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La luna está como una guadaña esta noche. Supongo que ya sabrá por qué se lo
digo, dejando al lado el día de mierda que he pasado. He pensado volver a fumar,
¿sabe? Me imagino por qué lo dice pero cuéntemelo si quiere. Es cierto que es un buen
momento, no sé si lo he mencionado. Ese de ahí es el cruce. No sé qué coño hace usted
aquí, debería estar en Manuel Becerra, oyendo al saxofonista de la esquina. Pero si
usted quiere, le contaré, aunque imagino que jamás lograré tomarme la vida en serio, es
decir, dar el paso, como usted dijo. Creo que he unido dos frases ajenas con un aunque
(ahora no recuerdo el nombre que se daba a esas frases donde cabe un aunque) como la
gente que no sabe hablar pera habla con una fluidez impresionante. Creo que usted me
obliga a ello; y yo cedo, si me descuido. Siga y no me inculpe en sus tribulaciones
lingüísticas, que imagino bastante mayores de lo que muestra conmigo. ¿La ha visto
hoy, no? Sí, claro, aunque hubiera estado igual si no la hubiera visto. Creo, no sé, hoy
no tengo las cosas demasiado claras, estoy algo confuso, es decir, sin ganas de
someterme a unas cuantas palabras tranquilizadoras. Quizá puedo contarle sin juzgar.
Quizá sólo bocetos. Lo tengo todo bastante inconexo, y no me apetece definirlo,
definirme. Me extiendo demasiado hoy en lo puramente lingüístico, creo. Es como si no
tuviera ganas de contarle, en realidad. Además parece que no me está prestando
demasiada atención, sólo parece mirar a las jóvenes que salen del metro y, a veces, al
paso de peatones. Siga si quiere, yo le escucho. No he creído adecuado hablar. Ya
hablaré cuando lo crea necesario. Eso a veces no te lo perdonan algunas, lo sé casi por
experiencia, te van dando de lado por no tener palabras en todo momento. Hoy, en
clase, como últimamente, a veces, he vuelto a pensar en eso, en lo increíble que resulta
que se tengan tantas cosas que decir en todo momento. ¿Estudia usted? Sí, en la
politécnica. ¿Universitario? Y no conoce a ninguna chica que le haga olvidar a su
amiga. Eso le iba a contar, creo, una nunca sabe por donde va acabar tirando. Estando
allí, en la biblioteca o en la clase hay algunas que me hacen olvidarme de ella, creo, al
menos mientras están allí, también tan lejanas. Pero, en realidad, tampoco hay mucho
que contar. Yo quería contarle que ella, que a ella la he vuelto a ver. No podía quedarme
con las ganas de saber si me diría algo por haberme visto o en relación a las elecciones,
y tampoco me venía nada mal el pan (es panadera, no sé si usted la conoce, la
dependienta de esa panadería que hay un poco más arriba). Y llegué sobre la una. Entré
allí y salió ella que estaba en la trastienda calentando o haciendo pan. Y me dice: una; y
le digo: sí, con una voz infantil. Me da la barra, le doy los cincuenta céntimos, rozando
su mano, y me da las gracias, y creo que no nos despedimos. No sé si le he contado
alguna vez esta conversación. No, no lo ha hecho. La repetimos más o menos igual cada
vez desde octubre. Esta vez ha sido aun más escueta de lo normal. La luna, como la
luna. Ella parecía algo enfadada, espero que no fuera por la derrota del PP. Sólo eso. No
hubo nada más. No hubo ningún comentario. Casi no la vi. Llegué al piso y me puse a
cantar. Además me entraron ganas de fumar. Con la guitarra, claro. Sí, bastante
penosamente, supongo. En el salón, no había nadie en el piso. He pensado que voy a
estar dos semanas sin pasar por allí. Estos cinco días antes de vacaciones y la sacra
semana de diez días que pasaré en mi pueblo. Es absurdo seguir de esta manera. A este
ritmo me saldría más barato y satisfactorio pagarme una puta. No diga usted
gilipolleces. No, si lo digo de broma, aunque no deja de ser cierto. Quizás una horas no
basten. Cuando regrese de mi pueblo creo que será el momento. Bueno, ya veremos.
Espero volver a cruzarme con usted a ver si hay de verdad alguna novedad. Sí, bueno.
Ya sabe por donde vivo más o menos. No pienso buscarle. Que sea lo que dios quiera. O
su inconsciente.
El otro día me vio con la guitarra. Llegué de mi pueblo, ocho horas en autobús por
un accidente en un túnel de Despeñaperros, a eso de las cinco, y al pasar por delante de
la panadería con la guitarra y la maleta me vio, creo, eso imagino. Esta tarde fui otra vez
a la panadería, pero no me dijo nada. Se ha cambiado el peinado, un flequillo le cubre la
frente. Yo tampoco le dije nada. No nos dijimos nada. Sólo lo de siempre.