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Introducción
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europeos que datan del siglo XV. A partir del siglo XVI comenzaron
las primeras expediciones de marinos y corsarios que navegaron el
Atlántico Sur y fueron descubriendo tierras y cursos de agua, incre-
mentadas en los siglos ulteriores frente a la necesidad de contar con
nuevos mercados y rutas comerciales por parte de las principales po-
tencias europeas.
En 1520, con motivo del descubrimiento por Hernando de Ma-
gallanes del estrecho que hoy lleva su nombre, se conjeturó la hi-
pótesis de que el territorio situado del otro lado constituía aquella
tierra incógnita. Años más tarde, en 1526, Francisco de Hoces tomó
conocimiento del espacio marítimo que separa al continente ame-
ricano del antártico que actualmente se conoce como Mar de Hoces,
también llamado Pasaje de Drake. El explorador Gabriel de Castilla,
por su parte, divisó posiblemente el archipiélago de las Shetland del
Sur en 1603. Entre 1772 y 1775, el capitán James Cook circunnavegó
los mares australes llegando a los puntos más meridionales en aquel
entonces, aunque sin avistar el continente antártico. Durante la gue-
rra de independencia en 1815, Guillermo Brown, a bordo de la fragata
Hércules, fue arrastrado a los mares antárticos, donde pudo observar
indicios de tierra. Las Islas Shetland del Sur fueron vistas nuevamen-
te en 1819, pero esta vez por William Smith, cuando doblaba el Cabo
de Hornos. En 1820, tuvieron lugar dos expediciones que lograron
importantes descubrimientos antárticos en la época: una realizada
por Nathaniel Palmer y otra por Mijaíl Petróvich Lázarev y Fabian
Gottlieb von Bellingshausen, quienes dejaron registros fehacientes
de aquellos hechos (Fontana, 2018, p. 25). En 1821 se conoció la exis-
tencia de las Islas Orcadas del Sur, mientras que, dos años más tarde,
James Weddell alcanzó los 74° de latitud sur, navegando el denomi-
nado Mar de Weddell.
Desde sus inicios, el Virreinato del Río de La Plata y luego las Pro-
vincias Unidas tuvieron una presencia destacada en la zona por me-
dio de “foqueros” matriculados en el Puerto de Buenos Aires quienes,
desde finales del siglo XVIII, navegaron los mares antárticos y se de-
dicaron a las actividades de caza en varias islas, como las Shetland
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del Sur. En este sentido, existen registros que atestiguan las autoriza-
ciones otorgadas por el Consulado de Buenos Aires para cazar lobos
marinos en las islas que se hallaban deshabitadas a la altura del Polo
Sur (Fontana, 2018, p. 24).
La región fue cobrando un creciente interés en razón de las ac-
tividades económicas que permitía desarrollar, vinculadas con la
caza de focas, ballenas y lobos marinos. Especialmente, la industria-
lización de las ballenas proporcionaba aceites y grasas que, aparte
de cubrir necesidades alimenticias, suministraban combustibles y
fertilizantes. Fue notorio el traslado de esta industria desde los ma-
res árticos hacia los antárticos a comienzos del siglo XIX como re-
sultado del agotamiento de los cetáceos en el Norte. Además, en este
período, el Atlántico Sur, en general, fue un espacio estratégico para
el tráfico marítimo, al contar con pasos interoceánicos constituidos
por el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos.
Chile, por su parte, a fines del siglo XIX, ya había reglamentado la
caza y la pesca de focas y lobos marinos con el fin de proteger los in-
tereses de los pescadores nacionales ante la invasión de extranjeros
que habían hecho de la zona el centro de las actividades de explota-
ción de los recursos marinos (Romero, 1984, p. 36).
De manera progresiva, se fueron organizando a nivel interna-
cional las primeras exploraciones científicas y de cooperación en la
Antártida. En 1895, el Sexto Congreso Internacional de Geografía re-
comendó a todas las sociedades científicas del mundo que realizaran
expediciones a la zona antártica para contribuir a su mejor conoci-
miento. Argentina participó estableciendo un observatorio magnéti-
co y meteorológico en la Isla Observatorio, perteneciente a la Isla de
los Estados. En esa instancia, ya contaba con el Instituto Geográfico
Argentino desde 1879 que se había propuesto un estudio más acaba-
do de la Patagonia y la realización de expediciones científicas para
instalar bases permanentes en la Antártida.
Es así como desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XX
fue quedando atrás lo que la historiografía llamó la “era comercial”
de la Antártida y se desarrolló la denominada “era heroica”, que se
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Esta acción estuvo precedida por el Tratado de 1881 entre Argentina y Chile, que
definió gran parte de los límites entre ambos Estados.
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Las cartas patentes son documentos legales emitidos por monarcas que otorgan
derechos o títulos. En el Derecho Consular se utilizan para notificar el nombramiento
de cónsules en otro Estado.
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Sur y todas las tierras y territorios ubicados entre los 50° y 80° de
longitud Oeste al sur del paralelo 58° de latitud Sur. A diferencia de la
anterior, esta Carta, además de separar al continente americano hizo
referencia a un sector antártico más amplio, puesto que la primera
se circunscribía específicamente a la Tierra de Graham y a determi-
nadas islas antárticas. Estos hechos revelan la ligereza con que se
había emitido la primera Carta y las imprecisiones geográficas que
se tenían sobre el territorio antártico, así como una idea más conclu-
yente: la unidad geopolítica que representaban las Islas Malvinas y
la Antártida para el Reino Unido.
Esta proyección se constata, incluso, en los planes del gobierno
británico para apropiarse de la Antártida en su totalidad anexando
el continente por partes, algo que se plasmó en la Conferencia Impe-
rial de 1926 (Fontana, 2018, p. 49). Dicho evento tuvo como resultado
la Declaración de Balfour, mediante la cual se reconoció que todos
los territorios del Imperio Británico tenían el mismo estatus y eran
considerados autónomos. La importancia de este suceso radica en
que empezaron a conformarse alianzas entre los miembros con pre-
tensiones antárticas que luego integraron el Commonwealth, como
Australia y Nueva Zelanda; esto le permitió a Reino Unido morigerar
su imagen a nivel internacional en lo que respecta a sus intenciones
antárticas –dado que los reclamos de estos tres países condensan dos
terceras partes de la Antártida– a la par de cimentar su influencia
sobre la política antártica y trazar una estrategia. Esta misma lógi-
ca se repitió décadas más tarde durante la negociación del Tratado
Antártico, instancia que estuvo signada por la coordinación de estos
actores.
El contexto internacional de entreguerras también tuvo impacto
sobre la Antártida y nuevos actores estatales irrumpieron en el con-
tinente, cuyo accionar ahondó mucho más las diferentes posiciones
que existían en torno a los reclamos e intensificó las actividades de
exploración y ocupación.
Alemania, en razón de las pérdidas sufridas durante la Primera
Guerra Mundial, organizó una expedición antártica entre los años
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Según el artículo 118 del Tratado de Versalles, Alemania renunciaba a todos los de-
rechos, títulos o privilegios relativos a los territorios que hubieran pertenecido a ella
o a sus aliadas.
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Algunos autores identifican dos etapas en la política antártica chilena: una que
inicia en 1902 con el otorgamiento de concesiones pesqueras hasta 1908 cuando se
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producen las negociaciones con Argentina y otra que comienza en la década de 1940.
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Durante el conflicto de 1982 por Malvinas, en el cual tuvo peso la alianza entre
Estados Unidos y el Reino Unido, el TIAR exhibió sus puntos débiles y no fue aplicado
pese a la insistencia argentina, lo que le valió el descrédito.
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En el Derecho Internacional, el sometimiento a un tribunal internacional es de ca-
rácter voluntario, a menos que, en virtud de un tratado, exista la obligación de resol-
ver una controversia por ese medio jurisdiccional.
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una zona dividida por regiones (Puig, 1960, pp. 87-88). Frente a los
reparos que había generado el fideicomiso, Estados Unidos sugirió
en 1948 una propuesta similar, es decir, un condominio, pero solo
entre ocho Estados –los siete reclamantes y Estados Unidos– con la
idea de neutralizar eventuales conflictos relegando la cuestión de la
soberanía y gobernar colectivamente la Antártida. La URSS se en-
contraba excluida del proyecto. En el marco de esta nueva propues-
ta, se conformaron tres grupos de actores: Estados Unidos, por un
lado, los países involucrados en el Commonwealth, por otro, y Argen-
tina, Chile, Francia y Noruega, por último. Es importante destacar
los esfuerzos del Reino Unido para aglutinar al Commonwealth con
el fin de adoptar una posición común frente a la propuesta de Esta-
dos Unidos. Sin embargo, no tuvo el éxito pretendido ya que Nueva
Zelanda abogaba por una mayor internacionalización de la Antárti-
da. Además, desde esta alianza se intentó persuadir a Estados Unidos
de efectuar un reclamo en el sector Pacífico de la Antártida –que no
era objeto de ninguna pretensión– para lograr una respuesta más
comprensiva a sus intereses, lo que tampoco sucedió (Dodds, 2002,
pp. 79-80). Por otro lado, Argentina, Chile y Francia tenían una po-
sición más robusta en la defensa de la soberanía y no eran proclives
al establecimiento de un régimen de condominio; Noruega, por su
parte, había manifestado que era innecesario y no podía suscribir un
arreglo que implicara una renuncia de soberanía sobre sus territo-
rios (Dodds, 2002, pp. 80-81). Por lo tanto, el pretendido condominio
mostró sus fisuras y fracasó como tal. Frente a este acontecimiento,
en 1950 la URSS remitió un memorando a los ocho gobiernos impli-
cados en la propuesta del condominio advirtiendo que no aceptaría
una regulación de la Antártida sin su participación, dando cuenta de
sus antecedentes antárticos basados en el descubrimiento por las ex-
pediciones de Bellingshausen y señalando el interés económico que
poseía el continente.
El contexto internacional se encontraba atravesado por una ma-
yor complejidad producto de la Guerra Fría y comenzaba a tener im-
pacto en la Antártida, a la vez que este continente se convertía en
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