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En los últimos años se está dando mucha importancia no sólo a las prácticas propias de
la viticultura ecológica, al empleo de materiales reciclables, a la reutilización de las aguas
empleadas en la limpieza o al respeto por el medio ambiente por parte de las bodegas;
también es fundamental el impacto medioambiental que la propia actividad
produce, así como el de los materiales que se emplean para la misma.
Los llamados gases de efecto invernadero pueden tener un origen biológico o un origen
industrial y son seis fundamentalmente: dióxido de carbono, óxido nitroso, metano,
hidrofluorocarbonos, hexafluoruro de azufre y perfluorocarbonos.
El dióxido de carbono es uno de los gases que más contribuyen a la creación del efecto
invernadero y, aunque la elaboración de un vino no es uno de los procesos en los que
más se vierte este gas a la atmósfera, el valor medio es de 1,5 Kg de CO2 por cada botella
de 75 cl.
Uno de los acuerdos que se firmaron en el Protocolo de Kioto fue el de analizar de forma
certera el impacto ambiental de los gases de efecto invernadero y tratar de disminuir las
emisiones mediante la mejora de la eficacia de los procesos de fabricación. Por eso
motivo se comenzó a cuantificar el impacto medioambiental que generan las
empresas de bienes y servicios; así como a dar a conocer estos datos al consumir
final mediante distintas fórmulas de etiquetado, con el fin de que el cliente final
pueda escoger un producto u otro según el respeto medioambiental de la empresa
que lo fabrica.