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EL COLLAR DE PERLAS

Había una vez una niña que vivía en la montaña. Llevó sus cabras al valle, allí
dónde comenzaba el bosque, mientras su madre preparaba la torta para su
cumpleaños.
Cuando Adelia, que así se llamaba la niña, se encontraba de camino hacia el
bosque, en un árbol cercano vio brillar unas perlas luminosas. Estaba segura
de que era un collar. No se detuvo, pero recordó el viejo árbol añoso de ramas
retorcidas a dónde estaba.
Cuando llegó a su casa le comentó lo que había visto a su madre y ella le
respondió que no sabía que los collares estuvieran colgados de los
árboles. Adelia regresó rápido a buscar las cabras, pero antes pasó por el viejo
árbol.
Quedó desconcertada porque el collar ya no estaba.
A la mañana siguiente, sin decir nada, salió temprano nuevamente, pero ni
rastros del collar.
Cuando regresó a su casa le relató lo sucedido a su madre. Ella, entre
sonrisas, le dijo que seguramente no eran más que gotas de rocío. Que
dependía de la hora, el collar de perlas de rocío estaría en el árbol. Pero, de
cualquier manera, le recomendó no trepar al viejo árbol.
Adelia, sin poder creer lo que su madre le decía, regresó al día siguiente y allí
estaba el collar. Trepó hasta lo alto de las ramas para agarrarlo, pero las perlas
se desarmaron entre sus manos apenas quiso sujetarlas.
Una de las ramas se rompió y la niña llegó rápido hacia la tierra.
Llorando y con raspones llegó hasta su casa, donde su madre curó sus
heridas, no sin antes regañarla por desobedecer y no creer lo que ella le había
dicho.
Adelia cumplió nueve años al día siguiente, pero jamás olvidó el collar de
perlas de rocío y su desobediencia.

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