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CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

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PRESENTACIÓN

Los Cuadernos de Geografía Económica (CGE) son el resultado del trabajo


de integrantes del Grupo de Estudios de Geografía Económica y Comercio
Internacional (GECI), en el marco del Observatorio Geohistórico (OGH) y el
Programa de Estudios Geográficos (PROEG) del Departamento de Ciencias Sociales
y el Instituto de Investigaciones Geográficas (INIGEO) de la Universidad Nacional de
Luján (UNLu).
Por un lado, se pretende que los CGE sean un insumo académico que
contribuyan al desarrollo del Observatorio de Comercio Internacional (OCI) del
Departamento de Ciencias Sociales (UNLu) y, al mismo tiempo, que acompañen la
labor del Observatorio Geoeconómico (OGE) del Colectivo GeoEcon.
Concretamente, los CGE tienen el objetivo de complementar las lecturas de
las/os estudiantes por medio de una selección de materiales educativos referidos a
distintos debates en torno a la economía nacional, regional e internacional desde
una perspectiva geográfica.
Por último, consideramos que los CGE deben permanecer a disposición de
docentes, graduados y estudiantes para su empleo como herramienta didáctica. Por
tal motivo, los CGE integran un acervo de materiales educativos organizados en el
Portal Coordenadas (www.portalcoordenadas.com.ar) y preparados para su
descarga en formato PDF.
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EQUIPO DE TRABAJO

DIRECTOR

Prof. Omar Gejo (GECI-OGH-UNLu)

SECRETARIO DE REDACCIÓN

Prof. Alan Rebottaro (GECI-OGH-UNLu)

INVESTIGADORES ASESORES

Mg. Gustavo Alves (OCI-UNLu)


Lic. Ana Laura Berardi (UNMdP)
Dr. Zeno Crocetti (ILAT-UNILA)
Lic. Susana Fratini (GECI-OGH-UNLu)
Prof. Mariano Iscaro (FCA-UNMdP)
Prof. Gustavo Keegan (GECI-OGH-UNLu)
Dra. Ana María Liberali (UNMdP/UNICEN/UBA)
Lic. Osvaldo Morina (GECI-OGH-UNLu)
Dr. Martín Martinelli (OGH-UNLu/CLACSO)
Lic. Solange Redondo (ISFD N° 45/UBA)
Prof. Diego Solimeno (ISFD N° 19/UNMdP)
Lic. Graciela Suevo (GECI-OGH-UNLu)
Lic. Alberto Virdó (GECI-OGH-UNLu)
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ÍNDICE

LA GEOGRAFÍA DEL DESARROLLO DESIGUAL


Neil Smith _______________________________________________________________________ 05

EL DESARROLLO DESIGUAL Y COMBINADO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES


Roberto Laxe ____________________________________________________________________ 22

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LA GEOGRAFÍA DEL DESARROLLO DESIGUAL

Neil Smith

El concepto de desarrollo desigual es un enigma en la teoría marxista. Fue


enérgicamente desarrollado por Trotsky en relación a la revolución permanente
pero también tomado por Stalin para propósitos opuestos. Rápidamente codificado
como “ley” en la década de 1920, se transformó en arcano, sólo para ser
desempolvado cautelosamente varias décadas después. Una réplica útil para poner
fin a la polémica, “la ley del desarrollo desigual (y combinado)” fue sometida a un
análisis con una llamativa falta de seriedad. Mientras que es importante conocer
esta historia, es incluso más importante desarrollar la teoría del desarrollo desigual
en un modo que nos ayude a entender el mundo actual. En la medida en que es
apenas una exageración decir que el “desarrollo desigual” llegó a significar todo
para todos los marxistas, la tarea más urgente hoy parece ser el desarrollo de las
bases analíticas para el concepto. De acuerdo con esto, como una contribución a
este esfuerzo colectivo, quiero intentar aquí hacer varias cosas: primero, discutir
brevemente cómo y por qué el concepto de desarrollo desigual se transformó en
arcano; segundo, ampliar el concepto desde sus orígenes específicamente políticos;
y tercero considerar en qué consistiría una teoría del desarrollo desigual en los
albores de una globalización del capital que supuestamente desafía la coherencia
de las economías nacionales.

EL BUENO, EL MALO Y EL ARCANO

La discusión de Trotsky sobre el Desarrollo desigual y combinado se


desprendió de su teoría de la Revolución Permanente. La última teoría, desarrollada
al calor de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, insistía en que ninguna teoría
etapista de la historia determinaba la transición al socialismo, y que, a pesar de las
expectativas de muchos marxistas, una revolución antizarista en Rusia, donde el
proletariado estaba subdesarrollado pero la burguesía lo estaba aún más (y

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ciertamente demasiado débil políticamente como para gobernar), no estaba


condenada a pasar por una etapa capitalista predeterminada. En cambio, la alianza
estratégica de obreros y campesinos –quienes dominaban numéricamente, cuyas
quejas eran poderosas y estaban a punto de estallar, pero cuya fragmentación
crónica, argüía Trotsky, los imposibilitaba para liderar la revolución- podría llegar a
la victoria. Contrariamente a la mayoría de las expectativas, la revolución no
necesariamente estallaría primero entre las más desarrolladas clases obreras de
Europa Occidental y Norteamérica, sino tal vez, como Lenin diría más tarde,
golpearía primero en el eslabón más débil. El desarrollo del socialismo era desigual,
insistía Trotsky, con respecto a determinado evolucionismo histórico que perneaba
mucho a la teoría marxista en esos días (La acusación de Stalin era precisamente
que Trotsky estaba tratando de “saltar etapas necesarias de la historia”).
En vez de proceder en etapas relativamente separadas, la revolución sería
más bien un evento arrollador, sostenía Trotsky, desde un control democrático de
una forma de gobierno inicialmente burguesa, a la dictadura del proletariado, aliado
con el campesinado. El desarrollo político no era simplemente desigual, en
consecuencia, sino “combinado”, en el sentido de que ningún país, y seguramente
no la “atrasada” Rusia, podría llegar al socialismo por sí sólo. El desarrollo desigual,
resumiría luego, “se revela con más agudeza y complejidad en el destino de los
países atrasados” quienes ante “el látigo de la necesidad externa” están “obligados
a pegar saltos”. El desarrollo desigual en consecuencia engendra otra ley “que a
falta de un nombre mejor, podemos llamar desarrollo combinado…” (Trotsky, 1962).
Como baluarte ante la teoría estalinista del “socialismo en un solo país” (Trotsky,
1962), la teoría del desarrollo desigual y combinado se transformó así en el sostén
de la teoría de la que había nacido en primer lugar –la teoría de la revolución
permanente.
El desarrollo desigual (y combinado) empezó, antes que nada, como un
concepto político desplegado para analizar y evaluar las posibilidades y trayectorias
de la revolución. Fue fabricado en las batallas políticas del socialismo revolucionario
en las primeras tres décadas del siglo XX y en la historia específica de Rusia y la
URSS. Es curioso, dada la prioridad conceptual inversa entre revolución permanente
y desarrollo desigual, que en los círculos trotskistas la primera teoría sobrevivió
como, tal vez, su contribución fundamental a la teoría marxista, mientras sus bases

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fundamentales, la noción del desarrollo desigual, cayó en una relativa oscuridad.


Solo reapareció como un objeto de interés analítico varias décadas después, tiempo
en el que hubo poco desacuerdo en el espectro del pensamiento marxista con que
el “desarrollo desigual” representaba una ley universal. “La ley del desarrollo
desigual”, de acuerdo a Ernest Mandel, “que algunos desearon restringir sólo a la
historia del capitalismo, o aun meramente a la etapa imperialista del capitalismo,
es… una ley universal de la historia humana” (1962:91). Louis Althusser aumentó la
apuesta universalista cuando nos dice, con una exuberancia casi cósmica, que la
“ley del desarrollo desigual… contrariamente a lo que se suele pensar… no concierne
sólo al imperialismo, sino a ‘todo en el mundo’” (Althusser 1975:200-1). La “gran
teoría de la desigualdad no tiene excepciones… porque no es ella misma una
excepción” sino más bien “una ley primitiva, con prioridad sobre… casos
particulares” el desarrollo desigual “existe en la propia esencia de la contradicción”
(Althusser, 1975:212-13). Para Mao, de quién Althusser escribe aquí, la ley del
desarrollo desigual es esencial porque “nada en este mundo se desarrolla
absolutamente parejo” (Mao, 1971:117).
El desarrollo desigual, primero concebido por Trotsky como una condición
empírica en Rusia que necesitaba la teoría de la revolución permanente, fue
convertido a mitad de siglo en una ley universal para justificar toda posición política.
Stalin marcó el camino al sacarle al “desarrollo desigual” todo contenido, y la
derrota política de Trotsky y la brutal consolidación en el poder de Stalin, la
subsiguiente guerra mundial y eventualmente la guerra fría, todo ayudó a marginar
toda amplia preocupación analítica o política del concepto. Igual Trotsky no está
libre de culpa. Él también apeló a la “ley universal de la desigualdad” como “la ley
más general del proceso histórico” (Trotsky, 1977:27). Pero el efecto del estalinismo
fue más decisivo y personal: Mandel registra en alguna parte que varios manuscritos
de principios de los ’20 sobre desarrollo desigual fueron destruidos por Stalin, para
que nunca fueran encontrados, y sus autores fueron víctimas de sus primeras
purgas. La supresión de semejantes ideas hizo retroceder varias décadas a la teoría
marxista.
El pretendido universalismo del concepto fue crucial en el retroceso del
desarrollo desigual como una teoría coherente durante gran parte del siglo XX., y
francamente llegó a representar una vergüenza conceptual y teórica en la tradición

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marxista. Una ley que explica “absolutamente todo” no explica nada, y el hecho de
que nada “se desarrolla de forma pareja”, usado como justificación filosófica para
semejante ley, la reduce a la trivialidad. Con tanta pretensión, no nos dice nada
específico sobre el capitalismo, imperialismo, o de la reestructuración presente del
capitalismo. Históricamente “el desarrollo desigual” se hizo arcano precisamente
porque, más allá del calor de la polémica que generó y mantuvo, no tiene una
utilidad explicativa real. El punto aquí no es golpear sobre figuras políticas o
intelectuales pasadas, menos quedarse en debates pasados, sino aprender de la
degeneración del concepto, recoger los trabajos más recientes que son mucho más
prometedores, y lo más importante, usar este diagnóstico para delinear alternativas.
Un resurgimiento de la teoría del desarrollo desigual tuvo lugar en los ’70 y
’80. Algunos de estos trabajos continuaron los debates del período anterior (Löwy,
1981; Molyneux, 1981), pero algunos, durante 1968 y las distintas revueltas por la
liberación nacional alrededor del mundo, aun reconociendo que la situación
revolucionaria de principios de siglo no estaba en la agenda en sus últimas décadas,
pusieron el foco en la economía política del desarrollo desigual. Sin sorpresa el
trabajo resultante fue ecléctico, yendo de la teoría de la dependencia en América
Latina a las del desarrollo desigual en África y Europa (Frank 1967; Emmanuel, 1972;
Amin, 1976), hasta la geografía política y económica del desarrollo desigual (Smith
1984). Que las últimas teorías no hayan estado atadas a los problemas específicos
de la revolución rusa de seis o siete décadas antes, sino que hayan puesto sus
energías en las luchas antiimperialistas de su época y en la sed de conocer la
dinámica específica del desarrollo desigual capitalista, fue para mejor. Hubo
suficiente éxito en que, mientras muchos marxistas y teóricos, radicalizados en los
’60 y ’70, se reagrupaban en la academia durante este período, la rúbrica del
desarrollo desigual se volvió sino familiar nuevamente, al menos de moda. Desde
1970, una poderosa tradición marxista en la geografía fue especialmente exitosa en
reubicar las preguntas del desarrollo desigual, y el concepto es parte del lenguaje
común de esta disciplina. Ciertamente se pagó un precio por el redescubrimiento
académico del desarrollo desigual a tal grado que en algunos círculos involucra un
mayor o menor desprendimiento de cualquier tipo de política marxista. Sin
embargo las ganancias dentro de la teoría marxista incluyeron, centralmente, una
distancia del callejón sin salida de la polémica de principios de los ’20 y, más

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positivamente, una visión dentro del proceso que creó las desiguales políticas
económicas y geográficas de las que se tuvo que aferrar la teoría de la revolución
permanente de Trotsky. Hay indicios de tal concepción ampliada del desarrollo
desigual en los varios escritos pre y peri revolucionarios de Lenin (1975, 1977) y
Luxemburgo (1968) concernientes al imperialismo y la necesidad de colonias, y
Mandel (1962, 1975), a pesar de ver el desarrollo desigual como una ley universal,
empezó tempranamente a hablar directamente, como nadie más lo había hecho,
sobre la más amplia dimensión económica y geográfica del desarrollo desigual. El
florecimiento de la teoría del desarrollo desigual, aún en su versión más académica,
presenta una oportunidad política.

ESPACIO Y POLÍTICA: MÁS ALLÁ DE LA NOTA AL PIE DE MARX

En una famosa nota al pie en el tomo I de El Capital, Marx dice lo siguiente:

A fin de examinar el objeto de nuestra investigación en su integridad,


libre de toda molesta circunstancia subsidiaria, debemos tratar a todo
el mundo como una sola nación, y asumir que la producción
capitalista está establecida en todos lados y se ha apoderado de cada
rama de la industria. (1967:581)

Esta abstracción de las diferencias entre los distintos lugares y experiencias


fue vital en tanto el objetivo amplio era una crítica analítica a las contradicciones
del capitalismo en su esencia; el poder de su análisis hubiese sido imposible de otra
forma. No es accidental, por consiguiente, que en una era de autodenominada
globalización, cerca de un siglo y medio después, Wall street tropiece de vuelta con
Marx (Cassidy, 1997) como el primer diagnosticador del sistema que proporciona
sus mansiones, yates y su poder político. Pero la abstracción de Marx también limitó
la aplicabilidad de la teoría. En particular desespació y destemporalizó el desarrollo
del capitalismo, y proveyó pocos indicadores para lidiar con las diferencias sociales,
políticas y económicas a través del espacio. Aún las concepciones de la espacialidad
o su aparente ausencia, pueden tener implicaciones políticas profundas.
Francamente una teoría que desvela el funcionamiento interno del capitalismo, es
un sine qua non del análisis político, pero sin una elaboración apropiada y matizada,
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puede ser un arma sin filo para evaluar el funcionamiento actual del capitalismo o
para decidir qué debe hacerse –tanto en 1905 como un siglo después.
Diferencias histórico geográficas significativas, en formas y niveles del
desarrollo del capitalismo, produjeron precisamente los enigmas a los que Trotsky,
Lenin, Luxemburgo y muchos otros se vieron en la necesidad de hacer frente en sus
discusiones sobre el imperialismo, colonialismo y desarrollo desigual. Para
Luxemburgo era imposible comprender la reproducción del capitalismo sin situar
un “exterior” al capitalismo, una fuente no capitalista de trabajo así como de
mercados: “La acumulación del capital se vuelve imposible desde todo punto de
vista sin alrededores no capitalistas” (Luxemburgo, 1968: 365). Lenin era más
circunspecto, pensando al capitalismo no tanto como un juego geográfico de suma
cero. La proliferación del colonialismo europeo, que “ha completado el reparto de
los territorios desocupados en nuestro plantea” (Lenin, 1975:90), no necesariamente
implicaba el fin del capitalismo, él insistía, pero era probable que llevara a una
“redivisión” y reestructuración interna del poder colonial. Para Lenin, en otras
palabras, ya no había un “exterior” al capitalismo. Más bien, el poder de la
reorganización interna encontró un significado supremo.
Este no es sólo de interés académico. Hardt y Negri (2000) recientemente
declararon el descubrimiento de esta pérdida de un “exterior” en la era actual. En
una veta similar, desde una posición política diametralmente opuesta, Ellen Meiksins
Word (2003:127) argumenta que “Estamos aún por ver una teoría sistemática del
imperialismo diseñada para un mundo en el que todas las relaciones internacionales
son internas al capitalismo y gobernadas por los imperativos capitalistas”. Pero unas
siete u ocho décadas atrás Lenin ya tuvo esa perspectiva en vista, y la discusión
reconocidamente inspirada políticamente de Trotsky sobre el desarrollo desigual
iba en el mismo sentido (este era el único propósito de su insistencia en el desarrollo
tanto combinado como desigual –una calificación que hoy ya no es necesaria a tal
punto como lo está implícita, dado por seguro). Más aún, geógrafos burgueses,
desde el imperialista liberal británico Halford Mackinder, hasta el norteamericano
Isaiah Bowman ya al Alemán Alexander Supan (que cita Lenin), eran todos explícitos
respecto a que la expansión territorial del capitalismo había llegado a su fin y de
que el mundo se enfrentaba a un “sistema político cerrado” como lo describió
Mackinder. Escribiendo meses antes de la revolución de 1905 y de Resultados y

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Perspectivas de Trotsky, Mackinder (1904) comprendió las consecuencias en un


pasaje famoso: “Cada explosión de las fuerzas sociales, en vez de disiparse en un
circuito circundante de espacio desconocido y caos bárbaro, volverá a resonar con
agudeza desde los rincones lejanos del planeta…”1.
Este período, digamos desde 1898 hasta 1917, fue testigo del nacimiento del
desarrollo desigual apropiado en la economía política global. La desigualdad
geográfica ya no podría ser pasada por alto como un accidente de la geografía
histórica, el resultado de estar fuera del proyecto de la civilización, un problema de
haber sido simplemente dejado atrás por el capitalismo “moderno”. La dinámica de
la desigualdad era ahora crecientemente reconocida como interna a la propia
dinámica del capitalismo; el mismo lenguaje de la civilización y el atraso empezó a
desvanecerse en su propio misterio, no por alguna moralidad política recién
encontrada entre las clases dirigentes europeas, sino por el reconocimiento forzado
por las revueltas alrededor del mundo de que la distinción en sí misma era obsoleta.
Cualquier remanente histórico de sociedades pre capitalistas que haya sobrevivido
–y sobrevivieron manifiestamente en grandes rincones del mundo así como en
pequeños enclaves- estaban ahora envueltos, apropiados y soldados en el seno un
capitalismo mundial más amplio. La desigualdad ahora emanaba primariamente de
las propias leyes del capitalismo en vez de la arqueología del pasado social y de la
diferencia geográfica. La insistencia de Mao de que “nada se desarrolla de forma
pareja” representaba, en esos días, una abstracción desesperada contra la realidad
de que aún su propia revolución basada en el campesinado era eventualmente
incapaz de detener.
Que el histórico punto de ruptura en la historia del capitalismo alcanzado en
este período es, en su mayoría, dejado de lado –debido no solo al destino de la
teoría del desarrollo desigual como una víctima del estalinismo, y su absurda
universalización desde varios lados, sino también a la sensibilidad de la geografía
política que ligó figuras tan disímiles como Lenin y Mackinder, y ciertamente Cecil
Rhodes (con su famosa ligazón de la pobreza del este de Londres con la necesidad
del imperialismo)- también se perdió, o más bien se sumergió. Esta “Geografía
perdida” tiene causas complejas (Smith, 2003: 1), pero se mantiene muy viva en
estos días en las formulaciones de Hardt y Negri y de Wood, entre muchos otros.
La pérdida de sensibilidad geográfica fue simultáneamente una pérdida de

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sensibilidad política; la desespacialización facilitó cierta despolitización, en tanto la


fuente del poder tanto local como global, el objetivo político de la revolución
socialista, perdió toda definición espacial. El propósito del “socialismo en un solo
país” fue parte de este proceso. Tomó a la Revolución Rusa, que era transnacional,
y a los amplios levantamiento urbanos de 1919 que estallaron a su paso –desde
Berlín, Munich, Budapest, hasta Seattle, Winnipeg y Amritsar, India- y los colapsó
dentro de un imaginario unidimensional nacional de futuras posibilidades. El
lenguaje de la geopolítica de los ’30 y las geografías binarias de la guerra fría
aplanaron aún más la comprensión predominante del desarrollo desigual y todo
sentido geográfico de la política en un tablero basado en una mentalidad nacional.
Giovanni Arrighi (1994), en contraste, ha sencillamente reconocido semejante
ruptura histórica en términos de un cambio de un mundo con centralidad británica
a uno norteamericano, y esto es ciertamente correcto. Pero este cambio puede ser
aún más grande. El poder del imperialismo europeo ciertamente involucraba poder
militar en alta mar –el control del comercio- pero crecientemente dependía del
control del territorio colonial. El imperialismo norteamericano que le sucedió en el
siglo XX fue en gran medida no colonial, mucho menos territorial y más basado en
el mercado. La victoria del poder geoeconómico sobre el geopolítico nunca fue
absoluto, desde luego, como lo atestigua la proliferación actual de la guerra en
medio oriente, pero las clases gobernantes de EE.UU empezaron a darse cuenta,
inmediatamente después de 1898, que la expansión geográfica ya no era una
garantía o aún un medio plausible para la expansión económica. Nunca se renunció
a los cálculos geopolíticos, pero fueron significativamente marginados a favor del
cálculo económico, que llevó a dominar al neoliberalismo bajo el poder de EE.UU.
Si la desespacialización engendra cierta despolitización, el corolario también
se mantiene, y una teoría del desarrollo desigual apropiada para el siglo XXI debe
tomar esto a pecho. El mundo es muy diferente de cómo lo era un siglo atrás, y la
suposición de que las economías nacionales y los estados nacionales son el
principio y el fin del desarrollo desigual, necesita ser completamente revisada. Aquí
el argumento no es para nada que la globalización transformó en obsoletos a los
estados naciones; semejante conclusión es absurda. Pero sí sugiere que cualquieras
sean los caprichos del poder de escala nacional, hoy ya no estamos en un período
de ascenso completo del poder nacional. Por un lado, el poder económico de los

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estados nacionales es de lejos diferente a su poder político, y por el otro lado la


hegemonía intimidante del estado norteamericano es una bestia muy diferente al
del poder de Bostwana o Escocia. Las nuevas formas de reestructuración global
durante este último momento de la ambición global de EE.UU, han alterado
dramáticamente las relaciones entre las distintas escalas en las que el poder es
ejercido –global, nacional, regional, urbano y en adelante.
La cuestión de la escala es especialmente importante aquí (Smith, 1995;
Herod y Wright, 2002; Swyngedouw, 2004). No hay nada dado sobre la escala del
poder; más bien en tanto las escalas en las que se manifiesta el poder mismo, son
ellas mismas el resultado de la lucha política, la creación de la escala es altamente
política. La escala del estado nación es también altamente contingente en la historia
y el resultado de luchas multifacéticas. La discusión del desarrollo desigual de las
primeras décadas del siglo XX, no sin razón, daban por hecho que el estado nacional
representaba la escala necesaria, sino la única, posible de análisis. Esto a pesar del
énfasis puesto, al menos por Trotsky, en el proletariado urbano. Hoy, sin embargo,
cualquier teoría del desarrollo desigual no tiene tantos lujos y tiene que cubrir no
sólo la escala nacional política y económica, sino también el proceso de
reestructuración económica, los movimientos políticos y las revueltas culturales en
las escalas subnacionales –La urbana, la regional y (como nos ha enseñado el
feminismo), la escala del grupo familiar- y simultáneamente la escala internacional.
Más allá de que todos los estados nacionales mantienen un masivo poder político,
cultural y en algunos casos militar, ya no se mantienen sin rivales como sostén de
la economía política social global. Hoy vivimos en un mundo de gobierno
incipientemente global (FMI, BM, ONU, OMC, etc.), organizado en bloques
internacionales (UE, MERCOSUR, Asean, NAFTA) y, por el contrario, la creciente
devolución a la escala urbana de funciones sociales reproductivas, entro otras.
Todos estos desarrollos se han transformado en objetivos de la lucha política, de
Porto Alegre, a Timor del Este, de Chiapas al movimiento no-global. Una teoría
contemporánea del desarrollo desigual debe tener la teoría de la economía política
adecuada para poder tener en cuenta estas y otras luchas.

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LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL DESARROLLO DESIGUAL

Una teoría contemporánea del desarrollo desigual encuentra su punto de


partida en Marx, no en el oscuro hallazgo de escritos inéditos sino en el mismísimo
texto aparentemente abstraído de diferencias espaciales y temporales –El capital-
en primer lugar, y en la marcada distinción entre el valor y el valor de uso de las
mercancías, especialmente de la mercancía fuerza de trabajo. El razonamiento que
sigue es en cierta medida abstracto y esquemático, pero inevitable2.
El capitalismo se distingue de otros modos de producción de muchas
maneras, pero lo central es la incesante diferenciación y rediferenciación del trabajo
concreto bajo el impulso de los requerimientos sistémicos de la acumulación de
capital. Al mismo tiempo el capitalismo se caracteriza por la conversión avara de los
valores de uso en valores, mediante la aplicación de trabajo asalariado, y esto a su
turno provee de una medida de comparación en el mercado para mercancías con
características físicas y cualitativas diferentes –zapatos contra acero contra
impresión de publicidad contra flete al mercado. Esto conduce a lo que Marx llamó
la “tendencia universalizadora del capital”. La ley del valor en el capitalismo es por
lo tanto construida sobre una contradicción esencial entre, por un lado, una
tendencia constante a la diferenciación basada en la división del trabajo, y por otro
lado, una tendencia opuesta hacia la universalización que encuentra su apoteosis
en la tendencia hacia la igualación de la tasa de ganancia. La diferenciación del
trabajo es por supuesto desafiada por la apropiación creciente de los saberes
obreros, y la igualación de las tasas de ganancia es sin duda contrarrestada por las
prácticas innovadoras diseñadas para escapar de la igualación a la baja de las
ganancias. Marx enfatiza la falta inherente de equilibrio que caracteriza a las
sociedades capitalistas como resultado de esta contradicción y, temporalizando
este resultado deriva (en un trazo sin embargo inacabado) una teoría multifacética
de las crisis capitalistas.
¿Pero y si en lugar de temporalizar este resultado, lo desplegamos en
espacio? ¿Y si, además de la temporalización de Marx, pero en consonancia con
ésta, tejemos a través de ella la dimensión espacial de las dinámicas críticas del el
capital? La división del trabajo es en gran medida una cuestión espacial. El capital
se mueve a lugares específicos donde puede extraer ventajas económicas y realizar
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tasas de ganancia más elevadas. Incluso si el capital se hallara frente a un mundo


completamente homogéneo –el totalmente plano de la oportunidad económica tan
cara a los teóricos neoclásicos que encuentra un paralelo en la nota al pie de Marx
haciendo abstracción de las diferencias nacionales- los rígidos requerimientos de la
acumulación rápidamente conduciría a un desarrollo de ciertas especialidades y
condiciones de trabajo, distintos niveles de remuneraciones, diferentes recursos y
tecnologías en algunos sitios a expensas de otros. En búsqueda de ganancias y
obligado a competir, el capital se concentra y centraliza no sólo en los bolsillos de
algunos por encima de los de otros sino también en los lugares de algunos a
expensas de los de otros. Integrado a la diferenciación espacial de las rentas,
salarios, producción, costos y etc. existen sistemas diferenciados de circulación
financiera y de reproducción social, y todos están construidos de varias formas en
la geografía del capitalismo. Por supuesto, el sistema no germinó en un llano
indiferenciado, pero el punto central es que el cálculo en la geografía física de la
santificada ley de la ventaja comparativa de Ricardo, que seguramente tuvo alguna
base histórica en diferentes condiciones físicas y climáticas, es en gran medida
desplazada a medida que el capitalismo expande su dominio a través de la tierra.
La diferenciación de lugares, uno del otro, es cada vez menos una cuestión de
locación y dotación natural y crecientemente el producto de la lógica espacial tal
como es inherente a este modo de producción según la teoría temporal de las crisis
capitalistas de Marx. (No vale nada que esto no es sólo un detalle histórico. El
consultor del FMI y crítico Jeffrey Sachs atribuye el subdesarrollo a “un caso de bad
latitud (mala latitud)”, y tan fresco determinismo geográfico se ha convertido en
una virtual industria casera (ver Sachs, 2001, 2005; Diamond, 2005; Kaplan, 1997).
Por otra parte, la tendencia a la igualación de las condiciones de explotación
del trabajo, facilitada en primer lugar a través del sistema financiero que por
supuesto circula valor en su forma más abstracta, es igual de real. “El capitalismo es
por naturaleza nivelador”, sostiene Marx, ya que “arranca en todas las esferas de la
producción la igualdad en las condiciones de explotación del trabajo” (Marx, 1967:
397). Ciertamente, la tendencia universalizadora del capital, que distingue el
capitalismo maduro de otros modos de producción, tiende hacia “la aniquilación
del espacio mediante el tiempo” (Marx, 1973: 539-40).

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¿Cómo podemos resolver esta aparente contracción entre tendencias


opuestas hacia la diferenciación radical por un lado y una igualmente implacable,
competitiva igualación de las condiciones de producción social y reproducción por
otro? En la práctica, esta contradicción, interna a la lógica de la acumulación de
capital, encuentra su resolución precisamente en el desarrollo geográfico desigual,
que establece espacios discretos diferenciados uno del otro y a la vez presiona
sobre estos lugares, a través de sus bordes, hacia la homogenización en un solo
molde. El desarrollo desigual representa una resolución forzada, y sin embargo
impugnada, fija momentáneamente y sin embargo fluida, para esta contradicción
central del capitalismo. La tendencia niveladora de este modo de producción
continuamente roe a la diferenciación radical de las condiciones de explotación del
trabajo, y sin embargo la corrosiva diferenciación de las condiciones de explotación
del trabajo también frustra eternamente esta “aniquilación del espacio mediante el
tiempo”. La cuestión de las escalas se vuelve absolutamente vital aquí, porque sin
un sentido del trazado de la escala es imposible captar la expansión desde la lógica
en gran medida temporal de Marx hasta la lógica geográfica inherente en el
desarrollo desigual. Puesto de otra forma, si podemos captar la tendencia inherente
a diferenciar un lugar de otro, como un impulso del capitalismo per se, ¿qué es lo
que constituye exactamente un lugar coherente?
A finales del siglo XX, fue simplemente asumido que la desigualdad del
desarrollo en general concernía a la escala nacional. Esta no era una suposición
poco razonable considerando que el período dio cuenta de un número creciente
de formaciones estatales nacionales en la economía política global. Pero no hay
nada inherentemente privilegiado respecto de la escala nacional como unidad
espacial de la organización política. Siglos precedentes se caracterizaron por un
mayor dominio de las ciudades estado y los reinos, ducados y provincias, condados
y cantones, entre otras, y de hecho la división nacional del globo es gemela de la
ambición globalizadora (universalizadora) del capitalismo. El Estado nación, de
hecho, jugó un rol crucial y a la vez específico en la evolución del capitalismo. Es
términos contundentes, a medida que la escala del capital se expandió
dramáticamente, las unidades políticas y territoriales de la organización social,
cultural y militar heredadas, ya no eran capaces de administrar economías que
sobrepasaban los viejos límites. La escala expandida del poder económico requería

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políticas de mayor alcance para contribuir a organizar el proceso de la acumulación


de capital, y recayó en los estados nacionales emergentes la creación de una nueva
geografía de condiciones internas más o menos homogéneas –leyes laborales e
impositivas, sistemas de transporte, medios de comunicación, sistemas de
reproducción social, subsidios al capital, etc. El Estado nacional organizó
efectivamente la solución para la contradicción inherente entre la necesidad de
cooperación socioeconómica por un lado y la competencia, ahora implantada en el
centro de la economía global, por otro. El sistema global de naciones estado
representó así una solución territorial para una contradicción político económica,
arrojada por la universalización del capital; este sistema ordenó la diferenciación
político económica en un sistema global que estuvo más unificado que jamás antes.
Luxemburgo estaba completamente en lo correcto al sostener que el capitalismo
necesitaba su “afuera” constituyente, pero el sistema de estados nación proveyó las
bases para crear ese afuera dentro del capitalismo global.
Aunque la construcción de la escala nacional jugó así un rol de pivote en la
evolución temprana del capitalismo, no es excluyente en proferir soluciones
territoriales para las contradicciones económico-políticas entre competición y
cooperación, diferenciación e igualación, en las sociedades capitalistas. Procesos
paralelos operan en otras escalas, igualmente –aunque de modo diferente-
insertados y transformados por las necesidades de la acumulación de capital. A lo
largo de la historia, la escala urbana ha provisto varias funciones sociales,
centralizando no sólo el poder económico sino también militar, religioso, cultural y
político. Haciendo foco en el económico, Marx sostuvo una vez que la “base de toda
división del trabajo bien desarrollada y producida en la época mercantil, es la
separación entre la ciudad y el campo” (Marx 1967:352). Durante un largo tiempo,
esta distinción espacial fue mayormente sinónimo de la división general del trabajo
entre agricultura e industria, pero en la era de la agricultura industrializada y del
eco-turismo global esa distinción funcional es más borrosa. De todos modos,
mientras que los niveles salariales y toda una serie de otros costos de producción
son cruciales para determinar la desigualdad del desarrollo a una escala nacional,
el peso de la renta del suelo se vuelve vital en la escala urbana. Cualquier área
metropolitana y su suburbio constituye un mercado laboral geográfico (sino social)
singular, y así la organización de las actividades dentro de las áreas urbanas es

17
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

regulada más acorde a la renta que a los niveles de salarios. Otras escalas
geográficas – ya sea el barrio, la región subnacional, o la multinacional- son de
modo similar, el producto de relaciones sociales, económicas y políticas específicas.
Resumiendo, bajo el capitalismo presenciamos un andamiaje de escalas geográficas
que en mayor o menor medida organiza la diferenciación territorial esencial de la
acumulación de capital –los medios de delinear, a varias escalas, la construcción del
“afuera” del capital adentro- y el flujo del capital a través de los límites.
Podemos por la tanto concebir un correlato espacial de la derivación
marxiana de los ciclos capitalistas de expansión y crisis. El capitalismo no sólo
genera ciclos temporales de expansión y crisis, sino también ciclos espaciales de
desarrollo en un polo y subdesarrollo en otro. El dinamismo de la acumulación de
capital convierte esta lógica en algo así como un modelo de expansión capitalista
en subibaja (Smith, 1984). En el grado que el desarrollo en una región, nación, área
urbana o distrito crea subdesarrollo -desempleo más alto, rentas más bajas,
subinversión, etc.- simultáneamente creó las condiciones para una nueva ola de
expansión en precisamente esas áreas que estaban subdesarrolladas; a la inversa,
las áreas desarrolladas se vuelven susceptibles al subdesarrollo de cara a la
competencia con áreas de menores costos. Esta dinámica puede verse mejor en las
escalas locales donde los impedimentos políticos al flujo de capital son menores.
Así el desarrollo de los suburbios privó a las ciudades del muy necesario capital,
pero el consecuente abaratamiento de las ciudades y el envejecimiento del capital
concentrado en los suburbios creó la oportunidad para el aburguesamiento de las
ciudades3. El subdesarrollo intensivo y vicioso de Irlanda bajo los auspicios del
imperialismo británico ha sido revertido de forma similar al convertirse ese país en
una de las regiones más prósperas de Europa, recientemente superando a su viejo
dominador en términos de ingreso per cápita. El Este de Asia, que emergió de la
Segunda Guerra Mundial como una región indiscutiblemente del “tercer mundo”,
está ahora crecientemente integrada en los circuitos del capitalismo, de la
producción y (en algunos casos) del consumo global. Taiwán, Hong-Kong y más
recientemente China son emblemáticos de este cambio como también lo son
Singapur e India más al Sur. Que este desarrollo es altamente desigual en el seno
de estas economías es precisamente el punto y ciertamente es un punto de
comparación con las previas, y en muchos casos más limitadas, revoluciones

18
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

industriales de Europa. Corea del Sur puede ser el caso emblemático: un cuadro de
campos de arroz destrozados en los 50s, ahora cuenta con el undécimo PBI más
grande en el mundo.
La lógica de la acumulación de capital es espacial tanto como temporal, y el
desarrollo desigual es bastante precisamente, sino siempre, el resultado predecible.
Los socialistas revolucionarios de comienzos del siglo XX visualizaron esto sólo
parcialmente. Trotsky captó la situación geográfica adversa de Rusia, su población
esparcida y su “desarrollo económico natural” precapitalista, su clima tanto como
su sistema de transporte, y su estado absolutista, como factores de su “atraso”.
Cualquiera que fuera el impulso progresivo implicado en las teorías tempranas del
desarrollo desigual, fue truncado abruptamente por el estalinismo y por el interés
de las élites capitalistas que mantuvieron el foco ideológico en una pueril igualación
de las diferencias espaciales con estrechas miras en la escala nacional, incluso
cuando, como con Trotsky, el enfoque político era resueltamente internacionalista.
Así como los marxistas hoy no quieren saber nada con el tipo de “leyes de la
historia” de hierro que marcaron una era más temprana, es vital al mismo tiempo
recuperar un sentido de la ordenada aunque siempre maleable geografía de la
acumulación a escalas múltiples. O como Trotsky decía, la fuerza de “la ley del
desarrollo desigual...opera no solo en la relación entre países entre sí, sino también
en los varios procesos dentro de uno y el mismo país”, y sin embargo la
“reconciliación de los desiguales procesos económicos y políticos sólo puede ser
logrado a escala mundial”.
Que el capitalismo no opera sólo en un nivel plano, y por lo tanto la lógica
en subibaja de la expansión geográfica no ocurre en una forma pura, no condena
esta teoría del desarrollo desigual más que lo que la asunción irreal de Marx de un
solo espacio nacional lo hace con su análisis del capitalismo. El punto, como
siempre, es usar la teoría para entender los procesos geo-históricos como están
“ocurriendo realmente”.

CONCLUSIONES

Así como la forma de dominio burgués difiere entre países “avanzados” y


“atrasados”, Trotsky escribió alguna vez, “la dictadura del proletariado también
tendrá un carácter muy variado en términos de bases sociales, formas políticas, las
19
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

tareas inmediatas y el ritmo de trabajo en los distintos países capitalistas”. A lo largo


de la mayor parte del mundo en la actualidad, no estamos viviendo en un momento
revolucionario o siquiera pre-revolucionario. Ciertamente Perry Anderson sugiere
que no encuentra “ninguna oposición significativa” al capitalismo en “occidente”.
Aunque este sea el caso, la transición al socialismo, que preocupó a los
revolucionarios socialistas un siglo atrás, no es ciertamente el contexto dominante
hoy, y nuestra comprensión del desarrollo desigual debe completarse de acuerdo
con esto. Una teoría del desarrollo desigual apropiada para la coyuntura presente
necesita comprender la lógica capitalista que yace por debajo del “carácter variado”
de los lugares, sus “bases sociales” y “formas políticas”.
En búsqueda de soluciones a las contradicciones internas, las sociedades
capitalistas crean geografías específicas, y sin embargo estas geografías se vuelven
en sí mismas la prisión de las posibilidades sociales, económicas y políticas. Las
geografías del desarrollo desigual capitalista contienen bastante literalmente lucha,
ya sea en colonias o guetos, imperios o suburbios. Las teorías del desarrollo desigual
que se formaron en el primer cuarto del siglo XX visualizaron estas posibilidades al
mismo tiempo del propio desarrollo desigual emergía como el sello de la geografía
del capitalismo. Como atestigua ampliamente la historia de las revoluciones y luchas
de liberación nacional del siglo XX, no hay necesariamente una correspondencia
exacta entre niveles y tipos de desarrollo capitalista en un lugar particular y la
propensión a la revolución, pero un análisis certero de las posibilidades políticas en
el futuro depende de una teoría desarrollada del desarrollo desigual.

NOTAS:

1
Mackinder era difícilmente un simpatizante socialista. Un anticomunista ávido, trabajó dentro de
Rusia para la inteligencia británica contra los bolcheviques en 1919.
2
Para una versión más elaborada de este argumento, véase Smith (1984).
3
NdelT: el autor se refiere al proceso desarrollado en las últimas décadas (especialmente desde los
90s) para recuperar las metrópolis venidas a menos. Ejemplo de esto es el Bronx, que se ha
trasformado en una zona lujosa.

BIBLIOGRAFÍA

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CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

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CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

EL DESARROLLO DESIGUAL Y COMBINADO


EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Roberto Laxe

Trotski, cuando encaró el análisis de la Rusia zarista en la Historia de la


Revolución Rusa, sintetizó una ley de los procesos sociales, el desarrollo desigual y
combinado. De esta manera generalizaba, a partir de la realidad rusa, la aparición
de lo nuevo en los procesos sociales; en lo concreto, de cómo en el imperio zarista,
con una superestructura feudal, gracias a las inversiones francesas y belgas, se había
desarrollado un proletariado muy concentrado. Y como este proceso había puesto
al orden del día la revolución socialista, que combinaría de una manera especial las
tareas democráticas y anticapitalistas, con la clase obrera al frente de un mar
campesino.
Con esta ley del desarrollo desigual y combinado Trotski corregía a Marx,
para el que los países adelantados eran el «espejo en el que se miraban» los
atrasados. El surgimiento del imperialismo, la división internacional del trabajo, la
proletarización creciente de todos los países,… hace que la división entre naciones
maduras y las que no para la revolución se diluya; en todos ellos, la clase obrera es
el factor subjetivo fundamental para romper esa división del trabajo entre naciones
opresoras y oprimidas, que los sojuzga.
La explicación de Trotski no solo se ciñe como base teórica de la revolución
permanente, sino que es una herramienta epistemológica imprescindible para
entender los cambios en las relaciones, no solo entre las clases, sino entre las
mismas naciones. De alguna manera, da un marco teórico a la afirmación de Lenin
en el Imperialismo Fase Superior del capitalismo, de que el «mundo ya está
repartido», a partir de ahora solo «caben nuevos repartos».
El desarrollo desigual y combinado se inscribe en la teoría de la historicidad,
la temporalidad, de las realidades sociales. No existen realidades estáticas, «fin de
la historia», ni, menos que menos, repartos del mundo definitivos. La historia no
acaba con el dominio de los EE UU, su democracia capitalista, puesto como ejemplo
22
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

por Fukuyama para justificar su «fin de la historia». De la misma manera que hubo
repartos dentro de las esferas de poder en el pasado, en el futuro también los va a
haber; es fundamental para los revolucionarios prever las tendencias por los que
estas van a pasar. Trotski, analizando a las potencias emergentes de comienzos del
siglo XX (EE UU y Alemania, especialmente) fue capaz de entender y prever la II
Guerra Mundial, como continuación de la I, que no había resuelto la contradicción
entre las potencias en decadencia (Gran Bretaña y Francia) y las emergentes, en los
«nuevos repartos» anticipados por Lenin.

LA INDUSTRIALIZACIÓN DE ALEMANIA COMO EJEMPLO

A mediados del siglo XIX Alemania era una suma destartalada de principados
y estados, anclados en un pasado feudal, con una industria muy especializada y
concentrada en la zona del Rhur, que era incapaz de absorber el excedente de
población generado por una aldea feudal poco productiva.

Precisamente en aquella época llovían sobre Alemania los miles de


millones de francos franceses, el Estado pagó sus deudas; fueron
construidas fortificaciones y cuarteles, y renovados los stocks de
armas y de municiones; el capital disponible, lo mismo que la masa
de dinero en circulación aumentaron, de repente, en enorme
proporción. Y todo esto, precisamente en el momento en que
Alemania aparecía en la escena mundial, no sólo como «Imperio
unido», sino también como gran país industrial. Los miles de millones
dieron un formidable impulso a la joven gran industria; fueron ellos,
sobre todo, los que trajeron después de la guerra un corto período
de prosperidad, rico en ilusiones, e inmediatamente después, la gran
bancarrota de 1873-1874, la cual demostró que Alemania era un país
industrial ya maduro para participar en el mercado mundial (…)
Alemania apareció tarde en el mercado mundial. Nuestra gran
industria surgió en la década del cuarenta y recibió su primer impulso
de la revolución de 1848; no pudo desarrollarse plenamente más que
cuando las revoluciones de 1866 y 1870 hubieron barrido de su
camino por lo menos los peores obstáculos políticos. Pero encontró
23
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

un mercado mundial en gran parte ocupado. Los artículos de gran


consumo venían de Inglaterra, y los artículos de lujo de buen gusto,
de Francia. Alemania no podía vencer a los primeros por el precio, ni
a los segundos por la calidad. No le quedaba más remedio, de
momento, que seguir el camino trillado de la producción alemana y
colarse en el mercado mundial con artículos demasiado
insignificantes para los ingleses y demasiado malos para los franceses
(…) En ningún sitio, y apenas se puede exceptuar la industria a
domicilio irlandesa, se pagan salarios tan infamemente bajos como
en la industria a domicilio alemana. Lo que la familia obtiene de su
huerto y de su parcela de tierra, la competencia permite a los
capitalistas deducirlo del precio de la fuerza de trabajo. Los obreros
deben incluso aceptar cualquier salario a destajo, pues sin esto no
recibirían nada en absoluto, y no podrían vivir sólo del producto de
su pequeño cultivo. Y como, por otra parte, este cultivo y esta
propiedad territorial les encadenan a su localidad, les impiden con
ello buscar otra ocupación. Esta es la circunstancia que permite a
Alemania competir en el mercado mundial en la venta de toda una
serie de pequeños artículos. Todo el beneficio se obtiene mediante
un descuento del salario normal, y se puede así dejar para el
comprador toda la plusvalía. Tal es el secreto de la asombrosa
baratura de la mayor parte de los artículos alemanes de exportación.
(Engels, Prefacio de 1887 a Contribución al problema de la vivienda).

En este cuadro de retraso en la industrialización alemana, se da la


competencia entre las dos grandes naciones donde el capitalismo se está
desarrollando a marchas forzadas, Inglaterra y Francia. La primera había hecho su
revolución burguesa en el siglo XVII, y en el XVIII había acabado con los restos
feudales en Escocia, al derrotar la revuelta jacobita. El capitalismo estaba haciendo
la revolución industrial, que el campo tomó la forma de revolución agraria. Por su
parte Francia, en 1789, se había liberado de las ataduras aristocráticas y la propiedad
feudal de la tierra, de tal manera que el capitalismo tuvo el campo abierto para
desarrollarse plenamente.

24
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

Ambas naciones burguesas se lanzan al dominio del mundo, con una división
internacional del trabajo donde la industria textil y metalúrgica británica se impone.
Francia, incapaz de competir con Inglaterra en ese terreno, se especializa en la
industria del lujo. El textil británico se nutre del algodón de los esclavos en los EE.UU,
Francia, por su parte, encuentra en la aldea alemana una fuerza de trabajo barata,
y los capitales franceses invierten masivamente en Alemania, como poco después
hará en Rusia. De esta manera entra el capitalismo en el rural alemán. Italia se
convierte, por su parte, en receptora de inversiones británicas en sistemas
ferroviarios.
La tesis de Trotski del desarrollo desigual y combinado se confirma
plenamente; los capitalistas más avanzados como ingleses y franceses industrializan
países como Alemania e Italia, como los EE.UU harán con Japón. La conclusión de
este fenómeno combinado de inversiones extranjeras con el desarrollo de una
burguesía nacional dará como fruto la necesidad de una nueva división
internacional del trabajo. Alemania, Italia, los EE UU, Japón,… ya en la fase
imperialista del capitalismo, pedirán primero, y exigirán después, su parte en la tarta
de un mundo dividido hasta ese momento entre dos grandes potencias, Gran
Bretaña y Francia.
De la misma manera que Alemania presentó sus credenciales como potencia
emergente en la guerra Franco Prusiana, que terminó con la derrota de la primera
y la Comuna de París, Japón lo hizo frente a Rusia, a la que derrotó en 1905, y los
EE.UU frente al Estado Español, al arrebatarle los restos de su imperio, Cuba,
Filipinas y Guam. En el circo mundial crecían los enanos, al calor de un desarrollo
inusitado de las fuerzas productivas, de los grandes inventos de finales del XIX y
comienzos del XX que sentarán las bases del salto a la fase imperialista del
capitalismo; la guerra era absolutamente inevitable. Marx dijo que «entre dos
derechos, el que decide es la fuerza».
Gran Bretaña y Francia estaban agotadas, se habían convertido, en palabras
del propio Marx, en «estados rentistas» que vivían del «corte del cupón». Sus
inversiones en el extranjero habían debilitado su base industrial, mientras los
estados citados, especialmente Alemania y los EE.UU, desarrollaban una poderosa
industria, a la que incorporaban los adelantos técnicos que incrementaban su

25
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

productividad. Era cuestión de tiempo que pidieran por la fuerza lo que,


evidentemente, no se les iba a conceder de buen grado.
La I y la II Guerra Mundial fueron los momentos en los que chocaron entre
ellos, dejando en medio de ambos a las potencias perdedoras, Gran Bretaña y
Francia, que profundizaron su decadencia a pesar de la victoria frente a Alemania.
Tras la Iª, Lenin les recordó que «no alardeen» de su victoria, puesto que están
endeudadas hasta la camisa con los EE UU. El reparto iniciado en 1914 culminó en
1945, de donde salió una nueva potencia hegemónica: los EE.UU, en un mundo
destruido, y las dos potencias que se habían presentado como alternativas,
Alemania y Japón derrotadas.

LA HEGEMONÍA EN CRISIS: SE ACABA LA PARIDAD «DÓLAR-ORO»

Desde 1945 los EE UU hegemonizan el mundo, que se sintetizó en el


establecimiento del acuerdo de Bretton Woods y el paridad «dólar-oro». Esta
paridad simbolizaba el poderío de una economía que era la fábrica y el banquero
del mundo, que dominaba más del 50% del comercio mundial, cuyo PIB era superior
a la suma de todos los PIBs del resto de potencias. Esta hegemonía económica se
manifestaba en el control de las instituciones políticas construidas a su «imagen y
semejanza», con el FMI y el BM como mascarones de proa.
El crack del 67 anuncia el final de los «treinta gloriosos», y de cómo la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia actuaba sordamente carcomiendo las
bases de esa hegemonía. El símbolo actual de esta decadencia que comenzó a
finales de los 60, la tenemos en la ciudad de Detroit, sede de la industria del
automóvil y de las «tres grandes». De ellas, sólo Ford ha logrado en algo
mantenerse a flote. Pero General Motors, quebró en el 2009 y debió de ser
«rescatada» por el gobierno. Chrysler se «fusionó» con Fiat y apenas si sobrevive.
En 1973 el presidente Nixon anuncia la ruptura de la paridad dólar-oro; un
reconocimiento explícito de que la economía norteamericana ya no podía soportar
esa presión. Las reservas de oro de los EE UU se habían reducido significativamente,
los competidores destruidos en 1945, Japón y Alemania comenzaban a arañar una
parte importante del comercio mundial, y la diferencia entre ellos tendía a reducirse.
La cuota de la plusvalía mundial que financiaba a los EE UU se reducía, debilitándolo:

26
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

estos son los motivos que condujeron a la ruptura del acuerdo de Bretton Woods
y la paridad dólar oro.
A partir de aquí, en una huida hacia adelante, el imperialismo yanqui deja en
flotación su moneda (quintaesencia del neoliberalismo: privatizar la fabricación de
moneda de los estados), que se convierte en valor refugio apoyado en su manifiesta
superioridad económica y política. Pero no es una medida ofensiva, sino
absolutamente defensiva: el dólar ya no vale lo que el oro, sino lo que «la mano
oscura del mercado» decida, que en la fase imperialista del capitalismo está
totalmente mediatizada por la existencia de los trust y las grandes multinacionales,
además del control político de las instituciones. No estamos ya en el «laissez faire»,
sino en la «planificación» imperialista, donde la «mano oscura» depende de las
decisiones de los oligopolios. Por esto, es totalmente defensiva, el dólar no se
protege de manera natural por el valor del oro, sino por la fuerza de los marines.
De nuevo nos encontramos con la ley del desarrollo desigual y combinado
actuando en un proceso social. Los destruidos estados del Eje, Alemania y Japón,
crecen gracias a las inversiones norteamericanas, sus burguesías imperialistas se
recomponen de la derrota sufrida, mientras que las leyes del capitalismo actúan
también en el interior de los EE UU, debilitándolo en relación a esos estados. La
tendencia no es a un aumento de las desigualdades entre la potencia hegemónica
y las demás, sino a la inversa, a la confluencia entre ellas.

LA RESTAURACIÓN DEL CAPITALISMO Y EL DESARROLLO DESIGUAL Y COMBINADO

Formalmente parecería que tras la ruptura de la paridad dólar-oro el mundo


era totalmente norteamericano; pero es una ilusión, a la que ayudan, y de que
manera, las campañas de propaganda lanzadas por el control de la industria del
ocio que tienen. Como vimos, esa ruptura es una manifestación de debilidad; el
imperialismo yanqui en retroceso, para mantener la cuota de plusvalía a nivel
mundial, se encomienda al control político y militar de las instituciones.
Mientras el dólar estuviera ligado al valor del oro, la cantidad de dinero
circulante tenía un límite objetivo, el valor del oro; no podían fabricar más dinero
del que ese valor les permitiera. Cuando estalla la crisis en el 72 / 73 el gobierno
norteamericano se ve en la obligación de fabricar más dinero que oro tiene en sus
reservas (incluidas las que tiene como «rehén» tras la II guerra, de Alemania, por
27
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

ejemplo), puesto que la tasa de ganancia ha caído de una manera significativa


reduciendo los márgenes de beneficio de las empresas: la subida del precio del
petróleo es la forma que toma a nivel mundial esta caída de la tasa de ganancia.
Este cambio de ciclo en la economía mundial se puso de manifiesto con el
fin de la expansión productiva de los «treinta gloriosos»; todos los estados
imperialistas sufren exactamente el mismo proceso de reconversión industrial, hasta
llegar a los «cinturones del óxido» que hoy existen en todos ellos, más o menos
ocultos por los museos mineros o industriales, en los distritos que en aquél
momento eran el corazón del capitalismo mundial; desde Pittsburg o Detroit hasta
la Cuenca del Rhur, desde las minas asturianas hasta Sheffield o Manchester; en
todos los estados capitalistas occidentales se da la misma imagen: el cierre masivo
de empresas.
La tendencia decreciente de la tasa de ganancia tiene como uno de sus
efectos contrarrestantes el que el capital extienda su mano a nuevos mercados, a
nuevos territorios que ocupar, a incorporar nuevos contingentes de trabajadores /
as que escapan al mercado laboral de las zarpas de la ley del valor, que reinicien el
ciclo de acumulación de capital. En los 80 los estados obreros ya comenzaban a dar
signos de agotamiento fruto de la conducción burocrática de la economía; el
absurdo de la burocracia que solo producía en función de sus estrechos intereses,
estaba llevando a esa conquista de la clase obrera al desastre.
La restauración del capitalismo es la otra cara de la misma política neoliberal
que desmantela las conquistas del llamado «estado del bienestar». El mismo motivo
que provoca la ruptura de la paridad dólar-euro, la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia y la aparición del neoliberalismo, es la que acelera los planes del
imperialismo para restaurar el capitalismo en los estados obreros.
Destrucción de los Estados Obreros y del Estado del Bienestar van de la
mano, y son la obsesión de los nuevos dirigentes occidentales, con el triunvirato
Reagan-Thatcher-Juan Pablo II a la cabeza: el capitalismo necesitaba una reducción
efectiva del valor de la fuerza de trabajo, y la destrucción de esas conquistas sociales
era el camino para lograrlo. Pero a diferencia de lo que piensan los conspiranoicos
defensores de las burocracias estalinistas, el proceso no fue controlado, sino que
fue abiertamente revolucionario.

28
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

Las masas trabajadoras se levantaron contra unos regímenes que, consciente


o inconscientemente, abrían las puertas a la restauración capitalista,
empobreciendo a las masas fruto de la contrarrevolucionaria teoría del «socialismo
en un solo país»; mas, fueron levantamientos más instintivos que conscientes, por
lo que las direcciones pro capitalistas (surgidas de la misma burocracia en la
inmensa mayoría de las ocasiones) pudieron cabalgarlos y desviarlos hacia el
pantano de la «democracia» capitalista.
Tras varios años de inestabilidad social, el capitalismo se ha asentado en
todos ellos, y de una manera peculiar ha realizado una acumulación originaria de
capital, sobre la base de la «proletarización» de sus poblaciones. Bajo el estado
obrero, la clase trabajadora no vendía su fuerza de trabajo en el mercado, no sufría
la explotación capitalista; lo impedía la misma existencia del estado obrero, del que
eran jurídicamente propietarios, aunque la gestión estuviera en manos de la
burocracia, el control del comercio exterior, la planificación de la economía, así fuera
burocrática. La implosión de esos estados revienta las relaciones sociales de
producción no capitalistas en los que se basa; deja a la clase trabajadora sin quien
les garantiza sanidad, educación y el mismo trabajo; los proletariza, dejándolos solo
como única propiedad, su fuerza de trabajo, en un proceso parecido a la
proletarización del campesinado y los artesanos a comienzos de la revolución
industrial, cuando el capital les arrebata sus medios de vida y los empuja al mercado
de trabajo.
Por otro lado, las inversiones imperialistas junto con el cambio de chaqueta
de la burocracia, convertida en propietaria de medios de producción, ya por la vía
«legal» (China!), ya por la vía mafiosa (Rusia!), provocaron la aparición de unas
burguesías nacionales que se beneficiaron de esa acumulación originaria de capital.
No es el mismo proceso de China y de Rusia; el primero da el salto cualitativo a la
restauración cuando el estado obrero derrota a las masas en Tiannanmen; a partir
de aquí el PC Chino controla férreamente el proceso, haciéndolo, paradójicamente,
de una manera planificada a través de los Planes Quinquenales que regularmente
aprueban. El caso ruso es el opuesto, la restauración se produce tras un caótico
proceso generado por la implosión de la URSS, la disgregación y las guerras
nacionales (Chechenia, Cáucaso,…), con los burócratas convertidos en mafiosos,
que, como los viejos corsarios ingleses, aprovechan para enriquecerse con el

29
CUADERNOS DE GEOGRAFÍA ECONÓMICA | 2

saqueo del estado y convertirse en capitalistas. Son dos procesos distintos, que
resultan en la vuelta al capitalismo.
Nuevamente, la ley del desarrollo desigual y combinado como explicación
de un complejo proceso que ha abierto las puertas a la situación actual, en la que
la alianza Ruso China amenaza, y de qué manera, la hegemonía euro
norteamericana del mercado mundial.

LAS RELACIONES ACTUALES FRUTO DE LA LEY DEL DESARROLLO DESIGUAL Y


COMBINADO

El mismo asesor de Reagan que afirmara en 1997, en El Gran Tablero del


Mundo, que los EE.UU era «la potencia más importancia del mundo», escribió
recientemente que: «El hecho es que nunca ha habido un verdadero poder global
‘dominante’ hasta la aparición de América en la escena mundial (…) La nueva
realidad global decisiva fue la aparición en la escena mundial de América siendo al
mismo tiempo la potencia más rica y militarmente más fuerte. Durante la última
parte del siglo XX ninguna otra potencia podía compararse. Esa época está llegando
a su fin» (Hacia un realineamiento global», Zbigniew Brzezinski, The American
Interest, el subrayado es mío).
Nadie puede cuestionar las dos afirmaciones, los EE.UU fueron, y son, la
potencia hegemónica a nivel mundial; y, al tiempo, «esa época está llegando a su
fin». Qué motivos lleva al que teorizó el «siglo americano» a en menos de diez años,
cambiar su posición, y afirmar que «esa época está llegando a su fin»; porque si no,
vaya siglo más corto. ¡Esta época es la nuestra!, y por lo tanto la que tenemos que
analizar.
Pero premonitoriamente, en El Gran Tablero también había escrito, «De
ahora en adelante, los Estados Unidos pueden tener que decidir cómo hacer frente
a las coaliciones regionales que tratan de expulsar a Estados Unidos de Eurasia,
poniendo así en peligro el estatus de Estados Unidos como potencia mundial».
Veinte años después, y confirmando esa premonición, ¿Quién amenaza con
esa expulsión? El Plan de la Ruta de la Seda que atraviesa Eurasia, que China
presentó el pasado año, ante más de 50 estados, incluidos los aliados europeos de
los EE.UU. Con una promesa de una inversión de 900 mil millones de euros, es una
apuesta con la que, hoy por hoy, los EE.UU no pueden ni soñar con competir. Un

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Plan que no es aislado, China es el principal inversor en África, ha superado en


inversiones extranjeras a los EE UU en muchos de las naciones americanas, es
tenedor de deuda del estado español, de Grecia, donde se ha hecho con el principal
puerto, El Pireo, etc. etc.
Pero no lo voy a tratar desde un punto de vista político, sino teórico; de
cómo un estado que en otras circunstancias históricas, no pasaría de ser una gran
semicolonia, se ha convertido en el gran competidor global de la potencia
hegemónica; y esa explicación solo se encuentra en el desarrollo desigual y
combinado. De cómo una potencial semicolonia se han transformado en una
potencia imperialista «emergente».

2+2 SON 4, PERO PARA LA DIALÉCTICA, NO

Ya vimos como en la historia este fenómeno es posible, el mundo repartido


entre Gran Bretaña y Francia a finales del siglo XIX, fue destruido por potencias
imperialistas «emergentes», los EE UU y Alemania. Como la farsa del drama, a los
EE.UU su Frankenstein se le está rebelando, y como al doctor Frankestein, no por la
fortaleza del monstruo, que sí tiene que ver, sino por la debilidad que tiene frente
a él.
China sale de Tiannamenn como la fábrica del mundo; todos los grandes
capitales imperialistas, con los EE UU a la cabeza, ven en los 1 000 millones de
campesinos pobres un «ejercito de reserva industrial» con el que resolver la causa
principal de la crisis de los 70, la caída de la tasa de ganancia. De la misma manera
que el capital francés en el siglo XIX pasó la frontera, y se fue a la aldea alemana a
buscar bajos salarios, las grandes multinacionales se fueron a China. Un estado
regido por una dictadura dirigida por el PC, que había derrotado al movimiento de
masas en Tiannamenn.
El plan del imperialismo euro norteamericano era bueno; deslocalizó la
industria que precisa gran aportación de capital variable, que en China consigue a
bajo precio, manteniendo en las metrópolis las secciones más rentables, más
productivas, con grandes inversiones en capital fijo (maquinaria, tecnología…); y
2+2 son 4.
El drama para el capital es que las industrias más productivas, las que tienen
más inversiones de capital fijo son las que tienen una tasa de ganancia inferior; de
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hecho, las crisis del capitalismo se reducen, en última instancia, a que la tasa de
ganancia está en relación inversa a la inversión en capital fijo. «El límite del capital
es el capital mismo», dijera Marx.
Si el capitalismo yanqui viviera su época dorada de los años 40, 50 y 60, en
que era el banquero y la fábrica del mundo, este «plan» sería perfecto. Pero los
yanquis venían de la crisis de los 70, que los había golpeado directamente, que les
había obligado a romper el acuerdo de Bretton Woods, a convertirse en un estado
rentista… como Gran Bretaña a finales del siglo XIX. Además, el control que el PC
chino ejercía sobre sectores fundamentales de la economía china, como el
financiero (la banca es estatal) o la industria pesada (toda ella estatal), hacía de este
plan algo que la naciente burguesía china buscaba, inyección de capital para
desarrollar la industria auxiliar de las multinacionales.
Este plan de la burguesía china tenía otra pata, olvidada por muchos pero
esencial para el proceso de acumulación originaria de capital que estaba punto de
producirse: la recuperación de las plazas financieras de Hong Kong y Macao a la
soberanía (compartida) china. Fue un chute de capital fresco en una economía a la
que le sobraba capital humano, fuerza de trabajo barata.
En este cuadro, unos EE.UU endeudados por las sucesivas guerras en las que
comenzando por la de Vietnam, que había perdido, o estaban estancados
(Afganistán, Irak,…), esa acumulación originaria en China despertó al «dragón»
dormido (y lo digo con recochineo; el «dragón» es una figura mitológica para los
chinos). Por esta combinación de procesos desiguales y contradictorios, 2+2 no fue
4. Para los yanquis fue -3, y para los chinos más 3. La deslocalización de la industria
redujo la independencia de los yanquis, provocó un déficit comercial brutal y un
aumento de la deuda pública norteamericana; deuda que está en manos… chinas,
y / o japonesas.
De fábrica y banqueros del mundo, los yanquis había pasado a ser
consumidores y deudores netos; solo les salva el control del dólar, a través del que
siguen absorbiendo una parte importante la plusvalía mundial y su potencial militar
apabullante.
Aquí entra el otro elemento cualitativo, que marca la situación actual. Tanto
China, como sobre todo Rusia, de la que es aliada estratégica en términos militares
a través de los Acuerdos de Shangai, han heredado de los Estados Obreros un

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potencial militar no despreciable; Rusia es el segundo exportador de armas del


mundo, tras los EE UU. Esto significa que el potencial militar yanqui es apabullante
ante un pueblo como el vietnamita, un estado en desguace como al afgano o un
ejército regional como el iraquí; pero enfrente no tiene a los campesinos
vietnamitas, a los talibanes o al fantasma del «quinto ejercito del mundo», como
quisieron vendernos que era el de Sadam Hussein.
No, enfrente tiene a la segunda y a la tercera potencia nuclear del mundo, y
si la visión de los cadáveres de soldados yanquis muertos en Vietnam, o
posteriormente en Irak, desmoralizaron a la población norteamericana; que no
harían ver algunas de sus ciudades reducidas a escombros. Porque su poderío es
apabullante, sí, pero tanto Rusia como China tienen capacidad suficiente para
destruir más de una ciudad en los EE.UU.
Además, Trotski señalaba que la guerra no la ganaba el potencial militar
presente, sino la industria; la capacidad para recuperar las pérdidas destruidas por
la guerra. Gran Bretaña tuvo que ser armada por los EE.UU en la II Guerra, y
Alemania vio como su industria militar fue destruida por los Aliados. Hoy los EE.UU,
fruto de la deslocalización, importan desde el acero hasta los aparatos de tecnología
punta. Además el endeudamiento del estado no permitiría una política de
empréstitos que la financiara.
El apologeta del «siglo americano» Brzezinski ha cambiado su visión, porque
es consciente de esta realidad.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Este documento no pretende sacar las conclusiones políticas de unas


caracterizaciones que están en discusión, de cómo la acumulación originaria de
capital que se produjo en China y Rusia a lo largo de estas décadas, las alianzas que
entre ellos se están dando, en el marco de la decadencia de la potencia
hegemónica, los EE.UU, influyen sobre los conflictos inter capitalistas e
interimperialistas.
Los restos del estalinismo, ligados al castro chavismo, se empecinan en
defender el carácter absoluto de la hegemonía norteamericana, para justificar su
apoyo a supuestos antiimperialistas como Maduro, Castro o Al Assad. Un «teoría»
al servicio de una política reaccionaria, que solo busca evitar su desaparición
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definitiva del panorama político, recurriendo a tics del pasado: el más


antiimperialista es el más antiyanki, así sea defendiendo al mismísimo Putin y a Xi,
que casualmente (sic) son los grandes protectores e inversores en Venezuela, Cuba
o Siria.
Los marxistas debemos actuar de una manera bien distinta, las
caracterizaciones teóricas, como los análisis empíricos, preceden a las conclusiones
políticas. Actuar de otra manera nos conviertiria en apologetas de unas posiciones
apriorísticas que, cuando chocan con la realidad, solo llevan confusión. La realidad
hoy es mucho más compleja que la vieja distribución mundial, donde había un
imperialismo hegemónico, y los demás se disciplinaban a él… Esta geografía del
mundo, como dice Brzezinski, «… está llegando a su fin».
El futuro en el que hay que intervenir no es el de pasado, sino el que está
marcado por las nuevas relaciones entre los estados. La ley del desarrollo desigual
y combinado es, como bien demostró Trotski ante la revolución rusa, una
herramienta fundamental para comprender hasta el final la profundidad de esas
nuevas relaciones.

Fuente: Laxe, R. (2018) El desarrollo desigual y combinado en las relaciones


internacionales. Rebelión. Recuperado de https://rebelion.org/el-desarrollo-
desigual-y-combinado-en-las-relaciones-internacionales/

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