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de la
democracia
Compilado
por
Larry Diamond
y
Marc F. Plattner
I n s t it u t o d e I n v e s t ig a c io n e s S o c ia l e s
U N AM
© 1993 The Johns Hopkins University Press and
The National Endowment for Democracy
Título original en inglés:
The Global Resurgence of Democracy, Larry Diamond and Marc Plaltner eds.
Rector
José Sarukhán Kermez
Secretario General
Jaime Martuscelli Quintana
\ 5 89 Coordinador de Humanidades
^
*• 1 : f .
Humberto Muñoz García
' \ \
Director del Instituto de Investigaciones Sociales
' Ricardo Pozas Horcasitas
'
t u c s u . Biblioteca
Philippe C. Schmitter es profesor de ciencias políticas y director del CenterforEuropean Studies de
la Universidad de Stanford. Terry Lynn Karl es profesor adjunto de ciencias políticas y director
del Center for Latin American Studies en la misma institución. La versión original y más exten
sa de este ensayo se escribió a petición de la Agency for International Development de los Estados
Unidos, la cual no se responsabiliza de su contenido.
D
urante algún tiempo, la palabra “democracia” ha circulado en el mercado políti
co como una moneda devaluada. Políticos con una amplia gama de conviccio
nes y prácticas pugnaron por apropiarse de la etiqueta y adjudicársela a sus
acciones. En cambio, los académicos dudaron de usarla -sin agregarle adjetivos c
ficativos- debido a la ambigüedad que rodea al término. El distinguido político teórico
estadounidense Robert Dahl, trató incluso de introducir un nuevo término, “poliar
quía” en vez de democracia, con la (vana) esperanza de obtener una mayor precisión
conceptual. Pero para bien o para mal, estamos “clavados” en la democracia como lema
del discurso político contemporáneo. Es la palabra que resuena en la mente de la gente
y que brota de sus labios cuando lucha por la libertad y por vivir mejor; es la palabra
cuyo significado debemos discernir para saber si es útil para guiar el análisis y la prácti
ca políticas.
La ola de transiciones que nos apartan del gobierno autocràtico, que empezó con la
“revolución de los claveles” en Portugal en 1974 y que parece haber culminado con el
derrum be de los regímenes comunistas en toda Europa del Este en 1989, produjo una
aceptación general hacia una definición común de democracia.1 En todas partes se
han abandonado discretamente los adjetivos vagos como “popular”, “guiada”, “burgue
sa” y “formal”, para calificar a la “democracia”. Al mismo tiempo, ha surgido un con
senso notable sobre las condiciones mínimas que deben satisfacer las organizaciones
políticas para merecer el prestigioso apelativo de “democráticas”. Además, actualmente
existe una serie de organizaciones internacionales que supervisan en qué medida se
satisfacen estos criterios; en algunos países incluso se las toma en cuenta para formular
la política exterior.2
[ 37]
38 Qué es... y qué no es la democracia
Qué es la democracia
Empecemos por definir ampliamente la democracia y los conceptos genéricos que la dis
tinguen como un sistema único para organizar las relaciones entre gobernantes y gober
nados. Después, revisaremos brevemente los procedimientos, las normas y los acuerdos
que son necesarios si se quiere que la democracia persista. Por último, analizaremos dos
pnnápios operativos que hacen funcionar a la democracia. Estos no están expresamente
incluidos entre los conceptos genéricos ni los procedimientos formales, pero las pers
pectivas de la democracia son sombrías si no están presentes los efectos condicionantes
de estos principios que la fundamentan.
Uno de los principales temas de este ensayo es que la democracia no consiste en un
conjunto único y exclusivo de instituciones. Hay muchos tipos de democracia, y sus
diversas prácticas producen un conjunto de efectos también diferentes. La forma
específica de democracia depende tanto de las condiciones socioeconómicas de un país
como de sus estructuras estatales arraigadas y de sus prácticas políticas.
La democracia política moderna es un sistema de gobierno en el que los gobernantes son respon
sables de sus acciones en el terreno público ante los áudadanosy actuando indirectamente a través
de la competencia y la cooperación de sus representantes electos.3
Un régimen o sistevia de gobierno es un conjunto de modelos que determina los méto
dos de acceso a los principales cargos públicos; las características de los actores admiti
dos o excluidos de ese acceso; las estrategias que los actores pueden usar para lograr el
acceso; y las normas que se siguen en la toma de decisiones de compromiso público.
Para funcionar adecuadamente, el conjunto debe estar institucionalizado, es decir, los
diversos modelos deben ser habitualmente conocidos, practicados y aceptados por la
mayoría de los actores, cuando no por todos. Cada vez más, el mecanismo preferido de
la institucionalización es un cuerpo escrito de leyes fundamentado en una constitución
escrita, aunque muchas normas políticas duraderas pueden tener una base informal,
prudencial o tradicional.4
Por motivos de simplificación y comparación, estas formas, características y normas
suelen estar empaquetadas todas juntas y llevan una etiqueta genérica: “democráticas”
es una; otras formas son, autocráticas”, “autoritarias”, “despóticas”, “dictatoriales”, “tirá
nicas”, “totalitarias”, “absolutistas”, “tradicionales”, “monárquicas”, “oligárquicas”, “plu
tocráticas”, “aristocráticas” y “sultánicas”.5 Cada una de estas formas de régimen se
puede a su vez desglosar en subtipos.
Como todos los regímenes, las democracias dependen de la presencia de gobernantes,
personas que ocupan papeles de autoridad especializados y que pueden dar órdenes
legítimas a otros. Lo que distingue a los gobernantes democráticos de los no democráti
cos son las normas que condicionan cómo los primeros llegaron al poder y las prácticas
que los hacen responsables por sus acciones.
El terreno público abarca la elaboración de normas y opciones que vinculan a la
sociedad y que están respaldadas mediante coerción estatal. Su contenido puede variar
mucho entre las democracias, dependiendo de distinciones preexistentes entre lo públi
co y lo privado, el Estado y la sociedad, la coerción legítima y el intercambio voluntario,
así como las necesidades colectivas y las preferencias individuales. La concepción libe
ral de la democracia aboga por circunscribir el terreno público lo más estrechamente
Philippe C. Schmittery Terry Lynn Kari 39
sar que la primera es un ulterior refinamiento del punto 1), mientras que la segunda
podría denominarse “una condición previa implícita” a las siete mencionadas.
8) Los funcionarios de elección popular deben ser capaces de ejercer sus poderes
constitucionales sin estar sometidos a una oposición avasalladora (si bien informal) de
los funcionarios no electos. La democracia está en riesgo si oficiales militares, fun
cionarios públicos arraigados o administradores estatales conservan la capacidad de
actuar independientemente de los civiles electos o incluso de las decisiones de veto
tomadas por los representantes del pueblo. Sin esta amonestación adicional, las organi
zaciones políticas militarizadas de la Centroamérica contemporánea, donde el control
civil sobre los militares no existe, podrían ser clasificadas por muchos estudiosos como
“democracias”, así como lo han sido (con la excepción de la Nicaragua sandinista) por
políticos estadounidenses. La amonestación protege por lo tanto contra lo que hemos
denominado “electoralismo”, la tendencia a centrarse en la celebración de elecciones
mientras se ignoran otras realidades políticas.
9) La organización política debe ser autogobernada: debe ser capaz de actuar inde
pendientemente de constreñimientos impuestos por algún otro sistema político que
abarque demasiado. Dahl y otros teóricos contemporáneos de la democracia proba
blemente dieron por supuesta esta condición, puesto que se referían a naciones-Estado
formalmente soberanas. No obstante, con el desarrollo de bloques, alianzas, esferas de
influencia y una serie de arreglos “neocoloniales”, la cuestión de la autonomía ha cobra
do mucha importancia. ¿Es realmente democrático un sistema si sus funcionarios elec
tos son incapaces de tomar decisiones sobre obligaciones sin tener la aprobación de
actores que están fuera de su dominio territorial? Esto es significativo incluso si los que
están afuera están democráticamente constituidos y los que están adentro son relativa
mente libres de alterar o incluso poner fin al acuerdo inclusivo (como en Puerto Rico),
pero se vuelve especialmente crítico si ninguna de ambas condiciones está establecida
(como en los países bálticos).
centración del ejecutivo, por mandato judicial, o incluso por decreto dictatorial (como
en tiempo de guerra) deban ser responsables en definitiva ante la ciudadanía en su con
junto.
Aunque se ha calificado a los componentes citados de “esenciales para la democra
cia”, se deben ver en cambio como indicadores de uno u otro tipo de democracia o, si
no, como parámetros útiles para evaluar el desempeño de regímenes particulares.
Incluirlos como parte de la definición genérica de “democracia” sería confundir la orga
nización política estadounidense con el modelo universal de gobierno político. En rea
lidad, los acuerdos parlamentarios, de gran coalisión, unitarios, corpórativistas y con
centrados de Europa continental es posible que tengan algunas virtudes únicas para
guiar a las organizaciones políticas a través de la incierta transición del gobierno
autocrático al democrático.12
Qué no es la democracia
Hemos tratado de transmitir el significado general de la democracia moderna sin iden
tificarla con algún conjunto particular de reglas e instituciones o restringirla a alguna
cultura específica o a un nivel de desarrollo. También hemos sostenido que no puede
ser reducida a la celebración regular de elecciones o equiparada a una noción particu
lar del papel del Estado, pero no hemos dicho mucho sobre lo que no es la democracia
ni sobre lo que la democracia tal vez no sea capaz de producir.
Hay una tentación comprensible de sobrecargar de expectativas este concepto e ima
ginar que una vez lograda la democracia, una sociedad habrá resuelto todos sus pro
blemas políticos, sociales, económicos, administrativos y culturales. Desafortunadamen
te, “todas las cosas buenas no necesariamente van juntas”.
En primer lugar, las democracias no son necesariamente más eficientes desde el
punto de vista económico que otras formas de gobierno. Sus tasas de crecimiento total,
ahorro e inversión pueden no ser mejores que las de sistemas no democráticos. Esto es
probable sobre todo durante la transición, cuando los grupos con propiedades y las
élites administrativas tal vez respondan a amenazas reales o imaginarias a los “derechos”
de que gozaban bajo el gobierno autoritario, iniciando la fuga de capitales, la desinver
sión o el sabotaje. Oportunamente, dependiendo del tipo de democracia, se pueden
combinar efectos benévolos a largo plazo sobre la distribución del ingreso, la demanda
agregada, la educación, la productividad y la creatividad para mejorar el desempeño
económico y social; pero no cabe duda de que es esperar demasiado que esas mejorías
tengan lugar de inmediato, y menos se debe considerar que son características definito-
rias de la democratización.
En segundo lugar, las democracias no son necesariamente más eficientes en lo
administrativo. Su capacidad para tomar decisiones puede ser incluso más lenta que la
de los regímenes a los que sustituyen, aunque sólo sea porque se ha de consultar a más
actores. Los costos para lograr que se lleven a cabo las cosas pueden ser superiores, aun
que sólo sea porque se deben dar “recompensas” a un conjunto de clientes más gran
de y con más recursos (aunque nunca se debería subestimar el grado de corrupción
que hay dentro de las autocracias). La satisfacción popular respecto del desempeño del
Philippe C. Schmittery Terry Lynn Karl 47
nuevo gobierno democrático quizá ni siquiera parezca mayor, quizás sólo porque los
compromisos necesarios suelen no complacer a nadie por completo y porque los perde
dores son libres para quejarse.
En tercer lugar, es probable que las democracias no parezcan más metódicas, con
sensúales, estables o gobernables que las autocracias a las que sustituyen. Esto es en
parte un subproducto de la libertad de expresión democrática, pero es también un
reflejo de la probabilidad de desacuerdo ininterrum pido acerca de nuevas normas e
instituciones. Estos productos de imposición o compromiso inicialmente suelen ser de
naturaleza bastante ambigua y de efectos inciertos, hasta que los actores han aprendido
cómo deben usarlos. Es más, surgen después de serias luchas motivadas por altos idea
les. Los grupos e individuos que recientemente han adquirido su autonomía pondrán a
prueba ciertas normas, protestarán contra las acciones de algunas instituciones e insis
tirán en la renegociación de su parte del pacto. Por lo tanto, la presencia de partidos
contrarios al sistema no debería ser ni sorprendente ni vista como un fracaso de la con
solidación democrática. Lo que cuenta es hasta qué grado esos partidos están dis
puestos, por muy reacios que sean, a jugar según las reglas generales de incertidumbre
limitada y el consentimiento contingente.
La gobernabilidad es un reto para todos los regímenes, no sólo para los democráti
cos. Dados el agotamiento político y la pérdida de legitimidad que han sobrevenido a
las autocracias, desde el sultánico Paraguay hasta la totalitaria Albania, podría parecer
que ahora sólo se podría esperar que las democracias gobernaran efectiva y legítima
mente. Pero la experiencia ha mostrado que las democracias también pueden perder la
capacidad de gobernar. Los públicos masivos pueden llegar a desencantarse con su
desempeño. Aun más amenazante es la tentación de los dirigentes de jugar con los pro
cedimientos y en definitiva socavar los principios de consentimiento contingente e
incertidumbre limitada. Tal vez el momento más crítico se presenta cuando los políticos
empiezan a asentarse en los papeles y las relaciones más predecibles de una democracia
consolidada. Muchos verán sus expectativas frustradas; algunos descubrirán que las
nuevas reglas de la competencia los ponen en desventaja; unos cuantos pueden incluso
sentir que sus intereses vitales están amenazados por las mayorías populares.
Por último, las democracias tendrán sociedades y organizaciones políticas más abier
tas que las autocracias a las que sustituyen, pero no necesariamente economías más
abiertas. Muchas de las democracias más exitosas y bien establecidas de hoy han recu
rrido históricamente al proteccionismo y al cierre de fronteras, y han confiado amplia
mente en instituciones públicas para que promuevan el desarrollo económico. Aunque
la compatibilidad a largo plazo entre democracia y capitalismo no parece estar en duda,
a pesar de su tensión continua no está claro si la promoción de metas económicas li
berales, como el derecho de los individuos a tener propiedades y retener ganancias, la
función de compensación de los mercados, la resolución privada de litigios, la libertad
de producir sin regulación gubernamental, o la privatización de empresas de propiedad
estatal, necesariamente incrementará la consolidación de la democracia. A fin de cuen
tas, las democracias no necesitan recaudar impuestos y regular ciertas transacciones,
sobre todo en los lugares donde existen monopolios y oligopolios privados. Los ciuda
danos o sus representantes pueden decidir que es conveniente proteger los derechos de
las colectividades de la intrusión de individuos, sobre todo de los acaudalados, y pueden
optar por apartar ciertas formas de propiedad como propiedades públicas o cooperad-
48 Qué es... y qué no es la democracia
NOTAS
' Para realizar un análisis comparativo de los recientes cambios de régimen en el sur de Europa y en
América Latina, véase Guillermo O ’Donnell, Philippe C. Schmitter y Laurence Whitehead, comps.,
Transitions from Authoritarian Rule, 4 vols., Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1986. Para otra
compilación que adopta un enfoque más estructural, véase Larry Diamond, Juan Linz y Seymour Martin
Lipset, comps., Democracy in Developing Countries, vol. 2, 3 y 4, Lynne Rienner, Boulder, Colo., 1989.
*Se han hecho numerosos intentos de codificar y cuandficar la existencia de la democracia a través
de los sistemas políticos. El más conocido es probablem ente el de Freedom House, Freedom in the World:
Political Rights and Civil Liberties, publicado desde 197S por Greenwood Press y desde 1988 por University
Press of America. Véase también Charles Humana, World Human Rights Guide, Facts on File, Nueva York,
1986.
! La definición que utilizan más com únm ente los científicos sociales estadounidenses es la de Joseph
Schumpeter: “el acuerdo institucional para llegar a decisiones políticas en las que los individuos
adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto del pueblo”. Capitalism,
Socialism and Democracy, George Allen and Unwin, Londres, 1943, 269. Aceptamos ciertos aspectos del
clásico enfoque procesal de la democracia m oderna, pero diferimos primordialmente en nuestra insis
tencia en la responsabilización de los gobernantes ante los ciudadanos y en la pertinencia de mecanis
mos de competencia que no sean las elecciones.
*Algunos países no sólo practican una forma estable de democracia sin una constitución formal (por
ejemplo, Gran Bretaña e Israel), sino que un mayor núm ero de países tienen constituciones y códigos
legales que no ofrecen garantías de practica confiable. En el papel, la constitución de 1936 de Stalin para
la URSS fue un modelo virtual de derechos y títulos democráticos.
! Para hacer un intento más a fondo de encontrar algún sentido en esa maraña de distinciones, véase
Juan Linz, ‘Totalitarian and Authoritarian Regimes”, en Fred 1. Greenstein y Nelson W. Polsby, comps.,
Handbook of Political Science, Addison Wesley, Reading, Mass., 1975, 175-411.
Philippe C. Schmittery Terry Lynn Karl 49
6 “Publius” (Alexander Hamilton, John Jay yjam es Madison), The Federalist Papers, Anchor Books,
Nueva York, 1961. La cita corresponde al núm ero 10.
7Véase Terry Karl, “Imposing Consent? Electoralism versus Democratization in El Salvador”, en Paul
Drake y Eduardo Silv, comps., Elections and. Democratizaron in Latin America, 1980-1985, Center for Iberian
and Latin American Studies, Center for US/Mexican Studies, Universidad de California, San Diego, San
Diego, 1986, 9-36.
0Alexis de Tocqueville, La democracia en América, 2 vols., Aguilar, Madrid, 1990.
9 Este temor de gobierno sobrecargado y del inminente derrum be de la democracia se refleja muy
bien en la obra de Samuel P. H untington durante los años setenta. Véase especialmente Michel Crozier,
Samuel P. H untington y Joji Watanuki, The Crisis of Democracy, New York University Press, Nueva York,
1975. Para los pensamientos (revisados) de Huntington sobre las perspectivas de la democracia, véase su
“Will More Countries Become Democratic?”, Political Science Quarterly 99 (verano, 1984):193-218.
10 Robert Dahl, Dilemmas of Pluralist Democracy, Yale University Press, New Haven, 1982, 11.
11 Robert Dahl, After the Revolution: Authority in a Good Society, Yale University Press, New Haven, 1970.
,2 Véase Juan Linz, ‘T h e Perils of Presidentialism”,/<>uro¿iZ of Democracy 1 (invierno, 1990) :51-59, y la
discusión resultante por Donal Horowitz, Seymour Martin Lipset y Juan Linz en Journal of Democracy 1
(otoño 1990): 73-91.
1S Terry Lynn Karl, “Dilemmas of Democratization in Latin America”, Comparative Politics 25
(octubre, 1990): 1-23.
14 Otto Kirchheimer, “Confining Conditions and Revolutionary Breakthroughs”, American Political
Science Review 59 (1965): 964-974.