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Historia
de los
Estados Unidos
Una nación
entre naciones
Índice
Prefacio y agradecimientos 11
Introducción 15
Notas 315
Dedico este libro a mis dos hijos, David y Sophia, quienes han enriquecido
mi vida mucho más allá de lo expresable. Ya por eso estoy eternamente en deu-
da con ellos, como lo estaría cualquier padre. Pero además quiero agradecer-
les en especial por haber expandido mis horizontes temporales y geográficos.
Sophia ha hecho remontar mi sentido de la historia hasta el mundo antiguo,
al tiempo que David, con su extraordinario sentido de las organizaciones polí-
ticas y los pueblos del mundo moderno, ha dilatado mi sentido de la geografía
histórica hasta los confines de la tierra. Gwendolyn Wright ha sido una pre-
sencia vital y una luz resplandeciente tanto en el placer como en el dolor y ha
contribuido a mejorar mi vida, y este libro, como nadie.
Introducción
Esta concepción del ciudadano era absoluta y se suponía que debía triunfar
sobre todas las demás fuentes identitarias. Las otras formas de solidaridad y de
conexión regionales, lingüísticas, étnicas, de clase, religiosas o de otra índole
–ya fueran menores o mayores que la nación– debían quedar radicalmente
subordinadas a la identidad nacional. Además, era imprescindible limitar con
firmeza el territorio nacional. Para sostener la idea de un ciudadano o sujeto
nacional, era fundamental suponer la homogeneidad del espacio y de la po-
blación nacionales. A cambio, el moderno estado-nación prometía proteger a
sus ciudadanos dentro y fuera de sus fronteras. Otro artefacto que marca tanto
la importancia de las fronteras como la promesa de protección es el pasaporte,
una innovación del siglo xix.
Los líderes del nuevo estado-nación naturalizaron esa idea de la nación,
entendida como la forma básica evidente de la solidaridad humana, y los his-
toriadores contribuyeron a afirmarla. Aunque esta elevación de la nación es
aún relativamente nueva, todo el mundo llegó a sentirse tan cómodo con el
concepto que es común referirse a los acontecimientos ocurridos hace mil
años dentro de las actuales fronteras de Francia como parte de la “historia
medieval francesa”. En esta época en que se habla tanto de globalización, mul-
ticulturalismo y diásporas, está claro que nuestra experiencia no se condice
con los supuestos nacionalistas. La vida, sencillamente, es más compleja. Los
historiadores lo saben tan bien como cualquiera.
Suele decirse que lo que explica la persistencia de este marco ideológico
decimonónico de la historia –cuya falsedad es fácil de demostrar– es la falta
de una alternativa. El objeto de mi libro es precisamente ofrecer otra manera
de entender los acontecimientos y los temas centrales de la historia de los
Estados Unidos en un contexto más amplio que el de la nación. A diferencia
de la noción de “excepcionalismo” norteamericano, este enfoque insiste en
afirmar que la nación no puede ser su propio contexto histórico. En reali-
dad, pretende ampliar el concepto hasta su último límite terrestre: el planeta
mismo. Es por ello que los temas y acontecimientos mayores de la historia
estadounidense, incluidos los hechos más distintivos de la nación como la re-
volución y la guerra civil, se examinan aquí en un contexto global. Ir más allá
del concepto de nación no implica abandonarlo, sino situarlo en su contexto
histórico y aclarar su significación. “Tomar distancia de la filiación de la his-
toria y el estado-nación”, ha escrito el historiador Joyce Appleby, “no implica
desvalorizarla, sino antes bien, adquirir cierta comprensión de los potentes
supuestos que dieron forma a nuestro pensamiento”.2
En los últimos años, algunos de los estudios más innovadores y estimulantes
presentan la historia de los Estados Unidos sin vincularla necesariamente con
el estado-nación; me refiero a algunos trabajos sobre cuestiones de género,
migraciones, diásporas, clase, raza, etnia y otros aspectos de la historia social.
introducción 17
y las variadas interdependencias que hoy conectan a los Estados Unidos con
las otras provincias del planeta.
A fines del siglo xix, Max Weber escribía su famosa descripción del estado-
nación como poseedor de un monopolio legítimo de la violencia. Sin duda
hay pruebas que respaldan esta definición, que a su vez es necesaria pero no
suficiente. El nacionalismo y la identidad nacional se basan en gran medida
en un sentido de recuerdos compartidos. Elaborar y enseñar tales recuerdos
compartidos e identidades era la tarea de los historiadores y de los programas
nacionales de estudio de la historia, generosamente patrocinados con el pro-
pósito de promover la formación de las identidades nacionales y de los ciu-
dadanos nacionales. Pero tenemos que recuperar la historicidad de aquellas
formas y escalas previas y coexistentes de solidaridad humana que compiten e
interactúan con la nación y que incluso la constituyen. Una historia nacional
es un resultado contingente, la obra de actores históricos, no una forma ideal
o un hecho de la naturaleza. Es el resultado del interjuego y las interrelaciones
entre formaciones, estructuras y procesos sociales históricos que son al mismo
tiempo más grandes y más pequeños que la nación misma. Recientemente, los
historiadores sociales han arrojado una potente luz sobre esas historias “más
pequeñas” que se han desarrollado dentro de la nación; ahora también están
surgiendo las más grandes.
Para poder pensar en las dimensiones globales de una historia nacional,
los historiadores debemos salir de la caja nacional y retornar con explicacio-
nes nuevas y más ricas del desarrollo nacional pues de ese modo podremos
reconocer mejor la permeabilidad de las fronteras, las zonas de contacto y los
intercambios de personas, dinero, conocimientos y cosas: las materias primas
de la historia que rara vez se detienen en las fronteras. La nación no puede
ser su propio contexto, como no pueden serlo el neutrón o la célula. Debe ser
estudiada en un marco que la exceda.
Este libro propone un análisis de los Estados Unidos, abordando el país
como una de las muchas provincias que colectivamente constituyen la huma-
nidad. El relato que cuento comienza alrededor del año 1500, cuando los
viajes regulares por mar conectaron por primera vez todos los continentes y
crearon una historia común de todos los pueblos. El comienzo de la historia
norteamericana fue parte de la transformación que hizo que la historia pasara
a ser global. El libro termina con el siglo xx, cuando los Estados Unidos se
ciernen sobre los acontecimientos globales en forma mucho más abarcadora
de lo que nadie habría podido imaginar al comienzo del relato.
El proyecto de construcción de la nación estadounidense tuvo un éxito inu-
sual. Sin embargo, la historia de ese logro no puede –ni debe– utilizarse para
sustentar una pretensión de unicidad ni de diferencia categórica. Indepen-
20 historia de los estados unidos
1815. Acontecimientos que tuvieron lugar fuera del territorio de los Estados
Unidos fueron decisivos para la victoria de nuestro país sobre Gran Bretaña
y para el desarrollo de la nueva nación. Asimismo, se destaca que la crisis re-
volucionaria de la Norteamérica británica no fue sino una de las muchas que
ocurrieron en distintas partes del mundo, todas derivadas de la competencia
entre imperios y la consecuente reforma de estos.
Seguidamente, sitúo la guerra civil en el contexto de las revoluciones euro-
peas de 1848. Lincoln miraba y admiraba a los liberales europeos que estaban
forjando un vínculo entre nación y libertad y redefiniendo el significado del
territorio nacional. Y ellos lo observaban a su vez, comprendiendo que la causa
de la Unión –especialmente después de la Proclama de Emancipación– era
central para sus ambiciones más amplias de nacionalismo liberal. Estas nuevas
perspectivas de los conceptos de nación, libertad y territorio nacional se esta-
ban instalando en todos los continentes, muchas veces con violencia.
La mayor parte de los estadounidenses tiene reparos en reconocer el papel
central que le correspondió al imperio en su historia, y mucho más en admi-
tir que el imperio norteamericano fue uno entre muchos. Pero la aventura
imperial de 1898 no fue, como suele argumentarse con frecuencia, un acto
accidental e impensado, y es por eso que en el cuarto capítulo indago en qué
medida el imperio había estado en la agenda nacional durante décadas. Exis-
te una notable continuidad de propósito y estilo desde la conquista del oeste
hasta la colonización de ultramar de 1898. Igualmente continua fue la política
de extender el comercio exterior de bienes agrícolas e industriales y, en el
siglo xx, expandir el acceso a las materias primas y asegurar las inversiones
estadounidenses en el exterior.
El quinto capítulo se refiere a la reforma progresista, el liberalismo social
y las demandas de ciudadanía social que se dieron en el país en las décadas
inmediatamente posteriores a 1890. Si aplicamos una lente gran angular,
no podemos sino reconocer que la reforma progresista estadounidense fue
parte de una respuesta global a la extraordinaria expansión del capitalis-
mo industrial y de las grandes metrópolis de la época. Todos disponían de
un menú global de ideas reformistas. Que las distintas naciones las hayan
adoptado y adaptado de modo selectivo y de diferentes maneras muestra la
importancia de las culturas políticas nacionales dentro de la historia global,
más amplia y compartida.
Este último punto es esencial. Con esto no pretendo decir que haya una
sola historia ni que la revolución de los Estados Unidos haya sido idéntica a las
otras revoluciones de su tiempo. Tampoco digo que la guerra civil no haya sido
diferente de la emancipación de los siervos en los imperios ruso y de los Habs-
burgo o de la unificación de Alemania o de la Argentina. Tampoco sostengo
que el imperio norteamericano haya sido indistinguible de los de Inglaterra,
22 historia de los estados unidos
Vernos como nos ven los otros puede abrirnos los ojos. Ver a los de-
más como seres que comparten con nosotros una misma naturaleza
es lo mínimo que exige la decencia. Pero la amplitud mental, sin la
cual la objetividad no es más que autocomplacencia y la tolerancia
no es sino una farsa, se alcanza una vez que se logra algo mucho más
difícil: vernos entre los demás, como un ejemplo local de las formas
de vida que el hombre ha adoptado localmente, como un caso entre
los casos, como un mundo entre los mundos.5