Está en la página 1de 176

Fawn

Saga SEAL 6

Thyra Sorley

Actúa como si lo que haces marca la diferencia. Lo


hace.
William James
© THYRA SORLEY
FAWN

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción
total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin
autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos
conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear


algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
EPÍLOGO
CAPÍTULO 1

Odio Afganistán. No es el país en sí, sino el conflicto que hay en él, que
parece no tener fin; es la base en la que nos ha tocado quedarnos esta vez en
medio de ninguna parte; es la falta de recursos médicos y el poco personal
disponible; es la inactividad durante días que se hacen eternos y aburridos;
es el ambiente cargado de tensión que nos rodea, seguros de que pronto
pasará algo, sin poder concretar qué o cuándo; es la sensación de que
estamos perdiendo el tiempo en un lugar donde no nos quieren.
—¿Cómo lo llevas? —Simmons se me acerca y se sienta a mi lado.
Estoy revisando el historial médico de un soldado con una fuerte
reacción alérgica al medicamento que le suministramos después de
asegurarnos que no tenía ninguna. Llegó muy desorientado tras caer desde
una azotea y tal vez no supo ni lo que le estaba preguntando. Tuve que
apurarme para contrarrestar los efectos al ver lo rápido que se estaba
hinchando y casi no lo cuenta. Sin duda, sintiéndolo por él, ha sido lo más
emocionante que me ha pasado esta semana.
—¿Vienes a por mí para salir fuera? —nota la esperanza en mi voz y
sonríe con pena.
—Ojalá —niega—, pero no hemos venido a patrullar con el resto.
—¿Y a qué, entonces? —me quejo, sabiendo que no es su culpa—. Aquí
lo único que se puede hacer es patrullar.
—Nos enviaron por lo del atentado —me recuerda, aunque puedo notar
que también se siente agobiado por permanecer inactivo tanto tiempo. Todo
el ejercicio que podamos llevar a cabo en la base es insuficiente para un
grupo acostumbrado a la acción. Es irritante ver los días pasar sin pena ni
gloria.
—Eso fue hace semanas —protesto—. Se supone que tenemos que evitar
que pase de nuevo, pero no nos permiten salir al exterior más de dos días a
la semana. ¿Cómo pretenden que hagamos nuestro trabajo si nos restringen
tanto los movimientos?
—Estoy contigo, Doc, pero ellos son los que mandan. Yo digo que
quedarnos en la base no sirve para evitar más atentados, pero es lo que
creen.
—Se pensarán que nuestra presencia ya acojona de por sí —Fisher entra
en la tienda a tiempo de escuchar lo que dice Simmons. Trae una manzana
consigo y le pega un bocado antes de seguir hablando—. Es cierto, por
supuesto, porque somos los mejores y nos temen hasta los lagartos de esta
mierda de lugar, pero mi cuerpo necesita marcha de la buena. No hay nada
como explotar unas cuantas cosas para sentirte mejor. Adrenalina pura, tíos.
—Y si no lo dices, revientas —uso un juego de palabras bastante cutre la
verdad, pero le saca una sonrisa igualmente.
—O reviento cosas o reviento personas —se sienta a mi otro lado y
cotillea el historial. Cuando me doy cuenta, lo cierro para que no pueda
verlo. Es información confidencial y por muy amigo que sea, hay ciertas
cosas que no puedo compartir con él—. Y si hago lo segundo, me abrirán
un expediente disciplinario, así que...
Deja la frase sin terminar, pero no hace falta que añada nada, ya que se
sobreentiende. A veces, también desearía empezar una pelea o una
competición, no tan sana, con alguien para tener un poco de acción real,
pero no es la mejor idea en esta base. Aquí se toman muy en serio esas
cosas y ya han castigado a más de uno por hacer algo semejante.
—Mejor estate quietecito, Fisher —lo sermonea Simmons—. No me
quiero quedar sin ningún miembro del equipo. Si nos necesitan para…
—Uy, sí, seguro —lo interrumpe—. Nos necesitarán para pasear a lo
largo de la valla para que los talibanes se acojonen al vernos. Ya, como si
eso los fuese a frenar si pretendiesen atentar contra los nuestros otra vez.
Menuda estupidez. Deberíamos estar fuera de la base haciendo nuestro
trabajo. Eso sí que los contendría y no la mierda que nos obligan a hacer.
—Tienes razón, pero necesitamos el permiso de los de arriba para
cambiar las cosas y parece que no están por la labor, así que nos toca
adaptarnos.
—Me cago en los de arriba —dice un poco alterado—. Y en el...
—Tranquilicémonos todos —Simmons le impide terminar para que no
tenga que lamentar más tarde lo que va a decir—. Ya llegará el momento de
actuar.
—Pues mientras no llega me voy al gimnasio con los otros. Tengo que
machacar mi energía hasta que no me queden ganas ni de moverme —
Fisher se levanta y tira el corazón de la manzana en el cubo de basura en un
lanzamiento perfecto— ¿Os venís?
—Tengo que terminar esto antes —anuncio con pesar porque me apetece
más acompañarlo, pero una reacción alérgica como la que ha sufrido este
hombre no puede dejarse de lado así como así. Es muy peligroso que le
pase de nuevo y no seré yo quien lo propicie.
—Voy en un momento, adelántate —se apunta Simmons. Cuando nos
quedamos solos habla de nuevo—. Si puedo ayudarte en algo no tienes más
que pedírmelo. Aquí el que más trabajo tiene eres tú y me preocupa que te
veas saturado entre unas cosas y otras. No soy médico, pero puedo echar
una mano en lo que me digas si eso te alivia el trabajo.
—No te preocupes, puedo solo —le agradezco el ofrecimiento—. Ya he
terminado mi turno y solo que necesito hacer esto antes. Es importante.
Luego me uno a vosotros si todavía seguís allí.
—Créeme —se levanta, apoyando una mano en mi hombro—, allí
seguiremos.
Sonrío por su rotundidad y lo observo mientras sale de la tienda,
deseando poder hacer lo mismo. Pero solo somos dos médicos en toda la
base y nos toca hacer turnos imposibles en el hospital de campaña para que
permanezca desatendido el menor tiempo posible durante el día. Por la
noche ya solo atendemos urgencias porque necesitamos dormir. Por suerte,
la mayoría de los casos son daños menores que se resuelven pronto. Aun
así, a veces, puede llegar a ser estresante, sobre todo cuando los soldados se
aburren y deciden ocupar su tiempo siendo muy tocapelotas con problemas
que podrían solucionar por su cuenta. Como si a mí me sobrasen horas del
día. Me gusta estar entretenido como al que más, pero no con gilipolleces.
En cuanto me quedo solo centro mi atención en el expediente, buscando
algo que explique la reacción del paciente, pero solo descubro que el
muchacho es muy torpe. Ha pasado más veces por el hospital él solo que
todo mi equipo junto y la mayoría de esas ocasiones ha sido por despistes
monumentales, como lo de caerse de la azotea esta mañana. ¿A quién se le
ocurre asomarse con el equipo a cuestas? Era evidente que perdería el
equilibrio en cuanto la mochila sobrepasase la barandilla.
—Toc, toc. ¿Se puede? —alguien asoma la cabeza por la abertura de la
tienda y espera a que le dé paso para entrar.
—¿Algún problema, Dickinson? —le pregunto, moviendo la cabeza para
que se acerque.
La Cabo nos ha estado ayudando en el hospital de vez en cuando
haciendo de enfermera porque cursó los dos primeros años de la carrera
antes de abandonarla y unirse al ejército. La verdad es que hemos
congeniado de inmediato. Es una mujer con un gran sentido del humor y
una energía inagotable que siempre anima a los soldados convalecientes con
su cháchara incesante. Debo admitir que también a mí me ha transmitido
ese positivismo que desprende y ha hecho que mis turnos fuesen más
llevaderos si coincidíamos. Tiene tendencia a ciertas conductas que por
veces me contrarían, pero en general me transmite buenas vibraciones y me
siento cómodo con ella.
—Me preguntaba si estarías libre —se sienta a mi lado.
—Tengo que terminar esto —le explico— y luego he quedado en el
gimnasio con los de mi unidad. Si te animas...
—Sí, por qué no —sonríe—. Es una buena forma de pasar el rato. Te
espero.
—No es necesario que lo hagas —niego—. Si quieres, vete ya. Puede
que tarde en acabar esto y seré una compañía bastante aburrida hasta
entonces.
—No me importa esperarte —me interrumpe—. Además, no tengo tanta
confianza como para mezclarme con ellos sin presentación previa.
—Como si eso te frenase —sonrío al recordar las veces que se ha
presentado ella sola a los soldados ingresados—. En el hospital lo haces
continuamente.
—Una cosa es hablar con soldados enfermos y otra con un equipo
entero, sano y tan unido como el tuyo.
—Oye, que no mordemos ni echamos a nadie fuera —protesto por sus
palabras. Espero que no nos vean así porque no es la imagen que queremos
proyectar.
—Estoy segura de que no, pero vuestra compenetración impone bastante
a todos aquí. Prefiero esperarte y que me los presentes primero.
—De acuerdo, entonces —desisto—. Solo dame un minuto.
Ya casi he terminado, aunque sigo sin encontrar nada que sirva para
esclarecer el asunto. Supongo que a partir de ahora deberá decir que es
alérgico para evitar que lo maten sin pretenderlo. Las alergias a
medicamentos no tienen por qué ser congénitas, pueden venir del uso
continuado de un fármaco o de uno de sus componentes durante años, o
simplemente que el cuerpo llegó a su cupo máximo de tolerancia y empieza
a rechazarlo sin más. Añado la información en su historial y lo introduzco
en la base de datos para que esté actualizado y nadie más se lo suministre
por accidente.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —Dickinson me observa
mientras lo archivo todo y apago el ordenador. Parece nerviosa y eso llama
mi atención.
—Claro.
—¿Tienes pareja? —su pregunta me sorprende y la miro en busca de una
explicación—. Yo tengo novio desde hace tres años, pero no le gusta
demasiado mi trabajo. Siempre discutimos por eso, sobre todo cuando tengo
que salir fuera del país. Te preguntaba, por si te pasaba lo mismo. Nunca
antes había salido con alguien que no estaba en el ejército, así que no sé si
es normal eso.
—No tengo novia —respondo después de pensar cuánto decirle de mi
vida o de la de mis amigos. No quiero meterlos en apuros al hablarle de sus
relaciones y que luego quiera preguntarles—. Y la verdad es que tampoco
conozco a nadie que haya comentado nada sobre tener problemas de ese
tipo, así que no sé si podré aconsejarte.
—Ya —hace una mueca con la boca y no insiste. Después se pone en pie
y me sonríe— ¿Vamos al gimnasio?
—Claro —asiento—. Necesito moverme un poco.
—Ya somos dos.
Se la presento a mis compañeros una vez llegamos al gimnasio, que no
es más que un montón de máquinas desperdigadas bajo una lona al aire
libre, y en seguida se integra entre ellos. Fisher me mira con picardía y se
acerca para decirme algo sobre ella, pero lo corto antes de que la idea
germine en su cabeza.
—Tiene novio.
—Mierda —chasquea los dedos y la observamos unos segundos más—.
Pues le habría dado el visto bueno.
—Tú se lo das a todas —rio.
—No a todas —me señala—. A esas cabronas que solo se acercan a ti
para desahogarse ni de coña les daría mi aprobación. Que le lloren a la
almohada como todo el mundo.
—¿Tú le lloras a la almohada? —intento burlarme de él.
—Os tengo a vosotros —me empuja con el hombro—. No necesito
almohadas consoladoras.
—Ya me parecía —rio de nuevo.
—Joder —dice después de ver a Dickinson reír con Loman—, mierda de
vida. Me gustaba para ti. ¿Seguro que tiene novio?
—Seguro —no le diré que parecen estar en crisis porque es capaz de
decirle algo. Y aunque me gusta el rollito que llevamos hasta ahora, no
quiero ser el causante de una ruptura.
—Remierda —dice.
—Vamos a quemar energía —le sugiero, repitiendo sus palabras de antes
—. No sé tú, pero yo lo necesito. He tenido un turno jodido y quiero
relajarme.
—Yo necesitaría volar algunas cosas para sentirme mejor, pero no me lo
permitirán, así que me conformaré con molestar un poco a mi cuñado. Mira
y aprende, hermano —se le acerca y lo reta a una competición de
abdominales.
Automáticamente, Loman lo convierte en una apuesta para que sea más
emocionante y me pongo del lado de Archer. Lo siento por Fisher, pero
cuando se trata de abdominales, no hay quien le gane a este hombre.
—Traidor —me dice Fisher después de perder—. La mitad de eso es
mío.
—Ya te gustaría —escondo mis ganancias cuando intenta robarlas.
—Al menos invítame a algo —se queja exageradamente—. Estoy
deshidratado. El cabrón tiene abdominales en las abdominales.
—¿Para qué compites con él si sabes que te gana siempre?
—La esperanza es lo último que se pierde —se encoje de hombros.
—Venga, al final del ejercicio te invito a una copa —le prometo. No será
alcohol por más que lo llame así, porque no está permitido en la base, pero
seguro que Fisher lo hace muy ameno.
—¿Puedo unirme a vosotros? —Dickinson se apunta y aunque no veo
por qué no admitirla en el grupo, la mirada de Fisher me preocupa.
—Ni se te ocurra decirle nada —lo amenazo.
—No sé de qué estás hablando —pero, por su sonrisa, diría todo lo
contrario.
—No quiero problemas, ¿vale? —le advierto—. Ayuda en el hospital y,
además, tiene novio.
—Está bien, hombre. Mis labios están sellados.
Y aunque no me lo acabo de creer, dejo de pensar en ello por un tiempo
porque me concentro en gastar energía en las máquinas. Si no tenemos
acción pronto, creo que me volveré loco.
CAPÍTULO 2

Miro a mi alrededor antes de salir de la tienda para comprobar que todo


esté despejado y, después, prácticamente corro hasta el hospital de
campaña. Si me viese ahora mismo Fisher se reiría a mi costa durante
meses, pero a estas alturas estoy tan cansado de soportar los eternos
monólogos de la cabo Dickinson, que me da igual si se burla de mí porque
me escondo de ella. Lo que sea con tal de no oír una sola queja más por su
parte. Si lo llego a saber, no le habría permitido venir después del
entrenamiento a tomar algo con nosotros hace una semana. Ahí empezó
todo. Se pensó que le había dado permiso para ser su paño de lágrimas y no
hay forma de deshacerme de ella ya.
—Buenos días, Harris.
—Buenos días, Fox —saludo al otro médico de la base. Como nos toca
cubrir todos los turnos diurnos, no coincidimos demasiado, pero me cae
bien. Es un hombre práctico y hace que el trabajo en el hospital sea más
llevadero— ¿Alguna novedad?
—Nada reseñable. Le he dado el alta a dos y solo queda uno. Creo que
esta tarde podrás dejarlo ir también en cuanto le quites los puntos. Si no hay
más novedades, podremos disponer de algo de tiempo para nosotros
también por el día.
—Eso sería estupendo —aunque fuese aburrido no tener nada que hacer,
estaría dispuesto a soportarlo sin protestar por tener un poco de paz mental.
Dickinson sabe que casi siempre estoy en el hospital y que aquí no podré
huir de ella, así que este es el peor lugar para estar estos días.
—Oye —lo detengo cuando ya se va—, ¿le has pedido a Dickinson que
venga hoy?
—Con un único enfermo en el hospital no merece la pena —niega.
Después duda por unos segundos antes de añadir algo más— ¿Os habéis
peleado por algo? He notado que las cosas entre vosotros no van como
siempre.
—Ha roto con su novio hace poco —decido ser sincero con él— y no
deja de acosarme para que la anime.
—¿Quiere algo contigo?
—Que la escuche despotricar sobre su ex —bufo.
—Joder —mueve la cabeza—, es una putada cuando hacen eso.
—¿Te ha pasado? —aunque es una putada que le suceda es bueno saber
que no soy el único.
—Estuve algunos meses con una chica que no había superado a su ex y
siempre me estaba hablando de él de manera despectiva, pero se veía a las
leguas que todavía sentía algo fuerte, así que al final tuve que romper con
ella. Aquello no nos llevaría a ninguna parte. Además, no podía estar seguro
de que no volviese a verse con él cuando yo estuviese fuera. A veces es
mejor cortar de raíz —no es la misma situación, pero supongo que menos es
nada.
—Yo me conformaré con esconderme de ella tanto como pueda —le
digo.
—Suerte con eso —desde luego para animar a la gente no sirve—,
porque parece de esas que no se rinden fácilmente.
—Puede ser.
Después de revisar los historiales de los que han sido dados de alta, me
acerco al único paciente que queda y hablamos durante un par de horas.
Creo que se aburre tanto como yo. O quizá más porque es de esos hombres
adictos a la adrenalina que necesitan su dosis diaria para sentirse vivos. El
ejército está lleno de esos.
—¿Harris? —la voz de Dickinson me tensa.
Ya casi ha terminado mi turno y estoy desinfectando las tijeras Littauer
para cortar los puntos del brazo del soldado y darle el alta por fin. Por un
momento, creí que me libraría de ella hoy, pero parece que me he
emocionado antes de tiempo. A pesar de todo, decido no responder. Quizá
se vaya sin comprobar si estoy aquí.
—Estás aquí —y quizá los burros vuelen.
—¿Qué pasa? —intento ser lo más cortante que pueda para ver si pilla la
indirecta.
—¿Sabes que hace dos días que no nos vemos? —acerca una silla para
sentarse a mi lado y ver cómo hago mi trabajo—. Estando en una base tan
pequeña eso es realmente sorprendente.
—Sí —murmuro—, muy sorprendente.
—¿Eso es para Dante?
—Sí, hoy le daré el alta —prefiero hablar de trabajo si así me libro de oír
sus quejas una vez más—. La herida ha cicatrizado bien, así que cuento con
que no se abra si decide volver a las andadas con sus desafíos.
Dante siempre está retando a sus compañeros y se ha reventado los
puntos en un par de ocasiones ya. Esta vez lo hemos dejado ingresado por
precaución.
—Es un cabeza hueca —asiente—. Lo único que le importa es ser el
mejor y que los demás lo sepan.
—De eso hay mucho en el ejército —conozco a unos cuantos.
—Estúpidos.
—Cada uno lidia con el estrés de este trabajo como puede y sabe —lo
justifico en cierta medida porque no todos lo gestionamos de la forma
correcta.
—Dante acabará matándose en una de las suyas —aventura—. Te lo
digo yo. La estupidez mata.
—No siempre.
—Si bueno, algunos son estúpidos de otra forma —mierda, acabo de
darle pie a hablar de su ex sin darme cuenta.
—Tengo que cortarle los puntos a Dante —intento frenarla antes de que
empiece—. Es mejor que...
—¿Sabías que el muy imbécil ya se buscó a otra antes de romper
conmigo? —sí, lo sabía. Me lo ha dicho varias veces ya—. Joder, he estado
echando cuentas y creo que estaba con ella antes de mi despliegue. Que hijo
de puta. Es tan...
—Tengo que trabajar, Dickinson. Ya hablaremos después.
—Te acompaño —se ofrece—. Así se te hará...
—No —la interrumpo. Y aunque no me gusta ser desagradable con la
gente he llegado a mi límite con ella y no puedo callarlo—. No quiero que
me acompañes, no quiero que me busques por todo el campamento, no
quiero que me hables más de tu ex. Estoy harto de esto, Dickinson. ¿No ves
que no me interesa escuchar tus lamentos? Te ha engañado y te ha dejado, y
eso es una gran putada y lo siento mucho por ti, pero a mí no me interesa
oírlo una y otra vez como si repetirlo fuese a cambiar algo. Supéralo y sigue
adelante como hace todo el mundo. Y déjame en paz en mí de una vez,
joder. No lo soporto más. No te soporto.
En cuanto termino de hablar me arrepiento de mi arrebato, pero ya es
tarde para retroceder. Puedo ver en sus ojos el dolor que mis palabras le han
causado porque parece que lo está sintiendo como una traición o algo por el
estilo, pero no podía aguantarlo más. No quiero ser el hombro sobre el que
lloren las mujeres. También tengo mi orgullo, joder, y no hacen más que
pisotearlo.
—Yo... —aunque sé que no querrá oírlo lo intento de todas formas —,
lo...
—No —ahora es ella la que me interrumpe a mí—. Me has dejado claro
lo que opinas. Creía que éramos amigos, pero veo que a ti te importo una
mierda. Bien, tranquilo, no pienso hablarte más, no te preocupes por eso.
Para mí, ya no existes.
Se va de la sala con paso ofendido y yo dejo caer las tijeras en la bandeja
de mala manera mientras mis pulmones vacían el aire que tienen en una
nueva maldición. No sé si me siento como un cabrón por haberle dicho eso
o por sentirme aliviado de que ya no vaya a molestarme más. Era la verdad,
por supuesto, pero ha sido duro para ella escucharlo porque he sido
demasiado brusco al decírselo. Supongo que solo estaba buscando un amigo
con el que desahogarse y me he portado como un auténtico capullo.
—No —me digo—. No vayas a sentirte mal ahora por esto. Olvídalo y
sigue con tu vida, joder. No seas gilipollas.
Recupero el instrumental y me dirijo a la camilla de Dante. Por la forma
en que evita mi mirada, está claro que me ha oído discutir con Dickinson. O
más bien gritarle porque no creo que pudiese oír nada más desde donde
está. Solo espero que no vaya a andar de chismoso por ahí después.
—¿Un mal día, eh? —me dice después de cortarle el cuarto punto.
—Una mierda de despliegue —digo sin más porque lo es.
—Te entiendo.
Lo observo por un momento preguntándome si lo dice por lo de su brazo
o por algo más profundo. Normalmente los que buscan una inyección de
adrenalina, incluso llegando a poner en riesgo sus vidas, tratan de sepultar
bajo ella un dolor más agudo o un trauma sin superar. Al menos es lo que
sucede con la mayoría de los que yo he conocido en el ejército que se
comportan de ese modo. Sin embargo, cuando evita mi mirada de nuevo, sé
que no le sacaré nada y desisto. Por hoy he tenido drama suficiente.
En cuanto archivo su historial, cierro el hospital y cuelgo el cartel donde
hemos indicado la tienda en la que está Fox y la mía por si se presenta
alguna urgencia. No puedo creer que el hospital esté vacío por primera vez
desde que llegamos a este lugar. Nunca ha estado colapsado, pero
únicamente para dos personas el trabajo ha sido agotador. Nosotros también
necesitamos descansar y a veces ni siquiera fue posible dormir más de dos
horas seguidas. Pero ahora estoy libre de obligaciones y casi me da miedo
que todo sea una maldita broma y al doblar la esquina me encuentre con
más enfermos. Pero por suerte para mí, lo único que veo es a mi equipo
reunido frente a la tienda donde dormimos.
—¿Qué me he perdido? —les pregunto en cuanto les doy alcance.
—Creo que alguien se ha mosqueado contigo —Fisher ríe mirando hacia
el suelo.
Me cuelo entre ellos y descubro una de mis chaquetas, la que le dejé a
Dickinson hace una semana al salir del bar porque era de noche y ella tenía
frío. Y está absolutamente destrozada, como si alguien hubiese estado
practicando con sus cuchillos sobre ella. No sirve ni para hacer trapos.
—Joder —me paso la mano por el cabello y recojo los trozos para
tirarlos a la basura—. Lo que me faltaba.
—¿Qué ha pasado? —Fisher me sigue para cotillear sobre esto.
—Nada que te incumba —le digo.
—Oh, vamos, Doc. Tiene que ser algo jugoso para que ella se haya
puesto así. ¿Has intentado callarla con un beso y se ha ofendido porque
todavía ama a su ex? ¿O al fin ha intentado besarte ella y le has confesado
que eres gay? Puede que...
—Le he dicho que me deje en paz, ¿vale? —le suelto de golpe—. La he
mandado a la mierda porque estaba harto de oír sus quejas. No he tenido
tacto ninguno y ya me siento lo suficientemente mal por ello como para que
vengas tú a joder ahora, Fisher.
—Lo siento, tío —se ha puesto tan serio que me entra la risa tonta y
acaba riendo conmigo— ¿De qué nos reímos exactamente?
—Estaba pensando que —todavía me cuesta controlar la risa— es muy
probable que ella pensase que soy gay y que si la hubiese besado, se habría
quedado callada.
—A mí me ha gustado más tu forma de solucionarlo —ríe él ahora.
—No seas capullo, Fisher. La pobre lo está pasando mal.
—¿En serio lo dices? —alza una ceja.
—¿Acaso no?
—Ven —me indica con una mano que lo siga después de mirar su reloj
—, quiero enseñarte algo.
Caminamos entre las tiendas y llegamos a uno de los almacenes del
fondo. Me indica que vaya con cuidado e imito sus pasos. De repente nos
detiene y se vuelve hacia mí para hablar.
—Suelen ser bastante puntuales —susurra—. No pensaba decírtelo
porque creía que te sentirías peor, pero creo que ella no merece que le
tengas lástima.
—¿De qué estás hablando?
—Mira —señala detrás del almacén—. Allí.
Me asomo con cuidado para no ser descubierto, pero lo que veo casi me
hace salir de mi escondite para pedir explicaciones. Por suerte recapacito
antes de hacerlo porque, en realidad, no tengo nada que reclamarle. Una vez
más, soy el gilipollas que escucha las penas mientras otro se lleva la gloria.
Y encima, me siento como la mierda porque realmente confiaba en ambos.
—Vámonos —le digo a Fisher. No necesito ver nada más.
—Deberías hacerles saber que te has enterado de lo suyo.
—¿Por qué? —me encojo de hombros—. Yo no tenía nada con ella.
—Pero se supone que Fox es tu colega, joder —insiste—. Se merece un
susto, al menos.
—Por mí puede follársela tantas veces como quiera —niego—. Me he
librado de ella que era lo que quería. El resto me da igual.
—De acuerdo, entonces —dice, pero golpea varias veces el lateral de
latón del almacén haciendo un ruido tremendo que asusta a la pareja—.
Vámonos.
—Gracias —le digo una vez en la tienda—. Por decírmelo. Ahora ya no
me siento tan gilipollas.
—¿No estás cabreado por no habértelo dicho antes? —tantea.
—Para nada —niego—. Está bien así.
—Pues yo me siento un mierda por habértelo ocultado, pero no sabía
cómo decírtelo. Creo que ella te gustaba.
—Bueno, en realidad dejó de gustarme desde el mismo momento en que
me empezó a hablar de su ex —las mujeres que me usan de paño de
lágrimas pierden todo su atractivo para mí—. Así que no te sientas mal.
—Si lo sé, te lo cuento antes.
—Está bien así —repito.
Pero saber que ella tiene quien la consuele por mi rudeza no me hace
sentir mejor. No porque todavía me duela la forma en que la traté, sino
porque al parecer nunca seré el que se lleva a la chica. Siempre seré el
pringado que las escucha hasta que ellas encuentran a otro. Puta vida.
CAPÍTULO 3

Me miro bien en el espejo, no solo para repasar mi rostro por si quedase


rastro de barba, sino porque busco en mis ojos algo de chispa. Ha pasado
otra semana ya en la que no todo ha seguido igual de aburrido que siempre.
Hemos salido una única vez en diez días y ahora que el hospital está vacío,
las horas se hacen eternas en la base. El gimnasio y el entrenamiento con el
equipo no son suficientes para evitar sentir que estamos perdiendo el tiempo
aquí.
—Necesito hacer algo emocionante —le digo a mi reflejo.
Pero hoy no tengo nada interesante que hacer salvo ir al hospital a
desinfectar el material con Fox. Se oyen rumores de ciertos altercados en la
ciudad y hemos decidido estar preparados por si tenemos que atender
alguna emergencia. No es que esta sea la base mejor preparada para cuidar
de los heridos, pero creo que no hay ninguna más en los alrededores, porque
ni siquiera nos han enviado a una de las ciudades más importantes, sino a
un pueblucho cerca de las montañas. Pusieron la excusa de que los talibanes
se esconden cerca, pero yo creo que esto es un castigo por lo que pasó entre
DK y aquel agente de la CIA. Ese cabrón se presentó en la base unos días
antes de nuestra nueva asignación y estuvo husmeando por allí, fingiendo
que buscaba atar algunos cabos sueltos del caso de Raines, a pesar de que
estaba cerrado. Su intención era averiguar hasta qué punto estuvo
involucrado DK y por qué se saltó las normas para actuar por su cuenta. DK
perdió los estribos durante el interrogatorio y lo golpeó. No es propio de él,
pero puedo entenderlo. Sam es la mujer de su vida ahora y no dejará que
nadie le haga daño, mucho menos ese tal Fuller que ya lo había provocado
cuando colaboró con la CIA.
Cuando llego al hospital Fox ya está allí y me saluda con un ligero
movimiento de cabeza. Me reúno con él después de desinfectar las manos y
le ayudo con lo que está haciendo ahora. Creo que empiezo a odiar este
lugar.
—¿Alguna novedad con Dickinson? —su pregunta me trastoca por lo
inesperado de la misma. No pensé que me hablaría de ella, siendo que se
acuestan juntos. ¿Qué pretende?
—¿Perdona?
—Digo si te ha vuelto a hablar —se explica mejor.
—Bueno, sigue cabreada por lo que le dije. Dudo que me vuelva a hablar
—me encojo de hombros. Quizá intenta averiguar si seré un rival para él,
así que le dejo claro que no—. Tampoco pienso hacer nada para
solucionarlo. No éramos tan amigos y tampoco me interesa serlo ahora.
—¿No crees que pueda ser que ella quería algo contigo, pero no sabía
cómo decírtelo? Las tías suelen ser bastante complicadas.
—¿Hablas en serio? —mi pregunta no va por lo que ha dicho en sí, sino
porque me parece increíble que esté intentando hacerme ver algo que no
existe y nada menos que con la mujer con la que se está acostando. ¿Para
qué? ¿Con qué fin? ¿Pretende cubrirse las espaldas por si alguien los
descubre? No lo entiendo.
—Bueno, Dickinson ha roto con su novio. Quizá busque diversión en
otra parte para resarcirse —creo que mi mirada no es la más animosa
porque al final se retracta—. Solo es una idea, hombre. Tampoco me mires
así.
—¿Como la que ha encontrado contigo? —ya no puedo callarlo.
—¿De qué estás hablando?
—De que te la estás tirando, pero pretendes hacerme creer que le
intereso yo —mi respuesta lo deja helado. Esa no se la esperaba— ¿Tienes
miedo de que se enteren de lo vuestro y os delaten?
—Eso no... oye... —mira hacia los dados antes de continuar—. No es lo
que crees. Yo solo...
—No me interesa —lo interrumpo—. Por mí podéis seguir haciendo lo
que os plazca porque no es asunto mío. Hace tiempo que lo sé y no he dicho
nada, así que relájate.
—Solo es sexo y la adrenalina que produce el hacerlo sin que nos pillen
—me mosquea que lo diga de esa forma porque es como si estuviese
menospreciando a Dickinson—. Ya me entiendes. Hay que buscar un poco
de emoción donde sea.
—Joder —lo miro con asco—. Me tenías engañado, Fox. Si Dickinson
se ha dignado a fijarse en un mierda como tú, al menos deberías respetarla.
Me siento decepcionado ahora mismo porque pensé que Fox era de otra
forma. Nunca lo imaginé como un capullo integral. Dejo lo que estoy
haciendo y me cambio de mesa para no tener que seguir a su lado. No me
interesa seguir hablando con él porque podríamos acabar a golpes. No me
gustan los hombres que usan a las mujeres para su propia diversión sin
pensar en lo que ellas puedan sentir al respecto. Por suerte, capta el mensaje
y no nos decimos nada más en toda la mañana. Y cuando terminamos el
trabajo, cada uno se va por su lado sin despedirse del otro.
Busco a Dickinson porque aunque no sea asunto mío lo que está pasando
entre ellos, creo que mi deber es hacerle ver con qué clase de mierda se está
involucrando. Si al final decide seguir con él, entonces ya no será solo cosa
de uno.
—¿Ahora quieres hablar conmigo? —me dice, cortante, cuando la llamo
— ¿No estabas harto de mí?
—Siento haber sido tan brusco contigo aquel día —me disculpo en
primer lugar. La conciencia me sigue pesando por la forma en la que le dije
las cosas.
—¿Qué quieres? —no parece dispuesta a perdonarme, pero no es lo que
he venido a buscar así que no me preocupa.
—No es asunto mío y no me habría metido —empiezo—, pero creo que
debes saber la clase de personas que tienes alrededor.
—No me interesa nada de lo que...
—Fox no te conviene —digo de golpe—. Tiene la lengua muy larga y el
cerebro entre las piernas. Esa es una mala combinación para alguien a quien
pareces estar viendo con frecuencia, Dickinson. Ten cuidado con él.
—¿Qué? —me mira, confusa por un momento.
—No diré nada más porque no es asunto mío lo que hagáis.
—Desde luego que no es asunto tuyo —me increpa—. Mi vida no te
incumbe.
—Eso mismo acabo de decir —le recuerdo—. Pero creí que debía
advertirte sobre Fox. No me ha gustado la forma en que me ha hablado de ti
hace un rato en el hospital. Podrías...
—¿Por qué? —da un paso hacia mí y no me deja terminar— ¿Es que
tienes envidia de él? ¿O te gustaría ocupar su lugar? Lo cierto es que no
pensé en ti porque creí que no te interesaría, pero si...
—Joder, Dickinson, acabo de decirle a Fox que te respete —ahora soy
yo el que no quiero oír el final de su frase—. No te rebajes a ti misma.
—¿Qué? ¿Acaso es malo decir lo que pienso? —se acerca más y yo
retrocedo— ¿O ir a por lo que quiero?
—Fox y yo trabajamos juntos —le recuerdo—. No busco problemas con
él.
—No tiene por qué enterarse.
—¿Y cómo te dejaría eso a ti? No te menosprecies porque alguien te
haya roto el corazón —insisto—. Nadie merece que le des tanta
importancia.
—Esto no tiene nada que ver con mi ex —me rodea los hombros con los
brazos e intenta besarme, pero la detengo.
—No te hagas esto.
—¿No te gusto? —cambia de estrategia.
—Aunque lo hicieses —no quiero responder porque complicará las
cosas al no escuchar lo que espera—, tú ya has hecho tu elección. Llámame
orgulloso, pero no soy segundo plato de nadie.
—Entonces te gusto —esta vez consigue darme un beso y una de sus
manos va directa a mi entrepierna para provocarme.
—Dickinson —me separo de ella más rápido que la primera vez y la
miro como si no la conociese. Jamás pensé que sería así—, no he venido
por eso.
—Entonces, ¿por qué? —se aleja cabreada por mi rechazo cuando sabe
cómo ha reaccionado mi cuerpo ante su contacto. Pero aún conservo la
cordura y un sentido moral que me insta a largarme.
—Porque mereces algo mejor que un capullo como Fox —le digo.
—Tú lo eres —me grita, cuando ya estoy alejándome.
No respondo a eso porque no es cierto; porque por un segundo, al
tocarme, he querido seguir adelante hasta el final sin importar que no fuese
lo correcto. Probablemente, si me hubiese elegido en primer lugar, las cosas
habrían sido muy diferentes, pero no puedo dejar de pensar que no le
intereso porque le guste, sino porque ella cree que me gusta. Después de
escucharla hablar de su ex incansablemente y de cómo la engañaba con otra
incluso cuando no estaba en despliegue, sé que su autoestima está por los
suelos y solo busca sentirse deseada. Fox es un capullo que no tiene
escrúpulos a la hora de aprovecharse de su dolor, pero yo no lo haré.
Aunque casi haya sucumbido, ella merece alguien que la respete.
—Tienes mala cara, Doc —Loman está limpiando su fusil, sentado en su
litera, y me mira con curiosidad.
—Digamos que hoy no está siendo mi día —me siento frente a él.
Todavía no sé si quiero hablar de ello, pero tampoco me apetece estar solo
ahora mismo.
—No está siendo mi día tampoco —dice. Luego sonríe—. Pero eso es
desde que hemos llegado. Este lugar es una mierda.
—Lo es —asiento, sonriendo también.
—¿Te preocupa algo? —me pregunta tras una pausa en la que solo miro
cómo hace su trabajo.
—Puede —me encojo de hombros—, pero no es asunto mío.
—Uh, alguien se está metiendo en líos y no se deja ayudar —no me está
preguntando nada, así que no me siento en la obligación de responder.
Loman, en cambio, sigue hablando—. Es una mierda cuando pasa eso. Y lo
más jodido es que si haces o dices algo, al final tú eres el malo. Tío, sea lo
que sea, no te metas.
—Me temo que ya lo he hecho —tuerzo el gesto.
—Problemas —ríe.
—Solo le he hecho una advertencia a alguien porque creo que es lo justo
—niego—. Pero ya no es cosa mía lo que haga con ella, así que no haré
nada más.
—Seguro que te la metería por el culo si pudiese —ríe más alto, lo que
hace que acabe imitándolo.
—Es posible.
—Mira —ahora se pone serio—, tú has hecho lo que creías correcto al
advertirle. Ahora, lo que le pase será solo problema suyo. No te sientas mal
por haberle avisado o por no hacer más a partir de ahora. Quien no pide
ayuda, no la valorará tampoco. No merece la pena preocuparse por quien no
se preocupa de sí mismo. Solo acabarás quemado.
—Tienes razón —asiento después de analizar sus palabras. Yo he hecho
lo que mi conciencia me dictaba, lo que pase a partir de ahora ya no es
asunto mío. Y viendo cómo están las cosas, mejor que me mantenga al
margen.
—Yo siempre tengo razón —dice.
—Esa frase es mía, Loman —Fisher entra en la tienda a tiempo de
escucharlo—. Tendrás que pagarme derechos si quieres usarla.
—No te pienso pagar una mierda, Fisher. A ver, enséñame esos derechos
—lo llama con una mano—. Venga, estoy esperando.
—¿Crees que los voy a traer a esta mierda de sitio? —me empuja para
que me aparte un poco y se sienta a mi lado—. Y tú, Doc, estás en mi litera.
—¿También tienes los derechos? —rio.
—¿De esta mierda? Ni de coña pago por ella.
—Últimamente dices mucho esa palabra, Fisher —Harper acaba de
entrar, seguida de Cornell y de Archer.
—¿Qué palabra?
—Mierda.
—Es que esto es una puta mierda —sentencia.
—Ya solo nos queda mes y medio —dice Archer.
—Eso —Fisher lo mira con cara de mala leche—, tú recuérdame que
todavía tenemos que quedarnos aquí más tiempo.
—Solo intentaba animarte.
—Animarme sería decir "Fisher, robemos un halo y huyamos lejos de
este lugar". Eso sería animarme, cuñado.
—Ni siquiera hay halos aquí —protesta Archer.
—Eso no detendría a un buen cuñado.
—Si tantas ganas tienes de largarte, igual puedo enviarte lejos con mis
puños.
—Ni que fuésemos dibujos animados, hombre.
—Pues no me importaría intentarlo hasta que lo consiga —sonríe y los
demás lo imitamos. Creo que me gustan más sus disputas, que las que
Fisher mantenía con Simmons antes de que Archer entrase en el equipo. Es
como una competición de egos parejos y nunca sé cuál de los dos ganará.
—Yo podría ayudarte —se ofrece Harper.
—Eso, machaquemos todos al pobre Fisher. Crueles —finge que le duele
lo que dicen—. Que sois unos crueles.
—Muchachos —Simmons entra en la tienda, alterado—, venid. Ha
aterrizado un halo hace unos segundos y trae a algunos heridos. Ayudemos
a trasladarlos al hospital.
—Ahí tienes tu halo, Fisher —dice Loman, poniéndose en pie para
seguir al jefe a pesar de de la broma—. Puto afortunado.
—Tengo que enterarme de quién es el piloto —Fisher sale delante, pero
al llegar al aparato, también es quien antes ayuda a uno de los heridos.
Bromas sí, pero cuando el deber llama, el SEAL que lleva dentro actúa.
Mientras estoy revisando a los más graves, aparece Fox. Noto su
reticencia al hablarme, pero este no es el momento ni el lugar para rencillas
personales, así que le voy informando de lo que sé hasta el momento de
manera profesional. Ahora mismo somos médicos.
—No son muchos —le digo—, pero estos dos están bastante mal. Es
mejor estabilizarlos antes de llevarlos al hospital.
—Carpenter, Edwards —imparte las órdenes—, id a por camillas. Y
buscad a otros dos para ayudaros a cargarlas después.
—Nosotros nos encargamos —se ofrece Harper automáticamente,
secundada por Cornell—. Vamos, muchachos.
Sin pretenderlo, se ha hecho con el mando. No le gusta que se lo diga,
pero Harper es una líder. Se le da bien seguir a quien es merecedor de su
confianza, pero también es buena dirigiendo. Si quisiese, podría acabar
comandando su propio equipo SEAL. O si le dejasen, porque por desgracia,
aunque haya demostrado con creces que es tan SEAL como cualquiera, hay
muchos que solo ven a una mujer todavía. Como diría Fisher, es una
mierda.
—Aquí está el último —alguien habla a mis espaldas y me giro para ver
a quién trae. Sin embargo, no escucho nada de lo que dice después, porque
mis ojos no pueden dejar de mirar hacia ella. Creo que es la mujer más
guapa que he visto en mi vida.
CAPÍTULO 4

—Te ayudaré —me acerco a ella para cargar con parte del peso, pues el
hombre parece inconsciente. Cuando lo sostengo por el otro lado no puedo
evitar sentirme torpe por estar tan cerca de ella y por un segundo parece que
lo dejaré caer. Me maldigo en bajo y lo sujeto mejor.
—Gracias —me dice cuando le quito parte del peso. Se ve agotada, pero
me regala una sonrisa que casi me hace babear. Dios, ¿qué me está
pasando? He visto a cientos de mujeres guapas, pero no había reaccionado
así ante ninguna en mi vida.
—¿Qué...? ¿Qué ha pasado? —intento desviar mi atención hacia los
pacientes y me falla la voz. Aunque trato de disimularlo, no puedo dejar de
mirar hacia ella una y otra vez.
—Los acorralaron en uno de los cruces del pueblo —me explica—. No
tenían ninguna posibilidad. Quien lo ha hecho, conoce bien la zona.
—Joder —frunzo el ceño. Ahí fuera deberíamos estar nosotros para
impedir que estas cosas pasen. Se supone que nos han enviado para eso
precisamente, pero los jefes se escudan en la falta de personal en la base
para no dejarnos patrullar con el resto. Aquí no hacemos nada, salvo perder
el tiempo.
—No te tortures tanto —me dice, sorprendiéndome de que pueda saber
lo que estoy pensando—. Los jefes suelen ser unos capullos que se creen
que lo saben todo de la guerra, sentados en sus blandos sillones de
despacho. Si por mí fuera, se harían las cosas de manera muy diferente,
pero me toca callar y obedecer.
—Eso pienso yo —asiento, conforme. Estoy harto de que ciertos señores
que seguramente no han pisado en su vida una tierra en conflicto, nos digan
cómo hacer las cosas. La guerra en Pakistán ya está durando demasiados
años y deberíamos hacer algo más que exhibirnos por la base para,
supuestamente, terminar con todas estas muertes. Si nos envían a aquí, que
sea para algo más que para esperar a que nuestros compañeros sean
atacados a traición. Una vez hecho el mal, poco podemos reparar.
Tumbamos al hombre en una de las camillas y compruebo sus constantes
vitales. La mujer, lejos de irse, me observa mientras trabajo. Y no es que me
moleste tenerla cerca, pero me pone un poco nervioso su cercanía, así que
cuando tropiezo por segunda vez, decido sugerirle indirectamente que se
vaya.
—Estarás agotada —digo—. Y tendrás hambre también. En la tienda
grande en el centro del campamento tienes el comedor. Estarán preparando
ya la comida, así que no creo que tengan problema en darte algo para...
—Estoy bien —se niega a irse—. Prefiero quedarme aquí por ahora.
—Como quieras.
Por suerte, se dirige a las otras camas ocupadas por los hombres que ha
traído para comprobar cómo están y puedo relajarme y hacer mi trabajo sin
que la vida de este pobre soldado peligre. No está tan grave como parecía
cuando lo arrastramos hasta aquí, pero con la torpeza que gasto cuando ella
está cerca, bien podría matarlo sin pretenderlo.
—Algunos de nuestros compañeros se han quedado atrás —dice el
soldado de repente.
—¿Había más? ¿Estás seguro de eso? —de ser así, debemos hacer algo.
—Sí, señor —asiente con dificultad y se moja los labios antes de
continuar—. Nos dividieron durante la refriega para debilitarnos.
—Tendremos que salir a por ellos —murmuro.
—Puede que yo sepa dónde están los demás —es ella de nuevo y mi
corazón da un salto en mi pecho. Esto no puede seguir así. Parezco un
colegial que ha conocido a su primer amor platónico —. Iré a buscarlos en
cuanto me asegure de que todos están bien por aquí.
—Estarán perfectamente bien —por un momento me ofende que insinúe
que no sabremos cuidarlos—. El personal es escaso pero eficiente.
—No lo decía por eso —ríe haciéndome sentir ridículo—. Me refería a
saber que están fuera de peligro porque si alguno empeorase, tendría que
llevarlo a otra base con más equipamiento médico. Esta ha sido mi primera
opción porque estabais más cerca, pero entiendo que no podréis hacer gran
cosa con aquellos casos más delicados porque os falta instrumental. Es una
mierda, la verdad, pero ya sabemos cómo funcionan las cosas en sitios
como este.
—Holt es la piloto del halo que nos sacó de ese infierno —me dice el
soldado como si no pudiese llegar a tal conclusión después de lo que ha
dicho. Prefiero no decirle nada, no sea que quede en evidencia de nuevo
ante ella. Parece que tengo tendencia a eso en su presencia.
—¿Son tu equipo? —le pregunto cuándo nos alejamos del hombre. Mi
intención es comprobar el estado del resto y parece que Holt está dispuesta
a seguirme allá a donde vaya.
—Mi equipo se quedó en tierra —niega—. El halo tiene capacidad para
una docena de hombres, pero con los heridos tirados en el suelo no
cabíamos todos, así que estarán buscando al resto para reagruparse y
esperar mi regreso.
—¿Cuántos quedan fuera? —por suerte para mí, el SEAL que llevo
dentro ha tomado el control y mi voz es firme y segura— ¿Podrás traerlos
en un único viaje?
—No lo sé —frunce el ceño e incluso así se ve guapa—. No creo que
haya más de cuatro o cinco hombres fuera. Si sumo los cinco de mi grupo,
seremos once. Los justos para un viaje. Pero todo va a depender de si los
encuentra antes el enemigo o mi equipo.
—O que todos estén en pie cuando des con ellos porque si tienen que
estar tumbados, eso mermará la capacidad del halo —la idea de acabar en
manos de los talibanes no es agradable. Sabemos de lo que son capaces,
pues muchos de los nuestros han caído por su culpa. Por desgracia, no todos
tuvieron la muerte rápida que habrían pedido—. Irás sola, entonces. ¿Ya
tenéis un punto de encuentro?
—Me gustaría poder decir que iré sola para tener espacio para los
heridos, por si son más de los que calculo, pero no puedo llegar al pueblo y
aterrizar sin más. Y aunque mi intención es dejar el halo a las afueras
mientras intento encontrar a los míos, tener que dejarlo solo me preocupa.
Si lo encuentran, no tendremos forma de volver —me explica—. Lo ideal
sería contactarlos desde el propio halo y que se reúnan conmigo en las
afueras para que no tenga que alejarme, pero varias balas perdidas me
alcanzaron en la otra extracción y las comunicaciones se han jodido. Tendré
que ir al pueblo, quiera o no.
—Seguramente el comandante pueda ayudarte si se lo consultas —me
gustaría poder ayudarle, pero no sé si habrá algo que pueda hacer—. Dudo
que haya repuestos para el halo, pero podría darte una radio individual. El
radio de alcance es mucho menor, pero menos es nada.
—Sí —asiente—, hablaré con él. Muchas gracias...
—Harris —me apresuro a darle mi nombre—. Owen Harris. Pero me
llaman Doc.
—Gracias, Doc —sonríe y le devuelvo el gesto automáticamente.
—Harris —Dickinson nos interrumpe y aprieto los labios para no decir
algo que me deje quedar como un capullo delante de Holt—, ¿podemos
hablar un momento? A solas.
—Estoy ocupado ahora, Dickinson —la miro mientras lo digo, para ver
si capta mi mensaje silencioso— ¿No puede esperar?
—No —parece que no lo capta—, no puede. Es importante.
—Yo —la piloto señala a sus espaldas y retrocede varios pasos— iré a
hablar con vuestro comandante. Ya nos veremos por aquí, Doc. Me pasaré
antes de irme.
—Sí, claro... como no —titubeo de nuevo porque no quiero que se vaya,
pero tampoco tengo motivos para retenerla más tiempo aquí—. Ya nos
veremos, Holt. Después... cuando... Sí, bueno, eso. Hasta luego.
Me regala una última sonrisa, mira hacia Dickinson con disimulo y se da
la vuelta para dejarnos solos. Aunque no ha dicho nada, está claro que cree
que entre Dickinson y yo hay algo y por eso se ha ido, lo que hace que
ahora mismo esté muy cabreado.
—¿Se puede saber qué tienes con esa? —la pregunta de Dickinson,
hecha con tanta rabia, borra de mi boca cualquier reproche que estuviese a
punto de lanzarle.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—He visto vuestras sonrisitas y miraditas desde el otro extremo de la
sala —me reprocha—. Cualquiera que os viese, pensaría que te la follas.
Acaba de llegar y tú ya la estás buscando.
—En primer lugar, no busco nada —no diré que no me importaría, pero
no pienso hacer nada al respecto. Con mi suerte, acabaré escuchando sus
penas y no quiero eso—. Y en segundo lugar, si lo hiciese, no sería de tu
incumbencia. ¿Qué es lo que querías?
—Alejarte de ella —mi boca se abre casi tanto como mis ojos—. No te
conviene.
—Que no me... —ni siquiera soy capaz de terminar las frases de lo
sorprendido que estoy con su actitud—. Pero tú te... ¿tú te oyes? ¿De qué
vas? ¿Quién te ha dado potestad para decidir por mí?
—Vamos, Harris —se me acerca para usar un tono confidencial—. Sé
que hemos discutido últimamente, pero te gusto y tú me...
—No vayas por ahí, Dickinson —la detengo—. Creo que te dejé bien
claro que no me interesa.
—He dejado de verme con Fox por ti —insiste—. Es lo que querías.
—Quería que te valorases —recalco—. Nadie merece que lo traten como
mierda y Fox lo hacía contigo. Te di un consejo de amigo, pero nada más.
No había ninguna intención oculta. No veas nada donde no lo hay.
—Pero...
—No —prefiero zanjar el asunto de una vez por todas porque me
preocupa que vaya a más y me meta en algún lío—. Podemos ser amigos si
tú quieres, pero no habrá nada más entre nosotros.
—Ya veo —su enfado crece al sentirse rechazada—. Ya ha llegado la
novedad y solo tienes ojos para ella. Pues que sepas que esa se largará
pronto y te quedarás otra vez solo. Pero para entonces no me busques,
Harris, porque ya no me interesará.
—No pensaba buscarte —digo en bajo, viéndola alejarse a grandes
zancadas—. Dios, esta tía está totalmente desquiciada.
Me siento estúpido por no haber notado nada cuando la conocí. Parecía
tan simpática y carismática, hablando con todo el mundo y ayudando en el
hospital, que no pensé que fuera una coraza. Y ahora me he buscado
problemas por no haberlo previsto. No soy muy avispado cuando se trata de
mujeres, eso está claro.
Me centro en los heridos para no seguir pensando en Dickinson y cuando
termino, aviso a Fox de que me marcho. Es su turno, así que, si no surge
ninguna urgencia, no me necesita. La tensión entre nosotros es demasiado
palpable y no quiero pasar mucho tiempo con él. Supongo que Dickinson se
encargó de decirle que lo dejaba por mí y, aunque siento el impulso de
explicarle lo que ha pasado, decido que es mejor dejarlo como está.
Tendremos que seguir trabajando juntos, así que no avivaré ese fuego con
palabras que no querrá oír y que creerá que son excusas baratas para acallar
mi conciencia.
Camino hacia el comedor y me reúno con mis compañeros. Los oigo
bromear entre ellos como siempre, pero no dejo de buscar a Holt con la
mirada. Me decepciona no haberla visto aquí y me preocupa que haya
decidido marcharse. Dijo que se pasaría por el hospital antes, pero si lo está
haciendo ahora, no estoy allí, así que no podré verla de nuevo.
—Tierra llamando a Doc —Fisher me golpea en el codo que tengo
apoyado en la mesa y casi consigue que me golpee la barbilla en la mesa—
¿Dónde te habías metido, hombre?
—Estoy preocupado por los heridos —miento.
—¿Tendrán que trasladarlos? —me pregunta Simmons ahora.
—Espero que no, pero a alguno le va a costar recuperarse.
—Menuda mierda —dice Fisher—. Mientras ellos mueren ahí fuera,
nosotros no hacemos nada. Joder, se supone que hemos venido para evitar
esto. ¿Por qué no nos dejan hacer nuestro trabajo?
—¿No puedes hacer nada, Simmons? —pregunta Harper—. Digo yo que
después de esto tendrían que cambiar de opinión. Tenemos que evitar que
sigan muriendo más soldados.
—Enviaré una nueva petición para que nos permitan patrullar por las
noches y asegurar el pueblo para el día —responde—, pero no prometo que
acepten. Ellos son los que deciden, en último caso.
—Si no nos dejan hacer nuestro trabajo —se queja Loman—, no sé por
qué nos han traído entonces.
—Somos un estandarte —añade Archer, cabreado—. Nos lucen con
orgullo, pero no servimos para nada más.
—Tú no servirás —le dice Fisher—, pero yo valgo por diez.
—¿Nunca se te acaba el ego? —Harper mueve la cabeza de un lado a
otro.
—Creo que le crece cada día —digo yo.
—Como el pelo —termina Fisher—. Solo que el ego no lo corto.
—Pues deberías —le sugiere Harper—. Un día, tu ego te meterá en
problemas.
—Si yo te contara —ríe. Y por supuesto que se lo cuenta.
Mi mirada se desvía por un momento hacia la entrada y veo a Holt pasar
en dirección al hospital. No me lo pienso: me levanto, dando una excusa
ridícula y la sigo. Si se va ya, quiero hablar con ella una última vez.
—Hola de nuevo, Doc —me dice, frenando su marcha para que le dé
alcance, cuando escucha mis pasos tras ella.
—Buenas, Holt —sonrío— ¿Te vas ya?
—Voy a buscar información primero —señala el hospital—. Necesito
saber cuántos más hay fuera para hacer planes, ahora que tengo la radio
para hablar con mi equipo.
—Claro —asiento—. Si son más de los que esperas, te tocará hacer
varios vuelos hasta la base.
—Y siempre que estén en condiciones de volar.
—Mejor para ellos que lo estén —comprendo su preocupación. El viaje
por tierra con heridos será mucho más peligroso.
—He hablado con vuestro comandante y me ha prometido apoyo
terrestre si se diese el caso —me explica—, pero preferiría poder traerlos a
todos en el halo.
—En tu lugar, también yo lo preferiría.
—He pensado... —ahora es ella quien vacila.
—Dime —la animo, al ver que no se decide.
—Si pudiese llevarme a un médico conmigo, podría estabilizarlos antes
del vuelo o controlar sus constantes durante el viaje —me mira fijamente al
decirlo y aunque quiero creer que lo hace para que me ofrezca voluntario,
últimamente me equivoco tanto con las mujeres que me da miedo suponerlo
y que no sea eso.
—Esa es una gran idea.
—Pero vuestro comandante me ha dicho que solo sois dos en la base...
—No creo que haya problema en que prescindan por unas horas de uno
de nosotros —la ansiedad me puede y no le dejo terminar la frase—. No nos
llevará tanto tiempo volver.
—¿Eso quiere decir que te apuntas? —aunque no lo hubiese hecho solo
por ver la sonrisa que me está mostrando, le diría mil veces que sí.
—Tengo que hablar con mi jefe de equipo —le digo, no obstante—, pero
no creo que haya problema.
—Bien —sonríe todavía más—. Iré a hablar con los soldados, a ver si
me pueden aclarar algunas dudas, mientras tú le pides permiso a tu jefe.
Entra al hospital dejándome con una sonrisa tonta en los labios y unas
ganas enormes de saltar y gritar como un adolescente que ha conseguido su
primera cita. Esto empieza a ser preocupante.
CAPÍTULO 5

—¿Estás seguro de esto, Doc? —Simmons me mira directamente a los


ojos. Estamos los dos solos en la tienda porque he preferido hablarlo antes
con él. Si estuviese todo el equipo delante, sé lo que pasaría y aunque las
bromas y las risas no me molestan, este es un tema serio y necesito hablarlo
con mi jefe de equipo como tal. Luego ya iremos por lo demás, si Simmons
me da permiso—. No sabes cómo funciona su equipo ni si los encontraréis
pronto. Vais a estar solos mientras tanto porque no nos tendrás ahí para
protegerte como equipo. No lo veo muy claro.
—Sé que es muy arriesgado y estaría bien llevar a alguien más de apoyo,
pero cuantos menos viajes hagamos, más rápido estarán todos a salvo en la
base y más seguro será el rescate —tal vez no sea el mejor plan, pero no
disponemos de más recursos—. Si nos retrasamos más, podría ser peligroso
para ellos.
—¿No harás esto por Dickinson? —su pregunta me sorprende.
—¿Qué? ¿Dickinson? ¿A qué viene eso? —no estaba pensando en ella,
precisamente.
—Bueno —se rasca la nuca—, ha estado rondando al equipo para saber
más cosas sobre ti. No iba a contártelo porque pensé que había algo entre
vosotros y quería sorprenderte de alguna forma o... no sé, con algo especial.
Pero si ahora tienes tanta prisa por largarte, me da qué pensar.
—Dickinson está bastante desquiciada —frunzo el ceño al recordar su
comportamiento de los últimos días—. Se ha obsesionado con la idea de
que estoy interesado en ella y no me deja en paz. Pero aunque la idea de
largarme para no verla es bastante tentadora, nunca lo haría por ese motivo.
Hay mejores formas de evitarla aquí en la base sin tener que poner mi vida
en peligro ahí fuera, la verdad.
—Eso pensé, pero tenía que asegurarme —asiente—, porque no te
dejaría ir en una misión suicida solo para escapar de una mujer. De todas
formas, que sepas que Fisher ya se encargó de dejarle claro lo que opina de
ella. Y como siempre, nos metió a todos en el lote. Desde entonces, se ha
mantenido lejos. En su momento, no entendí por qué fue tan duro con ella y
se lo reproché, pero después de lo que has dicho me ha quedado un poco
más claro.
—Fisher me advirtió sobre ella desde el principio, pero soy tan imbécil
que no le hice caso. Intenté ayudarla en cierto asunto y se imaginó lo que no
había. Joder —niego—. No me puedo creer que os haya estado molestando
y no me lo hayáis dicho. Habría hablado con ella mucho antes.
—No le des más vueltas, no merece la pena pensar en lo que ya no se
puede cambiar —me anima, volviendo luego al tema inicial —. Céntrate en
lo importante ahora. Si estás seguro de que esto es lo que quieres, no pondré
ninguna objeción a que participes en el rescate. Aunque admito que el no
poder comunicarnos con vosotros en todo momento me preocupa bastante.
—Esta misión tiene todos los ingredientes para que algo salga mal —
intento bromear, pero en realidad no estoy tan equivocado con mi
apreciación. Es arriesgado.
—Formas parte de ella —sonríe—. Eso ya es un plus enorme.
—Gracias por la confianza —es lo bueno que tiene Simmons, que
siempre sabe cómo alentarnos para dar lo mejor de nosotros.
—Llamaré a los muchachos para informarles —parece que me esté
pidiendo permiso con la mirada, así que asiento y me preparo para lo que se
viene. Ahora que Simmons está de acuerdo en mi participación, me apetece
mucho liberar tensiones escuchando las tonterías del equipo. Y las verdades
que sé que dirán porque, aunque siempre parezca que estamos de broma,
nos tomamos muy en serio nuestro trabajo y el bienestar del resto. Sé que
me van a apoyar, pero protestarán también. Y me parece bien que lo hagan
porque eso es que formamos un gran equipo y que nos cuidaremos los unos
a los otros siempre.
—¿Cómo es eso de que nos abandonas? —Fisher es el primero en
hablar, algo que me esperaba—. Ni que te tratásemos tan mal en el equipo,
hombre.
—Necesito mi espacio para averiguar quién soy sin vosotros —le sigo la
broma para no darle demasiado bombo al asunto. Sé que estarán
preocupados sobre irnos solos los dos. También lo estoy, pero no dejaré que
lo vean.
—Mientras no vuelvas casado, dejándonos sin celebración al resto —eso
va por Loman y Zandra, claro, pero no puedo evitar que mi corazón bombee
más rápido tras sus palabras.
—Supéralo de una vez, Suicida —ríe Loman sin ofenderse. Se lo ha
estado recordando cada vez que tiene ocasión de meter el tema, así que ya
no es novedad.
—Lo haré cuando nos deis esa fiesta que nos habéis prometido —lo
señala. Luego se gira hacia mí y añade—. Ni se te ocurra hacer lo mismo.
—Voy en una misión de rescate, Fisher —le recuerdo.
—Ya, con la piloto macizorra —dice a su vez. Me cuesta un mundo
fingir indiferencia cuando habla de ella, pero parece que lo logro porque no
añade nada más.
—No deberíais ir solos —Archer es quien habla—. Es peligroso.
—No es que tengan muchas más opciones aquí —Harper defiende el
plan, sorprendiéndonos a todos—. El equipo de Fawn está ahí fuera
buscando a los que se quedaron atrás. Si llena el halo con gente de la base,
algunos tendrán que esperar en tierra para un segundo viaje, exponiéndose a
ser descubiertos mientras tanto. Y eso se vuelve más peligroso si hay
heridos de por medio. Creo que lo único que se puede hacer es ir, recogerlos
y volver. Nada de segundas idas y venidas.
—¿Fawn? —preguntamos Archer y yo al mismo tiempo. De cuanto ha
dicho, parece que solo nos quedamos con eso.
—La piloto se llama Fawn —responde como si fuese algo obvio y le
molestase que preguntemos. Al ver nuestras caras, añade—. Nos conocimos
en mi etapa en los marines y congeniamos. Fuimos buenas amigas, aunque
hace mucho que no nos veíamos.
—El mundo es un pañuelo —interviene DK—. Yo estoy contigo, Doc.
Si hay que traer a los heridos en un solo vuelo, el halo no debe ir lleno.
Harper tiene razón, cuanto más tiempo estén fuera, más riesgo hay de que
den con ellos y los capturen.
—Pero les faltará protección mientras los buscan —señala Archer, que
no parece tan confiado con el plan. Aunque ya parece estar mejor con
respecto a lo que pasó con su mejor amigo y primer marido de Zandra, a
veces tengo la sensación de que se excede con la protección porque no
quiere pasar por algo así de nuevo.
—El halo está bien equipado armamentísticamente hablando —le dice
Harper— y Fawn es una gran piloto. Mientras estén en el aire, no habrá
problemas.
—Una vez en tierra —sentencio—, procuraremos reunirnos con su
equipo rápidamente. Ellos nos protegerán a todos en el regreso al halo.
—En la teoría suena bien —Loman parece apoyarnos también.
—Veremos en la práctica —Archer sigue sin tenerlas todas consigo. Le
agradezco la preocupación y admito que me gustaría poder llevarme a dos
de ellos, al menos, pero no podemos arriesgarnos a que se quede alguien en
tierra.
—Entonces —Simmons nos mira a todos—, estamos de acuerdo en que
vaya con la piloto.
—¿Pero podemos decidir? —Fisher se emociona con la idea—. Eso es
grandioso. Siempre quise decir algo así: que levante la mano quien nomina
a Doc para salir de la casa.
Aunque empieza como una de sus gracias, al final nos obliga a todos a
votar. Y cuando Archer decide no levantar la mano, inicia una discusión
con él que aunque ridícula, nos tiene a todos en vilo porque ninguno está
dispuesto a ceder. Creo que Archer lo hace solo por fastidiar a su cuñado,
pero no lo admitirá jamás.
—Bueno, yo tengo que irme —digo de repente. Esto se va a alargar y
Holt me estará esperando—. Me doy por expulsado de la casa, aunque no
sea unánime.
—Te vamos a echar de menos, Doc —Fisher corre hacia mí y se me
lanza encima. Me cuesta mantener el equilibrio, con él agarrado a mi
cintura y mi cuello con piernas y brazos—. No nos olvides o te las verás
conmigo.
—No me iré tanto tiempo —intento quitármelo de encima después de
palmearle el hombro a modo de rudo consuelo.
—Eh, hola —una voz femenina en la entrada de la tienda logra que
Fisher se baje de mi regazo—. Siento interrumpir esta reunión tan
entrañable, pero tenemos que irnos. Hola, Harper.
—Hola, Fawn —le sonríe—. Cuida bien de nuestro Doc.
—Dalo por hecho. Además, me parece que si no lo hago bien voy a tener
problemas por aquí —sonríe echando un vistazo al resto del equipo—. Os
lo devolveré de una pieza, chicos. Lo prometo.
—Y soltero —añade Fisher.
—¿Qué? —Holt lo mira como si no entendiese a qué viene eso, lo que
por otro lado es normal, porque ella no sabe nada sobre las bromas que nos
gastamos entre nosotros.
—Nada —me apresuro a decir antes de que Fisher hable de nuevo y lo
estropee más—. Ve yendo al halo. Recogeré mis cosas y me reúno allí
contigo en cinco minutos.
—De acuerdo —asiente.
—Fawn, espera. Quiero hablar contigo —Harper se levanta y sale con
ella.
—Joder —Fisher nunca ha sabido mantener la boca cerrada, eso lo
tenemos todos claro—. Me corroe la curiosidad. Tal vez debería ir a espi...
—Fisher —Simmons solo necesita nombrarlo para que cambie de
objetivo.
—Te ayudaré, Doc —se acerca a mí—. No sea que te olvides de algo
importante. ¿Llevas la foto que te di para que me recuerdes?
No existe tal foto, por supuesto, pero no podía dejar pasar la ocasión de
soltar una de las suyas. A veces siento que detrás de su comportamiento
extrovertido hay algo más profundo que nos quiere ocultar, pero como su
hermana es igual de divertida, tal vez no haya traumas de ningún tipo y solo
un humor excesivo que les viene de familia y no pueden evitar. En
cualquier caso, me gustaría ser siempre igual de positivo que ellos.
—No tendré tiempo de echarte de menos, Fisher —digo al tiempo que
termino de meter en mi petate las pocas cosas que llevaré. Si podemos
rescatarlos en seis horas, no lo haremos en doce, así que no necesito mucho,
aparte del material médico. Y de eso ya se ha encargado Holt, así que ni
siquiera tendré que pasar por el hospital de campaña.
—Bromas aparte —me dice, serio y en voz baja para que nadie más nos
escuche—, ten cuidado ahí fuera. Hay mucho cabrón suelto con ganas de
joder a los estadounidenses. Si no lo ves claro, no le dejes descender. Es
preferible que regreséis de manos vacías, que quedarse allí atrapado.
Encontraremos el modo de ir a por ellos si no se puede por aire.
—Lo sé —asiento hacia él—. Nos cuidaremos, no te preocupes.
—¿Preocuparme yo? —su sonrisa me dice que el momento de ser serios
se ha acabado—. Sé que harás lo imposible por volver a mi lado porque no
podrías vivir sin mí.
—Eso tengo por seguro —palmeo su espalda— ¿Quién podría vivir sin
ti?
—Nadie, por supuesto —ríe.
Para cuando estoy listo, Harper ya está de regreso y me despido de todos
en general. No es nada ceremonioso, ni lo alargamos demasiado porque no
espero pasar mucho tiempo fuera, pero al dejarlos atrás me siento un tanto
extraño. Es la primera vez que salgo de la base sin ellos y aunque he
intentado demostrarles que no pasa nada, lo cierto es que me preocupa no
tenerlos a mi lado. Después de tantos años juntos, es como si formasen
parte de mí.
—¿Preocupado? —me pregunta Holt al ver mi ceño fruncido.
—Es raro no tener al equipo conmigo —le confieso.
—Sé a lo que te refieres —asiente—. Me pasó algo parecido cuando
tuve que dejar a mi equipo atrás la primera vez. Pero al final te acabas
acostumbrando.
—Bueno —sonrío—, yo espero no tener que hacerlo.
—Oh, claro —ríe mientras se coloca los auriculares y me indica que
haga lo mismo—. Olvidaba que los SEAL funcionáis en manada.
—Eso no es cierto —protesto, pero el rotor ahoga mi protesta. Holt se
limita a sonreír, pues se imagina lo que he dicho.
Mientras nos elevamos, puedo ver a lo lejos una figura que nos observa.
Y aunque no estoy seguro, juraría que es Dickinson. En el fondo me da
pena, pero sé que no puedo hacer nada más por ella sin que se lo tome por
lo que no es. Al menos, espero que no cause problemas a mi equipo durante
mi ausencia.
—No he podido decírtelo antes —la voz de Holt me devuelve al halo—,
pero te agradezco que hayas accedido a venir conmigo. Es difícil dar con
alguien que se aventure a salir sin más protección que otra persona que te
cubra las espaldas. Es peligroso.
—Si hubiese querido un trabajo menos peligroso, habría buscado plaza
en un hospital civil —le resto importancia a mi gesto.
—Esos también pueden llegar a ser peligrosos —sonríe.
—Es posible, pero menos que esto.
—Cierto —se queda en silencio por un momento— ¿Puedo hacerte una
pregunta personal, Doc?
—Claro.
—¿Qué tienes con Dickinson?
CAPÍTULO 6

—¿Con Dickinson? ¿Por qué lo preguntas? —estoy tan sorprendido con


su pregunta que no sé qué decir. O qué espera oír ella.
—Simple curiosidad —responde sin dejar de mirar al frente—. La he
visto rondándote y diría que se puso un poco posesiva contigo en el hospital
cuando hablábamos. No es que me incumba si hay algo entre vosotros, ni
pretendo meterme donde no me llaman, pero no me ha dado buenas
vibraciones y te diría que andes con ojo con ella. Sin ofender, por supuesto,
ha sido la impresión que me ha dado. Aunque no suelo engañarme.
—Ya, te entiendo, tranquila —le explico, aliviado de que no la haya
estado molestando a ella también. Ya sería el colmo—. Dickinson nos ha
estado ayudando en el hospital, ya sabes, por la escasez de personal. Era
divertida y voluntariosa. Congeniamos desde el principio.
—El roce hace el cariño —dice, como si intuyese por dónde voy. Pero en
este caso no ha sido exactamente así y se lo hago saber.
—No es lo que piensas —niego—. Ella tenía novio, así que nunca se me
pasó por la cabeza que pudiese haber algo entre nosotros, salvo amistad.
Ese no es mi estilo.
—Pero supongo que el suyo sí —me anima a continuar hablando y, por
primera vez desde hace mucho tiempo, parece que han cambiado las tornas
y que es una mujer quien me escucha a mí, en lugar de ser yo su paño de
lágrimas. No sé cómo sentirme al respecto, pero sigo hablando porque me
resulta cómodo hacerlo con ella. Eso, si ignoro el fuerte latir de mi corazón
en mi pecho, lo que por otro lado, ya es una constante cuando la tengo
cerca. Holt me altera los sentidos y todavía no sé por qué exactamente.
—No creo que ese sea su estilo tampoco. Es solo que de la noche a la
mañana, empezó a hablarme de los problemas que estaba teniendo con su
novio y pedirme consejo sobre ello. Al parecer, a él no le gustaba que se
pasase tantos meses fuera de casa y le pedía a todas horas que dejase su
trabajo.
—Es lo típico en estos casos. Me he topado con algunos así —por un
momento, creo que va a empezar a hablarme de sus propios fantasmas, pero
me sorprende una vez más—. Al final los mandas a la mierda sin que te
afecte demasiado.
—Supongo —yo no he tenido que dejar a nadie en mucho tiempo, así
que no sé si me acostumbraría a hacerlo.
—Puedes entender que se preocupen por ti —continúa— o que les
disguste lo que haces, pero de ahí a pedirte que lo dejes, solo para que ellos
estén más tranquilos... eso es demasiado egoísta.
—Tienes razón —no puedo decir lo contrario. Las esposas de mis
compañeros no lo tienen fácil, pero nunca les han pedido que dejen de hacer
aquello que les gusta. Lo entienden y lo aceptan, pues ya eran SEAL antes
de conocerlas, así que sabían a lo que se exponían con ellos—. Si algún día
encuentro a alguien con la que quiera compartir mi vida, tendrá que
entender que esto es lo que soy ahora y que no lo voy a dejar hasta que me
sienta preparado para ello.
—Seguro que no tendrán problema en aceptarlo —solo ahora me doy
cuenta de que lo he dicho en alto—. No hay más que verte para saber que
nadie sería tan estúpido como para dejarte ir si consigue tu atención.
Su halago, que llega de forma casual, me deja anonadado por lo
inesperado que es. Aunque sigue mirando al frente, yo no puedo evitar
mirarla a ella. Casi pensaría que mi mente me ha jugado una mala pasada si
no fuese porque gira su cabeza hacia mí y me sonríe.
—¿Qué? —añade—. Ahora no me vengas con que es mentira.
—Pues la verdad es que últimamente las mujeres solo me quieren como
compañero de confidencias, así que no sé qué decirte —le confieso—.
Quizá me vean cara de buen consejero o qué se yo, pero solo me usan como
paño de lágrimas.
—¡Qué estúpidas! —ríe— ¿No me digas que piensan que eres gay? Eso
sería el colmo ya. Da más el pego tu amigo, el que estaba enganchado a ti
cuando os interrumpí. Y aun así, también se ve que no necesita salir del
armario porque es todo un machote.
—No sé lo en que piensan al verme, pero procuro alejarme de las
mujeres que hacen eso. Ya he tenido suficientes quebraderos de cabeza para
toda una vida con sus problemas.
—Supongo que a Dickinson le pasó igual cuando empezó a hablar
contigo de sus asuntos —dice—, pero entonces no entiendo a qué vino su
despliegue de feromonas en torno a ti en el hospital. Sobre todo, si tiene
novio.
—En realidad, rompió con él. Después empezó a verse con el otro
médico de la base a escondidas —continúo explicándole todo, sin dejar de
pensar en lo raro que me resulta que sienta curiosidad sobre el tema. Pero
como no quiero hacerme ilusiones porque Holt me gusta mucho y me
llevaría una gran decepción si al final solo lo hace por darme conversación,
prefiero pensar que es eso precisamente—. Es bastante capullo, así que
intenté decírselo a Dickinson para que tuviese cuidado con él.
—¡Oh, ya! —me interrumpe—. Ahora lo entiendo todo. Se cree que te
gusta porque has intentado que lo dejen. ¿Nadie te ha dicho que no deberías
hacer eso?
—Me gusta ayudar a la gente —me defiendo—. Solo intentaba darle un
consejo.
—Los consejos son para los amigos, Doc —me recuerda—. No se lo
deberías dar a los compañeros de trabajo con los que no tienes suficiente
confianza, ni con aquellos a quien acabas de conocer, ya sea aquí, en un bar
o donde sea.
—No me hice médico por nada —me defiendo de nuevo—. No está en
mi naturaleza discriminar. Si veo a alguien en apuros, sea del tipo que sea,
intento ayudar. Es imposible que pase de largo y si eso me mete en líos,
pues tendré que aprender a lidiar con ello, porque no pienso dejar de
hacerlo.
—Tranquilo, vaquero —sonríe, lo que me molesta y me encanta al
mismo tiempo porque tiene una sonrisa preciosa—. No te estaba criticando.
Adoro a los hombres que se involucran tanto, pero te decía que debes
aprender a distinguir entre amigos y conocidos, para que te evites
problemas.
—Me temo que será imposible, ya no estoy en edad de cambiar.
—Me encantas, Doc —su nueva confesión hace que mi corazón se
olvide de latir por un momento—. De verdad que espero que no cambies
nunca, aunque eso signifique tener que lidiar con gente inestable como
Dickinson. Quedan pocos como tú ya y sería una pena que el mundo te
perdiese.
—Sí, bueno —titubeo ante sus palabras porque no sé qué decirle—. Me
las apañaré, supongo.
—Dios, espero no haberte incomodado —lo ha notado—. No tengo filtro
a la hora de hablar y no todos se lo toman bien. Si he dicho algo que...
—Tranquila —la detengo cuando me repongo de su sinceridad—. Estoy
acostumbrado porque en mi equipo hay mucho de eso y lo prefiero antes
que las medias verdades o las mentiras piadosas. Me has pillado
desprevenido, nada más. Como te he dicho, suelo ser el que escucha y da
consejos, no el que los recibe.
—Pues en ese caso —me mira fugazmente—, si alguna vez necesitas
hablar, yo estoy dispuesta a escuchar. Pero ten en cuenta que seré
brutalmente sincera contigo.
—Me parece bien —sonrío. No puedo negar que la idea de poder seguir
en contacto con ella después de esta pequeña misión me atrae bastante.
—Bien —asiente. Y por un momento, nos quedamos en silencio, hasta
que habla de nuevo—. Si quieres que te eche una mano con Dickinson, no
tienes más que pedirlo.
—¿Hablarías con ella sobre mí? No creo que eso sea buena idea —
empiezo a decir al recordar que molestó a mi equipo.
—Mi intención era aclararle que no estás disponible de una forma más
visual —sonríe—, pero si prefieres que hable con ella lo haré. Me adapto a
lo que tú quieras.
—¿De una manera más visual? —se me ocurren varias formas de
hacerlo, pero no creo que estemos hablando de lo mismo— ¿Te refieres a
hacerte pasar por mi... novia... amiga con derecho a roce... amante?
—Lo has pillado —ríe con mi última pregunta—. Me vale cualquiera de
los tres epítetos. Tú eliges.
—¿Por qué habrías de hacer eso? No es que no te agradezca el
ofrecimiento —estoy empezando a sentirme demasiado nervioso con esta
conversación y mi boca se suelta—, no es eso, pero no lo entiendo.
Acabamos de conocernos y te recuerdo que tú misma me has dicho que los
favores se les hacen a los amigos y...
—¿No es evidente? —me corta.
—¿El qué?
—Digamos que si estuviésemos en un bar —me responde con un
supuesto— y te viese, me acercaría y te invitaría a una cerveza, o lo que
prefieras, e intentaría hacer algo más que hablar contigo.
Por un momento me quedo sin palabras. Ha dicho que le gusta ser
directa, pero esto es más de lo que me esperaba. Una mujer como ella, que
podría tener al que quiera, está ligando conmigo. Vale, no es que me esté
menospreciando a mí mismo, porque yo sé lo que valgo, pero es que ella se
me hacía inalcanzable.
—Veo que te cuesta procesarlo, doctorcito —se burla—. Dejaré que lo
mastiques un poco más y ya me darás una respuesta después.
—¿A lo de ayudarme o a lo de la cerveza? —acabo preguntando.
—A lo que tú quieras, Doc —me mira directamente a los ojos por unos
segundos, antes de regresar la vista al frente, y siento que ha hablado de
algo más que esas dos opciones—. En este trabajo he aprendido que la vida
es muy corta y que si no aprovechas las oportunidades cuando te llegan,
después puede ser demasiado tarde. Tal vez he visto señales donde no las
había, pero creo que yo también te atraigo, así que he pensado que
podríamos ver a dónde nos lleva. Si acaba resultando ser solo un par de
copas en un bar o algunas charlas de amigos, no lo habré sentido como una
pérdida de tiempo.
—¿Y si es más que eso?
—Tampoco me importaría —gira la cabeza hacia mí de nuevo y me
regala una de sus bonitas sonrisas, a la que respondo por inercia. Luego me
guiña un ojo y vuelve su atención al halo—. Estamos llegando al pueblo,
será mejor que te prepares por si tenemos comité de bienvenida.
Esa es la señal para dar por terminada la conversación. Supongo que
tendremos que esperar a que rescatemos a todos el mundo para continuarla,
pero no importa. Por ella puedo esperar lo que haga falta. Y aunque nos
acercamos al peligro, no puedo borrar la sonrisa de mis labios.
—Aceptaré esa cerveza cuando volvamos a la base —le digo, antes de
cambiarme de asiento para ocupar uno de los laterales donde están las
ametralladoras.
—Bien —ahora ella también sonríe.
Pronto divisamos el pueblo en el horizonte y Holt me indica que dará un
rodeo para no acercarse demasiado por si hubiese un bloqueo aéreo. No es
que haya morteros, pero sabemos que los talibanes se han hecho con
algunos lanzamisiles así que es mejor ser precavidos. Faltan todavía unas
horas para anochecer, pero nos tocará escondernos lo más cerca posible del
pueblo para intentar contactar con su equipo y que nos dé su localización.
Si pudiésemos establecer un punto de extracción fuera del pueblo sería
perfecto, pero algo me dice que no tendremos esa suerte.
—Voy a descender —me informa después de un par de intentos de
contacto—. Unos metros más adelante es desde donde partí con los otros
heridos. Tal vez se hayan refugiado cerca.
—De acuerdo —ajusto la ametralladora y oteo el horizonte por si veo
señales de peligro, porque durante el aterrizaje el halo será más vulnerable.
Por suerte, no tenemos problemas en tomar tierra y después ayudo a Holt a
ocultar el halo.
Nos llevamos la radio por si podemos contactar con su equipo al amparo
de los árboles donde pondremos el campamento. Aquí la visibilidad es
buena hacia todos los ángulos y tenemos el halo cerca para poder protegerlo
o huir en él si es necesario. En menos de veinte minutos, estamos
instalados. Y aunque intenta contactar con su equipo no hay señal de ellos.
—¿Y ahora qué? —pregunto.
—Cuando se haga de noche me adelantaré —señala el pueblo— y lo
intentaré más cerca del pueblo.
—Tal vez debería ir yo —sugiero.
—¿Y eso por qué? —se ha puesto a la defensiva y puedo entender el
porqué. Harper era igual cuando llegó a nuestro equipo.
—Porque tú eres la única que sabe pilotar ese trasto —señalo el halo y
hablo con calma para que vea que no lo he dicho por que sea mujer— y si te
pasa algo, estaremos todos jodidos.
—Visto así —mi explicación parece que la convence—. Pero tú eres el
único médico.
—Todos tenéis conocimientos básicos —insisto—. Mi trabajo no es tan
esencial como el tuyo en esta misión. Además, soy un SEAL y la noche es
mi aliada.
—De acuerdo, señor SEAL —finalmente acepta con una sonrisa que le
devuelvo automáticamente. Después continúa hablando—. Te daré las
claves que usamos para que sepan que vienes conmigo. Y te marcaré en el
mapa las localizaciones para la extracción. Esperemos que puedan llegar
hasta alguna de ellas.
—Podemos añadir un par más —le digo, señalándolas en el mapa—.
Estas zonas de aquí son buenas para aterrizar también.
—Hay demasiados árboles.
—No, no —niego—. Son zonas que hemos revisado mi equipo y yo en
las pocas ocasiones en que nos han permitido salir de la base. Ahora están
más despejadas de lo que marca el mapa. Podrían servirnos perfectamente.
—De acuerdo, añádelas. Cuantas más posibilidades, mejor.
Marco una cruz sobre ellas y estudio el mapa por si he olvidado alguna,
pero el pueblo está rodeado de montañas, así que no es fácil encontrar un
sitio donde se pueda aterrizar un halo como el de Holt. Cuando termino la
revisión, me lo guardo en un bolsillo. Me lo llevaré conmigo para indicarles
las coordenadas exactas si consigo hablar con ellos. Cuando levanto la
vista, Holt me está observando fijamente.
—¿Qué pasa? —pregunto y me miro por si tuviese algo raro.
—Nada todavía —responde.
Entonces, se mueve con rapidez para sentarse en mis piernas y me rodea
el cuello con los brazos. Antes de que pueda decir algo sus labios ya están
sobre los míos exigiéndome que le devuelva el beso.
CAPÍTULO 7

Mis manos se apoderan de sus caderas y la empujo contra mí para que


sienta lo que me ha hecho con tan solo un beso. Su respuesta instantánea, en
forma de gemido, me enciende más e incluyo mi lengua en la ecuación, en
una batalla con la suya que nos deja jadeantes. Sin embargo, mi mente
racional pugna por salir y termino deteniendo el beso después de unos
minutos tan intensos. No estamos en el lugar idóneo para dejarnos llevar
por la pasión, por más que me apetezca.
—No deberíamos —le digo a desgana y sin animarme a liberarla todavía
—. Alguien podría venir y encontrarnos indispuestos.
Varias hebras de cabello castaño se han escapado de su perfecto moño
militar y sus ojos color café me miran suplicando por más. Sus labios, ya de
por sí voluminosos, están hinchados e invitan a saborearlos de nuevo.
Nunca la he visto más hermosa que ahora y sin embargo, sé que todavía
podría estarlo más, con su pelo suelto y totalmente desnuda debajo de mí. O
cabalgándome. Mi mente racional se pierde poco a poco en todas las
posibilidades y vacilo ante mis propias advertencias.
—Este lugar está bastante escondido, por eso lo elegí —sus labios
juegan con el lóbulo de mi oreja ahora, tentándome a continuar —. Y
tenemos una buena visual, así que nadie vendrá sin que lo sepamos de
antemano. Además, seremos rápidos.
—No creo que eso me guste demasiado —protesto cuando su boca deja
un beso en mi cuello y las imágenes de ambos desnudos y sudorosos se
vuelven más nítidas en mi cabeza. No me lo está poniendo fácil para
resistirme a ella. Ahora mismo querría darle la vuelta y tomar el control de
la situación, pero no debemos.
—Te lo compensaré cuando todo esto termine —me promete, sin dejar
de jugar con su boca contra mi cuello. Es tan persuasiva, que siento la
tentación de rendirme al deseo—. Además, ¿nunca te has sentido tentado de
gastar alguno de los condones que nos da el ejército en los despliegues?
Porque yo sí.
—Yo los gasto, a veces —sonrío porque sé perfectamente a lo que se
refiere, pero me hago el tonto—. En mis armas, como debe... oh, joder. No
juegas limpio, Holt.
—Llámame Fawn —me dice.
Cuando su mano se aprieta contra mi entrepierna, ya no puedo pensar en
nada más que en ser tan rápido como ella dice que seremos y lamentar no
poder tomarnos más tiempo para saber más el uno del otro y de nuestros
cuerpos esta primera vez. Le sujeto el rostro con ambas manos y atrapo su
boca en un beso cargado de intenciones. Quiero que sepa que no nos
detendré y parece que lo capta porque sus manos me sacan el chaleco y me
arrancan la camiseta con prisas. Se retira para observarme y se muerde el
labio cuando le gusta lo que ve. Sus pupilas están tan dilatadas por el deseo
que sus ojos parecen negros ahora.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunto, seguro de su respuesta.
—Tienes un cuerpo increíble, Doc —su tono de voz y su mirada voraz
me ponen a cien, al igual que las manos que se pasean por mis pectorales,
acariciándolos casi con veneración—. Dios, lo que haría contigo si pudiese.
Pero ten por seguro que lo disfrutaré a conciencia cuando no estemos hasta
el cuello de mierda.
Me besa de nuevo sin dejarme añadir nada, pero tampoco me importa
porque es mi turno para quitar su chaleco y levantar su camiseta. Libero sus
pechos del sujetador y me deleito con su visión. También ella tiene un
cuerpo bien torneado y eso se nota a simple vista, sin embargo mis ojos no
pueden apartarse de sus pechos firmes y pequeños. Son perfectos para mí y
los disfruto con la boca porque podremos ser todo lo rápidos que ella quiera
después, pero ni loco pasaré de largo sobre ellos. Cada gemido que se le
escapa mientras chupo, aprieto y muerdo, hace que mi urgencia por
enterrarme en ella crezca, así que cuando se pone en pie para ir a por un
condón de los que nos dan siempre para impermeabilizar las armas en caso
necesario, yo voy liberando mi erección del pantalón. Hasta el momento no
se me había ocurrido usarlos para lo que de verdad fueron creados, aunque
tampoco es que conociese a nadie con quien mereciese la pena hacerlo
durante el despliegue.
—No te saques los pantalones ni las botas, por si tenemos que ser
rápidos alistándonos de nuevo —me sugiere en la distancia, al ver lo que
hago. Cuando se acerca con el envoltorio en la mano, me preparo para
enfundarme en él, pero Fawn parece tener otros planes porque se queda en
pie, observándome fijamente, como hice yo con sus pechos antes. Cierta
parte de mi cuerpo lo nota y pareciera que crece todavía más ante su
escrutinio—. Mi turno para pasarlo bien un rato.
Antes de que pueda preguntarle a qué se refiere, se arrodilla a mi lado y
lleva su boca hasta mi miembro. La sensación de su lengua contra mi piel
tensa es tan intensa, que dejo escapar un gruñido de placer, al tiempo que
aprieto mis manos en puños. Después sujeto su cabeza y aunque intento no
empujarla hacia abajo más de lo que ya va ella para que marque su propio
ritmo, a veces resulta una tortura no hacerlo. Me está llevando al límite con
su lengua y sus labios.
—Fawn, para —la alejo de mí cuando sus manos se unen al juego,
porque si no la detengo, ya no será necesario el condón.
—¿Te ha gustado? —pregunta, relamiéndose. Hay un brillo en su mirada
que me dice que ha disfrutado con mi reacción.
—Eres muy buena —le confieso, aunque sé que no buscaba una
respuesta. Cuando me coloca la protección, la beso por enésima vez—.
Realmente buena.
Sin separar sus labios de los míos, Fawn se mueve lentamente para
desabrochar su pantalón. Una de mis manos masajea su pecho de nuevo,
pero pronto me veo privado de él y protesto con un gruñido que la hace reír.
—Hora de los malabares —dice, sonriendo y sentándose de nuevo en mi
regazo, solo que esta vez apoya su espalda en mi pecho, para no tener que
sacarse los zapatos y los pantalones mientras lo hacemos. No es la postura
en la que me gustaría tenerla ahora mismo, pero en cuanto me dirige hasta
su interior y empieza a moverse sobre mí, se me olvida incluso hasta
respirar. Ninguno habla más allá de los sonidos propios del momento que
estamos compartiendo, perdidos en las sensaciones, pero cuando decido
ayudarla a aumentar la velocidad con mis manos, sus gemidos se vuelven
palabras—. Oh, sí, Doc, eso es, llévame más alto. Hazme volar.
No sé qué me provoca más, si sus movimientos cada vez más
descontrolados o sus palabras, que suben de tono a medida que el placer
aumenta. Y aun así, siento que necesito mucho más de ella, necesito
fundirme con ella antes de llegar a lo más alto. Por eso, la inclino hacia
adelante en un impulso, hasta dejarla de rodillas delante de mí. Aunque
parece que quiere protestar por detenernos, al colocarme detrás, comprende
lo que pretendo y me ayuda a entrar en ella. Le sujeto las caderas y
comienzo a embestirla cada vez más duro y profundo hasta que escucho sus
gritos de placer. Cuando alcanza el orgasmo, los espasmos de sus músculos
me aprietan en su interior y me dejo llevar hasta mi propia liberación. Ha
sido intenso y nuestras respiraciones aceleradas apenas nos dejan hablar, así
que ni lo intentamos. Cuando conseguimos recuperar el aliento al fin, Fawn
empieza a vestirse y me observa mientras me deshago de las evidencias.
Sus ojos repasan mi cuerpo semidesnudo sin ningún pudor y se muerde el
labio.
—¿Qué? —pregunto, colocándome la camiseta.
—Mierda, Doc —dice moviendo la cabeza—. Eso ha sido demasiado
bueno.
—¿Es un halago o una protesta?
—¿Todavía tienes que preguntar? —me mira con diversión— ¿Qué coño
han hecho contigo las mujeres que has conocido?
—Creía que te lo había contado —sonrío, aunque sé que era otra
pregunta retórica.
—Pues qué estúpidas porque no saben lo que se han perdido —se acerca
a mí y rodea mi cuello con sus brazos—. Nunca dudes de tus capacidades,
doctorcito. Digo que ha sido demasiado bueno porque ahora me apetece
repetir una y otra vez.
Rodeo su cintura y dejo un beso en sus labios, agradeciendo así sus
palabras. Sé que no soy malo en la cama, pero después de varios años
fracasando en el tema del amor, no está de más que alguien te regale un
halago por tus capacidades. Y mientras la beso, descubro que se siente
como algo que hemos hecho un millón de veces. Creo que ambos lo
notamos, aunque ninguno dice nada al respecto.
—Tienes que prepararte —me dice después, porque tampoco nos
olvidamos de dónde estamos y para qué hemos venido— ¿Seguro que
quieres ir tú?
—Debo ir yo —remarco—. Sin médico, la misión puede continuar, sin
piloto no.
Voy a por la mochila que llevaré conmigo y repaso que esté todo en
orden. Mientras me agacho, siento un fuerte apretón en mis nalgas que me
obliga a levantarme y mirar hacia atrás.
—Mi héroe —ríe, moviendo sus dedos delante de mi cara, por si no me
ha quedado claro que ha sido ella.
—Me habías dicho que eras directa, pero me estás sorprendiendo —
sonrío porque, en realidad, me gusta que sea así. Siempre he temido no
saber captar las indirectas de las mujeres y por eso no acertaba con ninguna,
así que me encanta que Fawn haga y diga lo que siente y piensa en todo
momento. Es estimulante y evita muchos malentendidos. Me prometo
mentalmente ser igual de sincero con ella siempre.
—Hasta ahora he sido una niña buena —sonríe.
—Pues si lo que hemos hecho es cosa de la niña buena, no quiero ni
imaginar de lo que será capaz la mala —rio.
—Sé que lo disfrutarás y con eso debería bastarte por ahora —me guiña
un ojo. Después, añade—. La verdad es que llevo queriendo tocarte el culo
desde que nos conocimos, pero la mayoría de los hombres se asustan
cuando ven a una mujer que sabe lo que quiere y va a por ello, así que me
he estado conteniendo.
—Bueno —me acerco a ella, colocando la mochila en mi espalda
primero—, soy un hombre valiente. O me gusta creer que lo soy, así que no
tienes que contenerte conmigo. Prometo no huir.
—Ya has abierto la caja de Pandora, doctorcito —tira de mi chaleco para
que nuestras caras queden una frente a la otra. Una sonrisa pícara ilumina la
suya—, ya no hay vuelta a atrás. Pero te diré que yo no cambio por nadie,
así como no pido que nadie cambie. Si no te gusta el paquete completo, con
sus pros y sus contras, lo dejaremos en amistad antes de que vaya a más, sin
rencores ni malos rollos. Y solo porque me caes bien. Otros no tendrían esa
suerte.
—Hasta ahora me gusta todo lo que he visto —mi respuesta, unida a un
apretón de sus nalgas, se gana un beso intenso de su parte—. Yo no soy
perfecto, Fawn, así que no puedo exigirle a nadie que lo sea para mí.
—¿Te confieso algo? —ahora susurra y me acerco más a ella hasta que
nuestros rostros terminan rozándose—. Por ahora, no me lo creo.
—¿El qué?
—Que no seas perfecto —deja otro beso rápido en mis labios y me
libera. Su actitud cambia a una más profesional cuando habla de nuevo y
me quedo con las ganas de negar sus palabras—. No te alejes demasiado
por ahora, por si tuvieses que contactarme si surge cualquier problema.
Hasta que no reunamos a mi equipo, somos vulnerables.
—No me arriesgaré innecesariamente —le prometo—. Mantente alerta
de todas formas. Tal vez no pueda avisarte antes.
—Siempre lo estoy —me dice, tomando en sus manos el arma para
acompañar a sus palabras. La imagen que proyecta ahora mismo me
encanta.
—Hace un momento no dirías lo mismo —la pico.
—Hace un momento —me sigue la broma—, estaba más alerta que
nunca, solo que mi objetivo era otro.
—Touché —rio.
—Llévate esto —me lanza un preservativo— para tu arma. Ya sabes.
Su comentario, con segundas intenciones, remueve esa parte de mí a la
que iba dirigida y la maldigo en silencio. Estoy seguro de que lo ha hecho a
propósito porque cuando ve que acomodo el pantalón estalla en carcajadas.
En venganza por su risa, la sujeto por la nuca y le doy un beso que le afloja
las rodillas.
—Nos mantendremos en contacto —le digo—. No tardaré más de una
hora. Si no contacto con ellos, lo intentaré mañana.
Sujeto con firmeza el arma y empiezo a caminar hacia el pueblo.
Buscaré un lugar lo más cerca posible del mismo, pero desde el que no
delate mi posición, antes de intentar contactarlos. Sé que cuanto más cerca
más posibilidades, pero no puedo arriesgarme a entrar en el pueblo. Sin
apoyo de ningún tipo, sería un suicidio. Por suerte, está empezando a
oscurecer, lo que me favorecerá.
—Doc —Fawn me llama, cuando ya me estoy alejando. La miro y añade
—. Ten cuidado.
—Siempre lo tengo —le guiño un ojo al usar sus propias palabras.
Cuando ya estoy a cierta distancia, añado—. Además soy un SEAL, la
noche es mi amiga.
—Fantasma —ríe alto para que la escuche.
CAPÍTULO 8

Avanzo a hurtadillas, cada vez más cerca del pueblo, buscando el lugar
ideal para intentar un primer contacto con el equipo. No es buena idea
exponerse tanto, pero este tipo de radios personales no tienen mucho
alcance, así que quizá sea inevitable acabar en el pueblo.
Por el momento probaré suerte desde más lejos, aunque podré
protegerme de miradas indiscretas durante la noche, en caso de que no
pueda localizarlos desde aquí. No bromeaba cuando le dije que Fawn que la
noche era mi amiga, bueno, tal vez la forma de decirlo sí fuese aposta para
hacerla reír, pero no mentía. Los SEAL somos entrenados para trabajar en
misiones mayormente nocturnas, así que sabemos cómo movernos con
eficacia en las sombras.
—Alfa, lima, golf —pruebo codificando el mensaje por si lo recibe
quien no quiero—, uniforme, india, eco, noviembre, alfa, hotel, india. El
pájaro está en el nido, repito, el pájaro está en el nido.
Esto último es el código personal que Fawn acordó con el equipo para
reconocerla cuando volviese a por ellos. No es muy original, pero servirá
para la ocasión, y por ser tan común, no despertará tanta curiosidad a quien
lo escuche. No me sorprende no recibir respuesta, pero pruebo otros canales
por si lo han cambiado tras el ataque. Para mi desgracia, el resultado es el
mismo: nadie me escucha.
—Maldición —hago un gesto de frustración, antes de moverme de
nuevo. Me toca avanzar hacia el pueblo un poco más. Fawn me pidió que
no me arriesgase, pero si no lo hago, es posible que no logremos contactar
con ellos.
Si regresamos a la base para intentarlo por tierra, puede que sea
demasiado tarde para los heridos. O incluso para todo el grupo porque si los
descubren, su final no será agradable. Y por eso, lo intentaré tantas veces
como sea necesario, antes de rendirme.
Elijo los pasos más oscuros para moverme por ellos y en algunos,
incluso debo usar mis gafas de visión nocturna, lo que me da cierta
sensación de seguridad. No diré que no preferiría tener a los muchachos
conmigo, pero hay que saber adaptarse y avanzar. Muchas vidas están en
juego ahora mismo y dependen de que yo consiga esta comunicación.
—Alfa, lima, golf —lo intento una vez más—, uniforme, india, eco,
noviembre, alfa, hotel, india. El pájaro está en el nido, repito, el pájaro está
en el nido.
—El poll... lo... ere... vo... —escucho una respuesta entrecortada y
aunque creo entender lo que dice, necesito una confirmación más clara, así
que cambio de posición, avanzando unos metros más hacia adelante para
buscar una mejor cobertura.
—El pájaro está en el nido —pruebo de nuevo con la frase clave—.
Necesito confirmación, cambio.
—El polluelo quiere volar —escucho alto y claro y se me escapa una
sonrisa de satisfacción. Son ellos— ¿Quién eres? Cambio.
—La caballería —respondo sin querer demasiados detalles por si nos
estuviesen escuchando—. Tengo algo para vosotros. Necesito confirmación
del pedido. Cambio.
—Noreste de la zona de expansión —dice. Aunque en un principio no sé
a qué se refiere, recuerdo que Fawn me dijo que el grupo acorralado se
dispersó desde cierto cruce al norte de la calle principal y reviso el mapa
para ver si alguna de las marcas que hemos hecho se encuentra cerca de esa
zona—. Espero que haya para todos. Cambio.
—Habrá de sobra —le aseguro al ver que están cerca del lugar en el que
hemos escondido el halo. Le dicto las coordenadas de la extracción
codificadas, por precaución, porque nunca se sabe lo que puede pasar
cuando estás en tierra hostil, y las repite para asegurarse de que no se han
perdido por el camino. Confirmo la información y añado la hora de la
extracción, que será antes del alba para que la noche nos ayude a pasar
desapercibidos.
—Copiado. Cambio y corto.
Después de guardar el mapa en un bolsillo lateral de mi chaleco, regreso
sobre mis pasos al campamento donde Fawn me estará esperando ansiosa,
pues hace bastante tiempo que me ausenté. Aunque yo también estoy
impaciente por hablar con ella, me lo tomo con calma para no meter la pata
ahora que parece que se ha puesto en marcha el rescate al fin. Si nos
descubren antes del amanecer, estaremos todos jodidos.
De repente, escucho pasos a mi espalda y me refugio detrás de un árbol.
Mi mano busca a tientas el cuchillo en mi cinto y me preparo para actuar si
es necesario. Cierro los ojos un momento y controlo mi respiración hasta
que mis pulsaciones bajan al mínimo. Empuño el cuchillo contra mi pecho
y espero, con las gafas de visión nocturna activas para tener ventaja. Ni
siquiera me verán llegar si se acercan demasiado a mí. Sin embargo,
después de unos segundos de tensa espera, me encuentro con que la
presencia que me seguía no es más que un zorro rojo, propio de esta zona.
No pensé que todavía quedase alguno por aquí y me maravillo con sus
movimientos calculados, mientras olisquea el aire en busca de su próxima
presa. No seré yo, desde luego y me relajo, guardando mi cuchillo en la
funda.
Reanudo la marcha después de darle margen al animal para que no se
asuste y llego al campamento poco después, donde Fawn me recibe con el
arma presta para disparar, antes de saber que soy yo. Me quedo embobado
ante la imagen que proyecta. Es la mujer más fuerte y decidida que he
conocido nunca; sabe lo que quiere y va a por ello sin importar lo que digan
o piensen de ella los demás. Me gusta su forma de ser, tan directa, y solo
ahora comprendo que tal vez, mi error en el pasado haya sido buscar a una
mujer que me necesitase. Fawn es muy independiente y aun así, quiere estar
a mi lado. Eso es infinitamente mejor.
—Buenas noticias —le digo con una sonrisa en los labios, mientras
termino de llegar hasta ella—. He podido contactarlos después de un par de
intentos.
—Bien —se lanza a mi cuello y me abraza. Deja un beso rápido en mis
labios y parece que se excusa por ello después—. Cuando nos reunamos
con los demás, no podré hacerlo con tanta libertad.
—No me oirás quejarme —sentencio, rodeando su cintura con mi brazo
libre. Le devuelvo el beso antes de dejarla ir—. Tu equipo sabe lo que hace
porque se ha movido en la dirección correcta. El punto de encuentro es
perfecto —estiro el mapa para indicarle el lugar y asiente, conforme—. Hay
muchas edificaciones en los alrededores que nos proporcionarán una buena
cobertura para la extracción, aunque la mayoría esté en ruinas. Está muy
cerca de aquí, así que no tendrás que permanecer mucho tiempo en el aire.
Tal vez no puedas estar tan cerca del grupo como hubieses preferido, pero
es factible llegar hasta ti sin que nos detecten.
Me incluyo en el otro lado porque tendré que ir a su encuentro para
comprobar cómo están los heridos antes de trasladarlos al halo. Después de
todo, por eso he venido con Fawn. Necesitan al médico, pero el SEAL
tampoco les vendrá mal si la cosa se tuerce durante el trayecto.
—El halo estará más protegido en este punto —añade—. No tengo que
acercarme tanto al pueblo, así que es más difícil que alguien lo detecte.
Tienes razón, Doc, el lugar es perfecto. Has hecho un gran trabajo eligiendo
esa zona.
—El mérito es de tu equipo —insisto—. Han sabido dirigirse al lugar
correcto para que la extracción fuese menos problemática. Pero no
perdamos tiempo. Si queremos asegurar el perímetro antes de que lleguen,
tenemos que ponernos en marcha de inmediato.
—He estado recogiéndolo todo en tu ausencia —me informa.
—Me alegra ver que tienes tanta fe en mis capacidades —después de
decirlo comprendo que tiene doble sentido y que Fawn se lo ha tomado por
donde no pretendía porque me muestra una gran sonrisa pícara.
—Todavía tengo mucho que practicar para ver hasta dónde llegan tus
capacidades —responde, lanzándome una intensa mirada que despierta
cierta parte de mi cuerpo—, pero será todo a su debido tiempo, vaquero. De
todas formas, hablando en serio, he dejado lo indispensable fuera del halo
por si no lo lograbas y teníamos que pernoctar aquí, aunque tenía la
esperanza de que pudieses hablar con ellos.
—Bien pensado —asiento.
Cargamos en el halo lo que está fuera y mientras me aseguro de que no
hay nadie en los alrededores, Fawn pone en marcha el aparato. En cuanto
está a pleno rendimiento, me acerco con la cabeza gacha para evitar el
fuerte viento de las hélices y subo, colocándome en el asiento del copiloto.
Levanto los pulgares al terminar de asegurar el cinturón y Fawn asciende.
Aunque reviso que no haya peligro inminente a nuestro alrededor, por si
acaso, despegamos sin ningún contratiempo.
—Daré un rodeo —indica con señas y me coloco los cascos para poder
hablar con ella—. Nos llevará más tiempo, pero será más seguro si no
volamos tan cerca del pueblo.
—Estoy de acuerdo contigo —asiento—. Si nos ven, podrían intuir que
los demás están cerca. Dudo que hayan dejado de buscarlos y nuestra
presencia les daría una pista demasiado clara de hacia dónde dirigirse.
—Ahora mismo me gustaría tener a más soldados con nosotros —me
confiesa. No se ve preocupada, solo está siendo práctica. Y pone voz a mis
propios deseos—, por si algo se torciese.
—Haremos que todo salga bien —le sonrío y me devuelve el gesto —.
Con suerte, en menos de seis horas estaremos de regreso en la base.
A pesar de mi optimismo, nos quedamos pensativos durante el vuelo.
Fawn no dice nada, pero sé que se está sintiendo como yo respecto a la
misión y me lo confirma cuando nos acercamos al punto de extracción.
—Tengo un mal presentimiento, Doc y no suelo equivocarme.
—Estaremos atentos a cualquier señal, por mínima que sea —digo para
animarla. Sin embargo, tampoco yo estoy tranquilo en este momento. Sé
que porque haya sido fácil hasta ahora no tiene por qué ir a peor, pero siento
que eso es lo que va a pasar.
Aterrizamos en una zona despejada, pero oculta a ojos de quien pueda
merodear por las ruinas y me movilizo de inmediato para hacer un
reconocimiento rápido del perímetro. Fawn me cubre desde una posición
elevada. Me he traído varias gafas extra para la extracción y está usando un
par que después me llevaré para entregar a los cabezas de grupo. No todos
podrán ver mientras caminamos, pero los otros los dirigirán en la oscuridad
para no tener que encender luces.
—El polluelo está listo para alzar el vuelo —se comunican por radio con
nosotros una hora después—. Cambio.
—Papá pollo va de camino —le informa Fawn cuando ve que me dirijo
hacia las casas vacías con el material médico a cuestas. Sé que querría ir
conmigo, pero debe quedarse protegiendo el halo.
Aunque estoy acostumbrado a cargar mucho peso, el material junto con
mis armas y las gafas de visión nocturna se vuelven pesados con cada paso
que doy. Mi respiración se ve afectada pronto, pero no me detengo porque
la rapidez es mi mejor baza ahora. Podré tomármelo con calma cuando
alcance la seguridad de las primeras edificaciones.
Veo movimiento unos tres metros por delante de mí y preparo el fusil
para defenderme si es necesario, pero cuando distingo el uniforme
americano, apuro el paso para alcanzarlos. Nada más llegar a ellos, varias
manos me liberan del peso extra y seguimos caminando en silencio hasta
llegar al escondite del grupo. Se han apostado en una de las casas y han
cubierto ventanas y puertas para que la luz del interior no se filtre. De ese
modo es más fácil atender a los heridos sin correr riesgos innecesarios.
—Sargento Mayor Gibbs —el hombre, que sobresale entre el grupo por
su corpulencia, me tiende una mano amistosamente.
—Sargento Harris, para-médico de los SEAL —le aprieto la mano con
firmeza, antes de echar un vistazo por encima a los soldados allí reunidos—
¿Cómo están?
—Como ves —los señala—, algunos caminan por su propio pie, pero a
otros hemos tenido que cargarlos hasta aquí. Mis hombres están agotados,
pero cumplirán con su parte cuando digas que podemos movernos. Yo tal
vez empezaría por él, hemos tenido que reanimarlo en una ocasión y apenas
consigue respirar bien. Sin duda, es el que peor está de todos.
Me acerco al hombre y compruebo que, efectivamente, no está
demasiado bien. Uno de sus costados se encuentra en un estado lamentable
y parte de su cara ha desaparecido, dejando el hueso al aire. También tiene
laceraciones por todo el cuerpo, que han debido dejarlo prácticamente seco
antes de parar de sangrar. No sé ni cómo sigue vivo. Miro inquisidoramente
hacia el sargento mayor.
—Una mina —niega—. Esa mierda le dio de lleno. Tiene suerte de
contarlo.
No sé si yo lo consideraría suerte si me encontrase en su estado porque
aunque logremos llevarlo a la base, no estoy muy seguro de que se
recupere. Y de hacerlo, las secuelas de esto serán un cruel recordatorio de lo
que ha vivido aquí. En ocasiones, este trabajo nos deja ver lo peor de él y
me siento afortunado de no haber tenido que pasar por ello. Sé que es
egoísta, pero también inevitable.
—Tendré que estabilizarlo antes de llevarlo al halo —le explico—. Sé
que teníais que hacerlo, pero moverlo no ha sido lo mejor para él. Haré lo
que pueda ahora.
—Esperaremos —asiente.
—Esto llevará tiempo y no quiero exponer al resto sin necesidad —niego
—. Mientras lo atiendo, guiad al resto hacia el halo. Podéis volver a por
nosotros luego.
—Moore, Snaider, os quedáis —imparte las órdenes con decisión—. Los
demás, conmigo.
Le explico cómo llegar al halo y les entrego todas las gafas de visión
nocturna por si las necesitasen cuando abandonen el área iluminada. En
cuanto el grupo sale fuera, los dos hombres que se quedan con nosotros,
vigilan los alrededores. Me centro en el herido sabiendo que necesita
muchas más atenciones de las que yo le pueda ofrecer aquí. Sin embargo,
intentaré mantenerlo con vida hasta llegar a la base. Después,
probablemente tengan que trasladarlo a un hospital de la capital, donde
podrá cuidar mejor de él. De todas formas, no soy muy optimista con su
pronóstico.
CAPÍTULO 9

—¿Cómo que se han quedado allí? —no doy crédito a lo que está
diciendo Gibbs. Se suponía que habíamos venido solos para que nadie se
quedase atrás y ahora me dice que cuatro personas lo han hecho. Y entre
ellos, Doc—. Dejándolos atrás los has puesto en peligro, Gibbs. ¿Cómo se
te ocurre...?
—Suficiente, Holt —su orden acaba con mis protestas, pero solo porque
es mi superior y sé que cuando usa ese tono, es mejor no llevarle la
contraria. Sin embargo, no puedo evitar que la ira bulla por mis venas y
aprieto los puños para no hacer algo de lo que más tarde me arrepienta—.
El soldado no habría sobrevivido al traslado si el doctor no lo estabilizaba
primero y no teníamos tiempo para esperarlo. Fue idea suya el dejarlos atrás
mientras poníamos a salvo al resto.
—Y seguramente tú no has puesto demasiadas pegas a esa idea —vanas
esperanzas las mías de no replicarle. Cuando creo que es injusto, no puedo
callarme.
—He de hacer lo mejor para la misión.
—Y dejarlos indefensos mientras salvas al resto es lo mejor para la
misión —digo con ironía.
—Moore y Snaider se han quedado con ellos para protegerlos —
endurece la voz—. Me llevaré a dos de los nuestros para ir a por ellos en
cuanto me asegure de que te alejas de aquí sin proble...
—No pienso irme sin ellos —lo interrumpo. Me da igual si después
decide disciplinarme porque el plan era volver todos juntos y eso no va a
cambiar mientras yo pueda evitarlo.
—Harás lo que yo te diga, Holt —su tono no admite protestas, pero ya
estoy en modo automático y no puedo parar.
—Accedí a no traer refuerzos —le recuerdo sus órdenes, por si las ha
olvidado— para no tener que dejar atrás a nadie. ¿Y ahora me estás
diciendo que es lo que vamos a hacer? ¿Después de haber renunciado a
traer a un equipo que nos ayude con el rescate? Lo siento mucho, Gibbs,
pero no pienso obedecer. No me moveré hasta que todos, absolutamente
TODOS, se suban al halo.
—Deja de desafiarme, Holt —me amenaza acercándose tanto a mí, que
cualquier otro se habría acobardado. Pero no soy cualquiera y él lo sabe
también. Cuando creo que algo está mal, no me callo ni reculo—. Estoy
harto de tus insubordinaciones. Harás lo que te ordene y lo harás sin
protestar.
—Y yo estoy harta de que cambies los planes a tu antojo y cuando te
place —lo enfrento—. Esto no es ningún juego Gibbs.
—¿Crees que no lo sé? —grita— ¿Crees que habría elegido dejarlos
atrás si hubiese otra opción? Debo hacer lo mejor para todos y...
—Esto no es lo mejor para todos —lo interrumpo una vez más—. Es lo
mejor para ti. Así, si no logras salvar al resto, al menos habrás cumplido
parte de la misión con el primer vuelo. Si dices que han surgido
inconvenientes después, ya salvas tu culo, ¿no?
—El hombre herido está más muerto que vivo —sus palabras me duelen
porque está insinuando que mi idea es la correcta. Solo lo dije por
despecho, pero ahora veo que eso es lo que pensaba cuando decidió dejarlos
atrás—, pero estos necesitan atención inmediata. Mi prioridad es salvar a
quien puede ser salvado.
—Arriesgando la vida de quien se ha quedado para cuidar del casi
muerto —le recuerdo.
—A eso se le llama triage, Holt.
—A eso se le llama ser un capullo, Gibbs —replico.
—Te llevarás a estos hombres a la base —ahora está hablando mi
superior y aprieto la mandíbula, cabreada— y yo regresaré a por los demás
con un par de hombres, tal y como te he dicho. Para cuando vuelvas al
punto de extracción, estaremos esperándote.
—Gibbs, eso no...
—Es una orden soldado —me grita tan cerca de la cara, que noto su
aliento en ella y cierro los ojos por inercia.
—Sí, señor —odio que se imponga usando su rango. Se supone que
somos un equipo y que decidimos entre todos. Al menos eso era lo que
hacíamos antes, cuando empezamos a trabajar juntos.
Gibbs era un jefe increíble y siempre tenía en cuenta la opinión de todos
a la hora de trazar planes. Éramos como una familia e incluso nos
juntábamos cuando estábamos de descanso en casa y salíamos a entrenar
juntos. Pero después enfermó su esposa y su carácter empezó a empeorar.
Ella le pedía que se quedase a su lado mientras no se recuperaba de todo,
pero Gibbs siempre le daba largas. Discutían mucho por eso cuando estaba
en casa, así que empezó a buscar cosas que hacer lejos de ella. Pedía más
horas extra con la falsa excusa de pagarle el tratamiento, incluso si nosotros
sabíamos que lo hacían los padres de ella. Ni siquiera le importó
perjudicarnos por el camino, obligándonos a seguirlo misión tras misión,
casi sin tiempo para disfrutar de nuestras propias familias. Así fue como se
empezó a torcer todo. Pero lo peor fue en aquella última misión que aceptó
a pesar de que su esposa había empeorado tanto que no le daban esperanzas
de vida. Cuando murió mientras estábamos fuera, Gibbs entendió que había
obrado mal y que la había abandonado cuando más lo necesitaba, pero ya
era demasiado tarde. Ahora vive amargado y los remordimientos por no
haber estado a su lado en su último aliento no le permiten pensar con
claridad en muchas ocasiones. Se ha vuelto intransigente y déspota.
Desde ese día hemos tenido ya varios encontronazos fuertes por algunas
de sus decisiones porque yo no soy de callarme cuando creo que algo no
está bien. Lamento el dolor y la frustración que siente y me gustaría poder
ayudarle, pero no se deja. Y tampoco puedo permitir que sus
remordimientos los consuman, al menos en su trabajo, porque nos afecta a
todos. En ocasiones, nos pone en peligro por no querer escucharnos. He
intentado abrirle los ojos, pero se niega a verlo, así que si esto sigue así,
tendré que empezar a pensar en pedir el traslado y no es algo que me haga
mucha gracia porque para mí ellos siguen siendo mi familia. Lo he estado
hablando con Harper, cuando nos reencontramos en la base. Incluso
después de tanto tiempo sin vernos, todavía me conoce bien y sabe cuándo
estoy preocupada por algo. Preguntó con bastante insistencia lo que pasaba,
hasta que me lo sacó. Ni siquiera sé por qué perdimos el contacto, pues
siempre ha sido una de mis mejores amigas.
Antes de partir, me sugirió una salida diferente a mi problema, pero no
llegué a considerarla en serio porque el cambio parecía algo radical. Sin
embargo, en este momento no veo por qué no intentarlo. Si Gibbs no es
capaz de volver a ser el de antes, quizá deba pensar en dirigir mis pasos
hacia otro lado.
Pero este no es el momento para pensar en eso, sino para meter a los
heridos en el halo. La mayoría puede subir por su propio pie y los que no,
son ayudados por dos de mis compañeros, que al parecer, irán conmigo de
regreso a la base. Los otros dos se quedarán con Gibbs para reunirse con
por el resto. Sin embargo, aunque les hago creer que nos marcharemos, mi
intención es volver sobre nuestros pasos cuando los haya perdido de vista.
Si Gibbs se mostrase más razonable, podría haber obedecido, pero está
claro que no piensa en las consecuencias de abandonarlos a su suerte.
Además, no me he arriesgado a venir sola con Doc para hacer un único
viaje y que ahora se queden la mitad de los hombres en tierra. Si el enemigo
no me descubre cuando vaya hacia la base, lo hará cuando vuelva de ella,
así que no puedo irme sin más. No me importa lo que diga Gibbs o lo que
me vaya a pasar después de terminar la misión porque he venido a por todos
y no me iré hasta que estén a bordo del halo.
—Sujetaos bien —les digo, antes de encender el aparato, revisando todos
los niveles como medida rutinaria—. Me temo que va a ser un vuelo
movidito.
En cuanto estoy en el aire, le pido a mis dos compañeros que se
coloquen los auriculares para hablar con ellos. Tampoco parecen contentos
con las nuevas órdenes, así que espero que se presten a colaborar conmigo
de buen grado en el nuevo plan.
—Muchachos —les digo—, no sé vosotros, pero yo me niego a salir de
aquí sin el resto. Si lo hacemos, es muy posible que ya no los podamos
rescatar más tarde.
Por un momento se miran el uno al otro sin decir nada. Puedo sentir la
tensión que crece, pero realmente espero que estén en esto conmigo.
Aunque me enfrento a Gibbs cuando creo que sus decisiones no son
correctas, jamás lo he desafiado abiertamente después de darme una orden
directa y puedo entender que les sorprenda, pero estoy dispuesta a
convencerlos de que lo mejor es quedarnos y esperarlos.
—Ya has oído a Gibbs —me dice Rocko, finalmente—. Nos quiere en la
base ya. Sé que últimamente no siempre toma las decisiones correctas, pero
desobedecer una orden directa... Si lo haces, te meterás en un buen lío, Holt.
—Me da igual, Rocko. Gibbs no está pensando con claridad y esta vez
no puedo simplemente cerrar los ojos y esperar que todo salga bien, porque
sabéis que no lo hará. Dejarlos aquí es muy arriesgado. En cuanto se haga
de día, seré un blanco visible.
—Esperamos a la noche —sugiere Emerson, tan reacio como Rocko a
desobedecer— y los recuperamos entonces.
—¿Y arriesgarnos a que los descubran a ellos? ¿Con un herido que tal
vez no lo cuenten? —me parece increíble que todavía duden— ¿No veis lo
absurdo de sus planes?
—Nos ha dado una orden y... —comienza a decir Rocko de nuevo.
—Una orden irracional —lo interrumpo, frustrada—. Desde que su
mujer murió nos ha estado llevando de una mala decisión a otra. Es como si
buscase morir en combate para purgar sus pecados. Y lo siento, muchachos,
pero no estoy dispuesta a sacrificarme con él para que se sienta en paz
consigo mismo.
—Estoy contigo, Holt —Emerson se une después de unos segundos de
silencio—. No podemos dejarlos atrás, aunque tengamos que contradecir
una orden de Gibbs.
—Si eso es lo que queréis los dos —añade Rocko, encogiéndose de
hombros—, me apunto. Solo espero que estéis preparados para las
consecuencias, porque si algo sale mal, Gibbs nos va a joder vivos.
—Yo asumo toda la responsabilidad —les aseguro. Soy quien tiene
mayor rango de los tres, así que tendrían que obedecer si les doy una orden
directa. He preferido pedir su colaboración, como lo hemos hecho siempre
entre nosotros, pero me haré cargo de las consecuencias si surgen
problemas.
—No te dejaremos caer sola. Estamos juntos en esto —Emerson no
acepta mis términos, a lo que se suma Rocko. Y es por ellos, por lo que no
he querido pedir el cambio de unidad todavía, a pesar de que hace tiempo
que no comulgo con las ideas de Gibbs. No he querido dejarlos colgados
cuando más complicado se volvió todo, pero aunque los echaré de menos,
me estoy planteando la sugerencia de Harper, porque no puedo seguir a las
órdenes de una persona que no me inspira confianza. Lo de hoy ha colmado
el vaso y ya no hay vuelta atrás.
—Daré un rodeo —les explico— y regresaré al punto de extracción.
Ocultaremos el halo con los heridos en él mientras revisamos el perímetro
para asegurarnos de que tienen vía libre para llegar. Si la cosa se pusiese
fea, les daremos cobertura aérea.
Después de mis instrucciones, se sitúan en los laterales a cargo de las
metralletas, y cuando estoy segura de que Gibbs no puede verme, doy la
vuelta y me dirijo al punto de reunión. Aunque no he sido demasiado
explícita al respecto, todos sabemos que no van a poder pasar
desapercibidos en esta segunda ocasión. El sol está empezando a salir y las
sombras de la noche ya no les darán protección. Y aunque nos aseguramos
de que la ruta sea segura, dejando el halo a cargo de los heridos que mejor
se encuentran, cuanto más tiempo esperamos a que vuelvan, más
convencida estoy de que el nuevo plan de Gibbs va a fracasar.
—Ya hay movimiento en el pueblo y por lo que he visto, algunos se
acercan demasiado a las ruinas —me informa Emerson cuando regresa de la
inspección—. Si no aparecen pronto, les resultará complicado pasar
inadvertidos.
—Sabía que pasaría esto —murmuro preocupada. Contactaría con ellos
para que me informen de su situación, pero si Gibbs sabe lo que he hecho,
es capaz de cometer una estupidez que los ponga en peligro— ¿No los has
visto todavía?
—Ni rastro de ellos —niega—. Podría acercarme más para ver si los
localizo, pero es...
—No —lo detengo—. Ya está jodida la cosa como para torcerla con
alguna metedura de pata tonta. Seguiremos esperando.
Pienso en Doc y me arrepiento tanto de no haber acordado una clave
para contactar directamente con él. Estaba tan convencida de que vendrían
todos juntos que no pensé en eso. No entiendo por qué Gibbs ha cambiado
la estrategia, arriesgando la vida de seis hombres por una sola. Deberían
haberlo traído igualmente o al menos, esperar a que Doc lo estabilizase.
Dejarlos atrás no ha sido prudente. De repente, escucho algo en la radio y le
pongo más atención para descifrar el mensaje si es necesario.
—Espero que tengas cerveza porque estoy deseando probarla.
—Doc —respiro, aliviada—, me alegro de escuchar tu voz.
—Más me alegro yo de oír la tuya —noto el apuro en su voz ahora—
¿Cuánto tardarás en volver?
—Ya estoy aquí esperando. Nunca me fui —le aseguro.
—Bien hecho. Prepárate porque habrá fuegos artificiales.
Poco después de cortar la comunicación, escuchamos disparos a lo lejos.
Miro a mis compañeros, que tienen la misma expresión que yo, antes de
correr hacia el halo sin necesidad de que les diga nada. Cada vez me alegro
más de no haberme ido.
CAPÍTULO 10

Pensé que podríamos llegar al halo sin que nos descubriesen, a pesar de
que el día está sobre nosotros, pero Gibbs ha resultado ser demasiado
temerario y nos está exponiendo sin necesidad. Y lo pienso yo que estoy
acostumbrado a las locuras de nuestro Suicida. Sin embargo, Fisher no nos
pondría jamás en peligro con sus improvisaciones, sino más bien lo
contrario; aunque algunos puedan pensar que es un irresponsable y un
insensato. A Gibbs, en cambio, parece no importarle nada salvo la misión,
aun a riesgo de que no todos lo consigamos.
—Vamos, vamos —nos mete prisa—, por aquí.
Deberíamos haber estado avanzando y escondiéndonos entre las ruinas
para pasar más desapercibidos, aunque eso supusiese dar un rodeo, pero
Gibbs insiste en que la rapidez es nuestra mejor baza ahora y nos está
llevando demasiado cerca del pueblo para mi gusto. Pero este no es mi
grupo y no puedo hacer nada para impedírselo. Además, discutir solo nos
haría perder un tiempo del que no disponemos ahora mismo.
—Debemos llegar al bosque tras las ruinas —me explica, al ver mi ceño
fruncido por sus elecciones—. Hay que buscar refugio entre los árboles
hasta que Holt regrese a por nosotros.
—¿Holt no está allí? —cuando propuse quedarme para estabilizar al
herido, contaba con que regresarían a por nosotros mientras Fawn nos
esperaba en el claro. De saber que regresaría a la base con un primer grupo,
nunca habría permitido que moviesen al soldado. Por muy rápida que sea en
llevarlos, no podrá regresar antes de que el sol caiga de nuevo y por eso
habíamos planeado hacer un único viaje. Si esta loca carrera no era
suficientemente estúpida antes, ahora que sé que no tendremos un vehículo
que nos saque de aquí al final del camino solo la empeora. No sirve de nada
arriesgarse ahora porque seguiremos en peligro hasta el regreso del halo y
así se lo hago saber a Gibbs—. Si se ha ido a la base, deberíamos haber
esperado en nuestro escondite hasta la noche. Transportar a un herido a
plena luz del día sin el apoyo aéreo del halo es una locura. Sobre todo,
cuando no tendremos quien nos rescate una vez lleguemos al punto de
extracción.
—Casi nos descubren mientras os esperábamos —replica—. Cuando
contactaste con nosotros la primera vez, estaba pensando ya en movernos.
Allí no estábamos seguros.
—Aquí lo estamos mucho menos —protesto, sin poder evitarlo. Sé que
no es buena idea discutir con él cuando estamos expuestos a mil ojos, pero
no puedo hacer otra cosa. Cuanto más sé de su plan, menos fiable me
parece.
—Seguiremos avanzando —su orden pretende zanjar la discusión, pero
me voy rezagando sin que lo note para tratar de contactar con Fawn. Dudo
que la radio tenga el alcance suficiente si está ya en el aire, pero la única
forma de salir ilesos de esta es pedirle que regrese de inmediato a por
nosotros, así que debo intentar hablar con ella.
—Mierda, no puede ser. Joder —me quejo en bajo al descubrir que nos
están siguiendo. Haberme quedado rezagado me ha dejado ver que
pretenden rodearnos, por eso me reúno con el equipo y los pongo sobre
aviso—. Tenemos compañía a nuestras seis. Y he visto a alguien más a las
cuatro. Están intentando rodearnos. Si no cambiamos el rumbo ahora
mismo, esto se convertirá en una carnicería como la que nos trajo hasta
aquí.
—Si alcanzamos la siguiente calle, ya no podrán hacernos nada —Gibbs
se niega a girar—. Lo tengo controlado.
—No llegaremos a tiempo —insisto. Veo que los hombres de Gibbs
están igual de preocupados que yo y me pregunto cómo pueden seguir las
órdenes de un líder que los expone constantemente al peligro sin titubear.
No me pareció temerario cuando hablamos la primera vez y la verdad es
que me está decepcionando.
—Seguid avanzando —nos ordena Gibbs, ignorándome.
El herido se queja cuando la camilla tiembla por la carrera y me acerco
para comprobar su temperatura. He hecho lo posible por mantenerlo estable
dentro de la gravedad de sus heridas, pero está demasiado débil y, desde
luego, este viaje lo empeorará aún más. Si llego a saber antes que Fawn iba
a regresar a la base, nadie nos habría movido del escondite hasta la noche,
por muy poco seguro que insista Gibbs en que es.
—Si seguimos forzándolo, no lo conseguirá —vuelvo a la carga al notar
que está ardiendo.
—¿Es que no sabes mantener la boca cerrada? —su reacción no solo me
sorprende a mí, pero aun así sigo siendo el único que se enfrenta a él—.
Estoy intentando salvarnos la vida, joder, así que haz lo que te digo y deja
de molestar.
—Mi trabajo es salvarle la vida a él —señalo al soldado herido. Aunque
no quiero levantar la voz, me cuesta controlarme—. No me quedé atrás
preparándolo para el traslado para que ahora un plan descabellado lo
remate.
—Seguimos —grita la orden.
A pesar de la discusión no hemos dejado de correr, pero veo que nos
están cercando igualmente y que no llegaremos a tiempo a la calle en la que
Gibbs espera darles esquinazo por más rápidos que seamos. O giramos en el
siguiente cruce o nos joden vivos, así que en cuanto alcanzamos el lugar,
tiro de los camilleros y los arrastro conmigo hacia el callejón. Sus protestas
por la sorpresa y porque casi dejan caer el herido llaman la atención del
resto, que nos siguen de inmediato para protegernos, aunque Gibbs no
parece muy contento por ello. No me importa realmente lo que piense
porque he conseguido evitar la emboscada y eso es lo que realmente
importa.
—Si seguimos esta ruta daremos con otro cruce —les explico— que nos
llevará lejos del pueblo, hacia las ruinas exteriores. Solo hay que atravesar
un par de edificios y estaremos en el bosque antes de que se organicen para
cercarnos de nuevo. Pero seguramente intuyan hacia dónde vamos, así que
no tendremos la posibilidad de escondernos para esperar al halo —los miro
a todos de uno en uno, dejando a Gibbs para el final—. Tendremos que
defendernos mientras no nos vengan a rescatar. Los árboles nos ayudarán en
eso, pero no diré que vaya a ser fácil.
—Esta no es tu misión —Gibbs me da alcance cuando nos ponemos en
marcha y discute conmigo frente a todos—, no es tu equipo. Yo doy las
órdenes y lo que acabas de hacer se llama insubordi...
—No eres mi jefe de equipo —lo interrumpo— ni te aceptaría como tal
si tomas decisiones tan temerarias que ponen en peligro a tu gente. Puedes
acusarme de insubordinación cuando regresemos a la base si es lo que
quieres, pero eso será después de que os salve el culo a todos.
Sé que no le gusta mi respuesta, pero no me quedo a escuchar sus
protestas, sino que avanzo más deprisa para controlar que el camino esté
despejado. Aunque se la he vendido con una buena vía de escape, no lo es,
así que procuraré asegurarme de que no haya más sorpresas esperándonos
en el camino. Aunque parece que a nadie le gustan las órdenes de Gibbs, no
los veo con ganas de contradecirlo y prefieren seguirlo a una muerte segura
antes que enfrentarlo. Si debo ser el sensato aquí, lo seré.
Una vez atravesamos el primer edificio, corremos al segundo y allí nos
permito descansar unos minutos mientras le suministro al herido un poco de
morfina para el dolor. No falta mucho para llegar al bosque, pero es el
tramo más difícil. En una de nuestras salidas permitidas, mi equipo y yo
estuvimos aquí y me conozco el terreno que nos espera. Está claro que será
difícil. Por suerte, no hay nadie por aquí, salvo nuestros perseguidores. He
estado suficientes veces en Afganistán como para saber que muchos civiles
los apoyan y harían lo que fuera por echar del país a los estadounidenses.
Puedo entenderlos, pues nadie quiere que su país sea invadido por fuerzas
extranjeras, pero no puedo estar de acuerdo con la política islamista que
pretenden instaurar los talibanes.
Noto cómo Gibbs se va poniendo cada vez más furibundo al ver que mi
plan es mucho más seguro que el suyo, aunque tardemos algo más en llegar
al lugar de encuentro, pero no me molesto en explicarle que así es como
debería haber hecho él. La seguridad del grupo siempre irá en primer lugar
y si tenemos que alargar la misión, lo hacemos y no hay nada más que
discutir. No se puede arriesgar la vida de muchos por la de una sola
persona.
—Espero que tengas cerveza porque estoy deseando probarla —he
detenido al grupo en la linde de las ruinas, antes de adentrarnos en la cuesta
que nos llevará al bosque para intentar contactar a Fawn. Los talibanes
parecen estar patrullando las salidas, como si nos estuviesen esperando y en
cuanto salgamos, no podremos evitar que nos vean. Si Fawn no está cerca,
tocará esconderse en algún lado hasta que caiga la noche porque de ninguna
manera nos enfrentaremos a ellos sin un buen plan de rescate. Esperaba
haber llegado al bosque antes de que el enemigo apareciese por aquí, pero
ya es tarde.
—Doc ——se oye tan aliviada como me siento yo de hablar con ella —,
me alegro de escuchar tu voz.
—Más me alegro yo de oír la tuya. ¿Cuánto tardarás en volver?
—Ya estoy aquí esperando. Nunca me fui.
—Bien hecho —me alegra saber que también a ella le ha parecido un
plan descabellado y que ha decidido ignorarlo, por encima de las
consecuencias. De cualquier otra forma, estaríamos jodidos—. Prepárate
porque habrá fuegos artificiales.
En cuanto corto la comunicación informo de manera rápida a los demás
de que Fawn nos está esperando cerca y que nos dará cobertura aérea
mientras vamos hacia ella. Luego trazo un plan de defensa para el trayecto
que nos queda por recorrer ante la atenta mirada de todos, pero noto como
la rabia va creciendo en Gibbs después de saber que su piloto le ha
desobedecido. No sé qué va a pasar cuando lleguemos a la base, pero desde
luego, no se va a quedar de brazos cruzados. En cuanto a mí, no es que me
preocupe demasiado porque no respondo ante él y Simmons me apoyará
cuando le explique lo que ha pasado, pero Fawn es otra cuestión. Ha
desobedecido una orden directa de su superior y sé que se lo pondrá difícil.
Viendo cómo funciona este hombre, si esto no sale bien y no puedo
adjudicarle la gloria antes de que se plantee acusarla, la habremos cagado.
No me parecerá justo que se lleve la gloria sin merecerla, pero sería la
forma de que todo se quedase en nada y Fawn no tenga problemas.
—Solo si sale bien —murmuro antes de dar la orden—. Avanzamos.
Como supuse, no hemos dado ni dos pasos antes de que alguien nos
descubra y ordene lanzar una dura ofensiva contra nosotros. Respondemos
al fuego con la poca munición que tenemos y nos movemos con rapidez.
Con suerte, Fawn aparecerá muy pronto y los mantendrá a raya hasta que
nos hayamos internado en el bosque. La extracción será más complicada
ahí, pero no hay otra opción.
—Es como si supiesen que estaríamos aquí —dice Moore a mi lado.
—Tienen ojos en todas partes —le explico sin dejar de caminar— y
sabían que el grupo inicial se había dividido, así que os estarían buscando
desde entonces. Deberíamos habernos movido por la noche, cuando les
resultase más difícil vernos.
No dice nada, pero sé que opina como yo aunque a muy pocos soldados
les gusta moverse por la noche. Para mí es lo mejor, sin duda. Una vez te
acostumbras a las gafas de visión nocturna, tus otros sentidos se agudizan.
Rindes mejor en misiones nocturnas.
A medio camino escuchamos el sonido del halo por encima de las balas
y, poco después, una ráfaga de disparos dispersa a los talibanes, que buscan
refugio entre las ruinas. Avanzamos hacia el bosque mientras que Fawn
realiza un par de pasadas sobre los edificios para que nadie se atreva a
seguirnos.
—Ya falta poco —los animo cuando diviso a lo lejos el descampado
donde Fawn aterrizará el halo—. Vamos, muchachos, lo estamos logrando.
Apenas unos segundos antes de que nos pongamos en situación, aparece
el halo y comienza el descenso. Sin embargo, ahora que Fawn no está
protegiendo la retirada, los talibanes retoman sus posiciones y se acercan
peligrosamente. Los primeros disparos llegan después de que subamos al
herido al halo. Moore, Snaider y yo formamos un semicírculo en torno al
aparato para devolver los tiros mientras el resto se sube.
—Adelantaos —digo sin abandonar mi posición. Acabo de colocar mi
último cargador, pero a ellos no les queda munición, así que me quedaré
para cubrirlos. Después de darles unos segundos de ventaja, los sigo y, en
cuanto salgo del radio de alcance de las ametralladoras del halo, se ensañan
con ellos.
Moore me sujeta con fuerza para que no me caiga cuando Fawn
comienza el ascenso y me ayuda a sentarme junto a él. Cuando tengo el
cinturón puesto, respiro con alivio. No estamos fuera de peligro todavía,
pero al menos ya no hay nadie en tierra.
—Lanzamisiles —grita alguien, cuando casi estábamos saboreando la
libertad.
—Sujetaos —grita Fawn antes de realizar un giro imposible para evitar
que nos alcance.
Sin embargo, nos golpea igualmente en un lateral, provocando que el
halo empiece a girar sin control. Sale humo de la parte de atrás y todos los
sensores están pitando al mismo tiempo. Fawn intenta mantenernos en el
aire, pero le está costando estabilizar el aparato. A pesar de todo, consigue
alejarnos del pueblo antes de que dé por perdido al halo.
—Cubrid las cabezas y el pecho —grita—, esto se va a poner feo.
Aunque intenta evitar que el golpe sea demasiado duro, el halo cae sin
remedio a tierra. Lo último que siento antes de perder el conocimiento es
una fuerte sacudida que hace que todos mis huesos parezcan de gelatina.
CAPÍTULO 11

Escucho voces a lo lejos, pero me cuesta abrir los ojos. Me duele todo el
cuerpo y dejo escapar un pequeño grito cuando por fin consigo moverme.
Pestañeo un par de veces antes de enfocar la vista en la persona que me está
sosteniendo.
—Fawn —le sonrío al reconocerla, aunque incluso ese gesto duele. Aun
así, la analizo con ojo clínico para asegurarme de que está bien. Tiene una
pequeña brecha en su frente, pero la sangre ya se ha secado y no se ve
inflamada o infectada. Está toda cubierta de polvo y ni siquiera su perfecto
moño militar se ha salvado del desastre, pero por lo demás no parece
encontrarse mal.
—Dios, Doc —me devuelve la sonrisa con alivio—, ya pensé lo peor.
¿Cómo estás?
—Me duele todo —digo, probando mis músculos mientras hablo—, pero
creo que no tengo nada roto. Sobreviviré.
Me ayuda a incorporarme y sonrío de nuevo al comprobar que me
sostengo por mi propio pie. No quisiera ser una carga para nadie ahora que
no tenemos el halo. Entonces miro a nuestro alrededor solo para descubrir
que hemos sido muy afortunados de contarlo porque el lugar parece un
apocalipsis. Gibbs no se ve contento por lo que ha pasado y se dedica a
gritar, mientras que los que han salido más o menos ilesos rescatan de los
escombros a los heridos. Sin embargo, cuando le escucho despotricar sobre
Fawn y dice que tiene la culpa por no haberse marchado cuando se lo
ordenó, algo dentro de mí se acciona y no puedo contener la rabia. Me
acerco a él y lo enfrento. No lo golpearé porque no quiero darle motivos
para denunciarme después, pero ganas no me faltan.
—Si Holt se hubiese ido, ahora estaríamos todos muertos —uso su
apellido porque no quiero que piense que lo hago por algún tipo de interés
con ella, sé cómo funcionan las mentes como la suya— ¿O crees que
habríamos resistido mucho en el bosque mientras esperábamos 24 horas por
ella? Y eso como mínimo. Holt nos ha salvado el culo a todos, joder.
Deberías agradecérselo en lugar de menospreciarla.
—El helicóptero está destrozado —me grita, señalando los restos—. Y
ahora tenemos más heridos que antes. ¿Cómo coño vamos a llegar a la
base?
—Los arrastraremos si es necesario —respondo en el mismo tono. Es
imposible guardar la compostura con este tipo—. Buscaremos refugio antes
de que vengan a por nosotros y esperaremos a la noche. No tenemos gafas
para todos, pero nos las apañaremos. Esto no habría pasado si...
—Doc —Fawn me llama y cuando miro hacia ella, la veo agachada
junto al hombre de las quemaduras. Me acerco a ambos y veo que, al
parecer, tenemos una baja. Me olvido de la discusión con Gibbs, que en
realidad no nos llevará a ninguna parte y empiezo a comprobar el estado de
todos. Hay cosas más importantes que quitarle la razón a un loco.
Para bien o para mal, nadie salvo él ha perdido la vida. Y aunque
algunos necesitarán ayuda para moverse, no me preocupa. Salvo el cuerpo
del muerto.
—Lo cargaremos entre dos —le digo a Fawn cuando me pregunta—. No
dejaremos a nadie en esta tierra maldita si podemos evitarlo, aunque eso nos
retrase.
—No sé si lo lograremos, Doc —mira alrededor—, la mayoría está al
borde del colapso ya.
—Habrá que esforzarse un poco más —me encojo de hombros. En
peores situaciones me he visto, no me rendiré tan fácilmente.
—Dicen que los SEAL pueden cargar incluso dos hombres heridos en
sus espaldas —a pesar de la situación tan tensa, Fawn intenta bromear para
aligerar el ambiente. Se agradece el gesto porque la cosa pinta mal, aunque
no esté dispuesto a admitirlo todavía.
—Tal vez Archer pueda —pienso en el gigante del equipo—, pero te
aseguro que con uno es más que suficiente para los demás.
—Nos ponemos en marcha —grita Gibbs de repente.
—Tenemos que organizarnos primero —me acerco a él de nuevo y trato
de mantener un tono neutro para no alterar la situación—. No dejaremos a
nadie atrás y...
—Enterraremos al muerto entre los escombros antes de marchar —me
corta—. Volveremos después a por él, con una patrulla bien pertrechada y
un vehículo donde poder meterlo.
—No sé cómo lo haces tú —niego—, pero ningún SEAL deja atrás a los
suyos mientras haya una posibilidad de cargarlos. Ya sea vivo o muerto.
—Aquí el único SEAL que hay eres tú —me mira con desprecio—, así
que puedes cargarlo si quieres, pero mis hombres se mueven ya.
—Yo te ayudaré, Doc —se ofrece Fawn apoyando una mano en mi
antebrazo—. No merece la pena discutir con él.
El equipo de Gibbs se encarga de ayudar a los heridos a avanzar,
mientras Fawn y yo llevamos al muerto en la única camilla que se salvó del
accidente. Está un poco maltrecha, pero resistirá el trote. O eso quiero creer.
Lo importante ahora es alejarnos todo cuanto podamos de este lugar porque
los que nos derribaron no tardarán en venir para comprobar si ha quedado
alguien vivo. El problema más inmediato ahora es encontrar un refugio
hasta la noche, pues por aquí no hay nada. Absolutamente nada.
—¿Qué le pasa a vuestro jefe de equipo, Fawn? —no puedo evitar
preguntarlo. Me intriga saber por qué es tan temerario.
—Se culpa por no haber estado junto a su esposa cuando murió —me
resume—. Estuvo evitando pasar tiempo con ella durante su enfermedad,
como si pudiese cambiar el hecho de que se estaba muriendo, pero ahora se
arrepiente de haberse ido cuando supo que el final estaba cerca. Le pueden
los remordimientos por no haberla apoyado más en el proceso.
—¿Y tiene que arrastraros a todos a la muerte con él?
—Supongo que no le importa lo que nos pase, mientras él consiga lo que
necesita —noto la pena en su voz, pero no hace falta que le pregunte por
eso, porque continúa hablando—. Antes éramos una familia. Se preocupaba
por nosotros, no solo en el trabajo sino también fuera de él. Era un gran
líder y un gran hombre, pero no supo gestionar bien la enfermedad de su
esposa y acabó cometiendo muchos errores.
—Y ahora lo paga con vosotros —sentencio cabreado—. Si está mal,
debería haberse pedido una excedencia. Lo que está haciendo es peligroso.
—¿Crees que no lo sé? —suspira—. No quiero abandonarlo porque ha
sido un segundo padre para mí, pero en los últimos meses ha ido a peor. Lo
de hoy es la gota que colma el vaso. Nos ha puesto en riesgo a todos por
dividir al grupo en primer lugar. Ha tomado decisiones tan desacertadas,
que hará que nos maten.
—En eso tengo parte de culpa —ahora me arrepiento, pero ya no se
puede cambiar—. Yo le pedí que llevase al resto hasta el halo y que
volviesen después a por nosotros. Pero admito que contaba con que
estuvieses en el punto de extracción esperándonos y no camino a la base.
—No quise obedecer y me temo que lo pagaré más tarde —deja ir el aire
lentamente—. Si logramos salir de esta.
—Saldremos —le aseguro—. No sé en qué condiciones será, pero lo
haremos.
—¿Eso lo dice el SEAL? —aunque no puedo verle el rostro, sé que está
sonriendo.
—Eso lo digo yo —la imito—. Y el SEAL también.
—Lo sabía —le he arrancado una pequeña risa, como planeaba.
—No voy a dejar que Gibbs te perjudique —le digo, ahora serio—. Si
alguien tiene que responder ante los altos cargos, es él. No ha sabido
gestionar bien la situación y se ha complicado. Ha ido de mala decisión en
mala decisión y eso se paga.
—Eres un encanto, Doc y adoro que quieras defenderme, pero he
desobedecido una orden directa —niega—. Las circunstancias no importan
ni...
—Por supuesto que importan —la interrumpo—. No puedes seguir una
orden que sabes que pondrá en peligro la misión o la vida de la mayoría del
grupo. Hay ocasiones en que los jefes pierden el norte y nos toca hacer lo
que sea para evitar el desastre. Gibbs ha sido demasiado descuidado y no
podemos tolerarlo. Nos toca actuar y me encargaré de que todos sepan lo
que ha pasado si te lo pone difícil una vez en la base.
—No quiero que salgas perjudicado por mi culpa, Doc.
—Tengo un gran equipo detrás que me respaldará —le aseguro—. No te
preocupes por mí.
No dice nada, pero sé que le he dado en qué pensar. También yo tengo
que encontrar una forma de abordar el asunto sin que eso perjudique al
equipo de Fawn. Puede que Gibbs al final decida no presentar quejas por
Fawn, pero no puedo quedarme callado ante su actitud. Los jefes deben
saber que han enviado a alguien inestable a la guerra. Este hombre es un
peligro para todos.
El tiempo se nos echa encima y parece que avanzamos poco a pesar de
haber recorrido ya unas cuantas millas. Me preocupa el paso lento que
estamos llevando por los heridos, pero a mí me ha venido bien porque
cargar con el muerto está resultando un tanto cansado. Sin embargo, soy
consciente de que necesitamos un sitio en el que refugiarnos para descansar.
—Estás muy callado ahora —Fawn parece notar mi inquietud— ¿Te
preocupa algo?
—No estamos siendo lo suficientemente rápidos —respondo.
—Tampoco podemos hacer mucho más.
—Lo sé, pero eso no hace que me resulte más fácil de digerir.
—Mientras nos sigan a pie —Fawn debe haber estado pensando lo
mismo que yo porque llevo unos minutos preocupado por si nos alcanzan
con vehículos. Contra eso no podemos luchar.
Justo cuando lo dice, como si los invocase, escuchamos a lo lejos un
estruendo y una polvareda que se eleva en el horizonte.
—Ya vienen —le advierto a los demás, que nos aventajan en unos pasos
—. Todos a cubierto. Pero no hay mucho donde esconderse y nos tocará
improvisar. Aun así, mi mente práctica me dice que estamos jodidos y que
no podremos salir de esta si no sucede un milagro.
Dos vehículos armados se acercan a toda velocidad y nos darán alcance
en menos de un minuto. Nuestra única opción ahora es repelerlos con la
poca munición que nos queda. No será fácil, pero hay que intentarlo.
—Vamos —los apremio y por primera vez desde que empezó esta
locura, Gibbs no se interpone en mi camino, sino que me ayuda a ocultar a
los heridos tras los pocos árboles y rocas de la zona—. Esperad a tenerlos a
tiro antes de devolver el fuego. No vayamos a malgastar munición.
—Ironías de la vida —dice Fawn a mi lado.
—¿De qué hablas? —la miro por encima del hombro.
—De que justo cuando conozco a alguien realmente interesante por el
que merece la pena arriesgarse, se complica todo.
—Eh —me acerco a ella y después de comprobar que nadie nos ve, la
beso—. No te creía de las que se rinden.
—No lo soy —sonríe—, pero admite que esto pinta mal.
—En peores me he visto —trato de restarle importancia al asunto, pero
en realidad tiene razón.
—Fanfarrón —la escucho reír detrás de mí, pero ya no le respondo
porque los tenemos casi encima.
—Todos atentos —les grito para prepararlos—. Pulso firme, buena
puntería y sin tiros al aire.
Poco después de que dé las indicaciones, comienzan a silbar las primeras
balas sobre nuestras cabezas y levanto una mano para que nadie responda.
Todavía están muy lejos y solo perderíamos una munición que no nos sobra.
—Esperad —grito por encima del ruido. Qué bien nos vendrían los
explosivos de Suicida ahora. O Archer con su rifle de asalto. En realidad,
nos vendría de perlas que estuviese el equipo completo aquí—. Ahora.
Controlamos los disparos para evitar tiros errados, pero es difícil
alcanzarlos cuando los coches se mueven a nuestro alrededor. A veces nos
resultaría más sencillo escondernos que disparar, pero los animo a seguir
defendiendo nuestra precaria situación, pues si dejamos que se acerquen
más, estaremos muertos.
—Me queda una bala —grita alguien. De repente, un coro de voces se
hace eco de esa, lo que nos deja solo a un par con munición, aunque escasa,
para defendernos a todos.
—Si existe Dios —dice Fawn, agotando sus últimos disparos— este
sería un buen momento para demostrarlo.
Y como si le hubiese escuchado, algo estalla cerca de uno de los coches
desviándolo de su trayectoria. Busco de dónde proviene el disparo y veo
tres HUMVEEs acercarse a gran velocidad. No puedo evitar gritar de alivio
y euforia al mismo tiempo. El resto se me unen y casi diría que alguno
incluso suelta alguna que otra lágrima. No los juzgaré, pues la ayuda ha
llegado justo a tiempo. Abrazo a Fawn y aunque estoy deseando besarla, me
contengo porque Gibbs nos está observando.
Antes de que los HUMVEEs lleguen, los insurgentes ya se están dando a
la fuga y nos movilizamos para salir de nuestro precario fortín. Cuando veo
a mi equipo en los coches, se me escapa una gran sonrisa. Debí suponer que
Simmons haría lo que fuese para conseguir el permiso para seguirnos.
Siempre tuvo miedo de no estar a la altura de Hank, pero a veces tengo la
sensación de que acabará rebasándolo con el tiempo.
—Nunca me he alegrado tanto de veros, muchachos —digo, yendo a su
encuentro para abrazarlos.
—Sin mí no eres nada, Doc —me dice Fisher adelantándose a todos para
recibirme en sus brazos.
—Claro —protesta Archer—, llévate todo el mérito.
—Habéis llegado justo a tiempo —miro hacia Simmons— ¿Cómo has
logrado que te den permiso?
—Alguien le debía un favor a DK —al nombrarlo, miro hacia él y le
sonrío.
—Ahora me lo debes tú a mí, Doc —ríe.
—¿Qué tal si nos ponemos en marcha? —Gibbs corta de golpe la
conversación y, aunque en el fondo tiene razón, hay formas más educadas
de decirlo—. No pienso esperar a que regresen con más refuerzos.
—Dejemos la charla para más tarde —asiente Simmons.
—¿Y a ese qué coño le pasa? —me pregunta Fisher, mirando hacia
Gibbs—. Parece que le falta una buena follada.
—Es largo de contar —niego, pero cuando veo la mirada que le lanza a
Fawn, me prometo que les hablaré de él para que me ayuden a buscar una
solución al conflicto que se avecina. No voy a permitir que manche su
historial cuando la culpa ha sido suya.
CAPÍTULO 12

Una vez en la base, aunque quería hablarles a los muchachos de lo que


ha pasado, no tengo tiempo porque Fox y yo nos pasamos el resto del día y
parte de la noche atendiendo a los heridos. La relación entre nosotros estuvo
un poco tensa al principio, pero la profesionalidad se impuso y acabamos
funcionando como un buen equipo para salvarlos a todos. Por suerte, nadie
se acercó a importunarnos o meternos prisa y pudimos llevar nuestro ritmo.
Tal vez no fuese el más rápido, pero con tan poco personal y aún menos
instrumental, hicimos lo que pudimos, que ya es más de lo que otros
habrían logrado en nuestra situación.
A pesar de las largas horas en vela, no noté el cansancio que me
consume hasta que conseguimos terminar. Sin embargo, aunque me
encuentro físicamente agotado, estoy muy satisfecho con el resultado. Fox
se hará cargo de la guardia el resto de la noche porque necesito dormir,
después de más de 24 horas sin cerrar los ojos, así que salgo del hospital
con intención de meterme en el catre y pasarme en él varias horas seguidas
antes de regresar.
—¿Todo bien? —la pregunta de Fawn me sorprende. No esperaba
encontrármela en la salida y ni siquiera la he visto al pasar junto a ella, tan
cansado estoy.
—Se recuperarán —asiento y dejo que me alcance. Mi mente viaja hasta
el soldado muerto, no obstante. De haber hecho las cosas de otro modo,
habríamos podido salvarlo también, aunque no sé qué vida podría llevar con
medio cuerpo desfigurado. Puede que haya sido mejor para él, pero eso no
quita que sea igualmente triste y frustrante que tenga que regresar a casa en
una caja de pino. Cada vez que lo pienso, se me viene a la mente el día en
que Fisher se lanzó sobre la granada para protegernos a todos. Tuvo mucha
suerte, más de la que tuvo el otro, pero se llevó una bronca por parte de
todos por su heroicidad.
—No podías hacer más —parece que Fawn me lee la mente.
—En realidad podía, pero alguien tomó las decisiones incorrectas —
respondo— ¿Te ha dado problemas?
—Me ha echado una bronca bastante contundente en privado —se
encoge de hombros—, pero se le ha pasado rápido. Ninguno del equipo ha
sufrido heridas de gravedad, así que no ahondará en el asunto.
—Parecía muy dispuesto a hacerlo.
—Sí, bueno, supongo que le preocupa que empecemos a hablar nosotros.
No sé quién perdería más si lo hacemos.
—No podéis seguir callando, Fawn —insisto—. Un día os llevará a la
muerte. Por el momento tiene solución, entonces ya no.
—Demos un paseo —me pide. No sé si lo hace porque quiere pasar más
tiempo conmigo o porque le apetece seguir hablando sobre el tema, pero
como sea, no lo dejaré estar porque ese hombre es un peligro para muchos,
no solo para su equipo.
Nos alejamos en silencio de la zona de las tiendas y acabamos en el
campo de entrenamiento, que a estas horas de la noche está desierto y
silencioso. Es una zona bien iluminada, como toda la base, porque es la
única forma de evitar sorpresas indeseadas, así que podemos movernos con
tranquilidad por el lugar.
—He hablado con mis compañeros sobre Gibbs —contrariamente a lo
que pensaba, Fawn continúa con el tema—. Ninguno queremos que
manchen su hoja de servicio, pero tenemos claro que ya no puede seguir
dirigiendo al equipo. Intentaremos hablar con él en primer lugar para que se
retire por iniciativa propia. Ha cumplido hace tiempo con los requisitos para
jubilarse y aunque no tiene la edad, no le pondrán problemas para conseguir
la pensión más alta. Cooper se ha estado informando sobre ello. Al parecer,
no soy la única que le ha estado dando vueltas al asunto.
Habla con pena, como si pedirle a Gibbs que se retire fuese una traición
hacia él. En cierto modo puedo entenderla, pues me pasaría lo mismo si
tuviese que hacerlo con Hank antes de que él pidiese el cambio, pero su jefe
de equipo no está bien y es muy peligroso para todos. En este caso, no se
pueden cerrar los ojos y seguir adelante, porque alguien podría resultar
herido. O peor aún, muerto. Ya no se trata de lealtad, sino de supervivencia.
—Si necesitáis ayuda —me ofrezco.
—Eres un encanto —se acerca a mí y me acaricia la mejilla antes de
rodearme el cuello con ambos brazos. Automáticamente inclino la cabeza
hacia ella para besarla. He estado deseando hacerlo desde que la vi fuera del
hospital, esperando por mí. Nadie había hecho nada parecido por mí nunca.
—No me llamarías encanto si supieses lo que estoy pensando en hacerte
—susurro.
—No me asusto fácilmente —usa mis propias palabras y sonrío—. Pero
este no es el lugar ni el momento, por desgracia.
—Lo sé —me quejo.
—Hay algo de lo que quería hablarte —dice, de repente, un poco
nerviosa.
—Lo que sea —la animo a seguir.
—Nunca había contemplado la posibilidad —empieza, como dando un
rodeo. Eso es algo poco habitual en ella, al menos desde que nos
conocemos—, pero en vista de las circunstancias, creo que lo haré. He
estado hablando con Harper de ello y aunque sé que es difícil, estoy segura
de que podría lograrlo... igual que ella.
Guarda silencio y me mira con expectación, mientras analizo lo que
acaba de decir. No me lleva mucho llegar a la conclusión acertada, pero
necesito que me confirme que no me equivoco.
—¿Vas a presentarte a las pruebas de acceso a los SEAL?
—¿Crees que deba?
—Lo que yo crea no debe afectar a tu decisión —digo de manera rápida,
lo que parece gustarle—, si es lo que quieres, te animaría a ello. Cierto que
para vosotras todavía es complicado porque sois pocas y el rechazo está ahí,
pero si pasáis las pruebas, para mí sois tan válidas como cualquiera.
—Sé que no va a ser fácil, pero nada en el ejército lo es para las mujeres,
así que estoy preparada para lo que venga.
—Créeme —le aseguro—, nadie está preparado para las pruebas de los
SEAL. No quiero que pienses que intento desanimarte porque no es eso,
pero el acceso a los SEAL es muy duro y el porcentaje de renuncias muy
elevado. Sin embargo, no es imposible superar las pruebas. Quiero que
vayas preparada para dar el 200% de ti.
—Harper me dijo algo parecido —sonríe al escucharme—. Pero no me
asustan el trabajo duro, ni las condiciones extremas. Lo que me preocupa es
que haya poco compañerismo.
—Para pasar las pruebas hay que colaborar con los demás —digo—.
Quizá por ser mujer, alguno querrá ponértelo difícil, pero estoy seguro de
que muchos otros te ayudarán porque harás lo mismo con ellos. Al fin y al
cabo, el trabajo de un SEAL es en equipo. Los solitarios no duran mucho
tiempo por aquí. Pero no tienes que preocuparte, si decides presentarte
estoy convencido de que lo conseguirás. Tienes las habilidades necesarias
para llegar hasta el final y una tenacidad que te ayudará a no rendirte. Serás
una gran SEAL, si decides ir por ello.
—Tú sí que sabes animar —sonríe después de mi largo discurso y
entonces soy consciente de que he hablado bastante.
—Lo siento —me rasco la nuca—, creo que me he emocionado un poco.
—Me gustas emocionado —se acerca de nuevo y deja un beso en mis
labios—. Pero creo que debo dejarte ir ahora. En cualquier momento se te
cerrarán los ojos y tendré que arrastrarte hasta tu tienda.
—No me importa perder unas pocas horas de sueño más por estar
contigo —sonrío.
—Ve a dormir ahora —me acaricia la mejilla con suavidad— y por la
mañana nos tomaremos esa cerveza que te debo.
—Solo si tú duermes también —toco la parte oscurecida debajo de sus
ojos para hacerle saber que no tiene mejor aspecto que yo.
—Trato hecho —tira de mí hasta que su boca queda a la altura de mi
oído y añade—. No creas que me olvido de la otra cosa que tenemos
pendiente. En cuanto volvamos a casa, te secuestraré y no te liberaré hasta
que me hayas satisfecho.
Atrapa el lóbulo de mi oreja con los labios y me estremezco con ese
contacto. Después se aleja sonriendo y me quedo solo hasta que consigo
controlar el deseo que ha despertado en mí. Si esta es su forma de
asegurarse de que sueñe con ella esta noche, lo ha conseguido porque no
podré sacarme de la cabeza la imagen de nuestros cuerpos enredados bajo
las sábanas.
Cuando estoy llegando a mi tienda, noto movimiento detrás de mí y al
girarme me encuentro con Dickinson. No la he visto por el hospital, cosa
que agradecí, y la verdad es que no me apetece hablar ahora con ella, pero
parece que tiene algo que decirme, así que espero a que lo haga.
—Me alegra ver que estás bien —no es lo que me esperaba y por un
momento no sé reaccionar.
—Gracias —digo, sin convicción.
—Estaba preocupada por ti —continúa—. El plan era una locura y creí
que esa mujer te arrastraría a la muerte. No deberías…
—Espera —la detengo—. Si vas a hablar mal de ella, es mejor que lo
dejes aquí. Estoy cansado y no tengo humor para soportar más tonterías. El
plan era el único viable para traerlos a todos y si se torció no fue por Fawn.
—Ya la llamas por su nombre —me interrumpe ahora ella—. Vaya, que
interesante.
—Cómo la llame no es asunto tuyo, Dickinson. Ya te he dicho que entre
tú y yo no hay nada más que amistad. O la había —frunzo el ceño—,
porque parece que estás empeñada en estropearlo cada vez más.
—¿Que yo lo estropeo? —bufa—. No soy yo la que se ha buscado a otra.
—Para empezar, la amistad no implica exclusividad. Y que yo sepa la
primera en buscar a otro, si usamos ese tecnicismo, has sido tú. Pero como
te he dicho —no le dejo hablar cuando lo intenta porque sé que querrá usar
mis palabras en mi contra—, somos o éramos amigos. Lo que hagas con tu
vida privada no es asunto mío. Cuando te advertí sobre Fox no fue porque
sintiese algo por ti, sino por ciertos comentarios malintencionados que me
soltó en una de nuestras guardias conjuntas, pero si te interesa seguir con él,
no seré yo quien te lo impida.
—Yo quiero estar contigo —se acerca y retrocedo.
—Eso no puede ser —niego.
—¿Porque ya estás con ella? —arruga la nariz con disgusto.
—Porque me estás demostrando que eres una mujer demasiado inmadura
para mantener una relación —no quiero responder a su pregunta porque
prefiero que dirija su enfado contra mí y no contra Fawn—. No necesito a
mi lado a alguien que siempre me esté reclamando por hablar con otras
mujeres o que haga cosas que me hagan desconfiar de esa persona. Fingías
interesarte por mí mientras te acostabas con Fox. Lo siento, pero no me va
ese tipo de comportamientos.
—Es por ella —me dice cuando ya estoy entrando en la tienda.
—Es por ti —replico y me meto dentro para que no pueda seguir
discutiendo conmigo. Estoy tan cansado que podría decir algo de lo que
luego me arrepienta. Y creo que he sido suficientemente claro con ella ya.
Mis compañeros están durmiendo, así que me meto en la cama sin hacer
ruido. De hecho, me tumbo encima y me tapo con otra manta porque no
tengo ganas ni de sacarme la ropa. Sé que no es muy higiénico, aunque me
aseé en el hospital antes de salir, pero tendrá que valer así. Necesito dormir.
—¿Todo bien? —DK habla en susurros en el catre de mi derecha.
—Sobrevivirán —le digo, aunque por un momento, siento que me ha
preguntado por la conversación con Dickinson. Dudo que no la escuchase,
si está despierto.
—No te sientas mal por ella —me dice, haciéndome saber que no me
equivocaba en mi supuesto—. Ya todos la han visto con Fox.
—Entonces no entiendo a qué viene su insistencia —eso me frustra
todavía más.
—Hay personas que ni comen ni dejan comer —me dice dándose la
vuelta—. Duerme, Doc, lo necesitas más que ninguno.
Aunque me cuesta conciliar el sueño después de la conversación con
Dickinson, el cansancio de las últimas horas finalmente gana la batalla y
duermo hasta el amanecer, que no son tantas horas como querría, pero me
llegan para recargar las pilas. Cuando me levanto, los demás ya se han ido,
así que me alisto y corro hacia la carpa que usamos de comedor. Todavía
hay gente allí, aunque la mayoría ya está realizando las labores que les
corresponden en la base.
—Aquí llega el bello durmiente —se burla Fisher.
—Seguro que has dormido tú más que yo —me siento a su lado y
aprovecho para empujarlo con el codo en el proceso—. Algunos tenemos
un trabajo importante aquí en la base.
—Uy, alguno aquí se las da de importante —se arrima más a mí—. Te he
tenido que salvar el culo, Doc.
—Cosa que agradezco —río sin molestarme por su recordatorio.
—Siempre os tengo que salvar el culo —finge estar molesto por ello,
pero nada más lejos de la realidad. Su acto heroico con la granada lo
demuestra, aunque espero que no lo repita nunca.
—Ese es tu trabajo en el equipo —ríe Loman—. Salvarnos el culo.
—Y no me lo agradecéis jamás —lo señala—. Ni siquiera me invitáis a
vuestra boda.
—Ya estamos —Loman ríe más alto.
—¿Puedo sentarme? —Fawn está de pie frente a nosotros con una
bandeja en las manos.
—Claro —Harper le hace sitio a su lado— ¿Cómo estás?
—Tengo a mis compañeros cabreados porque ya les he dicho que me
presentaré a las pruebas de acceso de los SEAL, pero...
—Otra mujer SEAL —exclama Fisher, estirando el brazo hacia ella—.
Me encanta. Chócala.
Fawn choca su mano y sonríe, aunque noto la preocupación en su
mirada. No creo que sea por las pruebas, así que decido que ha llegado el
momento de contarle a mi equipo el problema con Gibbs.
—¿Ya habéis hablado con Gibbs? —le pregunto a Fawn.
—Está más cabreado que ellos por nuestra sugerencia —le apena pensar
en eso y no puedo decir que no la entienda. Es un asunto bastante jodido.
—¿Que sugerencia? —la pregunta de Fisher me da pie a contarles toda
la historia. Fawn me ayuda, añadiendo algunas cosas que todavía no me
había contado, lo que refuerza mi idea de que no puede seguir en el ejército
por más tiempo.
CAPÍTULO 13

Gibbs parece decidido a seguir odiándonos por sugerirle que se retire, así
que no me sorprende cuando me acerco con el equipo SEAL al gimnasio
después del desayuno y se va antes de poder decirle nada. Mis compañeros
aparecen poco después, pero se mantienen en el otro extremo, lo más lejos
que pueden de mí. Esa es su forma de decirme que no les gusta que quiera
probar suerte en los SEAL. Supongo que son demasiados cambios juntos
porque no solo perderán a su jefe de equipo sino también a su piloto.
Acabarán teniendo que formar un grupo nuevo y puedo entenderlos hasta
cierto punto por eso, pero es hora de avanzar. Debería haberlo hecho en otro
momento, lo sé, pero ya está la decisión tomada y no me volveré atrás.
—Yo lo tuve más fácil —dice Harper a mi lado—. En los Marines no
parecían tener tantos prejuicios a la hora de que me fuese. Más bien estaban
deseando deshacerse de mí, así que nadie me iba a echar de menos.
—Les intimidabas —sonrío al recordar cómo algunos compañeros la
miraban con recelo. Y aunque Harper siempre pensó que se debía a que no
la aceptaban por su condición de mujer, sé que la mayoría se sentían
incómodos porque era mejor que ellos. Si bien es cierto que de ser hombre,
se habrían pegado a ella para aprender, así que supongo que en el fondo
todo se reduce a eso. Todavía hay demasiados estereotipos en el ejército y
algunos no están listos para eliminarlos. Nos toca al resto luchar porque eso
cambie.
—Eran unos capullos que casi logran que deje de hacer lo que más me
gusta —mira a los SEAL con los que está ahora—. He tenido suerte con mi
nuevo equipo y eso que no se lo puse fácil cuando nos conocimos. Llegué a
la defensiva, esperando encontrarme con más rechazo, pero me aceptaron
desde el primer momento, incluso cuando no parecía estar adaptándome.
Son los mejores, pero no vayas a decírselo o no dejarán de molestarme con
eso.
—Tu secreto está a salvo conmigo —sonrío, antes de mirar hacia mi
equipo de nuevo. Aunque pronto dejarán de ser compañeros de armas no
quiero que la amistad que tenemos se acabe—. Creo que iré a hablar con
ellos.
—A por ellos, fiera —se burla Harper y se lleva una mueca de mi parte
que le hace reír.
Noto cómo se tensan cuando me dirijo hacia ellos, pero ninguno hace el
amago de largarse como pasó con nuestro jefe, así que me lo tomo como
una buena señal. Tal vez solo estén resentidos porque haya decidido
marcharme cuando por fin hemos reunido el valor para enfrentar a Gibbs.
—¿También vosotros dejaréis de hablarme ahora? —nunca me han
gustado las insinuaciones, así que soy tan directa como siempre. Hablando
claro es como se entiende la gente.
—Te vas a largar —dice Cooper.
—Pero todavía no lo he hecho —le recuerdo—. Y que quiera probar
algo nuevo, no significa que vayamos a perder contacto. Espero que me
dejéis seguir formando parte de vuestras vidas aunque ya no vayamos a ser
un equipo. Siempre hemos sido más que compañeros, chicos, no me digáis
que eso ya no importa.
—¿Desde cuándo pensabas en largarte? —Rocko parece estar en modo
acusatorio y entonces entiendo a qué viene su reticencia.
—No tanto como pensáis —niego—. No quise deciros nada porque solo
era una idea que se me pasaba por la cabeza cada vez que discutía con
Gibbs. Era como una vía de escape en mi mente para no saltarle a la
yugular a nuestro jefe de equipo. Harper me dio el empujón que necesitaba
para convertirlo en realidad.
—¿La SEAL? —pregunta Moore.
—Nos conocimos hace años. Entramos en el ejército juntas y nos
hicimos buenas amigas, pero por circunstancias de la vida, no volvimos a
coincidir hasta ahora. Estuvimos recordando viejos tiempos y salió el tema.
Creo que lo vi como un reto personal y bueno, quiero probar suerte. No sé
si pasaré las pruebas, pero lo intentaré.
—Las pasarás —dice Rocko con seguridad—. No hay nada que tú no
puedas hacer, Holt.
—Pero debiste contárnoslo mucho antes —me regaña Cooper—. Se
supone que siempre hemos sido más que compañeros, ¿no?
—Lo admito —sonrío, porque sé que ha pasado el temporal. Solo era
resentimiento por no haberlo hablado con ellos desde el principio—, no lo
hice bien ahí, pero os juro que no era algo que fuese a cumplir hasta que
hablé con Harper aquí en la base.
—Esa es otra —Rocko se acerca a mí y me golpea en el hombro, ya más
relajado—. Ni siquiera te has dignado a presentárnosla. Estás perdiendo
facultades, Holt.
—Puedo hacerlo ahora —sugiero—. A todo el equipo, de hecho.
—Esa mujer me intimida —nos confiesa Cooper, casi diría que con
admiración—, pero estaré encantado de conocerla.
No sé si Harper estará tan feliz de que ambos babeen por ella, pero será
interesante ver su reacción, así que no pierdo tiempo y nos reunimos con los
SEAL para organizar una presentación común. Al menos así será más
discreto que ir directamente hacia Harper.
—Si algún día te cansas de los SEAL —después de una conversación
breve en grupo, Rocko habla con ella—, nosotros tendremos un puesto libre
en breve.
—Gracias por la parte que me toca —río para que su sugerencia no
suene tan seria—. Todavía no me he ido, Rocko.
—Harper está bien con nosotros —Fisher se acerca a ella y le pasa un
brazo por los hombros de forma posesiva—. Y no se querrá ir nunca.
—Tal vez —dice golpeándolo en el estómago con el codo—, solo por no
tener que aguantarte a ti, decida cambiar de rama.
—Tú no harías eso —la mira como si hubiese dicho algo terrible—. No
serías capaz de abandonarnos. Además, Cornell te echaría mucho de menos.
No sé de dónde ha salido eso, pero al mirar hacia el aludido, veo que sus
mejillas están ligeramente coloreadas, pero lo disimula colocándose bien la
camiseta, que por otro lado no tenía ningún problema. ¿Será que hay algo
entre ellos? Ahora necesito hablar con mi amiga urgentemente porque si se
está cociendo algo ahí, me jodería que no me lo hubiese contado después
del discurso sobre no guardarse secretos entre amigas que me dio el otro día
para convencerme de que le contase lo que estaba pasando con Gibbs.
—Me lo llevaré conmigo y asunto resuelto —se encoje de hombros y yo
entrecierro mis ojos.
—Eh, eh —Loman interviene—. Que los demás también contamos.
Todos te echaríamos de menos, Harper. No puedes irte.
—Pues nos deshacemos de Fisher —ahora sé que Harper bromea,
aunque eso no me impedirá interrogarla después sobre el más tímido del
equipo.
—Sin mí no sois nada, cariño —finge mover la melena que no tiene y
todos estallan en risas.
Está claro que son mucho más que un equipo, como nosotros lo fuimos
en su momento, y no puedo evitar mirar hacia los míos, sabiendo que los
extrañaré mucho cuando me vaya. Pero antes de eso todavía les tengo que
ayudar con Gibbs. Aunque no me quiera escuchar, hablaré con él a solas en
cuanto logre acorralar a mi escurridizo jefe de equipo. Tiene que abrir los
ojos de una vez y entender que ahora mismo es un peligro para todos. Por
eso, en cuanto puedo, me escabullo hacia los barracones. En la base no hay
mucho que hacer, así que si no está en el gimnasio o en el campo de tiro,
cosa que dudo, solo hay un lugar en el que buscar.
—Vaya, vaya —escucho una voz de mujer detrás de mí y aunque nunca
hemos hablado, reconozco inmediatamente a su dueña—. Si buscas a
Owen, no está ahí.
—Vengo de estar con él —me giro a tiempo de ver la rabia en sus ojos.
Tampoco me pasa inadvertido que ha usado su nombre de pila en lugar de
su apellido. Supongo que quiere hacerme creer que son íntimos. Lástima
que no sepa que sus amigos le llaman Doc—. Pero mi vida no gira en torno
a él, ¿sabes? Sería penoso si lo hiciese, la verdad.
Puedo notar cómo mis palabras la enfurecen y estoy segura de que se ha
dado por aludida, tal y como pretendía que sucediese. Esta mujer se quiere
muy poco, si todavía sigue rogándole a un hombre que ya le ha demostrado
que no está interesado en ella.
—Más penoso es que tú te metas entre dos personas que están
empezando algo importante —se acerca a mí, amenazante—. No. No es
penoso, es rastrero.
—Hasta donde yo sé, no existe un vosotros —ni me inmuto por su
insulto—. Y que sepas que pregunté antes de insinuarle nada a Doc, pero
me aseguró que no siente nada por ti. De hecho, con tu insistencia, solo
estás logrando que le resultes insufrible.
—Eso es lo que tú dices, puta —intenta darme un puñetazo, pero la
esquivo. No me esperaba semejante reacción, pero por suerte tengo buenos
reflejos.
—Oye —levanto las manos para ratificar mis palabras—, no tengo
intención alguna de pelearme contigo por un hombre.
—Cobarde —me ataca de nuevo y me aparto una vez más.
—No sigas con esto —insisto—. No quiero hacerte daño.
—¿Daño, tú a mí? —se ríe—. La que saldrá perdiendo serás tú.
Se abalanza sobre mí por tercera vez y en esta ocasión no soy
suficientemente rápida para evitarla. Su puño me golpea en la mandíbula,
haciendo que mi cabeza se impulse hacia atrás, pero cuando intenta
golpearme en el estómago la detengo con ambas manos. Algo que no sabe
es que he estudiado Kick Boxing desde los 3 años, así que no tiene ninguna
posibilidad contra mí. En menos de tres movimientos, la tengo en el suelo,
con mi rodilla sobre su espalda para que no pueda levantarse.
—Óyeme bien, Dickinson, porque no pienso repetirlo —le digo. Al
inclinarme sobre ella presiono su espalda y gime—. Por esta vez te
perdonaré tu arrebato, pero como te acerques nuevamente a mí, te juro que
te partiré todos los huesos del cuerpo uno a uno. ¿Me has entendido?
—Sí —gime en bajo.
—No te escucho —presiono un poco más— ¿Me has entendido?
—Que sí, joder —se le escapan un par de lágrimas de impotencia y
aflojo el agarre. Tampoco pretendo que se quede sin respiración o que me
acuse de haberla atacado en primer lugar. Con lo loca que está, la creo
capaz de todo.
—Y deja a Doc en paz —añado antes de levantarme y alejarme—. Si me
entero de que lo sigues molestando, vendré a recordarte lo bonito que se ve
todo desde el suelo.
Se incorpora con dificultad y me mira, todavía sentada. Intenta controlar
su respiración y aunque no deja de lanzarme miradas asesinas, no hace nada
más allá de eso. Creo que lo he dejado bastante claro, así que me giro para
alejarme de ella. Pero como no sabe jugar limpio, en cuanto le doy la
espalda, se levanta e intenta golpearme a traición. Mis reflejos evitan que lo
haga y mi puño se estampa contra su cara con tal fuerza, que cae al suelo
inconsciente.
—Siempre has tenido buenos reflejos —Gibbs nos está observando en la
distancia y aunque no lo demuestro, me siento aliviada de que me hable. Es
un comienzo. Y de que lo haya visto todo por si acaso.
—Ayúdame a llevarla a los barracones —no sé muy bien cuál es el suyo,
pero la dejaré en cualquiera de ellos. Es lo máximo que me molestaré por
ella y solo porque me sirve de excusa para iniciar la conversación con
Gibbs.
—Siempre preocupada por todos —dice, cogiéndola de los pies—,
incluso cuando no lo merecen.
—Pues ya ves —sé que lo está diciendo por él. Es su forma de pedir
disculpas sin tener que hacerlo, pero no se lo pondré tan fácil—. Aunque no
todos lo aprecian.
—De acuerdo —lo ha captado a la primera—. Ayer fui demasiado duro
con vosotros cuando hablamos, pero no me esperaba que os pusieseis de
acuerdo para echarme del equipo...
—No te estamos echando, Gibbs —lo interrumpo—, pero ya no eres el
que solías ser, ni te comportas razonablemente. Tu temeridad acabará por
matarnos a todos.
—Lo sé —arruga su frente con preocupación al pensar en ello—. Se me
ha ido de las manos.
Nunca pensé que lo admitiría porque, según él, todo lo que ha hecho en
los últimos meses estaba bien, pero me alegro de que lo entienda por fin.
—Pues ponle remedio —añado para darle ese último empujoncito hacia
el camino correcto.
Dejamos a Dickinson en un catre y salimos del barracón. Sé que debería
decirle algo más, pero no estoy segura de si lo soportará y decido darle
tiempo para asimilar que tiene que jubilarse.
—El ejército es lo único que me queda ahora —me dice—. No tengo
hijos ni nietos ni nadie que se preocupe por mí y...
—Nosotros lo hacemos —le recuerdo.
—Pero si abandono el ejército, no estaréis cerca siempre. Seguiré
estando solo la mayor parte del tiempo —entiendo su punto y lo acepto—.
No estoy preparado para dejar de trabajar todavía.
—¿Entonces?
—Entonces... pediré un traslado a la oficina. No os arriesgaré más por
mis remordimientos.
—Sabía que acabarías haciendo lo correcto —sonrío. Me abalanzo
sobre él en un impulso y lo abrazo con fuerza. Aunque en primer lugar se
sorprende, no tarda en corresponderme.
—Gracias, Fawn —susurra sin soltarme todavía. No sé si lo dice por
enfrentarlo y abrirle los ojos o por el abrazo, pero no importa. Me basta con
saber que estará bien a partir de ahora.
CAPÍTULO 14

—Alguien me debe una cerveza —he estado buscando a Fawn por la


base desde que la vi desaparecer del gimnasio y solo ahora la he
encontrado, después de una larga hora. Sin embargo, cuando se gira hacia
mí con su increíble sonrisa en los labios, solo puedo fijarme en la mancha
oscura que hay bajo ellos— ¿Pero qué te ha pasado?
—No ha sido más que un pequeño tropiezo —le resta importancia—.
Nada que merezca la pena.
—Esto no es pequeño —giro su cabeza con una mano para ver la
magnitud del golpe, porque no me cabe duda de que es eso—. Y desde
luego que importa. ¿Quién te ha pegado?
—Me encanta que hagas de doctor conmigo —ríe—, pero ya está
solucionado. No te preocupes.
—Entonces es cierto, te pegaron —entrecierro los ojos al confirmar mis
sospechas.
—Pero gané yo —engancha su brazo con el mío y me arrastra hacia la
sala común—, así que dejémoslo de una vez. Prefiero hablar de ti mientras
nos tomamos esas cervezas.
—¿De mí? —elevo una ceja, inquisitivo—. Yo prefiero hablar de...
—Claro —sonríe interrumpiéndome—. Quiero saberlo todo sobre el
hombre que moja mis bragas cada vez que lo tengo cerca.
—Qué gráfica —no puedo evitar reír por su comentario, aunque sé que
lo ha hecho para desviar la atención del golpe, que cada vez es más visible
en su rostro.
—Y muy cierto —su mano se desliza hacia mi culo y lo aprieta sin
vergüenza antes de liberarme cuando entramos en la sala. Nos sentamos en
una mesa del fondo para tener cierta intimidad. No es como si alguien fuese
a decir algo por vernos juntos, pero no hay por qué ser tan evidentes
tampoco—. Cerveza, entonces.
—Ese era el trato —sonrío. Tampoco es que podamos pedir ningún otro
trago con alcohol porque la cerveza es el único que sirven. Y por supuesto,
hay un límite con ella porque no quieren que nos excedamos y acabemos
borrachos. Que sería lo que pasaría aquí con lo poco que hay que hacer.
—Voy a por ellas —se levanta antes de que pueda decir nada y la
observo mientras se acerca a la barra. Tiene un andar decidido, propio de
una persona que sabe lo que quiere y no tiene miedo de ir a por ello, que no
se esconde, ni se siente intimidada por nadie. Y me gusta. Me gusta mucho
su seguridad y que sea tan directa, porque de malos entendidos estoy
servido desde hace tiempo. Cuando la veo regresar, su sonrisa me invita a
imitarla—. Su cerveza, caballero.
—Gracias, bella dama.
—Soy una bella dama, qué suerte —se sienta frente a mí y coloca la
pierna bajo la mesa de forma que se roza con la mía. Estoy seguro de que lo
ha hecho a propósito y me encanta.
—Dudo que no lo supieses ya —acerco mi cerveza a la suya para
chocarlas.
—Nunca está de más que te lo digan —sonríe—, pero no pretendas
entretenerme con conversaciones banales, Doc. Quiero saberlo todo de ti.
—Solo si tú me cuentas cosas de tu vida a cambio —le propongo.
—De acuerdo —choca las cervezas de nuevo para sellar el trato.
—Adelante, pregunta.
—¿Qué hay de tu familia? ¿Tienes hermanos?
—Soy hijo único. Mis padres murieron en un accidente de coche cuando
tenía diecinueve años. Apenas acababa de entrar en el ejército cuando pasó.
—Lo siento —su mirada triste me enternece.
—No tenía tiempo para llorarlos en aquel momento —le confieso—. O
no supe cómo hacerlo. Me quedé con que me querían mucho y que me
dieron la mejor vida que un hijo puede desear, aunque fuese muy corta, y
seguí adelante. Hubiese preferido disfrutarlos un poco más, claro, pero no
pasa nada. La vida nos da lecciones. En ocasiones son duras, pero nunca
son imposibles de superar.
—Mi madre murió de cáncer —me explica— cuando yo tenía quince
años. Mi hermana mayor se hizo cargo de nosotros, mi padre incluido.
Durante tres años, andaba como zombie; del trabajo a casa y de casa al
trabajo, así que mi hermana se encargaba de la casa, de sus estudios y que
yo no abandonase los míos. Al final, decidí que lo mío era el ejército y me
inscribí a los dieciocho. No pedí permiso a nadie ni lo hablé con ellos,
simplemente fui y lo hice. Cuando mi padre lo supo, fue cuando reaccionó
por fin. No le gustó nada —sonríe ahora como si esos recuerdos no fuesen
malos del todo—. Le costó otro año más aceptar que eso era lo que quería.
Ahora está feliz viviendo cerca de mi hermana y su marido. Y de mi
sobrina. Violet tiene tres años y es un terremoto imparable, pero con mi
padre se porta de maravilla y le obedece siempre, así que mi hermana le
permite hacer de niñero muy a menudo.
—Siento mucho lo de tu madre —admito— y me alegro de que tu padre
haya encontrado la paz por fin.
—Mi madre era el amor de su vida y aún hoy le cuesta hablar de ella sin
derrumbarse, pero al menos es feliz la mayor parte del tiempo. Hubo una
época en la que pensamos que no tardaría en acompañarla.
—Yo me quedé solo, pero ahora, viéndolo en perspectiva, fue lo mejor
que pudo pasar —le explico—. Si solo uno de ellos hubiese sobrevivido, su
vida habría sido muy difícil. Estoy seguro de que mi madre no habría
soportado la pérdida y de que mi padre se habría culpado del accidente
porque era quien conducía.
—Pero para ti fue doblemente duro —me recuerda.
—No puedo decir lo contrario, pero era joven y soñador —niego—. Me
centré en mi trabajo y en mis estudios. Creía que lo había superado a base
de esforzarme en olvidarlo, pero cuando conocí a mi actual equipo fue
cuando realmente me derrumbé por lo que había pasado y cuando lo
empecé a superar de verdad. Ellos me enseñaron que la familia no solo es la
que lleva tu sangre, sino los que se preocupan por ti y te apoyan siempre
que los necesitas. Ahora ellos son mi familia y siempre estaré agradecido
por haberme cruzado en su camino.
—Se os ve muy unidos —admite.
—A vosotros también —de repente recuerdo algo—. Oye, al final, ¿qué
va a hacer Gibbs? ¿Habéis podido arreglarlo? Antes fuiste a hablar con él a
solas, ¿verdad?
—¿Controlando mis movimientos, Doc? —sonríe maliciosamente—. No
creía que fueses de esos.
—Y no lo soy —le doy un pequeño golpe en la pierna, que sigue pegada
a la mía bajo la mesa, como escarmiento.
—Hablé con él y va a pedir un trabajo de oficina —le cuento—. No está
preparado para jubilarse todavía porque eso le haría pasar demasiado
tiempo en casa, pero algo es algo.
—En la oficina tiene menos riesgo —es un buen cambio.
—Para todos —corrobora—. Pero no cambies de tema y cuéntame más
cosas de ti.
—No hay mucho más que contar —me encojo de hombros—. Soy un
tipo bastante tranquilo, la verdad. Cuando no estoy con mis colegas o
trabajando, suelo hacer cursos de reciclaje para no quedarme obsoleto en
medicina.
—¿En serio?
—Cuando me jubile —le cuento mis planes porque me parece de lo más
normal con ella. Ni siquiera me planteo no hacerlo—, quiero abrir una
clínica privada para veteranos. Una gran mayoría no puede acceder al
seguro médico por las cuotas millonarias que hay que pagar, así que yo les
proporcionaré asistencia médica a precios más razonables. No pretendo
hacerme rico con ello, sino ayudarles. Incluso atenderé gratis a aquellos que
tienen menos recursos, al menos en lo que esté en mi mano. Por desgracia,
en los precios de los tratamientos no puedo hacer nada, pero sí en la tarifa
que les cobre por mi tiempo.
—Además de guapo, con un gran corazón —su pierna asciende por la
mía hasta cierta parte de mi cuerpo que parece muy despierta ahora—. Me
encantas, Doc.
—Si sigues por ahí —le digo retirándome un poco de su contacto—, no
creo que pueda levantarme en un buen rato.
—Así me aseguro de que no lo hagas —me guiña un ojo.
—No me molesta la compañía —sonrío—, así que no pensaba irme.
Pero dime, ¿qué planes tienes tú para tu jubilación?
—Nunca me he parado a pensarlo —arruga la frente, supongo que
haciéndolo ahora—, pero creo estaría bien intentar recuperar el taller de mi
padre. Lo cerró hace un par de años cuando se jubiló y nadie se hizo cargo.
Tengo muy buenos recuerdos de ese lugar. Me encantaba trabajar con él,
antes de lo de mi madre.
—Mecánica, interesante —no sé por qué, pero imaginármela con el
mono del trabajo y manchada de grasa de coche me enciende por dentro. Es
una imagen sexy.
—¿Teniendo pensamientos sucios conmigo, señor doctor? —me ha leído
la mente.
—Así que —prefiero no responder—, arreglarás coches.
—En realidad, barcos y lanchas motoras.
—Vaya —ahora sí que estoy sorprendido—. Entonces ya sé a quién
llevar mi yate cuando se estropee.
—¿Tienes un yate? —ahora es ella la sorprendida.
—Lo tendré —me aguanto las ganas de reír—, cuando me jubile. Y solo
para estropearlo para llevárselo a la sexy mecánica que me tiene como tonto
a su alrededor.
—Que suertuda es esa mujer.
—¿Te gusta el mar? —voy por ahí porque tal vez acabe de dar con algo
que tengamos en común.
—Me encanta —se le iluminan los ojos al hablar—. Mi padre tenía una
embarcación bastante modesta y solíamos salir a navegar en ella todos
juntos antes de que mi madre enfermase. Después de que falleció, la vendió.
Le traía demasiados recuerdos.
—Yo adoro el surf. Es algo a lo que dedico casi tanto tiempo como a los
cursos de medicina.
—Sé de unas cuantas playas que te encantarían —sonríe—. Suelo ir a
surfear con mis amigos cuando estoy de permiso. Deberíamos visitarlas
juntos, aunque seguro que algunas ya las conoces.
—Tal vez nos hayamos cruzado y ni cuenta nos hemos dado.
—Me acordaría si te hubiese visto —creo que no hay mejor piropo que
ese—. Y estoy segura de que me habría presentado.
—Te creo —todavía recuerdo cuán directa ha sido conmigo desde que
supo que estaba soltero.
Mientras nos contamos más cosas de nuestra vida, veo entrar a
Dickinson con la cara magullada y comprendo que ha sido ella la que se
peleó con Fawn. Aprieto los puños sobre la mesa para controlar el cabreo
por haberla metido en medio, pero antes de que pueda hacer nada, Fawn me
lo impide.
—Ya no será necesario —dice en bajo—. Creo que le ha quedado claro
que debe mantener las distancias.
De hecho mientras lo dice, Dickinson nos ve y camina hacia el lado
contrario, sentándose lo más lejos posible. Finge no vernos, mientras habla
con algunos de sus compañeros. Lo que Fawn le haya dicho o hecho parece
haber funcionado.
—No entiendo cómo ha podido cambiar tanto en tan poco tiempo —me
lamento—. Cuando nos conocimos era muy divertida y sana en sus
relaciones con la gente. O al menos a mí me lo parecía. La obsesión que
tiene conmigo es… cuando menos inquietante.
—Hay gente que es tóxica para las relaciones —mueve la cabeza
lentamente—. No le busques más explicación.
Supongo que tiene razón, pero me apena que haya pasado esto porque
realmente lo pasaba bien con ella antes de que decidiese que me gustaba y
se volviese tan loca con el tema. Ahora incluso empiezo a dudar de que
hubiese un novio y que todo fuese una estrategia para llegar a mí. Claro que
lo de Fox fue real, lo vi con mis propios ojos.
—Eh —Fawn me devuelve al presente—, salgamos a dar una vuelta.
—Perdona —me disculpo una vez fuera—, me despisté un poco.
—Piensas demasiado, Doc —me sonríe sin sentirse ofendida por mi
despiste—. Adoro esa parte de ti, pero no puedes salvar a todo el mundo.
—Lo sé —me encojo de hombros—, pero no puedo evitar intentarlo
aunque sepa que fracasaré.
—Lo sé —tira de mí hacia un rincón oscuro entre dos tiendas y se apoya
sobre mí, aprisionándome contra la pared— y por eso me gustas tanto.
Me besa y consigue que me olvide de todo. Mis manos rodean su cintura
y nos doy la vuelta para que sea ella la que quede a mi merced. Apuro el
beso hasta que le arranco un gemido que me enloquece. Puede que no haya
sido buena idea llegar tan lejos, porque ahora tengo más ganas de ella y no
estamos en el lugar idóneo para hacer nada. Reduzco el ritmo del beso hasta
que se regulan nuestras respiraciones y cuando nos separamos, siento que
mi entrepierna ya no palpita con tanta necesidad como hace unos minutos.
—Tengo algo que decirte —nuestras frentes siguen unidas y no me
permite levantar la cabeza todavía—. Al perder el halo nos envían a casa.
—¿Qué? —sabía que pasaría, pero no creí que fuese a suceder tan rápido
— ¿Cuándo?
—Mañana vienen a por nosotros.
—Joder —nos separo y mi mano despeina mi cabeza—. Pensé que
tendríamos más tiempo. Algunos hombres de tu equipo están en el hospital
todavía.
—Los trasladarán con nosotros —se acerca y me rodea la cintura—. No
te preocupes, doctorcito. No te librarás de mí tan fácilmente. Te daré mi
número, en vista de que tú no me lo pides, y me llamarás cuando regreses.
Voy a solicitar el ingreso en los SEAL, así que pasaré unos cuantos meses
en casa hasta que empiecen las pruebas. Te estaré esperando.
—Te llamaré —le prometo, dejando un beso en sus labios.
—Lo sé —su mano aprieta con cuidado mi entrepierna y me retiro, por
inercia. Se ríe al ver mi reacción—. Para que no te olvides de mí.
—No podría, créeme.
—Bien —se acerca de nuevo y me besa. No sé si lo hace para que la
recuerde o porque le apetece, pero acabamos de nuevo con la respiración
agitada. El mes que nos queda en la base se me hará eterno.
CAPÍTULO 15

La vuelta a casa está resultando un poco más amarga de lo que me


esperaba. No solo porque mi equipo se ha deshecho y ya no volveremos a
trabajar juntos, sino porque Gibbs se ve abatido desde que ha pedido el
traslado. Sé que ha hecho lo que debía y también él lo sabe, pero le está
resultando igualmente duro. He ido a verlo un par de veces, pero no fui
capaz de animarlo. Y por si eso no fuera poco, solíamos juntarnos al menos
una vez por semana cuando estamos en casa, pero han pasado ya diez días y
ninguno ha hecho el amago de reunirnos. Podría llamarlos yo, pero algo me
dice que encontrarán excusas para no venir. Siento que me han estado
evitando y no lo entiendo. Creía que estaba todo arreglado entre nosotros.
—¿Diga? —respondo de forma distraída a la llamada entrante.
—¿Tan fácil te resulta olvidarte de tu familia? —mi hermana se oye
enfadada, pero sé que no es así porque siempre me monta el numerito
cuando estoy en casa— ¿Hace cuánto que has vuelto? Y todavía no has
venido a vernos.
—Pensaba ir este fin de semana —sabe de sobras que la primera semana
prefiero estar sola. Es como un ritual para habituarme a la vida civil de
nuevo. En ocasiones, el regreso es difícil.
—Más te vale —ahora sé que está sonriendo, puedo notarlo en su voz.
—Tranquila, que no se me olvida que es el cumpleaños de Violet.
—Pensé que no estarías aquí —esa es su forma de preguntarme si está
todo bien.
—Hubo un pequeño percance con el helicóptero y tuvimos que regresar
antes —le explico vagamente.
—¿Estáis todos bien? —se preocupa.
—Algún herido, pero nada importante. No te preocupes, estamos todos
en casa ya.
—¿Seguro que no ha habido problemas?
—Seguro —sonrío aunque no pueda verme—. Además, tengo algo que
contaros, novedades interesantes, pero tendrás que esperar al sábado porque
no creo que hablarlo por teléfono sea ideal.
—Eres capaz de dejarme con la intriga otros dos días —me acusa.
—Sabes de sobra que sí —río. Qué bien me hace hablar con ella. Debí
haberla llamado antes, pero mi equipo ha acaparado todo mi tiempo. Y Doc
también, para qué negarlo.
No sé qué tiene ese hombre, pero me ha dejado totalmente impresionada.
Estoy deseando que regrese para poder verlo de nuevo. Supongo que es por
ese toque de niño bueno que tiene, con su cabello dorado y sus ojos azules,
que me encanta. Porque sí, los chicos malos llaman más la atención, pero al
final son los que te rompen antes el corazón, así que yo prefiero fijarme en
los buenos. Y Doc reúne todos los requisitos que busco en un hombre.
Me encantaría hablar con mi hermana de él, pero todavía no es el
momento. Estamos conociéndonos y aunque tengo claro que lo quiero muy
cerca de mí, prefiero mantenerlo en secreto hasta saber si él siente lo
mismo. Es bastante reservado, tal vez por lo que me dijo de que siempre era
él quien tenía que escuchar a las mujeres. Cuando no te dan la oportunidad
de hablar, al final te acabas acostumbrando a no hacerlo.
—Dame una pista, al menos —la petición de Bárbara me devuelve a la
conversación.
—El sábado —le recuerdo.
—Eres muy cruel, Fawn —me acusa—. Si no pensabas decir nada sobre
eso, haberte callado.
—Pobrecita hermana mayor —río de nuevo—. Es algo relacionado con
el trabajo, pero ya lo hablaremos.
—¿Vas a dejarlo? —sé que está deseando que le dé la noticia, pero no es
algo que entre en mis planes a corto plazo. Ni a largo, si voy a probar suerte
con los SEAL. También sé, que aunque no le vaya a gustar mi cambio, me
apoyará. Siempre lo ha hecho por más miedo que pase cada vez que salgo
del país. Mi padre ya es otra cuestión.
—Ni siquiera responderé a eso.
—Ya me había emocionado. Sabes que aquí te echamos mucho de menos
cuando no estás en casa —sus palabras se traducen en la honda
preocupación que siente por mí, pero no puedo renunciar a lo que me gusta
para que ellos estén tranquilos.
—También os echo de menos —es lo máximo que estoy dispuesta a
admitir.
—Pues muy poco lo demuestras porque ya han pasado diez días y
todavía no has venido a vernos —vuelve a la carga y sé que ha terminado
con su intento de convencerme para que cambie de trabajo.
—El sábado nos veremos —le prometo—. Y estoy segura de que el
domingo ya querrás que me vaya.
—Siempre te quedas en casa de papá, así que con no abrirte la puerta
cuando vengas, estaré bien —ríe ahora ella.
—Mientras me dejes ver a mi sobrina, yo también estaré bien —la pico.
—Fawn Julie Holt, ¿cómo puedes ser tan mala conmigo?
—¿Cómo puedes usar mi segundo nombre, sabiendo que lo odio?
—Me has obligado —está conteniendo una carcajada.
—Pues ahora tú me estás obligando a colgar —replico. Aunque la
verdad es que tengo que hacerlo porque alguien está llamando a la puerta
muy insistentemente.
—No —ruega.
—Tengo que hacerlo —digo, caminando hacia la puerta—. Creo que
tengo visita.
—¿Alguien que deba conocer yo?
—Lo dudo. Hablamos mañana —le prometo.
—De acuerdo. Cuídate.
—Y tú. Te quiero.
—Te quiero.
Cuelgo el teléfono al mismo tiempo que abro y supongo que mi cara es
todo un poema ahora mismo, porque estoy viendo a mis compañeros juntos
frente a mi casa. No puedo evitar sonreír, aliviada de que todo siga igual
entre nosotros.
—Ya tardabais —les digo.
—Necesitábamos tiempo para planearlo todo —dice Cooper.
—¿Planear qué?
—Tu secuestro —Rocko se adelanta y me muestra una tela negra,
balanceándola frente a mi cara—. Ponte esto.
—¿Para qué?
—Tú póntelo.
—¿Y si no quiero? —no sé qué pretenden, pero me preocupa un poco.
—Te obligaremos —sonríe.
—Vamos, Holt —insiste Cooper—. No quieras estropear la sorpresa.
Finalmente accedo a taparme los ojos porque sé que Rocko es capaz de
obligarme y mis vecinos podrían preocuparse, sobre todo, porque no se lo
pondría fácil. Mejor no llamar la atención de nadie para que no acabe
apareciendo la policía por aquí.
—Si me dejáis caer, os daré una paliza a todos —los amenazo.
—Confía en nosotros —me pide Cooper mientras se sitúa a mi lado para
guiarme.
Me meten en uno de los coches en que han venido y aunque los interrogo
para intentar averiguar a dónde me están llevando, no dicen nada, así que
me quedo con las ganas. No diré que no me hace ilusión, pues intuyo que es
una fiesta de despedida, pero me preocupa lo que hayan planeado. A veces,
con la emoción, se les va de las manos.
—Vamos, muchachos, decidme algo —lo intento de nuevo. Tengo la
sensación de que llevamos demasiado tiempo en el coche—. No me estaréis
llevando fuera de la ciudad para dejarme tirada después, ¿no?
—Igual sí te dejamos tirada —ríe Rocko.
Suerte que llevo la cartera y el teléfono conmigo porque los creo muy
capaces de hacerlo.
—De ti me espero cualquier cosa —intento sacarme la venda, pero
alguien me lo impide.
—No seas impaciente —me pide Rocko—. Estamos llegando.
—Tú no seas capullo y dime a dónde vamos.
—Pronto lo verás —es lo único que obtengo como respuesta. Pero no
mentía, pues poco después, el coche se detiene y me ayuda a bajar. Admito
que lo sujeto del brazo con más fuerza de la que necesitaría porque me
asusta que realmente me dejen aquí sola. A Emerson se lo hicimos una vez,
claro que en su caso fue un escarmiento por ser un estúpido independiente,
que no contaba con su equipo para nada. Después de pasarse unas seis horas
caminando al sol sin más compañía que una cantimplora para que no se
deshidratase, aprendió la lección. Y como yo pretendo abandonar el barco,
temo que hagan algo parecido conmigo—. Ya puedes quitarte la venda.
Lo primero que hago al liberar mis ojos, es controlar que no se han ido
sin mí. Después me fijo en el lugar donde estamos y mis ojos se abren
todavía más por la sorpresa.
—Y... —los miro a todos—, ¿qué se supone que hacemos aquí?
—Bueno —Cooper se encarga de explicármelo—, siempre te quedas en
el HALO cuando saltamos, así que hemos pensado que estaría bien que
unieses a nosotros por una vez.
—Es un salto de despedida —termina Rocko.
—¿Y yo llevaré paracaídas? —elevo una ceja susceptible.
—El de Rocko, si sigue diciendo tonterías —ríe Emerson.
—¿Acaso no hablamos de darle una despedida por todo lo alto? —se
defiende—. Pues eso he dicho.
—A tu manera —sonrío.
Uno de los monitores se acera a nosotros sonriente para darnos la
bienvenida y explicarnos cómo funciona todo. También nos comenta que
antes de subir a la avioneta, tenemos que dar unas clases en tierra, pero
cuando ve que controlamos el tema, al revisar por nuestra cuenta los
paracaídas, se calla.
—No es vuestra primera vez, por lo que veo —nos dice después.
—Somos soldados —le aclaro—. Yo piloto helicópteros y ellos son mi
equipo de apoyo.
—¿No tenéis suficiente con el trabajo? —sonríe.
—Nuestra piloto nos abandona —le explica Rocko, que se lleva un
capote de Emerson— ¿Qué?
—Deja de decir tonterías. No nos abandona, va a hacer historia.
—¿Por qué no subimos ya? —sugiero para que dejen de discutir. Luego
me dirijo al monitor— ¿Cobráis por horas?
—Por salto —sonríe.
—Una pena —le hago acompañarme hasta la avioneta— porque hoy
habrías ganado un dineral con ellos.
—Lo recordaré para la próxima vez —noto cierto interés en su voz y
tengo la sensación de que ha sido una indirecta. Pero no sé si pretende que
volvamos para tener más clientes o porque quiere verme de nuevo a mí.
Odio cuando hacen eso porque siempre acabas malinterpretando las
intenciones de los demás. Por eso yo siempre soy directa, es más efectivo y
seguro.
—Dudo que haya una próxima vez —así se lo aclaro por si iba con
segundas—. Para cuando termine de hacer historia, como dijo mi
compañero, estaré tan harta de saltar de aviones que no tendré ganas de
hacerlo en mi tiempo libre.
—Oh, una pena —definitivamente me estaba coqueteando—. Quizá
algún día...
—Vamos, muchachos —los llamo, interrumpiéndolo. Si no lo dice, no
tendré que negarme y será menos violento para todos—. Que os perdéis el
vuelo.
El monitor, que es también el piloto, nos entrega auriculares a todos para
poder comunicarnos durante el vuelo y avisarnos de cuándo tenemos que
saltar. Debo decir que hace bastante que no lo hago porque, como han
dicho, siempre me quedo arriba, pero me apetece mucho. Un último salto
con mis compañeros es una buena despedida.
—Tú irás de última —me dice Cooper antes de llegar al punto del salto
—. Mantente por encima de nosotros, ¿de acuerdo?
—¿Vamos a hacer figuras en el aire? —pregunto.
—Algo así —sonríe.
En cuanto el piloto nos da el aviso, se colocan en posición como si ya lo
tuviesen organizado. Yo, como me han pedido, me quedo atrás y dejo que
vayan saliendo uno a uno. Después, para poder quedar sobre ellos más
tiempo, espero unos segundos y luego me lanzo al vacío. Están ya unos
cuantos metros por debajo de mí.
Me coloco en la posición correcta para que el viento me ayude a
mantenerme equilibrada y disfruto de nuevo de la sensación de volar libre.
Ya casi había olvidado lo que se sentía. Dirigir un helicóptero es increíble,
pero mantenerte a caballo del viento, con el mismo golpeándote en la cara,
es indescriptible. Sé que los SEAL se tiran también de helicópteros o
aviones en marcha, pero la mayoría de las veces lo hacen a una distancia en
la que no necesitan paracaídas, así que aprovecharé el momento tanto como
pueda.
Cuando mis compañeros abren sus paracaídas me vuelven a sorprender
porque en cada uno de ellos hay un mensaje para mí. Siempre te
apoyaremos, te echaremos de menos, suerte en tu nueva aventura... Los
cabrones han sabido tocarme la fibra sensible. Para cuando llegamos al
suelo, me libero rápidamente del paracaídas y voy en pos a ellos para
fundirme en un abrazo conjunto de esos que llegan hasta el alma.
—Gracias, muchachos —les digo, con la voz rota por la emoción—. Sois
los mejores.
—Y todavía no hemos terminado —sonríe Cooper—. Dicen que hoy
habrá buenas olas en las playas de Virginia. ¿Te apetece un poco de surf
antes de la cena?
—Tú sí que sabes cómo hacerme feliz —sonrío de oreja a oreja.
Nos despedimos del monitor agradeciéndole la experiencia y nos
marchamos, entre risas y comentarios sobre el salto. Creo que el hombre
pretendía decirme algo, pero se ha quedado con las ganas. No pretendía
hacerlo sentir mal al ignorarlo, pero en este momento, mi cabeza está en
otra parte. En una base militar en Afganistán, donde un doctor rubio con
pocos recursos sanitarios ha obrado milagros. Estoy deseando verlo de
nuevo.
CAPÍTULO 16

Escondo el regalo detrás de mí antes de llamar a la puerta. No es como si


mi sobrina fuese a abrir pues tiene cuatro años recién cumplidos, pero
prefiero prevenir por si viniese de la mano de su madre. Sin embargo, es mi
cuñado al primero que veo. Trae el ceño fruncido, pero notar mi presencia,
abandona el gesto y me sonríe, apartándose para dejarme entrar.
—Bienvenida —me dice—. Ya te echábamos de menos por aquí.
—Y yo a vosotros —le devuelvo la sonrisa.
—La cumpleañera está en el jardín, probando el regalo del abuelo —me
indica hacia dónde ir—. Pasa. Yo seguiré ayudándole a tu hermana con la
comida.
Siempre he dicho que mi hermana ganó la lotería con su marido. Es un
hombre trabajador y detallista, que siempre colabora con las tareas del
hogar. Y sé que debería ser así, sin que me extrañe ese comportamiento,
pero por desgracia hay muchos hombres que todavía creen que la casa es
solo cosa de mujeres. O peor todavía, también hay mujeres que lo creen.
—Pasaré por la cocina para saludar a Bárbara —lo acompaño.
Al entrar, veo a mi hermana ocupada con la decoración de la tarta en su
inmensa y preciosa cocina. Es cocinera profesional y desde que nació
Violet, se dedica a trabajar desde casa. Empezó con pequeños encargos del
barrio, pero pronto se corrió la voz de lo buena que era y al final montó una
tienda online en la que recibe los encargos. Tiene incluso un contrato con
una empresa de transportes que le hace precio especial por el volumen de
pedidos que mueve. La verdad es que le va muy bien; tanto que está
pensando en ampliar el negocio y contratar a un empleado. Al menos, eso
es lo que me dijo la última vez que hablamos del tema.
—¿No podría probar un poquito de esa tarta? —le pregunto para
hacerme notar—. Tiene un aspecto fabuloso.
—Ni se te ocurra —sonríe, mientras se limpia las manos al trapo, para
poder abrazarme.
—Ni se te ocurra a ti mancharme —le digo al ver su delantal lleno de
harina y merengue. Se lo quita y me abraza con fuerza. Creo que lo
estábamos necesitando ambas—. Me alegro de estar aquí por fin.
—Deberías acortar tu tiempo de adaptación —me sugiere, todavía sin
soltarme—. Sabes que si vienes antes, no te molestaremos si necesitas estar
sola un tiempo.
—Lo sé, pero es mejor así —me libero de su abrazo y la miro a los ojos
—. Te ves cansada. ¿Estás bien?
—He estado un poco agobiada con el trabajo y la organización del
cumpleaños de Violet. Este año vendrán algunos amigos de la escuela
infantil a pasar la tarde y necesito que salga perfecto.
—Nadie te va a juzgar, Barb.
—Me juzgaré yo —se encoje de hombros—. Además, las madres saben
a qué me dedico y estoy segura de que mirarán todo con ojo crítico. Sé de
buena tinta que algunas no aprueban lo de que trabaje desde casa. Como si
eso me convirtiese en mala madre o qué sé yo.
—Pues yo creo que es todo lo contrario —la defiendo—. Así puedes
estar más tiempo con Violet y puedes ayudarle si lo necesita. Sería peor si
ambos estuvieseis fuera todo el día y la niña se criase con una niñera.
—Oye, que nuestro niñero es estupendo —me advierte.
—Seguro que papá la consiente —río.
—Lo está haciendo bien —sé que ahora se acuerda de cuando se
abandonó al dolor y ella se tuvo que hacer cargo de todo. No le guarda
rencor por ello, aunque lo pasó mal para continuar con sus estudios
mientras nos cuidaba a ambos. En ocasiones se veía sobrepasada por todas
las responsabilidades que había asumido y se dormía llorando, conmigo
abrazada a ella. Yo le ayudé en lo que pude, pero nunca quiso que dejase de
lado mis amistades y el estilo de vida que llevaba antes de la muerte de
mamá. Nunca podré pagarle como debería todo lo que ha hecho por mí.
—Me alegro —sonrío—. Iré a verlos ahora.
—Violet está entusiasmada con el regalo de papá —regresa a la tarta—.
Lleva meses pidiendo la casa del árbol y ha conseguido que papá le regale
algo muy parecido. Ya verás.
Salgo al patio trasero y veo a Violet jugando en una preciosa casa de
madera que está sobre cuatro pilares, lo que hace que se eleve del suelo
unos metros, pero no tantos como si estuviese en un árbol. Una escalera con
barandilla permite el acceso a la misma. No es como quería mi sobrina,
pero parece gustarle.
—Tía Fa —en cuanto me ve empieza a pegar pequeños botes de alegría,
a lo que mi padre responde elevando los brazos hacia ella con miedo de que
se caiga. No creo que pase nada porque la casa está rodeada de una
barandilla que parece bastante segura, pero me acerco para que deje de
saltar.
—Hola, peque —digo, abriendo los brazos para que se lance hacia mí
desde las escaleras.
—Fawn, no la alientes —pide mi padre, aunque tiene una sonrisa en los
labios.
—Vi sabe que no puede saltar sola. ¿Verdad, peque? —la miro al
preguntar.
—Sí —asiente efusivamente mientras sus ojos no dejan de mirar al
regalo que he dejado en una de las mesas del jardín.
—Es para ti —le digo, al dejarla en el suelo. Cuando corre hacia él, me
acerco a mi padre para abrazarlo—. Os he echado de menos, papá.
—No más que nosotros a ti —responde él—. Has llegado antes de lo
previsto. ¿Algún problema?
—Nada que no tenga solución —creo que por el momento no diré nada
sobre los SEAL porque sé que no le va a gustar y no quiero estropear el
cumpleaños de mi sobrina. Es su día y merece que lo disfrutemos todos
juntos en armonía.
—Tu hermana me ha dicho que estrellaste el helicóptero —alza las cejas.
—Chismosa —refunfuño—. No lo estrellé yo, para su información, sino
que lo derribaron. Pero antes de que digas nada, estamos todos bien.
—Un día de estos me matarás de un disgusto —aunque ahora lo lleva
mejor, sé que sigue sin gustarle que sea militar. Algunos dirían que siendo
así no debería darle tantos detalles, sobre todo cuando son malos, pero yo
prefiero que sepa lo que ocurre por muy duro que sea. Así estará más
preparado por si pasa lo peor. Si acaso se puede estarlo en algún momento.
—Que va —lo abrazo de nuevo, antes de prestar atención a Violet, que
está entusiasmada con el cuaderno y las pinturas que le he regalado. No es
gran cosa, comparado con la casa, pero es lo que me pidió y se ve igual de
feliz con ello.
—¿Podemos pintar juntas? —me pide.
—Por supuesto —me siento a su lado junto a la mesa—, antes de que
mamá y papá nos llamen para comer.
—Iré a ver si necesitan mi ayuda —me informa mi padre, camino de la
casa para dejarnos solas un rato.
Una hora más tarde, salen los tres al jardín con la comida en las manos.
Al parecer almorzaremos aquí porque hoy hace un día estupendo para
permanecer fuera.
—Yo me siento con tía Fa —aunque Violet ya sabe decir bien mi
nombre, sigue prefiriendo usar el que me puso cuando apenas comenzaba a
hablar y a mí me encanta.
—Cuando tu tía Fa aparece —protesta mi hermana en broma—, los
demás dejamos de ser importantes.
—Eso es porque me ve poco —río.
—Eso es porque juegas con ella a todo lo que te pide —añade mi padre.
—Comamos —sugiere mi cuñado—, antes de que se enfríe.
—Sí —aplaudo encantada—. Estoy famélica y huele de maravilla.
Hablamos de muchas cosas durante la comida, pero dejamos de lado,
como siempre, el trabajo porque hemos comprobado que en más de una
ocasión eso nos ha amargado la reunión, así que nos centramos en cualquier
otra cosa, como los amigos de Violet que vendrán o los juegos que piensan
hacer para mantenerlos entretenidos.
—Habrá que vigilar que no se suban a la casa sin supervisión —dice mi
hermana—. Es bastante segura, pero no quiero sorpresas.
—Yo me encargo de eso —se apunta mi padre—. Lo prefiero a tener que
correr detrás de ellos por todo el jardín. No estoy para esos trotes.
Siempre veré a mi padre eternamente joven en mi cabeza, pero debo
admitir que los últimos años ha envejecido, aunque tal vez las canas ayuden
al efecto. Sin embargo, mientras recogemos la mesa y él juega con Violet,
puedo ver que sus movimientos ya no son tan fluidos como siempre.
—¿Papá está bien? —le pregunto a Bárbara.
—No está enfermo, si es lo que preguntas —me responde—. Pero los
años empiezan a pesarle.
—Desde que se jubiló su vida ha estado centrada en Violet —digo—.
Quizá debería buscar algún pasatiempo que le distraiga.
—Tiene un pequeño grupo de amigos con los que va a pescar de vez en
cuando, pero aparte de eso, no tiene nada. Solo nosotros.
—Igual necesita una novia —sugiero.
—No se lo digas —ríe—. Se lo sugerí una vez y estuvo una semana sin
hablarme. Dice que mamá fue, es y será el único amor de su vida.
—Muy romántico —sonrío—, pero poco práctico.
—No le obligaré a buscar a nadie —niega—. No creo que una novia sea
lo que necesita. Es feliz ahora, Fawn. Todo lo feliz que puede serlo
sabiendo que te expones al peligro.
—No soy...
—No estoy diciendo que seas la única que podría morir mañana —me
interrumpe, pues esta conversación ya la hemos tenido miles de veces—,
pero tienes más posibilidades por tu trabajo. Y eso le preocupa más que
cualquier otra cosa.
—Vale, eso no puedo negarlo, pero no renunciaré. Además —creo que
Bárbara debe saberlo antes que papá por si necesito ayuda—, he decidido
presentarme a las pruebas de acceso de los SEAL.
—¿Los SEAL? —abre mucho los ojos, sorprendida—. Pero es todavía
más...
—No —la interrumpo yo ahora—. Es igual de peligroso, si no sabes
hacer bien tu trabajo. La verdad, ahora mismo corría más peligro con mi
equipo que lo haré con los SEAL. Y quiero hacerlo, quiero probar.
—Sabes que siempre te apoyaré —me coge de las manos— y que no te
diré lo que debes hacer o no con tu vida, pero papá no se lo tomará igual de
bien, Fawn. No sé qué pasará cuando lo sepa.
—Por eso no quiero decírselo todavía a papá.
—¿Qué es lo que no quieres que sepa? —su aparición por sorpresa acaba
de tirar por la borda mis planes de ocultárselo hasta que hubiese superado la
primera fase.
—Que tengo novio —digo sorprendiéndolos a los dos. Perdóname, Doc.
—¿Tienes novio? —creo que preguntan al mismo tiempo, pero me
centro en mi padre, para que crea que esa es la gran noticia.
—No pensaba decírtelo tan pronto —me invento sobre la marcha—
porque apenas estamos empezando, pero sí.
—¿Es militar también?
—Es un SEAL —veo en el rostro de mi hermana una pregunta que no
puedo responder hasta que nos quedemos solas, pero muevo la cabeza en
negación disimuladamente.
—Vaya —parece como si a mi padre no le disgustase eso y ahora soy yo
la sorprendida—. Esos son soldados de élite. No cualquiera puede llegar
hasta ahí.
—Es muy bueno —le aseguro, sonriendo tontamente al visualizar su
rostro en mi mente—. Y médico también. Altruista y generoso. Una gran
persona.
—Veo que te gusta mucho —sugiere mi hermana, en un tono que no está
libre de reproche por no haberle hablado antes de él. Si supiese que no
somos nada en realidad, me echará otra bronca.
—Todavía tenemos que conocernos mejor —no soy propensa a los
sonrojos, pero esta vez no puedo evitarlo—, pero lo que he visto de él por
ahora me gusta bastante.
—Tienes que traerlo a casa —exige mi padre—. Necesito conocer al
hombre que ha conseguido la atención de mi hija.
—Ahora mismo está fuera del país —le doy largas porque antes de que
pueda conocerlo, tengo que aclarar con Doc la relación que tenemos. No
hemos hablado de noviazgos en ningún momento y no sé si él estaría
dispuesto a intentarlo. Yo no tendría problema en hacerlo porque me gusta
de verdad.
—Pues cuando regrese, le haces venir para… —Violet me libra de
continuar con esta conversación cuando llama a mi padre para que regrese
con ella. Sin embargo, parece que mi hermana no va a ser tan fácil de
esquivar.
—¿No habrás decidido ser SEAL por él? —cruza los brazos.
—En realidad, me dio la idea Harper —en esto no miento.
—¿Harper? ¿La Harper que conozco? —parece sorprendida por mi
respuesta— ¿Harper Parrish?
—Nos reencontramos en una base en Afganistán poco antes de lo del
helicóptero —asiento—. Ella es compañera de... Owen, en los SEAL. Le
estuve contando los problemas que teníamos con Gibbs últimamente y me
sugirió el cambio. No lo había pensado nunca, la verdad, pero me apetece
intentarlo. Quiero ver si sería capaz de sobrevivir a la semana infernal de
los SEAL.
—¿Qué problemas? —parece que no se le escapa ni una.
—Ha estado decaído tras la muerte de su mujer —intento ser vaga en ese
asunto— y a veces tomaba decisiones erróneas. Pero ya lo hemos hablado
con él y está solucionado.
—Y aun así, quieres dejar a tu equipo y jugar a los profesionales.
—Dicho así suena a capricho, Bárbara —la reprendo— y te aseguro que
no lo es. Hace tiempo que sé que mi camino acabaría por alejarse del de mi
equipo, ya fuese por Gibbs o por mis propias inquietudes. Solo me faltaba
el impulso necesario para hacerlo realidad.
—Y Harper ha sido ese impulso —sentencia.
—Sí —asiento.
No puedo evitar pensar en Doc. También él ha traído un cambio a mi
vida. O espero que lo traiga.
CAPÍTULO 17

Después del casi desastroso rescate del grupo emboscado, los jefes se
han tomado más en serio la amenaza de los insurgentes y nos han estado
enviando a diario fuera de la base, como apoyo a las patrullas de vigilancia
habituales, por lo que hemos estado ocupados este último mes.
En mi caso, no he tenido tiempo de aburrirme ni estando en la base
porque he tenido que sumarle las guardias en el hospital al tiempo en
activo. Al final del día, lo único que me apetecía hacer era tirarme en el
catre y dormir las pocas horas libres que me quedaban. Aun así, Fawn ha
invadido mis pensamientos muchas veces. Ahora que faltan unas horas para
volver a casa, me siento impaciente. No solo porque estoy deseando
descansar más de tres horas seguidas, sino porque me apetece mucho ver a
Fawn.
—Ojo a las tres —Fisher me golpea con el codo para que deje de soñar
despierto. Es nuestra última salida antes de volver a casa y debería prestar
más atención; no sea que cometa un error y lo complique todo—. Dale
marcha al cuerpo, Doc, que nos vamos.
—No pidas marcha —respondo sonriendo, no obstante—. Ya hemos
tenido suficiente de eso este último mes. Deja que hoy sea más tranquilo.
Desde que derribaron el HALO de Fawn, parece que el enemigo se ha
envalentonado y ha decidido complicarnos las cosas por esta zona. Diría
incluso, que han venido más talibanes de los que había. A veces, tengo la
sensación de que cuantos más matamos, más aparecen. Y no es que disfrute
matando gente, pues lo mío es más salvar vidas, pero en ocasiones, no
queda otra opción. Es tu equipo o el suyo.
—Tenía que haber sido así todo el despliegue —sonríe—. Al menos, no
nos aburriríamos.
—Ni tanto ni tan poco —no estoy de acuerdo. Me gusta sentirme útil,
pero también quiero tener mis horas de descanso.
—Eso lo dices porque te has comido todo el trabajo del hospital —ríe—.
Si no, estarías tan encantado como yo.
—Es posible —señalo con la cabeza delante de nosotros donde han
aparecido un par de hombres de aspecto sospechoso que no nos quitan ojo
de encima—. Mira eso.
—No me gusta —echa un vistazo para comprobar la posición de los
demás y luego usa el comunicador—. Posible amenaza a las 12. Dos sujetos
semi-encapuchados, con ropa holgada. Uno de ellos parece embarazado.
Igual tenemos que darles la enhorabuena en lugar de detenerlos, pero ya se
verá.
—Tenías que soltar la gracia —río por lo bajo. Por eso me gusta ir con él
en las salidas. Con Fisher nunca te aburres.
—Ya me conoces —se encoje de hombros.
Simmons es el primero en responder ordenándonos continuar la marcha.
Ellos darán un rodeo para acercarse por detrás sin que los vean y comprobar
que no hay nada raro bajo sus ropas. Por el momento, lo han intentado con
minas y explosivos en bolsas y paquetes fácilmente localizables, pero no
descartaría que ahora apareciese algún suicida cargado de C-4, al ver que
los demás métodos no están funcionando.
Fisher y yo nos acercamos a la patrulla y los vamos alejando de los
sospechosos para no alertarlos por si estuviesen esperando a alcanzar el
radio de acción de la bomba.
—Atentos todos —aviso al grupo que estamos apoyando, para que estén
preparados si hay que intervenir—. Posible amenaza a las 12. No hagáis
movimientos extraños, pero manteneos alerta.
Uno de los soldados a los que acompañamos no debe tener más de 20
años y parece que este es su primer despliegue porque lo he notado muy
nervioso en todas las salidas en las que hemos coincidido, como si estuviese
deseando entrar en acción, pero le aterrase igualmente hacerlo. Fisher se
sitúa a su lado al ver que mira a los dos hombres con demasiada frecuencia
y empieza a hablar con él para distraerlo. Le pregunta sobre el campamento,
el tiempo que lleva aquí y cosas del estilo y mientras tanto, yo me sitúo a la
cabeza del grupo, esperando ver a los nuestros en cualquier momento.
A medida que nos acercamos, los dos hombres se muestran más
inquietos y hablan entre ellos en susurros. Uno de ellos señala en nuestra
dirección con poco disimulo y sujeto el arma contra el pecho. Miro hacia
atrás un segundo para que Fisher entienda que deben hacer lo mismo. Creo
que la marcha está a punto de alcanzarnos.
—En posición —escucho a Simmons en el pinganillo—. Acercaos los
dos solos, que el resto permanezca donde está. Primero hay que ver si
esconden algo o no.
—Copiado —respondo, antes de que Fisher se sitúe a mi lado.
—Rock and roll, colega —saca la lengua y después me enseña sus
dientes blancos en una amplia sonrisa. Pocas cosas debe haber que
oscurezcan el ánimo de Fisher.
—Hola, amigos —digo en urdu. No es que sepa hablarlo con fluidez
como hace Cornell, pero he aprendido algunas frases durante los
despliegues en este país. A veces, que vean que te interesas por su idioma,
supone una gran diferencia en el trato que te dan. Sin embargo, pronto
vuelvo al inglés— ¿Podemos hablar?
Al ver que nos dirigimos a ellos, uno empieza a retroceder con las manos
elevadas mientras habla conmigo. Solo capto algunas palabras sueltas,
aunque creo entender que dice que no busca problemas con nosotros; sin
embargo, su amigo no se ha movido del sitio y tiene la mirada fija en el
horizonte, como si estuviese preparándose para algo.
—Atento, Fisher —lo aviso.
Pronto aparecen Harper y Cornell para llevarse al hombre que se aleja y,
después de cachearlo, lo dejar ir. El otro, en cambio, abre los brazos y
camina hacia nosotros recitando lo que parece algún tipo de oración.
¿Preparándose para viajar al más allá? Bueno, mientras no me lleve con él,
no me quejaré.
—Alto —le gritamos Fisher y yo al mismo tiempo, pero no nos hace
caso, como era de esperar. Poco a poco, nos obliga a retroceder para evitar
la onda expansiva, si llevase una bomba bajo la ropa—. Detente ya. No
avances más. Alto.
—Las manos a la cabeza —Simmons y el resto del equipo están ya
detrás de él. Lo hemos rodeado, pero nos mantenemos a cierta distancia por
prudencia.
El hombre se gira hacia ellos, con las manos todavía en cruz, y eleva la
voz. Mira al cielo mientras recita la oración una vez más, caminando
marcha atrás hacia la patrulla, que no se ha movido de dónde les hemos
dicho que se queden. También ellos están apuntando al hombre, pero alzo
una mano para indicarles que no disparen. Es muy habitual que los
dispositivos que llevan los hombres-bomba explosionen cuando este aprieta
un botón o si deja de hacerlo, según él caso. Veo que tiene una de sus
manos cerrada en un puño, así que deduzco que es la segunda opción. Si le
disparamos, volamos todos por los aires.
—Calma —les pido, al tiempo que Simmons le exige al hombre que se
rinda.
—Baja el arma, soldado —Fisher está caminando hacia el joven con el
que estuvo hablando porque está bastante nervioso y podría cometer una
imprudencia—. Deja que los expertos nos ocupemos de esto.
En cuanto lo dice, el hombre-bomba se gira nuevamente hacia nosotros y
levanta más las manos, a lo que el soldado cierra uno de sus ojos, apunta y
aprieta el gatillo en cuestión de segundos.
—No —grito, pero ya es tarde. La bala sale del arma y se incrusta en la
cabeza del hombre, que se inclina hacia atrás por la fuerza del impacto.
Apenas me queda tiempo para correr hacia la patrulla, mientras Fisher
me llama a gritos porque soy el único que me encuentro dentro del radio de
acción de la bomba. Escucho el sonido de la explosión unas décimas de
segundo antes de notar la presión de la misma en mi espalda y de que me
lance por los aires. El golpe contra el suelo no duele tanto como lo ha hecho
la onda en mi cuerpo, aun así, me deja sin aliento por un momento. Me
pitan los oídos y tardo en poder escuchar los gritos de mi equipo, que se
acerca a mí con rapidez.
—Doc —puedo leer sus labios aunque no escucho sus voces aún—,
¿estás bien? Háblame, Doc.
Fisher me ayuda a sentarme en el suelo, después de haberme alejado del
centro de la calle. Compruebo, torpemente, que no tenga ningún hueso roto,
mientras espero a que mis oídos dejen de pitar. El equipo me mira con
preocupación, hasta que Fisher se levanta y se acerca al soldado que ha
disparado. Puedo ver cómo le grita y me señala, mientras le echa la bronca
porque su imprudencia casi consigue que matarme. El joven mira al suelo
ahora y diría que está arrepentido, pero claro, tener a un Fisher cabreado
sobre ti hace que te arrepientas hasta de lo que no tienes culpa.
—Déjalo, Suicida —consigo decir. Todavía escucho las voces como si
estuviesen a kilómetros, pero al menos no me pitan los oídos—. Estoy bien.
—Una mierda, lo dejo —me grita ahora a mí—. Casi te matan por su
culpa.
—Es novato —lo excuso—. Todos cometemos errores.
—Pero este podría haberte costado la vida a ti —me recuerda sin
necesidad. Soy bastante consciente de ello.
—Tenemos que irnos —Simmons zanja el asunto—. Este lugar ya no es
seguro. ¿Puedes andar, Doc?
—Creo que sí —asiento y trato de levantarme solo, pero Archer y DK se
apresuran a ayudarme.
Simmons comienza a impartir las órdenes, que nadie se atreve a
desobedecer, y ponemos rumbo a la base. La explosión se habrá visto en el
otro extremo del pueblo, así que es posible que estén viniendo refuerzos de
ambos bandos. Es mejor que no nos pillen en medio.
—Apóyate en nosotros —me sugiere DK, al ver que me falla una pierna.
No está rota, pero duele horrores.
—Joder. ¿Qué coño tienes ahí? —solo cuando Archer lo pregunta, noto
que el dolor en la pierna se concentra en el muslo y aunque no puedo verlo
con claridad, por más que me retuerza, parece que hay un trozo de metal
clavado en ella.
—Ni se os ocurra quitármelo —digo antes de que alguno de ellos piense
en hacerlo—. Vamos a la base y veremos si puedo sacarlo con seguridad.
Me apoyo en ellos y aceleramos el paso para llegar cuanto antes. Evito
pisar con la pierna herida porque cada vez me duele más y aunque no
quiero quejarme para no preocuparlos por mi estado, a medio camino mis
fuerzas flaquean y tengo que pedirles que se detengan.
—Doc, no podemos —Simmons me lanza una disculpa en la mirada
cuando nos dice que sigamos—. Nos turnaremos para cargarlo.
Archer es el primero que se apresta a colocarme en su hombro y lo hace
como si el peso extra no le supusiese ningún esfuerzo. Cierto es que nos
supera en altura y corpulencia a todos, pero no sabía que tenía tanta
resistencia. Ni siquiera pide el relevo ni permite que nadie se cambie por él
cuando se lo sugieren.
—Puedo hacerlo —es lo único que dice. A veces, tengo la sensación de
que se siente responsable de todos nosotros. Y no hablo de que sea el
francotirador del equipo y casi siempre se quede en una zona elevada
cubriéndonos, sino por todo en general. No es de los que se hace notar
como sucede con otros, pero siempre está pendiente de todos, tanto aquí
como en casa. De hecho, muchas de las veces que nos reunimos, sin contar
las barbacoas en casa del jefe, es cosa suya.
Un par de kilómetros después de haber dejado atrás el pueblo, nos
recoge una patrulla motorizada con la que nos topamos por casualidad. Mis
fuerzas están al límite y no puedo evitar gemir cuando me recuestan en la
parte de atrás del vehículo. No creo que llegase despierto a la base si tuviese
que hacer el viaje en el hombro de Archer.
—¿Cómo estás? —me pregunta, sentándose cerca de mí.
—Bien —respondo para no preocuparlo. Sin embargo, un pequeño
socavón en el camino me obliga a desmentirlo cuando se me escapa un
nuevo quejido.
—Podría ser peor —dice Fisher, a lo que asiento, conforme. Podría estar
muerto o con algún miembro menos.
—Estás perdiendo mucha sangre, Doc —me dice Loman—. Tenemos
que hacer algo con esa herida.
—No la tocaremos hasta que estemos en la base —niego—. Si se ha
seccionado una arteria importante, me desangraría en cuestión de minutos.
No puedo arriesgarme.
Nadie insiste de nuevo y cierro los ojos para descansar la vista. Sin
embargo, en lo que me parecen segundos, Archer me golpea en el hombro
con la pierna para que los abra de nuevo. Sé que lo hace para que no me
duerma y se lo agradezco con un ligero movimiento de cabeza, aunque
ahora mismo preferiría dejarme llevar por el agotamiento.
—Ya estamos llegando —me recuerda—. Aguanta un poco más.
Sin embargo, cuando estamos traspasando la valla del recinto exterior de
la base, mi cuerpo no lo soporta y acabo cayendo en la inconsciencia
mientras escucho a lo lejos cómo me llaman mis compañeros.
CAPÍTULO 18

Me cuesta abrir los ojos y aún más mantenerlos así. Ni siquiera soy
capaz de enfocar bien y no me atrevo a parpadear por si no consigo abrirlos
de nuevo. Mi cuerpo parece pesar toneladas y reconozco los efectos
inmediatamente: me han sedado. No soy capaz de recordar cómo he llegado
hasta aquí, pero si me han tenido que administrar sedantes, la cosa ha
debido ser grave.
Inspiro profundamente, o todo lo que mi adormecido cuerpo me permite,
y dejo escapar el aire lentamente después. Mi cabeza se está despejando y
consigo levantarla para ver el resto de mí. Descubro que tengo la pierna
vendada y elevada para que no se apoye el muslo contra la cama, lo que me
trae recuerdos de una fuerte explosión y yo volando por los aires. Mi cuerpo
está lleno de rozaduras y pequeñas heridas, producto de la metralla.
—¡Eh, ya estás despierto! —una voz a mi lado me obliga a mirar hacia
el interlocutor. DK me sonríe e intento imitarlo, pero no debe salir como
planeaba porque sus labios se estiran todavía más—. Bienvenido al mundo
de los vivos, Doc.
—¿Qué ha...? ¿Cuánto...? —ni siquiera soy capaz de terminar las frases.
Me pica la garganta, como si hubiese estado intubado, lo que me preocupa
todavía más.
—Hubo una explosión —me explica— y los restos se incrustaron en tu
muslo. Estuviste realmente jodido, Doc. Y casi te desangras. Al final
tuvieron que hacerte una transfusión directa para poder trabajar con la
herida y cerrarla.
—¿Quién?
—Archer es donante universal y se ofreció —entiende mi pregunta —.
No lo busques porque no está aquí. Después de estabilizarte, enviaron un
halo a buscarte. A buscarnos a todos. Nos metieron en un avión y ya
estamos en casa desde hace unos cuantos días.
—¿Cuánto hace que estoy aquí? —después de beber agua, aunque se
supone que no debo hacerlo hasta que el sedante se vaya de mi organismo,
ya puedo hablar con más fluidez.
—Diez días —me sorprende que haya sido tanto—. Se re infectó la
herida en el traslado y tuvieron que sedarte porque no dejabas de moverte
por los desvaríos de la fiebre. Les preocupaba que te reventases los puntos.
Cuando consiguieron controlar la fiebre, decidieron ir bajando la dosis de la
sedación poco a poco para ver cómo evolucionabas. Me alegro de verte
despierto, amigo. Estábamos muy preocupados por ti.
—Joder —intento incorporarme, pero DK me lo impide—. Necesito
hablar con el médico.
—Con calma —me dice—. Brian no quiere que te muevas hasta que él te
vea. Iré a buscarlo si me prometes que te comportarás.
—Ve ahora —no puedo evitar que su sonrisa me moleste. Soy buen
médico, pero muy mal paciente.
En cuanto me deja solo intento incorporarme de nuevo, pero mi cuerpo
no responde como debería por el momento, así que me quedo recostado en
la cama, mirando al techo. No puedo creer que hayan pasado diez días
desde la explosión. Me frustra haber estado sedado todo ese tiempo, pero
supongo que fue lo mejor.
—Fawn —susurro, al comprender que lleva diez días esperando mi
llamada, pues le dije qué día llegaríamos a casa y le prometí que la llamaría
para vernos. Si me ha llamado ella, quizá crea que no me interesa volver a
verla porque no le he respondido—. Joder. Necesito mi teléfono.
—Buenas tardes, Owen —Brian entra con mi historial en la mano y DK
lo sigue, aunque se queda junto a la puerta para no molestar. Mi intención
de buscar el teléfono se ha ido al garete— ¿Cómo te encuentras?
—Como si pesase toneladas —soy sincero.
—Te quitaré el sedante —dice, mientras manipula la vía—. Necesito que
me digas si te duele cuando tu cuerpo empiece a despertar. Pero no te hagas
el valiente, Owen, puedo darte calmantes para llevarlo mejor.
—Sé cómo va esto, Brian —me quejo—. No necesitas decírmelo.
—Por experiencia propia —sonríe, sin ofenderle mi brusquedad—, sé
que los médicos somos los peores pacientes, así que no te lo tendré en
cuenta. Repito, si te duele, me avisas.
Comprueba que todo esté en orden conmigo antes de dejarme de nuevo a
solas con DK, que solo se acerca a la cama cuando Brian se va. Intento
sonreír para que vea que me encuentro bien y no se preocupe, pero estoy tan
cansado que incluso me cuesta hacer eso.
—¿Y el resto? —pregunto para tapar con nuestras voces el sonido del
pulsioxímetro.
—Nos hemos estado turnando para estar contigo —me explica,
arrastrando la silla para sentarse junto a mí—. Harper y Cornell querían
encargarse de todo para que el resto pudiésemos pasar más tiempo en
familia, pero no nos parecía justo. Además, todos queríamos ver cómo
evolucionabas. Somos un equipo, tanto en lo bueno como en lo malo.
—¿Y Fisher? —entiendo que los solteros quisieran ayudar de ese modo
y me extraña que él no se ofreciese también.
—Fisher se apuntó de cabeza a la idea de Harper, claro —parece un poco
evasivo ahora—, pero tenía algo importante que hacer y se quedó contigo
los primeros días para estar libre ahora.
—¿Dónde está?
—Ya sabes cómo es, hace planes y no nos los cuenta a los demás si no es
estrictamente necesario —siento que me está mintiendo, pero como todavía
tengo la mente ofuscada, prefiero no sacar conclusiones precipitadas.
—¿Me haces un favor? —recuerdo que todavía no he llamado a Fawn
para contarle lo que ha pasado—. Necesito el teléfono para hacer una
llamada.
—Me temo que no puedo ayudarte con eso —se rasca la nuca—. Lo
llevé a mi casa con el resto de tus cosas. Si llego a saber que te despertabas
hoy, lo habría traído. Tengo el mío, si te sirve.
—Pues va a ser que no —cierro los ojos un momento para darles
descanso. Tengo bastante buena memoria, pero me faltó tiempo para
memorizar el número de Fawn, así que tendré que esperar a que DK vaya a
su casa a por el teléfono.
—Mañana lo tendrás aquí —me asegura, lo que me alegra solo a medias,
porque será un día más que Fawn tendrá que esperar a saber de mí—.
Cornell vendrá a relevarme esta noche, así que por la mañana me acercaré a
verte y te lo traeré.
—Ya estoy despierto, así que no hace falta que os quedéis más. Al
menos, por la noche —le sugiero—. Estaré bien.
—Nos quedaremos un par de noches más —dice, sin darme opción a
discutir—. Hasta que veamos que te tomas los calmantes que te recete
Brian.
—No soy un crío, DK. Sé cuidarme solo —río porque, en realidad, tiene
razón. Si no me obligan, no tomaré nada a menos que esté agonizando de
dolor. Como he dicho, soy muy mal paciente.
—Danos el gusto, hombre —ríe conmigo—. Hemos estado bastante
preocupados por ti.
—¿Fisher no le habrá hecho nada al novato, verdad? —pregunto,
recordando de repente el motivo de la explosión y la reacción de Suicida
con el joven soldado.
—Tal vez lo haya acojonado un poco —acerca su índice al pulgar para
indicarme la cantidad, pero sé que con Fisher nunca nada es solo un poco
—, pero estará bien. Se lo tomará con más calma la próxima vez que se
encuentre en una situación similar.
—Mientras no lo haya traumatizado de por vida —Fisher puede ser muy
intenso cuando se trata de defender a los suyos y el joven soldado era
demasiado inexperto. Lo habrá machacado.
—Sobrevivirá —ríe.
—¿Cómo ha llevado Sam la separación? —este ha sido su primer
despliegue y llegó cuando su relación estaba empezando. No ha debido ser
fácil para ella.
—El reencuentro ha sido mucho mejor —vuelve a reír—. Las chicas han
hecho piña y han sabido arroparla en mi ausencia. Aunque no hemos podido
hablar mucho durante el despliegue la relación ha sobrevivido a nuestra
primera separación. Creo que podemos hacer que funcione.
—Me alegro. El primer despliegue es el más complicado —no hablo por
experiencia, pues nunca he tenido una relación tan duradera como para vivir
eso, pero lo veo en mis compañeros. Con el paso del tiempo se van
acostumbrando, lo que no quiere decir que deje de ser duro, pero es más
llevadero.
—Para mí lo fue —admite—. No es que no haya tenido otras novias
antes, pero nunca me importó si se preocupaban por mí o no al irme. Fui un
capullo con ellas y no lo negaré, pero con Sam es diferente. Con ella
necesitaba llamarla cada día para asegurarle que estaba bien y no tenía que
preocuparse por mí. Fue jodido no poder hacerlo.
Pienso en Fawn y en lo que supondría mantener una relación seria con
ella cuando ambos trabajamos en el ejército. Sé que existe la conciliación
familiar, pero eso se reserva a los casados y aunque quiera más de la
relación que tenemos ahora, no me veo casándome en unos meses solo para
poder verla más a menudo. Ni siquiera sé si ella está dispuesta a pensar en
algo más a largo plazo, como para planificar una vida juntos. Supongo que
si lo intentásemos, tendríamos una idea de lo fuerte que puede llegar a ser el
vínculo entre dos personas. Eso, si lo intentásemos.
—Tierra llamando a Doc —DK me llama— ¿Dónde te habías ido?
—Bastante lejos —le confieso—. Aunque no sé si llegaré hasta allí en la
vida real algún día.
—Uh —sonríe—, estamos con pensamientos profundos, por lo que veo.
¿Tiene algo que ver con la piloto?
—Tiene mucho que ver, la verdad.
—¿Te preocupa no volver a saber de ella?
—Quedamos en vernos cuando volviese de Afganistán, pero mira dónde
estoy —alzo las manos—. A estas alturas podría pensar que no me interesa
quedar con ella.
—Supongo que por eso querías el teléfono. Bueno, mañana ya podrás
llamarla —me sugiere— y estoy seguro de que entenderá que no lo hayas
hecho antes, cuando le expliques dónde estás. Ha sido causa de fuerza
mayor, no por gusto. Puede que incluso venga a darte mimos. Claro que con
lo mal paciente que eres, no sé si será buena idea.
Río con él, porque la verdad es que también tiene razón en todo lo que
ha dicho. No es como si hubiese estado evitándola, solo que las
circunstancias me lo han impedido. Supongo que tantos años de fracasos
amorosos me están pasando factura ahora y a mi autoestima en esos temas.
Lo de ser mal paciente no es algo que me preocupe tanto.
—Tengo que salir un momento —me informa DK después de leer el
mensaje que acaba de recibir—. No tardo.
—Tómate el tiempo que quieras —le respondo—, no me moveré de
aquí.
—Sí, claro —casi no me presta atención.
—Oye —lo llamo—, ¿todo bien?
—Sí —asiente—. No te preocupes, todo bien.
Aunque suena sincero al decirlo, me deja preocupado, pero el cansancio
puede más y acabo cerrando los ojos para dormir un poco. Creo que será
bueno aprovechar ahora que todavía no se ha despertado mi pierna.
—Doc-no sé el tiempo que me he quedado traspuesto, pero la voz suave
cerca de mi oído me despierta—. Doc, abre los ojos.
—Pero qué coño... —siento un lametazo en la cara y abro los ojos para
ver de dónde procede. Veo a Fisher a mi lado, sonriendo de oreja a oreja.
—Sabes a mierda, tío —dice sin dejar de sonreír—. Le diré a Brian que
envíe a alguien a darte un buen aseo.
—¿Me has lamido la cara? —me limpio con la sábana, solo por si acaso.
—No te despertabas —se encoje de hombros.
—¿Sabes que estoy convaleciente, no?
—Tengo una sorpresa para ti —repite el gesto.
—Nada de lo que vayas a... darme... pod... —a medida que se aparta y
me deja ver la sorpresa, la protesta va desapareciendo de mis labios. De
todas las cosas que podría haber pensado, esta es la única que compensa
que me haya pasado la lengua por la cara.
—Hola, Doc —cuando sonríe, el dolor que empiezo a sentir ya en la
pierna pasa a un segundo plano. Pero cuando me mira con esos hermosos
ojos color café, creo haber ido al cielo. Diría, incluso, que está más guapa
que la última vez que nos vimos. Claro que el vestido le favorece mucho
más que el uniforme, aunque este no le quede mal tampoco.
—Hola, Fawn —respondo con una estúpida sonrisa en los labios.
—Ya me darás las gracias después —dice Fisher, del que me había
olvidado por completo. Se inclina sobre mí y me susurra—. A por ella,
campeón.
Nos deja solos después de despedirse de Fawn, que no me ha quitado los
ojos de encima, estudiando mi aspecto. Es imposible no ver la preocupación
en su rostro y sonrío para tranquilizarla.
—Me alegra ver que estás bien —dice caminando hacia mí—. Fisher se
ha explicado como el culo y me había imaginado una escena bastante peor
que esta.
—Fisher siempre lo exagera todo —extiendo la mano para tocarla.
Necesito hacerlo para saber que es real y que está aquí conmigo. Sin
embargo, ella no me da la suya y cuando estoy a punto de preguntarle si
pasa algo malo, se inclina sobre mí y me besa.
Como siempre, Fawn hace las cosas a su manera. Y no puedo decir que
no me guste porque, en realidad, me encanta. Siempre amaré su
espontaneidad y su forma directa de tratar las cosas entre nosotros.
CAPÍTULO 19

—No es grave, ¿verdad? —después del beso, llega la preocupación por


mi estado. Mientras habla, me coloca bien las almohadas en la espalda sin
dejar de mirar mi pierna en alto—. Menudo susto me llevé cuando Fisher
respondió al teléfono en tu lugar y me dijo lo que había pasado. Escuchar
que una bomba te ha lanzado por los aires como pájaro volando, no suena
nada alentador.
—Fisher tenía que ser —río—. Nunca ha servido para dar noticias. Tiene
el tacto en el culo, pero diré en su defensa que no lo hace con malicia. Él es
así.
—Me he dado cuenta —sonríe—. En serio, ¿estás bien?
—Ahora que estás aquí, me encuentro mucho mejor —le devuelvo la
sonrisa—. Con estos cuidados me recuperaré mucho antes.
—Claro —noto la ironía en su voz—, por ahuecarte las almohadas.
—Eh, no subestimes el poder de unas almohadas bien mullidas —río. No
puedo evitar sentirme feliz por tenerla aquí y creo que se me nota porque la
sonrisa no se me va de los labios—. Yo desde luego ya me siento mucho
mejor.
—No te hagas el valiente conmigo, Doc —me reprende, caminando
alrededor de la cama para tumbarse a mi lado donde no tengo la pierna mala
—. Hazme sitio.
—Pensaba que la visita sería corta —le digo, aunque en realidad espero
que no quiera irse pronto.
—¿Ya me quieres echar?
—Por supuesto que no —me apresuro a responder—. Quédate todo lo
que quieras.
—Bien, pues que intenten sacarme de aquí si pueden —sonríe. Se
acomoda a mi lado y apoya la cabeza en mi pecho—. No era así como
esperaba vernos la primera vez que estuviésemos juntos en la cama, pero
tendremos que conformarnos por el momento.
—No creo que tarden en darme el alta —le aseguro—. Aunque veas la
pierna en alto, no es tan grave. Es solo que la herida está en el muslo.
—¿Cómo fue?
—¿No te lo contó Fisher? —sonrío de nuevo.
—Prefiero escuchar tu versión.
—Estábamos en una patrulla y vimos a dos sospechosos —le relato de
forma rápida—. Al acercarnos, uno de ellos resultó cargar con un chaleco
explosivo, de esos que se accionan cuando dejas de presionar el detonador.
—Son los peores porque no puedes matar al insurgente —asiente, al
saber de lo que le hablo.
—Pues uno de los soldados con los que estábamos, un novato, se puso
nervioso y disparó. Intenté alejarme cuando vi que le dio de pleno, pero me
alcanzó igualmente. Se me incrustó metralla en el muslo y perdí tanta
sangre en el camino de regreso, que acabé inconsciente. Cuando me
desperté, estaba aquí.
—Supongo que la versión de Fisher no estaba tan desencaminada —ríe
—. Pero él lo adornó un poco más.
—Puedo imaginármelo —la aprieto contra mi costado, como si así
pudiese hacerle olvidar lo que debió pasar al escuchar el relato de Fisher.
Estoy convencido de que la asustó más de lo necesario porque le gusta
mucho el dramatismo. Aunque eso me hace ver que se preocupa por mí—.
Cuéntame, ¿qué has estado haciendo este último mes?
—Pues he ido a visitar a mi familia —me dice, mientras noto cómo se
tensa un poco bajo mi abrazo— y... digamos que... tengo algo de qué hablar
contigo.
Mil escenas se me pasan por la cabeza y aunque intento detener algunas
recordando el modo en que me besó hace un momento, las que me dicen
que va a romper conmigo, si es que hay algo que romper, son las que más
fuerza tienen.
—Tú dirás —ahora también yo estoy tenso.
—No me atreví a decirle a mi padre todavía que voy a probar con los
SEAL —se alza para mirarme a los ojos mientras habla—, pero cuando lo
estaba hablando con mi hermana, bueno... escuchó cuando le decía que él
no debía saberlo.
—Uh, eso pinta mal —no sé qué tiene que ver esto conmigo, pero la
escucho, algo más relajado.
—Y bueno... —vacila de nuevo, así que me tenso otra vez—. Tuve que
idear algo rápido para decirle que no fuese lo de los SEAL y...
—Tiene que ser algo grave —digo al ver que vacila tanto— porque hasta
ahora siempre has sido muy directa al hablar. ¿Tengo que preocuparme?
—Tal vez sí —se muerde el labio—. Les dije que tenía novio y que era
un SEAL. Y médico, también.
Por un momento, no sé qué decir. Creo que me cuesta procesar sus
palabras porque no caigo de inmediato en que les ha dicho que está saliendo
conmigo y que es probable que le preocupe que me enfade.
—¿Doc? —me llama al ver que no digo nada.
—¿Cuándo dices que tengo que ir a conocerlos? —pregunto para hacerle
saber que no tengo ningún problema con eso.
—¿Solo así? —ríe más tranquila— ¿No hay reproches ni rencores?
—Bueno —le sonrío—, digamos que es algo muy repentino porque no
pensaba ni por un momento que tú y yo pudiésemos llegar a ser algo más
que unas cuantas noches en la cama, pero por una futura SEAL, puedo
hacer la excepción.
—Ahora te estás burlando de mí —me golpea en el pecho.
—La verdad es que no me importaría que eso fuese cierto —le confieso
—. Lo de que seamos novios, no lo de ser solo algo en la cama, quiero
decir.
—A mí también me gustaría que fuese cierto —ahora sonríe con tanta
dulzura, que no puedo evitar inclinarme para besarla. Al ver lo que me
propongo, se incorpora más y une nuestros labios en un beso que es igual de
dulce.
—Hagámoslo oficial, entonces —susurro contra sus labios.
—¿Incluso si te tengo que llevar a conocer a mi familia tan pronto como
salgas de aquí? —elevo una ceja por su pregunta y continúa hablando—. Mi
padre quiere saber con qué clase de hombre me estoy involucrando. No
lleva muy bien eso de que también seas militar.
—Doble preocupación —asiento. Luego pienso en lo que supondría
conocer a su familia y me preocupa que las cosas no vayan bien, porque sé
que para ella son importantes, pero también sé que estoy dispuesto a hacer
que funcione, porque Fawn me gusta de verdad. Me gusta muchísimo—.
Podemos intentarlo. Suelo caerle bien a la gente.
—A mí me caes muy bien —sonríe.
—Y tú a mí también —siento que esta declaración es mucho más de lo
que parece a simple vista. Al menos por mi parte.
—Señorita, no puede estar aquí —Brian entra justo en el momento en
que nos besamos—. Owen, todavía estás convaleciente.
—Es mi enfermera particular —sonrío sin que me importe que nos haya
pillado—. Me estaba dando los primeros auxilios, Brian. No te enfades.
—¿Sabes que si hubiese entrado cualquier otro —me advierte— las
cosas se podrían poner muy feas? Los civiles no pueden entrar en la base.
—Pero es que no es una civil —la defiendo—. Es una futura SEAL.
—¿En serio? —la mira con entusiasmo— ¿Vas a intentarlo?
—Eso haré —asiente.
—Bueno, no va a ser fácil, pero merece la pena —creo que ya se le ha
pasado el enfado.
—Oye, hablando de civiles, ¿cómo le va a Sam? —es uno de los pocos
que trabaja ahora en la base. Cuando Hank supo lo bueno que era con la
informática, movió los hilos pertinentes para contratarlo. Ha sido una gran
incorporación a la plantilla.
—Está contento con el trabajo —sonríe—. Y los jefes con él.
—Eso es genial.
—Sí que lo es —se toca inconscientemente la alianza que lleva en el
dedo.
—¿Ya lo has hecho? —señalo su mano y él mira el anillo.
—Hace un par de semanas —asiente. No podría estar más feliz ni
aunque se lo propusiese. Lo suyo ha sido amor a primera vista y aunque
muchos les decían que iban demasiado rápido cuando Sam se mudó a la
casa de Brian poco después de conocerse, parece que no les va nada mal—.
No sé cuándo será la boda, pero estamos muy ilusionados con la idea.
Ahora que también tiene trabajo fijo, podemos empezar a planearlo todo.
Sam no quiso volver a trabajar en la universidad cuando terminó sus
prácticas y se pasó un tiempo en casa, aceptando trabajos esporádicos que
no le duraban más de dos o tres días. Fue una suerte que Hank viese su
potencial y le ayudase a entrar en la base como informático.
—Me alegro por los dos. Y os deseo lo mejor.
—Solo por eso —dice—, haré la vista gorda con tu novia. Pero ahora
necesito que nos deje a solas para ver cómo va esa pierna.
—Qué bien suena —susurra Fawn, antes de darme un beso rápido y
bajar de la cama. Luego, habla más alto—. Esperaré fuera.
—¿Sabes? —Brian la detiene cuando ya está en la puerta—. Mejor,
quédate. Si alguien te ve ahí fuera, es posible que te obliguen a salir de la
base. Porque algo me dice que no tienes un permiso firmado para estar aquí.
Aunque se lo dice a ella, me mira a mí, como preguntándome si está
equivocado. Y como no puedo saberlo porque no fue idea mía traerla, me
encojo de hombros. Aunque puedo imaginar que Fisher la ha colado dentro
sin permiso.
—¿No se puede conseguir uno? —sugiero.
—Veré qué puedo hacer —me dice—, pero no prometo nada.
—Me salvas la vida —exagero. Soy un poco egoísta ahora mismo
queriendo tenerla a mi lado, pero no siento remordimientos por ello.
—Eso intento —ríe, malinterpretando mis palabras a propósito.
Empieza a deshacer el vendaje con cuidado y aunque me duele un poco
cuando me manipula la pierna, es soportable. Sé que está estudiando mis
reacciones, así que evito hacer cualquier gesto que me delate. Mientras el
dolor no sea insoportable, no tomaré nada.
—Veamos cómo va. Es mejor que te pongas de lado, Owen, así podré
verlo bien y tú estarás más cómodo —me ayuda a hacerlo y dejo de ver a
Fawn, que continúa cerca de la puerta para no molestar a Brian—. Bien.
Sé que no lo ha dicho porque la herida esté bien, sino porque ya estoy en
la posición que quería, así que espero su veredicto con la poco paciencia
que tenemos los médicos cuando se trata de nosotros. Siento cómo aprieta
alrededor de la herida buscando signos de infección y aprieto los dientes
para no gemir. La zona está bastante sensible, pero no tanto como esperaba
después de saber que perdí tanta sangre.
—Está bastante bien —dice Brian después de un rato en silencio—.
Todavía debes permanecer unos días aquí, para que los puntos hagan su
trabajo, pero vas bien.
—¿Seccioné una arteria? —pregunto con curiosidad.
—Por suerte no —aprovecha para hacer las curas, antes de vendar de
nuevo la pierna—. Uno de los pedazos más grandes llegó a pincharla, de ahí
que sangrases tanto, pero nada de gravedad o no habrías llegado vivo a la
base ni aunque no hubieses quitado la metralla de la herida.
Eso es lo que imaginé, pues detener la hemorragia que produce una
arteria cortada es imposible sin instrumental. Esta vez he tenido suerte.
Mucha suerte.
—¿Cuándo me dejarás libre? —le pregunto una vez en la posición
original, con la pierna vendada de nuevo.
—Mañana volveré a revisar la herida y si todo sigue igual, quizá a
finales de semana te puedas ir.
—Eso son tres días más aquí —me quejo. ¿He dicho ya que soy mal
paciente?
—Siéntete afortunado de que solo sean tres días —sonríe.
—Soy médico, podría estar en casa...
—Precisamente porque eres médico, te quedarás aquí esos tres días —
me interrumpe.
—Pero...
—Haz caso al doctor, Doc —es Fawn quien me impide hablar esta vez.
—Me cae bien tu novia —ríe de nuevo Brian.
—Ya, claro —los miro con enfado.
—Me encargaré de que se porte bien —le asegura Fawn.
—En ese caso, conseguiré el permiso para ti —le guiña un ojo y se va
después de advertirme que no se me ocurra moverme de la cama.
—Creo que te conoce —sugiere Fawn en cuanto nos quedamos de nuevo
a solas.
—Es un buen tipo —digo palmeando la cama a mi lado—, pero si me
hubiese dejado ir a casa ya, lo sería todavía más.
—Es por tu bien, Doc —se recuesta de nuevo a mi lado y suspira, diría
que feliz—. Esto se siente bien.
—Imagina que estuviésemos en una cama más grande y con más
almohadas, más cálida y confortable…
—Sé lo que intentas —se ríe sobre mi pecho—, pero no funcionará. Te
vas a quedar aquí hasta que lo diga el médico.
—Yo soy médico —protesto.
—Tú te callas —me dice, mirándome.
—No la dejes escapar, Doc —Fisher entra a tiempo de oírle decir eso—.
Es perfecta.
—¿Cómo está el enfermo? —pregunta Loman, que viene detrás de él.
Uno a uno, van entrando todos y no puedo dejar de sonreír al imaginar la
bronca que les echará Brian cuando los vea.
—Diría que está muy bien —Harper responde por mí—. Hola, Fawn. Me
alegra verte de nuevo.
Y mientras hablan entre ellos al mismo tiempo, con sus bromas y sus
conversaciones a veces sin sentido para quien no nos conoce yo los observo
a todos, feliz. Puede que no tenga familia propia, al menos una que trate,
pero tengo a los mejores a mi lado y con eso me basta para sentir que estoy
completo. Ahora, con Fawn en mi vida, no puedo pedir nada más. Salvo, tal
vez, que me den el alta antes del viernes.
CAPÍTULO 20

Quiero que todo esté perfecto para cuando llegue Doc a su casa, así que
le doy un repaso a lo que he estado organizando con sus amigos. Aunque
Fisher me dio el susto de mi vida al decirme que a Doc lo había lanzado una
bomba por los aires, me cae bien; y debo decir que se ha portado genial
conmigo, yendo a buscarme al aeropuerto para llevarme con él,
consiguiéndome la llave del apartamento de Doc para prepararle una
bienvenida inolvidable y encargándose de que arrimasen el hombro para
que estuviese listo en tan poco tiempo. Está claro que no solo se preocupa
por sus compañeros, a pesar de que lo demuestre de una forma un tanto
extraña, sino que él es el pegamento que los mantiene unidos.
—Si quieres llegar a tiempo para venir con Doc desde el hospital —me
dice Fisher—, tengo que llevarte ya.
—¿Has avisado a los demás de que deben venir ya? —miro el reloj. Creo
que hacía mucho tiempo que no me sentía tan nerviosa como lo estoy ahora
mismo. Ni siquiera cuando me he inscrito para el acceso a las pruebas de
los SEAL ayer por la mañana. En esa ocasión estaba centrada y con ganas
de llegar hasta el final. Ahora tengo que esperar a que den el visto bueno a
mi solicitud, porque no es tan fácil probar suerte con ellos, pero ni aún así
me siento mínimamente nerviosa. En cambio, cuando pienso en que algo
pueda salir mal en la bienvenida de Doc, me sudan hasta las manos.
—Están en camino —tira de mí hacia la puerta—. De todas formas, no
podrán entrar hasta que yo vuelva porque soy el que tiene la llave, así que
apúrate, mujer. Al final serás tú la que no retrase a todos. En marcha.
—Ya voy, ya voy —protesto cuando casi me da con la puerta en el
trasero por sus prisas por cerrar.
—Si te pones histérica con una pequeña fiesta de bienvenida, qué no
harás cuando te cases con nuestro Doc —dice en broma, pero por un
momento, me paralizo. No es que haya pensado en boda ya, cuando solo
llevamos dos días como novios oficiales, pero la idea no resulta para nada
horripilante. Supongo que si todo sale bien entre nosotros no me importaría
dar el paso con Doc—. Oye, no vayas a convertirlo ahora en una pedida de
mano.
—¿Qué? —lo miro sin entender hasta que me doy cuenta de lo que
insinúa—. No, por dios. No digo que algún día, si la relación llega a
funcionar... pero no, ahora no.
—Vas a por todas —ríe.
—Ya te he dicho que no es algo en lo que piense a corto plazo —insisto.
—Pero te lo has pensado —ríe de nuevo—. Y eso, viniendo de una
futura SEAL, es toda una declaración de intenciones. Los SEAL no
retrocedemos, pero ya tendrás tiempo de aprenderlo durante las pruebas.
—Eso si me admiten —por un segundo, me permito tener dudas al
respecto.
—Lo harán —me asegura—. Tienen mucho que ganar contigo.
—Vaya, gracias —me halaga que lo haya dicho cuando apenas me
conoce.
—Ese par de tetas no pueden quedarse fuera —ríe, claramente
burlándose de mí—. Sería un pecado.
—Ya me parecía a mí extraño que fueses tan amable conmigo —le hago
saber que estoy molesta, aunque en realidad no sea así—. Está claro que el
apodo te sienta como un guante.
—¿Qué quieres? —se encoge de hombros antes de abrir la puerta del
coche para mí—. Tengo una reputación que mantener.
—Ya veo —sonrío.
El coche de Doc está en la base, así que Fisher me está llevando para que
pueda traer a Doc cuando le den el alta. Le haré creer que ninguno de sus
compañeros podía por compromisos previos y cuando lleguemos a su
apartamento, estarán todos esperando para darle una sorpresa. Espero no
delatarnos porque realmente estoy muy nerviosa ahora mismo.
—En diez minutos estaremos listos —me recuerda desde el coche—, así
que no necesitas hacer tiempo por el camino. Lo recoges y lo traes, fácil.
—Mejor —digo—, porque no estoy segura de que funcionase.
—Si nos delatas —me señala con un dedo—, haré que parezca un
accidente.
—Copiado —río—. Quiero vivir un poco más.
—Bien —me guiña un ojo y se va.
Brian me consiguió un pase el mismo día en que Fisher me coló sin
permiso en la base, así que muestro mis credenciales y me dejan entrar sin
problema. Me tomo mi tiempo en ir hasta el hospital, más que nada para
relajarme un poco. Puede que Doc sea un poco despistado a veces, pero
estoy segura de que sabrá que pasa algo si no me tranquilizo.
—Tienes a un Doc bastante ansioso en la habitación —Brian me
intercepta por el camino y sonríe con diversión—. Me he tenido que poner
serio para obligarle a quedarse allí, porque estaba dispuesto a irse
caminando hasta su casa si era necesario.
—¿Sois todos los médicos así de impacientes?
—Algunos más que otros —sonríe de nuevo.
Cuando entramos en la habitación, Doc está sentado en la cama,
tamborileando con los dedos sobre las sábanas, mirando hacia las muletas
que alguien dejó bastante lejos de él. A pesar de que se encuentra mucho
mejor, es consciente de que no debe usar la pierna todavía. Sin embargo,
puedo ver en sus ojos la intención de levantarse igual para recuperarlas.
—Si lo haces —lo amenazo, sacándolo de su estado de trance— y te
lastimas, no esperes tener a tu lado a tu enfermera particular. Yo no ayudo a
hombres tercos que hacen daño por su mano.
—Sí, señora —sonríe al verme—. Haré lo que me pidas, mientras la
recompensa sea tenerte a mi lado. Sobre todo si me sacas ya de aquí.
—No deberías decir eso —ríe Brian—. Le estás dando pie a pedirte lo
que se le ocurra y no podrás negarte luego.
—No me importa —se encoge de hombros. Le entrego las muletas y
aprovecha para dejar un beso en mi mejilla cuando se levanta de la cama—.
Lo que sea que pida, me encantará.
—Te tomo la palabra, Doc —sonrío—. Luego no digas que mis ideas
son una locura.
—Soy inmune a las locuras —ríe—. Fisher es el maestro en eso.
—Quizá —le digo, aceptando los papeles del alta que me entrega Brian
— deba pedirle que me aconseje.
—Quizá —no se inmuta por la amenaza velada—, pero yo no me haré
responsable de las secuelas que te queden después.
—No es tan terrible —recuerdo cómo me ayudó en la organización de la
fiesta sorpresa y aunque siempre estaba con una broma en los labios, aportó
muy buenas ideas. El apartamento de Doc no es muy grande y nosotros
seremos muchos, así que su forma de organizarlo todo ha sido increíble.
—Eso es que no lo conoces bien. Pasa unas cuantas horas con él y verás
que aburrimiento es lo único que no tendrás.
—Eso es cierto —sonrío. Cuando me mira con curiosidad por cómo lo
he dicho, comprendo que acabo de meter la pata e intento arreglarlo—.
Bueno, quiero decir que eso es lo que me pareció en lo poco que nos hemos
visto.
—Sí —sigue mirándome—, ya.
—¿No estabas tan ansioso por irte? —Brian viene en mi auxilio porque
está al tanto de los planes y se lo agradezco con una pequeña inclinación de
cabeza cuando pasamos por su lado.
—No lo sabes bien —correría si las muletas se lo permitiesen—. No te
ofendas, pero tardaré un tiempo en pasarme por aquí.
Brian nos acompaña hasta la salida y aunque le sugiere que me espere
allí para que no tenga que moverse mucho, parece que las prisas por
marcharse han vuelto porque se niega. Y aunque sería más rápido acercar el
coche como nos ha sugerido Brian, tampoco me molesta ir caminando junto
a él. Yo también estaba deseando que saliese del hospital, de una forma
egoísta.
—Sé que no he sido un buen enfermo —me dice de repente—, pero
gracias por soportarme estos tres días.
—Ahora no te vayas a poner sentimental conmigo, Doc —bromeo— o
acabaremos llorando los dos.
—No entraba en mis planes llorar —ríe como para dar más énfasis a sus
palabras—, pero es cierto que has visto mi peor cara estos días.
—Bueno —ahora le sonrío—, si esa era la cara mala, entonces me he
ganado la lotería contigo. Pero te advierto que mi cara mala es mucho peor
que la tuya.
—Ven aquí —se para en medio del camino y me acerco a él. Como
puede, sujeta las muletas con una mano y con la otra sujeta mi rostro para
dejar un beso en mis labios al que de ninguna de las maneras soy inmune—.
Con cara mala o buena, me encantas. Y lo harás siempre.
—Esa es toda una declaración de intereses —me muerdo el labio,
tratando de ocultar una sonrisa de felicidad.
—Bueno —coloca las muletas en su lugar para seguir avanzando—, en
algún momento debía tomar la iniciativa en esta relación.
—¿Te sientes intimidado? —me burlo de él.
—Para nada —sonríe sinceramente—. Me encanta que seas directa. Ya
te he dicho que no suelo asustarme con facilidad.
—Lo recuerdo —en realidad, no he olvidado ninguna conversación que
hemos tenido. Desde que lo conocí, Doc se ha incrustado en mi piel y no lo
digo solo por haber practicado sexo juntos, sino por muchas otras razones
—. También me encantas, Doc.
—Bien —se le escapa una sonrisa pícara, antes de añadir algo más—. Mi
plan está funcionando.
—¿Tu plan?
—¿Acaso crees que esto —dice señalando con la cabeza su pierna— ha
sido fortuito? Sabía que te derretirías por mí, si me veías convaleciente.
—Serás tonto —río ante su ocurrencia.
—Supongo que un poco sí —ríe conmigo—. Pero ahora tendrás que
compensarlo cuidando de mí.
—¡Oh, claro! Yo tengo que compensarte a ti porque has sido un estúpido
dejándote golpear por un hombre-bomba —no puedo parar de reír y sienta
tan bien.
—Por supuesto —lo dice tan serio, que si no supiese que bromea me lo
creería—. Todo forma parte del plan para que te enamores de mí.
Una vez lo dice y es consciente de ello, guarda silencio, como si se
arrepintiese. Supongo que le pasa como a mí con lo de la boda. Son temas
en los que no pensamos ahora mismo, pero no nos importaría abordarlos
más adelante si todo sigue yendo bien entre nosotros. Siento la tentación de
dejarlo sufrir sobre eso, pero al ver la preocupación en su dulce rostro no
puedo hacerlo.
—Pues sigue así —le digo— porque lo estás haciendo muy bien.
—Tal y como tenía previsto —se chulea, haciéndome sonreír.
No decimos nada más durante el trayecto en coche. No sé qué piensa,
pero en mi caso no quiero hablar porque temo destrozar la sorpresa. Ahora
que estamos yendo hacia su apartamento, los nervios regresaron. De todas
formas, él está tan sumido en sus propios pensamientos, que tengo la
sensación de que si le hablo, no me escuchará. Daría lo que fuera por saber
qué se le está pasando por la cabeza ahora mismo, pero prefiero dejarlo para
no meter la pata. Si las cosas van como creo, tendremos tiempo para ese
tipo de charlas profundas más adelante.
—Hogar, dulce hogar —dice al divisar a lo lejos el edificio donde vive
—. Aunque ya se me está haciendo un poco pequeño.
—¿Por qué lo dices?
—Porque cuando lo alquilé hace años, llegué con lo puesto y poco más
—me explica—. He ido acumulando cosas desde entonces y se me está
quedando pequeño el espacio. Llevo meses con la idea en la cabeza de
buscarme algo más grande. Quizá una casita cerca de la playa. Los SEAL
tenemos una conexión especial con el mar, ¿sabes? Bueno, lo averiguarás
pronto. Oye, ¿ya sabes algo sobre la solicitud? Menudo novio soy que ni te
he preguntado.
—Fui ayer a inscribirme —sonrío para que vea que no me molesta su
olvido—. Todavía es pronto para saber algo.
—No creas —niega—. Probablemente mañana o pasado te avisen ya.
Aunque siempre hay cientos de solicitudes, suelen responder bastante
rápido.
—Y así es como mi novio consigue que me ponga nerviosa —río. Pero
aunque pretendo que sea una broma, la verdad es que me preocupa que me
rechacen.
—Vaya, lo siento. No pretendía que...
—Tranquilo, Doc —sonrío—, estaba bromeando. Pero si no sé nada en
un par de días me pondré muy nerviosa.
—Si no te dicen nada en un par de días, yo mismo te acompaño a
averiguar qué ha pasado —me promete—, porque tienes manera de SEAL.
—Algo así me dijo Fisher —digo sin pensar.
—¿Fisher? ¿Cuándo lo has visto?
—¿A Fisher? Uh, pues... —menuda metedura de pata justo en el último
momento—. Debió ser ayer. Sí, estoy segura. O anteayer.
No parece muy convencido, cosa que no me extraña, pero me bajo del
coche para que no siga interrogándome. Me apresuro a ayudarle a bajar, por
las muletas, pero parece que se las apaña bien porque cuando lo alcanzo ya
está fuera.
—Veo que lo tienes todo controlado —le digo, observando cómo cierra
la puerta mientras hace malabares con las muletas para no apoyar la pierna
en el suelo.
—No es la primera vez que uso unas de estas —me sonríe cuando
consigue su objetivo.
—Usted primero, caballero —le señalo el camino.
—La llave es la que... —sus palabras se apagan al ver que elijo la
correcta— ¿Cómo sabías que era esa?
—Las de mi casa son iguales —miento. Abro la puerta con prisa por si
lo fastidio justo aquí y le dejo pasar a él primero—. Tú sabes dónde están
las luces, así que...
En cuanto le da al interruptor, un grito al unísono, que parece ensayado,
hace que salte en el sitio por la sorpresa. Y aunque sé que tengo tanto
derecho como los demás a estar en medio de los abrazos y las risas, prefiero
mantenerme al margen viéndolos interactuar. Son realmente una familia y
me alegro mucho de tener una oportunidad de formar parte de ella por el
tiempo que Doc me permita.
CAPÍTULO 21

No puedo decir que no me haya gustado la sorpresa que me han


preparado mis amigos, pues ha sido genial verlos a todos juntos, a pesar de
lo apretados que estábamos, pero definitivamente, lo de estar recostado en
la cama, viendo una película con Fawn pegada a mi costado, mientras
comemos palomitas de maíz, es el cierre perfecto para el día. Y aunque me
gustaría hablar con ella de muchas cosas, ahora mismo me conformo con
disfrutar del silencio entre nosotros.
—El muy imbécil va de cabeza a su perdición —dice de repente, y me
cuesta asimilar de qué está hablando hasta que me señala la pantalla. Estaba
tan centrado en ella que no presté atención a la película— ¿Por qué siempre
suben cuando están escapando? ¿No ven que después no tendrán hacia
dónde ir?
—Nunca me lo había planteado —cosa que es cierta. Sin embargo, he
vivido suficientes situaciones peligrosas como para saber que mantenerse a
ras del suelo siempre es la mejor opción—. Puede que lo hagan para que la
película sea más emocionante.
—Pero es que si siguiesen abajo, podrían alargar la película y sería
doblemente emocionante —su comentario me hace reír y siento cómo me
golpea en el estómago con el puño, fingiendo estar ofendida. No ha sido
fuerte, pero consigue cortar mi carcajada por la sorpresa—. No te rías.
Hablo en serio.
—Tal vez no les convenga alargar la película —sonrío, sugiriéndole la
alternativa. No sé por qué estamos teniendo una conversación tan tonta,
pero me encanta. Siento como si ya nos conociéramos de toda la vida y esto
fuese una simple muestra más de nuestra complicidad.
—Deberían informarse mejor antes de hacer películas de acción —dice
metiendo el último puñado de palomitas en la boca después y dejando en la
mesita de noche el cuenco—. Algunas escenas son tan ilógicas que le quitan
la gracia. Al menos, deberían hacer un poquito más creíbles las que se
supone que están basadas en hechos reales.
—La gente no quiere saber lo que pasó en realidad —le explico, aunque
seguro que ya lo sabe—. No quieren saber que los malos ganan en
ocasiones. O que las secuelas que les quedan a quienes se han visto
envueltos en conflictos armados pueden llevarlos incluso al suicidio. La
vida ya es jodida de por sí, como para que se complique en la ficción. La
gente busca evadirse y disfrutar. Creo que cuanto menos realista es la
película, más gusta, porque saben que eso no podría suceder jamás.
—En eso llevas razón —me mira—, pero a veces creo que es mejor
recibir una dosis de realidad a tiempo. Hay muchos que se creen que
nuestro trabajo es una mierda y que no importa si morimos, porque nos lo
merecemos. Que es un justo pago por el mal que hacemos. Como si
fuésemos a la guerra porque nos gusta y no para defender su libertad. No
saben todo lo que hay detrás de nuestro trabajo.
—Cierto —asiento—. Nadie que no haya pasado por lo que nosotros
vivimos cada día, entenderá lo duro y necesario que es nuestro trabajo. Nos
jugamos la vida para que ellos puedan disfrutar de la suya libremente. Pero
la gente que no lo vive de cerca, no lo entenderá ni aunque se lo enseñes en
una película. Y en una de estas menos todavía. Se lo tomarán en broma.
—¿Cómo hemos acabado poniéndonos tan serios? —dice después de
unos segundos en silencio—. Se supone que esto debería ser entretenido.
—Y lo es —sonrío, mientras le coloco un mechón de cabello detrás de la
oreja aprovechando para acariciar su mejilla. Tiene una piel tan suave, que
invita a tocarla todo el tiempo—. Me encanta que estés aquí conmigo. Es
genial.
—Podría hacerlo más genial todavía —responde, mordiéndose el labio,
lo que hace que mis ojos se fijen en esa parte de su rostro.
Entonces se levanta de golpe y pasa una de sus piernas sobre mí, para
acabar sentada en mi regazo de un solo movimiento. Sus manos van a mi
rostro y sus labios se aprietan contra los míos con un deseo que apenas
consigue contener. No estoy en mi mejor momento porque no puedo forzar
la pierna todavía, pero en esta posición puedo usar libremente mis manos
para recorrer sus caderas y su espalda con la misma ansia que siente,
mientras seguimos devorándonos la boca. Pronto mi camiseta desaparece y
detrás va la suya, que también es mía, en realidad, pues Fawn decidió
quedarse a dormir en el último momento y no venía preparada. Sus pechos
quedan expuestos frente a mi boca, que los busca para jugar hasta que
consigo arrancarle varios gemidos de satisfacción. Sus manos se aprietan en
mi cabello y me obliga a continuar con ello, mientras deja caer la cabeza
hacia atrás en un completo abandono.
Puedo notar cómo cierta parte de mi cuerpo comienza a crecer y al
parecer ella también porque mueve las caderas sobre mí para torturarme con
el vaivén. Abandono sus pechos para besarla de nuevo, mientras mis manos
intentan desnudarla por completo. Me ayuda, sin liberar mi boca, y cuando
se sitúa en la posición de antes, una de mis manos se cuela en medio de los
dos para estimularla y ayudarla a alcanzar el orgasmo. Es todo un poco
caótico por la necesidad que tenemos el uno del otro, pero se deshace en mi
mano mientras de sus labios sale mi nombre en una exhalación de éxtasis.
Podría llegar arriba solo escuchándola y viéndola perderse en la intensidad
de lo que está sintiendo, pero parece que tiene otros planes, porque apenas
se recupera un poco, me pregunta dónde tengo los condones y va a por uno.
—No te muevas, Doc —me pide cuando ve que intento cambiar de
posición—. Hasta que tu pierna se cure, te tocará solo disfrutar.
—Ahora no sé si quiero que se cure —sonrío con picardía—. Creo que
me gusta esto de que lleves la iniciativa.
—Tranquilo —me coloca el condón y me besa de nuevo—, a mí me
gusta llevar la iniciativa, con o sin pierna herida.
Con ayuda de su mano, me dirige hacia su interior y exhalo todo el aire
cuando siento cómo encajamos a la perfección. Llevo las manos a sus
caderas para marcar el ritmo, pero parece que ella tiene sus propios planes,
porque se mueve más despacio de lo que me gustaría. Sin embargo, cuando
comienza a besarme, me olvido incluso de que la sigo sujetando por las
caderas porque ha conseguido toda mi atención. Fawn sabe perfectamente
cómo hacer para que termine loco por ella. Y no hablo solo del sexo.
En algún momento, entre beso y beso, mis manos exigen más rapidez y
Fawn accede al fin. Sus movimientos son cada vez más erráticos cuando
comienza un nuevo orgasmo para ella, así que la dirijo, apretando sus
caderas, hasta que la sigo a la cima del placer. Mis labios también gritan su
nombre cuando alcanzo la liberación. Fawn cae sobre mí, totalmente
agotada, y cierro los ojos unos segundos, para recuperar el aliento. Ha sido
realmente intenso.
—Definitivamente, lo has hecho mucho más genial —digo, después de
un par de minutos. Escucho la risa de Fawn, al tiempo que la noto en mi
cuerpo.
—Puedo volverlo así de genial —me dice, mientras se retira con cuidado
—, siempre que quieras.
—Lo tendré en cuenta —sonrío.
—Te ayudaré con eso —se presta a retirar el condón usado.
—Prefiero que me ayudes a llegar al baño —pido—. Necesito hacer algo
más que retirar el condón.
Me acerca las muletas y me sostiene de un brazo para que no apoye la
pierna. Cuando coloco las muletas en mis brazos Fawn aprovecha para
sacar el condón y corre al baño para deshacerse de él para que pueda
tomármelo con más calma para cruzar la habitación. Me recreo con la
imagen de una Fawn desnuda que no conoce la palabra pudor y sonrío feliz
de que esté aquí.
—¿Qué te parecería —pregunto, una vez en la cama— traer algo de ropa
y quedarte conmigo esta semana? Mientras no me quitan los puntos.
No sé cómo reaccionará a mi invitación, pero en este momento, no hay
nada que me apetezca más que tenerla a ella en casa. No es que la necesite
realmente porque puedo manejarme solo con las muletas, pero si así puedo
convencerla de que se quede, no me sentiré mal por usar mi pierna como
excusa.
—Haremos un trato —se incorpora para mirarme a los ojos.
—Tú dirás —la animo a continuar.
—Yo me quedo esta semana aquí, cuidándote —hace círculos con el
dedo en mi pecho mientras habla— si después tú vas a conocer a mi
familia.
—¿Por qué esa ansia? —pregunto—. No es que no quiera ir, no me
malinterpretes, pero me sorprende que no quieras esperar antes de
presentarme a tu familia.
—Bueno —se recuesta de nuevo. Supongo que ha visto en mis ojos la
verdad y ahora sabe que iré, si así me lo pide—, mi hermana no dejará de
molestarme con eso hasta que te conozca. Y sé que mi padre estará
preocupado por mí.
—Ajá —siento que hay algo más y la provoco, para que se anime a
decírmelo—. Creí que habías dicho que eras siempre muy directa.
—Eso es jugar sucio, Doc —su mano me golpea en el pecho, donde
seguía haciendo dibujos aleatorios con sus dedos.
—En el amor y en la guerra, todo vale —río.
—Vale —se incorpora de nuevo—. Me preocupa que mi padre no se
tome demasiado bien que vaya a ser una SEAL.
—Y piensas que si yo le hablo de los SEAL, verá que estarás bien —
intuyo.
—Es una posibilidad —he acertado, pero bromea sobre el asunto—, pero
mi intención era pedirte que me sacases de allí si se pone intensa la cosa.
—Me tendrás allí para lo que sea, Fawn —le digo, tirando de ella para
acercar su rostro al mío—. Me tienes para lo que sea.
La beso de una forma deliberadamente lenta hasta arrancarle un suspiro
satisfecho. Permanece tanto tiempo en silencio después de apoyar la cabeza
en mi pecho, que creo que se ha dormido y cierro los ojos, dispuesto a
acompañarla en el sueño.
—También me tienes, Doc —susurra sin llegar a moverse. Aprieta su
abrazo y expulsa todo el aire de los pulmones. Ahora sé que se ha dormido
de verdad.
Puede que lo haya dicho por mi último comentario, pero siento que ha
sido algo mucho más profundo y me mantengo despierto al menos una hora
pensando en ello. No quiero estropear lo que está empezando a surgir entre
nosotros porque nos va genial así, pero aunque intentaré no darle
importancia, sé que lo haré. Tal vez por eso mis intentos de relación han
acabado mal, porque siempre voy por delante de lo que se supone que debo
ir. Quizá agobio a la gente y por eso se largan.
Cuando me despierto a la mañana siguiente, Fawn no está y, por un
momento, al no encontrarla en la casa, pienso en que se ha arrepentido de
haberme dicho aquello. Pero después veo la nota en la nevera y me siento
estúpido.
He ido a por mis cosas. Dormías tanto que no quise despertarte. Me he
tomado la licencia de cerrar y llevarme tus llaves, así que no podrás huir ni
aunque quisieras hacerlo. No hagas desayuno porque traeré algo para
compartir. Aunque no me quejaré si hay café caliente para mí cuando
llegue. Mmmm, caliente. Eso me recuerda... Buenos días, bombón.
Su nota me relaja y me hace reír al mismo tiempo. No sé por qué me
preocupo tanto si Fawn es la mujer más directa y sincera que he conocido
nunca. Debería relajarme en torno a lo que pasa entre nosotros porque si
hay algo que no le guste, sé que me lo dirá sin tapujos. Y debería también
fiarme un poco menos de mi mala experiencia con las mujeres y disfrutar de
lo que tenemos.
—Si lo que quieres es café —hablo en alto—, eso es lo que te daré.
Pongo la cafetera en marcha y después regreso a la habitación para
vestirme. Con la pierna vendada no soy tan rápido y cuando estoy
terminando, escucho el sonido de las llaves en la puerta. Me coloco la
camiseta con prisa para poder recibirla al entrar, pero la voz de Fawn me
indica que he llegado tarde.
—Cariño, ya estoy en casa —canturrea, lo que me hace sonreír.
Definitivamente, debería dejar de preocuparme por si algo sale mal
porque parece que Fawn ha venido a mi vida para quedarse un tiempo en
ella. Y si por mí fuese, sería para siempre.
CAPÍTULO 22

—Ten cuidado, Doc —le digo mientras veo cómo apoya la pierna sin
ningún cuidado al bajar del coche. Sé que le han quitado los puntos porque
ya está bien, pero no por eso tiene que forzarla a la primera de cambio. El
médico le dijo que se lo tomase con calma los primeros días y no parece
que lo vaya a hacer. Desde luego, no mentía al decirme que es un pésimo
enfermo. Aunque debo admitir que esta semana juntos ha sido genial. Lo de
ser su enfermera particular me ha encantado y la convivencia nos ha
ayudado a conocernos un poco más, constatando lo que intuía ya: Doc es un
chico de diez en todos los sentidos.
—Sí, mamá —se burla, pero veo cómo camina con más cuidado. Si es
que en el fondo es un amor.
Es la persona más considerada que he conocido en toda mi vida. Y no lo
digo porque siempre tenga en cuenta mis sugerencias, sino por todo.
Siempre está atento a los demás, a que se sientan a gusto y cómodos a su
alrededor, pero también a que nadie se sienta desplazado. Estos días ha
tenido muchas visitas, se nota que es un hombre muy querido entre los
suyos, y a pesar de que no podía moverse por la pierna, se ha encargado de
que nadie se sintiese mal durante el tiempo que pasaban con nosotros. Y no
es algo que fuerce, le sale solo, como si formase parte de su propia
personalidad. Supongo que es así y por eso ha elegido la carrera de
medicina dentro del ejército. No podría verlo de otra cosa que no fuese
salvando vidas, la verdad. Le va ese trabajo.
—¿Arrepentida en el último momento?
—¿Qué? —su pregunta me saca del trance—. No, para nada. A no ser
que seas tú el arrepentido.
—Yo nunca me arrepentiré de nada contigo —lo dice de forma tan
natural que es imposible no creerle. Me acerco y lo rodeo con los brazos,
apoyando la cabeza en su pecho, para agradecérselo en silencio.
—Eres genial, Doc —le digo después mirándolo a los ojos—. Tengo
suerte de que hayas querido ser mi novio.
—Bueno, no me has dejado mucha opción en cuanto a eso —ríe, al
tiempo que protesta cuando lo golpeo en el brazo en venganza por sus
palabras—. Y encima me maltratas. Qué cruz.
Después de pasar una semana juntos, creo que ha comprendido que no
necesita medir sus actos en mi presencia ni controlar lo que dice porque lo
veo mucho más suelto y relajado a la hora de hablar de nosotros. Creo que
al principio tenía miedo de que me pareciese que iba demasiado en serio
conmigo y me asustase o algo por el estilo, pero la verdad es que yo lo fui
mucho más al decirle a mi familia que tenía novio sin hablar con él antes
sobre el tema. Si eso no lo asustó a él, nada de lo que pueda hacer o decir
me asustará a mí. Además, me gusta demasiado como para dejarlo escapar
por algo así, aunque todavía no se lo haya dicho con esas palabras. Todo
llegará en su momento, lo sé.
—Tú querías una novia —bromeo con él— y te he tocado yo. Ahora te
aguantas.
—No me queda otra —sonríe—, porque en cinco minutos vamos a
conocer a tu familia.
—O menos —suspiro mirando hacia la casa de mi hermana, donde
todavía no se han enterado de que ya hemos llegado. No sé qué sería peor,
tener que ir hasta la puerta y encontrárnoslos cara a cara cuando abran o que
lo hagan antes de que lleguemos y nos estén mirando mientras nos
acercamos. Supongo que da igual porque no puedo elegir: nos toca llamar a
la puerta.
—¿Nerviosa? —me pregunta, cuando faltan unos pocos pasos para
alcanzar la casa.
—Más de lo que imaginas —admito. Porque no solo les presentaré a
Doc como mi novio, sino que le diré a mi padre que empiezo en una
semana las pruebas para convertirme en una SEAL. Creo que ni cuando me
llamaron para confirmar que estaba dentro, me puse tan nerviosa como lo
estoy ahora mismo. Necesito que esto salga bien, no por Doc porque
aunque no llegasen a aceptar nuestra relación seguiría con él igualmente,
sino porque no me gustaría pasar otro año sin hablar con mi padre por culpa
de mi trabajo. Tiene que entender que es mi vida y que puede gustarle más
o menos, pero no puede exigirme que la cambie para que él esté tranquilo.
Ojalá me hubiese gustado otro tipo de trabajo, pero no ha sido así y no voy
a renunciar a ello ni por mi familia ni por nadie. Es mi vida y mi decisión.
Aunque me gustaría que mi padre la aceptase sin dramas.
—Todo saldrá bien —me dice apretando mi mano con fuerza para
hacerme saber que no estaré sola esta vez. Le devuelvo el gesto y toco el
timbre después de suspirar una última vez.
—Fawn —por suerte es mi hermana quien abre y me encuentro de
repente envuelta en unos brazos amorosos que me aprietan más de lo
habitual. No hace tanto que nos hemos visto, pero parece que me estaba
echando de menos—. Qué alegría verte de nuevo.
—Yo también me alegro —le sonrío, mientras mira por encima de mi
hombro a Doc, que se ha mantenido un poco apartado para dejarnos
privacidad—. Este es Owen Harris, mi novio.
—Bienvenido —le extiende la mano para saludarlo, con una amplia
sonrisa en los labios. Sabía que no habría ningún problema—. Mi nombre
es Bárbara, aunque espero que mi hermana pequeña te haya hablado ya de
mí.
Eso último lo dice mirando hacia mí a modo de advertencia. Y aunque sé
que bromea, en el fondo hay parte de verdad en ello. Pasamos tan poco
tiempo juntas, que siempre dice que un día me olvidaré de mi familia y
dejaré de ir a verlos. Esta es su forma de recordarme que eso no debe pasar.
—Por supuesto —Doc acude en mi auxilio—. También de Violet y el
resto de la familia. Estoy deseando conocerlos a todos.
—Me gusta eso —nos deja pasar—. Entrad, están en el jardín.
—Barb —le digo en bajo, para que nadie más nos escuche—, no era
necesario que te maquillases tanto. Doc es muy sencillo.
—Quería estar presentable —cubre parte de su rostro con la mano, como
si se avergonzara de ello—. No molestes tanto, Fawn.
—Tonta —la empujo con el hombro y sonríe.
—¿Le has llamado Doc?
—Es como le llaman sus amigos —le explico—. Tú puedes llamarle
Owen.
—Oye —se hace la ofendida y salimos al jardín riendo.
Violet me recibe con un grito emocionado y la abrazo cuando se lanza
sobre mí. La lleno de besos hasta que ríe y después, la dejo en el suelo.
Cuando me levanto, mi mirada se cruza con la de mi padre y veo su ceño
fruncido. Sé que no se lo pondrá fácil a Doc, pero también sé que mi novio
se lo ganará en un suspiro. No hay quien se le resista.
—Buenos días —lo saluda de manera seca cuando se lo presento, lo que
me dice que la admiración que sintió cuando le dije que era SEAL se le ha
pasado en los pocos días que no nos hemos visto— ¿Así que también eres
soldado?
—SEAL, señor —le confirma, sin mostrarse intimidado por su tono serio
—, pero también soy médico y un día dejaré el ejército para tener mi propia
clínica.
No ha respondido así porque esté nervioso, sino porque le hablé de la
aversión de mi padre por nuestro trabajo. Quiere dejarle claro que no se
dedicará a ello toda la vida. Mi padre apenas cambia el gesto de su cara,
pero sé que le ha impresionado su respuesta, incluso cuando ya se lo había
dicho yo antes.
—Ese es un proyecto muy ambicioso.
—He estado ahorrando para ello —le explica—. Cuando me retire,
tendré suficiente para empezar. Tal vez tenga que ser una clínica pequeña al
principio, pero planeo ir ampliándola con el tiempo.
—¿Qué tal si comemos? —sugiere mi hermana, que prevé que mi padre
empezará a interrogar a Doc sobre la clínica si alguien no lo evita.
—Están hablando, Barb —interviene Aaron—. Déjalos un momento.
—Pueden hablar mientras comemos —me uno a mi hermana. No pude
desayunar por los nervios y ahora me muero de hambre.
—Sí —mi padre entiende que ha acaparado a Doc y rectifica—. Será
mejor que entremos o se enfriará la comida.
Durante el almuerzo mi padre continúa interesado por la clínica y Doc
responde a cada una de sus preguntas sin dejar de sonreír ni mostrar cuán
nervioso está. Sé que es así, pero lo disimula muy bien. Es algo que nos
enseñan en el ejército, pero no todos dominan la técnica. Yo los escucho y
miro hacia mi hermana de vez en cuando, que también los observa
sorprendida de que Doc ya se haya ganado a nuestro padre. Sabía que lo
haría, pero creí que le costaría un poco más, sobre todo al ver la actitud con
la que nos recibió. Parecía más probable que nos echase de casa a que
estuviesen hablando como si se conociesen desde siempre.
—No lo dejes escapar, Fawn —me susurra Bárbara mientras la sigo a la
cocina para llevar el postre—. Dudo que encuentres a otro que le agrade
tanto a papá.
—Más bien, que se lo sepa camelar —río.
—En realidad, no se lo ha camelado —me corrige—. Dudo que esté
haciendo todo esto para caerle bien.
—Tienes razón —asiento—. Doc es así. Tiene un don con la gente. Es
único.
—Lo dicho, no lo dejes escapar.
—Aaron, ¿ya has encontrado trabajo? —pregunto, al recordar que la
última vez que vine me comentaron que llevaba más de tres meses en casa.
Estaba preocupado por eso, aunque Bárbara me aseguró que con lo que
ganaba con sus negocio de comidas y lo que habían ido ahorrando, estarían
bien un tiempo aunque él no trabajase— ¿Qué hay de esa entrevista a la que
pensabas ir?
—Al final no me llamaron —niega y noto cuán tenso está al hablar de
eso, así que decido que es mejor terminar con el asunto.
—Seguro que pronto habrá buenas noticias al respecto —digo sin más
para no alargarlo.
—¿Y tú cómo vas? —me pregunta Bárbara señalando con la cabeza
disimuladamente a nuestro padre. Entiendo su gesto, pero no sé si estoy
preparada para esa conversación. Creo que no lo estaré nunca—. Tengo
entendido que hay algo que nos quieres contar.
—Bueno —cuando hace eso la odio—, sí que hay novedades.
—¿Vas a dejarlo? —pregunta mi padre, esperanzado.
—En realidad... —me muerdo el labio, sin saber cómo decirlo. A mi
padre le va a doler, lo haga como lo haga.
—Los SEAL —Doc va en mi auxilio nuevamente— admiten mujeres
desde hace unos años y...
—No —mi padre lo interrumpe al imaginarse lo que vamos a decir—.
Ha sido demasiado duro verte partir todos estos años sin saber si volverías
con vida o... peor aún, entera. Me niego a aceptar que arriesgues tu vida
jugando a los soldados profesionales...
—Somos marinos, señor —nunca había visto a Doc tan serio como en
este momento y me impresiona—, no soldados. Somos la élite del ejército
estadounidense y no cualquiera puede forma parte de nuestras filas. Solo los
mejores alcanzan la meta y créame, que muchos buenos hombres y mujeres
se quedan en el camino porque no lo soportan.
—Tú le has metido esa idea en la cabeza —lo acusa, fuera de sí—. Si no
te hubiese conocido, estaría a salvo.
—Papá —defiendo a Doc—, no fue él quien me lo sugirió. Y aunque lo
hubiese hecho, no me estaría poniendo en peligro, sino todo lo contrario.
—Sé que es duro ver a un hijo ir a la guerra, con la incertidumbre de si
lo verá regresar —añade Doc—, pero si Fawn consigue una plaza en los
SEAL, puedo asegurarle que estará más preparada que cualquier otro para
salir victoriosa y volver a casa con usted sana y salva.
—Ya no eres bienvenido a esta casa —insiste mi padre.
—Papá —lo reprendo sin dejarle terminar—, no hagas esto. Sé que estás
disgustado, pero no lo pagues con él. No tiene la culpa, ha sido mi decisión.
Lo habría hecho igual, aunque no lo conociese.
—Si sigues adelante —me amenaza apenas controlando el enfado—
dejarás de ser mi hija.
—No lo dices en serio —mis ojos se aguan al escucharlo—. Cuando se
te pase el...
—Lo digo muy en serio —alza la voz para ser escuchado.
—Papá —mi hermana también intenta hacerlo entrar en razón.
—Si insistes en arriesgar tu vida —continúa él—, prefiero no tenerte en
la mía. No sufriré más por ti.
—Papá —insiste mi hermana—, sabes que sufrirás igual por ella. O
incluso más porque…
—Bárbara —Aaron la hace callar—, no es asunto tuyo. Déjalos.
—Papá —intento acercarme a él, pero me rechaza—, por favor.
—Es mi última palabra, Fawn —ni siquiera me mira—. Si sigues con esa
locura de los SEAL, no vuelvas por aquí.
Sale del comedor dejándome con el corazón contrito y lágrimas en los
ojos. Doc se acerca para abrazarme, mientras me susurra palabras de
consuelo que no logran que se vaya este peso que me está aplastando desde
dentro.
CAPÍTULO 23

Veo cómo golpea la pera con rabia y con frustración, mientras se baña en
sudor por el esfuerzo y me siento mal por ella. Su padre no quiso volver a
hablar con ella después de la fallida reunión en casa de Bárbara y, aunque
su hermana le recordó que ya había pasado algo así antes cuando ingresó en
el ejército, parece que esta vez le está resultando mucho más duro que
entonces. Y no quiero molestarla en su momento de descarga, pero apenas
nos quedan 2 horas para prepararnos. El vuelo sale en cuatro horas y
debemos llegar antes al aeropuerto.
—Si le pones una foto de tu padre, tal vez sería más efectivo —lo intento
con una broma para que se relaje, aunque sé que nada de lo que diga le
ayudará tanto como lo está haciendo el boxeo.
—Es tan cabezota —se queja golpeando con más fuerza la pera y la hace
rebotar a un lado y otro varias veces antes de detenerse—. Sabía que no se
lo tomaría bien, pero decirme esas cosas...
—No lo piensa de verdad —aunque esté sudada la abrazo—. Solo ha
sido por el calor del momento. Recapacitará, ya lo verás. Y antes del año.
Creo que lo que más le duele es que ingresará en el programa de
selección de los SEAL mañana, sin haber arreglado las cosas con su padre.
Y sobre todo, que en mucho tiempo no podrán hablar, aunque el hombre
quisiese hacerlo. El programa es muy estricto y no permite llamadas
personales salvo situaciones concretas, lo que no sería su caso.
—Eso espero —susurra en mi pecho. Desde hace una semana, ese parece
ser su lugar favorito para pasar el tiempo, salvo las veces en que está
golpeando la pera. He perdido la cuenta de las veces que he tenido que
abrazarla; aunque no me quejaré, porque me encanta sentirla tan cerca de
mí. Solo lamento que tenga que ser por un motivo tan triste.
—Sé que te preocupa —le digo obligándola a mirarme a los ojos— por
si no rindes bien en las pruebas, pero te aseguro que una vez empieces, no
tendrás tiempo para pensar en nada más que en seguir en pie y no rendirte.
No tocar la campana se convertirá en tu único objetivo durante un tiempo.
—¿Acaso me lees la mente, Doc? —al menos consigo una sonrisa de su
parte.
—No es que te lea la mente, es que siempre te presto atención —mis
palabras se ganan un beso que intento saborear porque sé que será casi el
último que recibiré en mucho tiempo—. Tenemos que prepararnos ya.
—Dúchate conmigo —sugiere—. Así acabaremos antes.
—Si hacemos eso, no acabaremos antes —auguro, lo que le hace reír. Y
aun así, nos metemos juntos en la ducha.
Intento no caer en la tentación, pero es imposible no rendirse al deseo
cuando Fawn me provoca al enjabonarse. Se me seca la boca solo de verla
mover las manos por su cuerpo de una forma tan deliberadamente lenta y
humedezco los labios con la lengua, lo que hace que sus ojos se fijen en mi
gesto. La intensidad con la que me está mirando acaba con la poca fuerza de
voluntad que me queda.
—Eso es jugar sucio, Fawn —digo antes de devorarle la boca con
demasiada necesidad de ella.
Sus manos recorren mi cuerpo como si me enjabonase, pero lo único que
consigue es encenderme más. La giro para que quede de espaldas y la
obligo a inclinarse hacia adelante. Me arrodillo y mi boca se cuela entre sus
piernas para hacerla enloquecer. Es mi venganza por haberme provocado y
la disfrutamos ambos, hasta que Fawn se deshace en mis labios.
—Espera aquí —le digo aunque no haga falta—. Vuelvo ahora, no te
muevas.
—Aquí te espero —la escucho reír.
Intentando no resbalarme por el camino, salgo de la ducha y voy a por
un condón. Cuando regreso, sigue en la misma posición tal y como
prometió, pero se está estimulando con los dedos y me detengo unos
segundos observándola. Se sujeta a la pared de la ducha con una mano
mientras la otra busca entre sus piernas el punto de placer que la mantenga
a punto para mí. El agua cae sobre ella, dibujando el perfil de su cuerpo a
la perfección. Es lo más erótico que he visto en mi vida.
—No te quedes ahí, Doc —protesta al oír el gruñido de satisfacción que
se me escapa—. Ven a acabar lo que has empezado.
No necesito más estímulos que haberla visto de esa forma, así que me
coloco la protección y me acerco a ella para satisfacer el deseo de ambos.
La sujeto por la cadera y entro en ella de un solo empujón, lo que me hace
gruñir de placer. Fawn me alienta a continuar siendo rudo con sus sucias
palabras y terminamos mucho antes de lo que me habría gustado. Sin
embargo, ha sido tan intenso que ambos estamos agotados por el esfuerzo.
—¿Ves cómo acabaríamos antes? —me dice situándose frente a mí para
mirarme a los ojos. Hay diversión en los suyos, lo que me dice que lo ha
hecho a propósito.
—Me encanta cuando te sales con la tuya —digo, besándola.
Terminamos la ducha y nos vamos rumbo al aeropuerto. Aunque Fawn
está más silenciosa que de costumbre desde que salimos, no la presiono. Sé
que no está pasando por un buen momento, por lo de su padre, pero no creo
que pueda hacer más de lo que ya he hecho. Ojalá pudiese cambiar la
opinión del hombre, pero es algo que no está en mi mano tampoco.
—Gracias por acompañarme —dice de repente cerca de la puerta de
embarque—. No te lo había dicho, pero significa mucho para mí. Bárbara
también quería venir, pero ahora ella es el sustento de su familia, mientras
Aaron no consigue trabajo y no podía irse sin más.
—Oye —la detengo para mirarla a los ojos—, ¿qué clase de novio sería
si me pierdo un momento tan importante en tu vida? Pero aunque solo
fuésemos amigos vendría también si me lo pidieses. E incluso si no lo haces
y veo que lo necesitas.
—Y por eso te amo tanto —dice reemprendiendo la marcha.
—Espera, ¿qué? —la detengo y cuando la obligo a mirarme, veo la
sonrisa en sus labios— ¿Así sin más? Sueltas por primera vez que me amas,
¿y te vas sin esperar mi respuesta?
—Doc —acaricia mi mejilla con ternura—, sé que me amas también.
—Pero me gustaría poder decírtelo —sonrío mientras distorsiono mi voz
—. Te amo, Doc. Oh, Fawn, yo también te amo.
—Tonto —ríe por los gestos con que acompaño mis palabras.
—Un tonto enamorado —concreto—. Te amo, Fawn.
—Estoy segura de que estabas esperando a que lo dijese primero por
miedo a ir demasiado rápido —se burla de mí.
—Eso —finjo que me molesta—, tú mete el dedo en la llaga. Mujer
insensible.
—Pero me amas —repite con suficiencia.
—Cómo no hacerlo —río—. Me impusiste lo de ser tu novio y eso
conlleva amor implícito.
—Ahora no quieras molestarme, Doc —se gira hacia mí y me mira con
los ojos achinados—. No funcionará. Me has dicho que me amas y lo harás
para siempre.
—Esas son palabras mayores —río de nuevo.
—Doc —mi nombre suena como una advertencia.
—Claro que sí, Fawn —tiro de ella para rodearla con mis brazos y dejar
un beso en sus labios—. Te amaré para siempre.
—Eso me gusta —sonríe—. Me gusta mucho.
—Ahora es cuando tú dices lo mismo —le impido alejarse de mí.
—¿Es obligatorio? —su sonrisa se vuelve pícara.
—Por supuesto.
—Está bien —deja escapar un suspiro sonoro que me hace sonreír—.
Owen Harris, te amaré para siempre. Mi doctor particular, mi chico
perfecto, mi semental en la...
—Lo he captado —la interrumpo a media frase porque estamos en un
lugar público y no es necesario que nadie escuche eso.
—Cobarde —ríe, antes de que continuemos nuestro camino hacia la
puerta de embarque.
Son unas cuantas horas de vuelo y no hay mucho que hacer en el avión,
así que cuando le pregunto a Fawn si le apetece ver una película o prefiere
dormir un poco, ella sugiere que nos colemos en el baño juntos. Y aunque
no me apetece ser descubierto allí en pleno acto, la idea resulta
suficientemente tentadora como para ir a comprobar el espacio que hay en
el cubículo.
—Dudo que entremos los dos —le digo volviendo a mi asiento.
—¿Por qué se empeñan en hacerlos cada vez más pequeños? —se queja,
pero se le escapa una sonrisa que no tardo en imitar.
—A falta de otra cosa con la que entretenerse —le sugiero—, ¿por qué
no dormimos un poco? Te aseguro que cuando empiecen las pruebas
mañana, no podrás hacerlo en mucho tiempo.
—Aguafiestas —aunque frunce los labios en un gesto de disgusto, se
acomoda en el asiento para hacer lo que le digo.
—Me lo agradecerás —sonrío y me inclino sobre ella para besarla.
—Te agradecería haber ido al baño conmigo —ríe—, si cupiésemos.
—Yo también lo agradecería, pero no se puede.
—En otra ocasión, tal vez —cierra los ojos después de acomodar la
cabeza en la almohada.
—Tal vez —susurro, mientras la cubro con una de las mantas que las
azafatas nos entregaron junto a las almohadas. Después me coloco en una
posición cómoda y me quedo dormido también. El SEAL que llevo dentro
sabe dormir en cualquier lugar y postura y muy pronto Fawn aprenderá a
hacerlo también.
Soy el primero en despertar y observo a Fawn mientras duerme. Si no
supiese por lo que está pasando, diría que es una mujer sin preocupaciones
por lo relajada que se ve. Es una de las tantas razones por las que me
enamoré de ella, porque a pesar de las dificultades, nunca se rinde. Puede
decaer en un momento dado porque todos tenemos días buenos y malos,
pero jamás deja de avanzar. Si se cae, se levanta, se limpia el polvo y
continúa su camino como si nada. Adoro su espontaneidad y su buen
humor; su determinación y la forma tan directa que tiene de decir las cosas.
Con ella, nunca hay malos entendidos ni tengo que medir lo que digo
porque me entiende.
—Bienvenida, bella durmiente —digo, cuando la veo abrir los ojos.
—No me compares con una princesa que se enamora de un tío en medio
del bosque y... oh, bueno... —me sonríe—. Quizá sí debas compararme con
ella en ese sentido.
—¿Recordando algo interesante? —la pico con mi pregunta.
—Preferiría recordarlo de un modo más práctico, pero creo que el baño
sigue siendo demasiado pequeño —ríe.
—Y yo pensando que era el pervertido de la pareja —río con ella.
—Quizá te gano en eso —sonríe acercándose a mí para besarme—, pero
por muy poco.
No tardan en anunciar que muy pronto iniciaremos el descenso e
interrumpimos la conversación para ajustarnos el cinturón. Las azafatas
recogen las almohadas y las mantas, antes de regresar a sus puestos para
aterrizar. Veo cómo Fawn mira por la ventana, pero no soy capaz de
descifrar su expresión. Emoción, tristeza, ansiedad... quizá un poco de todo.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—Lo estaré —me asegura. Entiendo que lo dice por todo. No solo
porque quede poco tiempo para iniciar una nueva etapa en su vida laboral,
sino también por lo que está pasando con su padre.
—Antes de entrar en la base —le sugiero—, deberías hablar con tu
hermana. Una vez allí, no creo que os lo permitan.
—Doc —me mira, con un brillo en sus ojos que me enamora—, no sé
qué haría sin ti. Te amo.
—Y yo a ti —me acerco para besarla en el mismo momento en que
anuncian que ya podemos bajar.
Mientras espero por las maletas, Fawn aprovecha para hablar con su
hermana y cruzo los dedos para que su padre recapacite y se despida
también. Sé que no tendrá tiempo para pensar en él una vez inicien las
pruebas, pero preferiría que Fawn no cargase con ese peso en su corazón.
Suficiente será todo lo que tenga que pasar para convertirse en una SEAL.
—¿Todo bien? —le pregunto cuando regresa conmigo.
—Sí —asiente, aunque sé que no es así con su padre sin necesidad de
que me lo diga—. Le he dado tu número a mi hermana, espero que no te
moleste. Creo que se sentirá más tranquila si puede hablar contigo de vez en
cuando sobre lo que estaré haciendo.
—No hay problema —sonrío—. Mientras no me envíen fuera, podrá
llamarme siempre que quiera.
—Gracias —me abraza y deja un beso en mis labios—. Eres el mejor,
Doc.
—Tú eres la mejor —nada más decirlo, soy consciente de ello y me río
—. Dios, ¿ya hemos llegado a esa fase?
—Lo siento, pero no pienso pasar por eso —ríe conmigo—. Si dices que
soy la mejor, lo soy. No me pondré en evidencia con eso.
Pasamos lo que resta del día y la noche en un hotel cercano a la base y
hacemos el amor varias veces como si necesitásemos más del otro para
soportar el tiempo que estaremos separados. Aun así, la despedida al día
siguiente es más dura de lo que pensaba. Me cuesta dejarla ir aunque sepa
que le irá bien y apuramos los últimos besos antes de que hagan pasar a los
aspirantes. La veo alejarse con el petate al hombro mientras estudia con la
mirada a sus compañeros. Le dije que buscase buenos aliados y creo que ya
ha empezado.
—Le irá bien —me digo, convencido de ello. En muchos aspectos me
recuerda a Harper, así que sé que lo conseguirá. Ambas son mujeres
perseverantes y decididas. Sé que la próxima vez que la vea, será una
SEAL.
Cuando la pierdo de vista, regreso al hotel a recoger mis cosas. El avión
saldrá en un par de horas y tengo el tiempo justo para llegar al aeropuerto y
embarcar. El jet lag me pasa factura y me quedo dormido nada más iniciar
el vuelo. No es lo más cómodo, así que cuando llego a casa, solo tengo una
idea en la cabeza: ir directo a la cama y dormir un día entero. Sin embargo,
no me da tiempo ni a quitarme los zapatos, cuando recibo una llamada de
Bárbara. Imaginaba que me llamaría muchas veces, pero debo admitir que
ha tardado menos de lo que esperaba en empezar.
—Hola, cuñada, ¿cómo estáis? —la saludo, nada más responder.
—Owen —su voz suena angustiada—, sé que no tengo derecho a pedirte
esto, pero no sé a quién más recurrir.
—¿Qué sucede? —se me ha pasado el sueño de golpe y ya estoy
pillando las llaves del coche mientras hablamos—. ¿Estáis todos bien?
—Sí... no... yo... tengo miedo, Owen —de repente, escucho golpes de
fondo y la pequeña Violet comienza a gimotear—. Está como loco y no sé
qué hacer.
—Voy para ahí —ni siquiera necesito que diga más. Sea lo que sea,
parecen estar en peligro, así que sobran las explicaciones—. No os mováis
de ahí, llegaré lo más rápido que pueda.
—Date prisa, Owen, por favor.
CAPÍTULO 24

Mil situaciones se me pasan por la cabeza de camino a la casa de


Bárbara, pero en ninguna sucedía lo que vi al llegar. Aaron está totalmente
ido, gritando a su mujer, que se ha interpuesto entre él y su hija, que está
llorando encogida de miedo bajo la mesa. Vince está tirado en el suelo, con
una fea herida en su cabeza que me preocupa bastante. Pero solo cuando
veo el cuchillo en la mano de Aaron comprendo que esto es más grave que
una riña familiar que se ha descontrolado.
—Aaron —lo llamo para que vea que estoy aquí—, cálmate y suelta el
cuchillo. Sea lo que...
—Tú te largas —me interrumpe, gritando—. Esto no es asunto tuyo.
Por cómo habla entiendo que está ebrio, lo que lo vuelve alguien mucho
más peligroso porque no le importarán las consecuencias de sus actos. Me
aproximo a él lentamente, tratando de llamar su atención para que deje de
amenazar a Bárbara. Puedo repeler un ataque de arma blanca, pero ella no.
—No sé cuál es el problema —digo—, pero podemos solucionarlo si nos
calmamos todos.
—No te acerques más —ahora me señala a mí con el cuchillo, que es
justo lo que estaba esperando que sucediese—. Te juro que la mato si lo
haces.
—Aaron, por favor —Bárbara suplica, volviendo la atención hacia ella
—. Tú no eres así.
—¡Qué sabrás tú, Barb! —diría que sus palabras están cargadas de
demasiado odio. Esto no es algo reciente—. La mujer perfecta. La heroína
de la casa. Todos hablan a mis espaldas sobre eso, Barb. Se ríen de mí
porque mi mujer me está manteniendo.
—Eso no es cierto —insiste ella, con lágrimas en los ojos. Puedo ver que
tiene varios morados en la cara y recuerdo cuando Fawn se burló de ella por
estar demasiado maquillada el día en que nos conocimos. Algunos de ellos
se están formando todavía y puedo suponer que no es la primera vez que le
pega—. Estás teniendo una mala racha, nada más. Encontrarás trabajo y...
—Cállate —su grito la hace encogerse de miedo—. No sabes nada,
maldita sea.
Mientras habla, ha dado un par de pasos hacia ella y temo que la ataque
con el cuchillo en un arrebato, así que me acerco a ellos sigilosamente para
tratar de desarmarlo. Escucho cómo la acusa de menospreciarlo desde que
ha perdido el trabajo y de burlarse de él, cosa que dudo que sea cierta. Por
lo poco que he visto de ellos, está claro que Bárbara ama a su marido y
jamás haría nada que lo disgustase.
—Aaron, por favor —Bárbara sigue rogando—. Violet tiene miedo. Deja
ya el cuchillo.
—No metas a la niña en esto —le grita desquiciado.
Cuando se lanza sobre ella, soy yo quien lo intercepta. Escucho el grito
de Bárbara detrás de nosotros y le pido que se esconda con su hija mientras
lucho con Aaron para sacarle el arma. No me cuesta mucho hacerlo porque
aunque la euforia del alcohol le da fuerza, pero también le quita equilibrio,
así que en un par de movimientos, lo tiro al suelo inmovilizándolo con mi
cuerpo. El cuchillo se ha perdido bajo el sofá, pero no importa mientras no
lo tenga Aaron. Cuando intenta levantarse, lo noqueo de un puñetazo.
—Tráeme algo con lo que atarlo, Bárbara —le pido. Y aunque tarda en
reaccionar, lo hace sin protestas. Cuando me entrega unas sábanas, las rajo
en varios trozos y los uso para atarlo de manos y de pies. Al terminar, puedo
ver que Bárbara está intentando despertar a su padre, mientras Violet se
aferra a ella— ¿Qué ha pasado?
—Llevaba varios meses mal por lo del trabajo —me explica todavía
llorando—. Alguna vez se le fue de las manos, sobre todo cuando bebía, y
me golpeaba, pero siempre se arrepentía. Se lo perdoné porque sabía que
estaba agobiado, pero... desde que vinisteis a comer, empeoró mucho.
Estaba tan emocionada porque Fawn hubiese encontrado a alguien como tú
y porque buscase mejorar en su trabajo, incluso aunque mi padre no lo
aceptase... hablaba de ello todo el tiempo y Aaron pensó que le estaba
restregando vuestro éxito. Empezó a beber más todavía y... hoy... él... él...
—Shhhh —la abrazo—. Ya está. No puede haceros daño. Se acabó.
—Mi padre llegó después de llamarte —dice contra mi pecho—. Le
había dicho que le llevaría a la niña, pero como tardaba mucho, se acercó a
la casa. Creo que... creo que sospechaba que pasaba algo malo entre Aaron
y yo desde hacía tiempo, pero no quería contárselo para no preocuparlo. Y
ahora... ahora está...
Antes de que termine la frase, Vince gime y comienza a moverse con
lentitud, lo que le arranca un grito de alivio. Le ayudamos a sentarse y le
hago un chequeo rápido para asegurarme de que está bien. Después los dejo
a solas con la excusa de llamar a una ambulancia y a la policía. Aunque
para esto último me cuesta convencer a Bárbara, su padre es tajante en
cuanto a ello: Aaron se ha vuelto peligroso para su familia y no puede
perdonarlo.
La policía no tarda en llegar y después de tomarnos declaración a todos,
se llevan a un esposado Aaron, que no deja de llorar e implorarle a Bárbara
que lo perdone. Vince rodea los hombros de su hija con un brazo y le
susurra algo que nadie, salvo ella, escucha, a lo que la mujer asiente a pesar
de las lágrimas. Esta no es una escena bonita y por un momento de forma
egoísta me alegro de que sucediese cuando Fawn no podía verlo porque la
conozco lo suficiente para saber que renunciaría a las pruebas para estar con
ellos. Y creo que su hermana se echaría la culpa.
—Gracias —Vince está a mi lado, viendo cómo se llevan a Aaron. No
dice nada más, pero tampoco lo necesita. Lo entiendo.
—El peligro no siempre está fuera —le digo para que también me
entienda.
Tal vez Fawn haya decidido arriesgar su vida en el frente, pero Bárbara
expuso la suya al no contarle lo que estaba pasando con Aaron. Si no me
hubiese llamado, si yo no hubiese llegado ya a casa cuando lo hice o si
hubiese tardado más en venir, tal vez ahora las cosas habrían sido diferentes
para todos. Nadie está a salvo del peligro y acaban de comprobarlo.
—No quiero perderla —me confiesa—. A ninguna de ellas. Son todo lo
que me queda de mi esposa.
—La perderás si te empeñas en alejarla de ti, Vince —le recuerdo—. La
muerte no discrimina y cuando llega, da igual si estás en casa fregando los
platos, de camino al trabajo o en un país extranjero con un arma en la mano.
Sucederá y nada podrás hacer para que no pase. En mi trabajo he aprendido
que lo único que podemos hacer es disfrutar del tiempo que tenemos con
nuestros seres queridos mientras nos sea posible, que todo lo demás carece
de importancia.
—Mi niña —dice después de escucharme. Como si sus piernas no
pudiesen sostenerlo, se sienta en el suelo—. He sido tan duro con ella.
—Tendrás ocasión de compensarla, Vince —intento reconfortarlo, pero
en el fondo lamento que haya tenido que pasar esto para que recapacite.
Pero lamento más que Fawn deba esperar seis meses para saber que su
padre está arrepentido de lo que le ha dicho.
—Siempre pensé que si estaba en casa como su hermana, estaría a salvo
—me dice—. Y ahora vero que mi hija mayor estaba siendo atacada por su
esposo ante mis narices y no supe verlo a tiempo. Sabía que tenían
problemas, pero no imaginé que llegasen a este punto. Podría haber muerto
hoy. O mi nieta.
—No te tortures por lo que podría haber pasado. Ellas están bien ahora y
Fawn lo estará igualmente. Es una mujer fuerte y capaz. Pocas cosas hay
que puedan con ella —pienso en que tal vez lo único que podría hundirla
sería perder a su familia, pero no se lo diré para no añadir más
preocupaciones a las que ya tiene. No solucionaría nada con ello.
—No me porté bien contigo el otro día —cuando me mira, veo el
arrepentimiento en sus ojos—. No es culpa tuya que...
—No es necesario —lo interrumpo—. Sé que lo has dicho impulsado por
el miedo a perder a Fawn y no te lo he tenido en cuenta.
—Eres un buen hombre, Owen.
Uno de los pocos policías que se han quedado en la casa, le pide a Vince
que responda a algunas preguntas más, así que damos por finalizada la
conversación.
Vuelvo al interior de la casa y busco a Bárbara para comprobar que está
más tranquila. La encuentro en el cuarto de su hija, a la que ha acostado. Le
está cantando una nana mientras acaricia su cabello con la mano. Puedo
notar cómo le tiembla, pero parece algo más serena. Cuando la niña se
duerme al fin, Bárbara sale de la habitación y antes de que pueda
preguntarle nada, se lanza a mis brazos, llorando. Permanecemos en
silencio hasta que ella decide romperlo.
—Gracias por venir, Owen —me dice, con voz afectada—. No sé qué
habría pasado si no estuvieses aquí.
—¿Estás bien? —no quiero agradecimientos por algo que habría hecho
cualquiera.
—Tenía la esperanza de que encontrase un trabajo pronto —no me
responde— y la pesadilla se terminase. Antes de perder su puesto en la
empresa era un hombre maravilloso. Fawn siempre decía que era una mujer
afortunada y así me sentía. Pero entonces lo despidieron y... el primer mes
no hubo cambios. Era el mismo hombre atento y cariñoso de siempre, e
incluso se encargaba de las cosas de la casa y de la niña. Pero con el paso de
las semanas, al ver que lo rechazaban en todas las entrevistas que realizaba,
su humor se fue ensombreciendo. El primer día que me pegó fue cuando le
dije que quería ampliar el negocio para poder cubrir los gastos. Me echó en
cara que estaba presumiendo de que me iba bien, mientras él se volvía un
inútil. Intenté razonarlo con él, pero solo se detuvo después de golpearme.
Creo que estaba tan sorprendido como yo por el golpe y enseguida me pidió
perdón. Pero después de aquella, llegaron más. Intentaba no hacer nada que
lo alterase, pero cada vez era más difícil.
—La gente que golpea una vez, no se detiene nunca —le digo—. Al
final cualquier excusa les vale. No fue culpa tuya, Bárbara. Tú no has hecho
nada malo.
—¿Y por qué siento que sí? —solloza de nuevo.
—Porque es lo que hacen —la abrazo una vez más—. Lo tergiversan
todo para que la víctima crea que lo que sucede es culpa suya y así saben
que jamás se alejarán de ellos por más daño que les hagan.
—Iba a bañar a Violet, como hago cada día, y se enfadó conmigo porque
malgastaba el agua —me explica al entender que tengo razón—. Se enfadó
tanto, que me golpeó delante de la niña. Vi que estaba borracho y tuve
miedo de lo que pudiese pasar, así que me encerré en mi habitación con
Violet. Cuando golpeó la puerta intentando derribarla, me asusté y te llamé.
No sabía a quién más acudir. No quería que mi padre se enterase.
—Ya pasó —la calmo acariciando su espalda de forma rítmica—. Has
hecho bien al llamarme, Bárbara.
—¿Qué le harán? —mientras pregunta, veo que Vince se acerca a
nosotros.
—Tenía un cuchillo —digo para los dos—, así que es posible que lo
acusen de tentativa de homicidio. Es probable que pase algunos años en la
cárcel. Puedes solicitar el divorcio mientras tanto y te lo darán, así como la
custodia de Violet. Cuando salga libre, será cosa tuya si quieres que vea a
vuestra hija. Con sus antecedentes y tu negativa, es factible que le prohíban
verla... pero si accedes, será bajo supervisión de un agente social hasta que
comprueben que es seguro para la niña verlo.
—Estaremos bien, cariño —Vince se acerca más y Bárbara pasa de mis
brazos a los suyos—. Somos una familia y lo afrontaremos como tal. Aaron
no volverá a hacerte daño nunca más. Ni a ti ni a mi nieta.
Sé que Fawn querría estar aquí para apoyarlos y me prometo que,
mientras no me envíen fuera, podrán contar conmigo para lo que sea.
Ocuparé su lugar, si así me lo permiten, pues ya los considero parte de mi
familia. Amo a Fawn y por ende, los amaré a ellos, quieran o no. Sin
embargo, cuando les hago saber que estaré para lo que necesiten y Bárbara
me incluye en el abrazo conjunto automáticamente, sé que ya me han
aceptado también en su familia. Hubiese preferido que no fuese por un
motivo tan dramático, pero ninguno ha podido elegir.
—Vamos a estar bien —escucho decir a Vince. Palmeo su espalda para
que sepa sin palabras que estoy totalmente de acuerdo con él.
CAPÍTULO 25

Seis meses después


Cuando escucho mi nombre para subir a la palestra y recibir mi insignia,
casi no me lo creo. Han sido seis meses muy duros, en los que pensé en
renunciar varias veces. Cuando el agotamiento, tanto físico como mental,
me superaba y solo quería quitarme el barro de encima y meterme en la
cama para dormir una semana entera, la campana se me antojaba el paraíso.
Pero las palabras de Doc eran mi sostén y me negaba a defraudarlo. Él
confió en mí ciegamente y quería demostrarle que tenía razón, que podía
hacerlo. Y lo hice. Lo logré. Ya soy una SEAL.
Mientras camino hacia mis superiores para que me entreguen la insignia,
no me permito mirar hacia el público por más que esté deseando ver a Doc.
Me da miedo que haya venido solo, a pesar de que mi hermana me
prometió, cuando nos despedimos por teléfono, que acudirían a la
ceremonia costase lo que costase. Sé que ella cumplirá, pero no estoy tan
segura con mi padre. Si no se encuentra entre la multitud que ha venido a
celebrar con sus familiares, la pena empañaría un momento por el que he
estado luchando durante seis meses, así que decido ser egoísta y pensar solo
en mí para disfrutar de mis logros como me merezco. Ya me ocuparé luego
de comprobar quién ha venido con Doc cuando ya se haya terminado la
ceremonia. Por ahora, estaré sola con mis compañeros, como ha sido en
estos seis últimos meses.
Aquellos con los que he compartido los entrenamientos donde solo
triunfarías en equipo, ahora son más que compañeros, son amigos, son
familia. Nunca pensé que un sentimiento tan fuerte como el que sentía con
mi grupo en las fuerzas aéreas a base de años juntos, podría surgir en tan
poco tiempo aquí. Pero Doc me lo advirtió, así que no debería
sorprenderme. Lo que se pasa en estos meses es mucho más intenso que
cualquier experiencia y las relaciones entre compañeros se forjan a otro
nivel. No somos ni una tercera parte de los que entramos, pero a algunos
puedo considerarlos parte de mí ya.
Hasta este momento no he pensado mucho en mi padre y en lo que me
dijo la última vez que nos vimos. Los pocos minutos que nos permitían para
descansar, los dedicaba fortalecer lazos con mis compañeros y a dormir. Me
avergüenza un poco decir que ni siquiera Doc estuvo en mis pensamientos
más allá de aportarme fortaleza con su recuerdo, para continuar hasta el
final en los momentos más críticos. Aunque sé que lo entenderá. Pasó antes
que yo por todo esto.
—Enhorabuena.
—Gracias, señor —me cuadro ante él mientras coloca la insignia en mi
uniforme nuevo. Tardaré en acostumbrarme a los colores, pero me gustan.
He sudado sangre para llegar hasta aquí y estoy orgullosa.
Regreso a mi puesto, mientras le llega el turno al resto, y aunque se me
antoja una ceremonia bastante larga porque estoy ansiosa por reunirme con
mi familia, mantengo la mirada al frente.
—He visto a mi mujer con la niña —dice disimuladamente Mutton, uno
de los primeros amigos que hice durante las pruebas. Es un hombre enorme,
de grandes músculos, pero con el corazón más tierno que nadie podría tener.
—Estarás deseando ir con ellas —digo, conteniendo la sonrisa que
amenaza con escapárseme. Puede que yo no tuviese ocasión de pensar en
mi familia, pero Mutton solía hablar de ellas a todas horas. Este es un
hombre enamorado, sin duda.
—A ver si acaba ya —el comentario dicho con desesperación, casi
consigue arrancarme una risa que mis superiores no verían con buenos ojos.
—Paciencia —le digo.
—He tenido seis meses de paciencia.
—Ya casi está —le dice Akerman, otro del grupo que formamos al inicio
—. En breve podrás abrazarlas hasta que protesten.
Akerman y yo no empezamos con muy buen pie porque parece uno de
esos soldados insoportables que se creen superiores al resto. La primera vez
que nos enfrentamos, lo volvimos personal y hasta la semana infernal
fuimos incapaces de superar nuestras diferencias. Ahora me sigue
molestando que de vez en cuando saque a relucir su prepotencia, pero como
suele hacerlo con los que no considera de su círculo, no me quejaré
demasiado. Cierto es que puede presumir porque es muy bueno en lo que
hace.
A Stevenson lo han alejado de nosotros y no puedo verlo desde mi
posición, pero lo sigo con la mirada cuando es su turno para recibir la
insignia. Es un hombre callado, pero muy voluntarioso, al que nunca he
oído quejarse por más complicado que nos lo pusiesen. No llegó a terminar
la carrera de medicina por motivos familiares, pero el ejército le han dado la
posibilidad de mejorar en eso. Podría decir que me recuerda a Doc, pero la
verdad es que no tienen nada que ver el uno con el otro.
Hay algunos más en el grupo, pues teníamos que ser ocho, pero creo que
a los que echaré realmente de menos será a ellos tres. Eso si no nos destinan
a la misma base. Digamos que, a pesar de nuestras diferencias personales,
nos hemos preocupado los unos de los otros para evitar que ninguno se
quedase atrás.
—No ha sido un camino fácil —escuchamos decir a nuestro jefe al
finalizar la entrega de insignias—, pero como solemos decir, vale la pena
ser un ganador. Vosotros sois ganadores. Enhorabuena.
—¡¡¡¡Hooyah!!!! —gritamos todos a una celebrando que por fin se ha
acabado.
Me despido de mis compañeros y busco a Doc entre la multitud. Creo
que empiezo a estar nerviosa ahora porque tengo miedo de decepcionarme
si mi padre no está con él. Sin embargo, en cuando veo los ojos azules de
Doc mirándome con orgullo y su perfecta sonrisa, solo pienso en correr a
sus brazos.
—Enhorabuena —me dice después de que nos demoremos en un beso
interminable que me dice cuánto me ha echado de menos. Seguramente él
haya sentido lo mismo conmigo—, SEAL.
—Lo he logrado —digo eufórica. Solo ahora me doy cuenta de que
realmente lo he hecho. De que he superado todas las pruebas y que soy
oficialmente una SEAL.
—Lo has logrado —sonríe de nuevo—. Y yo tengo una sorpresa para ti.
Se aparta para que vea detrás de él, donde me encuentro con una Bárbara
emocionada, junto a mi padre, que carga a Violet en sus hombros. Y aunque
quiero abrazarlos a todos, no soy capaz de mover ni un solo músculo, pues
estoy enganchada a la mirada de mi padre, donde hay fuertes sentimientos
entremezclados: arrepentimiento, dudas, miedo, felicidad, orgullo...
—Enhorabuena —grita Bárbara, corriendo hacia mí para rodearme con
sus brazos. Le devuelvo el apretón y la escucho llorar en mi hombro—.
Estoy tan orgullosa de ti. Eres increíble. Te quiero, mi hermana pequeña.
—Yo también te quiero —le digo sin dejar de mirar hacia mi padre.
—Ve con él —me susurra mi hermana, antes de hacerse cargo de Violet
—. Ven, cariño, dejemos que el abuelo y la tía hablen un momento.
Violet me pide un beso y se lo entrego. Después miro de nuevo a los ojos
de mi padre en silencio. Las palabras se atascan en mi garganta cuando
quiero decir algo y termino empañando mis ojos de la emoción de verlo
aquí. No pensé que estaría, aunque tenía la esperanza de que sí.
—Lo siento, mi niña —dice de repente retorciendo sus manos con
nerviosismo—. Tenía miedo por ti y dije cosas que no sentía. Yo no
quería...
—No importa, papá —lo interrumpo lanzándome a sus brazos—. Ya no
importa. Estás aquí.
—Debería haber estado aquí hace seis meses —dice hundiendo el rostro
en mi pelo. Noto cómo tiembla y lo aprieto—. Perdóname.
—Ya lo hice entonces, papá —admito, aunque no sea totalmente cierto,
pues pasé unas cuantas semanas enfadada con él antes de poder perdonarlo
—. Te quiero.
—Te quiero, mi niña.
Mi hermana se reúne con nosotros para fundirse en un abrazo de cuatro y
Doc nos observa con una sonrisa en los labios, feliz de vernos unidos de
nuevo. Estiro un brazo para que se una y no duda en hacerlo. Solo entonces
soy consciente de que falta una persona aquí.
—¿Dónde está Aaron? —veo la preocupación en los ojos de todos y
temo que le haya pasado algo malo— ¿Está bien?
—Tengo algo que contarte, Fawn —dice mi hermana—, en privado.
Buscamos un lugar más íntimo donde hablar y durante al menos media
hora me cuenta la odisea por la que ha pasado los últimos seis meses. Siento
tanta rabia al saber lo que hizo Aaron, que mis puños se aprietan con fuerza,
deseando tenerlo delante para golpearlo hasta que suplique piedad.
—Debí haber estado contigo, Barb —digo finalmente, con pena.
—No, Fawn. Tu sitio estaba aquí —niega—. Yo tuve ayuda más que
suficiente.
Su mirada se dirige a nuestro padre, pero también hacia Doc que ahora
mismo está hablando con una emocionada Violet. Parece que hay mucha
complicidad entre ellos, lo que me dice que han pasado bastante tiempo
juntos.
—Tienes un novio increíble, hermanita —me dice Bárbara—. Intenta no
perderlo, porque como él no hay muchos.
La abrazo con fuerza antes de que se levante para reunirse con el resto.
Le dice algo a Doc y luego me señala. Al momento, Doc se acerca a mí con
esa bonita sonrisa que tanto me enamora. Se sienta a mi lado y me acaricia
la mejilla. Cuánto lo he echado de menos.
—Hola —dice sin dejar de mirarme a los ojos.
—Hola —le devuelvo la sonrisa.
—¿Todo bien?
—Al parecer lo está —asiento—, gracias a ti.
—No creas todo lo que dicen —ríe bajito—. En ocasiones tienden a
exagerar.
—Dudo que mi hermana lo haga —ahora sabe a qué me refiero y parece
incómodo por esa gratitud que no cree merecer.
—Hice lo que tenía que hacer. Lo que cualquiera habría hecho.
—Cualquiera no, Doc —me niego a que le quite importancia a lo que
hizo—. Y menos después de cómo te trató mi padre.
—Eso no fue nada, Fawn —coloca un mechón de cabello que se me ha
soltado detrás de mi oreja—. Estaba asustado. Lo que dijo fue un intento de
defenderse del dolor.
—Eres demasiado bueno, Doc —le sonrío—, pero me encanta.
—Ahora sé de dónde viene tu determinación. Tienes una hermana muy
luchadora también —me dice—. Lo ha pasado mal, pero se ha mantenido
firme durante todo el juicio. Es una campeona.
—Ella es el pilar que sostiene a nuestra familia —le confieso—. Mi
padre es un buen hombre, pero no sabe cómo enfrentarse a las situaciones
difíciles. Bárbara es quien se ha encargado de todo desde la muerte de
nuestra madre y ha seguido haciéndolo.
—Bueno, tu padre ha sabido estar a la altura en el juicio también. Tal vez
esté aprendiendo a ser más fuerte —me sonríe.
—Eso sería estupendo porque Barbara lo necesita más que nunca.
—Tu hermana ha vendido la casa y se ha mudado a la de tu padre. Ha
montado su negocio en la caseta del jardín. Cuando la veas, no la
reconocerás. Ocupa el doble y tiene lo que todo buen chef podría soñar en
su cocina.
—Han pasado tantas cosas en estos seis meses —siento que me he
perdido cosas importantes en la vida de mi gente—. Es como si hubiese
estado fuera mucho más tiempo.
—Nos ha pasado a todos —intenta consolarme—. Seis meses con los
SEAL siempre parecen una eternidad.
—Pero tú has estado siempre con mi familia —me acerco más a él y
ahora soy yo quien acaricio su rostro—. Y te amo más por eso.
—No siempre —sujeta mi mano contra su cara—, tuve que salir en
misión un par de meses, pero la verdad es que se las arreglaron muy bien
sin mí.
—No te quites mérito, Doc —río—. Mi hermana me dejó muy claro que
no debo perderte. Temo que vaya a por ti si rompemos.
—Pues lo siento mucho —me dice, tirando de mí hacia él—, pero no
tengo intención alguna de romper contigo.
—Me alegra saberlo —me siento en su regazo y le rodeo el cuello con
los brazos—, porque tampoco tengo intención de dejarte ir.
—Te amo, Fawn —me dice, acercando sus labios a los míos.
—Yo también te amo, Doc —recorro los pocos centímetros que nos
separan y lo beso con el ansia de quien lleva demasiado tiempo esperando
por ello. En realidad, así es. Sobre todo, al saber que todavía tendré que
esperar otras dos semanas antes de volver a casa con él.
—Cómo te echaba de menos —gruñe contra mi boca.
—Puedo notarlo —me muevo sobre él para que sepa a lo que me refiero
porque me está obsequiando con una bonita erección.
—Pienso secuestrarte una semana entera cuando regreses a casa —me
advierte, pero no me importaría que lo hiciese.
—Estoy deseándolo, Doc —le digo con una voz tan sugerente que puedo
sentir cómo crece su necesidad de mí.
—Provocadora —protesta.
—Semental —río antes de besarlo. Qué bien me sienta estar en sus
brazos de nuevo.
EPÍLOGO

—Felicidades, Joy —ella es quien nos abre la puerta al llegar y la abrazo


con cariño. Este es su dieciocho cumpleaños y ha vuelto de Finlandia para
celebrarlo con la familia. Todavía le quedan un par de meses allí, pero no ha
querido esperar tanto para vernos, así que nos hemos reunido una vez más
todos en casa del jefe para nuestra habitual barbacoa familiar.
—Gracias, Owen —me sonríe, pero pronto mira detrás de mí, con
curiosidad—. Y tú debes ser Fawn. Qué emoción conocer a otra mujer
SEAL.
—Feliz cumpleaños —Fawn le entrega el regalo y Joy lo deja junto al
resto, pues tiene la costumbre de abrirlos después de comer. Recuerdo que
cuando era más pequeña siempre le costaba más aguantarse las ganas, pero
decía que era una forma de ejercitar su paciencia. Ya desde entonces se veía
más madura de lo que debía para su edad.
—Pasad, la mayoría ya está en el jardín.
—Vaya —susurra Fawn, que todavía no había tenido ocasión de ver a
todos al mismo tiempo—. Sois una gran familia.
—Somos —la corrijo—. Ahora formas parte de ella.
—Te amo —deja un beso en mis labios, pero Fisher se encarga de
separarnos.
—Nada de comer delante de los hambrientos.
—No es culpa mía que seas uno de los solteros, Fisher —río, sin
molestarme por la interrupción.
—Solteros a mucha honra —dice Joy, que me ha escuchado. Según
supimos, hace tres meses que rompió con Anton. No quiso decir por qué,
pero Hank intuye que descubrió algo que no le gustó en él porque de un día
para otro no quiso volver a hablar de ello. A nosotros nos vale, porque creo
que todos coincidimos en que no nos gustaba ese chico para ella.
Demasiado estirado y rarito.
—Envidiosos, más bien —ríe Chris, que se frota el vientre mientras
habla. Por fin, ella y Archer se han decidido a ampliar la familia, a pesar de
las dudas que tenía Chris al respecto.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunto. Como médico que soy, no puedo
evitar hacerle un chequeo rápido con la mirada.
—Estoy bien, doctorcito —sonríe—, si no cuento que hace semanas que
no me veo los pies. Ya no digamos nada de otra parte de mi cuerpo. Es
horrible no saber si estoy bien depilada o parezco un bosque a medio cortar.
—No necesitaba que fueses tan explícita —me río. Si no tuviese un
parecido increíble con Fisher por ser mellizos, por la forma en que habla se
sabría que son hermanos igualmente.
—Tú has preguntado.
De repente, Tyler y Sarah pasan corriendo entre nosotros. El hijo de
Simmons y Tara ya no es tan tímido como los primeros meses de su llegada
y se lleva genial con su hermana. Es un niño muy activo y curioso, el
orgullo de todos. Claro que para nosotros, los niños de esta familia, que
crece más cada año, son únicos.
—Con cuidado —les advierte Chris, que parece haberse puesto en modo
mamá—. Os vais a hacer daño.
—Ya hablas como una mamá —me burlo de ella.
—No te acostumbres, me va más hablar como una Fisher.
Río por su comentario y después busco a Fawn por si necesita mi ayuda,
pero veo que se ha reunido con Harper y están hablando, mientras Cornell
las escucha atentamente. En ocasiones tengo la sensación de que siente algo
por Harper, pero es tan reservado que no podría asegurarlo.
—¿Y tú cuándo te animas a ampliar la familia? —me pregunta DK,
pasando un brazo por mis hombros.
—Perdona, pero vas tú antes —le recuerdo.
—No antes de la boda —niega.
Sé que Sam quiere ser madre pronto, pero han decidido casarse primero.
La celebrarán en unos meses cuando Joy regrese a casa definitivamente.
—Ya os queda poco, podríais empezar a encargarlo —me burlo.
—Mejor que no, por si apunto demasiado bien —me guiña un ojo—.
Pero no me cambies de tema, Doc, quiero bebés rubios y de ojos azules
como tú. Piénsatelo.
No diré que no me apetezca tener hijos algún día, pero Fawn y yo
estamos empezando todavía y hay muchas cosas que quiero hacer con ella
antes de llegar a ese punto. Además, apenas lleva unos meses como SEAL y
quedarse embarazada no le ayudaría, precisamente. Me temo que los bebés
rubios y de ojos azules tendrán que esperar un poco.
—No antes de la boda —repito sus palabras, pero cuando me mira con
sorpresa, me siento en la obligación de aclarárselo—. No he querido decir
que vaya a haber boda pronto. No te emociones.
—Vaya —chasquea la lengua—. Yo que estaba pensando en hacer una
boda conjunta...
—Creo que nosotros lo dejaremos para más adelante también.
—¿Qué dejaremos para más adelante? —Fawn aparece a mi lado de
repente y rodea mi cintura con sus brazos.
—La boda y los hijos —le digo sin más. Hace meses que entendí que
Fawn no se va a asustar por más directo que sea con ella.
—Me gustaría salir en despliegue un par de veces antes de eso —asiente
hacia DK.
—Os admiro, tíos —nos dice—. Yo estaba acojonado cuando le pedí
matrimonio a Sam y eso que no dudaba de sus sentimientos por mí, y
vosotros habláis de ello como quien habla de ir a comprar pan.
—Bueno —Fawn le sonríe—, nunca me ha ido lo de hablar a medias.
Prefiero decir las cosas como son y que salga el sol por donde quiera.
—Y yo me he acostumbrado a eso —sonrío—. Te aseguro que las
primeras veces estaba tan acojonado como tú. Pero con Fawn es muy fácil
de hablar sobre cualquier tema.
—Gracias, amor —deja un beso rápido en mis labios—. Espero que
Fisher no nos haya visto. No quiero que nos separe otra vez.
DK ríe por su comentario y aprovecho para besarla de nuevo como
realmente quiero hacerlo, hasta que escucho las protestas de Fisher y Joy.
Esos dos son igualitos aunque no compartan la línea de sangre.
—Me encanta tu familia, Doc —me dice Fawn, de regreso a casa—.
Puede que perdieses a tus padres siendo muy joven, pero ahora te has
rodeado de la mejor gente que podías haber encontrado. Son estupendos.
—Tú también lo eres —agarro su mano un segundo antes de volver la
mía al volante—. Y les encantas.
—¿Si no lo hiciese, me dejarías?
—Jamás —sonrío—. Pero igual te lo pondrían más difícil y serías tú la
que querrías dejarme.
—Jamás —repite la misma palabra que yo, ganándose otro apretón en su
mano. Después de un par de minutos en silencio, habla de nuevo—. Cásate
conmigo.
—¿Qué? —alterno mi mirada entre ella y la carretera— ¿Qué has dicho?
—Que te cases conmigo —repite, mirándome—. No digo que tenga que
ser ahora, pero quiero la promesa de que lo haremos algún día no muy
lejano. Como te dije cuando nos conocimos, en este trabajo he aprendido
que la vida es demasiado corta y que si no aprovechas las oportunidades
cuando llegan, después puede ser tarde. No quiero que sea demasiado tarde
para nosotros, Doc. Quiero esperar para tener hijos, pero me gustaría ser tu
esposa mucho antes de eso. Pero si no estás preparado todavía, pues...
—Sí —la interrumpo—. Me casaré contigo, Fawn. Ahora mismo, si
quieres. Pero te advierto que Loman cometió el error de casarse sin
invitarnos y Fisher se lo recuerda siempre que tiene ocasión. Es un gran
riesgo.
—No tiene que ser ya —ríe—, pero quiero un compromiso oficial y un
anillo en el dedo que diga que pronto seré la señora de Owen Harris. Mi
Doc, mi hombre perfecto, mi semental en...
—Lo pillo —la corto como cada vez que lo dice—. Quieres un anillo y
lo tendrás, pero no hace falta que sigas.
—Me encanta cuando te sonrojas así —se burla.
—No me sonrojo —protesto.
—Lo haces —ríe de nuevo—. Pero te amo así como eres.
—Yo también te amo como eres, Fawn. Lo hice desde aquel día en que
te vi bajar del Halo.
—Dios —ríe—, lo recuerdo. Te sentías tan torpe a mi alrededor. Me
pareció muy tierno.
—Fue un desastre total.
—Fue encantador.
—Tú eres encantadora.
—¿Incluso con mis arrebatos de sinceridad brutal?
—Incluso con todo lo malo que te puedas inventar —le aseguro—.
Jamás habrá nada de ti que me disguste. Me obligaste a ser tu novio y aun
así, me enamoré de ti. Eso tiene que significar algo.
—Tonto —me golpea en el brazo por recordarle lo que hizo.
—Pero me amas.
—Lo hago.
Lo hace. Nunca creí que sucedería, pero tengo la fortuna de que la mujer
más increíble que he conocido en mi vida, me ama. Tal y como predijo una
vez Fisher, el amor me llegó desde el aire. No en una cigüeña, sino en un
HALO, pero a mí me vale mientras pueda conservarla a mi lado.

También podría gustarte