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Sinopsis
D esde New York Times, la autora de bestseller Yasmine Galenorn llega
con "Ice Shards", una apasionada historia de redención hace tiempo
atrasada.
La finlandesa hada hogareña Iris Kuusi se ha enamorado otra vez. Pero ella tiene
un oscuro secreto. Ahora, debe viajar a las congeladas Tierras del Norte para
enfrentarse a la sombra de su ex amante, quien la persigue en sueños, y para
descubrir de una vez por todas si realmente cometió el horrible crimen por el
cual fue desterrada. Sólo rompiendo una maldición que la ha estado hundiendo
desde su juventud podrá liberarse y abrazar el amor que la espera en casa.
Me armé de valor.
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Sabes que es el momento... Las palabras me hicieron cosquillas en mis
pensamientos, deslizándose sobre mis dudas y temores, como un consuelo
refrescante en una noche caliente de verano.
Sí, mi Señora, lo sé… No puedo evitar esto por más tiempo. Pero, por favor, protégenos,
y lo que sea que me pase a mí, asegúrese de que los otros vuelvan para luchar contra los
demonios. Estoy llevándolos hacia el peligro.
Pero la voz de Undutar fue relajante, y por enésima vez me alegré mucho de
que no me hubiera abandonado cuando los Ancianos del templo lo hicieron.
Ellos van contigo voluntariamente, mi Sacerdotisa. Ven ahora. Regresa a las tierras de
tu poder. Vuelve a mí. Libera el espíritu de Vikkommin, rompe la maldición sobre ti, y limpia
tu nombre así serás capaz de casarte y tener hijos.
Trenyth intentó mantener su voz ligera, pero sus ojos eran sombríos.
—Por supuesto, Lady Iris. Pero debe volver luego de esto, viva y en una sola
pieza. La guerra contra los demonios es demasiado peligrosa para que cualquiera
de ustedes se muera.
—Lady Iris, Ar'jant d'tel; la Reina sólo sabe que estás planeando unas
“vacaciones” en las Tierras del Norte. Yo no le dije la razón y, a menos que
amenace la seguridad, no se lo diré. Te doy mi palabra.
—Sólo haz lo que tengas que hacer, y reclama lo que es legítimamente tuyo.
Llevó mis dedos hasta sus labios y besó suavemente el dorso de mi mano.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo y lo miré, preguntándome cuánto sabía al
respecto.
Por 600 años, cuando el invierno barre la tierra, siento el frío de la nieve en
mi corazón, y en cada sombra veo el rostro acusador de Vikkommin. Y me
pregunto, ¿cometí el delito del que se me acusa? Los Ancianos nunca
comprobaron si era realmente culpable. Y en mi corazón, no sé la verdad. No sé
si soy una asesina, o si me tendieron una trampa…
—¿En qué estás pensando? —Roz me tocó el hombro. Le sonreí
lentamente, pensando que él también había tenido una vida de dolor y tortura.
Los dioses fueron crueles en su juego y en el destino despiadado de sus opciones.
—Me pregunto qué voy a encontrar. Si voy a ser capaz de descubrir las
respuestas.
Asentí con la cabeza, en silencio. Yo sabía bastante bien como lucía Howl.
— Hemos hablado varias veces a lo largo de los años. La última vez, fue
cerca del equinoccio de otoño, cuando vine a Otro Mundo con Camille. Howl y
yo nos encontramos entonces, y le pedí ayuda. —Y entonces les dije lo que le
había pedido.
Varios meses antes, cerca del equinoccio de otoño, viajé de vuelta a Otro
Mundo con Camille y Morio, su segundo marido. Mientras Camille se reunía con
su amante alfa Trillian, Morio y yo rondamos por las calles de Dahnsburg. Había
dejado a Morio afuera en las calles diciéndole que saldría más tarde. Howl me
había dado instrucciones de ir sola y no quería que pensara que estaba haciendo
trampas con nuestro trato, así que entré en la taberna por mí misma. El Puente 13
de Cristal, un bar hermano de El Guerrero Herido en Elqaneve, que atendía a los
veteranos de la guerra civil de Y'Elestrial. Me refiero a los veteranos Elfos.
Muchos habían sido asesinados o capturados por Lethesanar, la reina
Devoradora de Opio, una drogadicta enloquecida, que había sido derrotada por
su hermana. Un número de ellos se había retirado a Dahnsburg, a orillas del
Océano Wyvern, con la esperanza del rejuvenecimiento.
El bar estaba oscuro, sombrío y lleno de humo proveniente de una docena
de diferentes mezclas de hierbas de fumar.
Tosí, mirando a mi alrededor. En medio de las sombras que parpadeaban
bajo las luces tenues, vi una variedad de elfos mezclándose con Fae e incluso
algunos Svartans. Pero estos elfos no tenían el aspecto relajado de la mayoría de
sus parientes. Estaban bastante curtidos, les faltaban algunas extremidades o
cojeaban, y tenían una mirada en sus ojos que me recordaba a mí misma
seiscientos años atrás. Habían estado en el infierno, y regresado.
Uno de ellos se acercó a mí y se inclinó hacia abajo, sus dedos se estiraron
hasta mi cabello.
—Hermosa. Tú eres una pequeña belleza…
Howl.
Llevaba pantalones de piel de cuero de gamuza y su pecho estaba desnudo,
llevaba una capa de pieles de lobo alrededor de su hombro y un tocado de
dientes, huesos y cedro elevándose desde su cabeza. Sus ojos eran oscuros, tan
oscuros que podrías hundirte y perderte en ellos durante días. Parecía tener unos
cuarenta años, y me di cuenta de que todo el mundo parecía evitarlo.
Cuando él me atrapó mirándolo fijamente, levantó su copa en silencio a mí
y me dirigí hacia él.
—Howl. Es bueno verte de nuevo.
—Al igual que a ti, Lady Iris. —Hizo una seña hacia el asiento de
enfrente—. Por favor, siéntate.
Me deslicé en la cabina y puse mi coñac con cuidado sobre la mesa frente a
mí.
—Gracias por reunirte conmigo. Traje un acompañante, pero lo dejé afuera.
—Yo quería ser honesta en caso de que de alguna manera él supiera que había
llegado con respaldo.
—Ningún problema —dijo, atendiendo su propia bebida. Hizo una pausa,
bebiendo el licor dorado de su vaso—. Así que, dime, ¿cómo puedo ayudarte?
—Estoy en busca de información y ayuda, y tiene que ver con algo en las
Tierras del Norte. Eres uno de los Señores Elementales, gobernando sobre el
plano del hielo y la nieve. Pensé que tal vez podrías estar dispuesto o ser capaz de
ayudarme.
Yo palidecí.
Howl terminó su copa y pidió otra. Se inclinó hacia delante, hacia el otro
lado de la mesa.
—Señora Elfa, has estado viviendo en el dolor desde hace siglos. ¿Estás
segura de que deseas la oportunidad de profundizar ese dolor? ¿Qué pasa si
descubres que fuiste la responsable?
Me tragué el resto de mi bebida, y cuando llegó la camarera hice señas por
otra.
—Si lo hice entonces voy a entregarme al templo y esperaré su castigo. 16
Ellos me liberaron la primera vez porque no pudimos descubrir la verdad. Si soy
culpable, entonces voy a aceptar su sentencia, sea lo que sea.
El pensamiento de lo que podría hacer o haría el Consejo de los Ancianos,
si era probado que yo era culpable, me aterrorizaba. Pero si lo había hecho… si
había encerrado a Vikkommin durante siglos en forma de sombra y torturado su
cuerpo, entonces me merecía lo que me dieran. Bajé la cabeza, esperando.
Howl se extendió a través de la mesa y tomó mi mano entre las suyas. Su
toque provocó mi lado salvaje, primitivo, y eché un vistazo en esos ojos
brillantes.
—¿Iris?
Ahumado asintió.
—He hablado con él, mucho tiempo atrás. Él es tan honorable como
puedes esperar que uno de los Señores Elementales lo sea.
—Vine preparado con algunos regalos para hacer su viaje más fácil —dijo
Trenyth. Pero mi mente estaba muy lejos, volviendo una y otra vez a la
habitación ensangrentada y a lo que quedaba de mi prometido. Y a la sombra
oscura en que se había convertido.
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Capítulo 2
L as calles estaban prácticamente despejadas para el momento en que
nos detuvimos en frente del Guerrero Herido. Trenyth nos había dado
cuerda para escalar, comida y unos delicados y ligeros mantos de
duende que rechazaban la nieve, el agua y el frío como los bajos de un pato.
Cuando él me ayudó a salir del carruaje, me llevó a un costado.
—Señora Iris, tengo algo para ti y quiero que me prometas que lo llevarás
contigo. —Él me tendió una pequeña caja de joyería.
—¿Mataste a Vikkommin?
No, yo no sé, yo no sé nada.
El dolor de un latigazo rozando a través de mi espalda.
Una pausa, y luego los latigazos comenzaron a caer en serio, como si todo el
dolor en el mundo pudiera irrumpir r través de la pared que se había formado en
mi memoria. Y empecé a gritar, incapaz de detenerme, ya que me di cuenta que
acababa de perder todo lo querido por mí en el mundo. Y en ese momento, me
propuse morir.
Más tarde, cuando habían hecho todo lo que podían por mí, pero no podían
probar nada —ninguna verdad se había descubierto—, me hallaba parada al
borde del templo, donde administraron el castigo final: con un rápido corte, la
Sacerdotisa cortó mi cabello desde la nuca a mi tobillo. Ahora todo el mundo
sabría que había sido desterrada del templo —por lo menos el tiempo que tardara
en crecer de nuevo. Cuando ella arrojó los filamentos de oro en un pozo de
fuego, mi nariz se arrugó por el olor y bajé la cabeza, llorando en silencio.
Mi vida se hizo añicos. Me dolía la cabeza por la violación que mi mente 25
había sufrido. Me dolía la espalda más allá de cualquier dolor que jamás había
sentido. Pero comprendí que no iba a morir, por mucho que yo había orado por
ello.
Las puertas comenzaron lentamente a cerrarse. Me di la vuelta y grité,
tirándome al suelo.
—No lo hagan, no me desamparen. ¡Fui llamada por la diosa! Ella está en
mi corazón. Mátenme, por favor.
La Suma Sacerdotisa me miró y una mirada triste embargaba sus ojos.
—Esta es la última vez que cualquiera de nosotros hablará contigo a menos
que puedas probar que no mataste a Vikkommin, ligando su alma a la sombra.
Has sido despojada de tus poderes más fuertes y ya no son una amenaza. Has
sido despojada del título de Ar'jant d'tel. Estás excomulgada de la Orden. Sal
afuera, vuelve de nuevo al mundo. Tu vida aquí ha terminado.
Ella se dio la vuelta, cerrando de golpe las puertas gigantes contra mí.
Me quedé postrada durante mucho tiempo, llorando hasta que las lágrimas
se congelaron en mi cara. Lentamente, cuando el frío penetró en mi cuerpo, me
puse de pie y con mi mochila al hombro —que se frotaba contra mis heridas,
desencadenando chispas de dolor— comencé el angustioso viaje por la montaña
hacia el portal que me llevaría fuera de las Tierras del Norte, de vuelta a mi hogar
en Finlandia donde tendría que mentir a mi familia para evitar la vergüenza que
mi caída traería sobre ellos.
Nos abrimos paso entre la multitud hasta la mesa y nos deslizamos sobre
los bancos. Ahumado parecía inusualmente silencioso y golpeé ligeramente la
mesa frente a él.
—¿Está todo bien?
Luché por entrar en la posada, mi mochila era tan pesada que ya no podía
sentir nada en mis piernas o brazos. De alguna manera, había descendido por la
montaña a pesar de mi dolor y humillación, aunque en un punto podría jurar que
había tenido la ayuda de un espíritu hermoso al cruzar un abismo, y en otro, 28
pensé que me había quedado dormida en la nieve.
Pero cuando abrí los ojos, estaba sentada en las escaleras de la posada, así
que debo haber caminado dormida o el dolor era tan fuerte que había borrado mi
memoria. Me levanté y entré por la puerta para encontrar la sala casi vacía.
El posadero, un enano, me vio cuando tropecé y caí hacia adelante. Salió
precipitadamente, acogiéndome entre sus brazos, y cuando grité, él me llevó
suavemente a una habitación y llamó a su esposa. Nos dejó solas mientras ella
me quitaba la ropa, bañaba y trataba mis heridas, todo en silencio.
Cuando terminó de colocar el último vendaje en su lugar, ella me cogió la
mano y me miró a los ojos.
—Ishonar deja ronchas horribles, a pesar de que la piel no se rompe.
Alguien te ha hecho daño. ¿Quieres contárnoslo? Hay remedios que pueden
tomarse...
Sabía que los Hombres del Norte se mantenían unidos, enanos, humanos y
Faes por igual. Pero, ¿cómo podría yo pedirles ir contra un templo que era parte
de su cultura? Negué con la cabeza.
—No... No... No hay nada que hacer. Tengo suerte de haber llegado aquí
con vida.
—¿Estás segura?
—Estoy segura. Tengo que estar segura. Por favor, no me preguntes más.
—Entonces vamos a dejarte descansar. Te traeré la cena y una bebida.
¿Supongo que te diriges hacia el Portal?
—Lo primero que haré a la mañana. —Cuando busqué en mi bolso, para
pagarle sus honorarios, ella rechazó la moneda.
—Eres una extraña en necesidad. Descansa ahora y te traeré la comida.
Y así lo hizo. Comí estofado, pastel de carne picada y pan fresco, y cuando
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terminé, apuré la pinta hasta dejarla seca. Ella debió de haber puesto hierbas
curativas en la cerveza porque para cuando terminé, me estaba quedando
dormida, y por primera vez en varias semanas, dormí sin dolor. Dormí sin
sueños.
Miré a Jonas a los ojos y le sonreí lentamente. ¿Debo decir algo? ¿Era yo la
misma elfa que había bajado de la montaña ansiando aún morir? ¿Él y su esposa
aún me recordarían?
—Usted y su esposa me prestaron un gran servicio hace 600 años —le dije
en voz baja—. Su esposa lavó mis heridas, las vendó, me alimentó y me ayudó a
dormir sin dolor por primera vez en un largo tiempo. Ojalá me dejase darle algo
por la amabilidad que me mostró y devolverle el favor.
—¿Mi esposa? —Jonah parpadeó—. Althea murió hace casi doscientos
años. —Él dejó escapar un largo suspiro y sacudió la cabeza—. Usted me parece
familiar, pero no más que eso, me temo que no recuerdo mucho de lo que
ocurrió hace mucho tiempo. Gracias, sin embargo, por recordarme la criatura
gentil que era mi esposa. Los animales venían a ella en busca de ayuda cuando
estaban heridos. Llegaron hasta a comer de sus manos. Los trataba y los
mantenía en los establos hasta que estaban listos para regresar a la vida salvaje de
nuevo. —Se pasó la mano por los ojos—. La echo de menos.
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Capítulo 3
L as ramas del árbol tejían un entramado cubierto de nieve sobre
nuestras cabezas cuando entramos en el Bosque Blanco. El sendero
se inclinaba en una cuesta empinada. No habría ninguna tregua a
partir de ahora mientras subíamos hacia las Faldas del Hel.
Durante el verano, los abedules brillaban, sus hojas de color verde brillante
destacaban contra los troncos blancos. Pero durante el invierno, eran estériles,
alojados entre el cedro y el abeto, como un recordatorio de la temporada hace
mucho tiempo pasada.
Las criaturas que vivían en el Bosque Blanco, eran retorcidas y antiguas —
Fae Antiguos como la Mujer Blanca y Jack-A-Johnny, Blue Manan y Swirling
Devon. También había un montón de Cryptos que hacían de este bosque su 34
hogar: trolls, ogros y otros aún más aterradores.
Nos trasladamos en silencio a lo largo del camino. Me di cuenta de que
Camille estaba teniendo dificultades con eso —ella podía ser medio-Fae y tener
mucha resistencia, pero la marcha era difícil y el camino ya le estaba cobrando un
peaje. Utilizaba su bastón de madera de tejo para caminar con un buen propósito,
manteniéndose equilibrada mientras bordeaba los peores parches de hielo en
nuestro ascenso.
Cuando entramos en el corazón del bosque, con el campo de nieve detrás
de nosotros y las Faldas del Hel todavía muy lejos, empecé a notar el silencio del
bosque. Pocos pájaros se quedaban durante la temporada. Aquí y allá, un crujido
en el bosque advertía de un animal. Dos veces, Howl se detuvo para dejar salir un
fuerte aullido de lobo. Sus aullidos resonaron a través del bosque, reverberando
en el centro de mi corazón.
—¿Qué les dices?
—Que su Maestro está aquí. Que todos los extranjeros que andan conmigo
están bajo mi protección y no son comida. —Howl me sonrió—. Los lobos
escucharán a pesar de que su hambre es muy voraz, y buscan carne fresca. Pero
los otros… tal vez no. No cuenten con que mi presencia ofrecerá protección
contra toda criatura que hace de este bosque su casa.
Parpadeé.
—Pero definitivamente ayudas. Como mi abuela solía decir, "cuando los lobos
están en la puerta, mejor tener a su Rey sentado en el interior por el fuego".
—Tu abuela era una mujer sabia. —Él parecía más cómodo ahora que
estábamos en el bosque, dando zancadas, alto y fuerte, sus pieles apenas
protegían su pecho desnudo. El frío no parecía molestarle, la nieve no lo
perturbaba. Sus pies estaban envueltos en botas de piel gruesa, y sus pantalones
estaban cosidos con cuero curtido—. Así que, señora Iris, dime, ¿valdrá la pena
este viaje, en caso de que rompas la maldición que está tan pesadamente sobre
tus hombros?
Me encogí de hombros.
—En mi cultura, ser madre es el llamado más alto que una mujer puede 35
tener. Nosotras somos los que mantenemos viva la raza, somos la fuente de la
historia. Las mujeres estériles no están condenadas al ostracismo, pero esas que
han sido afectadas con la esterilidad por la maldición son compadecidas, y yo soy
una paria. Cuando fui a casa después de que el templo me excomulgó, nadie en
mi familia me habló. Me dieron comida y refugio, pero se mantuvieron en
silencio. Ellos no querían reconocerme, así que me fui. Encontré una familia de
granjeros que necesitaban ayuda, que no se preocupaban por mi pasado.
—¿Los Kuusis? —Camille caminaba lo suficientemente cerca para
escucharme.
Asentí.
—Te convertiste en parte de su familia —dijo Roz con una sonrisa suave
en los labios. 37
—Sí, y si me hubiera casado y tenido hijos, estaríamos vinculados como
una familia con ellos. Esa es la forma en que funciona cuando perteneces a una
de las razas de elfos domésticos. Nos encanta ayudar, somos gente hogareña en
general.
—Te quedaste durante mucho tiempo, señora Iris. —Howl me miró. No
me había dado cuenta de que había estado escuchando y me sentí un poco
cohibida.
—Lo hice. Mientras pasaba el tiempo, los niños crecían. Una de las hijas se
casó y su marido se mudó a la casa, y criaron a sus hijos allí... y me quedé después
de que Kustaa y su esposa murieron. Me alojé durante más de cuatrocientos años,
hasta que el último de su linaje murió.
Recordaba ese día… me había sentido tanto libre como triste. Triste de ver
a una familia llegar a su final. Triste de decir adiós a la casa sólida donde había
vivido por cuatrocientos años, una casa que había ayudado a reconstruir y
renovar una y otra vez en años.
—Desde ahí viajé a España y cogí un barco a Londres, y desde allí emigré a
Canadá. Me quedé en lo que ahora es la Columbia Británica por más de noventa
años. En 1970, empecé a sentir un tirón, como si tuviera que recoger las cosas y
mudarme de nuevo. Y así llegué a Seattle y me instalé, viviendo como una del
pueblo pequeño… el pueblo pequeño de los completamente humanos. Y
entonces los portales se abrieron y pude salir del closet. Y te conocí.
Miré a Camille y le sonreí con los ojos llenos de lágrimas. Hay tantas cosas
que habían pasado con los años, pero yo apenas estaba entrando en el mejor
momento de mi vida en lo que respecta a mi pueblo. Todavía era joven y era 38
considerada bonita, a pesar de que había pasado tanto por mi vida. Mi cabello
hacía tiempo que había vuelto a crecer y lo mantenía largo hasta los tobillos,
todas las noches cepillaba las hebras doradas con cien pasadas y luego lo tejía en
largas trenzas. Había mantenido una buena figura, y Bruce —mi novio duende—
quería casarse conmigo y tener hijos.
Es por eso que estoy aquí, pensé. Bruce necesita tener hijos para continuar con su
apellido. Yo no se los puedo dar hasta romper la maldición.
Asentí.
—Sí, pero no está muy bien que no haya podido hacerles mucho a ellos,
porque toda mi magia está basada en la nieve y el hielo. Incluso mi varita está
centrada en las energías del norte y aquí hay muchas criaturas que tienen una
resistencia contra la magia de su entorno. Tengo esta daga, tiene un toque de
fuego en ella, pero ¿contra los trolls? No es tan fuerte. En serio, necesito ampliar
mi repertorio.
—Vamos —dijo Howl—. Hay suficiente tiempo para hablar por el camino.
Debemos estar fuera de este bosque al anochecer o corremos el riesgo de que el
brillante Skalla caiga sobre nosotros. Ellos viajan a través del Bosque Blanco en la
noche buscando a sus víctimas.
Yo era muy joven. Si hubiera sido humana, habría pasado apenas los
dieciséis años. Muchos años antes, las madres del templo habían llegado a la casa
de mi familia en Finlandia, poco después de que yo derramara mi sangre por
primera vez al mes.
—Tu hija está destinada a la Orden de Undutar. Hemos venido para
prepararlos, ella vendrá a las Tierras del Norte el próximo año a vivir con
nosotros.
Mi madre se había echado a llorar. No había negativa. Cuando los dioses
llamaban, respondías. Si los dioses querían a tus hijos, se los entregabas.
—¿Nunca vamos a volver a verla? —Madre envolvió sus brazos alrededor 49
de mí, y, sin palabras, apoyé mi cabeza contra su pecho. Nunca había esperado
que sucediera algo como esto, aunque yo había estado teniendo sueños sobre la
nieve, la niebla y las tormentas durante meses.
—Usted puede venir a visitarla en el templo una vez al año hasta que ella
tome su juramento de iniciación. Luego le toca a ella decidir si los invita o no.
Algunas de nuestras sacerdotisas prefieren dejar su antigua vida atrás para
siempre. Otros mantienen contacto con su familia.
La Sacerdotisa, que era tan vieja que ni siquiera me atreví a calcular su edad,
me sonrió suavemente. Estaba envuelta en un manto azul y blanco, y sus ojos
estaban cubiertos con las nubes de la edad. Ella viajó con los asistentes, así como
con un sacerdote más joven, y todos se sentaron en nuestra pequeña y acogedora
casa en el bosque.
Mi padre había ido a cazar tan pronto como los dejó entrar. Él se los había
quedado mirando, en silencio, y luego se fue sin decir una palabra. Todo el
mundo sabía que si los sacerdotes salían a reclamar a tus hijos, todo lo que podías
hacer era acceder.
La idea de la vida en un templo en lo alto de las Tierras del Norte me
aterrorizada tanto como me intrigaba. Nunca había tenido grandes aspiraciones,
sólo esperaba casarme y tener hijos y vivir como mi madre había vivido, y mi
abuela.
Madre hizo lo esperado. A través de las lágrimas, inclinó la cabeza hacia la
sacerdotisa.
—Es un honor que una de nuestra familia sea elegida. ¿Tenemos un año?
—Un año. —La Sacerdotisa, que una vez había sido humana, apoyó la
mano en un bastón de plata—. Pásela bien y disfrute del momento. Pirkitta estará
bien cuidada y ella gozará de todos los lujos que viene con ser una de las siervas
de Undutar. No necesita temer por su futuro, siempre y cuando pertenezca a
nuestra orden.
Y así, el año siguiente, besé a mi Ma y a mi Pa, a mis hermanos y hermanas
en despedida, y cuando la comitiva llegó a nuestro pueblo para llevarme a las
Tierras del Norte, todo el pueblo salió a despedirse de mí.
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Traté de adormecerme cuando me metí en el trineo, pero mientras
viajábamos hacia los portales que llevaban a las Tierras del Norte, unas lágrimas
lentas se derramaron por mis mejillas mientras observaba alejarse detrás de mí,
todo lo que siempre había amado y conocido. Delante sólo me esperaba lo
desconocido. Todo estaba cambiando y no había vuelta atrás.
Muchos años pasé siendo educada tanto en la magia como la historia. Pero
finalmente... nuestro tiempo llegó.
Ahora era completamente una joven mujer, era el momento de que me
sometiera a mi búsqueda de la visión. La Señora Undutar, en su infinita sabiduría,
me susurraría y me diría la dirección en la que iba a pasar mi vida.
Vestía ropas azules como la mañana de verano, y cuando me vio sus ojos se
iluminaron con un calor que de inmediato me succionó.
—Vikkommin, el que será mi Sumo Sacerdote, conoce a Pirkitta, Ar'jant
d'tel, quien un día ocupará su lugar como mi Suma Sacerdotisa. Juntos, como
consortes, los dos serán entrenados para hacerse cargo de mi templo y llevar mi
orden. Conózcanse el uno al otro…tendrán una larga vida juntos.
Y así Vikkommin y yo llegamos juntos en el astral frente a nuestra Señora,
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y comenzamos a explorar la energía del otro. Se inclinó, me tomó en sus brazos,
y mientras sus labios hambrientos encontraron los míos, el mundo desapareció y
perdí mi corazón por él.
Ahumado nos agarró a ambas y nos arrojó sobre sus hombros, corrió con
largos pasos saltarines a través de la nieve. Cinco minutos y estábamos plantamos
en el borde de las Faldas de Hel. El borde del mundo.
Howl y Roz se unieron a nosotros mientras silenciosamente alzamos la
mirada hacia la imponente montaña de hielo que situada delante de nosotros. El
Bosque Blanco marcaba el final de la línea de árboles. Más arriba de aquí existía
hielo y nieve, y, durante el breve verano, campos de flores silvestres y matorrales
de arbustos que eran tan fugaces como un sueño distante. El camino, aún con la
nieve compacta, conducía siempre hacia arriba, bordeando las planicies de hielo,
serpenteando entre los árboles azotados por el viento que yacían prácticamente
de costado por las tormentas constantes que golpeaban los picos de las
montañas.
Camille miró el panorama de los picos dentados y las hojas congeladas de
hielo.
—¿Ves esa boca oscura contra la roca, bajo la cornisa que sobresale allá
arriba? —Howl señaló una mancha apenas visible contra la ladera de la montaña.
Si sólo pudiéramos ir a pie sin preocupaciones, estaríamos allí en diez minutos.
Pero con ese paisaje evocador de un campo de lava congelada, no iba a ser tan
fácil.
—Puedo ver dónde está. Puedo llevar a Iris y a Camille por el Mar Ionyc y
encontrarte allí. —Ahumado se encogió de hombros—. Es bastante fácil.
—Suena bien para mí —dijo Camille—. No me apetece probar a abrirme
camino a través de ese hielo, y la noche se acerca.
Howl asintió.
—Eso sería lo mejor. Pero déjenme ir adelante. Mi gente no les daría la
bienvenida amablemente sin mi presencia. Rozurial, ¿cómo iras? 60
—Puedo viajar por el Mar Ionyc, también. Es fácil con un marcador visual.
—Es un viaje práctico. Vamos, síganme y no hagan o digan nada hasta que
yo los haya presentado. Ahora están en mi hogar y mostrarán respeto por mi
pueblo y mis hábitos. Ellos desconfían del pueblo dragón —añadió, mirando a
Ahumado—. Los dragones han sido conocidos por llevarse a mis lobos y
comérselos.
Estaba vivo de esa manera sobrenatural que tenían los Señores Elementales,
y mientras lo miraba, rodeado de los suyos, lentamente me dejé caer de rodillas
en el suelo. A mi lado, Camille y Rozurial habían hecho lo mismo. Ahumado se
mantuvo de pie, pero inclinó la cabeza.
Howl se levantó, luego miró alrededor a su gente que se reunió para
observar, tanto en formas de lobos como humanas. Alzó la vara que yacía junto a
su trono, con un mango de madera e incrustaciones de hueso. 62
—Escuchen bien. Estos cuatro están bajo mi protección. El Señor
Iampaatar, Rozurial el íncubo, Lady Camille y Lady Iris caminan debajo de mi
manto. No permitan que nadie que me honre levante la pata o la mano en contra
de ellos.
Hubo un arrastrar de pies colectivo, como si la manada no estuviera segura
de qué pensar, pero luego —como un sólo cuerpo— los hombres de pie junto a
él cayeron sobre sus rodillas, con la cabeza echada hacia atrás, exponiendo sus
gargantas. Los lobos en el salón se voltearon, todos ellos, sobre sus lomos,
dejando al descubierto una vez más sus vientres y gargantas.
Howl echó una larga mirada alrededor de la cámara a cada garganta que se
había expuesto.
—En el dolor de la muerte, se han rendido a mi voluntad. Recuerden bien,
pueblo mío. —Dio una palmada y los lobos le prestaron nuevamente atención—.
Ahora, ¿mi esposa vendrá al frente? Me gustaría presentarte a nuestros
huéspedes, mi amor.
Lentamente, una de las más grandes y hermosas lobas blancas se levantó y
caminó al frente. En un abrir y cerrar de ojos, ella brilló y una mujer estuvo de
pie junto a Howl. Ella era baja, alrededor de uno con sesenta, y de constitución
robusta con músculos visibles bajo una capa uniforme de relleno. Sus ojos
brillaban con un azul pálido, y su pelo era tan plateado como el de Ahumado. Iba
vestida con unos pantalones blancos de cuero suave y una túnica a juego. Una
larga piel blanca caía cubriendo su espalda y fue entonces cuando me di cuenta de
que estos lobos no eran los típicos cambiaformas.
Son como los selkie, pensé. Sus pieles eran usadas como capas cuando estaban
en forma humana, alrededor de sus cuellos. Pero decidí mantener la boca cerrada.
El tema era personal y podría ser un secreto que pocos mortales conocían. Y no
estaba hecho para permitir que los Inmortales sepan que conocías sus secretos.
—Les presento a mi esposa, Kitää, Reina y Madre del Pueblo Lobo Kataba.
Ella nos dio una breve inclinación de cabeza, atrapándonos con esos
brillantes ojos azules, su mirada se detuvo cuando llego a Ahumado.
—¡Iampaatar! —Con una risa aguda, ella le echó los brazos al dragón y le
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dio un abrazo caluroso antes de dar un paso atrás—. ¿Qué te trae a nuestras
tierras? Había escuchado que te habías ido hecho una furia de los Confines
Dragón jurando no volver.
Ahumado respiró profundamente. Él sonrió y se inclinó hacia delante en
una profunda reverencia, sorprendiéndonos a todos nosotros.
—Lady Kitää, Reina de los Lobos del Viento, me siento honrado de estar
en tu presencia. En el pasado distante, tu pueblo se unió con los míos para hacer
retroceder a los Hombres del Norte en la Ruta de la Gran Nieve. Me remonto
nuevamente a esa amistad en este viaje para pedir la tregua del viajero.
Kitää arqueó sus cejas mientras le daba a Camille una larga mirada.
—Tú debes ser excepcional para haberte ganado el amor y el corazón de un
príncipe dragón y hacerlo levantarse contra su padre. Te deseo suerte, mi niña. Si
todavía no has conocido a tu suegro, tiemblo por ti cuando lo hagas. —Ante la
mirada aguda de Ahumado, ella simplemente dijo—: He oído los rumores,
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Iampaatar… y no creas que puedes escapar de tu nombre de las Tierras del Norte
tan fácilmente. No puedes escurrirte por allí sin ser reconocido. No estoy segura
de lo que estás haciendo aquí, pero vigila tu espalda. Hay aquéllos a los que tu
padre ha conducido a un frenesí con su traición y mentira. Siempre fue un alma
violenta, y su capacidad de persuadir a otros le sirve bien.
—No estamos aquí debido a mis necesidades, Reina Kitää —dijo
Ahumado—. Estamos aquí como compañeros de la Señora Iris, que trata de
corregir un error de más de seiscientos años. Deja mis preocupaciones para otro
momento.
Camille me miró.
—Pirkitta, como nuestra última sanción, te despojamos del poder para tener
hijos y el símbolo de tu poder como mujer. Nunca llevaras a un niño a término
hasta que puedas averiguar qué pasó con Vikkommin y enderezar lo que salió
mal. Puedes hacer crecer tu cabello de nuevo, pero nunca será la trenza con la
que naciste. —Extendiendo las tijeras, recortó mi cabello a la altura de la nuca.
Grité, pero ella arrojó las hebras en un fuego y mientras el olor del cabello
ardiendo se filtraba por mi nariz, las pesadas puertas se cerraron y me quedé
llorando por lo que parecieron horas.
70
Capítulo 6
C amille estalló en lágrimas, y el labio de Kitää estaba temblando, pero
me di cuenta de que no era por la pena. No, eran lágrimas de
hermandad. Después de seiscientos años escondiendo mis
cicatrices, escondiendo mi pena, de hecho se sentía bien sincerarse,
mostrarle a alguien más los recuerdos que llevaba a mi espalda.
—Tengo que hacerlo. No hay otra manera para romper la maldición que
averiguar lo que ocurrió realmente. Y tengo que ir sola. Les pedí a mis amigos
que vinieran conmigo como apoyo, pero al final sé que tengo que enfrentarlo
sola.
71
—¿Cuándo irás? Las sombras salen en la luz más que en la oscuridad, lo
sabes.
Pensé en ello. Esperar un día, dos días, no me haría nada. No estaría más
lista entonces de lo que ahora lo estaba.
—Mañana al amanecer iré hacia las Faldas de Hel y lo cazaré. Y luego... haré
lo que sea para averiguar la verdad y ayudarle a descansar. Vikkommin debe saber
lo que ocurrió. Ahora él es la única esperanza que tengo para la vida que quiero.
—¿Hay algo que necesites esta noche? La Manada tiene shamanes
entrenados y nos alegraría ofrecerte cualquier ayuda que podamos. —Ella apoyó
una mano en mi brazo—. Lady Iris, eres una mujer valiente, pero no mires a un
caballo regalado…
—….la boca. Lo sé. Si pudieras proporcionarme un lugar privado dónde
pueda rezar, y si tienes algo para fortalecerme contra el frío y el hielo mañana, no
le daría la espalda a la oferta.
Enfrentar la sombra de Vikkommin sería problemático y no tenía pistas de
lo que podría ocurrir. Pero esta noche sabía que necesitaría pasar el tiempo
rezando. Inclusive habiendo sido desterrada del templo, Undutar aún me hablaría
y necesitaba saber que ella estaba conmigo cuando lo enfrentara. Necesitaba
saber que a ella le importaba.
—¿Cómo piensas que podrás llegar a él? Dijiste que estaba loco.
—Lo está, delira cruelmente por la locura. ¿No lo estarías tú, perdida en una
sombra todos esos años? No sé cómo razonaré con él pero tengo que encontrar
algo, alguna chispa que aún le recuerde lo que teníamos. Estábamos realmente
enamorados, o al menos eso pensaba yo. —Miré al suelo, intentando recordar.
—¿Por qué los dices de ese modo? ¿Él te dio a entender lo contrario?
Pensé nuevamente en eso pero mi mente estaba en blanco.
—No lo sé, pero sigo sintiendo que necesito corroborarlo. Sé cuanto lo
amaba… desde la primera vez que nuestras almas se encontraron, no hubo nadie
más. La Señora me mostró su corazón y, ¿cómo podía no amarlo? Y... él parecía
amarme. Pasamos mucho de nuestro tiempo libre juntos, había mucho que
aprender, y teníamos que aprender a trabajar juntos.
—¿Él te dijo alguna vez cómo se sentía? —Camille exhaló el aire
lentamente—. Iris, ¿Vikkommin pudo haber estado viendo a alguien más?
¿Alguien que te quisiera fuera del camino? Desde que me contaste toda la
situación, sigo pensando que alguien estaba celoso de ti. Alguien quería la vida
que estabas teniendo.
Sabía que ella quería ayudarme, pero no podía ser eso. Era demasiado 73
simple.
—No había nadie. Seguro, Vikkommin atraía mucha atención y hubo
algunos pocos comentarios maliciosos sobre nosotros, yo también atraía mi parte
de seguidores. Pero los Ancianos del templo interrogaban a todos. Y tomaba
años para que otra seguidora fuera nombrada Alta Sacerdotisa, un siglo al menos.
Hasta entonces, la Alta Madre estaba a cargo. Y la mujer elegida era nueva, traída
desde otro templo. Si alguien hubiera querido mi posición, ¿por qué mataría a
Vikkommin? Me habrían matado y habrían intentado tomar mi lugar.
Sacudí mi cabeza.
El Cristal Aqualine, que era corriente en Otro Mundo, tenía una línea
directa con la magia de la bruma, la niebla y la nieve. Y era sagrada para Undutar.
Soplé suavemente en la gema, acunándola en mis manos. Cerré mis dedos a su
alrededor y me dejé deslizar en un trance profundo, mi cuerpo se convirtió en un
mero recipiente que envolvía mi espíritu.
Me deslicé más abajo, y aún más abajo, hasta que encontré la piedra de mi
corazón —el núcleo de mi ser que nadie podía llevarse. Fue esta parte de mí la
que los Ancianos del templo nunca pudieron alcanzar, y que yo nunca pude leer
completamente. Era aquí, en la energía primaria de mí misma, donde las
respuestas habían estado escondidas y encerradas.
Toqué la piedra de mi corazón y sentí que mi espíritu comenzaba a elevarse
con las alas, a dispararse hacia los reinos celestiales, a cantar con las estrellas.
Lentamente, comencé el cántico que había aprendido para invocar a Undutar, mi
Señora de las Tierras Baldías Congeladas.
Hubo un golpe de silencio, y luego ella dijo lo que más temía oír.
—Mañana, tú lo enfrentarás. Y debes destruirlo. Por tu propia mano, por ti misma.
Averiguarás la verdad sólo en su muerte.
Destruirlo. Destruir la sombra que había sido mi Vikkommin. Miré a la
gema, las lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Señora, pide lo que quieras excepto eso, lo aceptaré y obedeceré. Pero me estás pidiendo
destruir al hombre que una vez fue mi amor eterno.
—Él ya no es tu amor. Y de alguna forma, nunca lo fue. Haz como te ordeno, mi
Ar’jant d’tel. Debes romper esta maldición y liberarte de las cadenas de la duda. Sabrás la
verdad, y la verdad te hará libre para renacer ante mi vista una vez más.
76
Y entonces, la luz disminuyó, pero no antes de que mi Señora dijera una
última cosa.
—Pirkitta, recuerda: Para contrarrestar la sombra debes remover la luz. Sólo en la
oscuridad la sombra vacilará. Sólo en la oscuridad puedes destruir lo que queda de él.
Con eso, ella se fue y el cristal era, una vez más, solamente un cristal.
Respiré profundamente y me senté otra vez, mirando a la piedra. Remover
la luz. ¿Cómo iba a remover la luz? Si yo salía en la oscuridad, las probabilidades
eran que no encontrara a Vikkommin para enfrentarlo. Si yo salía con la luz,
¿Cómo iba a remover la luz del día? Era un acertijo, uno que decidí que tendría
que averiguar en el camino cómo resolverlo.
Fijé mi Cristal Aqualine de vuelta en la varita, la dejé a un lado y me
acomodé debajo de las pieles. El día había sido largo y estaba exhausta. Y no me
quedaba otra cosa más que dormir para que el recuerdo de Vikkommin no
continuara ensombreciéndome.
Cuando desperté, Kitää había dejado una bandeja junto a mí. Sopa caliente,
un gruesa hogaza de pan y un suave queso cremoso. Ella había añadido una
manzana y un trozo de cecina en el plato.
—¿Ya es el amanecer? —No tenía pistas de qué hora era.
Sorprendentemente, me sentía bien descansada y no podía recordar si había
soñado o no, pero mi cuerpo estaba relajado y caliente—. Dormí bien. Gracias
por la oportunidad para meditar y rezar por mí misma.
—Sí, casi amanece. Tus amigos aún duermen. ¿Debería despertarles? Y sí,
dormiste bien aquí. Estas cavernas están protegidas por la magia de Aatu, y Aatu
observa a todos sus hijos cuando duermen.
Eso tenía sentido, Al ser un inmortal, Howl no necesitaba dormir. Le sonreí
suavemente.
—No, deja que mis amigos descansen. Despiértalos después de que me 77
haya ido. No los quiero discutiendo y tratando de acompañarme. Ellos vinieron a
apoyarme, pero no pueden enfrentar a la sombra junto a mí. Esta es mi batalla, y
sólo mía.
Mordí el pan, y cuando se derritió en mi boca me atraganté con el
pensamiento de que ésta podría ser muy bien mi última comida, pero lo alejé. Lo
que sería, sería. Lo que estaba destinado a ocurrir, ocurriría, y si vivía o moría
sería la voluntad de mi Señora.
Cuando terminé de comer, Kitää me ayudó a vestirme, me subió
gentilmente la cremallera de mi túnica y me puso mis abrigos. Agarré mi varita y
ella me detuvo.
1Crampones: Pieza metálica con pinchos que se fija a la suela de las botas para no resbalar sobre la
nieve o el hielo.
había sido muy insistente, así que decidí que ella debió tener algún tipo de
premonición respecto al tema.
Lentamente, dando un paso a la vez, balanceándome con una vara que había
recogido antes de dirigirme a la cueva, hice mi camino a través de la extensión.
Tenía una cosa a mi favor: Por mi pequeña estatura, mi centro de gravedad era
bajo y era menos probable que me cayera que si hubiera sido de un tamaño
promedio.
El viento soplaba algo fuerte, y observé como las nubes corrían a través del
cielo y lanzaban la nieve girando de costado. Los copos eran pequeños y se
pegaban contra la carne descubierta de mi rostro, pero la bufanda que había
atado alrededor de mi cuello y sobre mi boca me mantenían a resguardo de lo
peor. Me detuve durante un momento y enjugué mis ojos ante el brillo de la
nieve cuando amenazó con cegarme, luego continué.
¿Dónde encontraría a Vikkommin? ¿Estaría escondido? ¿Tendría que
perseguirle? Las Faldas de Hel flanqueaban una abertura más alta en la ladera,
una caverna a la cual no quería ir porque se rumoreaba que era una abertura al 79
Inframundo, y aquí, eso muy bien podría ser cierto.
Cuando la mañana se alzó, miré hacia atrás. Ahora los cuarteles generales de
la Manada eran un borrón distante contra la montaña, pero tuve la sensación de
que me estaban observando —y no se sentía como si fuera Vikkommin. Camille
y los otros ahora estarían despiertos, pero esperaba que hicieran caso de mis
deseos y no vinieran detrás de mí. Lo que fuera que tenía que hacer, no quería
que interfirieran.
Un poco más adelante, paré y miré la ladera. Sin ni siquiera darme cuenta,
había llegado al centro de las Faldas de Hel, y estaba de pie justo debajo de la
caverna, la cual parecía tener una abertura muy pequeña. Pero la energía de la
cueva explotaba bajando por la montaña haciéndome tambalear, y me doblé, mi
estómago se retorció en miles de direcciones.
Ciertamente, era una puerta al Inframundo. Eran verdaderamente las Puertas de Hel.
Una nota simple en mi interior comenzó a agitarse y a sonar a través de mi
cuerpo, forzándome a subir más alto la cuesta. Comencé a arrastrarme a gatas por
la montaña, sobre las manos y las rodillas, porque la energía era imposible de
negar e imposible de aguantar mientras estaba de pie. Con un pie a la vez, me
dirigí hacia la caverna, y ahora podía oír algo diciendo mi nombre.
¿Qué diablos iba a hacer? No podía dejar que ganara. Él sería capaz de
hacer exactamente lo que pensaba. Dar vuelta mi cuerpo de adentro hacia afuera
y absorber mi alma en la suya, y yo no podía dejar que eso pasara Yo no estaba
dispuesta a morir. Luché, arrastrándome por el hielo, tratando de mantener la
concentración. La sensación de tenerlo dentro de mi mente me dio ganas de
gritar, de quitármelo de encima como a las hormigas en un picnic.
Tengo que mantener la calma, tengo que averiguar qué hacer. Si dejo que él me confunda,
va a ganar.
La caverna estaba oscura, tan oscura que ni siquiera podía ver mis manos
por delante de mí. Rápidamente me alejé de la abertura, apartándome de la poca
luz que emanaba desde el exterior. No podía permitir que Vikkommin tuviera
alguna forma de poder sobre mí, y cuanta menos luz hubiera, menos poder
tendría.
—Pirkitta... Pirkitta... ¿Adónde te fuiste ahora? Estás siendo una niña muy traviesa y
voy a tener que castigarte por ello. Regresa ahora al hielo y lo haré más fácil para ti.
Obligué a mi lengua a que permaneciera quieta, a pesar de que quería
gritarle una réplica, una respuesta sarcástica. No era momento para la
mezquindad. Tenía que destruirlo, pero más que eso, tenía que averiguar por qué
yo le había causado esto.
Me dirigí hacia la parte posterior de la caverna y encontré otro pasadizo que
conducía hacia abajo. Como no tenía ni idea de si saldría con vida de esto, decidí
que bien podía seguirlo y saber adónde conducía. Así estaban las cosas, y yo no
tenía ni idea de cómo iba a destruir a Vikkommi. Undutar parecía convencida de
eso.
Yo podría hacerlo mientras estuviera en la oscuridad, pero no estaba tan
segura.
El pasaje conducía a una saliente estrecha con barrancos a ambos lados.
Miré por encima del borde y me aparté rápidamente. Yo no pude haber visto lo
que me pareció ver, no, no era posible. Pero di una segunda mirada y supe que
no estaba alucinando.
Había una columna en el centro de la profunda fosa a mi derecha. A lo
largo de la columna había fila tras fila de rostros —máscaras de la muerte y
calaveras, adornando la torre de estalagmita que tenía unos buenos dos metros de
espesor. ¡Santo Infierno! No me extrañaba que llamaran a esta caverna las Puertas
de Hel. Realmente era una cámara de la muerte.
Me di la vuelta para ver la luz tenue que sabía que era Vikkommin. Él estaba
esperando en la parte superior del camino de acceso y ahora sentí una vacilación,
una pausa en su certeza.
—Muy bien, entonces muéstrame lo que has aprendido del Bosque Blanco.
—Ven aquí, entonces. Ven y déjame entrar en tus pensamientos. Te voy a
enseñar lo que he estado aprendiendo. Lo que tengo la intención de enseñarte.
Extendió sus brazos y fui hacia ellos, temblaba mientras él los envolvía a mi
alrededor en un abrazo tan fuerte que no podía romperlo. Empezó a darme
vueltas, a girarme —al menos así lo parecía— y giramos hacia el astral y nuestras
almas se unieron.
—Mira… Mira lo que he aprendido a hacer... 87
Y entonces entré en su mente. Había llamas brillantes allí, llamas de hielo,
tan violentas que sacudían su alma. Grité, tratando de eludir la lluvia de hielo
ardiente mientras los remolinos de fuego tomaban la forma de bailarinas, que
giraban a nuestro alrededor en un círculo de locura. Ishonar —el más peligroso
de los elementos—, de alguna manera Vikkommin había aprovechado el poder
elemental de Ishonar.
—No… Ishonar sólo está reservado para el castigo. Es la forma más
poderosa del hielo, y jamás debemos tocarlo salvo en caso de extrema necesidad
y con la aprobación de los Ancianos. —Traté de apartarme, pero las Elementales
de Ishonar corrieron hacia mí y me detuve—. Mis dioses, Vikkommin, tú tienes
el control sobre ellas.
No podía ser… ningún mortal podía controlar ese poder. Ningún mortal en
su sano juicio lo intentó. Era como controlar a los dragones —simplemente no
se hacía. De hecho, la capacidad de aprovecharse de las flamas heladas de
Ishonar había pasado a los dragones de plata, y eran los únicos seres vivos que
podían utilizar la magia como quisieran sin perderse a sí mismos por ello. Porque
había una locura en el frío extremo, una furia que cuando se desataba podía llevar
la peor de las guerras de la naturaleza, las edades de hielo, sobre el mundo.
En ese breve vistazo de su alma, había reconocido que él era aún más
poderoso que la Sacerdotisa Madre y él sacudiría toda la tierra y la quebraría en
pedazos con el Ishonar.
Pero, ¿cómo se lo iba a decir al Consejo de Ancianos? ¿Cómo iba a hacer que los
ancianos me creyeran, cuando incluso yo estaba en estado de shock y no lo creía?
Y así, los recuerdos se retiraron, desapareciendo de nuevo en un pequeño rincón
de mi corazón y allí los encerré.
Porque yo también sabía que había peligro para mí misma. Porque cuando
Vikkommin había entrado en mi mente para mostrarme lo que podía hacer, él no
sólo me mostró cómo utilizar yo misma el Ishonar.
Me armé de valor.
—No sólo me burlo, escupo en tu camino. Abjuro de lo que te has
convertido. Te niego, Vikkommin. Niego tu poder y tu sombra y la locura
tambaleándose en tu interior.
—¡Tú! ¡Tú me niegas! Puedo hacerte pedazos, puedo convertirte en lo que soy ¿y tienes el
descaro de negar mi poder?
Y entonces él se movió. Se dirigió en dirección a mí y cogí mi varita. No
estaba segura de lo que iba a hacer, pero ahora que tenía el poder de Ishonar en
mí, yo sabía que podía destruirlo. Esperé hasta que estuviera al alcance de mis
manos y luego levanté la varita.
—A las puertas del Inframundo yo te envío, a las profundidades de Tuonela
yo te envío, a los brazos de Tuoni yo te envío. Tú criatura de las tinieblas y de la
sombra, tú hechicero enloquecido por el poder… ya no eres un elegido de la
Señora, tú eres una criatura vil, una abominación, y yo te envío a los brazos del
olvido.
Me concentré y agarré una de las Elementales de Ishonar. Ella estaba
bailando en el borde de mi varita, y la empujé hacia adelante, ardiendo con todo
90
su gloria congelada y brillante. Ella se elevó, tornándose cada vez más grande, y
su rostro, con facetas de hielo y bañado en fuego púrpura, cambió de sublime a
monstruoso mientras su boca se abría y se ensanchaba y se volvía en dirección a
Vikkommin.
Él se abalanzó hacia mí, pero ella se interpuso, tocando su sombra y
lanzando ondas de dolor a través del humo. Él gritó, fuerte y lastimeramente.
Pero me sostuve, cayendo de rodillas. Esto era todo, este era el único modo para
que el poder que tanto había anhelado se regresara contra él. Me extendí
profundamente, busqué todos los hilos que conocía en mi interior para usar a
Ishonar. Los recogí en una masa, los arranqué y los lancé hacia él: era como una
ola, un remolino de energía que rodaba y ardía tan brillantemente que iluminó el
recinto.
Por un momento él pareció fortalecerse y entonces capté sus pensamientos
al tocar los bordes externos de su ser.
—Pirkitta… ¿qué me estás haciendo? No… ¿cómo pudiste hacer esto? ¿Cómo pudiste
hacerme esto a mí?
Y entonces empezó a gritar y su grito resonó en la cámara, llegando a
convertirse en un aullido cuando su angustia aumentó. La rueda de Ishonar rodó,
abarcándolo, rodeándolo, y él se convirtió en el centro de la rueda, los rayos de
fuego que irradiaban desde su centro se congregaban para corroer su alma,
devorarla y romperla en pedazos.
Me tapé los ojos, sin querer mirar, no quería ver lo que estaba causando en
el alma del Vikkommin, y sin embargo no pude dejar de bajar mis manos cuando
el grito se elevó en un crescendo.
—Mira en tu interior, mi Ar'jant d' tel. Mira dentro de ti misma. No tengas miedo.
—¿Qué? —pregunté.
—Si están seguros, entonces voy a tratar de hacer que sea breve. Camille,
Ahumado y Roz tendrán que esperar aquí, pero tal vez tú puedas venir conmigo.
Levanté la pesada aldaba y la dejé caer contra la puerta. Había enviado un
mensaje al templo la noche anterior y parecían saber que Vikkommin se había
ido, porque había recibido una citación para asistir a la mañana siguiente.
La puerta se abrió, y por primera vez en seiscientos años se me permitió
entrar en el templo de mi diosa. A medida que entrábamos en el vestíbulo
elaborado y tallado en la roca sólida de la montaña, con incrustaciones de
mármol y plata y alabastro, mi corazón se rompió. Me habían condenado al
ostracismo durante tanto tiempo que sufría físicamente por entrar en estas salas
donde había pasado mi juventud, donde me había enamorado, donde había sido
torturada.
El templo estaba como lo recordaba. La sala principal era tan alta que un
susurro resonaría en las corrientes, quedando atrapado, y rebotando de pared a
pared. Unos bancos forjados en plata y mármol estaban esparcidos alrededor de
95
la sala. El suelo era de unos elaborados mosaicos de piedra que representaban la
lucha de Undutar contra uno de los gigantes de fuego.
—Mis dioses, esto es hermoso —susurró Camille—. Nuestros templos a la
Madre Luna son más salvajes y feroces, como es su naturaleza.
—Es hermoso, ¿no? No sé cuántos siglos tardaron en construir esta sala…
mira, alguien viene.
Vi a la mujer a la que inmediatamente reconocí como la Sacerdotisa Madre,
que caminaba lentamente por el pasillo, flanqueada por dos ancianos. Su puesto
era evidente por la ornamentación en sus ropas. Y reconocí a los Ancianos con
ella, incluso después de todos estos años. Ellos habían estado presentes en mi
tortura y excomunión.
Cayendo de rodillas, me encontré poco dispuesta a mostrarles respeto. Tuve
que forzarme a mí misma a hacer las genuflexiones adecuadas. Me puse de pie de
nuevo, lo más rápido que pude sin parar de rendir homenaje.
—He destruido a Vikkommin y liberado su alma. También me enteré de la
verdad de esa noche. Vengo a ofrecer las pruebas de lo sucedido y a exigir que se
quite la maldición. —Por supuesto, técnicamente yo lo había matado, pero había
sido por mandato de la Señora. Seguramente ellos no podían culparme por eso.
—Síguenos, Pirkitta. —Y por primera vez en seiscientos años, mi nombre
había sido pronunciado en los pasillos de Undutar.
Los seguimos por el largo pasillo que conducía a una de las salas de
examen. Me quedé mirando la cámara, que era muy parecida a aquélla en la que
me habían torturado.
La Sacerdotisa Madre hizo un gesto para que nos sentáramos.
—Pirkitta, mientras estaba en mis oraciones la noche anterior, Undutar vino
a mí. Ella me dijo que Vikkommin ya no vivía y que esto había sido una prueba
para ti. Que eras inocente de toda maldad hacia él.
¿Una prueba? ¿De qué carajos estaba hablando? Undutar no había dicho
nada acerca de una prueba. Y yo, ciertamente, había matado a Vikkommin, 96
aunque bajo las órdenes de la Señora. Yo no era realmente inocente, a pesar de
que había tenido una buena razón para hacer lo que había hecho. Pero decidí
mantener mi boca cerrada y obtener más información.
—Ella fue a varios de los ancianos en sus sueños, y de hecho, nos dijo la
misma cosa. Retiraremos inmediatamente tu maldición y se te devolverán tus
túnicas. Te invitamos a unirte con el templo, si quieres. No se nos indicó si
deseabas hacerlo o no, pero hablamos de ello entre nosotros esta mañana. Nos
gustaría darte la bienvenida con los brazos abiertos.
Quedé muda y más bien confusa, y simplemente asentí. Camille me dio una
mirada de reojo, pero negué con la cabeza lo suficiente como para que lo viera y
ella guardó silencio. Le había contado —a todos ellos— durante la cena lo que
había ocurrido.
Dejé escapar un largo suspiro. Quedarme en el templo… el pensamiento
había pasado por mi cabeza más de una vez, pero yo sabía, incluso antes de llegar
a las Tierras del Norte, que jamás iba a ser capaz de hacerlo. Tantas cosas habían
cambiado. No era la misma mujer, no era la misma Talon-haltija que había
estado.
—Doy la bienvenida a mi túnica, pero no me quedaré en el templo. De
hecho, no volveré a visitar este lugar de nuevo. Hice lo que tenía que hacer, y si
desean quitarme la maldición, voy a volver a mi vida tal como es y no oscureceré
su puerta nunca más.
Nos hospedamos una tercera noche con la Manada de Howl. Salí afuera
antes de la cena, usando mis nuevas túnicas y llevé la estatua. Había yetis y trolls
con los que lidiar, sí, pero Howl tenía guardias de turno apostados y con la
sombra de Vikkommin eliminada, ya no estaba terriblemente asustada.
Me detuve en el borde del campo de hielo con la mirada fija en las faldas de
Hel. El frío aún me hacía temblar, pero también me calentaba por el
conocimiento que había hecho lo que me propuse hacer. Ahora podría volver a
casa, casarme con Bruce y tener los niños que deseaba. Visiones de la maternidad 98
bailaban en mi cabeza, y me pregunté qué características heredarían de mí… y de
él.
Cuando una ráfaga de copos revoloteó a mí alrededor, me puse de rodillas
en la nieve y coloqué la estatua delante de mí. Bajé la cabeza al suelo, luego me
senté en mis rodillas, cerrando los ojos, atrayendo las palabras de una oración a
mis labios. Pero ninguna oración llegó, sólo un profundo sentimiento de paz y
reivindicación.
—Aún tengo planes para ti, mi Ar'jant d'tel. Eres una Elegida de los Dioses, de
acuerdo, pero no para convertirte en la Sacerdotisa Madre del templo de aquí.
La vida estaba llena de un giro irónico tras otro. Pero lo que más me
importaba eran mis amigos y su lucha, mi diosa y el hecho de que ella me
amaba, y que podría casarme con el hombre que amaba y dar a luz a sus hijos…
esas eran las únicas cosas que, al final, conformaban la verdadera historia de mi
vida.
Fin
Sobre la Autora
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S omos las hermanas D' Artigo: atractivas, ex-operarias con experiencia para
la Agencia de Inteligencia del Otro Mundo. Pero ser mitad-humanas,
mitad-Fae significa que nuestros poderes se descontrolan en todos los
momentos equivocados. Mi hermana Delilah es una Doncella de La Muerte y una
mujer gato que pertenece al Señor del Otoño. Mi hermana Menolly es una
vampiro que sale con un were-puma preciosa y con el padrino de los no-muertos.
¿Y yo? Soy Camille, sacerdotisa de la Madre Luna, casada con un dragón, un
youkai, y un Svartån. Pero el padre de mi dragón ha decidido que no le gusta
tenerme como miembro de su familia...
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¡Visítanos!
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