


momento, cuando he visto algo normal, algo que, en efecto, ya había supuesto hace
tiempo, pero que me ha sentado como una patá en los huevos. Explíquese. Es como si
me hubieran estado poniendo los cuernos (yo no tengo novia por eso esa impersonal
tercera persona) y lo intuyera desde hace tiempo, pero justo en ese momento del que
hablo la hubiera visto a ella (la supuesta novia) apoyada en un farol besando al amante.
Y yo allí como un gilipollas con mis ojos y mi cuerpo y mi consciencia. No sé si
comprende, ahora me parece menos acertado el ejemplo. Si, bueno, más o menos, es
suficiente para comprenderlo… Creo que sí, que lo comprendo. Debería dejar pasar
algunas horas… Eso es lo que pienso, por eso le he dicho que estoy bien, porque creo
que estaré bien en cuanto dé el paseo. Además, no me ha engañado, sólo me he cruzado
con ella… No hace falta que lo cuente… No, no, es igual, quizá me ayude, está siendo
usted suficientemente amable y comprensivo, me vendrá muy bien contárselo, serán
menos horas buceando en mi inconsciente… Como quiera, no tengo nada que hacer,
siga si quiere… Ahora que lo pienso (mientras hablo voy pensando) son dos cosas. Me
he cruzado con ella, lo que significa para mí dos cosas. Una, lo que sé ahora de ella, que
la aleja tanto de mí, que es lo que me ha jodido tanto, aunque ya lo supiera, es decir,
haberla visto conduciendo un citröen blanco con una seguridad envidiable (para mí que
nunca he cogido el coche sin que me acompañen), con dos amigas similares a ella en el
estilo, y no sé como explicarlo pero eso la aleja brutalmente de mí, de poder amarme
(diría soportar…) alguna vez. Esto ya lo sabía (no lo del coche exactamente, no sé si me
explico), pero bueno, lo que le he dicho antes, por eso estoy así. No le entiendo ya nada,
creo, pero siga hablando, me entretiene allí… Bueno, da igual, a nadie le interesa lo que
diga, pero me sienta bien contárselo, o quizá me lo esté contando sólo a mí, no sé, es
igual, de todas maneras le contaré lo otro que le dije, lo mismo se acuerda, lo de que
significaba para mí dos cosas habérmela cruzado. Pues la segunda ha sido la casualidad.
Ha sido la primera vez que me la he cruzado fuera de la panadería y no hacía mucho
más de una semana que yo pedía eso, cruzármela en la calle, para saber que la quiero de
verdad, que no es corporal o momentáneo; siempre me ocurren casualidades con las
mujeres a las que quiero, casi serendipias, bastante tangibles, diría, significativas para
mí, aunque sea casi infantil. Y ahora saber que la quiero de verdad, ya que esa
casualidad es prueba de ello… Supongo que ello es más una prueba interior que algo
divino en lo que usted crea, ¿no? Sí, claro, es completamente interior supongo, quizás
no tenga nada que ver con ella, aunque yo preferiría creer en eso, en astros, tampoco
importa, todo lo que tiene que ver con ella es un invento, sólo palabras, no sé. Como
decía: saber que la quiero por esa casualidad y saberla inalcanzable por su modo de
vida, y el mío, todo así de golpe, después de haber estado dos horas con mi compañero
de piso del año pasado, al que hacía nueve meses que no veía, tocando la guitarra con
una conexión casi increíble, con algunos momentos realmente buenos. Y lo fui a
acompañar al metro, por andar un poco, y cruzamos el final de la calle Julio Camba,
hacia las Ventas, él con su guitarra a cuestas, y yo a su lado. Y lo dejé en la boca de
metro y me di la vuelta, bastante contento, no había estado mal del todo, supongo. Y
llegué otra vez al final de esa calle y me fijo sin querer en un citröen blanco (no sé de
qué modelo, me pareció grande…) y veo a una tía potente conduciéndolo, y me doy
cuenta de que es ella y comienzo a cruzar la calle, me fijo varias veces en ella, no sé si
se habrá dado cuenta, intento mirar la matrícula, por si hubiera alguna casualidad (6276
RDM) y continúo andando, como una jodida ánima… Sí, eso parecía, por eso le
pregunté… Y, luego, llego a mi portal y me siento en un banco frente a él. Quizás le
esté aburriendo, pero queda ya poco. Me aprieto los cordones de los zapatos y continúo,
olvidándome del piso. Luego ya sabe, dejaré pasar unas horas, paseará Madrid al ritmo
de mis pasos, quizás luego lo escriba para volver a alejarme de este sentimiento, cuantas
más veces lo cuento será mejor. Contaré y tocaré la guitarra… Sí, ya comprendo, creo
que lo que le ha jodido a usted tanto ha sido que ella no le haya visto al lado de su
amigo y su guitarra, tan sociable, y que no pensara en la posibilidad de que usted
también toca la guitarra. Es probable, pero yo ahora estoy aquí como un poeta herido y
toco la guitarra como un poeta herido, siempre tomo ejemplo de los cobardes y acabo
limitándome como un poeta herido, y a ella le gusta reírse de los poetas heridos, es algo
evidente, por mucho que sepa que ella es especial, que es distinta, a pesar de sus ojos
maquillados, de sus aros de oro en las orejas, de sus pestañas recargadas de rimel, de
trabajar en una panadería por la mañana con probablemente más de veinte años…
Quizás si supiera lo que hace por la tarde… Ella pondrá la música a volumen alto, y con
tambores y sonidos artificiales, o melódicas mariconadas, jamás soportaría una canción
mía a la guitarra, creo que puede usted entenderlo. Me ha jodido lo que usted dice
porque fantaseaba con ello, con cruzarme con ella mientras acompañaba a Biel y su
guitarra, pero tampoco llegaría a ningún lado. Le vuelvo a aconsejar unas cuantas horas.
Olvídese de ello. Busque meterse dentro de la ciudad, de lo que te pueda ofrecer. La
vida también ríe a veces y se ríe porque tu llanto se lo merece de verdad, es bastante
ridículo. Lo peor, lo inservible, signo de sumo fracaso, es ver que la vida es posible y no
dar el paso. Coño, no se lamente e intente hacer algo de una vez, pues por lo que veo no
sabe ni su nombre. No, estoy casi seguro de que se llama Ana. Eso no basta,
evidentemente. Conocerla tampoco bastará, habrá alguna posibilidad más pero tampoco
bastará, nunca podrá ser verdad. Me lo ha demostrado mi ex compañero de piso: yo no
soy joven, como otro joven, no hablo como otro joven, y eso es lo que ella necesita. Lo
sé por su coche, sus amigas, su iconito, su cuerpo. A lo mejor, su diferencia del resto a
ella le pueda gustar, ¿no pensaba usted que es especial, que tiene algo distinto? Eso le
he dicho, creo, pero quizá sea sólo porque la quiero, porque yo sólo puedo querer a lo
mejor, yo no puede leer a Pérez Reverte, yo leo a Onetti, yo escucho a Silvio o toco a
Brouwer, no me bastan David de María o rasguear cualquier canción pop; soy de una
prepotencia y una intransigencia de la ostia. Si yo estoy enamorado de ella, es porque
ella es perfecta. O así pienso de forma más o menos inconsciente. Dudo que usted sea
así en realidad, no se comporta, por lo que puedo ver, de ese modo. Quizá no sea
prepotencia o intransigencia, sino exigencia hacia usted y hacía lo demás. Yo leía a
Onetti en mi juventud, no veo prepotencia en sus actos de usted, sino que usted huye de
los falseadores de sentimientos o de los delimitadores de la primavera de los que
hablaba Silvio (yo también lo escuchaba, de joven, cuando aún dormía en camas). No
sé, en el instituto, a los de mi clase nos tenían por prepotentes, pero bueno, quizá eso no
tenga mucho que ver conmigo, yo no era demasiado representativo, aunque fuera de los
pocos que podían presumir de notas. Sí, no sé, me ha sentado bien hablar con usted,
quizás regrese a escuchar algunos discos de antes. No sé. Bueno, me ha entretenido
hablar con usted, piense un poco en eso de las acciones que le he insinuado.

La luna está como una guadaña esta noche. Supongo que ya sabrá por qué se lo
digo, dejando al lado el día de mierda que he pasado. He pensado volver a fumar,
¿sabe? Me imagino por qué lo dice pero cuéntemelo si quiere. Es cierto que es un buen
momento, no sé si lo he mencionado. Ese de ahí es el cruce. No sé qué coño hace usted
aquí, debería estar en Manuel Becerra, oyendo al saxofonista de la esquina. Pero si
usted quiere, le contaré, aunque imagino que jamás lograré tomarme la vida en serio, es
decir, dar el paso, como usted dijo. Creo que he unido dos frases ajenas con un aunque
(ahora no recuerdo el nombre que se daba a esas frases donde cabe un aunque) como la
gente que no sabe hablar pera habla con una fluidez impresionante. Creo que usted me
obliga a ello; y yo cedo, si me descuido. Siga y no me inculpe en sus tribulaciones
lingüísticas, que imagino bastante mayores de lo que muestra conmigo. ¿La ha visto
hoy, no? Sí, claro, aunque hubiera estado igual si no la hubiera visto. Creo, no sé, hoy
no tengo las cosas demasiado claras, estoy algo confuso, es decir, sin ganas de
someterme a unas cuantas palabras tranquilizadoras. Quizá puedo contarle sin juzgar.
Quizá sólo bocetos. Lo tengo todo bastante inconexo, y no me apetece definirlo,
definirme. Me extiendo demasiado hoy en lo puramente lingüístico, creo. Es como si no
tuviera ganas de contarle, en realidad. Además parece que no me está prestando
demasiada atención, sólo parece mirar a las jóvenes que salen del metro y, a veces, al
paso de peatones. Siga si quiere, yo le escucho. No he creído adecuado hablar. Ya
hablaré cuando lo crea necesario. Eso a veces no te lo perdonan algunas, lo sé casi por
experiencia, te van dando de lado por no tener palabras en todo momento. Hoy, en
clase, como últimamente, a veces, he vuelto a pensar en eso, en lo increíble que resulta
que se tengan tantas cosas que decir en todo momento. ¿Estudia usted? Sí, en la
politécnica. ¿Universitario? Y no conoce a ninguna chica que le haga olvidar a su
amiga. Eso le iba a contar, creo, una nunca sabe por donde va acabar tirando. Estando
allí, en la biblioteca o en la clase hay algunas que me hacen olvidarme de ella, creo, al
menos mientras están allí, también tan lejanas. Pero, en realidad, tampoco hay mucho
que contar. Yo quería contarle que ella, que a ella la he vuelto a ver. No podía quedarme
con las ganas de saber si me diría algo por haberme visto o en relación a las elecciones,
y tampoco me venía nada mal el pan (es panadera, no sé si usted la conoce, la
dependienta de esa panadería que hay un poco más arriba). Y llegué sobre la una. Entré
allí y salió ella que estaba en la trastienda calentando o haciendo pan. Y me dice: una; y
le digo: sí, con una voz infantil. Me da la barra, le doy los cincuenta céntimos, rozando
su mano, y me da las gracias, y creo que no nos despedimos. No sé si le he contado
alguna vez esta conversación. No, no lo ha hecho. La repetimos más o menos igual cada
vez desde octubre. Esta vez ha sido aun más escueta de lo normal. La luna, como la
luna. Ella parecía algo enfadada, espero que no fuera por la derrota del PP. Sólo eso. No
hubo nada más. No hubo ningún comentario. Casi no la vi. Llegué al piso y me puse a
cantar. Además me entraron ganas de fumar. Con la guitarra, claro. Sí, bastante
penosamente, supongo. En el salón, no había nadie en el piso. He pensado que voy a
estar dos semanas sin pasar por allí. Estos cinco días antes de vacaciones y la sacra
semana de diez días que pasaré en mi pueblo. Es absurdo seguir de esta manera. A este
ritmo me saldría más barato y satisfactorio pagarme una puta. No diga usted
gilipolleces. No, si lo digo de broma, aunque no deja de ser cierto. Quizás una horas no
basten. Cuando regrese de mi pueblo creo que será el momento. Bueno, ya veremos.
Espero volver a cruzarme con usted a ver si hay de verdad alguna novedad. Sí, bueno.
Ya sabe por donde vivo más o menos. No pienso buscarle. Que sea lo que dios quiera. O
su inconsciente.

Octubre. Hoy estamos a marzo. Estuvo lloviendo.

El otro día me vio con la guitarra. Llegué de mi pueblo, ocho horas en autobús por
un accidente en un túnel de Despeñaperros, a eso de las cinco, y al pasar por delante de
la panadería con la guitarra y la maleta me vio, creo, eso imagino. Esta tarde fui otra vez
a la panadería, pero no me dijo nada. Se ha cambiado el peinado, un flequillo le cubre la
frente. Yo tampoco le dije nada. No nos dijimos nada. Sólo lo de siempre.

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