Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Gnrlo Sup¡ploR
rados, a los que matan, a los que violan, a los terroristas. Abundan mucho más entre las
personas los monstruos de este tipo que entre los perros los ejemplares asesinos; o sea,
hay más probabilidades de toparnor óotr un violad^or qr. .or-rr. can mortífero.
.. , Y estoy poniendo tan sólo ejemplos muy extremos, porque si hablamos de ia bruta-
lidad común, de la maldad feroz de'andar pór casa, .nton..r 1", personas sobrepasamos
a la población canina de manera infinita. F{ombres que pegan i sus mujeres,'mujeres
que maltratan a sus hijos, hombres y mujeres que-abandonan tnt ii.¡or. po"r no
"
mencionar la terrible aceptada violencia contra los animales: las alegres fiéstas patrias
cn las que se defi:nestran cabras, se apalean burros, se acuchillan terncros, se arrancan
cabezas de patos a tirone-s áY-po. qué no hablar de los perros? Abandonados, golpeados,
muertos de hambre, utilizados para peleas y para expcrimentos muchas t..Jr iirútil.r.
No, no se han rebelado, aunque hubieran debido haicrlo. Pero los pobres chuchos son
demasiado leales, demasiado dóci1es.
. lo. otra parte, es posibie que en los últimos tiempos haya aumcntado el nírmero
absoluto de accidentes violentos protagonizados por pérros. Érimero porque ahora hay
muchos más ejemplares domésticos: sé han puesio dé moda.o-o mir.oia. Pero sobre
todo porque esa moda no ha traído una mayor conciencia social sobre los derechos de
los animales. Muchos compran un cachorro a sus malditos niños como si se tratara de
un jugucte, y luego lo arrojan a la calle pocos meses más tarde, sorprendidos dc ver
que cl bicho crece, y come y mca y les lame y demanda cariño, .r..rcl de comportarse
decentemente como un perro dc trapo. Esos'cachorros despojados, olvidados, maltra-
tados.y traicionados pueden, sin dudá, dcsequilibra.se, y tal t'e"z llegar a morder cuando
no deben; pero más dcsequilibrados aún están todos esos perros qu". fr.rotr cornprados
¡lo ya como unjuguete, sino como una arma. Me refiero a la crecicnte paranoia urbana,
y a los flamantes propietarios de los no menos flamantes chalés adosahos. Muchos de
ellos desprecian o temen a los animales y no tienen ningún interés en intimar con ellos.
pcro se compran un perro para que les áefienda las pro"piedadcs, y lo mandan .d.r.".
"
para el
1?qn. (un adiestramienro a menudo feroz que les desquicia), y 1o manrienen
todo el día en el exterior del maldito chalé atado por é1 gaznate a una éuérda muy corra,
sin rnirarle, sin pasearlc, sin acariciarle, sin hablarle. Óomo quien entierra una mina
cxplosiva en el jardín: el animal se puede convertir así, en efecto, en una máquina de
matar. El perro es un ser social y para poder vivir necesita estar con su manaba: esto
es, con otros cjemplares de su especie, o si no con esos perros sustitutos que somos
los.amos.-El animal que es mantenido atado a una caseta, separado de todos, aislado de
cariño-y de contacto, está siendo sometido a un suplicio psiiológico para él insufrible.
áQué hay perros que atacan y que matan? No mé extraña: leslstamos torturando v
volviendo locos.
España es un país especialmente brutal en el trato con los animales. Ai escribir
esto, en el barrio del Pilar de Madrid hay instalado un tiovivo con caballitos enanos
de verdad. Están atados en parejas a_unai barras, con las cabezas fuertemente sujetas
a los hierros para que no puedan volverse y asustar a los niños que les cabalgan.-Así,
con el cuerpo totalmente inmovilizado, rodeados de luces cegadoias y de un eiruendo
_h_orrendo,_con calor y sin agua, los caballitos dan vueltas y vieltas dúrante todo el día.
Y una multitud de padres felices montan a sus hijitos en los lomos, sin darse cucnta
que les están enseñando a divertirse siendo cruelei. En una sociedad como la nuestra,
tan salvaje e inconsciente con los animales, sólo nos faltaba una campaña periodística
como la de los perros asesinos. Porque esas noticias infunden miedo a los ignorantes,
v el miedo siempre genera violencia defensiva. O sea, aún más violencia iontra los
perros. Seguimos perpetuando la barbarie.
Rosa Montero
Dominical El Pak
Texto 6
"El desorden empuja desde abajo"
Hacc poco visité en su casa a una persona de quien no diré el nombre, pues lo que
\-oy a contar no es agradable y se trata de un personajc muy conocido. Es un intelectual
e\tranjero, un individuo ya mayor, en torno a los ochenta, pero con la cabeza firme-
mente asentada sobre los hombros. Además de pensar bien, se mantiene esbelto, pin-
turero, se arregla con gusto, trabaja activamente. Yo le tenía por un modelo de vitalidad
r-de entereza, hasta que vi su casa. Su guarida (vive solo) es un espacio atroz sepultado
en el caos. La cocina, el vestíbulo, los cuartos, el pasillo: todo está cubierto de trastos
¡olvorientos, de objetos arrumbados y medio rotos, de indefinibles mugres. Son capas
v capas de basuras que las olas del tiempo han ido abandonando en esa casa, de la mis-
Ina manera que el mar va depositando sobre la playa cenefas de detritus, desperdicios
revueltos.
Me pregunto cuántos años hará que este hombre, esta cabeza aún lúcida, perdió
,¿ batalla contra la dccadencia y permitió que la primera porquería se adueñara de un
¡incón de su hogar. Porque el caos es tan insidioso como un pequeño insecto. Como
rna arañita que, amparada en la oscuridad, se apodera de la esquina de un cuarto; y al
cabo de unas pocas semanas, o de unos meses, esa modesta araíta, palpitante de vida y
le voluntad de ser, habrá puesto huevos y se habrá multiplicado en otias cien arañas, y
,odas cllas, si nadie las molesta, habrán conseguido llenar la habitación entera (su uni-
-,-erso) de telas tan transparentes como el humo y tan resistentes
como el titanio.
Pues bien, el caos actúa exactamente así. A veces pienso que los humanos somos
¡omo soiitarios centinelas al borde del abismo: hay que estar en permanente guardia
:ara no cacr y no deshacernos. Nuestra identidad, esa cosa tan frigll, no es más que una
¡onstrucción, un producto de nuestra voluntad en el que preselvamos cada día. Somos
¡omo castiilos de naipes, y cualquier viento fuerte puede desbaratarnos: la muerte de
un hijo, la pérdida del trabajo, una enfermedad, el simple miedo a ser, a morir, a en-
'.-e,lecer.
día. Esos pocos objetos eran como el mapa de identidad, como las instrucciones de
S3ytaje del yo. {go parecido hacían los indómitos exploradores británicos del siglo
XD( cuando mandaban colocar todas las tardes tu m.ta ,1. caoba con mantel de enáje
para tomar el té, aunque estuvieran en mitad de la jungla, rodeados de caníbales, her'i-
dos o perdidos, fcbriles o medio muertos.
Rosa Montero
Dominical El País
Texto 7
"Polémicas"
. A veces.se deplo-ra el tono personal que peruierte antes o después esos enfrenta-
mientos dialécticos. Lamento vano, porque toda polémica es necesiriamente personal,
aunque lo personal no seala relación a priori entie los polemistas mismos, sino la qué
-Quien
une al menos a uno de ellos con el asunto discutido. no está interesado per-
sonalmente por el tema, quien no se siente concernido por la cuestión en apariencia
abstracta, seguro que no polemiza. La prensa diaria está llena de puntos de vista que
no.compartimos o.que tenemos por falsos sin que esa simple disciepancia nos llev^e a
polernizar. Hace falta además unácicate de irritición y de ófensa .n .l ,r,r.rto, ya pro-
venga de nuestra afición a lo debatido o de nuestra enemistad con quien debate. En una
palabra, sólo polemizamos sobre lo que personalmente nos atañe.
Ya, dicen los más formales, pero esa impiicación no excusa los ataques personales al
otro, al propinarjuicios de intención malévolos envez de refutar los argumentos, los
insultos, etcétera. Claro, claro. Y sin embargo, icon que deliciosa competencia hacen
uso los grandes polemistas, como Voltaire o Marx, de cstas malas artes! Es precisa-
mente en el intercambio dc ataques personales cuando se establece la mayor diferencia
entre quien sólo posee los recursos denigratorios de la lengua común y quien cuenta
con el auxilio del arte literario. La diferencia es la misma que la existente entre salpicar
a otro echándole agua con la mano o aplicarle el chorro a presión de una manguera.
Ciertos villanos insignificantes quc han sido deslumbrantemente insultados por bue-
nos polemistas deberían estarles agradecidos: se les recordará al menos por 1o atinado
de la infamia quc cayó sobre ellos. Y al revés, también ciertas réplicas insultantes dadas
a los famosos merecen acompañarles en el mármol de su monumento junto a los loo-
res. Por ejemplo, lo que repuso a Mirabeau cierto modesto abate cuando el gran tributo
anunció que pensaba encerrarle en un círculo vicioso: "i.Acaso va usted a abrazarme,
señor Mirabeau?".
Quiero decir que hay una estética de la polémica, más allá de quien lleve la razón
en la cuestión de fondo que se discute. Yun buen aficionado al género puede saborear
una hábil estocada del adversario, aunque no por eso se incline a compartir sus razones.
iCuánto debió disfrutar, por ejemplo, aquel antagonista de Chesterton empeñado en
demostrarle que hay que combatir al enemigo con sus propias armas cuando leyó esta
réplica: "Entonces, señor mío, icómo se las arregla usted para picar a una avispa?". Es
este ingenio, aunque no siempre quiera ni pueda ser cortés, el que uno echa de menos
cuando asiste hoy en los llamados programas de debate de nuestra desdichadas televi-
siones alzafto y obtuso griterío entre rufianes. Hasta en el garbo de la coz difieren el
caballo y la mula...
Fernando Savater
Dominical El Pdís
Texto 8
Texto 1
Doble moral
LA EXPULSIÓN de un equipo completo cn una competición deportiva por un
:)unto relacionado con el tráfico y la administración de sustancias prohibidas es siempre
-rn hecho relevante. Máxime si ese equipo, el Festina francés, está considerado como
-rno de los mejores del mundo y si esa competición, el Tour de Francia, es una de las
:nás prestigiosas. Es posible qr,re los argumentos para adoptar una decisión tan grave sean
:iscutiblcs, pues los corredores del Festina no han dado positivo en un control antido-
:a_ie. ni hay datos probados sobre quién utilizó sustancias prohibidas. Pero es evidente
:.rre la organizaciótt de la carrera se sentía rnuy incómoda por la molesta compañía de un
:quipo sometido a investigación judicial, cuyo director deportivo y cuyo médico eran
:iirnero detenidos, luego interrogados y posteriormente cncarcelados. Es demasiado
,:rrde para considerar este escándalo como un hecho aislado.
La línea seguida hasta ahora, de castigar el dopaje con severidad y cstablecer un ré-
.-imen represivo en el que el deportista es continuamente controlado, no ha resuelto el
:roblema. Los dirigentes quc cxigen tanto rigor no suelen ser estrictos respecto a cómo
.: gestionan las finanzas de las organizaciones deportivas. Thas la lucha contra el dopaje
h¿v una evidente hipocresía. El mundo del deportc dcbería reflcxionar si, por las estra-
iosiéricas cifras que mueven los grandes eventos deportivos, no se está exigiendo más
le 1a cuenta a los deportistas. Hablar de preservar la igualdad de oportunidades es un
-utemismo cuando al lado de los grandes campeones aparccc cl trabajo de consumados
:specialistas en medicina, física, biológica o dietética. Para limpiar conciencias a eso se
lc tiende a llamar preparación científica. Y es difícil saber qué parte del caso Festina era
una simple chapuza entre masajistas, médicos, director y corredores y qué parte de una
preparación cicntífi ca.
Los intereses en juego son cnormes, y de la competición de alto nivel cada vez se des-
prenden menos modelos educativos. Pero, antes de criminalizar el dopaje y sobre todo a
los deportistas, convendría revisar el sistema y tomar conciencia de esta doble moral.
Editorial de El Pak
Texto 2
Pena de muerte
'Además. de.la pena de muerte, hay otras formas de matar, disfrazadas de piedad o
,
de prerrogativa individual. El Estado no tiene derecho a matar a sus súbditos.La cien-
cia no tiene derecho a rematar a los enfermos. Y las madre s no tienen derecho a Ínatar
a sus hijos"
Hay Estados que todavía, a estas alturas de la civilización, creen tener derecho a
disponer de la vida de sus súbditos y mantienen en sus códigos la pena de muerte
como un castigo legítimo y como una manera de hacer justicia. Los turcos acaban de
condenar a muerte a Adullah oEalan, acusado de haber"fundado y dirigido un grupo
tcrrorista de extrema izquierda inspirado en el marxismo. Europa presioña
te sobre Ankara para que no se cumpla esa pena de muerte, ése-castigo sin -o."lm.n-
remedio
ni alivio posible. La renuncia a la pena de muerte es una conquista dJlas sociedades
modernas tras una larga y reñida batalla jurídica, política y moráI. En el caso del terro-
rismo, las dudas de la Sociedad y del Estado respecto de esa renuncia acrecen, y algunas
veces hacen abandonar la decisión.
En cierto modo es lógico, discutible pero comprensible, que surjan esas dudas.
Hay hombres que, por espíritu de justicia y no de vénganza, ..ee tr qnJ el Estado debe
defenderse, incluso con la muerte legal, de los que se órganizan pari matar. El Estado,
que.sólo persigue-la justicia cuando condena, debe prevalecer sbbre los grupos clan-
desttnos que condenan a muerte sin otra ley, sin otro tribunal y sin otro objetivo que
su interés parcial. N-i siquiera la libertad como aspiración absiracta, que tantas veces
se exhibe para justificar actos de terrorismo, puede seruir de justificáción a los que
dictan caprichosamente una pena de muerte y la aplican r...lt inocentes. El Estado
aplica la pena de muerte a culpables, convictoi y confesos," mientras el terror condena
a inocentes. "Muerte al culpable para defender al inocente", arguyen los partidarios de
mantener la pena capital contra los terroristas.
Recuerdo que cuando
lspaña, acertada y afortunadamente, renunció a la pena de
muerte, se mantuvo una última duda para los casos de terrorismo, y don Landelino
Lavilla, ministro deJusticia en aquella ocasión, pronunció un discursó en el Congreso
para defender el mantenimiento de la pena a loiterroristas, y a los pocos días, otrJ dis-
curso en ei Senado para mantener lo contrario. Al final, se impuso la tesis del abandono
total. lJna de las primeras decisiones de la Tiansición fue la áe anunciar que el Estado
renunciaba al viejo derecho de matar. Después, con los Gobiernos socialiitas compro-
bamos que aquella renuncia tenía, en la iniención de algunos políticos, sólo un alcánce
leg?1. O sea, se cayó temporalmente en la tentación dé aplicir la pena de muerte sin
códigos ni togas, y combatir el terror con los procedimienios del terror.
Jaime CAMPMANY
ABC
Texto 3
Manuei Rivas
El Pak Semanal
Texto 4
Hoy, todos somos FRANKENSTEIN
Tengo la sensación de que el negocio de la cosmética duplica su volumen cada día.
De hecho, ahora, en verano, hay tal abarrote publicitario que se diría que media huma-
nidad se dedica fcbrilmente a fabricar potingues y la otra mitad a embadurnarse. Y no
son sólo las cremas y los demás afeites, sino también el ansia de alterar el cuerpo con
métodos más drásticos. Morros reventones de colágeno, pechos de ccmento, éabezas
con un dobladillo cosido en el cogote por mor de estirar la vicja piel sobrante.
Aunque, a decir verdad, no creo que todo esto sea una simple cuestión de estética. O
-:¡. dudo mucho que uno se deje cortar, rebanar, pespuntear; que se ponga en riesgo de
::orir; que sufra, se enferme y se mutile por la mera banalidad de estar más guapo. En
. : Ca esta obsesión cosmética y quirúrgica late el viejísimo deseo de ser otro; de escapar
.. encierro del propio destino; de triunfar sobre la materia y sobre el mundo, porque no
-l\- mayor logro que crearse a uno rnismo. Así equiparándonos a Dios, nos pensamos
-'-1e escapamos a la muerte.
_fustamente por esto, los padres de la Iglesia condenaron el maquillaje en los tiem-
: antiguos: porque, al usar afeites, las mujeres cometían un terrible sacrilegio de que-
-rs
:-: enmendar la obra divina, que es, por definición, inmejorable. Cipriano de Cartago
.:*1o III) sostenía que las hembras maquilladas no podrían ser reconocidas por Dios
::r e1 juicio final, y que, por consiguiente, se irían de patitas a las llamas: "FIas afeado
:>r- Cutis con postiza droga, has teñido tus cabeilos con color bastardo, tu fisonomía ha
,-lo lalseada y ese rostro es de otro", tronaba el buen Cipriano, según contó Isabel M.
-:ontón Simón en un delicioso artículo que apareció enHistoría 16hace unos meses.
Pero ni las amenazas apocalípticas ni las excomuniones impidieron que el frenesí
--. los afeites continuara.
Como explica ei también historiador Pedro Voltes en su divertido libro Hístoría
'. la eshryidez huntdna,las mujeres medievales cometieron todo tipo de excesos, como
--.¿r solimán, esto es, sublimado de mercurio, para aclarar la piel, lo cual les ponía los
-::¡ntes negros y pochos. O bien, aún más grave, emplastar todo el cuerpo con plomo
:-anco, cosa que las dejaba lívidas como las muñecas (la famosa reina virgen, Isabel de
-:rglaterra, se decoraba así) y acababa por envenenarlas, llevándolas en ocasiones hasta
. ilruerte.
Estoy hablando sobre todo de mujeres, aunque no son las únicas en querer alterar
.,r condición física. En los pueblos llamados primitivos hay muchos ritos corporales que
-'-cuta el varón: tatuajes, limaduras de dientes, inscrción de discos de madera o metal
.:r orejas o labios. Thmbién en nuestra tradición cultural ha habido varones maquillados
con peluca, como los elegantes dieciochescos. pero es cierto que entre nosotros el rito
:¡1 afeite ha pertenecido más a la mujer. Tal vez porque en la sociedad occidental el hom-
::e ha estado más enajenado de su propio cuerpo, mientras que las mujeres éramos sólo
---ierpo y poco más, pura omnipresencia maternal. Es decir, contra la muerte, el hombre
¡r-antaba catedrales, y nosotras nos rebozábamos en plomo blanco. Recordemos, en fin,
que ei mito de Frankenstein lo ideó una mujer. Es la aspiración de crear vida, la ilusión
le rozar la eternidad a través del cuerpo y de la carne.
Lo inquietante, en fin, es que ahora los avances tecnológicos nos han colocado en
'ina rara frontera, en un despeñadero fisico en el que casi parece no haber límites. Po-
j¡mos cambiar de sexo. Y así todos somos al mismo tiempo dioses torpes y monstruos
je Frankenstein, criaturas a medio hacer y creadores ineptos.
Rosa Montero
El País Semanal
Texto 5
.Durante la pasada campaña electoral tuve la mala suerte de que la hora programada
en la alarma de mi de,spertador coincidiera exactamente durante varios dias seguidos
con la emisión radiof<inica de cierta cuña electoral. Acostumbrada a desperelarme
bajo la tutela del correspondiente locutor de voz aterciopelada, aliñada .o.r álgun" q.r.
otra pegadiza musiquilla publicitaria, diseñada para arropar el precio de los filetes de
rape en una cadena de supermercados, me llevé un susto de muerte, cuando, desde
el silencio absoluto, indiscernible del silencio de mi propio sueño, una voz de mujer
muy_cabreada atronó en mi oído, a las siete y media de h mañana, que la derecha no
es solución. La taquicardia me duró hasta después de una experiencia idéntica, decidí
retrasar la alarma dos minutos, pero aquel gesto de estricta autodefensa se me complicó
c.on.una imprevisible nostalgia de otras épocas, cuando un espíritu de combate muy
distinto de este portálil, como de quita y pon, alentaba mucho más allá de las agencias
publicitarias contratadas para una campaña electoral concreta.
Afortunadamente, me quedan los libros. Las ideas que ya no defienden los partidos
políticos se conservan aún en letra impresa. La fidelidad que traicionan a cada p"ro ."tr-
didatos y programas crece y se afianza cuando se deposita en los escritores de'la propia
vida,.esos.rostros_que sevan llenando de arrugas en las fotos de las solapas de aigunas
novelas, algunos libros de poemas, al mismo ritmo que se multiplic"n tobt. la faálliar
superficie de nuestro propio rostro. Podría resumir mi vida en ñ lectura secuencial de
las obras de mis escritores favoritos con mucha más facilidad, y tal vez con mucha más
sinceridad también, que en la escritura de mis propios libros. Ysi las deserciones, que
lp hay, escuecen, la admirable energía con la que álgunos autores, más que .o.rrrg."-
dísimos, afrontan riesgos que parecían impropios di los astronómicos ánticipos "que
cobran, me levantan de la cama todos los díaJcon la eficacia que para sí queiríanios
mensajes electorales.
. Esta primavera he encontrado un libro donde vivir en la última novela de John Ir-
ving, que es, aunque él qrizá no lo sepa, el más cervantino de todos los escritoles nor-
teamericanos, y uno de esos novelistas que me convencieron, hace ya tantos años que
da vértigo, d," g"9 merecía la pena arriesgarlo todo, siempre, en el intento. LIna mijer
dífícil -títt:lo inferior, en mi opinión, al originalViudas por un año- es una de esas larguíii-
mas, complejas y sorprendentes historias que Irving logra trazar entrecruzando mi"radas
oblicuas sobre una realidad aparentemente plana, para-iluminar con una conmovedora
sagacidad las esquinas muertas de personajes y situáciones que al final se revelan mucho
más próxrmos a nuestra propia vida que a la excentricidad que en un principio aparentan.
Inconcebiblemente fiel a sí mismo, sólido como una roca y ambicibso como cualquier
principiante, este eterno joven resistente me ha confirmado úrravez más que la buena
literatura paga con creces cualquier dosis de fe. Y aunque el final de la história de Ruth
Cole me haya dejado huérfana para mucho más de un año, nunca llegará a saber hasta
qué punto se 1o agradezco.
Almudena Grandes
EI País Semanal
Texto 6
iTengo yo carade turista?
Llega nuestra hora. La de los turistas. Dicen que sorrros muchos, pero es por con-
ención estadística. En realidad, somos muy pocos. lJna especie rara. La última clase
''
que no ha arriado la bandera del Estado del bienestar, del derecho a la pereza y a un
Faraíso a tiempo parcial, de prét-a-porter, colectivo y barato. Y es que ahora hay mucho
lesertor.
.
Hay millones de turistas que no quieren ser turistas. Thmbién a los emigrantes
.c les denominan "residentcs en el exterior", como si un ebanista gallego eñ Stut-
--¿rt estuviese de baños en Baden-Baden. Las agencias de viajes son estoi días esce-
rario de la patótica simulación.
- iY adónde quieren ir?
- Pensábamos ir a Bali. A casarnos, como MikeJagger y Alejandro Sanz. pero nada
Jc turismo, iehl
Los que vienen a España son turistas. lJno se encuentra con Glices hordas sajonas y
:-utonas de tomadoras de sol, bebedores de cerveza, adolescentes Beavies & Buithead,
:¿bés con chupete fluorescente y viejos tatuados con un corazón atravesado por un
:uñal, o^rgullosos de su condición de turistas charteros y sin la menor intención de que
---,s confundan con Bruce Chatwin ni emular a los nativos pescadores de salmonetes.
Pero nuestro TN! el Turista No Ti:rista, se va a Cancún con el convencimiento de
que es Humboldt en una erpedición botánica o a Grecia como un Lord Byron, pero
,-.]n Visay bonos_ de hotel. Hay gcnte que desiste de visitar la pirámide de Keops ro pot
liedo a los fundamentalistas islámicos, sino por encontrarsé al vecino de enñentc. La
:rillante ocurrencia de ir a \t.y? York y dirigirse la primera noche de estancia al pub
londe toca el clarinete woody Allen suelc saldarse con un tremendo fracaso.
Texto 7
Las ciudades
Puede haber ciudades sin civilización, pero no es posible la civilización sin ciu-
dades. No recuerdo a quién pertenece este dictamen tan exacto, pero me viene a la
memoria con cierta frecuencia, sobre todo cuando veo con tristeza el estado de algunas
ciudadcs que me gustan mucho, y cuando miro a algunos de quienes las gobiernan o
amenazan con gobernarlas. El oficio de alcalde, que a uno le parece de los más cercanos
a la realidad diaria de las cosas, al ámbito cotidiano de la ciudadanía, atrae en España
a un número singular de patanes y fantoches, cuyas cataduras tendrían a veces una
comicidad estrafalaria o grotesca si no fuera porque tales figurones son un azote para
las ciudades y para esa forma única y delicada de la civilización que sólo puede succder
en ellas.
Hay clásicos indiscutibles en este repartol como esa cspecie de Idi Amin Dada quc,
según todas las previsiones, va a scguir arrasando impunemente la Costa del Sol, o lo
poco que queda de ella, durante cuatro años más, para regocijo no sólo dc los especu-
ladores y de los filántropos del hampa rusa, sino también de más de un selecto literario
que se acoge a la hospitalidad del sátrapa como si éste fuera un nuevo Lorenzo de Mé-
dicis con sahariana abierta y cadena de oro desplegada sobre el pecho velludo.
Mucho menos conocido fuera de sus dominios, aunque casi tan meritorio como
Gil y Gil, es el señor alcalde de Granada, al que también bcndiccn las cncuestas con
una aterradora mayoría. En uno de los lugares más bellos de la ciudad, el mirador de
San Nicolás, este alcalde ilustrado hizo erigir un monolito en homenaje al presidente
Clinton, que había dicho no sé qué vulgaridad sobre las puestas de sol, pero a los pocos
días hubo quc quitarlo, porque ei monolito cstaba lleno de faltas de ortografía. Resulta
que Clinton había dicho, al parecer, que desde el mirador de San Nicolás se ven ias
nrejores puestas de sol del mundo, pero se da la circunstancia de que este mirador no
r-stá oricntado hacia e1 Oeste, quc cs donde suele ocurrir las puestas de sol, sino hacia
cl Surestc. donde está la Alhambra, quc sietnpre despierta una emoción de arquitectura
lmaneciendo y alzándose sobre su colina como si emergiera cn la horizontalidad de la
distancia.
Cuando yo la visité por primera vez, en unos días alucinados de descubrimiento y
ertcnuación, Roma tenía como aicaldc al admirable historiador del arte Giulio Carlo
-\tean, cuyos libros leía yo de estudiantc con el mismo feruor con que iba a recorrer
luego las calles de las ciudadcs de Italia. El alcaldc de Venecia es ahora el filósofo Mas-
simo Cacciari: que Granada, una ciudad casi tan relevante en la imaginación de los
i-iajeros como Roma o Venecia, tenga de alcalde a este imbatll¡Ic Díaz Berbel ya es un
>íntoma de los agravios comparativos con que puede castigarnos la vida española. A
literencia de Cacciari y Argan, Díaz Berbel ya no parece tener obra escritá, pero su
:rpresión oral es de una contundencia indiscutible, sobre todo en la vehemencia natu-
ral del debate político: 'A ese tío 1o agarro yo del pescuczo y lo tiro al Genil", declaró
irace poco refirióndose a un adversario, al que calificó con una contundencia que dice
nucho de su finura intelectual y de la civilización de sus modales: "Es un eñano de
ilierda".
No sé por qué, pero nunca faltan periodistas que les rían esta clase de gracia a los
rlcaldes esperpénticos, ni ciudadanos que las encuentren admirables, y que acudan
r-il Ir)2S3 a votarles a ellos. Thmpoco parecc que vaya a abandonarnos durantc los
próximos cllatro años cl pintoresco alcalde de Madrid, bajo cuyo reinado la ciudad sc
ha convertido, toda entera y simultáneamente, en un socavón, en un aparcamiento,
-n un muladar, en una carretera, en un vasto solar de edificaciones especulativas. El
señor Manzano es partidario de la castiza capa española y de la libcrtad personal: dice
que si el centro de Madrid está colapsado por 1os coches es porque su Ayuntamiento
no es partidario de limitarle a nadie la libertad de conducir.
No hay civilización sin ciudades, pero las ciudades, salvo unas cuantas excepciones
admirables, sufren cada día la invasión gradual e interior de los bárbaros, algunos de
los cuales se encargan ya de gobernarlas. Visitando Barcelona, Vitoria, algunas ciudades
italianas, uno descubre que 1o peor no era inevitable, pero no es imposible la racionali-
dad. En los barrios populares de Madrid, donde hay tan pocas er?ectativas políticas, la
gente ejerce cotidianamente su ciudadanía, en el mercado y en la calle, en los bancos de
las plazas, en los paseos del Retiro, como una forma escéptica de resistencia.
Texto 8
La ingenuidad deJehová
Voy a volver a escribir sobre la guerra para que no se me olvide. Aunque parecen
haberse agotado ya todos los plazos para Ia disidencia, aunque no existen espacios
donde encauzar satisfactoriamente una indignación que esta vez ni siquiera ha llega-
do a ser pública, aunque mi disidencia, mi indignación y yo estamos más solas que
nunca, mi cuota particular de horror no me la quita nadie. Y en ese ámbito estricta-
mente privado me pregunto cómo hemos -el uso de la primera persona del plural no
es ni retórico ni caprichoso- llegado hasta aquí y no soy capaz de responderme. El
estupor me hace compañía mientras me esfuerzo por penetrar en los vericuetos dia-
lécticos del discurso oficial, cuando proceso a duras penas términos equitativamente
abstrusos y diáfanos, como "guerra limpia", "bombardeos humanitarios" o "errores
lamentables".
La guerra siempre ha sido la manifestación más rotunda de un fracaso colecti-
vo, y siempre, incluso cuando obedecía dócilmente los designios de la divinidad,
ha sido sucia y horrenda. Jehová envió siete plagas sobre Egipto para liberar a su
pueblo de la esclavitud y, a la vista de la terquedad del faraón, acabó exterminando a
una generación entera de niños inocentes para lograrlo, pero no se revistió en aque-
lla ocasión del sutil espíritu que habita en una paloma blanca, sino de la aterradora
coraza del Señor de los Ejércitos, y hasta los anónimos autores de la Biblia se apia-
daron entonces del dolor inmenso de los padres que lloraban sobre los pequeios
cadáveres de sus primogénitos. Ahora, sin embargo, la OTAN le está enmendando
la plana a Dios. Esta es la guerra limpia, y esto significa que los agresores no tie-
nen por qué admitir ninguna responsabilidad sobre los efectos de su agresión. Los
crímenes ajenos son indiscutiblemente crímenes, pero los crímenes propios son
lamentablemente errores de cálculo. La paloma de la paz revolotea con su corres-
pondiente rama de olivo en el pico, entre las alas de los bombarderos. Milosevic,
que es un criminal, que es un verdugo, que es, sin duda alguna, un enemigo de la