Está en la página 1de 1

Dictado primera clase

Una noche de exasperación a causa de las vicisitudes del existir, cuando ya estaba
al borde de la locura y el desasosiego, emprendí la huida hacia la calle. Preveía lo que me
aguardaba y de qué modo me afectarían los chirridos del tráfico, pero, seguramente, nada
sería peor que ese cubículo insalubre donde escasamente vivía. Ya no tenía fe. Ya no tenía
paz. Todo se agravaba. La única escapatoria era la evasión.
En la esquina tomé el primer tranvía que pasó rumbo a quién sabe dónde, pero
poco me importaba. En ese momento, sentía que la cabeza me iba a estallar, porque el
dolor era cada vez más intenso. Zigzagueando, me tendí en el último asiento y dejé caer
los párpados pesados como un telón. Habían transcurrido exactamente veintidós minutos
desde que me dormí. Me bajé al final del recorrido y caminé a través de un devastado
sembradío en medio de la nada.
A medida que mi cerebro se fue impregnando de ese silencio elemental, el dolor
de cabeza se fue disipando. ¡Qué noche magnífica y halagüeña! No sé cuánto tiempo
caminé sin norte. En un momento, mis pies se rehusaron a dar un paso más. Busqué un
lugar donde descansar y me acosté, mirando el cielo. Diluido en esa contemplación, hasta
había logrado olvidarme de mí mismo cuando, de repente, una voz pastosa pronunció mi
nombre. Hurgando entre las sombras, busqué el rostro que me acechaba y me llamaba.

Nota: en amarillo, palabras con dificultades ortográficas (tildes, uso de grafías, parónimos).

También podría gustarte