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SARAH B.

POMEROY
STANLEY M. BURSTEIN
WALTER DONLAN
JENNIFER TOLBERT ROBERTS

LA ANTIGUA GRECIA
Historia política, social y cultural

Traducción castellana de
Teófilo de Lozoya

CRÍTICA
BARCELONA
250 LA ANTIGUA GRECIA

La p oesía lírica

La poesía lírica fue la precursora im prescindible de la tragedia, ÿ sus cultivadores


están entre los autores más notables de todo el siglo V. Simónidés (ca. 556-468 a. C.) es
recordado fundamentalmente como el poeta laureado de las Guerras Médicas, aunque
no lo fuera de forma oficial. Nacido en la isla jónica de Ceos, pasó algún tiempo en lá
corte de Hiparco en Atenas, con las familias reales de Tesalia, y en Sicilia, donde fue
muy estimado por los belicosos tiranos Hierón y Terón, llegando incluso a provocaran
breve período de paz entre ellos. Probablem ente se encontrara en Atenas dúrante'las
Guerras M édicas, y sus epitafios por los caídos en el cam po de batalla (como el citado
en el Capítulo 5) se convirtieron para la literatura griega en lo que la D eclaración de là
Independencia y la Arenga de Gettysburg significan para los americanos (atinque, ai es-
tar en verso, resultaran más fáciles de recordar). ..
Los tiranos de Sicilia se hicieron famosos por su interés por la cultura, y el sobrino
de Simónidés, Baquílides, que también era poeta, acompañó a su tío a la isla. Ambos
com partieron el interés por el género llam ado epinicio, esto es, las odas compuestas
kpi-nike («por una victoria [atlética]), y Baquílides llegó a com poner un poem a por la
ficto ria de Hierón en la carrera de carros de Olim pia en 476. Poseía un don especial
para el relato conmovedor, y Hierón sintió una gran atracción por sus obras, aunque el
veredicto de la posteridad ha favorecido a su competidor, Píndaró, que rivalizó con él.por
el favor de los tiranos de Sicilia. ' -· · ’_ ■;
Nacido en el seno de una familia aristocrática de Beocia, Píndaro viajó mucho y dis-
frutó del patrocinio de los potentados de todo el m undo griego; algunos de sus poemas
más célebres fueron escritos en honor de sus amigos, los tiranos Hierón y Terón. La
cosmovisión de Píndaro era diam etralm ente opuesta a la.de los demócratas de Atenas y
de otras polis. Al igual que Teognis, Píndaro daba por sentado que el m érito es una vir-
tud hereditaria. Sus numerosas odas, llenas de alusiones de todo tipo y caracterizadas
por su lenguaje altisonante, com parten con Teognis la creencia profundamente arraiga-
da en un heroísm o anticuado, en una excelencia que parte de la idea de que los hom -
bres de valía nacen en el seno de familias ilustres cuyos orígenes pueden rastrearse en
último térm ino hasta los dioses. En los numerosos epinicios que com puso, no tiene in-
conveniente en relacionar la excelencia física con la virtud en general. Al poner en re-
lación las proezas más recientes con la ascendencia divina y seguir la pista al linaje de
sus protagonistas, supo elaborar sus poemas a base de sugestivos mitos de dioses y hé-
roes del pasado. Su interés por la idea de excelencia confiere un tono de gravedad e ins-
piración a sus versos, citados a menudo por Platón en sus especulaciones en torno a la
virtud suprem a del hombre.

D o cu m ento 6.2 F rag m en to de Ia N em ea V I de P ín d aro . El motivo de esta oda


fue la victoria de Alcímidas de Bgina en la prueba infantil de lucha en los Juegos
Ñemeos, quizá en 465 a. C. Como es habitual en él, Píndaro utiliza el triunfo del jo -
ven Alcímidas com o punto de arranque para tratar asuntos más graves.

Una misma es la raza de los hombres, una misma la de los dioses,


y de una misma madre nacidos
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alentamos unos y otros. Pero nos separa un poder


todo diverso, por modo que nada es la una, mientras el cielo
broncíneo permanece siempre en asiento
7seguro. M as en algo, con todo, nos acercamos —sea en nuestro gran
espíritu, sea por.naturaleza— a los Inmortales,
aunque ni durante el día ni en la noche sabemos
nosotros hacia qué meta
nos prescribió correr el Destino.
También ahora testimonia Alcímidas que lo innato en él
se parece a los prados fructíferos que, cambiantes,
unas veces, en efecto, dan de sus llanos vida añal a los hombres,
otras, en cambio, descansando a barbecho reponen vigor. Llegó, sí,
de los Juegos anhelados de Nemea
el joven atleta, que siguiendo esta alterna suerte, venida de Zeus,
ahora aparece
no como un cazador salido de la lucha sin parte,
pues en las huellas de Praxídamas puso su pie
de igual sangré que su abuelo.
Porque aquél, vencedor en Olimpia, para los Eácidas
trajo los ramos del Alfeo el primero
y cinco.veces coronado en el Istmo
y tres en Nemea, puso fin al olvido
de Saoclides, que fue e'i mayor
de los hijos de Hagesímaco.

¡Dirige hacia esa casa, ea, pues, Musa,


el aura glorificante
de las palabras! Porque cuando son idos ios hombres,
los cantos y leyendas salvan sus nobles acciones.45 .

Conviene señalar que se ha conservado un volumen tan grande de la obra de Pinda-


ro no sólo por la belleza de sus versos, sino porque es un recordatorio de la diversidad
de las culturas más evolucionadas en cualquier época o lugar. Como sus poemas cele-
bran los valores y.proezas de los aristócratas, muchos lectores modernos dan por su-
puesto que debieron de ser escritos en el siglo vi, antes de que naciera la dem ocracia en
Grecia, pero en realidad no es así; Píndaro m urió pocos años antes de que estallara
la Guerra del Peloponeso, y su obra es contemporánea de la labor realizada por Efialtes
y Pericles.

El nacimiento de la tragedia: Esquilo

Al menos uno de los poetas que disfrutó del patrocinio de Hierón seguiría asociado
eternam ente con su polis natal. El poeta trágico ateniense Esquilo (525-456 a. C.) m u-
rió en Sicilia tras una dilatada vida a lo largo de la cual quizá llegara a escribir setenta

45. Píndaro, Nemea VI, 1-25.


252 LA ANTIGUA GRECIA

obras. P o r desgracia, sólo se nos han conservado unas pocas. A su m uerte, los atenien-
ses rin d ie ro n homenaje a la grandeza de su obra decretando que el arconte concediera
un c o ro a todo aquel que quisiera montar una obra suya. Esquilo fue el primero de los
cé leb re s poetas trágicos de la Atenas del siglo v. Ya en tiempos de Pisistrato, Tespis había
aum entado los componentes de los coros organizados en honor de Dioniso añadiendo
un a c to r encargado de dialogar con el coro; Esquilo añadió un segundo actor. Esta in-
nov ació n perm itió que la representación del conflicto fuera real y que la tragedia pasa-
ra del c u a d r o vivo al reino del verdadero drama. Al mismo tiempo, el drama siguió pro-
fun da m en te vinculado con la poesía y el verso siguió siendo el vehículo de la tragedia
y la c o m e d ia durante toda la Antigüedad. La tragedia de Esquilo está firmemente an-
clada e n la estm m ecedora belleza de los coros, que alaban el inquietante p oder de los
dioses a l tiem po que exploran la naturaleza de la condición humana. «Entona un canto
de d u e lo , u n canto de duelo», dice el coro al com ienzo del Agamenón, «pero que el bien
co n sig a triunfar»:

Zeus, quienquiera que sea, si así le place ser llamado, con este nombre yo le invoco.
Ninguna salvación me puedo imaginar, al sopesarlo todo con cuidado, excepto la de Zeus,
ssta inútil angustia debo expulsar de verdad de mi pensamiento.

Porque Zeus puso a los mortales en el camino del saber, cuando estableció con fuerza de
ley q ue se adquiera la sabiduría con el sufrimiento. Del corazón gotea en el suelo una pena,
dolorosa de recordar e, incluso a quienes no lo quieren, les llega el momento de ser pruden-
tes. E n cierto modo es un favor que nos imponen los dioses desde su sede en el augusto puente
de m ando.46

L a tra g ed ia desem peñó un papel fundam ental en la vida espiritual e intelectual de


la polis. Los ciudadanos ricos buscaban honor y popularidad asumiendo los costes de la
preparación de los coros, y durante las fiestas de D ioniso, en el m es de m arzo, se re-
quería d e los actores y el público un aguante enorm e. Las com pañías de actores repre-
sentab an cuatro dramas al día, y .los espectadores no sólo tenían que seguir la com -
plicada poesía del coro, sino que además debían volver al teatro al día siguiente y al
otro p a ra com p arar las obras de cada dramaturgo y determ inar quién debía llevarse
el prem io. A las representaciones asistía una cantidad considerable de hom bres — y
quizá tam b ién d e mujeres, aunque esto no es seguro— , que, una vez acabada la obra,
m antenían indudablem ente entre sí un vivo diálogo acerca de los dolorosos temas plan-
teados p o r los dram as. Incluso en las épocas en las que el grado de alfabetización ha
sido relativam en te alto, las culturas antiguas han tenido siem pre un carácter en gran
m edida oral,, y captar el complejo juego de im ágenes de los coros trágicos griegos no
debía d e resultar tan difícil para un público acostum brado a escuchar y a recordar las
palabras, com o lo es para la m ayor parte de la gente en la actualidad. P or otra parte,
la pop ularidad d e las representaciones, que exigían una notable labor intelectual por
parte dçl público, dicç. mucho de la-riqueza de la cultura griega. Se nos han conser-
vado en total más de treinta tragedias; lo que nos falta, en cam bio, es un documento
(aparte d e los chistes de Aristófanes) de las discusiones que los espectáculos debieron
de suscitar entre los amigos y vecinos que habían disfrutado de ese tesoro com ún de la.
colectividad.

46. Esquilo, Agamenón, 160-166 y 176-183.


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Todos los papeles d e ja s tragedias eran representados por hombres; el uso de la


máscara facilitaba el engaño. Se adaptaban a la boca a modo de altavoces y estaban fa-
bricadas para producir una buena acústica. Por lo demás, no fomentaban la plasmación
detallada del personaje. Pero eso no se consideraba una gran pérdida, pues la tragedia
griega nunca pretendió ser naturalista. Los personajes de la tragedia griega no son
como los de las películas o las novelas modernas, a los que uno podría reconocer por la
calle, o cuyos rasgos más sutiles podrían aparecer reflejados en cualquiera de nuestros
amigos o vecinos. Representaban al género humano en toda su grandeza y su fragili-
dad. No es fácil que gusten ni que dejen de gustar, pues no pretendían ser individuos de
carne y hueso o de la vida real.
Los temas de las tragedias tam poco son lo que podríamos decir un trozo de vida. Se
suponía que la tragedia debía ser heroica y grandiosa, perfectam ente alejada de lo tri-
vial y lo mundano. Los argumentos solían ser tomados de la rica mitología de la Edad
Heroica, pero, com o ya hemos visto, podían hacerse excepciones con acontecimientos
extraordinarios, como por ejemplo las Guerras M édicas. (No obstante, incluso en este
caso, Esquilo alcanzó cierto grado de distanciamiento al situar la acción de Los Persas
en la lejana Asia, cuyos habitantes vestían de una form a exótica.) Diversos tipos de for-
malidades limitaban al dramaturgo a la hora de escoger su material. No se permitía la
violencia en el escenario y toda la acción.debía tener lugar en un período de veinticua-
tro horas. Por último, el poeta debía enfrentarse al reto que planteaba la complicada
métrica del verso trágico.
La lucha que debía librar el dramaturgo para am oldar su obra a estas lim itaciones
constituía ya una form a de heroísm o. L a gran creación de Esquilo que.ha llegado hasta
nosotros es la trilogía llamada la Orestíada, que trata el tema de la dificultad suprema
que com porta concebir y obtener un orden social y religioso justos. Según parece, los
cuatro dramas que los poetas presentaban a los concursos solían constar de tres trage-
dias seguidas de una obra de carácter ligero llam ada drama satírico, pero las tres tra-
gedias no tenían por qué tener el mismo argumento, y a menudo no lo tenían. En el caso
de la Orestíada, sin embargo, las tres obras tratan de un drama grandioso y complejo
y es la única trilogía ática que se ha librado de la destrucción y por lo tanto podemos se-
guir disfrutando de ella en la actualidad.

La Orestíada

El punto de arranque de la Orestíada fue, a todas luces, el recorte de los poderes del
Areópago propuesto por Efialtes, pues la trilogía culmina precisam ente con el tipo de
proceso que siguió estando bajo la jurisdicción de este consejo: el juicio por asesinato.
Parece probable que Esquilo fuera partidario de las reformas y que escogiera este gran-
dioso dram a como un medio de tranquilizar a los atenienses más conservadores asegu-
rando que la vista de los casos de homicidio, privilegio que Efialtes se había guardado
prudentem ente de tocar, constituía de hecho la misión ancestral de este venerable orga-
nismo. De ese m odo log raba distraer la atención del público e im pedir que se fijara en
los graves recortes impuestos a su jurisdicción. El material a través del cual decidió Es-
quilo expresar este mensaje fue el mito, por lo demás bien conocido, de la familia m al-
dita de Pélope y su descendiente, Agamenón, comandante en je fe de la legendaria ex-
pedición a Troya.

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