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LA MUERTE

Y LA VIDA EN EL
MÁS ALLÁ
Omraam Mikhaël Aïvanhov

Grupo de Estudios Teosóficos Valencia


Edición 2017 ( José Rubio Sánchez)
Grupo de Estudios Teosóficos de Valencia
jrubio@hiperborea.net
Web Fraternidad: http://fraternidad.info
Web G.E.T.: http://fraternidad.info/g.e.t.html
I

P ara la Ciencia Iniciática el ser humano es un reflejo,


una imagen del universo; así pues, al igual que el
universo, está compuesto de regiones, de distintos
«cuerpos». La ciencia oficial aún no ha llegado a
admitir esta realidad, y de ahí provienen muchos errores,
especialmente en medicina y en psicología.
Los hindús dividen tradicionalmente al ser humano en
siete cuerpos, y la mayoría de los espiritualistas aceptan esta
división (NOTA: Ver capítulo III de «La vida psíquica:
elementos y estructuras» (Colección Izvor). FINAL
NOTA). El cuerpo más material y el único visible para
nosotros es el cuerpo físico, pero existen otros seis cuerpos
compuestos de una materia cada vez más sutil: los cuerpos
etérico, astral, mental, causal, búdico y átmico. En realidad,
el cuerpo etérico forma aún parte del cuerpo físico, y existe
bajo cuatro estados denominados éter químico, éter vital,
éter luminoso y éter reflectante. Por esta razón, podemos
dividir al cuerpo físico en siete estados: sólido, líquido,
gaseoso y los cuatro estados etéricos. Los otros cuerpos
pueden igualmente dividirse en siete: así, en el astral, hay
tres regiones inferiores y cuatro regiones superiores, y es
ahí, en esas regiones superiores, donde viven los ángeles.
¿Qué es un ángel? Un ángel es una criatura inmortal
hecha de una materia tan pura, tan sutil, que nada malo

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ni obscuro puede alcanzarle. Vive en la luz, en el gozo
absoluto y lo conoce todo salvo el sufrimiento. Pues el
sufrimiento tiene siempre como origen los movimientos
de la naturaleza inferior que producen trastornos y
perturbaciones. Un ángel no puede conocer esas molestias
porque es absolutamente puro. No existen ángeles en el
plano físico; sólo se les encuentra a partir de las regiones
superiores del plano astral.
En el límite del plano astral inferior con el plano astral
superior, se encuentra una zona intermedia habitada por
seres que están perfeccionándose, rompiendo los vínculos
con las regiones inferiores; pero aún son susceptibles de
ser atormentados por las malas influencias del plano astral
inferior y del plano físico. El cuerpo astral es, pues, a la vez
el mundo del sufrimiento y del gozo: del gozo cuando el
hombre ha conseguido purificar y refinar sus deseos; y del
sufrimiento cuando vive muy abajo, atrapado por la codicia
y la pasión.
En el momento de la muerte, el hombre se desprende
de su cuerpo físico, pero ello no basta para que se sienta
inmediatamente liberado. Incluso podría decirse que aún
está más expuesto a los tormentos que si estuviera sobre la
tierra.
En efecto, durante la vida terrenal, nuestro cuerpo
físico es un caparazón, una coraza que nos impide sentir
la realidad del cuerpo psíquico. Pero cuando uno se libera
del cuerpo físico por la muerte y se encuentra en el astral
sin defensa, corre el peligro de sufrir mucho y ser muy
desgraciado.
El Infierno no es otra cosa que un estado de consciencia
vivido muy intensamente en el plano astral. Sólo cuando

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nos hemos purificado por el sufrimiento podemos, al fin,
salir de allí. Todos aquellos que se entregaron a una vida
de excesos, de injusticias, de maldades, de crueldades y que
consiguieron escapar a la justicia humana, se encuentran,
cuando mueren, enfrentados en el plano astral con todo el
mal que hicieron ; no pueden encontrar refugio alguno por
ninguna parte porque ya no tienen el cuerpo físico que les
proteja y les insensibilice; padecen los mismos sufrimientos
que hicieron sentir a otros seres cuando estaban en la tierra.
A menudo, sin duda, habréis tenido pesadillas y la
mayoría de las veces habréis observado que esas pesadillas,
se interrumpían de pronto porque os despertabais
sobresaltados, muy contentos de encontraros bien
protegidos en vuestro cuerpo físico, y diciéndoos:
¡Afortunadamente, no era más que un sueño! ¿Porqué ese
sobresalto al despertar? Porque subconscientemente sabíais
que para defenderos de los seres o de las fuerzas hostiles del
plano astral, debíais retomar a vuestro cuerpo físico, que es
como una fortaleza en donde estáis a cubierto.
Si os quedáis en el plano astral, continuáis estando a
merced de vuestros enemigos. Pero si dejáis ese plano y
entráis de nuevo en vuestro cuerpo físico, que es denso y
sólido, entonces os liberáis de ellos. Es exactamente como
si, al ser perseguidos en la calle, encontrarais refugio en una
casa: en ella, ni los cuchillos ni las balas pueden alcanzaros.
La misma ley rige en todos los campos. Puede también
suceder que, durante sus meditaciones, ciertas personas
se desdoblen, siendo atraídas hacia regiones peligrosas del
plano astral, en donde son perseguidas y amenazadas. Por
lo tanto, la primera cosa que deben hacer es volver a entrar
en el cuerpo físico para protegerse.

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El cuerpo físico es una buena fortaleza; pero cuando
en el momento de la muerte lo dejamos, si se hubieren
quebrantado las leyes del amor, de la sabiduría y de la
verdad, nos vemos obligados a pagar en el plano astral por
todas esas transgresiones. ¡No son invenciones! Los grandes
Maestros de la humanidad siempre lo dijeron; y también
los grandes artistas, pintores, poetas, representaron ese
mundo en sus obras; y personas clínicamente muertas
durante tres o cuatro días que luego recobraron la vida,
pudieron contar lo que habían visto en el plano astral. El
Cielo permite así, de vez en cuando, que algunas personas
tengan estas experiencias para enseñar a los humanos, para
recordarles ciertas verdades.
Así pues, después de la muerte, el hombre debe sufrir en el
plano astral todo el mal que causó a los demás; padecer por
todas las transgresiones que cometió. No es la Inteligencia
Cósmica quién vigila para vengarse o castigar; ésta sólo
quiere que el hombre llegue a tomar absoluta consciencia
de todo cuanto hace en la tierra, porque muchas veces hizo
sufrir a seres sin ni siquiera darse cuenta, y esta ignorancia
es inaceptable, le impide evolucionar. La Inteligencia
Cósmica nos hace pasar por los mismos sufrimientos que
infligimos a los demás, para que aprendamos bien lo que
hemos hecho, y podamos corregirnos. El tiempo que allí
permanezcamos, dependerá de la gravedad de nuestras
faltas.
Algunos, que no han cometido grandes crímenes, superan
rápidamente esta etapa, mientras que otros permanecerán
durante años en este plano, con el consiguiente sufrimiento.
Cuando el hombre ha pagado puntualmente sus deudas,
entra en la primera región del astral superior donde vive

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en el gozo, en el entusiasmo, a causa de la felicidad que
proporcionó a los otros en la tierra. Todo lo bueno que
hizo por ellos: ayudarlos, alentarlos, darles esperanza,
despertarles la fe o el amor, debe también vivirlo en el astral,
infinitamente ampliado. Sólo entonces se da cuenta de lo
que hizo en la tierra. Pues ocurre, en efecto, que ciertos
seres muy evolucionados hacen el bien sin saber a cuántas
personas benefician, a cuánta gente proporcionan el gozo, la
dicha, la vida. Lo hacen instintivamente, sin pensarlo. Pero
la Inteligencia Cósmica quiere que se conozca todo. Por
eso, después de su muerte, es preciso que esos bienhechores
inconscientes vean, comprendan, sientan todo el bien
que han podido hacer y se queden embelesados. Después
llegan más arriba, a la región del plano mental superior,
el plano causal, donde les son ofrecidas todas las riquezas,
todos los tesoros de la sabiduría; les son revelados todos
los misterios del universo y mostrada toda la belleza de las
regiones celestiales. Luego ascienden aún más arriba, al
plano búdico, y allí, unidos al Alma universal, viven una
vida de felicidad indescriptible. Verdaderamente no hay
palabras para describir lo que ocurre en el plano átmico: es
la fusión completa con el Creador...
En el momento en que el hombre debe reencarnarse
(NOTA: Sobre la reencarnación y sus leyes, ver el capítulo
VIII de «El hombre a la conquista de su destino»
(Colección Izvor). FINAL NOTA), vuelve a pasar por las
mismas regiones: átmica, búdica, causal, etc., tomando de
cada una materiales para hacerse un traje, es decir, un cuerpo
cada vez más denso conforme desciende hasta la materia.
Cuando llega al plano físico, como un niño pequeño, no se
acuerda de nada, ni de lo que sufrió, ni de lo que le satisfizo,

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ni de lo que aprendió.
Pero todo está ahí, acumulado en él, y recuperará
la memoria un día, cuando acepte algunas disciplinas,
algunas reglas de vida bajo la dirección de un Maestro. Los
que consiguen sacar de la profundidad de su ser el recuerdo
de lo que vivieron en el más allá, avanzan mucho más
rápidamente en el camino de la evolución.
Desgraciadamente, la mayor parte de los humanos
está tan apegada a los placeres y a las pasiones de la
tierra, que todos esos conocimientos, todas esas riquezas
profundamente escondidas, se inhibirán en ellos durante
mucho tiempo antes que puedan beneficiarles.
Bienaventurados aquellos que conocen esta realidad
y creen en ella porque ya no podrán aceptar el vivir una
vida mediocre. Cada día desean avanzar, progresar en
inteligencia, en amor, en dominio de sí mismos para ser
útiles a toda la humanidad.
Pero vuelvo a lo esencial: tanto si se cree como si no se
cree en la supervivencia del alma después de la muerte,
todo queda grabado en nosotros sin saberlo. La naturaleza
aventaja, desde siempre, a los más grandes especialistas en
electrónica. Ella ha instalado en la punta del corazón del
hombre una bobina magnética, del tamaño de un átomo,
que rueda durante toda la vida, y que lo graba todo.
Cuando el hombre se va al otro lado, se desprende de su
cuerpo físico, pero conserva esa pequeña bobina. Los jueces
de lo alto, le invitan entonces a contemplar en silencio el
«film» de su vida, que revive detalladamente.
Sí, nadie puede escapar a esta ley: todo en la vida se graba
y se debe pagar en el plano astral por cada transgresión

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que se ha cometido aquí abajo; todo se experimentará con
mayor intensidad porque ya no se tiene la protección del
cuerpo físico.
No hay nada más terrible que encontrarse desnudo y
vulnerable en el plano astral, pues los pensamientos y los
sentimientos de los vivos vienen directamente a morderos,
a pincharos, a quemaros. No podréis escapar a ellos. Incluso
las quejas y las penas de los vivos que se dejan sobre la tierra,
son un tormento para los muertos. Sólo en el momento en
que entráis en el plano causal, nada puede alcanzaros; os
quedáis en el centro de un círculo mágico de luz, y nada
puede atravesarlo si vosotros no lo deseáis. El mundo del
alma y del espíritu es verdaderamente extraordinario, y
puesto que estáis en una Escuela Iniciática, si sabéis ser
pacientes y tenaces, aprenderéis mucho. Pero ¡cuidado!,
debo advertiros: si os dejáis atraer por futilidades y
renunciáis a esta riqueza espiritual por menudencias de
la vida cotidiana, cuando partáis al otro mundo pasaréis
por estados de conciencia aterradores, porque no habréis
sabido apreciar lo que es puro, sagrado, divino.
Me diréis: «Pero con todo, esto no es nada, yo no he
asesinado a nadie». Sí, el hecho de no apreciar el lado
divino es grave; no indica nada bueno en vosotros. Esto
significa que en el pasado vivisteis de forma tan deplorable,
que os preparasteis unos cuerpos astral y mental totalmente
defectuosos; retrasasteis tanto vuestra evolución que
ahora os falta, en alguna parte, un elemento que os vuelva
sensibles al mundo divino, y deberéis sufrir para adquirirlo.

Le Bonfin, 25 de septiembre de 1975.

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II

C uando un hombre muere, su alma se separa del


cuerpo físico; pero mientras vive, el alma puede
dejar el cuerpo en cualquier momento para viajar
por el espacio e instruirse, o incluso para visitar amigos
que viven alejados en otros lugares, con el fin de ayudarles,
consolarles, de hacerles revelaciones. Muy pocas personas
son capaces de desdoblarse. Incluso de noche, cuando se
duermen, su alma se queda ahí, dando vueltas alrededor del
cuerpo físico, sin aprender nada ni realizar trabajo alguno;
con más razón, son incapaces de dejar conscientemente su
cuerpo durante el día para viajar en el espacio y regresar
luego para proseguir su actividad cotidiana.
Diréis que vuestro deseo es aprender rápidamente lo
que debéis hacer para desdoblaros. Pues bien, ¡no!, no
tengáis tanta prisa; si no estáis suficientemente preparados,
os acechan grandes peligros psíquicos (obsesión, posesión,
locura), e incluso peligros mortales. Si no empezáis
por purificaros para ser dueños de vosotros mismos, de
vuestros pensamientos, de vuestros sentimientos, de
vuestros impulsos, sería muy peligroso abandonar vuestro
cuerpo y dejarlo sin protección, a merced de cualquier
entidad; porque pueden producirse entonces fenómenos
deplorables. He aquí por qué yo no os he hablado mucho
del desdoblamiento. Lo haré más tarde, cuando estéis

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preparados. Aquellos que se apresuren a hojear libros
ocultos sobre este tema, allá ellos, pero les prevengo que
corren grandes riesgos.
Cada cual debe prepararse durante años, cuidándose
principalmente de la pureza –pureza en la nutrición, en los
pensamientos– y practicando numerosos ejercicios para
dominarse, contenerse. Entonces, un día, el alma podrá
separarse sin ningún peligro del cuerpo físico a voluntad.
Es así como los verdaderos Iniciados viajan por el espacio.
Allí ven y aprenden muchas cosas, conservando el recuerdo
cuando se reintegran en su cuerpo físico, y esto sí es muy
importante. Pues en ciertas circunstancias particulares
puede ocurrir que algunas personas se desdoblen
involuntariamente –esto se manifiesta, por ejemplo, por
un adormecimiento súbito en medio de la jornada– pero
cuando vuelven en sí no se acuerdan de lo que han visto,
entendido o hecho, y es una lástima.
La cuestión radica, pues, en poder desdoblarse
conscientemente, pero no es preciso apresurarse sino
pensar primero en purificarse. Por ejemplo, trabajando
como os lo enseñé, con los ángeles de los cuatro elementos.
Nadie puede verdaderamente desdoblarse si no ha
aprendido antes a desapegarse... Hasta el último desapego:
la muerte. Cuánta gente que nunca aprendió el desapego
no llega, ni siquiera en el momento de la muerte, a liberarse
de su cuerpo físico. Las ataduras están ahí, son poderosas y
les retienen. En vida, sólo pensaron en las cosas materiales:
en el dinero, los placeres; entonces, ¿cómo pueden aceptar
la renuncia a todo esto? Vagan durante mucho tiempo
alrededor de su cuerpo, de los lugares donde vivieron,
junto a seres que conocieron, y sufren terriblemente

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hasta que los servidores de Dios se acercan a ellos para
ayudarles a liberarse. Otros, por el contrario, dejan
instantáneamente su cuerpo físico como quien se quita un
traje, tranquilamente, con un gozo maravilloso. He aquí
porqué las Escuelas Iniciáticas han enseñado siempre a los
discípulos cómo desapegarse.
Entonces me diréis: ¿Es preciso abandonar el mundo,
dejar de frecuentar a los humanos para desapegarse?
No; algunos ascetas o ermitaños, comprendiendo así el
desapego, enfermaron en algún lugar apartado, en una gruta
en las montañas... Pensaban que estaban perfectamente
desapegados, pero su desapego sólo era externo.
En la más absoluta soledad, de repente, se sentían
acosados por toda clase de deseos y de ansiedades. Debido
a su soledad, ¡el diablo pudo, con toda tranquilidad,
visitarlos! La literatura está llena de historias que relatan las
tentaciones de los santos, de los ermitaños. No; no se trata
de abandonarlo todo, sino de comprender que el verdadero
desapego es interno y que sólo la pureza puede llevarnos a
ese estado.

Sevres, 13 de abril de 1969.

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III

N o siempre vienen a reencarnarse sobre la tierra las


mismas almas. Puede ocurrir que éstas vuelvan
a menudo a lo largo de los milenios, pero no
necesariamente tiene que ser así. Porque la tierra no es el
único sitio donde las criaturas pueden hacer sus prácticas y
desarrollarse. Por todas partes, en el universo, hay «tierras»
donde las criaturas se instruyen. Así pues, de la misma
forma que vienen de otros planetas seres para llevar a cabo
ciertas misiones en la tierra y se van después de haberlas
cumplido, otros seres dejan nuestra tierra para ir hacia
otros planetas. Los Señores del Karma, los veinticuatro
Ancianos son quienes dirigen este trasiego de almas.
Pero en el momento que el hombre muere, las puertas
de la tierra se cierran tras de él. Se encuentra metido en
otra corriente y no tiene derecho a retroceder. Por esto
no es bueno evocar a los muertos, porque se impide su
evolución. Es preciso rezar por ellos, enviarles luz para que
evolucionen, se liberen, pero no es necesario agarrarse a
ellos para retenerlos ni, sobre todo, esforzarse para hacerles
volver a la tierra.
Los libros antiguos relatan numerosos casos de
evocación a los muertos. Se degollaba a los animales y
debido a las emanaciones producidas por su sangre, se
atraía y alimentaba a las almas de los muertos, las cuales,

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durante algunos instantes, recuperaban de alguna forma su
vitalidad. En la Odisea, hay un episodio en el que Ulises
hace regresar la sombra del adivino Tiresias para que
profetice el futuro. Y en el Antiguo Testamento, también
se lee el relato de la visita que el rey Saúl hizo a la hechicera
de En-Dor para que le hiciera aparecer la sombra del
gran rey Samuel: quería conocer a través de él el final de
la guerra que dirigía contra los filisteos. A esta forma de
evocación se le denomina «necromancia», pues se trata
de una predicción del futuro, «mancia», a través de los
muertos, «necro». Pero, ¿os acordáis de lo que Samuel
dijo a Saúl en el momento en que se le apareció?: «¿Por
qué me has perturbado llamándome?»... Sí, porque los
muertos que han vivido en la tierra como grandes espíritus,
no quieren ser molestados para satisfacer la curiosidad de
los vivos: se sienten muy alejados de sus preocupaciones
mezquinas y limitadas. Claro que no les han olvidado;
aceptan ayudarles, pero de otra manera (NOTA: En otra
conferencia, Omraam Mikhael Aivanhov dijo: «Cuando
en el momento de la transfiguración en el monte Tabor
Jesús se apareció a sus discípulos, irradiaba tanta luz que
no pudieron soportarla y apartaron su cara contra el
suelo. Esta transfiguración fue una irrupción de su cuerpo
espiritual, de su cuerpo de gloria en el plano físico. Aún no
había llegado para Jesús el momento de separar su cuerpo
glorioso de su cuerpo físico para vivir definitivamente
en él, pero podía ya aparecer en la plenitud de su
manifestación. Algunas personas pudieron ver el cuerpo
glorioso de algunos Iniciados cuando se encontraban en
estados de arrobamiento y éxtasis: su rostro resplandecía
de felicidad, la luz brotaba de todo su ser. Gracias a este
cuerpo, los Iniciados pueden viajar en el espacio, atravesar

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las montañas e incluso penetrar hasta el centro de la tierra,
pues ningún objeto material les detiene. Pueden incluso
actuar a distancia sobre las criaturas para ayudarlas. Sí,
y aun si su cuerpo físico estuviera enfermo, un Iniciado
puede siempre trabajar y ayudar a los demás, pues el cuerpo
físico y el cuerpo de gloria son dos realidades totalmente
diferentes. Tanto si un Iniciado está moribundo, como si ha
muerto, su cuerpo de gloria está ahí, vivo, radiante, puede
tocar las criaturas en el espacio para instruirlas, aconsejarlas,
consolarlas y darles sus bendiciones». FINAL NOTA).

Evidentemente la mayoría de los humanos cuando


dejan la tierra no son inmediatamente liberados de las
ataduras terrestres: quedan unidos a sus parientes, a sus
amigos (¡o enemigos!), a sus posesiones, y si no están muy
evolucionados, si no tienen en su corazón, en su alma
el deseo de descubrir otros espacios y de ir hacia Dios,
giran alrededor de esos seres, de sus casas, de sus objetos.
Son almas errantes que sufren y que no pueden aún
liberarse, a pesar de la ayuda que reciben de los espíritus
luminosos. Mientras que aquellos que en la tierra han
vivido amorosamente, en la luz, en las virtudes, abandonan
rápidamente su cuerpo y se van hacia regiones sublimes
donde rebosan de dicha y de felicidad. Desde ahí pueden
enviar corrientes benéficas a todos aquellos que dejaron
abajo, para ayudarles, protegerles; pero jamás regresan
hacia ellos ni vuelven a bajar como muchos se imaginan.
Desde que mueren, se alejan de la tierra y ya no vuelven.
Diréis: ¡Cómo se explica que los espíritus puedan
entrar en comunicación con algunos personajes ilustres
del pasado? No; en realidad no es con ellos con quienes se

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comunican. He aquí lo que sucede: cuando el ser humano
se libera para irse al otro lado, deja algunos de sus trajes.
Naturalmente que no me refiero a los trajes físicos, sino
a los etéricos y astrales que flotan en la atmósfera, y que
están impregnados de todo lo que el ser ha vivido. Son
cascarones o envolturas vacías, abandonadas por sus
ocupantes, y que pueden ser animadas, vivificadas por los
fluidos de personas reunidas en sesiones espiritistas para
evocar a los muertos. Y como, en general, esas personas no
son muy evolucionadas, evidentemente no pueden liberar
más que fluidos muy inferiores, impregnados de pasiones,
de sensualidad, de apetencias. Y estos fluidos atraen de los
planos astral y etérico toda clase de existencias flotantes
que no han sido aún absorbidas por el centro de la tierra.
El espacio psíquico que rodea la tierra es liberado de lo
que permanece ahí estancado, siendo enviado al centro de
la tierra. Sin embargo, algunas entidades inferiores que
se denominan «larvas», «elementales», están aún allí,
y son precisamente quienes se aparecen frecuentemente
en las sesiones espiritistas para engañar y desorientar a los
humanos. Y no solamente les engañan y despistan, sino
que les agotan porque, para vivir más tiempo, absorben la
vitalidad de los humanos.
Está al alcance del espíritu más inferior el entrar en la
cabeza de un médium, y de hablaros en nombre de quien
deseéis: Moisés, Jesús, Juana de Arco. Esto, no indica
superioridad alguna. En todo caso, no será una camarilla
de personas frívolas, curiosas, sensuales, como sucede en
las reuniones espiritistas, quienes atraerán a los espíritus
evolucionados. Todo lo que esas personas pueden captar,
es la chusma que habita en el astral inferior, las larvas, los

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restos, las tinieblas. Por el contrario, si un grupo de seres
puros, luminosos, desinteresados se reúnen para rezar y
enviar luz, a través de ellos pueden manifestarse entidades
verdaderamente luminosas, pero de ningún modo en la
forma como los espíritus se manifiestan en los círculos del
espiritismo.
En el mundo psíquico existen también seres creados por
los seres humanos. Algunos personajes de la literatura, o
incluso santos que nunca existieron verdaderamente, han
llegado a ser tan célebres, y se han mantenido de tal forma en
el pensamiento de los humanos, que han acabado por tener
una realidad, no física, evidentemente, pero sí fluídica. Por
lo demás, los egregores tienen el mismo origen.
Un egregor es una entidad colectiva creada por el
pensamiento de todos los individuos pertenecientes a
un grupo, a un pueblo, o una religión, por ejemplo... Sus
pensamientos, sus deseos, que van todos dirigidos en el
mismo sentido, forman un egregor impregnado, nutrido,
formado por esta colectividad. También nosotros, los
que formamos parte de la Fraternidad Blanca Universal,
tenemos un egregor. Todas las Iglesias, todos los
movimientos espiritualistas lo tienen, al igual que cualquier
movimiento político. Y a veces, estos egregores luchan
arriba, para dirimir cuál es el más fuerte... Cada egregor
ayuda a la comunidad que la forma, pues es una reserva de
fuerzas formidable. Posee una forma simbólica, a menudo,
la de un animal: oso, tigre, gallo, águila, paloma, etc. Pero
lo esencial está en comprender cómo se puede formar un
egregor poderoso que trabaje en el mundo, que ayude e
instruya a las criaturas. Aunque, cuidado, se puede ser
castigado, fulminado por un egregor, si se traiciona el ideal

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que representa. Sí; los egregores se vengan de los miembros
que les traicionan.
El plano astral está habitado por criaturas de todas
clases, pero los humanos no tienen ninguna idea.
Independientemente de que las conozcan o no, atraen a
aquellas personas con las que se relacionan por la ley de
afinidad. He aquí cómo en las reuniones espiritistas, los
participantes atraen a entidades del océano astral, pero
raramente a los espíritus de los muertos que esperan. Diréis:
«Sí, pero, ¿cómo es posible que esas criaturas lleguen a
saber tantas cosas concernientes al muerto hasta el punto
de conseguir hacerse pasar por él?». No es tan difícil;
todo está inscrito en los Registros Akásicos, es decir, en
los archivos etéricos del universo; y las entidades pueden
informarse muy deprisa, pero frecuentemente no ven
muy bien y dan informaciones erróneas. Todo depende de
cómo sea la persona que se dirige al mundo invisible; si ésta
es muy pura, muy luminosa, recibirá una respuesta exacta,
y no porque los espíritus desciendan, sino porque subió
hasta ellos para obtener la comunicación.
Hay casos, naturalmente, ya os lo he dicho, en los que
ciertos espíritus se ven obligados a dejar su región para
venir a la tierra, porque son llamados por magos muy
poderosos que les fuerzan a descender sirviéndose de
fórmulas mágicas que saben pronunciar. Pero esto no es
normal, ni natural; le corresponde al hombre elevarse por
el pensamiento para encontrarse con ellos en la región
donde se hallan: los muertos no tienen por qué bajar de
nuevo sobre la tierra.
Existen dos formas de magia: una que se dirige a los
seres superiores de quienes se quiere obtener bendiciones,

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y se denomina «invocación» y otra que quiere atraer a las
almas de los muertos para que se manifiesten, y se denomina
«evocación». Pero, ya os lo he dicho, no se logra obtener
la presencia real de esos espíritus que se quisieron evocar o
invocar: son otras criaturas que toman su forma o su voz,
porque tienen interés en engañar a los humanos.
Es preciso, pues, ser muy prudente. Yo nunca he
recomendado participar en sesiones de espiritismo, nunca,
al contrario. Cuando era joven, asistí a algunas, pero
enseguida comprendí que quienes están ahí, se sienten
unidos por su sensualidad, su codicia, su ambición.
Entonces, bajo el pretexto de comunicar con sus parientes o
amigos, atraen criaturas astrales de las que luego no podrán
liberarse porque tratan de satisfacer sus deseos inferiores a
través de ellas. Es por eso que muchos espiritistas terminan
mal.
Entonces, dejad que los muertos se vayan tranquilamente
adonde deben ir. En cuanto a vuestros parientes y amigos,
no os acerquéis a ellos, no los retengáis con vuestras
tristezas, con vuestras penas y, sobre todo, no os esforcéis
en comunicaros con ellos: les importunáis, e impedís su
liberación. Rezad por ellos; enviadles vuestro amor, pensad
que se liberan y se elevan progresivamente en la luz. Si les
queréis verdaderamente, sabed que un día estaréis con
ellos. Es la verdad. Cuántas veces os lo he dicho: donde esté
vuestro amor, un día estaréis vosotros.

Sevres, 6 de marzo de 1966.

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