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Agradecimientos
Un agradecimiento especial a todos l@s tradutores/as y correctores/as y a quien
diseñó de los Foros The Dark Side & Dark Guardian por tan buen trabajo y por
sacar adelante este proyecto.

Y aprovechó, este libro fue traducido sin fines de lucro, solamente para llevar
este trabajo de Dan Poblocki a los países donde no se ha licenciado, si tienes
oportunidad de comprarlo, hazlo. ¡Hay que apoyar a los escritores, para que
sigan haciendo los libros que nos gustan!

Moderadora:
Hanna & maka.mayi

Staff de traducción:
hanna silverbane aLexiia_Rms
Aciditax caami DarkVishous
Maia8
Josez57
rodoni
Susanauribe
Emii_Gregori 2
LuluAlle sooi.luuli
Traducción 911:
hanna Emii_Gregori

Staff de corrección:
KatieGee LadyPandora rodoni
Luciitamy Musher hanna
tamis11 lavi flexi
Maia8 Aciditax
Corrección 911
hanna
Recopilación y revisión:
hanna
Diseñadora:
Kachii Andree(911)
Indice
Sinopsis… ...................................................................................................................4
Capítulo 1 ...................................................................................................................................... 5
Capítulo 2 ................................................................................................................. 14
Capítulo 3 ................................................................................................................18
Capítulo 4................................................................................................. 26
Capítulo 5 ................................................................................................ 43
Capítulo 6 ................................................................................................ 47
Capítulo 7 ................................................................................................ 60

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Capítulo 8 ................................................................................................ 66
Capítulo 9 .................................................................................................................72
Capítulo 10 .............................................................................................................. 76
Capítulo 11 .......................................................................................................................... 93
Capítulo 12 ..................................................................................................................................... 112
Capítulo 13......................................................................................................................... 115
Capítulo 14 ............................................................................................................... 123
Capítulo 15 ......................................................................................................................... 137
Capítulo 16 ............................................................................................................... 160
Capítulo 17 ............................................................................................................... 168
Capítulo 18 ............................................................................................................... 180
Epílogo .................................................................................................................................185
Sobre el Autor................................................................................................... 192
Sinopsis
Traducido hanna

¿Qué pasa si los monstruos de tus libros de terror favoritos fueran reales?
Eddie Fennicks ha sido siempre un solitario, contenido de perderse en una novela de
misterio de su autor favorito, Nathaniel Olmstead. Es por eso que mudarse a la pequeña
ciudad de Gatesweed se convierte en un sueño hecho realidad cuando Eddie descubre
que Olmstead vivió allí antes de desaparecer misteriosamente trece años atrás.
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Aún mejor, Eddie encuentra un manuscrito, nunca antes visto de Nathaniel Olmstead,
un libro impreso en código y se hace amigo de Harris, que es un fan de Olmstead como
él. Pero entonces las criaturas aterradoras de los libros de Olmstead comienzan a
aparecer en la vida real, y el sueño de Eddie se convierte en una pesadilla. Eddie, Harris,
y su nueva amiga, Maggie, deben romper el código de Olmstead, desterrar a todos los
duendes y monstruosos perros lacustres de la ciudad de Gatesweed, y resolver el misterio
del autor desaparecido, todo antes de que la mamá de Eddie termine escribiendo su
propia historia de terror y de vida a la criatura más temible de todos.
Capitulo 1
Traducido por Maia8 y hanna

Corregido por lavi

La furgoneta azul acababa de llegar en torno a una curva cerrada en la carretera


cuando la criatura salió del bosque. Eddie fue el primero en verla, una mancha de pelo
negro y cuatro delgadas y largas piernas. Él lo miró con sus ojos amarillos enrojecidos y
una enorme boca llena de puntiagudos dientes.

—¡Cuidado! —gritó Eddie desde el asiento trasero.

Su padre estrelló su pie contra el pedal del freno. El auto empezó a zigzaguear; los 5
neumáticos chirriaron. Eddie se sintió estirado hacia delante en contra del cinturón de
seguridad mientras varias de las cajas apiladas en el asiento trasero del coche cayeron al
suelo junto a él. El libro que había estado leyendo salió volando de sus manos y se estrelló
contra el asiento de adelante. La madre de Eddie se agarró del techo y soltó un grito.

Luego vino el horrible crujido mientras la parte delantera del auto se estampaba contra
la criatura, enviándola volando hacia la verdosa oscuridad del bosque. El lado derecho
del coche se salió de la carretera y se estremeció sobre varios arbustos pequeños, antes de
detenerse a pocos metros de una redondeada roca cubierta de musgo. A través del
parabrisas, Eddie vio humo siseando de debajo del capó del destrozado auto.

—¿Está todo el mundo bien? —preguntó el padre de Eddie después de varios segundos
de pétreo silencio. Eddie tenía que pensarlo, su hombro ardía donde el cinturón de
seguridad lo había atrapado. Sentía como si su respiración hubiera salido fuera de él, en
parte por lo que había visto caminar delante del coche. Su horrible rostro estaba
grabado en su mente.
—Estoy bien —dijo la madre de Eddie.

—Yo también —se las arregló Eddie para decir.

—Lo siento mucho —dijo el padre de Eddie—. Ni siquiera lo vi venir.

—Mira la parte delantera del coche —dijo la madre de Eddie quitándose su cinturón de
seguridad—. ¿Cómo pudo un ciervo hacer tanto daño?

—Demasiado grande para un ciervo...creo que era un oso —dijo el padre de Eddie,
inclinándose sobre el volante, buscando con la mirada entre los árboles donde el animal
había desaparecido. Abrió su puerta.

El coche se encontraba en la cima de una pendiente, abrazando la curva de la boscosa y


sinuosa carretera.

—Quédate dentro —dijo Eddie de repente.

Ciertamente la cosa que había visto no era ni un ciervo ni un oso. Su padre le miró como
si estuviese loco. 6
—Conduce —insistió Eddie.

—Necesito ver el daño. Los camiones de mudanza ya están probablemente esperando


por nosotros en la nueva casa.

—Sí, pero...

—Edgar Fennicks, ¡no seas ridículo! —dijo la madre de Eddie—. Está probablemente
herido... o muerto. Tu padre le golpeó realmente fuerte.

Sus padres salieron del auto y cerraron sus puertas, dejándolo solo en el asiento trasero.
Se dirigieron a la parte delantera del coche y examinaron el parachoques. El padre de
Eddie lanzó sus manos al aire en señal de frustración. Su madre cubrió su boca y se giró
hacia el bosque. Eddie también miró al bosque. El follaje era denso, pero además del
viento agitando las ramas, no había ninguna señal de movimiento en el área donde la
criatura había aterrizado.
Eddie no quería estar solo. De mala gana, abrió la puerta y caminó hacia los arbustos
rotos. Era comienzos de septiembre, y el aire de la tarde era frío. Desde la cima de la
colina, Eddie podía ver el cielo gris pizarra cerniéndose sobre las colinas como una
andrajosa manta. El único sonido que oía era el viento a través de los árboles. Sonaba
como alguien susurrando un secreto. Quizás la cosa estaba muerta después de todo. El
sonido sordo que el auto había hecho cuando golpeó al animal resonó en la cabeza de
Eddie, dándole escalofríos.

Cerró la cremallera de su suéter azul con capucha.

Cuando se acercó a la parte delantera del auto, pudo ver por qué su padre estaba tan
enojado. El lado derecho había sido aplastado. El faro estaba incrustado en el neumático
delantero. Mechones de pelo negro estaban atascados en el estropeado metal. Desde el
lado izquierdo del auto, el parachoques sobresalía como un hueso roto.

—Whoa —dijo Eddie. Sus padres apenan negaron con sus cabezas.

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Después de un momento, su padre caminó de vuelta a la puerta del conductor, entró y
encendió el coche.

—¡Mira eso! —gritó, poniendo la marcha atrás. Cuando presionó el acelerador, el eje
estalló en un alto y penetrante gimoteo. Él negó con su cabeza, apagó el coche de nuevo,
y agarró su celular del asiento delantero. Mientras su padre llamaba a la policía, Eddie se
mantuvo de pie con su madre en el borde del bosque.

Ella susurró:

—No te preocupes, Edgar. Casi estamos en casa.

―No estoy preocupado —dijo Eddie, a pesar de que lo estaba, un poco.

Sus dedos hormiguearon, y el crujido del metal resonó en algún lugar profundo de su
interior. Se hubiera preocupado, incluso si no hubieran tenido un accidente de auto, pero
pensaba que era normal que se sintiera de esa manera el día en que se mudaban a una
nueva ciudad. Todo era incierto.

Después de que su madre había perdido su trabajo de oficina en Heaverhill, quería un


cambio de escenario. Al final del anterior año escolar, Eddie se había despedido de sus
antiguos compañeros de clase sin saber que podría no verlos de nuevo por un tiempo.
Sus padres habían tomado la decisión de moverse con rapidez. No tenía idea de cómo
se vería su nueva casa, o cómo serían sus nuevos compañeros de clase.

Eddie se sintió muy abrumado todo el día, todo el mes, de hecho, y por lo tanto yendo en
el auto hacia Heavenhill, había estado releyendo uno de sus libros favoritos, La venganza

de las Nightmarys.

Leer historias conocidas era reconfortante, incluso historias tan temibles como las que
Nathaniel Olmstead había escrito.

―¿De verdad crees que está muerto? Porque… parecía…

―¿Parecía qué? —dijo mamá.

―Parecía un monstruo… ―dijo Eddie―, o… o algo así.

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―¿Un monstruo? ―Mamá se echó a reír―. Me gustaría que mi imaginación fuera la
mitad de salvaje que la tuya, Edgar. Sería una novelista best-seller ahora.

―¿No viste su cara?

―No tuve una buena mirada.

―Hey —llamó el padre de Eddie―, los policías están en camino con un camión de
remolque. El oficial con el que hablé me dijo que probablemente deberíamos esperar
dentro del coche.

―¿Por qué? ―dijo mamá.

―Le dije que atropellé un oso.

―¿Por qué le has dicho eso?

―¡Porque es cierto!

―No era un oso. No parecía nada semejante a un oso ―dijo ella, retrocediendo hacia el
coche―. Edgar parece pensar que era un monstruo. Te lo juro, los dos son todo un par.
Eddie estaba a punto de seguirla de regreso al coche cuando algo en la distancia en la
carretera le llamó la atención, congelándolo donde estaba. Al otro lado de la pendiente
del siguiente valle, donde el camino descendía, Eddie notó una simple caja de una casa
sentada en la cima de una colina cubierta de hierba. Un mosaico de altos árboles, cuyas
hojas giraban en el viento, rodeaban las colinas cercanas. Los picos humeantes de las
montañas Black Hood eran visibles en el horizonte. Sabía que había visto este lugar
antes, pero, ¿dónde? ¿Una postal? ¿Un libro? ¿Un sueño? La familiaridad de la vista era
lo suficientemente surrealista como para desviar la imagen de la criatura que su padre
había golpeado con el coche. Caminó hasta la desvanecida línea amarilla en la carretera
para una mejor vista.

Una gorda chimenea de piedra, como una lápida enorme, surgía del centro del techo a
dos aguas de pizarra de la casa. Cinco pequeñas ventanas se extendían por todo el piso
de arriba. En el fondo, había cuatro ventanas enmarcando una puerta rota que giraba
fuera de sus goznes. Tejas grises sin pintar se desprendían de los costados de la casa.
Maleza y arbustos y hierbas ocultaban el resto del edificio.

Su boca se secó mientras jadeaba. 9


―De ninguna manera ―se susurró a sí mismo, de repente dándose cuenta de dónde
había visto la casa.

―¡Edgar, te va a atropellar un camión! —gritó su madre por la ventana del asiento del
pasajero.

Eddie señaló hacia la colina.

―Pero…

―Vamos —dijo su padre, asomándose por la puerta del lado del conductor―. Métete en
el coche, amigo. ―Eddie tropezó con el coche y se subió al asiento trasero.

―¿Qué estabas mirando? ―preguntó mamá―. ¿Has oído algo en el bosque? Esa cosa
no está viva, ¿verdad?
Él no respondió de inmediato. En su lugar, se agachó y buscó en el suelo por el libro que
había estado leyendo durante el viaje desde Heaverhill. La venganza de las Nightmarys.

Estaba debajo del asiento de su madre.

―Edgar, ¿qué pasa? ―dijo mamá, mirándolo desde detrás de la cabecera de vinilo azul.

Abrió la tapa posterior del libro y les mostró la foto impresa a sus padres. El hombre en
la solapa interior de la cubierta del libro se paraba frente a una casa de campo en la
parte superior de una colina cubierta de hierba. Las ventanas no estaban rotas. Las
malas hierbas no crecían aún. Las tejas eran de color gris, y aunque no estaban en
perfectas condiciones, estaban en mejor estado que las tejas de la casa en la colina de la
carretera. La gorda chimenea de piedra se parecía más a un monumento que una
lápida, pero aun así el parecido era innegable.

El rostro del hombre era serio, pero su pelo rizado de color marrón y barba corta le
daban una apariencia de una amigable y creativa alma. Bajo su foto, una breve

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biografía de Nathaniel Olmstead explicaba que Nathaniel Olmstead vivía en un
pequeño pueblo en el noroeste de Massachusetts. Era un astrónomo aficionado, un
entusiasta de la historia antigua, y un fan de las películas de monstruos. Cuando sus
padres terminaron de mirar la foto, lo miraron a él, confundidos.

―Miren… ―Eddie señaló el camino.

―¡Hey! ―dijo papá, dándose cuenta por fin de la casa en la colina.

Eddie había leído en alguna parte que esta había estado vacía durante cerca de trece
años, pero parecía más bien treinta.

―¿No es curioso…? —dijo mamá.

―¿La ciudad dónde vivía Nathaniel Olmstead es Gatesweed? ―preguntó Eddie.

―No sé ―dijo su padre, distraído―. ¿Quién es Nathaniel Olmstead?

―¡Papá! ¡Es este tipo! ―Señaló Eddie a la imagen de nuevo―. Él escribió todo mis libros
favoritos. La venganza de las Nightmarys. La ira del Wendigo. El fantasma en la mansión
del poeta. La maldición de la lengua de Gremlin . Y toneladas más. Fantasmas. Espíritus.

Cosas espeluznantes de ese tipo.

―Así que por eso pensaste que habías visto un monstruo en el camino ―dijo mamá,
tomando el libro y examinando la cubierta.

Eddie se ruborizó.

―Tal vez.

―Esta persona, Olmstead, no puede vivir aún en esa casa ―dijo papá.

―Bueno, supuestamente ―dijo Eddie―, él desapareció, hace como, trece años. Nadie
sabe qué pasó con él, o si aún sigue vivo. Sin embargo, sus libros son muy populares. He
leído todos ellos. Por lo menos dos veces.

―¿Así que su casa está vacía? —dijo mamá, mirando a través de los árboles.

―Ciertamente parece vacía ―dijo papá―. En esa condición, ¿quién viviría allí?
―No sé ―dijo mamá―. Posiblemente personas atrapadas en este camino al caer la
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noche.

―Muy gracioso ―dijo papá.

―Podría ser fuente de inspiración para alguien que escribe historias de terror ―sugirió
Eddie.

―Sí ―dijo su padre―, si no utilizas el agua o la electricidad, podrías obtener toda la


inspiración que alguna vez hubieras necesitado.

Un coche de policía llegó acelerando a la vuelta de la esquina en frente de ellos. Se paró


en seco junto al coche de papá, mirando hacia la dirección opuesta. Un extenuado
hombre de edad con uniforme arrugado se sentaba detrás del volante. Largos
mechones de pelo blanco y fino luchaban por ocultar su cabeza casi calva. Sus ojos
apretados miraban a través de unas gruesas gafas. Bajó la ventanilla y le indició al
padre de Eddie que hiciera lo mismo.
―¿Están bien, gente? ―dijo.

―Lo estamos, pero el coche no ―dijo papá―. ¿Quiere echar un vistazo a esto?

―Uh-uh. ―El viejo sacudió la cabeza con tanta fuerza que las gafas se torcieron―. El
camión de remolque está viniendo. Él se ocupará de ustedes.

Cogió una tablilla del asiento del copiloto y la sostuvo a través de la ventana. Una hoja
de papel estaba unida a ella. El padre de Eddie extendió la mano a través de su propia
ventana y la tomó.

―Llene esta tablilla para su compañía de seguros. Déjelo en el ayuntamiento cuando


tenga la oportunidad.

―Bueno… ―dijo papá, nervioso―. Supongo que sólo podría llenarla y dársela ahora.

El viejo sacudió la cabeza.

―El camión de remolque estará aquí pronto. No puedo esperar… tengo cosas que hacer.

La patrulla se estremeció al ponerla en marcha. Sin despedirse, subió la ventanilla y guío


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a su coche por la carretera en una rápida vuelta en k. Cuando hubo dado vuelta la
patrulla, aceleró de regreso bajando la colina.

Los padres de Eddie se miraron el uno al otro.

―¿Podría haber salido de aquí más rápido? ―dijo papá.

―No te preocupes por él ―dijo mamá, acariciando el brazo de su marido―. ¿Recuerdas


cuando vinimos para cerrar lo de la casa, cariño? Esa mujer bonita que nos encontramos
en esa librería pequeña y bonita, dijo que Gatesweed estaba salpicada de gente
excéntrica. Todo es parte del encanto, ¿no? ―A través del parabrisas, Eddie vio las hojas
en el destello blanco del bosque, sus caras inferiores azotadas en un frenesí por la brisa.

Los árboles se abrieron y la casa en la colina apareció de nuevo.

Parecía contener el aliento, como si guardara un secreto.


Unos minutos más tarde, un destartalado camión de remolque negro retumbó a la vista
detrás de la camioneta azul. Un joven muchacho, quien parecía estar casi en sus treinta
años, bajó de un salto y se acercó hasta la carretera del lado del conductor. Era alto y
flaco. Su ajustada chaqueta de cuero negro estaba abierta, revelando una camiseta de
un concierto de Metálica. Cuando se inclinó hacia la ventana abierta de papá, su pelo
negro y desaliñando colgaba por debajo de sus hombros.

Eddie podía olerlo desde el asiento trasero, una mezcla de humo del cigarro persistente y
aromatizante de vainilla.

Los padres de Eddie se encogieron. El conductor levantó una ceja y sonrió.

―Entonces… ¿qué les pegó?

13
Capitulo 2
Traducido por Maia8

Corregido por KatieGee

Todos esperaban en el andén de la carretera mientras el conductor cargaba la furgoneta


en la grúa del camión de remolque. El padre de Eddie explicaba lo que pasó. El
conductor, que se había presentado como Sam, escuchaba, curioso, asintiendo con la
cabeza mientras el padre de Eddie le contaba cuan extraño había sido el oficial de
policía.

—¿Ni siquiera le ofrecen un nuevo viaje de vuelta a la ciudad? —preguntó Sam,


abriendo la puerta de la camioneta de pasajeros para ellos—. Eso es Gatesweed. ¿De
dónde son? No de por aquí, estoy seguro. —Eddie pensó que el hombre sabía más de lo
que estaba diciendo. Se subió a la camioneta y se sentó incómodamente entre su madre 14
y su padre. Sam se puso al volante. Giró la llave y el motor rugió.

—Venimos de Heaverhill —dijo el padre de Eddie—. En el estado de Nueva York. Unas


horas más al norte.

—Se supone que nos mudábamos hoy —dijo la madre de Eddie.

—Espere un maldito segundo... —Sam dio vuelta a su cuerpo para mirarla—. ¿Están
mudándose a Gatesweed?

—Bueno, sí —dijo mamá, agarrando su bolso contra el pecho—. ¿Por qué? —Sam resopló
y negó con la cabeza.

—Por nada. Es sólo que cuando se trata de esta ciudad, la mayoría de la gente se muda
fuera, no a ella. Mis padres se fueron cuando yo todavía estaba en la escuela secundaria.
Vivo en el puente del río Rhodes, al este de aquí.

—Algunas partes de la ciudad parecen un poco... desiertas, seguro —dijo mamá—, pero
en general, es un lugar tan bonito. ¿No le parece?

Sam salió a la calle.


—Sí. Cierto. Bonito. —Él encendió la radio. El heavy metal sacudió los altavoces rotos en
el tablero de instrumentos, el cantante estaba gritando algo acerca de la sangre—. ¿Así
que fue la abundante belleza de Gatesweed lo que los atrajo? —preguntó con una
sonrisa.

Por la ventana, Eddie vio como pasaban por una verja de hierro retorcido en el lado
izquierdo de la carretera. Viñas muertas se envolvían alrededor de los clavos oxidados,
como si el bosque tratase de arrastrar a la valla bajo tierra.

—En realidad —dijo papá—, es un poco de eso... salimos hace unos meses para una feria
de antigüedades, al norte de las montañas Black Hood, y mi esposa se enamoró del área.
Soy anticuario... pensamos que Gatesweed podría ser un gran lugar para reunir nuevas
piezas. Empezamos a buscar y casi de inmediato encontramos un trato sobre una
hermosa casa con un granero en el patio trasero. Pensé, ¿qué diablos? Un lugar perfecto
para almacenar objetos antiguos. La ciudad es perfecta para que mi esposa empiece a
escribir de nuevo.

—¿Es escritora? –preguntó Sam a la madre de Eddie.

—Un poco. No he publicado nada todavía –dijo ella—. Hablando de escritores, ¿por qué
no preguntas acerca de esa casa, Edgar? —Eddie podía decir que ella estaba intentando

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cambiar de tema. Él enrojeció, avergonzado de que estuviera dirigiendo la atención a
él—. Mi hijo quiere saber si la casa pertenece a ese autor... ¿Nathaniel Olmstead?

Sam se quedó en silencio durante casi cinco segundos. Finalmente, respondió.

—Sí, claro. Pertenece a él... —dijo, antes de corregirse a sí mismo—, o le pertenecía a él.

—¿Usted lo conocía? —preguntó mi padre.

—En realidad no. Lo veía de vez en cuando, cuando era un niño —dijo Sam—. Un tipo
tranquilo. Si alguien sabe qué pasó con él, no están hablando. Un misterio. Como algo
fuera de uno de sus libros. —Sam miró a Eddie—. Los leí todos cuando tenía tu edad.
¿Qué tienes, doce?

Eddie asintió con la cabeza.

—Sí —continuó Sam—, yo y mis amigos estábamos obsesionados. Cada vez que un nuevo
libro salía, íbamos por la ciudad buscando los lugares sobre los que Nathaniel Olmstead
escribía. Enloqueciendo unos a otros y esas cosas.

—Espera —dijo Eddie, sentado con la espalda recta—, ¿escribió acerca de los lugares en
Gatesweed?

—Infiernos que sí. El Árbol del Diablo en Mansion Street. La rectoría de la vieja iglesia. El
puente de la fábrica de madera. La estatua de Dexter August en el ayuntamiento. Están
todos aquí. Su inspiración, dicen. Yo y mis amigos pasábamos ratos en estos lugares por la
noche. La policía solía pelearnos. Decían que perturbamos la paz... divirtiéndonos mucho.
Pero eso fue antes de que mi amigo Jeremy... —Dio la vuelta el volante bruscamente
mientras el camino se curvaba hacia la derecha. No terminó la frase.

—Antes de que su amigo Jeremy, ¿qué? —preguntó Eddie.

El conductor se chupó los dientes.

—Eres un fan de Olmstead. Debes de haber oído las historias.

—¿Qué historias? —dijo la mamá.

Sam se echó a reír, pero no sonaba divertido.

—La Maldición Olmstead...

—¿Maldición Olmstead?

Eddie sospechaba que las palabras debían asustarlo, pero por alguna razón, se sintió
intrigado. Acababa de enterarse de que estaba mudándose a la ciudad donde su autor
favorito había escrito todos sus libros favoritos, y, ¿ahora este tipo estaba hablando
acerca de maldiciones? Un nervioso y extraño calor se acrecentó en su estómago. La
forma en que el viejo policía raro había conducido y dejado varados de repente parecía
tener sentido, el hombre tenía miedo de salir de su coche. ¿Era a causa de esta maldición?
Eddie quería decirle a Sam sobre el animal que su padre había golpeado, que le había
16
parecido como un monstruo, pero tenía la sensación de que sus padres no querían saber
nada más al respecto.

Eddie negó con la cabeza.

—Oh, ¡vamos! —dijo Sam.

—No. No he oído hablar de ella —dijo Eddie.

—¿Una maldición? —dijo el padre de Eddie—. No puede ser serio.

Sam no respondió.

—¿Qué clase de maldición es? —intentó la madre de Eddie.

—Creo que ya he hecho bastante daño a la reputación de Gatesweed para una tarde —
dijo Sam—. Dependo de esta ciudad para mis negocios. No puedo ir asustándolos fuera,
sobre todo ahora que viven aquí. Si quieren saber más, puede que lo vean por sí mismos.

—No puede decir algo así y luego dejarlo —dijo la madre de Eddie, agarrando su bolso
aún más cerca.
El camión dio la vuelta en una curva de la carretera. Varios tejados a dos aguas
despuntaban a través de las copas de los árboles próximos.

Entonces, de repente, todo el pueblo apareció, ahuecado en el pequeño valle circular


más allá del borde de la colina.

—Les recomendaría revisar debajo de la cama esta noche —dijo Sam, girando la radio—,
pero no quiero molestar. —La música chilló y temblaron las ventanas de la pequeña
cabina—. ¿No te encanta esta canción? —Sam giró a la derecha en Road Heights. El
camión se subió a la colina empinada, temblando en su intento de cambiar de marcha.

Eddie no podía creer que estuviesen casi en casa. Todo estaba sucediendo tan
rápidamente.

Cada casa que pasaron podría ser aquella en la que se detendría. Era curioso cómo
muchas de ellas parecían vacías. Sus ventanas estaban a oscuras con el cristal roto. La
mayoría de los jardines delanteros de gran tamaño estaban descuidados y cubiertos de
maleza, como si nadie los hubiese tocado en años. Tan increíble como parecía, tal vez el
conductor había estado en lo cierto. Tal vez todo el mundo realmente había dejado
Gatesweed.

—¿Eran reales las maldiciones? —se preguntó Eddie.


El largo camión que había visto por última vez en Heaverhill estaba aparcado delante 17
de una pintoresca casa gris en la parte superior de la carretera. Cuando la grúa se
detuvo, su padre abrió la puerta, y Eddie saltó de la cabina sobre el borde de la acera.
Empezó a correr por el camino. Estaba casi en el garaje cuando oyó a su padre gritar:

—¡Edgar!

Eddie se dio la vuelta y gritó de vuelta:

—¡Tengo que encontrar mis libros!


Capitulo 3
Traducido por hanna

Corregido por Musher

Ronald podía ver su reflejo en la superficie del lago. El aire frío lo golpeó a través de su

delgada chaqueta.

El tiempo se agotaba. Miró el papel arrugado. Era difícil para él leer el escrito. La luna

se había ocultado casi por debajo del horizonte y la luz se desvanecía.

Tenía que resolver el enigma antes de que el cuidador se diera cuenta de que había 18
arrancado la página del misterioso libro.

Ronald entrecerró los ojos para distinguir la posición de la cruces en el papel.

Sabía que la primera X era la propia mansión, y él estaba bastante seguro de que la

segunda X representaba la estatua de la chica en el claro. Pero, ¿qué representaban las

estrellas? Era cierto que no existían un montón de estrellas reflejadas en el agua, pero,

¿cuáles tenían la respuesta a la pregunta de la parte superior de la página?

Mientras miraba a la otra orilla, tratando de darse cuenta de otra pista, la punta de

sus zapatillas de deporte se deslizaron hacia delante y tocaron el borde húmedo y

fangoso del lago, enviando pequeñas ondulaciones.


De inmediato saltó hacia atrás. Su abuelo le había advertido―no importa qué, no

toques el agua.

Reflejadas en el agua, algunas de las estrellas ya habían cambiado de color, de blanco

a rojo. Mientras miraba, todas giraron, y luego comenzaron a moverse. En un instante,

se dividieron en cientos de pares de ojos rojos que lo miraban desde debajo de la

superficie del lago.

Ronald dio un paso atrás y casi tropezó cuando se giró para correr. Llegó a los

bosques antes de oír el chapoteo.

―Aquí estás ―dijo mamá.

Eddie se sentó en el suelo polvoriento de la granja, rodeado de pilas de cajas. 19


La historia de Ronald Plimpton se quedó en su mente como el humo. Incluso después
de ver a su madre en la puerta, todavía le llevó un momento darse cuenta de dónde
estaba. La luz del techo de color naranja rebotó en el techo. La cubierta a dos aguas
del granero estaba escondida en la sombra.

En el exterior, estaba empezando a oscurecer.

―Te estaba buscando por todos lados ―dijo―. Voy a hacer la cena. Tu padre llamó.
Estará de vuelta desde el depósito en pocos minutos. Le dieron un auto prestado
para que pudiera traerse a casa él mismo… ¿qué estás haciendo aquí?

Una vez que los de la mudanza habían terminado de descargar el camión a finales
de la tarde, Eddie había desgarrado las cajas que habían apilado en el granero.
Después de ver la casa de Nathaniel Olmstead en la colina y aprender acerca de
la supuesta maldición por el conductor de la grúa, todo lo que Eddie había querido
hacer era encontrar su colección de libros.
Por supuesto que los había leído antes, pero, por una razón que no acababa de
nombrar, Eddie había necesitado tenerlos en ese momento. Deseó haber sido más
organizado cuando había empacado en Heaverhill. Se había olvidado de catalogar
las cajas de su dormitorio. Los de la mudanza las habían colocado en el granero con las
antigüedades de su padre.

Eddie le mostró a su madre el primer libro que había encontrado, el que había estado
leyendo cuando lo había interrumpido.

El Rumor del Convento Encantado.

Ella frunció los labios.

―¿Has comenzado con tu habitación por lo menos? Se está haciendo tarde.

Eddie negó con la cabeza. No podía concentrarse en desempacar todavía. Este libro lo
había capturado de nuevo.

Mamá se había cambiado a una camiseta y pantalones deportivos para


trabajo de desempaque de la cajas más cómodo. Había sido un largo día.
hacer el
20
Apoyada en el marco de la puerta de madera, se veía agotada.

―Las clases comienzan pasado mañana, ¿sabes? No vas a tener mucho tiempo para
organizarte antes de que la tarea esté dentro. ―De repente, miró más de cerca el
libro en sus manos―. Hey, ¿eso no es de…?

―Nathaniel Olmstead ―dijo Eddie―. Ronald estaba apunto de huir del monstruo
del lago de los perros.

―¿El monstruo del lago de los perros? ―dijo mamá―. Suena de miedo.

―Una vez que lo hace volver a la mansión, lo alimenta con sobras de huesos de
pollo y se escapa, por lo que todo sale bien ―dijo Eddie.

―Nunca me di cuenta de que los huesos sobrantes de pollo funcionaban tan bien
deshaciéndose del monstruo del lago de los perros.
―Se distrae fácilmente ―dijo Eddie, encogiéndose de hombros―. Si lees el libro, lo
sabrás.

―Tal vez debería leer esos libros ―dijo mamá―. Quiero decir, si este pueblo está
maldito, probablemente necesito prepararme. ―Rodó los ojos―. ¿Puedes creer a este
chico del depósito? ―dijo―. Estaba nerviosa de dejar a tu padre a solas con él.
Espeluznante.

Eddie se echó a reír.

―Pensé que era algo cool.

―¿Cool? ―dijo mamá―. Si los asesinos en serie son cool, entonces claro, ese chico era
muy cool. Vamos, vamos adentro. Puedes ayudarme a encontrar las ollas y sartenes.

―Pero yo quería encontrar mis libros. Están todos mezclados aquí.

Mamá suspiró, mirando a su alrededor en el lío. Ella dio un patada a una caja

abierta con la punta de su bota.


―Aquí…¿qué pasa con este? ―Llegó al interior y sacó un libro encuadernado en cuero.
21
Se lo tiró a Eddie.

Se sorprendió en verdad cuando lo capturó.

Eddie nunca lo había visto antes. Era a comparación de sus libros de bolsillo muy
usado para lo que él había estado buscando.

La cubierta del libro era resistente. El cuero era estrecho, pero un poco gastado por
los bordes. De un lado, Eddie podía ver que el libro no era tan grueso, tal vez 150
páginas ligeramente amarillentas. Las letras de oro directamente sobre el sello de
cuero marrón leían El Enigmático Manuscrito.

A pesar de su tamaño, el libro era pesado. Cuando Eddie levantó la cubierta, crujió,
saliendo de él como si incluso el pegamento fuera viejo.

En el interior, Eddie encontró palabras garabateadas en tinta negra en el centro de


la primera página. Al leerlas, se quedó sin aliento. Una historia de Nathaniel Olmstead.
Bajo el nombre del autor había un símbolo extraño.

π
Eddie no sabía lo que se suponía significaba eso.

―¿El Enigmático Manuscrito? ¿Qué es esto? ―dijo.

―¿No es uno de tus libros? ―dijo mamá.

Sacudiendo la cabeza, Eddie lo mantuvo abierto y se lo mostró.

La realización se hizo clara en el rostro de ella.

―Oh ―dijo―, ahora lo recuerdo… cogí el libro cuando tu padre y yo bajamos a la


Feria de Antigüedades Cubierta Negra hace unos meses. Creí que era interesante,
como un artefacto pasado de moda. No sabíamos lo que era, pero tu padre pensó
que podía valer algo la pena . ¿No es extraño como el nombre de Nathaniel
22
Olmstead sigue apareciendo el día de hoy?

―Extraño es un eufemismo ―pensó Eddie. De pronto sintió como si todo el día


podría haber sido escrito por el mismo autor desaparecido. Un pedazo del hombre
parecía estar en todas partes donde Eddie miraba.

Sin embargo, el nombre del autor en la primera página no era nada comparado
con lo que estaba en la página siguiente.

Eddie casi dejó caer el libro al piso cuando leyó.

VSP IYU POY PLY LDG UDM HUV HFP

WYF SYZ GYP FMG YHS PIY ZDU YFS

GDM RSF SYO DDG RPF YHK YYO VHD

LFS YIY GRY DTZ PFP HFG DAS YPL OVG


YPN VCY LDK FSP FVF VHU ETP MNF

Desconcertado, Eddie hojeó todas las páginas. Encontró el resto del mismo de la
misma manera: lleno de tres letras, palabras sin sentido. Le mostró el libro a su madre.

―¿Qué significa? ¿Es una especie de código o algo así?

―Sea lo que sea ―dijo mamá, en dirección hacia la casa―, tienes un día para
averiguarlo antes de que comiences la escuela.

―¿Crees que papá se moleste si me lo quedo?

―Vamos a preguntárselo en la cena. Si averiguas lo que significa, probablemente te lo


agradecerá. Sobre todo si perteneció a esta persona, Olmstead. Tal vez es algo que
realmente vale la pena.

―¡Guau! ―dijo Eddie―. ¡Esto es genial! ¡Gracias!

Después de la cena, la madre de Eddie subió a darle las buenas noches. Le dio un
beso en la mejilla mientras él estaba sentado en su escritorio. 23
―Voy a tratar de escribir un poco esta noche, antes de bloquearme totalmente a
pedazos ―dijo―. Sé que ha sido un día largo, pero trata de organizar tu habitación
antes de acostarte, ¿vale?

―Voy a tratar ―dijo Eddie mientras cerraba la puerta―. Buenas noches.

Al igual que el resto de la pintoresca cabaña, el nuevo dormitorio de Eddie en el


segundo piso era un desastre. Cajas vacías, pedazos de papel de periódico arrugado, y
montones de ropa cubrían el suelo, un desastre que había logrado hacer desde que
llegó desde el granero.

Gran parte de la habitación estaba debajo de la inclinación del techo, pero aún había
mucho espacio para ponerse de pie. Una ventana de dos aguas, con vistas hacia la
ciudad del sur con corte de techo inclinado. El sol se había puesto, y el cielo era añil.

Eddie tomó el libro que su madre había encontrado en el granero.

Olía horrible, como suciedad o moho. Extraño.


Abrió la primera página de nuevo. El extraño símbolo saltó hacia él. Eddie puso el
libro en su manta y se apresuró en su portada.

Extendió la mano y pasó el dedo índice por la espalda del libro, sintiendo la
impresión del titulo en vertical sobre la cubierta. ¿Una historia de Nathaniel
Olmstead?

¿Qué pasaba si el Enigmático Manuscrito era en realidad un libro escrito a mano por

Olmstead? ¿Una nueva novela que nadie había leído antes? Era posible. Después de
todo, sus padres habían encontrado el libro sólo a unas pocas ciudades de distancia.

¡El Nombre de Nathaniel Olmstead en la primera página en realidad podría ser su


firma! Pero si se tratara de una novela inédita, ¿por qué la había escrito en un
lenguaje de código? Cualquiera que fuera la razón, Eddie estaba seguro de que
había algo en el interior del libro que el autor no había querido que nadie se enterara.

Eddie se quedó mirando el techo, el hombro latiendo débilmente en donde el


cinturón de seguridad lo había prendido. Había sido un día extraño. Dejando atrás su
antigua casa y conducir de Heaverhill habría sido bastante inusual, pero entonces
24
su padre tenía que ir y golpear una criatura en el camino.

La herida en su boca pendía abierta cuando Eddie cerró los ojos por un momento. Se
estremeció y se sentó, apoyando sus almohadas en contra de su cabecera.

Después del accidente, el ver la casa del autor y aprender acerca de la maldición
de Olmstead suponía que sólo se añadía peculiaridad al día. Eddie sabía que cada
pueblo tenía leyendas, pero incluso antes de haber tenido la oportunidad de mirar
a los alrededores de Gatesweed, parecía como si, en cierto modo, el espíritu de
Nathaniel Olmstead había llegado a perseguirlo. Lo curioso era, que a Eddie no le
importaba. Averiguar el libro sería como explorar un mundo de Nathaniel Olmstead,
casi como si fuera un personaje dentro de uno de sus cuentos. Además, Sam el había
dicho que Olmstead escribió acerca de lugares en Gatesweed. ¡Viviendo aquí, Eddie
podía explorar su mundo desde el exterior también!
Al igual que los personajes de los libros que Nathaniel Olmstead, Eddie tenia varias
preguntas: ¿qué era exactamente la maldición Olmstead? ¿Por qué las personas salían
de Gatesweed pero no entraban?

¿Qué era exactamente lo que le había pasado a Jeremy, el amigo de la infancia de


Sam?

Esta última pregunta dejó a Eddie sintiéndose mareado en vez de excitado, la manera
en la que se sentía por los demás. Extrañamente, esta tercera pregunta era la que
más temía responder.

¿Dónde debería empezar?

Eddie miró el libro en su regazo.

En El Rumor del Convento Encantado, Ronald encontró la clave para descifrar el

secreto. El mensaje permitió a Ronald encontrar el lago en el bosque. Eddie sabía que

25
a Nathaniel Olmstead le gustaba incluir los códigos en sus libros. ¿Podría la escritura
en El Enigmático Manuscrito ser uno de esos códigos? Si la biblioteca de la ciudad

tenía libros sobre códigos secretos, tal vez Eddie no tendría que encontrar una clave,
como la que Ronald había descubierto. Tal vez Eddie podía resolver el código él
mismo.

―No debería ser demasiado difícil. ―Pensó. Después de leer todos los libros de
Nathaniel Olmstead varias veces, se había convertido el alguien muy bueno en
averiguar cosas como esta. ¿Un día más, hasta la escuela?—. Un montón de tiempo.
—Pensó con una sonrisa.
Capitulo 4
Traducido por LuluAlle y Silverbane

Corregido por Rodoni

Al día siguiente después del desayuno, Eddie le suplicó a sus padres que le dejaran ir a
explorar el pueblo. Ellos aceptaron, pero sólo después de que hubiese ordenado su
armario y su escritorio. También le hicieron prometer que estaría en casa para almorzar.

En menos de una hora, salía por la puerta.

Hacía calor ahora que el sol había finalmente aparecido tras las nubes. Él ni siquiera

necesitaba su sudadera. Dentro de su mochila, llevaba los dos libros de Olmstead que no
estaban todavía empacados, así como El Enigmático Manuscrito.
26
Al lado de su bicicleta en el medio del camino de gravilla de su casa, Eddie tenía una
vista perfecta del pueblo. Las carreteras estaban situadas en círculos concéntricos, unidos
por calles y pequeños callejones, como un laberinto.

Un largo y estrecho parque dividía el pueblo por la mitad. En el extremo oeste del
parque, en la base de las colinas que la rodeaban, se asentaba una vieja iglesia de
madera, y al este, a lo largo del Río Black Ribbon, se amontonaban un montón de
molinos.

Eddie desearía haber sido capaz de encontrar el resto de sus libros la noche anterior.
Pensaba que quizás podrían actuar como un mapa para su viaje. Aunque posiblemente
fuera capaz de anotar algunos lugares a los que debería echarles un ojo, como los que
Sam había mencionado el día anterior, Eddie se figuraba que debían de haber cientos
de lugares secretos en Gatesweed que jamás se le ocurrirían buscar. Eddie sabía que
tenía todo el tiempo del mundo para explorar Gatesweed. Ahora, sin embargo, tenía un
misterio que resolver.

La biblioteca debía de estar allí abajo en algún sitio.

Heights Road descendía hasta el centro de la ciudad. La bicicleta de Eddie iba


levantando nubes de polvo. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, había
dejado atrás un montón de casas vacías, unos cuantos escaparates y un ayuntamiento
de ladrillo con forma de fortaleza. Frenó enfrente del parque, donde la larga hierba
crujía en la cálida brisa.

Estaba en la calle central. Como indicaba su nombre, rodeaba el centro del parque y
volvía al lugar donde Eddie estaba.

Eddie miró detrás de él donde un viejo cine permanecía silencioso, su puerta principal
bloqueada descuidadamente por una floja verja con forma de cadena. Cuando Eddie
vio la marca sobre la entrada del edificio, su piel se quedó fría. Esperaba ver el título de

27
una vieja película en un cartel amarillento, pero en su lugar, letras negras y rotas
deletreaban extrañas palabras que le recordaban a Eddie a los del código del
Manuscrito Enigmático.

ER ADO HA T NU VO A ISO

Mientras observaba el cartel, Eddie se dio cuenta de que estaba equivocado.


Las palabras no eran parte de ningún código―algunas de sus letras se habían perdido.
Sintiéndose como un participante de un extraño concurso de televisión, Eddie
lentamente rellenó los huecos

CERRADO HASTA NUEVO AVISO

La señal se había ido cayendo a lo largo del tiempo. De repente Eddie se sintió
completamente solo. La ciudad parecía estar desierta.

A lo largo del parque se situaba un ancho edificio de ladrillo cubierto de enredaderas,


unas escalinatas de piedra llevaban a un arco, sobre el cual estaba grabado:
“BIBLIOTECA PÚBLICA DE GATESWEED”. Cerca del tejado, alrededor de la parte más
alta de la cornisa, más letras decoraban el edificio. “UN LUGAR DONDE LAS HISTORIAS
SON CONTADAS”. Eddie sonrió.

Eddie nunca había tenido toneladas de amigos. En Heaverhill, los chicos no entendieron
cosas como estudiar los signos astrológicos, o leer acerca de viejas estatuas babilonias, o
buscar sobre antiguos dioses aztecas en la biblioteca. La gente en Heaverhill tendía a
ignorar la manera en que las cosas podrían ser o podrían haber sido. Su madre siempre
estaba tratando de hacer que hablase con otras personas. Una vez lo inscribió en béisbol,
fútbol y kárate. Pero Eddie sólo aprendió que no era muy bueno en golpear o patear.
Además, nunca había mucha conversación.

Pero Eddie había encontrado amigos en los libros.

Las historias de Nathaniel Olmstead eran tan vívidas y extrañas, era como si hubiesen
sido arrancadas directamente del propio cerebro de Eddie. Quizás aquí, pensó, la gente
entendería lo que sentía.
Encadenó su bici en el pedestal y subió las escaleras. Cuando tiró fuertemente de la
pesada puerta de cristal, el aroma a libros viejos salió. Eddie tomó aliento y entró. 28
En el centro de la sala principal, dos balconadas iban de pared a pared, cercados por
intrincados enrejados de hierro forjado. Altas estanterías se alineaban verticalmente
como dientes, situándose por toda la longitud de cada piso. Los libros eran algo de
ver ―sus lomos eran una desordenada mezcla de distintos tamaños y colores. Algunos
eran nuevos, pero la mayoría estaban polvorientos, manoseados y usados. Escaleras de
caracol unían los distintos pisos. Aunque la mayor parte de la habitación estaba a
oscuras, un tragaluz permitía al sol iluminar el nivel principal donde Eddie estaba. Se
quedó asombrado de la belleza del lugar y no se dio cuenta de que su boca estaba
abierta hasta que oyó a una voz preguntar:

―¿Puedo ayudarte? ―La bibliotecaria estaba sentada tras una enorme mesa de
madera. Encima de la mesa había una placa que decía: MRS. SINGH BIBLIOTECARIA
ASOCIADA. Su cabello era negro y ondulado, y su feliz cara redondeada. Ella sonreía a
Eddie, así que él le devolvió la sonrisa.

Algunas veces, a la gente amante de los libros era más fácil hablarles.
―Hola ―dijo―. Estoy buscando un libro sobre resolver rompecabezas.

―¿Crucigramas? ―preguntó ella.

―No, rompecabezas escritos en código.

―¿Qué tipo de código? ―Eddie pensó sobre eso.

―Cómo… este ―dijo, cogiendo el libro que su madre había encontrado la noche anterior
de su bolsa y sacándolo.

El abrió su libro por el medio y se lo entregó a la bibliotecaria.

La bibliotecaria hojeó las páginas. Cuando llegó a la primera página, se le quedó


mirando, entrecerrando los ojos como si pareciera afectarle

―¿Dónde encontraste esto? ―dijo Mrs. Singh despacio.

―Mi madre me lo dio ―dijo Eddie, de repente inseguro de si mismo―. ¿Sabe lo que

significa? ―La cara de la bibliotecaria se puso roja.


29
―Por supuesto que NO sé lo que significa ―dijo, muy forzadamente ―¿Por qué
debería saber lo que significa?
―Yo sólo pensé. ―dijo él. Se aclaró la garganta, tratando de recomponerse. Quizás no
era tan fácil hablar con la gente amante de los libros, después de todo―. ¿Podría
recomendarme un libro que pudiera ayudarme?

―De hecho, no ―dijo ella de repente―. Estoy bastante ocupada, y la biblioteca cierra a
mediodía hoy.

Ella le dio la espalda y comenzó a escribir algo en el ordenador de la mesa tras ella.
La cara de Eddie ardía. Su actitud hacia él había cambiado cuando había visto la
primera página. Se preguntó si el símbolo escrito allí la había enojado, ¿O fue el nombre
de Nathaniel Olmstead el que había hecho saltar su irritación? Eddie decidió no
preguntar. En lugar de eso, se encaminó silenciosamente a un grupo de ordenadores
cerca de la parte de atrás de la escalera de caracol.
Parando en el catalogo online de la biblioteca, a Eddie se le ocurrió de repente una idea.
Como sus libros de Nathaniel Olmstead estaban empacados, podría merecer la pena
coger unos pocos de aquí –sólo para familiarizarse (o refamiliarizarse) con algunos de los
lugares del pueblo.

Cuando escribió el nombre del autor, un mensaje apareció: NO SE ENCONTRARON


RESULTADOS PARA “NATHANIEL OLMSTEAD”. Confundido, Eddie revisó por si había
cometido algún error en el nombre y lo volvió a introducir.

Ella lo estaba mirando.

Cuando ella vio que él la miraba, hizo un movimiento nervioso y se giró a su ordenador.
Eddie se estremeció. La bibliotecaria no debía de ser una fan de Nathaniel Olmstead.
Eddie entendía que algunas personas no pensaran que los libros de Olmstead eran muy
buenos, que no los considerarán literatura. Aun así, parecía extraño que la biblioteca de
su pueblo no tuviera sus propios libros, incluso si se suponía que existía una –Maldición de
Olmstead... las palabras del conductor de la grúa hicieron eco en la cabeza de Eddie.

Cerró los ojos y tomó un profundo aliento. 30


―No seas tonto ―se dijo a si mismo―. Es solo una historia, ¿verdad? ―Después de
buscar en el catálogo libros acerca de códigos, Eddie trepó las escaleras al segundo piso y
avanzó en una fila de estanterías ocultas en las sombras. Incluso en la tenue luz, fue
capaz de encontrar La historia de la criptografía―. Por lo menos esto me servirá para

comenzar. ―Eddie se encaminó de vuelta abajo y de mala gana se acercó al escritorio


de enfrente, donde Mrs. Singh fingió ignorarlo.

Tras unos pocos segundos, le dijo:

―Me gustaría sacar este libro, por favor. ―Finalmente, se volvió con un “uff” y un
“aihms”.

―¿Tu tarjeta de la biblioteca? ―dijo ella, alargando su mano hacía él. Movió sus dedos
impacientemente.

―Yo… no tengo ninguna.


―Mmm-hmm ―dijo Mrs. Singh. Eddie casi esperaba que le dijera que no se hacían
nuevas tarjetas, pero alcanzó bajo la mesa, sacó un trozo de papel y un lápiz y se los
entregó.
Sin mirarle, ella dijo:

―Rellena esto. ―Eddie escribió su nueva dirección y número de teléfono y le devolvió el


papel a Mrs. Singh.
―¿Eres nuevo en el pueblo? ―preguntó curiosa. Eddie asintió brevemente. Mientras se
giraba, ella comenzó a morderse el labio.

Mientras esperaba a que ella procesara su nueva tarjeta, hojeó el pesado libro. Estaba
repleto con todo tipo de confuso lenguaje ―Casi tan extraño como El Enigmático

Manuscrito. Extrañas palabras como clave, algoritmos, scytale,1 skipjack2, y criptoanálisis

saltaban de las páginas. Había tanto material colocado entre las cubiertas que no
estaba seguro de si sería capaz de entenderlo todo.

―Aquí tienes ―dijo Mrs. Singh. Ella le entregó una pequeña tarjeta de papel de color
melocotón en la que estaba escrito: BIBLIOTECA PÚBLICA DE GATESWEED, UN LUGAR
31
DONDE LAS HISTORIAS SON CONTADAS.

―Gracias ―dijo él, tan educadamente como fue capaz. Eddie metió el libro en su
mochila, se la echó a los hombros, y caminó a abrir la puerta de la biblioteca.

Una vez fuera, Eddie no pudo negar que hacía un día maravilloso.

Nubes algodonosas flotaban sobre las colinas y una cálida brisa llegaba por la esquina de
la biblioteca. Cuando Eddie desenganchó su bicicleta, decidió dirigirse al parque y hojear
su nuevo libro allí. Cruzó la calle central y se encaminó por el sendero a través del
parque del pueblo.

Como el resto del pueblo, el parque estaba extrañamente desierto.

1 Scytale: cilindro usado por los griegos para hacer intercambios de letras para crear códigos.
2
Skipjack: algoritmo de encriptación diseñado por la NSA (EE. UU.)
Había muchos bancos plantados aleatoriamente en la hierba.

Eddie saltó de su bicicleta y estaba a punto de encontrar un lugar para sentarse cuando
oyó un extraño silbido a través del césped.

El sonido venía de la dirección de un busto de bronce colocado en lo alto de un pedestal


rectangular de mármol.

La placa de piedra gris estaba en el centro de un viejo círculo de granito. Dientes de león
rellenaban los amplios espacios donde la pizarra se había roto a lo largo del tiempo. Una
placa estaba enganchada en el frente del pedestal, pero desde donde estaba, Eddie no
podía leer lo que decía. Dejó su bicicleta en el camino y pisoteó la alta hierba.

Cuando se acercó, Eddie pudo ver la cara del busto que había sido destruido, como si
hubiese sido por un gran instrumento pesado.

La nariz había sido achatada. Donde sus ojos deberían haber estado, había dos agujeros
negros. Sus labios habían sido desfigurados en un permanente agujero abierto. Mientras
se acercaba, el sonido silbante se hizo más fuerte. 32
Whist-whist-whist-whist-whist-whist.

Casi parecía como si la cabeza estuviera intentando hablar a través de su distorsionada


boca. Las manos de Eddie se insensibilizaron.

Él sujetó las asas de su mochila contra sus hombros. El irritante aroma de lejía llenaba el
aire.

―Que extraño. ―Pensó. Entonces, desde el límite del círculo de piedra, se dio cuenta de
que finalmente podía leer la placa:

DEXTER AUGUST, 1717-1779.

Sam había mencionado este lugar. ¡Eddie había encontrado una de las inspiraciones de
Olmstead! Nathaniel Olmstead había escrito acerca del busto de Dexter August en El

fantasma en la mansión del Poeta. No se parecía a como Eddie se lo había imaginado


cuando leyó el libro; en el libro de Nathaniel Olmstead, la cara de Mr. August no había
sido vandalizada.

El sonido de algo cayendo al agua vino desde el otro lado de la estatua, sobresaltando a
Eddie. Trastabilló fuera del límite del círculo de granito.

Un segundo más tarde, se dio cuenta de que una cara le echaba una mirada al otro
lado de la base de mármol. Antes de que pudiese verlo claramente, la cara desapareció
y el sonido silbante comenzó otra vez.

―¿Hola? ―dijo, intentando evitar que su voz temblara.

Manteniendo la distancia del busto, Eddie caminó hacia el otro lado.

Un hombre huesudo vestido con un arrugado uniforme azul estaba arrodillado en el


centro del círculo de granito, Estaba rascando el pedestal de mármol con un pesado
cepillo.

Whist-whist-whist-whist-whist- whist.
Tras de él estaba apoyado un rechoncho cubo rojo de metal. Después de un momento, 33
Eddie se dio cuenta de que el hombre era el mismo jefe de policía que había
abandonado a su familia en la carretera Black Ribbon ayer.

Eddie podía oír al hombre balbuceando cuando se dio cuenta de a que estaba rascando
el policía. Alguien había echado pintura negra dibujando la primitiva forma de una
cara en la parte de atrás del pedestal. Dos negros garabatos de ojos corrían por la piedra
donde la pintura había sido más echada.
Bajó los ojos, una brusca, casi recta línea sonreía forzadamente. En el suelo, tras donde el
oficial se arrodillaba, Eddie vio más graffiti, enormes palabras pintadas directamente en
el granito roto.

LA MUJER ESTA OBSERVANDO.

Eddie se subió su mochila más alta hacia su hombro. ¿La mujer esta mirando? ¿Qué
mujer? ¿A quién está mirando? Echó un vistazo a la biblioteca, donde las puertas de
vidrio le miraban oscuramente. Se preguntó si Mrs. Singh estaba observándolo desde
detrás de su escritorio.
Finalmente, el hombre le miró, tapando el sol con su mano en alto. El gruñó:

―No se escapará esta vez. ―¿Esta vez? ¿Alguien lo había hecho antes? Se preguntó
Eddie.

―Lo siento ―dijo Eddie, sintiendo por alguna razón como si el oficial le hubiese culpado
a él.

―Oh, eres tú ―dijo el hombre, reconociéndolo de golpe.

Eddie esperó que terminase con “Llegaste a casa bien” o “siento no haber sido de mas
ayuda ayer” o por lo menos “¡Vives!”. Pero el hombre simplemente se le quedó mirando
expectante, como si anticipase que a Eddie iba le iban a surgir alas y salir volando.

El silencio del hombre hizo que se sintiera incómodo.

―Y-yo, eh... le dejaré que vuelva al trabajo ―dijo Eddie, caminando hacia su bici por la
hierba. El policía continuo mirándole a él mientras se alejaba.

Finalmente, el sonido silbante comenzó otra vez mientras el hombre comenzó de nuevo 34
a frotar la pintura negra.

Whist-whist-whist.

Eddie comenzó a correr. Cuando alcanzó el camino donde estaba su bici, se dio cuenta
que había algo pintado en la ventana de una tienda al otro lado del parque.

LIBROS.

Esta vez, la pintura no era graffiti.

Aunque estaba en una especie de trance, no pudo resistirlo. Su madre había mencionado
una librería en Gatesweed, debía de ser esa. Una librería era siempre más acogedora
que una biblioteca –más confortante- un lugar familiar en un pueblo desconocido. Cogió
su bici del camino. Manteniéndose alejado del extraño policía, llevó su bici a través de la
hierba y cruzó la calle.

La librería estaba en la parte inferior de una casa de dos pisos de madera blanca, la
última de una fila de edificios que se curvaban a lo largo del parque. Un toldo verde-y-
blanco a rayas se extendía hacia Eddie, sombreando el porche de la casa de la luz solar.
Echando un vistazo sobre su hombro hacia el parque, Eddie notó que el policía miraba
pero decidió ignorarlo.

Se deslizó por las escaleras y presionó su nariz en la ventana de la tienda, bloqueando


con su mano el resplandor. Tenues luces colgaban del techo, y altas estanterías se
extendían así como había altas escaleras apoyadas contra ellas en varios lugares. La
tienda parecía vacía.

—No está abierto —dijo una voz detrás de él.

Eddie se dio la vuelta para ver a un niño de pelo rubio que había gastado demasiado
del verano expuesto al sol. La piel de la nariz del chico se estaba pelando. Eddie pensó
que él olía como repelente de insectos. Se quedó con la boca abierta, casi sin poder
respirar. ¿Por qué era que él podía acercarse a un adulto bibliotecario sin problemas,
pero cuando se enfrenta a la posibilidad de conversar con alguien de su propia edad, el
cerebro de Eddie se cerraba herméticamente?

—¿Qué quieres? —dijo el muchacho. 35


—Nuh —dijo Eddie, volviéndose completamente rojo. Pretendía decir nada, pero sólo fue
capaz de escupir la primera parte de la palabra.

El chico examinó a Eddie curiosamente antes de aproximarse y abrir la puerta. Frío aire
salió.

Eddie iba a preguntar qué hora debería volver cuando el chico pasó junto el, cerró la
puerta y echó llave.

Avergonzado, Eddie casi se volvió para irse cuando un escaparate capto su atención. Se
acercó al vidrio para asegurarse de que sus ojos no le estaban engañando.

Descansando sobre la mesa cerca del borde de la ventana estaba una pequeña muestra
de libros de Nathaniel Olmstead. Un letrero pintado a mano se apoyaba sobre la mesa
GATESWEED ES NUESTRO. Los libros estaban apilados precisamente en varias pilas. El

fantasma en la mansión del poeta. La venganza de los Nightmarys.


El gato, la pluma y la vela. La ira de los Wendigo. Estaban todos allí; sin embargo, estos no

eran los libros que habían llamado la atención de Eddie.

En el extremo más alejado de la mesa había un pequeño montón de libros


encuadernados en cuero que tenían un título diferente.

El enigmático manuscrito.

Eddie dejó caer su mochila en el porche. Agachándose, abrió el bolsillo delantero de la


bolsa y sacó el libro que su madre había encontrado la noche anterior. Sosteniéndolo,
Eddie lo comparó con los libros que descansaban en la mesa. Parecían ser exactamente
el mismo. ¿Sería también el interior de los libros el mismo? Eddie sintió su corazón
bombeando. Podía ver al rubio niño moviéndose cerca de la parte trasera de la tienda.
Eddie tomó una respiración profunda, dándose cuenta de lo que debía hacer. Los
personajes de los libros de Nathaniel Olmstead nunca resolvían ninguno de sus misterios
sin tomar uno o dos riesgos.

Antes de que se le ocurriera detenerse, Eddie golpeó en la ventana. Cuando el niño rubio 36
se asomó por la esquina de una estantería, Eddie saludó y se obligó a sonreír.

—¡Ya cerramos! —gritó el muchacho antes de agacharse lejos. Sus palabras golpearon a
Eddie en el pecho como una pelota de béisbol rápido y duro. Esto no iba a ser fácil.
Quizás debería irse. Pero no, dijo él. Ronald Plimpton no habría renunciado tan
fácilmente.

Levantó su mano otra vez y continúo golpeando. Y no paró hasta que el rubio chico
llegó hasta la parte delantera de la tienda. Enojado, el muchacho gritó a través de la
puerta:

—¿Que está mal contigo?

—Yo-Yo quería preguntarte algo —tartamudeó Eddie.

—¿Sí...? —dijo el muchacho, mirándolo como si estuviera a punto de marcharse. Su voz


sonaba apagada a través del vidrio.
—Quería saber acerca de ese libro que esta sobre la mesa en la ventana. El enigmático

manuscrito.

—¿Qué pasa?

—¿Me preguntaba si sabias cuando lo escribió Nathaniel Olmstead? —El chico hizo una
cara como si Eddie estuviera loco.

—¿Lo escribió?

—Sí —dijo Eddie—. ¿En qué año salió el libro?

—Nathaniel Olmstead no escribió un libro llamado El Enigmático Manuscrito. Nadie

escribió El Enigmático Manuscrito.

Eddie sacudió su cabeza, confundido. El chico rubio rodó sus ojos, agarró uno de los libros
de la pila de El Enigmático Manuscrito y abrió una página en el medio. Sosteniendo el

libro en la ventana para que Eddie viera. 37


—En blanco —dijo el muchacho.

Eddie todavía no entendía.

—¡El Enigmático Manuscrito es el nombre de la tienda de mi madre! —dijo el muchacho.

—¿El nombre de la tienda de tu madre? —dijo Eddie. Miró sobre su hombro. De la tienda
estaba suspendido el letrero de un cartel pegado del poste superior de las escaleras, pero
colgaba perpendicular a la calle, por lo que en realidad sólo era visible desde ambos
lados de las escaleras.

—Nosotros vendemos de recuerdo cuadernos en blanco —continuó el muchacho—. Si


quieres comprar uno... —El chico se dio la vuelta y echó a andar hacia las estanterías. Por
encima del hombro, le llamó—. Entonces, vuelve en otro momento.

—¡Espera! —exclamó Eddie, golpeando la ventana. Cuando el muchacho se dio vuelta,


Eddie rápidamente presionó la tapa de su propia copia del libro en la ventana—. No
quiero comprar uno —gritó a través del cristal—. Ya tengo uno. Y creo que podría haber
pertenecido a Nathaniel Olmstead.

El muchacho se detuvo unos instantes antes de regresar nuevamente al frente de la


tienda. Desbloqueó la puerta y la abrió situándose en el portal.

—¿Por qué crees eso? —preguntó.

De repente, Eddie se sintió tonto.

—Porque el mío no está en blanco.

Torpemente le extendió el libro.

El muchacho lo tomó de Eddie y cepilló la tapa con los dedos. Obviamente, era más
antiguo que los de la tienda. Le dio la vuelta y examinó el lomo. Cuando abrió la tapa y
vio la primera página, sus ojos se ampliaron. Un momento más tarde, él lo miró con
escepticismo.

—¿Donde conseguiste esto? —Su reacción le recordó a Eddie la del bibliotecario. 38


—Mis padres compraron esto en una de las antigüedades justo al norte de aquí —dijo
Eddie—. Pero mira. —Extendió la mano para pasar la página.

—¡Whoa! —dijo al muchacho, examinando las extrañas palabras—. ¿Qué es esto?

—Eso es lo que estoy tratando de averiguar —dijo Eddie—. En sus libros, Nathaniel
Olmstead siempre utiliza códigos y esas cosas. Parece que se le fue un poco la mano con
este.

—Correcto, lo sé. Tengo todos sus libros arriba en mi habitación.

—¿En serio? —Eddie estaba sorprendido. Había comenzado a pensar que en Gatesweed
nadie apreciaba a Nathaniel Olmstead como él—. ¿Tal vez me puedes decir cómo
terminó Nathaniel Olmstead como un libro de recuerdos de la tienda de tu mamá?

—Duh... Nathaniel Olmstead vivió en Gatesweed. Mi mamá le conocía. —Eddie estaba


sin palabras. Olvidando el misterio por un momento, se preguntó si Nathaniel Olmstead
podría haber estado de pie en este mismo lugar.
—Hace mucho tiempo, mi mamá me dijo que Nathaniel Olmstead fue quien le sugirió
que abriera la tienda. Incluso se le ocurrió el nombre.

—Eso es genial. ¿Lo conociste?

—De ninguna manera —dijo el muchacho—. Yo tenía, como, cero años cuando
desapareció. Hace trece años, el día de Halloween, supuestamente iba a dar una lectura
en la tienda de mi mamá, pero nunca se presentó. Ella trató de llamarlo por las
próximas semanas... pero nunca escucho de él otra vez. Nadie lo ha hecho.

—Huh —dijo Eddie—. Eso es tan raro. —Entonces tuvo una idea —Hey, ¿qué sabes acerca
de la maldición de Olmstead?

El chico le dio una mirada afilada. Presionó sus labios juntos, luego miró por encima del
hombro de Eddie hacia el parque. Cuando Eddie se volteó, vio al policía cerca del busto
de bronce mirándolos.

—Yo-Me tengo que ir —dijo el chico de repente.

—Pero... 39
—Lo siento. No debo... —El muchacho empujó el libro en las manos de Eddie. Dio la
vuelta y cerró la puerta a la librería, dejando a Eddie solo en el porche.

En la calle, el policía arrojó su pincel a la cubeta salpicando.

Eddie decidió montar su bicicleta de vuelta a casa. Después de escuchar a Sam ayer
mencionar la posibilidad de una maldición de Olmstead, había esperado poder
encontrar algunas cosas raras en Gatesweed. Después de todo, las historias de Olmstead
eran bastante raras, así que tenía sentido que el lugar donde las había escribió podría ser
extraño también. Pero después de su experiencia de esta mañana, pensó que podría
tener un descanso de lo raro por unas pocas horas.

Además, el libro de criptología era demasiado pesado para simplemente llevarlo


mientras buscaba más de los sitios de los libros de Olmstead.

****
Cuando abrió la puerta de su dormitorio, Eddie encontró a su madre sentada en su
cama, mirando hacia la ventana de espaldas a él.

—¿Mamá? —dijo Eddie. Ella gritó, saltando fuera de su cama y dándose la vuelta.
Cuando vio que era Eddie, el alivio inundó su rostro.

—¡Edgar, me asustaste tanto que casi volé por la ventana!

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Eddie, curioso. Entonces se dio cuenta de lo que ella
sostenía en la mano, su copia de La ira del Wendigo.

Alzando el libro le dijo:

—Culpable de los cargos. Le estaba echando un vistazo a tu libro. Lo siento si me


entrometí aquí, pero cuando desempaqué esta mañana, encontré una caja que te
pertenece. —La pequeña caja de cartón estaba sobre un extremo de su cama.

—Ya que buscabas estos libros anoche, los he traído.

—Gracias —dijo Eddie. 40


—¿Puedes prestarme este? —dijo ella ruborizándose—. Sé que las cosas sobre fantasía
espeluznante, no suele ser lo mío… —dudó—. Es algo tonto, pero... —Abrió la
contraportada y le mostró a Eddie la imagen de Nathaniel Olmstead—. Tengo la
sensación de que debo buscarlo. Pensé que quizás desde que ahora vivimos en su
antiguo pueblo, él podría ayudarme. —Hizo una pausa y luego dijo —Ha sido tan difícil
últimamente, ni siquiera estoy segura de querer ya ser una escritora.

—Por supuesto debes ser una escritora —dijo Eddie—. Tú amas escribir.

—¡Pero estoy empezando a pensar que no soy muy buena! —dijo mamá—. Leí ese épico
poema que escribí la semana pasada. ¡Era ridículo! —Alzó los brazos ampliamente y dijo
en una profunda y dramática voz— ¿Cómo estaba de angustiada Constanza Meade?
¡Tenía un ojo de cristal y no podía leer! ¿Qué estaba pensando? Ni siquiera sé de que más
quiero escribir. Olvida esas cosas que riman… tengo que encontrar una gran historia que
contar. —Eddie cruzó la habitación hacia su cama, se sentó en el colchón, y se quitó las
zapatillas.
—Nueva ciudad, nueva historia. ¿No es lo que dice papá?

—Él dijo eso, ¿verdad? Lo gracioso es que... creo que realmente podría tener una idea
para una nueva historia —dijo mamá.

—Gracias por dejarme tomar prestado esto. —Ella agitó el libro—.Esperemos que este
Nathaniel Olmstead sepa lo que está haciendo.

—Él sabe —dijo Eddie—. Estoy seguro de ello.

Mamá volvió abajo. Después de desembalar algunas cajas más, Eddie pasó algún
tiempo encorvado en su escritorio sobre el misterioso libro, analizándolo en busca de una
pista. Después de mirar fijamente la página, todas las letras comenzaron a mezclarse, y
no podía concentrarse.

Para despejar la cabeza, Eddie sacó el libro de la biblioteca fuera de su bolsa. Lo revisó
lentamente, tratando de entender la confusa escritura académica, pero en última
instancia, el libro no fue de mucha ayuda. Por un momento, no parecía haber nada en
el que se asemejara al código en El Enigmático Manuscrito. 41
Finalmente, en un capítulo llamado "La ciencia del mensaje secreto", se cruzó con un
símbolo similar a uno escrito en la primera página del libro. El símbolo era llamado pi.
Memorias de la clase de matemáticas de la Sra. Benson volvieron a Eddie. Ya sabía que
pi era una letra griega que se presentaba en 3.14; aún así, intentó leer más sobre ello. La
Carta representa una constante relación entre la circunferencia y el diámetro de un
círculo. Pero él no vio que tenía que ver con algo.

Justo antes de la cena, el padre de Eddie finalmente logró configurar la conexión a


Internet. Pensando en lo que el conductor del camión de remolque había dicho, Eddie
buscó un vínculo entre los nombres de "Jeremy" y "Gatesweed." Cerca de la parte superior
de la página, encontró lo que buscaba: Un título de un artículo archivado de un diario
llamado The Black Herald Hood. El artículo describía una investigación, que se produjo

hace casi veinte años, sobre la desaparición de un niño de doce años de su dormitorio
una noche de octubre. Su nombre había sido Jeremy Quakerly.

—Este debe ser el niño del que Sam había estado hablando. —Pensó Eddie.
¡Qué horrible...! Pero, ¿qué tiene que ver esto con la supuesta maldición de Olmstead? El
artículo no mencionaba nada acerca de maldiciones.

A continuación, Eddie buscó las palabras "maldición de Olmstead." Recibió varios


resultados, pero un párrafo saltó claramente fuera de la pantalla. Era de un sitio Web
llamado El calendario de Casandra, publicado hace varios años.

Algunos ciudadanos de Gatesweed llaman a estos incidentes una lamentable consecuencia

de la bien llamada "maldición de Olmstead". La Superstición local dice que las historias del

autor han causado estragos en la propia ciudad. Por extraño que parezca, muchos culpan

al desaparecido autor en sí mismo por el reciente cierre de la fábrica de cinta negra. Los

Representantes del Sr. Olmstead pasan esos comentarios como sandeces sin fundamento.

Fuera de Gatesweed, tales sandeces continúan haciendo maravillas en las ventas del

autor…

—Raro. —Pensaba Eddie. Leyó más a través de varios resultados de búsqueda. De los
42
artículos que Eddie reunió, por alguna razón, la gente en Gatesweed creía que las
historias de Nathaniel Olmstead eran peligrosas.

Eddie no entendía.

¿Cómo podrían las palabras ser peligrosas?

Más importante, Eddie todavía no está seguro si había una conexión entre la supuesta
maldición y el libro que su madre había encontrado en el granero. Sin duda, la pista más
grande del día había sido la librería.

Ahora, al menos Eddie sabía de donde provenía el libro. Se preguntó si el chico rubio que
olía como repelente de insectos estaría en la escuela mañana. Es posible que incluso
pudieran estar en las mismas clases.

Si pudiera ponerlo nervioso, Eddie tendría otra oportunidad para pedir su ayuda.
Mientras iba a la planta baja para la cena, decidió que eso es lo que haría.
Capitulo 5
Traducido por Maia8

Corregido por Musher

El primer día de escuela, Eddie se avergonzó. Durante las clases, la señora Phelps le hizo
presentarse. Como ya había aprendido, los niños nuevos eran raros en Gatesweed. Todo
el mundo parecía conocerse ya entre sí. Eddie estaba muy nervioso y hablaba en voz tan
baja que la señora Phelps le obligó a repetir todo lo que dijo. ¡Dos veces!

Su cara ardió cuando sus nuevos compañeros de clase pusieron los ojos en él.

En la cola de la cafetería, Eddie quería pedir a la señora del almuerzo un revuelto de


atún, pero tartamudeó cuando pidió y accidentalmente lo llamó revuelto de tuba. Todo
el mundo detrás de él se echó a reír; un muchacho hizo pedorretas.
43
Finalmente, después del almuerzo, se encontró con una chica, cargando su bolsa de libros
de su hombro. Había estado pensando en el código y no la vio venir pasando la esquina.

—¡Lo siento mucho! —dijo Eddie, ayudándola a recoger la bolsa. Casi esperaba que
empezara a quejarse, pero apenas lo miró.

—Está bien. Puedo hacerlo yo sola —dijo la muchacha. Llevaba una desteñida camiseta
negra, vaqueros negros gastados, y botas que parecía como si hubieran sido hervidas. Su
fibroso pelo colgaba a ambos lados de su rostro, escondido detrás de unas grandes orejas.
Su piel era pálida, pero sus ojos eran círculos oscuros. Parecía un personaje que
imaginaba que viviría en un libro de Nathaniel Olmstead. Se dio cuenta de que la
estaba mirando y sintió que su cara se ponía roja. Pero antes de que pudiera presentarse,
la chica parpadeó, arregló la mochila y se alejó rápidamente.

—Bien hecho —dijo alguien desde el otro lado del pasillo. Cuando Eddie se volvió, vio al
chico rubio de la librería parado cerca de él con los brazos cruzados sobre el pecho.
Llevaba un polo azul marino y pantalones vaqueros oscuros; ya no olía a repelente de
insectos. Eddie sintió que se le encogía el estómago. Ayer por la noche, había imaginado
que el niño estaría aquí en la escuela, pero después de ayer, pensó que tendría que
seguirle la pista para pedir su ayuda.

Ahora se sentía preparado.

—Es posible que desees permanecer lejos de ella —dijo el muchacho.

—¿Qui-quién es ella? —dijo Eddie mientras guardaba los libros de texto que le habían
dado esa mañana.

—La loca de Maggie Ringer. Vive cerca de la finca Olmstead. —Eddie se ruborizó.

—¿Por qué crees que ella es una loca?

—Mírala.

—¿Porque se viste de negro?

—Bueno... sí. Y no tiene ningún amigo. —Eddie sabía lo que se sentía.


—Eso no significa que sea una loca. 44
—Si tú lo dices —dijo el muchacho. Tiró de su cinturón con ansiedad. Después de un
momento, dijo:

—Soy Harris. Harris May. De la librería, ¿ayer?

—Uh, sí, me acuerdo de ti —dijo Eddie—. Soy Eddie.

—¿Por qué no me dijiste que vivías aquí? —dijo Harris—. En Gatesweed —agregó.

—Realmente no tenía tiempo —dijo Eddie—. Casi me despediste.

Harris se ruborizó.

—Sí. Lo siento. Nunca te había visto antes. Todo el mundo sabe de todos los demás en
esta ciudad, pero a veces gente extraña pasa por la ciudad... pensé que eras...

—¿Uno de ellos? —dijo Eddie—. Caramba, gracias.

Harris se echó a reír.


—No quise decir eso. Es sólo que... Wally te estaba mirando.

—¿Wally? —dijo Eddie.

—La policía de esta ciudad puede darse el lujo de interrumpir a la fuerza —dijo Harris—.
No le gustan los cazadores Olmstead.

—¿Cazadores Olmstead?

—Los fanáticos. Son los mejores clientes de mi mamá. Nadie más viene a Gatesweed.
Cuando se menciona la cosa de la maldición Olmstead... —suspiró—. Wally se había
detenido por la mañana, antes de que te presentaras. Pasó como una hora
interrogándome sobre el graffiti nuevo en el parque. Piensa que tuve algo que ver con
eso.

—¿Fuiste tú?

Harris sonrió.

—No —dijo simplemente—. Es realmente muy molesto. Cada pocos meses aparece algo.
Wally por lo general me culpa.
45
—La mujer te esta vigilando... ¿tiene el graffiti algo que ver con la maldición de
Olmstead...? —Dado que Harris acababa de mencionar la palabra, Eddie pensó que
estaba bien que lo dijese ahora también.

—Eso es un poco difícil de explicar... y la campana está a punto de sonar —dijo Harris,
mirando por el pasillo—. ¿A dónde vas?

Eddie se encogió de hombros.

—No estoy seguro. ¿A la clase de Inglés del Sr. Weir? —Harris asintió con la cabeza—. Por
aquí. Vamos. —Eddie cerró su casillero y giró la combinación. Su corazón se aceleró, en
parte porque pensaba que podría empezar a encontrar respuestas a las preguntas sobre
Olmstead, pero también porque Harris en realidad parecía bastante agradable. Él no
quería meter la pata diciendo algo estúpido como “revuelto de tuba” de nuevo.

Llevándolo por el pasillo, Harris continuó:


—¿Así que realmente no sabes nada acerca de las cosas escritas en ese libro que me
enseñaste?

—No —dijo Eddie—. Aparte del hecho de que se trata de algún tipo de código que no
puedo descifrar por mí mismo. Se lo mostré a la bibliotecaria de la ciudad ayer. Ella
comenzó a actuar muy extraño.

—¿Qué hizo? —dijo Harris, sorprendido.

—Dijo que no me podía ayudar —dijo Eddie.

—¿Se lo mostraste a alguien más?

—Sólo a mis padres. Ellos son los que me lo dieron —dijo Eddie—. ¿Sabes algo sobre el
código? —Harris negó con la cabeza.

—No sobre el código... —Hizo una pausa durante unos segundos, entonces rápidamente y
en silencio, dijo:

—Tienes que prometerme no decirle a nadie lo que te dije. Es muy importante, porque
podría entrar en un montón de problemas a algunas personas en la ciudad no les gusta
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que mi madre todavía venda libros de Olmstead. Prefieren simplemente olvidar que
Nathaniel Olmstead hubo existido. Estúpido. Más o menos difícil cuando sus libros están,
como, en todas partes. Se ha hablado sobre el cierre de la librería. Wally está buscando
cualquier excusa. —Eddie no dudó antes de responder.

—No voy a decirle nada a nadie. —Los pasillos estaban empezando a vaciarse. Se dio
cuenta que el número del aula que estaba buscando estaba en la puerta a su derecha.

—No tienes nada qué hacer después de la escuela hoy, ¿verdad? —dijo Harris.

—Todavía no.

—Bien. —Harris sonrió—. Espero que montes en esa bicicleta que te vi conduciendo ayer.
Vas a necesitarla.
Capitulo 6
Traducido por Emii_Gregori

Corregido por lavi y 911 por hanna

Después de la última campanada, Eddie llamó a su madre y le dijo que salía con un
amigo, luego ambos chicos montaron sus bicicletas hacia las Colinas Gatesweed. La
Carretera Black Ribbon tallaba un camino torcido a través de sus valles oscuros. Se
dirigieron en la dirección desde la cual su familia había llegado el día de la mudanza.
Eddie no estaba seguro de a dónde lo llevaba Harris, pero en ese momento casi no
importaba, se estaba divirtiendo. En Heaverhill, los caminos nunca habían zigzagueado
así, y los niños nunca le habían pedido que los acompañara.

Mientras pedaleaban, Harris le dijo a Eddie sobre su vida en Gatesweed. Explicó que la
47
mayoría de sus compañeros vivían en las afueras de la ciudad, en la hacienda agrícola.
Él y su madre nunca habían vivido en otro lugar, y realmente no podía imaginar cómo
sería irse. Eddie le dijo a Harris sobre el accidente de coche, dejando a un lado la parte
en que había pensado que el animal era un monstruo. No quería sonar como un
fenómeno. Mencionó la gente extraña que había visto en Gatesweed hasta ahora, el
policía, el chico de la grúa, la bibliotecaria. Harris asintió, como si supiera exactamente
sobre lo que Eddie estaba hablando. Estuvo de acuerdo en que algunas personas en la
ciudad podían ser un poco paranoicas y protectoras entre ellas en cierto sentido.

Viajaron en silencio por un rato antes de que Harris mencionara los libros de Nathaniel
Olmstead. Ambos habían leído todos ellos por lo menos dos veces. Harris le dijo que su
favorito era El Fantasma en la Mansión del Poeta. Realmente le gustó la parte sobre el

pasaje secreto detrás del armario de la cocina que llevaba a la biblioteca mágica. Eddie
le dijo que su libro favorito era El Rumor del Convento Embrujado. La manera en que
Ronald Plimpton resolvió todos los enigmas era muy emocionante. Harris no estuvo de
acuerdo en que Ronald fuera un experto.

Insistió en que Ronald había recibido toda la información más útil de su abuelo.
Eddie notó que Harris era un poco sensible sobre a quién le gustaba más los libros, por lo
que se aseguró de no discutir sobre ello. Eddie no quería estropear una posible amistad,
por lo que cambió el tema hacia el mismo Nathaniel Olmstead. Le preguntó a Harris
qué pensaba que podría haberle ocurrido realmente.

—No estoy seguro. Algunas personas dicen que se metió en algún tipo de problema y
decidió esconderse por un tiempo.

—¿De quién? ¿De la bibliotecaria?

—¡Sí... claro! —Harris se detuvo y permaneció en su bicicleta en la carretera.

A la derecha estaba la alta valla de hierro oxidado que la grúa se había llevado el
48
sábado. Estaba apartada en el bosque a unos treinta metros de la carretera,
extendiéndose alrededor de treinta metros en ambas direcciones. Más adelante había
una pequeña puerta. Alguien la cerró con cadenas. La casa de Nathaniel Olmstead se
hallaba en el herboso claro en lo alto de la colina. Los chicos estaban en la base de la
descuidada calzada. Más allá de la puerta, el camino se arqueaba en torno a la fuerte
pendiente y desaparecía entre los árboles. Vides retorcidas colgaban de las ramas y el
pasto marrón crecía en rodales fuera de la tierra pedregosa.

En la puerta, Eddie estaba seguro de que no serían capaces de ir más lejos. Pero Harris
bajó de su bicicleta, subió la maleza, apartó algunas de las enredaderas, y reveló una
brecha lo suficientemente amplia para que puedan pasar de uno en uno.

—¿Entraremos? —preguntó Eddie, recordando de repente el animal que su padre había


golpeado hace sólo dos días—. ¿Es seguro?
—Hmm —dijo Harris—. Probablemente no. Pero no puedo mostrarte lo que necesitas ver
si no lo hacemos. Vamos, dejaremos nuestras bicis aquí.

—¿No las verá alguien? —De repente, Eddie se sintió nervioso. Los rostros de las personas
que había conocido en Gatesweed le fruncieron el ceño cuando él cerró sus ojos—. Nos
meteremos en problemas.

—Acuéstala. No puedes verlas desde la carretera. Créeme, lo he comprobado.

—¿Entonces has estado aquí antes? —preguntó Eddie.

Harris recostó su bici detrás de un pequeño arbusto perenne.

—¿Qué crees? —dijo.

49
Eddie se encogió de hombros, acostó su bici junto a la de Harris, y luego lo siguió a través
de la agrietada puerta. Juntos, caminaron el resto del pasaje hasta el largo camino de
entrada.
En lo alto de la colina, la casa se encontraba en silencio. Eddie no podía creer que
realmente estuviera aquí, viendo el paisaje que Nathaniel Olmstead había visto todos los
días. Se dio la vuelta para capturarlo. Quería ver dónde estaba ubicada la casa. Más
arriba de la Carretera Black Ribbon estaba el lugar donde se habían quedado el sábado.
En la dirección opuesta estaban las colinas por donde la carretera bajaba y se curvaba.
La ciudad de Gatesweed estaba más allá de los pequeños y suaves picos. El cielo azul
hacía la casa aún más espeluznante, como si en un día como este, la casa debería haber
estado viva y habitada. Pero cubierta de vides y cayéndose a pedazos, la casa casi
parecía susurrar: Bienvenido…

—¿Qué te pasa? —dijo Harris.

—Nada. ¿Por qué?

—Te ves... no lo sé... raro o algo así.


—Lo siento —dijo Eddie, caminando hacia la casa. Eddie sacó una pegajosa ortiga de su
manga. La piel de gallina corrió a través de su piel. Cruzó sus brazos y se estremeció. Esas
ventanas oscuras en el piso de arriba eran ojos muertos, pero aún así observaban—. No lo
sé. Esto es más espeluznante de lo que pensé que sería.

—Esto no es nada —dijo Harris, levantando una ceja.

El sonido de los grillos y los pájaros gorjeando fue interrumpido sólo por el viento y la
imaginación de Eddie.

Harris lo condujo a la parte trasera de la casa, donde un pequeño pastizal se extendía


por el otro lado de la colina.

Alrededor de cien metros más lejos, cinco filas de árboles pequeños desafiaron a los chicos

a acercarse.

—Un huerto —dijo Harris—. Ya no creo que las frutas crezcan aquí. —Más allá del huerto,
50
otra colina se arqueaba elevándose. Una gruesa capa de árboles cubría una pequeña
cresta—. Y allí… —Señaló Harris—… está el Bosque Sin Nombre.

—¿Por qué no tiene un nombre? —preguntó Eddie.

—Ese es su nombre. —Harris trotó colina abajo y a través del pastizal. Llamó por encima
de su hombro a Eddie, quien estaba paralizado como una estatua—. Y allí es a donde
vamos. —Estando ya sobre la pequeña cresta, llegaron a una alfombra verde de plantas
extendiéndose bajo una explanada de árboles.

Continuaron su caminata en silencio. Bajo el denso dosel de hojas, la luz se filtraba


tenuemente, casi verde. El bosque era sorprendentemente oscuro. Los árboles más
pequeños se torcían hacia los raros rayos de luz solar.
Luchando por espacio en el suelo rocoso, algunas de las raíces de los árboles más grandes
se abultaban como los hinchados tentáculos de criaturas de las profundidades marinas.
Mientras Harris conducía a Eddie por el bosque, se abrieron paso a través de un mar
poco profundo de plantas a la altura de sus tobillos. No había camino, sólo hojas muertas
y maleza espinosa. Eddie esperaba no terminar con hiedra venenosa.

Finalmente llegaron a un lugar donde los árboles no oscurecían el cielo. Un claro circular
se extendía frente a ellos. Tenía aproximadamente seis metros de diámetro. Ninguna
vegetación crecía aquí. El suelo estaba cubierto de pequeñas rocas. El polvo colgaba en
el aire.

Desde el borde del claro, Eddie podía ver una figura blanca de pie justo al lado del
centro del círculo, más cerca del otro lado. Parecía un fantasma.

—¿Qué es eso? —susurró Eddie.

—Una estatua —susurró Harris de vuelta—. Vamos.


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Poco a poco se abrieron paso a través del claro. Un cuervo los interrumpió desde un
árbol cercano, pero Eddie no podía apartar los ojos de la figura. Estando de pie frente a
ella, pudo distinguir más detalles. La estatua era de un blanco resplandeciente, una chica
aproximadamente de su altura. Llevaba una túnica sencilla que se abultaba en sus
hombros, se drapeaba en su cintura, y caía, plisada todo el camino hasta sus pies, como
algo salido de una pintura que había visto en un libro de historia del arte. Su cabello
estaba envuelto en simples bucles ondulados por delante de sus hombros. Sus brazos
estaban desnudos y los dedos de sus pies se asomaban por la parte inferior de la túnica.
La pequeña y abombada base sobre la cual estaba de pie fue tallada con todo tipo de
bestias, dragones, esfinges, y otras criaturas extrañas que Eddie no reconocía.

Su sonrisa era casi imperceptible mientras sus ojos lechosos miraban a Eddie, enviando
escalofríos por su espina dorsal. Tenía los brazos extendidos, y en sus manos llevaba un
libro abierto inclinado hacia ella misma.
—¿Qué dice el libro? —dijo Eddie.
—Velo por tú mismo —dijo Harris, quedándose atrás.

Sintiendo que podría vomitar, Eddie dio un paso adelante, se puso de puntillas, y echó
un vistazo por encima del borde de las páginas de piedra.

—Está en blanco. —Sintiéndose demasiado cerca de su mirada, Eddie se apartó de la


estatua—. Ella luce algo familiar…

Harris sonrió, levantando una ceja. Eddie sintió como si estuviera perdiéndose de algo.
Entonces se dio cuenta.

—¿Ella no es del...?

—Del Convento Embrujado —dijo Harris—. Sip.

—Whoa —susurró Eddie. Había encontrado otra de las inspiraciones de Nathaniel. De


52
cerca, se veía exactamente como él había imaginado.

Algo pequeño crujió entre los arbustos fuera del claro, y el cuervo graznó otra vez. Los
ruidos hicieron que la piel de Eddie picara, pero se dijo a sí mismo que estos bosques
estaban llenos de ardillas comunes, ardillas lisiadas, y ratones, todas inofensivas criaturas
que eran muy buenas para hacer sonidos crujientes. Tratando de no sonar tan asustado
como se sentía, preguntó despreocupadamente:

—Esto es genial y todo, ¿pero qué tiene que ver una estatua con mi libro?

—No te traje para ver una estatua. Te traje para que veas esta estatua. Y no creo que
hayas mirado lo suficientemente cerca.

—¿Qué quieres decir?

Harris se deslizó cerca de la estatua y se inclinó debajo de su libro.


—Aquí. —Eddie se agachó debajo del libro también. Había algo tallado allí. Eddie se
acercó para ver de qué se trataba. El símbolo de la primera página de El Enigmático

Manuscrito estaba grabado claramente en la cubierta de piedra del libro.

Una ráfaga fría se deslizó por debajo de la ropa de Eddie, cosquilleando su piel.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo.

Harris no dijo nada por un momento. Se puso de pie junto a Eddie y lo miró fijamente.
Por último, dijo:

—Espeluznante, ¿no? Conozco la sensación.


Eddie extendió su mano y corrió su dedo por el frío lomo del libro.

—¿Cómo te enteraste de este lugar? 53


—Después de que Nathaniel Olmstead desapareciera —dijo Harris—, la ciudad envió un
equipo de búsqueda. Ellos encontraron casualmente este claro. Se convirtió en una
especie de leyenda local en Gatesweed. Nadie sabe con certeza quién se supone que es
esta estatua, quién la talló, o por qué está aquí.

—¿En serio? —dijo Eddie—. ¿Nadie siquiera trató de adivinar?

—He oído que algunos de los estudiantes de secundaria dicen que es una lápida —dijo
Harris, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.

—¿Una lápida aquí, en el medio del bosque? —La idea hizo que Eddie tuviera de nuevo
piel de gallina—. ¿A quién le pertenece?

Harris sacudió su cabeza.


—Nadie lo sabe. No hay ningún nombre en la piedra —susurró—. Pero también dicen...
que su fantasma ronda en estos bosques.

—¿Un fantasma? —dijo Eddie, mirando sobre su hombro—. ¿Qué tipo de fantasma?

—Algunas personas dicen que han visto el fantasma de una anciana deambulando por
la propiedad de Nathaniel Olmstead.

—¿En serio? —dijo Eddie. Levantó la mirada hacia la estatua. Ella lo miró inexpresiva.

—Esa no es la única cosa que la gente ha visto aquí —dijo Harris—. La gente cuenta
historias de animales extraños. Ruidos extraños. Cosas así.

¿Animales extraños? El estómago de Eddie se aplastó.

54
—La cosa que destrozó el coche de mi padre en la Carretera Black Ribbon lucía bastante
extraña —dijo. Todavía no mencionaba que él había pensado que era un monstruo. El
accidente había ocurrido tan rápido, que ya no estaba seguro de lo que había visto—.
¿Viste algo extraño la última vez que viniste aquí?

Harris se echó a reír.

—Si fuera así, ¿crees que estaría dando vueltas en estos bosques contigo?

Eddie se echó a reír también.

—Supongo que no.


—Quiero decir, sí, he oído algunos ruidos que no podría explicar —dijo Harris—. Y una o
dos veces me pareció ver una sombra moviéndose, pero cuando me giré para mirar, no
había nada. Por otra parte, soy bastante escéptico cuando se trata de cosas como esta.
Claro, me gustan los libros de Olmstead, pero sé la diferencia entre lo real y lo inventado.
—Eddie no terminaba de creerlo. Harris continuó:
—Sin embargo, las personas en la ciudad son muy serias sobre la leyenda de la estatua.
Ellos hablan. Algunas personas piensan que si te quedas aquí por mucho tiempo, el
fantasma de la mujer te seguirá a casa. Te perseguirá hasta que te vuelvas loco.
Probablemente por eso la bibliotecaria se asustó cuando le mostraste tu libro. La Sra.
Singh definitivamente ha oído hablar del símbolo de la estatua. Cuando lo vio en la
primera página de tu libro, debió haber pensado que ya habías estado aquí. Ella no
quería que el fantasma la siguiera también.
—Eso es una tontería —dijo Eddie, forzando una sonrisa—. ¿La gente en Gatesweed
realmente cree en eso?

Harris se burló.

—Sí, en realidad. Algunos de ellos realmente lo hacen. Pero, de nuevo, algunos de ellos
están locos, si me preguntas.

—Parece que alguien está lo suficientemente loco como para pintar esa estatua en la
ciudad. —Cuando Harris le dio una mirada de complicidad, Eddie continuó:

—Es muy extraño. Alguien había pintado esa cara horrible sobre el pedestal,
arremolinando garabatos negros en los ojos.
55
Harris sonrió de mala gana y cruzó sus brazos.

—Una vez, alguien la pintó con spray al lado de la tienda de mi madre —dijo—. La
mujer está mirando. En grandes letras negras. Tomó siglos limpiarla.

—¿Alguien pintó tu tienda a causa de la Maldición de Olmstead? —preguntó Eddie—.


¿Ellos no quieren que ella venda sus libros?

—Exactamente. —Asintió Harris—. Ellos piensan que mientras menos personas crucen la
ciudad, menos problemas… habrá aquí. Para ellos, Gatesweed está llena de pequeños
secretos sucios, la desaparición de Nathaniel Olmstead es la número uno. Pero mi madre
era su amiga. Y nunca dejará de vender sus libros en su tienda… sin importar cuántas
veces la gente pinte cosas desagradables en el porche... o cuántas personas crean que sus
monstruos son reales.

El par de ojos amarillos enrojecidos parpadearon en la memoria de Eddie. Recordó los


artículos que había leído en Internet sobre la maldición.

—¿La gente realmente piensa que sus monstruos son reales? —dijo, agarrando su mochila
con más fuerza.

—Sí —dijo Harris—. Algunas personas lo hacen. Como los animales que dicen haber visto
en estos bosques. Nunca los he visto, pero he escuchado a las personas decir que se
parecen a los que escribe Nathaniel. Todo lo que sucede en esta ciudad se atribuye a él…
y él ni siquiera ya está aquí. La gente dejó de ir al cine en la Calle Principal gracias a las
cosas que dijeron que vivían detrás de la pantalla. Y las fábricas cerraron después de que
los propietarios siguieron encontrando enormes ranuras en sus maquinarias. La gente
decía que parecían marcas de mordeduras. Y, por supuesto, un pequeño grupo de
personas culpó a los trolls de Nathaniel por el derrumbamiento del Puente New Mill.
Después de todo lo demás, eso era más o menos inevitable. Mucha gente dejó la ciudad
cuando las fábricas cerraron. Con ese tipo de destrucción en Gatesweed, tiene sentido
que las personas necesiten a quien culpar, pero aún así…

—¿Qué pasa con el símbolo de la estatua? —dijo Eddie—. ¿Sabes lo que significa? He
leído algo sobre la letra griega “pi”, que luce casi igual al símbolo tallado aquí. —Señaló
a la muchacha.

—Correcto... de la clase de matemáticas —dijo Harris—. Tal vez. Podríamos examinarlo,


pero no soy muy bueno en esa materia. Y no sé nada de griego. Lo que sí sé es que el
libro que encontraste es importante. Estaba muy feliz cuando te vi hoy en la escuela...
que no fueras sólo un cazador Olmstead, ahuyentado por la vieja comadreja de Wally.
Así es como lo llama mi mamá —dijo Harris, con una sonrisa—. Estuve pensando en tu
libro toda la noche. El código tiene que significar algo. El símbolo en la estatua es la
conexión. Te traje aquí para que pudieras entenderlo. El secreto del libro en tu bolso no
se trata sólo de un código. Es sobre este lugar, esta estatua. Puede tratarse del mismísimo

56
Nathaniel Olmstead. Quién sabe... tal vez si lo resolvemos, averiguaremos lo que
realmente le sucedió. Tal vez podamos limpiar su nombre. Así la gente dejará sola a mi
madre.

—¡Sí, totalmente! —dijo Eddie—. Nathaniel Olmstead probablemente también nos dé su


autógrafo o algo así… si está, ya sabes… si aún está vivo. —Mientras decía esas palabras,
se sintió ridículo, irrespetuoso… sobre todo en este lugar, tan cerca de donde el hombre
había vivido. Vagó al lado opuesto del círculo—. ¿Entonces crees que el libro podría
haber pertenecido a Nathaniel Olmstead?

La tierra descendía rápidamente. En la parte inferior donde se estabilizaba, la colina se


encontraba con un lago, a unos treinta metros de ancho. Los árboles de la otra orilla
ocultaban una ladera escarpada y rocosa que sobresalía por encima del agua. A través
del grueso follaje, las raíces de los árboles estaban visiblemente aferradas, casi sostenidas,
en el acantilado.

Cerca de la orilla del agua, varias ramas largas y frondosas colgaban de los árboles y
colgaban justo encima de la superficie tranquila, cosquilleando sus propias reflexiones con
sombras fibrosas.

—Si no, al menos le pertenecía a alguien que sabía sobre el Bosque Sin Nombre, el Lago
Sin Nombre —dijo Harris, siguiendo a Eddie a través del claro a la parte superior de la
pendiente—, y sobre el símbolo de la estatua.

—Que podría ser cualquier persona en la ciudad —dijo Eddie—, ¿verdad? —Él recogió
una piedrita en el borde del claro antes de ir cuesta abajo.
—Sí —dijo Harris—, pero no importa a quién pertenecía en el pasado, ahora nos toca a
nosotros resolverlo. —Eddie asintió, emocionado. ¿Harris estaba sugiriendo que
trabajaran juntos? ¿Que se convirtieran en amigos?

—Sí —dijo, mientras se acercaban a la orilla del lago—. Todo depende de nosotros.

—Entonces, ¿cómo empezamos? —dijo Harris.

En la orilla, Eddie tiró la piedra. Rebotó en el reflejo del cielo, salpicando varias veces
antes de desaparecer bajo la superficie.

—Ya tomé el libro de códigos de la biblioteca —dijo Eddie—. Pero es realmente confuso y
no ayuda mucho. —El cuervo los llamó desde lo alto de la colina cerca de la estatua, esta
vez más fuerte.

—Olvídate de eso entonces —dijo Harris—. Estoy seguro de que podemos encontrar algún
tipo de patrón por nuestra cuenta. —Eddie estaba a punto de sacar El Enigmático
Manuscrito de su bolso para que pudieran empezar, cuando cerca de la orilla opuesta,
la tranquila superficie del agua de repente se onduló, como si algo grande se hubiera
levantado desde abajo.

57
El cuervo en la parte superior de la colina voló hacia el cielo. Con sus ojos muy abiertos,
los chicos se miraron unos a otros.

—Creo que el sol empieza a bajar —dijo Harris, alejándose de la orilla.

—¿Viste eso? —dijo Eddie. Pequeñas ondas perturbaron el agua en el centro del lago.

Eddie dio un paso hacia adelante, tratando de mirar a través de la reflexión opaca el
cielo azul. Podía ver una forma oscura cambiando y retorciéndose en las nebulosas
profundidades a cinco metros de la orilla. La forma le recordó a Eddie la rápida nube de
tormenta, girando y arremolinándose sobre sí misma mientras se hacía más fuerte. El
bosque detrás de él de repente se volvió tranquilo, como si todos sus habitantes no
quisieran ser escuchados. Desde donde estaba, Eddie podía ver la forma de una nube
oscura subir a la superficie del agua desde abajo, creando un punto negro de casi cinco
metros de diámetro. Los bordes de la mancha negra parecían palpitar y enturbiarse,
extendiendo sus amplios dedos a través de la parte superior del lago, como un puño
abriéndose lentamente.

—¿Es una mancha de aceite? —preguntó Eddie.

—No sé lo que es —dijo Harris, mirando fijamente el punto mientras seguía creciendo.
Ahora había duplicado su tamaño. Flotaba en contraste con el reflejo azul del cielo,
haciendo el agua negra mientras se extendía hacia el exterior.

—Está subiendo desde el fondo del lago. —Eddie se inclinó hacia delante—. Como un
géiser. —Estaba asustado, pero al mismo tiempo, sentía curiosidad—. O tal vez no.
Realmente no puedo decidir. —Nunca había visto nada como esto antes. Después de las
historias espeluznantes de Harris sobre los bosques y la ciudad, se sintió obligado a huir,
pero también quería quedarse para ver lo que sucedería mientras la forma negra crecía
y crecía. Casi parecía como algo que sucedería en un libro de Nathaniel Olmstead, pero,
por supuesto, se dijo Eddie, esas historias no eran reales, a pesar de lo que creía la gente.

Ahora la forma oscura en el medio del lago era tan grande como una pequeña isla,
ocupando casi en su totalidad la superficie del agua. El reflejo azul de arriba había sido
reemplazado por la oscuridad de abajo, como si alguien hubiera cubierto el cielo con
una manta; sin embargo, cuando Eddie alzó la vista, podía ver el sol aún brillando en
algún lugar más allá de la copa de los árboles cerca del horizonte. Aun así, la luz de la
tarde apenas se abrió paso entre las copas de los árboles. Luego, Eddie notó algo más
extraño aún. En el agua, empezaron a aparecer pequeños puntos blancos de luz,
titubeando mientras la superficie se ondulaba ligeramente. Eddie recordó un libro que
había leído sobre las algas fosforescentes. También recordó haber leído acerca de un tipo
de camarón capaz de producir una pequeña cantidad de luz, como una luciérnaga.
Pero estos puntos de luz no parecían algas ni camarones ni luciérnagas. Ellos parecían ser
algo más —algo familiar que Eddie no podía nombrar.

—¿Esas son…estrellas? —susurró Harris.

La oscuridad alcanzó la orilla, de modo que ahora, excepto por los puntos de luz, todo el

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lago se había vuelto negro. El agua no parecía sucia… sino impenetrable e infinita. Eddie
se inclinó cuidadosamente aún más hacia adelante.

—Tienes razón —dijo—. Casi parece... un reflejo del cielo nocturno. —Él alzó la vista hacia
las nubes de cirros moviéndose en la luz de la tarde, y luego sacudió su cabeza,
desconcertado. Se agachó y agarró otra piedra desde el borde del agua. Estaba a punto
de tirarla para ver qué pasaba, cuando Harris agarró su brazo.

—No —dijo Harris—. Mira.

Las manchas blancas se habían vuelto rojas. Eddie notó que ya no parecía el reflejo de
las estrellas de arriba. Ahora las luces estaban claramente flotando justo por debajo del
agua, lo suficientemente cerca como para que Eddie extendiera su mano y las tocara. El
espectáculo era casi hipnótico. Eddie comenzó a sentirse mareado. De repente, sabía lo
que iba a pasar. Había leído sobre esto en uno de los libros de Nathaniel Olmstead el
sábado por la noche.

—Eddie, aléjate. —Harris lo jaló con fuerza mientras algo grande en el medio del lago
salpicaba el agua oscura. Varias ondas llegaron rodando lentamente hacia la orilla.
Incapaz de mirar hacia otro lado, Eddie sintió que su piel picaba como la de una gallina.
Su boca parecía estar llena de polvo. Sus manos estaban entumecidas.

Harris siguió tirando de su manga. Cuando Eddie le miró, pudo ver pánico brotando en
los ojos de Harris. Su boca se había abierto, y su piel se había vuelto cenicienta. Ver el
miedo de Harris hizo que Eddie duplicara su miedo como antes.
Harris rápidamente colocó su dedo en sus labios y asintió hacia la ladera. Retrocediendo
lentamente, los chicos llegaron al borde del bosque. Varias ramas de pino empujaban en
la espalda de Eddie. Saltó. El chapoteo en el centro del lago se detuvo. Las pequeñas
ondas, finalmente se levantaron y rodaron sobre la playa guijarrosa, rompiendo y
lavando la tierra en un ritmo lento y constante. El suave chapoteo del agua era el único
sonido que podía escuchar Eddie. Luego, a varios metros de la orilla del lago, una forma
batió el agua —algo surgiendo de las aguas poco profundas debajo de la superficie. Un
aullido ahogado resonó débilmente en su dirección. La boca de Eddie se abrió con horror
al ver lo que parecía un hocico largo y negro y un destello de varios dientes blancos y
afilados.

Los chicos dieron vuelta y corrieron tan rápido como pudieron, resbalando y deslizándose
por la ladera en el barro y en la suciedad. En la parte superior de la colina, la estatua
miraba en silencio mientras los chicos corrían a través del claro y hacia el bosque.

Eddie siguió a Harris, saltando las raíces grandes y las piedras semienterradas que
sobresalían de la tierra cada pocos metros. En algunos lugares, los árboles habían crecido
densamente juntos. Tratando de no resbalar en los terrenos de sedimento y hojas, los
chicos zigzaguearon ida y vuelta como si fuera una carrera de obstáculos. A pesar de que
estaba casi sin aliento, Eddie miró por encima de su hombro.
Pero no había nada allí.
Sin embargo, quería alejarse de este lugar tan pronto como fuera posible. Eddie corrió

59
hacia el bosque, sosteniendo la correa de su bolso, la cual rebotaba en su espalda. En el
borde de la llanura, los chicos recobraron brevemente el aliento antes de dirigirse a la
cresta, a través del huerto, pasando la casa de Nathaniel Olmstead, y todo el camino
hasta la entrada. En el momento en que llegaron a sus bicis, Eddie se sentía débil.
Se dejó caer al lado de la carretera y bajó la cabeza entre sus rodillas. Después de
recobrar el aliento, alzó la vista hacia Harris, que estaba apoyado contra la valla en
estado de shock.
—¿Qué demonios ha pasado? —dijo Eddie—. ¡Me pareció ver... perros... saliendo del agua
hacia nosotros!
—No estoy seguro de lo que vi —dijo Harris, con la cara roja y cansado—. Pero tengo una
idea. —Él se apartó de la valla y se tambaleó hacia su bici—. Hay algo más que creo que
deberías ver.
—No es otra estatua, ¿verdad? —dijo Eddie.
Harris negó con la cabeza, levantó el manillar, y puso su bicicleta en posición vertical en
el borde de la carretera. Después de balancear su pierna sobre el asiento, pateó la bici de
Eddie, que todavía estaba recostada sobre la maleza.
—¿Crees que estás bien como para pedalear hasta mi casa? —Eddie asintió—. Porque
probablemente deberíamos salir de aquí.
Capitulo 7
Traducido por Maia8

Corregido por LuciiTamy

En el momento en que llegaron a la calle principal, Eddie estaba temblando por el


cansancio y el miedo.

—¡Oye! ¡Espérame! —gritó Eddie, pero Harris corrió hacia la tienda de su madre.

Cuando Eddie dio la vuelta al lado del edificio, se dio cuenta de que la bicicleta de Harris
estaba arrojada cerca de la puerta que aún se balanceaba del apartamento. Eddie
apoyó la bicicleta contra la pared.

60
Agarró el pomo de la puerta y tiró.

Escaleras arriba a la derecha de Eddie, Harris se paró frente a otra puerta abierta.

—Por este camino —dijo Harris.

En la parte superior de las escaleras Eddie encontró una cocina muy bien cuidada.

Harris dejó caer su mochila en la silla de una mesa frente a la nevera. Las cortinas verdes
de algodón barato colgaban en la ventana sobre el fregadero. Un plato de fruta se
asentaba en la mesera. Un lavavajillas estaba corriendo en silencio.

—¿Dónde has estado, Harris? Estaba empezando a preocuparme. —Una mujer vino a
través de una puerta al lado de la nevera con una bolsa de té que goteaba en una
mano y una taza humeante en la otra. Ella aparentaba la misma edad que la madre de
Eddie. Llevaba unos vaqueros, una camiseta, y verdes cuentas de adornos que cubrían
su cuello. Cuando se dio cuenta de que Harris no era el único, dijo:

—Oh, no me di cuenta que trajiste a casa un amigo. —Su sonrisa era dulce. Sus cálidos
ojos castaños coincidían con los mechones oscuros que corrían a través de su pelo rubio—.
Ustedes, muchachos, están sucios —dijo, divertida—. ¿Qué han estado haciendo?

—Eddie se va a quedar para la cena. ¿Está bien? —preguntó Harris, cambiando


rápidamente de tema. Se acercó al fregadero y comenzó a lavarse las manos.
—Está bien para mí —dijo la madre de Harris, encogiéndose de hombros—. ¿Pero por
qué no llamas a tus padres y les preguntas si está bien? ¿Te gusta el pan de sobras de
carne, Eddie?

Eddie asintió con la cabeza tímidamente. No se había preparado para conocer a la


madre de Harris, no importa que lo invitase a cenar.

Se sintió sucio e intrusivo, pero cuando ella le tendió la mano y se presentó, se dio cuenta
de que era bienvenido.

—Puedes llamarme Frances —dijo—. ¿Cómo fue el primer día, Harris? ¿A quién obtuviste
como profesor este año?

—Estuvo bien. Tengo a Dunkleman esta vez. —Harris giró lejos del fregadero y se limpió
las manos en los pantalones, dejando amplias marcas de humedad en los bolsillos—.
Vamos, Eddie. Vamos a jugar a los videojuegos. Puedes llamar a tu mamá desde mi
habitación.

—¿Terminaste ya tu tarea? —dijo Frances.

—Primer día de escuela. Sólo tengo un poco esta noche —dijo Harris, desapareciendo en
la esquina del pasillo—. Voy a hacerla antes de acostarme, ¿de acuerdo? —Eddie miró a
Frances, quien sonrió y saludó con la mano, animándolo a seguir a su hijo.
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—Chicos —dijo con falsa exasperación—. Vayan. Jueguen. Es un placer conocerte, Eddie.

—Igualmente —dijo Eddie, siguiendo a Harris a la vuelta de la esquina. Unos minutos


más tarde, Eddie estaba sentado en la cama de Harris, mientras él se inclinaba sobre el
teclado de su ordenador.

—Aquí —dijo Harris, escribiendo el nombre de Nathaniel Olmstead en un buscador.


Varios temas relacionados con el autor aparecieron en la ventana de búsqueda. Compra
los libros de Nathaniel Olmstead... ¡al 50% de descuento! ¿Es usted un Olmstead...? ¡Haga
clic aquí! Harris hizo clic en el enlace anterior, lo que parecía ser una lista de los archivos
de la Gaceta de Gatesweed.

—Mira esto. —En la pantalla apareció un artículo, que databa de la época de la


desaparición del autor. Eddie leyó la primera parte de él con cuidado. El artículo
describía cómo el grupo de búsqueda de la ciudad había descubierto la estatua en el
bosque.

—Después de que empecé a meterme en los libros de Nathaniel Olmstead, me encontré


con este artículo —dijo Harris, desplazando el cursor hacia la parte inferior de la pantalla.
Una pequeña caja apareció en el artículo terminado, mostrando un mapa toscamente
dibujado del Bosque Sin Nombre. El claro, la estatua, y el lago estaban marcados
específicamente—. He utilizado este mapa para encontrar mi camino. Quería ver si
podía descubrir algo que el grupo de búsqueda se podría haber perdido.

—¿Qué es eso? —dijo Eddie, inclinándose hacia delante y apuntando a una X que se
había marcado en el medio del lago, en el mismo lugar donde el agua se había vuelto
negra.

—Ahí es donde la policía encontró las pruebas.

—¿Qué tipo de pruebas? —dijo Eddie.

Harris desplazó el cursor y leyó de la pantalla.

—Cuando el lago fue dragado, la policía descubrió una pequeña caja de metal. La
naturaleza de su contenido se mantiene en secreto ya que la investigación está en curso.
Sin embargo, una fuente anónima ha revelado en exclusiva que esta prueba secreta ha
desaparecido misteriosamente.

—¡Eso es raro! —dijo Eddie—. ¿Qué crees que había en la caja? —Harris sacudió la cabeza.

—Escucha esto —dijo mientras seguía leyendo—. La desaparición de la prueba fue


comprensible para un testigo ocular, que deseaba permanecer en el anonimato. Según el 62
testigo, ya que el lago se está dragando, una jauría de perros feroces persiguió al grupo de
búsqueda de la zona.

—En toda la confusión —dijo el testigo—, todo lo que se encontró podría haberse perdido.
Nosotros apenas escapamos del sitio con los pantalones intactos. Era como algo de uno de
los pobres libros de Nathaniel. — Harris dejó de leer y se giró para mirar a Eddie.

Al mismo tiempo, ambos chicos abrieron la boca y dijeron:

—¡El Rumor del Convento Embrujado!

—Estaba pensando lo mismo cuando estábamos en el bosque —añadió Eddie.

Harris saltó de su silla y corrió hacia la estantería al lado de su cama. Eddie podía ver la
colección de libros de Nathaniel Olmstead de Harris por orden alfabético llenando el
estante superior. Harris sacó un libro y lo hojeó hasta que encontró lo que estaba
buscando. Eddie no podía ver la portada del libro, pero sabía exactamente lo que Harris
había encontrado.
—Reflejado en el agua, algunas de las estrellas ya había cambiado de color, del blanco al
rojo —leyó Harris en voz alta—. Mientras él miraba, todos se volvieron, y luego
comenzaron a moverse. En un instante, se dividieron en pares de cientos de ojos rojos que
lo miraban desde debajo de la superficie del lago. —Cuando terminó, levantó la vista
hacia Eddie—. El monstruo del lago, los perros.

—¿Realmente piensas qué es lo que vimos?

—Seguro que se parecía a ello.

—En el libro, los perros salieron del lago y persiguieron a Ronald después de que
accidentalmente tocase el agua —dijo Eddie.

Harris se quedó callado por un momento. Luego dijo:

—El agua se volvió negra después de que tiraste la piedra en ella. ¿Te acuerdas? Luego
vimos las estrellas. Se pusieron rojas. Luego de que esa cosa empezara a llegar a tierra...
al igual que en el libro de Nathaniel Olmstead...

—Cierto —susurró Eddie.

—El grupo de personas de este artículo tocó el agua, también, cuando buscaban en el
fondo del lago —dijo.
63
Harris, cerró el libro y volvió a colocarlo en el estante.

—¿Tal vez por eso los perros salieron tras ellos?

—Tal vez —dijo Eddie—. Pero tengo una pregunta diferente.

—¿Qué quieres decir?

—¿Cómo una jauría de perros viven debajo de un lago? —dijo, girando hacia Harris—. A
menos que la maldición Olmstead sea real.

Harris parpadeó.

—Tiene que haber alguna conexión entre lo que nos pasó en el bosque y todo lo que me
dijiste hoy —continuó Eddie—. El símbolo grabado en la estatua es el mismo que el de la
primera página del libro que mis padres encontraron en la feria de antigüedades. Los
perros aparecieron en el lago, tal y como Nathaniel Olmstead escribió sobre ellos en el
Rumor del Convento Embrujado. ¿Y qué acerca de la leyenda del fantasma en el bosque,
la mujer del graffiti? A lo mejor es...

—¿Qué? ¿Ella es real también? —dijo Harris en sus manos.


A pesar de lo que había visto en el bosque, Eddie se sintió estúpido por pensar algo tan
loco. Se mordió el interior de su boca y trató de no sonrojarse.

—Es sólo un pensamiento.

—Si pudiéramos leer el estúpido código, podríamos resolver lo que la conexión podría ser
en realidad —dijo Harris, levantando su rostro entre las manos.

—Totalmente —dijo Eddie—. Estamos al borde de algo realmente grande. Pero hay algo
más...

—¿Qué es eso?

—La maldición... ¿recuerdas cómo dijiste que algunas personas en Gatesweed pensaban
que los monstruos en los libros de Nathaniel Olmstead era reales?

Harris asintió con la cabeza con escepticismo.

—Esas personas ya no parecen tan locas, ¿verdad?

Eddie continuó. Pensó en el temible policía y el conductor de la grúa, Sam. Y la señora


Singh, la bibliotecaria.

—Tal vez ellos sepan algo que nosotros no.


Antes de Harris pudiera contestar, se oyó un golpe en la puerta. Los muchachos saltaron
64
mientras Frances abría un poco la puerta.

—La cena está lista —dijo—. Espero que tengan hambre.

****

Antes de que Eddie se subiese a su bicicleta para conducir a casa, Harris le pidió ver El
Enigmático Manuscrito una vez más. Eddie dudó por un segundo antes de sacar el libro
de la bolsa. Después de todo lo que habían pasado por hoy, sentía que le pertenecía a
Harris tanto como le pertenecía a él ahora. Vio que Harris lo hojeó, explorando la
extraña escritura.

—¿Qué es? —preguntó Eddie—. ¿Ves algo?

—No estoy seguro —dijo Harris, mirando hacia arriba—. ¿Te importa si me lo quedo esta
noche?

Eddie levantó al vista a los ojos de Harris, y por lo que vio allí, supo que podía confiar en
él. Esto es lo que venía con la amistad.

—Está bien —dijo Eddie—. Está bien.


—Te lo daré mañana —dijo Harris—. Te lo prometo.

Eddie se abstuvo de decirle a Harris que tuviese cuidado con él, mientras se subía a su
bicicleta y se despedía.

65
Capitulo 8
Traducido por DarkVishous, sooi.luuli y 911 por hanna

Corregido por Julieta_arg

Harry devolvió el libro a Eddie durante el almuerzo del día siguiente, justo como dijo que haría.

El día después de eso, Eddie llevó el libro de códigos a la escuela. Una pequeña sección había
llamado su atención. Mencionaba la historia de los anillos secretos decodificados—un juguete
popularizado en la década de 1930 que permitía a los niños enviar mensajes cifrados entre ellos.
El anillo constaba de dos alfabetos alineados el uno al lado del otro en dos discos adjuntos. Para
crear el código secreto, sólo tenías que girar los discos, contrarrestando los dos alfabetos, de modo
que las letras ya no encajaban. La letra A desplazada tres veces se convertiría en la letra C.

Para resolver el mensaje, simplemente tenías que saber el número de desplazamiento.

—Algo como esto podría ser la respuesta para el código en El Enigmático Manuscrito —dijo Eddie.
66
—Sí, pero eso suponiendo que el código que estamos tratando de resolver es una simple carta —
dijo Harris—, por lo tanto este libro sólo necesita ser traducido, luego bam, lo hemos terminado.
Misterio resuelto.

—¿Qué quieres decir? —dijo Eddie—. ¿Qué otra cosa puede ser el código?

—Bueno. .. nada, realmente —dijo Harris—. ¿Cuándo fue la última vez que leíste un libro entero
que sólo tenía palabras de tres letras?

Eddie parpadeó, frustrado.

—¿No crees que deberíamos intentarlo al menos?

—Supongo que sí. —Harris se encogió de hombros, poco convencido—. Si esta cosa para descifrar
es la respuesta, y eso es un gran si, ¿cómo se supone que sabremos qué número de desvíos usó
Nathaniel?

Eddie negó con la cabeza.

—Podríamos ir a través de todo el abecedario —dijo—, contrarrestando cada letra.

—¿De la A a la Z? —dijo Harris—. Eso va a ser un montón de trabajo.

Juntos, pasaron una semana de almuerzos tratando de comprender el código. Por las tardes, a
veces, Harris llegaba a casa con Eddie, y trabajaban en su proyecto en su dormitorio. La madre
de Eddie estaba constantemente escribiendo en su cuaderno sobre la mesa de la cocina, y su
padre siempre estaba en el granero, sorteando a través de las antigüedades, por lo que el silencio
de la casa fue adecuado para la concentración de los chicos.

Finalmente lo hicieron a través de todo el alfabeto, contrarrestando letras una por una. Por
desgracia, no funcionó. El único patrón que podían distinguir era la disposición de las letras en
grupos de tres. Sin embargo, ellos se preguntaban, ¿cómo, o por qué, alguien escribiría un libro
entero con sólo palabras de tres letras?

Cerca de finales de septiembre, cuando el color de las hojas finalmente cambió y el viento del
norte trajo aire más frío, una apariencia más seca para Gatesweed, Eddie comenzó a sentirse
más a gusto en su nueva escuela, en especial el primer día que su profesor de Lengua presentó
en su clase la literatura Gótica. El Sr. Weir había pedido a la clase dar un informe sobre un libro
espeluznante de su elección. A pesar de que Lengua era su materia favorita, Eddie todavía
estaba nervioso por hablar en frente de toda la clase. Se había preparado la noche antes de leer
Susurros en la Casa Gingerwich, un libro con el que estaba muy familiarizado.

Su informe fue bien. Eddie balbuceó un par de veces. Nadie se rió mientras estaba en medio de
su exposición, luego se sentó rápidamente.

Después de dos informes más, alguien cerca de Eddie levantó la mano.

—¿Por qué nos gusta tener miedo? —dijo una voz tranquilamente.

Eddie se dio la vuelta—pertenecía a Maggie Ringer, la chica con la que Eddie se había tropezado 67
el primer día de escuela. Ella se veía tan pálida y extraña como siempre. Su cabello era
especialmente fibroso, como si no se lo hubiera lavado en días.

—¿Perdón? —dijo el Sr. Weir.

—En estas historias, los autores siempre están tratando de asustarnos —dijo Maggie—. ¿Por qué?

El Sr. Weir empujó sus gafas y sonrió.

—¿Eddie? ¿Puedes pensar en alguna respuesta?

Silencio.

Luego lentamente, Eddie asintió. Antes de que pudiera detenerse, respondió:

—Porque así sabemos lo que tenemos en contra. —Todos los estudiantes miraron a Eddie como si
estuviera loco. Pero él estaba ciertamente en lo correcto, así que continuó con confianza—.
Nathaniel Olmstead escribió una vez que la mayoría de sus historias provenían de sus pesadillas
—dijo, mirando su escritorio—. Dijo que tenemos malos sueños porque nuestro cerebro está
tratando de protegernos. —Un muchacho tosió cerca. Eddie se preguntó si se estaban burlando
de él—. Si… si podemos encontrar una manera de vencer a los monstruos imaginarios… —La
gente empezó a burlarse. Eddie habló rápidamente—, entonces los verdaderos monstruos no
parecerían tan terribles.

La clase se quedó muy silenciosa.


—Ese es el por qué de que nos gusten leer historias de miedo. —Terminó Eddie tranquilamente.
Cruzó las manos y miró al pizarrón—. Al menos, eso es lo que yo pienso.

Maggie se inclinó hacia él y dijo:

—De manera tan básica, ¿estás diciendo que los monstruos son reales? —Lo llevó hasta el bosque
antes de que escuchara el chapoteo…
—Eso no es lo que quise decir. —Comenzó a decir Eddie, pero la campana lo interrumpió y el Sr.
Weir dejó salir a la clase.

Harris estaba llegando tarde a encontrarse con Eddie luego de la última campana para ir a casa.
Eddie estaba sentado en la entrada de la cafetería, mirando su copia de Susurros en la Casa
Gingerwich. Después de releer el libro la noche anterior, tenía el extraño sentimiento de que
había algo dentro de él a lo cual debería prestar atención, pero no podía imaginarse qué podía
ser. Estaba escudriñando el comienzo del capítulo siete, cuando Viola encuentra el espejo oculto
detrás del panel secreto en la pared del comedor, cuando una sombra cruzó su camino.

Eddie levantó la vista y vio a Maggie en frente de él. Su suéter púrpura andrajoso y sus delgados
jeans negros se veían especialmente chillones en la sesgada luz de otoño.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó Eddie, poniendo su dedo entre las páginas de su libro para

68
mantener su lugar.

Ella se cruzó de brazos y se mordió el labio. No lo miró. Tranquilamente, dijo:

—Quería agradecerte.

—¿Por qué?

—Por la cosa de la historia de terror. —Ladeó la cabeza y se encogió de hombros antes de


continuar—. Por alguna razón, cada otoño, los profesores plantean toda la cosa del duende y
fantasma Gatesweed. Sólo espera. Escucha a la gente hablar en el vestíbulo y en el vestuario.
Apuesto a que escucharás a alguien mencionar la propiedad Olmstead y cómo es de
espeluznante y peligroso y deberíamos alejarnos en caso de que consigamos ser maldecidos y
enloquezcamos. Vivo allí. No estoy loca. —Hizo una pausa—. Estoy tan cansada de que la gente
hable de eso. Obviamente, tú no. —Eddie no sabía qué decir.

Ella agregó:

—La clase no estaba susurrando acerca de ti. Ellos se estaban riendo de mí… eso es lo que
usualmente ocurre. Sólo pensé que deberías saber. Soy la loca de la clase, si no lo has escuchado.

—No creo que seas una loca —dijo Eddie rápidamente.

Ella miró al libro que él sostenía en su regazo por unos segundos, entonces dijo:

—Así que… dime. ¿Eres un Olmstead?

Eddie parpadeó.
—Te he visto llevando consigo sus libros —dijo.

—¿Sí? —preguntó Eddie. ¿Lo había estado observando?— ¿Qué es un Olmstead?

—¿En verdad necesitas una definición? —preguntó ella.

Eddie se aclaró la garganta.

—Uh… no, supongo que no. —Había escuchado el término antes pero no había pensado
realmente en lo que significaba. Olmstead: uno que lee a Olmstead.

—¿Estás obsesionado o algo así? —Pateó la entrada con su bota negra.

—No diría obsesionado. Sólo me gusta leer —dijo Eddie—. ¿A ti no?

—No. Lo odio. Pero la televisión es totalmente fenomenal. —Eddie no sabía qué decir. Entonces
Maggie le sonrió.

—Estoy bromeando. Leo. Libros sobre biología y ciencia y cosas así de interesantes —dijo,
aclarándose la garganta—. Creo que esos libros son terribles, a propósito. —Señaló al libro en su
regazo—. Los de Nathaniel Olmstead.

—Oh —dijo Eddie, un poco herido—. Eso no es tan malo. En verdad me encantan. Son
emocionantes. El bien contra el mal. Luchando hasta el final. Me gusta estar asustado. Los libros

69
me ponen feliz.

—Me gusta la ciencia —dijo ella—. No está el bien ni el mal. Está el hecho contra la ficción. Y no
importa quién gana. La verdad es la verdad… los cuentos épicos del bien y el mal son tan
innecesarios, ¿sabes? Se luchan ese tipo de batallas todos los días, justo aquí. —Maggie
lentamente extendió su dedo índice y señaló con él la frente de Eddie, como un arma—. Kapow.
—Eddie se rió y rápidamente salió de su línea de fuego.

—Soy Maggie, a propósito.

—Lo sé —dijo Eddie—. Quiero decir… soy Eddie. Encantado de conocerte. —Maggie sonrió.

—Nos veremos por ahí, Eddie —dijo ella, soplando su dedo índice mientras se escabullía.

Eddie se dio cuenta de que estaba mirando cuando sintió a alguien respirar en su oído.

—Ella es demasiado madura para alguien como tú, amigo. —Era Harris—. He visto tus axilas en
la clase de gimnasia. Están totalmente calvas.

—Así son las tuyas —dijo Eddie. Sabía que su rostro era rojo brillante.

Pegándole a Eddie en el brazo, Harris dijo:

—Estás totalmente deslumbrado por ella.

—No, no lo estoy. Sólo que…


—Ella es una verdadera bruja —susurró Harris—. Sé cuidadoso. Probablemente puso un hechizo
en ti. Podrías enamorarte de ella y tener pequeños bebés brujos. —Entonces comenzó a besar su
propia mano de una manera realmente asquerosa.

Eddie se ruborizó, pero Harris se veía tan ridículo que no pudo evitar reírse.

Finalmente, Harris dejó de besarse a sí mismo y dijo:

—La señora Dunkleman es como un maniquí. Me hizo quedarme hasta tarde porque le
dije que su falda parecía una oveja.

—¿Por qué dijiste eso?

—Porque lo parecía —dijo Harris, en dirección hacia su bicicleta—. Vamos, se hace de noche
temprano en Gatesweed en ésta época del año. Vamos a mi casa. Si no podemos descifrar el
código hoy, entonces por lo menos voy totalmente a patearte el culo en las Guerras de
Wraith en mi computadora.

Eddie tomó su dedo de Susurros en la Casa Gingerwich y las orejas de perro en la página
donde había interrumpido la lectura. El título del capítulo le llamó la atención.

Capítulo XI: “El lugar donde se cuentan historias”.

¿Por qué sonaba tan familiar?

Cuando Eddie no le siguió, Harris miró por encima:


70
—¡Oh, vamos… no seas un perdedor antes de que hayamos comenzado a jugar!

Eddie le hizo un gesto tranquilizador. Se quedó mirando el libro. No quería perder su


pensamiento.

—¿Qué pasa? —dijo Harris.

Por último, Eddie parpadeó y miró a Harris de nuevo.

—¿Has oído esto antes? —dijo, y a continuación, leyó la página—, el lugar donde se cuentan
las historias.

Harris se puso al lado del soporte para bicicletas. Entrecerró los ojos y parecía confundido.

—Bueno…sí. El lugar donde se encuentran las historias… es la frase que está esculpida en la
piedra cerca del techo de la biblioteca. En el centro de la ciudad.

Eddie pensó en su clase de inglés y como Maggie lo acusó de creer en monstruos. Así que,
básicamente, ¿estás diciendo que los monstruos son reales? Ella le había preguntado. Poco a
poco, comenzó a asentir con la cabeza.

—¿Estas palabras talladas las escribió Nathaniel Olmstead? ¿O es que Nathaniel Olmstead las
escribió, porque las vio grabadas en la piedra?
—No sé —dijo Harris—. ¿Qué quieres decir? —Se puso encima de la bicicleta, deshaciendo el
candado de la cadena, mirando a Eddie como si estuviera loco.

—Sólo tengo un presentimiento sobre algo —dijo Eddie—. Mi clase de hoy de inglés me ha hecho
pensar en estos libros de nuevo. La estatua en el claro, el símbolo que aparece en el libro, el
libro en el bosque, los perros del Convento Encantado… si fueran reales, si Nathaniel Olmstead lo
vio con sus propios ojos, entonces tal vez es lógico que las demás partes de sus libros son reales. Y
no sólo los lugares que le inspiraron.

—¿Estás diciendo que…? —Comenzó Harris y luego, añadió:

—¿Qué estás diciendo?

—Con tal de resolver la clave de la escritura del código de El Enigmático Manuscrito, ¿no? —dijo
Eddie, recogiendo su propia bicicleta del candado y girando los números en su bloc de
combinación—. La respuesta podría estar en las historias de Nathaniel.

—¿Crees que podría ser una pista sobre el código en algún lugar aquí en Gatesweed… una pista
que podríamos encontrar en uno de sus libros? —dijo Harris.

—Exactamente. —Eddie dio un tirón a la cadena, sacándola de su neumático delantero. Esta se


estrelló contra el bastidor de acero con un ruido fuerte antes de que la metiera en su mochila—.

71
Entonces, ¿nos olvidamos de los videojuegos esta noche? —dijo, moviendo la pierna por
encima de su bicicleta y saltando sobre el asiento—. ¿Vamos a leer un libro en su lugar?
Capitulo 9
Traducido por LuluAlle

Corregido por KatieGee

Kate estaba en la cocina tratando de sembrar la Flor “la lengua del Gremlin” cuando
escuchó que el bebé comenzaba a llorar otra vez. Rodando sus ojos, le susurró a la
brillante planta púrpura.

―Lo siento, pero vas a tener que esperar. Alguien más quiere ser más importante de lo que
tú eres ahora mismo. ―Entró en el vestíbulo y llamó por las escaleras

—Caroline... ¡por favor! Mientras más pronto tomes tu siesta, más pronto desaparecerá mi
dolor de cabeza.
72
Los gritos de la niña resonaron bajo las escaleras, y Kate miró su reloj. Gracias a Dios, sólo
una media hora hasta que la señora James regresara de su reunión. Si el bebé estaba
enfermo, la señora James sabría qué hacer, y Kate simplemente podía volver a casa. Aún
así, media hora era mucho tiempo para escuchar esos gritos, pensó ella mientras hacia su
camino de vuelta por las escaleras. Caroline probablemente estaba sólo hambrienta.

El húmedo viento abofeteaba hojas contra la ventana en la parte superior de la escalera.

Kate podía oír a Caroline gritando detrás de la puerta cerrada.

—Estoy llegando. Voy —dijo Kate. Ella había oscilado la puerta abriéndola y
inmediatamente el llanto se detuvo—. ¿Que está mal, cariño? —Pero la única respuesta
fue la tormenta afuera. Kate se acercó a la cuna. Las mantas estaban envueltas en un
enredado revoltijo.
Oh no, ella se estaba estrangulado, Kate preocupada corrió a la cama y luchó para desatar
las mantas. Cuando tiró las sábanas fuera del colchón, se quedó sin aliento. El bebé había
desaparecido.

—Estabas simplemente llorando —dijo, mirando alrededor del dormitorio—. ¿A dónde


gateaste? —Cuando no vio a Caroline en ninguna parte, Kate se apoyó en la baranda,
inclinando su cabeza con frustración.

Algo rozó sus piernas. Asustada, Kate saltó lejos de la cuna.

—¡Caroline! —dijo, rápidamente agachándose para poder mirar por debajo de la delgada
estructura de metal—. ¿Cómo llegaste ahí abajo? —Pero cuando miró, no había nada
debajo de la cama excepto unas motas de polvo.

Antes de que pudiera dar la vuelta, la puerta del dormitorio se cerró de golpe. El sonido de
pasos hizo eco por el corredor hacia las escaleras.

―¡Esa niña! ―murmuró Kate para sus adentros, corriendo hacia la puerta y tirándola
abierta
73
—Caroline, vas a estar en muchos… —La voz de Kate murió en su garganta.

Al final del pasillo en la parte superior de las escaleras se encontraba una figura pequeña,
pero no era Caroline. Era aproximadamente de un pie de alto y parecía humano, pero su
expresión era puramente animal. La criatura era flaca, desnuda, y cubierta de un grasoso
pelo verde. Unos gatunos ojos amarillos la miraban fijamente, y cuando Kate le devolvió la
mirada, comenzó a emitir un silencioso y gutural sonido.

Cuando Kate gritó, elevó sus garras a ella y abrió su boca, revelando puntiagudos y
marrones dientes caninos. Luego fue a ella. Kate ni siquiera tuvo la oportunidad de cerrar
la puerta de la habitación antes de que…

—Tienes que comer algo, Eddie —dijo papá, desde el otro lado de la mesa de la cocina—.
Nosotros los hombres Fennicks tenemos la tendencia a mantenernos flacos.
Eddie se apartó del quinto capítulo de La maldición de la lengua del Gremlin, uno de sus
favoritos.

—Lo siento —dijo Eddie, mirando hacia arriba—. ¿Qué?

—No has tocado tus macarrones —dijo mamá—. Pasé dos buenos minutos calentándolos
en el microondas. Lo menos que podrías hacer es fingir que te gustan. —Ella se rió
sinceramente de sí misma, luego limpió su nariz en su servilleta—. En serio, Edgar, pon ese
libro abajo hasta después de la cena.

Eddie a regañadientes cerró el libro y lo deslizó fuera de su plato. Impulsó su silla contra
la pared cerca a la nevera. Una lámpara de teñidos vidrios colgaba sobre la mesa y
emitía coloridas sombras a través del piso.

—¿No lo habías leído ya? —preguntó papá.

—Cuatro veces —dijo Eddie.

—¿Puedo tomarlo prestado cuando lo hayas terminado? —dijo mamá, levantándose y


enjuagando su plato en el fregadero—. Realmente disfruté el primero de ellos que me
prestaste. De hecho, empecé a escribir una historia espeluznante, la que estaba pensando

74
a comienzos del mes.

—Eso es genial —dijo Eddie—. No puedo esperar a leerlo.

—Hablando de historias espeluznantes, ¿alguna vez comprendiste ese raro libro de


cubierta negra que encontramos en la Feria de Antigüedades? ―dijo papá.

—Todavía no. Pero tengo la sensación de que estoy acercándome a una respuesta. —
Eddie se aclaró la garganta. Él no quería decirles todo lo que había aprendido acerca de
Nathaniel Olmstead, especialmente desde que Harris y él habían traspasado en su finca.
Si supieran cuántos problemas casi había tenido Eddie por meterse en el lago sin nombre,
sus padres podrían haberle preguntado por el libro de nuevo—. Mi amigo Harris y yo
estamos trabajando juntos en ello.

Mamá cerró la puerta del lavavajillas y se apoyó contra ella de manera que chasqueo
cerrándola.

—Eso es tan agradable. Harris parece un chico inteligente, ¿no, cariño? —dijo ella,
echando un vistazo a su marido a través de la mesa. Papá sonrió y asintió. Antes de
sentarse de nuevo, mamá lanzó sus manos al aire—. ¡Maldición! ¡Me olvidé de servir las
espinacas!

Eddie agarró su plato y su libro. Se puso de pie, y rápidamente dijo:

—Me comeré esto en mi habitación, ¿de acuerdo? —Eddie odiaba las espinacas.
Mamá parecía que iba a decir no, hasta que papá agarró su plato y se levantó también.

—Y yo voy a terminar esto en el estudio. —A él tampoco le gustaban las espinacas.

Más tarde esa noche, un sueño trajo a Eddie de nuevo al borde del claro en el bosque sin
nombre. La estatua de la niña lo miraba desde el otro lado del círculo. Casi podía oír una
voz llamándolo, pero él no podía distinguir de quien era la voz o lo que estaba diciendo.
En el bosque detrás de él, la luz de la luna se abría paso entre los árboles, rociando las
pequeñas y rastreras plantas con destellos de plata, pero el claro, relucía brillantemente,
iluminando la estatua como una lámpara fluorescente. Ella tendía su libro, como si
quisiera compartirlo con él. Mientras él la miraba fijamente, ella resplandeció aún más
brillante. Su blanca piedra se convirtió en translúcida, y desde el interior de la piedra, un
brillante fuego azul comenzó a parpadear. Sus ojos se oscurecieron. Algo se movió entre
los árboles directamente detrás de ella, y Eddie dio un paso hacia atrás. Un horrible
hedor llenó su nariz y lo hizo marear. Se volvió para correr, pero algo saltó desde el suelo
y tropezó con él. Rodando a través de la maleza para salir de su camino, Eddie se
encontró cara a cara con un boca llena de afilados dientes caninos.

Gritando, Eddie se sacudió a sí mismo y despertó. Se recostó en la cama durante varios


segundos y, luego se comprobó a sí mismo para asegurarse de que no estaba todavía
soñando. Su frente estaba húmeda, y se sentía enfermo. Momentos más tarde, su padre
asomó la cabeza por la puerta.
75
—¿Pesadilla? —preguntó.

Eddie trató de tragar, pero su boca estaba seca.

—Uh-huh. Lo siento. ¿Te desperté?

—Nah —dijo papá—. Estaba leyendo. Mamá también está levantada, garabateando en
su cuaderno. Ella ha hecho mucho de eso últimamente.

Su padre fue al baño para conseguirle a Eddie un vaso de agua. Cuando volvió, notó el
libro descansando en la mesita de Eddie. En la portada de La maldición de la lengua del
Gremlin, una luminosa flor púrpura brillaba venenosamente. Papá volteó boca abajo el
libro y apagó la luz.

—Todas esas historias de miedo que ustedes dos han estado leyendo probablemente no
ayuda.

Eddie sabía que su padre estaba equivocado; las historias de miedo eran la única cosa
que podrían ayudar.
Capitulo 10
Traducido por sooi.luuli y Maia8

Corregido por flexi

A la mañana siguiente, un viento del norte enfrió Gatesweed. La pesadilla de la noche


anterior se aferraba a la piel de Eddie, haciéndolo temblar durante el desayuno. Afuera,
el cielo estaba gris y solemne, por lo que Eddie se puso su acolchonado abrigo oliva con la
capucha peluda y salió en su bicicleta.
Encontró a Harris esperándolo, como siempre, en la esquina de la escuela y el
supermercado. Harris estaba con los ojos muy abiertos y se veía listo para estallar de
emoción. 76
—Hice algún progreso la noche anterior —dijo misteriosamente.
—¿Qué tipo de progreso?
—Bueno, en cierto modo pienso que deberías leerlo por ti mismo. La Condenación de la

Bruja .

—¿Qué hay con él? —dijo Eddie, mirando hacia la calle, donde la escuela los esperaba
pacientemente.
—Hay algunas cosas allí que creo que podría dirigirnos en la dirección correcta.
—¿Qué dirección sería esa? —Harris sonrió.
—La casa de Nathaniel Olmstead. —Deslizó la mochila de su espalda y la abrió. Sacó La

Condenación de la Bruja y se lo entregó a Eddie—. Presta atención al capítulo en el

sótano. Verás de lo que estoy hablando. Si tienes una oportunidad léelo durante la clase,
tal vez podamos dirigirnos allí después de la escuela y hacer algo de exploración. —Se
alejó de la acera y giró su bicicleta hacia la calle—. Vamos —gritó por encima de su
hombro—, ¡te juego una carrera!
Gertie abrió sus brazos a ciegas en el oscuro sótano. Su puño hizo contacto con algo duro,

y ella gritó. Pero entonces escuchó un estruendo y un crujido dándose cuenta de que sólo

había derribado otra pequeña pila de basura polvorienta. Tal vez había roto la antigua

radio despertador que había notado antes, o posiblemente había sido la fotografía

enmarcada de Sojourner Truth. En este punto, realmente no le importaba. Rompe todo en

piezas, pensó, ¡sólo déjame salir de aquí!

Cuando los ecos dejaron de sonar contra las paredes de la estrecha habitación de piedra,

gritó:

—¡Sé que estás allí! —Ella no estaba segura de que el Observador la hubiera seguido

desde el bosque hasta la granja, pero se imaginó que si lo había hecho, necesitaba ser

fuerte, especialmente ahora que no podía ver. Se arrastró hacia delante unos centímetros.

Era imposible decir dónde estaba. ¡Si sólo no hubiera dejado caer su linterna en el hoyo 77
bajo la piedra en el piso!

—¡Sé que no te puedes mover si te estoy mirando, así que ni siquiera lo intentes! —gritó.

No podía ver nada, pero el Observador no sabía eso. Finalmente, sus dedos hicieron

contacto con la fría y húmeda roca.

Siguiendo la pared a la derecha, ella fue capaz de localizar la escalera, la cual se elevaba

por la pared del sótano húmedo. Agarró el escalón inferior con sus dedos, manteniendo

sus ojos hacia delante, se sostuvo a una barra con sus manos y puso su pie izquierdo en el

escalón inferior. Lenta y firmemente, se abrió camino hacia arriba. La humedad negra

manchaba las paredes de piedra, y ella intentó desesperadamente no resbalarse.

No podía creer que había llegado a esto. El único consuelo que tenía era la llave que había

tomado del compartimiento secreto del piso en el centro de la habitación. Esperaba que si
el monstruo estaba efectivamente aquí junto a ella, no la hubiera visto meter la llave en su

bolsillo.

Tomó toda su fuerza seguir subiendo la escalera. Finalmente llegó a ciegas hasta la parte

superior. Gertie pudo sentir la puerta cubierta de óxido. La empujó, pero no se movía.

—¡Mierda! —Gertie se susurró a sí misma—. ¿Qué hago ahora? —Pensó que podía

escuchar la respiración por debajo de ella, y cuando bajó nuevamente la mirada, las

sombras parecían moverse. Gertie gritó. Su voz hizo eco por toda la cámara, mientras se

volteaba y rayaba el metal oxidado por encima de ella. Finalmente, el grito fue respondido

por el giro de la cerradura y el chirrido de las bisagras. Una franja de luz tenue apareció,

entonces la puerta se abrió. Un rostro la miró a través de la abertura.

—¡Sra. Thompson! —gritó Gertie sorprendida—. ¿Qué está haciendo allí arriba? —La

profesora de Gertie sonrió. No era una sonrisa agradable. Gertie nunca antes había visto a 78
la Sra. Thompson así.

—Oh, Gertrude. Sabía que cuando lo averiguaras, actuarías como una estúpida. Nunca

fuiste muy buena en los exámenes. —El agarre de Gertie se soltó. No podía creer lo que

estaba viendo. Había sido su profesora, todo el tiempo. Las notas, las voces, las pesadillas.

La Sra. Thompson era la bruja—. Pero esto estaba destinado a ser —continuó la Sra.

Thompson—. Este siempre ha sido tu destino, mi querida. Ahora por qué no subes aquí —

Los ojos de la bruja se oscurecieron—, así me puedes dar lo que tienes en tu bolsillo.

Algo agarró la zapatilla de deporte de Gertie, y ella gritó más fuerte que antes. Apartó su

pie de la escalera, pero antes de que pudiera huir, las garras de la cosa apretaron su

tobillo. Bajando la mirada, Gertie pudo ver el terrible rostro del Observador elevándose

hacia ella desde la oscuridad de abajo.

—¿Tal vez Edgar pueda decirnos?


Eddie levantó la mirada de su libro. La Sra. Phelps estaba mirándolo; así como el resto
de la clase. Un gráfico circular estaba dibujado en el pizarrón. Los estudiantes habían
sacado sus libros de matemáticas.
—Uh —dijo Eddie. El libro que estaba leyendo obviamente no era de matemáticas—.
¿No lo sé?
La Sra. Phelps se acercó a su escritorio y agarró el libro.
—¿La Condenación de la Bruja ? Detención —dijo la Sra. Phelps, depositando el libro de

vuelta en su escritorio.
Eddie se estremeció.
—¿Qué?
—Podrá reunirse conmigo después de la escuela esta tarde para estudiar todas las cosas
que se ha perdido esta mañana, Sr. Fennicks.
La boca de Eddie se secó. Deslizó el libro en su mochila. ¿Detención? Eddie no sabía qué
pensar.
¿Qué dirían sus padres? Y lo más importante, ¿estaría oscuro cuando saliera?
Después de la clase, Eddie encontró a Harris afuera del gimnasio. La consciencia de Eddie
estaba ardiendo por recibir su primera detención. Le dijo a Harris que su aventura
79
después de la escuela comenzaría más tarde de lo anticipado.
—Pero antes de que te pongas demasiado molesto, debería decirte que al menos
conseguí leer el capítulo que querías que leyera.
—¿Qué piensas?
—Pensé que era totalmente espeluznante —dijo Eddie—, pero no entiendo por qué
piensas que es tan importante. —Harris alzó las cejas.
—Vamos Fennicks, usa tu cerebro. Si Nathaniel Olmstead realmente escribió sobre las
cosas que vio con sus propios ojos, como el lago y los perros, entonces deberíamos buscar
por su propiedad. Como dijiste… la respuesta podría estar en las historias de Nathaniel.
En La Condenación de la Bruja , la llave está en un compartimiento secreto en el sótano

de una granja… tal vez hay algo similar en la propia granja de Nathaniel, como la que
Gertie entró en su sótano, o debajo de las escaleras, o en alguna parte… cualquier tipo de
lugar en el que sus personajes encontrarían cosas. —Eddie entendió a lo que quería llegar
Harris.
—Si hay algún tipo de compartimiento secreto, podríamos encontrar algo dentro de él.
Una pista de alguna especie… ¿o incluso podríamos encontrar el código en sí?
—Cierto. Eso… o monstruos —dijo Harris, riéndose tontamente.
—Sí, cierto. Monstruos… —dijo Eddie, intentando reírse también, pero por alguna razón
no encontró que fuera tan divertido como Harris.
Cuando la Sra. Phelps finalmente dejó ir a Eddie, el sol casi se había puesto. No podía
creer cuán larga la detención había sido. El cielo era de una mezcla entre azul oscuro y
violeta, y las estrellas estaban a punto de comenzar a brillar. Era el comienzo de una
fresca noche de otoño. En un mes, probablemente estaría demasiado frío como para
manejar las bicicletas, pero lo que verdaderamente le puso la piel de gallina fue la idea
de ir al lugar de Nathaniel Olmstead en la oscuridad.
Giró a la derecha en la calle de la escuela. Los árboles en ambos lados de la calle eran
altos y grandes, sus grandes hojas coloridas se apagaban en las sombras. Pasó por
delante de la oficina postal y de la serie de restaurantes cerrados en la intersección Farm
Road. La iglesia estaba oscura cuando pasó por su derecha. Dejó al aliento cristalizado

80
flotar detrás de él mientras giraba a la izquierda sobre Upper Church, dirigiéndose hacia
la calle principal. A su derecha, unos pocos faroles en el césped de la ciudad eliminaban
algunas sombras, incluso mientras generaban más.
Por delante, la luz naranja iluminaba la acera de la biblioteca. Largas sombras negras se
extendían desde donde los balcones sobresalían, haciendo que el edificio se viera como
un narrador de historias sosteniendo una linterna bajo su barbilla. Bajando de un tirón el
soporte de la bicicleta, Eddie se puso al lado del gran rododendro junto a los amplios
escalones principales.
Mientras esperaba a Harris, Eddie escuchó los sonidos de la noche. El viento hacía crujir
las hojas de los árboles.
Al otro lado del parque, un coche se desplazaba cerca de la biblioteca oscura. ¿Dónde
estaba Harris? La biblioteca cerraría pronto. ¿Quién sabía cuánto tiempo tendría antes
de que apagaran las luces? cuanto más pensaba en ello, más quería esperar a que fuera
de día para hacer el viaje hacia las colinas de Gatesweed. ¿Cuál era el apuro? La casa de
Nathaniel Olmstead no se iba a ir a ningún lado, ¿o sí?
¡Zas!
Algo golpeó cerca y Eddie casi se cae en los arbustos. Tentativamente echó un vistazo
alrededor y se dio cuenta de que aún estaba solo en la acera.
El ruido había venido del costado del edificio.
—¿Harris? —llamó Eddie—. ¿Eres tú? —Esforzándose por ver en la esquina, pudo ver que
la biblioteca se extendía hasta el final de la cuadra. Un pequeño farol iluminaba un
estrecho camino de cemento que iba pegado al edificio. Al lado de ese camino, había
otro pequeño camino de grava que se extendía sobre la izquierda hasta la calle del
supermercado. No había nadie allí.
¡Zas!
Esta vez cuando el ruido llegó como un disparo, Eddie se sintió como si algo en su interior
hubiera explotado. Su aliento se quedó en su garganta.
—¿Ho-hola? —se esforzó por decir, aunque en este punto, no estaba seguro de que
quisiera una respuesta.
Creee…
Llamó un nuevo sonido… sostenido y agudo como el llanto de un chico. Entonces…
¡Zas!
Pinchazos de terror bailaron por la piel de Eddie.

81
—Harris, si te estás haciendo el tonto… —gritó. Se sentía bien hacer ruido, como si el
silencio mismo fuera peligroso. Doblando la esquina del edificio, notó una baranda que
sobresalía de las tres cuartas partes de la biblioteca de la parte de atrás. Más allá de la
baranda, una escalera conducía al sótano de la librería. Una ráfaga de viento azotó el
costado del edificio, alborotando el pelo de Eddie.
De repente, el sonido agudo se escuchó de nuevo. Ese golpe demoledor de nervios
continuó unos segundos después.
Eddie saltó.
Los sonidos estaban viniendo de la escalera. Arrastrándose por el costado de la biblioteca,
finalmente fue capaz de notar la puerta en la parte inferior. Se abrió ligeramente,
revelando un pequeño espacio de oscuridad del otro lado.
Creee, cantó la bisagra oxidada. Entonces la puerta se cerró con un suave ffudd. El
viento no la había cerrado de golpe tan fuerte esta vez.
La voz de su madre pasó por su mente: desearía que mi imaginación fuera la mitad de
salvaje que la tuya, Edgar. Ahora sería una novelista exitosa.
Eddie suspiró y se agarró firmemente su cabeello.
—¡Tan estúpido! —se susurró a sí mismo—. Alguien debe de haberla dejado
accidentalmente abierta. —Para probarse a sí mismo que no había razón para estar
asustado, siguió el camino hasta la parte superior de los escalones de cemento, los cuales
estaban perpendiculares contra el costado del edificio. Cinco escalones abajo, una
sombra pasó por los escalones donde el farol naranja no podía alcanzar a iluminar. La
maltratada puerta se escondía en un pasadizo oscuro en la parte superior. Cuando el
viento la atrapó de nuevo, la puerta se abrió hacia el exterior. Sólo entonces la luz
capturó la parte superior de ella, antes de que se cerrara de golpe.
¡Zas!
Incluso aunque ahora sabía lo que era, el sonido aún lo hacía saltar. Sacudió su cabeza y
estuvo a punto de dirigirse de vuelta a los escalones principales cuando vio algo moverse
en las sombras al pie de las escaleras. En el centro del desagüe circular, oscuros tallos de
maleza crecían, dejándose caer pesadamente con la brisa.
Las malas hierbas no atraían su atención usualmente, pero por un breve instante, estuvo
seguro de que había visto algo más también allí abajo. Curioso, bajó un par de escalones.
Ahí es cuando estuvo seguro.
En medio de los tallos de maleza crecía una pequeña flor violeta.

82
¿Podría ser…?
Sintió a sus huesos hundirse con un sentimiento emocionante y eléctrico. ¿En verdad
había encontrado las otras inspiraciones de Nathaniel Olmstead? Si era así, ¿podría
haber algún tipo de pista en la parte inferior de los escalones?
Cautelosamente se abrió camino hacia abajo para una mejor vista. El olor a moho se
hizo más fuerte. El escalón inferior estaba casi totalmente cubierto de lodo de color negro
verdoso. Equilibrándose en el borde del escalón, Eddie se agachó y examinó la flor. Con
casi un centímetro de circunferencia, consistía en siete pétalos aterciopelados de color
violeta oscuro.
Seis de los pétalos se aferraban a un séptimo pétalo más grande. El séptimo pétalo iba
pegado al pistilo y al estambre antes de acomodarse lejos de la parte inferior de la flor,
su color volviéndose negro en su punta filosa, parecida a una púa.
Creee…
El viento abrió la puerta del sótano un poco mientras alcanzaba y tocaba el tallo. Se
sentía como una flor normal, pero no parecía una flor normal. A menos que estuviese
equivocado, Eddie no sabía de un libro de botánica en el que la lengua del Gremlin
estuviese realmente enlistada. El único libro en el que había oído hablar de la flor era el
de Nathaniel Olmstead. Esta flor ciertamente encajaba con la descripción.
—¿Eddie? –La voz de Harris sonaba lejana
Levantando la vista brevemente, Eddie gritó:
—¡Estoy aquí abajo! ¡Creo que encontré algo! –De repente el viento azotó la escalera. A
centímetros, la puerta dio un portazo. ¡Zas!
Sobresaltado, Eddie se deslizó en el musgo húmedo y cayó de cara en el suelo al lado del
drenaje de agua.
Un momento después, oyó una reprimida risa sobre él. Cuando levantó la vista, vio la
divertida cara de Harris mirándole sobre la baranda de las escaleras.
—¿Está todo bien ahí abajo? ¿Qué diablos estás haciendo? –Eddie sintió como si no
tuviese tiempo de sentirse avergonzado. Se levantó de un salto.
—Tienes que ver esto.
—¿Ver qué? –dijo Harris caminando alrededor de la parte superior de las escaleras.
—Mira –dijo Eddie, señalando el drenaje de agua.
Harris bajó unos pocos pasos. Entrecerró los ojos.
—¿Qué se supone que estoy mirando? –Cuando Eddie miró el drenaje de agua de nuevo,

83
la flor había desaparecido. Todo lo que quedaba de la planta eran las hojas empujando
a través de las barras metálicas llenas de lodo.
—Pero estaba justo ahí.
—¿Qué estaba ahí? —Harris se reunió con Eddie al final de la escalera.
—La flor –dijo Eddie—. La vi... se veía como...
—¿Como esto? –dijo Harris, flexionándose. La flor violeta yacía tumbada cerca de la
pared, separada del resto de la planta.
El estómago de Eddie comenzó a doler apenas la vio. Harris recogió la flor y se la dio a
Eddie.
Con su corazón latiendo, Eddi sujetó el tallo de la flor entre su pulgar y su dedo índice.
Parecía retorcerse mientras la brisa acariciaba sus pétalos. Un horrible olor salía de ella,
como una vieja comida dejada mucho tiempo en el lavaplatos.
—Oh no –susurró. Tenía el presentimiento de que sólo había hecho el misterio aún mayor.
Apretó sus ojos para cerrarlos—. Debí haber roto accidentalmente el tallo cuando...
—¿Cuál es el problema? –dijo Harris—. Es una flor. Vámonos de aquí, tenemos cosas que
hacer.
—Mírala más cerca –dijo Eddie, sujetando la flor para que Harris la viera.
—Si la miro más cerca, ¡va a clavárseme en el ojo! ¿Qué pretendes?
Frustrado, Eddie tomó una profunda respiración.
—¿No se parece a la lengua de Gremlin? –dijo.
Harris tomó la flor de nuevo. La miró más cerca, entonces la sujetó delante de su nariz y
la olió.
—¿Cómo las del libro de Nathaniel Olmstead? –Arrugó su nariz.
—¿Estoy loco por pensar eso? –dijo Eddie, avergonzado—. ¿O algo raro está sucediendo
aquí?
Las bisagras comenzaron a hacer ruido de nuevo mientras la puerta se abría lentamente.
Un pequeño vacío oscuro apareció entre la puerta y el marco. El horrible olor era aún
más fuerte, una mezcla entre comida podrida y la esencia de viejos libros con humedad.
Creee…
—¡Ugh! Tienen que arreglar esto —dijo Eddie, mirando la puerta. Movió su pie hacia
atrás, y luego pateó la puerta tan fuerte como pudo. Se abrió, pero antes de que
pudiera cerrarse de golpe, se detuvo con un ruido sordo.
Algo justo dentro del arqueado camino del sótano gritó en un bramido áspero y fuerte.

84
Ese nuevo sonido no eran bisagras chillando.
—¿Qué... fue eso? —dijo Harris.
Antes de que Eddie pudiera responder, la puerta empezó a abrirse nuevamente, esta
vez con mayor rapidez. El hueco se ensanchó mientras la oscuridad del interior del sótano
se le revelaba. Instintivamente, Eddie extendió la mano y detuvo la puerta. Comenzó a
empujar para cerrarla, pero algo tiraba para abrirla desde el interior. Con los ojos
abiertos, presionó todo su peso contra la puerta de metal. Ésta se cerró con otro ¡zas!
Eddie se dio la vuelta y apoyó su espalda contra ella. Intentó hablar, pero su voz se atoró
en su garganta.
Harris se le quedó mirando. La puerta se sacudió cuando lo que fuese que estuviera del
otro lado le dio una sacudida fuerte. Eddie gritó y se apretó de nuevo contra el metal,
sus pies se deslizaron sobre el suelo resbaladizo. La noche estuvo tranquila por un
momento. Harris negó con la cabeza.
Abrió la boca para hablar, pero Eddie fue lanzado hacia delante cuando la cosa en el
sótano reanudó su asalto.
Harris se golpeó contra la puerta, evitando que se abriese demasiado. Eddie se recuperó,
y los dos muchachos empujaron para cerrarla con toda su fuerza. La puerta rebotó una
y otra vez mientras la cosa en el otro lado se defendía, ferozmente tratando de escapar.
Entonces, de repente se detuvo.
Después de un momento, Harris susurró entre dientes:
—Agarraste esa flor.
—Sí, ¡pero no a propósito!
—¿Y qué? —dijo Harris—. No deberías haber venido aquí.
—¡Estaba buscando pistas sobre el código!
—Ya sabíamos que algunas de las cosas en los libros de Nathaniel Olmstead eran reales.
¡Gracias a ti, sabemos que el Gremlin de La Lengua de Gremlin es real también!

Eddie sabía que Harris estaba en lo cierto. Se estremeció, imaginando a la criatura


escuchándolos desde el otro lado de la puerta, a centímetros de distancia. No sería capaz
de estar allí sujetando la puerta cerrada para siempre, sobre todo si los golpes
comenzaban de nuevo. A pesar de que no había tenido intención de agarrar la flor, la
cara de Eddie se sonrojó de vergüenza. Tendría que haber sido más cuidadoso.
Cualquier persona que hubiese leído los libros de Nathaniel Olmstead sabía que agarrar
la lengua de Gremlin liberaría a su guardián.
Por lo menos, ahora sabía que la maldición de Olmstead era real, no tenía muchas
85
dudas después de lo que ocurrió en el lago del bosque.
—No oigo nada —dijo—. ¿Se ha ido? —Harris presionó la oreja contra la puerta. Escuchó
durante un momento, asintió, y luego dijo:
—Ahora podría ser nuestra única oportunidad.
—¿Para hacer qué?
—Correr —susurró Harris, agarrando la muñeca de Eddie y tirando de él lejos de la
puerta.
El aire frío se precipitó en los pulmones de Eddie mientras tomaba una bocanada y
corría por las escaleras detrás de Harris. En el momento en que llegó a la parte superior,
la puerta en la parte inferior se había abierto de nuevo.
¡Zas!
Eddie no esperó a ver lo qué había estado detrás de él. Juntos, los niños corrieron hacia la
parte de adelante de la biblioteca con los pies golpeando contra la acera de cemento. Se
lanzaron por la esquina en dirección a la entrada principal. La propia bicicleta de Eddie
se asentaba silenciosamente junto a los rododendros. Se dio cuenta de que Harris había
encadenado su bicicleta a la parrilla de la de él. No había tiempo para liberarlas.
Mientras corrían por los escalones de la entrada, Eddie susurró:
—Por favor que esté abierto. Por favor que esté abierto. Por favor que esté abierto.
Estiró sus brazos para empujar la puerta, pero justo cuando estaba a punto de lanzar
toda la fuerza de su peso contra ella, la puerta se abrió.
—¡Ugh! —gritaron dos voces al unísono, mientras Eddie y la persona al otro lado de la
puerta caían al suelo.
Harris entró en la biblioteca detrás de ellos. Cerró la puerta y apoyó todo su peso contra
ella, jadeando.
Después de un momento, Eddie notó que la persona en el suelo era Maggie Ringer. Los
libros que había estado llevando estaban dispersos a través de la alfombra. Ella hizo una
mueca de dolor mientras trataba de sentarse.
—Lo siento mucho —exclamó Eddie—. Estábamos corriendo de...
Harris le dio un puntapié.

86
—Estábamos corriendo. Como... ¿por diversión? —Él lucho en el suelo y se puso de pie, le
tendió la mano a Maggie, que aún parecía estar en estado de shock.
—Genial. Bueno, la próxima vez podría ser más divertido para mí si miras a dónde vas.
—¿Están bien niños? —La bibliotecaria, la señora Singh, salió de detrás de su escritorio—.
¿Por qué te quedas así? —dijo ella, mirando a Harris.
—Estamos bien —dijo Harris, presionando la espalda contra la puerta. Justo en ese
momento, algo se estrelló contra el cristal. Harris gritó, y rápidamente se recompuso,
apoyándose contra la puerta aún más fuerte. Sus zapatillas se deslizaron un poco en la
alfombra. Cerró los ojos y dijo:
—Muy bien.
—¿Qué diablos es eso? —gritó Maggie. Señaló a la puerta, más allá de los pies de Harris.
A través del cristal, Eddie vio lo que estaba mirando Maggie. Se llevó la mano a la boca
para reprimir un grito.
En el escalón más alto de la biblioteca había una criatura que no se parecía a nada que
hubiera visto. Tenía treinta centímetros de altura, su piel era de un color violeta
amoratado. Trozos de tierra y hojas muertas manchaban su grasiento pelo verde, que
colgaba de su cabeza casi todo el camino hasta el suelo. Aparte de esa extraña capa de
pelo grueso, la criatura estaba desnuda. El Gremlin los observó durante varios segundos
con sus amarillos ojos gatunos, luego sonrió viciosamente con sus amplios labios verdosos.
Levantó su mano, como para saludar, luego la bajó fuertemente contra el cristal.
¡Zas!
La puerta dio un golpe y de nuevo, Harris gritó.
—¿Un mono rabioso? —dijo Eddie, sintiéndose ridículo aun cuando las palabras salieron
de su boca.
—¿Está cerrada la puerta? —preguntó Harris en voz baja.
La señora Singh revoloteó hacia adelante, manteniendo los ojos muy abiertos ante la
cosa en el umbral.
—¿Un mono rabioso? —dijo con su voz temblando en un tono raro—. Eso no es un mono.
—Ella llegó por detrás de Harris y giró el picaporte—. Discúlpame, por favor —dijo. Algo
dentro de la puerta hizo clic. Estaba cerrada ahora, así que Harris se apartó de ella.
—Gracias —dijo Harris a la señora Singh. Dándose la vuelta, vio que la criatura lo miraba.
Abría su boca tratando de morder el pestillo de la puerta. Su pequeño tronco violeta
que tenía por lengua giró y se dejó caer como un gusano disecado, lamiendo la puerta y

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llenándola con su saliva. Luego, desde dos pequeñas bolsas a ambos lados de su boca,
comenzaron a desplegarse varios tentáculos verdes finos con sus puntas de púas tocando
y arañando el vidrio empañado con la respiración.
Llevándose la mano a la boca, la señora Singh lanzó un chillido horrorizado.
—¡Voy a llamar a la policía! —gritó, corriendo hacia su escritorio.
La criatura golpeó la puerta con su mano de nuevo. Esta vez, el cristal se agrietó un poco.
La cosa de la boca con tentáculos se retorcía en el borde de la puerta, como si buscara
una forma de entrar al interior. Los tres niños se alejaron.
—Eso no es un mono –repitió Maggie.
—¿Qué vamos a hacer? –dijo Eddie, mirando a la señor Singh—. Ambos hemos leído la
Maldición de la lengua de Gremlin , Harris. Sabes que la policía no será capaz de
ayudarnos. –Harris negó con su cabeza frustrado. Entonces su cara se encendió.
—¡Tienes razón! –dijo—. La policía no puede ayudarnos. ¡Pero tú puedes!
—¿Yo? –dijo Eddie—. ¿Cómo?
—¡Sabes cómo! Eres el que agarró la flor. ¡Quiere comerte!
Eddie sintió náuseas.
—¿Y? ¡Eso no es una solución! ¡Él no puede comerme!
—Ya lo sé. No vamos a permitirlo —dijo Harris, empujando a Eddie lejos de la puerta.
Maggie se quedó atrás, fascinada por el pequeño monstruo que continuaba mirándolos
desde el otro lado del cristal.
—Tú agarraste la flor. Sólo tú puedes echarlo. ¿No te acuerdas cómo? —Eddie se devanó
los sesos. Sabía la respuesta a esa pregunta. Había acabado de leer el libro hacía un día.
De repente la respuesta lo golpeó.
—De acuerdo —dijo Eddie—. Tengo que hablar con él en su propio idioma.
—Exactamente —dijo Harris.
—Hola, ¿Wally? —dijo la señora Singh, desde detrás de su escritorio sosteniendo el
teléfono a la oreja—. Ven pronto. Tenemos otro problema. —Ella los miró y dijo:
—Ustedes niños, eh... mantengan la calma. —¿Otro problema? Eddie no tenía tiempo
para pensar acerca de lo qué quería decir con eso. Sonrió y asintió con la cabeza hacia
ella.
—Estamos tranquilos —dijo, y rápidamente se volvió a Harris—. Tengo que poner la flor
en mi lengua —susurró—. De esa manera, entenderá lo que diga. —Maggie se giró y gritó:

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—¿De qué clase de locura están ustedes dos hablando? —Haciendo caso omiso de ella,
Harris dijo:
—¿Y dónde está la flor? —Eddie sintió caer su estómago hacia el piso. ¡La flor! ¿La había
dejado caer?
—No sé —susurró.
La criatura golpeó de nuevo el cristal. La grieta creció, agrandándose cerca de diez
centímetros.
—Date prisa —exclamó Harris—. ¡Comprueba tus bolsillos o algo así!
Eddie metió las manos en los bolsillos vaqueros. Sin ser por algunos pedazos de pelusa
áspera, estaban vacíos. Luego buscó en los bolsillos de su abrigo. Cuando metió la mano
en el bolsillo de la derecha sintió algo pequeño y suave arrugado en la parte inferior. Con
cautela, Eddie sacó su mano. En la palma de su mano, la flor yacía aplastada en una
pequeña bola. Debía haberla metido allí en la parte inferior de las escaleras.
—¡La flor está estropeada! —dijo Eddie.
En el exterior, la criatura hizo un sonido chillón. Sus ojos se volvieron locos. Sus fosas
nasales se dilataron. Golpeó la puerta de nuevo. Esta vez, el cristal se hizo añicos. Piezas
de él volaron sobre la alfombra.
La cosa de la boca con tentáculos se deslizó nerviosamente a través del umbral. Maggie
gritó y se alejó de la puerta. Corrió detrás del escritorio de la señora Singh. La
bibliotecaria le gritó al Gremlin, que ahora se estaba arrastrando a través del agujero
en la puerta:
—¡Fuera! ¡Fuera de aquí! —Luego volvió su atención a Eddie y Harris.
—¡Chicos! ¡Alejaos de ahí! —Ella hizo un gesto para que se unieran a ella y a Maggie
detrás del escritorio.
Eddie casi quería comenzar a reír, él sabía que esconderse detrás de un escritorio no
detendría al monstruo.
—Hazlo de todos modos —dijo Harris, haciendo caso omiso de la señora Singh—. Póntelo
debajo de la lengua.
—Pero… —comenzó a protestar Eddie.
—¡No puede hacernos daño! —exclamó Maggie. Parecía aterrorizada y confundida.
Eddie sabía que ella no tenía idea de lo qué estaba pasando, sin embargo, podría estar
en lo cierto.

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De pie en medio de los fragmentos de vidrio roto, la criatura enseñó sus dientes horribles.
De repente, se movió hacia adelante, llegando a los tobillos de Harris.
Instantáneamente, Eddie se metió la flor arrugada en la boca y la agitó bajo su lengua.
Estaba seca y arenosa, y sabía como el moho. Eddie quería vomitar, pero se las arregló
para evitar las náuseas.
Quería gritar DETENTE a la criatura, pero cuando abrió la boca, lo que salió fue algo
totalmente diferente. Una voz profunda, resonante, completamente diferente a la suya
se escapó de su garganta:
—¡HEST-ZO-THORTH! —El sonido de ello sacudió la habitación, eliminando el polvo de
los estantes más altos.
Impresionado, Eddie cubrió su boca, asustado de abrirla de nuevo.
—Está funcionando –dijo Harris, temblando un poco.
La criatura se congeló a varios centímetros del lugar donde Harris había estado parado
unos pocos segundos antes. Se quedó mirando a Eddie, como sorprendido, esperando por
más instrucciones. Guardó sus tentáculos de nuevo en su boca con una fuerte succión,
como alguien comiéndose un plato de espaguetis desordenadamente. Eddie no sabía
qué hacer a continuación. La flor parecía retorcerse bajo su lengua, como si tratase de
escapar de su propia boca. Si Eddie no continuaba hablando, sabía que la flor de alguna
manera se las arreglaría para partirse, y la criatura continuaría su terrible comida. Trató
de recordar lo qué Kate, el personaje del libro de Nathaniel Olmstead, le había dicho a
su propio Gremlin cuando la había atacado a ella y al bebé durante la tormenta.
—No me hagas daño. Por favor, perdóname. Déjanos en paz.
O algo como eso.
Eddie trató de hablar, pero la extraña voz en su boca dijo sus propias palabras en su
lugar:
—¡NO-KOWTH JAWETH THUN-E-ZATH! ¡SAHWL-KA PA-TEP ZHEPTA! ¡OM-VHEM
HEPATH!—
La pequeña criatura escuchó, tranquilamente arrepentida, luego bajó sus hombros en
señal de derrota. Casi pareció rodar sus ojos mientras caminaba con dificultad hacia
Eddie, parándose a un metro delante de él, levantó una mano. Eddie lo miró, inseguro
de qué hacer. La criatura movió su mano, con la palma levantada como un mendigo
pidiendo limosna.
—Creo que quiere que le devuelvas la flor –susurró Harris desde unos pocos metros atrás.

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Eddie asintió. Escupió la flor empapada de saliva a su propia mano, entonces
cuidadosamente se agachó y la dejó en los pies de la criatura. La cosa agarró la flor de
Eddie y refunfuñó algo tranquilamente bajo en su aliento. Luego se dio la vuelta y de
forma enfadada pateo las piezas de un vidrio roto como si se escabullese hacia la
entrada de la biblioteca. Después de que pasase a través del agujero de la puerta, el
Gremlin se giró rápidamente y los miró. Finalmente, llevó la flor a su boca, hizo una
breve reverencia, y antes de que ninguno de ellos pudiera comprender qué estaba
pasando, desapareció.
El silencio envolvió la biblioteca, hasta que alguien detrás del escritorio del bibliotecario
estornudó. Cuando Eddie se dio la vuelta, vio a Maggie llevar su manga a su nariz.
Ambas, la Sra. Singh y ella se veían sobresaltadas. Eddie se sentía tan confundido como
ambas lo parecían, sin embargo, aún sentía la necesidad de ofrecer algún tipo de
explicación. En la calle, el sonido de una sirena aumentó mientras una patrulla de policía
se aproximaba.

—Eso fue… uh… eso fue… –Pero no podía pensar en nada qué decir que las ayudase a
comprender, así que se unió a su estupefacción.
—Eso fue… raro —dijo entrecortadamente—. ¿O no?
Cuando Wally apareció y vio el daño en la entrada de la biblioteca, negó con su cabeza
y comenzó a escribir notas en un pequeño cuaderno.
En un bajo y acusante tono, preguntó a los chicos lo qué había pasado. Aún en shock,
Maggie se los quedó mirando a los dos con curiosidad. Harris y Eddie explicaron que
estaban a punto de ir con sus bicicletas al parque cuando la criatura los atacó delante de
la biblioteca. El policía escuchó pacientemente, y cuando Harris terminó su declaración,
se llevó a la Sra. Singh a un lado y habló con ella de manera privada detrás del escritorio.
Después de que Wally terminase de tomar la declaración a Maggie, los chicos montaron
en sus bicicletas por el parque en dirección a la librería. Cada hoja muerta que se deslizó
a través del sendero hizo que se estremecieran. La estatua de Dexter Augusto se le
quedó mirando con los ojos hundidos.
—Me sorprende que Wally no nos llevara a la comisaría para ser interrogados —dijo
Eddie.
—La señora Singh parecía bastante asustada —dijo Harris—. Probablemente se quedará
con ella hasta que cierre.

91
—Qué bueno por su parte —dijo Eddie con una sonrisa.
Mientras cruzaban el hemisferio sur de la Calle Central, coincidieron en que su viaje a la
casa de Nathaniel Olmstead era más importante ahora que nunca. Pero decidieron
esperar hasta mañana, cuando podrían estar más preparados, cuando la luz de la tarde
diese una mejor idea de seguridad... y cuando no estuviese saltando a cada ruido de la
calle.
Se detuvieron en la acera delante de El Manuscrito Enigmático. Eddie vio reflejarse a la
silueta de Francis en la luz de las ventanas del piso superior.
—¿Vas a estar bien yendo sólo a tu casa? —dijo Harris—. ¿Quieres que le pregunte a mi
mamá si te puede llevar a tu casa?
—No. Es un paseo corto. Creo que voy a estar bien —dijo Eddie, subiendo su mochila
sobre sus hombros—. Es decir, si no me detengo a oler las flores esta vez.
Harris se rió y se estremeció mientras decía:
—Sí, claro. Sólo las feas violetas de todos modos.
****
Cuando Eddie llegó a su casa, encontró a sus padres en la sala de estar. Su padre se
encontraba en el sofá, leyendo Antiques Magazine. La madre de Eddie se sentaba junto

a su marido, garabateando furiosamente en su cuaderno.


Ella levantó la vista cuando Eddie llegó a través de la puerta.
—¡Oye, no! —dijo su padre—. ¡Nos estábamos preguntando dónde estabas! Nos tenías
preocupados. —Eddie se puso rojo, preguntándose cómo responder. Detención después
de la escuela... los monstruos en la biblioteca... ¿seguido por un interrogatorio policial?
No había manera de que sus padres lo entendieran.
—Sí, lo siento —dijo Eddie, suspirando y dejando caer su mochila en el suelo—. Ha sido un
día de locos. Prometo que la próxima vez llamaré.
—Más te vale —sonrió su madre—. Me alegra ver que llegaste a casa de una sola pieza.
Eddie asintió con la cabeza y dijo:
—Yo también.

92
Capitulo 11
Traducido por aLexiia_Rms, DarkVishous y Emii_Gregori (911)

Corregido por Maia8

En la escuela al día siguiente, Eddie escuchó a sus compañeros susurrando entre sí. Se preguntó
cómo se había extendido tan rápidamente el rumor de que había tenido una flor debajo de su
lengua y hablado un extraño idioma a un monstruo en la biblioteca. ¿Cuántos de sus
compañeros de clase habían visto algo similar en Gatesweed? Eddie trató de ignorar a los niños
que lo miraban con diversión. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse, no
importaba que unas pocas personas pensaran que él estaba loco.

Cuando el reloj marcó la campanada final, Eddie sintió que sus manos empezaban a
entumecerse. Una parte de él estaba emocionada por ver el interior de la casa de Nathaniel
Olmstead, pero otra parte estaba aterrorizada. En las últimas semanas se había demostrado que
Gatesweed era un lugar extraño, y las posibilidades de encontrarse en peligro eran mucho
mayores que en Heaverhill. Habiendo visto un duende, perros, y el espeluznante graffiti de la
93
Mujer Vigilante, Eddie estaba más preocupado que nunca sobre el destino de Nathaniel
Olmstead... y el suyo.

****

Eddie y Harris se reunieron en el porta-bicis después de la escuela. En su mochila, Eddie había


traído una linterna en caso de que la casa estuviera a oscuras, un martillo por si necesitaban
protección frente a las extrañas criaturas, y por supuesto, El Enigmático Manuscrito.

Antes de que sacaran sus bicicletas, Harris buscó en su mochila y le mostró a Eddie todo lo que
había traído también; una linterna, una libreta, un bolígrafo. Pero cuando Harris le enseñó el
último artículo que había metido en su mochila por la mañana, Eddie no pudo contener la risa.
En sus manos, Harris sostenía tímidamente un pequeño pedazo de madera doblado que tenía
un sonriente canguro blanco pintado.

—Mi madre lo recibió como regalo de un cliente —explicó.

—Es bonito, Harris, pero, ¿qué vamos a hacer con un boomerang? —dijo Eddie.

—Golpear —dijo Harris bruscamente—. Es mejor que un estúpido martillo. Por lo menos yo puedo
lanzar un boomerang.

—De acuerdo. Pero esperemos que no sea necesario —dijo Eddie.


Veinte minutos más tarde, habían llegado a la propiedad de Nathaniel Olmstead. Dejaron sus
bicicletas cerca de la carretera, pasaron a través del agujero en la cerca, y caminaron por el largo
sendero. El sol estaba bajando en el cielo, pintando las grandes nubes grises de color de rosa.

Una vez que los chicos llegaron a la cima de la colina, caminaron alrededor de la esquina hasta
la puerta trasera de la casa. Estaba bloqueada con unas pocas tablas de madera clavadas
horizontalmente.

—A la cuenta de tres —dijo Harris, agarrando la tabla de en medio con sus manos.

Eddie miró por encima del hombro, asegurándose de que nadie, o nada, los estuviera mirando,
pero la colina estaba vacía. Los árboles frutales se encrespaban cuando la brisa arrancaba sus
ramas secas. Eddie imaginó la estatua de pie sola en el bosque. Pensar en ella lo puso nervioso.

—Uno. Dos. ¡Tres! —dijo Harris. Arrancó la madera, alejando los clavos que sujetaban la puerta.
Dejó un espacio de como sesenta centímetros entre la tabla superior e inferior. Entre el espacio
estaba el pomo de la puerta. Harris la giró y empujó. La puerta se abrió con un chirrido suave.

Sin dudarlo, levantó una pierna y cuidadosamente la puso sobre la tabla inferior. Se agarró al
marco de la puerta, metió la cabeza bajo el tablero superior, y entró por completo al interior.
Eddie le siguió, metiendo primero una pierna, luego la cabeza y el cuerpo. Cuando levantó la
otra pierna sobre el tablero inferior, un clavo se atoró con su pantalón. Cayó de bruces en la
cocina de Nathaniel Olmstead en un segundo. No le dolió mucho, pero le tomó un momento
recobrar el aliento. Detrás de él, en silencio, Harris cerró la puerta.

—Cuidado ahí —dijo Harris.


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—Estoy bien —dijo Eddie, mientras se ponía de pie. Sólo entonces Eddie se dio cuenta de que
realmente estaban dentro de la casa de Nathaniel Olmstead. Su corazón estaba acelerado, por
muchas razones—. Wow —murmuró, y miró a Harris, que se veía tan fascinado como Eddie. A
pesar de que la tarde estaba soleada afuera, dentro de la casa todo estaba a oscuras. Ambos
chicos tomaron sus mochilas, sacaron sus linternas y las encendieron.

—Los personajes de los libros de Nathaniel Olmstead siempre están comprobando debajo de las
alfombras y golpeando las paredes, en caso de que haya zonas huecas —dijo Harris, dando un
paso adelante en la oscuridad—. Mantén tus ojos abiertos por ese tipo de cosas.

Eddie abrió mucho sus ojos y le dijo:

—Lo haré.

Harris se echó a reír nerviosamente.

Caminaron hasta la puerta del comedor desmoronándose. Las cortinas pesadas se cernían sobre
todas las ventanas, apagando la luz. La linterna de Harris pasó por el suelo y envió un arco iris
que saltó hacia el techo y paredes. Una lámpara pequeña se había estrellado en la mesa circular
en el centro de la sala, dispersando sus cristales a través de la húmeda y moldeable alfombra.

Asustados, los amigos vagaron en silencio a través del comedor hacia la larga sala que estaba al
frente de la casa. Los techos eran tan bajos que Eddie se preguntó si Nathaniel Olmstead alguna
vez se golpeó la cabeza. Iluminaron con sus linternas todo el lugar, en caso de que algo se
escondiera en un rincón oscuro. La luz les pintaba a las sombras círculos de color blanco.

La casa era un desastre. Extrañas cosas viejas estaban tiradas en todas las direcciones, como si el
lugar hubiera sido saqueado por ladrones. Un reloj de péndulo, con un sol y una luna, estaba
justo a un lado de la ventana frontal. Sus destrozados engranes y áncoras se oxidaban mientras
el tiempo mismo se alejaba de este lugar. Una biblioteca entera estaba llena de larguiruchas,
negras y antiguas máquinas de escribir cuyas ásperas teclas negras parecían haber sido
arrancadas por manos violentas. Eddie quiso desesperadamente llevarse una a casa para
enseñársela a su padre, pero mantuvo sus manos para sí mismo. Un polvoriento globo terráqueo
estaba tirado sobre un sofá de terciopelo de colores. Estatuas victorianas de mujeres tristes y
dramáticas estaban colocadas detrás de las desordenadas pilas de libros en el suelo.

—¿Dónde diablos está el sótano? —dijo Harris—. No veo ninguna puerta en este lugar.

—Revisa el piso —dijo Eddie—. Ahí es donde Gertie encontró la escotilla. —Ellos continuaron
buscando. La casa era más grande de lo que parecía desde fuera. Eddie se preguntó si Nathaniel
Olmstead los hubiera desaprobado. Dos niños… entrando a hurtadillas a su casa, huyendo de
monstruos, buscando respuestas... No, pensó Eddie, Nathaniel Olmstead no tendría ningún
problema con esto. Era probable que incluso hubiese escrito esta historia.
En la esquina de la sala de estar, Eddie descubrió una puerta que daba a una escalera de
caracol que llevaba hacia el piso de arriba. Golpeó la parte inferior de la puerta con el talón de
su zapatilla de deporte para ver si estaba hueca como la que Ronald Plimpton encontró en El
Rumor del Convento Encantado. Pero parecía ser ordinaria. Le echó un vistazo a Harris, quien le
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asintió con la cabeza hacia adelante. Eddie dio cada chirriante paso lentamente, en caso de que
la madera estuviese podrida. En la parte superior de la escalera había un pasillo oscuro.
Cualquier cosa podría estar escondida en las sombras. Se detuvo, con miedo de moverse.

Harris se deslizó junto a él hacia el pasillo.

—Harris —susurró Eddie—, ¡espera! —Pero Harris se metió en uno de los dormitorios antes de que
Eddie pudiera detenerlo.

—¿Qué sucede? —dijo Harris calmadamente desde el interior de la habitación.

Cuando Eddie siguió vacilante, casi esperaba ver el horripilante rostro de un Wendigo asomado
por la ventana, observando a través del sucio cristal a los intrusos como ellos. Pero no había nada,
excepto más muebles, sombras y polvo. Negó con la cabeza, convencido de que oficialmente
había leído demasiadas historias de miedo.

—Esto es genial —dijo Harris, corriendo hacia adelante a una gran cama. Rebotó en ella. El polvo
se elevó en nubes a su alrededor—. Aquí debe ser dónde él dormía.

Renuente, Eddie se unió a su amigo, removiendo la mochila y cayendo junto a Harris por unos
pocos momentos, mirando al techo, y escuchando el crujido de la vieja casa.

Algo se golpeó en la planta baja.


—¿Qué fue eso? —preguntó Eddie, sentándose y mirando hacia el pasillo.

Harris se sentó también. Prestaron atención por un momento.

Luego Harris dijo:

—Probablemente no sea nada… ¿verdad?

Eddie saltó de la cama y se aferró a su mochila, sintiendo el peso del martillo en el fondo.

De repente, se sintió ridículo. ¿De qué serviría un martillo contra el gremlin que conocieron
anoche… o contra algo peor?

Deambularon al bajar por las escaleras. Desde la larga sala de estar, llegó un crujido de la pared
cerca de la chimenea.

Juntos, los chicos se acercaron con cautela.

La repisa de la chimenea era de madera oscura, tallada con flores y gordos querubines
congelados en una silenciosa canción. Bajo ella, una pila de madera de abedul había sido
cuidadosamente dispuesta sobre un par de duendes en forma de morrillos. Un jarrón de
cerámica, lleno de flores muertas incoloras, estaba situada en el lado izquierdo de la repisa de la
chimenea. La linterna verde de Eddie rebotó en el espejo colgado en la parte superior de la esta.

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El jarrón cayó al suelo y Eddie saltó sobre la silla más cercana. Su grito fue interrumpido por la
disculpa de Harris.

—¡Perdón! —dijo Harris, de pie junto a los morillos—. Mi mochila lo golpeó. —Se agachó y
examinó la propia chimenea, evitando cuidadosamente los fragmentos de cerámicas rotos.
Arrastrándose lentamente hacia adelante, Harris sacó la cabeza a través del arco.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Eddie. Se imaginó unos descomunales perros negros,
gruñendo en las esquinas de la habitación. Pero este lugar no era como los bosques, se dijo Eddie.
Esto sólo era la casa de Nathaniel Olmstead. No había monstruos aquí, ¿verdad?

—En Horrores de la Changeling, Elise encuentra un sobre en la chimenea —dijo Harris.

—Oh, sí —dijo Eddie, inclinándose hacia adelante. Sentía como si los dos estuvieran mirando
hacia una boca abierta. ¿Qué sucedería si la chimenea decidía masticar? Se deslizó hacia atrás
frenéticamente, atrapando la manga de su saco en uno de los morrillos. De repente, la sala se
estremeció. Un fuerte chirrido salió desde el interior de la chimenea, como piedra deslizándose
contra piedra. Eddie gritó pensando que la casa estaba a punto de colapsar, pero cuando notó
que Harris sonreía por el resplandor de la linterna, se dio cuenta de que su amigo había estado
en lo cierto. La pared del fondo de la chimenea se había abierto. ¡Habían encontrado un
pasadizo secreto! Qué ingenioso por parte de Nathaniel. Era como uno de sus libros. Eddie había
pensado una vez que este tipo de cosas sólo existían en los libros como los de Nathaniel.

—Buen trabajo, Eddie —dijo Harris mientras rápidamente se arrastraba hacia el interior. La
abertura era de un metro y medio y casi lo mismo de ancho. En la parte trasera de la chimenea,
el túnel se inclinaba como un codo.
Harris desapareció rápidamente girando en una esquina.

—¿Vienes? —Su voz hizo eco desde las sombras.

Arrastrándose sobre manos y rodillas, Eddie sintió el hollín y la suciedad aferrándose a su piel. Las
paredes estaban hechas de grandes piedras húmedas. El musgo crecía en varios lugares donde el
agua se había filtrado a través de las grietas. Siguió el camino de piedra más allá de los morillos
y hacia la derecha, donde se extendía por unos pocos metros antes de caer.

—¿Harris? —llamó.

—Por aquí —dijo Harris.

Eddie miró hacia abajo para encontrar una escalera pequeña, de unos dos metros de alto,
atornillada a la pared. Al pie, la linterna de Harris se balanceaba sobre el suelo de piedra. Eddie
se agarró de los peldaños del frío metal y descendió. El pensamiento de Gertie arrastrándose y
escapando de los Vigilantes al final de La Condenación de la Bruja le puso a Eddie la piel de
gallina, pero tenía que seguir adelante.

Otro arco lo recibió al final de la escalera. Se agachó a través de él y siguió la linterna de Harris
hacia una pequeña cripta, como un sótano, con techo bajo. Telarañas colgaban de las vigas
desvencijadas como cortinas en descomposición. Alguien había acumulado unas cuantas cajas y
apilado periódicos a lo largo de las paredes. Una vacía y oscura puerta se abría a cada lado de
la habitación.

—¡Échale un vistazo! —dijo Harris a través del cuarto—. Parece como una especie de oficina… o
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algo así. —Un escritorio con las patas delgadas estaba situado a lo largo de la pared del fondo.
Junto a él, había un gabinete de madera. Un cajón estaba abierto.

—¿Es aquí donde él trabajaba? —dijo Eddie, tratando de calmar sus nervios—. Qué espeluznante.

—Tal vez esto sólo es donde guardaba cosas que no quería que nadie encontrara —dijo Harris.
Apoyó su linterna por encima del gabinete de archivos y luego metió la mano en el cajón abierto.
Sacó lo que parecía ser un cuaderno con tapa dura. Lo abrió. Después de mirarlo por unos
segundos, se quedó sin aliento—. Oh, Dios mío, Eddie, ¡tienes que ver esto!

Eddie corrió hacia el escritorio, y Harris le mostró el cuaderno. En la primera página, las palabras
El fantasma en la Mansión del Poeta estaban escritas en una áspera caligrafía. Bajo el título
estaba el símbolo que Eddie había encontrado en su copia de El Enigmático Manuscrito.

Harris hojeó el cuaderno entero, moviendo la cabeza.

—Parece una copia manuscrita de un libro de Nathaniel Olmstead.

—¿Alguien escribió todo esto a mano? —dijo Eddie.

—Eso es lo que parece. Igual que El Enigmático Manuscrito. Sólo que este no está en código. —
Eddie miró el interior del cajón abierto. Había más cuadernos con los lomos hacia arriba. Metió la
mano, sacó otro, y abrió la tapa.
—Wow —susurró Eddie.

En la primera página estaban la misma letra áspera y el raro símbolo que Harris había
encontrado en el otro cuaderno, pero este era La Cólera del Wendigo, el tercer libro de Nathaniel
Olmstead. Eddie puso el cuaderno sobre la mesa y cogió otro, La Venganza de las Nightmarys. Y
otro, El Juego Egipcio de la Muerte. Y otro, El Gato, La Pluma y la Vela—. ¿Están estos cuadernos
llenos de todas las cosas originales?

—Supongo que sí —dijo Harris. Se inclinó y tocó el suelo de piedra.

—Si él mismo escribió esto, probablemente valgan montones de dinero —dijo Eddie.

Harris negó con la cabeza.

—Sí, pero no estamos aquí por dinero. —Eddie se ruborizó.

—Lo sé —dijo. Metió la mano en su bolsa y sacó El Enigmático Manuscrito. Abriendo la portada,
comparó la escritura de la primera página con uno de los otros manuscritos—. Mira… aquí, donde
dice Nathaniel Olmstead… puedes ver que la escritura es la misma. La misma persona que
escribió El Enigmático Manuscrito escribió estos libros.

—Entonces fue Nathaniel quien los escribió —dijo Harris, mirándolo desde donde estaba
arrodillado en el suelo de piedra.
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—Todas las pistas apuntan en esa dirección —dijo Eddie—. Esta es su casa, después de todo. Pero,
¿qué significa? ¿Por qué escribió todos estos libros a mano? ¿Y por qué mantenerlos en este
cuarto secreto?

—No parece que esta habitación haya sido su único secreto —dijo Harris—. Mira esto. —Pasó el
dedo por el borde exterior de la piedra sobre la que estaba encaramado—. Esto es diferente. No
hay ningún tipo de mortero que lo mantenga en su lugar. Al igual que uno que Gertie encontró
en La Condenación de la Bruja. —Sopló en la grieta donde se unían las otras piedras. Suciedad y
polvo volaron de allí. Cuando Harris golpeó con los nudillos, la piedra sonó hueca—. Ayúdame a
sacarla. —Los dos se arrodillaron uno frente al otro, pero después de intentar levantar la piedra,
se dieron cuenta de que estaba atascada. Harris dijo:

—¿Crees que haya algo aquí que podamos usar para jalar? —Miró a su alrededor.

—¿Qué hay del martillo en mi mochila? —se rió Eddie, y desabrochó la mochila. Metió la mano y
sacó el martillo para Harris—. Martillo uno. Boomerang cero.

—Muy gracioso. —Harris atascó el lado de las asas del martillo en el espacio entre las piedras.
Forzó para atrás y hacia adelante. Se movió un poco, pero no lo necesario—. Maldita sea —dijo.

Eddie se puso de pie.

—¿No utilizó Gertie una barra de hierro en el libro? Tal vez, junto con el martillo, ¿se podría?
—Si podemos encontrar una, seguro —dijo Harris.

Pasaron a través de unas cuantas cajas en cada rincón de la habitación. Eddie buscó cerca de la
puerta vacía y sintió que la oscuridad parecía observarlo. Aire helado se arrastraba desde el
suelo hacia él. Frustrado y asustado, Eddie se empujó lejos de la puerta.

—Este lugar me da escalofríos.

—¿En serio? —dijo Harris sarcásticamente, mirando hacia otra caja—. ¿Por qué será? —Entonces
dejó escapar un grito, y Eddie casi cayó al suelo—. ¡Lo encontré! —Se arrodilló cerca de una de las
puertas vacías y oscuras al otro lado de la habitación, sosteniendo la cabeza de una pequeña
palanca.

—¡Vas a darme un ataque al corazón gritando así! —dijo Eddie.

Harris se encogió de hombros.

Corrieron de nuevo al centro de la habitación. Harris golpeó la punta de la barra de hierro en la


grieta, luego, usándola como una palanca, fue capaz de levantar la piedra. Después de unos
segundos, la deslizó todo el camino. Desde el interior del agujero se produjo un suave silbido,
como algo que tratara de recuperar el aliento.

Eddie se apartó cuando Harris se inclinó hacia adelante.

—No me digas, ¿vas a meter la mano ahí? —dijo Eddie.

Harris asintió con la cabeza.


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—Tengo que hacerlo. Adentro puede haber una respuesta.

—También podría haber un monstruo en su interior —dijo Eddie. Harris puso sus ojos en blanco, y
antes de que Eddie pudiera detenerlo, metió el brazo hasta el hombro en el agujero.

Arrugó la cara y gruñó un poco.

—Puedo sentir algo… ¡eww!

—¿Es un monstruo? —preguntó Eddie, revolviéndose lejos del agujero.

—No. No es un monstruo, pero, en realidad, es un poco… húmedo. —Se arrancó a sí mismo hacia
atrás.

En su mano, aferraba un objeto rectangular pequeño. Haciendo uso de la manga de su


chaqueta, Harris sacudió el polvo y la suciedad.

—Parece otro cuaderno. Como los que están en ese gabinete. —Había algo extraño en el libro en
las manos de Harris. Su encuadernación estaba húmeda, pero de alguna manera, en su interior,
las páginas estaban secas. La linterna de Harris le dio al libro un brillo fantasmal. Abrió la tapa.
Cuando Eddie le echó un vistazo más de cerca, la piel de gallina inundó todo su cuerpo. El
interior del cuaderno tenía la familiar escritura áspera. Y en la primera página estaba el mismo
símbolo que Nathaniel había dibujado en el resto de los libros.

—El Deseo de la Mujer de Negro —leyó Harris—. No había leído este antes.

—Un libro inédito de Nathaniel Olmstead —dijo Eddie—. ¿Este es uno escrito en código también?
—La mano de Harris tembló cuando dio la vuelta a la página. Negó con la cabeza. Balbuceó
algo mientras leía la primera frase en voz alta.

—En la ciudad de Coxglenn, los niños temían la caída de la noche. No era la oscuridad a la que
ellos temían, era dormir. Porque cuando yacían en sus camas y cerraban sus ojos, ella los miraba.
—Miró hacia arriba y levantó una ceja—. Me pregunto, ¿por qué él enterró este debajo de una
roca?

—¿El Deseo de la Mujer de Negro? ¿Por qué me suena familiar? —Pensó Eddie.
—Vamos, salgamos de aquí —dijo—. Terminaremos de leerlo en otro lugar.

—No quiero tener que volver más tarde, en caso de que haya algo más que necesitemos de aquí
abajo. —Harris miró el libro en sus manos—. ¿Vemos qué tan lejos podemos llegar?

100
—¿Antes de qué? —dijo Eddie. Se estremeció, suspiró, y se acomodó en su lugar sobre el piso frío.

Harris leyó.

—La antigua gente que hace tiempo vivía en Coxglenn había construido una pared hecha de
árboles caídos, arbustos muertos, ramas, lianas y lodo para tratar de mantenerla afuera. No había
funcionado. Ahora lo que quedaba de la barrera de maleza era roto por el callejón que conducía a
la ciudad. La extensión de los bosques, sus muchos filosos pedazos, alcanzaron y arañaron a la
nada, como un monstruo ciego en busca de presas… —Durante la siguiente hora, los chicos se
sentaron en el sótano y leyeron el libro con la linterna. Cada veinte páginas, más o menos, el que
estaba leyendo pasaba el cuaderno al otro. Ambos coincidieron en que era el libro más
escalofriante de Nathaniel Olmstead.

Los personajes en el libro parecían a gritar a través de la pantalla en blanco en la cabeza de


Eddie, corriendo de miedo de la terrible Mujer de Negro, cuya rabia tranquila la hacía sin lugar a
dudas la criatura más peligrosa en los mundos de los libros de Nathaniel. Cualquiera, quien sea,
de pie ante su presencia, se pudriría lentamente desde el interior.

Eddie pensó que el final del quinto capítulo era especialmente atemorizante. No quería dejar de
leer, a pesar de que sus piernas estaban empezando a entumecerse.

Una noche, cuando Dylan estaba recostado en la cama mirando al techo, oyó un ruido en la planta
baja. Sonaba como algo arañando las paredes. Pensó que podría ser un ratón o una ardilla que se
había encontrado accidentalmente en su interior. Empujó las sábanas de su cama, se puso su bata
y sus zapatillas, y bajó las escaleras. Cuando accionó el interruptor de la luz en la sala, no pasó
nada. La luna era nueva, así que la habitación estaba totalmente negra. El chirrido continuó desde
el otro lado de la habitación.

—¿Mamá? —llamó Dylan por las escaleras—. ¿Papá? —Esperó a que bajaran, pero no
respondieron.

Un terrible olor llenó la oscuridad. Segundos más tarde, Dylan oyó una risa baja e inhumana. Algo
estaba en la sala de estar con él, y Dylan podía oír su respiración rápida y superficial. El chirrido
se hizo más fuerte y comenzó a acercarse lentamente.

Se congeló. Pensando que era un sueño, se pellizcó, pero se horrorizó al darse cuenta que ya
estaba despierto.

—Eddie —susurró Harris—. ¿Oíste eso?

Eddie levantó la vista de la página. Se había cautivado tanto con la historia, que había
comenzado a olvidar dónde estaba.

101
—¿Oír qué?

—Sonó como... —Harris miró fijamente las sombras a través de uno de los arcos de piedra en la
pared cercana. Luego sacudió su cabeza—. Olvídalo. Sólo sigue leyendo. —Eddie se permitió
mirar hacia la oscuridad a su alrededor durante unos segundos, escuchando cualquier sonido que
Harris pensase haber oído. El silencio del sótano era hipnótico. Finalmente, agarró el libro de
nuevo.

Dylan abrió el cajón junto a la maceta y encontró una vela y una caja de cerillas. Golpeó la punta
de un fósforo, y la chispa estalló en la oscuridad. Encendió una mecha. La llama parpadeó
débilmente antes de adaptarse en la quietud. Mirando alrededor del cuarto, no vio nada ni a nadie
que pudiera haber hecho tal risa. Pero el horrible hedor se hizo más fuerte. Salía de la pared cerca
de la chimenea.

Cautelosamente, Dylan se arrastró hacia la chimenea. Cuando llegó a la alfombra oriental frente a
la chimenea, vio dos extraños bultos. Agachándose, pudo ver que los bultos eran montones de
ropa familiar. Se estremeció al darse cuenta de lo que había encontrado. La bata de su madre
estaba sucia y mojada. Las pijamas de su padre olían a carne podrida. Algo terrible les había
sucedido a sus padres. La alfombra debajo de la ropa estaba oscura, y la parpadeante luz de las
velas reveló un brillo aceitoso. Dylan llevó la mano a su nariz para evitar enfermarse. De repente,
la luz de las velas se apagó, y él fue arrojado a las tinieblas.
—¿Qué es ese olor desagradable? —dijo Harris, interrumpiendo una vez más.

Eddie hizo una pausa. Después de un momento, lo olió también.

—Es casi dulce... como los cubos de basura al lado del estacionamiento en la escuela. ¿De dónde
viene?

—De todas partes —dijo Harris. Luego miró el libro en las manos de Eddie—. Algo así como... lo
que le está sucediendo a Dylan en la historia.

Eddie se sintió mal, y no era por el hedor. Le tendió el libro de Harris.

—¿T-tu turno? —tartamudeó.

Harris cogió el libro, riendo fatigosamente mientras comenzaba a leer.

En la oscuridad, algo rozó contra su pierna. Entonces, algo tiró de su zapatilla desde su pie. Dylan
se tambaleó hacia atrás, se giró y corrió. Trepó a lo largo de la pared hasta la puerta principal.

Lo que había agarrado su zapatilla se deslizó por el suelo detrás de él. Hurgó en la perilla de la
puerta y se arrojó en la noche.

102
La cosa lo persiguió por todo el camino hasta la entrada. Por el camino a la derecha, Dylan vio
faros acercándose. Agitó sus manos, tratando de parar el auto. La luz se hizo cegadora, y el motor
rugió más y más fuerte. Notó que no iba a detenerse. Desde las sombras cerca del final de la
entrada, una forma oscura saltó hacia él. Saltó fuera del camino y cayó al otro lado del camino,
justo cuando el auto pasaba. De no ser por unos centímetros, casi chocaba contra Dylan. Oyó un
horrible golpe húmedo y el chillido de unos neumáticos.

Una puerta del coche se abrió. Dylan escuchó unas botas sobre la grava, y una voz profunda gritó:

—¿Estás bien?

Dylan se levantó y gritó:

—¿No me viste? —Un hombre bajo y delgado se paró junto a una camioneta.

—Lo siento, hombre —dijo—, acabo de llegar de mi turno. No esperaba ver a un niño en una bata
en el medio de la calle a esta hora. —El hombre miró hacia abajo y luego gritó:

—Aww, vaya, ¿qué diablos atropellé? —En medio del camino había un bulto negro
aproximadamente de treinta centímetros de diámetro. Era húmedo y brillante a los faros del
camión—. No es tuyo, ¿verdad?
Hipnotizado por el bulto en el camino, Dylan sacudió su cabeza.

—Algún chico estará realmente infeliz mañana. Pobrecito —dijo el hombre, dando un paso más
cerca para examinar el desastre.

El hombre se inclinó mientras Dylan le gritaba:

—¡Aléjate de eso! —Pero ya era demasiado tarde. Una mano negra parecida a la de un humano
salió disparada del charco y agarró el cuello del hombre. Dylan observó el rostro del hombre
volverse más oscuro y aceitoso, su piel parecía derretirse como la cera. Ni siquiera sus gritos se
oían por encima del sonido de la risa feroz de una mujer, sonando a través de las Colinas
Coxglenn.

Harris lanzó el libro al suelo. Sus ojos se agrandaron y ahogó un pequeño gemido.

—Acabo de darme cuenta de algo…

—¿Qué pasa? —preguntó Eddie, sentado con la espalda recta.

—La Mujer —dijo Harris, mirando el libro.

El estómago de Eddie se convirtió en hielo. ¡Por supuesto! Es por eso que el título había sonado
tan familiar. El Deseo de la Mujer de Negro.
103
—Eddie, ¿crees que...? —No necesitaba terminar. Eddie ya había comenzado a asentir.

Era ella, la mujer de la leyenda de Gatesweed. La mujer fantasmal que la gente del pueblo
decía que atormentaba los bosques. La Mujer Vigilante del grafiti.

—¿Sabes lo que esto significa? —continuó Harris.

Eddie asintió de nuevo.

—Nathaniel escribió una historia sobre ella, después de todo. —Mirando el sótano a su alrededor,
sintió la sombra presionando sobre él. Se estremeció cuando llegó a una terrible comprensión—.
¿Esto significa que la Mujer de Negro es real? ¿Cómo los gremlins y los perros en el lago? —Harris
asintió con la cabeza ligeramente, como si hubiera llegado a la misma conclusión—. Tal vez la
gente de la ciudad no esté loca. Tal vez ellos realmente la hayan visto. ¿Tal vez ella es una
vigilante? —Eddie tomó una profunda respiración y luego exhaló, tratando de mantener la
calma. Habló lenta y uniformemente—. Tal vez haya una conexión entre los libros escritos a
mano que se encontraban en el sótano y las criaturas que hemos visto en Gatesweed…

—¿Qué clase de conexión? —dijo Harris.

Eddie negó con la cabeza.


—Tal vez él sabía que algunos monstruos eran reales. ¿Creía él que la mujer era real también?
¿Podría haber enterrado este libro debajo de la piedra porque pensaba que su historia era
demasiado escalofriante? —De repente, Eddie tuvo una terrible sensación—. Si esto era
demasiado escalofriante para él —susurró—, ¿qué diablos estamos haciendo aquí?

Harris continuó mirando fijamente el libro en el suelo.

—Estamos haciendo lo que Nathaniel Olmstead hubiera querido para nosotros. Resolver el
misterio. —Él agarró el libro y volvió al lugar dónde lo había dejado, pero cuando pasó a la
página siguiente para continuar la lectura de la historia, lanzó un grito.

—¿Qué sucede? —dijo Eddie, iluminando con su linterna a Harris.

Harris mantuvo su mano frente a su rostro para bloquear la luz, pero no dudó antes de
mostrarle a Eddie lo que había en la siguiente página.

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—De ninguna manera —dijo Eddie. Rápidamente, tomó El Enigmático Manuscrito del suelo.
Abriendo la cubierta, comparó la extraña escritura con las letras que acaban de encontrar en El
Deseo de la Mujer de Negro. Después de unos segundos, dijo:

—¿Por qué Nathaniel Olmstead ha escrito también este libro en código?


104
—No estoy seguro. —Harris presionó sus labios juntos y pasó otra página más. Parecía afligido.
Levantó el libro y se lo mostró a Eddie. El resto de las páginas estaban en blanco—. Aquí es
donde termina. El Deseo de la Mujer de Negro está incompleto. Enterró el libro sin terminar.

Eddie se sentía vacío.

—¿Eso es todo lo que escribió? —dijo—. Pero, ¿cómo termina la historia? ¿Y por qué no explica
realmente qué significa el estúpido código? —Arrojó El Enigmático Manuscrito al suelo junto al
agujero, donde aterrizó con un suave pop—. Estábamos tan cerca de encontrar la clave. ¿Qué se
supone que debemos hacer ahora?

Algo al otro lado de la sala estornudó, y los chicos se paralizaron. El ruido provenía de una
puerta cerca de la entrada secreta de la chimenea.

Después de unos segundos de silencio, Eddie susurró.

—¿H-hola? —Harris pareció volver a sus sentidos y de repente azotó con la linterna la puerta.

—¿Quién anda ahí? —dijo. Luego metió la mano en su mochila y sacó su boomerang. Si Eddie no
estuviera tan aterrorizado, podría haberse reído de la imagen del canguro moviéndose en la
mano de Harris.
La luz de Harris iluminaba una oscura figura sin forma. Se revolvió hacia atrás contra la pared
cerca de la escalera.

Sus ropas eran negras. Sus manos blancas se aferraban a su pálido rostro.

¿Era la Mujer de Negro? ¿Había llegado finalmente a ellos para convertirlos en montañas de
lodo negro al igual que había hecho con los personajes del libro de Nathaniel Olmstead? Pero
entonces, Eddie, rápidamente se dio cuenta de que estaba equivocado. La Mujer de Negro
nunca se encogería ante sus víctimas.

—¿Podrías por favor dejar de iluminar mis ojos? —preguntó la figura.

—¿Quién eres? —preguntó Harris. Su temor pareció escurrirse mientras se ponía de pie.

La figura llevó sus manos lejos de su rostro, entrecerrando los ojos ante la luz, cuando Harris
ignoró su petición y continuó iluminándola. Finalmente, Eddie extendió la mano y bajó el brazo
de Harris para que el rayo de luz cayera al suelo bajo sus pies.

—Es Maggie —dijo Eddie—. Maggie Ringer.

—¡Nos asustaste como el infierno! —gritó Harris. Su voz resonó a través de la cámara subterránea.
Levantó la linterna e iluminó su rostro otra vez—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Podría hacerte la misma pregunta —dijo Maggie con dureza. Ella los miraba desafiante,
llameando sus fosas nasales como un animal acorralado. Después de unos segundos, bajó la voz y
dijo: 105
—Si alejas esa luz de mis ojos, responderé.

Harris gruñó y bajó de nuevo la luz.

—Venía de la escuela esta tarde —dijo Maggie—, andando en mi bicicleta por Black Ribbon,
cuando los vi a ustedes por delante, arrastrándose a través del hueco de la valla al fondo de la
entrada Olmstead. Sólo quería saber a dónde iban, así que los seguí.

—No debiste —dijo Harris, colocando cuidadosamente El Deseo de la Mujer de Negro junto donde
El Enigmático Manuscrito yacía en el suelo—. Este es un lugar peligroso.

—Entonces, ¿por qué están ustedes aquí? —preguntó Maggie, a pesar de que parecía que ya
tenía un idea.

—Es un secreto —dijo Eddie. Sintió su cara ruborizarse, imaginándose el aspecto que tendría en
la escuela mañana si alguien se enteraba de lo que habían estado haciendo aquí—. No puedes
decírselo a nadie.

—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó Harris—. Ese hedor. Quizás era…

Maggie parpadeó.
—¿Quién, yo? Gracias, pero no. Lo olí también cuando finalmente me deslicé por la escalera
hace unos minutos. Estaba escuchándolos desde la boca de la chimenea. Durante un tiempo
pude oír muy buen, pero luego empezaron a hablar más bajo. Así que me acerqué.

—Tal vez el hedor realmente era de… —Eddie fue interrumpido cuando Harris le dio un golpecito
en el brazo.

—¿La Mujer de Negro? —dijo Maggie. Sacudió su cabeza—. Sabía que estaban haciendo algo
realmente extraño, pero esto lo supera todo. ¿Códigos? ¿Monstruos? ¿Y todos esos libros de los que
estaban hablando? Lo que sea que estén haciendo, está poniéndome la piel de gallina.

Harris dijo:

—Es por eso que no deberías habernos seguido.

—¡Lo siento! —dijo con enojo—. Pero lo que vi en la biblioteca la noche pasada fue totalmente
loco. Había estado haciendo mi tarea y luego ustedes se presentaron con ese… pequeño
monstruo. Y luego… esas palabras extrañas que dijiste Eddie. No puedes esperar de mí un sólo:
“oh, está bien, lo que sea… ¡duh!”

—Sigue sin ser de tu incumbencia —dijo Harris.

—Quizás debamos irnos —sugirió Eddie.

—Buena idea —dijo él—. Tú y yo podemos terminar esto después. —Eddie se inclinó y recogió los
libros del suelo, alejándose del agujero negro. Casi pareció suspirar cuando se apartó de allí. 106
Harris pisó fuerte hacia la puerta, donde Maggie estaba de pie.

—¡Discúlpame, por favor! —dijo, rozándola y pisando el primer peldaño de la escalera que
estaba atornillada a la pared de piedra.

Cuando Eddie lo siguió, Maggie lo miró y dijo:

—Dije que lo sentía.

—Está bien —susurró Eddie—. Es difícil explicarlo todo en estos momentos. —Mientras Harris subía
la escalera delante de él, se dio la vuelta y frunció el ceño.

Una vez que se arrastraron desde la boca de la chimenea, los tres chicos se fueron por la parte
trasera. El cielo estaba negro, y una gran luna se asomaba detrás de las espesas nubes en el
horizonte.

—¡Espéranos! —le gritó Eddie cuando Harris despareció al doblar la esquina de la casa. Eddie
apretó los dos libros, uno en cada mano. Los metió en su mochila, luego balanceó la correa sobre
su hombro derecho.

Maggie caminaba en silencio junto a él mientras se abrían camino a través del cerro y el bolsillo
de los árboles en la cima del largo camino de entrada.
—Lamento interrumpir —susurró Maggie mientras corría hacia adelante para tirar de la manga
de la chaqueta de Harris. Él se dio la vuelta y le echó una desagradable mirada.

Cuando Eddie los alcanzó, su linterna iluminó el tiznado rostro de Harris desde abajo. Harris
pareció absolutamente malo. Al darse cuenta de la asustada mirada de Maggie, se ablandó.

—¿Qué sucede?

Maggie miró hacia la casa.

—¿No tienen la sensación de que nos están siguiendo?

—Estás siendo paranoica —dijo Harris, a pesar de sonar poco convencido.

—No —dijo Eddie—, también lo siento. —La idea de los monstruos de los libros de Nathaniel lo
golpeó, y se dio la vuelta, buscando en las sombras algún movimiento. Una de las grandes nubes
se había mudado sobre la luna, así que había poca luz para ver. Los bosques de la cima de la
calzada estaban tranquilos y en silencio.

Eddie luchó contra la sensación de llamar a la oscuridad. No quería ser contestado.

—¿Qué fue eso? —dijo Harris, mirando por encima del hombro de Eddie.

Entonces todos lo oyeron. Desde algún lugar en el bosque, a pocos metros de la colina, llegó el
sonido de un aleteo, un ala, una hoja, un trozo de papel. Estremecimientos subieron por la parte
trasera del cuello de Eddie, como si una brisa helada hubiera pasado soplando repentinamente. 107
—¿Hay alguien allí? —preguntó Maggie, un poco demasiado fuerte. Ella se había vuelto un poco
más blanca de lo habitual. Luego cayó hacia atrás, tropezando con sus pies. Eddie se apresuró a
ayudarla, pero los ojos de Maggie estaban fijos en la casa, aún parcialmente visible a través de
los árboles—. ¡Mira! —dijo. Cuando Eddie se dio la vuelta, él también casi tropezó.

Al principio, no vio nada inusual, árboles, sombras, luz de luna pasando. Oscuridad y más
oscuridad. Pero entonces, los ojos de Eddie se ajustaron. Parecía que los espacios vacíos entre los
árboles se habían llenado, como si cada sombra negra se solidificara en un cuerpo largo, alto.
Eddie sintió ligeros movimientos, como si el mismo bosque estuviera dejando ir algo que había
estado sujetando.

Las hojas crujieron cuando la brisa agitó el suelo del bosque.

Alejándose de los espacios vacíos entre los troncos de los árboles, con una fluidez casi
imperceptible, las sombras se revelaron como docena de seres invisibles. Sin haber dado un sólo
paso, las sombras se materializaron donde Eddie, Maggie y Harris estaban parados en la cima
del camino de entrada. Debajo de cada capucha estaba un rostro blanco duro. Sus labios se
apartaron, y lo que podría haber sido una sonrisa en cualquier otro ser vivo, aquí, era todo lo
contrario.

Eddie frotó sus ojos y murmuró:

—Está sucediendo de nuevo. —Harris dio un paso hacia adelante apretando el boomerang—.
Cuidado, chicos —les susurró a Eddie y a Maggie, antes de llamar la atención de las criaturas—.
¡Déjennos en paz! —Harris sacó el brazo por encima del hombro, luego, con un rápido
movimiento, sacó la pequeña pieza de madera hacia adelante y la hizo volar. Eddie quedó
impresionado mientras veía al boomerang dispararse a las sombras, pero la sensación
desapareció cuando la oscura criatura la robó con una mano con garras y el boomerang
simplemente se desvaneció con un suave silbido.

De repente, dos pares de manos tiraron hacia atrás, a Maggie por un lado y a Harris por el otro.

Empujaron a Eddie más adelante en el camino, y los tres niños corrieron.

Cada árbol que pasaban, dejaba otro espacio vacío que se convertía en una criatura con
capucha.

Aparecían en todos los ángulos. Eddie, nervioso, mordió el interior de su labio, tan fuerte que
saboreó sangre.

Ramas desnudas se extendían a través de la calzada, como si trataran de raspar hacia ellos.
Harris gritó cuando su mejilla se abrió. Maggie gritó cuando perdió una maraña de pelo. Eddie
estaba seguro de que los mismos árboles estaban haciéndolo. Oyó el lado izquierdo de su
chaqueta dividirse por la parte de atrás como algo que arrancara limpiamente a través de él.

La mochila de Eddie se deslizó de su hombro, y cayó en la maleza. Harris y Maggie continuaron


por el camino de entrada, la luz de la linterna bombeando entre las sombras.

—¡Esperen! —gritó Eddie. Pero no sirvió de nada. Patinando torpemente en medio de la calzada
cubierta de maleza, Eddie se dio la vuelta. Su mochila estaba en el suelo del bosque, oculta por
108
una pila de hojas.

Empezó a rebatirse hacia la bolsa cuando se dio cuenta de que una enorme figura se detuvo
frente a él, envuelto en una sombra vaporosa transparente como gasa negra. Eddie miró su
rostro. Sus hinchados ojos de cerdo, lo miraron retándolo a apartar la mirada. Su boca se abrió
mientras Eddie miraba, mostrándole unos dientes afilados establecidos en un cráneo redondo
cubierto con una pastosa piel color blanco verdoso. Eddie intentó gritar pero no salió nada. El
viento sopló a través de las copas de los árboles, y, como la llama de una vela, la figura vaciló
antes de materializarse una vez más.

Eddie vio al resto de las criaturas detrás de la que se elevaba por encima de él. Estaban dispersas
por todo el bosque y por el camino como piezas de ajedrez, esperando y observando.

—¡Eddie! —gritaron Harris y Maggie desde debajo de la colina.

—Urgh. —Fue todo lo que Eddie pudo soltar. Sentía la lengua como un pergamino antiguo. Su
voz se había ido, el miedo había absorbido su garganta. Esperó a que la criatura descendiera
sobre él, pero de pie, se dio cuenta de que se había congelado en el lugar. Mientras luchaba para
tragar el aire frío de la noche, Eddie se quedó mirando el horrible rostro del monstruo y una idea
comenzó a llenarlo con coraje.

Desde de que se mudó a Gatesweed, Eddie se había reunido con los perros de El Rumor del
Convento Encantado y encontrado con el gremlin de La Maldición de la Lengua del Gremlin.
Eddie sabía que ahora estaba mirando a los Vigilantes, las criaturas de confianza de la Bruja que
habían seguido a Gertie de los bosques al sótano de la antigua granja. Ayer por la tarde, Eddie
había leído sobre ellos en La Condenación de la Bruja.

Ellos eran reales también. Y sabía cómo superarlos.

—¡Eddie! —Las voces de Harris y Maggie sacaron a Eddie de su estupor.

Él gritó:

—¡Quédense donde están! ¡No se muevan! Estaré allí en un segundo. —Manteniendo los ojos
centrado en el Vigilante frente a él, Eddie se adelantó y recogió su mochila. La puso sobre su
hombro y dio un paso atrás. Los Vigilantes se mantuvieron congelados, atados a sus sombras,
incapaces de moverse. Cuando Eddie avanzó más lejos, dejaron de sonreír. Una vez que estuvo a
veinte metros de distancia, cerraron sus ojos y abrieron la boca en aullidos angustiados, silenciosos.
Eddie hizo todo lo posible para no tropezar con el camino pedregoso. Todas las criaturas
necesitaban que él mirara a otro lado por un momento. Se concentró, luego llamó a sus amigos
para dirigirse.

Caminando hacia atrás todo el camino hasta la entrada, finalmente encontró a Harris y a
Maggie que se agachaban detrás de un árbol cerca del agujero de la valla de hierro. A pesar de
que ya no podía ver a los Vigilantes a través de los árboles, sabía que debían estar en la cima de

109
la colina, así que se quedó mirando en esa dirección. Estaba demasiado asustado para
arriesgarse a parpadear.

—¡Vamos! ¡Vamos! —dijo Harris cuando Eddie finalmente llegó a la valla—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Me prestas tu linterna? —dijo Eddie. Harris se lo entregó a Eddie con un gemido de frustración.
Eddie iluminó al bosque hacia la colina con un suspiro de alivio—. Son alérgicos a la luz —
explicó—. Ellos no pueden seguirnos si los miras —dijo Eddie, mirando hacia la calzada.

—¿Qué quieres decir? ¿Ellos no pueden seguirnos si los miras? —dijo Maggie—. ¿Así es como
escapaste? ¿Caminaste para atrás en el bosque? ¿Cómo te diste cuenta de eso?

Eddie asintió.

—Así fue como Gertie escapó en La Condenación de la Bruja.

—¡Por supuesto! —dijo Harris—. ¡Recuerdo esas cosas! Ellos eran realmente horribles.

—¿La Condenación de la Bruja? —dijo Maggie—. No lo entiendo. ¿Estás diciendo que estas cosas
proceden de un libro de Nathaniel Olmstead?

Mientras Eddie asentía afirmativamente, la linterna la iluminó con un brillo fantasmal desde
abajo. Incluso con una mancha de suciedad en la nariz, se veía tan pálida que, durante medio
segundo, pensó que se parecía a la estatua del bosque, pero cuando su voz vaciló, él supo que
ella no podía ser nadie más que ella. Miró a los dos chicos con escepticismo, como si estuvieran
jugándole una broma.
Maggie pensó aquello por un segundo. A pesar de verse confundida, asintió, pareciendo entender
lo que decían.

—¿Tenemos que caminar para atrás todo el camino de vuelta a casa? —preguntó ella—. Mi
padre va a matarme si traigo a casa varias docenas de sombras gigantes. —A pesar de todo,
Eddie se echó a reír. Harris se unió a él—. No creo que vayan a seguirnos —dijo Eddie—. Necesitan
sombras, y a pesar de que está medio llena, la luna probablemente es demasiado brillante en los
bosques. En el libro sólo aparecen cuando está todo muy oscuro. Pero sólo para estar seguro, voy
a mantener mis ojos detrás de nosotros hasta que lleguemos a un lugar seguro. Ustedes, chicos,
pueden guiarme.

—El placer es mío —dijo Harris, haciendo caso omiso de las enredaderas que cubrían el agujero
de la valla. Eddie se tambaleó hacia atrás cuando Maggie y Harris lo condujeron. Rezó para que
los Vigilantes ya no estuvieran mirando.

Cogieron sus bicicletas y se dirigieron hacia la colina, a la casa de Maggie, donde su padre a
regañadientes accedió a apilar a todo el mundo en su camioneta para un nuevo viaje a la
cuidad. Al pasar la entrada de la calzada de Nathaniel Olmstead, la luna volvió aparecer desde
detrás de un pequeño banco de nubes, y Eddie finalmente se sintió seguro. Sabía que los
Vigilantes no volverían a pisar más allá de las sombras donde los árboles terminaban y el asfalto
iluminado por la luna comenzaba.

****

Eddie estaba sentado en su escritorio para distraerse de las tareas de matemáticas, una tarea 110
que sabía que resultaría casi imposible después de los acontecimientos de la noche, cuando su
madre llamó a la puerta de su dormitorio. Ella había recalentado la comida y se la había
llevado, junto con el teléfono inalámbrico.

—Es para ti —dijo, apoyando la gran fuente de plata antigua en el edredón doblado al pie de su
cama.

—Gracias, mamá —dijo. Ella besó su mejilla antes de salir al pasillo y cerrar la puerta de su
dormitorio.

—¡Hola! —dijo Harris. Parecía agotado—. ¿Estás bien?

—Estoy bien. ¿Qué hay de ti?

—Asustado —dijo Harris—. Esas cosas eran más temibles que los perros del lago. Más
escalofriantes que los gremlins.

Eddie silenciosamente se dio cuenta de que no incluía a la Mujer de Negro. A pesar del horror de
encontrarse con los Vigilantes, él sabía que ambos entendían que encontrarse con ella sería
mucho peor.

—¿De dónde vienen? —dijo Eddie.


—No estoy seguro —dijo Harris—. En La Condenación de la Bruja, la anciana le cuenta la leyenda
a Gertie durante la reunión en la ciudad, ¿verdad? Ella dice que los Vigilantes cazan en los
bosques una vez que el sol se pone.

—Correcto —dijo Eddie—. Tal vez lo mismo sucede en la finca Olmstead. —Harris estaba en
silencio. Eddie podía oírlo respirar a través del teléfono—. ¿Qué sucede?

—Estaba pensando… si esas cosas viven en los bosques de Olmstead ahora —dijo Harris—,
¿llegaron antes o después de que él se fuera?

Eddie negó con la cabeza.

—No vamos a pensar en eso —dijo, cambiando de tema—. Siento que estamos más cerca que
nunca. ¿Tienes la oportunidad de mirar los códigos en el nuevo libro? Creo que son diferentes a
los códigos en El Enigmático Manuscrito. ¿Por qué no lo revisas?

Harris hizo una pausa antes de contestar.

—Yo no tengo los libros. Tú los tienes.

—Ah, claro —dijo Eddie—. Lo olvidé. —Agarró su mochila abierta y excavó a través de sus
cuadernos y carpetas.

¡Los libros! ¿Dónde estaban los libros?

Un terrible pensamiento parpadeó en la cabeza de Eddie. Cuando dejó caer su mochila, ¿los
111
había perdido?

Todo había sucedido tan rápidamente, era difícil recordar si la mochila había parecido más
ligera cuando la había recuperado de la pila de hojas. Había estado preocupado por tratar de
escapar de esas cosas.

Se imaginó a los libros situados a mitad del camino de entrada de Nathaniel Olmstead, un lugar
que él tenía la esperanza de evitar durante bastante tiempo.

—Uh… —Luchaba por decir. Su rostro comenzó a arder. Vació la mochila, pero lo único que
quedaba era el gran martillo en el fondo, que con calma empujó hacia atrás en el cajón del
escritorio.

—¿Eddie? ¿Estás ahí?

—Sí —susurró Eddie—. Estoy aquí… pero los libros se han ido.
Capitulo 12
Traducido por Aciditax

Corregido por tamis11

Cada vez que alguien azotaba una puerta al día siguiente en la escuela, Eddie sentía
como saltaba de su piel. Su corazón se aceleró cuando la señora Phelps le hizo una
pregunta acerca de las proporciones. Por el rabillo del ojo, Eddie creyó ver que alguien
lo miraba en el espejo mientras se lavaba las manos en el baño de los chicos, pero
cuando se volteó para mirar, no había nadie allí. Los últimos dos días habían hecho
mella en sus nervios.

Parte de él se sintió aliviado cuando perdió los libros la noche anterior. Si no fuera por
Harris, Eddie pensó que tal vez podía tomar un gran receso de cualquier cosa que
tuviera que ver con Natanael Olmstead. Pero la otra parte de él se sintió muy mal que
todo el trabajo que habían hecho hasta el momento se había ido. Ahora, incluso si
112
fueran lo suficientemente inteligentes como para saber lo que significaba el código, sin
embargo, ¡no podían!

Se encontraron después del tercer período fuera del gimnasio. Cuando Eddie vio a Harris,
se quedó sin aliento. Harris tenía un aspecto terrible. Tenía el pelo grasiento, sus ojos
estaban vidriosos y parecía que acababa de salir de la cama.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Eddie.

—No pude dormir —dijo Harris.

—Me preguntaba dónde podría haber perdido los libros. Sé que anoche dijiste que no los
querías, pero lo único que se me ocurre que hacer es volver a la casa y buscarlos.

Se oyó el chillido de una zapatilla sobre el linóleo detrás de ellos. Cuando voltearon,
Maggie sonrió. Por primera vez desde que la había conocido, Eddie pensó que parecía
feliz de verlo. Se apartó el pelo oscuro de la cara y subió la bolsa en su hombro.

—¿Puedo ir?

Eddie y Harris se quedaron mudos.


—Miren—dijo Maggie—, era una locura estar allí en el bosque la noche anterior. No
puedo dejar de pensar en ello. —Cuando los chicos no le respondieron, ella dijo en tono
de broma:

—Entonces, supongo que realmente no vale la pena mostrar lo que he encontrado.

Harris rodo los ojos.

—¿Qué encontraste?

—No están interesados. Olvídense de eso.

—Maggie... —dijo Eddie, sonando más patético de lo que quería.

—Todo esto de “sólo para los niños” es tan de quinto grado —dijo ella. Sonrió de nuevo—.
Prometanme que me dejaran entrar, y se los diré.

Eddie se volvió a Harris. De alguna manera, estaba seguro que lo que tenía que ofrecer
valdría la pena. Ambos asintieron.

—Puedes venir —dijeron al mismo tiempo.

—Genial—. Maggie dio una palmada en sus hombros. Ambos se estremecieron.

—Así que dinos. ¿Qué encontraste? —dijo Harris. 113


Maggie se deslizó su bolsa al hombro, metió la mano, y cavó alrededor.

—En la casa ayer por la noche, escuché todo lo que dijiste. —Harris comenzó a protestar,
pero Maggie interrumpió.

—Supéralo. —Harris se cruzó de brazos, pero escuchaba—. Después de leer esa historia de
esa vieja espeluznante, Eddie, tú mencionaste algo acerca de un código que corresponde
a un par de libros que ustedes tenían. —Ella sacó dos libros de su bolso—. Estos libros,
¿verdad?

—Oh, vaya —dijo Harris, palideciendo, elevando sus manos hacia el techo.

—Gracias a Dios.

—Wow —dijo Eddie, aliviado.

—Supongo que realmente no necesitamos regresar al bosque, después de todo —dijo ella,
sonriendo, y le entregó los libros a Eddie—. Los dejaste en la camioneta de mi papá, esta
mañana. Todos estábamos alejados de esto cuando él te dio el aventón a casa, así que
supongo que no te diste cuenta de que había caído en el suelo. Sin embargo, si son tan
importantes, es posible que desees mantenerlos más vigilados.

—Trataremos —dijo Harris, cerrando su casillero.


La segunda campana sonó. Todos estaban oficialmente retrasados.

—Me tengo que ir —dijo Eddie, avanzando por el pasillo.

—Pero he resuelto el código —dijo Maggie con aire de suficiencia.

Eddie no estaba seguro si la había oído correctamente, pero cuando vio a Harris con la
boca abierta, se imaginó que sí. Los pasillos estaban comenzando a vaciarse lentamente,
y el corazón de Eddie comenzó a correr cuando se dio cuenta de que los monitores de
pasillo de pronto estarían en sus puestos.

Maggie empujó otra pieza suelta de pelo detrás de la oreja y dijo:

—¿Cómo se sienten ustedes sobre faltar a clases?

114
Capitulo 13
Traducido por DarkVishous y 911 por hanna

Corregido 911 por hanna

Dentro de la biblioteca de la escuela, se encontraron con una tranquila mesa en la


sección de referencias―un lugar aislado hasta el fondo de la habitación, escondida
detrás de amplios estantes cerca de las ventanas.

Maggie tomó un pedazo de papel de su mochila y lo colocó sobre la mesa, boca abajo,
junto al Enigmático manuscrito y el Deseo de la Mujer de Negro. Subió la cremallera de
la sudadera negra con capucha, y luego se apartó el cabello oscuro, sucio detrás de las
orejas. En su muñeca, llevaba ligeramente suelta una banda de goma la que se
ajustaba en sus delgadas manos que descansaban sobre la mesa de una manera
115
profesional.

Eddie recordó que ella le había contado acerca de gustarle la ciencia y las
matemáticas. Es curioso, pensó mientras la miraba, con su vestuario gótico se parecía
más a que ella estaría en la magia y las historias de miedo. Tal vez lo estaba, pero
todavía no lo sabía.

―No quiero sonar como una idiota total ―comenzó Maggie―, pero antes de que
diga nada, quiero saber lo que está pasando aquí.

―Un montón de cosas están pasando aquí ―dijo Harris. Cogió El enigmático
Manuscrito y golpeó su lomo sobre la mesa―. ¿Quieres saber?

Maggie pensó, respiró hondo, y luego dijo:

―Bueno…todo.

Antes de que la siguiente campana sonara, Eddie logró decirle a Maggie la mayor
parte de lo que le había sucedido desde que llegó a Gatesweed. Ella pasó varios
segundos en silencio contemplando la historia. Luego se giró hacia Harris y dijo:
―Pareces ser un experto de Nathaniel Olmstead, así que, ¿qué piensas que está
pasando aquí, Harris? ―Harris sonrió y se inclinó hacia delante para responder.

―Después de todo lo que nos pasó a Eddie y a mí, estoy empezando a pensar que los
monstruos de Nathaniel Olsmtead están expulsados en Gatesweed. ―Entonces su sonrisa
se redujo, y pareció recordar lo ocurrido la noche anterior―. Expulsados…o algo peor.

―Eso significa que los monstruos en los libros de Nathaniel Olmstead son reales ―dijo
ella.

―Cuando los Vigilantes nos persiguieron por el bosque la noche anterior, sin duda
parecían reales, ¿verdad? ―dijo Harris.

―Has oído hablar de la maldición. Y viste lo que pasó en la biblioteca.

―Sí, pero…―Después de un momento, cerró los ojos y negó con la cabeza―. Tiene que
haber una explicación racional para todo esto.

―Cada cosa que nos ha pasado hasta ahora parece estar relacionada con las historias
de Nathaniel Olmstead ―dijo Eddie.

116
Abrió El Enigmático Manuscrito en la página principal.

―Estábamos esperando que este libro pudiera darnos una idea del por qué. ―Miró a
los ojos de Maggie―. Dijiste que resolviste el código. Por favor. ¿Puedes decirnos cómo?

Maggie suspiró y abrazó su cintura.

―Ayer por la noche, hojeando los libros ―dijo―. Me acordé lo que habías dicho en el
sótano de Nathaniel Olmstead, Eddie. Sobre el código que aparece en ambos libros. Es
necesario una clave para el código con el fin de leerlo, ¿verdad? Después de un tiempo
de estar mirando, tuve una idea. Puesto que sólo dos líneas escritas al final del libro de
La Mujer de Negro, conté las letras. Hay veintiséis de ellas. Nada más. Ni menos. Y todas
son diferentes, ¿ven? Sólo una de cada una. ―Maggie abrió la última página de El
deseo de la Mujer de Negro. Eddie miró las letras que Nathaniel Olmstead había escrito
ahí.

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Maggie tenía razón. Habían veintiséis letras. Parecía tan emocionada como Eddie se
sentía, entonces añadió:

―¿Qué mas conoces que tenga veintiséis letras?


Harris casi se vino abajo en su silla.

―¡De ninguna manera! ―dijo. Antes de que Eddie fuera capaz de gritar también,
Maggie se acercó y colocó una hoja de papel sobre la mesa.

En la parte posterior, había colocado la respuesta para que la vieran.

―A es inferior a P ―explicó―. B está por encima de P. C está por debajo de Z. Y así


sucesivamente. Simple, de verdad. Cada letra tiene un opuesto. En el texto, deben
cambiar sus lugares. Esa es la clave.

―¿Trataste con el código? ―dijo Harris―. ¿Funciona?

Asintiendo con la cabeza, Maggie empujó el papel hacia él.

―Él rompió las palabras en un grupo de letras. Y no utiliza ningún tipo de puntuación.
Es difícil de leer, pero creo que él está tratando de hacer que sea más fácil encontrar
un patrón. ―Le entregó una pluma―. Mira por ti mismo ―dijo.

Harris abrió El Enigmático Manuscrito y utilizó la clave del código de Maggie como
referencia cuando comenzó a traducir las primeras frases. Eddie golpeaba la meza

117
mientras Harris escribía. Cuando Harris le dio una mirada sucia, Eddie cruzó las manos
en su regazo. Por último, Harris bajó la pluma y tomó el papel. Este temblaba en sus
manos. Se aclaró la garganta y poco a poco leyó lo que había escrito.

―He cometido un enorme error. ―Con los ojos abiertos, Harris levantó la vista hacia
ellos antes de continuar―. Las criaturas han llegado a través de la puerta, Gatesweed
está al borde de la catástrofe, y ahora me doy cuenta de que es mi culpa. La Mujer de
Negro me perseguirá hasta que use el colgante para abrir la puerta para ella también,
pero no puedo. No lo haré. He visto lo que puede hacer. En su lugar, debo detenerla. Me
temo que puedo fallar, pero no tengo otra opción. Por lo que debo escribir mi propia
historia. ―Harris dejó caer el papel, con la boca abierta en estado de shock―. ¡Santo
cielo! ―dijo en voz baja, mirando el papel.

―"¿Las criaturas han llegado a través de la puerta? ¿Gatesweed está al borde de la


catástrofe?" ¿Y la culpa es de Nathaniel?

―Pero…¿qué significa? ―dijo Maggie.

―Eso significa que estabas en lo cierto, Maggie ―susurró Eddie―. Eres una genio. Ese
era el secreto. La clave estaba en lo correcto aquí. En El Deseo de la Mujer de Negro.
―Tenemos todas las respuestas ahora, lo cual es increíble, pero también tenemos más
preguntas ―dijo Harris. Miró el papel en la mano y lo leyó varias veces más. Cuando
terminó, levantó la mirada―. ¿Dónde está la puerta de la que habla? ¿Y ese colgante?
¿Qué significa que debe de escribir su propia historia y que tiene que ver con esto?

―Y, ¿qué pasa con la clave en sí? ―dijo Eddie―. ¿Por qué Nathaniel Olmstead ha
escrito en código este libro y luego lo enterró en el sótano?

―Obviamente no quería que nadie lo encontrara ―dijo Maggie.

―Tengo una pregunta sobre el código, también ―dijo Harris―. ¿Qué pasa con el
símbolo en la primera página, el que está tallado en la estatua en el bosque? Pi es
parte del alfabeto griego, no del nuestro.

Maggie sacudió la cabeza.

―Eso no es pi ―dijo, señalando la primera página del Enigmático Manuscrito―. Creo


que es hebreo.

―¿Hebreo? ―preguntó Harris―. ¿Sabes lo que dice?

118
―No dice nada ―dijo Maggie―. Es sólo una palabra llamada Chet.

―¿Chet? ―repitió Eddie―. ¿Por qué crees que está esculpida en la estatua? ―Maggie
sacudió la cabeza.

Harris pensó por un momento antes de preguntarle a Eddie.

―¿Dónde dijiste que tus padres encontraron el libro?

―En la Feria de Antigüedades La Capucha negra…hace unos meses, creo ―dijo


Eddie―. ¿Al norte de las montañas?

―Me pregunto, ¿cómo llegó hasta ahí? ―dijo Harris―. Quiero decir, ¿no les parece
como si Nathaniel Olmstead hubiera querido mantener este libro en el sótano con
todos los demás que escribió a mano?

―Sólo hay una manera de averiguarlo, supongo ―dijo Maggie, empujando papel y
lápiz hacia Harris―. Mejor apresúrate, antes de que alguien descubra que estamos
perdidos.

―Aquí ―dijo Eddie, sacando un cuaderno de espiral―. Todos vamos a trabajar al


mismo tiempo. ―Puso El Enigmático Manuscrito sobre la mesa para que cada uno
pudiera ver.
Trabajaron durante las próximas dos clases. Cada vez oían que alguien se acercaba, se
dispersaban, escondiéndose en los pasillos separados de los libros. Volviendo a la mesa,
cada uno de ellos seguía traduciendo una parte de la página.

Cuando terminaron, juntos, leyeron en voz alta sus partes, antes de pasar a la
siguiente página. De esta manera, poco a poco comenzaron a reconstruir la historia
juntos.

Al principio, el libro estaba lleno de información autobiográfica bastante estándar. Era


interesante, pero mientras continuaron leyendo, Eddie estaba seguro estaba seguro de
la razón del por qué Nathaniel sintió la necesidad de escribir su historia de vida en
código. Nada acerca de la lectura sus historias de fantasmas hasta altas horas de la
noche parecía escandaloso.

Entonces, Eddie aprendió algo acerca de Nathaniel Olmstead que no sabía ya.

Desde el principio, Nathaniel no creía que tuviera suficiente talento para ser escritor.
Nunca pensó que sus ideas fueran algo buenas.

Guardando su pensión cada semana, buscó inspiración en películas de monstruos en su


ciudad natal de Covens Corner, pero después, cuando volvía a su casa y sacaba su

119
cuaderno de notas, todo lo que podía imaginar era lo que había visto esa tarde.
Acercándose a la escuela secundaria, se interesó en las mitologías antiguas, las culturas
antiguas e historias del mundo en el que muchas de sus historias que había leído o visto
se basaban en realidad. Estos intereses lo llevaron a una licenciatura en Inglés y una
menor en Historia en New College Starkham.

Después de graduarse, pasó un año viajando por el mundo. Vio las pirámides de Egipto,
los castillos de Irlanda, los canales de Venecia, las ruinas aztecas de México, los glaciares
en Alaska, y los volcanes de Hawaii.

Pensó en todos esos lugares que podían inspirarlo a escribir—pero por alguna razón, sus
ideas nunca se solidificaron en algo más que un glorificado diario.

Cuando Maggie comenzó a leer su sección en voz alta, Eddie se quedó mirando el patrón
ondulado de la veta de la madera en la superficie de la mesa de la biblioteca.
Escuchando el sonido hipnótico de su voz, se imaginó la historia de Nathaniel en su
cabeza. Después de un momento, sintió como si realmente estuviera allí con él.

Finalmente, mi viaje me llevó a los montes Cárpatos de Rumania. Me alojé con un amigo
de la universidad que estaba haciendo una investigación en la Universidad de Bucarest.
Un día, mientras buscaba una particular tienda de antigüedades a un especialista en
artefactos en protección de vampiros, entré en un callejón y me perdí. Después de
caminar en los laberínticos caminos durante casi una hora, me encontré con una anciana
vendiendo baratijas fuera de la puerta de su casa. En una caja, había creado una pequeña
muestra de lo que parecía joyería hecha en casa. No hablaba su idioma, pero comprendí
que ella quería que le comprara algo. Había presupuestado sólo lo suficiente para mi
exploración en los artefactos de vampiros de la ausente tienda de antigüedades, así que
intenté rechazar su ajetreo, pero insistió en que yo inspeccionara un artefacto en
particular.

Me agarró la mano, presionando un trozo de metal en la palma de mi mano. Unido a una


galante cadena, larga y plateada, cerca de seis pulgadas de longitud, peso pluma y
perpetuamente fría al tacto. Su cuerpo era plano y ondulado como una serpiente
retorciéndose. Uno de los extremos era ancho y recto como una cuchara o una pala
pequeña. El otro extremo terminaba en un punto afilado como bolígrafo.

No tenía idea de lo que era, pero tan pronto como lo tuve, sentí la necesidad de poseerlo.
Saqué la billetera, pero ella empujó mi dinero, sacudiendo la cabeza. Dijo algo que no

120
pude entender, se dio la vuelta y cruzó el portal de su casa, dejándome solo en el callejón.

Mientras Eddie escuchaba, se dio cuenta de que una forma había aparecido en la veta
de la madera de la mesa de la biblioteca. Las líneas se arremolinaron en la madera
picada en un intermitente rubio y marrón que lucía como un rostro observándole. El
cabello largo y negro pareció extenderse hacia el borde de la mesa, enmarcando un
parche ligero e irregular de madera, como dos cuencas vacías que lo miraban, como un
cráneo, por encima de una boca fina, enojada. El corazón de Eddie se aceleró cuando
dejó de oír lo que Maggie estaba leyendo.

El rostro parecía estar en movimiento. Por un momento, pareció sonreír. Luego sus labios
se separaron cuando Eddie se alejó con rapidez de la mesa. Jadeó y dijo:

—¿Chicos, pueden ver…?

—Discúlpenme. —El señor Lyons, el bibliotecario de la escuela, salió desde detrás de una
estantería—. ¿Dónde, niños, se supone que tienen que estar en este periodo? —dijo.

Eddie casi gritó. Cuando miró a la mesa, el rostro había desaparecido. ¿Había sido sólo su
imaginación? Miró fijamente a la mesa con incredulidad. Tardó unos segundos en darse
cuenta que habían sido atrapados. El señor Lyons estaba en el pasillo cercano, con sus
manos metidas en los bolsillos. Los tres chicos se miraron, como si trataran de comunicarse
psíquicamente antes de regresar a la biblioteca.

—¿Y bien? —dijo el Sr. Lyons.


—Estamos trabajando en un proyecto —dijo Harris—. Para… uh… créditos extras.

—Ah —dijo el señor Lyons—. La infame excusa de los créditos extras…

Se acercó a su mesa, puso sus puños sobre la superficie, y se inclinó hacia el cuaderno que
Harris había estado garabateando. A Eddie le preocupaba que el señor Lyons les pidiera
lo que estaban haciendo y confiscara todo su trabajo, pero no parecía darse de las
extrañas palabras en las páginas de El Enigmático Manuscrito.

—Vuelvan a clase y no lo reportaré —dijo el señor Lyons—. Sin embargo, si los pillan en el
pasillo sin un pase, no vengan a llorarme. Voy a negar que esta conversación ocurriera. —
Les lanzó el símbolo de paz, se dio la vuelta y se alejó.

Los chicos se miraron entre ellos, luego estallaron en una risa nerviosa. Eddie
rápidamente echó un vistazo a la mesa de nuevo, para ver si el rostro en la veta de la
madera había regresado. Si el rostro hubiera estado allí en absoluto, el Sr. Lyons pareció
haberlo asustado. Eddie cubrió su rostro, esperando en silencio que no estuviera
volviéndose loco.

—¿Qué hacemos ahora? —dijo Harris—. Aquí hay tanto sin traducir.

121
—Estoy bastante segura de que el señor Lyons no nos dejará usar la fotocopiadora
ahora, así que no podemos dividirnos el código como hicimos hoy. Sólo uno puede
trabajar en el libro esta noche —respondió Maggie, empujando su silla y poniéndose en
pie—. Más tarde podemos reunirnos y leer todo junto. ¿Tal vez mañana?

—Buena idea —dijo Eddie en voz baja—. Pero, ¿quién debería tener la traducción?

Harris y Maggie se miraron el uno al otro.

—Es tu libro, Eddie —dijo Harris—. Creo que deberías ser la persona que trabaje en ello
esta noche… si quieres hacerlo, claro.

Eddie asintió.

—Mantendré mis ojos abiertos por algo importante —dijo. Distraído por el recuerdo de la
cara en la veta de la madera, cogió El Enigmático Manuscrito, su traducción, y el pedazo
de papel en el que Maggie había escrito la clave del código, y empujó todo en su
mochila. La traducción de libro por sí misma era una tarea de enormes proporciones,
pero sabía que podía hacerlo. Sólo tenía que mantenerse concentrado.

A medida que se dirigían al frente de la biblioteca, Eddie se preguntó si debería hablar


con Harris y Maggie del rostro. Pero antes de que tuviera la oportunidad, la campana
sonó, sobresaltándolo. Dio un salto.
—Llámame esta noche si descifras algo. ¡Buena suerte! —dijo Harris, abriendo la puerta
de la biblioteca, y desapareciendo con Maggie.

122
Capitulo 14
Traducido por Maia8 y Josez57

Corregido por Julieta_arg y lavi

Cuando Eddie volvió a casa desde la escuela, su madre estaba sentada en la mesa de la
cocina, escribiendo en su portátil. Estaba transcribiendo desde una libreta, que estaba
clocada en la mesa. Se encontraba tan absorta en la pantalla del ordenador que no
levantó la vista cuando Eddie dijo hola. Cuando le dio un golpecito en el hombro, ella
casi se cae de la silla.

—¡Edgar! —dijo, finalmente viéndole de pie junto a ella—. ¡Me asustaste! —Tomó una 123
profunda respiración y dio la vuelta a la libreta. Entonces, apagó el ordenador—. Lo
siento. Llegué al capítulo más aterrador de mi historia. He estado sentada aquí,
asustándome mientras continuaba. Cada pequeño ruido que oigo me hace saltar.

—Suena realmente aterrador —dijo Eddie, deambulando a la barra y agarrando una


manzana—. ¿Cuando puedo verlo?

—Estará acabado en los próximos días, creo —dijo. Ella daba golpecitos con las puntas de
sus dedos en la mesa. Parecía distraída—. Vi un anuncio de una noche de micrófono
abierto el sábado en la librería de la ciudad. ¿El Enigmático Manuscrito, creo que se
llamaba?

—Es la tienda de la madre de Harris –dijo Eddie.

—Lo sé. Estoy considerando leer un capítulo o dos. ¿Vendrás a verlo? Creo que te gustará.

—Por supuesto –dijo Eddie, asintiendo mientras tomaba un bocado de su manzana.


—Estoy segura de que a Harris también le encantará. –Después de un momento, ella se
aclaró la garganta—. Y en un tono más serio, recibí una llamada telefónica de la escuela.

—¿De verdad? –dijo Eddie, forzándose a sonreír ampliamente—. ¿Sobre qué?

—Dijeron que interrumpiste historia y la clase de inglés. ¿Es eso cierto? —Eddie se
estabilizó al apoyarse en la barra cerca del fregadero de la cocina. Asintió con la cabeza.

—Creí que amabas esas asignaturas –dijo—. ¿Qué está pasando? –No sabía cómo
explicárselo. Todo está bien, mamá. Excepto que Nathaniel Olmstead creía que había
hecho algo para abrir un tipo de puerta, y ahora, por alguna razón, Gatesweed está
lleno de monstruos.

—Edgar –dijo—, estoy muy feliz de que estés haciendo amigos en Gatesweed, pero si
estos chicos te están convenciendo de... –Se detuvo, luego negó con su cabeza—. Bueno,
espero que uses tu juicio mejor la próxima vez.

—No volverá a pasar otra vez –susurró.

—Dalo por seguro –dijo mamá, encendiendo su ordenador—. Sin televisión durante el 124
resto de la semana.

—Está bien –dijo, tratando de sonar decepcionado.

Tan pronto como Eddie terminó su aperitivo, llevó su mochila escaleras arriba y cerró la
puerta de su habitación. Sacó El Enigmático Manuscrito, El Deseo de una Mujer de Negro,

la clave de Maggie y las páginas de libreta de sus traducciones. Puso todo en su cama,
encendió su lámpara, y apoyó tres almohadas contra su cabecera.

Tumbándose contra ellas, se recostó y abrió su propio portátil. Durante un breve


momento, el rostro de granos de madera de la mesa de la librería centelleó ante sus ojos,
pero entonces, notó la escritura de Maggie serpenteando a lo largo de la página de la
libreta. Se forzó a sacarse a la extraña imagen de la cabeza y comenzó a leer.
Saqué mi cartera, pero ella agarró mi dinero, negando con su cabeza. Me dijo algo que no

pude entender, luego, se volvió y caminó a través de la oscurecida puerta de entrada,

dejándome solo en el callejón.

Masticando el extremo de la pluma, Eddie escaneó la página varias veces antes de


finalmente abrir El Enigmático Manuscrito, donde lo había dejado cuando el señor Lyons

había aparecido. ¿Qué iba a pasar? ¿Esta noche sería la noche en que finalmente supiese
el destino Nathaniel Olmstead? ¿O terminaría la historia tan abruptamente como el libro
sobre la Mujer de Negro?

Finalmente, Eddie comenzó a traducir. Trabajó a través de cada párrafo, transcribiendo


cada letra, dejando tras de sí grandes racimos de palabras, a los que luego volvería y
leería cada pocas páginas. Le resultaba más fácil entender de esa manera.

Nathaniel Olmstead mostró un extraño objeto de metal de la mujer rumana a su amigo,


quien quedó impresionado. Siendo un estudiante de antigüedades, su amigo le aseguró
que el objeto no era rumano y definitivamente no tenía nada que ver con los vampiros.
125
Le mostró a Nathaniel un artículo de un libro de historia sobre la leyenda de una
enigmática “llave”, que algunas personas creían que había bloqueado una vez que las
puertas del Edén.

—¿Está sugiriendo que esta es la misma “llave”? —le pregunté a mi amigo, incrédulo—.

¿Que soy dueño de la “llave” a las puertas del Edén?

—Una falsa, por supuesto —dijo mi amigo, divertido—. Una réplica. De acuerdo con las

descripciones que he leído en otros textos, la tuya se ajusta perfectamente a la leyenda.

¡Qué souvenir tan extraño! —En ese momento, no estaba segura de lo que le creía.

Según el artículo que mi amigo me había dado, los académicos se mostraban interesados

en las historias que la gente inventó con el fin de dar sentido a sus vidas. Esto lo

comprendía.
El mito del Jardín del Edén, la teoría del Big Bang, todos y cada uno de esos “érase una vez”,

de los que has oído hablar cuando tus padres te metían en la cama, estos nos ayudaban a

imaginar nuestro mundo personal. ¿Y no era ese el trabajo del escritor? ¿Crear mundos?

¿Inventar mitos?

Por fin había encontrado un tema sobre el que me emocionaba. Estaba tan interesado en

estas teorías que estudiaba tanto como podía en mi misterioso souvenir de la “llave”. Un

día, me encontré con un extenso artículo acerca de “lo real” en un libro titulado El mito de

los niños de piedra.

Mientras Eddie leía lo que había traducido, se quedó sin aliento. ¿El mito de los niños de
piedra? Pensó en la estatua de los Nameless Woods, era ella un —niño de piedra—, ¿lo
era?

¿La estatua tenía algo que ver con la experiencia de Nathaniel en Europa? ¡Por fin, algo 126
estaba empezando a tener sentido!

Mirando afuera, Eddie notó el cielo rápidamente desvaneciéndose en la noche. Muchas


de las hojas se habían caído de los árboles, por lo que las ramas desnudas que quedaban
mostraban su silueta contra el azul profundo.

Se veían como huesos arañando la tierra. Se lamió los labios y volvió a trabajar.

La mitología central de los niños de piedra era similar a muchas de las creencias judeo-

cristianas con las que Nathaniel se familiarizaba, pero también había algunas diferencias.

De acuerdo con el texto que había encontrado, algunas personas creían que Dios creó el

mundo en siete días. Cuando terminó, existía un lugar llamado Edén, un enorme jardín,

rodeado por un alto muro circular que protegía el paraíso de los aún no forjados y más
oscuros reinos. A ambos lados de una entrada adornada había dos estatuas. Dos niños de

piedra.

Un niño y una niña. Los pedestales sobre los que los niños se mantenían, se encontraban

intrincadamente decorados con signos y símbolos de las criaturas que iban a quedar fuera

del paraíso. Cada niño tenía un libro grande en blanco, marcado por uno de las dos letras

hebreas talladas en su portada, Yod en un libro; Chet en el otro.

Junto a las letras se deletreaba la palabra hebrea Chai, que más o menos traducida al
inglés era la palabra vida.

—Maggie estaba en lo cierto —dijo Eddie en voz alta. Entonces, el peso de la


comprensión descendió sobre él. Un niño piedra. Sujetando un libro en blanco. Marcado
por una de las letras hebreas: Chet. La vida, dentro de estas paredes... ¿era eso lo que los

127
símbolos significaban?, se preguntó Eddie.

Si la vida era contenida en el interior, entonces, ¿qué había dejado Dios fuera del Jardín?
¿Estaba El Enigmático Manuscrito insinuando lo que pensaba?

Eddie siguió leyendo.

La puerta donde los niños de piedra estaban de pie, custodiados por un arcángel, cuyo

trabajo consistía en actuar como la Coz de Dios.

Él tenía la llave para el Jardín y la vigilaba cuidadosamente.

Siempre que a una criatura se le negaba el paso al Jardín, el arcángel utilizaba la llave

para forjar su imagen en los pedestales de piedra como testimonio de su depravación. Los

símbolos que ilustran la puerta de piedra sirven como recordatorio de que las criaturas

estaban condenadas al exilio.


Eddie levantó la vista, su corazón desbocado, la boca seca. Dejó el libro y se levantó. Su
cabeza le daba vueltas. Quería llamar a Harris y decirle todo lo que acababa de leer. La
estatua en el bosque... ¡debía ser uno de estos niños y niñas de piedra! La idea parecía
increíble, pero de nuevo, así lo era todo lo que le había pasado en el último mes. Todos
los secretos, códigos y, especialmente, los monstruos, parecían cosas imposibles de uno de
los cuentos de Nathaniel, pero Eddie ya sabía que no eran ficción.

Obligado por la curiosidad, Eddie siguió leyendo.

Más allá de los niños de piedra en la puerta, en el interior del jardín, Dios había creado al

primer hombre y la mujer.

A lo largo de la historia, la mayoría de la gente ha entendido que estos son Adán y Eva,

pero de acuerdo con el Mito de los Niños de Piedra, Eva no fue la primera mujer. Antes de

que Eva existiese alguna vez, Adán tenía una esposa llamada Lilith. A diferencia de Eva,

Lilith no provenía de un pedazo de su costilla. Lilith fue la otra mitad de Adán, su igual. 128
Ella y Adán vivieron juntos en el Edén durante mucho tiempo. Al igual que cada

matrimonio, lucharon.

Un día, lucharon tan terriblemente que Dios se acercó y les preguntó qué les pasaba. A

toda prisa, Adán respondió que Lilith le había hecho daño y debía ser castigada. Dios le

tomó la palabra y expulsó a Lilith del paraíso. Él la envió lejos, a un lugar donde la luz del

Jardín no llegase.

Los únicos compañeros de Lilith en su nuevo hogar eran los Exiliados, las más viles y

miserables criaturas en su mundo. Los hijos de Lilith eran sus hijos. Estos niños se

comenzaron a conocer como el Lilim; también eran exiliados.


De acuerdo a la leyenda que Nathaniel había encontrado, después del infame incidente

con la serpiente y el árbol de la ciencia, Dios rompió la pared de Edén en miles de pedazos

y los esparció por todo el mundo.

Cuando las piezas cayeron, el tejido de nuestro mundo se debilitó. A veces, la tela era tan

delgada que la gente podía ver a través de ella más oscuros reinos limítrofes al nuestro.

Habiendo viajado a estos lugares en busca de inspiración, consejo, y oración, los seres

humanos aprendieron que los sitios de la pared caídos eran sagrados, pero también

peligroso.

Al mirar en otros mundos, no sabían que podrían estar mirando hacia atrás. Según el Mito

de los Niños de Piedra, los niños de Lilith estaban cansados de vivir en la oscuridad.

Algunos querían vivir en la luz de nuestro mundo.


129
Otros sólo querían destruirlo. El Lilim no estaba satisfecho mirando a través del velo. Ellos

querían más. Ellos querían una puerta.

Mientras estudiaba, Nathaniel se enteró de que varios cientos de años atrás, un erudito

familiarizado con la mitología Generada descubrió un extraño instrumento, que él creía

era la llave del arcángel. El instrumento era un collar del que pendía un fuerte colgante de

plata. De sus estudios, llegó a la conclusión de que esta llave podría llevar a quien la

poseyera a los lugares donde las paredes del Edén habían caído. El estudioso también

opinaba que este instrumento, si se usaba correctamente, tendría el poder de perforar un

agujero en el tejido entre los mundos.

La lámpara en la mesilla de noche de Eddie parpadeó y se atenuó.

Dejó caer su pluma con un grito.


—¿Qué diablos? —susurró Eddie, trepando al centro del colchón en caso de que fuera de
repente lanzado a la oscuridad. Se volvió y miró fijamente la luz durante unos segundos.
La luz se mantuvo desafiantemente débil.

Por un momento, trató de convencer a su imaginación salvaje de que era un hecho


perfectamente normal, una sobrecarga de energía de algún tipo, pero después de las
experiencias espeluznantes de los últimos días, comprendió rápidamente que podría ser
algo menos común. No era un pensamiento agradable.

Se imaginó una mano afilada con garras, llegando desde el lado de la cama, tirando de
su edredón.

—Ya basta —murmuró, golpeando su frente con la palma de su mano. Luego llamó:

—¡Mamá! —Hacia la puerta de su dormitorio cerrada. Esperó durante varios segundos


silenciosos, pero ella no respondió—. ¡Papá! —intentó, pero se encontró de nuevo sólo con
el sutil crujido de la casa mientras la brisa llegaba a la colina.

¿Dónde están?, pensó. Miró el reloj, preguntándose si podrían estar dormidos. Brilló 130
repetidamente las doce de la noche. Tal vez había habido un corte eléctrico, después de
todo.

Eddie se dio cuenta que no tenía idea de cuánto tiempo había estado trabajando.

Empujó a un lado su cortina y se asomó por la ventana. Gatesweed estaba tranquilo en


la parte inferior de la colina, la mayoría de las luces de las pocas casas habitadas estaban
apagadas. Debía ser más tarde de lo que pensaba.

Cuando estaba a punto de cerrar la cortina, Eddie notó que algo extraño sucedía en el
centro de la ciudad. Todo comenzó de repente con las luces del parque en la parte verde
de la ciudad, apagándose en conjunto. Eddie vio cómo las farolas de la calle Center
parpadeaban apagándose también. Con cada segundo que pasaba, otro círculo de
alumbrado público se apagaba. Entonces, los edificios entre cada calle concéntrica
parecieron perder fuerza también. Eddie nunca había visto nada como esto antes,
durante un corte de energía normal, toda la electricidad se iba a la vez.
Pero la oscuridad en la parte inferior de la colina parecía estar arrastrándose hacia él,
como una enfermedad.

La luz de su mesita de noche se oscureció aún más, y Eddie gimió.

Incapaz de controlarse a sí mismo, saltó al medio de la habitación, dejando por lo menos


un brazo de distancia entre el lugar donde aterrizó y el espacio oscuro debajo de su
cama. Luego corrió hacia la puerta de su dormitorio y la abrió de golpe. El pasillo se
extendía a oscuras ante él. Eddie se detuvo y se volvió. La cosa con las garras que
imaginó que lo esperaba debajo de su colchón todavía podría estar presente, pero Eddie
no corrió todavía. La oscuridad en el pasillo parecía igual de amenazante.

Mientras estaba en la puerta contemplando si debía o no mirar por debajo de su cama,


la luz de su mesita de noche, simplemente se apagó. La oscuridad se cernió sobre la casa
como una colcha de humedad. La garganta de Eddie se sentía como si se estuviese
cerrando, pero se las arregló para llamar por el pasillo a sus padres. Una vez más,
parecían no escucharlo; no recibió una respuesta. Eddie se preguntó si incluso estaban
aún en la casa. ¿Dónde si no iban a estar a una hora tan tardía? 131
Eddie comenzó a sentirse claustrofóbico. Apenas podía ver, el pasillo era más como una
vaga impresión que una cosa real. Dio un paso más hacia el pasillo, se aferró a la fría
manija de vidrio de la puerta, y abrió la puerta cerrada.

Buscando el interruptor de luz más cercano, golpeó la pared. Lo encontró, pero cuando
accionó el interruptor, no pasó nada. Eddie exhaló lentamente, tratando de recobrar la
compostura. Entonces, dio un paso decidido hacia el dormitorio de sus padres.
Manteniendo sus ojos hacia adelante, Eddie logró abrirse camino hasta allí.

Aunque aterrorizado por el silencio que llenaba la casa, estaba también agradecido de
que nada estuviese gruñendo, susurrando, o arañando desde el interior de las paredes,
como tantas veces ocurría en los libros de Nathaniel Olmstead durante momentos como
ese.

Llamó a la puerta del dormitorio de sus padres, pero no esperó una respuesta antes de
girar la manija y abrir la puerta.

—¿Hola? —dijo, dando un paso adelante en la habitación. Oyó el susurro de las sábanas.
Gracias a Dios, pensó Eddie, trepando rápidamente por el suelo hacia el lado de la cama
de su madre.

—Debe ser más tarde de lo que pensaba —dijo en voz baja. Estiró la mano para tocarla.
Él sabía que a ella no le importaría que la despertara, lo había hecho antes, cuando
había tenido una pesadilla. Podía sentir su hombro bajo el edredón, pero ella no
respondió, ni siquiera cuando la sacudió un poco.

—¡Mamá! —susurró.

Finalmente, ella gimió en su sueño, y luego murmuró algo.

Sonaba como a:

—¿Qué sucede?

Eddie pensó acerca de cómo responder sin sonar paranoico. Cualquier persona racional
podría justificar sus temores en cuestión de segundos. La electricidad se ha ido. Vuelve a
la cama. Pero Eddie no quería volver a la cama solo, no después de todo lo que había
aprendido leyendo El Enigmático Manuscrito.
132
Había cerca de quince centímetros de espacio en el borde de la cama, por lo que Eddie
se acostó allí, sobre la manta.

Me voy a quedar hasta que la energía vuelva de nuevo, él pensó.

Él olía el champú frutal de su madre, pero el aroma cambió rápidamente. Ya no era


dulce, como su madre, era horrible, vagamente familiar, como algo que había
experimentado en una pesadilla. Recordó el olor del sótano de Nathaniel Olmstead,
cuando él y Harris habían estado leyendo El Deseo de la Mujer de Negro. ¿De dónde

venía? Eddie se sentó, tapándose la nariz. Él escuchó la respiración de sus padres a su


lado. Durmiendo profundamente, parecían no darse cuenta de la pestilencia.

Eddie no lo podía soportar, el olor le hacía mal.

Tendió la mano hacia su madre, tocó lo que él pensaba que era su pelo desparramado
sobre la almohada.
Pero la sensación al tacto no se parecía a los largos rizos de su madre. Sus dedos
agarraron algo que se sentía como telarañas, líneas finas y pegajosas que se aferraban a
su mano, y se apartó con horror.

—¡Mamá! —Eddie gritó. Pero en vez de sentarse de repente, sus padres continuaron
recostados en la cama. Su padre incluso empezó a roncar—. ¡Despierta! —dijo. Sacó su
mano, mientras que lo que él pensaba que había sido su madre finalmente se volvió a
mirarlo.

Era una forma más negra que las sombras que se levantó de la cama y se inclinó sobre
Eddie, que continuaba acostado sobre el colchón congelado del terror.

Él sabía quién era ella. Imposible como parecía, la había visto esa tarde mirándolo desde
las vetas de madera en la mesa de la biblioteca. Eddie pensó que vomitaría.

Su rostro curtido, tan blanco que era casi verde, flotaba cerca del techo y brillaba en la
oscuridad como una luna extraterrestre. Su piel estaba agrietada, transparente, como

133
papel mojado. Su pelo, andrajoso y maligno, colgaba de su cabeza como algas marinas
en descomposición, largo, desigual, y más negro que la parte más profunda del océano.
Sus ojos eran oscuros agujeros vacíos, y su boca sin labios se abría como un pez. Pesadas
túnicas negras se extendían fuera de su cuerpo, como sombras siendo arrancadas de las
paredes. A medida que avanzaba, apretó sus manos delante de sí misma. Su rostro se
tensó cuando pareció entrecerrar los ojos en él.

Eddie se secó un cosquilleo en la parte posterior de su cuello. Sudor.

—Despierta —dijo ella en una imitación de voz aguda—. Despierta —repitió—. Despierta.

Entonces ella se echó a reír, un ruido oscuro totalmente diferente a la voz que acababa
de utilizar para mofarse de él. El sonido daño sus oídos.

Sus ropas se levantaron y se arremolinaron a su alrededor al llegar hacia él. El cabello de


la mujer envolvía su cara. Sus ojos negros se expandieron hasta que fueron todo lo que él
conocía.

Estaba cayendo en ellos. Él no podía parar. No había nada en qué sostenerse. Nada más
que la oscuridad y el sonido de la risa y el torrente de…
¡Paf!

Eddie cayó de la cama y chocó contra el suelo. Se arrojó hacia atrás y derribó la mesa de
noche de su madre. La lámpara giró y se estrelló contra el suelo. Eddie se puso de pie, de
repente furioso.

—¿Qué hiciste con mis padres? —gritó a la mujer, recordando el libro en el que Dylan
encuentra dos pilas empapadas de pijamas en el piso de la sala. Si él se quedaba mucho
más tiempo, sabía que iba a terminar justo así. Ella fue hacia él, pero Eddie se agachó.
Se las arregló para correr hasta el final de la cama y alrededor de la esquina de la pata
de la cama, donde él tenía un tiro directo hacia la puerta. Pero a mitad de camino a
través de la habitación, se resbaló sobre la alfombra. Mientras luchaba por ponerse de
pie, sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. La mujer se puso a centímetros
detrás de él, con su rostro casi a treinta centímetros sobre el suyo. Antes de que tuviera la
oportunidad de gritar, ella pareció sonreír. Una horrible, sin sentido del humor y
manipuladora sonrisa, pero sin embargo una sonrisa.

—Eddie... —Su voz ronroneó profunda, vibrante. Le recordó a la suave música de 134
cuarteto de cuerdas que a veces sus padres ponían en el equipo de música durante la
cena—. ¿Por qué quieres lastimarme?

—Yo... yo no quiero hacerte daño. —Se oyó a sí mismo decir. Se miró las manos; por
alguna razón, no se estaba derritiendo.

—Buen chico... —continuó—. Mantente alejado de las cosas que no te conciernen..... pon
ese libro en la estantería.... —Su pelo le recordaba a los zarcillos de las plantas flotando
en las corrientes submarinas—. Lee algo más en su lugar —ella continuó—. Algo.... más
feliz. Más bonito. Menos... aterrador.

Eddie no sabía qué decir.

—Yo... yo. .......Fue todo lo que salió de su boca cuando él trató de hablar.

—A menos que te guste estar asustado. —susurró—. ¿Te gusta? —Las cuencas de sus ojos
se ampliaron. Ella esperó por su respuesta, como si fuera verdaderamente curiosa, o
divertida casi—. ¿Te gusta tener miedo, Eddie? Porque asustar es algo en lo que soy
bastante buena.... he tenido muchos años de experiencia....
Su rostro ya no era un rostro. Era un largo pasillo en un secreto, subterráneo lugar, por el
cual se encontró precipitándose, sus pies patinando contra el suelo resbaladizo y oscuro.
Al final del pasillo, lejos, a seis metros, un enjambre de insectos negros, tan denso que
parecía plegarse sobre sí mismo, le hizo señas a él como una mano. Alargó la mano hacia
las paredes, tratando de encontrar algo a qué aferrarse, pero sus dedos se deslizaban
sobre la piedra húmeda. Apretó la boca cerrada, tratando de mantener sus gritos dentro
y los insectos fuera.

Eddie se volvió y para su sorpresa descubrió que aún estaba de pie en el dormitorio de
sus padres. Se aferró a la perilla de la puerta, abriéndola y corriendo a ciegas hacia el
pasillo. Cuando llegó al final de la escalera, cogió la barandilla y giró en la esquina.
Haciendo tres pasos a la vez, saltó por la escalera, hasta que se perdió un escalón y
resbaló el resto del camino a la alfombra en el vestíbulo.

Alguien agarró sus hombros, sacudiéndolo.

Su padre estaba inclinado sobre él.

—¡Edgar! ¿Estás bien? 135


Eddie miró a su alrededor, sin saber dónde estaba ni lo que estaba pasando. Mientras
trataba de sentarse en la parte inferior de las escaleras, un dolor sordo le latió en su coxis.
Él gimió.

—¿Qué pasa? —preguntó mamá. Eddie se volvió para encontrarla mirando desde su
lugar en la mesa de la cocina.

Ella parecía aún estar escribiendo, como si no se hubiera movido desde que Eddie había
vuelto a casa de la escuela.

—Se cayó por las escaleras —dijo papá—. Yo vi todo desde el sofá de la sala de estar.

Eddie se puso de pie. Sus padres se veían tranquilos. Estuvo a punto de agarrar a su
padre para darle un abrazo pero se contuvo. Él no quería alarmarlos por sentirse mal.

—¿Cuándo volvió la electricidad? —dijo Eddie de manera uniforme. Agarraba la


barandilla en la parte inferior de las escaleras para evitar que sus manos temblaran. Sus
padres lo miraban divertidos.
—La energía ha estado toda la noche —dijo papá. Sintió la frente de Eddie con el dorso
de su mano—. ¿Seguro que estás bien?

Eddie no estaba seguro de la respuesta a esa pregunta. Se dio la vuelta y miró hacia
arriba por las escaleras. Él podía ver la luz derramándose de su dormitorio.

—Pero las luces estaban........ Eddie miró por la ventana al lado de la puerta principal. La
ciudad entera estaba iluminada como de costumbre.

¿Y si todo esto había sido un sueño? Imposible. Eddie estaba seguro de que él había
estado despierto todo el tiempo. Había estado demasiado emocionado por la historia de
Nathaniel para conciliar el sueño.

—¿Qué, qué hora es? —dijo.

—Cerca de la medianoche —dijo mamá—. Pensábamos que estabas durmiendo arriba.

—¿Quieres decir que han estado aquí todo el tiempo? Pero yo pensé que estaban... pensé
que estaban.... —Eddie trató de hablar, pero se dio cuenta que no quería terminar la
frase. 136
Además, en ese momento, no estaba seguro de qué había estado pensando.
Capitulo 15
Traducido por DarkVishous y aLexiia_Rms

Corregido por LadyPandora

Eddie llegó tarde a la escuela la mañana siguiente.

En la clase, la señora Phelps lo llamó por tercera vez en treinta minutos, y él tuvo que
admitir, una vez más, que no sabía la respuesta. No había hecho la tarea. No culpó a la
señora Phelps por estar molesta, ¿cómo podía ella saber que la noche anterior había sido
perseguido por un espíritu maligno que alguna vez pudo haber sido expulsado del Jardín
del Edén, y que podría ser el responsable de la desaparición de Nathaniel Olmstead? Por
supuesto, no intentaría si se lo explicaba. Sabía que ella no lo entendería. Él guardaría su
explicación hasta que se reencontrara con Harris y Maggie durante el almuerzo.

Después de clase, Eddie los encontró sentados cerca de las ventanas en la esquina de la 137
cafetería. Llegó tarde porque había querido hacer copias de su traducción para que
pudieran leerlo ellos mismos. Había convencido al señor Lyons de ayudarlo como
voluntario para acomodar los libros en las estanterías la semana que viene, si aún estaba
vivo…

Ni Harris ni Maggie parecían haber dormido mucho, pero cuando lo vieron acercarse se
animaron. Sabía que estarían muy contentos de oír hablar de su traducción, pero no
sabía cómo explicar todo lo que había sucedido.

Después de caer por las escaleras, Eddie se negó a dormir en su propio dormitorio. Incluso
metido entre sus padres, la mente de Eddie se había llenado con imágenes aterradoras
durante toda la noche. No había dormido bien.

Se dejó caer en la silla junto a Harris y al otro lado de Maggie.

—¿Y bien? —dijo Harris, tomando un bocado de su sándwich de mantequilla de maní—.


¿Cómo te fue? ¿Sabes que le sucedió a Nathaniel Olmstead?

Eddie negó con la cabeza.

—No lo terminé.

—¿No lo terminaste? —dijo Maggie—. ¿Por qué no?


Eddie tomó una profunda respiración y les contó todo lo que había sucedido,
empezando por el rostro que vio el día anterior por la tarde sobre la mesa de la
biblioteca, y terminando con su horrible encuentro con la Mujer. Después de que Eddie
terminara su historia, Harris se desplomó sobre la mesa de la cafetería y echó sus brazos
sobre la cabeza.

—¿Qué sucede? —preguntó Maggie.


—¿No lo entiendes? —dijo Harris, girando un poco la cabeza para hablar—. ¿La leyenda
de la mujer en el bosque? Como todos esos otros monstruos que nos han atacado sin
ningún motivo, tocar el agua en el lago, recoger una flor, ir al bosque por la noche,
ahora ella va a ir por Eddie. Ella lo siguió por debajo de la estatua en el Bosque Sin
Nombre, ¡y lo perseguirá hasta que se haya vuelto completamente loco!

—Deja de asustarlo. —Golpeó el hombro de Harris y puso los ojos en blanco antes de
mirar a Eddie.

—No vas a volverte loco —dijo—. Ella fue por ti por una razón específica. No quiere
volverte loco. Quiere que la dejes en paz. —Hizo una pausa, pensando—. ¿No dices que
ella te dijo que leyeras algo menos atemorizante? Tal vez estaba tratando de asustarte
para que dejes de leer El Enigmático Manuscrito.

Eddie mordió su labio inferior.

—¿Deberíamos detenernos? Quiero decir… ahora que hemos leído acerca de lo que
puede hacer la gente de El Deseo de la Mujer de Negro… parece realmente estúpido
138
seguir adelante.

Harris se acomodó en su asiento.

—¡No podemos parar! No ahora que estamos tan cerca de descubrir lo que pasó con
Nathaniel Olmstead. Él, obviamente, hizo algo que la volvió loca. Si está en problemas…
quizás podamos ayudarle.

—¿Por qué? —dijo Maggie.

Los chicos la miraron como si estuviera loca.

—Él mismo lo dijo —continuó ella—. Las criaturas entraron por la puerta, sea cual sea esa
puerta de la que habla, no lo sé, pero dijo que era su culpa. Tal vez no se merece nuestra
ayuda.

Mientras estaba sentado, imágenes de la Mujer de Negro pasaron por la mente de Eddie
y se estremeció. Pero tal vez Maggie estaba en lo cierto. Tiró su mochila sobre su regazo.

—Aquí hay mucho más de la historia que no entenderían hasta que lo hayan leído por
ustedes mismos. —Tomó dos paquetes de fotocopias que había hecho para Maggie y
Harris—. Tendran que decirme lo que piensan. —Les dio una a cada uno—. Intenten
leerlo todo, si pueden —dijo—. Nos encontraremos al final del día y seguiremos
trabajando.

Después de la escuela, silenciosamente se dirigieron juntos hacia la casa de Harris. Tanto


Harris como Maggie habían logrado terminar de leer todo lo que Eddie había escrito. A
pesar de la amenaza de la Mujer, estaban intrigados y parecían emocionados con
encontrar las respuestas al misterio de Nathaniel Olmstead. Estaban de acuerdo: puede
ser que también intentaran leer un poco más.

En la librería encontraron a Frances de pie en el porche, mirando la cubierta de madera


bajo sus pies.
—¿Qué sucede, mamá? —dijo Harris, deteniéndose en la parte inferior de los escalones.

Cuando Frances se dio la vuelta, Eddie pudo ver que tenía las mejillas rojas. Había
estado llorando.

Avergonzada, rápidamente se limpió la cara.

—Oh, Harris —dijo—, trajiste a tus amigos. —Bajó un escalón, se acercó y se aferró a las
barandillas a ambos lados de las escaleras. Cuando Harris trató de mirar a su alrededor,
ella se movió, como si tratara de bloquear su visión—. Espera —susurró.

139
—¡¿Qué diablos?! —dijo Harris, corriendo por las escaleras y empujando más allá de ella.
Ella se hizo a un lado. Eddie pudo ver lo que estaba tratando de ocultar. Alguien había
rociado con pintura negra un grafiti en el suelo del porche.

La Mujer viene por ti…

Frances cubrió el grafiti con una alfombra vieja. Les dijo que iba a estar ocupada con
varios pedidos de libros arriba, por lo que tenían el lugar para ellos mismos. Ya que la
librería estaba vacía, organizaron una tranquila mesa en la parte trasera.

Eddie sentía que el grafiti había sido por su culpa. Si no hubiera recogido la flor, el
gremlin no los habría atacado. Si el gremlin no los hubiera atacado, nadie habría
extendido los rumores, y los vándalos no se habrían dirigido a la tienda de Harris de
nuevo.

Harris le dijo que se olvidara de ello.

—Ha pasado antes —dijo—. Va a suceder de nuevo. Además, puede pintarse encima.

En cuanto a sus amigos, Eddie se preguntó si ahora no serían ellos los raritos de la clase.
Por lo menos los raritos estarían juntos. El Exiliado. De un modo retorcido, los tres eran
como los Lilim ahora, ¿no?

Eddie se guardó esa idea para sí mismo.


Recogieron sus cuadernos y bolígrafos. Eddie abrió El Enigmático Manuscrito en el lugar
donde había sido interrumpido la noche anterior. Dejó El Deseo de la Mujer de Negro
abierto en su última página, donde la clave del código estaba escrita.

—Trabajemos juntos, como ayer —dijo, más decidido que nunca.

Después de investigar la leyenda de la llave de Rumanía durante casi un mes, Nathaniel


finalmente regresó a los Estados Unidos. Se sentía listo para regresar a casa.
Una vez allí, empezó a soñar con un pequeño pueblo situado en un grupo de colinas
boscosas. Se llamaba Gatesweed. La imagen de la ciudad era muy hermosa, se sintió
obligado a buscar un nombre, para ver, si de alguna manera, el pueblo verdaderamente
pudiera existir. Para su sorpresa, después de buscar en un atlas de la biblioteca local,
localizó un pueblo llamado Gatesweed que pasó a ser un viaje de dos horas al suroeste
de Coven’s Corner.
Habiendo viajado tan lejos a causa de la inspiración, pensó que un paseo más, por
curiosidad, no podría lastimar.

Cuando Nathaniel llegó a Gatesweed, sintió como si hubiera vuelto a casa. Las colinas,
los molinos, el parque, la forma de la ciudad en sí era familiar. Algo le dijo que se
quedara. Con un préstamo de sus padres, Nathaniel compró una casa en las afueras del
centro de la ciudad. El lugar había estado abandonado durante años y necesitaba un
montón de trabajo, por lo que el precio era justo.

Mientras trabajaba en la casa durante el día, le llamó la atención el número de ideas 140
para historias que comenzaron a venir a él. Con cada placa que rompía y cada piedra
que sustituía, otra imagen parecía estallar en su cerebro. Las escribió en sus cuadernos de
notas, tratando de capturarlas antes de que se escaparan.

En medio de la renovación, Nathaniel descubrió un pasadizo en la chimenea que daba


lugar a una serie de catacumbas debajo de la casa. Estaba asustado, pero intrigado, por
explorar el espacio. Después de varias horas, decidió que sería perfecto para una oficina
privada. ¿Qué mejor lugar para escribir historias espeluznantes que un cuarto secreto en
el sótano?

Por la noche, Nathaniel siguió teniendo sueños extraños. Ahora, en vez de soñar con
Gatesweed, comenzó a soñar con el bosque más allá de la huerta. Al igual que antes,
cuando su obligación era encontrar Gatesweed, Nathaniel ahora sentía la necesidad de
explorar este nuevo campo pastoral al fondo de la colina detrás de su casa.

Al día siguiente, caminé sobre el pequeño risco y hacia abajo en una llanura amplia y
arbolada. Anduve durante casi diez minutos antes de llegar a un claro de tierra.

En el otro lado del claro, pude ver una extraña figura blanca mirándome, una estatua de
una muchacha joven y bonita. Su rostro era de color blanco puro, pero fueron sus ojos los
que llamaron mi atención.
Algo en ella me dio escalofríos. Extendía un libro hacia mí. En la columna estaba tallado
un peculiar símbolo, como una especie de letra hebrea. Me quedé muy sorprendido. ¿Era
esta letra, Chet, sobre la que había leído en Rumania? Mirando más de cerca, me di cuenta
de las imágenes de extrañas criaturas talladas en la base sobre la que estaba puesta de pie.
Mis sospechas comenzaron a materializarse, como fantasmas a mí alrededor.

Me pareció oír una débil voz que hablaba grandes cosas incomprensibles en mi oído; lo
descarté como producto de mi imaginación. Pero cuanto más miraba a la estatua, más la
entendía. Extraños conocimientos se impregnaron a través de mi cerebro. Estaba de pie al
borde de algo grande. La evidencia era inconfundible. La estatua, el libro en sus manos, el
símbolo tallado en su portada, las imágenes de las criaturas bailando en el pedestal medio
enterrado bajo los pies descalzos del niño. Las palabras «oráculo3, henge4, monolito5» se
repetían en mi mente. Esos lugares realmente existieron, tal como yo había leído en El
Mito de los Niños de Piedra. Y sin embargo, la razón no me permitía creer que había
encontrado una pieza del muro del Jardín.

Sin duda, este era un lugar de gran alcance. Su energía era palpable. Pero debía haber
algún tipo de explicación, pensé. Estaba seguro de que si yo estaba allí el tiempo suficiente,
la respuesta vendría a mí.
141
Recordé el colgante de plata que la mujer rumana me había dado. De acuerdo con los
textos que he leído, la llave del arcángel tenía la capacidad de dirigir a quien lo poseía a
lugares donde el Jardín había caído. ¿Era posible que lo mismo me hubiera ocurrido a mí?
Si era así, mi amigo de la universidad se había equivocado, la reliquia no era una
falsificación. El colgante que me había traído a casa no era un simple souvenir. Mirando a
los ojos del niño de piedra, sabía que la llave, que una vez había abierto la puerta del
Jardín del Edén, ¡estaba enterrada en el fondo del cajón de mis calcetines! La muchacha
parecía hablar conmigo sin palabras. Cuanto más tiempo me quedaba mirándola, más
sentía que sabía lo que tenía que hacer.

3
Oráculo: es una respuesta que da una deidad por medio de sacerdotes.

4
Henge: estructura arquitectónica prehistórica de forma casi circular u ovalada, por definición de un área de más de
20 metros de diámetro que consiste en una excavación limitada por una zanja y un terraplén.
5
Monolito: hace referencia tanto a aquellas formaciones geológicas o a aquellas construcciones humanas que se
caracterizan por estar formadas por un sólo bloque de piedra.
Caminé hasta llegar a casa, subí a mi habitación y saqué el collar de plata del cajón.
Parecía latir en mi mano con un calor frío. Fui llenado instantáneamente con un gran
propósito. Supe entonces que al momento en que había encontrado este objeto, mi destino
había sido llegar a Gatesweed y descubrir la estatua en el bosque, pero había algo más,
una acción final que me veía obligado a tomar.

Me volví hacia una página en blanco en el cuaderno sobre mi escritorio. Instintivamente,


apreté la punta del pendiente en el papel del cuaderno. Para mi sorpresa, una línea negra
apareció como la marca de una pluma. Entonces, por una razón que no puedo nombrar,
dibujé el símbolo que estaba tallado en el libro del niño de piedra.

Mirando hacia atrás, ahora me doy cuenta que en ese momento, yo había empezado a
abrir un agujero peligroso en el delicado tejido que protege nuestro mundo de los
misterios que nos rodean. Me gustaría hacer algo ahora para traer todo de vuelta.

—Esto es una locura —dijo Eddie.

—¿Crees que está diciendo la verdad? —dijo Maggie—. ¿Y si esto es sólo ficción?

—¿Después de todo lo que hemos visto recientemente? —dijo Harris—. Creo que podemos 142
asumir que está diciendo la verdad.

Finalmente, había oscurecido. Maggie se aclaró la garganta y comenzó a frotarse los ojos.
En el otro lado del parque, un coche hizo sonar su bocina. Era la primera vez desde que
abrieron el libro esa tarde que oían la prueba de que el mundo que rodeaba su círculo
privado.

—¿Quieres un poco de agua? —preguntó Harris a Maggie, que había estado leyendo la
última sección en voz alta.

—No. Estoy bien —dijo—. De hecho, me siento como si realmente no necesitara traducir
una pieza más de papel.

—¿Qué crees que le haya sucedido a él? —preguntó Eddie.

Harris cerró los ojos, como si cerrara el paso a la inevitable conclusión.

Maggie sacudió la cabeza.

—Tengo una idea, pero no quiero echarlo a perder.

Entonces comenzó a leer desde donde había dejado.


Usando el colgante como lápiz, Nathaniel continuó escribiendo fragmentos y piezas de
imágenes e ideas, oscuros sótanos, claves secretas para puertas ocultas, estatuas,
fantasmas y perros demoníacos. A partir de esas notas, la historia comenzó a
materializarse.

Casi un mes después de encontrar la estatua en el bosque, comenzó a escribir su primera


novela, El Rumor del Convento Encantado . Después de terminarla, Nathaniel escribió
para enviarla a los agentes y editores. Para su sorpresa, uno de ellos lo quería, y poco
después, fue publicada. Estaba muy emocionado de que la gente por fin leyera algo que
él había escrito.

Escribió todos los libros usando el colgante. En la primera página, escribía el título y su
nombre. Por debajo de esas palabras, grababa el símbolo Hebreo. En la página siguiente,
comenzaba la historia. Si alguien le preguntaba porque escribía los libros de esa manera,
no habría sido capaz de encontrar una respuesta lógica. Era algo que tenía que hacer,
como si el colgante de plata, o la estatua en el bosque, o algo, le estuviera dando
instrucciones inconscientes. Sin embargo, el proceso funcionó. Cuando utilizaba el
colgante para escribir, empezaba realmente inspirado. Sintió que si se preguntaba por
qué, todo podría desaparecer, por lo que dejó de hacerse preguntas. Durante un tiempo.

Como los libros se continuaban vendiendo, Nathaniel se puso a leer los informes de los
periódicos de sucesos extraños en Gatesweed. Varios animales habían desaparecido en
circunstancias misteriosas. Unos cuantos niños afirmaron haber visto animales poco
comunes que deambulaban por el bosque cerca de la entrada de Nathaniel.
143
Varias personas afirmaron que, en realidad, estos animales los habían atacado. Un niño
de doce años llamado Jeremy Quakerly desapareció de su dormitorio en medio de la
noche. Por último, el cuerpo de una anciana maestra escolar fue encontrado en medio
de un campo de maíz en una de las carreteras del condado más allá de los molinos. El
incidente fue descartado como un accidente, pero un rumor se extendió por Gatesweed
a través de un certificado de defunción, el juez de instrucción había indicado la causa de
muerte como una caída de gran altura. Ella había muerto en albornoz.

Nathaniel había escuchado a algunas personas afirmar que estos informes hacían eco de
lo que él había escrito en sus historias, pero se convenció a sí mismo de que eran
coincidencias. O lo intentaba, al menos. Nathaniel entendía que cualquier escritor
obtiene su parte de críticas, por lo que intentó hacer caso omiso de las miradas crueles y
fuertes susurros que le seguían en el pueblo.

A veces paseaba por los bosques detrás de la huerta de manzanas, explorando el claro
donde estaba la misteriosa estatua. Allí, contemplaba su figura. ¿Eran válidos los
rumores? ¿Qué estaba haciendo él cuando usaba el lápiz para escribir sus historias? ¿Era
la leyenda de la llave del arcángel realmente cierta? Aparte del hecho de que la pieza
de metal podía escribir en papel, ¿tenía realmente propiedades místicas como los
eruditos dijeron que tenía? Después de todo, un lápiz también puede escribir en papel.
Nathaniel se hubiera sentado en el borde la estatua y sacudido su cabeza con
incredulidad. Se dijo que este mundo estaba destinado a seguir siendo un misterio. En el
fondo, sin embargo, creía que era más fácil elegir en la ignorancia.
Todo cambió una tarde, años después, cuando deambulaba cerca del lago Sin Nombre. Por
supuesto, había visto el pequeño reguero de agua antes, habiéndolo utilizado como una
pieza para el final de El Rumor del Convento Encantado. Ese día, me acerqué a la orilla
pedregosa, permitiendo a mis botas enviar pequeñas ondulaciones hacia el agua, algo que
no había hecho antes. Algún tiempo después, varios perros saltaron desde el agua y me
persiguieron hasta la mitad del bosque. En el momento que llegué a mi casa, mi mente
estaba corriendo. No podía entender lo que había visto. Todos los informes que había leído
en los periódicos, todos los crímenes sin resolver que había descartado como
coincidencias, mascotas perdidas, extraños ataques de animales salvajes, el niño
desaparecido, la maestra de escuela muerta, volvieron, inundándome de nuevo. Las
personas en Gatesweed habían susurrado durante años que yo era el responsable de los
extraños sucesos alrededor de la ciudad. Ahora lo había visto con mis propios ojos. Al
parecer, al menos, mis monstruosos perros del lago eran reales.

¿Cómo podía ser? Todas mis dudas sobre el colgante estaban medio borradas. Si la
leyenda de la llave era real, ¿era posible que el uso del colgante para escribir mis libros

144
hubiera hecho de alguna manera aparecer a los perros en el bosque detrás de mi casa?
¿Era posible que algunos de los otros monstruos de mis libros fueran reales también? Si el
niño de piedra supuestamente marcaba un lugar donde el tejido entre los mundos era
delgado, ¿pude haber causado que el tejido se rasgara? Si eso fuera cierto, ¿era
responsable de todo lo que había sucedido?

Inmediatamente, fui y escondí el colgante en mi sótano. Tenía que alejarme de él por un


tiempo, dejar de escribir, tomar un descanso y pensar en todo.

Varios días después, estaba acostado en mi cama para una siesta por la tarde cuando oí un
sonido como papeles revolviéndose. Noté que algo estaba parado en la puerta de mi
cocina. Al principio, pensé que era algo en mi ojo, una mota de polvo o una pestaña, pero
cuando froté no pasó nada. Una mancha oscura llenaba el espacio donde debería haber
estado una estufa y el fregadero lleno de platos sucios. Me senté cuando la mancha oscura
tomó forma. Era una anciana.

Las sombras se arremolinaban alrededor de su cuerpo como humo. Su pelo lamía su cara
en ondas como si una ligera brisa soplara a través de mi casa. Su boca no se movía, pero
pude oír su voz con claridad. Era vieja y me recordaba al polvo.
La Mujer tocó el marco de la puerta cuando se puso de pie. La puerta fue creciendo y la
cocina detrás de ella desapareció en el resplandor parpadeante de un fuego invisible. Este
lugar ya no era mi casa. Oí el aleteo de alas e insectos escabulléndose a través de las
sombras. Las paredes se oscurecieron y gotearon con humedad.

Los ojos de la Mujer era dos agujeros negros, pero ellos se centraron en mí atentamente.

—¿Quién eres tú? —pregunté. No contestó, pero de alguna manera la conocía—. ¿Lilith?
—susurré.

Ella sonrió pero no dijo nada que confirmara mi sospecha. Sin embargo, entendí lo que
quería de mí.

Deseaba de mí su liberación, como había hecho con sus hijos, ahora me daba cuenta.

—Si te escribo en la historia, ¿existirías aquí, como los perros que me persiguieron en los
bosques? —Me tropecé con mis pensamientos, temeroso de la respuesta a mi pregunta.
Me acordé de los informes de los crímenes sin resolver. Estaba aterrorizado por la
posibilidad de mi propia culpa inconsciente—. ¿Cómo, cómo los otros de los que escribí? 145
Ella me mostró la estatua en la oscuridad del bosque. El niño de piedra brillaba, llenando
el claro de un resplandor frío. En un estallido de luz, los perros aparecieron rápidamente
en la sombras. De repente, vi las imágenes de otros monstruos que se manifestaban en el
claro debajo de la chica iluminada. Ahora entendía completamente cómo funcionaba el
portal. Al terminar cada historia, la estatua resplandecía, el portal se abría, y las criaturas
salían.

La Mujer habló.

—La llave juega conmigo. —Su oscura voz se clavó en mi pecho, como aguja e hilo—.
Perdido y encontrado. Años pasados. Te ha traído aquí hacia mí. Has escrito historias de
mis hijos. Ahora que todos ellos han pasado a través del portal del bosque, es hora para
que comiences una historia… la mía.

—¿Y si no lo hago? —me atreví a hablar.

El rostro de la mujer cambió, me vi encerrado en una habitación oscura, agua subiendo


desde el piso de abajo; me vi en medio de una ciudad encantada, pálidos rostros me
miraban a través de escaparates sucios con grasa; me vi caer en un hoyo tan grande como
el océano y más negro que la noche, del cual se levantaba un grito constante de un millón
de almas torturadas. La Mujer se acercó a mí y se echó a reír, alzando la voz como una
ráfaga de cuervos girando en un cielo oscuro, muerto.
Desperté en mi sofá. Sudando. Me dolía el pecho. Respiraba con dificultad, y mis piernas
se sentían pesadas.

La Mujer se había ido. Mi casa parecía la misma de siempre. Me pregunté qué había
sucedido.

¿Había estado soñando? ¿Estaba volviéndome loco?

Me senté en el sofá y contemplé mi situación. Si no le hacía caso, ¿me perseguiría por


siempre con esas visiones? Si lo que había visto no era un sueño, como la abrumadora
evidencia sugería, entonces era, de hecho, culpable de la liberación de los monstruos, la
legendaria Lilim, de una de sus prisiones en el purgatorio. Simplemente manteniendo el
colgante me había equipado con el conocimiento inconsciente de cómo usarlo. Ahora
estaba seguro de que el colgante me había traído a Gatesweed en primer lugar. Cuando
utilizaba el colgante para escribir mis historias, actuaba como llave. Cada historia había 146
abierto un portal en el bosque, donde el niño de piedra sostenía su libro vacío, como lo
había hecho cuando estaba en el portal del Edén. Esta nueva puerta llevaba a lugares
donde los monstruos eran reales. ¡No era de extrañar que la anciana mujer rumana
hubiera querido deshacerse del colgante! ¿Por cuantas manos malditas había pasado a
través de los años? Para darme cuenta de que el poder que tenía en las puntas de mis
dedos era más aterrador que mi peor pesadilla.

Pensé en lo que debía hacer. Estaba ciertamente dispuesto a acabar con el colgante, dejar
de escribir, o al menos a tratar de escribir algo sin monstruos en el mismo. Nunca había
podido hacerlo antes, pero ahora estaba más viejo, con más experiencia. Me había
convertido en una persona diferente. ¿O no?

Sin embargo, si me negaba a contar su historia, ¿seguiría la Mujer enviándome malos


sueños? ¿Eso era lo peor que podía hacer?

En ese momento, estaba seguro de que podía manejar la situación. Eso fue antes de…
Las luces en la parte trasera de la tienda parpadearon, y Maggie dejó de leer. Los tres
niños miraron hacia la puerta delantera. Se abrió con un crack. Nadie dijo nada, pero
Eddie sabía lo que estaban sintiendo. La pluma en la mano de Maggie estaba
temblando. Harris se agarró a la mesa. Las piernas de Eddie comenzaron a temblar.

La gran biblioteca a la izquierda de la puerta ocultaba la luz del techo, por lo que era
imposible ver el interior del almacén. La negrura se abría a través de la grieta en la
puerta.

—¿Mamá? —llamó Harris, su voz temblorosa.

—Pensé que habías dicho que estaba arriba —dijo Eddie.

—¿Hay alguien ahí? —susurró Maggie.

Eddie y Harris se miraron.

—¿Sabes qué? —dijo Harris—. En cierto modo me espero que sí. Porque si alguien está
allí atrás, significa que no es nada.
—Tal vez no sea nada —dijo Eddie—. A veces en los edificios viejos, las luces parpadean
por sí mismas, ¿no?

147
—Correcto —dijeron Harris y Maggie, sonando demasiados entusiastas, como si estuvieran
tratando de convencerse a sí mismos.

—Pero, tal vez deberías terminar de leer el libro en alguna otra parte —dijo Maggie.

Las luces se agitaron de nuevo, brevemente. Eddie recordaba lo que había sucedido en
su habitación la noche anterior. Pasó su silla cerca de Maggie. No quería terminar de leer
en absoluto.

—Creo que es buena idea. Vamos arriba —dijo Harris, deslizando su silla hacia atrás, y
poniéndose de pie.

Las luces en la parte trasera de la tienda de repente se apagaron. Las únicas luces en ese
momento eran las dos lámparas de mesa cerca de la puerta principal.

Eddie golpeó su propia silla hacia atrás cuando se puso de pie. Se golpeó contra el piso
de madera, enviando escalofríos a través de su piel. Entonces vio la cara de Maggie
mientras miraba hacia la calle, y sus temblores se convirtieron en un frío ártico.

—Hey, chicos… —dijo ella, asintiendo con la cabeza hacia el césped.

Cuando Eddie se dio la vuelta, sólo vio su reflejo en la ventana.

—¿Qué sucede?

—Las luces en el parque… se han ido también —dijo Harris.


Eddie miró hacia la parte trasera de la tienda. Podría haber sido su imaginación, pero
creyó ver un movimiento a través de la puerta abierta. Se dio la vuelta, negándose a
mirar.

—No sólo en el parque —dijo Maggie, entrecerrando los ojos—. Sino que parece que todo
el pueblo se ha oscurecido.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Harris. Empujó El Enigmático Manuscrito bajo el
brazo y cogió el cuaderno y una pluma—. Ahora.

Eddie asintió. Cogió su mochila y corrió hacia la puerta principal. Al llegar al picaporte,
Maggie corrió a su lado y tiró de su manga.

—Espera —dijo ella—. No sabemos lo que hay allí afuera.

De repente, Eddie escuchó una familiar voz en el fondo de la tienda.

—¿Por qué? —dijo de una manera suave y cantarina—. Eddie… ¿por qué quieres
hacerme daño…?

—Hey, ¿chi-chicos, han oído eso? —dijo Eddie.

148
—¿Oír qué? —dijo Harris.

Las dos lámparas de mesa en la tienda empezaron a parpadear también. Por encima
del hombro de Maggie, Eddie vio que alguien se movía entre las sombras, extendiendo la
mano hacia él. Su voz se atascó en su garganta cuando se dio la vuelta y tiro de la
puerta abriéndola hacia la noche. Entonces echó a correr.

A medida que se precipitaba a través del porche delantero y bajaba las escaleras, oyó a
sus amigos detrás de él. Se saltó el último escalón hacia la acera, se subió sobre el bordillo,
y se deslizó en el medio de la calle.

Cuando se dio la vuelta, vieron que la única luz en toda la ciudad se derramaba
débilmente de la portada de El Enigmático Manuscrito. Todo lo que Eddie podía ver de
los otros edificios en la calle central eran siluetas silenciosas contra un cielo sin estrellas.

Dentro, la tienda ahora parecía vacía. Esos vagos brazos que Eddie había visto llegar
desde las sombras se habían ido. Eddie miró por encima de su hombro hacia el parque.

¿Podría haberlos seguido fuera de la tienda? ¿Podía estar con ellos aquí en la oscura
calle?

—¿Qué está pasando? —dijo Maggie.

—La oí hablar conmigo —dijo Eddie—. Ella me preguntó por qué quería dañarla.
—También me pareció oír a alguien hablando en la tienda —dijo ella—. Pero pensé que
era mi imaginación.

—La Mujer de Negro —dijo Harris, cruzando sus brazos sobre el pecho. Su voz empezó a
elevarse—. ¿Ella viene ahora a por nosotros?

—Tenemos que mantener la calma —dijo Eddie—. Todavía queda algo de luz. Si nos
quedamos quietos, tal vez podamos sentarnos aquí y…

—¿Estás loco? —dijo Harris—. ¿Quieres sentarte en medio de la calle oscura y fría, y seguir
leyendo esa estúpida cosa? ¡De ninguna manera! Quiero encontrar un lugar agradable y
luminoso para escondernos.

—Eso es —dijo Maggie en voz baja.

—¿Qué quieres decir? —dijo Harris—. ¿Qué es eso?

La luz de la tienda le dio a los ojos de Maggie un brillo feroz.

—Ella sigue preguntándole a Eddie por qué quiere hacerle daño. Pero, ¿por qué piensa
que él está lastimándola? ¿Qué hemos estado haciendo durante los dos últimos días?

149
Eddie y Harris se miraron.

—Todo lo que hemos estado haciendo es leer el libro de Nathaniel Olmstead —dijo Harris.

—¡Correcto! —Maggie señaló el libro que Harris se había metido bajo el brazo. El
Enigmático Manuscrito—. Cuando Eddie estaba traduciendo el libro ayer por la noche, él
no pudo seguir muy lejos porque ella lo interrumpió. Al igual a como hemos sido
interrumpidos justo ahora. —Maggie pensó sobre eso—. A lo mejor tiene miedo de lo que
vamos a aprender si terminamos de leer el libro. —Sonrió—. Esto sólo me da ganas de
leer más. —Las luces del interior de la tienda comenzaron a parpadear una vez más, esta
vez oscureciendo casi todo el camino de salida.

—No vamos a ser capaces de leer nada si se va la luz —dijo Eddie. Se acurrucó más cerca
de sus amigos.

Harris gritó, señalando hacia el piso superior de la tienda. La luz estaba encendida en la
ventana de la cocina. La silueta de Frances apareció. Puso sus manos sobre el cristal,
como si tratara de bloquear el resplandor para ver hacia afuera. Luego levantó el panel
y se inclinó sobre el alféizar. Ella no parecía darse cuenta de que todo el pueblo había
caído en la oscuridad.

—Niños, ¿tienen hambre? —les gritó.

—¡Mamá! —gritó Harris—. ¡Cuidado!


Detrás de Frances, otra silueta se alzaba. Se levantó y se amplió, llenando la brillante
ventana de la cocina con sombras hasta que la habitación quedó a oscuras.

—¡Mamá! —gritó Harris de nuevo.

Entonces todas las luces se apagaron. En la planta baja. Arriba. El cuerpo de Eddie se
puso rígido cuando Maggie se aferró a su brazo.

Apenas podía ver su rostro.

—¡Mamá! ¡Ella está detrás de ti! —gritó Harris mientras comenzaba a correr hacia la
puerta lateral.

—¡Harris! —gritó Maggie.

—¡No vayas allí! —gritó Eddie a la silueta corrediza de Harris. Entonces, antes de que
pudiera detenerse, fue tras su amigo. Maggie lo seguía de cerca. Oyó un portazo. Eddie
siguió el sonido, tirando de la puerta. Maggie la atrapó detrás de él. La mantuvo abierta
mientras Eddie miraba en la oscuridad. Podía escuchar los pasos de Harris en las
escaleras. Tuvo que apagar su cerebro para no imaginarse a Harris cayendo en los fríos
brazos de la inminente silueta.

150
—¡Mamá! ¡Ya voy! —gritó Harris.

A pesar de ser incapaz de ver, Eddie tomó las escaleras de dos en dos. Usando la
barandilla, dio un tirón de su camino hacia la cima, y se arrojó por la puerta.

Pero la luz del techo de la cocina lo cegó.

Eddie encontró a Harris en medio de la sala abrazando a Frances. Harris lanzó sollozos
contra el cuello de su madre, y Frances miró a Eddie, como si dijera: ¿Qué ha pasado
para que subieran así?

Maggie golpeó la espalda Eddie mientras subía las escaleras, empujándolo hacia
adelante en la cocina.
Eddie alcanzó a ver por la ventana. El césped se iluminaba como de costumbre, al igual
que todos los edificios de la calle central.

La Mujer de Negro se había ido. Era como si nunca hubiera estado aquí.

—Cariño, ¿qué te sucede? —dijo Frances, alejando a Harris para poder ver su rostro—.
Esta no es la Inquisición Española. Sólo preguntaba si tenían hambre. —Harris le dio la
espalda, limpiando sus ojos, avergonzado.

—¿Tenemos hambre? —dijo, Eddie y Maggie asintieron lentamente. Volviendo la cabeza


hacia su madre, Harris dijo:

—¿Pueden quedarse a cenar? Estamos trabajando en un proyecto esta noche. —Ahogó


un sollozo, finalmente recomponiéndose—. Con suerte, terminaremos pronto.
—Por supuesto —dijo Frances, luciendo desconcertada. Fue al fregadero y abrió el grifo.
Llenando una olla con agua, miró por encima del hombro—. Por el amor de Dios, Harris,
no tenía idea de que te tomaras la tarea tan en serio.

En el dormitorio de Harris, ubicaron El Enigmático Manuscrito y sus traducciones en el


centro de la habitación y se sentaron en un triángulo alrededor de ellos. Miraron en
silencio el libro durante un minuto entero antes de que Maggie dijera:

—¿A quién le toca?

—Si seguimos leyendo, ¿vendrá de nuevo a nosotros? —dijo Harris, todavía agitado—.
¿Vendrá tras mamá otra vez?

Maggie se mordió una de sus uñas.

—Ella puede querer que pensemos que lo hará. Pero tengo la sensación de que debemos
seguir la lectura de todos modos.

—Incluso si intenta… —empezó Eddie. Pero no pudo terminar la frase—. Si intenta…

—¿Intenta asustarnos? —terminó Maggie—. Eso es todo lo que ha estado haciendo hasta
ahora.

Eddie se estremeció. 151


—Espera un segundo —dijo—. Tienes razón. Todo lo que ella ha estado haciendo es
asustarnos. ¿Cómo si su ladrido fuera peor que su mordida?

—Pero ladrar no es todo lo que puede hacer —dijo Harris—. Tú mismo leíste El Deseo de
la Mujer de Negro. Ella es el mal.

—No. Está enfadada —dijo Maggie—. Pero si tan poderosa es, ¿por qué no nos convierte
en pequeños montones negros de mugre, si tan buena es en eso?

—¡Maggie! —dijo Eddie, inclinándose hacia adelante y aferrándose a su brazo—. Podría


estar escuchándonos.
—¿Y qué? —dijo ella, liberándose de inmediato—. Creo que si ella realmente pudiera
detener la lectura del libro, ya lo hubiera hecho, en lugar de llevar a cabo estos pequeños
trucos de salón. ¿Luces parpadeantes? Vamos… ¿realmente nos da tanto miedo la
oscuridad?

—¡Si! —dijeron Eddie y Harris al mismo tiempo.

—Pero yo no leo ese tipo de libros —dijo Maggie—. Estar asustado te hace actuar como
un idiota.
—Hey —dijo Eddie—. Tú no fuiste a la única que habló. Tal vez si hubieras estado allí la
noche anterior, entenderías…

—Estoy aquí ahora —respondió en voz baja—, y necesitamos terminar de leer el libro.

Lo recogió y se lo entregó a Eddie. Ella sonrió y dijo:

—Podemos hacerlo. Sé que podemos.

…fue antes de que las pesadillas comenzaran.

Caía de la cama, gritando a la noche. La oscuridad me convenció de nuevo a dormir, pero


tan pronto como puse mi cabeza sobre la almohada, las terribles visiones retornaron,
niños sin rostros, ciudades llenas de lápidas, manos que me jalaban detrás de mi tapiz,
sombras que me ataban al suelo y al mismo tiempo, el sonido de la risa de la Mujer se
burlaba de mí.

Finalmente, dejé de dormir. Durante el día, era un muerto viviente. Desde que guardé el
colgante, la escritura era imposible, así que, a veces, lo sacaba de la gaveta de mi escritorio

152
en el sótano, preguntándome si simplemente debía escribir la historia de la Mujer. Pero
me había prometido que no lo haría. En ese momento, la idea de otro niño desaparecido
en mi consciencia era suficiente para impedirme usar el colgante para escribir.

Pero me sentí tentado, sin duda. Si yo le diera a la Mujer lo que quería, podía dejarme en
paz.

Después de eso, podría lanzar el colgante lejos, enterrarlo en algún lugar, esconderlo. En
el fondo, sabía que no era tan simple.

Cuanto más esperaba, el peor de los sueños llegaba. Pronto, cada vez que cerraba los ojos,
siquiera por unos segundos, las imágenes más horribles, violentas y desagradables
cruzaban bajo mis párpados, como películas monstruosas en una sala de cine en
decadencia. No estaba seguro de cuanto más podría aguantar. Me había vuelto de un
terrible e irritable humor. Empecé a sospechar que estaba perdiendo la cabeza. Si no hacía
algo pronto, no sólo mis pocos amigos en la parada del pueblo querrían alejarse de mí,
sino que no sería capaz de actuar en público, en absoluto. Donde quiera que mirara me
imaginaba un nuevo horror. Todo lo que podía ver claramente era mi futuro, encerrado
en una celda acolchada.
Eddie dejó de leer. En el techo, la luz había empezado a parpadear.

Maggie sacudió la cabeza.

—Sigue leyendo, Eddie. Ella sólo quiere que te detengas. —Miró hacia el techo, como si la
Mujer estuviera observándolos desde allá arriba—. ¡Pero no vamos a hacerlo! —gritó.

Sacudido, Eddie lentamente se alejó de la luz del techo y miró la página. Estabilizó su
mano y continuó leyendo.

El primero de junio, me quedé en la colina al lado de mi casa, y grité a la huerta:

—¡Voy a escribir una historia! Pero tienes que prometerme que me dejarás solo. ¡Y no
herirás a nadie!

De los bosques llegó mi respuesta, una ráfaga de aves con alas negras se elevó al cielo azul
como sangrando tinta sobre papel blanco. Su graznido sonaba triunfante, como una
multitud de personas en un partido de béisbol. Asentí con la cabeza y entré. En mi
escritorio, abrí mi nuevo cuaderno. Utilizando la llave, que supuestamente una vez había
mantenido cerradas las puertas del Edén, escribí el primer párrafo de lo que sería El Deseo
de la Mujer de Negro. 153
«En la ciudad de Coxglenn, los niños temían la caída de la noche. No era la oscuridad a la
que ellos temían, era a dormir. Porque cuando ellos yacían en sus camas y cerraban sus
ojos, ella los miraba.»

Escribí toda una semana seguida. Las horribles visiones, finalmente se fueron. Me
despertaba temprano por la mañana y trabajaba, sólo me detenía por comida y café, hasta
por la noche, caía en la cama, exhausto. Después de varios capítulos, me di cuenta de que
la situación era más complicada de lo que había imaginado. La historia era la más
terrorífica, la Mujer era la más peligrosa de todas mis criaturas. Su cólera era implacable
e incontrolable. Pude ver claramente hacia donde se estaba dirigiendo su historia. En mi
mente, pude ver la última página del libro. La ciudad de Coxglenn y todos en él se
reducirían a un lago de lodo tembloroso. En su historia, la bondad no prevalecía. Ella no lo
permitiría. No sólo el libro era terrible, sino que si yo le permitía entrar por el portal del
niño de piedra, sería imparable. Sabía que destruiría todo lo que tocara, y no se detendría
en Gatesweed, el mundo más allá de las fronteras del pueblo yacería en ruinas.

Por el rabillo del ojo, Eddie vio una sombra moviéndose cerca de la puerta del armario
pero cuando miró, no había nada allí.
—¡Eddie! —dijo Harris—. ¡No dejes de leer!

—Lo siento. Me pareció ver… —comenzó a decir Eddie. Pero luego miró hacia abajo, a El
Enigmático Manuscrito. Si se concentraba lo suficiente, el resto de la habitación se iría.

Sólo la historia permanecería.

—No importa —dijo—. ¿Por dónde iba?

—Ruinas —susurró Maggie.

Sabía que no podía terminar de escribir la historia. Si lo hiciera, no sería capaz de


enfrentar las consecuencias.

En su lugar, tendría que enfrentar sus consecuencias. A menos que de alguna manera
pudiera detenerla. Pero ¿cómo?

Entonces pensé, si el manuscrito permitía a estas criaturas entrar en nuestro mundo,


debería destruir el manuscrito.

Intenté borrarlo. Intenté quemarlo. Intenté sumergirlo en el agua, en alcohol, en gasolina. 154
Intenté cortarlo en pedazos. Incluso intenté hacer garabatos sobre las palabras con la
misma punta del colgante. Pero nada funcionó, de alguna manera, la magia de la llave del
arcángel había vuelto a las páginas indestructibles, eternas. Probé mi teoría con los otros
manuscritos en mi sótano, pero con todos era lo mismo. Permanentemente marcado.
Como una mancha que no podía lavar.

Ahora que había dejado de poner su historia sobre papel, mis visiones sobre la Mujer de
Negro no se limitaron a mis sueños. Dondequiera que mirara, podía verla, sentirla.
Parecía que el manuscrito inacabado permitió a la Mujer de Negro aparecer en
Gatesweed, a pesar de que el portal todavía no se había abierto a ella. No podía estar
físicamente presente en este mundo, pero era como si hubiera apartado la cortina de su
mundo. Disfrutaba mostrándose a sí misma frente a mí, recordándome mi promesa con la
amenaza de su presencia.

—¡Tal vez teníamos razón! —dijo Maggie—. Creo que ella todavía está mirándonos a
través de… de la ventana, tratando de asustarnos. No puede hacernos daño. Ella no es
real como los otros monstruos. No todavía.

—Así lo fue anoche —dijo Eddie—, en la habitación de mis padres…


—Fue una ilusión —dijo Maggie—. Justo como lo que sucedió en la planta baja hace unos
minutos. Harris, tu madre no vio lo que vimos. Las luces de la ciudad en realidad no se
apagaron. La Mujer de Negro sólo nos hizo creerlo.

Desde la esquina de la habitación vino un gemido que poco a poco fue convirtiéndose en
un gruñido furioso.

—Déjanos en paz —dijo Harris entre dientes.

Eddie se negó a mirar.

Inclinándose hacia adelante, los tres continuaron la traducción.

Fue entonces que me di cuenta de que necesitaba un nuevo plan. Estaba enredado en mi
propia creación. Había sido tan egoísta, necesitaba arreglar esta situación. Alejarme
simplemente de la pluma no sería suficiente. Si dejaba de escribir su historia, la Mujer me
llevaría a la locura y luego esperaría a que alguien más terminara el trabajo. Desde que
comencé esta catástrofe, sabía que iba a terminar con ella. En lugar de esperar que ella me
esperara, yo la encontraría a ella.

Pero primero, necesitaba abrir la puerta.


155
Me tomó un día encontrar la manera, pero una vez que pensé en ello, la respuesta parecía
obvia. Escribiría mi propia historia con el colgante, de la misma manera que había escrito
todos mis libros. Cuando terminara, la estatua se iluminaría en un color azul y abriría el
portal para mí. Yo iría por la puerta, hacia el reino de la oscuridad, y pondría fin a la
Mujer de Negro antes de que tuviera oportunidad de seguirme a casa.

—Eddie… —dijo una voz desde la esquina de la habitación.

Temblando, Eddie trató de hacer caso omiso de todo salvo El Enigmático Manuscrito.
Mientras se centraba en el libro y seguía trabajando, las distracciones comenzaron a
disminuir, como si la Mujer de Negro no tuviera ningún poder, si simplemente no
reconociera su presencia.

Para el fin de mi trabajo, necesitaba prepararme. Cuando agarraba la cadena de plata,


estaba seguro de que no sería capaz de tomar nada conmigo, no el libro, y ciertamente
no el colgante.

Sabía que necesitaba escribir mi historia, pero dejándola atrás, entendía lo peligroso que
sería el libro si caía en las manos equivocadas. Actuaría como un conjunto de
instrucciones indestructibles, un registro de lo que había hecho. Cualquier persona que lo
encontrara y lo leyera, sabría también como abrir el portal.
Había sido muy fácil para mí hacerlo incluso sin saberlo.

Y si fallaba en destruir a la Mujer de Negro, si ella me destruía primero, luego seguiría la


posibilidad de que ella fuera detrás de mí. Decidí escribir mi historia de una forma que
sería difícil de leer y no dejara ninguna evidencia. Necesitaba escribir la historia en código.

Sujetando el colgante, me apresuré a anotar una clave del código en el espacio en


blanco en donde había dejado de escribir El Deseo de la Mujer de Negro. Abrí la primera
página en un cuaderno en blanco de la librería local y grabé el símbolo chet, como de
costumbre. Luego, utilizando el nuevo alfabeto para traducir lo que escribí, empecé mi
propia historia.

Sólo más tarde me di cuenta de mi error. Al usar el colgante para escribir el código, lo
había vuelto permanente.

Sabía que tenía que terminar la historia rápidamente, luego esconder El Deseo de la
Mujer de Negro y la clave del código en algún lugar donde nadie lo encontraría en mi
ausencia. Un lugar aparte, lejos del libro que contenía mi propia historia. Me decidí a
hacer un agujero debajo de una piedra de mi sótano. Lo consideré apropiado, como el
que uno de mis personajes había hecho en La Condenación de la Bruja.

Después de eso, tendría que ocultar mi propia historia y el colgante donde estarían
protegidos.

La idea para el lugar perfecto vino hacia mí de otro de mis libros. 156
El lago.

Si alguna vez alguien se acercaba al agua, como en El Rumor del Convento Encantado,
los perros lo ahuyentarían. Los animales cuidarían de mis dos reliquias, el colgante y mi
libro. Después de intentar destruir El Deseo de la Mujer de Negro, sabía que el agua no
inundarían las páginas de mi libro. Si el colgante eventualmente se volvía oxidado y
aherrumbrado, entonces nadie sería capaz de abrir la puerta otra vez, aunque dudaba
de tal buena suerte.

Enterré El Deseo de la Mujer de Negro bajo la piedra de mi sótano. Esa noche, llevé la
aún inconclusa historia de mi vida, el colgante, una bolsa de lona y una caja de metal
conmigo al bosque.

En el claro, mi linterna se extendió por el todo el rostro de la niña de piedra. Haciendo


caso omiso de ella, hice mi camino por la colina hacia el lago. El agua reflejaba las
estrellas. Puse la bolsa en la orilla y metí la mano. Saqué el colgante y el cuaderno. Fui
hacia el final y comencé a escribir.

He estado haciendo eso desde entonces…

He escrito todo en las dos últimas páginas hacia sólo unos momentos. Aquí estoy en el
borde del lago Sin Nombre en medio de este bosque Sin Nombre. Finalmente me he
atrapado a mí mismo.
Cuando termine este último párrafo, me pondré de pie y colocaré el cuaderno y el
colgante en la bolsa. Voy a poner la bolsa en la caja. Después de hacerlo, voy a cerrarla y
tirarla al lado tan lejos como mis fuerzas me lo permitan. Voy a mirar la caja
desaparecer. Por último, voy a subir la colina hacia la estatua que estará esperando,
creo, para dejarme pasar. Lo qué sucederá después de eso es una historia para cuando
vuelta… si regreso. A pesar de que esto no ha terminado, tengo que escribir Fin o esto no
funcionará. Así que ahí va…

Fin.

Se hizo el silencio.

Finalmente, Harris dijo:

—Pero, ¿qué sucedió después de eso?

—Tal vez hay más —dijo Eddie—. Tal vez haya otro libro.

Harris hizo una mueca.

—No hay otro libro Eddie. Esto es todo. El final. Lo escribió justo aquí.

157
—Pero este no es final —dijo Eddie—. No podemos darnos por vencidos. La Mujer de
Negro sigue apareciendo en Gatesweed, lo que significa que Nathaniel no tuvo éxito.

—¿Eso significa que debemos intentarlo? —dijo Maggie.

—Por supuesto que debemos —dijo Eddie.

—Espera un segundo —dijo Maggie—. Según este libro, la Mujer de Negro en realidad no
tiene el poder para hacernos daño a nosotros o a cualquier otra persona en Gatesweed,
¿verdad? Aparte de ser verdaderamente escalofriante, ¿cuál es el peligro de que sólo la
dejemos en paz?

—El peligro —dijo Eddie—. Es la posibilidad de peligro. ¡Estamos hablando del fin del
mundo! Si tenemos el poder para detenerla, debemos hacerlo. Ella está ahí, mirando y
esperando que alguien como Nathaniel venga para que pueda usarlo como ella quiera.
Mientras exista, ella va a querer que alguien abra la puerta del niño de piedra.

—Pero para que eso sucediese —dijo Maggie—. Alguien tendría que tener el colgante. El
que solía ponerse cuando escribía todos sus libros. Y está en el fondo del lago, ¿verdad?

Eddie y Harris se miraron entre ellos.

—¿Qué estáis tramando? —dijo Maggie.

—Creo que deberías mostrárselo —dijo Eddie.


Harris se acercó a su escritorio. Encendió su computadora. Después de escribir el nombre
de Nathaniel Olmstead en el motor de búsqueda, dijo:
—Aquí. Mira. —En la pantalla estaba el artículo que Harris le había mostrado a Eddie a
principios de mes. Harris leyó un extracto en voz alta:

—Cuando el lago fue dragado, la policía descubrió una pequeña caja de metal. La
naturaleza de su contenido se mantiene en secreto ya que la investigación está en curso.
Sin embargo, una fuente anónima ha revelado en exclusiva que esta evidencia secreta ha
desaparecido misteriosamente.

—Oh, no —dijo Maggie—. El libro y el colgante se encontraban en la caja.

Harris asintió

—La policía sacó la caja del lago. Si nosotros tenemos El Enigmático Manuscrito , eso
significa que es posible que alguien más tenga el colgante.

—Correcto —dijo Eddie—. Es sólo cuestión de tiempo antes de que todo esto le vuelva a
suceder a otra persona. La Mujer de Negro no va a parar hasta que consiga lo que
quiere.

—A menos que la detengamos —dijo Harris—. Al igual que Nathaniel trató de hacer.

—¿Pero cómo? —dijo Maggie.


158
Se sentaron en silencio durante unos segundos.

—Tal vez la respuesta sigue estando en El Enigmático Manuscrito —dijo Eddie—. ¿Tal vez
pasamos algo por alto?

La puerta del dormitorio de Harris se abrió de golpe, y todos gritaron. Frances se recargó
en el marco de la puerta, sonriendo.

—¡Dios, hoy estáis muy nerviosos! Siento interrumpir —dijo ella—, pero la sopa está lista.

Harris gimió:

—¡Mamá! Tienes que dejar de asustarnos de esa manera.

Cuando terminaron de cenar, Eddie, Harris y Maggie decidieron pasar el resto de la


noche pensando en lo que habían leído.

Después de todo lo que había pasado, Eddie tenía miedo de irse solo a casa, pero sabía
que tenía que ser valiente. Pedaleó tan rápido como pudo, y cuando lo hizo por el
camino empinado, Eddie quedó sin aliento. Aparcó su bici en el cobertizo, pero se detuvo
en el pasillo que conducía a la puerta principal. Miró hacia Gatesweed. Las farolas
brillaban en sus círculos concéntricos en la parte inferior de la colina, al igual que la luz
del fuego se refleja en las ondas en un charco de agua.
Esa noche, una sombra descendía, una creciente oscuridad, y era más que sólo el
anochecer.

Algo siniestro se esconde en los rincones de esta ciudad, y todo el mundo lo siente, pensó
Eddie. Pero tienen tanto miedo como para reconocerlo.

Incluso si la gente pudiera comprender lo que le había sucedido a Nathaniel, Eddie tenía
la sensación de que aún lo mantendrían en secreto. Harris, Maggie, y Eddie eran
diferentes. Ahora comprendían su responsabilidad.

Una parte de él quería suplicar a sus padres que se fueran de aquí, sin embargo, algo le
decía que tenía que quedarse. Por primera vez había encontrado verdaderos amigos
aquí. El secreto del niño piedra los había unido. No podían dejar el misterio sin resolver.
Un personaje de un cuento de Nathaniel Olmstead nunca permitiría que eso sucediera.

El viento le hizo cosquillas en el cuello y revolvió su cabello con sus dedos fríos. Eddie se
estremeció. Era el momento de entrar.

159
Capitulo 16
Traducido por hanna

Corregido 911 por hanna

Cuando el teléfono sonó el Sábado en la mañana, Eddie aún estaba en la cama.


Momentos después, su madre llamó a su puerta.

―Es para ti ―dijo, y le tendió el teléfono.

Eddie se sentó, y dijo:

―¿Hola? ―Harris estaba en el otro extremo de la línea. Preguntó si Eddie iba a ir a la


cosecha de manzana con él y Frances. Eddie nunca había hecho algo así antes, pero

160
sonaba divertido. Sería una distracción agradable de todo lo demás.

―Pensé que la tienda de tu madre estaba abierta el día de hoy ―


dijo Eddie.

―Lo está ―dijo Harris―. Pero ya que estaremos abiertos hasta más tarde esta noche
por la lectura, mi mamá pensó que creyó mejor tomar la mañana libre. Escuché que
tu mamá va a leer algo que ella escribió. ¡Eso es genial!

―Sí ―dijo Eddie―. Lo sé.

Alrededor del mediodía, Frances y Harris lo recogieron, y se dirigieron al oeste a lo


largo de Black Ribbon Road. Para sorpresa de Eddie, dieron vuelta en la calzada de
Maggie. Maggie estaba esperando afuera de la pequeña casa.

Llevaba un largo abrigo negro y una bufanda roja. Corrió hacia el auto y se metió en
el asiento de atrás, al lado de Eddie.

―Hola, señora May. Hola, Eddie ―dijo ella. Entonces, en voz baja añadió:

―Gracias por invitarme, Harris.

Harris murmuró algo que sonó como “De nada”. Mientras Frances miraba por encima
del hombro y salía a la calzada, Eddie notó que llevaba una pequeña sonrisa.

El huerto de manzanas a pocos kilómetros al norte de Gatesweed era mucho más


grande que la maleza detrás de la casa de Nathaniel Olmstead. Juntos, recogieron
cuatro grandes bolsas de manzanas, probándolas a medida que avanzaban. La
McIntosh era la más dulce―la favorita de Eddie. Después de eso, cada uno escogió una
calabaza del soporte de la granja.

Cuando Frances se alejó en busca de las madres en el porche delantero, Eddie, Harris
y Maggie se acurrucaron juntos y bebieron sidra.

―¿Creen que la Mujer de Negro va a desaparecer ahora que hemos terminado de leer
El Enigmático Manuscrito? ―dijo Maggie.

―Tal vez ―dijo Harris―. A menos que sepamos lo que ella no quiere que sepamos.

Antes de que pudiera continuar, Frances les hizo señas desde el mostrador cerca de la
caja registradora. Ella necesitaba ayuda para llevar las flores a su auto. Eddie
levantó dos pequeños cubos de plástico llenos de flores de color vino de tierra y las
abrazó contra su pecho. A medida que las llevaba al auto de Frances, su olor acre le
hacía cosquillas en la nariz. Harris y Maggie le ayudaron a colocarlas en el maletero del
auto, no podían hablar ahora de lo que estaban pensando secretamente.

De vuelta el Gateesweed, pasaron la tarde ayudando a Frances a organizar la tienda


para la lectura. Eddie creó varias filas de sillas plegables. Arriba, en la cocina, Maggie
ayudó a Frances a armar un par de placas rellenas de queso y galletas saladas.
Harris pasó por la tienda con un plumero, limpiando los lugares que no habían sido 161
tocados en las últimas semanas.

Mientras trabajaban en la oscuridad, Eddie medio esperaba que La Mujer de Negro


apareciera de nuevo. Algo le decía que ella no había terminando con ellos todavía.

Con el tiempo, algunas personas se presentaron para la lectura. Eddie pensó que era
bueno que Frances tuviera algún tipo de apoyo del pueblo. No fue una gran
audiencia, pero había gente suficiente para crear un pequeño estruendo. Cuando Eddie
vio a su madre y a su padre, les dio a ambos un gran abrazo. Su padre llevaba una
chaqueta de tweed y corbata azul marino. Su madre llevaba un sencillo vestido de
color carbón con un borroso chal rojo drapeando sus hombros.

―Mamá, te ves bonita ― dijo Eddie mientras tomaba asiento junto a ella. Guardó dos
sillas en el otro lado para Maggie y Harris.

―Gracias, cariño ―dijo. Dio unos golpecito con el pie en la silla frente a ella.

―¿Estás nerviosa?

―Un poco. Es una tontería, lo sé, se trata de una pequeña librería en el medio de la
nada ―dijo mamá.

―No es una tontería ―dijo Eddie―. No puedo esperar para escuchar tu historia.
―Bueno, la historia no está terminada.

―Pero no vas a leerla toda, ¿verdad? ―dijo Eddie.

―No, sólo la primera parte. Me sentiré mejor cuando termine. Creo que sólo tengo un
par de páginas por terminar. Me gustaría hacerlo mañana.

―Wow ―dijo Eddie―. ¿Sólo te tomó un mes para escribir un libro entero? ―Mamá sonrió.

―¿Qué te puedo decir? Desde que nos mudamos aquí, me he sentido muy inspirada.

Un par de minutos más tarde, Frances se colocó frente a la audiencia y agradeció a


todos por haber ido. Harris y Maggie se sentaron junto a Eddie.

Frances presentó el primer lector, que resultó ser un maestro sustituto de la escuela
de Eddie. Leyó un poema corto acerca de un gato. Luego vino uno de los estudiantes de
secundaria, que leyó un ensayo que escribió para su clase de inglés. Esto fue seguido por
una anciana que leyó un libro ilustrado sobre los renacuajos que su hija había escrito.

Eddie no escuchó una sola palabra. En su cabeza, la historia de Nathaniel Olmstead


daba vueltas y vueltas, como nubes de tormenta en una recolección y creciendo.

162
Por último, Frances se puso de pie e introdujo a la mamá de Eddie. Ella apretó la mano
de su marido, se inclinó hacia Eddie y le susurró al oído, "¡Deséame suerte!" Ella apretó
junto a él y se dirigió por el pasillo hacia la frente a la audiencia.

―Buena suerte ―susurró él.

Se puso de pie junto a la mesa que Frances había establecido como un podio. En sus
manos sostenía una pequeña libreta.

Eddie cerró los ojos y se inclinó para prestar mucha atención a la historia de su madre. La
madre de Eddie levantó la tapa de su cuaderno y tomó una respiración profunda.

―La pieza que voy a leer es un extracto de un trabajo más amplio llamado Deseo: La
Señora Oscura. ―Entonces ella empezó a leer―
. En la ciudad de Coxglenn, los niños
temían la caída de la noche. No era la oscuridad lo que los asustaba: era el sueño.
Porque cuando estaban en la cama y cerraban los ojos, ella los miraba.

Eddie sintió que se le revolvía el estómago al hielo. ¿Qué estaba pasando aquí?

¡Su madre estaba leyendo la historia de Harris había sacado del agujero en el sótano de
Nathaniel Olmstead a principios de esa semana!

Ella no podría haber escrito estas palabras, ¿o si? Deseo: La Mujer de Negro. El deseo de la
mujer de Negro.
Los títulos eran inquietantemente similares, pero las historias eran iguales las
descripciones del mismo pueblo, los personajes principales, la trama.

Harris extendió la mano y agarró el brazo de Eddie. Él pronunció las palabras, "¿qué está
haciendo?"

Eddie sacudió la cabeza y trató de ignorarlo. Su corazón latía con fuerza en silencio
mientras su madre leía el primer capítulo de su primer libro a su primera audiencia.
Quiso levantarse, gritar para que se detuviera, explicarse, pero él no podía hacer eso, por
supuesto. No sólo iba a avergonzarse a sí mismo y a su familia, también sería llamar la
atención sobre el miedo que sentía en el interior, y era el miedo lo que le asustó más.
Estaba seguro de que este era el trabajo de la Mujer en Negro, que lo estaba viendo,
incluso ahora. ¿Era esto simplemente una de las Ilusiones de la mujer? ¿Era posible que
mamá estuviera leyendo una historia diferente, pero la Mujer de Negro le hacía oír esto?

Eddie casi no podía soportar escuchar el resto, pero finalmente su madre terminó. El
público poco a poco empezó a aplaudir. Eddie se dio la vuelta. Aunque la mayoría de la
gente parecía muy entusiasta, varias personas se veían molestas. Oyó a alguien detrás de
él decir:

—Creo que tenemos otro Olmstead Nathaniel entre nosotros...

Eddie no podía decir si estaba destinado a ser un cumplido. Las palabras resonaron en su
cabeza. Otra Olmstead Nathaniel Nathaniel ... Otro Olmstead ...
163
Poco a poco, las piezas del rompecabezas empezaron a encajar.

Él se puso en pie, dando un paso más allá de Maggie y Harris en el pasillo. Dándose la
vuelta, los saludó y en voz baja dijo:

—Síganme. —Sin esperar a que el público dejara de aplaudir, se abrió paso a través de la
tienda, por la puerta, y en el porche delantero. Harris y Maggie estaban cerca.
Harris cerró la puerta y dijo:

—¿Qué diablos está pasando? ¿Le dijiste a tu madre sobre el libro que se encuentra en el
sótano de Nathaniel? ¿Es por eso que ella escribió todo eso?

—No —dijo Eddie—. Yo no le dije nada.

—¿Ella encontró el libro? ¿El deseo de la mujer de Negro? ¿Lo escuchas? —dijo Harris.

Eddie negó con la cabeza.

—Entonces, ¿cómo lo hizo...? —empezó Maggie , pero luego se interrumpió, su realización


crecía— Oh, Dios mío ...

—¿Alguien me va a decir lo que está pasando aquí? —dijo Harris.


Eddie se aclaró la garganta.

—Creo que sé la verdadera razón por la que mi familia se mudó a Gatesweed. —La
puerta se abrió y apareció la cara del papá de Eddie. Parecía molesto.

—Edgar, vamos a entrar y decirle a tu madre lo que pensamos de su historia. Ella está
esperando. —Eddie abrió la boca para hablar, pero las palabras no le salían. Miró a sus
amigos.

Harris asintió con la cabeza hacia la puerta, y Eddie a regañadientes siguió a su padre al
interior. Harris y Maggie se arrastraban detrás de él. Mamá y Frances estaban charlando
junto a la mesa de la comida. Mientras Eddie se acercó, mamá se volvió y le sonrió.

—Entonces, ¿qué te parece? —dijo.


su cabelloy vago a saludar a sus otros clientes. Eddie se sintió mareado, pero se las
arregló para decir:

—Fue realmente espeluznante ...

—Gracias —dijo. Ella estaba abrazando su cuaderno contra su pecho—. Viniendo de ti,
me lo tomaré como un cumplido.

Eddie extendió la mano y tocó la cubierta.


164
—¿Puedo verlo?

—Seguro —dijo ella—, pero no te adelantes en la lectura.

Eddie tomó su cuaderno. Sintió que Maggie y Harris se colocaron a cada lado de él. Se
miraron por encima del hombro mientras abría la tapa. Lo que vio casi le hizo caer el
libro al suelo. Miró de nuevo, esta vez más cerca, para asegurarse de que no había
imaginado nada.

Él no lo había hecho. Su madre había dibujado el símbolo en el centro de la primera


página, en el título, como los libros escritos a mano de Nathaniel Olmstead en su sótano.

—Eddie, ¿qué te pasa? —dijo su madre—. Te ves como si hubieras visto un fantasma.

—¿Por qué dibujaste esto aquí en la primera página? —dijo Eddie, señalando el símbolo.
Sabía que lo había visto antes, en El Enigmático Manuscrito la noche en que se había
mudado a Gatesweed, pero después de todo lo que había sucedido, le horrorizó al ver
que ella había dibujado en el comienzo de su cuaderno también.

—Oh, ¿esa cosa? —dijo la mamá, casi distraída—. No lo sé. Es sólo algo que vino a mi
cabeza cuando tomé la ...

No terminó la frase. De repente, parecía avergonzada.


—¿Cuando tomó qué? —dijo Harris.

La madre de Eddie parpadeó.

—Cuando tomé mi pluma —dijo—, el símbolo apareció en mi cabeza. Por alguna razón,
lo escribí. Por suerte o algo así. Yo realmente no tengo una razón

—¿Qué tipo de pluma era? —dijo Maggie.

La mamá de Eddie dio un paso atrás.

—No lo sé. Era algo que encontramos en una de las cajas de antigüedades de mi marido
—dijo—. De hecho, creo que fue allí con ese libro que te di al principio del año escolar,
Edgar.

Saludó con la mano a su marido, que estaba a varios metros detrás de Eddie.

—Cariño, ¿nos encontramos con la pluma en las mismas antigüedades como con las del
libro de Edgar?

—Sí — dijo el papá—. Creo que sí.

—La pluma ... ¿qué aspecto tiene? —dijo Eddie, alzando la voz. Sabía que estaba
empezando a sonar paranoico, pero apenas podía pensar, no importaba hablar. 165
—Se ve como una daga de plata ... pequeña —dijo la mamá—. Es muy bonita. Cuando
la sostengo, es ... quiero escribir. —Los tres niños miraban fijamente—. ¿Qué es todo esto,
Eddie?

—No es nada —se oyó decir—. ¿Todavía la tienes?

—Por supuesto —dijo—. Está en casa.

—¿Dónde? —dijo Eddie—. ¿Podemos verla?

Ella lo miró como si estuviera loco.

—Sí, te la mostraré mañana por la mañana. Cuando haya terminado mi libro.

—¡No! —gritaron los tres niños juntos. La mamá se asustó tanto que casi se cayó de
espaldas en la mesa de la comida.

—Lo siento, mamá. ¿Podemos ver ahora? —dijo Eddie.

—Estás siendo muy extraño, Eddie —dijo papá. Se movió una silla plegable mientras
daba un paso hacia su esposa.

—Sé que estoy siendo extraño —dijo Eddie—. Pero es realmente importante.
—Bien —dijo su mamá, exasperada—. Vamos a salir en unos minutos. —Después de que
los padres de Eddie se despidieron de Frances, todos se subieron a la camioneta azul.

Eddie, Harris, y Maggie apretados en el asiento trasero.

—Realmente deseo que ustedes chicos me digan porque están tan molestos —dijo la
madre de Eddie.

—No estamos molestos —dijo Maggie—. Nos encantó su historia. Sólo sentimos curiosidad
sobre ... cómo lo escribió. Eso es todo.

—¿Sienten curiosidad por un bolígrafo? —dijo el padre de Eddie.

Harris tosió.

―A nosotros ...nos gustan mucho las plumas.

Eddie le dio un codazo a Harris en las costillas. Sus padres no eran estúpidos. Harris se
puso rojo y se encogió de hombros.

Era de noche cuando llegaron a la casa Fennicks, los niños salieron a toda prisa del coche
y trataron de esperar pacientemente en la sala de estar. La mamá de Eddie trajo su
"pluma" de abajo, y cuando finalmente se la entregó a Eddie, sintió una sacudida. Hacía
mucho frío. La punta era aguda. Y su cadena parecía brillar como la cola de un cometa.
Se veía y se sentía igual que él imaginaba que sería. El peso de su historia fue 166
abrumadora.

—¿Satisfechos? —preguntó la madre de Eddie.

—Seguro —dijo Eddie, tratando de controlar el miedo en su voz mientras se dirigía


escaleras arriba hasta su dormitorio—. ¿Podemos pedirla prestado un segundo? Quiero
probar algo.

—Bueno ... —dijo ella, poniendo sus manos en sus caderas—. Está bien. Sólo ten cuidado.
La necesito.

—Vamos a tener cuidado —dijo Harris, siguiendo a Eddie.

Arriba, Eddie hizo pasar a sus amigos a su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella.

—¿Puedo verla? —dijo Harris, sentado en el escritorio de Eddie. Eddie le entregó el


colgante. Maggie se arrodilló al lado de Harris, extendió la mano y la tocó también—.
¿Crees que es real? —añadió Harris.

Maggie se puso de pie, cruzando los brazos.

—Si tu madre termina de escribir el libro, la puerta se abrirá. La Mujer de Negro será
capaz de salir adelante.
—No podemos permitir que eso suceda —dijo Harris.

—¿Pero cómo? —dijo Eddie.

—Dile a tu madre que tiene que destruir su manuscrito —dijo Maggie.

—No importa si se destruye el manuscrito —dijo Harris.

—En primer lugar, de acuerdo con Nathaniel Olmstead, no puede ser destruido. En
segundo lugar, la Mujer de Negro ha estado esperando desde que, como, el principio de
los tiempos para que esto suceda. Ella acabará por conseguir a alguien más para escribir
algún día.

—Tienes razón. No podemos destruir el manuscrito —dijo Eddie.

Se quedó mirando la línea de negro que había arañado a través del papel. Pensó en
todos los libros de Nathaniel escondidos en el sótano, un registro permanente de horrible
legado de la ciudad. Tenía que haber algo que pudiera hacer para ponerle fin.

—¿Crees que podemos ... destruir la puerta?

—¿La puerta? —dijo Maggie.

—El niño de piedra —dijo Eddie—. En el bosque. Tal vez ... si destruimos la estatua, 167
¿destruimos la puerta? De esta manera, la Mujer de Negro nunca será capaz de llegar a
través de él.

—¡Eso es genial! —dijo Harris.

—Pero, ¿cómo destruir la estatua? —dijo Maggie.

—De acuerdo a la leyenda, no tiene existencia, como si estuviera ... ¿por siempre?

Eddie miró en el cajón de su escritorio abierto. Una forma en la parte trasera le llamó la
atención. Él metió la mano y lo sacó. Fue el martillo que había traído con él cuando se
habían colado en la casa de Nathaniel-Olmstead.

—La piedra se rompe si se golpea con suficiente fuerza —dijo Eddie—. ¿No es así?

—Esperemos —dijo Harris.

—¿Cuándo lo haremos? —dijo Maggie.

—Ya has oído mi madre —dijo Eddie—. Ella quiere terminar su libro esta noche. —La luz
en la mesa empezó a parpadear. Todos se la quedó mirando durante unos segundos.
Entonces Eddie añadió:

—Así que tenemos que ir ahora.


Capitulo 17
Traducido por Susanauribe y caami

Corregido por hanna

Desde que Maggie vivía en una distancia que se podía recorrer a pie en el estado de
Olmstead, Eddie le preguntó a su padre si los conduciría a todos hacia la casa de ella
para que vieran una película. El padre de Eddie parecía como si no les creyera,
especialmente desde que hace unos minutos, habían estado actuando tan extraño por la
“pluma” de mamá, pero de todas maneras los llevó.

Eddie sabía que su madre planeaba usar el colgante para terminar de escribir su libro, y
en vez de explicar todo y el por qué eso podría ser una mala idea, él simplemente la
tomó sin que ella lo notara. Esperaba que ella no se molestara demasiado con él cuando 168
regresara a casa. Si es que regresaba a casa.

El viaje por las montañas fue el mismo que siempre. Los caminos subían y bajaban. Se
enredaban y volteaban. Con cada caída en la carretera, con cada suspirada subida, la
ansiedad de Eddie crecía. Por alguna razón, se sintió culpable, si no hubiera estado
interesado en los libros de Nathaniel Olmstead, ¿su mamá todavía habría intentado
escribir uno? Luego pensó en el colgante que ella había encontrado, y Eddie trató de
convencerse que lo que había sucedido no era culpa de nadie. Quien resultara con la
posesión del objeto sería arrastrado a la puerta, especialmente un escritor buscando una
historia para contar, como Nathaniel Olmstead… o su madre.

El colgante era peligroso, y ahora entendía que parecía tener vida propia. Él podía sentir
al objeto casi vibrando en el fondo de su mochila. Había algo en su naturaleza que
instintivamente necesitaba estar cerca a la puerta. Y parecía tener un talento para
hacer que las personas hicieran lo que quería.

Papá los dejó al final del camino de entrada de Maggie. Dijeron adiós con la mano y
vieron hasta que sus luces de freno rojas desaparecieron en la curva, luego caminaron
por el camino hacia la casa de Maggie. Una vez dentro, ella los llevó a la mesa en la
esquina de la cocina.

—¿Qué es lo que debo traer? —preguntó.


—Tengo el martillo y el colgante en mi mochila —dijo Eddie—. Bueno, definitivamente
necesitaremos linternas extras.

—Esa es una buena idea —dijo Maggie, levantándose y abriendo el gabinete de debajo
del fregadero—. Creo que mi papá mantiene unas aquí. —Ella sacó dos linternas de
plástico y las puso en la mesa.

—Genial —dijo Harris—. Necesitamos mantener esas lejos de los Vigilantes. Pero, ¿qué
más podemos usar… tú sabes… en caso de que los otros monstruos de Nathaniel nos estén
esperando?

—Supongo que sería útil hacer una lista de criaturas de su libro —dijo Eddie—. Luego
podemos emparejarlas con cualquier característica que los derrote. Con un poco de
suerte, podemos encontrar lo que necesitamos aquí en la casa de Maggie.

—Con suerte —dijo Maggie.

Unos minutos después, juntos hicieron una lista de cosas para llevar a su viaje en los
bosques. Los despertadores de ángel para Wendigo. Los vasos de mármol para los
espíritus en pena. Una grapadora para los acosadores de sombras. Un temporizador de
huevos para los succionadores de arena. Huesos de pollo para los monstruos perros del
lago. Además de muchas otras cosas.

—Quién sabe si la mayoría de estos monstruos todavía están en Gatesweed —dijo


169
Eddie—, pero al menos esta lista será un comienzo.

—¡La búsqueda del tesoro! —dijo Harris, parándose de la mesa.

—Shhh —respondió Maggie—. Mis padres están arriba, probablemente viendo televisión.
No queremos que nos pregunten nada. Si me ven yéndome de la casa de nuevo esta
noche, querrán saber a dónde voy, y no van a creerse la excusa de “ver una película en
la casa de Harris.” Sólo miren alrededor, vean que pueden encontrar, luego nos
escabulléremos fuera.

Cuidadosamente recorrieron las gavetas de la cocina, refrigerador, alacena y el gabinete


chino en la sala, tomando lo que pensaron que sería útil. Cuando hubieron terminado, la
mochila de Eddie estaba pesada, pero la subió a su hombro y tomó una profunda
respiración.

—¿Listos? —dijo Maggie mientras salían por la puerta delantera.

—Listos —dijeron Eddie y Harris.

Caminaron sigilosamente por el camino de entrada de Maggie hacia la calle, luego por
la colina hacia el lugar de Nathaniel Olmstead. Las nubes se partieron. La luna llena
emergió. Y de repente, la casa se alzó frente a ellos, brillando en la ladera estéril como
una segunda luna en un segundo cielo.

Partieron las parras y bajaron cuidadosamente por el hueco en la cerca dañada. El


camino de entrada extendiéndose en la colina.

Comenzaron la larga caminata, brillando con sus linternas en las sombras. Harris
mantuvo su mirada hacia adelante, Maggie escaneó los bosques en el otro lado, y Eddie
miró sobre su hombro en la avenida detrás de ellos. De ese modo, tenían todas
direcciones cubiertas. La luna era tan brillante que casi no necesitaron las linternas, pero
las mantuvieron encendidas de todos modos, en caso de que los Vigilantes estuvieran al
acecho.

Eddie fue cuidadoso de no mirar a la casa. Casi esperaba ver el rostro de la vieja mujer
en la ventana de arriba. Anduvieron sigilosamente por atrás y dudando sólo brevemente
antes de dirigirse a bajar la colina hacia el huerto. Mientras hacían su camino hacia la
siguiente cresta, Eddie no pudo quitarse la imagen de esas altas figuras en togas
ensombrecidas.

En la cima del montículo, un ave revoloteó desde una rama cercana, y Eddie casi voló

170
lejos también. Pensó en esos perros, los duendecillos, y la cosa que su padre atropelló con
el auto hacía un mes. Se preguntó si en verdad valía la pena el riesgo. Luego pensó sobre
la Mujer de Negro siendo liberada en el mundo y dejó de cuestionarse.

Continuó siguiendo a Harris y Maggie silenciosamente por la maleza. Bajaron el


montículo, y todo el bosque pareció estremecerse. Esta noche los árboles parecían
diferentes; más grandes, más amenazadores y nudosos. El suelo frondoso parecía
ondearse como olas en el océano, pero cuando Eddie miraba hacia abajo, dejaba de
moverse. La luz brillando por las copas de los árboles era casi verde. Eddie pensó que
podía ser una ilusión, pero sin embargo, parecía tan real.

Encima de ellos, algo revoloteó en las copas de los árboles, dispersando hojas y ramitas
hacia el suelo del bosque como granizo. Los tres se congelaron en el lugar que estaban.
Mirando hacia arriba, Eddie no pudo ver nada más que la silueta de las ramas oscuras
contra el cielo estrellado. Con los ojos abiertos, Harris señaló la mochila de Eddie.

—Los despertadores de ángel —susurró.

Cuidadosamente, Eddie abrió su mochila. El pequeño racimo de campanas estaba


enterrado en el medio, debajo de una bolsa plástica llena con trozos de sobras de pollo
rostizado del refrigerador de Maggie. Mientras sacaba el despertador de ángel, sonaron.
El sonido fue especialmente fuerte en la oscuridad que los rodeaba. Ató las tiras a su
cinturón, permitiendo que las campanas colgaran de su bolsillo delantero, donde sonaron
y repiquetearon con cada paso.
—¿Eso no atraerá la atención hacia nosotros? —dijo Maggie.

—Tal vez —dijo Harris—. Pero es mejor que ser secuestrado en el cielo por un Wendigo,
¿no crees? Recuerda lo que el profesor de escuela encontró en el…

—Si nos está viendo —interrumpió Eddie—, las campanas lo alejarán. Es por eso que lo
trajimos.

Maggie cerró sus ojos y negó con su cabeza, como si estuviera bloqueando una terrible
visión. Siguieron caminando. Unos minutos después, Harris extendió sus manos,
deteniendo a Maggie y Eddie en su paso. A su izquierda, alrededor de 6 metros de
distancia en los árboles, Eddie pudo ver un vago movimiento. Harris movió sus linternas
hacia las sombras moviéndose y varios rostros pálidos aparecieron.

—Están aquí —susurró—. Mantengan sus linternas en ellos.

Los Vigilantes observaban desde entre los árboles, atrapados entre las sombras y la luz de
la luna, sus cabezas blancas parecían sostenerse muy por encima del suelo, como globos.
Eddie mantuvo su mirada en las criaturas mientras Maggie y Harris lo llevaban hacia
adelante. Lentamente, los tres niños continuaron haciendo su camino por los bosques.
Eddie se movió por la maleza, intentando desesperadamente no tropezar. Finalmente,
ya no pudo ver más los rostros de calavera. Se aseguró de mantener su linterna
alumbrando tras él mientras continuaron su caminata, así las criaturas no los seguirían.
171
Luego, Harris los detuvo de nuevo.

—Lo logramos —dijo él.

Adelante, estaba la estatua, brillando en la luz de la luna. Sus brazos de piedra se


extendían hacia ellos, sosteniendo su libro de piedra. Su pelo de piedra reflejaba la luz en
la manera más verde que el resto del bosque. Lucía tan inocente, como si no supiera más
del mundo de lo que sabía Eddie antes de mudarse a Gatesweed. Casi se sintió culpable
por lo que estaba a punto de hacer, pero se recordó que ella era meramente un trozo de
roca.

Luego entraron en el claro. Un ave trinó en un árbol cercano. Otra graznó y Eddie
escuchó el movimiento de alas. Miró por encima de su hombro, esperando no ver a esos
rostros pálidos y labios rojos. No había nada excepto sombras y luz. Maggie fue junto a
Eddie. La estatua estaba a sólo unos metros. Temblando, él puso su mochila en el suelo,
metió su mano y sacó el martillo. La luz de la luna brilló en el metal. El peso de la
herramienta fue un alivio en la mano de Eddie, se sentía poderoso. Todo había sucedido
tan rápidamente. En unos cuantos momentos, todo esto terminaría.

Pero antes de que pudiera moverse, la noche rugió y las sombras crecieron. Miró hacia el
borde del claro, más allá de donde la colina llevaba al Lago Sin Nombre. Varios pares de
luces rojas parpadeantes brillaron en la oscuridad como luciérnagas. Eddie supo que no
eran insectos, estas luces extrañas eran los ojos de los perros que se habían arrastrado
desde el lago. Los fuertes gruñidos de los animales comenzaron a rodearlos y más de sus
brillantes ojos rojos aparecieron en todos los lados del claro. Otro sonido también salió del
bosque, suaves sonidos de deslizamiento, fuertes sonidos de siseo, sonidos de garras
arrastrándose por el suelo. Aunque él no pudo ver mucho en la oscuridad, Eddie se
imaginó los monstruos de Nathaniel Olmstead acercándose en la oscuridad.

—Rápido —susurró—. Los huesos de pollo. En mi mochila…

Maggie se agachó y sacó la bolsita de la mochila de Eddie.

—¿Qué hago?

—Lanzarlos —dijo Harris.

Ella abrió la bolsita, balanceó su brazo por encima de la cabeza, luego lanzó los huesos lo
más fuerte que pudo en los bosques. Todos los pares de ojos rojos brillantes de repente
desaparecieron cuando el sonido de garras escarbando se adentro más en la maleza. Los
ladridos y gruñidos seguían mientras, Eddie imaginó, los perros monstruos de los lagos
peleaban por su gusto favorito. Él sabía que los animales estarían distraídos sólo por un
tiempo corto.

Desde el morral, Eddie le lanzó a Harris la grapadora y a Maggie el saco de canicas.


172
Harris inmediatamente se agachó y comenzó a grapar las sombras de los árboles que se
esparcían en el claro iluminado por la luna, como si fuera posible sujetarlo al suelo.

—Sólo para estar seguros —dijo él—. Espero que esto funcione.

—¿Qué hago con estas? —preguntó Maggie, poniendo las canicas en la palma de su
mano.

—Sólo déjalas caer. —Si los espíritus llorones están afuera en los bosques, esos ayudarán.

Maggie abrió su mano, y las canicas se disiparon en el suelo en sus pies. Inmediatamente
comenzaron a rodar hacia el borde del claro, brillando mientras reflejaban las luz
verdosa de la luna. Ella jadeó y se salió de su camino. Las canicas desaparecieron en la
maleza. Momentos más tarde, un extraño chillido salió de la oscuridad, un llanto
doloroso que Eddie había intentado imaginar cuando leyó El fantasma en la Mansión del
Poeta.

Maggie y Harris se miraron, luego otra vez a Eddie. Los tres parecieron caer en un silencio
de comprensión, así que al mismo tiempo, asintieron. Estaban a salvo, ¿pero por cuánto?
Cualquier otro número de pesadillas, podría estar ahí afuera, observándolos. Eddie se dio
vuelta hacia la estatua y alzó el martillo. Cerró sus ojos y lo bajó a la esquina del libro del
niño de piedra.

Para su sorpresa, el martillo revotó lejos de la estatua como si la hubiera golpeado con
una bola de goma. Cuando abrió sus ojos para ver lo que había sucedido, su estómago
dio vueltas.

Nada había sucedido. Él miró hacia sus amigos, quienes se quedaron de pie tras él con
expresiones preocupadas.

—Tal vez deberías intentarlo de nuevo —dijo Harris. Él no sonaba convencido de que
fuera a funcionar, pero Eddie apreció su muestra de casi entusiasmo.

Eddie se dio vuelta y alzó el martillo de nuevo. Esta vez, él apuntó a la bata envuelta
alrededor de la pierna de la estatua.

De nuevo, el martillo revotó lejos tan pronto como Eddie hizo contacto. Casi se cayó al
suelo por el rebote. Temblando lejos de la estatua, Eddie soltó el martillo con frustración.

—¿Qué hacemos ahora? —chilló—. No tenemos mucho tiempo. Las criaturas no se


alejarán por siempre.

—Déjame intentarlo —dijo Harris.


173
Eddie asintió, aunque sabía que probablemente sería inútil. Como las páginas del libro
escrito a mano de Nathaniel, la piedra parecía ser indestructible. No había duda en
porque no había decaído en el transcurso del milenio, no podía ser. Él se agachó para
recoger el martillo tendido cerca de la base de la estatua.

Cuando lo hizo, vio los diseños tallados en el pedestal en el cual estaba la estatua.
Peludos monstruos, dragones, esfinges y otras incontables bestias asquerosas. Él había
notado estos diseños cuando había examinado la estatua de cerca ese primer día que
Harris lo trajo a aquí, y ahora, a la luz de la luna, después de todo lo que había
aprendido en estas semanas, parecían contar una nueva historia.

—Esperen un segundo, chicos —dijo Eddie, mirando a sus amigos por encima del hombro.
Se inclinó hacia adelante y tocó los grabados. Dejando que sus dedos pasaran por las
imágenes de las bestias míticas, Eddie recordó algo que había leído en El enigmático
Manuscrito. Inhaló ásperamente y se alejó de la estatua, cayendo en su trasero,
terminando en la suciedad.

—¿Qué es? —dijo Maggie, apresurándose para ayudarlo.

Eddie se arrodilló, su cabeza dando vueltas con la posibilidad de que él podría haber
descubierto una solución. Metiendo su mano dentro de la mochila, sacó el cuaderno en el
cual había escrito el texto traducido de El Enigmático Manuscrito. Pasó frenéticamente
las páginas. La sección que estaba buscando era en algún lugar en el medio, donde
Nathaniel estaba en Romania, aprendiendo sobre la leyenda de la llave.

—Eddie, ¿qué estás haciendo? —dijo Harris.

Finalmente, Eddie encontró el lugar correcto. Sostuvo el libro cerca a su rostro, para
poder leer el pasaje en voz alta.

—Cuando cualquier criatura se rehusaba a pasar al Jardín, el arcángel usó la llave para
grabar su imagen en los pedestales de piedra como registro de su depravación —dijo
Eddie—. Miren ustedes chicos. —Señaló las imágenes de las bestias grabadas en la base
de la estatua—. Estas deben ser las criaturas que el ángel se rehusó a dejar entrar en el
Edén. El Ángel usó la llave para marcarlos en la piedra, para que pudiera recordar que
no se les permitía pasar.

Él esperó a que Maggie y Harris entendieran, pero sólo lucieron confundidos.

—¡La llave es el pendiente! —Eddie susurró—. De acuerdo con la leyenda, la llave puede
grabar la piedra.

Harris y Maggie jadearon. 174


Eddie continuó.

—Y si puede tallar la piedra, tal vez puede ser la única forma de destruir la puerta.
Nathaniel Olmstead no debe haberse dado cuenta que tenía el arma para detener a La
Mujer de Negro antes de pasar por la puerta para confrontarla por sí mismo.

—Rápido —dijo Harris—. Saca el colgante de tu mochila. Mira si funciona.

Eddie metió su puño en su mochila, pero la solapa se volvió una boca llena de dientes
con cierres afilados. La mochila comenzó a moverse y retorcerse, como si estuviera llena
de ratas. Dos negros ojos brillantes con apariencia de botón le pestañearon desde el
pequeño bolsillo delantero de la mochila. La boca de esta se cerró en su antebrazo, y
Eddie gritó más fuerte de lo que había gritado en toda su vida. Cayendo en el polvo
junto a la estatua, él empujó y pateó la mochila hasta que fue una arrugada y sucia pila
de lona.

—¿Qué está mal contigo, Eddie? —dijo Harris—. ¡Consigue el colgante!

—Pero estaba… —dijo Eddie, mirando su mochila, la cual estaba a unos metros de
distancia—. ¿Viva? —Ya no tenía ojos o boca, sólo un logo y un cierre.

—¿Qué quieres decir con viva? —dijo Maggie, desde detrás de él.
—Me mordió —dijo Eddie, manteniendo sus ojos en la mochila en caso de que hiciera
movimientos repentinos.

¿Qué si se estaba haciendo la muerta? Alzando su antebrazo, Eddie examinó su manga.


Estaba intacta. Se dio cuenta que en verdad no había sentido dolor.

—¿No lo vieron?

—No —dijo Harris—. No la vi. Estoy un poco ocupado aquí.

Arrodillándose en el polvo, Eddise se dio vuelta. Harris estaba detrás de él, iluminando la
linterna hacia los pálidos rostros viendo desde la sombras en el borde del claro. Los
Vigilantes los habían encontrado de nuevo.

—Apresúrate, Eddie —dijo Maggie, de pie detrás de Harry, sosteniendo su propia linterna
contra las figuras altas y negras.

De repente, Eddie escuchó una voz diferente, una más profunda, una voz suave, como
oscuro sirope de dulce.

—¿Por qué quieres herirme, Eddie?


Jadeó, dándose cuenta de por qué la mochila había parecido atacarlo. La Mujer de
Negro había creado la ilusión. Ella estaba cerca, observándolo por el velo entre su 175
mundo y el de él. Ella estaba intentando detenerlo.

Arrastrándose hacia su mochila, Eddie repitió:

—No es real, no es real, no es real…

Miró lejos del cierre, tomó una profunda respiración y metió su mano dentro. Deslizó su
mano hacia adelante y atrás hasta que sus dedos finalmente hicieron contacto con el frío
metal, luego agarró la cadena y la liberó. La mochila comenzó a retorcerse así que la
pateó lejos.

Mientras luchaba para ponerse de pie, Eddie notó que los grabados en la base de la
estatua parecían diferentes. Eran más grandes que antes, dibujados con más detalle. El
grabado del dragón ahora tenía bigotes saliendo de los lados de su boca. Las alas de la
esfinge estaban construidas de plumas intercaladas. Varias criaturas peludas parecían
mirar a Eddie, sus pupilas empapadas de odio. De manera vacilante, Eddie se movió
hacia adelante, y los símbolos comenzaron a moverse. Se retorcieron y se empujaron
unos con otros, como si de repente no fuera suficiente el espacio del pedestal para
contenerlos a todos. Antes de que Eddie fuera capaz de retroceder, las criaturas brotaron
de la base de la estatua y rodaron hacia el sucio suelo desde donde él estaba. Los
monstruos parecían salidos de la piedra.
Se pusieron de pie, como pequeñas estatuas en movimiento. Su primer instinto fue correr,
pero se detuvo a sí mismo.

—Esto también debe ser una ilusión —susurró.

Sin embargo, apretó su mandíbula mientras las diminutas criaturas se agrupaban en sus
tobillos de manera colectiva. El dragón bajó su cabeza y comenzó a gruñir mientras
miraba sus cordones. Eddie sostuvo el colgante fuertemente y envolvió la cadena
plateada alrededor de su muñeca. Él alzó su tobillo y lo sostuvo por encima del pequeño
grupo, amenazando a las criaturas con la suela de sus zapatillas. Antes de que pudiera
dar un paso, las criaturas saltaron al aire. Eddie se retorció y esquivó, preparándose para
el ataque, pero cuando nada llegó, alzó la mirada. El suelo sucio alrededor de sus pies
era limpio. ¡Los monstruos se habían ido!

—Arrgh —gritó Eddie entre dientes—. ¡No puede diferenciar entre qué es real y qué no!

—No pienses —dijo Maggie, detrás de él—. ¡Sólo hazlo, Eddie!

Una vez más, Eddie se dio vuelta. Sus amigos todavía se estaban encargando de los
Vigilantes, los rayos de sus linternas temblando mientras las criaturas abrían sus bocas
negras.

—¿Quieres cambiar de lugares? —dijo Harris. 176


Eddie negó con su cabeza.

—No —susurró.

Si él no lo detenía por sí mismo, seguramente nunca iba a ser capaz de volver a dormir
de nuevo. Se dio vuelta. Cuando reunió el coraje para dar un paso hacia la estatua, vio
una masa pesada de sombra alzarse detrás de la niña de piedra. La Mujer de Negro
envolvió sus brazos, casi amorosamente, alrededor del cuello de la niña. Su terrible boca
en una sonrisa grotesca. Los hoyos negros en su rostro perforaron el pecho de Eddie, y se
sintió casi impulsado hacia atrás en repugnancia. Ella estaba más cerca que nunca de
salir por la puerta, Eddie pudo sentir su presencia tratando de meterse bajo su piel.

Ella comenzó a hablar. Sonaba cansada.

—Tengo muchos amigos, Eddie. Mi hija.


En su cabeza, él escuchó su voz, cada palabra como un poco de humo siendo liberado de
una llama.

—Has conocido a algunos de ellos, ¿verdad? —dijo, su boca sin moverse—. Serás mi amigo
también, mi hijo. Escúchame. Dame lo que quiero, y cuando termine, te daré lo que
quieras.
Eddie trató de hablar, pero no pudo. ¿Lo que quiera? ¿Qué quería? Se preguntó. ¿Qué le
podría dar ella?

Como si respondiera a su pregunta, Eddie de repente se encontró lanzado al aire.


Mirando alrededor, se dio cuenta que estaba en la cafetería de la escuela, sentando con
los jugadores de fútbol americano. Toda la escuela estaba alrededor de él. Todos sus
profesores sonreían, y las porristas más lindas gritaban su nombre.

Música de triunfo comenzó a sonar cuando…

Eddie se sentó en un trono dorado de una habitación hecha de enormes pilares de


mármol, que se extendía hasta su línea de visión. Enormes platos de comida estaban
apilados alrededor de él; frutas coloridas, comidas rostizadas, postres tan cubiertos de
crema batida que no podía saber qué había debajo. El dulce olor era intoxicante. Su
boca se hizo agua mientras…

Eddie voló sobra una enorme ladera. El viento golpeó su rostro. La luz del sol lo bañó
mientras corría por el cielo azul. Alzando la mirada, Eddie pudo ver extrañas alas atadas
a su espalda.

Parecían estar hechas de nubes…

Luego estaba de regreso en el Bosque Sin Nombre, el colgante latiendo, frío, en su mano.
—Cualquier cosa que quieras —repitió la Mujer. 177
Miró a Harris y Maggie, sus primeros amigos verdaderos, que estaban en trance y sin
habla por ver a la Mujer detrás de la estatua, sosteniendo sus linternas contra los
Vigilantes en el borde del claro. Harris estaba junto a él a su izquierda, coraje feroz en su
rostro. Maggie estaba a su derecha, determinación imperturbable detrás de sus ojos.

Él recordó la conversación que había tenido con Maggie al inicio del año, ella le había
dicho "cuentos épicos del bien y el mal son tan innecesarios. Esa clase de batallas son
peleadas cada día, justo aquí. Kapow."
Eddie recordó cómo ella señaló a su cabeza y disparó sus dedos como una pistola.
Finalmente entendió lo que quería decir. Esas clases de batallas son peleadas todos los
días, en este momento, dentro de cada decisión que él hacía, en orden para saber que lo
que hacía era lo correcto.

—No necesito que me des lo que quiero. — Eddie pensó hacia la Mujer—. Ya tengo lo que
necesito de pie junto a mí.
Él apretó el colgante plateado en su puño y dio un paso hacia la estatua. La Mujer se
alzó, parándose encima de él como la noche. Dio un paso hacia delante de nuevo
mientras la estatua se volvía oscura. Alzó la mirada. Bloqueando la luna, ahora el rostro
de la Mujer le brillaba desde el cielo. Se dio vuelta y miró a los ojos de la niña de piedra.
Ella parecía mirar con conocimiento hacia él, dándole el permiso para hacer lo que se
requería.

De repente, la Mujer de Negro se inclinó hacia él con sus manos ensombrecidas, sus
brazos estirándose desde el cielo como alquitrán de una caldera. Eddie se estremeció
cuando sus dedos huesudos lo rozaron, pero no sintió nada mientras sus manos pasaron
por él. Ella no podía herirlo, no todavía, al menos. Él corrió, embistiendo hacia la estatua.
Eddie apretó la llave muy fuerte. La alzó por encima de su cabeza, deteniéndose sólo un
momento para tener un mejor agarre, luego la estrelló contra el pecho de la estatua. En
su cabeza, Eddie escuchó a la Mujer gritar. El colgante se deslizó en la piedra como una
llave en una puerta.

Inmediatamente el bosque se silenció, todos los sonidos de las criaturas salvajes cesaron.
Eddie miró alrededor y vio a los tres de pie.

El suelo tembló. Desde donde Eddie estaba, los guijarros repiquetearon como arena en
un tambor. Él se dio vuelta hacia la estatua y observó como trozos se caían desde donde
la llave había perforado. Sin pensarlo, extendió la mano y agarró el borde del pendiente
desde donde colgaba la cadena plateada. Usando el talón de su mano, empujó tan
fuerte como pudo, y las aberturas se abrieron paso por el pecho de la estatua, y bajaron

178
por sus túnicas de alabastro. Líneas oscuras corrieron por su cuerpo, por sus brazos, por su
cuello, hacia su cabeza, incluso por el libro. Como tinta en un papel, las líneas sangraron
hasta que cada centímetro tenía una abertura.

Luego ella comenzó a resquebrajarse. Eddie saltó lejos de ella y corrió hacia donde
estaban Harris y Maggie. Observaron mientras pequeños trozos de roca caían
lentamente. La estatua comenzó a erosionarse, y después de un rato, como una pausa
antes de exhalar, su cuerpo simplemente se desintegró en el polvo. Momentos después,
una suave brisa vino desde el lago y se llevó casi todo.

Después de que el polvo se quedó quieto, el colgante se quedó brillando en el polvo


como si hubiera atrapado el blanco reflejo de la luna.

Harris, Eddie y Maggie observaron con asombro desde el centro del claro. Después de un
rato, Eddie dio un paso hacia adelante, recogió el colgante del suelo, y lo metió en su
mochila.

Una voz salió de ninguna parte, era tan suave, era imposible decir de dónde venía
exactamente, de encima, debajo o en frente o de detrás de los árboles. Secretamente,
Eddie supo que era la Mujer de Negro, gritándole mientras la puerta se le cerraba por
siempre. Dijo algo que ninguno pudo escuchar, y luego su voz murió de nuevo.

Eddie suspiró de alivio.

—¿Estás bien? —dijo Maggie, metiendo su cabello detrás de sus orejas.


—Eso creo.

—¡Eso fue increíble! Buen trabajo, Eddie —dijo Harris.

Eddie miró alrededor del bosque. Los perros habían desaparecido. Los Vigilantes ya no
estaban vigilando. Todas las otras criaturas que podrían haberse estado escondiéndo en
las sombras se habían ido.

179
Capitulo 18
Traducido por Rodoni

Corregido por Julieta_arg

Hicieron su camino de regreso a través del bosque, en la dirección de la casa abandonada de


Nathaniel Olmstead. Eddie estaba exhausto. Sabía que sus amigos se sentían de la misma
manera. Cada uno llevaba una linterna, balanceando la luz en todas las crujientes ramas o el
crujido de las hojas. Eddie tenía la sensación de que debía dormir con las luces encendidas esta
noche, pero por alguna razón, también tenía la certeza de que no tenía que preocuparse por los
monstruos nunca más.

Habían derrotado al más temible de todos. Ahora simplemente tenía que llegar a casa.

Cuando llegaron a la huerta, Eddie oyó algo, lo que le dio ganas de correr todo el camino hasta
la colina. Sonaba como si alguien detrás de ellos hubiera tosido. Harris y Maggie lo oyeron
también. Ambos se giraron, sujetando las linternas contra las sombras entre los árboles de la 180
colina. Pero no vieron nada. ¿Se habían imaginado el sonido? ¿O fue otro monstruo que los
había seguido desde la limpieza?

Habían destruido la puerta, ¿verdad? No tenían nada que preocuparse. Pero a medida que
pasaban por delante de la última fila de manzanos retorcidos, Eddie oyó el inconfundible sonido
de pies arrastrándose a través de la hierba detrás de ellos. Esta vez, cuando Eddie se dio la
vuelta, su linterna encontró su objetivo.

Un rostro pálido y le devolvió la mirada, entrecerrando los ojos mientras el haz de luz brillaba en
sus ojos. La mano de Eddie se estremeció, y dejó caer su linterna. Un hombre se paraba diez
metros de distancia, con la luz de luna de fondo. Aún así, Eddie pensaba que todavía podía
distinguir algunos de los detalles distintivos de la oscura del cara hombre. Los ojos se habían
envejecido desde la última fotografía que Eddie había visto. La barba le había crecido y teñido
de gris. Su pelo raído ahora le colgaba más allá de sus hombros. El tiempo había pasado desde
que su foto había aparecido en la portada de un libro. Trece años, para ser precisos.

Harris y Maggie giraron, sus propias luces para iluminar a Eddie. Eddie se inclinó para recoger la
suya de la hierba. Entonces, mientras todas las linternas brillaban sobre el hombre que seguía
parado detrás de ellos, los amigos de Eddie descubrieron su identidad. Estaban mirando a los ojos
de Nathaniel Olmstead.

—¿Quién… quiénes son ustedes niños? —dijo el hombre, sosteniendo su mano para bloquear la
luz cegadora. Llevaba la ropa sucia, un desgarrado polo y pantalones oscuros y manchados. Un
hedor ácido le rodeaba, como si no se hubiera bañado desde la última vez que había puesto un
pie entre estos crecidos árboles.

Eddie no podía creer lo que estaba viendo. Abrió su boca para hablar, pero estaba tan nervioso,
que no salió nada. Harris tomó la palabra en su lugar.

—Soy Harris —dijo—. Esta es Maggie. Y este es Eddie. —Hizo una pausa antes de añadir:

—¿Usted es Nathaniel Olmstead?

El hombre asintió con la cabeza, una pizca de escepticismo en sus ojos.

—¿Dónde estamos? —dijo Nathaniel.

—Este es el huerto detrás de su vieja casa —dijo Harris—. Estás de vuelta en Gatesweed.

Nathaniel abrió la boca y miró hacia el cielo. Una oleada de alivio parecía pasar sobre él. Cayó
de rodillas y apoyó las palmas de las manos en su rostro, agarrándose la frente con sus largos
dedos. Después de un largo rato, él negó con la cabeza y bajó las manos.

—¿Cómo? —dijo—. ¿Cómo?

Los tres se miraron el uno al otro. ¿Cómo se supone que respondieran a esa pregunta? Nathaniel

181
siguió arrodillado en la hierba, mirando con incredulidad a la colina donde su casa se posaba al
igual que un centinela esperando su enfoque. El viento soplaba las hojas secas a través del
campo, y el hombre comenzó a temblar.

Eddie dio un paso adelante. Él le tendió la mano a Nathaniel.

—Vamos —dijo Eddie—. Es una historia muy larga.

Los cuatro hicieron su camino hasta la colina hasta la casa de Nathaniel. Una vez en la puerta de
atrás, Harris, Maggie, y Eddie consiguieron sacar el último de los tablones de madera fuera de la
estructura. Nathaniel abrió la puerta él mismo, haciendo una pausa antes de entrar. Los tres lo
siguieron hasta la oscura cocina. Se sentaron a la mesa del comedor, en medio de los dispersos
cristales de la caída araña de luces. Colocaron sus linternas en el centro de la mesa, la luz azul se
refleja en los fragmentos, pintando las paredes y el techo con arco iris pequeños.

—¿Tienes hambre? ¿Tienes sed? —preguntó Eddie a Nathaniel—. ¿Podemos conseguir algo de la
cocina? —Nathaniel se echó a reír, un sonido sorprendente, radiante, que parecía iluminar la
decadencia que les rodeaba.

—Tengo hambre y sed. Pero estoy seguro que mis armarios están actualmente vacíos. —Empezó
a toser un poco—. ¿Cuánto tiempo he estado lejos?

—Casi trece años —susurró Maggie.

—Wow —dijo Nathaniel—. Trece años. —Él tomó un trozo de cristal de la mesa del comedor—.
No tengo palabras.
—¿Dónde estabas? —dijo Harris con cautela—. ¿Qué pasó?

—Ah —dijo Nathaniel, mirándolos. Dio la vuelta al fragmento, de punta a punta, lanzando un
eco de luz a través de su frente, al contemplar su respuesta—. Esa también es una larga historia.
—Él tomó una respiración profunda—.Así que ambos tenemos historias para contar. La pregunta
es... ¿quién va primero?

Eddie, Maggie, y Harris explicaron todo lo que había pasado el mes pasado, comenzando con la
llegada de Eddie a Gatesweed y de su madre descubriendo de El Enigmático Manuscrito. Eddie
le dijo las historias sobre el encuentro con los monstruos y alrededor de los bienes de Nathaniel, la
forma en que se había descubierto el código, y finalmente, su lucha para derrotar a la Mujer de
Negro. Nathaniel se horrorizó al saber que tanto su libro y el collar habían sido descubiertos en el
Lago Sin Nombre, pero quedó impresionado con la diligencia de estos tres detectives
improvisados para resolver los misterios de los extraños objetos.

Cuando Eddie explicó que habían venido para destruir la estatua en el bosque con el colgante,
Nathaniel arrojó el fragmento de cristal que había estado llevando a cabo contra la pared.
Tomándose la cabeza, como si estuviera tratando de contener algún tipo de salvaje emoción.
Risas. Lágrimas. Eddie no podía decir qué.

—¡Por supuesto! —dijo, una vez que se calmó—. Si sólo hubiera tenido la previsión de Eddie hace
trece años, nunca habría hecho el viaje que hice.

Nathaniel pasó a explicar lo que había le sucedido la noche que terminó de escribir El Enigmático 182
Manuscrito y abrió la puerta. Después de arrojar la caja de metal con el colgante y el libro en el
Lago Sin Nombre, observó como los ojos rojos de los perros comenzaron a aparecer, como había
esperado, bajo la superficie del agua. Dio media vuelta y corrió rápidamente por la colina hacia
el claro. Cuando vio la estatua, color azul brillante que brillaba intensamente, su situación, que
una vez se había sentido como trabajo de ficción, de repente se volvió demasiado real. Hizo una
pausa, preguntándose si debía ir a casa y enfrentarse a su destino. Pero entonces oyó a los perros
aproximarse rápidamente desde el lago. Nathaniel corrió hacia el niño piedra. Cuando llegó a la
estatua, el bosque desapareció, el mundo cambió, y de repente se encontró de pie en el medio
de un campo oscuro, fangoso. El cielo estaba lleno de nubes color carbón de tormenta. En el
horizonte, pudo ver lo que parecía un desierto, quemado de la ciudad. La estatua seguía a su
lado, pero ya no brillaba. Estaba solo en un mundo desconocido. Asustado, se estiró y tocó la
estatua, esperando encontrarse a sí mismo de nuevo en el bosque detrás de su casa. Pero a
medida que la piedra de la estatua se enfrió en la palma de su mano, al instante Nathaniel se
dio cuenta de su error. La puerta se había cerrado. No podía permanecer abierta para viajar ida
y vuelta entre Gatesweed, como había supuesto que lo haría. Y Nathaniel ya no poseía la llave
con la que se podía abrir. Él pasó los trece años, al lado de la historia que insistió que podría
llenar incontables libros —construyendo una vida, luchando por sobrevivir en el nuevo panorama,
imposible escapar, lamentando cada minuto su decisión. La peor parte—la Mujer de Negro no
estaba por ningún lado. O bien estaba oculta, o existió en otro mundo completamente distinto—
el que Nathaniel sabía que nunca sería capaz de alcanzar.
Sólo esa misma tarde cambiaron las cosas para él. Se despertó de una siesta y se encontró en el
borde de un claro circular en familiares bosques. Pensó que podría haber estado soñando —
muchas cosas en su vida le había parecido un sueño— pero entonces oyó pasos a través del
tumulto de un arbusto cercano. Se puso de pie y siguió el sonido por el bosque y sobre una
pequeña colina. Eso fue momentos antes de que Eddie encontrara a Nathaniel en el huerto,
cegándolo con la linterna.

—Pero, ¿cómo pudo volver tan de repente? —dijo Harris.

Nathaniel pensó en eso.

—No estoy muy seguro —dijo—. Todo lo que puedo pensar es que cuando Eddie destruyó la
puerta, los que habían viajado a través de ella, como yo, fueron retirados de vuelta al mundo
del que originalmente habían venido.

Eddie se inclinó hacia delante.

—Si eso es cierto —dijo, con entusiasmo en su voz llenando la pequeña habitación—, es decir,
todos los monstruos que habían venido por la puerta del Niño de Piedra debieron haber sido
enviados a casa también.

—¡Espero que sí! —dijo Maggie

—Es por eso que no hemos visto ningún monstruo en el bosque después de que la estatua se
derrumbó —dijo Harris—. Nadie en Gatesweed tiene que preocuparse de ellos nunca más. Todos 183
estamos a salvo.

—No sé cómo darles las gracias —dijo Nathaniel—. Creo que ustedes niños son brillantes por
descubrir esto. Y muy buenos para salvar a alguien que, después de trece años en su privado
purgatorio, no estaba seguro de que merecía ser salvado. —Eddie se ruborizó.

—No habría podido hacerlo si no hubiera querido tanto sus libros. Leerlos siempre ha sido algo así
como... una lección… ¡en la lucha contra monstruos! —Se rió cuando oyó las palabras salir de su
boca.

Sonaba tan tonto, pero en última instancia, eran ciertas. Los libros de Nathaniel habían sido la
mejor preparación para esta terrible experiencia loca. Nathaniel sonrió.

—Entonces debería haber sabido mejor cómo cuidar de ellos yo mismo.

Después de un momento de Maggie tranquila, dijo:

—¿Qué vas a hacer ahora que estás de vuelta?

—¿Es eso una forma sutil de preguntarme si habrá otro libro? —dijo Nathaniel, levantando la
ceja. Maggie lo miró aturdida por un segundo.

—Por supuesto que no —dijo ella—. Sólo quise decir...


No terminó la frase. Mientras se dejó caer en su silla, Eddie se dio cuenta de que su pregunta
había sido de una manera sutil, de preguntarle a Nathaniel si habría otro libro. Para alguien que
nunca se había considerado a sí misma como un fan de las historias de miedo, sin duda Maggie lo
miró avergonzada.

—Estoy bromeando —dijo Nathaniel, que le sonreía—. Para responder a tu pregunta, sin
embargo, todo lo que quiero hacer ahora es tomar una ducha... en cuanto a la escritura... ya no
tengo mi precioso colgante de plata. —Sonaba sarcástico—. ¿Quién sabe si volveré a ser capaz
de escribir algo de nuevo? Para ser completamente honesto... no me importa.

Eddie no le creyó. Se agachó y levantó la bolsa del suelo. Lo colocó sobre la mesa, y desabrochó
la cremallera. Con mucho cuidado, metió la mano y sacó el collar. Con la cadena envuelta
alrededor de sus dedos, Eddie permitió que el colgante se balancease lentamente, mientras lo
sostenía con su mano por encima de la mesa. Nathaniel sacudió la cabeza. Poco a poco se acercó
y lo tomó.

—No lo quiero, pero si no lo mantengo seguro, quien sabe dónde va a terminar hasta la próxima.

De repente, Eddie pensó en su mamá. Ella estaba probablemente frenética, preguntándose


dónde estaba. Estaba seguro de que había descubierto que se había llevado su "pluma".
Esperaba que no enloqueciera cuando le tuviera que decir que la había "perdido".

—Pero no importa si alguien utiliza el colgante para escribir otro libro. ¿No? —dijo Harris—. La
puerta está destruida. —Nathaniel esbozó una triste sonrisa. Él negó con la cabeza. 184
—Según la leyenda, había dos Niños de Piedra. ¿Verdad? Mientras exista la otra estatua, alguien
podría usar el colgante para tratar de abrir la puerta otra vez. Creo que es nuestro trabajo
ahora asegurarnos de que nunca suceda. —Cuando Eddie oyó decir a Nathaniel eso, sentía
como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

—¿Pero dónde está la otra estatua? —dijo.

Nathaniel apretó el colgante de plata en la mano y ligeramente le dio unos golpecitos en la


mesa.

—Espero —dijo—, que nunca nos enteremos.


Epilogo
Traducido por Maia8

Corregido por LuciiTamy

Semanas más tarde, en la noche de Halloween, el verde de la ciudad bullía de actividad.


El primer Festival de Otoño en muchos años había sacado a la gente de la artesanía en
madera. Tiendas abiertas para los negocios se alineaban en el perímetro del césped. La
gente estaba vendiendo todo, desde algodón de azúcar y manzanas de caramelo a
animales con globos en forma de vampiros y hombres lobo. Había juegos donde los
concursantes tenían que derribar las botellas pesadas con pelotas de béisbol para ganar
gigantescas ranas de peluche para sus novias. Una pequeña rueda de la fortuna
zumbaba en uno de los tramos largos de hierba cerca de la iglesia. Un carrusel portátil
giraba en el extremo opuesto del parque, junto al gran molino. Su música se tarareaba
alegremente, obvia, mientras varias personas tropezaron fuera de él, verdes y mareadas.

En una pancarta que abarcaba el frente de la glorieta blanca, alguien había pintado en
color rojo las palabras de BIENVENIDOS A LOS TIEMPOS OSCUROS EN GATESWEED. 185
Eddie paseó por el parque y pensó que todo se veía hermoso. Deseó poder tomarse su
tiempo, pero sabía que había otros asuntos que necesitaba atender.

De pie junto a la glorieta estaba un brujo alto y flaco y una sábana blanca flotante con
piernas, que, Eddie asumió, se suponía que era un fantasma, Maggie y Harris disfrazados.

Ellos saludaron mientras se acercaba.

Harris gritó:

—¡Llegas tarde! —Y agarró la manga de la sudadera roja de Eddie.

—Lo siento —dijo Eddie, riendo mientras tropezaba con sus propios cordones rojos de los
zapatos. Estaba vestido como un diablo.

Había pintado su rostro de color marrón y pegado dos cuernos de látex en la frente.
Incluso aunque la noche era fresca, ya había comenzado a sudar. Podía sentir el
maquillaje corriéndose por su cuello. Señaló por encima del hombro a las tiendas de
proveedores donde sus padres reían a carcajadas, mirando algunas de las artesanías que
los artesanos locales estaban vendiendo.

—Mi padre no pudo encontrar un lugar de estacionamiento.


—Excusas, excusas —dijo Maggie desde detrás de su propia pintura facial verde
brillante—. Vamos a llegar tarde.

—¡La lectura no se inicia hasta dentro una media hora! —dijo Eddie.

—Pero tenemos que conseguir buenos asientos —dijo Harris, caminando hacia la Calle
Central y dirigiéndose hacia El Enigmático Manuscrito, que estaba encendido como un
jack-o'-lantern6. Ya había una multitud en la puerta, derramándose fuera del porche
delantero recién pintado. La gente estaba vestida con disfraces y esparcidos por la acera.
Eddie podía ver decenas de camionetas estacionadas a lo largo de la acera, reporteros y
cámaras se inclinaban en contra de ellos, como a la espera de que algo emocionante
sucediera. Si Eddie no lo supiera mejor, podría haber pensado que, dentro de la tienda,
Frances estaba ofreciendo los mejores premios en Gatesweed.

Mientras Harris se abría paso entre la multitud, Eddie oyó murmullos detrás de las
muchas máscaras de la multitud. En la ventana del frente, Eddie leyó la señal que
Frances había publicado a principios de la semana pasada:

BIENVENIDOS AL REGRESO DE NATHANIEL OLMSTEAD. ÚNETE EE.UU. EN


HALLOWEEN PARA SU LECTURA DE UNA NUEVA HISTORIA, ¡LA PRIMERA EN MÁS
DE TRECE AÑOS!

La multitud continuó empujando hacia atrás, hasta que finalmente, cuando los tres
llegaron a la parte superior de las escaleras, una mujer rubia que llevaba un tutú y
186
mallas de color rosa se dio la vuelta y los miró.

—Hay una cola, ya saben —dijo entre dientes.

Harris parpadeó a través de los agujeros para los ojos cortados en la sábana.

—Esta es mi tienda —respondió con sencillez. Harris sacó su llave y la levantó para que
todos la vieran. La mujer del tutú les disparó a todos una mirada sucia, pero se hizo a un
lado.

Eddie rió para sus adentros mientras se apretaba para pararla y seguía a Harris y
Maggie por la puerta principal de la librería vacía. Los fans acérrimos de Nathaniel
Olmstead habían recorrido muchos kilómetros para verlo. ¿Quién podría culparlos por
estar emocionados?

6
Un jack-o’-lantern (linterna de Jack en inglés) es una calabaza tallada a mano, asociada a la
festividad de Halloween, sobre la superficie exterior se talla una imagen, generalmente un rostro
monstruoso. Durante la noche se coloca una vela encendida en su interior para crear un efecto luminoso.
En el interior, Eddie siguió a Harris y Maggie a través de las hileras de sillas plegables en
la parte frontal, donde las piezas grandes de papel blanco que marcaban “RESERVADO”
estaban pegadas con cinta adhesiva en los asientos.

—¿Ves? —dijo Eddie—. No es tarde para nada.

Harris puso los ojos en blanco, pero Eddie sabía que su amigo estaba sonriendo. Cada
uno se sentó con un bufido de satisfacción.

La puerta en la pared trasera de la tienda se abrió, y Frances se asomó. Cuando los vio,
lo saludó.

—Ah, bien —dijo—. Estaba a punto de empezar a dejar que la gente entrase. Eddie,
asegúrate de guardar dos sitios para tus padres. Tu madre está muy emocionada.

—Lo haré —dijo Eddie.

Un mes antes, la noche en que Harris y Maggie destruyeron la puerta del Bosque Sin
Nombre, Eddie había vuelto a casa para encontrar a su madre escribiendo en la mesa
de la cocina.

Él esperaba que ella se enfadase con él por tomar el colgante. No estaba seguro de cómo
decirle que nunca lo volvería a ver. Cuando cerró la puerta, levantó la vista, y se dio
cuenta de que estaba molesta por una razón diferente. 187
—¿Dónde has estado? —exclamó—. Llamamos a casa de Maggie, y me dijeron que no
estabas allí.

Eddie pensó rápidamente.

—Estábamos quedando afuera.

Ella lo miró con escepticismo.

—¿Cómo llegaron a casa?

—Caminamos —dijo Eddie.

—Eso no suena muy seguro —suspiró—. ¿Cuántas veces tengo que pedirte que llames?

—Lo siento —dijo Eddie—. Te lo prometo, nunca, nunca, nunca lo olvidaré de nuevo.

Ella lo miró con extrañeza, pero después de un momento, sonrió.

—Bueno... yo también quería decirte mis noticias —dijo—. ¡He acabado!

Eddie sintió que su cara enrojecía, de repente le entró el pánico de que su terrible
experiencia en el bosque hubiese sido en vano. Ella había terminado la Historia de la
Mujer. ¿Significaba eso que la puerta estaba ahora abierta?
—Sin embargo, tu pluma... —comenzó a decir a Eddie.

—Puedes quedártela —dijo mamá, levantándose de la mesa y dándole un abrazo—.


Finalmente me di cuenta que era difícil para escribir. ¡Por alguna razón, siempre me dio
un especie de frío! Estoy mejor sin la maldita cosa. Acabo de escribir las últimas páginas
directamente en mi ordenador portátil. Tan simple como eso. —Eddie lanzó un suspiro de
alivio.

—¿Te gustaría leerlo? —preguntó mamá.

Frances se acercó a la parte delantera de la librería y abrió las puertas. Los fans
disfrazados que había estado de pie en el porche delantero se apresuraron dentro. Eddie
no podía dejar de imaginar la puerta en el bosque mientras observaba a los vampiros,
duendes, piratas, un monstruo de Frankenstein, y la muchedumbre de varios muertos
vivientes entre sí tratando de pasar por la puerta. Él oyó por casualidad fragmentos de
sus muchas conversaciones mientras llenaban las filas vacías de sillas detrás de él.

Allí estaban los verdaderos Olmsteads: “¡No puedo creer que él está de vuelta!” o “¡Esto
va a molar!”. Allí estaban los escépticos: “¡Apuesto a que todo esto era una estafa
publicitaria para hacernos comprar un libro!”, “No hay manera de que esto sea una
promoción a bombo y platillos...”. Y, por último, estaban los que se colaban: “¿Nathaniel
quién?”. En la parte trasera de la sala, Eddie notó a la señora Singh, la bibliotecaria, de
pie junto a Wally, el policía. Ella le susurró algo al oído, y luego miró a Eddie con recelo. 188
En el otro lado de la habitación, Eddie reconoció a Sam, el conductor del camión de
remolque flaco que había conocido el día en que se trasladó a Gatesweed, apoyado
contra una pared en su chaqueta de cuero. Mantenía los ojos fijos en el podio en la parte
delantera de la sala, con una expresión de curiosidad.

Un par de semanas atrás, Nathaniel le había asegurado que cada autor tiene sus críticos,
y cada lector tiene derecho a su opinión propia. Un autor sólo tiene que aprender a lidiar
con todo eso, para bien o para mal. Lo mismo se podría decir de la gente en general,
Nathaniel había comentado.

Cuando la señora Singh accidentalmente encontró su mirada, ella miró a otro lado,
sobresaltada. Eddie simplemente sonrió para sus adentros, y luego se dio la vuelta. Deja
que estas personas crean que lo que querían sobre Nathaniel Olmstead, Eddie sabía la
verdad. Esperaba que algún día ellos también lo hicieran.

—Mira. Ahí viene —dijo Maggie, tocando el cuerno caído de Eddie para llamar su
atención. Eddie se dio la vuelta mientras sus padres se colaban entre la multitud
silenciosa y se sentaban a su lado.

La puerta trasera se abrió para revelar una enorme figura oscura de pie en la oscuridad
del armario. La audiencia se quedó sin aliento. La sombra se acercó a la luz naranja de
la librería. Una capa de terciopelo negro cubría la figura de la cabeza a los pies. Su
borde se deslizaba sobre el suelo mientras la sombra seguía abanzando hacia el público
absorto.

Se detuvo en el podio, al parecer para recuperar el aliento por un momento, hasta que
de repente azotó el manto para quitárselo.

Nathaniel Olmstead se puso delante de su público, que se puso de pie y estalló en un


aplauso tremendo.

Flashes de cámara aparecieron, llenando la habitación con una corriente extraña, casi
constante de la luz blanca.

Bajo el manto, llevaba un suéter azul marino de lana y una chaqueta de pana. Se había
cortado el pelo y recortado la barba.

Su leve sonrisa estaba llena de una gratitud enorme. No parecía muy diferente a la
imagen en la parte posterior de sus libros. Nathaniel esperó unos segundos antes de hacer
una reverencia.

Eddie, Harris, y Maggie se pusieron de pie también. Eddie aplaudió con tanta fuerza que
sus manos dolieron. Se sentía mareado cuando Nathaniel finalmente se dirigió a los tres y
les dio un guiño.

Los últimos dos meses habían sido como un sueño, una pesadilla al principio, pero ahora 189
una fantasía más allá de lo que podía haber imaginado. Durante las últimas semanas, él
y sus amigos habían visitado a Nathaniel Olmstead varias veces mientras el autor
comenzaba a volver a conectar con Gatesweed y más allá. Ellos le ayudaron a limpiar el
desastre que era su casa, le trajeron víveres y demás hasta que logró comprar un coche
nuevo, y le hicieron compañía después de la escuela cuando tenía miedo de estar solo.
Érase una vez, Eddie sabía lo que sentía, y él estaba feliz de estar de ayuda. No podía
creer que ahora podía llamar a su autor favorito su amigo.

Durante las visitas a casa de Nathaniel, los cuatro a menudo teorizaban las respuestas a
algunas de las preguntas que aún tenían sobre la Mujer de Negro y la estatua en el
bosque. Por ejemplo, ¿ella era un miembro particularmente repugnante de la Lilim o
era en realidad Lilith? ¿Era realmente tan poderosa como les había hecho creer? Harris
se preguntaba por qué la Mujer de Negro no tenía a una de las criaturas usando el
colgante a escribir su historia. Nathaniel estaba seguro de que ninguna de las criaturas
habría sido capaz de tal hazaña. Tan astutos e inteligentes como algunos de los
monstruos parecían ser, ninguno de ellos había sido nunca lo suficientemente considerado
como para crear algo de la nada. Escribir realmente una historia, explicó el autor, es un
talento puramente humano.

Después de unas semanas, los cuatro se habían convencido de que cuando se trataba de
la Mujer de Negro, siempre habría misterio. Estas incertidumbres, explicó Nathaniel, eran
lo que hizo a los villanos en libros tan enigmáticos y aterradores.
Poco antes de Halloween, Nathaniel había pedido a los tres amigos que lo
acompañaran a dar un paseo en el Bosque Sin Nombre. Se abrieron paso hasta la cima
y hacia abajo en el bosque. Atravesaron el claro vacío en el que la estatua había estado
una vez. El sol estaba bajo en el cielo mientras caminaban hacia el lago. Harris, Maggie,
y Eddie vieron desde lejos cómo Nathaniel cogía una piedra de la orilla y la arrojaba en
el agua cristalina. Después de unos minutos, la ondulación desapareció. El lago estaba en
calma, reflejando el sobrecargado cielo azul claro.

Nathaniel se dio la vuelta y sonrió.

—Sólo para estar seguro —susurró.

La multitud rugió en la librería.

Por último, el autor se vio obligado a levantar sus manos para que el público se sentara
a escuchar. Esperó unos segundos más hasta que la habitación estaba totalmente
tranquila, luego dijo:

—Bienvenidos. Feliz Halloween. Gracias a todos por venir. No puedo decir lo contento
que estoy de ver sus caras... horribles. —El público se echó a reír. Nathaniel simplemente
sonrió y cogió un montón de papeles sueltos de la mesa—. Contrariamente a los informes

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que podrían haber leído en las noticias, no he pasado los últimos trece años escribiendo
una gran novela —dijo—. Desde siempre he luchado por encontrar ideas interesantes, las
historias de proporciones épicas nunca han sido santo de mi devoción. Pero desde que
volví a Gatesweed hace casi un mes, he tenido el privilegio de conocer a tres personas
increíbles que no sólo me han rescatado de un exilio de mi propia creación, sino que
también me han inspirado con su historia. —Eddie sintió a Harris agarrarle el brazo.

Eddie no podía dejar de sonreír.

Nathaniel continuó:

—Con su permiso, he comenzado a trabajar en un nuevo libro basado en sus propias


experiencias recientes. —El público dio otra ronda de aplausos emocionados—. Está sin
terminar. No puedo prometer que todo lo que le lean sea cierto. Soy un escritor de
ficción, después de todo... pero eso no quiere decir que esta historia sea una mentira. Lo
único que puedo prometer es verdaderamente una sacudida o dos, lo cual, creo yo, es lo
único que se necesita realmente para recordar que todavía se está vivo.

Nathaniel no se molestó en explicar a su público por primera vez en más de trece años
que solía escribir todos sus libros a mano. Sólo Eddie, Harris, y Maggie sabían que después
de tantos años, Nathaniel tenía una buena razón para dejar de trabajar de esa manera.
Desde su regreso a Gatesweed, Nathaniel se había comprado un ordenador. Habiendo
recientemente enterrado su instrumento de escritura antigua favorito debajo de una
piedra en el sótano secreto, al igual que la madre de Eddie, había decidido escribir sus
historias completamente a computadora en su lugar.
Estos escritores estarían bien, Eddie lo sabía. Con un niño de piedra o sin él, tenía la
sensación de Gatesweed siempre sería una fuente de inspiración para todos aquellos que
la buscaran.

—Ahora, sin más preámbulos, les presento El Secreto de los Niños de Piedra —Con una
pequeña reverencia, Nathaniel comenzó:

La furgoneta azul acababa de llegar en torno a una escarpada curva en la carretera


cuando la criatura salió del bosque —leyó—. Eddie fue el primero en verla, un revoltijo de
pelo negro y cuatro delgadas y largas piernas. Ello lo miró con sus ojos amarillos
bordeados de rojo y una enorme boca llena de puntiagudos dientes.

—¡Mirad eso! –gritó Eddie desde el asiento trasero.

Sentado en la primera fila, Eddie cerró los ojos y escuchó la historia de Nathaniel, con el
corazón acelerado mientras trataba de imaginar qué demonios iba a pasar.
Secretamente sabía, por supuesto, pero no podía admitírselo ante sí mismo. Un
verdadero fan nunca miraría el final de un libro Nathaniel Olmstead.

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Sobre el autor

Dan Poblocki es el autor de la Misteriosa serie de Cuatro, El niño de Piedra y Las


Nightmarys. Los de Booklist lo llaman “un placer diabólico”.
Su próximo libro, El fantasma de Graylock, llega en agosto.

Dan nació en Providence, Rhode Island, y vivió en Woonsocket y Lincoln antes de


que su familia se trasladara a Basking Ridge, New Jersey cuando él tenía once 192
años.

Crecer en ciudades pequeñas dio forma a su imaginación. Él siempre fue curioso


sobre lo que estaba en la oscuridad de los bosques o en el horizonte. A menudo, si
él y sus amigos no tenían una respuesta, harían una. Creían que las historias que
se inventaron eran mucho más interesantes que la verdad. Y, sin embargo, los
cuentos a los que Dan se siente atraído por ahora son una mezcla de realidad y
ficción. Curiosamente, a él le gusta cuando no puede decir la diferencia.
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