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LOS DERECHOS HOY

Violencia vicaria

ARTURO ZALDÍVAR
16.08.2022/03:09

L
a violencia contra las mujeres tiene mil caras, mil maneras de
expresarse. Se ejerce en las escuelas, en los hogares, en los centros
de trabajo, en las calles y desde las instituciones. Cada día las
mujeres experimentan diversas formas de violencia, en un contexto de
tolerancia social apabullante. Vivimos en una sociedad que violenta mujeres
y que se resiste a reconocerlo. Una sociedad que busca siempre racionalizar
esta violencia, justificarla, o peor aún, aceptarla como natural.

Una de las expresiones de la violencia de género es aquella que se ejerce


contra las mujeres a través de sus hijos e hijas particularmente en el contexto
de los procedimientos familiares y que, en su forma más grave y extrema,
puede culminar con el asesinato de éstos. Es una forma particularmente cruel
de violencia, que busca dañar a las mujeres “con lo que más les duele”,
como suelen decir los propios perpetradores.

Las historias de violencia vicaria se repiten una y otra vez y siguen un patrón
similar: comienzan con violencia doméstica, violencia psicológica y, cuando
las mujeres terminan la relación, vienen las amenazas, el acoso, y los
procedimientos familiares marcados por los estereotipos y la discriminación.

La violencia vicaria va normalmente acompañada de una violencia


institucional sistemática que le da cauce y que impide la efectividad de los
mecanismos diseñados para la protección de las mujeres y de las infancias.
Una y otra vez las autoridades encargadas de velar por sus derechos les
fallan a las mujeres y a sus hijos e hijas al actuar perpetuando prejuicios y
estereotipos, sin aplicar la perspectiva de género, sin tomar en cuenta el
interés superior de la infancia y sin conocimiento de los precedentes de la
Suprema Corte en estas materias.

Una y otra vez vemos autoridades policiales, judiciales y administrativas que


no evalúan adecuadamente la gravedad de la situación en que viven las
mujeres; que no toman en serio sus denuncias y que se empeñan en ver estas
cuestiones como simples problemas de pareja.

Prevalece una visión de los derechos de visita que privilegia la idea de que
siempre es mejor para las niñas y niños ser educados por su madre y su
padre, por más que este sea violento y abusador. Los antecedentes de
violencia doméstica, además de que quedan impunes, son rutinariamente
ignorados o minimizados en los procedimientos de guardia y custodia. Las
niñas y niños que afirman no querer convivir con los padres no son tomados
en cuenta y se asume que son manipulados por las madres.

No se vela adecuadamente por el cumplimiento de las obligaciones


alimentarias, pasando por alto que este incumplimiento es parte de los
mismos ciclos de violencia y que coloca a las mujeres en una situación de
mayor vulnerabilidad y riesgo, al impedirles que puedan desvincularse
efectivamente de los agresores.

Por otro lado, abundan también casos en que, mediante la corrupción del
sistema judicial, los hijos e hijas son separados de sus madres; éstas son
criminalizadas, denunciadas, perseguidas y encarceladas; y cuando obtienen
resoluciones favorables que ordenan la entrega de sus hijos e hijas, tales
determinaciones no son ejecutadas.

En suma, la violencia vicaria se ejerce en el contexto de una sociedad


cómplice que cuestiona a las mujeres, que no les da credibilidad y que las
culpa de la violencia que sufren. Una sociedad que les recrimina y las
responsabiliza por no vivir conforme a un modelo particular de familia.

Esta es una realidad dolorosa que solo podrá ser revertida cuando
comencemos a nombrarla y visibilizarla. Una vez más son las mujeres las
que han salido a las calles, las que han tomado las redes y están haciendo oír
su voz. No las dejemos solas, actuemos antes de que sea demasiado tarde
para alguna de ellas.

Arturo Zaldívar

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