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pasaba todos los días viéndose al espejo con frecuencia, a cada hora,
a cada instante, inclusive mucho antes de irse a dormir. Cierto día, le
tocaron la puerta y al abrir era un sapo que la esperaba allí. Lo
primero que ella le vio fue un físico perfecto y una forma de hablar
espectacular, pero finalmente se quedó viendo su vestimenta
parecida a la de un obrero y lo rechazó porque estaba completamente
sucio.
El sapo a duras penas iba a comenzar a hablar; pero se fue muy apenado porque la
rana le cerró la puerta con fuerza. El mismo sapo estuvo volviendo al lugar por siete veces
y ella con la misma le cerraba la puerta cuando le tocaba responderle. Un día ella decidió
salir a inhalar aire y llevar un poco de sol, pero nunca dejó de verse en el espejo, nunca dejó
de ponerse sus mejores vestidos, nunca dejo de soñar su vida como princesa.
Pero al llegar a la casa se dijo una y mil veces: “la próxima vez que
toque aquel sapo lo oiré”. Paso un día y otro detrás de otro, y así fueron
pasando los años; pero ella seguía sola en la puerta o en el espejo se
quedaba esperando a su príncipe. Pero ya cuando ella se dio cuenta de que
ya su príncipe no vendría, ya era demasiado tarde; ya había perdido toda
una larga vida esperando.