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Una forma de amor

El amor. No solo lo sentimos, también tenemos la necesidad inherente de


expresarlo, de exteriorizarlo. Todo el mundo tiene su propia manera de hacerlo. De
pequeña yo lo hacía dando dibujos o pequeños detalles a las personas que amaba. Creo que
heredé eso de mi abuelo, puesto que le encantaba regalar a sus seres queridos pequeños
detalles. Yo tengo miles de obsequios suyos guardados, porque se que no son solo regalos,
sino que es su amor objetivado en una cosa concreta. Eso heredé de él, ese afán por hacer
regalos a los demás.

En 2015 mi abuelo falleció, cuando yo tenía unos diez años. Mi abuelo tenía cáncer,
pero yo era una niña y no comprendía la gravedad de esa enfermedad, así que yo pensaba
que era algo como una simple fiebre, que por mucho tiempo que pasara se terminaría
curando. Pero un día de 2015, mi padre viajó con urgencia a Tenerife y nos dijo que el
abuelo estaba muy grave, pero yo seguía pensando que se iba a curar y que lo volvería a
ver. Entonces seguí su costumbre de hacer regalos para moldear ese amor, así que le hice
un dibujo para que se recuperara y poder transmitirle así mi cariño. No me acuerdo muy
bien, pero creo un día o dos más tarde mi madre me dijo que mi abuelo había muerto.
Nunca me olvidaré de ese día. Una parte de mí no se lo creía, nunca había experimentado
tan de cerca la muerte de un familiar y no me cabía en la cabeza que no se había curado.
No era consciente de lo que me habían dicho, en ese momento no estaba segura de nada,
ni siquiera de mi propia identidad, estaba sumergida en un “shock”. Cuando me pude
despertar de ese estado de vacío, mi cuerpo respondió por mí y rompió a llantos. Por lo
anterior, fuimos a Tenerife para que mis padres fueran al funeral, para estar y apoyar a la
familia. Como yo era muy pequeña no me dejaron ir al funeral, lo que me causó un poco de
impotencia porque yo quería despedirme de él y concebía su entierro como esta despedida.
Así que me quedé en casa de mi abuela esperando. Pero cuando fui al salón de su
casa, tuve mi experiencia estética. Vi en uno de los armarios el dibujo que le hice a mi
abuelo y me quedé mirándolo indefinidamente. Mi padre me contó que, aunque mi abuelo
estaba en el hospital y a penas era consciente de lo que pasaba, él logró ver el dibujo. Ese
dibujo creo que fue mi manera de despedirme de él y creo que esa ha sido la mayor
experiencia estética que he tenido. Porque al ver el dibujo ahí, la escena me conmocionó,
me quedé ensimismada por la belleza de ese momento, porque sabía que mi abuelo lo
había visto, sabía que mi abuelo murió con la certeza de que le quería, sabía que había
exteriorizado mi amor.

De esta experiencia estética he sacado varias conclusiones o reflexiones. La primera


de todas es que no solo hay que demostrar amor a las personas cuando sabemos que ya no
van a estar con nosotros. El amor se tiene que demostrar cada día, porque es necesario que
aquellos a los que amamos sepan de la existencia de este amor. A todos nos recorre una
cálida sensación cuando vemos que nuestro amor es correspondido, todo el mundo aspira
a amar y a ser amado. Y de esta reflexión surge otra. Las personas no son eternas. El ser
humano tiene una tendencia natural a ignorar la muerte porque no queremos que llegue,
pero es un hecho, puede llegar en cualquier momento. Todos nos vamos a morir. Por eso,
debemos cuidar diariamente a nuestros seres queridos, porque nadie es imperecedero.
También me di cuenta de lo que duelen las despedidas. Aunque por muy duras que
sean, siempre será mejor que no decir adiós. El problema con las despedidas es que
siempre las vamos a sentir vacías, nunca serán suficientes. Siempre pensaremos que
podríamos haber hecho más, aunque si hubiéramos hecho más tampoco habría sido
suficiente. Pero aunque me hubiera gustado decirle te quiero en persona e ir a su funeral,
por una vez en mi vida siento que una despedida fue suficiente, me llenó plenamente.

Nerea Rodríguez Quintero

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