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LA CAÍDA

Catalina Barrios
Cuando todo empezó, hace ya algunas semanas,
Karen se había encontrado en el subterráneo de un centro comercial
con varios centenares de personas, todos y cada uno de ellos (a
excepción de algún ser bien informado) creyeron con inocencia que
solo sería un fresco e insignificante día más de mediados de
primavera. Inesperada y sorpresivamente, mientras se desplazaban a
sus autos o descendían de ellos, la tierra se meció con estruendo, casi
como si de un temido megaterremoto se tratase.
No se hizo esperar el ensordecedor aullido de la catástrofe,
muchos no pudieron reaccionar a tiempo y terminaron con
los tímpanos destrozados.

Otros, menos afortunados, cayeron presos del pánico y los


escombros. La mayoría recurrió a los pilares como refugio,
usándolos para cubrirse como pudieran.
Pasó un tiempo, y los escombros -además del asfixiante y mortal
polvo- se fueron dispersando con una lentitud desesperante.
Varios supervivientes vieron menguadas sus fuerzas y salud por
aspirar ese silencioso, sobrecogedor, pero letal acompañante.

Para este momento, Karen se encontraba completamente


aterrorizada, no era la única, habían visto a gente inocente morir
enfrente suyo, y bueno, estaban atrapados y quizá sin recurso
alguno.
Una vez todo se hubo calmado (si es que eso fue posible), Karen se
organizó con los supervivientes oara intentar buscar una ruta de
escape o encontrar suministros.
Con torpeza, miedo y más esperanza que certeza, lograron
excavar una abertura sin que el complejo se les cayese encima.
Por supuesto, esto les había tomado la mayor parte de sus fuerzas,
varios días y en el proceso perdieron a muchos compañeros,
gracias al desarrollo de lesiones internas, infecciones y
deshidratación.
Cuando por fin lograron salir, solo fueron unos pocos los que
habían sobrevivido, todo gracias a que habían logrado guardar
celosamente sus fuerzas.

El grupo no pasaba de 7 personas, una gran comparación al


centenar que había en un principio. Entre ellos, se encontraba
Karen.
El grupo tocó la superficie creyendo ciegamente que podrían volver a
ver la ansiada luz del sol, respirar y recibir atención médica, pero no
esperaban que, al salir, solo encontrasen un cielo oscurecido en
ceniza, además de pura destrucción por doquier.

Fue allí, cuando notaron que, en realidad, todo había ocurrido a raíz
de una bomba y no de un gran terremoto.

Gracias a las densas nubes de humo que ocultaban todo rastro de sol,
la visibilidad había sido obstaculizada y se encontraban realmente
desorientados, por no mencionar el terrible frío que sentían y que
poco a poco fue calando en sus huesos.
La pobre Karen pronto vio a sus últimos compañeros, con quienes
se había encariñado, perecer.

Desde ahí, se dispuso a retomar la tortuosa pero determinada


caminata que había comenzado con sus amigos, y con el pasar de
los días, fue agotando sus pocas fuerzas restantes.
Actualmente, y al igual que sus amigos, Karen había adquirido y
convivido con lesiones internas, por lo que su salud se encontraba
sujeta a un frágil hilo que se sostenía gracias a las medicinas que
lograba encontrar tras rebuscar ansiosamente en farmacias
destruidas.
Fue cuando se encontró completamente sola y en ese estado tan
precario, que comenzó a plantearse la razón real de aquel desierto
tormento. Pensó y pensó, abrumada y desolada, con perdurables
sentimientos de pérdida en su ser. No tardó en llegar a una
conclusión: "¿Qué podía ser sino la consecuencia de un acto
bélico?" (por no llamarle genocidio) Se abrigó como pudo con
algunas telas sucias y gruesas que encontró, pero aún así no pudo
huir del creciente entumecimiento en sus extremidades.
Llevaba un par de días caminando sola, apenas durmiendo,
buscando una salida a ese cementerio, sufriendo de hambre, frío y
una desesperación inimaginables. Se sentía tan sola, tan marchita,
como si estuviese caminando por un sendero de cadáveres. Y decir
eso, en este caso, era bastante acertado.
Tambaleaba, ella lo sabía, pero como dejó de sentir plenamente
sus extremidades, pronto lo olvidó. Marchando, marchando… solo
distinguía residuos de lo que alguna vez conoció, ni siquiera era
capaz de ubicar con claridad un camino fuera de la ciudad, no
lograba reconocer aquel lugar que alguna vez fue su hogar, ni los
edificios derrumbados, ni las plazas chamuscadas, ni nada.
Incluso la noción del tiempo que llevaba caminando comenzó a
distorsionarse.
Comenzó a escuchar sonidos a la distancia, a sentir suaves
cosquillas en la piel, pero pareció no notarlos. Karen abrió los
ojos con esperanza: “¿Será que vinieron a rescatarme?”.

Se emocionó, y sin importarle nada más, ni siquiera su cuerpo


tambaleante y maltrecho o su ya exhausta mente, corrió,
pensando que finalmente lograría dejar ese infierno. Sabía que, si
se quedaba al menos dos días más, no viviría, y Karen quería vivir,
lo ansiaba, lo necesitaba, por todos los compañeros y
supervivientes que dejó atrás, por su pequeño y frágil ser.
Creyó vislumbrar una reluciente y brillante luz, corrió con más
ganas, con esperanza, creyendo que serían sus salvadores,
personas enviadas del ejército o algo relacionado.
Pero olvidó una cosa importante. Estaba sola y delirante. Lo que
tenía delante, no era más que una fosa profunda, y lo que estaba
brillando, no era más que un simple trozo de metal que había
capturado, pese a todo pronóstico, un único indicio de luz.
Fue una pena que un cálido y bello rastro del perdido sol causara
tal desenlace para Karen.

Ahí estaba ella, un momento antes corría con vigor, y al otro se


encontraba tendida junto a la luz que juraba y sería su esperanza,
Ahora sin vida.

No hay demasiado que lamentar, después de todo, así era la


guerra, las víctimas inocentes eran incontables, y al final, esta no
fue la excepción.
FIN
Autor

Catalina Barrios
Taller de Literatura 2023

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