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EL PERRO DEL HORTELANO

(adaptación en prosa de la obra homónima de D. Félix Lope de Vega)

PERSONAJES

Diana, condesa de Belflor


Teodoro, secretario de la condesa
Tristán, lacayo de Teodoro
Marcela, dama de la condesa y amada de Teodoro
Conde Federico, pretendiente de Diana
Ricardo, marqués y pretendiente de Diana
Fabio, gentilhombre y ayudante de cámara de la condesa
Conde Ludovico
Dorotea
Paje
*Los personajes del conde Ludovico y Dorotea serán interpretados por la misma persona. El
personaje del paje lo puede realizar Fabio o alguno de los pretendientes de Diana.

PRIMER ACTO
Entran Teodoro y Tristán con capas y sombrero huyendo. Es de noche. No se ve gran cosa en el
escenario salvo a los personajes.
Teodoro: ¿Nos habrá conocido?
Tristan: Presumo que sí
Salen de escena y entra Diana apresurada
Diana: ¡Ah, gentilhombre, esperad! ¿No hay criados aqui? No me lo he imaginado ni lo he soñado
tampoco. ¡Hola! ¿Duermen todos ya?
Entra Fabio con parsimonia y una luz (aumenta la luz en escena)
Fabio: ¿Llama vuestra señoría? Aunque su voz escuchaba no me imaginaba que estuviérais
despierta a estas horas.
Diana: ¡Buena vigilancia hacéis! Venid más lento si os place. Hay hombres en mi casa, pasando
junto a mis aposentos y ¿vos ni los sentís? Salid presuroso a ver quién es hombre tal.
Fabio: Voy tras él. (sale)
Diana (paseando nerviosa): ¡Ay, qué traición!
Vuelve Fabio con un sombrero en la mano

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Fabio: No he visto a nadie, señora. Como un gavilán partió.
Diana: ¿Y qué lleváis en la mano?
Fabio: A la lámpara tiró el sombrero y la luz mató.
Diana: ¿Y no fuiste tras él, gallina?
Fabio: ¿Y echar por tierra vuestro honor? Seguramente era un caballero que venía a contemplaros,
ciego de amor. ¿No hay mil señores que están para casarse con vos? Pues, aunque no querría
molestaros, ¿no os dais cuenta de que es vuestra porfía de no querer casaros lo que lleva a estos
males?
Diana: ¿Y, creéis Fabio, que un caballero de honor llevaría estas plumas tan escasas?
Fabio: Al dar con ellas en la lámpara debió quemarlas cual alas de Ícaro al acercarse al sol.
Descanse ahora, señora, y mañana averiguará.
Diana: ¿Que me acueste? No hasta que me entere de todo. Llama a las mujeres.
Fabio (al público): Pues buena noche nos espera. (Sale)
Diana: ¡Y cree que pueda yo dormir habiendo entrado un hombre en mi casa!
Entran Fabio, Marcela y Dorotea
Fabio: Aquí las tiene señora. (las damas hacen una reverencia y Fabio sale)
Marcela y Dorotea: ¿Qué manda vueseñoría?
Diana: Que me digáis quién pasea por mi casa a estas horas.
Marcela: Señora, a veces el marqués Ricardo y otras su primo el conde Federico.
Diana (enfadada):¡Nooo! Decidme la verdad. (se dirige a Dorotea. Marcela le hace señales de
que no hable) ¿Quién ha entrado? ¿Algún paje? ¿Te han dado algún mensaje? ¡Contesta!
Dorotea: Yo… yo… señora…
Marcela (aparte):Ni la Inquisición
Diana: No pretendas engañarme.
Dorotea: Señora, si se enfada, le diré la verdad a pesar de mi amistad con Marcela. (Marcela mira
con horror)Ella tiene a un amor mas no sé yo quién es. Sólo sé que no es de fuera de casa.
Diana (dirigiéndose a Marcela): ¿Quién es?
Marcela (preocupada, titubea): Es...es… Teodoro
Diana: ¿Mi secretario? ¿Es él quien ofende mi casa?
Marcela: No señora, quiero decir, que es tan bobo que en cuanto me ve me dice docenas de
requiebros.
Diana: ¿En docenas vienen los requiebros, como los huevos? ¿Y qué te dice?
Marcela (emocionada): No sé. Una vez dice: „Yo pierdo el alma por esos ojos”. Otra dice: „Yo
vivo por ellos”. Mas no me pesa porque sé que sus fines son honestos. Quiere casarse conmigo.

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Diana: Casarse. Sí que son honestos. ¿Quieres que yo medie en esto?
Marcela (llena de alegría): Oh, señora. ¿Lo harías? Pues te diré entonces, que le adoro porque es
mozo cuerdo, prudente y entendido.
Diana: Lo sé. Es mi secretario.
Marcela: No señora, pero no es lo mismo en el oficio que verle hablar más de cerca. Es gentil y
amoroso.
Diana: Está bien, Marcela, por el aprecio que a ambos os tengo, lo resolveré cuanto antes por no
poner el honor de mi casa en duda. Marchaos.
Marcela besa, agradecida, las manos de Diana y ella y Dorotea salen alegres
Diana: Mil veces he apreciado la hermosura de Teodoro y su inteligencia. Si no fuera inferior a mí,
lo habría aceptado sin dudar. Mas mi mayor tesoro es mi honor y sólo pensar en él me desprestigia.
Pero, sí que la envidia me queda. Quisiera yo que, por lo menos, Teodoro fuera más, para
igualarme, o yo, para igualarle, fuera menos. (sale).
Entran Teodoro y Tristán.
Teodoro: No he descansado nada.
Tristán: No es de extrañar pues como se entere, estás perdido. Mira que te dije que te fueras antes.
Teodoro: No lo pude evitar. El amor no se resiste. ¿Tú crees que me conoció?
Tristán: No y sí. Menos mal que tiré mi sombrero a la luz cuando Fabio bajaba. Pero sospecha le
quedó.
Teodoro (melodramático): ¡Ay, Tristán! ¿Qué puedo hacer?
Tristán: Dejar de amar a Marcela porque como se entere la condesa, ¡buena es!
Teodoro (triste): ¿Y no hay más solución?
Tristán: Bah, el amor se pasará. Tienes que proponerte olvidarla.
Teodoro: ¿Y cómo se hace eso?
Tristán: Pues buscándole defectos. Yo una vez amé a una mujer y la olvidé recordando la barriga
que tenía, que cual caballo de Troya podría dar guarida a mil soldados griegos. (se ríe)
Teodoro: Yo no podré hacerlo. Marcela no tiene defectos.
Tristán: Pues como sigas negándote, todo lo perderás.
Entra Diana
Diana: Teodoro. Escucha.
Teodoro: A sus pies.
Tristán (al público): Como lo haya averiguado, de la casa salimos por pies.
Diana: Una amiga me ha pedido que le ayude a escribir una carta pero, aunque querría ayudarla, yo
ignoro las cosas del amor. Por eso te pido que la escribas tú mejor.
Teodoro: Mi señora, si tú la has escrito no podré yo mejorarla que jamás traté de amor.

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Diana: ¿Ah no? ¿Jamás, jamás? Pues he oído que te vieron salir a escondidas. Pero lee, lee.
Teodoro: Algún envidioso tendré. Leo: „Al ver amar he sentido envidia. Estar celosa es una
invención del amor. ¿Cómo puede ser que mi amor venga de los celos siendo yo más hermosa?
Debo amar, pues quiero ser amada. Quiero que me entiendan, sin decir nada.”
Diana: ¿Qué opinas?
Teodoro: Que si esto es por un hombre, no he visto cosa mejor. Pero no entiendo cómo puede venir
el amor de los celos, si siempre ha sido al revés.
Diana: Porque a esta dama, sospecho, que le gustaba ese galán pero sólo empezó a desearlo cuando
lo vio empleado en otro amor.
Teodoro: Eso, señora, es porque ya lo deseaba de antes.
Diana: Ella dice que nunca lo vio así pero al verlo amar a otra aparecieron mil deseos.
Teodoro: Lo ha escrito muy bien. No me atrevo a mejorarlo.
Diana: Inténtalo. Ve. Aquí te espero. (Teodoro hace una reverencia y sale) Tristán. Escucha.
Tristán: Dígame, señora y perdone estos harapos que llevo que mi señor no anda muy preocupado
por mí estos días.
Diana: ¿Le falta? ¿Por qué? ¿Acaso juega?
Tristán: ¡Qué va! ¡Ya quisiera! Que al que juega no le falta siempre que tenga suerte.
Diana: ¿Y amores tiene?
Tristán: ¿Amores?!!! Pero si es un hielo. Además yo no sé de amoríos. De día te sirve a ti. No
puede estar más ocupado.
Diana: ¿Y de noche? ¿No sale de noche?
Tristán: Bueno, no sé. Yo no lo acompaño. Tengo una cadera quebrada de caerme por las escaleras.
Diana: Claro, si le tiras el sombrero a la lámpara…
Tristán (al público): ¡Ostras, nos ha pillado! (a la condesa) No, a unos murciélagos se lo tiraba
pero di por mala suerte a la lámpara. (al público) Lo sabe. Lo sabe. Me veo en galeras.
Entra Fabio y anuncia al marqués Ricardo. Sale y vuelve a entrar con dos sillas
Ricardo: Vueseñoría luce hoy hermosa por lo que sobra preguntar si está bien.
Diana: Gracias, marqués. ¿A qué debo su visita?
Ricardo: Sabiendo de mis amores, no puede ignorar mis razones. Mis deseos son honestos y pido a
su señoría que me dé su acuerdo, (con emoción y pomposidad) porque yo pasaría cielo y tierra y
adonde la luz del sol no llega sólo para serviros.
Diana: Creo, marqués, en vuestro amor. Lo consideraré.
Entra Teodoro con la carta en la mano
Teodoro: Ya he hecho lo que me pedisteis.
Ricardo: Si estáis ocupada, no quiero molestaros.

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Diana: Se agradece la discreción.
Ricardo: Vivo para daros gusto. (aparte) Ya quisiera que me premiarais con vuestro amor. (se va).
Diana: ¿Ya escribiste?
Teodoro: Sí, pero forzado por vos.
Diana: Lee
Teodoro: „No es envidia amar cuando al amado ves con otra. Declarar el amor es señal de ello. No
digo más porque no sé si merezco.”
Diana: Muy bien. Me has vencido.
Teodoro: No te burles. No está bien decir a un criado que es más que su dueño.
Diana: No es así. Pero no debes decir que se ofende al amar aunque sea a un desigual. Sólo se
ofende al aborrecer.
Teodoro: También Ícaro creyó que podía tocar el sol y acabó despeñado.
Diana: Pero no es sol sino mujer. Y si alguna cosa quisieras, confía. Me llevo este papel, que quiero
leerlo más despacio. (se va)
Teodoro: No me lo puedo creer. ¿Quién pensaría de mujer tan noble dar a entender su amor tan
claramente? Pero puede ser que me equivoque, porque nunca antes me lo había mencionado. Quizá
sí que estuviera hablando de esa amiga suya. Príncipes y nobles beben los vientos por ella. Yo no
soy nadie. Y sabe que a Marcela sirvo porque me ha descubierto el engaño. Pero, ¿desde cuándo se
ruboriza la cara si sólo es burla de lo que se habla? ¿Será de veras o estoy loco? Porque es mucho
rubor y mucha mirada hermosa para ser sólo burla. Y hablando de hermosura, en verdad es Diana
hermosa.
Entra Marcela
Marcela: ¿Puedo hablarte?
Teodoro: Siempre, Marcela mía, que por ti, la muerte fría me parece agradable.
Marcela: ¡Ay, Teodoro! Grandes cosas han pasado. La condesa no cesó hasta que dio con la
respuesta. Amigas que me envidian le han contado la verdad y ahora lo sabe todo. Pero será, te
prometo, para mayor bien. Ella conoce de tus deseos de casarte y yo le dije, aparte, cuánto, Teodoro,
te adoro. Tus virtudes aprecié y ella, tan piadosa, se alegró por nosotros y me dio palabra de que
podríamos casarnos presto. Yo temía que se enojara y a los dos nos echara de la casa. Pero demostró
su sangre ilustre. ¡Qué suerte tenemos de servir a señora tan noble!
Teodoro: ¿Dices que prometió casarme contigo? (para sí)¡Qué necio he sido pensando que pudiera
tenerme amor! Nunca tan alta ave se humilla ante su presa. (se dirige a Marcela) Pues me ha
hablado y no me ha dado a entender que supiera que yo era el que anoche huía por el jardín.
Marcela: ¿Tú quieres que nos casemos?
Teodoro: Seré dichoso. (se abrazan y entra la condesa)
Diana: ¡Qué gusto veros así! Por mí no os preocupéis.

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Teodoro: Le decía, señora, a Marcela que ayer me marché con pena por que vos pensarais que
pretendía ofender vuestra casa. Pero al decirme ella que mostrabas tu grandeza en bendecir nuestro
enlace le di sin temor mis brazos.
Diana: Que yo os dé mi bendición no es razón para que os atrevais así. Hasta que no os caseis
pienso que será mejor que Marcela quede encerrada en un aposento, no sea que os vean los demás
criados y quieran casárseme todos. ¡Dorotea! ¡Dorotea!
Entra Dorotea
Dorotea (haciendo reverencia): Señora
Diana: Toma esta llave y encierra a Marcela en mi cuadra durante unos días que tiene que hacer
labor. ¿No dirás, Marcela, que esto es enfado?
Marcela: Esto es la fuerza de un poderoso tirano. (Se van Marcela y Dorotea)
Diana: En fin, Teodoro, ¿tú quieres casarte?
Teodoro: Yo no quiero hacer nada que no sea de tu gusto. Pero créeme que no es tan grande la
ofensa como lo puedes pensar. Bien pudiera vivir sin Marcela.
Diana: Pues ella me dice que por ella pierdes el seso. ¿No le has hablado de amor?
Teodoro: Las palabras poco cuestan.
Diana: ¿Qué le decías? ¿Cómo requiebran los hombres a las mujeres, Teodoro?
Teodoro: Me extraña tanta pregunta. (acercándose a Diana) Le dije: „Esos ojos son luz con que
ven los míos” y „Los corales y perlas de esa boca celestial...” Esas cosas dicen los enamorados.
Diana: ¿Celestial? Pues créeme que te vienes a engaño porque en Marcela hay más defectos que
virtudes. Pero no quiero desenamorarte de ella. Que podría contarte… Pero no. Sus gracias y sus
desgracias se quedan aquí que yo quiero que os caséis. Pero dame, ahora, consejo para esta amiga
mía que hace días que no duerme por el amor de un hombre humilde. Si piensa en quererlo pierde
su autoridad, pero si deja de amarlo se muere de celos.
Teodoro: No sé señora cómo podría aconsejaros puesto que no sé de amor. Si Marcela te ha dicho
eso, necia es, pues no la cogí más que la mano y ni me la quedé, que se la devolví.
Diana: ¿Qué me aconsejas, pues? Escríbeme algún papel. (cae al suelo) ¡Ay, caí! ¿Qué miras? Ven,
dame la mano.
Teodoro: Perdón, el respeto me detuvo. (le ofrece su mano pero tapada con la capa)
Diana: ¡Qué gracioso que me la ofrezcas con la capa cuando soy yo quien te la ha pedido! (cambia
de tono) Pero eres mi secretario. No digas a nadie de esta caída. (se va)
Teodoro: ¿Puedo creer que es verdad? Pidió mi mano y el rubor volvió a sus mejillas. ¿Qué haré?
Tengo miedo de caer en empresa tan dudosa. Y dejar a Marcela es algo injusto. Tal mujer no merece
ese disgusto. Pero si ellas también juegan con nosotros cuando quieren, ¿qué más da que mueran
como los hombres mueren?
FIN DEL PRIMER ACTO

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SEGUNDO ACTO
Entra el conde Federico
Federico: He visto que Diana entraba en la capilla. No tardará. ¡Ay si la pudiera hablar! Aunque
pueda parecer que no lo tengo difícil puesto que somos parientes, precisamente ese parentesco me
dificulta la acción, pues antes de sentir este amor nunca había temido hablarla.
Entra el marqués Ricardo
Ricardo: He visto que de allí salía la bellísima Diana más hermosa y más perfecta que el sol con
mil rayos de oro. Vaya, allí Federico también espera su luz.
Federico: ¿Es aquel el marqués? Ya me extrañaba que faltara. Los celos vienen a mí, pero no tengo
por qué, ya que la condesa no quiere a ninguno.
Ricardo: Ya sale Diana. A hablarla voy.
Entra Diana con Fabio y Teodoro a ambos lados y Marcela y Dorotea detrás de ella
Federico: Aguardaba con deseos de veros.
Diana: Señor conde, bien hallado.
Ricardo: Y yo, señora, con la misma gana vengo a serviros.
Diana: Señor marqués, ¡qué dicha tan grande!
Salen todos menos Teodoro. Entra Tristán que se queda a un lado mientras monologa Teodoro
Teodoro: No sé qué pensamientos tengo. Los provoco y los detengo. Cuando el premio es mucho el
atrevimiento es poco. Pero ¿qué pruebas tengo? ¿De verdad la amo? ¿O sobre pajas humildes hago
torres de diamantes?
Tristán: ¡Ay, cuántas lamentaciones! ¿Entre tanto llanto cabe un papel de Marcela que contigo se
consuela de sus males y prisiones? (Le entrega la carta)
Teodoro: „A Teodoro, mi marido” . ¡Qué necia es!
Tristán: Pues si que estás tú divino. Que hasta hace poco llamabas „águila caudalosa” a la que
ahora llamas „necia”. ¿Qué hacemos con la carta?
Teodoro: Esto. ( la rompe)
Tristán: Pero, ¿por qué?
Teodoro: Así le contesto antes. No me mires así. Ya soy otro.
Tristán: Pues sí que tratáis los amantes a vuestras amadas como boticarios que dan recetas con
nombres raros a cada mal que padecen y cuando llega el final, viva o muera el paciente, se rompe la
carta y...¡siguiente! A ver si te vas a caer con tanto que quieres subir.
Teodoro: Todo el que nace sueña con ascender. O soy conde de Belflor o moriré en el intento.
Tristán: ¿O todo o nada?
Teodoro: Así es. Alea jacta est
Entra Marcela

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Marcela: ¡Mi bien!
Teodoro: No, Marcela, detente. Mira bien lo que dices que las paredes tienen ojos y hasta boca a
veces.
Marcela: ¿Leíste mi papel?
Teodoro: Sin leerlo lo rasgué
Marcela: ¿Rasgaste mi amor?
Teodoro: No quiero causarle más enfados a la condesa
Marcela: Oh, me temía esa respuesta.
Teodoro: Marcela, queda con Dios. Aquí acaba nuestro amor, que no nuestra amistad. (se va)
Marcela (gritando): ¿Así me tratas? (llora) Si no supiera cómo de vanidosa es la condesa diría que
Teodoro algo de ella espera.
Entra Fabio
Fabio: ¿Está el secretario aquí?
Marcela: ¿Te estás burlando de mí? No sé dónde está ese majadero.
Fabio: Por Dios, no me burlo. Mi señora lo manda llamar. Os burláis vos de mí llamándolo
majadero pues sé lo que tenéis entre ambos.
Marcela: No es así. Aunque sí es cierto que me gusta alguien. Muy parecido a vos.
Fabio: ¿A mí?
Marcela (acercándose seductora): ¿No te pareces tú a ti? Fabio, me enloqueces. Soy tuya, mi
Fabio.
Fabio: ¿Os estáis burlando de mí? Teodoro te desprecia y en mis brazos vienes a caer. Pero yo
perdono el agravio. Y siempre tuyo seré. (se va)
Marcela: Dorotea pretendía a Fabio. Así me vengo de Teodoro y de ella por chivarse a la condesa.
Entran la condesa y Dorotea
Diana: Marcela está aquí. Pues nada me apetece menos que verla. (a ella) Sal de aquí, Marcela.
(Marcela se va mirándola con rabia)
Dorotea: ¿Puedo hablarte? (la condesa le hace un gesto afirmativo) ¿Con quién te piensas casar?
¿No es el marqués Ricardo gallardo? ¿No es tu primo Federico apuesto y rico? ¿Por qué entonces
los despides a los dos?
Diana: Porque uno es tonto y el otro necio. Y tú más que ellos por no entenderme. No los quiero
porque quiero.
Dorotea: ¿Tú quieres?
Diana: ¿No soy acaso mujer?
Dorotea: Sí, pero hecha de hielo. Y ¿a quién?

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Diana: Me avergüenza decir su nombre porque no quiero reconocer que he caído a los pies de un
hombre más humilde. Pero quien quiere puede dejar de querer. Eso haré: no querer.
Entra Teodoro
Teodoro: Fabio me ha dicho, señora, que mandabas a buscarme.
Diana: Horas de eso hace. En fin, Teodoro, ¿qué opinas de mis dos pretendientes? Bien atractivos
parecen los dos, pero no puedo decidirme sin tu consejo. ¿Con cuál te parece que me case?
Teodoro (bastante molesto): ¿Qué consejo quieres que te dé? Cualquiera que tú elijas, estará bien.
Diana: ¡Ay, hijo, qué mal vales como consejero! Pues elijo al marqués. (se va y entra Tristán)
Teodoro: Pero, ¿has oído? ¡Semejante desfachatez! ¡Qué mal hice en creer que ella podía amarme!
Tristán: No es por hacer leña del árbol caído pero ya te advertí que entre desiguales no puede
existir el amor.
Teodoro: No puedo culpar a nadie más que a mí mismo. ¡Conde de Belflor!
Tristán: Claro. Vuelve con Marcela, bobo. Las señoras con los señores. Que los que mucho quieren
subir por escaleras de aire se acaban cayendo. (entra Marcela)
Teodoro: ¡Marcela!
Marcela (con ironía): ¡Uy! Pero si todavía te acuerdas de mi nombre.
Teodoro: Sólo estaba probando la firmeza de tu amor hacia mí.
Marcela: jaja. Sí claro. Te conozco y tenías pensamientos de oro. ¿Cómo te va con eso? ¿No salen
cómo te pensabas? (Teodoro la mira triste) ¿Qué pasa? ¿La veleta cambió de dirección y vienes a
buscar a tu igual?
Teodoro: No te burles. Venciste. Yo vuelvo a ti. Perdóname si aún te queda algo de amor. Que no es
su desprecio el que me lleva a ti sino las viejas memorias amables de los dos.
Marcela: No es venganza que yo ame a Fabio sino un remedio muy sabio. Y déjame ya. No sea que
venga Fabio y nos vea.
Teodoro: ¡Tristán, tenla!
Tristán: Óyeme, Marcela. Espera. (entra Diana y al verlos se esconde)
Diana: ¡Teodoro y Marcela aquí! Oh, los celos despiertan.
Tristán: Créeme cuando te digo que la belleza de esa mujer pasó más deprisa que un rayo. Ya
desprecia su riqueza pues no desea otra que la de tu adorada gentileza. Teodoro, ven aquí.
Diana: ¡Vaya alcahuete el criado!
Teodoro (refunfuñando): ¿Para qué? Si ella prefiere a Fabio.
Tristán: Otro llorón. Anda, dadme las manos los dos.
Teodoro: ¿Cuándo le he dicho yo que amaba a otra mujer?
Marcela: ¡Uy, y lo negará!
Tristán: Calla, mujer.

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Marcela: Suelta, Tristán, que tengo que hacer.
Tristán: Pero si no te estoy sujetando.
Marcela: ¡Ay! Si no puedo irme. Los brazos te quiero dar.
Teodoro: Y yo a ti abrazarte. (se abrazan pillando a Tristán por medio quien tiene que agacharse
para desasirse)
Tristán (molesto): Pues si no os hacía falta para qué me hacéis cansarme.
Diana: ¡Qué poco te puedes fiar de un hombre y una mujer!
Marcela: No te podría cambiar nunca, mi bien, ni por Fabio ni por nadie.
Teodoro: Que Dios me dé por castigo el verte en los brazos de Fabio si alguna vez te olvido.
Marcela: Di que la condesa es fea.
Teodoro: Un demonio.
Marcela: Y necia.
Teodoro: En extremo.
Tristán: Esperad, si hay que hablar mal de la condesa yo juego también. Lo primero…
Diana (muy enfadada saliendo de su escondite): Ni primero ni segundo. (Todos se asustan.
Tristán se cae de culo. Marcela hace una reverencia y sale corriendo)
Teodoro: ¡La condesa!
Diana: Teodoro
Teodoro (retrocediendo): Señora, advierte...
Tristán: El cielo truena. Yo no me espero a que llueva. (se va corriendo)
Diana: Una carta quiero que me escribas. Te dicto. Apunta.
Teodoro: Como haya oído lo que hemos hablado…
Diana: Apunta: „Cuando una mujer principal se declara a un hombre humilde es de ser muy necio
que este hable con otra”.
Teodoro: ¿Nada más?
Diana: ¿Necesitas más? Cierra el papel y envíatelo a ti. Que quizás cuando lo leas despacio lo
entiendas. (se va y entra Marcela)
Teodoro: Pero ¿puede ser lo que he oído? Esta mujer me quiere con interferencias.
Marcela: ¿Qué te ha dicho la condesa, mi bien? Temblando estaba detrás de esa puerta.
Teodoro: Dice que te casas con Fabio y en este papel escribe que marcha a por tu dote.
(haciéndose el ofendido) Te deseo lo mejor. Pues ya que te casas no vuelvas a nombrarme. Adiós
(se va)

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Marcela (sin entender nada): ¡Oye! No me puedo creer lo que me ha vuelto a hacer. Ingrato, que
en cuanto su grandeza te toca me olvidas. Cuando te quiere me dejas, cuando te deja me quieres.
¿Quién ha de tener paciencia?
Sale Marcela y entra Diana
Diana: ¡Ay, amor! ¿qué quieres de mí? Ya tenía olvidado a Teodoro y los celos… ¡ay, los celos! Yo
quiero bien a este hombre pero debo recordar que yo soy todo el mar y él no es más que humilde
barco. En gran peligro estamos mi honor y yo.
Entra Teodoro
Teodoro: Una hora he estado leyendo ese papel y me he dado cuenta de cuán necio he sido y de
que, con respeto, te quiero. Temblando estoy.
Diana: Lógico, Teodoro. Soy tu señora y te obliga estimarme ya que te favorezco más que a otros
criados.
Teodoro: No entiendo.
Diana: No hay más que entender. Siendo tú tan humilde debes sentirte muy dichoso con cualquier
favor que una dama tan principal te otorgue.
Teodoro: Perdóneme si le digo que tiene vuestra señoría intervalos y pausas en vuestro juicio. ¿Para
qué me da esperanzas y me pone enfermo si cuando me abraso se hiela y cuando me enfrío se
abrasa? Le viene bien el cuento del perro del hortelano. No quiere, por celos, que me case con
Marcela pero cuando ve que no la quiero vuelve a despreciarme. ¡Pues coma o deje comer! Que si
no, me vuelvo adonde me quieren. (le da una bofetada, se asombra ella misma de lo que acaba de
hacer. Teodoro sonríe) Si esto no es amor no sé qué lo es. Verdaderamente es del hortelano el perro:
ni come ni comer deja, ni está fuera ni está dentro.
Diana: ¿Te hice daño?
Teodoro (con ironía): Noooo. Pero no entiendo tus palabras. Si no te quiero te enfadas, pero te
enojas si te quiero. ¡Mátame o dame la vida. Pon fin a tantos extemos!
Diana: ¿Te he hecho sangre? Ahora le diré a Fabio que te dé 2000 escudos. (se va)
Teodoro: Pues así es el perro, que después de morder halaga.
FIN DEL SEGUNDO ACTO

TERCER ACTO
En escena están Federico y Ricardo. En el otro lado del escenario se encuentra Tristán
Ricardo: ¿De verdad que lo visteis?
Federico: Sí, señor. Dos bofetones como dos soles. Viniendo de tan alta dama, esto es prueba
inequívoca de amor.
Ricardo: Eso y que he visto a Teodoro luciendo caras ropas y oros. Sólo puede ser regalo de la
condesa.
Federico: No tenemos otro remedio. Teodoro ha de morir.

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Ricardo: Sin duda. (señalando con la cabeza hacia Tristán) Y seguro que aquí encontraremos a
alguien que lo haga sin problema por unas cuantas monedas. De aquel de ahí me han hablado que es
bravo cual jabato.
Federico (tocando en el hombro a Tristán): Ah, caballero. Aquí el marqués y yo mismo
querríamos hablarle.
Tristán: ¿Qué quieren vueseñorías?
Ricardo: El conde y yo nos preguntábamos si seríais suficiente hombre como para matar a otro
hombre.
Tristán (sorprendido, en un aparte): ¡Vive Dios! Que son los pretendientes de mi señora. Fingiré
que me interesa. (dirigiéndose a ellos) Que sepáis que en todo Nápoles no hay nadie que no tiemble
al oír mi nombre. Sólo necesito saber con quién debo acabar.
Federico: ¿Conocéis a Diana, la condesa de Belflor? Pues a su secretario será. Teodoro se llama.
(Tristán da un respingo) 300 escudos os daremos si acabáis con él esta noche.
Tristán: Eso será complicado, mis señores, puesto que sé que Teodoro ya no sale de noche.
Justamente estos días me ha contratado para servirle. Dejad que haga mi trabajo y dentro de unos
días le doy dos tajadas mientras duerme, y así nadie sospechará de mí.
Ricardo: Bien me parece. Tomad 50 escudos como adelanto.
Tristán: Poco es por ahora, pero acepto. Y ahora idos, que no quiero que sospechen.
Federico: Decís bien. ¡Adiós! (al marqués, muy contento) Creo que podemos darle por muerto. (se
van)
Tristán: A Teodoro corro a avisar. (entra Teodoro tristón) Pero si aquí llega. Señor, ¿adónde vais?
Teodoro: ¡Qué sé yo! Triste estoy. ¿Recuerdas lo mucho que de amor me hablaba Diana ayer?, pues
ni rastro de ello hoy.
Tristán: Vuelve a casa, que no deben vernos juntos. Alguien planea tu muerte.
Teodoro: ¿Mi muerte? Pero ¿por qué?
Tristán: Federico y Ricardo han visto que eras rival en su conquista a Diana y quieren acabar
contigo.
Teodoro: Déjalos a ver si alguno con la muerte me libera de esta muerte en vida.
Tristán: ¿Y si yo te dijera que puedo solucionarlo?
Teodoro: ¿En qué piensas?
Tristán: ¿Y si se apareciera un rico padre que dijera que eres igual a la condesa? Te cuento: El
conde Ludovico, caballero ya viejo, ha 20 años que envió a Malta a su hijo Teodoro, al cual le
cautivaron los moros y nunca más supo de él. Éste va a ser tu nuevo padre y tú su hijo.
Teodoro: Tristán, cuidado, que ese plan nos puede costar la honra y la vida a los dos.
Tristán: ¡Bah! Déjalo en mis manos y mañana a estas horas estarás casado con la condesa. (se va)
Teodoro: Yo creo que lo mejor sería poner tierra de por medio. (entra Diana)

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Diana: ¿Cómo estás, Teodoro? ¿Ya no andas triste?
Teodoro: Triste y alegre estaré siempre. Así que para alejar mi enfermedad he decidido separarme
de dónde la causa está.
Diana: ¿irte? ¿Por qué?
Teodoro: Quieren matarme. Por eso te pido permiso para huir a España.
Diana: Esa noticia me apena pero debo dejarte marchar. Vete (Teodoro se gira para marcharse)
Pero, ¿te vas?
Teodoro: Sí, señora.
Diana: Espera… Vete (se vuelve a girar para irse) Oye.
Teodoro: ¿Qué?
Diana: Nada.
Teodoro: Me voy
Diana: Vete (finalmente se va. Diana llora. Se apaga la luz)
Palacio de Ludovico. Está el conde sentado en su silla cuando entra Tristán disfrazado de
mercader haciendo una reverencia.
Ludovico: Hoy he vuelto a soñar con que recobraba a mi perdido hijo Teodoro. ¡Ay, cielos! ¿Por
qué me torturáis así?
Tristán: Que los cielos soberanos os den el consuelo que esperáis, conde Ludovico.
Ludovico: Bienvenido seais, mas ¿quién sois y qué causa os trae por estas tierras?
Tristán: Traeros información y una consulta. Debéis saber, señor, que mi padre era mercader de
esclavos en Grecia y hace ya tiempo compró a una galera turca un chaval bien parecido al llevó a
Armenia a vivir conmigo y con mi hermana.
Ludovico: ¡Ay! Se me altera el alma. ¿Cuál era su nombre?
Tristán (aparte): ¡Qué pronto ha picado! (al conde)Teodoro.
Ludovico: ¡Ay, cielos!
Tristán: Teodoro y mi hermana se enamoraron y, como suele pasar cuando el amor está en medio,
empezó a crecer la „suerte” en ella (hace gestos de embarazo) Teodoro huyó y mi hermana murió
de pena. Yo salí en su busca y alguien me dijo que se encontraba sirviendo en casa de la condesa de
Belflor. Allí fui.
Ludovico: ¿Lo viste?
Tristán: Lo vi. Le pedí explicaciones y él me pidió que callara, que no quería que nadie supiera que
era hijo vuestro y que había sido esclavo. Así que aquí vine a que su señoría me diga si esa historia
es cierta y si ese Teodoro es hijo vuestro.
Ludovico: ¡A mis brazos noble mercader! Al palacio del Belflor he de ir de inmediato. (se va)
Tristán: Se lo ha creído todo. A ver si ahora resulta que el cuento inventado es verdad y este
Teodoro es realmente el hijo del conde. (se va)

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Entran Marcela y Teodoro
Marcela: Teodoro, por tu amor hacia Diana ahora tienes que marcharte.
Teodoro: ¿Yo a Diana? Tú casas con Fabio.
Marcela: Tú me has obligado.
Entran Diana y Fabio
Diana (a Fabio): ¿Está todo preparado?
Fabio: Sí, señora.
Diana: Teodoro, te vas y yo te adoro.
Teodoro: Por tus crueldades me voy.
Diana: Pero tú ya sabes quién soy yo.
Teodoro: ¿Lloras?
Diana: No, se me ha metido algo en los ojos.
Teodoro: ¿Será el amor? Yo me voy, señora mía, pero vuestro soy.
Diana: ¿Lloras?
Teodoro: No, se me ha metido algo en los ojos.
Marcela: El perro del hortelano ha resultado Diana. Ahora le toma la mano pero ni come ni comer
ha dejado.
Entra el conde Ludovico. También Ricardo y Federico que se quedan un poco apartados
observando
Ludovico: ¿Da su señoría licencia para entrar en su palacio a un viejo que viene a visitaros?
Diana: Señor conde, ¿qué os trae por aquí?
Ludovico: Una noticia muy grande. He venido a ver a mi hijo.
Diana: ¿Su hijo? No entiendo.
Ludovico: Sabe, señora, que ha veinte años que una galera turca me cautivó a mi niño. Pues resulta
que después de tantos años he llegado a saber dónde se encuentra.
Diana: ¡Qué alegría me dais, señor conde!
Ludovico: No, vos me la daréis, señora, pues el hijo del que os hablo vive aquí sirviéndoos y sin
saber que soy su padre.
Diana: ¿Vuestro hijo aquí? ¿Es Fabio? (todos le miran y Fabio se sorprende)
Ludovico: No, señora, es Teodoro.
Diana: ¡Teodoro! (todos se sorprenden)
Teodoro: ¿Cómo?
Ludovico: Entonces ¿es este? (lo abraza) ¡Hijo de mis entrañas! No puedo estar en error. Tan
parecido eres a mí de joven.

14
Teodoro: Señor, no creo yo que sea…
Ludovico: No digas nada. ¡Dios te bendiga! Ven a mi casa y toma posesión de tu herencia.
Fabio: Señora, Teodoro es caballero de tan alto grado como vos.
Teodoro: No señor, yo estaba de partida a España.
Ludovico: A mis brazos vendréis, hijo.
Diana: Señor conde, yo os suplico que dejéis aquí a Teodoro esta noche para evitar más alboroto y
mañana yo os lo mandaré a casa.
Ludovico: Habláis bien. Hijo mío, esperaré la mañana. Adiós. (se va)
Fabio y Marcela abrazan a Teodoro
Diana: Apartaos, dadme lugar. Dadme señor Teodoro vuestras manos.
Teodoro: Yo a vuestros pies adoro, que ahora sois más señora mía.
Marcela: Ya mi señora no querrá ser más el perro del hortelano.
Fabio: Pues que reviente de comer. (se van)
Diana: ¿Ya no te vas a España?
Teodoro: Te veo con menos deseo ahora que somos iguales. Te gustaría que yo siguiera siendo
inferior porque el amor desea que el amado esté por debajo.
Diana: No digas eso. Esta noche nos casaremos. Hasta luego mi señor conde.
Teodoro: Adiós condesa. (se van los dos cada uno por un lado. Quedan solos Federico y Ricardo)
Ricardo: ¿Qué os parece todo esto?
Federico: Estoy que no me lo creo. ¡Si le hubiera matado ese pícaro! (se van)
Entran Teodoro y Tristán hablando
Tristán: ...Y debieras haberme visto hablar en griego, jajaja
Teodoro: ¡Ay, Tristán! Que si se sabe este engaño, lo menos que me harán será cortarme la cabeza.
Tristán: ¡Anda ya! Uy, la condesa. Yo me escondo, que no me vea.
Diana: ¿No has ido a ver a tu padre todavía?
Teodoro: Algo me detiene. Creo que debería proseguir mi viaje a España.
Diana: Pero, ¿qué dices, Teodoro? Cuenta
Teodoro: Tristán, viendo las penas que vuestra indecisión me causaba ha trazado este plan que me
ha convertido sin yo serlo en hijo del conde Ludovico. Por eso no puedo quedarme, porque no
quiero deshonrar tu casa ni a tu linaje.
Diana: ¡Qué honrado eres por contármelo! Y qué necio por creer que dejaría de ser tu mujer por
eso. (gritando) ¡Tristán! ¡Vuelve!
Tristán (asomándose la cabeza): ¿Que vuelva?

15
Diana: Escucha. Por amiga me tendréis si de esta farsa no decís ni media. (Tristán se cierra la
cremallera. Entra Ludovico y todos los demás personajes)
Ludovico: Una carroza te espera, hijo.
Diana: Antes de marcharos quiero que sepáis, señor, que soy su mujer.
Ludovico: ¡Qué alegría me dais, condesa! Pues tengo dos hijos entonces. (los abraza a los dos.
Teodoro se acerca al público)
Teodoro: Con esto, senado noble,
que a nadie digáis se os ruega
el secreto de Teodoro,
dando, con licencia vuestra,
del Perro del hortelano
fin la famosa comedia.
FIN

Adaptación de Noelia de la Torre Fadón

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