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Fotograma de Die Strasse (la calle, Karl Grüne, 1923)

1,,
A mis padres
ÍNDICE

セ@
DISPOSITIVO DENOTADO «YO», por Jenaro Talens . . . . . . . . . . . . 9
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
l. EL EXPRESIONISMO Y LA VANGUARDIA . . . . . . . . . . . . 27
1.1. SUPERREALISMO Y PRIMERAS VANGUARDIAS . . . . . . • . . . • . . . 27
1.2. EXPRESIONISMO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . • . . . • . . . 29
1.2. 1. En el principiofi1e el no111bre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
1.2.2. El 'debate sobre el expresionis1110' . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
1.3. POR UNA DEFINICIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . 34

11. LA REPÚBLICA DE WEIMAR Y EL EXPRESIONISMO .. 37


2.1. PARÉNTESIS SOBRE LA CU LTURA D E WEIMAR · . . . . . . . . . . . . . . 37
2. 1. 1. Cuestión de 111étodo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . • . . . 38
2. 1.2. La a111bigi1edad wei111ariana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . 39
2.2. LA ESTABILIZACIÓN D E LA VANGUARDIA ARTiSTICA . . . . . . . . • . . 40

111. EL CINE DE LA REPÚBLICA DE WEIMAR . . . . . . . . . . . . . 43


INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
3.1. EXPRESIONISMO, REPÚBLICA D E WEIMAR Y CINE. . . . . . . . . . . . 44
3. 1. 1. El te111a de los precedentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
· 3. 1.2. Experi111entaciónyestabilización . . . . . . . . . . . • . . . • . . . 46
3. 1.3. La definición del expresio11is1110 en el cine . . . . . . . . . . • . . . 47
3.1.3.1. Etifoq11es clásicos .. :.. . .. .. . ..... ....... 47
3. 1.3.2. Las periodizaciones de la historiografía . . . . . . . . 48
3. 1.3.3. La corriente ignorada: reivindicación del realis1110 . 51
3. 1.3.4. La constatación de la difimltad definitoria. . . . . . 53
3. 1.3.5. La perspectiva teórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
3. 1.3. 5. 1 La precaria 111aterializació11 tex t11al . 55
3. 1.3.5.2. El pni1cipio de la no seg111e11tación . . 56
3. 1.3.6. La latencia del 111odelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
3.2. P O R UNA TEORIA DE LOS MO D ELOS DE REPRESENTACIÓN EN EL
CINE DE LA REPÚ BLICA D E WEIMÁR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
3.3. LA NECESARIA HISTO RIZACIÓN Y LOS SIGNOS D E L CAMBIO . . . . 59

7
IV EL CINE DE WEIMAR EN SUS TEXTOS . . . . . . . . . . . . . . . 65
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
4.1. L A FORM ALIZACIÓN D EL ESPACIO META FÓRICO • . . . . . . • . • • . 65
4. 1. 1. La Feria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
4. 1.2. El espacio de la histérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
4. 1.3. El valor icónico de la letra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
4. 1.4. Recensiones· . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . 72
4.2. UN NU EVO DISCURSO POÉTICO . . . . ..... • .• .• .....• . . , . . 73
4.2. 1. Co11tagioydesplaza111iento ....... .. . .• . .• .. . . .. , . . 74
4.2. 1.1. Cierto paisaje. . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . 74
4.2. 1.2. Cierta arq11itect11ra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
4.2. 1.3. La 111etáfora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . 75
4.2.2. Elf11era de ca111poy el raccord i111posible .............. . · 76
4.2.2. 1. La mirada perdida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
4.2.2.2. La contigüidad i111posible . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
4.2.2.3. Prl!Jecció11 del fi1era de ca111po . . . . . . . . . . . . . . 77
4.2.3. La 1111eva 111etáfora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
4.3. EsTRUCTURA DE MONT AJ E EN LA DI ÉGESIS . . . . . , .. , .. .• .. , 79
4.3. 1. La historiay las historias ... . .. .. ... .. , . . . . . . . . . . 79
4.3.2. El e11ig111a ..... .. ... . .. . . ..... ....•.. , . . • . . . . 80
4.4. EL SIMBOLO DEL 'KAMM ERSPIELFILM' ....•. . . .•.. • .. , . . . . 82
4.5. SUTURAS Y DIV ERGENCIAS .. , . . . . . . • . . . . . . . . . . • . . • . . • . 84
4.5. 1. A11tecede11tesy contmido de la seC11encia . . . . . . . . . . . . . . . 85
4.5.2. Fimción sintagmática . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
4.5.3. P1111/11ación: la profundidad del campo . . . . . . . . . . . . . . . . 86
4.5.4. Meca11is111os de la narratividad: lafrag111e11tació11 . . . . . . . . . 88
· 4.5.4. 1. El aco111pa1ia111iento de la acció11:pérdida de la dis-
tancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
4.5.4.2. Lafocalización .. . .... . ... •. .. . .. , . . . . . 88
4.5.4.3 . . La escala de los planos . .. . .... . . .. .• . . , . . 89
4.S:4.4. Fll11ció11 del raccord apl!Jado . ... . , .. , , .. , . . 90
4.5.5. Co11c/11sión: la estr11ct11ra . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . 90

COMPLEMENTOS FOTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 7

8
DISPOSITIVO DENOTADO «YO»
Schatten sind viele. Trübe und verborgen.
Und Traume, die an stummen Türen schleifen,
Und der erwacht, bedruckt vom Licht der Morgen,
Muss schweren Schlaf von grauen Lidern streifen.

(Muchos so11 sombras. Escondidas y turbias.


Sue1ios que roZOll sobre puertas mudas,
Quie11 despierta, agobiado por otras madrugadas,
Debe quitar la pesadez del simio de sus párpados grises).

Georg Heym, Umbra vitae

Dentro de las llamadas vanguardias del primer tercio de siglo, quizá


sea el expresionismo el movimiento que con mayor rigor y radicalidad se
planteó la problemática del discurso artístico. Sin la orquestación de ma-
nifiestos y contramanifiestos propia del futurismo, sin la explícita (aun-
que no siempre consecuente) voluntad subversiva de Dada o del grupo de
Breton, supo dar respuesta adecuada, y en el lugar adecuado -la práctica
concreta-, a las cuestiones fundamentales planteadas en uno de los pe-
ríodos más intensos y conflictivos que ha vivido el siglo XX.
Hoy el futurismo es historia. Las propuestas de Tristan Tzara y los
superrealistas obtienen en el mercado académico un valor de cambio a
menudo contradictorio con los fines que movilizaron a sus iniciadores.
El expresionismo, sin embargo, sigue siendo el gran desconocido, pese a
que podamos encontrar en él las raíces de muchos de los hallazgos que
han hecho posible el arte posterior.
En efecto, la individualización --que no personalización- del proce-
so artístico y su correlato: el irracionalismo expresivo, (que va desde la
distorsión sistemática de .la sintaxis e imaginería tradicionales hasta el
feísmo tan lúcidamente asumido de un Ernst Stadler o un Georg Heym
en poesía, pasando por la crueldad de un Gros·z en pintura o el antinatu-

9
ralismo militante de Robert Wiene o Fritz Lang en cine), no conlleva,
como en los movimientos anteriormente citados, la más mínima conce-
sión a la ambigüedad. Los situacionistas del mayo parisino del 68 afirma-
ban que Dada había fracasado por pretender destruir el arte sin reali-
zarlo, y los superrealistas por pretender realizarlo sin destruirlo. Con los
expresionistas no es posible plantear la misma paradoja. En ellos la nega-
ción de un mundo material se traduce en la primada de la imaginación
como única fuerza con capacidad para dinamitar la realidad desde el úni-
co punto de enlace que ésta posee con el arte: el lenguaje. Más que cual-
quier otro movimiento contemporáneo, el expresionismo utiliza el len-
guaje como espacio 'específico de su actividad. La escritura sustituye a la
división tradicional de los géneros y cada obra se transforma en la pro-
ducción de un ámbito entre cuyos límites el discurso se hace a sí mis-
mo, en el interior de un entramado de relaciones intertextuales ·difícil-
mente reducibles al estrecho marco de los géneros artísticos -literatura,
pintura, cine, teatro, etc.-. Ámbito cuya relación con lo real se establece
invocando para sí su propia y específica materialidad. No autosuficiencia,
pero tampoco reflejo. Discursos que hablen, no de una exterioridad refe-
rencial sino de la mirada que, dando cuenta 'de ella, la estructura y cons-
truye. De ahí que el ataque de Lucáks al movimiento expresionista por su
pseudoizquierdismo e irracionalidad, motivos que favorecieron, en opi-
nión del pensador húngaro, el advenimiento de la ideología mítica hitle-
riana, suponga no haber entendido lo esencial del dispositivo crítico que
lo articula, su característica primordial: el ataque .a las mismas raíces del
proceso artístico, el continuo cuestionamiento que su concepción del len-
guaje supone para un arte que ha venido cayendo una y otra vez en su
propia trampa.
El trasvase de elementos de un tipo de práctica a otra (de la poesía a
la pintura, de la ーゥョセオイ。@ al cine, del cine al teatro) no sólo rompía los vie-
jos moldes taxonómicos sino que forzaba a mirar la totalidad no como
suma de compartimentos estancos, sino como sistema abierto de relacio-
nes y operaciones discursivas.
El cine pudo así ser espacio privilegiado -por su propia y compleja
materialidad- para plantear y desarrollar esta problemática.
Uno de los temas de mayor interés ·es el que atañe a la cuestión del
YO. ¿Quién nos habla en un film? El cine, probablemente, es el discurso
que mejor ejemplifica la vaguedad de esa noción llamada autor, mostrán-
dola como lo que es, un efecto producido a partir de una determinada ar-
ticulación. De ahí la importancia de una teoría del montaje que más allá
de su funcionalidad fáctica (cutting) o narrativa (editing) aborde su más
importante función: la de ser en última instancia, el sujeto de la enuncia-
ción del discurso fílmico. La individualización del expresionismo no par-

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te, pues, de un Y o sino que lo construye como instancia textual. Y es en
esa noción de construcción donde, al mismo tiempo, la temporalidad se
somete a la espacialidad y no a la inversa, produciendo un interesante
desplazamiento desde la función metonímica propia de la cadena sintag-
mática, a la metáfora, propia del registro paradigmático. En efecto, será
característica esencial del cine de este período la tendencia a inmovilizar
el plano, dando supremacía a su composición espacial sobre el desarrollo
temporal de la secuencia. La concepción del encuadre como forma espe-
cífica de montaje, por influencia de la pintura, pasa, de ese modo, a ser
esencial en el dispositivo fílmico.
Vicente Sánchez-Biosca abordó con extraordinario rigor y profundi-
dad estos y otros problemas en una tesis doctoral que tuve la suerte de di-
rigir en la Universidad de Valencia. Frente a las dos · tendencias que
mayoritariamente han dirigido las investigaciones sobre el cine expresio-
nista, a) el sociologismo -unido a una cierta psicología de masas- de-
Siegfried Kracauer, y b) el ambiguo idealismo nacionalista de Lotte Eis-
ner, el autor opta por un camino de análisis textual, más iluminador y
operativo.
El libro que aquí se presenta es sólo una pequeña parte de un material
mucho más rico y complejo, del que sin duda surgirán, en un plazo no
muy lejano, otros libros tan importantes como éste. Sirvan estas líneas,
no como presentación de un trabajo que no las necesita, sino como testi-
monio de adhesión a unas propuestas, teóricas y metodológicas, que, es-
pero, incidan de forma radical en los estudios actuales sobre el discurso
cinematográfico.

Valencia, verano de 1985


Jenaro Talens

11
«La metáfora es probablemente la potencia más fértil que el hombre posee. Su
eficiencia llega a tocar los confines de la taumaturgia y parece un trebejo de
creación que Dios se dejó olvidado dentro de una de sus criaturas al tiempo de
formada, como el cirujano distraído se deja un instrumento en el vientre del
operado(... ) Es verdaderamente extraña la existencia en el hombre de esta acti-
vidad mental que consiste en suplantar una cosa por otra no tanto por afán de
llegar a ésta como por el empeño de rehuir aquélla. La metáfora escamotea un
objeto enmascarándolo con otro y no tendría sentido si no viéramos bajo ella
un instinto que induce al hombre a evitar realidades»

J. ORTEGA Y GASSET

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INTRODUCCIÓN

l. Abordar un período de la historia del cine no resulta empresa fácil.


Si durante largos años los historiadores clásicos, pese al incalculable valor
de muchas de sus aportaciones, se han convertido en narradores, admirati-
vos o críticos según los casos, de las producciones del séptimo arte, la mo-
derna aproximación a los textos desde u·n a perspectiva analítica consecuen-
te no se ha detenido lo necesario en las redes que distintos modelos de re-
presentación diseñan en una época acotada en el tiempo. De las perimidas
nociones de autor y obra (incluso de historia lineal) o de la búsqueda de un
código o códigos espedfico(s) hemos asistido en el seno de una crítica no
por minoritaria menos relevante a una vuelta a los films. Tal giro de pers-
pectiva no significa tan sólo una modificación cuantitativa de grado o in-
tensidad: antes bien ha supuesto una inversión epistemológica que ubica al
texto y a su sistema de enunciación en la columna vertebral del estudio.
Sin embargo, la aparente modestia del planteamiento ha venido poster-
gando en múltiples ocasiones la aproximación a modelos de representación
latentes en una época cuya plasmación textual era compleja y contradicto-
ria. Tal vez, y sólo recientemente, el cine clásico ha sido el único en escapar
a esta reducción. Si no puede afirmarse la suficiencia de los análisis a él de-
dicados, sí al menos que éstos contribuyen a forjar una comprensión mayor
de los presupue_stos que lo sustentan, de las transgresiones, desajustes y
descentramientos que sobre aquél operan los films y de su propia decaden-
cia o aniquilamiento como modelo hegemónico.
Poco es, por el contrario, lo que queda para períodos menos favoreci-
dos por la critica (quizá algo más por la historiografía): su estudio se balan-
cea entre las historias empíricas de mera acumulación de datos (más o me-
nos novedosas en sugerencias, pero de carencia metodológica absoh,ita) _y
los brillantes (y, con todo, ya insuficientes) análisis textuales. Porque· en-
frentarse con un texto fílmico implica, sobre todo, desentrañar su carácter
intertextual respecto a modelos de representación más abstractos que en-
carna, pervierte y modifica y no limitarse a describir una textura ahistoriza-
da. La dimensión histórica debe, en consecuencia, ser contemplada no en
el sentido ingenuo de contextualización, sino en el entramado en que apa-

15
rece y se produce su red enunciativa, su proceso de escritura en un sentido
moderno (en dicho concepto confluyen los trabajos de Barthes, Kristeva,
Lacan, Bettetini, Derrida y un largo etcétera). En el cruce de estas moder-
nas disciplinas -Semiótica textual, Psicoanálisis- se erige una necesidad
de dar cuenta de períodos de Ja historia de la puesta en escena que, sólida-
mente engarzados con Ja teoría, acaben con la ahistoridad y con el mecani-
cismo por igual.

II. De Jos modelos de representación a la puesta en escena del film


tiene lugar un proceso enunciativo que nos obliga a revisar la noción que
habremos de considerar nuclear en estas páginas, a saber: la de montaje.
Clave como es dicho concepto para el texto fílmico, el discurso clásico ha
sancionado· una doble perspectiva de definición que viene bloqueando su
operatividad:
1) el tecnicismo, que presenta de modo recurrente dos presupuestos res-
trictivos y complementarios a Ja noción de montaje . .En primer lugar, la
confinación (e identificación) del concepto con una de las fases de la elaboración de un
film; fase que consiste en cortar y pegar los fragmentos del copión rodados
anteriormente con el fin de proveer a la película de un sentido de continui-
dad. Dicha fase sucedería cronológicamente a otros dos momentos agluti-
nantes (guión técnico y rodaje). En segundo lugar, la restricción del térmi-
no montaje a Ja designación de la relación entre planos contiguos. De lo que
se deduce la elaboración de una normativa (técnica, por supuesto) referente a las reglas
de combinación de los fragmentos de que se dispone en la sala de montaje. Es por ello
que la noción impensada de <rraccordJ> asume en este discurso un papel nuclear en de-
trimento de cualquier otra. '

De entre la ingente producción de textos c¡ue se engloba sin dificultad en la opción indica-
da, señalemos algunos: The Tech11iq11e of Fil111 Editi11g, de Karel Reisz (Londres, Focal Press,
1953; traducción castellana: Timica del 111011taje cine111atográfico, Madrid, Taurus, 1960), Estiti-
ca del 111ontaje. Cine, TV, videos, de Antonio del Amo (Madrid, ed. del autor, 1971), Montaje
cine111atográfico, Arte del 111ovi111imto (Barna, Pomaire, 1970) y el reciente 011 Fil111 Editing, de
Edward Dmytryk (Boston, Focal Press, 1984). Todos ellos insisten en la defensa del térmi-
no clave: «RACORD: perfecto ajuste de movimientos y detalles c¡ue afectan a la continui-
dad entre distintos planos» (Reisz, pág. 255, ed. castellana); en consecuencia, se trata de de-
jar bien sentadas --dice Sánchez- «las normas y leyes c¡ue rigen la correrla conjugación de
los movimientos básicos del cine( ... ) y las leyes de una geografía correcta son dictadas por el
tratado POSICIONES DE cAMARA» (pág. 49) (subrayado nuestro). Antonio del Amo ve en el
montaje la «sintaxis de una lengua o lenguaje c¡ue empieza a buscar su desarrollo» (pág. 20),
llegando a la aseveración de c¡ue el montaje por raccord «construye oraciones perfectas, li-
gadas entre sí en una continuidad suave y armónica, y cuando hay un salto, es proporcio-
nal, lleno de sentido. Una falta de raccord o un salto de eje, es como una falta de concor-
dancia: desconcierta, enajena al espectadorn (pág. 27). De idéntico modo, Dmytryk afirma
c¡ue si el film está bien montado, el espectador lo percibirá como una acción continuada,
fluida (pág. 12).

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2) El historicismo, que insiste para su trazado en una idea base: el desarrollo
paralelo de la <<especijicidadJJ del cine y de las técnicas de montaje. De este modo, el
despegue del cine como tal (?) de su predecesor teatral -popular o vodevi-
lesco- suele cifrarse en aspectos tales como la fragmentación en distintos
planos y la aparición del primer plano, la movilidad de la cámara, etc. Da-
tos todos ellos a los que se adhiere el reconocimiento de la mayoría de edad
del nuevo arte. De un modo u otro, los historiadores que así proceden ba-
rajan una noción que escapa sospechosamente a la definición: lo cinemato-
gráfico puro.2
Lo curioso de tal bipolaridad de enfoque es su confluencia final. Pues,
careciendo los historiadores de una formulación teórica del montaje, se ven
forzados a recurrir a la única definición que se halla a su alcance sin con-
flicto alguno: la técnica. Leemos, así, con mayor facilidad estas historias
del cine: lo cinematográfico puro es el montaje invisible (borrado de la dis-
continuidad, imperio del raccord) que se impondría en el cine americano

A tenor de lo dicho -y pese a que no podemos detenernos lo que serla de desear en


este tema-, la noción de «raccord» ya no es para estos autores reflejo y materialización de
un modelo determinado de representación -el narrativo clásico en cuyo seno la orienta-
ción del espectador era el trampolín a su consumo proyectivo del film-, sino algo inse-
parable del cine mismo, .su propia esencia constitutiva. Pese a que estos profesores puedan
reinvindicar ciertas discontinuidades cuando la fábula se beneficie de ellas, su militancia en
la defensa del modelo clásico es, antes que cualquier otra cosa, un enmascaramiento de su
propia dimensión histórica.
Véase Lewis Jacobs (The Ri.re of A111erico11 Film, Nueva York, Hartcourt, Brace and Company,
1939; traducción castellana: La az.arosa historia del cine a111erica110, Barna, Lumen, 1971 ):
«Si Georges Mélies fue el primero en orientar al cine hacia una forma teatral, como él mis-
m.o afirmaba, Porter fue el primero en orientarlo hacia una.forma ci11e111alográfica ( ... ) Fue él
quien descubrió que el cine como arte se basa en la sucesión continua de encuadres y no en
encuadres sólo( ...), diferenció el cine de las formas teatrales, dotándolo del principio del
montaje» (pág. 65, Vol. 1). Asimismo Mitry quien seilala que The Greaf Trai11 Robbery (E. S.
Porter, 1903) «lleva en él el germen de la expresió11fil111ica y permanece ante la historia como
el primer film que fue verdadera111e11fe d11e» (Histoire d11 d11é111a, Pads, Ed. Universitaires, Vol. 1,
1967, pág. 240) (el subrayado en .todos los casos es nuestro). Afirmación ésta sumamen-
te contradictoria cuando, Mitry, a propósito de The Birth of a Nalio11 declara: «Pero cualquie-
ra que sea el respeto que.podamos tener por los pioneros de las primeras épocas, no es me-
nos cierto que el cine comcie11/e de ms posibilidades artíslicas, el ci11e 111is1110 no aparece sino en
1915. Ha venido al mundo con El 11aci111imto de 1111a Nación (subrayado nuestro) (Esthétiq11e el
Psychologie d11 ci11é111a, Vol. 1, París, Ed . Universitaires, 1963, pág. 276). Después de todo,
Mitry utiliza una categorla que jamás explica y que va desplazando en su visión teleológica
de la constitución de un lenguaje desde el magma de los orígenes (ésta también es la posi-
ción de Jacobs). Por su parte, Bazin condena ciertas prácticas de montaje: «El montaje no
puede utilizarse --<lice- más que dentro de límites precisos, bajo pena de atentar contra la
011/ología de la fábula cii1t111alográfica11 ("Montaje prohibido11 i11 Q11é es el ci11e, Madrid, Rialp,
1966, pág. 117; ed. original Q11'est-ce le ciné111a?, París, Ed. du Cerf, 1958-1962) (subrayado
nuestro). Inspirado en el neorrealismo italiano y en Welles, Bazin se sentirá autorizado a
trazar la historia del séptimo arte retrospectivamente descubriendo en pleno corazón del
mudo cineastas que 'creen en la imagen' y otros 'que cr,een en la realidad'.

17
allá por los años treinta (posición implícita e irreflexiva de L. Jacobs); lo
ontológicamente cinematográfico es la restitución no manipuladora de la
realidad (Bazin), con lo que el montaje debe ser reducido al mínimo; el ver-
dadero cine es aquél que, integrando lo pro-fílmico y sin denegarlo jamás,
lo reelabora de modo estético separándose de lo teatral o lo pictórico (Mi-
try). Tres opciones cuyo dispositivo es idéntico: describir una historia li-
neal e inexorablemente causal desde el lugar (período, poética) que se pre-
tende justificar y en el seno de cuyo discurso la noción de montaje escapa
セ ゥ・ューイ@ a la definición procediendo a masivos desplazamientos de la técni-
ca a la historización de algo todavía no constituido.
Tal discurso clásico podría definirse, en consecuencia, por dos notas: su
empirismo, en la medida en que, desprovisto de una teoría del cine como
práctica significante, es incapaz de establecer los niveles de articulación de
los datos que posee. Su único alcance son los films, pero éstos no en cuanto
textos, sino en cuanto impensados datos provistos por las ambiguas y sa-
cralizadas · nociones de autor y arte; su prop11esta de legitimación del modelo
que hoy (en el momento de su escritura) configura el cine. En otras pala-
bras, la defensa de un modelo de representación que designa el carácter mi-
litante de este discurso. En la mayoría de los casos, se trata de una legiti-
mación del modelo hollywoodense (de ahí la nuclearidad de la noción de
raccord como sutura) y, en este sentido, el discurso clásico vendría a ser el
correlato en un emplazamiento distinto del modelo narrativo clásico de re-
presentación en la práctica artística. También, no obstante, legitimación de
cualquier otro modelo (Bazin y el neorrealismo ).
No deja de resultar paradójico que el discurso «teórico» que no cesa de
apoyarse en la técnica para proceder a análisis ·y definiciones, sea el más só-
lido garante de una poética que, precisamente, tiende a la invisibilidad de la
propia técnica, a su enmascaramiento y denegación en el espectáculo.

III. Montaje, edición, compaginación. He aquí tres términos que se


recubren. Ubicados en la jerga técnica, nada permite explicar con ellos la
actitud que el cine adopta. para con sus elementos compositivos. Pues si
compaginación y edición son términos que militan en las filas del lenguaje
de laboratorio, montaje cruza su sentido con las prácticas teatrales, operís-
ticas, etc., por lo que resulta doblemente sospechoso el enconado interés de
historiadores y críticos por confinar su significación a la identidad con los
otros dos.
Ya en Semiotica ed estetica, Emilio Garroni señalaba que la heterogenei-
dad del lenguaje no se limitaba a determinadas artes, sino que afecta inclu-
so al mensaje verbal: éste es sólo homogéneo como mensaje de un lenguaje-
objeto, esto es, ・セ@ cuanto objeto de ·una consideración metalingüística y no

18
como mensaje actualmente manifiesto.3 Garroni caracteriza al objeto artís-
tico como típicamente heterogéneo, entendiendo por este término su anali-
zabilidad en relación a una multiplicidad de modelos homogéneos y, entre
ellos, heterogéneos. Tal posición -desarrollada en Prqyecto de Seflliótica-
debiera ser sometida a revisión gracias al desplazamiento que la semiótica
ha venido efectuando últimamente desde un interés central concedido al
código (más tarde a la pluralidad de los mismos) hasta una atención al texto
como topos de producción. Considerar al texto sumergido en el lenguaje,
pero cuestionándolo continuamente, despegándolo de su automatismo, su-
pone edificarse allá donde se trabaja el significante.
Como señala Julia Kristeva,4 el texto se construye una zona de multipli-
cidad de señales e intervalos cuya inscripción no centrada pone en práctica
una polivalencia sin unidad posible. El trabajo significante lo presenta,
pues, como «extraño a la lengua» (leamos lenguaje) liberándolo de su sumi-
sión al centro regulador de un sentido (el Sentido, cuya ausencia se vive en
la sociedad occidental como castración).s Por ello, el tral:ajo de la signifi-
cancia es siempre un excedente .que supera las reglas del discurso comuni-
cativo, insistiendo en la presencia de la fórmula textual. Dicho con otras
palabras, el texto no sería ya un fenómeno lingüístico, no la significación
estructurada que se presenta en un corpus, sino su propio engendramiento,
la productividad significante que Kristeva denomina geno-texto.
Es, por tanto, desde este nuevo enfoque epistemológico desde donde
cabe, no ya sancionar la heterogeneidad del lenguaje ni de sus códigos, sino
enunciar el texto como lugar de lo heterogéneo o, mejor, como heterogé-
neo y abordar la noción del mismo a partir del concepto de intertextuali-
dad surgido de los textos de M. Bakhtin. Extendiendo su idea de «relacio-
nes dialógicas» a lugares no específicos de la red verbal, podríamos suscri-
bir la afirmación bakhtiniana:

No existe enunciado que se halle desprovisto de la dimen sión intertex-


tual ( ... )cualquiera que sea el objeto de la palabra, este objeto, de una ma-
nera u otra, ya ha sido dicho; y no puede ser evitado el encuentro con los
discursos anteriores mantenidos sobre dicho objeto. 6

3 GARRON!, Em ilio: Se111iótica ed estetica, Bari, Laterza, 1968, pág. 81. También el apéndice
que lleva por titulo «L'eterogeneita dell'oggetto e i problemi della critica d'arte».
KrusTEV A, Julia: <<El texto y su ciencia» in Se111iolira 1, Madrid, Fundamentos, 1978, pág. 12.
REQUENA, Jesús G.: «Film, texto, semiótica» in Co11/rara111po 13 , Madrid, junio, 1980.
6 cit., por TODOROV, Tzevetan: Mikhail Bakht1i1e. u pri11ripe dialogiq11e, París, Seuil, 1981.
págs. 95-96.

19
A esto apunta la recuperación kristeviana de la noción de dialogismo
bajo el nombre de «ideologema» (tomado de Medvedev):

el ideologema es aquella función intertextual que puede leerse «materiali-


zada» a los distintos niveles de la estructura de cada texto, y que se ex-
tiende a lo largo de todo su trayecto, confiriéndole sus coordenadas his-
tóricas y sociales. 7

Nuestro estudio encuentra al texto -y, ulteriormente, al texto fílmi-


co-- a la luz de la heterogeneidad, pero formulada ésta, no en su acepción
códica (aunque pueda tenerla ·en cuenta), sino en su dimensión intertex-
tual. De este modo, si el texto es un discurso, éste no establece su relación
con un lenguaje determinado, sino -como muy acertadamente señala
J. G. Requena- con el volumen total del lenguaje, entendido como uni-
verso de sistemas y discursos, con el orden simbólico lacaniano.s Y es a te-
nor de lo dicho q!_.le nos permitimos una hipótesis radical, pero que ha de
revelarse singularmente operativa, a saber: el texto artístico, como inter-
texto, formando su coherencia textual sobre la heterogeneidad y multiplici-
dad que lo informa, exige y produce y trabaja en sus opciones códicas.
Elecciones éstas a considerar como montaje de las mismas. El principio de
ordenación textual se opera, pues, como montaje productor de sentido.
Evidenciado u oculto, el montaje será el correlato de la heterogeneidad y,
al tiempo, de la calidad de intertexto que define al film.

IV. El celebérrimo concepto eisensteniano según el cual el monfaje


cinematográfico no es más que un caso particular del principio de montaje
parece, a la luz de esta breve excursión a la teoría del texto, confirmarse y
mostrarse como punto de partida inexcusable a la hora de proponer una
definición suficientemente amplia no técnica y un modelo operativo de
análisis del montaje. Modelo operativo, decimos, en la medida en que debe
dar cuenta en el campo de lo fílmico (más que de lo cinematográfico) de los
distintos ámbitos o niveles en los que dicho principio se actualiza y se pro-
duce.
Ante todo, trataríase de considerar que el montaje afecta a la produc-
ción del film y, en consecuencia, no puede ser confinado a una etapa deter-
minada del mismo. Tal indicación, por obvia que pudiera parecer, conecta
con un principio metodológico y teórico: la concepción del film como tra-

KRISTEV A, Julia: El /ex/o de la novela, Barna, Lumen, 1974, pág. 15.


REQUENA, Jesús G .: La escril11ra jíl11Jica de Do11glas Sirk. Teoría y práctica del análisis lex/11al del
jilfll. Tesis Doctoral defendida en la Universidad Complutense, Madrid, 1984, bajo la direc-
.ción de Antonio Lara, inédita, pág. 4 2.

20
bajo, en diversos campos, pero tendente a un producto coherente (textual-
mente formalizado); es este producto textual con su trabajo lo que se trata
de contemplar y no su fabricación técnica. Es decir,

el montaje como principio es, por naturaleza, una técnica de producción


(... )Dicho de otro modo: el montaje se define siempre, también, por sus
funciones. 9

Ampliada la noción a todo el film como producción y a cualquier poéti-


ca, sea cual fuere la modalidad que adopte, queda, en una segunda fase (no
cronológica, por supuesto) extender el concepto en cuestión a toda forma
de regular la actividad sintagmática (pero también paradigmática) de un
discurso. En consecuencia, el montaje no puede jamás limitarse a designar
la relación entre distintos planos.
Ya Mitry -también Bazin, si bien sin extraer consecuencias- había
señalado la presencia de un trabajo de montaje en el plano en las composi-
ciones en profundidad de campo de Renoir, Wyler, Welles, etc. Por su par-
te, Ch. Metz 10 propone una distinción algo más pertinente entre un senti-
do restringido del término (collage) y otro equivalente al nivel del discurso
(«organización concertada de ca-ocurrencias sintagmáticas en la cadena fíl-
mica»). Con esta distinción se procede a una real superación de las estéticas
tradicionales y a la puesta en marcha de una voluntad teórica que, con
todo, lleva la marca indeleble de la búsqueda códica por Metz. En todo
caso, este autor distingue tres modalidades diversas (collage / movilidad de
la cámara / implicación estática) y un solo principio semiótico. Esta misma
posición, pero con un sustancial desplazamiento hacia el texto, es compar-
tida por Marie-Claire Ropars quien entiende el montaje no como simple
técnica de collage, sino más bien como orden discursivo, cuya decisión
afecta tanto al decoupage como al rodaje. t t Las ventajas de esta proposi-
ción son fáciles de hallar: desplazar la identificación del principio de mon-
taje con el procedimiento técnico y situar su funcionamiento en el ámbito
del texto. De este modo,' una teoría del montaje habrá de ser capaz de dar
cuenta tanto de los films que utilizan el «montaje corto», el borrado, como
de aquellos en los que el corte es raro (Mizoguchi, Ozu, Rossellini, Dreyer,
Welles, Renoir, etc.)

9 AUMONT, Jacques / BERGALA, Alain / VERNET, Marc y MARTE, Michael: Esthéti-


q11e d11 film, París, Nathan, 1983, pág. 4 7.
to METZ, Christian: «Montage et discours dans le film» in Essais mr la sig11ificalio11 a11 ci11é111a,
Vol. II, Par!s, Klink sieck, 1972, pág. 95.
11 ROPARS, Maire-Claire: «Fonction du montage dans la constitution du récit au cinéma» in
Rev11e des Scie11cies H11111ai11es, Fascículo 141 , Par!s, enero-marzo 1971 , pág. 34.

21
V. Es tal vez S. M. Eisenstein el teórico que, desde la época pre-
semiológica, más haya indagado en el tema del montaje. En un curioso
proceso, toda vez que la primera semiología del cine se ha visto superada,
se precisa una recuperación desde la teoría del texto de las aportaciones de
este contradictorio idealista. Sólo retendremos ·aquí una idea crucial: enten-
diendo el montaje como conflicto (konflikt), el ámbito de su aplicación no
puede ser ya la contigüidad de los planos, sino todo el proceso de la puesta
en escena, cualquiera que sea el nivel en el que tenga lugar. Conflicto gráfi-
co, de superficies, de volúmenes, espacial, de iluminación, de ritmos, mate-
riaVencuadre, etc., dice Eisenstein en «Dramaturgie der Film Form».12
Cualquier unidad pro-rnmica o f{Jmica, en la medida en que entra en con-
flicto con otra cualquiera, en la medida en la que construye su coherencia
en el espacio textual en su dimensión heterogénea respecto a las restantes,
puede ser formulada como rasgo de montaje. Por ende, no es el plano lacé-
lula del montaje, sino más bien un topos en el cual el montaje como opera-
ción con la heterogeneid.ad es ya efectivo. En suma, el inédito texto de Ei-
senstein Montaje 3 7 nos brinda una clave obligada:

Y, en todo caso, es un principio [el del montaje) que no abarca sólo,


como hemos visto, todas las instancias internas a la producción cinema-
tográfica: el actor, el papel, el cuadro, el montaje, el objeto entero. Sirio
que es un principio que engloba al arte, más allá de los limites del cine.
Un principio que, más allá de los limites del arte, posee una envergadura
considerable.13

En un memorable artículo aparecido en Cahiers du cinéma --«Le con-


cept de montage»-14, Jacques Aumont proponía unas distinciones opera-
tivas para el estudfo dd montaje:

Montaje / Idea de montaje.


Montaje / Efecto de montaje.
Collure / Collage.15

12 AUMONT, el al. : ya cit. pág. 60.


l3 EISENSTEIN, S.M .: Mo11/age 1937, inédito, citado por AUMONT et a/. in op. cit.,
pág. 161, nota 8.
14 AUMONT, Jacques: «Le concept de montage» in Cahiers d11 ci11é111a núm 2 11, Parls,
abril, 1969, págs 46 y ss.
IS Conservamos la terminologla francesa ya que la distinción co/111re/ collage es de difícil tra-
ducción al castellano.

22
Esta oposiciones corresponden a los términos siguientes:

Real / Conocimiento.
Significante / Significado.
Denotación / Connotación.

De este modo -y pese a que cierta terminología puede hoy ser cuestio-
nable--, al hecho de montaje se opone su 」ッョ セ ゥ、・イ。」￳ョ@ como objeto de
práctica teórica sobre el mismo; por otro lado, la segunda distinción afecta
al trabajo productivo esencial y su resultado (efecto de montaje); por últi-
mo, la composición de unidades simples contrasta con la de unidades más
complejas en cuyo interior el montaje ya es efectivo. Según este sistema de
oposiciones, pueden ser interrogados los modos por medio de los cuales se
produce y los efectos a que el mismo da lugar; todo lo cual supone acentuar
la productividad y la lectura borrando las nociones de antor y obra. Tráta-
se, por último, de evaluar las modalidades de aplicación de dicho principio:
Espacio (yuxtaposición), Orden (sucesión-encadenamiento) y Tiempo (du-
ración).

VI. Se impone a estas alturas de la exposición no perder de vista la


inscripción del montaje, el lugar de su realización, el texto fílmico, espacio
de la producción de la heterogeneidad en coherencia textual. Es por ello
por lo que proponemos una identificación de la noción de montaje con la
de puesta en escena, siempre que por éste entendamos --de la mano de
G. Bettetini- «la selección-coordinación-organización significante-com-
posición «poética» de todos los elementos presentes en la proyección de la
película; y también de los explícitamente «ausentes» (toda exclusión impli-
ca una selección) o escondidos.»1 6
En esta ocasión sí creemos haber dado un paso adelante en la co.m pren-
sión del montaje con el alejamiento consiguiente respecto al empirismo de
la técnica, ubicando al concepto en cuestión en el corazón mismo de lo fíl-
mico, no ya de lo cinematográfico, y exigiendo para él un ejercicio de escri-
tura dotándolo consiguientemente de una amplitud tal que sería capaz de
organizar en su interior como objeto de análisis no sólo los menores movi-
mientos compositivos, sino también la inmovilidad. Puesta en encuadre y
escansión fílmica (sucesión de encuadres), el uso de la noción de encuadre
viene a inscribirse en la polémica sobre la unidad mínima, desbordando al
plano como unidad, si bien aquél debe ser matizado con la idea deleuziana

16 BEITETINI, Gianfranco: Prod11rció11 sig11ifica11/e )'puesta en escena. Barna, Gustavo Gili, 19 77 ,


pág. 123. .

23
de imagen-movimiento.11 Es éste un espinoso problema sobre el que vol-
veremos en un próximo texto, pero su insinuación aquí supone una puesta
al desnudo de la metodología adoptada.

VII. Queda por indicar sucintamente los distintos ámbitos o niveles


en los que se practica (es susceptible de practicarse) la operación del mon-
taje. Estos son:

BANDA IMAGEN
1. Macro-montaje: de secuencias en el film de diégesis, de unidades seg-
mentales en los films no narrativos.is
2. Montqje de planos: el criterio es la co,ntigüidad sólo aparentemente, pues
también han de ser analizables las rimas. (Vide el análisis de Nosferatu en el
capítulo 4.) En este ámbito, la noción de «raccord» no representará más
que un modelo posible. Quedan asimismo, y a idéntico nivel, las disconti-
nuidades y los efectos de choque, por ejemplo.
3. Montaje en el interior del plano: articulación de unidades mínimas com-
positivas en el interior del mismo, ya se trate de los llamados «específicos
fílmicos» (encuadre, campo, movilidad, escala, ángulo, duración) como de
otros «no específicos» (rompiendo, por tanto, esta división), tales los pro-
puestos por T . Kowzan que pertenecen a la banda imagen (mímica, gesto,
maquillaje, peinado, vestuario, accesorios, decorado, iluminación, palabra
escrita, etc. ).19

BANDA SONIDO
. 4. Diálogos, música, eftctos especiales o ruidos. Ámbitos específicos del film
sonoro o --en su caso-- sonorizado.
Una teoría del montaje se ocupará de las articulaciones de todos estos
ámbitos sin privilegiar en su análisis ninguna de ellas y atendiendo al dis-
positivo de los films, los cuales responden -decimos nuevamente- a des-
centramientos y encarnaciones de modelos más abstractos que denomina-
mos modelos de ;epresentación.

17
DELEUZE, Gilles: L'i111age-111011vet11e111, París, .Minuit, 1983, cap. l .
18
Véase, por ejemplo, la atribución atlpica del término «secuencia» dada por M-C Ropars y
P. Sorlin a los 69 planos iniciales de Oct11bre (S. M. Eisenstein, 1927), sobre la base de un
tema común (Ecril11re el idéo/ogie, París, Albatros, 1976) o también la segmentación de la
primera secµencia de Mmu/ (Alain Resnais, 1961) que M-C Ropars detiene en el plano 104, según
criterios figurativos y temáticos (Mime/. Hisloire d'1111e mherche, Parls, Galilée, 1974.)
19 KOWZAN, Tadeusz: «Üans l'orbite des signes», parte tercera de Litléral11re el speclade,
La Haya-París, Mouton , 1975.

24
VIII. A la luz de lo expuesto, las prácticas significantes que tienen lu-
gar en el cine de Weimar a lo largo de los años veinte serán estudiadas
como proyectos de montaje diversos que entran en colisión al actualizarse,
jamás de una manera total, en los textos fílmicos del período. De este
modo, el desplazamiento desde una identidad plástica del plano-plástica del
espacio (por tanto, montaje interno) hasta la disolución de dicha equivalen-
cia será tratado en estas páginas como colisión entre modelos de represen-
tación y no con los irreflexivos apelativos al uso, ya se trate de «expresio-
nismo», «Kammerspielfilm», «realismo social» u otros por el estilo.
Queda por decir, no obstante, que el saludable intento de plantearse la
necesidad de revisar no tanto films, sino períodos de la historia del cine
acarrea riesgos contundentes: por un lado, debido a que los datos, el grado
de fijación textual, las condiciones de producción, etc., en el cine son pro-
blemas cuya resolución sólo se halla en los comienzos; por otro, dado que
el contacto en muchas ocasiones directo de que gozaron muchos de los his-
toriadores clásicos con el período que se propusieron estudiar hoy ya no es
posible. Todo ello dificulta un acceso directo a los films al tiempo que con-
tribuye a la modestia de situar todas nuestras afirmaciones en un terreno
hipotético. Ahora bien, algo más que modestia, éste es realmente el proce-
so de la ciencia: formular hipótesis verificables y señalar vías de investiga-
ción que puedan ser denegadas, en todo o en parte, por estudiosos venide-
ros. Esto es -siempre lo hemos concebido así- el inicio de un a ave ntura;
aventura parcial, pero radical; un intento de que el estudio de la historia del
cine no sólo no se vea disgregado de la teoría, sino que precise de ella y
. sólo pueda «escribirse» con ella. Los análisis textuales nos brindaron uno
de los más brillantes avances en la comprensión del cine y, pese a que éstos
siguen siendo imprescindibles, es tarea perentoria hacer progresos en la di-
mensión diacrónica de los textos fílmicos.

IX. El presente trabajo formó parte de una Tesis Doctoral defendida


en la Facultad de Filología de la Universidad de Valencia en abril de 1985.
Agradezco sus aportaciones, en primer lugar, al tribunal que la juzgó for-
mado por Jorge Urrutia, Román Gubern, Antonio Lara y Vicente Hernán-
dez-Esteve. Al director del trabajo y maestro, mi amigo Jenaro Talens.
A mis padres y hermana que me facilitaron las condiciones necesarias para lle-
var a buen puerto esta empresa. A Vicente Domingo, autor de las fotos de
Caligari, El Último, Las tres luces, Raíles. A Jean-Louis Leutrat que me per-
mitió extraer aquellas correspondientes a Noiferat11 de su valioso texto. A
Vicente )arque, con quien tuve ·ocasión de discutir los capítulos dedicados
al expresionismo y Weimar. A Cinemateca Alemana de Madrid que me
brindó la ocasión de visionar algunos films de la época. A mis compañeros
de CONTRACAMPO, Francesc Llinas y J. G. Requena, gracias a los cua-

25
les pude asistir a una considerable retrospectiva del film alemán de Jos
veinte en el Festival del Atlántico en 1984 para lo cual conté con el apoyo
de José Manuel Marchante y Vicente Mora. Particularmente, a Juan Mi-
guel Company quien, hace ya años, me ofreció mi primer libro sobre este
tema y que, durante todo este tiempo, ha ·sido fuente inagotable de conoci-
mientos, discusiones y aportaciones. Su biblioteca siempre estuvo abierta
para mí y su generosidad intelectual ha sido impagable mucho antes inclu-
so de que naciera una hermosa amistad.

Valencia, junio de 1985

26
l. El expresionismo y la vanguardia

«El universo de esta noche tiene la vastedad


del olvido y la precisión de la fiebre»
J. L. BORGES

1. 1. SUPERREALISMO Y PRIMERAS V ANGU AR DI AS.

Durante largos años le fue otorgada al superrealismo la representación


de los movimientos de vanguardia. Fuera debido a la sólida industria edito-
·rial sobre la que se asentaba y que le abrió no pocas puertas, fuera tal vez
por el engalanamiento que le propiciaban sus manifiestos y su tono pontifi-
cal, lo cierto es que hablar de vanguardia implicó, antes que cualquier otra
cosa, rendir culto al «surréalisme». ¿Qué quedaba, por el contrario, para
aquéllos que al filo de los años diez dieron al traste con más de cuatro siglos
de cultura narcisista? Briznas, sin duda. Nadie les negó - justo es confe-
sarlo-- el calificativo de impulsores, motores o pioneros. Pero poco más.
Inocencia y juventud parecían definirlos, siempre -esto sí- pronuncian-
do estas palabras con una sonrisa en los labios, más piadosa que irónica.
Y es que el sistema surrealista tuvo la astucia de absorber los estímulos
parciales y rupturistas de las primeras vanguardias históricas, dotándolas
de un programa fuertemente coherente en apariencia, pero que procedía
por excesiva simplificación. Valgan como ejemplos la inconsistente e inge-
nua lectura bretoniana de Freud o los coqueteos de algunos superrealistas
con el marxismo 'ortodoxo. Sin embargo, si el Superrealismo propone una
salida integradora y estructural --digamos, por simplificar, en positivo--
a la sectorialidad combativa de ciertas· vanguardias, difícil resultaría, con
todo, explicar por qué aquél ha tomado la delantera -e incluso eclipsado--
a otras opciones no menos estructurales como son el dadá berlinés (por ex-
traños motivos nada justificados, Dadá está ligado a Zurich para la histo-
riografía) o el constructivismo soviético.
En todo caso, si bien es cierto que hay que conceder al Superrealismo
grandes valores artísticos, no por ello habremos de dejar de combatir la
mecánica correspondencia entre ortodoxia bretoniana y creación superrea-

27
lista. Más bien cabría hablar de «superrealismos>>, debilitando considerablemente
su opción programática y revitalmmdci, no ya una poética en sentido estricto,
sino aquello que el movimiento propicia de continuidad (y profundización) en las
vanguardias. Pues, por radical que pueda parecer, la trayectoria de Breton con-
sigue algo infrecuente: trasladar a sistema el caos, regular la espontaneidad
y dar a la provocación la estructura de un crucigrama. En otras palabras,
encubrir la deuda tras una nueva ordenación.
Este estado de cosas viene siendo contestado últimamente, si bien es
largo todavía el camino por recorrer. Interesante como contrapunto del
sistema superrealista ha sido el descubrimiento de la retórica poética de al-
gunos poetas del 27 español frente a la ingenuidad sistémica de los france-
ses.
Sin embargo, resultaba urgente dirigir la mirada hacia las primeras van-
guardias y revisar los apresurados ュッエ・セ@ con que habían sido tildadas para
una lectura crítica - lo menos interesada posible- de su significado histó-
rico. Quizá el fin de una época -fin de la modernidad, fin del arte-, quizá
un resurgir del interés por el expresionismo, pero también un corte con la
mojigatería política de izquierdas, han contribuido, y no en escasa medida,
a hacer saltar a la palestra lo inacabado, fragmentario, antidogmático en su
grito descompensado, de dos movimientos anteriores a la guerra: el futu-
rismo y el expresionismo. El primero de ellos, censurado por sus coqueteos
con el fascismo, no siempre tan evidentes como la. crítica ha puesto empe-
ño en demostrar: el carácter políticamente ambiguo del futurismo, poten-
cialmente absorbible por cualquier línea rupturista, explicaría tal vez la di-
rección del futurismo soviético, tan incongruente en apariencia con los ·
presupuestos marinettianos. El segundo, harto difícil de explicar por su ab-
soluta dispersión, su escasez programática y su inciero devenir, tanto esté-
tico como político (Dadá, Neue Sachlichkeit, nacionalsocialismo, comunis-
mo), ha venido siendo reducido a un equívoco catálogo o a una profesión
de fe en personalidades. Y ambos, en sus grandes diferencias, pujan hoy
por darse a conocer forzando, codo con codo, a una relectura de las van-
guardias. ,
La publicación sistemática que ha emprendido la editorial Mondadori
de los olvidados textos futuristas ha puesto sobre el tapete -y Guillermo
Carnero así lo indicaba en unas conferencias en la Universidad Internacio-
nal Menéndez Pelayo-1 la deuda (me atrevería a decir rapiña) que el su-
rrealismo mantuvo para con el movimiento italiano. ¿o acaso, por sólo ci-
tar un ejemplo, las· <<palabras en libertaci» y la imaginación sin hilos de Mari-

1 CARN ERO, Guillermo: «El futurismo como visión del mundo», conferencias pronunciadas
en la UIMP, Santander, verano de 1984.

28
netti son otra cosa que la escritura automática bretoniana con otro nombre
y doce años antes? En este sentido, mucho ha de decirse y poco tendría en
ello que ganar la imagen del movimiento francés, al menos en lo que afecta
a su originalidad.

1. 2. EXPRESIONISMO

El expresionismo presenta, con todo, un caso singularmente confuso.


Nada en él puede competir con otros movimientos de vanguardia. Y, sin
embargo, creemos qµe su comprensión es imprescindible para cualquier
acercamiento al clima de la Europa de la decadencia espiritual, de esta Eu-
ropa que, antes de la catástrofe material de 1914, vivía la catástrofe espiri-
tual como tímida premonición de la desolación de los campos de batalla.
Digámoslo más claro: el expresionismo es -y es lo que intentaremos demos-
trar aquí- el paradigma de la vanguardia, el movimiento en el cual el caos del refe-
rente se manifiesta como caos programático, como contradicción latente, y en el que la
ingenuidad de la respuesta es signo inequívoco de su dificultad y debilidad consecuente.
No en vano el título con que se le bautiza -expresionismo- tiene·
como único fin oponerse a la tradición impresionista.

1.2. 1. En el principio fue el nombre.

Si un movimiento artístico nace con un nombre al que s<: adhiere un


programa, manifiesto o declaración de principios, el expresionismo sólo puede
ser definido como un nombre sin cuerpo (o con infinitos). Pero ¿y si ocurriera que
el· nombre no designa nada? De las definiciones, bastante literarias por
cierto (curioso síntoma), de los contemporáneos e implicados en el asunto
a las supuestamente científicas de la historiografía literaria o pictórica o in-
cluso estética, se respira cierta incomodidad. Es como si el expresionismo
pudiera únicamente ser descrito mediante la metáfora, quedando condena-
da al fracaso cualquier tentativa de aproximación teórica, como si el refe-
rente se resistiese a ser apresado en una definición, precisando de un tour de
force semejante a las dudosas alegorías de un Juan de la Cruz.
Los tres sentidos que el término expresionismo parece designar, según
extenuante repetición de los tratadistas, no hacen más que levantar acta de
una impotencia. Decir que la palabreja en cuestión designa una característica
del ar.te, ャゥエ・イ。オセL@ música, etc. germánicos desde principios de siglo hasta
la fecha, al movimiento alemán que tuvo lugar entre 1910 y 1922 y, al mis-
mo tiempo, a una cualidad de énfasis y deformación expresiva rastreable en
cualquier época,· es tanto como no decir nada o contentarse con desmarcar

29
al expresionismo del naturalismo, de la mimesis, pero en absoluto esclare-
cer su nota diferencial -si la hubiere--respecto a otros movimientos de la
misma época ni -claro está- ayudar a contemplar las distintas fases de su
evolución, permaneciendo en la inmanencia o en la gratuita periodización,
según los casos. En este sentido, resultan significativas las definiciones
«a contrario», incidiendo en la pareja Impresionismo/Expresionismo.
Con todo, tal dificultad definitoria no ha sido óbice para la prolifera-
ción, desde todas las perspectivas y en todos los ámbitos, de las mismas.z
Procediendo de una voluntad metafórica -tal vez transposición del
propio lenguaje del movimiento--, de una tentativa de oposición Impre-
sionismo/Expresionismo o de una modesta pretensión parcial (y parciali-
zadora) centrada en la pintura, la poesía, etc., lo cierto es que las definicio-
ne·s suelen ser -más que inexactas o falsas- poco operativas:

Estas caracterizaciones y diferencias entre el Impresionismo y el Expre-


sionismo no han de ser tenidas necesariamente por erróneas, aunque sí
puedan _resultar instisfactorias ( ... ).. . tampoco se dice mucho del Expre-
sionismo al caracterizarlo mediante términos diametralmente opuestos a
los anteriores, según los cuales este movimiento sería un arte referido al
espfritu.3

Una selección, por breve que fuera, de las definiciones que en torno al expresionismo han
sido resultarla extenuante y abarcarla, a buen seguro, varios volúmenes. Para una panorá-
mica exhaustiva puede el lector consultar el documentadlsimo trabajo de recopilación reali-
zado por Thomas Anz y Michael Stark: Expressio11is11111s. Ma11ifeste 1111d Dok11111ente vir deuts-
cbm Literat11r 1910-19 20, Stuttgart, Metzler, 1"982. En este texto que sobrepasa las 700 pá-
ginas aparecen recogidos tanto manifiestos de la época, extraldos de variadlsimas revistas,
como estudios retrospectivos. Asimismo, están contempladas las más diversas perspectivas
y enfoques, desde las sectoriales (pintura, teatro, literatura, etc.) hasta los más complejos es-
tudios sobre pensamiento (debate en torno al esplritu de la utopla, polltica, psiquiatrla,
etc.). Otro texto de interés en este sentido recopilador lo constituye Tbeorie des Expressio11is-
11ms, preparado por Otto F. Best (Stuttgart, Reclam, 1976, revisado y mejorado en 1982).
Una recopilación más breve de definiciones, clasificadas según el aspecto al que se concede
mayor importancia, se halla en Falk, Walter: I111presio11is111oy Expresio11is1110, Madrid, Guada-
rrama, 1963, págs. 529 a 535.
Otro texto fundamental es el preparado por Lionel Richard para un monográfico de la
revista Obliq11es: L'expressio11is111e alle111a11d, Parls, Borderie, 1981. O también el propio de Ri-
chard: Del Expresio11is1110 al 11az)s1110, Barna, Gustavo Gili, 1979. Otra serie de textos muy do-
cumentados son los de Jean-Michael Palmier:-L'expressio11is111e co111t11e révolte. Apocalypse et Ré-
vol11lio11, Parls, Payot, 1978; L'expressio11is111e el les arls: 1-Portrait d'1111e gé11ératio11, Parls, Payot,
1979; y L'expressio11is111e el les arls: 2-Peii1t11re-Théiilre-Cii1é111a, Parls, Payot, 1980.
Todo ello al margen de los múltiples textos de documentación inferior o de segunda
mano, o bien de los parciales que se limitan a alguna de las artes y cuya reseña serla inter-
minable. Es, sin embargo, lamentable la escasez de material disponible sobre el tema en
lengua española.
FALK, Walter: op. di., pág. 533.

30
O, por el contrario, ¿habrá que resignarse a emplear una fórmula con
valor auxiliar con plena conciencia de su insuficiencia, como insinúa Mar-
tini?
Consideramos que no hay disquisición terminológica en torno al expre-
sionismo que no deba partir del desajuste original término/ concepto.Y ello
porque los historiadores no han reparado demasiado en un hecho: el arran-
que acientífico de los términos impresionismo y expresionismo. Y se han
esforzado en modelar una forma vacía rellenándola de sentidos más o me-
nos precisos, persiguiendo la mayor concreción -error en el que no caían
los contemporáneos, provistos de un singular tono metafórico- que per-
mitiese dar con el carácter diferencial del expresionismo frente al fauvis-
mo, cubismo, futurismo, suprematismo, etc. Y es que dichos términos tie-
nen su origen en la crítica periodística y fueron acuñados en un tiempo ca-
rente de perspectiva histórica.

1.2.2. El <rdebate sobre el expresionismo»

Si las distintas aproximaciones al movimiento no se han limitado al en-


foque parcial y han intentado apresar el «alma» del expresionismo, parece
debido a la intuición de que en él se debate algo no demasiado concreto y es-
pecífico. No en vano muchas de las definiciones que conocemos podrían
aplicarse sin 、・ュセウゥ。ッ@ esfuerzo al futurismo o al cubismo también; algu-
nas, al romanticismo alemán; otras, incluso al gótico septentrional (!). Esto
debe ponernos sobre aviso acerca del problema: un término que sea capaz
de integrar a Kafka (?)y a Kandinsky, a Trakl y a Kaiser, a Schonberg y a
Nolde, no es extraño que corra el riesgo de la imprecisión. Si, por otra par-
te, tal movimiento .n o excluye el pasado histórico, sino que lo depura y se-
lecciona (a diferencia del futurismo, Dadá, etc.), la dificultad se acrecienta
por momentos hasta llegar a ser insalvable.
Detengámonos en un hecho en alto grado revelador de lo que aquí se
juega. En el curso de los años 1937 y 193B, la revista Das Wort reprodujo
en varios de sus números una serie de intervenciones retrospectivas que,
desde un enfoque marxista, abordaban el tema del expresionismo. La polé-
mica, en su mayoría vertida hacia la utilidad política, no reviste hoy excesi-
vo interés en la medida en que buena parte de sus participantes solían pro-
ceder a una condena o defensa ética del movimiento (Bernhard Ziegler,
seudónimo de Alfred Kurella, quizá sea el más radical en el primer senti-
do). Sí cabe, no obstante, retener tres aportaciones 4 por sus repercusiones
y porque representan una actitud analítica y crítica respecto a las valiguar-
4 Para las abundantes intervenciones sobre este debate, véase el volumen recopilado por
Han-Jürgen Schmitt: Die E.xprmiot1isnJJ1sdeballe. Materia/en vi einer marxistischen Realis11111I-

31
dias. En su conjunto nos referimos a Georg Lukács (Es geht 11111 den Reafis-
m11s; un artículo de 1934 -«Grosse und Verfall des Expressionismus»-
siendo más mecánico y esquemático), Ernst Bloch («Diskussionen über
Expressionismus») y un conjunto de artículos más amplio de Bertolt
Brecht que citaremos oportunamente. ·
Lukács parte de un principio -la incuestionabilidad del realismo como
correspondencia con la teoría leninista del reflejo- y, desde este presu-
. puesto, llega a condenar no ya -y esto es para nosotros lo esencial- al
expresionismo como escuela determinada, sino a una poética tan amplia
que es capaz de digerir en su interior desde Joyce hasta el Superrealismo, y
cuyo contrapunto resulta ser la generación de realistas.modernos encabeza-
dos por Gorki y Heinrich Mann. En esta oposición puede leerse una clave:
si Lukács reprocha al expresionis.m o su escapismo, su atenencia a la super-
ficie de la realidad en descomposición, este reproche debe ser extensible a
la práctica totalidad de la vanguardia (e incluso a cierta no vanguardia) si
consideramos que el centro de la discusión se orienta en torno al término
«Montaje».
Por ello, Lukács aplaude la opción de Bloch de localizar la discusión en
términos de la corrección o no del procedimiento de montaje en la van-
guardia. Que Lukács lea reaccionarismo en el deseo de proclamar verdades
eternas o describa el hundimiento del expresionismo tras la primera oleada
revolucionaria, cuando la consciencia de las masas desborda a estos ideólo-
gos, supone un reduccionismo que no nos interesa ya tanto para nuestro
objeto.
Bloch, por su parte, desvela el desconocimiento directo del ュッカゥ・ョ セ@
to expresionista por Lukács y su insuficiente historización, lo que lleva a
éste a caer en un sociologismo simple. En todo caso --como señala Wieg-
mann-, la oposición es metodológica y no sólo aplicativa.s
Pero recuperemos el tema allí donde lo habíamos dejado: la polémica
marxista sobre el expresionismo, al colocar el tema del montaje y la teoría
del reflejo como puntos en conflicto, está en realidad enfocando al movi-
miento en cuestión. como el primer paso, amplio y aglutinador de la van-
guardia. O, como preferimos decir nosotros: paradigma de la primera van-
guardia. Poco importa que se pueda hoy comulgar con alguna de las posi-

ko11zeptio11, Frankfurt, Suhrkamp, 1973. En particular, interesan los artículos siguientes:


Lukács, Georg: «Es geht um den Realismus», págs. 192 a 230; Bloch, E rn st: «Diskussio-
nen über Expressionismus», págs. 180 a 191; Brecht, Bertolt: «Die Expressionismusdebat-
te», págs. 302 a 303;.«Über den formalistischen Charak ter der Realism ustheorie», págs.
309 a 317; «Glossen zu einer formalistischen Realismustheorie», págs. 32 1-322.
5 WIEGMANN, Hermann: EmII BlorhJ iiJletiJrhe Kriterien 1111d ihre i11terpretati11e F1111ktio11 i11 Jei-
""' literarúchm A 11ftiitze11, Bonn, Bouvier Verlag Herbert Grundmann, 1976 , pág. 123.

32
ciones en litigio o convenir con Bloch en que la ruptura expresionista ha de
abocar al Superrealismo, el hecho es que estos autores nos dan la clave
efectiva con la que indagar: el debate sobre el expresionismo es, en última
instancia, un debate sobre la vanguardia europea y sobre la descomposi-
ción del arte. ·
La intervención de Brecht, en la que se advierte el reproche de «forma-
lismo» a la teoría del realismo estrecho, aclara algo el carácter equívoco del
expresionismo: tal tendencia artística fue algo contradictorio, heterogéneo
e, incluso, confuso, llegando a elevar dichas notas, junto a la impoten-
cia, a principio. Pero, aun reconociendo estos equívocos, Brecht
reivindica su carácter rupturista, pues, si bien es cierto que pronto se reve-
ló lo limitado de una rebelión contra la gramática, no lo es menos que cual-
quier liberación debe ser tomada en serio. Y, en este sentido, admite la dis-
cusión en torno al término de montaje defendiéndolo de los malentendidos
(sabemos su concepción dialéctica del mismo).
Tal vez haya sido Theodor W. Adorno quien nos aproxime a la idea
central para interpretar el expresionismo, pues si bien le reprocha su calor
animal y la defensa del «Yo absoluto», en una de sus paradojas le otorga la
capacidad de haber generado en su protesta obras que no pueden serle ads-
critas. Esto es, que el expresionismo debe ser valorado no sólo por lo que
materialmente es, sino por aquello que hizo posible.6
Difícil es mantener la ficción de un movimiento o escuela concreto y
presto a ser definido; es más razonable, por lo que parece, delimitarlo ad-
mitiendo que su comprensión es inseparable de la misma vanguardia a la
que, en determinado momento, representa emblemáticamente.
Hay, sin embargo, algo en el expresionismo que no es explicable desde
el espíritu rupturista ni constructor de la vanguardia. Pues en él se dan cita
los atavismos más irracionales procedentes del arcano romanticismo ale-
mán. Desde est.a óptica, si conviene regular el vínculo que .une el expresio-
nismo al ry,sto de l:i,s primeras vanguardias, no parece pertinente perder de
vista los lejanos,pero ,actualizados ecos que hacen de esta confusa sensibili-
dad una terrorífica "manifestación de arcaísmos sólo explicables desde la
noción de lo siniestro freudiano. Es lo siniestro y la angustia que surge del
fondo del espíritu gótico septentrional un curioso contrapunto al espíritu
vanguardista (algo que falta en el resto de fas vanguardias y que recuperará
cierta pintura surrealista), y también es esta contradicción lo que pudiera
ayudar a explicar el carácter no efímero de la sensibilidad expresionista
(frente a otros movimientos) y el renovado interés que suscita en la actuali-

6 ADORNO, Theodor \Y/.: «Auferstehung der Kultur in Deutschland?» in Krilik. Kleine Srhrif-
/CI/ z¡1r Gesel/schafl.
Frankfurt, Suhrkamp, 1971, págs. 25-26.

33
dad, no como estudio arqueológico, sino como espíritu inequívocamente
presente en la moderna obra de arte. 7

1.3. POR UNA DEFINICIÓN

Tal vez postulando un cruce entre una tendencia que atraviesa subte-
rráneamente la historia del arte con un período en el cual la cultura occi-
dental se aproxima a su fin, osaríamos afirmar que el expresionismo va a ser el
síntoma de dicho fin . O, dicho de otra manera, el instante en que el espíritu de
«Abstraktion» de que hablara Wilhelm Worringer, característico del hom-
bre primitivo y de su agorafobia espiritual, viene a coincidir con el derrum-
be de un mundo, y el temor primigenio halla una confirmación en la incer-
tidumbre de Occidente, el ・クーイウゥッョセ@ pasa a ser el paradigma de la
duda agresiva. Y aquí reside el carácter «específico» del expresionismo. Es-
pecífico, sin duda, en la insalvable contradicción, en la encrucijada: singu-
larmente revolucionario en su proclamación de la problemática del signifi-
cante artístico, el expresionismo se impregna del sentimiento de lo sinies-
tro que acude a su 」ゥエセ@ desde el más arcano romanticismo alemán.
Profundamente agresivo en su disolución del universo ideológico-
estético de la Europa salida del Renacimiento -esta característica la com-
parte con el futurismo o el cubismo-, el expresionismo es, paradójica-
mente, regresivo en un sentido moderno. Eleva el miedo al entorno, el te-
rror al espacio ordenador, la necesidad de lo inorgánico a la categoría de
signo aglutinante de la ruptura. Es por esto que la disolución que el expre-
sionismo emprende de la tradición burguesa occidental sólo es verdadera-
mente factible cuando ésta ha dado muestras de su acabamiento histórico.
Y ésta es la diferencia esencial entre el romanticismo alemán. y el movi-
miento expresionista: sólo en el preciso instante en que el positivismo deci-
monónico se ha agotado, ha demostrado su incapacidad para dar la última
salida feliz al Occidente capitalista, el expresionismo puede ser realmente
revolucionario, caóticamente revolucionario, pero perpetuamente abierto
y enseñando sus fauces que no son ni más ni menos que sus fisuras, su radi-
cal debilidad.

7 Un sugerente estudio en esta dirección es «Angustia y abstracción» de Eduardo Subirats (in


El ducridilo de las vanguardias, Barna, Blume, 1980, págs. 66 a 89). A esta problemática
apunta la celebérrima Tesis Doctoral de Wilhelm Worringer: Abslraklio11 1111d Ei11fiihh111g,
München, Piper Co., 1908 (traducción español a en México, F. C. E., con el titulo Abslrac-
セゥヲj@ NaturaleZP, 1953). O, en cierto modo,W. Kandinsky: De lo upiril11al en el arle, Barna,
Barral Ed itores, 1973. Bibliografla al respecto puede hallarse en abundancia en los textos y
manifiestos citados en la nota 2, particularmente en Expressio11is11111S. Ma11ifesle 1111d Dok11111e11-
le... E n lo que respecta a la actitud frente al espacio, véase Van de Ven, Cornelis: E l espacio
en arq11iler/11ra, Madrid, Cátedra, 1981, partes tercera y cuarta, etc.

34
Por ello es consustancial a este movimiento la ausencia de programa, la
ambigüedad y el caos. En su debilidad radica su fuerza. Y, asimismo, el ex-
presionismo como síntoma del final de una época, como paradigma de la
primera vanguardia, quedaría aniquilado como fuerza revolucionaria con la
Primera Guerra Mundial. Su reconversión política, formalismo a ultranza
o impecable cinismo, serán signos de otra época, aquella que se erigió so-
bre el pilar de la estabilización (cualquiera que fuese su dirección) o de la
barbarie.

35
11. La República de Weimar y
el Expresionismo

«La ambigüedad es la manifestación alegórica de la dialéctica, la


ley de la dialéctica parada. Esta detención es utopía y la imagen dia-
léctica es, por tanto, una quimera:»
W ALTER BENJAMIN

2.1 ." PARÉNTESIS SOBRE LA CULTURA DE WEIMAR

Suele afirmarse que cada siglo posee unos años que lo definen histórica,
ideológica y culturalmente. Si ello fuera cierto, no resultaría nada insensato
ofrecer el titulillo en cuestión de nuestra centuria a los años veinte. En
efecto, ya que .t res de los modelos que la habían de definir se inscriben ・セ@
descarnada e insólita contradicción en estos tortuosos, セ・カッャオ」ゥョ。イウ@ o
«rugientes» años veinte. Los problemas que debe arrostrar una revolución
proletaria (y en sti seno el debate revolución permanente/socialismo en un
solo país no es más que un camino que se bifurcará a perpetuidad) para la
edificación del socialismo, el proyecto wilsoniano que había de precipitarse
aparatosamente en el vado en 1929 y la desviación de la juventud y las cla-
ses medias, desbordando la teoría marxista clásica, hacia el fascismo, son
algo más que síntomas de la radical encrucijada en que se hallaba la época.
Hay, además, una razón que no deja de extrañar a quien se aproxima a es-
tos aqos: la implicación de ·aquellos que la abordan. En otras palabras, Sii
absoluta actualidad, teñida de cierto temor, pues de esta década no suele ha-
blarse con distancia, sino, sobre todo, éticamente. ·
Y esta ética, exigente de un análisis perentorio, viene secundada por la
proclamación militante, como para exorcizar los fantasmas que todavía pa-
recen planear en nuestra sociedad de hoy .. Diríase que las credenciales polf-
ticas deben ser mostradas antes incluso de acometer el estudio: el lugar
desde el que se habla, aún incurriendo en el mayor de los infantilismos,
debe ser proclamado con el fin de evitar sospechas. Precauciones, pues,

37
que no son sino la otra cara de la prevención y que se ven singularmente
magnificadas al tratarse de uno de los modelos enunciados arriba: el de la
República de Weimar.

2. 1. 1. Cuestión de fllétodo

La presentación de dos coloquios sobre la época 」ッゥョセ、・@ en el trazado


de un puente -no siempre mimético- entre los veinte weimarianos y la
sociedad posterior a la Segunda Guerra Mundial, tratando de poner en cla-
ro dichos vínculos de modo crítico. Así se pronuncia, por una parte, Alfred
Marchiorini en su prólogo a las ponencias presentadas en el Congreso de
Munich en 1961;1 por otra parte, Giovanna Grignaffini y Leonardo Qua-
resima en la ponencia inaugural al Congreso Cultura di massa e ista11ze prole-
tarie ne/ cinema della Germania di Weimar (1923-1932), organizado por el
Assessorato a/la Cultura de la Comuna di Modena.2
Y.esto por sólo dar una muestra de lo que decimos y no referirnos a las
múltiples comunicaciones que insisten sobre el particular. Por otra parte,
tampoco parecen gratuitos dos hechos: que sean los países marcados histó-
ricamente por el movimiento fascista los que toman la iniciativa en la em-
presa y que haya sido necesaria una pausa histórica para, alejado el terror,
poder analizar con la mayor precisión posible esta época. Incluso en 1972,
presentando la Histoire du ci11éma 11azi de Francis Courtade y Pierre Cadars,
aclaraba Raymond Borde los tabúes que convenía vencer a la hora de abor-
dar, sin ser sospechoso de connivencia con la «peste negra», un arte hitle-
riano o rodeado de hitlerismo.3
Si traemos esto a colación es porque la censura ética y política al perío-
do hitleriano ha subjetivizado hasta tal punto el estudio de la Alemania de
las tres primeras décadas del siglo que ha hecho caer a muchos historiado-
res en dos errores metodológicos de sobra criticados por el inarxismo: el
determinismo mecanicista en la relación entre estructuras y la concepción
causalista de la historia. Como plasmación de este impensado método, mu-
chos han cometido el セイッ@ de leer retrospectivamente la historia de la Ale-
mania vanguardista y, sobre todo, la de la estabilización como fase que ine-
xorablemente había de desembocar en la barbarie nacionalsocialista. Par-

MARCHIORINI, Alfred: «Prólogo» a Reinisch, Leonhard, Sociología de los mios veinte, Madrid,
Taurus, 1969, pág. 11.
2 GRIGNAFFINI, Giovanna y QUARESIMA, Leonardo: «La 'Nuova Oggettivitá': fanatica ras-
segnazione, debolezza d'acciaio» in C11/l11ra e Cinema 11ella Rep11bblica di Weimar, Venecia,
Marsilio Editori, 1978, págs. 11-12.
3 BORDE, Raymond: «Préface» a Courtade, Francis y Cadars , Pierre: Histoire d11 aiilma nav,
Par!s, Eric Losfeld, 1972, pág. 8.

38
tiendo de una culpabilización de la ambigüedad, han acabado por descono-
cerla y, acto seguido, negarla.
Buena prueba de este método es el texto clásico de Siegfried Kracauer
De Caligari a Hitler. 4 El autor descubre en el cine un reflejo del «profundo
perfil psicológico» que caracteriza a un pais, las tendencias del inconsciente
colectivo y los procesos mentales ocultos de las masas. Por su propia cons-
titución -las películas son resultado de un trabajo colectivo (particular-
mente en Weimar) y se dirigen a la multitud anónima-,'la pantalla alema-
na, fuertemente enraizada en la clase media, ejemplifica,' ya desde 1919 (in-
cluso antes) las irrefrenables tendencias que hallarán salida en el nacional-
socialismo: desdoblamiento de la personalidad, idea de Destino aciago,
procesión de tiranos, etc. ¿Acaso resultaría inexacto decir que Kracauer y
quienes proceden de idéntico modo están recomponiendo una historia li-
neal y que, obcecados por lo que fue el resultado final de la República de
Weimar, pretenden negar sus contradicciones y leer unilateralmente su
compleja historia? ¿y no es esto acaso evacuar el principio de la contradic-
ción de la historia? s

2. 1.2. La a111bigiiedad wei111aria11a

De contradicción se trata, pues resulta difícil penetrar la historia de


esta tortuosa (y torturada) República sin erigir precisamente aquélla en su
principio rector. Y es que partir de la ambigüedad estructural de Weimar
es aceptar la contradicción, no reducirla. Su propio encuadramiento así lo
deja explícito:· la derrota, la miseria, la inflación y la ocupación de Renania,
por un lado; por otro, la depresión y el desempleo.
Ambigüedad que debiera ser leída como síntoma de la debilidad e inde-
cisión a todos los niveles, producida por la nueva posición que ocupa el im-
perio alemán en el concierto económico, social, político e ideológico de la
nueva sociedad capitalista avanzada, y que dejó una impresionante huella
en el corto espacio de una generadón.
Porque Alemania fue foco cumplido de un conflicto diferido y despla-
zado: aquel que enfrentaba los modelos económicos y políticos wilsoniano
y leninista, experimentados en otros estados más decididos. A lo cual se
viene a añadir una legendaria herencia: el conservadurismo alemán.

KRACAUER, Siegfried: De Coligori a Hitler, Buenos Aires, Nueva Visión, 1961, págs. 9 a 19.
Para una crítica desde el estructuralismo marxista, pero válida también desde ópticas dis-
tintas: véase Althusser, Louis. «Los defectos de la economla clásica. Bosquejo del concepto
de tiempo histórico» in Poro leer El Capital, México, siglo XXI, 1969, pp. 101 a 129.

39
De este modo, el incontrolable despegue económico y la burocratiza-
ción consiguiente. a una nueva estratificación social (advertida y estudiada
ya por Max Weber) quedaba lastrado por el receloso peso del conservadu-
rismo histórico que, con los fracasos de la teoría marxista clásica y la ende-
ble capacidad conciliadora de los dirigentes weimarianos (ni los Vem111ifre-
p11blikaner ni los intentos racionalistas restañadores del Frankf11rter Zeit1111g
lograron nada estable) dio lugar a ideologías tan confusas como apropia-
bles, tales la propuesta por Freyer (Revo/11tio11 vo11 Rechts) o la de Moeller van
der Bruck, quien en 1922 publica su célebre Das dritte Reich adhiriéndose a
Marx y enfrentándose al conservadurismo arcaico, al socialismo sindicalis-
ta y a la burguesía liberal.
Tal confusión baña, pues, el conjunto de estructuras de la sociedad wei-
mariana cuya particularidad reside en el vertiginoso acceso a una sociedad
nueva en la que la misma herencia resulta difícilmente reconocible. De ahí
que el estupor, el extremismo político, el ostracismo y las soluciones radi-
cales no fueran tan paradójicas como a simple vista pudiera parecer y, en
cualquier caso, エッ、。セ@ ellas tomarán como blanco para sus dardos las conci-
liadoras estructurns de la moderna sociedad surgida del desastre de la Pri-
mera Guerra Mundial y del fracaso revolucionario de los spartakistas. 6

2.2. LA ESTABILIZACIÓN DE LA VANGUARDIA ARTÍSTICA

Casi en el preciso instante en que se proclama la República de Weimar


y sus dirigentes firman el armisticio que dará fin a la cruenta guerra del 14,
se produce un fenómeno generalizado de institucionalización del movi-
miento expresionista. Fischer publica en 1919-1920 una gran antología en
dos volúmenes del expresionismo titulada Die Erheb1111g al cuidado de Al-

De entre la abundante bibliografía que durante lbs últimos anos se ha prodigado al respecto
y junto a los dos representativos Congresos ya resei'iados, conviene destacar el minucioso
estud io de Rusconi (La crisi di 1/í'eimar. Crisi di sistema e sco11jilla operaia, Turfn, Einaudi,
1977) en donde el autor pasa revista a las estructuras económicas y sociales del nuevo Esta-
do al tiempo que analiza la relación existente entre socialdemocracia/lucha y fractura obre-
ra/disolución de la República. Véase también el texto de producción reciente de W. La-
queur (l/í'eimar. A mll11ral Hislory 1918-19 33, Londres, Weindenfeld and Nicolson Ltd,
1974), de especial relevancia en el análisis de la posición de los intelectuales de izquierda y
la vanguardia respecto a las estructuras del Estado. En traducción castellana -y por no
proliferar en la resei'ia de todos aquellos textos que, partiendo del expresionismo, abordan
también a la República- dispone el lector de Richard, Lionel (Del Expresionismo al nazismo,
Barna, GG, 1979 (el texto original francé s es de 1976), de carácter más narrativo pero bien
documentado y Gay, Peter (La mll11ra de l/í'eimar. La ii1d11sió11 de lo excluido, Barna, Argos
Vergara, 1984. Original inglés de 1968.)

40
fred Wolfenstein; casi al mismo tiempo Rowohlt da a la luz Menschheitsdiim-
t11erung,7 la más famosa colección de poesía expresionista y, un año más tar-
de, un volumen dedicado a la prosa (Die Entfaltung), al cuidado res'pectiva-
mente de Kurt Pinthus y Max Krell. Todo lo cual supone la aceptación
como valor cultural del expresionismo. Contrapartida inevitable de tal ins-
titucionalización es la detención experimental y la· superación de las auda-
cias de la vanguardia. En otras palabras, tiene lugar una divulgación -in-
cluso, lexicalización- de los códigos, crípticos otrora, del expresionismo,
hasta el punto de que --como radiografía Th. W. Adorno- s podría afir-
marse que los hallazgos expuestos multitudinariamente en estos años son,
en realidad, logros de alrededor de 1910. Así, pues, el expresionismo en-
cuentra por primera vez su público; pero tal aceptación masiva, unida a la
inviabilidad de la utopía tras el fracaso, debilita su afán rupturista (ética y
estéticamente). Y es que la cultura impuesta en esta nueva fase de estabili-
zación es la racionalización: inscrita la vanguardia en la nueva cultura de
masas, la compleja estratificación ·que caracteriza a W eimar ha de ser en
adelante representativa de su modernidad, actualidad que poco tiene que
ver con los prejuicios criticados al comienzo de este capítulo.
La respuesta a este proceso estabilizador habría de venir por otros ca-
minos, tales como Dadá; pero, aun así, no ha de carecer de contradiccio-
nes. Un ejemplo profundamente sintomático de la ambigüedad weimariana
lo constituye la denominada Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad). Su pro-
motor, Gustav Hartllaub, relaciona su espíritu con el sentimiento generali-
zado en Alemania de cinismo y resignación que sigue a un período de exu-
berantes esperanzas. Sin embargo, una revisión detallada del movimiento
revela que las audacias vanguardistas no han desaparecido, 'que si, como
E. Collotti propone,9 la Nueva Objetividad es la única expresión verdaderamente
característica de la era weimariana, lo ha de ser forzosamente en un doble
sentido: integración de la vanguardia, por un lado (no expulsión ni retorno
a naturalismos periclitados); retorno, por otro (falsificado y fraudulento,

7 La última edición de este texto <JUe valió al expresionismo poético su divulgación masiva
data de 1983 (Ernst Rowohlt Verlag, Berlín).
ADORNOTheodor \Y/.: «}ene zwanziger Jah re» in Ei11griffe. Neu11 Modelle, Frankfurt, Suhr-
kamp, 1963, pág. 59.
9 La revisión detallada <JUe auspicia la retrospectiva Aspekte der "Neum SachlichkeifJ> / Aspelli
della "N11ova Oggellivitl"', Munich/Roma, junio-septiembre, 1968, recogida en el texto de la
editorial Firenze, Centro DI a cargo de Emilio Bertonati, pone de relieve las semejanzas in-
sospechadas entre collages y fotomontajes dadaístas y otros de la Nueva Objetividad, por
ejemplo. Todo ello, problematizando el terreno de estudio, puede contribuir en buena me-
dida a desechar simplismos <JUe pretenden la ruptura con la vanguardia para el movimien-
to, también ambiguo y clnico, C)Ue Hartlaub sancionara.

41
diría Benjamin),10 a una poesía de lo real, a lo decorativo de la miseria. De
lo que se desprende una doble indefinición no menos definitoria ideológica
y artística. Pues la Nueva Objetividad introduce y desarrolla un vínculo en-
tre la ideología y el arte que está todavía en sus orígenes, pero cuya proyec-
ción en el futuro será indefectible: la mediación de la técnica. Dicho con
otras palabras, la Nueva Objetividad, en el terreno artístico, es, como W ei-
mar en el político y social, una muestra inequívoca de la nueva estructura
de la cultura de masas. Fetichización de la técnica, sí; pero, en el extremo
opuesto, una nueva consideración de la cultura de masas en una voluntad
revolucionaria (B. Brecht). Lo cierto es que --se quiera o no- la radical actuali-
dad de W eimar no puede cifrarse en sólo temores políticos, sino en su va-
lor de modelo de una sociedad en la que el arte vendrá impregnado de téc-
nica (incluso de reflexión sobre la misma), lo que lo ha de configurar como
«arte moderno» y postvanguardista. Es lógico, en este nuevo ámbito, con-
cluir que el profético expresionismo había de sucumbir en una sociedad y
ambiente cultural e ideológico que le era extraño o bien integrarse al mis-
mo perdiendo precisamente los rasgos que lo definían e individualizaban
antaño.
Por todo ello, sin descalificar la presión que ejerce la cultura de la «ex-
presión» sobre la de la «racionalización» (lo que Tomas Maldonado ha de-
nominado le due anime di Weimar), 11 consideramos que la primera viene,
aun de modo contradictorio, convirtiéndose en re.tórica en beneficio de la
racionalización, en su más amplio sentido.

10 El más violento texto de Benjamin tal vez sea «El autor como productorn in Tentativas so-
bre Brecht. l/11mi11atio11es Ill, Madrid, Taurus, 1975. Un estudio en profundidad en torno a la
cultura de masas y el posicionamiento de Adorno y Benjamin se encuentra en la espléndi-
da Tesis Doctoral sobre la Estética del primero por Vicente ]arque, inédita.
11 MALDONADO, Tomás: «La due anime della cultura di Weimarn in Quaresima y Grignaffi-
ni, ya cit., pág. 89.

42
111. El cine de la República de Weimar

«Algunos creen que al lado del gran engaño original todavía se orga-
niza en cada caso un pequeño y especial engaño para ellos exclusiva-
mente; es decir, que cuando se representa en escena una obra de
amor, la actriz, además de la falsa sonrisa para su amante, tiene una
especial e insidiosa para el determinado espectador en el gallinero.
Esto es ir demasiado lejos»

F.KAFKA
INTRODUCCIÓN

La vanguardia artística acogió -articulándolo o no en un discurso-


con buenos ojos al cinematógrafo. Cierto es que Ja dirección dominante
(industrial) de éste había de arrinconar ciertas tentativas experimentales.
Sin embargo, parece hoy evidente que una historia del cine no institucional
(y esto aún precisaría de matización en el cine alemán de los veinte) está toda-
vía por escribir.
Todo ello conforma una línea siempre a la sombra del modelo de repre-
sentación dominante y que, no obstante, se hace imperioso estudiar de
m-0do sistemático. En esta dirección, también la crítica y la historiografía
se han hecho eco de una sospechosa identificación cine-narratividad, dejan-
do de lado los aspectos poéticos, al menos aquellos cuyo sistema desprecia-
ba la narratividad o la situaba en segundo plano. Justo es reconocer que
personalidades individuales hah sido rescatadas e incluso brillantemente
analizadas (por ejemplo y casi únicamente Eisenstein y Vertov), pero el es-
tudio de conjunto no ha sido todavía abordado.
El problema es delicado, por cuanto ha impuesto una lectura unidirec-
cional, estúpidamente reductiva o «vorazmente narrativa», de manera que
un tour de force ha sido necesario cada vez que un investigador pretendía
desvelar el funcionamiento vertical, poético, en un texto narrativo, produ-
ciendo cierto estupor ya que debía reformular los principios que sustentan
al texto artístico antes de acometer la tarea. 1 Así, una tendencia latente del

Como en tantos otros aspectos, Eisenstein fue un pionero evidenciando el tono poético in-
cluso en la narrativa de Emile Zola «Les vingt piliers de soutenement» in La 11011-i11dijfére11/e
11al11re, 1. Un desarrollo novedoso del tema se halla en la Tesis Doctoral de Juan Miguel

43
cine ha pasado a serlo también de la crítica, pues ésta ha venido ubicándose
preferentemente en el lugar más cómodo, el del cine dominante, sirviendo
de baluarte a la prolongación de su dominación. De este estado de cosas ni
que decir tiene que la vanguardia no se ha visto precisamente favorecida.

3.1. EXPRESIONISMO, R E PÚBLICA DE WEIMAR


YCINE

Ya indicamos a propósito de la República de Weimar que después de la


guerra se había agotado la capacidad contestataria del expresionismo y que
entraba Alemania en una época de estabilización que habría de limitar con-
siderablemente el experimentalismo de los primeros vanguardistas. Nos
hallamos, pues, en la fase que S. Vietta calificó de «crisis estructural del ex-
presionismo».2 Fase teñida de cinismo, de desilusión que, por cierto, no te-
nía mala venta. Sólo el teatro expresionista hace una aparición tardía, si
bien los textos habían sido escritos con anterioridad, aunque jamás puestos
en escena hasta 1916. La respuesta a dicha estabilización había de proceder
de movimientos más adecuados, política y estéticamente, a la situación de
posguerra como D adá, cierto constructivismo y la facción de los «veristas»,
quienes arremetieron con virulencia contra el misticismo en decadencia de
los expresionistas y su integración estética, una vez vaciados de poder con-
testario.
No obstante, el caso del cine es en extremo curioso, pues sólo se impu-
so tras el paso a manos privadas de la U. F. A.3 y la proclamación de la Re-
pública de Weimar, con la consiguiente firma del armisticio.

Company a propósito de los orlgenes del cine y la narrativa decimonónica (Segunda Par-
te). Otro ejemplo lo constituye la Tesis Doctoral de J. G. Requena sobre el cine de Douglas
Sirk (defendida en la Universidad Complutense de Madrid en diciembre de 1984, iné-
dita) o el libro en prensa de J. Taléns (El ojo tachado) en torno al cine de Luis Buñuel y, en
concreto, U11 chien a11dolo11.
2 Citado por ENGELBERT, Manfred: «Considérations sur l'histoire du cinéma allemand des
années vingt» in Trois 1110111en/s d11 ci11i1110 olle111011d, núm. especial de Cohiers de lo Ci11b11otheq11e
Toulouse, 1981 , pág. 28.
La creativa e interesada acogida de ciertos expresionistas literarios hacia el cine queda
manifiesta en la edición que en 1913/ 1914 realizó Kurt Pinthus: Dos Ki11ob11ch (Kinostüc-
ke), Zurich, Arche (hoy en edición de 1963 con nuevo prólogo del propio Pinthus), en el
cual, entre criterios algo confusos, ya se planteaba la búsqueda de una especificidad cinema-
tográfica frente a las otras artes. (Págs. 19-20.)
Esta productora se creó por una resolución del Alto Comando Alemán en noviembre de
1917 con el cometido de hacer propaganda en favor de Alemania de acuerdo con las direc-
trices gubernamentales. Fue resultado de la fu sión de la Messter Film, la Union de David-
son y de las compañias controladas por la Nordisk. Sólo pasó a ser empresa privada tras el
fracaso de la Primera Guerra Mundial. ·

44
3.1 . 1. El tetna de los precedentes

Un breve paréntesis debe ser abierto para dar entrada a un problema


que los historiadores han despachado sin más: el de, los llamados «prece-
dentes» del cine expresionista. Kracauer, por su parte, los encuadra en el
«período arcaico» ( 189 5-1918) seleccionando cuatro films - Der Student von
Prag (1913), Der Goletn (1915), Der Andere (1913) y Hot111111c11/11s (1916)-
en la medida en que prefiguran temas importantes de la posguerra. 4 Lotte
H. Eisner habla de génesis refiriéndose a la aparición en las pantallas de
Das Kabinett des Doktor Caligari (Robert Wiene, 1919),s hecho que los histo-
riadores admiten sin apenas justificación alguna. Es Jean Mitry quien llega
a precisar por primera vez esta idea:

... hablar de investigación pura o de cine de vanguardia antes de 1920 ca-


rece de sentido( .. .) De hecho, fue con Caligari y el expresionismo cuan-
do los movimientos llamados de «vanguardia», es decir, el conjunto de
investigaciones aplicadas al cine, se desarrollaron, venidas de la pintura,
del teatro o de la literatu ra.6

La dificultad (imposibilidad en muchas ocasiones) de revisar estos


films, muchos de los cuales se han perdido para siempre mientras otros se
hallan en condiciones más que precarias de conservación, contribuyendo a
suponer -a falta de algo mejor- el buen criterio del maestro, quien tuvo
ocasión en su juventud de visionar muchos de estos textos. Parece, con
todo, que el problema ha de ser planteado con toda su crudeza y promover-
se un acercamiento de los investigadores hacia este período de los predece-
sores, dado que la propia metodología histórica de Mitry'procede en oca-
siones por condenas según un prejuicio histórico muy al uso, a saber, la jus-
tificación de su propia teoría del cine. Es por ello que su voz, por respeta-
ble y valiosa que sea, no puede erigirse en dogma exento de explicación.
Sin embargo, es evidente que las fuentes de renovación (o de constitu-
ción) del cine de Weimar proceden de épocas posteriores o coetáneas a la
realización de estos films, por lo que el cine «expresionista», tal y como se
configuró en 1919, no podía existir con anterioridad. Nos referimos a los

KRACAUER, Siegfried: d セ@ Caligari a Hitler. HiJtoria psicológica del cini alemó11, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1961, págs. 21 y ss. . .
5 EISNER, Lotte H.: L'écra11 démo11iaq11e, Parls Eric Losfeld, Le terrain vague, 1965, cap. 2.
6 MITRY, Jean: «Futurisme, expressionisme et cinéma» in Le ci11éma expérimental, Parls, Seg-
hers, 1974, págs. 38-39. ·

45
experimentos teatrales de Reinhardt y los de los expresionistas,7 y al cine
sueco, quienes potenciaron los efectos de iluminación entendidos como
elementos de formación del espacio, un modo de interpretación del actor,
etc. Queda, empero, por establecer cuál es la parte que corresponde a los
denominados «precursores» en la edificación del modelo de representación
expresionista en el cine.

3. 1.2. Experimentación y estabilización

Volviendo al tema en el que nos detuvimos hace un instante, resulta ló-


gico pensar que las exigencias de público del cine, la presión de su carácter
espectacular había forzosamente de cond,ucir a una simplificación de los
códigos, casi cabalísticos para el alemán medio, de los primeros años de la
centuria. Tampoco parece arriesgado considerar que, toda vez que dichos
códigos se hallaban en fase de divulgación-simplificación-institucionaliza-
ción, la introducción de distorsiones no debía resultar incompatible con el
consumo de estos films. Debido a ello, el cine «expresionista» s partió des-
de el comienzo de un pacto: si su elaboración formal, colegiada y lograda
con ayuda de grandes discusiones en sesiones de trabajo en las que partici-
paba todo el equipo técnico, practicaba una estilización deformante de difí-
cil comprensión y consumo proyectivo, ciertas exigencias <mormalizado-
ras» de índole narrativa generalmente hubieron de atenuar el impacto de
las otras. Un inconfundible ejemplo lo constituye la historia de Das Kabinett
des Doktor Caligari: 9 desprovisto de la historia marco que lo encuadra hoy,
el guión de Hans Janowitz y Car! Mayer se pretendía, amén de la crítica
institucional, delirante y vanguardista, apoyándose en la participación de
los decoradores Walter Reimann, Walter Rohrig y Hermann Warm. La su-
gerencia de Fritz Lang, encargado por Erich Pommer en un primer mo-
mento para la realización del film y que fue acogida por Robert Wiene, ins-
cribe los «abusos» vanguardistas en un corsé narrativo fuertemente verosi-
milizado (?), la 」ッィ・イセゥ。@ en el punto de vista de un loco, logrando así una
justificación de la deformación . El criterio espectacular está sin duda pre-
sente en este consejo de Fritz Lang.

7 Como señala Lotte Eisner --«Contribution a une définition du film expressioni ste>>, L 'Arc,
L'Expressio11is111e, Aix en Provence, 1964- Reinhardt nada tenla de expresionista, si no
que «se habla servido de modo netamente impresionista de la astuta magia del claroscuro,
de esta luz a lo Rembrandt suavemente moldeada por las sombras» (pág. 83).
B El entrecomillado señala lo impreciso de la terminología.
9 Que el caso no es insólito lo muestra otro film sometido a una fuerte deform ación -Das
Warhsftg11rmkabi11ell-, en el cual los primeros relatos están justificados por el fabular de un
escritor, el último por una pesadilla de que es presa.

46
Poco importa si el prólogo y el epílogo muestran cierta tortuosidad
(siempre, en todo caso, inferior al cuerpo central del film), pues lo que re-
sulta significativo es que el espíritu de la expresión debía ser contenido por
los imperativos comerciales y narrativos. Lang expone cómo hubiera roda-
do él Caligari:

Si yo hubiera dirigido la pelfcula, hubiera tratado el prólogo y el epílogo


sencillamente de una manera completamente realista, para expresar que
ahí se trata de la realidad, mientras que la parte principal describe un sue-
ño, la visión de un loco.10

3. 1.3. La definición del expresionismo en el cine

3. 1.3.1. Eefoques clásicos

Convendría, con todo, pasar revista a las aproximaciones clásicas (y de


ineludible lectura) al cine de la República de Weimar. Dos parecen ser las
tentaciones en que sistemáticamente han naufragado los investigadores
que tradicionalmente han ahondado en el tema. En primer lugar, el sociolo-
gismo, tentativa filmológica teñida de psicología de masas, representada por
Siegfried Kracauer en su canónico texto De Caligari a Hitler, ya citado.
Aunque ya señalamos más arriba la concepción de la historia que blande el
autor, una cita nos dará rápida muestra de su enfoque:

Las películas del periodo de posguerra, de 1920 a 1924, son un singular monólogo
interior. Revelan las evoluciones de estratos casi inaccesibles de la mentalidad ale-
mana.11

Y es que la caótica situación de la Alemania de posguerra, habiendo


trazado un tortuoso y veloz camino desde una revolución socialista frustra-
da al protagonismo de las clases medias, unido todo al carácter de espec-
táculo de masas que es el cine y a la producción colegiada característica de
los estudios weimarianos, resultaba terreno ·abonado para una simplifica-
ción sociológica. Por esto, la clasificación en períodos que elabora Kra-
cauer, profundamente respetuosa para con las fases de la historia, no lo es

10 Declaración de Fritz Lang recogida en Eibel, Alfred: El d11e de Fritz La11g, México, Era,
1964, pág. 14.
Sobre los avatares de este film inaugural, véase: Leiser, Envin: «L'historie des mésa-
ventures de Caligari» y Warm, Hermann: «11 mio lavoro nel cinema», ambos en Car/
Mqyer e l'esprmio11iJ1110 (actas del Convenio Internacional de Estudios sobre Car! Mayer), a
cargo de Mario Verdone, Roma, Ed. Bianco e Nero, 1969, págs. 134 a 138 y 244 a 247,
respectivamente.
11 l<RACAUER, S.: op. di., pág. 73.

47
apenas en lo que se refiere a los modelos de representación que atraviesan
el cine de la época, por lo que la nitidez de las fronteras, tratándose de
prácticas significantes, es ya de por sí sospechosa. Reproduzcamos dichas
fases: período arcaico (1895-1918), período de posguerra (1918-1924), pe-
ríodo estabilizado (1924-1929), período pre-hitlerista (1930-1932). Un
mecanismo poco marxista hace encajar la complejidad de las vanguardias
alemanas y su trabajo significante en los estrechos límites de etapas históri-
cas estancas, sin siquiera respetar la mínima autonomía relativa que expone
el más elemental de los manuales de materialismo histórico.
En segundo lugar, el tópico del 11acio11alismo intemporal, rastreable en-la do-
cumentadísima obra de Lotte H. Eisner, L'écra11 dén1011iaq11e, quien presenta
una continuidad de la torturada alma alemana desde el romanticismo hasta
la fecha, extrapolando las tendencias especulativas (Grübelei) y demoníacas
(en el sentido goethiano) y pasando por alto (o minimizando) · el carácter
rupturista que tuvo el expresionismo con respecto a la tradición decimonó-
nica, por más que tal ruptura se descubriese más tarde menos radical de lo
que se pensó en un primer instante.
Algunos matices son, pese a todo, de ri'gor: respecto a kイ。セオ・L@ vale
decir que muchos de los equívocos a los que induce suelen acentuarse en
sociólogos más torpes y desconocedores de la cultura de Weimar, no sien-
do imputables en todos los casos al alemán. Otros, como Andrew Tudor,
quien parece identificar Kammerspielfilm y realismo; tiene el detalle de po-
ner en cuarentena afirmaciones tan simples como gratuitas. 12
En lo concerniente a Eisner, conviene reconocer que el cine alemán de
esta época destila efectivamente una fuerte herencia romántica que abarca
desde la composición de encuadres que remiten directamente a pinturas de
Kaspar David FriedriCh hasta la preocupac_i.ó n por la arquitectura gótica,
pasando por la enorme red de referencias literarias a la época romántico-
fantástica. Lo que, sin embargo, resulta inadmisible es convertir estas refe-
rencias (o pervivencias en algunos casos)_intertextuales en intemporaliza-
ción de acuerdo con un idealismo ahistórico.13

3.1.3.2. Las periodizaciones de la historiografía

Pero la complejidad clasificatoria no es más que la superficie bajo la


cual se teje una profunda problemática conceptual ·que acostumbra a hacer

· 12 TUDOR, Andrew: Ci11ey ro1111111icació11 social, Barna, Gustavo Gili, 1975, pág. 179.
l3 Quizá, como sugiere Engelbert , el malentendido se remonte a una apresurada lectura que
Madame de Stael hiciera de los románticos alemanes, al menos en Francia y los países
cuya vía de contacto con Alemania ha estado mediatizada por Francia.

48
perder el norte a los historiadores. Ello se hace palpable cuando éstos abor-
dan el período desde una óptica estética, al margen de esencialismos y so-
ciologismos. El resultado puede ser un rompecabezas no exento de interés,
como es el caso de Jean Mitry.
Alertado por sorprendentes declaraciones de Fritz Lang y Paul Wege-
ner, quienes negaron haber tenido nada que ver con el expresionismo, Mi-
try propone una distinción operativa caligarismo/expresionismo, desig-
nando con el primer término la escuela que siguió al film de Wiene y ofre-
ciendo al ·segundo término un ámbito más amplio: si el primero no fue sino
la transposición de un arte decorativo realizado en la escena tiempo atrás,
ni el expresionismo simbólico ni el Kammerspiel se manifestaron tan
pronto. Fueron éstos el resultado de toda una serie de films rodados por
Wegener y Oswald que prosiguieron, con la estilización del decorado y el
uso de los claroscuros, las investigaciones emprendidas en Dinamarca por
Holger Madsen, Urban Gad y Robert Dinesen.14 En consecuencia, lo que
Wege.n er y Lang entienden por «expresionismo» (aplicación de fórmulas
pictóricas) explica su renuncia a la adscripción en dicho movimiento de sus
obras.
Los efímeros resultados que produce la imitación caligariana -su im-
posibilidad, dice Mitry, de seguir ateniéndose a «historias de locos»- y la
separación de Car! Mayer de los guiones movieron a una renovación del
cine alemán bajo el influjo nórdico. Retengamos, por el momento, el apela-
tivo «historias de locos» pues en él se alberga el equívoco teórico del histo-
riador, que no es otro que una can;; · t metodológica.
Pero sigamos relatando las distintas fases que el autor propone y descu-
briremos el punto de anclaje del error. Tras el «expresionismo» (ya desmar-
cado del «caligarism0>>) surge lo que Mitry denomina «realismo teórico»,
cuyo representante señero es Lupu Pick. A éste se le reprocha su esquema-
tismo y, sobre todo, lo artificial de su sistema simbólico. De nuevo, la res-
puesta progresiva vendría de la mano de Murnau y su «realismo poético»:
toma en consideración del valor fuerte de la imagen para, sobre ella, elabo-
rar una simbología que no' desdiga jamás a aquélla.
A esta línea evolutiva cuyos eslabones son caligarismo-expresionismo-
realismo teórico-realismo poético, cabe hacerle varios cuestionamientos: el
primero de ellos es su desprecio, pese a la linealidad del planteamiento, por
la sucesión real de films. Porque algunos como Hintertreppe o Scherbm que
Mitry ubica en la tercera de estas fases datan de 1921, mientras otros ca-
racterísticos del caligarismo fueron realizados dos o tres años más tarde
(Rasko/nikow, Das Wachsfig11renkabi11ett, Ger111i11e, etc.), incluso en el mismo

14 MlTRY,Jean: Histoire du ciné111a, Vol. 11, Par Is, Edition s Universitaires, 1969, pág. 459.

49
año que la obra de Murnau representativa de la última de las etapas descri-
tas. Los ejemplos podrían proliferar en esta dirección, pero baste decir que,
si el proceso indicado constituye una cadena evolutiva cuya duración no
rebasa los cinco años apenas, el desajuste de fechas en que incurre Mitry es
harto significativo de la inoperancia de su clasificación.
La segunda objección afecta a la evacuación de las contradicciones, ya
que films como Der letzte Mann esconden una fuerte tendencia fantástica,
aunque con articulación diferente a los films «expresionistas». En tercer lu-
gar, tenemos la impresión de que esto conduce a un substrato metodológi-
co inconfundible: la política de autor. En efecto, pues la división entre la
tercera y cuarta etapas puede resultar paladina (y aún esto queda por com-
probar en sus detalles) entre Lupu Pick y Murnau. Pero parece sumamente
complejo aplicar tales criterios a otros films del período, como por ejemplo
Variété (E. A. Dupont, 1925) u otros que no llevan la impronta del autor y
que, aun tomando en consideración su mediocridad, no por ello son menos
representativos del cine de la época sometida a análisis.
El último reproche es sustancialmente más grave: todo el trazado de Mi-
try lleva la marca de 11n prejuicio y 1111 privilegio, hacia textos concretos, autores·
concretos o, mejor, hacia una determinada concepción del cine. Porque
sentenciar la primada del «expresionismo» por sobre el «caligarismo» o del
«realismo poético» por sobre el «realismo teórico» no son en absoluto ges-
tos gratuitos, sino resultado de ciertas convicciones que Mitry no se priva
de enunciar a las claras:

Pero el cine es un arte de lo concreto, fuertemente imbricado en un espa-


cio-tiempo que puede restituir a su mai:iera pero jamás transgredir. Aquél
no puede significar ideas o conceptos más que por medio de las cosas, de
su forma sensible, de sus relaciones mutuas y con cierto contexto. Su fi-
guración lineal no podía desembocar, en este caso también, más que en
un fracaso. El retorno a las estructuras plásticas y arquitectónicas que
ponen en juego la individualidad concreta de los objetos fue, pues, el recur-
so que habla de ·cumplirse si elfi/111 q11ería serfllt11 y no pint11ra. Procedimien-
to inverso a primera vista al seguido por el expresionismo. Pero si el film
no podía abstraerse de las cosas que debían ser cosas y no signos gráficos, al
menos podía significar a través de ellas. IS (Subrayado nuestro.)

Ahora nos hallamos por fin en condiciones de comprender el significa-


do de las «historias de locos» de que hablaba Mitry, pues lo que le preocupa
al historiador es preservar cierta verosimilitud, sea del espacio, del objeto,

l5 ldem: Histoire d11 ci11é111a, vol. 11, pág. 464.

50
del símbolo o de la narración, por lo cual no sólo rechaza un cine abstracto,
sino que se incapacita para analizarlo oponiéndole otro modelo «más acor-
de con lo ciiictnatográfico», con su esencia, esto es, con lo que Mitry consi-
dera más avanzado y en lo que, coincidamos o no a nivel de preferencias,
no podemos convenir. Y ahora comprendemos también la razón de princi-
pio que indujo a este gran estudioso del cine a criticar parte de las prácticas
eisenstenianas por la negativa del soviético a someterse a verosimilitud al-
guna, fuera icónica o diegética. Cegado por una defensa del referencialismo
inicial de la imagen (innegable como punto de partida), Mitry no puede por
menos de atacar el símbolo abstracto de Lupu Pick y justificar la correc-
ción del de Murnau: la diferencia que separa a Pick de Murnau radica en
que el primero fabrica símbolos que coloca en imágenes, mientras que el
segundo recoge imágenes transformándolas en símbolos.1 6

3. 1.3.3. La corriente ignorada: reivi11dicació11


del realismo

En un texto que, aunque cuestionable por muchos motivos, tuvo la va-


lentía de replantear con un giro copernicano el enfoque-tradicional dado ai
cine de Weimar, Raymond Borde, Francis Courtade y Freddy Buache,1 7
pertrechados de una ingente cantidad de datos (como corresponde al traba-
jo de erudición que se desarrolla al abrigo de una cinemateca), denunciaron
la falsificación de que había sido セ「ェ・エッ@ una buena parte del cine producido
en la Alemania de los años veinte. Su síntoma fue -según los autores- el
arrinconamiento de la corriente realista que surge ya en los inicios de la dé-
cada. D!cha falsificación ha procedido de la excesiva importancia concedi-
da por la historiografía al expresionismo, sobre todo, y al Kammerspielfilm
en aquello que éste posee de más trivial, a saber: la dulce intimidad de gen-
tes anónimas y sus dramas cotidianos e intrascendentes. En suma, una
buena parte del cine de los años 1925 a 1930 ha sido, lamentablemente, de-
formada o traicionada.
Intentando enmendar este error histórico, los autores señalan la exis-
tencia de una gran corriente realista o social que surge en el cine alemán_
poco después de la Primera Guerra Mundial y que, depurada de influencias
teatrales y de la metafísica del Destino, dará sus frutos mejores a partir de
1924. Este despegue atraviesa varias fases:

16 ldem: L e ci11é111a expéri111enlal, pág. 59.


17 BORD E, Raymond, COU RTA DE, Francis y B UAC HE, Freddy: Le ri11é111a réa/isle al/e111a11d, Neu-
chatel , Serdoc, 1965.

51
1. El realismo alemán es prisionero de cierto romanticismo o de un
gusto por lo fantástico social (ejemplo: Die Strasse).
2. El realismo alemán absorbe al Kammerspiel teatral en su doble sen-
tido de intimismo y populismo (Scherbe11 y Sylvester son los momentos
de transición hacia la evasión de las convenciones de la escena).
Sin embargo, se aprestan a salir al paso de las objecciones: la obra de al-
gunos realizadores ha podido dar lugar a confusiones por su balanceo entre
las tendencias realistas y un cierto cine teatral (Murnau, entre Der letzte
Ma1111 y Tart11.ff o Fa11st) y, por demás, las preocupaciones del realismo-dar
a los objetos valor dramático, arrancar a los rostros su significación pro-
funda, utilizar recursos de la cámara- no están tan alejadas de algunas ·in-
vestigaciones expresionistas. Estos matices no pueden, con todo --en opi-
nión de los autores-, servir para cuestionar que el realismo supone un
desbordamiento de la óptica teatral y una renuncia a plantear los proble- .
mas del individuo sin referirse a su medio. En todo caso, desde 1925 el
cine social se deshace del Kammerspielfilm y se transforma en el espejo de
una sociedad adoptando un punto de vista anarquizante e izquierdista.
Omitimos por el momento la discusión en torno al punto de vista ideo-·
lógico del cine realista weimariano. Empero, apreciando en su justo valor
la reivindicación de una corriente no expresioni sta en el cine alemán de los
veinte, no podemos dejar de asombrarnos por la débil sujeción de este tex-
to tan radical a la propia correlación de fechas en la producción de films.
Sin ir más lejos, y pór acogernos a su propio ejemplo, la primera fase queda
modelizada por un film -Die Strasse, Karl Grüne, 1923- dos años poste-
rior a Scherben (Lupu Pick, 1921 ), llamado éste a militar en la siguiente.
Además, el propio concepto de «realismo» suscita una intrincada pro-
blemática, no sólo en sí (ya que no puede ser definido prescindiendo del
análisis del proceso cognoscitivo), sino también porque en el cine de Wei-
mar se mezclan elementos poéticos y melodramáticos o fantásticos, que no
son extralbles como un quiste, sino que informan la propia contradicción
que configura a los films como textos, impregnando buena parte de los
modelos que Borde, Buache y Courtade citan como inequívocamente rea-
listas (ejemplo: Sylvestet; Die fre11dlose Gasse, Dime11tragbdie, Der /etzte Ma1111,
etc.)
En otras palabras, la operación realizada por los autores de Le cli1é111a
réaliste alle111a11d, poniendo sobre el tapete la no correspondencia de muchos
films alemanes con el calificativo de «expresionista» parece incurrir en el
mismo error que aquella a la que critica: huir de los textos como lugar de
conflicto entre diferentes modelos de representación e imprimir una lectu-
ra forzada, en consecuencia, de los mismos, pues el descubrimiento de tal
realismo no puede ser más que matizado, no sólo en los primeros años de

52
Weimar sino, en alguna medida, a lo largo de todo el período del cine
mudo.
Y decimos esto porque no es posible alcanzar una comprensión ni si-
quiera aproximada de ・ウセ@ cine mientras se proceda medi ante clasificacio-
nes ni en el orden sucesivo (hemos visto como datos tan empíricos como
las fechas dan al traste rápidamente con el empeño), ni en el opositivo sim-
ple (expresionismo-Kammerspielfil-realismo; o, de modo más ingenuo,
fantástico/rea lista).'ª
Y es que cualquiera de los enfoques revisados hasta ahora elude preci-
samente la definición de los términos en juego y, muy particularmente, la
de «expresionismo», dándola por evidente, acogiendo los principios de la
estética literaria de la preguerra más o menos descolorida o alcanzando co-
tas de generalización tan amplias como imprecisas.

3. 1.3.4. · La co11statació11 de la dificultad definitoria

Lotte H. Eisner, poco tiempo después de la publicació n de L'écran dé-


moniaque, pone en guardia contra un inminente peligro que interpreta como
una mala lectura de su texto: la tentación de considerar a cada film alemán
de los años veinte como expresionista. Precaución que se torna, tras la re-
visión de algunos aspectos compositivos concretos (ilumin ación, interpre-
tación del actor), afirmación radical:

Hay que concluir que no puede hablarse más que en casos ext remad a-
mente raros de un expresio nismo íntegro y puro. El expresio ni smo e.x is-
te en la estructura de un film - en el decorado. Ya mucho menos fre-
cuentes son los intérpretes netamente expresio ni stas. En lo que respecta
a la iluminación, hay que decir que mu y pocos film s lo son realmente. La
mezcla de estilos es frecuente .. . 19

Así, pocos son los films íntegramente expresionistas, esto es, en cuyo
seno apunten a esta dirección el argumento, los decorados y vestuario, la
iluminación y los actores. 20

18 Véase el texto Fa11/astiq11e el réaliime dom le ri11éma allema11d 19 12- 19 33, catálogo de la Re-
trospectiva presentada por el Musée du Cinéma de la Cinémathéque Royale de Belgique et
por Musée du Cinéma du Staatliches Filmarchi v der Deut schen Demokratischen Repu-
blik, Bruselas, marzo-abril, 1969.
19 E lSNER, Lotte H.: ᆱcッ ョエイゥ「セ ッョ@ ala définition du film ... », ya cit., pág. 84.
20 Jdem: «A mbivalences du film expression iste» in L'expressio11iime allema11d, núm . especial de
Obliques, Parls, Borderie, 198 1, pág. 173.

53
Mezcla de estilos que halla la autora también en los films tratados tradi-
cionalmente dentro del Kammerspielfilm, como lo demuestra el caso de
que Carl Mayer,autor de visiones y estilo expresionista, sea el creador del
guión del Kammerspiel psicológico, con visos metafísicos y girando en tor-
. no a tragedias individuales. También son prueba fehaciente las exaltacio-
nes a lo expresionista de un Lupu Pick, presunto detractor de los «snobs
expresionistas», co.m o él mismo decía.
Y en el preciso momento de dar un paso definitivo adelante y ofrecer
una definición del expresionismo en el cine, Eisner se repliega limitándose
·a advertirnos de nuevo sobre su dificultad, aclarando(?) que se trata de

un estilo a menudo difícil de definir y, en ocasiones, bastante híbrido.


Ello debería alertarnos e invitarnos a la desconfianza hacia definiciones
demasiado sencillas c;uando hablamos de expresionismo en el cine. 21

Quede constancia de la dificultad y demos por válidas las advertencias


de la historiadora. Pero de nuevo nos encontramos ante el vacío por defini-
ción. Lo que respira el texto de Eisner es, quizá, una comprensión del ex-
presionismo de acuerdo con los cánones pictóricos (decorados) y teatrales
(iluminación e interpretación del actor), pero no una explicación de lo que
articula a los films llamados expresionistas, es decir, aquello que permite
hablar de «expresionismo» a propósito de un film, sea íntegra o parcial-
mente.

3. 1.3.5. La perspectiva teórica

Para acceder a un intento de definición, esto es, a una tentativa de des-


ciframiento de las claves que estructuran textualmente el film de Weimar
y, especialmente, el «expresionista», deberemos acudir al trabajo que más
lejos ha ido en este proyecto. Proyecto que, sin carecer de análisis y dete-
nerse en los films concretos (aunque se trate de los más conocidos única-
mente), apunta a una definición teórica, no sólo historiográfica. Nos referi-
mos al libro de Michael Henry, Le cinéma expressioniste al/emand. Un /angage
111étaphoriq11e? 22
Henry enfoca la cuestión desde la óptica semiológica. Arrancando de la
distinción jakobsoniana sintagma/paradigma, en el sentido de la genera-

21 Idem: «Ambivalences ...», pág. 174.


22 H EN RY, Michael: Le ci11é111a exprmio11iste a/le111a11d. U11/a11gage 111étaphoriq11e?, Friburgo, Ed.
du Signe, 1971.

54
ción de los dos polos del lenguaje (metonimia y metáfora respedivamente),
llega a la conclusión de que el expresionismo alemán fue la primera escuela
cinematográfica que intentó desarrollar sistemáticamente las relaciones
metafóricas en el interior de una continuidad espacio-tempora),23 si bien
Henry parece adherirse a las posturas de Mitry sobre la imposibilidad de
una metáfora, estrictamente hablando (en el sentido en que se constituye la
verbal), en el cine.24
El resultado de la adecuación ficción/medios que propone la escuela
alemana, unido a esta voluntad metafórica, convierten al film «expresionis-
ta» en un proyecto de puesta en escena totalitaria en cuyo seno el plano" es re-
flejo «total» de la secuencia como ésta a su vez lo es del film en su conjunto.
Esta estética totalitaria coloca en la cumbre a su demiurgo, el sujeto de
la enunciación quien, desdoblado en un sujeto del enunciado, brinda a éste
todos sus atributos logrando una interiorización de la ficción, filtrando por
su consciencia los acontecimientos e incluso la propia formación del espa-
cio del plano. La representación es, en suma, una duplicación.
De ahí se derivan los procedimientos de visión indirecta, presencia de
narrador interno (aunque sea el inconsciente del personaje quien hable por
medio de un sueño o pesadilla). Este hecho parece ser avalado por buena
cantidad de films, entre los cuales Das Kabinelt des Doktor Caligari, Das
Wachsfig11renkabi11ett, Schatten, Der miide Tod, etc., alcanzando parcialmente a
films posteriores como demuestra el episodio sobre Babel en Metropolis.
Y, según este sentido del texto que se cierra como una ostra sobre sí
mismo, todo pasa a ser signo (bosque de signos) presto a una interpreta-
ción que se ajusta al psiquismo del demiurgo desdoblado.
Podríamos· decir que el espacio y los objetos que lo pueblan funcionan
como premoniciones que deberán ser desveladas por el protagonista (o el
espectador) o síntomas en el sentido lacaniano, esto es, «significantes de un
significado reprimido». En ello radica la fisonomía latente del objeto en el
film expresionista. Y este doble desplazamiento del ser sobre el objeto y de
este último sobre aquél, cierra el círculo de forma definitiva.

3. 1.3.5. 1 La precaria 111ateriafizació11 text11al

La operación de Henry para definir el modelo expresionista tropieza,


a pesar de todo, con un notable escollo al intentar aplicarse a textos con-

23 Ibidem., pág. 15.


24 MJTRY, Jean: «Un langage sans signes» in Rev11e d'Eslhéliq11e 2-3, ParÍI, 1967. Traducción
castell ana in Urrutia, Jorge: Conlrib11ciones al análisis se111iológiro del fll111, Valencia, Fernan -
do Torres, 1976.

55
cretos. El propio autor llega a una sorprendente conclusión: Caligari sería
el único film íntegramente expresionista.
Y ello porque, desde que la atención de los cineastas se desplaza de la
representación a lo representado (psicología o realidad social), el expresio-
nismo como escuela está llamado a desaparecer.
La brillantez del estudio de Henry no debe hacernos caer en simplis-
mos reductivos, pues ¿acaso lo representado no existe en Caligari? o, a la
inversa ¿el trabajo significante fuertemente antinaturalista no se prolonga a
lo largo de multitud de films de los años veinte, algunos de ellos tan opacos
a la impresión de realidad como el clásico de Wiene? Quiere esto decir que
no es suficiente manejar la oposición historia/discurso, sintagrna/paradig-
ma, metonimia/metáfora o grado cero de la escritura/problematización del
lenguaje para dar cuenta del cine expresionista, ya que la opción por los se-
gundos términos de estas oposiciones q,inarias tampoco aportan lo específi-
co o diferencial con respecto a otras vanguardias del modelo analizado. Por
ello, concluir, como hace Henry, con la afirmación de que el cine expresio-
nista es un ejemplo de lenguaje oblicuo (en el sentido utiliz::do por Gérard
Genette en Figures I 25 supone más bien un retroceso respecto a la intere-
sante tesis de la metaforización que una verdadera globalización teórica.
Lo que falta en el trabajo de Henry -y no es una carencia sin impor-
tancia- es un proceso de historización. Cabe, empero, antes definir, si-
quiera sea someramente, el principio regulador del modelo de representa-
ción expresionista de modo más concreto.

3. 1.3.5.2. El principio de la no segmentación

El núcleo de la cuestión debemos buscarlo en la teoría del montaje con


el fin de describir cómo operan los sistemas constructores del film expre-
sionista. Digámoslo con brusquedad: la característica esencial del ci11e expresio-
11ista es la resistencia del enc11adre, la extrema adherencia q11e se produce entre concep-
ción del espacio y concepción del plano. Y esto no sólo implica erigir el principio
de la no segmentación en distintos planos como rasgo definitorio, sino po-
ner de relieve la imposibilidad de la cámara para evolucionar en el espacio
(lo contrario supondría una variación del encuadre, aunque en el mismo
plano).
En otras palabras, el espacio no se constituye como homogéneo a par-
tir de la heterogeneidad de los planos que lo han segmentado y, ahora, su-
turándose refieren de modo verosímil su imagen compacta. ¿Quiere ello
decir que el montaje no existe en el film expresionista? Más bien al contra-

25 GENETrE, Gérad: Fig11m I, París, Seuil, 1966, pág. 191.

56
rio, responderíamos. El mo11taje existe absol11tamet1te en este modelo de represen-
tación, pero s11 ámbito privilegiado 110 es la sec11e11cia (el engarce e11tre distintos pla11os,
co11 o si11 co11ti1111idad), si110 el propio pla110, desarrollando todo el trabajo significante
-co111plejísi1110, por ciert()-- e11 la composición de 1111idades i11cl11idas en éste.
Y este montaje se asienta en dos pilares alternativos y complementa-
rios: la i11111ovilidad absol11ta y la movilidad de unidades mínimas del plano.
Vayamos con el primero. El plano expresionista se resiste con tenaci-
dad a la voracidad de lectura, pues su construcción significante radica en su
fijeza. De este modo, el significado del plano se incrementa gracias a las
transformaciones, citas, perversiones, etc. que el cineasta impone a las ar-
tes plásticas (pintura y arquitectura fundamentalmente), haciéndolas fun-
cionar de modo intertextual. Ejemplos no faltan: Rembrandt, Tintoretto,
Caravaggio, etc. en Fa11st, 26 Kaspar David Friedrich en Der 111üde Tod, deco-
rados al estilo Der St11rt11 en Caligari, pero también referencias a otros mo-
delos distintos en Metropolis y Die Nibel1111ge11 o a la arquitectura gótica en
Der Golem y Nosferat11. Materializaciones, pues, de la inmovilidad, de la fije-
za, en un arte en el cual el movimiento parece esenciál, siquiera sea como
tendencia. Podríase sugerir la existencia de su inverso: el plano expresio-
nista se impone a la lectura del espectador como una pintura (y aquí se cru-
zan los sentidos de los términos cuadro y encuadre), siendo ya poco rele-
vante, en materia de montaje, constatar si la composición de tal o cual en-
cuadre preexiste (de modo idéntico o modificado) en la historia de las artes
plásticas. (Por supuesto, sólo es indiferente desde esta óptica de delimita-
ción de los ámbitos y no desde el significado global de la enunciación.)
En segundo lugar, nos hemos referido a los procedimientos de compo-
sición espaciales que se sustentan en la articulación de unidades mínimas.
En efecto, ya que el expresionismo cinematográfico, recogiendo el 。ーイ・ョ、ゥコセェ@
teatral, inscribe como aspectos singularmente significantes los fenómenos cam-
biantes de iluminación, interpretación de los actores, las entradas y salidas de
campo de los personajes, la movilidad debida a objetos, etc. El asunto, además,
no se agota aquí, pues son de uso frecuente recursos que el teatro no posee (o, en
menor grado) como fundidos de todo tipo, sobreimpresiones, iris, caches, acele-
raciones o retardandos, peÜcula negativa, etc.
No insistiremos más sobre el particular, dado que ha de ser convenien-
temente analizado en su concreción textual en el capítulo siguiente de este
trabajo. Pero es importante resaltar lo que se desprende de lo dicho hasta
aquí: un rechazo de la narratividad, de la propia noción de secuencia y un
detenerse en el discurso y, ahora ya podemos matizar, discurso como montaje
en el plano.

26
Véase el interesantlsimo estudio de Rohmer, Eric: L 'orga11isatio11 de /'upare dans le "Fa11s/J> de
M11ma11, París, U. G. E., 1977, págs. 18 y ss.

57
3.1.3.6. La latencia del modelo

Ahora bien, el modelo descrito en las páginas anteriores representa una


instancia latente como tendencia en el cine de los años veinte. Pretender su
existencia absoluta conducirla al absurdo de postular la posibilidad genera-
lizada de films de un solo plano. Por ello, la actualización de dicho sistema
jamás será total, sino que se constituirá como línea de presión en el cine de
Weimar, de modo hegemónico en algunos films del primer lustro, como
sombra demoniaca, amenazadora, en buena parte de films de la década, de-
jándose sentir incluso en textos aparentemente tan alejados buen trecho de
las preocupaciones fantásticas e inquietantes de Das Kabinett des Doktor Ca-
ligari.

3.2. POR UNA TEORÍA DE LOS MODELOS DE


REPRESENTACIÓN EN EL CINE DE LA
REPÚBLICA DE WEIMAR

A la luz de lo expuesto, podemos llegar a la conclusión de que com-


prender el cine de Weimar es dar entrada a este modelo que, con máxima
imprecisión, se ha · venido denominando expresionista (serla hora ya de
erradicar este nombre para designar el modelo descrito, dadas las confusio-
nes que produce con el expresionismo pictórico y literario; o, al menos, de-
jar constancia de que nada tiene que ver, en el fondo, con ellos). Pero tam-
bién, y ante todo, no cerrar el paso a la complejidad histórica dadci que este
modelo entra en conflicto con otros que, atendiendo a la actitud ante el re-
ferente o a su tema, se han venido denominando «Kammerspielfilm» y rea-
lismo social. Si, por el contrario, pretendemos una reflexión en profundi-
dad sobre los films del período abordándolos como lo que son, prácticas
significantes, habremos de descartar tan confusas como dispares termino-
logías en la medida en que éstas dejan de lado precisamente aquello que
constituye a los filn'ls como textos: su articulación conflictiva como formas
de organización del espacio en el proceso de producción de sentido que im-
plica cualquier materialización artística.
El texto fümico, pues, como conflicto entre prácticas distintas, entre
modelos distintos que pugnan entre sí en un espacio, pero que nunca lo-
gran imponerse de manera total. Así, pues, del mismo modo que no es po-
sible una plasmación absoluta del proyecto teórico «expresionista», tampo-
co lo ha de ser el caso del Kammerspielfilm ni dél realismo social, puesto
que lo que éstos designan, por demás, no es un modelo de' representación,
sino una ambigua actitud ante el referente.

58
Analizar la disposición en el film (en cualquier film) de esta batalla se-
ñalada es tarea apremiante que debe acometer el investigador que se apro-
xime al cine producido bajo la República de Weimar, no elaborar clasifica-
ciones lineales, causales, sucesivas y ficticias o formular teorías que se inca-
paciten a sí mismas para dar cuenta de los films concretos.

3.3. LA NECESARIA HISTORIZACIÓN


Y LOS SIGNOS DEL CAMBIO

Mucho se ha hablado (quizá demasiado) de los hallazgos formales del


«Kammerspielfilm»; hallazgos que algunos, como los autores de Le cinéma
réa/iste a//e111a11d, atribuyen a la corriente realista que absorbe al teatro de cá-
mara. Dos fenómenos suelen ser retenidos con énfasis hasta el punto de
que las más escuetas historias del cine se apresuran a levantar acta de ellos:
la desaparición de los carteles y la movilidad de la cámara. Las razones adu-
cidas, la pérdida de la demiurgia y su desdoblamiento, así como la adopción
de un punto de vista subjetivo en una estructura narrativa de articulación
simple, sin ser falsas, no pueden convencernos, si no abordan el signo del
cambio, la diferencia que constituye la piedra angular dd viraje del cine
alemán a mediados de lá década de los veinte: la concepción del espacio y
su segmentación.
Dado que el capítulo cuarto contiene una serie de análisis detallados
sobre estos fenómenos de segmentación en textos del período, sólo men-
cionaremos aquí uno que puede ser considerado globalmente paradigma
del cambio y foco. también de las contradicciones expuestas en estas pági-
nas: el desplazamiento, tan inseguro como vacilante en ocasiones, desde
una segmentación del espacio en el mismo plano a una fragmentación en
planos diversos, lo cual implica una noción del espacio referencial abstrac-
to no coincidente con el espacio físico de la representación. Con todo, la
primera forma de segmentación no ·se pierde, más bien se integra, lo que
hace difíciles las simplificaciones. Ejemplifiquemos lo dicho.
Semejante decorado: una feria. Dos films distintos -Caligari y Faust-
separados entre sí por siete años. En el primero -indica en un interesante
artículo Hadelin Trinon- toda la vida del decorado se afirma en la rela-
ción entre los dos carruseles y los desplazamientos de la muchedumbre.
Hay movimiento y, sin embargo, el conjunto permanece estático debido a
su duración y porque ningún otro encuadre recordará estas formas.27

27 TRI NON, Hadelin: «Expressionisme et cinéma» in L'Expressio11is111e al/e111a11d, núm. de la re-


vista Obliq11es, ya cit., pág. 17 1.

59
En el segundo, cuatro planos se suceden en medio minuto: subdividen
el espacio y el plano (el encuadre) estalla en pedazos no pudiendo ser totali-
dad referencial ya. Podríamos llegar a la conclusión siguiente: del plano
como espacio único (total), pictórico o teatral, al espacio cuya segmenta-
ción se logra mediante los planos diversos (o, en otras ocasiones, los en-
cuadres) es la trayectoria por la que atraviesa el cine de Weimar, pero ins-
cribiendo la contradicción en todos los textos. Ejemplo puede ser este hí-
brido recuperado de Murnau -Phantom, 1922-, paradigmática ilustración
de la pugna entre plástica del encuadre y plástica del espacio.
Múltiples factores se entrecruzan en el conflicto, entre los cuales d<::sta-
carfa una reflexión sobre la variabilidad de los ángulos de vista, el citado
raccord en el movimiento, el juego de alternancias plano/ contraplano, en
suma, una nueva concepción, crecientemente hegemónica, de la segmenta-
ción del espacio.
Detengámonos ahora en otro rasgo crucial en lo que compete a la seg-
mentación del espacio y que es susceptible de representar emblemática-
mente el viraje producido en el cine de Weimar hacia mediados de la déca-
da de los veinte. Nos referimos al raccord en el movimiento.
Analizado con detenimiento en todos los manuales de montaje, este
tipo de raccord posee la peculiaridad de dividir una única acción (unidad de
la instancia representada) en dos unidades formales (variedad de la instan-
cia de la representación). Resultado de ello es que la lectura uniforme de la
primera encubre a "Ja instancia técnica. En otras palabras, que la técnica
quede invisibilizada en beneficio de la acción que muestra. Mitry, quien ha
estudiado el asunto desde el punto de vista histórico y que, cegado por su
metodología, no ha sabido ver en él más que un progreso de lo espedfico
cinematográfico, afirma, con todo, algo sustancial: tales procedimientos
han flexibilizado considerablemente la continuidad del film. 28 El raccord
en el movimiento contribuye, pues, a invisibilizar el cambio de plano de
que es producto, restituyendo a la percepción del espectador una continui-
dad inexistente, engañosa. Si inscribimos el «hallazgo» en la historia del
cine, nos hallaremos de frente con los realizadores alemanes -Mumau,
Dupont, Pabst- y con fecha clave: 1924-1925. Dice Mitry -y no consi-
deramos ociosa la cita:

Anteriormente -y hasta 1925- hadase coincidir los cambios de plano con un


cambio de ángulo. A un plano general de frente, sucedía un plano medio visto de
lado, luego un plano americano visto de tres cuartos y asf sucesivamente. De este

28 MITRY, Jean: Es1héliq11e el PI)'rhologie d11 ci11é111a, Vol. 1, París, Edition s Universitaires, 1963,
pág. 161.

60
modo, si las posiciones relativas de los personajes no eran exactamente las mismas
cuando se pasaba del plano general al plano medio, el cambio de punto de vista
hada la cosa imperceptible. 29 ·

Es obvio que también los carteles ィセ「ヲ。ョ@ servido para paliar las defi-
ciencias de raccord. (co11ti11tía Mitry). Nosotros diríamos más bien: al mar-
gen de una problemática de continuidad borrada, los realizadores anterio-
res a la fecha no precisaron de eliminar los carteles (Griffith, por ejemplo,
ya se planteó la posibilidad y renunció a ella por considerarla gratuita),
mientras que en el momento narrado por Mitry, preocupados de modo cre-
ciente por un borrado de la discontinuidad técnica, el trabajo de sutura se
impone y los carteles denuncian la discontinuidad. ·
Este es él sentido que da G. W. Pabst al raccord en el movimiento en
una entrevista publicada en C/ose 11p en 1927 en donde teoriza justamente el
procedimiento como creación del efecto de transparencia:

cada plano está tomado en algún movimiento. Al final de un corte al-


guien está moviéndose, al principio del siguiente el movimiento conti-
núa. 30

No sólo adoptado el procedimiento, sino hecho consciente y proclama-


do como principio, este recurso pone de manifiesto {.¡na paradójica inver-
sión del cine alemán: aquel país ci.iya estética cinematográfica resultaba
más extraña a la sutura, más ajena a la noción de montaje entre distintos
planos hasta el punto de tender a una composición total del plano como
fundamento estético, ha pasado a ser la avanzadilla de la invisibilidad de la
técnica (por supuesto, no en todos los aspectos) al utilizar sistemáticamen-
te el raccord en el movimiento, si bien es cierto que su rigor no implica re-
nuncia a procedimientos más visibles como el uso de la cámara móvil, por
ejemplo.
Un dato comparativo nos bastará para determinar el alcance de la pro-
blemática enuncia'da. La descomposición de los planos 33 y 34 de Das Ka-
bi11ett des Doktor Ca/igari queda así: plano 33: En una habitación amueblada
sobriamente, un joven -Alain-, sifuado al borde izquierdo del encuadre
y hacia el fondo del campo, lee un libro. Luego, avanza hacia el centro de la
estancia (hacia cámara) apoyando su brazo sobre el respaldo de una silla.
Corte. Plano 34: Raccord «casi» en el eje y sobre el movimiento del plano
anterior. Pero, desde una perspectiva de sutura, este raccord no puede ser

29 lbidem , pág. 161.


30 Citado por E isner, Lotte H. in L'écra11 di111011iaq11e, pág. 175.

61
más fallido, ya que el movimiento al final del plano 33 no está todavía aca-
bado mientras al comienzo del siguiente está plenamente concluido. Esto
nos demuestra, en primer lugar, que la sutura no era u:n deseo programáti-
co del film alemán en 1919 (muchos otros ejemplos que por econorrúa de
espacio no consignamos así lo confirman). Pero, subsidiariamente, nos in-
dica algo de no menos interés: que las preocupaciones por la segmentación
de espacio escénico se dejan embrionariamente sentir ya -,--curiosa paradoja-
desde el primer film que los historiadores consideran expresionista ( セャ@
único film de parte a parte expresionista, según declaraba M. Henry).
Segundo término de la comparación: elegimos al azar uno de los múlti-
ples raccords en el movimiento que figuran en Der /etzte Man (Murnau,
1924) los planos 23 y 24 del découpage tras montaje elaborado por noso-
tros mismos.31 23: plano de conjunto. El portero del Atlantic (E. Jannings)
entra en campo por el primer plano frontal oscureciendo el objetivo. Tien-
de la mano y comprueba que la lluvia ha cesado, se despoja de su imper-
meable, se coloca unos guantes y saluda a un cliente con elegancia. Intro-
duce su· mano en un bolsillo. Corte. 24: plano medio. Contracampo. Jan-
nings extrae un espejo del bolsillo y se mira orgulloso en él mientras se atu-
sa los bigotes. El montaje descompone la acción en dos planos de acuerdo
con el segundo modelo enunciado por K . Reisz que consiste en operar el
corte en el momento de inactividad, en el tiempo muerto, procedimiento
que Reisz considera preferible para una poética de la transparencia a un
corte en cualquier otro momento del desplazamiento del ·brazo. Así
-Reisz lo aplica a un ejemplo pedagógico-,

el corte no interrumpe un movimiento continuado, sino que acentúa la


acción en el instante de inmovilidad. Se crea la impresió n de ver' de dis-
tinto modo dos fases del movimiento diferentes.32

Añadamos que acompañan aquí al raccord en el movimiento un salto


de ciento ochenta grados en el emplazamiento de la cámara (contracampo)
y, por supuesto, un cambio escalar (de plano de conjunto a plano medio), y
sin dificultad extraeremos la conclusión de que lo que irrumpe con virulen-
cia en el film es un sentido de la segmentación del espacio escénico ajeno
en todo al proyecto teórico del expresionismo así como a las contradiccio-
nes percibidas en Ca/igari.
Con todo y de nuevo, la oposición palmaria puede hacernos caer en
simplismos, por lo que será necesario volver a la tipología de los raccords

31 Vide capitulo IV , nota 9 de este mismo trabajo.


32 R EISZ,Karel: Timica del montaje ci11e111atográfico, Madrid, Taurus, 1960, pág. 195.

62
en el movimiento con objeto de matizar algo más. De creer a Mitry, dicho
tipo de raccord garantiza una flexibilidad narrativa gracias al efecto de bo-
rrado que logra mediante imperceptibles elipsis de fotogramas entre un
plano y el siguiente. Señala Tarnowski al respecto:

Tradicionalmente, el raccord en el movimiento se justifica por el hecho


de «avanzar» la acción; según el modelo de Mitry: apenas se abre una
puerta cuando, en el plano siguiente (en el movimiento), es preciso que
esté ya casi cerrada; haciendo raccord en el movimiento y teniendo en
cuenta el salto de imagen que implica el «Corte» del mismo, se «borra» li-
geramente eliminando el final de la acción, en el plano precedente al rac-
cord con el comienzo en el plano que le sigue (es decir, que se suprimen
algunos fotogramas de ambos planos con el fin de hacer el raccord vi-
sualmente suave, fluido e insensible).33

No es esto, por el contrario, lo que observamos en el film citado de


Murnau. Reiteradamente comprobamos el recurso opuesto: repetir, en lu-
gar de suprimir, unos cuantos fotogramas de cada uno de los dos planos
que hacen raccord en el movimiento, ralentizando de este modo el ritmo y
renunciando al efecto de borrado que brinda el procedimiento. En suma,
nos hallamos de modo sistemático frente a un raccord apoyado. (Los ejem-
plos se multiplican en este film, véase análisis de una secuencia completa
en el capítulo 4.) De ello resulta de nuevo el conflicto: la invisibilidad que-
da reducida por el momento, aunque la puerta a su consecución quede defi-
nitivamente abierta.
. A este mismo objetivo de segmentación concurre la sutura que subyace
a la alternancia plano/contraplano y de cuya sistematización es ejemplo se-
ñero Variété (E. A. Dupont, 1925), por cuanto su correspondencia con la
estructura dialogal (reproducción visual de alternancia sonora) contribuye
a borrar la discontinuidad dé la que procede. Tal recurso alcanzaría, obvia-
. mente, su máxima sedimentación como factor de transparencia en el film
sonoro durante los años treinta, pero, con todo, su descubrimiento e inves-
tigación en los films alemanes de la fecha (también Der letzte Ma1111, por
ejemplo, los posee un buen número) permite señalar el creciente problema
que plantea la invisibilidad de la técnica a mediados de los veinte en la pro-
ducción weimariana.
Encontramos de nuevo a nuestro paso lo agudamente señalado al prin-
cipio por Mitry, pero no como progreso inevitable de la pintura a lo especf-

33 T ARNOWSKI, j・。ョ M fイ。ョセッゥウ Z@ Hitchcock. Frenesí. Psicosis, Valencia, Fernando Torres, 1976,
págs. 50-51.

63
ficamente cinematográfico, valoración que conduciría inexorablemente a
tildar de primitivos los films «expresionistas» o de tendencia mayoritaria-
mente expresionista (¿por qué no sería, por ejemplo, Syberberg un primiti-
vo o Chanta! Akermann?), sino como invitación a dialectizar el complejo
proceso del film alemán de los años veinte en cuyo seno los textos serían
-repetimos- lugar de conflicto entre tendencias abstractas quizá jamás
materializadas sin tensión. Expresionismo, Kammerspielfilm, realismo do-
cumental, realismo social o cine abstracto. Son fenómenos, sin duda, a es-
tudiar, pues ellos informan los textos y están en su base compositiva. Pero
de poco sirve la clasific.ación cuando ésta conlleva la reducción de la com-
plejidad textual a disquisición sobre modelos teóricos, a programas que, en
su práctica textual, estarían sometidos al trabajo interdisciplinar y colectivo
de las vanguardias.
Por último, queda localizar las fechas centrales del conflicto. Pese a su
latencia se extiende a todo el cine mudo de la época (incluso en el sonoro
como demuestran DasTestammt des Doktor Mab11se, M. Bine Stadt mcht ei11m
Morder o Der bla11e Engel, por ejemplo), justo es señalar que su momento ál-
gido se ubica, con singular crudeza, en los años 1924-1927, si bien la ex-
cepción no es nada infrecuente (Fa11st, 1926, pero Scherbe11, 1921). Fecha
esta (1925) en la cual se produce un acontecimiento nada gratuito: la acep-
tación masiva por parte de los U. S. A. de films 。ャ・ュセウN@ Así lo demuestra
Lewis Jacobs, quien llama la atención sobre el eco que en U. S. A. provocó
la exportación de Variété y DerLetzte Ma1111, tanto por su uso de la cámara
móvil como por la ᆱ■ャセゥ、・zᄏ@ que brindaban a la narración .
Y añade que Der /etzte Ma1111 con Variétés «contribuyó a que Hollywood
· se abriera a las posibilidades de la técnica cinematográfica.34 No es arries-
gado afirmar que con el plan Dawes, la vertiente comercial y artística entre
ambos países supusiera una influencia mutua, como demuestra la masiva
emigración -mucho antes incluso de la imposición del n acionalsocialis-
mo- de artistas del cine a Hollywood.

34 jACOBS, Lewis: La aZProsa historia del cine americano, Vol. 11, Barna, Lumen, 19 72, pág. 36.

64
IV. El cine de Weimar en sus textos

«Tis the eye of the chidhood


That fears a painted devil.»
W. SHAKESPEARE

INTRODUCCIÓN

Una vez establecidas las contradicciones que, desde un punto de vista


histórico y estético, atraviesan e informan el cine de Weimar, se impone un
desplazamiento a los textos, lugares de producción de aquéllas. De lo cine-
matográfico a lo fílmico se produce una reformulación epistemológica de
acuerdo con los modernos postulados de la Semiótica del Texto y es en los
films y sólo en ellos donde hallamos una minuciosa elaboración de los con-
flictos señalados en el capítulo anterior.
Por último, un caso de opción: hemos escogido textos de los primeros
años de Weimar por considerar que en ellos se fraguan las contradicciones
entre modelos de representación que pretendemos exponer. Tal considera-
ción no implica, con todo, renuncia a referirnos a aquellos films en los que
los criterios aquí estudiados en estado más «puro» (valga esta imprecisión)
se manifiestan de modo particularmente superpuesto.

4.1. LA FORMALIZACIÓN DEL ESPACIO


METAFÓRICO

Hemos venido sosteniendo que uno de los modelos de representación


presente (o latente) en el cine de Weimar --el equívocamente denominado
«expresionista»- tendía a una ヲオ・セエ@ resistencia del encuadre, es decir, a
una negativa a formalizar un espacio de referencia que se articulara sobre la
diversidad de planos (variación de puntos de vista, ángulos, escala, etc.).
Tildar, sin embargo, a dicho modelo de «primitivo» no puede resultar más
inexacto. Porque estos planos poseen una minuciosa segmentación del es-
pacio en su interior. Es, pues, aceptando el texto en las opciones que éste
designa como vamos a penetrar tres espacios de un film que, de creer a la

65
uniforme opinión de los historiadores, inaugura los trabajos cinematográfi-
cos de la vanguardia alemana y, según algunos, europea: Das Kabinett des
Doktor Caligari. (R. Wiene, 1919.)

4. 1.1. La Feria

La entrada a la feria de Holstenwall es recurrentemente presentada por


un plano, cuyo emplazamiento de cámara es idéntico en las seis ocasiones
en que aparece. Espacio jamás fragmentado en planos distintos. En otras
palabras, identidad espacio/ plano. Decorado único: telas pintadas que no
enmascaran su origen, deshaciendo toda ilusión naturalista (realizados por
Hermano Warm, Walter Reimann y Walter Rohrig). La descripción de las
distintas apariciones de este espacio puede ser resumida así:
1. Apertura de iris desde el centro. Campo vado. Inmovilidad total.
Cierra invirtiendo el iris hasta fundir en negro.
2. Apertura idéntica. Campo vacío. Entra en campo por el fondo iz-
quierda el Doctor Caligari. Entre movimientos convulsos avanza
hacia la cámara, perfectamente centrado en el encuadre. Cache cir-
cular enmarcando su rostro. Mira hacia cámara pensativo. Cierra
en negro.
3. Apertura de iris desde el ángulo superior derecho del encuadre
donde gira una noria. A medias .en campo (izquierda), otra especie
de noria girando. A la derecha, un organillo. Profusa movilidad en
el campo, tanto en profundidad como lateralmente. Continuas en-
tradas y salidas de personajes. Por la derecha, entra Caligari. Mira
fuera de campo (derecha) una vez situado en el centro del encuadre
y vuelto hacia la cámara. Se detiene. Hace burla de un enano.
Avanza hacia el fondo y, de nuevo en el centro del encuadre, s.e de-
tiene. Luego, se dirige, hacia el fondo del decorado. Corte.
4. Apertura comb la anterior. Movilidad semejante a la del plano an-
terior. pセイ@ la derecha, entran en campo Alain y Franz. Se sitúan en·
el .centro del encuadre, vueltos hacia cámara y miran off por la de-
recha. Continúan avanzando, por el borde izquierdo del encuadre,
perdiendo la centralidad.
5. Apertura como las anteriores. Noria inmóvil. El cache circular, en
realidad, se abre sobre Jane ya en campo. Esta mira off hacia la de-
recha. Avanza sin hallarse en sus detenciones periódicas y miradas
recelosas jamás centrada en el encuadre. Progresa en profundidad
y en círculo hasta perderse tras el decorado.
6. Sin cache. Apertura por corte. Franz ya en campo, de espaldas a
cámara y a la derecha del encuadre. Ya bastante avanzado en la lí-

66
nea de profundidad: Se interna hacia el fondo describiendo idénti-
ca trayectoria que Jane en el plano anterior. -
Centraremos nuestro análisis en torno al larguísimo plano tercero.
(Duración: 70 segundos.) (Fotogramas 1a y 1b.) En primer lugar, de entre
su profusa movilidad es interesante retener los desplazamientos giratorios
de las dos norias. Ubicadas en el ángulo superior derecho y casi en el infe-
rior izquierdo, adquieren una función de evitar toda salida del espacio re-
presentado. Dicho de otro modo, describen un circuito centrípeto que con-
duce la mirada hacia el centro, punto de convergencia imaginario de ambos
movimientos. Si a esto añadimos que la propia apertura de iris fija durante
un instante algo prolongado la atención sobre este movimiento aislándolo
(segmentándolo) del resto, y que los decorados de telas pintadas, debido a
su no referencialidad, contribuyen a formar una imagen singularmente
compacta, no será arriesgado afirmar que la atención se vierte sobre un lu-
gar (centro del encuadre, centro del campo) en continuo movimiento. Tan
sólo cuando el demoníaco doctor Caligari haga su entrada, se sitúe en el
justo centro por dos veces (en el eje de su desplazamiento) y vuelva su ros-
tro hacia la cámara en un fuerte gesto teatral apoyado, hallaremos el senti-
do último de esta operación centrípeta.
Hay todavía algo más. La movilidad procede también de la continua
evolución de los actores en el campo. En la línea de profundidad (tanto ha-
cia el fondo del decorado como hacia la cámara) y en la lateral (entradas y
salidas de campo en todas direcciones). De ello se deriva la formulación de
un espacio implícito más allá del representado (fuera de campo). En este
sentido, el propio Caligari mira furtivamente off. Pues en el lugar de cruce
de los innumerables desplazamientos de la muchedumbre, también halla-
mos una figura central y centrada: Caligari.
Por último, si la gestualidad de los actores que pueblan el abigarrado
encuadre se caracteriza por el naturalismo interpretativo, nada más alejado
del siniestro personaje encarnado por el excelente Werner Krauss: sus con-
vulsiones refrendan la opinión de Rudolf Kurtz respecto al actor:

eliminación de las mediaciones y contrucción de interpretación antinatu-


ralista en la que convergen todos los elementos de su voluntad formal.
En este se ntido, el Caligari de Krauss - sigue Kurtz- constituye el mo-
delo ideal del actor expresionista, en su incorporación total a la «arqui-
tectura» del film.1

Y es, precisamente, esta correspondencia con el decorado lo que inte-

1
KURTZ, Rudolf: Exprmio11ÍJ11111s 1111d Film, Zurich, Verlag Han s Rohr, 1965 (texto de 1926
en Berlín, Verlag de Lichtbildbühne), págs. 11 8 a 120.

67
gra a Caligari en el compacto espacio que lo enmarca a diferencia del resto
de actores (sin duda, por incapacidad, pero esto no nos interesa).
Recapitulemos: punto de entrecruzamiento de los movimientos de la
muchedumbre, lugar al que remite la circularidad de las norias, centralidad
en el encuadre, permanencia en campo, posición frontal respecto a la cá-
mara, fusión con el decorado, Caligari condensa y recupera. lo centrípeto
de la imagen, su valor único y total. Y es en él donde se inscribe la signifi-
cación del plano: cruel en su burla del enano, desconfiado por oscuras ra-
zones en sus miradas fuera de campo, los movimientos de la noria, signifi-
cativa metáfora obsesiva, no representa --como pretende Kracauer-. el
caos general de la feria, sino que cobran sentido como metáfora del persona-
je que, como hemos visto, la recoge y condensa por su función en el plano.

4.1.2. El espacio de la histérica

En el mismo film tiene lugar un rapto. Cesare, el sonámbulo dominado


por el doctor, penetra una noche en la habitación de Jane en la casa pater-
na. La joven es mujer solicitada por Franz y por el recientemente asesinado
Alain. El cometido de Cesare consiste en perpetrar un nuevo crimen; pero,
fascinado por Jane, no es capaz de consumarlo y opta por el rapto, autono-
mizándose así de su dueño. La organización del espacio en esta secuencia
presenta un carácter menos «puro» en su no-fragmentación en planos que
en el caso que acabamos de analizar. Puede, con todo, aplicarse un esque-
ma semejante. Veamos la sucesión de estos planos:
1. Plano de conjunto en profundidad de campo. En primer plano,
un lecho blanco en el que reposa Jane. Al fondo, unos ventanales
que dan al exterior, provistos de cristales que forman ángulos
agudos. Total inmovilidad.
2. Plano de conjunto. Sombras amenazadoras se ciernen al fondo
derecha, provinientes del tejado, si bien las figuras son irrecono-
cibles. Apoyado contra el muro de la izquierda que demarca una
ortogonal casi perfecta hacia el fondo, se desliza el perfil estiliza-
do de Cesare aproximándose al primer plano izquierda. (Fotogra-
ma 2.)
3. Como uno. Tras los cristales hace aparición, en el centro del en-
cuadre (en profundidad) la silueta de Cesare.
4. Raccord en el eje. Cache en forma de rombo. Ventana. Cesare se
erige lentamente. (Fotograma 3.)
5 Como tres.
6 Como cuatro. Cesare abre la ventana. En su mano derecha blande
un puñal. Comienza a entrar en la habitación.

68
7 Como cinco. Cesare avanza desde el fondo hacia el lecho de la mu-
chacha. (Fotograma 4.) Levanta el puñal.
8 Plano medio de Cesare con raccord en el movimiento.
9 Como final de siete. Cesare vacila.
1O Como ocho.
11 Como nueve. Cesare aproxima lentamente su mano derecha a la
muchacha acariciándola. Esta se despierta sobresaltada.
12 Como diez. Raccord en el movimiento. Cesare forcejea con Jane.
Las manos de ambos entran y salen de campo. También el rostro
de la joven.
13 Como once. Continúa la lucha.
14 Raccord en el eje y en el movimiento. Plano medio de ambos. Ce-
sare aprisiona a Jane entre sus brazos.
15 Como trece. Raccord en el eje (fallido).
16 Plano de conjunto corto. Padre y hermano(?) de Jane se levantan
agitados de la cama.
17 Retoma quince, un poco más adelantado. Cesare, llevando a Jane
entre sus brazos y cuyo largo camisón (¿de novia?) va arrastrando,
se dirigen hacia la ventana. Salen.
Etc.
No pensamos comentar algunos estrepitosos «fallos» de raccord ni
tampoco una fuerte inverosimilitud de espacio entre el plano 2, lindando
aparentemente con la habitación de Jane y al que, en la huida, se accede
después de haber caminado buen trecho por los tejados. Estos rasgos,
como tantos otros a lo largo del film, no hacen sino reforzar nuestra tesis
en torno a los ámbitos de segmentación en el film llamado «expresionista».
Detengámonos, por el contrario, en el plano primero. En su estatismo,
presenta una composición de contrastes: contraste figurativo entre las for-
mas redondeadas que se adhieren a la joven apaciblemente reposando en
primer plano y los ángulos agudos, distorsionados de los ventanales del
fondo. Contraste, asimismo, de colorido: un blanco virginal (sábanas, ca-
misón) que rodea a Jane; acusado choque negro/blanco alrededor de la
ventana. El lugar de la amenaza queda, pues, anunciado en su figuración
oscura y agresiva. Continuemos con el plano segundo: construido como
· campo vacío al comienzo, posee ya un juego de sombras inquietante que
anuncian la figura negra y estilizada que evoluciona hacia cámara, reprodu-
ciendo en sí la asimilación al decorado de que hablara Rudolf Kurtz o, me-
jor, a un segmento del decorado del plano 1: las aristas cortantes del venta-
nal. Es esta disgregación subespacio agresor/espacio agresor lo que formu-
lará de modo compuesto, ya no desplazado, el plano tres. Aquí, realmente,
Cesare se halla en su negrura y formas cortantes, opuesto en el mismo pla-
no a la estática figura de Jane, todavía en primer plano. Es más, los ángulos

69
agudos que como metáfora de la agresión se perfilan tímidamente en el pla-
no 1, ahora pasan a ser el decorado, fusionado al mismo agresor. Dicho
efecto queda reforzado por una inesperada iconografía: el cache en rombo
que clausura centrípetamente el plano 4, de inequívoca vocación totalita-
ria. Doblemente enmarcado (por el cache y por el decorado anguloso de las
ventanas), Cesare se erige (la referencia sexual no es debida al azar) como
símbolo de la agresión. Ya no se trata del agresor, sino de la agresión mis-
ma. Desplazamiento que guían los planos estudiados cuya dirección es la
máxima abstracción: de una agresiva figuración a la presencia del agresor
y, de aquí, a la formulación pura de la agresión misma. ¿No es acaso éste el
rasgo «expresionista» por excelencia: liberar la figuración de la mimesis
para abstraer su sentido al máximo?
Los planos siguientes -en los que no nos detendremos- representan
la vuelta a una concreción agresiva que ya no nos interesa en nuestra sínte-
sis. Véase, no obstante, el plano 7 en el cual la distancia compositiva referi-
da por la profundidad de campo entre el lugar de la amenaza y el de la ino-
cencia (?) se acorta por el avance de Cesare, portador ya de las connotacio-
nes icónicas señaladas, hacia el primer plano.
A tenor de lo dicho, no sería inútil encontrar a nuestro paso un intere-
santísimo enfoque que, si bien partiendo de una disciplina distinta, conver-
ge con nuestros análisis orientándolos hacia sus conclusiones: ¿No podría
leerse esta secuencia desde el punto de vista de la histeria, como reminis-
cencias que no son -en su figuración y fabulación- difíciles de hallar en
los historiales clínicos que presenta S. Freud? Reproduzcamos la interpre-
tación de Catherine B. Clément:

11 y a pourtant une chambre dans Caligari. C'est une chambre de femme,


plutót de jeune filie, filie de médecin. C'est dans le cadre de cette cham-
bre, remplie de voilages et de transparences, qu'aura lieu l'enlevement.
Cesare, le pale somnambule tout de noir vetu, rampe le long des murs,

apparait a 」イッゥセ←・L@ saisit la filie dans les longs draps qui l'enveloppent
et l'entraine, cheveux dénoués. L'apparition dans l'encadrement de la fe-
netre, le regard de l'etre monstrueux sur la jeune filie endormie, le rapt et
l'acte: autant de signes qui parsement les Et11des sur /'h)'slérie, dans la par-
tie intitulée: Histoires des 111alades, dans laquelle des récits foisonnent, frag-
ments de textes féminins, pleins de frayeurs nocturnes en chambres
bourgeoises étouffées. ( .. .) Scenes de séductions: l'enlevement de la jeune
filie par le somnambule s'inscrit dans la meme fantasmatique. Un pale vi-
sage androgyne, un acte de crise, une nuit féconde et, surtout, le regard
fixe et brutal. 2
2 cl￉セ ie ntL@ Catherine B.: «Les charlatans et les hystériques» in PS)'rha11alpe et oi1é111a, núm. es-
pecial de Co1111111111icatiou, 23, París, Seuil, 1975, págs. 215-216.

70
4. 1.3. El valor icónico de la letra

Es sabido que el cine alemán de los años veinte (quizá incluso con ante-
rioridad) procedía a una estética totalitaria·en cuyo seno todo signo contri-
buía a edificar el sentido del film. Su rasgo definitorio fue, en consecuen-
cia, una torturada iconicidad. Pese a que no puede jamás hallarse en estado
puro, decorado y gestualidad, narración interna como doble de la primera
y demiúrgica puesta en escena, figuración del actor y del objeto, acudían a
su cita en la tiranía de la representación. A ella no podía faltar tampoco la
propia letra impresa, letra cuyo funcionamiento recurrió a la iconicidad en
tantos films alemanes.
La pérdida de negativos y films originales tal y como fueron proyecta-
dos en los años veinte, ha hecho difícil, tal vez irrecuperable, la mayoría de
este trabajo significante. Lotte H. Eisner hablaba de fotogramas colorea-
dos, de figuración en los carteles de Caligari. Nada ·queda de eso. Sin em-
bargo, conservamos diversos fragmentos que atestiguan la voluntad figura-
tiva de la palabra, s.i bien no su real alcance.
Ejemplos no faltan: la palabra «Babel» en el episodio narrado por Maria
(Brigitte Helm) en Metropolis, el «Aemaet» (emet) que, dibujado en letras de
humo, sirve para insuflar vida al golem, en la segunda versión de este film ,
la carta de Nosferatu en clave cabalística y que el vampiro remite a Ren-
field y en la que reposa la interpretación de la cruzada que aquél va a em-
prender.3 Quizá habría que suponer especial figuración al Libro de los vampi-
ros o al texto que lee la enamorada Lil Dagover en Der miide Tod. La enume-
ración sería prolija, tanto como indemostrada, aunque verosímil.
En esta dirección se inscribe el plano que relata el diario íntimo del
doctor Caligari. Si nos detenemos en él es porque su figuración en nada es
deudora de lo decorativo, sino que formula algo sobre lo que venimos in-
sistiendo en las últimas páginas: la organización de un espacio metafórico
en el plano.
Caligari no es Caligari. No lo es como psiquiatra que regenta un asilo
de alienados. Ha estudiado en profundidad sonambulismo y sabe de la exis-
tencia de un doctor de ese nombre que viajaba por las ferias del norte de
Italia a comienzos del siglo XVIII, acompañado por un sonámbulo que co-
metía los más horrendos crímenes bajo sus órdenes. La presentación en el
gabinete del doctor de un sonámbulo actualiza sus tendencias identificati-
vas con el demoníaco dieciochesco, la necesidad de transformarse en su
doble. Es de aquí de donde arranca el juego de dobles que engendra lo si-

3 EXERT IER, Sylvain: «La lettre oubliée de Nosferatu» in Posilif 228, París, marzo, 1980,
págs. 47 a 5 1.

71
niestro del film: Cesare, doble de Caligari, sí; pero también Caligari psi-
quiatra doble del Caligari demoníaco o Caligari del XVIII y Caligari actuali-
zado. Pero vayamos con el relato.
Al psiquiatra se le presenta la ocasión de su vida de liberar su pulsión,
un irrefrenable deseo demoníaco que ha reprimido durante años. La agonía
del sonámbulo hace tornar lo reprimido y lo hace a modo de voz interior. 4
Expresar esta voz es formalizar el delirio paranoide en términos de puesta
en escena. Y el film lo hace partiendo de la estética expresionista y, esto es
lo que más nos interesa ahora, en el mismo plano. ¿cómo? Montando en
un soberbio plano la imagen de una persecución que tiene lugar m·e diante
la inscripción de la palabra icónica en la pantalla y por sobreimpresión(Fo-
tograma S.) Pero hay algo más: la voz no podría ser representada como
monólogo interior. Los preceptos expresionistas indican que el actor debe
llevar pintado el corazón en el pecho. En consecuencia, esta voz interior
debe ser destemplada, puesta en escena sin mediaciones y, sobre todo, sin
interiorización. Este es el sentido último de los イ£ーゥ、ッセ@ flashes que inscri-
ben (más que escriben) Du musst Caligar 1verden en diversos tamaños, des
ordenadamente y a lo largo de todo el espacio comprendido en el campo.
Caligari no puede huir de ellos, pues las palabras, en su montaje icónico, le
persiguen cubriendo toda escapatoria, cuyos límites también son los del
encuadre. Este plano, pues, es rotundamente metafórico, pero, además, es
total : recurre al montaje en su interior y nada debe a los planos contiguos
para significar, al menos, al nivel aquí enunciado.

4. 1.4. Recensiones

Lo dicho hasta aquí parece refrendar, aun admitiendo el terreno provi-


sional en que se mueve toda teoría, la formulación que hicimos en el capí-
tulo anterior: el llamado modelo «expresionista» (cámbiesele el nombre si
se desea) en el cine de Weimar es una corriente que pugna por imponerse
en su voluntad metafórica cuyo ámbito es el plano de vocación totalitaria.
Plano - repetimos-realmente segmentado, montado en su heterogenei-
dad textual, pero plano, sea como fuere, denso hasta rehusar la contigüidad
de otros, por mucho que su plasmación lo exija en ocasiones. Esto permite
romper con vaguedades, pues la metáfora cinematográfica existe en otros
modelos de representación.

4 Véase, entre otros textos, Freud, Sigmund: «Observaciones psicoanalíticas sobre un caso
de paranoia ('Dementia paranoides') autobiográficamente descrito (caso Schreber)» in
Obras Co111pletas, tomo IV, Madrid; Biblioteca Nueva, 1972, págs. 1.486 a. 1.528.

72
Lo definitorio del modelo que estudiamos es el ámbito espacial autosu-
ficiente en que la metáfora se expresa --el plano-- y su resistencia -si
bien jamás en todo un film, por el absurdo que implicaría la renuncia a
cualquier otro tipo de segmentación. Planos, pues, cerrados sobre sí mis-
mos, cuya elaboración ni remite ni necesita de la diégesis --en todo caso, y
en contradicción, se encuentra y se beneficia con/de ella. Lo que sí preci-
san es de otro espacio, de un fuera de campo simbólico, fantasmático:

todo es signo de otra cosa, lo fantástico linda con lo familiar, la burgue-


sía ュセ、ゥ」。@ encubre al diablo.s

Véase la persistencia de este modelo, si bien su grado de resistencia


será desigual, en multitud de films del período --arquitecturas de Die Nibe-
/u11ge11, Metropolis, etc.- . Recordemos, en particular, el enorme muro que
empequeñece a los personajes que habitan un encuadre desbordado por
aquél perdiéndose en el fuera de campo. (Fotograma 6.) En Der miide Tod la
figura que ocupa el centro del encuadre, el extranjero, la Muerte, designada
en este impresionante plano sin profundidad. En suma, la met4fora ci11emato-
gráfica 110 es 1111a metonimia.

4.i_ UN NUEVO DISCURSO POÉTICO

El modelo que Das Kabinett des Doktor Ca/igari encarna- en tantos de sus
planos fue intentado por el propio Wiene en otros films (Ge1111i11e, Rasko/11i-
koi1J, etc.) y por Leni en Das Wachifig11renkabi11ett. En estos textos, y en otros
que desconocemos, la condensación del espacio metafórico deja paso a as-
pectos más decorativos en los que falla precisamente la integración totalita-
ria y autosuficiente de la metáfora caligariana, aunque un detenido análisis
debería ser más cauteloso y proceder a las matizaciones necesarias.
Vamos a pasar a considerar en las páginas siguientes la plasmación de
un modelo disti'nto. Sin abandonar la verticalidad del discurso poético,
Nosferatu (Murnau, 1922) lo articula en relación a la horizontal sintagmáti-
ca, transgrediendo ésta por medio de una complejísima red de ecos, rimas e
inverosimilitudes sistemáticas. .

5 Clément, ya cit., pág. 221. En todo caso, la insinuación de tal fuera de campo simbólico
--en el terreno y acepción lacanianos- corre pareja a la negativa del campo como espacio
sugerido, resultado del explicito hermetismo del plano «expresionista».

73
4.2.1. Contagio y desplazamiento

El universo metafórico se caracteriza por su inestabilidad. Distante de


la alegoría, huye constantemente de lo preciso, se escabulle del referente
tanto como de la hermenéutica. Así la figuración de Nosferat11: imágenes
que desplazan su sentido de unas a otras, tornando precario aquello que
aparentemente designan. Un ejemplo: la «decorativa» carta que Renfield
recibe de los Cárpatos y lee en su oscuro gabinete posee las claves -sin
duda, casi ilegibles- de la cruzada del vampiro. Sylvain Exertier, --como
vimos con anterioridad- lo ha demostrado; pero lo que cabe retener en
este momento es la existencia de un código interno que desmiente (o modi-
fica) la figuratividad de las imágenes que le siguen y, retrospectivamente,
de las anteriores.

4.2.1.1. Cierto paisaje

Si profundizamos algo más podremos descubrir el primer y más evi-


dente desplazamiento del film: la designación de un espacio recóndito, el
espacio de la otra escena, la del vampiro o la de pulsión de muerte. Porque
sí existe en Nosferatt1 montaje en el plano (véase si no, el contraste arquitec-
tónico del plano 3.6 Fotograma 7), primero icónico del film, en el que figu-
ran unas formaciones góticas enfrentadas a edificaciones dec;:imonónicas:
foo es acaso esta pervivencia del pasado o, mejor, esta irrupción de lo que,
debiendo permanecer oculto en el fondo de los siglos, no obstante se actua-
liza, el rasgo inequívoco de lo siniestro que Freud teorizara, y que anida en
este plano?).7 Lo que va a ocuparnos es, sin embargo, de qué modo las imá-
genes se pueblan de algo que les es ajeno en su proprit11J1, de algo que se insi-
núa en ellas, pero que permanece irrepresentado. .

Aludimos en la indicación de números de planos al decoupage y continuidad fotográfica


presentados por Bouvier, M. y Leutrat, J-L.: Nosfara/11, Parls, GallimarcVCahiers du ciné-
ma, 1981, si bien es necesario aclarar que, tanto en este film como en los restantes, el grado
de reconstrucción y fijación textual es aún precario y ello nos obliga, pese a la confronta-
ción de copias diversas, a situarnos en el terreno de las hipótesis que, por documentadas y
veroslmiles que resulten, no pueden tenerse por definitivas. Esta opinión se ve refrendada
por las variaciones que advertimos entre las copias resumida y ampliada de Berlín Oriental,
así como la remontada por el Tercer Reich. Agradecemos a Luciano Berriatía y Jean Louis
Leutrat las indicaciones pertinentes en torno a estas y otras copias. Tampoco la más recien-
te versión presentada por Enno Patalas parece, en opinión de estos investigadores, dejar
saldado el problema de reconstr\lcción. De cualquier modo, las diferencias que las copias
actuales presentan no afectan básicamente a nuestras hipótesis anallticas sobre la nueva
metáfora.
7 FREUD, Sigmund: «Lo. siniestro» in Obras Co111pletas, tomo VII, Madrid, Biblioteca Nueva,
1972, págs. 2.484 a 2.505.

74
El plano 63 (fotograma 8) no procede de mirada alguna. Incluso es di-
fícil atribuirlo a la descripción del lugar por el qµe atraviesa Hutter. Se tra-
ta de un campo vado, de un paisaje denso y pregnante sobre el que se cier-
nen amenazadoras sombras al atardecer. O acaso el 402 y 409 (fotogramas
9 y 10 respectivamente): argentadas olas avanzando hacia la playa, pn;>Vis-
tas de una fantasmagórica iluminación. Campo vado. Ninguna función na-
rrativa. Sin embargo, algo nos hace observar estos planos con especial in-
tensidad. Si poseen una especial densidad foo se halla ésta en lo que reve-
lan sin mostrar, aquello que sugieren con intensidad?

4.2.1.2. Cierta arq11itectt1ra

Plano 38: unas casas semiderruidas (fotograma 11 ). Alguien las mira


-Renfield. La propia imagen atestigua el emplazamiento subjetivo por las
barras de la ventana. Sin embargo, hay algo que excede a lo representado:
lo siniestro del personaje cuya mirada vehicula dicho plano establece un in-
tervalo entre los planos 37 y 38. Conocemos tales imágenes, pero algo nos
dice que en su cruce, en su intervalo, algo se nos escapa. Se da a leer como
metáfora imprecisa de aquello que los ecos del film apoyan en su conver-
gencia (carta en clave esotérica, mirada perdida, iconografía del actor Ale-
xander Granach ... ).
Plano 122: tras un cartel que anuncia que, con el paso del puente, los
fantasmas salieron al encuentro de Hutter, este contrastado plano (en ma-
teria de iluminación) representa un castillo en sombra adherido a una es-
carpada montaña (fotograma 12). El cartel nos ha indicado una «necesi-
dad» de lectura sin que nada quede designado en su interior.

4.2.1.3. La metefora

Decíamos que estos planos apuntan hacia algo exterior a sí mismos,


pero lo hacen de un modo paradójico: sin denegarse desde el punto de vista
figurativo, se muestran insuficientes en lo que contienen, reclaman la pre-
sencia diferida del fuera de campo. Observemos de qué modo no sólo estos
paisajes y estructuras arquitectónicas, sino incluso los objetos van tiñéndo-
se de un off que proyecta, desde un invisible foco de luz, lo inquietante, lo
inestable. Porque el elemento líquido que presentan los planos 402 y 409
va ligado a la presencia de Nosferatu por medio de un doble desplazamien-
to (elemento intermedio: el barco «Demetern) sin que para ello el agua y el
vampiro hayan aparecido juntos ni una sola vez. Decimos esto para librar-
nos de caer en una simplificación --dentro de un interesante hallazgo- en

75
la que incurre Michael Henry, quien engarza indefectiblemente lo vegetal,
lo animal, lo inerte a la presencia del vampiro. De seguir esta interpreta-
ción, la figuración de los planos de Nosfera/11 perdería densidad para acce-
der al terreno de lo simbólico. Nosotros pensamos, en cambio, que es el
planear de una exterioridad (fuera de campo) lo que confiere a estos planos
su inestable identidad: espacios que obligan a su lectura literal, son al mismo
tiempo sugerencia de lo siniestro ligado al vampiro.

Pueden de este modo ser verificados los desplazamientos barco-mar-


elemento líquido o hiena/caballos-reino animal o incluso los pólipos estu-
diados por el profesor Van Helsing-reino vegetal (en una secuencia cuya
evidencia anula el sentido metafórico saltando con celeridad al terreno de
la alegoría), como un contagio o desplazamiento que -insistimos- no es
sólo plasmación de la omnipresencia del vampiro, sino .que practica resis-
tencias al exterior, aun connotándolo.

4.2.2. Elf11era de campoy el raccord imposible

En nuestra pretensión de dar cuenta del dispositivo poético de Nosfera-


111 nos hemos tropezado insistentemente con aquello que, insinuándose en
la casi totalidad de los planos, los excede, algo que se alberga en el interva-
lo que separa a los mismos en ocasiones, algo, en suma, que no puede ser
reducido a la resignación del personaje de Nosferatu.
En este sentido, si bien Murnau muestra una especial preocupación
por la «correcta» continuidad general de las suturas (en el sentido de orien-
tacción del espectador), llama la atención una utilización de las mismas
que, en su sistematicidad, desborda las funciones para las que fueron crea-
das y que, en líneas generales, el propio Murnau respeta y proclama como
isotopías textuales.

4.2.2.1 . La mirada perdida

Renfield ha leído parte de la carta a que aludíamos antes y mira (plano


23, fotograma 13) hacia un lugar fuera de campo que adivinamos por su
abstracción no contiguo físicamente. Esto mismo ocurre en los planos 34 y
36 (ahora en primer plano). En esta ocasión la carta ha sido leída por com-
pleto.
En 225, Nina sufre el comienzo de un trance que queda plasmado en
una mirada hacia el off(fotograma 14). En 131, el terror que invade a Hut-
ter se representa en una mirada hacia el contracampo.

76
Miradas todas ellas hacia el espacio tras la cámara, aunque según mati-
ces diversos, ninguna viene acompañada de un contracampo. El objeto de
esta mirada es irrepresentable, tal vez. El terror, los estados segundos, la
abstracción mental, todos ellos parecen apuntar físicamente hacia un lugar
que permanece escamoteado.

4.2.2.2. La contigüidad imposible

Pero si hay diversas miradas en off que designan un espacio no repre-


sentado, Murnau recurre a un procedimiento en cierto modo inverso: la
sutura entre dos espacios que la verosimilitud anuncia distanciados. Así
funciona el raccord de miradas que une los planos 242, 243 y 244, median-
te la correspondencia entre la dirección de la mirada off de Nosferatu (final
del 242) a derecha y la de Nina, en corte directo, hacia Ja izquierda (243)
(fotogramas 15 y 16), refrendado por la vuelta a 244. De los Cárpatos a
Bremen, espacios distantes, sin conexión verosímil posible. Y las miradas
cosen un intercambio, sólo explicable como rasgo poético. El film tomará
a su cargo la profundización de esta mirada correspondida, insinuando una
pulsión erótica y un no reconocido masoquismo.
No insistiremos en algo que se repite como raccord de dirección en los
planos 395-396 (fotogramas 17 y 18), 400-401, relacionando a _Nina y la
proa y velas, respectivamente del Demeter que, surcando el mar impulsado
por el soplo del vampiro, se aproxima a Bremen. Aquí se anudan todas las
ambigüedades de las frases de Nina y de la tela en la que borda -«lch liebe
dich», datos sobre los que no entraremos por haber sido objeto de frecuen-
tes descripciones por los historiadores.
Digamos, no obstante, que la decisión de Nina de sacrificarse (?) viene
precedida por unos pl;mos de efecto semejante. 548: Nosferatu tras los
cristales de la mansión adquirida en Bremen y mirando tras la cámara (fo-
tograma 19). Plan,o sigi_úente (549): Nina reposando y, súbitamente, sobre-
saltada al «sentin>'ia terrorífica mirada que vela su sueño (fotograma 20).
Los planos 550 y 551 refrendan la sutura de que hablamos y, del mismo
modo, los planos siguientes.

4.2.2.3. Prqyecció11 de/fuera de ca111po

Lo irrepresentable no es la figura de Nosferatu. De hecho, éste no suele


ser evitado. Más de 50 planos del film así lo atestiguan. Tampoco los con-
tracampos evitados lo albergan (con alguna excepción). Lo verdaderamen-
te irrepresentable es el momento de la agresión. En estos casos, Nosferatu

77
sí se halla en el contracampo y lo que es dado a la mirada es el rostro de la
víctima. No se trata, con todo, del pudoroso recurso de cierto cine ameri-
cano clásico o del estímulo a la imaginación del espectador con la violencia
fuera de campo. Pues aquí la violencia tiene lugar en campo, instituyendo,
sin embargo, el espacio físico del agresor en off. Imposibilidad de no mos-
trar e irrepresentabilidad del lugar del terror y la fascinación, es la sombra
la que se cierne sobre los personajes agredidos en una rima cuidadosa. Pla-
no 238 (fotograma 21) representa el ataque a Hutter. Plano 579, ataque a
Nina (fotograma 22). Es esa oscura fascinación compulsiva de Nina que se
prodiga por todo el film la que genera, en brillantísima secuencia, el más
acentuado juego de sombras procedentes del off y que se sitúa un momento
antes de la agresión (planos 574 y 576, fotogramas 23 y 24). Escamoteo de
la represootacción directa del contracampo que no se producía en los pla-
nos que preceden a la agresión perpetrada sobre Hutter (213, 214, 220,
222, 224).
Sabemos que los juegos de sombras fueron frecuentes, incluso frecuen-
tísimos, en los films del período. No como retórica, sino, en multitud de
casos, perfectamente integrados en el texto. Un modelo ejemplar a este res-
pecto sería Schatte11 (Arthur Robison, 1922), en cuya estructura la sombra
encarna el instinto liberado. Otro ejemplo puede ser el asesinato de Alain
por Cesare en Caligari (fotograma 25). Pero la riqueza de las sombras de
No.ifera/11 procede de su economía y localización, de su pertenencia a un sis-
tema más amplio de legislación del fuera de campo, en suma, a su función
en el discurso poético del film.

4.2.3. La 1111eva metefora

Hemos intentado explicitar en estas breves páginas que la metáfora de


No..ifera/11 gravita en sus imágenes, densas donde las haya, pero también en
sus intervalos y en sus suturas. Por significantes que sean sus planos en los
que confluye tanto la veta セウッエ←イゥ」。@ más depurada como la iconografía in-
tertextual más rica y sugerente procedente del romanticismo y del gótico
principalmente, las rimas, los ecos, las miradas off, etc. apuntan al lugar del
anclaje del terror y la fascinación. Todos los significantes convergen en un
significado -no estrictamente Nosferatu, sino el terror- y foo es éste el
proceso -trabajo- que define la paranoia según dijera Jacques Lacan?
En otras palabras, el discurso poético de No.ifera/11 opera en un campo
distinto, -más rico, evidentemente, y no debido al «progreso»
cinematográfico- al de Das' Kabi11ett des Doktor Caligari. Para existir, la me-
táfora no ha tenido que renunciar a la sintagmática, sino que se ha incrusta-

78
do en su interior distorsiOnándola, forzándola, volviéndola profundamente
inestable y móvil.

4.3. EsTRUCTURA DE MONTAJE EN LA DIÉGESIS

Intentar ejemplificar en Der miide Tod (Fritz Lang, 1921) Ja actitud de


cierto cine alemán hacia la disposición narrativa puede resultar de entrada
un osado gesto de ignorancia. Pues salta a la vista que las claves que articu-
lan el film residen en otras coordenadas. Texto en el que la luz y las som-
bras alcanzan cotas de contraste que, muy alejadas de los claroscuros rem-
brandtianos de un Reinhardt, Jo ubican en lo más demoníaco de Jos ecos
románticos del expresionismo. Pero también film en el que no se nos esca-
pan las complejas referencias intertextuales que recurrentemente envían al
arcano romanticismo alemán -sea Kaspar David Friedrich, sea Andersen,
o Grimm. O film en el cual los símbolos (oca, gato, unicornio, mandrágo-
ra, etc.) proceden de Ja tradición esotérica y cuyo desciframiento en pro-
fundidad requeriría la participación de un especialista. En suma, el trabajo
poético que descubríamos en Nosftratu opera en sus líneas generales aquí,
salvando las peculiaridades (enormes) de cada film.
Dicho esto como justificación, si abordamos tan sólo el montaje de Ja
diégesis es porque Der miide Tod trata la narratividad mediante un sistema
de dobletes que puede servir para explicar un funcionamiento generalizado
y extensible, en mayor o menor medida, a multitud de films hasta 1926
fundamentalmente y, en especial, a los primeros años de Weimar (hasta
1923).

4.3.1. La historia y las historias

Der miide Tod posee una historia marco de inspiración romántico-


fantástica: una pareja de enamorados que viaja en diligencia encuentra a un
misterioso extranjero. Detenidos en un albergue, el siniestro personaje,
que no es otro que la Muerte, desaparece llevándose consigo al joven. La
muchacha erra por este pueblecito «perdido en el pasado» en busca de su
amado cuando le es revelada su verdadera suerte. Acogida por un herboris-
y
ta presa de desesperación, se decide a sorber una ponzoña. En ese preciso
instante, el vigilante nocturno anuncia Ja hora (las once en punto de la no-
che). La joven tiene acceso entonces al reino de la muerte reclamando Je
sea restituido su amante. La Muerte, fatigada de su quehacer, le brinda tres
oportunidades para salvarlo. Tres historias representadas en tres cirios en-
cendidos. Habiendo fracasado en todas ellas, el Extranjero Je ofrece la últi-

79
ma oportunidad: deberá conseguir en el plazo máximo de una hora otra
vida humana para efectuar el canje. En este momento, la joven se halla a
punto de ingerir el veneno y el vigilante da la hora (las once en punto de la
noche). Ningún tiempo ha transcurrido mientras los tres fracasos de la mu-
chacha tuvieron lugar. Ésta vaga por las calles reclamando a los desventura-
dos que dicen nada esperar ya de la vida, su existencia. Todos ellos rehúsan
indignados. Por fin, en el curso de un incendio, se le presenta la ocasión de
entregar a un recién nacido que ha sido abandonado en el interior del edifi-
cio. Pero en el instante último, retiene el niño en sus brazos y se ofrece a sí
misma, logrando reunirse con su amado más allá de la muerte.
Nos interesa de esta historia marco la inclusión en su interior de tres
otras en las cuales los actantes asumen las mismas funciones de los perso-
najes de aquélla. En todas ellas, una mujer enamorada de un joven (en los
tres casos, los mismos actores, Lil Dagover y Walter Janssen) 'll cuya unión
se opone un tirano (el califa en el episodio árabe, Girolamo en el que se
desarrolla en la Italia renacentista y el Emperador en el que tiene lugar en
la China medieval y legendaria). En las tres, la mano del Destino aciago
acabará con la vida del amante. Su artífice será siempre el propio personaje
de la Muerte (Bernhard Goetzke), transfigurado en jardinero, sirviente y
arquero del Emperador respectivamente. En consecuencia, autor material
del crimen, pero por delegación, no por iniciativa propia, tal y como decla-
ra actuar la Muerte en la historia marco.
A tenor de lo dicho, queda claro que las narraciones contenidas repro-
ducen la estructura de la que las encuadra, al menos en sus líneas maestras.
Sin embargo, lo que llama la atención es que el viaje a estos tres espa-
cios universales no implica paso alguno de tiempo, incluso que el instante
eterno en el que la muchacha se decide a ingerir la ponzoña sitúa fuera del
propio marco el encuentro con la Muerte en su reino. De tiempo interior,
obviamente se trata. Este hecho es suficiente para una lectura del film
como viaje iniciático o, mejor, de una muerte iniciática, en cuya lectura
confluyen los numerosos símbolos y significados esotéricos, cabalísticos,
etc.s

4.3.2. El e11ig111a

Pero hallamos otra clave en un misterioso librito que induce a la joven


a su osado intento. En él lee la consigna final: «el amor es más fuerte que la
muerte». Podríamos aventurar que, de este modo, la historia marco se halla
de algún modo incluida en este pequeño texto, que toda ella no es com-

B ÜMS, Marce!: «Voyage initiatique au pays de la Mort Lasse» in Trois 1110111e11/s d11 ri11é111a alle-
111a11d, núm. 32 de Cahiers de la Cli1é111alher¡11e, Toulouse, 1981, págs. 75 a 78.

80
prensible sin la clave que proporciona aquél. Dicho con otras palabras, es
una pequeña historia que, engrandeciéndose, alcanza a la historia más am-
plia y, empequeñeciéndose, va a ser denegada en las tres narraciones cen-
trales. ¿Por qué denegada? Porque su contenido no ha sido comprendido,
porque su significado es simbólico y no literal. Una vez adquirido este co- .
nacimiento (que sólo la iniciación ha de hacer posible) los amantes podrán
reunirse de nuevo, pero ahora más allá de la muerte.
Pues bien, este sistema de vacilante «mise en abime» es rastreable en
múltiples films del período. Y decimos vacilante, por desestabilizado, ya
que las tres historias no se explican desde la que las contiene, sino desde el
texto que anida en esta última.
Repasemos brevemente algunos films: si Caligari posee una historia
marco (relato que inicia Franz) foo es el relato del diario íntimo de Caligari
el que alcanza a explicar claramente el caso de paranoia que impregna la
propia historia de Franz y la narración en su interior? Si Nosfara/11 es narra-
do por el competente historiador de Bremen, según nos informan algunos
carteles, ¿no reside la clave en este «Libro de vampiros» cuya incompren-
sión pierde a Hutter y cuya atención brinda la solución a Nina? O foo es la
pesadilla del fabulador de Das Wachsfig11re11kabi11ett la que articula una histo-
ria que ya no cuenta él como piensa el espectador, sino que lo transciende
vía inconsciente; amenazando su misma impunidad? Los ejemplos podrían
multiplicarse. Quede constancia, con todo, de que, aun aligerándose, se al-
berga todavía en films de fecha avanzada: foo está la clave de Metropolis en
el episodio central de Babel que María relata a los obreros en las catacum-
bas? ¿A qué puede responder sino al desdoblamiento interpretativo el en-
marcamiento que Murnau hace de la obra de Moliere en Tart11jj? Desde
Schatten hasta, si apuramos la cosa, el cartelito ubicado en la cocina de
Mamá Krause, hallamos una insistencia en este procedimiento. Y decimos
insistencia y no absoluta presencia, ni reducción a un modelo fijo. El testa-
mento de Mabuse en el film de 1933, la canción de Lola-Lola (Marlene
Dietrich) en Der bla11e Engel, etc.
En suma, estos ーセッ」・、ゥュョエウ@ desestabilizadores de la narración han
de ser contemplados a la luz de la desestabilización de la que hemos habla-
do en páginas anteriores. Reforzar el discurso poético implica también, en
el proyecto global de cierto cine alemán, atacar las propias estructuras na-
rrativas, provocando en ellas desplazamientos de signo -y esto no es una
paradoja- «poético». Hemos, pues, de desmentir aquellas opiniones que
quieren ver en la «mise en abime» una justificación de las deformaciones,
como si los vanguardistas alemanes (ni siquiera el público alemán) recla-
maran a voz en grito un modelo de representación que les era realmente
ajeno y, en gran parte, desconocido. Tal pretensión --aun si se halla ali-
mentada por alguna declaración de Lang- procede del equívoco que in-

81
(
terpreta cualquier estructura cinematográfica según el modelo narrativo
」ャ£セゥッ@
. ricano.
y las exigencias espectaculares formuladas por el público norteame- l

4.4. El símbolo del <rKam111erspielji/111J>

Lo anteriormente expuesto no puede hacernos perder de vista un mo-


delo que se insinúa desde casi los orígenes del cine de Weimar. En cierto
1
modo, corriendo paralelo al modelo metafórico (y ya hemos visto que esta
expresión no designa una propuesta .simple sino varias y, a veces, entrecru-
i
zadas), surge el que denominaremos simbólico que los historiadores clasifi-
can en el «Kammerspielfilm», en el realismo simbólico o en el realismo 1
simplemente, de acuerdo con los gustos del consumidor. El hecho de que
aislemos este modelo de los anteriores ni implica -ya hemos insistido de-
masiado sobre el particular- que sean estancos ni que no estén sometidos
a superposiciones frecuentes.
Asentado por Car! Mayer, guionista que «crea» también el «script ex-
presionista» (léase aquí un síntoma de lo contradictorio de la situación),
este modelo parece surgir en 1921 con dos films basados en guiones de
Mayer: Scherbe11 (Lupu Pick) y Die Hitertreppe (Paul Leni y Leopold Jessner)
y continuados por el propio Pick y Murnau, según rezan la mayoría de las
historias del cine. En las páginas que siguen interrogaremos la formación
del objeto simbólico valiéndonos de Scherbe11, ya que es film inaugural.
Scherbe11 se inicia con un largo travelling (apertura de iris circular) mar-
cado entre dos puntuaciones (fundidos). Representa dicho movimiento el
avance por unos raíles de una vía de tren que se alarga en profundidad.
Campo vacío. Cinco apariciones nuevas se repiten en el film de este plano
en travelling de avance, y en todos ellos apoyando las inflexiones dramáti-
cas del mismo. Pero en estos cinco travellings encontramos una diferencia
sustancial respecto al inaugural: un personaje se halla en campo, el guarda-
barreras (interpretado por Werner Krauss) caminando a pasos lentos (al
mismo ritmo que la cámara). Su figura aparece inscrita en las líneas que los
raíles señalan (fotograma 26).
Desde esta segunda aparición temprana, las siguientes se ubican en la
narración del siguiente modo: el tercero se halla enmarcado entre dos pla-
nos que muestran a un espantapájaros en primer plano mientras en profun-
didad y arriba (contrapicado) avistamos la ventana de una habitación en
cuyo interior la hija del guardabarrera es seducida por un ferroviario, supe-
rior en jerarquía al padré y que ·se aloja temporalmente en esta solitaria
casa. El símbolo se perfila con claridad: ceguera del padre, seguimiento del
camino trazado, sumisión a la autoridad.

82
La madre (Edith Posca) descubre la humillación e intenta n:belarse. En
notable contraste tiene lugar el cuarto travelling, idéntico a los dos anterio-
res. Contraste cuya significación refuerza la ya dada. La madre, en plena
desesperación, muere congelada en la nieve aferrándose a una cruz del ce-
menterio. Los travellings quinto y sexto tienen lugar a continuación y, apa-
rentemente, en paralelismo temporal con la defunción de la madre.
No se trata, con todo, de un símbolo que se adscribe a la diégesis como
pudiera pensarse en un primer momento, si consideramos que el guardaba-
rrera está realizando su trabajo cotidiano. Y ello porque antes de que el
personaje se localice en él (en campo) el símbolo ha sido ya enunciado en
el terreno más abstracto posible. Primero, el camino trazado; luego, su
asunción. Hay algo más que permite reforzar nuestra opinión: los trave-
llings quinto y sexto son casi rigurosamente consecutivos. Tan sólo media
entre ambos un extraño y desconcertante plano del mismo personaje fu-
mando en otro lugar y fuera de las vías. Breve plano, ya que volvemos in-
mediatamente al de las vías. Estruendoso fallo de raccord, ese plano no es
significativo por su «incorreccióm> (la «gramática» de los films de Lupu
Pick,_ Dupont, Jessner preservan la continuidad del espectador mucho más
cuidadosamente que los metafóricos, pero esto tampoco es 'una norma <;s-
tricta), sino que, alejando los dos planos que lindan con él, abstractiza el
significado de éstos, denuncia su ubicación en el discurso. No pudiendo
obedecer a un avance del personaje (con o sin elipsis), erradica la función
diegética y confirma su arbitrariedad narrativa (y esto no es un juicio de va-
lor). Debido a esto, cuando el guardabarrera ha sido enterado de la perdi-
ción de su hija y se decide a la venganza, este travelling simbólico no reapa-
recerá más.
Es en este sentido en el que Mitry no erraba al afirmar que Lupu Pick
fabrica símbolos abstractos que, luego, coloca en imágenes, si bien el esteta
francés adhiere a esta justa apreciación una nota condenatoria que se funda
en una supuesta ontología de la imagen cinematográfica y de la imagen en
general.
Otros· símbolos, como el del espantapájaros esperpentizado en el mo-
mento de la seducción off, revelan semejante concepción que el estudiado.
Sin embargo, hay otros que presentan un grado de elaboración integrativa
mayor. Particularmente el de los cristales. Cristales rotos que forman el
fon.do sobre el que se inscribe el título del film y que aparecen recogidos en
un tiesto en los dos últimos planos del mismo (mediante un encadenado en
el eje), estos objetos simbólicos no pierden su identidad (al menos, por
completo) en el curso del film (nos referimos a la identidad narrativa y dra-
mática, claro está).
Durante la cena que reúne por primera vez a la familia, el telégrafo
anuncia la llegada del extraño. Acto seguido, la cámara, se sitúa por dos ve-

83
ces en el exterior, mostrando en contrapicado la iluminada habitación. De
nuevo en el interior, el viento irrumpe con violencia abriendo la ventana y
haciendo añicos sus cristales. Un plano de Werner Krauss con mirada off
define que la rotura de los cristales queda señalada desde su punto de vista.
El personaje da muestras de interpretar el signo como premonición sinies-
tra de algo todavía indeterminado. Así lo capta el espectador que puede
leer los emplazamientos de cámara desde el exterior en función de la ame-
naza que se cierne sobre el hogar del guardabarrera. Un curioso efecto si-
niestro (y estamos lejos del «expresionismo») que Pick logra ligando el sím-
bolo del viento y los cristales al punto de vista diegético del protagonis°ta.
En el mismo ámbito indicado actúa el símbolo de las botas, marca de la
autoridad, pero también de fa fascinación que provocan en la joven mucha-
cha, aislada como está de la civilización y del mundo. Un bello plano las
hace entrar en campo por el borde superior del encuadre, mientras la cá-
mara encuadra a la hija del guardabarrera fregando el piso arrodillada. Su
mirada se dirige hacia las brillantes botas que sinecdóquicamente represen-
tan a la autoridad y al hombre, pero metafóricamente a los atributos fáli-
cos. (Fotograma 27.)

4.5. SUTURAS Y DIVERGENCIAS

Por último, vamos a ocuparnos de una secuencia completa de Der /etzte


Ma1111. 9 Se .trata del estudio de un fragmento que aglutina los más diversos
parámetros que arrancan de los modelos descritos en las páginas anteriores
y que es susceptible de arrojar nueva luz en torno a las contradicciones que
se tejen en el cine de Weimar, particularmente en uno de los momentos
cruciales de su desplazamiento como espectáculo y como representación.
1924 es fecha clave -ya lo hemos dicho-, no sólo porque supone el ini-
cio de una exportación masiva de films, con lo que ello implica de congela-
ción de las diferencias (o reducción, mejor dicho) en aras de una inteligibi-
.lidad generalizada (la referencia, aunque sin simplismos, al plan Dawes es
necesaria), sino, sobre todo, porque, en el terreno de la representación, se
inicia un proceso de regulación del modelo narrativo que, integrando las

Un «découpage» detallado de todos los planos de Der lelz)e Ma1111 indicando duración, des-
cripción, movimiento, iluminación, movimiento de cámara, angulaclón, escala y relación
con planos contiguos puede hallarse en nuestra Tesis Doctoral Teoría del 111011/aje e11 el fil///
///11do de la República de l/Yei///ar (dirigida por el Dr. Jenaro Taléns y defendida en la Universi-
dad de Valencia durante el curso académico 1984- 1985, inédita), as í como un minucioso
análisis del montaje del film de Murnau.

84
formulaciones poéticas en sus variadas formas, conduce a marchas forza-
das a la superación del plano como espacio autosuficiente y metafórico. Sin
prejuzgar que este proceso responda a una mayor madurez (simplismo en el
que cae recurrentemente Mitry), pero tampoco a una mecánica «opresión»
del modelo narrativo clásico (incluso su imposición en Hollywood en el
curso de Jos primeros años veinte es mucho más precaria de lo que la
mayoría de los estudiosos se empeña en demostrar), vamos a formular una
de las ideas centrales de nuestro trabajo, a saber: Der letzte Ma1111 como lugar
privilegiado de las co11tradiccio11es que i11for111a11 el ci11e de Weimar o, en otras pala-
bras, su calidad de i11tertexto.
Los planos que analizamos abarcan desde el 73 al 85 ambos inclusive
del film. (Véase fotogramas 28 a 40.)

4.5. 1. A11tecede11tesy co11te11ido de la secue11cia

El portero del hotel Atlantic (Emil Jannings) vuelve a su trabajo tras


haber pasado una noche apacible entre los suyos, en un barrio obrero su-
burbano, donde todos los vecinos se honran de tenerlo entre ellos. Sin em-
bargo, la situación no es tan boyante como pudiera parecer: el portero es
muy 'viejo y muestra una enorme dificultad para transportar pesados bul-
tos. En uno de los momentos en que se reposaba de su esfuerzo, el director
gerente lo ha descubierto fuera de su puesto y, sin ser visto, ha tomado las
notas pertinentes. Ajeno a todo ello, el orgulloso individuo se incorpora a
la mañana siguiente sin la menor sospecha de lo que le espera.
Los planos 73 a 85 refieren la llegada de Jannings al hotel y su encuen-
tro con otra persona que, en la puerta del mismo, desempeña la función
que hasta ayer Je había sido encomendada. El viejo se resiste a dar crédito a
la evidencia e intenta salir al servicio de un taxi que se detiene en la acera.
En medio de la carrera es informado por un botones de la orden del direc-
tor gerente de personarse en su despacho.

4.5.2. Fu11ció11 si11tagmática

A lo largo de las secuencias precedentes --especialmente de la tercera-,


el film ha establecido un desajuste entre el saber del espectador y el
del personaje protagonista. Así, mientras éste ignora su futuro inmediato,
el espectador se halla en condiciones de sospechar la degradación a que va
a ser sometido. El contenido de la secuencia es, para el espectador, la veri-
ficación dramática de la amenaza que sabía se cernía sobre el portero: su
destitución del cargo que ocupaba. Para este último, la sorpresa que de-

85
rrumba un mundo construido sobre la apariencia y Ja alienación. Tal desa-
juste ha de ser tenido en cuenta rigurosamente por la puesta en escena de
modo que la planificación apelará a ambos conocimientos o a sus ausen-
cias.
En consecuencia, no podrá ser adoptado el punto de vista del personaje
en la secuencia. La razón es simple: el espectador no puede descubrir, al
lado del personaje, aquello que ya sabe. Si así ocurriera, la planificación de
aquélla sería vana: exenta de información sobre la acción, se incapacitaría
para proporcionárnosla sobre el propio personaje. Por el contrario, jugan-
do con distanciamientos y aproximaciones, permite la reflexión analítica,
pero también identificativa en torno a la situación. El problema es suma-
mente complejo, por cuanto va a conducirnos a una aparente paradoja: el
dispositivo «expresio11istm> al servicio (y e11 co11tradicció11) de (con) el dispositivo
narrativo.

4.5.3. Puntuación: la prof1111didad de campo

Después del travelling de acompañamiento con panorámica final hacia


la izquierda del plano 72, perdemos el contacto con el personaje que se ale-
ja por el fondo del campo. El corte nos sitúa dentro del hotel (fotograma
28a), tras la puerta giratoria y encuadrando más allá la espalda de un indi-
viduo uniformado en el lado derecho, mientras el viejo portero se aproxi-
ma alcanzando el izquierdo. La puerta gira en prinier plano.
El plano 85 (idéntico emplazamiento) procede de un raccord e_n el eje
que, una vez desarrollado el contenido narrativo-dramático de la secuen-
cia, nos devuelve al interior del hotel, tras la propia puerta que continúa gi-
rando (fotograma 40). El portero atraviesa el campo hacia cámara. Fundi-
do en negro.
La delimitación del fragmento es explícita: la profundidad de campo,
provista de un valor compositivo-dramático, inaugura y clausura la secuen-
cia. Por un lado, nos vemos constreñidos a alejarnos del espacio en que se
desarrolla Ja acción (exterior) mediante un violento cambio en el emplaza-
miento de la cámara que se demuestra abiertamente discursivo, extradiegé-
tico. Por otro, el montaje del campo se revela significativo, ya que la pro-
fundidad de campo tiende un puente entre la puerta giratoria en primer
plano y eJ escenario en donde evolucionan los personajes. No parece casual
tampoco que el efecto de profundidad sea algo más acusado en el plano 85,
que los dos espacios que ponga en relación se hallen más distantes entre sí,
puesto que ello refuerza el tránsito que de uno a otro lleva a cabo el
personaje.

86
Por demás, este emplazamiento no es en absoluto inaugural, sino que
actúa como eco o actualización del encuadre segundo del film, aquél en el
que era presentado el personaje. En este sentido, cabe decir que, tanto el
mov.i miento giratorio ---connotador de la obsesión- como la propia puer-
ta y cristales -símbolos de las fronteras y los lugares de paso que se prodi-
gan insistentemente en Der letzte Mann-, densifican el significado de estos
planos según un modelo que no dista demasiado de los ya analizados.
Ahora bien, si nos adentramos en el análisis del plano inicial (73), en-
contraremos nuevos recursos compositivos o de montaje: en primer lugar,
la iluminación; en segundo, la distribución de las figuras en el encuadre.
Este se halla seccionado en dos mitades cuyo signo divisorio es el eje de la
puerta ·giratoria, la cual desborda, tanto por arriba como por abajo, al mis-
mo. Tal partición cobra sentido si consideramos que la puesta en escena re-
fiere el enfrentamiento semántico en términos de espacio (la posesión es, a
fin de cuentas, un problema de espacio). En efecto, el 'nuevo portero ocupa
la casi totalidad de la derecha, mientras Jannings va a ocupar la opuesta y
es que la plástica de este plano es completamente antinaturalista, propo-
niendo una lectura abstracta y analítica. Las (lctitudes respectivas de los
personajes también son significativas: el nuevo portero, de espaldas, no es
más que un ente desprovisto de subjetividad, si no es en función de aquél
que, de frente, podemos distinguir y reconocer. No sería arriesgado leer
esta colisión como la inscripción social del tema expresionista (y románti-
co) del doble. Porque el nuevo portero ocupa el lugar del «Ütro». Tal vez
debido a ello no podemos acceder a su frontal encuentro sino a través de
ャッセ@ cristales que dificultan una límpida mirada. Algo siniestro se insinúa en
esta espalda agresora, cuyos ecos fílmicos se retrotraen a Der St11dent von
Prag, Der Andere, etc., (pero su imaginería ·recupera a E. T. A. Hoffman,
von Chamisso y otros) si bien su duración es escasa.
Pero -y vamos con el segundo procedimiento- la descripción abs-
tracta no acaba aW, sino que tiene lugar un nuevo distanciamiento. A me-
dida que las escalas de las figuras representadas van asemejándose y se
equilibran en un Plano Medio Largo, ambas reencuadradas en su «subespa-
cio», un trucaje de iluminación proyecta la sombra sobre las siluetas de los
dos porteros (fotograma 28b). De repente, enunciada la oposición en tér-
minos abstractos, los personajes desaparecen dejando paso a las sombras
oponentes. Utilización de la luz como elemento formador del espacio,
como montaje, que la escuela expresionista agotaba en sus más variadas
formas. Pero, además, ésta representa aquí la más grotesca destrucción de
los personajes, de su subjetividad y psicología: éstos quedan reducidos a su
solo volumen. A juzgar por ello, no podemos hallarnos tan lejos de los clá-
sicos del llamado expresionismo (Caligari, Nosferatu, Mabuse, etc.) ni tan
dentro del drama psicológico o realista.

87
En suma, tres rasgos discursivos en un solo plano: el brusco salto
72- 73 y el emplazamiento de la cámara en este último, la distribución reen-
cuadrada de las figuras y el trucaje de iluminación. Todo ello inscrito en el
marco de un demiurgo que no parece distar demasiado de aquél que reina-
ba como soberano en los films «expresionistas».
Cabría considerar, llegados a este punto, que dicho plano condensa el
método de Murnau y su conexión con el modelo metafórico-demiúrgico y
que, en consecuencia, el resto de la secuencia habrá de someterse al mismo.
Vamos a intentar demostrar lo contrario.

4.5.4. Mecanist11os de la narratividad: lafragt11entación

El objeto de nuestro análisis será nuevo en este caso con respecto al


apartado anterior. Ahora nos centraremos en el fragmer.to comprendido
entre los planos 74 y 84, ambos inclusive. Dejamos fuera, pues, los dos pla-
nos que servían de puntuación a la secuencia. En los once planos centrales
hallamos un método de puesta en escena radicalmente distinto al anterior y
en él los mecanismos de la narración encubren cualquier gesto que preten-
da actuar desde fuera de la diégesis.

4.5.4. 1. El acot11paiia111iento de la acción:


pérdida de la distancia

El plano 73 se caracterizaba por una violentación de la mirada. Su dis-


cursividad procedía en buena medida de la localización de un filtro en la
lectura del espacio representado; filtro que, denunciando al demiurgo, im-
pedía la intimación con los entes de la ficción. Y este rasgo era tanto más
significativo cuanto que rompía con los mecanismos de aproximación que
formulaban la mayoría de los pianos precedentes. En este sentido, el salto a
74 (fotograma 29) devuelve la sensación de encontrarse dentro de la esce-
na. Franqueada la barrera visible de los cristales de la puerta giratoria, el
espectador tiene ocasión en los planos siguientes de sumergirse en la ac-
ción muy cerca de los personajes que la habitan, sin filtros ni mediaciones,
al menos en una primera aproximación. De ello se desprende una apertura
a la intimación e identificación.

4.5.4.2. Lafocalización

Sabemos que ésta consiste en un privilegio que el sujeto 、セ@ la enuncia-

88
ción concede a uno de los personajes en el seguimiento de la acción, lo cual
no puede ser identificado con la asunción del punto de vista del mismo
(este concepto convoca otros problemas más complejos gue incluyen la
propia focalización como un rasgo más). En estos planos el personaje del
portero goza de este privilegio, pues es su mirada y su presencia lo gue arti-
cula toda la variedad de angulaciones gue se juegan en ello. ¿cuáles son los
procedimientos adoptados con este fin?
Cuatro distintos. En primer lugar, la aparición de una única cámara
subjetiva gue vehicula su mirada (plano 75, fotogramas 30a y 30b); en se-
gundo, los movimientos de cámara, en número de cuatro y ocupando tres
planos, pues todos están referidos al mismo personaje Qannings): 74 y 76
(fotogramas 29 y 31) prosiguen su desplazamiento de derecha a izquierda;
en tercer lugar, la escala, guien le brinda un primer plano, el único real del
segmento; por último, el hecho de gue su entrada en campo inaugure la se-
cuencia: y su salida la concluya, hasta el punto de poder afirmar gue no hay
campo en el gue no gravite su presencia.

4.5.4.3. La escala de los planos

Lo primero gue cabe considerar al respecto es la enorme variedad de


las mismas. Desde el Plano General hasta el Primer Plano son ensayados
todos los tipos. Ahora bien, más importante gue su variedad es la combina-
ción y distribución de los mismos, es decir, la determinación de la estructu-
ra gue conforman. Véase su sucesión:

73 PML 77 PML 81 pp 10 85 PG
74 PM 78 PGC 82 PMC
75 PMC 79 PML 83 PM
76 PMC 80 PM 84 PML

Hemos indicado con anterioridad gue el grado de intimación gue supo-


ne un plano corto es elevado y sabemos gue uno de los procedimientos más
favorecidos en la estética del llamado «Kammerspielfilm» consiste en utili-
zar el primer plano como trampolín para la interiorización en el mundo del
personaje. rues Murnau selecciona primero su cantidad -tan sólo uno--
y luego su enclave: el momento de la revelación dramática. Dicha revela-

" .
10
Sería igualmente legitimo leer PPP (primerísimo plano) en 81 y PP en 82 con la cual el
funcionamiento intimatorio de gue hablamos tampoco variarla. Si anotamos de este modo
es porgue los fotogramas han sido tirados de una copia en Super 8 mm . gue --.:orno es sa-
「ゥ、セ@ recorta ligeramente.el encuadre y puede llamar a engaño.

89
ción, presente en el terreno general a lo largo de toda la secuencia, precisa
de una explicación oral. Por ello, las frases que el botones parece pronun-
ciar en el curso de los planos 80 a 83 (fotogramas 35, 36, 3 7 y 38) consti-
tuyen el núcleo del fragmento. Y Murnau ubica su único primer plano del
rostro del portero en 81, en el corazón mismo de la secuencia y quebrando
toda frontera, toda distancia, entre el personaje representado y el especta-
dor. Por esto es tan significativo que el protagonista sea quien goce del pri-
vilegio del primer plano ェセウエ。ュ・ョ@ en el momento climático, más allá del
cual se produce un descenso rítmico que la distancia de la cámara va a re-
flejar con precisión alejando progresivamente ese rostro herido.

4.5.4.4. Función del raccord apoyado

En tres ocasiones contiguas conculca Murnau la norma de montaje se-


gún la cual, para efectuar un raccord en el movimiento, debe el montador
servirse del efecto de borrado que permite eliminar algunos fotogramas de
los planos que hacen raccord. Nos referimos a los engarces 77-78, 78-79 y
79-80. En todos ellos el efecto producido es el contrario y consiste en
apoyar la acción desdoblada mediante la repetición de fotogramas en los
dos planos contiguos. Justo es confesar que el recurso es frecuente en el
cine mudo, no sentenciado por esa voracidad narrativa que erigió el cine
clásico y que forzaba a elipsis, tanto intersecuenciales como entre planos
contiguos. Sin embargo, el efecto aquí consiste en ralentizar la acción y,
puesto que se trata de un ascenso climático, su objetivo es dramatizar dicho
clímax. Es lógico que tales planos precedan a la aparición del primer plano.
El marco en el que opera el raccord apoyado es, sin duda, el ritmo y lo
hace dramatizando la vertiginosa carrera en cuya meta el personaje adquiri-
rá consciencia de su degradación. Fragmentación y ralentización son pro-
cedimientos, ーオ・セL@ complementarios.

4.5.5. Conclusión: la estructura

La secuencia analizada presenta la curiosa forma de «mise en abime».


Lo llamativo de ésta es que, lejos de producir dobletes especulares, articula
modelos precisamente opuestos. Así, si los planos contenidos son fiel plas-
mación de un sistema de representación fuertemente verosimilizado (justi-
ficación de los emplazamientos por posiciones diegéticas, intimación, seg-
mentación generalmente encubierta por la pregnancia de lo representado,
etc.), su marco apela a la demiurgia que anida en la formación espacial de
los films metafóricos, articulando así la función simbólica que veíamos en

90
los objetos de Lupu Pick, pero integrándolos (la puerta, por ejemplo, existe
realmente dentro de la historia de Der Letzte Man11 y, por ello, será transita-
da múltiples veces por personajes no protagonistas en la ficción) .
La narración aparece encajonada y enmarcada por los dos planos c;le ca-
rácter discursivo que la puntúan. La apelación al presupuesto de la verosi-
militud no deja, pues, de suscitar problemas, siendo en sí misma objeto de
reflexión, de juicio y de transgresión cuando el demiurgo -pero esta vez
enunciando sus intenciones- así lo desea.
Y es que esta vocación reflexiva no es otra, a nuestro juicio, que una
puesta al descubierto de los modelos que rigen el cine alemán de la época,
sin por ello denegarlos. En pocas palabras, ((Der letzte Maml)) toma a m cargo
los 111odelos que planean en el cine de los primeros años de Weimar, los aswne y los
trasciende, quedando como una -quizá la más lúcida- reflexión sobre sus propios
límites. .

91
COMPLEMENTO FOTOS
Fotograma 1a

Fotograma 1b

95
Fotograma 2

Fotograma 3

96
Fotograma 4

Fotograma 5

97
98
Fotograma 7

Fotograma 8

Fotograma 9

99
Fotograma 1O

Fotograma 1 1

Fotograma 12

100
Fotograma 13

Fotograma 14

Fotograma 15

101
Fotograma 16

Fotograma 17

Fotograma 18

102
Fotograma 19

Fotograma 20

Fotograma 2 1

103
Fotograma 22

Fotograma 23

Fotograma 24

104
Fotograma 25

Fotograma 26

105
Fotograma 27

106
Fotograma 28a

Fotograma 28b

107
Fotograma 29

Fotograma 30a

108
Fotograma 30b

Fotograma 3 1

109
Fotogram a 32

Fotograma 33a

110
Fotograma 33b

Fotograma 34a

111
Fotograma 34b

Fotograma 35

112
Fotograma 36

Fotograma 3 7

11 3
Fotograma 38

Fotograma 39

114
Fotograma 40

115
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Omitimos en este apartado bibliográfico todos aquellos textos referentes a teorla, arte, his-
. toria que lo harlan interminable. Nos limitamos a los titulas que consideramos importantes
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Jorge Urrutia, Semió(p)tica.

COLECCIÓN EUTOPÍAS

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J. M. Company, La realidad como sospecha.
Vicente Sánchez Biosca, Del otro lado: la mrtáfora.

E11 preparación:
Tom Conley, Cesuras. Ensayos sobre ci11e.
Josep-Vicent Gavalda, U11a proposta ava11tguardista: joa11
Salvat-Papasseit.
Jesús G. Requena, La metáfora del espejo. El cine de Douglas
Sirk

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