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- DIDÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES: HISTORIA


Curso 2022-2023
GRADO EN MAESTRO/A EN EDUCACIÓN PRIMARIA

Profesora: Bárbara Ortuño Martínez


Departamento de Didáctica General y Didácticas Específicas,
Facultad de Educación, Universidad de Alicante

BLOQUE 2. HISTORIA
TEMA 7. LA EDAD ANTIGUA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

3.1.-Las colonizaciones
A comienzos del I milenio a.C., una serie de pueblos del Mediterráneo (fenicios, griegos y
cartagineses) interesados por la riqueza minera de la península Ibérica, llegaron a las costas del
este y del sur peninsular y establecieron colonias.
Los fenicios venían del actual
Líbano (Tiro, Sidó y Biblos) y
eran comerciantes y
navegantes muy activos. Entre
los siglos X y VIII a.C.
establecieron numerosas
colonias en el sur, como Gadir
(Cádiz) y Malaca (Málaga).
Sus contactos eran
esencialmente comerciales:
intercambiaban productos
manufacturados (ropa, joyas y
cerámica) con población
autóctona a cambio de metales
y saladuras.
Los griegos, navegando con
embarcaciones ligeras,
recorrieron las costas en busca de lugares adecuados para establecerse y comerciar con los
indígenas. Así, llegaron a la Península entre los siglos VIII y VII a.C., y fundaron varias colonias,
como Rhode, Empòrion, Hemeroskopeion y Mainake.
Desde estas colonias los griegos establecieron un
comercio próspero con los pueblos indígenas de la zona
(tartesios e íberos). Los productos comerciales más preciados
que obtenían de estos pueblos eran los metales (oro, plata,
cobre y estaño).
Los contactos comerciales con
los griegos supusieron para los
pueblos peninsulares unos
avances muy grandes: la
difusión de la viña y el olivo, el
conocimiento de nuevas
técnicas (el torno cerámico o la
metalurgia del hierro) y la
introducción de la moneda y de
la escritura.
A partir del siglo VI a.C., los
cartagineses se convirtieron en
una gran potencia marítima y
comercial del Mediterráneo
occidental y sustituyeron los
fenicios en su expansión.
Griegos y cartagineses se preocuparon por el control de la costa peninsular. Los cartagineses,
desde su base militar a Ebusus (Ibiza), frenaron el paso de los griegos hacia el sur y los obligaron
a concentrarse en el nordeste peninsular.
Más adelante, en el siglo II a.C., los cartagineses decidieron conquistar militarmente el sur
peninsular. Esto comportó un enfrentamiento con Roma, una nueva potencia militar dispuesta
a dominar el Mediterráneo (guerras púnicas).
3.2.- Los celtas
Los celtas ocupaban la Meseta (centro de la Península Ibérica) y la costa atlántica (el actual
Portugal, Galicia y la costa cantábrica, donde convivían con otros pueblos, como los vascones).
Los celtas se organizaban en tribus y se proveían entre ellos, se dedicaban, sobre todo, a la
ganadería y a la agricultura. También elaboraban piezas de cerámica y tejidos de lana. Eran
expertos en la metalurgiay fabricaban utensilios y armas de bronce y de hierro. Además,
adornos como collares o brazaletes.

Como los íberos, vivían en poblados amurallados y elevados,


pero sus casas, denominadas castros, eran de planta circular y estaban distribuidas de manera
desordenada.

3.3.- Los íberos


Los íberos fueron un conjunto de pueblos asentados en una amplia franja costera que se
extendía desde Andalucía hasta el sur de Francia entre los siglos VI y V a. C. En el caso de la actual
provincia de Alicante, se los conoce con el nombre de “contestanos”, por habitar la Contestania,
que ocupaba también parte de Murcia y Albacete.

Los íberos vivían


en poblados
generalmente
amurallados que
construían en
zonas elevadas
para su defensa.
Los núcleos de
población de la
cultura íbera se
encontraban jerarquizados: las ciudades dominaban un amplio territorio en que poseían
bosques, recursos y labrantíos. Dentro de ese territorio había otros núcleos de población de
menor importancia, dedicados a la producción y explotación agrícolas o de control estratégico
del territorio.

La ordenación de las ciudades solía tener un sentido práctico.


Se organizaban en tramos regulares utilizando el sistema de
calles. Cuando el terreno no permitía estas divisiones y
ordenamientos, por ser abrupto y elevado, se acondicionaba
formando terrazas en qué asentar los edificios. Dentro de las
ciudades encontramos una división en el carácter de sus
edificios: hay de carácter privado (viviendas) o público.

Las viviendas normalmente eran pequeñas y rectangulares, y


estaban construidas con paredes de adobes. Solían tener el espacio dividido en dos partes: una
de mayor dimensión, para realizar las actividades de moler, tejer, cocinar sobre una plataforma
de barro circular u hogar donde se encendía el fuego, que también servía para calentarse, y una
segunda zona que serviría de almacén. No obstante, había viviendas de un solo aposento, pero
también con una mayor compartimentación al disponer de salas destinadas a talleres.

La economía se basaba principalmente en la agricultura de secano, a base de cereales, la viña,


el olivo, el almendro y de legumbres (lentejas y garbanzos), y en la ganadería ovina, cabruna y
vacuna.

Para cultivar los campos fabricaron herramientas de hierro, como rejas de aladres, azadas y
hoces. También la actividad pesquera era significativa porque se han encontrado anzuelos y
fragmentos de redes. La minería adquirió importancia porque el territorio que habitaban era
rico en oro y plata.
Repertorio de utillaje agrícola en hierro empleado por los iberos

Los íberos practicaban, además, una artesanía de calidad: eran expertos fabricantes de espadas
(falcatas), algunas de gran valor y fina decoración, y de adornos de oro y plata, como pendientes,
realizados a base de matrices de bronce, o elementos de trajes (pasadores o hebillas). También
elaboraban tejidos de lana y lino.

Falcatas del Museu de Prehistòria de València

Desarrollaron una intensa actividad comercial con las colonias fenicias y griegas, y utilizaban su
propia moneda. Los íberos recibieron a través del comercio gran cantidad de productos de otras
civilizaciones mediterráneas, y esto hizo que ejercieron de intermediarios y distribuidores
de mercancías que llegaban a sus costas.

La cerámica, por su parte, era de producción al torno. Solía ser fina, con arcillas bastante bien
depuradas y de buena cocción (a altas temperaturas), dando un resultado de coloración clara a
la pieza y decorada exteriormente con pintura roja. Había una buena variedad de formas y tipos
cerámicos y de decoración. No existe, de hecho, uniformidad en las decoraciones cerámicas, ni
en el tiempo ni en el espacio. Se producen muchas variaciones, y hay estilos y motivos regionales,
por así decirlo. La decoración más característica es la geométrica. Pero también son
abundantes los motivos vegetales y la representación humana, bien
representando mujeres y hombres en escenas de caza, danza, combates, paradas militares…, o
bien con carácter simbólico, presentando los humanos acompañados de aves y cánidos en
escenas de tipo religioso o mitológico.

Cerámica con un jinete, encontrada en l'Albufereta (Alacant)

También hacían recipientes menos vistosos que se utilizaban para


cocinar, para comida, para transportar y para almacenar productos.
Uno de los centros de mayor fabricación del mundo ibérico, con 6
hornos, se encuentra junto a la Isleta de los Banyets en El Campello

La sociedad íbera se organizaba en tribus, muchas de ellas


gobernadas por un rey. La cúspide social estaba constituida por los
nobles, que eran los propietarios de las mejores tierras. Por debajo de
estos estaban los guerreros, que disfrutarían de una gran consideración
social. El resto de la sociedad estaría formada por artesanos/as,
labradores/as y comerciantes; también habría esclavos/as. En cuanto a
sus creencias, el pueblo íbero incineraba sus muertos. Para lo cual,
introducía las cenizas en urnas y las soterraban en cámaras
subterráneas junto con el ajuar de la persona difunta (armas, adornos,
elementos de trajes, vasos y joyas).

Recreación de un enterramiento ibero

También se han encontrado exvotos, es decir, pequeñas figuras


de unos 20 cm de altura, que se ofrecían a los dioses como
ofrendas para solicitar y agradecer favores, o sencillamente
para honrarlos, en forma de figuras humanas o en forma de
pebeteros (recipiente para quemar sustancias aromáticas o
perfumar), generalmente en terracota.

Las manifestaciones artísticas íberas recogen varias


influencias de los griegos y los fenicios. Además de los exvotos,
la elaboración de estatuas de piedra es unos de las
señales de identidad de la cultura
íbera. Su elaboración estaba
destinada a las necrópolis y a los
santuarios. Normalmente son figuras
de animales (bueyes y leones) o seres
imaginarios (sirenas ). También hay
figuras humanas como la Dama de
Elche o la Dama de Cabezo Lucero
(Guardamar).

El guerrero de Moixent

Las principales divinidades íberas


eran femeninas. Los íberos solían
acudir a los santuarios dedicados a la
divinidad protectora para pedir y agradecer favores, y a cambio llevaban ofrendas.
Dama de Cabezo Lucero (Guardamar)

La escritura es una de las aportaciones de gran importancia


de los colonizadores griegos y fenicios. No obstante, se
desconoce su significado. Por la forma y características de
algunos documentos se puede conocer su tipología (textos
sagrados, el nombre de una persona...), pero no su
significado. Los soportes conservados con muestras de
escritura son cuatro: lasmonedas, la cerámica, la piedra y,
sobre todo, las láminas de plomo.

Pieza cerámica con inscripción ibera

LA CONQUISTA ROMANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Y LA ROMANIZACIÓN

3.4.- La conquista romana.

La lucha por la península Ibérica y la resistencia de los pueblos indígenas


Los romanos empezaron su expansión por la península Itálica a comienzos del siglo IV a. C. Más
tarde, después de la derrota de los cartagineses en el marco de la Segunda Guerra Púnica (218-
201 a. C.), Roma, como potencia hegemónica indiscutible del Mediterráneo occidental, decidió
ocupar la península, interesada por las riquezas de Hispania.
Los romanos conquistaron sin más dificultados las zonas costeras que habían vivido en contacto
con los colonizadores fenicios y griegos, como por ejemplo Cartago Nueva, el valle del
Guadalquivir y la zona de Gades (Cádiz). Las posteriores actuaciones romanas aseguraron el
control sobre el valle del Ebro y abrieron la penetración romana hacia la Meseta.

El avance hacia el interior peninsular se caracterizó por la resistencia de los pueblos


prerromanos. La estrategia de estos pueblos se basó en una guerra de guerrillas contra las
legiones romanas. Dos fueron los conflictos principales, la guerra lusa (con Viriato, como
caudillo) y la guerra celtibérica (con la fuerte resistencia de la ciudad de Numancia).

Los pequeños pueblos de las montañas del norte peninsular (cántabros, astures y galaicos, entre
otros) se unieron para enfrentarse a los romanos. Las guerras cántabras empezaron en29 a.C.
y acabaron diez años después. La conquista la realizó el emperador Octavio August. Los pueblos
del norte fueron derrotados en una amplia operación militar dirigida personalmente
por el emperador en 26 a. C. Solo
cuando Roma consiguió vencer los
cántabros, los astures y los
galaicos, en 19 a. C., el emperador
dio por concluida la conquista de
Hispania.

El proceso de romanización
Desde los primeros días de la conquista y durante los siglos II y I a. C., la Península empezó a
asimilar las formas de organización romanas. Este proceso de romanización produjo una
transformación en los pueblos sometidos, que se incorporaron a la civilización romana a través
de unas nuevas estructuras económicas y sociales, el uso de una nueva lengua (el latín), la
inclusión en unas instituciones enmarcadas por el derecho romano y la ciudad como centro de
la vida social y administrativa.
La cultura romana fue transformando la íbera, sobre todo entre sus élites, que querían imitar las
formas de vida romana como signo de prestigio y progreso. Estas formas calaron despacio en la
sociedad íbera hasta que esta quedó relegada en un segundo plano.
La romanización supuso la adopción de muchos elementos de la cultura romana, que todavía
han pervivido en gran medida hasta nuestros días. Esos elementos son fundamentalmente tres,
el latín, el derecho romano y la religión. El triunfo del latín supuso la desaparición de las lenguas
prerromanas, de las que solo subsistió el vasco. El latín, que era lengua al mismo tiempo oficial
y privada, sirvió de vehículo de expresión de las creaciones de los intelectuales hispanos, como
el filósofo Séneca, y constituyó el sustrato de los idiomas romances (castellano, gallego y
catalán). El derecho romano, además de regular la convivencia de una sociedad más compleja
que las indígenas, se constituyó en el instrumento que simbolizaba las relaciones de tipo público
entre los habitantes del imperio y el Estado.
Fue la ciudad y el desarrollo de la vida urbana, impulsado por Roma, el marco básico en que se
produjo la romanización. La romanización fue más rápida y más profunda en las tierras del sur
y de levante porque habían sido las primeras zonas conquistadas y las que más contacto
habían tenido con los pueblos colonizadores, urbanizadas previamente. Al contrario, las tierras
de la cornisa Cantábrica recibieron muy levemente la acción de Roma.
El desarrollo urbano propició la construcción de una densa red de calzadas, que pusieron en
relación los campos y las ciudades, y contribuyó poderosamente al desarrollo de la
romanización.
3.5.- La sociedad en Hispania o cómo organizar un imperio que funcione
Las ciudades fueron la base de la administración y de la organización social, porque los
ciudadanos eran depositarios de los derechos políticos y las libertades. El proceso de
implantación del poder romano en Hispania fue muy largo y respondió a dos proyectos: la
derrota de los cartagineses y la explotación económica del territorio.
La incorporación de la península al dominio político de Roma se inició muy pronto. Desde el
comienzo de la conquista, los romanos habían empezado ya a aplicar en la península sus
esquemas de explotación económica y de organización social y política. Por lo tanto, la
incorporación llena de Hispania en el imperio romano aseguró el desarrollo de la romanización.
Administración: provincias y conventus

Hispania fue
dividida en
provincias para
su mejor control.
Al frente de cada
una, existía un
gobernador y
una asamblea
que velaba por
los impuestos. Su
número creció
conforme
aumentaba el
control romano
de Hispania.
Augusto, después
de dar por
finalizada la conquista de Hispania, la dividió en tres provincias: la Baetica, con capital en
Corduba, la Lusitània, con capital en Emérita Augusta y la Tarraconensis, con capital en Tarraco.
Al final del imperio, las provincias fueron seis: Gallaecia, Lusitània, Baetica, Carthaginensis,
Tarraconensis y Balearia.
A comienzos del siglo I, los romanos crearon los conventus, como una subdivisión de la provincia.
En general, su número e importancia como circunscripción administrativa fue decreciente según
iba fortaleciéndose el papel organizador de las ciudades y la vida municipal.

Las ciudades representaron la esencia de la civilización romana. Debido al fortalecimiento de las


ciudades ya existentes o por creación otras nuevas, la Península vio crecer ciudades como
Emérita Augusta, Caesar Agusta, Barcino, Tarraco, Híspalis o Lucus Augustus.
La ciudad romana comprendía un núcleo de población según un modelo urbanístico, con una
plaza central o foro, en la que se cruzaban las vías principales creando un plan en forma de
cuadrícula. Era un lugar de intercambio de mercancías y un centro de poder político que, a través
de la institución del municipio, organizaba el territorio de su entorno rural y la vida de laciudad.
También, era el escenario principal de desarrollo de la vida social y del ejercicio de la ciudadanía.
Esto quiere decir que dotaba de identidad y de libertad a sus habitantes, porque ser ciudadano
suponía ser libre frente a los que no lo eran.
Las construcciones urbanas testimoniaban la pujanza de la vida ciudadana en la Hispania
romana. Su tipología era variada: podían tener carácter utilitario, como el acueducto de Segovia
o las murallas de Lugo; conmemorativo, como el arco de Medinaceli; o podían servir para el ocio,
como el anfiteatro de Itálica o el de Sagunto.
Yacimiento del Tossal de Manises-Lucentum-
Alacant

Illeta dels Banyets- El Campello

Organización social.
En la sociedad romana existió una radical diferencia entre hombres libres y esclavos. Los
hombres libres eran los que poseían el derecho de ciudadanía, es decir, tenían todos los
derechos jurídicos. Por su parte, ocuparon diferentes posiciones sociales según su capacidad
económica. Los miembros de la orden senatorial tenían el más elevado rango social,
fundamentado en la posesión de inmensas riquezas o propiedades de tierras. Esta orden lo
constituían fundamentalmente familias procedentes de la propia Roma y su vida giraba más
alrededor de la vida de la capital, es decir, de cara al exterior, que a la de Hispania.
La orden de los caballeros u orden ecuestre absorbió con más facilidad a la aristocracia de los
pueblos sometidos, que ocupó importantes magistraturas provinciales y municipales en la
propia península.
Los decuriones constituyeron una oligarquía urbana, que controló la dirección de los municipios.
Junto con estas tres órdenes sociales, estaba la plebe (pueblo), artesanos/as, pequeños
propietarios rurales, o desheredados/as y marginados/as que recibían alimentos y dinero de los
poderosos. Los libertos eran esclavos liberados, pero mantenían vínculos de dependencia con
su antiguo señor, mientras que los esclavos no tenían derechos.
La explotación económica de Hispania

Después de la conquista romana, Hispania quedó integrada en el conjunto del Imperio. Sus
recursos naturales se destinaron básicamente al aprovisionamiento de Roma. Para facilitar los
intercambios, era necesaria una red de comunicaciones y el uso de la moneda.

Comercio con Roma.


Durante la conquista romana, el Estado, los funcionarios y los comerciantes sacaron de la
Península grandes riquezas. El destino de las producciones era doble: por un lado, el
abastecimiento de la población peninsular y, por otro y mucho más importante, el
aprovisionamiento de la ciudad de Roma, que aprovechó al máximo los recursos naturales de
la Península, cambiando profundamente su estructura económica.
El Estado era el gran propietario de las tierras, aunque gran parte de la misma fue arrendada
en la clase dirigente de las ciudades o bien repartida entre sus fundadores.
De la península Ibérica se exportaban productos agrícolas y materias primas, en especial los
metales. A cambio, los hispanos con una situación económica mejor importaban de Roma
numerosos objetos manufacturados y productos de lujo.
Rutas comerciales y calzadas del imperio

Los metales
El oro y la plata se recogían en grandes cantidades. El oro se extraía de las montañas de Serra
Morena y, sobre todo, de las del noroeste de Hispania: en tierras del Bierzo, los restos de la
explotación aurífera crearon el original paisaje de Las Médulas. La plata se buscaba en la región
de Cartago Nueva. Unida a ella, aparecía bien a menudo el plomo, como sucedía en las minas de
Cantabria. El cobre se explotaba en Riotinto, el estaño en tierras de Gallaecia y norte de
Lusitània, y el cinabrio en Almadén. De este último, a los romanos le interesaba, no el mercurio,
sino los colorantes

Minas romanas de Las Médulas (León)

Los esclavos.
La utilización masiva de mano de obra esclava aseguró la extracción de grandes cantidades de
mineral. Los esclavos eran los habitantes de las ciudades sometidas que, después de haber sido
ocupadas por los romanos, se habían rebelado contra ellos. Los altos funcionarios los vendían a
los mercaderes y estos los enviaban a los mercados de esclavos. Muchos se quedaron en las
regiones de la Península donde el trabajo servil estaba más desarrollado, en especial en la
Baetica. Otros, en cambio, fueron vendidos en Italia o la Galia.

Los productos agrícolas


La agricultura de la Hispania romana se basaba en la explotación de la tríada mediterránea de
secano, es decir, el trigo, la viña y el olivo. El trigo no podía competir, en cantidad ni calidad, con
el de Egipto o el norte de África, pero aventajaba a otras provincias del imperio. El cultivo de la
viña tenía sus áreas más extensas en la Baetica y en Tarraco. El aceite de oliva, especialmente el
de la Baetica, fue, sin duda, el producto agrícola estrella de Hispania.

Disposición de ánforas en la bodega de transporte de un barco (fotografía de Joan García,


Museo de Arqueología marítima de Cartagena).

La producción agrícola se generaba, en gran medida, en los grandes latifundios trabajados por
esclavos. En ellos, empezaron a construirse espléndidas residencias campestres, las villae.
Junto con la agricultura de secano, se dio también la de regadío, como en la comarca de Sagunto
y en las actuales provincias de Murcia y Almería. Probablemente, estos regadíos se utilizaron
más para el cultivo del lino que para el de las hortalizas, puesto que la producción hispana de
tejidos de lino era famosa

Manufacturas.
La artesanía, desarrollada en talleres urbanos, se basó en la producción de lino (Xàtiva), lana
(Baetica), esparto (Cartago Nueva) y armas (Toledo). Además de la producción del óleo, se
elaboraban salsas (garum) y saladuras para la exportación.

Redes de comunicación
El intercambio de mercancías aseguraba una circulación que los romanos se encargaron de
estimular a través de la extensión de la economía monetaria y la creación de una red de
comunicaciones. El denario romano y sus divisiones en moneda de cobre se convirtieron en la
unidad monetaria. Desde medios del siglo I d. C., el troquelado de moneda será competencia del
Estado romano como símbolo de la universalidad del Imperio.
Los romanos, además, mejoraron las rutas
existentes convirtiendo muchas de ellas en
calzadas. Las pavimentaron, para hacerlas aptos
para el tráfico de carretas y construyeron
numerosos puentes, como el de Alcántara.
Con objetivos comerciales, militares y
administrativos, la red de comunicaciones
permitía comunicar las regiones de Hispania
entre si, además de unir aquellas con la Galia, por
vía terrestre, y con la península Itálica, por vía
marítima. En conjunto, la red creada por los
romanos constituyó, desde semillas, la
estructura básica de las comunicaciones a la
península Ibérica.

Los itinerarios fundamentales fueron la Vía Augusta, que recorría toda la costa mediterránea; y
la Vía de la Plata, que atravesaba la Península de norte a sur entre Astorga y Mérida y Sevilla.

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