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La cien pies valiente

En un pequeño rincón del mundo, escondido entre colinas y bosques, yacía el misterioso pueblo de
Meadowridge. Este lugar pintoresco estaba envuelto en una leyenda fascinante: cada cien años,
emergía una criatura conocida como los "Cien Pies". Esta entidad única, mitad insecto y mitad
planta, generaba tanto temor como asombro entre los habitantes.

La llegada de los Cien Pies estaba marcada por un cambio sutil en el aire, un zumbido suave que
llenaba los sentidos. En el año en que la leyenda iba a cumplirse, el pueblo se sumía en un estado
de expectación. La población observaba el bosque circundante con una mezcla de emoción y
aprensión, preguntándose qué maravillas o desafíos les depararía la criatura.

Cuando finalmente llegó el día señalado, el sol se ocultó tras las colinas y una luminiscencia tenue
iluminó el horizonte. Los Cien Pies emergieron de la oscuridad del bosque, con patas que se
extendían como ramas entrelazadas y pétalos que se abrían como alas de mariposa. El pueblo
quedó boquiabierto ante la majestuosidad de la criatura, un ser de la naturaleza que desafiaba
toda explicación racional.

A medida que avanzaban, los Cien Pies dejaban a su paso una estela de flores exóticas y aromas
embriagadores. Los habitantes, inicialmente cautelosos, se dieron cuenta de que no eran criaturas
de mal agüero, sino guardianes de la tierra. La leyenda, en lugar de una maldición, se reveló como
una bendición, y el pueblo de Meadowridge se convirtió en un lugar de maravillas.

La conexión entre los Cien Pies y la tierra era evidente; su presencia revitalizaba la flora y la fauna,
creando un equilibrio natural. Los habitantes aprendieron a respetar y convivir con estas criaturas,
reconociendo su papel como protectores del entorno. Celebraron la llegada de los Cien Pies con
festivales de flores y ceremonias que honraban la magia de la naturaleza.

Generación tras generación, la leyenda de los Cien Pies se convirtió en el corazón del pueblo. Los
ancianos transmitían historias de encuentros pasados, mientras que los jóvenes esperaban con
anticipación el siguiente ciclo centenario. Los Cien Pies, a su vez, se convirtieron en símbolos de la
conexión intrínseca entre la humanidad y la naturaleza, recordando al pueblo de Meadowridge
que, a través de la armonía y el respeto, podían coexistir en un equilibrio eterno. La leyenda, lejos
de desvanecerse, se arraigó más profundamente en la identidad del pueblo, marcando su destino
con la promesa constante de renovación y crecimiento.

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