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PRESENTACIÓN
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INVESTIGADORES ASESORES
ÍNDICE
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Neil Smith
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marxista. Una ley que explica “absolutamente todo” no explica nada, y el hecho de
que nada “se desarrolla de forma pareja”, usado como justificación filosófica para
semejante ley, la reduce a la trivialidad. Con tanta pretensión, no nos dice nada
específico sobre el capitalismo, imperialismo, o de la reestructuración presente del
capitalismo. Históricamente “el desarrollo desigual” se hizo arcano precisamente
porque, más allá del calor de la polémica que generó y mantuvo, no tiene una
utilidad explicativa real. El punto aquí no es golpear sobre figuras políticas o
intelectuales pasadas, menos quedarse en debates pasados, sino aprender de la
degeneración del concepto, recoger los trabajos más recientes que son mucho más
prometedores, y lo más importante, usar este diagnóstico para delinear alternativas.
Un resurgimiento de la teoría del desarrollo desigual tuvo lugar en los ’70 y
’80. Algunos de estos trabajos continuaron los debates del período anterior (Löwy,
1981; Molyneux, 1981), pero algunos, durante 1968 y las distintas revueltas por la
liberación nacional alrededor del mundo, aun reconociendo que la situación
revolucionaria de principios de siglo no estaba en la agenda en sus últimas décadas,
pusieron el foco en la economía política del desarrollo desigual. Sin sorpresa el
trabajo resultante fue ecléctico, yendo de la teoría de la dependencia en América
Latina a las del desarrollo desigual en África y Europa (Frank 1967; Emmanuel, 1972;
Amin, 1976), hasta la geografía política y económica del desarrollo desigual (Smith
1984). Que las últimas teorías no hayan estado atadas a los problemas específicos
de la revolución rusa de seis o siete décadas antes, sino que hayan puesto sus
energías en las luchas antiimperialistas de su época y en la sed de conocer la
dinámica específica del desarrollo desigual capitalista, fue para mejor. Hubo
suficiente éxito en que, mientras muchos marxistas y teóricos, radicalizados en los
’60 y ’70, se reagrupaban en la academia durante este período, la rúbrica del
desarrollo desigual se volvió sino familiar nuevamente, al menos de moda. Desde
1970, una poderosa tradición marxista en la geografía fue especialmente exitosa en
reubicar las preguntas del desarrollo desigual, y el concepto es parte del lenguaje
común de esta disciplina. Ciertamente se pagó un precio por el redescubrimiento
académico del desarrollo desigual a tal grado que en algunos círculos involucra un
mayor o menor desprendimiento de cualquier tipo de política marxista. Sin
embargo las ganancias dentro de la teoría marxista incluyeron, centralmente, una
distancia del callejón sin salida de la polémica de principios de los ’20 y, más
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positivamente, una visión dentro del proceso que creó las desiguales políticas
económicas y geográficas de las que se tuvo que aferrar la teoría de la revolución
permanente de Trotsky. Hay indicios de tal concepción ampliada del desarrollo
desigual en los varios escritos pre y peri revolucionarios de Lenin (1975, 1977) y
Luxemburgo (1968) concernientes al imperialismo y la necesidad de colonias, y
Mandel (1962, 1975), a pesar de ver el desarrollo desigual como una ley universal,
empezó tempranamente a hablar directamente, como nadie más lo había hecho,
sobre la más amplia dimensión económica y geográfica del desarrollo desigual. El
florecimiento de la teoría del desarrollo desigual, aún en su versión más académica,
presenta una oportunidad política.
puede ser un arma sin filo para evaluar el funcionamiento actual del capitalismo o
para decidir qué debe hacerse –tanto en 1905 como un siglo después.
Diferencias histórico geográficas significativas, en formas y niveles del
desarrollo del capitalismo, produjeron precisamente los enigmas a los que Trotsky,
Lenin, Luxemburgo y muchos otros se vieron en la necesidad de hacer frente en sus
discusiones sobre el imperialismo, colonialismo y desarrollo desigual. Para
Luxemburgo era imposible comprender la reproducción del capitalismo sin situar
un “exterior” al capitalismo, una fuente no capitalista de trabajo así como de
mercados: “La acumulación del capital se vuelve imposible desde todo punto de
vista sin alrededores no capitalistas” (Luxemburgo, 1968: 365). Lenin era más
circunspecto, pensando al capitalismo no tanto como un juego geográfico de suma
cero. La proliferación del colonialismo europeo, que “ha completado el reparto de
los territorios desocupados en nuestro plantea” (Lenin, 1975:90), no necesariamente
implicaba el fin del capitalismo, él insistía, pero era probable que llevara a una
“redivisión” y reestructuración interna del poder colonial. Para Lenin, en otras
palabras, ya no había un “exterior” al capitalismo. Más bien, el poder de la
reorganización interna encontró un significado supremo.
Este no es sólo de interés académico. Hardt y Negri (2000) recientemente
declararon el descubrimiento de esta pérdida de un “exterior” en la era actual. En
una veta similar, desde una posición política diametralmente opuesta, Ellen Meiksins
Word (2003:127) argumenta que “Estamos aún por ver una teoría sistemática del
imperialismo diseñada para un mundo en el que todas las relaciones internacionales
son internas al capitalismo y gobernadas por los imperativos capitalistas”. Pero unas
siete u ocho décadas atrás Lenin ya tuvo esa perspectiva en vista, y la discusión
reconocidamente inspirada políticamente de Trotsky sobre el desarrollo desigual
iba en el mismo sentido (este era el único propósito de su insistencia en el desarrollo
tanto combinado como desigual –una calificación que hoy ya no es necesaria a tal
punto como lo está implícita, dado por seguro). Más aún, geógrafos burgueses,
desde el imperialista liberal británico Halford Mackinder, hasta el norteamericano
Isaiah Bowman ya al Alemán Alexander Supan (que cita Lenin), eran todos explícitos
respecto a que la expansión territorial del capitalismo había llegado a su fin y de
que el mundo se enfrentaba a un “sistema político cerrado” como lo describió
Mackinder. Escribiendo meses antes de la revolución de 1905 y de Resultados y
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regulada más acorde a la renta que a los niveles de salarios. Otras escalas
geográficas – ya sea el barrio, la región subnacional, o la multinacional- son de
modo similar, el producto de relaciones sociales, económicas y políticas específicas.
Resumiendo, bajo el capitalismo presenciamos un andamiaje de escalas geográficas
que en mayor o menor medida organiza la diferenciación territorial esencial de la
acumulación de capital –los medios de delinear, a varias escalas, la construcción del
“afuera” del capital adentro- y el flujo del capital a través de los límites.
Podemos por la tanto concebir un correlato espacial de la derivación
marxiana de los ciclos capitalistas de expansión y crisis. El capitalismo no sólo
genera ciclos temporales de expansión y crisis, sino también ciclos espaciales de
desarrollo en un polo y subdesarrollo en otro. El dinamismo de la acumulación de
capital convierte esta lógica en algo así como un modelo de expansión capitalista
en subibaja (Smith, 1984). En el grado que el desarrollo en una región, nación, área
urbana o distrito crea subdesarrollo -desempleo más alto, rentas más bajas,
subinversión, etc.- simultáneamente creó las condiciones para una nueva ola de
expansión en precisamente esas áreas que estaban subdesarrolladas; a la inversa,
las áreas desarrolladas se vuelven susceptibles al subdesarrollo de cara a la
competencia con áreas de menores costos. Esta dinámica puede verse mejor en las
escalas locales donde los impedimentos políticos al flujo de capital son menores.
Así el desarrollo de los suburbios privó a las ciudades del muy necesario capital,
pero el consecuente abaratamiento de las ciudades y el envejecimiento del capital
concentrado en los suburbios creó la oportunidad para el aburguesamiento de las
ciudades3. El subdesarrollo intensivo y vicioso de Irlanda bajo los auspicios del
imperialismo británico ha sido revertido de forma similar al convertirse ese país en
una de las regiones más prósperas de Europa, recientemente superando a su viejo
dominador en términos de ingreso per cápita. El Este de Asia, que emergió de la
Segunda Guerra Mundial como una región indiscutiblemente del “tercer mundo”,
está ahora crecientemente integrada en los circuitos del capitalismo, de la
producción y (en algunos casos) del consumo global. Taiwán, Hong-Kong y más
recientemente China son emblemáticos de este cambio como también lo son
Singapur e India más al Sur. Que este desarrollo es altamente desigual en el seno
de estas economías es precisamente el punto y ciertamente es un punto de
comparación con las previas, y en muchos casos más limitadas, revoluciones
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industriales de Europa. Corea del Sur puede ser el caso emblemático: un cuadro de
campos de arroz destrozados en los 50s, ahora cuenta con el undécimo PBI más
grande en el mundo.
La lógica de la acumulación de capital es espacial tanto como temporal, y el
desarrollo desigual es bastante precisamente, sino siempre, el resultado predecible.
Los socialistas revolucionarios de comienzos del siglo XX visualizaron esto sólo
parcialmente. Trotsky captó la situación geográfica adversa de Rusia, su población
esparcida y su “desarrollo económico natural” precapitalista, su clima tanto como
su sistema de transporte, y su estado absolutista, como factores de su “atraso”.
Cualquiera que fuera el impulso progresivo implicado en las teorías tempranas del
desarrollo desigual, fue truncado abruptamente por el estalinismo y por el interés
de las élites capitalistas que mantuvieron el foco ideológico en una pueril igualación
de las diferencias espaciales con estrechas miras en la escala nacional, incluso
cuando, como con Trotsky, el enfoque político era resueltamente internacionalista.
Así como los marxistas hoy no quieren saber nada con el tipo de “leyes de la
historia” de hierro que marcaron una era más temprana, es vital al mismo tiempo
recuperar un sentido de la ordenada aunque siempre maleable geografía de la
acumulación a escalas múltiples. O como Trotsky decía, la fuerza de “la ley del
desarrollo desigual...opera no solo en la relación entre países entre sí, sino también
en los varios procesos dentro de uno y el mismo país”, y sin embargo la
“reconciliación de los desiguales procesos económicos y políticos sólo puede ser
logrado a escala mundial”.
Que el capitalismo no opera sólo en un nivel plano, y por lo tanto la lógica
en subibaja de la expansión geográfica no ocurre en una forma pura, no condena
esta teoría del desarrollo desigual más que lo que la asunción irreal de Marx de un
solo espacio nacional lo hace con su análisis del capitalismo. El punto, como
siempre, es usar la teoría para entender los procesos geo-históricos como están
“ocurriendo realmente”.
CONCLUSIONES
NOTAS:
1
Mackinder era difícilmente un simpatizante socialista. Un anticomunista ávido, trabajó dentro de
Rusia para la inteligencia británica contra los bolcheviques en 1919.
2
Para una versión más elaborada de este argumento, véase Smith (1984).
3
NdelT: el autor se refiere al proceso desarrollado en las últimas décadas (especialmente desde los
90s) para recuperar las metrópolis venidas a menos. Ejemplo de esto es el Bronx, que se ha
trasformado en una zona lujosa.
BIBLIOGRAFÍA
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Roberto Laxe
por Fukuyama para justificar su «fin de la historia». De la misma manera que hubo
repartos dentro de las esferas de poder en el pasado, en el futuro también los va a
haber; es fundamental para los revolucionarios prever las tendencias por los que
estas van a pasar. Trotski, analizando a las potencias emergentes de comienzos del
siglo XX (EE UU y Alemania, especialmente) fue capaz de entender y prever la II
Guerra Mundial, como continuación de la I, que no había resuelto la contradicción
entre las potencias en decadencia (Gran Bretaña y Francia) y las emergentes, en los
«nuevos repartos» anticipados por Lenin.
A mediados del siglo XIX Alemania era una suma destartalada de principados
y estados, anclados en un pasado feudal, con una industria muy especializada y
concentrada en la zona del Rhur, que era incapaz de absorber el excedente de
población generado por una aldea feudal poco productiva.
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Ambas naciones burguesas se lanzan al dominio del mundo, con una división
internacional del trabajo donde la industria textil y metalúrgica británica se impone.
Francia, incapaz de competir con Inglaterra en ese terreno, se especializa en la
industria del lujo. El textil británico se nutre del algodón de los esclavos en los EE.UU,
Francia, por su parte, encuentra en la aldea alemana una fuerza de trabajo barata,
y los capitales franceses invierten masivamente en Alemania, como poco después
hará en Rusia. De esta manera entra el capitalismo en el rural alemán. Italia se
convierte, por su parte, en receptora de inversiones británicas en sistemas
ferroviarios.
La tesis de Trotski del desarrollo desigual y combinado se confirma
plenamente; los capitalistas más avanzados como ingleses y franceses industrializan
países como Alemania e Italia, como los EE.UU harán con Japón. La conclusión de
este fenómeno combinado de inversiones extranjeras con el desarrollo de una
burguesía nacional dará como fruto la necesidad de una nueva división
internacional del trabajo. Alemania, Italia, los EE UU, Japón,… ya en la fase
imperialista del capitalismo, pedirán primero, y exigirán después, su parte en la tarta
de un mundo dividido hasta ese momento entre dos grandes potencias, Gran
Bretaña y Francia.
De la misma manera que Alemania presentó sus credenciales como potencia
emergente en la guerra Franco Prusiana, que terminó con la derrota de la primera
y la Comuna de París, Japón lo hizo frente a Rusia, a la que derrotó en 1905, y los
EE.UU frente al Estado Español, al arrebatarle los restos de su imperio, Cuba,
Filipinas y Guam. En el circo mundial crecían los enanos, al calor de un desarrollo
inusitado de las fuerzas productivas, de los grandes inventos de finales del XIX y
comienzos del XX que sentarán las bases del salto a la fase imperialista del
capitalismo; la guerra era absolutamente inevitable. Marx dijo que «entre dos
derechos, el que decide es la fuerza».
Gran Bretaña y Francia estaban agotadas, se habían convertido, en palabras
del propio Marx, en «estados rentistas» que vivían del «corte del cupón». Sus
inversiones en el extranjero habían debilitado su base industrial, mientras los
estados citados, especialmente Alemania y los EE.UU, desarrollaban una poderosa
industria, a la que incorporaban los adelantos técnicos que incrementaban su
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estos son los motivos que condujeron a la ruptura del acuerdo de Bretton Woods
y la paridad dólar oro.
A partir de aquí, en una huida hacia adelante, el imperialismo yanqui deja en
flotación su moneda (quintaesencia del neoliberalismo: privatizar la fabricación de
moneda de los estados), que se convierte en valor refugio apoyado en su manifiesta
superioridad económica y política. Pero no es una medida ofensiva, sino
absolutamente defensiva: el dólar ya no vale lo que el oro, sino lo que «la mano
oscura del mercado» decida, que en la fase imperialista del capitalismo está
totalmente mediatizada por la existencia de los trust y las grandes multinacionales,
además del control político de las instituciones. No estamos ya en el «laissez faire»,
sino en la «planificación» imperialista, donde la «mano oscura» depende de las
decisiones de los oligopolios. Por esto, es totalmente defensiva, el dólar no se
protege de manera natural por el valor del oro, sino por la fuerza de los marines.
De nuevo nos encontramos con la ley del desarrollo desigual y combinado
actuando en un proceso social. Los destruidos estados del Eje, Alemania y Japón,
crecen gracias a las inversiones norteamericanas, sus burguesías imperialistas se
recomponen de la derrota sufrida, mientras que las leyes del capitalismo actúan
también en el interior de los EE UU, debilitándolo en relación a esos estados. La
tendencia no es a un aumento de las desigualdades entre la potencia hegemónica
y las demás, sino a la inversa, a la confluencia entre ellas.
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saqueo del estado y convertirse en capitalistas. Son dos procesos distintos, que
resultan en la vuelta al capitalismo.
Nuevamente, la ley del desarrollo desigual y combinado como explicación
de un complejo proceso que ha abierto las puertas a la situación actual, en la que
la alianza Ruso China amenaza, y de qué manera, la hegemonía euro
norteamericana del mercado mundial.
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hecho, las crisis del capitalismo se reducen, en última instancia, a que la tasa de
ganancia está en relación inversa a la inversión en capital fijo. «El límite del capital
es el capital mismo», dijera Marx.
Si el capitalismo yanqui viviera su época dorada de los años 40, 50 y 60, en
que era el banquero y la fábrica del mundo, este «plan» sería perfecto. Pero los
yanquis venían de la crisis de los 70, que los había golpeado directamente, que les
había obligado a romper el acuerdo de Bretton Woods, a convertirse en un estado
rentista… como Gran Bretaña a finales del siglo XIX. Además, el control que el PC
chino ejercía sobre sectores fundamentales de la economía china, como el
financiero (la banca es estatal) o la industria pesada (toda ella estatal), hacía de este
plan algo que la naciente burguesía china buscaba, inyección de capital para
desarrollar la industria auxiliar de las multinacionales.
Este plan de la burguesía china tenía otra pata, olvidada por muchos pero
esencial para el proceso de acumulación originaria de capital que estaba punto de
producirse: la recuperación de las plazas financieras de Hong Kong y Macao a la
soberanía (compartida) china. Fue un chute de capital fresco en una economía a la
que le sobraba capital humano, fuerza de trabajo barata.
En este cuadro, unos EE.UU endeudados por las sucesivas guerras en las que
comenzando por la de Vietnam, que había perdido, o estaban estancados
(Afganistán, Irak,…), esa acumulación originaria en China despertó al «dragón»
dormido (y lo digo con recochineo; el «dragón» es una figura mitológica para los
chinos). Por esta combinación de procesos desiguales y contradictorios, 2+2 no fue
4. Para los yanquis fue -3, y para los chinos más 3. La deslocalización de la industria
redujo la independencia de los yanquis, provocó un déficit comercial brutal y un
aumento de la deuda pública norteamericana; deuda que está en manos… chinas,
y / o japonesas.
De fábrica y banqueros del mundo, los yanquis había pasado a ser
consumidores y deudores netos; solo les salva el control del dólar, a través del que
siguen absorbiendo una parte importante la plusvalía mundial y su potencial militar
apabullante.
Aquí entra el otro elemento cualitativo, que marca la situación actual. Tanto
China, como sobre todo Rusia, de la que es aliada estratégica en términos militares
a través de los Acuerdos de Shangai, han heredado de los Estados Obreros un
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