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MÍA

Antes de cerrar los ojos, contuve la respiració n, como un nadador listo


para sumergirse en un océano profundo. Nunca pude ver cuando sus
manos se abalanzaron hacia mí; solo esperé pacientemente el duro
sonido del golpe.

Siempre recordaré sus ojos justo antes de que yo cerrara los míos:
pupilas llenas de rabia, mirada fría y cejas oscuras apretadas por el odio.
Cuando finalmente llegó , nunca supe qué puñ o me golpeó primero, o qué
golpe me hizo caer de rodillas. No fui capaz de abrir los ojos. Estaban
cerrados porque no quería ver aquello que prometió no volver a hacer.

La oscuridad de mi mente era el ú nico lugar donde pude escapar a un


paraíso donde él nunca me alcanzó . Un lugar donde yo podía ser sin ser
de él.
LA SAUNA

El calor se hacía cada vez má s y má s ardiente. La sed, una sed devoradora,


era el ú nico deseo que sentía. Notaba cada gota de sudor caer lentamente
por mi frente y precipitarse desde la punta de la nariz hasta el suelo de
madera humeante. Cada vez que se abría la puerta, esa luz cegadora y ese
aire que provenía del exterior me llamaban. Tenía que aguantar.

Mantenía cada trozo de mi piel lo má s alejada de la de los demá s y


pensaba en esa salvació n que tenía a tan solo unos metros de mí. Cada
segundo se prolongaba má s y má s en ese infierno sudoroso, que por
alguna razó n gustaba a la gente.

Al fin no pude soportar má s el roce de mi piel con la toalla empapada. Mis


piernas, má s rá pidas que mi mente, salieron de esa maldita sauna y
corrieron para tirarse como alma que lleva al diablo a esa gran piscina,
cura de todos sus males.

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